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REVISTA EUROPEA. NÜM. 261. 23 DE FEBRERO DE 1879. AÑO VI. LOS COMBATES DE LA ELOCUENCIA EN ATENAS. (Conclusión.) Para obtener la palma en las luchas del foro no hay artificio al que no apelen los con- trincantes. Es un asalto ó pugilato en que se arrojan los epítetos de sofistas, monos, zor- ros,etc. Demóstenes, dice Esquines, es unaver- dadera flor de harina capaz de atravesar las cribas más espesas; va, viene, gira y cambia á cada momento. Esquines es todavía más lige- ro: Proteo impalpable, dispuesto á revestir to- das las figuras, á escurrirse entre las manos de su antagonista, merece bien la calificación de hombre para.todo wavoDpros que Demóstenes le aplica. El Panurgo de Rabelais practicaba 63 maneras de hacerse con dinero; la más honra- da era robarlo. Los campeones de la tribuna griega no se detienen tampoco en la elección de los medios; falsedades, invenciones de todas clases, alteraciones de fechas, de hechos, de textos, todo les parecebueno, toda arma es le- gítima si ayuda á vencer; la verdad, el dere- cho, el respeto de sí mismo y el de los otros importan poco: el éxito todo lo justifica. ¿El grave y religioso Pindaro, no ha dejado esca- par esta frase: «Es preciso hacerlo todo para vencer al enemigo?» En su definición de la fuerza, en que traza una descripción perfecta de los modos de mover un hombre, Aristóteles no dice nada de un movimiento proscrito en • los juegos públicos pero muy en voga ante los tribunales: la zancadilla. Filipo la empleaba en su lucha con las ciudades griegas: los lucha- dores de la arena judicial y política no tenían ningún escrúpulo en practicarla. De ahí las ' habilidades y las tretas de su argumentación capciosa y los artificios que mutuamente se reprochan. . El placer de un orador ateniense es en pri- mer lugar tener razón ó parecer tenerla, des- pués deleitarse el mayor tiempo posible en sol- tar bellas y rotundas frases. Con Demóstenes, dice Esquines, es difícil pronunciar una pala- bra; Esquines, replica Demóstenes, no es hom- bre que ceda la palabra. «Antes daria sil san" gre que la arena del reloj cuando habla.» La erhulacion de ambos adversarios se parece TOMO XIII. mucho á envidia. La de Demóstenes parece hiperbólica á Esquines: quizá, en efecto, no es- tuviese exento de ella. Ora pinta á su adver- sario como orador incomparable, hombre dQ Estado prodigioso, creciéndose con los aplau- sos de la Asamblea y descendiendo de la tri- buna con grande majestad; ora hace observa- ciones malignas sobre el continente y la pos- tura de su rival. Demóstenes no quiere impro- visar; Esquines se hallaba siempre presto. Demóstenes trazaba lenta y laboriosamente un plan; Esquines parecia que ignoraba el tra- bajo de la lima y era excesivamente verboso. Demóstenes exagera con toda intención esta facilidad envidiada y la compara á un torrente que se despeña. Demóstenes felicita á Esqui- nes por su excelente memoria; á él le ha fal- tado en una circunstancia cruel. Esquines sabe decir largas tiradas sin detenerse un momen- to, tiene la pronunciación clara, la voz armo- niosa y sonora; la una y la otra en Démoste nes son viciosas. Demóstenes pone de relieve repetidas veces estas cualidades de Esquines: esta admirable declamación le recuerda sus largos y penosos esfuerzos para corregir una respiración entrecortada y los defectos de su pronunciación; de ahí los elogios irónicos im- pregnados de envidia: Esquines tiene dotes muy excelentes para el oficio de actor trágico; sabe sentarse con dignidad, embozarse á lo Solones «una bella estatua,» ¡y qué pulmones! Ningún pregonero público los ha tenido nunca más poderosos. Sus dos hermanos, son tam- bién pregoneros de mérito. Es un talento de familia. La potencia de la voz era una ventaja pre- ciosa, sobre todo entre los antiguos. Cicerón apreciaba mucho su valor, á juzgar por este pasaje de las Verrinas: «¡Qué voz, qué pulmo- nes, qué vigor podrían sostener el esfuerzo necesario para la acusación de esto solo aten- tado!» El poseer pulmones de hierro (férrea vox) era una necesidad para dirigir la palabra á las muchedumbres alborotadas del forum ó delPnyx. El dia en que arengó á los diez milén Arcadia, Esquines debió quedar satisfecho de los suyos. Aun en las salas de nuestra asamr blea una voz débil puede comprometer en los dias de tempestad, la victoria del orador; es preciso un órgano vocal capaz de dominar e} 15

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REVISTA EUROPEA.N Ü M . 261 . 2 3 D E F E B R E R O D E 1879. A Ñ O V I .

LOS COMBATES DE LA ELOCUENCIA EN ATENAS.

(Conclusión.)

Para obtener la palma en las luchas delforo no hay artificio al que no apelen los con-trincantes. Es un asalto ó pugilato en que searrojan los epítetos de sofistas, monos, zor-ros,etc. Demóstenes, dice Esquines, es unaver-dadera flor de harina capaz de atravesar lascribas más espesas; va, viene, gira y cambia ácada momento. Esquines es todavía más lige-ro: Proteo impalpable, dispuesto á revestir to-das las figuras, á escurrirse entre las manos desu antagonista, merece bien la calificación dehombre para.todo wavoDpros que Demóstenes leaplica. El Panurgo de Rabelais practicaba 63maneras de hacerse con dinero; la más honra-da era robarlo. Los campeones de la tribunagriega no se detienen tampoco en la elecciónde los medios; falsedades, invenciones de todasclases, alteraciones de fechas, de hechos, detextos, todo les parecebueno, toda arma es le-gítima si ayuda á vencer; la verdad, el dere-cho, el respeto de sí mismo y el de los otrosimportan poco: el éxito todo lo justifica. ¿Elgrave y religioso Pindaro, no ha dejado esca-par esta frase: «Es preciso hacerlo todo paravencer al enemigo?» En su definición de lafuerza, en que traza una descripción perfectade los modos de mover un hombre, Aristótelesno dice nada de un movimiento proscrito en

• los juegos públicos pero muy en voga ante lostribunales: la zancadilla. Filipo la empleaba ensu lucha con las ciudades griegas: los lucha-dores de la arena judicial y política no teníanningún escrúpulo en practicarla. De ahí las

' habilidades y las tretas de su argumentacióncapciosa y los artificios que mutuamente sereprochan.

. El placer de un orador ateniense es en pri-mer lugar tener razón ó parecer tenerla, des-pués deleitarse el mayor tiempo posible en sol-tar bellas y rotundas frases. Con Demóstenes,dice Esquines, es difícil pronunciar una pala-bra; Esquines, replica Demóstenes, no es hom-bre que ceda la palabra. «Antes daria sil san"gre que la arena del reloj cuando habla.» Laerhulacion de ambos adversarios se parece

TOMO XIII.

mucho á envidia. La de Demóstenes parecehiperbólica á Esquines: quizá, en efecto, no es-tuviese exento de ella. Ora pinta á su adver-sario como orador incomparable, hombre dQEstado prodigioso, creciéndose con los aplau-sos de la Asamblea y descendiendo de la tri-buna con grande majestad; ora hace observa-ciones malignas sobre el continente y la pos-tura de su rival. Demóstenes no quiere impro-visar; Esquines se hallaba siempre presto.Demóstenes trazaba lenta y laboriosamenteun plan; Esquines parecia que ignoraba el tra-bajo de la lima y era excesivamente verboso.Demóstenes exagera con toda intención estafacilidad envidiada y la compara á un torrenteque se despeña. Demóstenes felicita á Esqui-nes por su excelente memoria; á él le ha fal-tado en una circunstancia cruel. Esquines sabedecir largas tiradas sin detenerse un momen-to, tiene la pronunciación clara, la voz armo-niosa y sonora; la una y la otra en Démostenes son viciosas. Demóstenes pone de relieverepetidas veces estas cualidades de Esquines:esta admirable declamación le recuerda suslargos y penosos esfuerzos para corregir unarespiración entrecortada y los defectos de supronunciación; de ahí los elogios irónicos im-pregnados de envidia: Esquines tiene dotesmuy excelentes para el oficio de actor trágico;sabe sentarse con dignidad, embozarse á loSolones «una bella estatua,» ¡y qué pulmones!Ningún pregonero público los ha tenido nuncamás poderosos. Sus dos hermanos, son tam-bién pregoneros de mérito. Es un talento defamilia.

La potencia de la voz era una ventaja pre-ciosa, sobre todo entre los antiguos. Cicerónapreciaba mucho su valor, á juzgar por estepasaje de las Verrinas: «¡Qué voz, qué pulmo-nes, qué vigor podrían sostener el esfuerzonecesario para la acusación de esto solo aten-tado!» El poseer pulmones de hierro (férreavox) era una necesidad para dirigir la palabraá las muchedumbres alborotadas del forum ódelPnyx. El dia en que arengó á los diez milénArcadia, Esquines debió quedar satisfecho delos suyos. Aun en las salas de nuestra asamrblea una voz débil puede comprometer en losdias de tempestad, la victoria del orador; espreciso un órgano vocal capaz de dominar e}

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tumulto. Mifiabeau tenia una voz muy dulcepara persuadir, «horriblemente atronadora enlos momentos de furor.» ¿Habría dominado deun modo tan completo á la Asamblea Consti-tuyente sin el auxilio de este formidable true-no? «En los ejercicios públicos, dice Aristóte-les, el que posea estas tres ventajas; la fuerzade la voz, la armonía y el ritmo, alcanzará elpremio. En el teatro hoy los comediantes laposeen por los poetas. Del mismo modo en losdebates políticos, el orador dotado de una be-lla acción, arrastra consigo ala mayoría.» Lavoz, elemento principal de la acción, debiaejercer una influencia muy grande en la or-ganización musical y artística de los atenien-ses, para que Demóstenes ataque tantas ve-ces con sarcasmos la de Esquines. Se burlade ella, y hasta pudiéramos decir que la refu-ta; hasta tal punto parece ser un argumentoen favor de su rival y un instrumento na-tural para vencer. Demóstenes, dice Esqui-nes, tiene la voz aguda, áspera; se ve obliga-do á hacer esfuerzos para dulcificarla. La deEsquines, verdadera voz de sirena, mereceque el orador de la Embajada se defienda con-tra ella como si fuese un adversario formida-ble: «Si le acometéis de cerca, no sabrá quédecir; de nada le servirá hacer sonar su vozy haberla ejercitado largamente. La voz; esnecesario también tocar este asunto. Se diceque Esquines, muy orgulloso de la suya, se li-sonjea de,subyugaros.por una ilusión teatral;ahora bien, esto seria á mis ojos, atenienses,la inconsecuencia más extraña. ¡Cuando re-presentaba las desgracias de Thyetes y de losTroyanos, le habéis silbado, le habéis arroja-do de la escena, le habéis ido, en fin,hasta á renunciar á los terceros papeles; ycuando ha dejado de ser comediante, y comohombre público que tiene en sus manos losmás grandes intereses de la patria, ha cau-sado innumerables calamidades, consentiréisque os cautive su hermosa voz! No; lejos devosotros una contradicción tan necia; pensadque es preciso tener en cuenta la belleza dela voz tratándose de un pregonero público,pero tratándose de un diputado, de un ciuda-dano que ha pretendido intervenir en el go-bierno, el mérito se mide por la integridad,por la grandeza de los sentimientos, por elamor á la igualdad. La elocuencia, la voz ócualquier otra ventaja personal junta á laprobidad y á la emulación en la virtud debeser para vosotros una causa "de alegría, unmotivo de admiración, porque esto redunda enprovecho del pueblo entero; mas si estos talen-

tos se encuentran en un malvado, venal, inca-paz de resistir á un puñado de oro, cerradle latribuna, no le escuchéis sino con sentimien-tos amargos y hostiles. En efecto, si la per-versidad se hace poderosa entre vosotros,arruinará al Estado; considerad cuántos peli-gros ha suscitado á la República el orgullo deEsquines!»

El despecho mal disimulado que estas cua-lidades del encantador Esquines inspirabaná Demóstenes, fuó probablemente avivado poruna desventura humillante para nuestro ora-dor. Más de una vez el espíritu de emulaciónhabia empeñado á Demóstenes en luchas in-directas contra oradores que honraba, apare-ciendo satisfecho de sus éxitos. En la defensaescrita á nombre de Androcles contra Lacri-tos «discípulo do Isócrates» se cree hallar Unrecuerdo del disgusto que el joven Demóste-nes habia sentido por no poder pagar á estefamoso maestro las lecciones demasiado ca-ras para el: «Por mí, por Júpiter soberano ypor todos los dioses, nunca tuve envidia á lossofistas y no vituperé á nadie por dar dineroá Sócrates. Seria locura por parte mia el de-tenerme en tales negocios.» Se detiene, sinembargo, á denigrar con ultrajes el arte queenseña á negar sus deudas y á pagar á susacreedores con mentiras. Si tal era la vivaci-dad de sentimiento de Demóstenes con res-pecto á rivales oscuros, ¡cuál debió ser su dis-gusto el dia en que un debate oratorio solem-ne hubo de verificarse en presencia del reyde Macedonia! La malevolencia de Esquines,pintor de esta escena, es evidente; sin embar-go, se puede entrever la verdad. Los Diputados deliberaban sobre el lenguaje que debiaemplearse ante el príncipe. Demóstenes pro-mete «abrir fuentes de elocuencia inagota'bles» ante Filipo. La audiencia se realiza. De-móstenes, el más joven de los embajadores,«á decir de él mismo» es invitado á hablar elúltimo. «Todos estaban atentos; se contabacon un discurso irresistible, porque sus mag-níficas promesas (lo he sabido después) habíanllegado hasta Filipo y sus cortesanos. En taldisposición del auditorio, este león de la tri-buna balbucea, muerto de miedo, un exordiotenebroso, da algunos pasos sobre el asunto;después, de repente, se calla, se desconcierta,y finalmente no puede hallar la palabra. Fili-po, viendo su embarazo, le anima (1); le dice

(1) Así también debió Luis XIV alentar un dia á Ma-sillun: «Es inconveniente muy insignificante el cortarse elun sermón 6 en un discurso.» LaBruyera hablaba á aa sa-bor {Caracteres, Juicios.)

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que no debe imaginarse haber experimentadola desgracia de un autor silbado; le invita árecobrar poco á poco y tranquilamente su me-moria y á continuar. Mas una vez turbado yperdido el hilo de su arenga, no pudo serenar-se, ó hizo vanos esfuerzos para caer de nue-vo. Como ya no se decia nada, el introductorordenó que nos retirásemos. Los oficiales deFilipo nos vuelven á llamar. Después que en-tramos y tomamos asiento, el príncipe co-mienza á responder brevemente y por su or-den á nuestros" discursos. Se detuvo, sobretodo, en el mió, y con razón, porque yo no ha-bia omitido nada de lo que debía decirse, yvarias veces pronunció mi nombre. En cuan-to á Demóstenes, que había hecho un papeltan ridículo, no le dirigió una palabra que yosepa, por lo cual este hombre se ahogaba dedespecho.» Demóstenes no quiso permanecerbajo el peso de esta derrota; otro dia esperótomar la revancha; esta vez pidió hablar elprimero, pero sin mucho más éxito según Es-quines: este fecundo, este hábil orador olvidótodos los puntos importantes; dijo lo que de-bia callar, y omitió lo que convenia decir. Fe-lizmente, Esquines estaba allí; llenó los va-cíos de la arenga tosca y ridicula de Demós-tenes, é hizo olvidar sus impertinencias.

Así, pues, en presencia misma del inva-sor, los Ministro ' de Atenas, investidos desus poderes, responsables de su salud, seacuerdan de sus rivalidades oratorias; seobstinan en sus pequeñas pasiones de émulos;¡cómo se ha de sorprender nadie de hallar-los rivalizando en los debates judiciales! Semuestran tan atentos á las palabras como álos actos. Alguna vez Demóstenes alabará labrevedad de Esquines; con más frecuenciacriticará su pesadez ó bien dejará escaparuna confesión, homenaje involuntario otorga-da á un talento que ha «subyugado á todoslosÉHüpienses.» Esquines pondrá en ridículola acción vehemente de Demóstenes, paro-diará su actitud cuando en el momento decomenzar su discurso se rasca la frente; seburlará de tal ó cual de sus ademanes «comosi la salud de la Grecia dependiese de una pa-labra, de un movimiento de la mano.» Dis-curre sobre una expresión ó una metáfora; seentretiene en hacer el papel de maestro deretórica en el proceso de la Corona en mediode la discusión más grave que fue jamás sos-tenida ante un pueblo de cuyo honor se trata.«Demóstenes se jacta de haber provisto ánuestra ciudad con muros de bronce:» ¡quéorgullo y qué lenguaje pretenciosol Es de

buen gusto decir: «¿La pitonisa filípica?» Es-tas maneras1 irreverentes de expresarse sonpropias de un hombre mal educado.—Esqui-nes á su vez, usa de palabras campanudas.de apostrofes enfáticos que huelen á teatro:«¡Oh tierra, oh sol, oh virtud!» No tiene nadade particular que se acuerde de su antiguooficio de cómico; ¡pero tomarlo con el tonomajestuoso de un Radamanto llamándose Es-quines, es una impertinencia! En otra parteDemóstenes escribe una página de crítica li-teraria, artística y aun teatral á propósito delos iambos del Fénix de Eurípides y de una es-tatua de Solón. Los oradores atenienses usa-ban de un derecho reconocido invocando el-testimonio de los poetas. Los-antiguos poetasde la Grecia son á la vez sus teólogos y susprofesores de moral. Solón es á la vez hom-bre de Estado, poeta y filósofo. Hornero y He-siodo venian á ser sus libros sagrados. Esqui-nes apela al testimonio de una divinidad in-cluida por Hesiodo en su Theogonia para quedeclare sobre la indignidad de Timarco. De-móstenes en cambio apela á Orfeo. '

Los cuidados artísticos que casi nuncaabandonan los oradores griegos, se concilianmal.con los gritos de muerte que se escuchanen sus invectivas; á veces reclaman con fu-ror la cabera de su adversario; más no loscreáis; se están ejercitando en la diatribaiámbica. El poeta iámbico muerde, el libelista!'desgarra como el laekista gime: es un género:ni el uno está tan melancólico ni el otro estan malvado como pudiera suponerse. Esteno tiene nada de sanguinario, es de Atenas,la ciudad humana por excelencia, que recha-zaba de sus fronteras el hierro, las piedras,los maderos culpables de homicidios incons-cientes, y castig iba á un areopagita por ha-ber 'dado muerte á un gorrión que se habiarefugiado en su seno (1). Los oyentes tam-bién eran demasiado artistas para ser juecesseveros. El proceso de la Embajada quedó sinsentenciarse. Los dos adversarios se habíanherido uno á otro cruelmente; los ateniensesse juzgaban pagados. Los jueces, regocijadoscon este tiroteo de invectivas y encantadoscon tanta elocuencia, se habían retirado sa-tisfechos sin pensar en castigar. EÍ desenlacedel proceso de la Corona no fue más rigoroso.Demóstenes se puso á exagerar, Esquines árebajar las consecuencias de una condena»cion infligida al amigo de Cterifon. «No te-

[1) Espíritu de las leyes. 19. El Areópagoá SH vez'hizomorir aun niflo que habia sapa^o loa ojos á un pájaro.

