Revista EP III - De Luca

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Revista Espacios Políticos Año 2006 - N° 3 - Publicación de distribución gratuita Las transformaciones del peronismo en los tiempos de Kirchner Por Miguel De Luca. (Universidad de Buenos Aires (UBA) [email protected] ) En los últimos tiempos, y sobre todo durante los tres años de la gestión de Néstor Kirchner, el justicialismo ha sufrido significativas transformaciones en diversos aspectos que atañen a su condición de organización político-partidaria. Esta idea goza de un particular consenso en los ámbitos académicos, pero también entre comentaristas políticos y periodistas. Sin embargo, no todas las exposiciones en esta línea de análisis reconocen una misma inspiración y alcance, por lo corresponde subrayar ciertos matices -y hasta discrepancias- entre ellas, tanto en términos de la envergadura de los cambios identificados como en la naturaleza, gravedad y consecuencias de los mismos. Así, para algunos, el fenómeno presenta fronteras bien precisas, responde a una mera (y nueva) adaptación de la “máquina” peronista a contextos y condiciones diferentes, o ambas cosas a la vez. Para otros, por el contrario, los cambios operados en el PJ no reconocen aún límites claros o revisten un carácter definitivo que, en las versiones más extremas, podrían provocar (o directamente provocarían) la desaparición de este partido tal como lo conocemos, sea por su división -siguiendo el pronóstico lanzado en los ’70 por Torcuato Di Tella- en dos agrupamientos irreconciliables, o por su liso y llano desplazamiento como etiqueta política cardinal en el sistema partidario argentino por una de nuevo cuño. En este último caso no se trataría, pues, de una nueva mutación como la acaecida entre 1983 y 1999 (y descripta en detalle por Steven Levitsky en La transformación del peronismo), sino de algo bien distinto. http:www.espaciospoliticos.com.ar 1

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Revista presentada en el VII Congreso Nacional de Democracia, Universidad Nacional de Rosario.

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Revista Espacios PolíticosAño 2006 - N° 3 - Publicación de distribución gratuita

Las transformaciones del peronismo en los tiempos de KirchnerPor Miguel De Luca. (Universidad de Buenos Aires (UBA) [email protected])

En los últimos tiempos, y sobre todo durante los tres años de la gestión de Néstor Kirchner,

el justicialismo ha sufrido significativas transformaciones en diversos aspectos que atañen a su

condición de organización político-partidaria. Esta idea goza de un particular consenso en los

ámbitos académicos, pero también entre comentaristas políticos y periodistas.

Sin embargo, no todas las exposiciones en esta línea de análisis reconocen una misma

inspiración y alcance, por lo corresponde subrayar ciertos matices -y hasta discrepancias- entre

ellas, tanto en términos de la envergadura de los cambios identificados como en la naturaleza,

gravedad y consecuencias de los mismos. Así, para algunos, el fenómeno presenta fronteras bien

precisas, responde a una mera (y nueva) adaptación de la “máquina” peronista a contextos y

condiciones diferentes, o ambas cosas a la vez. Para otros, por el contrario, los cambios operados

en el PJ no reconocen aún límites claros o revisten un carácter definitivo que, en las versiones más

extremas, podrían provocar (o directamente provocarían) la desaparición de este partido tal como

lo conocemos, sea por su división -siguiendo el pronóstico lanzado en los ’70 por Torcuato Di Tella-

en dos agrupamientos irreconciliables, o por su liso y llano desplazamiento como etiqueta política

cardinal en el sistema partidario argentino por una de nuevo cuño. En este último caso no se

trataría, pues, de una nueva mutación como la acaecida entre 1983 y 1999 (y descripta en detalle

por Steven Levitsky en La transformación del peronismo), sino de algo bien distinto.

A pesar de esta diferencia crucial, empero, tanto una como otra serie de razonamientos

recurren como evidencia para fundar sus argumentaciones, a un idéntico inventario de hechos y

situaciones. En efecto, casi invariablemente, en ellas se hace referencia a:

1) el estado de acefalía del justicialismo en el plano nacional y la explícita falta de interés

de Kirchner de asumir la jefatura oficial de éste, incluso cuando en el corto plazo no se avizoran

dirigentes que puedan desafiarlo.

2) la división del PJ, tanto en el plano organizativo como en las arenas legislativas

nacionales y provinciales, donde los peronistas se aglutinan en dos o más bloques parlamentarios.

3) la creación de una nueva herramienta para la competencia electoral, el Frente para la

Victoria, que no sólo cuenta con el apoyo del propio titular del ejecutivo nacional sino que confronta

abiertamente con el PJ “oficial” (y hasta lo derrota).