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mais nada por Demóstenes, decia á los Ate-nienses; si él se ve privado de una corona,premio de sus heroicas virtudes, este Ajaxmagnánimo no se matará de desesperación.»No sabemos lo que hubiese hecho Demóste-nes repudiado por los atenienses; pero Esqui-nes desairado no pensó en colgarse; derrotadoen un combate oratorio donde la virtud re-presentaba menos á sus ojos que la elocuen-cia, toma tranquilamente su partido y se re-tira á Rodas cediendo el campo á su rival. Ala edad de cuarenta y ocho años dice un es-critor del siglo XVIII, Mme. de Montbazonera aun tan hermosa que eclipsaba á macla-me de Roquelaure, la mujer más bella de lacorte, y que solo contaba veintidós años. Undia se encontraron las dos en una reunión;Mme. de Roquelaure se vio obligada á retirar-se. Las grandes señoras del siglo de Luis XIVse sometían al imperio de la belleza; el ad-versario de Demóstenes también se sometióal de la belleza del espíritu.

Milon condenado á irá saborear los higosdela Provenza y los pescados de Marsella, podríallevar á su destierro crueles resentimientos yalimentar proyectos de venganza. Esquines nopensaba en nada de esto; no tenia que vengaruna injuria sangrienta. El orador debía estarpicado sin duda de su derrota, pero el objetode su culto, la elocuencia, quedaba ilesa. Eldesterrado por su voluntad, sin pagar los 1.00odrachmas á que la ley le condenaba, continuóviviendo entre los goces del arte; se dice queabrió una escuela, donde gustaba con más in-tensidad que nunca de las delicadezas del len-guaje oratorio, enseñándolo. Regocijaba y en-cantaba á sus discípulos y á sí mismo con lalectura de sus arengas, hasta de aquella quele habia hecho sucumbir. Después de haberoído la acusación de Esquines, los.oyentes ex-clamaban: «¿Y cómo con tal discurso no haspodido triunfar?»—Esperad, contesta el maes-tro, y les lee i a réplica de Demóstenes, La ad-miración de los oyen:es estalla: «¡Oh, que se-ria si hubieseis escuchado á la misma fiera!»En vez de avergonzarse"por la contundenterefutación de Demóstenes, la declama en pú-blico, y la prodiga alabanzas. Artista antesque todo, encuentra una realización perfectadel arte, y la aprecia desinteresadamente comoun aficionado imparcial. Clendés, dice Plinioal antiguo, es conocido por un cuadro injuriosopara la reina Stratónica: como esta princesano le hubiese hecho una recepción satisfacto-ria, la pintó solazándose (volutantem) con unpescador que se decia le habia caido en gracia.

Expuso su cuadro en el Puerto de Ef ?so y huyóá toda vela. Le reina prohibió que sé destru-yese este cuadro «á causa del gran parecidode los retratos.» La generosidad de esta reinaartista es la de Esquines, revolcado en el polvopor Demóstenes y aplaudiéndole. Esta maneragalante de hacer valer él mismo una obraque le hiere mortalmente, inspiraba á La Har-pemucho asombro. «Yono concibo, lo confieso,cómo tuvo valor para leer á sus discípulos laa-ranga de Demóstones. Sa puede, sin aver-gonzarse de ello, ser menos elocuente que otro;pero, ¿cómo confesar sin rubor /que se quedóconvicto de calumniador y mal ciudadano?»Una de las ventajas cíela critica histórica, eslade provenir ó atenuar esta clase de sorpresas;no se puede participar de la del autor del Li.ceo cuando se considera bien en las obras delos dos émulos la influencia que tienen al ladodo la enemistad política y privada, las preocu-paciones artísticas y los caracteres de un com-bate oratorio.

LEÓN BREDIT.

ÁRBOL GENEALÓGICOÉ HISTORIA DEL REINO ANIMAL.

II.

Moluscos, Radiados, Articulados.

Los grandes grupos naturales del reinoanimal, á los cuales he llamado tribus, y quecorresponden á los «tipos» de Baer y de Cu-vier, no tienen la misma importancia taxonó-mica en nuestra filogenia, parque no podre-mos considerarlos como formando una sóriegraduada y única, ni como tribus completa-mente independientes, ni como ramas, equi-valentes entre sí, de, un solo árbol genaaWgl-co. Según habéis visto, por otra parte, en lalección anterior, el grupo de los animales pri-marios ó protozoarios es indudablemente eltronco común de todo el reino animal. ,

De las gastreadas, que he colocado entrelos animales primarios, han salido, como dosramas divergentes, los zoófitos por una parte,y por la otra los gusanos. Es forzoso, además,considerar al polimorfo y tan ramificado gru-po de los gusanos, como el tronco común delcuál han brotado ramas completamente dis-tintas, que representan las cuatro tribus pri-mordiales del reino animal.

Dirijamos, pues, una mirada á aquellas

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cuatro agrupaciones, y veamos si desde estemomento nos es posible trazar á grandes ras-gos su genealogía. Por más imperfecto y de-fectuoso que sea este ensayo, tendrá, cuandomenos, el mérito de haber dado el primer paso,y de haber franqueado el camino a más com-pletas investigaciones.

El modo como están encadenadas las cua-tro ramas primordiales del reino animal, ca-rece de importancia, porque entre estas cua-tro tribus no existe un íntimo parentesco,puesto que son ramas distintas del grupo delos gusanos. El grupo de los moluscos puedeconsiderarse como el más imperfecto é infe-rior, bajo el punto de vista morfológico. Enninguno de estos animales se encuentra ladivisión característica del cuerpo en artículosó anillos, que es ya evidente en los anélidos, yque, en las agrupaciones de los radiados, ar-ticulados y vertebrados, es la causa principalde la diferenciación y del perfeccionamientode las formas. En los moluscos, lamelibran-quios y coelídeos ó gasterópodos, presentatodo el cuerpo la forma de un saco que con-tiene los intestinos, y su sistema nervioso noestá reunido en forma de rosario, sino que secompone de algunos pares de ganglios débil-mente ligados entre sí. Por estos motivos, ypor otras muchas razones anatómicas, consi-dero el grupo de los moluscos, á pesar de laperfección fisiológica de sus tipos más per-fectos, como la agrupación más inferior, bajoel punto de vista morfológico, de las cuatrograndes tribus citadas.

Si, en virtud de estas razones, separo delos moluscos á los briozoos y á los tunicados,con los cuales se les ha confundido general-mente hasta nuestros dias, no me quedaránsino cuatro órdenes de verdaderos moluscos,á saber: los espirobranquios, los lamelibran-quios, los gasterópodos y los cefalópodos. Losanímalas que pertenecen á los dos órdenesmás inferiores, ó sean los espirobranquios ylos lamelibranquios, no tienen cabeza ni dien-tes, por lo cual se los puede reunir en unagran sub-clase bajo la denominación de acéfa-los (Aeephala) ó de anodontes (Anodonta). Losmoluscos comprendidos en esta gran sub-cla-se suelen también designarse con los nom-bres de eonquíferos (Conchífera) ó de bivalvos(Bivalva), porque todos ellos tienen una dobleconcha caliza. Se pueden también reunir enotra gran sub-clase los dos sub-órdenes su-periores de los moluscos, ó sean los gasteró-podos y los cefalópodos, cuya sub-clase sellamará de los cefalóforos (Cephalóphora) ó de

los odontóforos (Oclontóphorá), porque en loganimales comprendidos en ella se han desar-rollado la cabeza y los dientes. (Véanse loscuadros 1 y 2.)

El cuerpo, blando y saquiforme, de la ma-yor parte de los moluscos está protegido poruna cubierta caliza, quo viene á ser una espe-cie de habitación compuesta de dos valvasen los acéfalos, y comunmente de un estucheen espiral en los cefalóforos. Por más que losesqueletos fósiles de estos animales se en-cuentren en cantidades inmensas en todaslas capas neptúnicas, nos dicen, sin embargo,muy poco sobre la evolución histórica delgrupo de los moluscos. El desarrollo de aque-llos seres se ha efectuado, en su mayor parte,durante la edad primordial, asi que, en lascapas silúricas, ya se encuentran superpues-tos los cuatro órdenes de moluscos. Este he-cho demuestra, sin que sea necesario recur-rir á otras pruebas, que el grupo de los mo-luscos había alcanzado desde aquella épocamayor grado de desarrollo que los grupos máselevados, especialmente los articulados y losvertebrados, que apenas empezaban entoncesá iniciar su evolución. En las siguientes eda-des, , y sobre todo en las edades primarias ysecundarias, los tipos superiores que acabode citar se desarrollaron á espensas de losmoluscos y de los gusanos, los cuales no pu-diendo competir con ellos en la lucha por laexistencia, fueron decreciendo cada vez más.Los moluscos y los gusanos actuales deben,por lo tanto, ser considerados como un restorelativamente insignificante de las poderosasformas, que, durante las edades primordial yprimaria, predominaban sin duda sobre todaslas otras clases.

No hay ningún grupo zoológico que, comoel de los moluscos, demuestre con tanta exacti-tudel diferente valor que pueden tener los fó-siles bajo el punto de vista geológico y bajo elaspecto filogónico. Las conchas fósiles de lasdiversas especies de moluscos tienen,en geo-logía, una inmensa importancia, porque' soncomo jalones inestimables que sirven paradeterminar las capas sedimentarias y su edadrelativa; pero bajo el punto de vista de la ge-nealogía de los moluscos tienen las conchas.muy poco interés, porque no solo son partesdel cuerpo morfológicamente inferiores, sinoque el grupo zoológico á que han pertenecidose desarrolló al principio de la edad primor-dial, de la cual no poseemos ningún fósil enperfecto estado de conservación. Para cons-truir el árbol genealógicp de los moluscos, me

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es forzoso, pues, recurrir á documentos to-mados de la ontogenia y de la anatomía com-parada, los cuales dan las siguientes acla-raciones. (Morf. gen. II, cuadro VI, páginaCIICXVI.)

De las cuatro clases conocidas de verdade-ros moluscos, ocupan el primer lugar los Es-pirobránquios (Spirobranehia), que siempreestán fijos en el fondo de los mares, y que confrecuencia se les denomina impropiamentebraquiopodos (Brachopoda). Esta clase soloestá representada en la actualidad por algu-nos tipos raros, por un corto número de lasespecies Língula, Terebratula y por otras for-mas análogas que constituyen los restos in-significantes de los grandes y multiformesgrupos que en las antiguas edades geológicasconstituían los espirobranquios. La inmensamayoría de los moluscos de la época silúricapertenecía á esta clase. Como sus larvas separecen en muchos caracteres á las de losbriozoos, se ha deducido que la clase de losespirobranquios descendía de los gusanos,que están muy cercanos á ellos. Los espiro-branquios forman dos sub-órdenes: el de losecardineos (Eeardines), y el de los testicardi-neos (Testieardines), que es el más elevado yel que está más desarrollado.

Media tanta distancia entre los espirobran-quios y las otras tres sub-clasés de los molus-cos, que se pueden reunir estas tres últimasen una sola, con el nombre de otocardios, pa-ra oponerlas á la primera. Los otocardios tie-nen todos un corazón provisto de un ventrícu-lo y de una aurícula, de los cuales carecen losespirobranquios; en los primeros, por otraparte,—y esto solo sucede en ellos—el sistemanervioso central forma un anillo exofágicocompleto. Podemos, pues, agrupar las cuatrosub-clases de los moluscos de la manera si-guiente:

* * • * • • > 2.»Lamelibranquios.II. Moluscos con

cabeza. fCphalophora.)

n i ) II. Olocardia.,_} 3."Gasterópodos.... '• (Conventrícu-

] 4.° Cefalópodos j loyaurícula.)

De las anteriores consideraciones resultaun dato importante para la historia de los mo-luscos, .confirmado por la paleontología, á sa-ber: que los espirobranquios están mucho máscercanos que los otocardios, del tronco pri-mitivo de todo el grupo. Los lamelibranquiosy los gasterópodos es de presumir fundada-mente que se han desarrollado, como dos ra-mas divergentes, partiendo de tipos muy cer-canos á los espirobranquios.

Los lamelibranquios ó filobránquios tie-nen, como los espirobranquios, una conchabivalva; pero mientras en los últimos una delas valvas cubre el dorso y la otra el abdomendel animal, en los primeros, por el contrario,la una cubre la mitad derecha y la ostra la mi-tad izquierda del cuerpo de aquel. La mayorparte de los lamelibranquios viven en el mar,encontrándose muy pocos" en el agua dulce.Esta clase se divide en dos sub-secciones: la delos asifónidos y la de los sifónidos; la segundaes posterior á la primera, de la cual procede.A los asifónidos pertenecen las otras, las aví-culas, las almejas, los jamoncillos, etc. Lossifónidos que están caracterizados por tenerun tubo respiratorio, comprenden las bucar-das, las tridacnas, los solennideos, etc.

Es probable que los moluscos sin cabezani dientes hayan producido los moluscos su-periores, que están caracterizados por una ca-beza muy desarrollada y un especial aparatodentario. La lengua de estos últimos soportauna placa armada de muchos dientes, cuyonúmero se eleva en nuestro caracol de las vi-ñas (Helix pomaíia), á 21.000, y en el gran ca-racol de los jardines (Climax máximus), á20.800.

Divido también á los codicíeos (Coehlides),ó gasterópodos (Gasteropodá) en dos sub-órde-nes: el de los perocéfalos (Peroeephala), y el delos delocéfalos (Deloeephala). Los perocéfalosse asimilan muy íntimamente, por una parte,á los lamelibranquios, y por la otra á los ce-falópodos. Los delocéfalos más perfectos sepueden subdividir en branquiales y pulmona-dos, perteneciendo á estos últimos los caraco-les terrestres, que son los únicos moluscosque han abandonado el medio acuático paraadaptarse al género de vida terrestre. La ma-yor parte de los gasterópodos viven en el mar;muy pocos en el agua dulce; algunos gasteró-podos de los rios tropicales, como son, los am-pularios, tienen costumbres anfibias; así selos ve arrastrarse en la tierra unas veces yotras en el agua, respirando po? branquiasen este último caso y por pulmones en el pri-mero, porque poseen los dos sistemas de ór-ganos respiratorios, como sucede á los neu-mobránquios y á los perennibránquios entrelos vertebrados.

El cuarto y más perfecto orden de los mo-luscos es el de los pulpos ó cefalópodos. Todosviven en el mar, y se distinguen de los gaste-rópodos, por tener ocho, diez ó más brazosdispuestos en forma de una corona que rodeala boca. Los cefalópodos actuales, las sepias,

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NÜM. 261. E. HAECKSl,—HISTORIA DEL REINO ANIMAL.

los calamares, los pulpos, los argonautas y losnautilos, son, lo mismo que los pocos espiro-bránquios que han quedado, los últimos res-tos del gran número de moluscos que repre-seutaban esta clase en los mares de las eda-des primaria y secundaria. La inmensa mul-titud de amonites, de nautilos y de belemnitesfósiles, confirma la predominancia, hoy per-dida completamente, de este grupo. Los pul-pos proceden seguramente de las ramas másinferiores del orden de los gasterópodos, delos pterópodos ó de sus análogos.

Las sub-clases y los órdenes comprendidosen las cuatro clases de los moluscos, cuya se-rie taxonómica se detalla en el cuadro nú-mero 1, demuestran, por su evolución históricay por su posición gerárquica correspondientes,la realidad de la ley del progreso. Sin embar-go, como estos grupos secundarios de moluscosno ofrecen por sí mismos ningún interés espe-cial, me limitaré á recomendaros el estudiodel bosquejo de su genealogía, delineada en elcuadro núm. 2, y el del árbol genealógico másdetallado que he publicado en mi Morfologíageneral; y pasaré á estudiar el grupo de los ra-diados.

Los radiados (Eehinodermaó Estrelles), á loscuales pertenecen las cuatro clases de los as-teridos, crinóideos, equinidos y holoturidos,constituyen una de las más interesantes divi-siones, á pesar de ser las menos conocidas, dejreino animal. Todos viven en el mar. Ningunode vosotros, por poco que haya visitado lasplayas ocecánicas, desconoce los dos tipos deequinodermos, llamados estrellas de mar ó as-tóridos, y los equinos ó erizos de mar. Tan es-pecial es la organización de los equinodermos,que es forzoso considerarlos como una clasezoológica completamente distinta; y sobre todoes conveniente no confundirlos con los zoófi-tos ó celentéreos, como sucede con frecuenciaen el día, que muchos los comprenden en unsolo grupo bajo la denominación de radiados,hasta el punto de que el mismo Agassiz ha de-fendido este error de Cuvier y de otros natu-ralistas.

Lo que caracteriza y distingue á los equi-nodermos de todos los demás animales, es lapresencia de un aparato locomotor de los mássingulares, que consiste en un sistema de ca-nales ó tubos entrelazados que se llenan deagua del mar, de fuera á dentro. Una vez in-troducida en aquellos canales, camina el aguaya en virtud de los movimientos de las cejasvibrátiles, ya por efecto de las contraccio-nes de las paredes tubulares, cuya sustancia

participa de la naturaleza del caoutehouc. Des-de aquellos tubos pasa el agua á, los numero-sos apéndices superficiales que son una espe-cie de pies, los cuales, distendidos por la pre-sión del líquido, son utilizados por el animalpara moverse ó para fijarse por medio de unaverdadera succión. Los equinodermos estánademás caracterizados por tener una incrus-tación particular en su piel, la cual en la ma-yor parte de ellos forma una especie de cotade mallas muy sólida, cerrada por todas par-tes y constituida por muchas plaquitas super*puestas. El cuerpo de casi todos los equinoder-mos está compuesto de cinco radios, ó antime-ras, simétricos dispuestos en estrellas al rede-dor del eje central del cuerpo, y soldados persu base. En algunas especies es mayor el nú-mero de radios, llegando á 6-9, á 10-12 y á .ve-ces á 20-40; pero en estos casos, el número delos radios no es fljo y suele variar hasta en losdiversos individuos de una misma especie.

Merced á los numerosos y comunmentebien conservados fósiles que poseemos de losequinodermos, y merced también ó su notableembriología individual y á su interesante ana-tomía comparada, conocemos mucho mejor suevolución histórica y su árbol genealógico quelos de los demás órdenes zoológicos, sin excep-tuar á los vertebrados. Utilizando estas tresseries de documentos, y comparando cuidado-samente los datos que de ellos se obtienen, sellega á reconstruir la genealogía de los equi-nodermos, expuesta detalladamente en miMorfología general (II, cuadro IV, pág. XLI-XLXXVII), y de la cual voy á hacer un breveresumen.

El grupo más antiguo, el grupo primario delos equinodermos, el tronco común de toda latribu, es la clase de las astéridas (Asterida).Existe un hecho que viene á confirmar estaopinión, dejando á un lado multitud de pruebassuministradas por la anatomía y la embriolo-gía; y este hecho es el número variable de losradios ó antímeras, que en todos los demás ra-diados sin excepción, jamás sube de cinco.Cada astérido está compuesto de un pequeñodisco central de cuya circunferencia se irra-dian, en el mismo plano, brazos» articulados ennúmero de cinco ó más. Cada brazo de los as-tóridos corresponde, por toda su organización,á un gusano articulado de la clase de los ané-lidos. Por esta razón creo que se debe consi-derar á la asteria como una agregación, uncormus, de cinco ó más gusanos articuladosque se han desarrollado por gemación radia-da al rededor de un gusano central, el cual ha

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suministrado, á los gusanos articulados dis-puestos en estrella, el orificio bucal y la cavi-dad digestiva común que se encuentran en eldisco central de la asteria. La extremidadsoldada que se abre en la cavidad central deldisco medio es verosímilmente la extremidadposterior del gusano primitivo.

Algunas veces se observa en los gusanosno articulados- que muchos individuos se agru-pan del mismo modo en estrella, como porejemplo sucede álos botrílidos y á las ascidias,compuestas de la clase do los tunicados, enlos cuales los gusanos se reúnen y sueldan porsus extremidades posteriores, y tienen un anoó cloaca común, conservando, sin embargo,cada gusano en su extremidad anterior el ori-ficiobucalindependiente. En los astéridos, esteúltimo orificio se ha obliterado en el curso dela evolución del tipo, mientras la cloaca cen-tral se convertía en un orificio bucal común.

Los astéridos, según esto, muy bien puedenser agregados' de gusanos, que han procedidode los verdaderos gusanos anélidos ó colel-mihtos, por virtud de una gemación en formade estrella. La anatomía comparada y la on-togenia de los astéridos (Colastra) y de los gu-sanos anillados, deponen con gran fuerza enfavor de esta hipótesis, Por su extructura in-terna, los anélidos se parecen mucho á losbrazos ó radios aislados de la astórida, cadauno de los cuales está compuesto., lo mismoque un gusano anillado ó artropodo, de meta-meras ó segmentos análogos y colocados unodetrás de otro en serie lineal. El cuerpo deuno y otro está surcado, en sentido longitu-dinal, por un cordón nervioso central colocadosobre el vientre; cada metamera lleva un parde pies inarticulados y está provista, lo máscomunmente, de una ó muchas espinas rígidascu> a conformación es análoga á la que se ob-serva en los anélidos, por lo cual cada brazodel astórido ouede vivir aisladamente y con-vertirse en un astórido de cinco brazos, porefecto de una gemación en forma de estrellaproducida en una de sus extremidades.

Pero las pruebas más decisiva s que apo-yan esta hipótesis se obtienen por medio de laontogenia y embriología individual de losequinodermos. Hasta 1848 no se habían des-cubierto los hechos principales de esta onto-genia; y al ilustre zoólogo de Berlín, JuanMüller, se debe exclusivamente este descu-brimiento. Si se comparan, un astórido vul-gar (Uraster), una comátula (Comatulá), unequino (Eehinus) y un synapto (Synapta), severá que á pesar de su gran diferencia de for-

mas, estos cuatro representantes de las di-versas clases de radiados son completamentesemejantes al principio de su evolución. Elhuevo da primeramente nacimiento á unagástrula de la cual procede un organismo en-teramente distinto del de los equinodermosque están completamente desarrollados, peroque se aproxima mucho á las larvas ciliadasde algunos gusanos articulados (gusanos ra-diados y anélidos). Este extraño organismose considera habitualmente como una larvade los equinodermos; es como si dijéramos«su nodriza.» Es de pequeñas dimensiones,trasparente, nada en el mar girando con laayuda de pestañas vibrátiles dispuestas enforma de cinturon, y está siempre formado pordos partes simétricas. El equinodermo adulto,por el contrario, es mucho más voluminoso(comunmente cien veces mayor), es comple-tamente opaco, se arrastra en el fondo delmar y está siempre compuesto de cinco partes .semejantes dispuestas en radios.

El equinodermo perfecto procede de unagemación particular, que se verifica en el in-terior de la «larva-nodriza,» de la cual soloconserva la cavidad digestiva. Es precisoconsiderar á la larva-nodriza de los equino-dermos como un gusano solitario que produ-ce, por gemación interna, una segunda gene-ración, cuyos individuos tienen la forma deun agregado de gusanos unidos entre sí y dis-puestos en estrella. En todo esto no hay másque una generación alternada ó metagenesiasin el menor indicio de «metamorfosis,» comoequivocadamente y con frecuencia se ha su-puesto por algunos. Una generación alter-nada análoga se observa también en otrosgusanos, especialmente en algunos gusanosde forma estrellada (Siponeulides), y en losgusanos encintados (Nemerünes). Recordandola ley biogenética fundamental y trasportan-do la ontogenia de los equinodermos á su filo-genia, se aclarará toda la evolución históricade los equinodermos y se verá su gran senci-llez, en tanto que, sin el auxilio de esta hipó-tesis, siempre será un enigma imposible deresolver. (Mor/, gen., pág. 95-99.)

Aparte de las razones expuestas, hay mul-titud de hechos, especialmente los que se re-fieren á la anatomía comparada de los equi-nodermos, que manifiestamente deponen enfavor de mi hipótesis genealógica. Cuando laexpuse,por primera ,vez en 1866, muy ajenoestaba de sospechar la existencia de gusanosanélidos fósiles que confirmasen mis conjetu-ras: sin embargo, estos gusanos existen. En su

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NÚM.2M. B. HAECKKL.--HISTORIA DEL.ROTO ANIMAL. > 233

Memoria «sobre un equivalente alemán de lapizarra talcosa de la América del Norte,» handescrito Geinitz y Liebe, en 1867, un númerode gusanos anélidos silúricos, que han confir-mado plenamente mis previsiones. Aquellosnotables gusanos se encuentran, en gran can-tidad y en perfecto estado de conservación, enlos pizarrales de Wurzbach en el principado deReuss; su estructura es la de un radio articu-lado de astérido, y es evidente que han debidotener una cubierta sólida, una resistente en-voltura cutánea, igual á la que además se en-cuentra en otros m uchos gusanos. El númerode segmentos del cuerpo ó metámeras es muyconsiderable, hasta el punto que, no teniendoel animal sino media pulgada ó un cuarto depulgada de ancho, suele ser su longitud dedos ó tres pies. Las impresiones perfectamen-te conservadas de aquellos animales, comoson las del Phyllodocites thurhglaeus y las delCrossopodia Henrier, se parecen tanto á losradios de muchos astéridos anillados, que esmuy verosímil que entre unos y otros existauna real consanguinidad. A este grupo de gu-sanos primitivos, al cual ha pertenecido se-gún todas las probabilidades la forma ante-pasada de los astéridos, le he dado el nombrede gusanos con coraza (Fraethelmintos).

Otras tres clases de equinodermos han pro-cedido evidentemente, mucho más tarde, de laclase de los astéridos y deben probablementesu forma al grupo de los gusanos radiados, delos cuales han descendido. Los que menos seseparan del tipo antepasado son los crinoi-deos (Crinoida); pero han perdido la facultadde moverse libremente y se han fijado, pormedio de una especie de tallo más ó me-nos largo, por más que algunos crinoideos,como sucede á las comatualas, acaban porsepararse de aquel tallo. Es indudable que,en los crinoideos, tienen los gusanos elemen-tales un grado menor de independencia y deperfección que en los astéridos, aunque siemprepresentan brazos más ó menos articulados éinsertos en un disco central y común. Se pue-den, pues, reunir los crinoideos y los astéri-dos para formar con ellos la gran clase de loscolobraquios (Colobraehia).

En las otras dos clases de los equinoder-mos, en los equinidos y holoturidos, no existenbrazos articulados independientes; por efectode un trabajo persistente de centralización,aquellos brazos se han fundido completamenteen el espesor de un abultado disco centralque actualmente tiene el aspecto de-una sim-ple bolsa ó de una cápsula. El agregado de

individuos, que existían primitivamente, haquedado reducido á uno solo, á una sola per-sonalidad. Se pueden, pues, reunir estas dosúltimas clases de equinodermos sin brazos,en una que llevará el nombre de lipabraquios,por oposición á los colobraquios. La primeraclase de los lipobraquios es la de los equíni-dos: los animales que la componen se llamanasí á causa de las numerosas y frecuente-mente grandes espinas de que está revestidasu cubierta caliza, la cual está sólida y artís-ticamente construida, y tiene la forma funda-mental de una pirámide de cinco caras. Escasi seguro que los equinidos han procedidocasi directamente de una rama de los astéri-dos. La sucesión histórica de las divisionessecundarias de los equinidos, lo mismo que lade los órdenes correspondientes de los crinoi-deos y de los astéridos, es una notable confir-mación de la ley de progreso y diferenciación,porque á cada nuevo período geológico se vé,á las diversas clases, multiplicarse y perfec-cionarse sin cesar. (Morf. gen. II, lámina IVj)

La historia de las tres primeras clases deequinodermos está perfectamante trazada enmuchos y muy bien conservados fósiles; pero^en. cambio, casi nada sabemos de la evoluciónhistórica do la cuarta clase, ó sea la de losholoturidos (Holothurice). En su aspecto exte-rior ofrecen aquellos caprichosos equinoder-mos, en forma de cohombros, una aparenteanalogía de forma con los gusanos. En estaclase la sólida cubierta cutánea es muy im-perfecta, por lo cual no pueden existir restosfósiles bien conservados del largo, cilindrico -y vermiforme cuerpo de aquellos animales;pero la anatomía comparada de los holoturi-dos permite deducir que aquellos animaleshan descendido con seguridad de uno de losgrupos de equinidos por efecto de haberse YQ>-blandecido su coraza.

ERNESTO HAECKEL.

(Traducción do Claudio Cuyeiro.)

(Concluirá.)

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234 REVISTA EUROPEA.r—23 DE FEBRERO DE 1879. NÚM. 261

i .

CLASIFICACIÓNde las cuatro clases, de las ocho sub-clases y de los veintiún órdenes

de los moluscos.

CLASES

de los moluscos.

SUBCLASES

de loa moluscos.

ÓRDENES

de los moluscos.

I.—MOLUSCOS SIN CABEZA Y SIN DIENTES.

Aeephala ó Anodonta.

I.Espirobránquios ó Braquio-

podos

I. Ecardíneos..

II. Testicardíneos..

.n.Lamelibranquios ó Filobrán-'j

quios

'III . Asiphonia 67

. Siphoniata.

Lingulida.Oraniada.

Sarcobraquiones.Sclerobraquiones.

Monomya.Heteromya.Isomya.

Integripalliata.Sinapulliata.Inclusa.

II.—MOLUSCOS CON CABEZA Y CON DIENTES.

Cephalophora ú Odontophora.

V. Perocéphala.

III.Coelídeos ó Gasterópodos •

VI. Delocóphala.

IV.Pulpos ó Cefalópodos.

VIL Tetrabranchia

VIII. Dibranchia.

11 Scapbopoda.12 Pteropoda.

13 Oposthobranchia.14 Prosobrancbia.15 Heteropoda.16 Chitonida.17 Pulmonata.

18 Nautilida.19 Ammonilida.

20 Decabraquiones.21 Octobraquiones.

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NÚM.26d. É. HAEGKEL.—HISTORIA DEL REINO AN1MAE.¡

NUMERO

ÁRBOL GENEALÓGICO DE LOS MOLUSCOS.

P ulmo nado s.

Heterópodos.Prosobránquios.

Lipobránquios.

Gymnobránquios.Pleurobránquios,Opistobránquios.

Dibranquios.

Tetrabránquios.Cefalópodos.

Quitonidos.

Deloeéfalos.

Esclerobraquios

Sarcobraquios.Tesüear dineos.

Ecaridineos.

Inclúseos.I

Sinupaliáteos.

Integripaliáteos.Sifoniateos.

Asifoniáteos.Lamelibranquios.

Pteropodos.

Escafopodos.

Peroeé/alos.Coelídeos.

Otocardios.Espiíobránquios, que tienen aurículas y ventrículos cardíacos.

Promoluscos.Moluscos de corazón sencillo.

(Gusanos.)

Gastrsea.

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236 REVISTA EURQPEA.-<-23 DE FEBRERO DE 1879. NÚM. 261

NUMERO 3.

CLASIFICACIÓNde las cuatro clases, nueve sub-clases y veinte órdenes de los Radiados.

(Véase mi Morf. gen.; II, lámina iv, páginas LXXII-LXXVII.)

CLASESde los equinodermos.

I.Asterida

II.Crinoida

III.Echinida

IV.Holothuriae

SUB-CLASES

de los equinodermos.

I. Actinogastros <

II. Discogastros <

III. Brachiata

IV. Blastoidea

V. Cystidea

' VI. Palochinida

VIL Antechinida

VIII. Eupodia

IX. Apodia

ÓRDENES

de los equinodermos.

1 Tocastra.2 Colastra.3 Brisingastra.

4 Ophiastra.5 Phytastra.6 Crinastra.

7 Phatnocrinida.8 Colocrinida.

9 Pentremitida.10 Elentherocrina.

11 Agelucrinida.12 Sphseronitida.

13 Melonitida.14 Eocidarida.

15 Desmosticha.16 Petalosticha.

17 Aspidochirota.18 Dendrochiroa.

f 19 Liodermátida.¡20 Synaptida.

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HÚM.261. E. HAECKEL.—HISfOñlA DEL REINO ANIMAL.

NÚMERO S.

ÁRBOL GENEALÓGICO DE LOS EQUINODERMOS.

Synaptídeos.

ipatfDisasteridos.

Aspidoquiróteos.

Spatanffidos.Clipeástrídos.

Liodermátidos.Apodios.

Casulídeos.Potalósticos.

Equinónidos.

Galeritidos.Equinometridos.

Dentiroquiroteos.Salenidos.

IEupodios.

Holoturias.

Latistéleos.

Fitastros.

Ofiastros.Discogastros.

Brisingastros.

Colastros.

Angustueleos.DemoStíqueos.Antequínidos.

Colocrinidos.Esferonitidos.

Eocidáridos.

Agelacrínidos.

Cystídeos.

Melonitidos.Palequinidoa.

Equinidoa.

Eleuterocrínidos.

^Phatnocrin.Braquiateos,

Pentremítidos.Blastoideos.

Braquiáteos.

Crinoideoa. .Crinástros.

Tocastros.Actinogastros.

Asterias.

Fracthelmintos.

Coelomatos.

Gastrea.

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238 REVISTA EUROPEA.^-23 DE FEBRERO DE 1879. NÚM. 261

SCHARNHORSTY LA REOBQANIZACION DEL EJÉRCITO PRUSIANO

DESPUÉS DE LA PAZ DE TILSITT.

A últimos del pasado siglo y principios delactual, el ejército prusiano aún vivia con latradición del gran Federico. La mayor partede los generales de la citada época, y con ellosel pueblo, se habian acostumbrado á conside-rar los ejercicios de la plaza de Potsdam co-mo la palabra final de la táctica militar.

Sin embargo, la necesidad de reformas ra-dicales se dejaba ya sentir en el ejército porconducto de algunas individualidades Gra-cias á la energía de Frerher von Stein, deScharnhorst y de otros genios elevados, lasideas tomaron cuerpo, el ejército prusiano sereorganizó sobre las bases que hoy dia tiene.A Scharnhorst, sobre todo, corresponde laprincipal iniciativa en el asunto y los glorio-sos resultados de la reforma efectuada.

Gerardo von Sharnhorst, nació en Borde-neau, Hannover, cuando comenzaba la guer-ra de siete años; era hijo de un labrador bienacomodado que habia servido en el arma decaballería hasta obtener el grado de cuartel-maestre. Desde su más tierna edad demostróuna afición decidida por la carrera militar;los hechos guerreros de los antiguos camara-das de su padre le entusiasmaban por com-pleto, leyendo al mismo tiempo con febril avi-dez los libros militares que caian en sus manos.