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4) la convocatoria y las acciones de Kirchner destinadas a la construcción de una nueva

fuerza política, denominadas “transversalidad” en los albores de su mandato, y hoy designadas

como “concertación plural” y, por último,

5) la notoria ausencia en los discursos y mensajes presidenciales de claras referencias a

los principios y símbolos más caros a la liturgia peronista.

Esta pocas líneas tienen como objetivo llamar la atención sobre el carácter de “novedoso”

en la trayectoria peronista adjudicado a los primeros cuatro acontecimientos o fenómenos

señalados y su liviano uso como soporte argumental de las reflexiones mencionadas para, así,

contribuir a un riguroso debate sobre el derrotero del PJ (encarar la misma tarea para el quinto es

imposible en este espacio y será el propósito de otra nota).

Primero. Ni Perón, ni Menem observaron jamás interés alguno por la organización formal

del PJ. Para ellos, el justicialismo, como partido político, era prescindible una vez en el poder:

bastaba con manejar los resortes y recursos del gobierno. Para quien lo creó, el partido era sólo

una herramienta electoral, la del amplio “movimiento nacional” y, por ende, carecía de importancia

más allá de las votaciones. Por su parte, una vez que llegó a la cima del PJ, Menem lo mantuvo

durante casi una década en estado de hibernación. La negativa de Kirchner a ejercer la conducción

formal del partido, en términos estratégicos, poco desentona con la conducta de quienes lo

antecedieron como “jefes naturales” del PJ. Aun más: ante la ausencia de rivales de fuste, la actual

acefalía le garantiza una organización inactiva sin asumir por ello costo alguno frente a quienes,

potencialmente, puedan exigir la movilización del partido o reclamar una mayor participación del

partido en la gestión del gobierno.

Segundo. En partidos tan heterogéneos como el PJ, la división de la organización, e

incluso, de sus parlamentarios, en “alas”, “facciones”, “corrientes” o “líneas” es la regla y no la

excepción. Circunstancias puntuales pueden provocar hasta la deserción de líderes y adherentes,

pero la misma amplitud y los laxos límites de la organización y una posición política expectable

funcionan casi invariablemente como factores de atracción y unificación (basta observar la

trayectoria de los líderes del FREPASO y de Nueva Dirigencia en la última década). La ciencia

política todavía debe un estudio que explique por qué en algunos casos las divisiones culminan

definitivamente en nuevos partidos y en otros no (el análisis comparado podría incluir, además del

PJ, a la extinta Democracia Cristiana italiana, a los demo-liberales japoneses, al PRI mexicano y a

los demócratas estadounidenses)

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Tercero. La abierta división del peronismo en la arena electoral no es nueva: los

antecedentes se remontan inclusive a la experiencia del primer peronismo. Más cerca en el tiempo,

la pugna entre “ortodoxos” y “renovadores” también derivó en la presentación de dos (o más) listas

peronistas en los años de Alfonsín y, asimismo, se registraron algunos casos en los noventa. Entre

las causas del desdoblamiento puede identificarse a cierta incapacidad “genética” del peronismo

para procesar internamente sus conflictos. Por otra parte, la creación de frentes electorales -con

claro predominio del PJ- es propio del “estilo peronista” de competir por los votos: en 1973 la

candidatura de Perón por el FREJULI sumó a desarrollistas y conservadores populares, en 1989 la

postulación de Menem por el FREJUPO aglutinó también a estos mismos sellos y al Partido

Intransigente. El Frente para la Victoria, como etiqueta-insignia de una coalición, no es demasiado

diferente.

Cuarto. La apelación a la constitución un amplio movimiento político, por encima del

partido, es un “sello de fábrica” de las criaturas políticas de tinte populista. La convocatoria de

Perón no se detenía en diferencias ideológicas. La de Menem buscó aliados en las corrientes

liberistas urbanas y en los agrupamientos conservadores anidados en las provincias periféricas.

Para amasar la propia, Kirchner ha escogido a sus socios entre el centro y el centro-izquierda. En

las tres, la combinación fraguó con una dosis relevante de pragmatismo.

En definitiva, la evidencia exhibida con mayor frecuencia para sostener la existencia de

recientes y profundos cambios en la organización del PJ es insuficiente y poco consistente. La

reflexión sobre las transformaciones del peronismo en los tiempos de Kirchner no pierde, por ello,

su validez. Pero sí requiere, ante todo, de un importante esfuerzo de sus cultores para mejorar sus

herramientas de análisis y para proporcionar indicios más robustos. De “afinar la puntería”. Y esta

tarea atañe tanto a quienes son modestos en sus planteos acerca de la envergadura y el alcance

adjudicados a los cambios, como para quienes afirman que éstos representan el fin de los días del

peronismo.

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