En su instrucción primaria hubo bastantedescuido; ya tenía cerca de 15 años cuandoempezó á darle lecciones de matemáticas uncapitán retirado residente en el país, estudioen el que más tarde hizo admirables pro-gresos. *

A los 18 años entró, seguramente por rei-terados deseos de su padre, al servicio delConde Guillermo de Schaumburgo de Lippa,cuya escuela de guerra en Wilhemstein, eracélebre. Schanrhorst, no obstante la insufi-ciencia de sus conocimientos elementales, notardó en distinguirse, llamando la atención desus profesores y d.e su noble protector. Su mé-todo para el trabajo (que lo publicó despuésen la Biblioteca militar) atestigua un profundosentimiento del deber, demostrando al mismotiempo aquella voluntad férrea y aquella per-severancia que este grande hombre puso lue-go al servicio de la Prusia para darla mereci-da gloria.

Cuando murió el Conde Guillermo, Scharn-horst, que apenas contaba 22 años, abandonó

la escuela militar y permaneció algunos me-ses al lado de sus padres; luego obtuvo en co-misión una plaza honoraria de abanderado enla caballería hannoveriana, pero á poco se lenombró profesor en la escuela militar de suregimiento. Sus eminentes cualidades comohombre y como maestro de los jóvenes alum-nos que aspiraban á ser oficiales le dieron áconocer en todas partes y aumentaron la me-recida reputación que ya habia adquirido enel 8.° de dragones; no solo puso especial cui-dado en cultivar la inteligencia y en desarro-llar la instrucción entre sus discípulos, sinoque con su ejemplo, sus escritos y sus discur-sos procuraba se dedicasen con gusto á los es-tudios serios.

Eu 1782 entró en la escuela de artillería deHannover, en la cual estuvo diez años; allíenseñó matemáticas, geometría, fortificación,artillería y táctica, dedicándose, sobre todo,á desarrollar el criterio de sus discípulos, puestenia el convencimiento que la ciencia por sísola es menos útil en la guerra que la inteligen-cia y el raciocinio del oficial, quien está llama-do á resolver los problemas eon rapidez y juiciosámente. Sus escritos, durante aquella época,no se contraen á presentar á Scharnhorst co-mo profesor, sino que contribuyen también ádarle justa fama de futuro organizador.

Sin embargo de su modesta posición (erateniente en 1781) no dejó de aprovechar todaclase de oportunidades para revolverse con-tra los abusos; condenaba el sistema de as-censos vigente á la sazón, y, cosa extraordi-naria en aquellos tiempos, proponía que paraobtener el grado de oficial se examinasen losinteresados ante una Junta competente. Abri-gaba un convencimiento tan íntimo de que elmal se hallaba profundamente arraigado, queescribía con un valor digno de elogio y ocu-pándose de asuntos relativos á la escuela:«No debe -olvidarse y repetirse de continuoque todo reglamento será inútil mientras nosea respetado por cuantos tienen la autoridady la consideración, mientras no se recompen-se el celo en el servicio, mientras no se dis-tinga á quien se haga notar por su saber ymientras el parentesco y las recomendacio-nes sustituyan al mérito.»

La influencia de Scharnhorst aumentó conla creciente importancia de la Escuela de ar-tillería, la cual se trasformó en 1789 en Aca-demia de ingenieros y artilleros. Entonces pu-blicó su Manual de oficiales sobre la cienciaaplicada de la guerra, libro todavía estimadoen nuestros días; otros extensos trabajos,

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tanto militares como literarios, siguieron á laobra citada; también daba lecturas particula-res con objeto de excitar entre sus compañe-ros y antiguos discípulos el gusto por la ins-trucción profesional. En la Escuela de artille-ría permaneció hasta el momento en que elHannover tomó parte activa en la guerra dela gran coalición.

Scharnhorst seguía con vivo interés todaslas peripecias de la revolución que se verifi-caba del otro lado del Rhin, tanto en los asun-tos políticos como militares, pues previa quesu patria habia de tomar, más pronto ó mástarde, parte activa en una guerra contra Fran-cia. Su privilegiado talento y su rara perspi-cacia le permitían juzgar de un modo muydistinto al de la mayor parte de sus contem-poráneos y compañeros los acontecimientosque siguieron al convenio de Pilnitz, evitandomirase con desprecio las medidas tomadasen Francia por el partido avanzado al aproxi-marse los aliados al Mossa y al Argonne, des-pués de la toma de Longwy.

La orden de movilización de las tropas fueacogida con entusiasmo en el Hannover; unagran parte del pueblo y del ejército creían fá-cil empresa el vencer unas tropas en plenadescomposición, reclutadas sin amor al oficio,reunidas en muy poco tiempo y mandadas poraventureros ó sargentos perjuros.

El 18 de Marzo de 1793, Scharnhorst, capi-tán honorario de artillería, marchó con la di-visión de la misma arma perteneciente alcuerpo auxiliar hannoveriano para reunirseá los ingleses en Holanda.

La campaña en 1793 parecía en un princi-pio favorable á los aliados; los prusianos searrojaron sobre el, Erzog-busch, los austría-cos del Roer sobre la Bélgica.

El heroico gran duque (el archiduque Car-los) que, diez y seis años después y á orillasdel Danubio, habia de desvanecer el errorfuertemente arraigado acerca de la invenci-bilidad de Napoleón, fue destinado por lasuerte para desbaratar el impulso de los re-publicanos, electrizados por sus victorias du-rante la anterior campaña; merced á la te-meraria ofensiva del archiduque, en Neer-winde introdujo el desorden y espanto en elejército francés. Desgraciadamente el movi-miento de avance de los aliados, cuando yase hallaban en el territorio de la república,fuó mucho más lento.

En vez de la enérgica ofensiva aprobadaal verificarse la conferencia de Amberes, ca-da cual quería trabajar por cuenta propia;

los austríacos se apoderaron de Conde, Va-lenciennes y Quesnoy, en la Flandes france-sa, y los ingleses ocuparon las plazas maríti-mas del mismo territorio. ¿Tiene algo de ex-traño que esta manera de hacer las cosas nodiese ningún resultado serio?

Entonces, cuando los generales francesesadoptaron una actitud enérgica por el temor,que les inspiraba el Comité de salvación publi-ca, los aliados fueron arrojados de la Bélgica,¡

retirándose en direcciones opuestas; los ingle-»ses, hannoverianos y los del ducado de Hessehacia Holanda y los austríacos detrás delRhin.

Después de gloriosos y desgraciados com-bates sobre el Maas, el Rhin .inferior, el Issely el Wecht, se replegaron los mismos aliadosá la otra orilla del segundo rio citado, renun-ciando á la esperanza de proteger la Holanda.

Por la famosa paz de Basilea, útil tan solo¡á los intereses de la Prusia, se cedía á la Fran-cia la orilla izquierda del Rhin, y casi se po-nian en- sus manos los Estados del Sur; asíterminó también la guerra con el Hannover,amenazándole con la anexión si rechazaba laneutralidad exigida á los otros Estados de laAlemania del Norte. .:•

Durante esta guerra, Scharnhorst se dis-tinguió en la batalla de Hondschoote, en laretirada de los ingleses sobre Fumes, toman-do una parte gloriosa en la defensa de Menin.

Por decreto de 27 de Junio de 1794, fue nom-brado mayor y ayudante cuartel-maestre ge-neral. Esta nueva situación le puso en inti-mas relaciones con el general Walmoden, quemandaba entonces el ejército hannoveriano.:Después de dos años de ausencia, volvió á suantigua guarnición de Hannover, donde seconsagró con más celo que nunca á trabajosliterarios, sin descuidar las lecciones de la es-cuela de artillería.

A pesar de todo, no obstante los grandesservicios que habia prestado á su país, no es-peraba ascender en lo sucesivo el hijo de unhumilde labrador; se le negó el mando de unregimiento, y entonces concluyó por aceptarlas ventajosas proposiciones que se le hicie-ron para su pase al ejército prusiano.

Aun cuando el recibimiento fuó extrema-damente afectuoso, Scharnhorst comprendiódesde luego las dificultades que le originabasu empleo de teniente coronel de artilleríasiendo tan joven; pero su perseverancia y suenergía no tardaron en triunfar de esas difi-cultades.

Confiando en sí mismo, se consagró con

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verdadero empeño á disipar la ojeriza tomadacontra un intruso extremadamente favorecido;pero comprendiendo que su objeto no lo con-seguiría nunca en el cuerpo de artillería, con-centró toda su actividad en llenar á concien-cia la misión que le fuó confiada á su ingresoen el ejército prusiano: la enseñanza de losjóvenes oficiales de la Academia real.

Scharnhorst veia en esto un medio segurode reorganizar el ejército, y obtuvo un éxitocompleto al conseguir que fuese el plantel delEstado Mayor prusiano.

Precisamente en aquella época la clase deoñciales tenia una composición deplorabilísi-ma; pero Scharnhorst consiguió infundir susideas en ciertos hombres de elevado criterio,con los cuales llegó á establecer en principioque toda reforma debe tener por base el perfec-cionamiento de la dase de oficiales. Bajo esteprograma buscó inteligentes colaboradoresentre los muchos jóvenes que cursaban susestudios en la Academia.

En 1804 recibió el mismo centro de enseñan-za una nueva organización basada sobre losprincipios de Scharnhorst, Clausewitz, Doh-sia, Grollman, Thiele, Rutile, Valentiniyotroshombres eminentes que al salir de la Acade-mia permanecieron unidos á su apreciableprofesor por lazos de amistad y reconocimien-to; ellos fueron los que después de la ruina dosu patria reclamaron con el entusiasmo de lajuventud el desquite, el cual lo había prepara-do eficazmente su maestro.

Para ensanchar el círculo de los proséli-tos , para facilitar el cambio recíproco deideas, creó Scharnhorst la Sociedad militar deBerlín, que todavía existe en estado florecien-te; el número de los socios se aumentó de cliaen día, y hombres de talento, pero profanos ála ciencia, de la guerra, tales como Freuherde Stein, Stütger, etc., tuvieron á mucho ho-nor el formar parte de la Sociedad. Para pre-miar sus eminentes servicios, Scharnhorstfuó ennoblecido y nombrado coronel de Esta-do Mayor.

Las complicaciones surgidas en Hannoverconstituyeron los preliminares de aquellosacontecimientos en los que la Prusia quedócolocada al borde del abismo.

La campaña de 1806-1807, es bastante co-nocida.

Scharnhorst pasó al estado mayor del du-que de Brunswick; la falta de resolución, elorgullo, la ligereza del mando en jefe no per-mitieron al inteligente militar que desplegaseBUS grandes cualidades de hombre de guerra.

Los paseog estratégicos del duque no sir-vieron más que para dar tiempo á los france-ses á que redoblasen su ataque sobre el alaizquierda; siguieron las catástrofes de Jena yAuerstaedt; Scharnhorst tomó una parte glo-riosa en este último combate.

Los restos del ejército prusiano huyeron endirección Norte para refugiarse detrás deElba, en Magdeburgo. Scharnhorst, herido, seincorporó á Blucher y le impulsó á que cubrie-se la retirada hasta Lubech, donde fue hechoprisionero con el resto de las tropas; canjeadopor otro coronel francés se dirigió á Koenigs-berg para ponerse á las órdenes del rey.

Después de la paz de Tilsitt, fue nombradomayor general (brigadier) y presidente de lacomisión de reorganización militar; entoncesle hizo un ventajosísimo ofrecimiento la Ingla-terra, el grado de general, y la dirección deuna Academia de artillería. Así aseguraba elporvenir de su familia y un cargo consagradoexclusivamente á la ciencia; las desdichas dela Prusia acaso pudieran impulsarle ávacilar;pero su patriotismo le decidió á no moverse,si bien con una sola condición, la de no perderla confianza del rey, en la cual cifraba su pro-pósito de llegar á una restauración moral ymaterial del país.

Comenzó su tarea por rodearse de buenoscolaboradores; Gneisenau, Grollmau, Boyen,ingresaron en la comisión reorganizadora, ála que también pertenecía Stein por sus cono-cimientos especiales sobre las relaciones exis-tentes entre las instituciones civiles y milita-res; sin embargo, el mayor obstáculo era la-ocupacion francesa; pero la energía de Schar-nhorst triunfó de todo.

Una seria tentativa tuvo lugar para derri-barle; durante su Ministerio se había creadoenemigos que se unieron al partido francéscon objeto de pedir á Napoleón el alejamientode Schanhorst; el rey llamó al Gabinete Har-demberg; el coronel de Hacke fue nombradojefe de Estado mayor, inspector de fortalezasy establecimientos de instrucción, si bien conla cláusula expresa de dejar realmente á Schar-nhorst la dirección del departamento de laGuerra.

Una vez que hemos reseñado á grandesrasgos cómo preparó su obra y la dio solidez,á pesar de los ataques de sus enemigos, solonos resta, para terminar el cuadro, hacer unexamen de los medios empleados en tan nobleempresa.

El primer proyecto de la comisión reorga-nizadora fuó el establecer otra comisión infor-

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madura, cuyos individuos eseogidos con mueht-simo cuidado y bajo la presidencia de uno delos hermanos del rey, propusieron la depura-eiondelejéreito. Este tribunal trabajó hasta 1812con severidad y conciencia, según dicen los es-critores de aquel tiempo, en eliminar de lasjilaslos elementos incapaces ó poco dignos. A la ca-beza de las tropas se pusieron Ios-militaresmás distinguidos; el príncipe Augusto manda-ba la artillería, Gneisenau los ingenieros, etc.

Los reformadores partían del principio deque un ejército se necesita para la guerra, yque la paz debe ser su preparación.

El tratado de París obligaba á laPrusia á notener más que 40.000 hombres sobre las armasdurante diez años; de tal modo perdía el ejér-cito prusiano toda esperanza de regeneración.Profundamento convencido de este obstáculo,Scharnhorst entregó al rey una Memoria aca-bada respecto al sistema de organización porla creación de una milicia, proponiendo medi-das para levantar el patriotismo y el espíritunacional; el monarca se opuso á este proyectode Landwehr, que no fue una verdad hasta laruptura de la paz de París.

Esperando la anterior ruptura, Schar-nhorst encontró medio, gracias al sistemaKrümper, de constituir el ejército prusiano detal modo, que en 1813, al verificarse el tratadode Kalisch, la Prusia contrajo la obligación,sin vacilar, de poner 80.000 hombres sobre lasarmas, perfectamente instruidos y equipados.

Para no gravar demasiado al Tesoro, yaexhausto con los gastos originados por el mo-vimiento de tropas, aumento de la paga deoficiales, completa trasformacion del equipoy armamento y arreglo de fortalezas, Schar-nhorst hizo todas las economías posibles, lle-gando hasta el extremo de ceder voluntaria-mente parte de su sueldo de general.

Entonces publicó su notable obra Regla-mento de ejercicios, que el ejército prusianoconservó durante muchos años sin variar unasola letra; libro en el cual se daban instruc-ciones precisas sobre las maniobras y ejerci-cios. Contribuyó á la supresión de la antiguaAcademia militar, á la creación de tres escue-las de aspirantes al empleo de oficial y á lainstitución de la Academia de guerra.

Esta Academia ha llegado á elevar á granaltura el desarrollo intelectual del ejército, áimpulsar á los oficiales á que busquen mayorinstrucción, debiendo advertir que aun ennuestros dias, sin haber sufrido modificacio-nes importantes, continúa llenando su nobleobjeto, á saber: «propagar en el ejército el

TOMO XIU,

«sentimiento del deber y el gusto por la ins-«truccion, partiendo del principio de que los«hombres instruidos y de valor se hallan más«dispuestos á cumplir su cometido y al sacri-«ficio de su vida que los que cumplen ese mis-»mo deber como si fuesen unos autómatas.»

Después de haber expuesto á grandes ras-gos el cuadro de la reforma del ejército pru-siano, una vez firmada la paz de Tilsitt, y,sobre todo, después de haber hecho justicia áese hombre, al cual le debe la Prusia, no solosu resurrección á partir de 1807, sino sus últi-mos triunfos, únicamente nos resta decir al-gunas palabras sobre los postreros dias deScharnhorst.

Al fin le fue dado ver al ejército que habíaorganizado en el corto período de seis añosllenar su cometido sobre el campo de batallade Lutzen, con sorpresa del enemigo y admi-ración de los contemporáneos, llevando á caboacciones, no solo capaces de borrar la anti-gua vergüenza, sino encaminadas á que revi-viese laesperanza de un brillante desquite.

Herido gravemente el 2 de Mayo de 1813,Scharnhorst, exagerando una momentáneamejoría de su mal, emprendió un viaje á Vie-na con objeto de que el Austria formase par-te de la alianza, y murió en Praga, despuésde una marcha tan larga como fatigosa. Antesde su muerte, con la entrada de los austríacosen la gran coalición, sedió un paso eficaz paraarrojar á los franceses de la Alemania.

—Como el más digno correo, portador de lanueva de la resureccion patria, el gran hom-bre se remontó á la morada de los dioses, se-gún las palabras de Arndt en el poema quecompuso á la memoria de Seharnhorst.

El Comandante del Estado Mayor alemán,

JOHANN S A M O N I G G .

(Traducelon de Arturo Cotarelo.)

DE LA BELLEZAJEN LA MÚSICA.CAPITULO III.

LA BELLEZA.EN LA MÚSICA.

La parte de nuestro trabajo terminada conel precedente capítulo, ha sido negativa, pueshemos tratado exclusivamente en ella de des-truir la falsa teoría de la belleza musical fun-dada en la expresión de sentimientos. Hemoshecho el bosquejo que ahora debemos llenarcon la parte positiva de la discusión, dandorespuesta á la pregunta ¿cuál es la naturalezade lo bello en música?

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1.a especifica de la música, ya hemos tenidoocasión de decirlo. Por esto entendemos ungénero de "belleza independiente que no nece-sita tomar de fuera su sustancia y existe úni-camente en los sonidos y sus combinacionesartísticas. La correlación bien ordenada desonoridades llenas de encanto por sí propias,que se acoplan, se rechazan, se huyen, seencuentran; su vuelo, su extinción; eso es loque en formas libres se presenta á nuestro es-píritu, dando a la música el placer estético dela belleza.

El elemento primordial de la música es laeufonía; su esencia el ritmo. Ritmo en general,como armonía de la construcción simétrica, yritmo en sentido menos lato, como movimien-to regular de los miembros de frase aislados,ó sean los dibujos en la medida. La materiacon que el músico crea, y cuya incomparableriqueza no se meditará nunca bastante, sonlos sonidos con la posibilidad de modificarloshasta lo infinito, en la melodía, la armonía yel ritmo. Inagotada ó inagotable la melodía, sepresenta la primera con su noble carácter deprincipal elemento de belleza musical; luegoviene la armonía con sus mil recursos, cuyofin no se ha encontrado aún; después el ritmo,arteria de la vida musical, que los reúne por-medio del movimiento; y en fin, los maticesque prestan colorido de la manera más diver-sa y atractiva.

Si ahora se nos pregunta qué debe expre-sarse con esos medios, responderemo's: ideasmusicales. La idea musical completamenteformulada, es ya una belleza independiente deninguna otra condición: no tiene más fin queella propia, y no es en modo alguno medio ómateria que sirva para expresar sentimientosni pensamientos.

¿Qué contiene, pues, la música? Nada másque formas sonoras y movibles.

La manera con que puede hacer gala dehermosas formas sin tener por tema un sen-timiento determinado, guarda material ana-logía con un ramo de la arquitectura de orna-mentación: el arabesco. En este se ven líneasque parecen vibrar, aproximándose insensi-blemente á veces, alejándose otras y levan-tándose atrevidas, se separan, se encuentran,se juntan en arcos grandes y pequeños; infini-tas al parecer, y siempre perfectamente coor-dinadas, en todas partes contrastan ó se cor-responden como reunión de individualidadesque forman un todo. Figurémonos ahora unarabesco, no sin vida ni movimiento, sinoanimándose en una especie de ontogenesía

continua. Ved las líneas de todos tamañosque se persiguen ó se lanzan en graciosacurva, subiendo de un salto á orgullosas altu-ras; después caen y se alejan bruscamente desus compañeras para volver más lejos á reu-nírseles formando un haz con ellas: recrean-do la vista con lindas alternativas de actividady reposo, con siempre nuevas sorpresas. Elcuadro es ya más noble y elevado. Pero va-mos aún más allá, y representémonos el ara^besco, vivo cual activo destello de Un talentode artista, cuya imaginación entera pasa entrabajo incesante á través de mil fibras quesienten: la impresión que nos produzca, ¿notendrá algún parecido con la que la músicanos hace sentir?

El juego de formas y colores en el kalei-dóscopo nos ha divertido á todos en nuestrosprimeros años. La música es también un ka-leidóscopo de altura incomparablemente máselevada en la escala de los fenómenos. Nos-presenta continua y variada sucesión de her-mosas formas y colores que pasan poco á po-co ó contrastan entre sí con violencia, aunquedando simétricas y proporcionadas. Laprincipal diferencia consiste en que el kalei-dóscopo sonoro aparece como emanación in-mediata de un espíritu que crea, en tanto queel que solo sirve para los ojos no pasa de serun juguete ingenioso. Si se quiere asimilar elcolor á la música, no ya con el pensamiento,sino en realidad, y tomar los medios de acciónde un arte para dotar á otro con ellos, enton-ces se llega á «la clave de los colores» ó al«órgano ocular,» niñerías cuya invenciónprueba, no obstante, que los dos fenómenostienen algo de común entre sí.

Si algún sensible amigo de la música cre-yese que se humilla á nuestro arte con estasanalogías, le responderemos que se trata solode saber si son ó no exactas. Enseñar á cono-cerla mejor, no es rebajar una cosa. Si el talcampeón de la dignidad del arte quiere dejará un lado la propiedad del movimiento y des-arrollo en el tiempo, que hacia tan exacto elejemplo del kaleidóscopo, encontrará más ele-vadas analogías con la' belleza musical, en laarquitectura, el cuerpo humano, ó el paisaje,que también poseen la belleza primitiva delbosquejo y los colores, haciendo abstraccióndel alma, que es la expresión en este armonio-so conjuntó material.

Los estéticos no han sabido reconocer entoda su plenitud la belleza de la música pura,y es en gran parte por haber rebajado con ex-ceso lo sensual, enalteciendo lo moral y losen-

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tímental, como Hegel lo rebaja para enaltecerla idea. El arte viene de los sentidos, y semueve en su esfera: la teoría del sentimientodesconoce esta verdad; para ella oir es muypoco, lo desdeña, y en seguida llega á sentir.Pretende que las creaciones musicales estánhechas para el corazón, y el oido es cosa bajay mezquina.

¡Ahí Sin duda tal epíteto puede aplicarse álo que esos estéticos llaman oreja: un Beetho-ven no escribe para el «laberinto» ó «la trom-pa de Eustaquio;» pero la imaginación, que encuanto concierne á música está basada ensensaciones auditivas, y para la cual la pala-bra- sentido significa otra cosa que las funcio-nes de un embudo formado por la naturalezapara percibir los fenómenos sonoros; la ima-ginación goza de estos fenómenos, de su ex-tructura, de la arquitectura de los sonidos enuna sensibilidad consciente, y obra librementeen su inmediata contemplación.

Es muy difícil definir esa belleza indepen-diente exclusivamente musical. La música notiene modelo en la naturaleza, ni expresa unaconcepción intelectual;' por eso no se puedehablar de ella más que con la sequedad de laterminología técnica ó con la poesía de la fic-ción. En verdad que su reino no es de estemando. Todas las imágenes, todos los comen-tarios, tan ricos de fantasía algunas veces, áque da lugar la obra musical, son, ó figuradosó engañosos. Lo que es descripción en otro ar-te, llega á ser metáfora en el nuestro. La mú-sica debe ser comprendida y apreciada comomúsica en sí y por sí propia. '•

No debe entenderse la expresión «expecífi-co de la música» como si designase un génerode belleza acústica y proporcionalmente si-métrica: esas son cualidades que acompañaná la belleza musical; pero son cualidades desegundo orden: tampoco hay que ver en ellaun juego sonoro que lisonjea el oido, ni cosaalguna que carezca de lo que constituye elvalor de una manifestación del talento. Persi-guiendo la belleza musical, no excluimos elelemento espiritual; por el contrario, él, ennuestro entender, es condición indispensableá la belleza. Al colocar la de la música esen-cialmente en sus formas, se sobreentiende queel elemento espiritual queda con ellas en lamás íntima relación. La idea de forma se rea-liza en música de un modo especial; las for-mas sonoras están completamente llenas; nopueden asimilarse á simples líneas que limitanun espacio; son el talento tomando cuerpo ysacando de sí mismo su corporificacion. Así

la música, más que arabesco, es cuadro; perocuadro cuyo argumento no puede expresarsecon palabras ni encerrarse en precisa noción.Existen en la música sentido y consecuencia,pero de naturaleza especialmente musical; eslengua que comprendemos y hablamos, peroque nos es imposible traducir. Hay algo deprofundo en el uso de la palabra «pensamien-tos» con respecto á las obras musicales, y enla distinción que fácilmente ejerce él juicioentre los que son verdaderos pensamientos ylos que solo pueden calificarse de flores retó-ricas. Acaso ¿no reconocemos también lo quehay de razonablemente perfecto en un gruposonoro cuamdo lo llamamos «frase?» Pues elmismo sentimiento nos hace medir los perio-dos de un discurso y nos advierte que va áconcluir. •

El elemento racional que satisface al espí-ritu y puede existir por sí propio en las for-mas musicales, se cifra en ciertas leyes fun-damentales primitivas que la naturaleza colo-ca en la organización del hombre y en los fe-nómenos sonoros. Principalmente en la pro-gresión armónica, análoga bajo este concepto"á la forma circular en el dibujo, es'donde seencuentra el germen de desarrollo artísticomás importante y la explicación que desgra-ciadamente nadie busca de las diversas rela-ciones musicales.

Lazos naturales y afinidades electivas dancohexion á todas las partes constitutivas de lamúsica. Esas afinidades invisibles que gobier-nan el ritmo, la melodía y la armonía, deberespetarlas el artista que crea, porque á cuan-to trat^de resistirles imprimen un estigmade fea arbitrariedad. Esas afinidades existenpara los oidos expertos, no sin duda bajo for-ma consciente, científica, pero sí instintiva-mente; el oido apercibe en seguida, gracias áellas, lo que en un grupo sonoro es racional-yorgánico, ó antinatural ó inconsecuente, sinnecesitar que la concepción intelectual vengaá decidir como criterio ó punto de compara-ción.

De este elemento íntimo racional, aunquenegativo, que leyes naturales han puesto enlá música, nace su aptitud para recibir unasuma positiva de belleza.

La composición es trabajo del espíritu rea-.lizado sobre un material apto para recibirese trabajo: material cuya riqueza hemosapreciado y que no ofrece menos elasticidad ypenetrabilidad á la imaginación del artista. Elarquitecto edifica sobre el suelo firme y resis-tente; la imaginación sobre el recuerdo de los

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sonidos, sobre el eco que en nosotros desper-taron ó dejaron. Dé naturaleza más delicada,más espiritual que ninguna otra materia ar-tística, los sonidos reciben y se asimilan conmás facilidad la idea creadora; y como la re-lación sonora en que reside la belleza musicalse obtiene, no por combinación mecánica, sinopor libre esfuerzo de imaginación, la energíaespiritual, unida á la naturaleza particular ydeterminada de esa imaginación, son quienimprime carácter al producto artístico. Crea-ción de un espíritu que piensa y siente, la obramusical está á una altura que la hace suscep-tible de interesar por sí propia al pensamientoy al sentimiento: eso es lo que le pediremossiempre; pero no hay que buscar esa facultadmás que en la misma constitución de los so-nidos.

Nuestra propia opinión sobre la importan-cia del espíritu x ©1 sentimiento en una com-posición, es á la opinión general lo que lainmanencia á la trascendencia, lo ñnito á loinfinito, lo concreto á lo abstracto. El fin delarte es hacer perceptible la idea vivificadapor la imaginación del artista: en música, lasensibilización de la idea reside inmediata-mente en los sonidos, y no en la inteligenciapor su mediación. No es en el designio de pin-tar musicalmente tal ó cual pasión, sino en lainvención de una melodía de tal ó cual carác-ter, donde empieza el trabajo creador del ar-tista. El tema nace por un poder primitivomisterioso en la mente del compositor, en unlaboratorio en que la mirada humana no pe-netró, ni penetrará jamás. No podemos llegarmás allá de la producción de ese primer ger-men, de esa semilla original: hay que acep-tarla como un hecho. La imaginación del ar-tista se apodera de la idea; entonces empiezasu elaboración, que prosigue hasta el fin, uti-lizando cuantos medios se relacionan con sunaturaleza. La belleza de un tema, sencilla éindependiente, se revela al sentido estético deun modo inmediato y que solo se explica porla intima apropiación del fenómeno, y la ar-monía de sus partes, sin consideración á nin-gún otro elemento externo. Nos agrada por sípropia como un arabesco ó una columna; co-mo las bellezas de la naturaleza, las hojas, ólas flores.

Nada hay tan falso y frecuente como ladistinción que suele hacerse para la músicaá que se concede carácter de belleza, entrela que tiene argumento y la que no lo tiene.Se representa la forma artísticamente esta-blecida como cosa independiente, y el alma

que la da "vida como si desempeñase por suparte diferente papel. De este modo las com-posiciones musicales se dividen en dos gran-des categorías, las que están llenas y las queestán vacías, como si se tratase de botellasde champagne. Pero el champagne musicaltiene de extraño que se dilata con la botella.

Si una idea musical es original y bella;, siotra es trivial y gastada, lo son pura y sim-plemente por sí propias. Oid una cadencia lle-na de distinción: el cambio de dos notas qui-zá la hará vulgar. Puede calificarse á un te-ma de grandioso, tierno, gracioso, insignifi-cante, trivial; pero todas esas palabras seaplican al carácter exclusivamente músicadel tema. Para determinar ese carácter, casisiempre empleamos palabras é ideas que per-tenecen á nuestra vida moral, como «altivo,sombrío, amable, ardiente ó lánguido.» Perotambién podemos tomar los calificativos dootro orden de hechos, y decir que una músicaes «vaporosa, primaveral, glacial ó nebulo-sa.» En lo que caracteriza á la música no son,por lo tanto, los sentimientos nada más quefenómenos como tantos otros, que ofrecenanalogías que pueden aprovecharse para estefin especial. Nada impide usar tales epítetosal reconocer la similitud que expresan: has-ta es difícil prescindir de ellos; pero guar-démonos de decir: «Esta música expresa el or-gullo, etc.»

Examinando atentamente cuanto puedaservir para la determinación musical de untema, adquirimos el convencimiento de que alpalf que la impenetrabilidad de las causas'finales y ontológicas, es posible también re-conocer ciertas otras causas que no son másaccesibles, y con las que la expresión atribui-da á la música tiene íntima relación. Cual-quier elemento musical aislado, intervalo,•matiz, acorde,- ritmo, etc., lleva en sí su fiso-nomía particular, su sistema de acción. El ar-tista no tiene explicación; la obra artística sepresta á tenerla.

El mismo tema con un acorde perfecto *enestado directo, impresiona de otro modo eloido que cuando lo acompaña un acorde desexta; un intervalo melódico de sétima, ha-ce distinto efecto que otro de sexta; el ritmointroducido en un tema, cualquiera que seala naturaleza ó intensidad de su parte sonora,modifica el aspecto y modo de ser del tema:en fin, un factor musical de la frase, por sísolo concurre necesariamente al resultado deque esta se adapte á cierto género de expre-sión, é impresione de un modo determinado

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al auditorio. Lo que hace extraña la músicade Halevy y graciosa la de Auber; lo queconstituye el carácter especial que tan fácil- ¡mente reconocemos en Mendelsson ó Spohr,está reducido á causas puramente musicales,sin que haya que recurrir al enigmático sen-timiento.

¿Por qué los frecuentes acordes de quintay sexta, los temas concisos y diatónicos deMendelssohn, la cromática y inarmónica deSpohr, los ritmos cortos y á dos tiemposde Auber, etc., producen marcada impresión,que no se confunde con otra? Ni la psicología,ni la fisiología pueden ciertamente decírnoslo.

Pero si se quiere averiguar la causa másprobable de la impresión sentida (y esto essobre todo lo importante en la música), res-ponderemos que el efecto apasionado de untema no está en el sentimiento que afecta alcompositor; por ejemplo, en el dolor que leabruma, sino en los atormentados intervalosde la melodía; no en la agitación de su alma,sino en el trémolo de los timbales; ni en el de-seo que le consume, sino en las sucesionescromáticas de la armonía. Fs evidente quedebe conocerse la conexión de los dos facto-res, sentimiento y materia musical; hasta esfuerza prestarlos especial atención; pero loque importa dejar establecido es que el estu-dio razonado, científico del efecto que unamelodía produce, no se ejerce invariable yobjetivamente más que sobre el factor musi-cal, y nunca por la supuesta disposición deánimo en que estaba el autor cuando escri-bía. Partiendo de este principio para estudiarel efecto ó explicar el uno por el otro, puedeser que al fin se acierte, pero es muy insegu-ro, porque se habrán traspasado los límitesde la deducción, de la llave maestra, que noes otra que la misma música.

El conocimiento práctico del carácter decada elemento musical, es innato en el verda-dero compositor, que lo posee de modo cons-ciente, y aun quizá solo por instinto. Pero laexplicación de los diferentes efectos que pue-den producirse con la música, supone el estu-dio teórico de los caracteres en cuestión, ca-racteres que todo lo abrazan, desde el elemen-to perceptible apenas, hasta las más ricas com-binaciones.

En la impresión que una melodía nos pro-• duce, no hay que suponer poder misterioso,

influencia maravillosa y oculta, que adivina-. riamos sin conseguir comprenderla; es la in-evitable consecuencia; el producto forzoso delos factores musicales ,cuyá acción se ejerce

en unión prevista y solicitada. Un ritmo grandioso ó breve, una sucesión diatónica ó cro-mática, todo en fin, tiene su fisonomía carac-terística, y su manera propia de interesarnos;de modo que á un músico se le dará muchomás clara idea del efecto de la obra que no co-noce, describiéndole sus circunstancias ó cua-lidades técnicas, que con elmás poético cua-dro de los sentimientos que despertó en el crí-tico al escucharla.

La investigación de la naturaleza de cadaelemento musical por sí solo, de su relacióncon ciertas impresiones (el estudio del hecho,no el de la causa primitiva) y aplicar á las le-yes generales los resultados obtenidos, es enlo que debia consistir la «teoría filosófica de lamúsica» que tantos autores han procuradoexplicar olvidándose de decirnos lo que enten-dían por eso. No es explicar el efecto físico ypsicológico de cada acorde, de cada ritmo, decada intervalo, decir: este expresa la esperan-za; aquel el desaliento; ni más ni menos qussise dijese: este es encarnado; aquel es ver-de: solo se conseguiría explicarlo clasificandolos fenómenos particulares específicos á lamúsica, en categorías estéticas generales, ysubordinando éstas á un solo supremo princi-pio. Aunque fuese posible explicar cada factoraislado, seria después preciso demostrar, cómose efectúa la determinación y modificación delos unos por los otros en las diversas combinaciones que el compositor emplea.

La mayor parte de los profesores de músi-ca dan hoy á la armonía y al acompañamientocontrapúntico, más importancia estética quela que conceden al tema de la composición;pero esa conquista del raciocinio, ha quedadodeniasiado superficial, demasiado limitada áminuciosidades. Llaman á la melodía emana-ción del genio, intérprete del sentimiento, y eneste concepto se rinde á los italianos liberalhomenaje;y en contraposición, á la melodía secree que la armonía contiene la sustancia, lamédula de laobra, y se la considera como cien-cia positiva que puede adquirirse con trabajoy reflexión. Es realmente notable que se ha-yan contentado durante tanto tiempo con tanpobres definiciones. En ambas hay sin dudaalgo de cierto, pero no son exactas ni en lageneralidad que les prestan ni en la separa-ción en que las colocan. El espíritu es uno,, yel pensamiento musical del artista no puedetampoco dividirse: la melodía y la armonía deun tema brotan juntas del cerebro del compo-sitor. Ni la ley de subordinación, ni la de con.traste ejercen presión sobre la esencia de su

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enlace: aquí pueden desplegar á un tiempo lasdos igual poder; allí cederse alternativamenteel paso, quedando siempre la belleza en sumás alto grado. ¿Será la armonía (que no hay)del tema principal en la overtura de Coriolanola que presta á la frase musical tan penetran-te y profundo carácter? ¿Se añade gran sentido y encanto á la melodía «¡oh Matilde!» en elGuillermo de Rossini, ó á una canción popularnapolitan a acompañándolas con basso' eonünuoó con complicadas series de acordes, en vezdel ligerísimd fundamento armónico en quereposan, y que seguramente les basta? Estaarmonía ha debido surgir al mismo tiempo quela melodía y el ritmo de la pieza. El sentidoestético solo se destaca del conjunto; y cuandouna de las partes que componen el todo, sufredetrimento ó queda anulada, se resienten lasdemás. Si la melodía, la armonía, ó el ritmodomina en la forma que ©1 compositor da á supensamiento, es en beneficio del conjunto: vertodo el mérito de la pieza unas veces en losacordes, y otras encontrar trivialidad porqueson sencillos ó no existen, es pura pedantería.La camelia carece de olor, y la azucena decolores, mientras la rosa ostenta su aroma ysus matices: ¿necesitan la camelia y la azuce-na quitar algo á la rosa para ser hermosastambién?

De ese modo la teoría filosófica de la mú-sica se veria obligada á buscar ante todo loque en el dominio espiritual corresponde ne-cesariamente á cada elemento musical, y lanaturaleza de tal relación. La doble nece-sidad de una base rigorosamente científica, yuna rica casuística, hacen esa tarea muy pe-nosa, pero no imposible. Entonces se empeza-ria á realizar el ideal de la música, cienciaexacta, como la química y la física.

La manera con que se efectúa en el músi-co el acto de la composición, nos permitedarnos cuenta de lo que tiene de especial elprincipio de belleza en música. Nace una ideamusical en el cerebro del artista: la elabora;la pone en el telar hasta que le parece sólidasu trama; entonces solo resta dar el últimotoque artístico á la obra, puliendo aquí,, re-dondeando allí, cortando ó modificando másallá según le aconseja su buen gusto. Nopiensa en expresar idea ó sentimiento, y si lohace es colocándose bajo un falso punto devista, que está menos en la música que cercade ella; entonces su composición es traduc-ción musical de un programa que es absolu-tamente preciso conocer si ha de compren-derse. Aqui se presenta á nuestra pluma el

nombre de BerUoz: en sus obras, escritas casitodas bajo ese plan, no podemos aprobar elsistema, aunque sin desconocer el magnificotalento qie en ellas brilla. Listz ha hecho lomismo en sus «poemas sinfónicos,» en los quees%nuy inferior á Beiiioz.

Como un escultor hace de un trozo de már-mol una estatua de bellísimas formas, en tan-to que otro trabajando la misma piedra soloharia quizá una cosa incongruente y sin gra-cia, así las notas de la escala sé prestan á sermodeladas de muy diversos modos, según lamano que las maneja. Ellas son el materialque ha servido para la obertura de Beetho-ven, como para la de Verdi. ¿En qué difiereesta de aquella? ¿Porque expresa más eleva-dos sentimientos, ó porque los expresa conmayor precisión? No: es solo porque presentamás hermosas formas musicales. Que la mú-sica sea buena ó mala, consiste en que uncompositor encuentra felices ideas, y otrosolo las halla vulgares; es que el primero sabepresentar y desarrollar su tema con siemprenuevo interés, y el segundo saca poco partidodel suyo; es que allí las armonías son varia-das y escogidas con gusto, el ritmo es ardien-te, palpitante como el pulso que acusa lavida en las arterias; aquí las combinacionessonoras son limitadas, vulgares, y el ritmocompite en originalidad con una marcha detambor.

De todas las artes es la música la que másformas consume y las gasta en menos tiempo.Modulaciones, cadencias, sucesiones melódi-cas y armónicas se usan tanto en un perío-do de cincuenta y hasta de treinta años, queel compositor que cuida de evitar lo vulgar,acaba por no poder servirle de ellas, y hacecuantos esfuerzos son imaginables para des-cubrir elemento por elemento otra nueva fra-seología musical. Sin injusticia puede decirsede muchas composiciones más que medianasen su tiempo, que fueron bellas. La imagina-ción del verdadero artista descubrirá en la re-lación primitiva y misteriosa de los elementosmusicales y en sus innumerables combinacio-nes, lo que haya de más delicado y menosaparente; suscitará formas que apareceráncomo emananadas de la más libre fantasía, yestarán sin embargo unidas á las forzosas le-yes por un hilo de imperceptible finura. Deestas obras puede decirse que son artística-mente ricas de ingenio; y aquí tenemos oca-sión de rectificar un aserto de Oulibicheff,que se presta á ser mal interpretado. Segúnel biógrafo de Mozart, la música instrumentalno puede ser espiritual, ingeniosa (geistreieh).

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porque el saber consiste para el compositorexclusivamente en cierto modo de adaptarsu música á un programa directo ó indirecto.El famoso ré sostenido, y el uníssono crescendode la obertura de Don Juan, de Mozart, ennuestra opinión, son rasgos de ingenio, de sa-ber, pero no más que eso; y el primero no harepresentado nunca (como quiere Oulibicheff,la hostilidad de D. Juan hacia el género hu-mano, como tampoco personifica el segundoá los padres, hermanos, esposos y prometi-dos de las víctimas del temible seductor. Muysujetas á dudas por sí propias todas estasasimilaciones, parecen aun más quiméricascuando se piensa que se trata de Mozart,cuya naturaleza era la más musical que exis-tió jamás, en toda la extensión de la palabra,pues de él puede decirse que trasformaba en

.música cuanto tocaba. En la sinfonía en solmenor, vé también Oulibicheff la historia deun amor apasionado, referida exactamenteen sus cuairo fases. La sinfonía en sol menores música, y nada más, y seguramente es yabastante.

Que no se quiera, pues, descubrir en unaobra musical la exposición de una historia delcorazón ó de un estado del alma: que se limi-ten á ver en ella música, y se gozará plena-mente de cuanto puede dar de sí. Donde faltala belleza musical, no se la puede reemplazarcon un programa, por muy detallado que sea,ni con grandes palabras: si existe en la com-posición, lo demás es supórfluo. Por lo demás,aquel método da al juicio musical la direcciónmás falsa. Los mismos que quieren asignar ála música entre las manifestaciones del hu-mano espíritu un lugar que no ha tenido nitendrá nunca, pues su poder no alcanza á pro-ducir la convicción, los mismos han puesto ála moda, en el lenguaje técnico, la palabrainteneion. En la música no hay intenciones(por lo menos las que se quieren encontrar enella). Lo que no se puede hacer sensible, con-vertir en fenómeno, no existe en el arte de lossonidos; lo que se ha llegado á hacer sentir,dejó de ser simplemente intención. En gene-ral se toma en buen sentido la frase: «Con laintención basta;» nosotros hallamos en ellauna reprobación, pues su fondo significa:«Quiere y no puede.» En alemán kuns (arte)viene de kónnen (poder): solo el que nada pue-de se contenta con las intenciones.

A los elementos musicales de una obra,único origen de belleza que le es dado encer-rar, se unen también las leyes de construc-ción de la misma. Hay respecto á esto opinio-

nes mal fundadas, y algunas completamentefalsas. Solo de una nos ocuparemos: la partecaracterística usual basada en la teoría dolsentimiento, de la sonata y la sinfonía. Segúnesta teoría, llena de poesía y profundidad, elcompositor debe pintar en las cuatro partesde la sonata cuatro estados de alma diversos,pero en conexión entre sí. ¿Cómo podrán ser?lo? Para explicar la incontestable correlaciónentre las cuatro piezas y los diversos electosque cada una produce, generalmente se obligaal auditorio á atribuirles un argumento, á dotarlas de la expresión de algún sentimiento.El medio puede á veces parecer justo hastacierto punto; pero las más de ellas es pobrerecurso, y nunca llega á ser necesidad. Lo quepor fuerza será siempre admisible es que eua-tro piezas escritas y desarrolladas según lasleyes de la estética musical, están ya unidaspor el lazo que hace de ellas un todo homo-géneo. Un artista de genio, el pintor M. deSchwind, ha ilustrado la fantasía para pia-no, op. 80 de Beethoven, considerando susdiversos períodos como si representase unacolección de escenas en que toman parte losmismos personajes principales. Ante la obramusical, el artista evoca sucesos y figuras ab-solutamente de igual modo que el oyente su-pone acción y sentimientos. Entre la obra yestas suposiciones puede haber cierta afini-dad, pero no relación precisa y necesaria, ylas leyes científicas solo existen para lo quslleva en si carácter de necesidad.

(Continuará.)EDUARDO HANSLICK.

JAVIER GALVETE

i.

La reacción política que siguió á los tristessucesos de 1873, habla llevado al Ateneo deMadrid una juventud numerosa é inteligente.Se avecinaban tiempos difíciles; la libertad delpensamiento iba á ser víctima de los recelosdel poder, y todos los espíritus para quienesesa libertad es condición enexcúsable de vida,instintivamente llamaban á las puertas déaquella ilustre casa, buscando en su seno un

(1) Próiogo á las obras inéditas de Javier Galvets, queverán la luz pública dentro de brevas dias, formando unelegante tomo de 399 páginas.

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refugio á las ideas científicas, religiosas y so-ciales, que hubiera sido peligroso exponer fue-ra del privilegiado recinto.

Poco tiempo después, el hecho de Saguntoponia la corona de España en las sienes deD. Alto" so. Él Gobierno de la restauración di-solvió las pocas asociaciones aún existentes,suprimió gran número de periódicos y expul-só de sus cátedras álos más distinguidos pro-fesores do la Universidad Central, imponiendoá los quf* permanecieron en la enseñanza lapenosísima obligación de explicar una cienciaque rio contradijera en poco ni en mucho losprincipios y máximas del catolicismo y de laescuela monárquico-doctrinaria. Entonces seconvirtió el Ateneo de Madrid en asilo de lalibertad del pensamiento y de la libertad de lapalabra. El número de sus socios habia au-mentado de 500 á 700; hombres importantesde los partidos liberales que desde algunosaños atrás no frecuentaban su cátedra, ó quejamás habían entrado en ella, la invadieron éilustraron con sus trabajos; las secciones deliteratura y ciencias los reanudaron despuésde bastantes años de silencio; se inauguraronconferencias y veladas literarias; se mejoróel local; se acordó una importante reforma delreglameüto; se inicio la publicación del Bole-tín del Ateneo, y se trajeron, por último, á losdebates de la sección de ciencias morales ypolíticas, la más importante y la más activade las tres en que se divide la sociedad, lascuestiones más candentes de nuestra época,discutiendo el conflicto religioso de Alemania,la propaganda del positivismo, la organiza-ción política y el problema social.

Era en 1875. Los escritos de Gladstone y lasleyes de Falk, reuniendo y compendiando lasaspiraciones del Estado moderno frente á laIglesia, planteaban esa cuestión de una ma-nera novísima. Juzgábase indispensable dis-cutirla, porque constituía la preocupación detodos los ánimos, el motivo de todas las dis-quisiciones, el problema de verdadera impor-tancia en aquel momento. La sección de cien-cias morales y políticas del Ateneo acababade examinar el matrimonio y la familia, concuyo motivo habíase.indicado ya la convenien-cia de abordar francamente el debate del pro-blema religioso. Un dia el Sr. Moreno Nietonos anunció que por fin iba á discutirse. Po-cas noches después el anuncio se cumplía ycomenzaza la batalla.

Un joven alto, delgado y pálido, que entreotros muchos asistía á las discusiones, ocu-pando los bancos de la izquierda, pidió la pa-

labra. Levantóse en medio del mayor silencio;el temor habia hecho más intensa su palidez;brillaba en su mirada el fuego misterioso dela inspiración, y parecía que sobre su frente,ancha y despejada, batía las alas el genio dela libertad y de la tolerancia. Con acento se-guro y voz firme, dio principio á su elocuentediscurso; aquel discurso era una obra maes-tra; en el exordio, en la exposición, en el ra-zonamiento, habia algo de la grandeza clási-ca; en su palabra, persuasiva unas veces, apa-sionada otras, admirábamos un destello de esafe que vivifica el espíritu, de esa convicciónque fortalece al ánimo; la oratoria de aqueljoven tenia cierta unción sacerdotal y religio-sa; era la de un creyente en la gran fe denuestro siglo. Hablaba, por lo demás, confacilidad, corrección y gallardía, manejandosin embarazo todas las galas de nuestro idio-ma; mostraba en sus profundas observacionestanta penetración como serenidad de juicio, yparecían inverosímiles, recordando su cortaedad,—entonces no habria cumplido veintitrésaños,—una ilustración tan vasta y una cultu"ra tan general y varia como las de que nosdaba concluyente testimonio.

Aquel joven era Javier Galvete. Le había-mos pedido, porque las condiciones de su ta-lento nos inspiraban profunda confianza, queplantease el tema puesto al debate, explanan-do nuestro punto de vista. De un modo admi-rable correspondió al deseo de sus compañe-ros. Después de encarecer la magnitud de lacuestión y de bosquejar sus rasgos generales,expuso las pretensiones de la Iglesia y delEstado, del catolicismo.y de la revolución, delPontificado y la filosofía; justificó éstas, im-pugnó y deshizo bajo los golpes de una lógicaacerada aquellas; demostró que la civilizaciónsigue un rumbo diametralmente opuesto alque ha emprendido la Iglesia católica, dirigidapor la escuela ultramontana, y que hay in-compatibilidad esencial, como sostiene mis-ter Gladstone, entre los deberes raligiososque impone á sus fieles y los deberes civilescuyo cumplimiento exige todo gobierno cons-tituido, de acuerdo con los principios del De-recho moderno. Rendidos á su elocuencia,amigos y adversarios aplaudieron al jovenorador, contado desde aquel dia en el númerode los que se mencionan como una esperanzade la Patria y de la ciencia^

II-

¿Que era Galvete antes de ese dia, que pue-de llamarse el dia de su aparición en este

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mundo de la inteligencia y del trabajo, dedonde tan rápida é impíamente nos lo arreba-tó una terrible dolencia* Nada más que un es-critor modestísimo. Huérfano de padre desdelos más tiernos años, Galvete, que habia na-cido en Granada en 1852, vivió en Madrid des-de 1862 al lado de su virtuosa madre. Ella erael único objeto de su amor, y él compendiabatodos los cuidados y todos los anhelos de sucariño. La madre lo contemplaba, orgullosacomo al objeto exclusivo de toda su vida, y elhijo solo para su madre vivia. Tiernos lazosque la soledad estrechara, dulces afectos quela orfandad alimentó y engrandeció, todo ibaá desaparecer muy pronto. Acaso por estomismo habia en el alma del joven Galvetemayor solicitud hacia su pobre madre, y acasopor esto mismo fue el hijo más obediente yrespetuoso.

Relaciones de antigua amistad con la em-presa del periódico La Política lo llevaron ásu redacción todavía muy joven. Aplicóse conardor y constancia á las asiduas tareas delperiodismo: aquella era su vocación, y allí es-taba el secreto de su porvenir. Más que lascuestiones interiores le atrajeron desde luegolas de la política extranjera, y á ellas hubo deconsagrarse con mayor empeño. Los que ha-yan seguido entre nosotros la marcha del pe-riodismo en los últimos años, recordarán quédiscretamente ha tratado aquel periódico losproblemas internacionales, con qué copia dedatos siempre y con qué firmeza de criterioha expuesto y consultado los sucesos más im-portantes de nuestra época. Siguiéndolos yobservándolos, se abrían ante los ojos de Gal-vete nuevos horizontes. Ojalá nuestros hom-bres públicos se educaran en ésa escuela y ála vista de los altos ejemplos que ofrece lahistoria contemporánea de Europa; no se per-petuaría entonces la funesta política de aisla-miento que nos arruina y separa del mundocivilizado, convirtiendo á los Pirineos en unamuralla tan infranqueable como la del celesteimperio, y así lograríamos estimular y encau-zar las aspiraciones reformistas de nuestrospartidos, desenvolver y acrecentar ose senti-do patriótico que ha hecho la unidad de Ita-lia, que ha levantado la Francia hasta la al-tura de su grandeza presente, y que es en to-"das partes, menos en Madrid, el móvil de losactos políticos.

En 1872 dejó Galvete la redacción de LaPolítica y entró en la de El Impartial. Las ideassustentadas por este diario se hallaban másde acuerdo con las del joven escritor, en quien

el espíritu democrático tuvo desde entonces unbrillante é ilustrado propagandista. Debemos,sin embargo, á la verdad una manifestación.Galvete pensaba en cuanto á lo "fundamental,en cuanto á lo esencial como la inmensa ma-yoría de los demócratas de Europa; pero nohabia vivido lo bastante para llegar á definiren absoluto su pensamiento sobre todas lascuestiones, sobre esa multitud de problemasque un estadista de nuestro tiempo está lla-mado á conocer y estudiar. Creia que los pue-blos deben gobernarse á sí mismos y que laConstitución de todo país debe garantizar se-riamente el ejercicio de las libertades indivi-duales; creia que en este puntó las leyes nodeben establecer jamás límites arbitrarios nicaprichosos; creia en la necesidad de dotar álos pueblos de una organización robusta, y enla urgencia de acometer reformasen todos losórdenes y en todas las esferas de la goberna-ción del Estado. Su espíritu generoso se suble-vaba ante la contemplación de esas grandesinjusticias, de esas grandes iniquidades histó-ricas que son la herencia ineludible de nues-tra sociedad y que tanto embarazan el desar-rollo progresivo de las naciones. Realizar lajusticia, levantar á nuestro pueblo al nivel delos más cultos, de los más prósperos y de losmás felices, amparar y proteger á esas clasesdesheredadas, á quienes falta pan, instruc-ción y libertad; tales eran los objetivos cons-tantes de su afán reformista. Era un demócra-ta que se inclinaba de una parte á las solu-ciones del individualismo, pero que no recha-zaba otras del socialismo: de ese socialismodelque ha dicho un ilustre conservador, D. Joa-quín Francisco Pacheco, que no hay almahonrada que no lo mire con simpatía, porqueapreciaba más y tenia en más las leyes delcomún y las exigencias de la realidad, que lg.spretensiones de la lógica y los escrúpulos dela dialéctica. Galvete hubiera sido un hombrede gobierno, no un rotórico. En su espíritu secompadecían por bien peregrina manera lospostulados de la ciencia y las demandas de lavida real. Cuando soñaba, no iba tan lejos denosotros que tocase en el delirio y en el ab-.surdo. Habia en él esa dichosa ponderación defacultades que adviértelo mejor y lo más opor-tuno á un tiempo mismo, salvando todas lasdificultades y satisfaciendo en la medida déloposible todos los intereses legítimos.

Su campaña en El Impareial, donde traba-jó algunos meses con Araus, Beraza y el au-tor de estas líneas, fue notable por algunos es-critos de polémica que en aquel entonces cau-

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tivaron la atención del público, si bien fiján-dola de esa manera rápida y pasajera propiade la Índole fugaz de los trabajos periodísticos.

Hallóle en El Imparcial la crisis de Febrerodé 1873. Culpas é imprevisiones de todos, quela historia no ha juzgado todavía, dieron entierra con el trono de D. Amadeo de Saboya ylevantaron sobre sus r u i n ^ la República. Fueaquel instante un instante supremo para Gal-vete. Desde el momento mismo en que talessucesos ocurrían, abrigó la íntima y profundaconvicción de que muerta la Monarquía de-mocrática, y defraudadas para siempre lasesperanzas de los que pensaron aliar en esafórmula el pasado y el presente, como los hanaliado los belgas y los italianos, no habría li-bertad en España sino á la sombra y bajo lagarantía de las instituciones republicanas.Pensó que el único gobierno monárquico posi-ble ya, si los errores revolucionarios nos lle-vaban á una restauración de aquella formapolítica, era el de los Borbones; la historia leadvertía de que el gobierno de esafamilia realseria incompatible con la existencia de las li-bertades políticas: llamado, pues, á decidirsepor el eclipse de estas ,ó por la conservacióndel principio monárquico, Galvete, que, comotodo demócrata, solo aceptaba ese principioatendiendo á circunstancias pasajeras, se pro-puso apoyar y defender la República. Enton-ces abandonó la redacción de El Imparcial, pa-sando por muy pocos dias á la de otro perió-dico demócrata que habia aceptado el cambiopolítico de 11 de Febrero, La Nueva Expaña, yde La Nueva España á uno de los antiguos ór-ganos del republicanismo, á La Discusión.

También dejó en este periódico huella lu-minosísima de su paso, excitando á las fuer-zas liberales todas contra el carlismo en unaserie de elocuentes trabajos. No podia ocultar-se á aquella inteligencia tan clara que la re-belión absolutista constituía un grave peligro.Aceptando el programa de la derecha de lasCortes Constituyentes, miraba con preferen-cia al Norte, y pedia orden y ejército para pa-cificar á España, que era la más urgente detodas las necesidades. No todos pensaron dela misma manera, y la República cayó en unanoche tristísima para la libertad y para la de-mocracia.

Hacia ya tiempo que Galvete escribia enLa Discusión. Algunos meses antes de estehecho, desenlace de las discordias en que aquínos agitábamos, habia abandonado la Penín-sula é ídóse á Cuba con el ministro de Ultra-mar, Sr. Soler y Plá. Hay en este libro pági-

nas elocuentísimas que recuerdan ese viaje,uno de los que Galvete aseguraba que le ha-bían sido más útiles y provechosos por los da-tos y las enseñanzas que recogiera su perspi-caz espíritu de observación en nuestra grandeAntilla. A no haberle faltado el tiempo, habríareunido en un, volumen todas sus impresionessobre Cuba. El espectáculo de aquella socie-dad produjo en su ánimo un efecto terrible.La esclavitud, el mal gobierno de España, lasfaltas de la administración colonial, á que ja-más se ha querido poner remedio, y un sin-número de causas que son tan conocidas comoincurables, porque no hay voluntad de curar-las en quien debiera hacerlo; han convertidoaquel paraíso del mar de Colon en una tierrade iniquidades y de injusticias, que trae invo-luntariamente á la memoria el recuerdo delbíblico valle de Petápolis, donde la ira celesteabrió ancho cauce alas aguas del mar Muerto.

Galvete, herida el alma por los desconsola-dores episodios de que fue testigo en su visitaá los ingenios de la la isla, soñaba consagrartoda una vida laboriosa, toda una existenciallena de trabajos y fatigas, á la redención delos esclavos, á su redención total y absolutapor la libertad, por la enseñanza, por la pro-paganda de los principios cristianos. No cono-cía entonces aún la vida de Juan Howard; peroya soñaba esos inefables placeres, esas dulcesglorias, esos supremos goces de la caridad ydís la filantropía que iba á ensalzar más tardede una manera admirable. Desde entoncesnos muestra una de las más bellas dotes de suespíritu y una de las más hermosas cualida-des de su talento. Aparece á nuestros ojospo-seido ds un sentimiento inestinguible de cari-dad y de amor, que va á dirigir por nuevosrumbos su adhelo de innovaciones, su empeñoreformista. En la biografía de Howard, quepertenece á otro periodo de su vida, hay mechas ideas que sin duda de ningún géneroacudieron á su espíritu cuando recorría losvergeles cubanos, y visitaba aquellos templosde iniquidad que España por nuestra desven-tura no ha destruido aún. De Cuba solo tratóespecialmente en dos escritos aquí coleccio-nados: El estado actual de la esclavitud y los

* Ingenios de azúcar.• En ellos describe el espectáculo de aquella

naturaleza exuberante con tanto lujo de co-lorido como Jacolliot las misteriosas y solem-nes noches de la India; pinta la esclavitud ac-tual que no es, á pesar de los reglamentos yde las leyes, y á pesar de las capciosas discul-pas de los plantadores, «una organización del

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trabajo acomodada al natural y condición delos negros, y á las necesidades de la agricul-tura,» sino una verdadera y terrible esclavi-tud que tiene al siervo como cosa, á merced desu dueño, con grave lesión de los intereses dela humanidad, evidente atraso de la agricul-tura y perjuicio indudable de la moral públicay privada.

Escribimos esto, hecha ya la paz de Cuba ypróximo, según todos los indicios, el momentode que se reúnan nuevas Cortes, en las que hade tener amplia representación la grande An-tilla. El problema de la esclavitud se ha reser-vado para que lo discuta esa Cámara. Casi esseguro que no se harán esperar mfdidas en-caminadas á aboliría. (Ojalá suceda, y lave-mos por fln esa mancha de nuestra historiacontemporánea, antes de que caiga sobre nos-otros y sobre Cuba el anatema elocuentísimodel pastor Carrasco!

Si hay resistencia para abolir la esclavitud,y la habrá sin duda, porque son cuantiosos losintereses que reclaman el statu qiio, si el de-bate se empeña, y la discusión se enciende,apelen los partidarios de la única solución jus-ta y moral que puede darse á ese problema', allibro de Javier Galvete. En los artículos quepublicó en El Orden y en La Poliüea en 1874,coleccionados ahora desde la pág. 229 á la 259del presente volumen, hay datos preciosos yobservaciones discretísimas para el exactoconocimiento de este delicado asunto. Galvetese esforzó sobremanera en probarnos que la

• esclavitud de Cuba no es un dominio suave,benigno, paternal, áque vive sujeto el esclavo.Los esclavistas y sus patronos han insistidotenazmente en difundir esta idea. Galvete,testigo presencial, dice lo que basta para com-prender que no hay en ella nada exacto, queesa idea es una ficción con que se trata solode cohonestar ciertas pretensiones y que nodebemos tomarla en cuenta para nada, comonunca se aceptan las atenuaciones imagina-rias con que todo reo envuelve y desfigura suculpa espantado de haberla cometido y ansio-so de eludir el castigo que se le impondrá.

III.

Fue Galvete de los primeros en compren-der que la reacción de 1874 seria una reacciónduradera, como producto del movimiento pro-fundo que suscitaron en la opinión los desór-denes cantonales. Cuando regresó á la Penín-sula, abandonando en parte sus hábitos y suspreferencias, dio nuevo rumbo á aquella acti-

vidad tan poderosa que le caracterizaba-. Norecuerdo á punto fijo si tardó mucho tiempoantes de volver á la redacción de La Políticaque era, por las particulares relaciones conque estaba ligado á la empresa de-ese perió-dico, su puerto de refugio. No tengo, sin em>bargo, dudas de ningún género respecto áque. en los últimos meses de 1874 trabajaba yaallí y en ese puesto permaneció hasta su via*je á Alemania en el estío de 1876.

Volver á La Política era para Galvete retKrarse de la lucha de los partidos. Sus ideas noeran las ideas de ese periódico; aun cuandoformara en la redacción del mismo, no podíatenérsele como un elemento importante de la.publicación. Hacia allí correo extranjero, fo-lletín, crónicas del Ateneo, estudios sobre en-señanza; entonces inauguró esas preciosaseauseries que á imitación de un diario francésllamaba hombres y cosas, y que son muestrade la fertilidad de sus recursos y de la riquezade su ingenio periodístico. Habrá, sin embar-go, y á pesar de esto quien le censure y criti-que, porque después de haber prestado supluma á varios periódicos demócratas, con-tribuía á redactar un órgano conservador,monárquico y hasta, ministerial del Sr. Cáno-vas del Castillo, como lo fue La Política desde1875. Alguna diferencia existe entre redactarun diario casi solo, ocupando el primer pues-to en la redacción por su inteligencia y tra-tando todas las cuestiones políticas, que es loque Galvete hacia en La Discusión, á contri-buir á que otro se publicara, con trabajos in-dependientes de todo sentido político. Y si aundespués de estas explicaciones naturales y ló-gicas, halla alguno de esos catones que solo"siry$n para exhibir sus títulos en la plaza pú-blica, que es digna de censura por tales he-chos la memoria del pobre Galvete, recuerdeel lector lo que entre nosotros es la profesiónde las letras, considere que el estado de cul-tura y de adelanto literario en que se encuen-tra el país, no basta aún para asegurar á losque viven en el periodismo decorosa indepen-dencia, y que no hay motivo bastante, porelevado que parezca el que se invoqué, paraexigir de un hombre capaz de trabajar honra-damente que se cruce de brazos y se muerade hambre hasta que vengan los suyos. Enesto, que es una de las exageraciones de laconsecuencia política, se encuentra el gor-men de los daños más graves que ha sufridoentre nosotros el régimen constitucional. Asílos partidos vienen al gobierno antes á satis-facer necesidades de sus huestes, que á go-

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bernar al país y encaminarlo á más prósperodestino.

El alejamiento de Galvete de la política,fue después de 1875 casi completo. Sé le veiaalguna vez en la tribuna de la prensa hacien-do el extracto de la sesión; pero á poco des-aparecía como por ensalmo de aquel centro,donde apenas advertíamos su presencia. Yole habló en más de una ocasión por entoncesde las luchas de nuestros partidos. Los deplo-rables sucesos de 1873 y 1874, le habían im-presionado hondamente arrebatándole todafe en nuestros hombres y gran parte de la quede antiguo depositara en las ideas. «No bastala libertad como creíamos (me dijo muchasveces) para salvar á un pueblo; los derechospolíticos «on una condición que necetita algoque condicionar, una forma que necesita con-tenido: y los pueblos han menester de un go-bierno fuerte, vigoroso, inteligente, armadode autoridad incontrastable, si es que quierenrealizar alguna misión civilizadora. Es preci-so que hagamos una propaganda completa-mente- distinta á la que precedió á la Revolu-ción de 1868. El advenimiento de la democra-cia no puede ser ahora lo que entonces. Lapráctica nos ha hecho modificar radicalmen:

te nuestro juicio.»Creo que solo en estas conversaciones ín-

timas manifestaba Galvete sus pensamientospolíticos. Le ocupaban entonces arduos tra-bajos para pensar en otra cosa que en la cien-cia, en la filosofía, en la historia, en la reli-gión, en las varias esferas del pensamiento ádonde quería llevar su actividad creadora ysu entusiasta y laborioso espíritu. El Ateneoera el teatro de sus esfuerzos y el templo desus trabajos. Trabajaba horas y horas en labiblioteca; asistía á las secciones, y entoncestomó parte en los dos grandes debates de1875, el del matrimonio y la familia, y el de lacuestión religiosa.

IV.

Los lectores de esta noticia han de leer,antes quizá de hojearla, los fragmentos deldiscurso y los estudios de nuestro joven y ma-logrado amigo, sobre esas importantísimasmaterias. Seria inútil y enojoso que les anti-cipáramos ideas explanadas allí.

La organización de la familia en Españaadolece de defectos graves. Uno de ellos, aun-que acaso no sea el mayor, es el que ha ser-vido de base al inspirado Selles para escribirsu brillante drama, El nudo gordiano. Galvetepensaba sobre poco más ó menos como Se-

llos, y creia que la manera de dar solución áeste intrincado y dificilísimo problema, noera otra que llevar á cabo ciertas reformaslegislativas que autorizasen, sin excitarlo,sin promoverlo, el divorcio y dar más ensan-che, amplitud y vida á la enseñanza de la mu-jer. Conformes en lo que á este último extre-mo se refiere, no aceptamos el primero sinomediante la explícita reserva de que lo plau-sible en él es la restricción señalada por Gal-vete.

Galvete no exageraba la necesidad de es-tablecer el divorcio entre nosotros. Induda-blemente aquí no es tan sentida como en otraspartes; y aun cuando no faltan casos aisladosen los cuales aquel remedio constituiría undesenlace satisfactorio y justo, no existen mé-ritos bastantes para reclamar su consagra-ción como hija de un interés de primer orden.Antes de establecer el divorcio, habría quevigorizar en el seno de la familia la autoridadde su jefe; pues si es cierto que nuestra socie-dad padece graves daños por la corriente deindisciplina que en ella existe; si es cierto queno puede oponerse un dique á esa corrientelevantando ninguna de las antiguas institu-ciones, porque va desapareciendo poco á pocoy acabará por extinguirse, el vínculo que lasutiiá al sentimiento público, á las reformasque han de hacer de la familia un núcleo so-cial fuerte debe inmediatamente apelarse. Loque acontece en el Estado, por otra parte, pa-sa ahora en ella; y prescindiendo de todo finulterior ó extraño á su propio objeto y á susexclusivos fines, serian recomendables y be-neficiosas aquellas reformas. Todo lo que ten-diera, por último, á fortalecer la autoridaddel padre en el hogar doméstico, redundaríaen ventaja del esposo y en provecho de la ins-titución, viniendo indirectamente á atenuarla gravedad de los conflictos temidos por Gal-vete y con tanto nervio pintados por Selles.

Mucho meditamos en 1875 sobre el pro-blema religioso Galvete, Palacio Valdés,—otrode los jóvenes más estudiosos que concurríanal Ateneo, donde ocupa ya un puesto á que lehan hecho acreedor sus merecimientos,—y elque estas líneas escribe. Galvete expuso en eldebate nuestro punto de vista; pues aun cuan-do nosotros contribuimos á él, fue para des-envolver un aspecto muy restringido.de lacuestión. Abundábamos,—y dispense el lectorquela claridad nos imponga el deber de ocupar-nos en lo que á nosotros mismos se refiere,—abundábamos en la idea de que el predominiodel clero católico, su antiquísima influencia y

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sus grandes medios de acción han hecho con-cebir á muy discretos publicistas y á muy ilus-tres hombres de Estado, para dar á la basedemocrática que establece la separación deaquél y la Iglesia, un sentido que afirme laindiscutible soberanía del poder civil. En pai-ses como el nuestro, sobre todo, es indispen-sable respetar mucho la religión católica, por-que es ó parece la de la inmensa mayoría delos ciudadanos, y porque cuantos profesan eldogma de la libertad de conciencia deben em-pezar respetando hasta los escrúpul, s de laconciencia de los demás. Pero hecho esto, dé-bese también considerar la Iglesia, como ins-titución creada para desenvolver y practicarel fin religioso, sujeta á las condiciones quepara todas fija el Estado, á su jurisdicción yautoridad. Esto vino á sostener Galvete, des-pués de afirmar que son incompatibles laspretensiones de la Iglesia, según las formulan

" los ultramontanos y según las definió Pió IX,con las del progreso y la civilización. Nuestrojoven amigo murió antes de ver en la conduc-ta iniciada por León XIII una prueba palpa-ble, evidentísima, de sus afirmaciones.

-.-., En los escritos de Galvete no hay ningunoque caracterice con exactitud su juicio acercade lo que constituye el fondo de la cuestión re-ligiosa, examinada en la esfera dogmática, ninosotros hemos de llenar ese vacío. Galveteno habia formado aún por completo su crite-rio religioso y filosófico, ni el religioso-políticoque sustentaba es indicio seguro para averi-guarlo. Era espiritualista. Le atraia la creen-cia en un Dios personal y en una religión décaridad sublime, de moral pura y elevada, defsrvoroso cristianismo; pero no habia pasadode ahí. En su espíritu hubo siempre vacilacio-nes y dudas, mas nunca á lo que alcanzamosllegó á penetrar el escepticismo. A diferenciade muchos que en su compañía trabajaban,afirmó siempre la existencia del sentimientoreligioso, y la necesidad de cultivarlo con un-ción y constancia. «Tengo (me docia muchasveces) necesidad de orar; pero no sé dóndeestá mi templo.» Por una aberración inexpli-cable, algunos de los oradores del Ateneo queintervieron en el debate de la cuestión religio-sa, partiendo de un punto de vista análogo alde Galvete, apostrofaban, censuraban exage-radamente ó ridiculizaban el protestantismo.Galvete nunca hizo eso, porque se lo impediasu respeto á ideas sinceramente profesadas, yá un movimiento religioso que ha contribuidomucho al progreso y al bien de la humanidad.

Acaso, por otra parte, en el ánimo de nues-

tro joven amigo habia germinado una tenden-dencia que le llevaba de lo indeterminado yvago a lo concreto y definido, y que le impul-saba á profesar ciertas ideas religiosas, máscomo reglas de la voluntad, que como princi-pios de entendimiento. A la vez esas ideas seafirmaban y caracterizaban, realizándose enellas un doble progreso, bajo el más alto yamplio y sentido cristiano! Este sentido fuesiempre el de Galvete; en sus trabajos masmodernos se advierte que informaba con ma-yor energía las creencias de nuestro amigo.Cuando regresó de su viaje á Alemania, pró-ximo ya á abandonarnos, volvía los ojos á esefondo inagotable de caridad y de amor queconstituye la esencia de aquella doctrina reli-gisa, como á su más bella esperanza.

Con los trabajos de que hemos hablado, seenlazan los que por entonces,—1875 y 187-6*—llevó á cabo Galvete, tratando de realizar susaspiraciones benéficas y dar satisfacción á. suardiente y fraternal caridad. Seducido por elejemplo de Howard, y lamentando el escasodesarrollo que en nuestro país han.logradociertas instituciones encaminadas al mejora-miento social, pretendió fundar una que exa-minase el estado de la enseñanza, de los esta-blecimientos penales y de los establecimientos

.de beneficencia existentes en España; que esrtudiara sus necesidades, inquiriera el remedioadecuado para satisfacerlas é iniciara el pro-pósito de dárselo, apelando á la publicidad yal concurso de todos los hombres de bien, Laidea era generosísima, y alguna vez fructifi-cará. Por su excitación se reunieron para me-ditarla y organizaría diferentes veces algunoscariñosos amigos nuestros (1). Causas inile-p^nd.ientes de la voluntad de todos hicieron di-fícil la ejecución del pensamiento, y se aplazópara mejores dias. No ha de faltar sin dudaquien lo reanude. Ni seria digno en los inicia-dores de tan noble idea abandonarla por com-pleto, ni al referir sus comienzos debemosocultar que para plantearla influyeron pode-rosamente en el ánimo de Galvete y de cuan-tos les secundamos la persuasiva palabra yanuentísimo espíritu de caridad del respeta-ble pastor evangélico alemán D. Federico Flied-ner, á quien la enseñanza intelectual y relNgiosa debe en nuestra Patria esfuerzos y tra-

(1) Concurrieron á aquellas reuniones los Sre3. Fliedner,ilustrado pastor alemán; Montoro, Perojo, Palacio VaMés;Lastres y Garcia Robles, escritores aventajados; Simarro,Cortezo y Caroo, médicos muy distinguidos, y el autor | d«esta noticia.

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bajos no por modestos menos dignos de men-ción.

Los escritos de Galvete sobre Howard yPestalozzi, y sus artículos acerca de la ense-ñanza en Alemania, son de esta época, y re-velan algo sobre el alcance de sus propósitosy la trascendencia de sus aspiraciones.

V.

Revelan algo más también: revelan la di-rección de aquel espíritu, que tendía ya conirresistible empuje á esferas más amplias,que pretendía volar hacia horizontes menosestrechos que el de la política y la ciencia denuestra Patria. Entonces pensó Gaivete ir áAlemania. ¿Qué esperaba encontrar allí y quéle deparó el destino? ¡Ahí ¡Con cuánta penalo recordamos! ¡Con cuánta pena lo recorda-remos siemprel Iba tras algo que le cautivabamás, mucho más que la riqueza y que la glo-ria. Iba á buscar nuevas ideas para su inteli-gencia, ejemplos y costumbres que ilustraransu anhelo, medios de contribuir al adelanto yal progreso de sus conciudadanos. En vez detodo esto, solo halló la muerte.

Su vida en Alemania, á donde le acompañósu madre, de quien no quiso separarse jamás,fue como en Madrid, de constante trabajo.Dirigió desde Heidelberg y Francfort al Diariode Barcelona y á El Tiempo gran número decorrespondencias sobre política extranjera,la vida de Alemania y las instituciones del im-perio; envió algunas cartas científico-litera-rias á la Revista Contemporánea y á La Acade-mia; tradujo el Viaje á Australia, del conde deBeauvoir, y la obra de Mignet sobre Carlos V,de la manera concienzuda que él sabia tradu-cir, como antes habia vertido á nuestro idio-ma el Viaje al país de las Bayaderas, de Jaco-lliot, y dos folletos de Laveleye en que se tra-tan cuestiones político-religiosas, de algunode los cuales se ha hecho en estos últimostiempos nueva edición (1). Escribió en Alema-nia también su estudio sobre Jorge Sand ysus recuerdos de Heidelberg, incluidos conotros varios trabajos de esa época en este vo-lumen. No le venció la fatiga, ni le sometie-ron las dificultades, ni amenguó su energíael aislamiento; pero no pudo resistir el cambiode clima, las noches frias de Heidelberg, yaquella temperatura helada que llevó á su

(1) Porvenir de los pueblos católicos. Estudio de econo-mía social por Emilio de Laveleye. Segunda edición. Ma-ürid, Librería nacional y extranjera. Jacometrezo, 59,1871.

ardiente pecho el soplo de la muerte. Apenastuvo la infeliz madre de nuestro amigo tiem-po para traerlo á España, donde descansansus restos.

El dia 28 de Octubre de 1877 se extinguiópara siempre aquella inteligencia 11 amada átan altos destinos por su elevación y su cul-tura, aquella voluntad digna de tanto amor ytanto respeto por su pureza, aquel carácterdigno de tanto aplauso por la bondad extraor-dinaria que le inspiraba. Nuestra juventudcontemporánea perdió en esa hora tristísimauna de sus más legítimas y ciertas esperan-zas. Galvete hubiera ocupado un puesto comoescritor entre nuestros primeros escritores,como orador entre nuestros oradores másaplaudidos, como hombre político entre losque interpretan con más rectitud los deberesque impone el gobierno de los pueblos, y entrelos que sacrifican todo linaje de intereses alinterés supremo del país.

Todo esto no es ya más, sin embargo, queuna dolorosa memoria. Galvete, á quien de-bíamos un afecto sincero y entrañable, uncariño fraternal y vivísimo; Galvete, que erauno de esos pocos hombres de quienes puaÉedecirse que son necesarios á su patria, no fuemás que una nube, una sombra que pasó pornuestro horizonte para desaparecer en seguí-.da, arrancando á un tiempo mismo una pala-bra de admiración á nuestros labios y una ar-diente lágrima á nuestros ojos.

FRANCISCO DE ASÍS PACHECO.

Málag-a: Enero de 1879.

MISCELÁNEA.

SOCIEDAD ESPAÑOLA DE HISTORIANATURAL.

En la sesión celebrada últimamente se diocuenta de las comunicaciones y publicacionesrecibidas; se admitió como socios á los seño-res Bello y Botet; se hicieron seis nuevas pro-puestas; habló el Sr. Linares acerca de las ob-jeciones que pueden hacerse á su escrito Lacélula vegetal; se leyó una comunicación delSr. Lichtenstein pidiendo datos acerca de lasagallas; presentó al Sr. Sainz una nota acercade la Oxalis violácea, de Virginia, y la Oxaliseernua, de África; dio cuenta el Sr. Macpher-son de un escrito titulado Breve noticia acercade la especial estructura de la Península ibérica;

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y habló el Sr. Martínez Saez sobre los rápidosdesarrollos observados en algunos sapos enEspaña, hecho también observado por el se-ñor Espada en algunos batracios americano»y aun en las especies de mayor tamaño.

CÓMO SE FORMÓ LA TIERRA.

M. H. P. Malet, geólogo francés, discute enLand and Water, la cuestión peliaguda de laedad y origen de la tierra. Desecha las teoríasPlutónica y Neptuniana, «como emanacionescontrovertibles y engañosas de dat s falsos ycontra natura,» y sustituye una teoría de sucaudal, que expresa por medio de los siguien-tes postulados: 1. Hubo una masa flotante ygravitante en el espacio. 2. Dicha masa con-tenia las bases de los presentes elementos.3. Como los elementos son susceptibles de luzahora, así lo fueron sus bases en el comienzo.4. La luz del cielo descendió sobre esta masavaporosa. 5. La masa vaporosa fue suscepti-ble de luz. 6. La acción de flotación se convir-tió en rotación sobre su eje. 7. La acción degravitación se convirtió en revolución en tor-no del centro de atracción. (Esta última sedemostró con el radiómetro; y bajo dichas ac-ciones la masa entera quedó sujeta á la ley dé-la atracción.) 8. Toda la superficie de la masafuó poniéndose poco á poco bajo la influenciade la luz. 9. Por dicha influencia los gasesmás ligeros de la masa fueron atraídos haciala luz. 10. Los gases que se elevaron más sevolvieron aire y formaron la envoltura atmos-férica. 11. Los gases que se condensaron enlíquido, formaron la envoltura acuática, elOcéano. 12. El resto de la masa vaporosa to-mó la forma de moléculas sólidas, que gravi-tando hacia su propio centro, gradualmentese consolidaron en el cuerpo sólido de la tier-ra,—las rocas silicosas.

Sostiene, pues, M. Malet, que estos postu-lados los demostraron la licuefacción y solidi-ficación de los gases llevados á cabo "por losseñores Cailletet y Raoul Pictet, y que talesson los inevitables resultados del efecto de laluz en la masa vaporosa, la gran matriz deltiempo. Dicha luz, concluye diciendo el geólo-go, en corrientes ondulosas cayó sobre el er-rante vapor, lo sometió á la obediencia, á laarmonía y al amor. No hay fenómenos sobrela haz de la tierra que, en su curso natural,no procedan de este comienzo.

NÚMERO DE PLANTAS CONOCIDAS.

En la Biblia se mencionan especialmente50 plantas y de otras tantas se hace mera re-ferencia. Hipócrates contaba 231, especies,Teofrastos unos 500, Dioscórides más de 600 yPlinio 800. En el siglo XVI la lista se aumentóhasta 6.000; y Tournefort en 1694 describió

10.146 especies, que dividió en 694 géneros. Enel siglo XVIII Linneo definió 7.294, distribuidasen 1839 géneros. En 1805 se formaron dos ca-tálogos diferentes, uno con 26.000 especies deplantas, otro con 30.000. En 1824 se clasifica-ron 78.000. En 1840 Endilcher aumentó los gé-neros hasta6.895, y en 1853 Lindey hasta 8.931.En 1863, Bentley calculó las especies conoci-das en 125.000. El Belgique Hortícola clasificaestas en 60.000 dicotiledóneas, 20.000 inonoco-tiledóneas y 40.070 criptógamas distribuidasen 8.000 especies. Las que actualmente se cul-tivan son en número de 40.000, que en realidadpertenecen á las especies botánicas.

ATAUD-PETARDO.

A consecuencia de las repetidas profana-ciones de los cementerios, el genio del inven-tor se ha excitado, é ideado un medio para re-mediar el mal. Entre las más recientes paten-tes aseguradas en la oficina general en Wa-shington, se ha concedido una para un ataud-petardo.-que consiste en un tarro-de metrallalleno de pólvora y balas, con un gatillo dispa-rador, arreglado de manera que, una vez co-locado el petardo en el ataúd, y cerrada la ta-*pa, cualquier esfuerzo que se haga para abrir-lo, hará que aquel estalle al punto como untrueno, despidiendo balas en todas direcciones.

CHUBASCOS DE POLVO EN EL ATLÁNTICO

Acaba de concluir Herr Hellmann el exa-men completo del polvo fino usualmente rojo,que cae en los barcos que navegan muchasmillas mar á fuera, á lo largo de las costas deÁfrica, cerca de la latitud de las islas de Cabo-VsPde. Hó aquí el resumen de los hechos elu-cidados. La mayor parte de las caídas de pol-vo ocurren en la zona atlántica entre los gra-dos 9 y 16 de latitud Norte. Al Sur del 6o Norteson extremadamente raras, y de ahí para elSur lo más lejos hasta el 2° 56' Norte, 26° Oes-te. Las dos caídas más distantes en esta últi-ma dirección fueron en el 38° 5', ambas á unas300 millas de Cabo-Verde. A menudo el fenó-meno ocurre simultáneamente en diferentespuntos del Mar Oscuro, como lo llama' un geó-grafo alemán al de esa parte del África; en uncaso distante entre sí 150 millas; Dura á vecestambién por varios días seguidos. Superficiesde diverso tamaño, dígase de 100.000 millascuadradas, pueden recibir estas polvaredas almismo tiempo. Hay un periodo anual en lafrecuencia de sus caidas; pues parece quecerca de la costa africana ocurren más en elinyierno; más lejos al Oeste, al principio de laprimavera. La dirección del viento durante elfenómeno fue del Este y más frecuentementedel Nor-nordeste para el Nordeste franco.

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Son muy irregularmente distribuidas las cai-das de polvo que se observaron. De sesenta ytres, tomadas al acaso, hubo ocho de arena ytres de arena y polvo. A veces una y otrocaen simultáneamente. Las de polvo con am-plia extensión al Este y Oeste, mientras mascerca de las costas fueron más densas. De se-senta y cinco casos en los cuarenta el polvofuó rojizo. A veces carece de coloración. Nodeja de tener relación la niebla seca del MarOscuro, con el fenómeno del polvo. De estoshechos deduce Herr Hellmann que la materiadel polvo viene de África principalmente.y dela parte occidental del Sahara. Esto no exclu-ye la posibilidad de la mezcla casual de par-tículas de la América meridional. La distribu-ción de las caidas de polvo, tanto en espaciocomo en tiempo (siguen el movimiento de losvientos alisios), dan ansas á la hipótesis, co-mo asimismo et hecho de que la materia quecae al Este es más grosera de la que cae en elOeste.

CERTAMEN MUSICAL.

La comisión encargada de realizar en elFerrol un eertámen musieal durante las fiestasque han de celebrarse en el mes de Mayo pró-ximo, anuncia que se llevará á cabo bajo lassiguientes condiciones:

Una batuta de plata, ofrecida por el Ilmtrí-SÍ'OTO Ayuntamiento del Ferrol, á la música po-pular que interprete de mejor manera la sin-fonía Paragraphe 3.° del maestro Suppé.

Un estandarte de terciopelo, lujosamentebordado con oro y sedas, concedido por la So-ciedad Liceo de Artesanos del Ferrol, al Or-feón que mejor cante el coro titulado «En elmar,» letra de D. Carlos Suanzes y música deD. Francisco Piñeiro.

Un órgano expresivo, concedido tambiénpor dicha sociedad, al autor de la mejor par-titura de una sinfonía á grande orquesta.

Una escribanía da. plata, dada poi; la Comi-sión general de festejos, al autor de la mejorpartitura de una gran marcha para músicamilitar.

Una lira de plata, ofrecida por la SociedadCirco de Recreación del Ferrol, al autor de lamejor composición á voces solas.

Las músicas militares que concurran alcertamen, ejecutarán cada una una pieza desu libre elección, por lo que recibirán una me-dalla conmemorativa de oro, regalada por losseñores jefes y oficiales del segundo regimien-to de infantería de Marina.

Los directores de dichas músicas pondránen conocimiento de la Sub-comision, quincedias antes del certamen, cuál es la pieza quehan escogido.

Las músicas populares y los orfeones quedecidan acudir al certamen pedirán á la sub-comision una copia de las piezas señaladaspara el concurso.

A éstos se les enviará además el himnocompuesto expresamente para la inaugura-ción del dique, que será cantado por todas lasmasa§ corales, teniendo en cuenta que otor-

;arán su amable asentimiento, y acompaña-as por la orquesta.

Las partituras deben ser inéditas y entre-gadas antes del dia 15 de Abril, en un pliegocerrado, y en otra el nombre dol autor, y enambos extoriormente un lema que los relacio-ne, significando además cuál guarda la com-posición.

Estas composiciones se someterán á la in-teligencia de un Jurado competente.

Las composiciones premiadas serán ejecu-tadas en el certamen.

Todas las partituras, peticiones, dudas,reclamaciones, etc., deben dirigirse al Presi-dente de la sub-comision, Sr. D. Alfonso Mo-reno de Arcos.

LOS SATÉLITES DE MARTE.

En un papel dirigido al Lóndon Times, mon-sieur Richar A. Proctor recuerda qua fue Ke-plero, quien primero sugirió la posibilidad deque Mar.te tuviese lunas. En una carta á suamigo VVachenfels, escrita en 1(510, le dice:—«Tan lejos estoy de no creer en la existenciade los cuatro círcunjoviales planetas, que es-pero con ganas el telescopio para anticiparmeá Vd., si es posible, en descubrir dos en torno-de Marte, puesto que la proporción parece re-querir seis ú ocho para Saturno, y quizás unopara Mercurio y otro para Venus.» Tal fuó laindicación no cabe duda, añade Mr. Proctor,que dio origen á las conjeturas de Voltaire yde Swift, las cuales, sin embargo, presentanellos de manera, que no falta quien supongaque vieron en realidad los satélites, suposicióndel todo en pugna con las posibilidades, auncuando se pasara por alto la indicación origi-nal de Keplero.

BIBLIOGRAFÍA.

Oeaso y aurora.—Novela histórica por Ra-fael Luna. Un tomo en 8.° de 220 páginas. Ma-drid, 1879. Imprenta de la Sociedad de tipó-grafos.

Se halla de venta, al precio de 8 rs. en lasprincipales librerías de toda España.

Orlando furioso.— Poema escrito en italia-no por Luis Ariosto; traducido al español enoctavas reales por D. Vicente de Medina yHernández.

Se acaba de publicar la entrega 11.a, queforma un cuaderno de 80 páginas en folio me-nor. Barcelona, 1878.

En las principales librerías de España seadmiten suscriciones á toda la obra al preciode 2 pesetas cada cuaderno.