Resumen Del Libro Existe Dios
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Resumen de los cap. 6 y 7 del Libro ¿Existe Dios?de Hans Küng.
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El Hombre Pluridimensional
El problema de Dios, ¿Puede la ciencia moderna ayudarnos a dar en esto un paso adelante?
¿Trascendencia? Es sorprendente el rumbo en que el último cuarto de siglo ha tomado el
desarrollo de la ciencia y de la técnica, la economía, la política y la cultura, no vamos a
trazar aquí una descripción detallada de dicha evolución, pero si convendrá un breve alto en
el camino.
Realidades y esperanzas, hoy parece resquebrajada la ideología de una evolución
tecnológica conducente por si misma al humanismo, e igualmente parece conmocionada la
ideología de una revolución política que pueda, ella sola, a esa meta de lo humano. Los
signos de la conmoción en lo económico se han hecho aún más patentes, y la crisis en lo
político ha adquirido perfiles todavía más vivos.
Hay que renunciar solamente al progreso tecnológica en cuanto a ideología que,
guiada por intereses, desconoce la autentica realidad del mundo y despierta ilusiones sobre
las posibilidades humanas.
No se ha de renunciar por consiguiente, a la esperanza de una sociedad meta
tecnológica, a una nueva síntesis del progreso técnico encauzado y de una existencia
humana liberada de las presiones del progreso técnico encauzado y de una existencia
humana liberada de las presiones del progreso, esto es, a un tipo de trabajo humano, a una
mayor cercanía a la naturaleza, a una articulación social más equilibrada y a la satisfacción
de necesidades no exclusivamente materiales, es decir, de esos valores humanos que, sin
ser cuantificables en dinero, hacen la vida digna de ser vivida.
Hay que renunciar únicamente a la revolución política social en cuanto a ideología
que persigue el cambio de la sociedad mediante la violencia y da paso a un nuevo sistema
de dominio del hombre por el hombre.
El Hombre trascendente, Yo soy, pero no me poseo a mí mismo; por eso, únicamente
devenimos, nos vamos haciendo. El trascender es la gran tema del pensamiento de Bloch,
arranca del hombre las más complejas y diversas situaciones vitales son iluminadas bajo su
aspecto de insatisfacción, de irresolución, de realidad interminada a medio hacer. El hombre
nunca tiene suficiente, siempre desea tener más, pero que no cesa de superar se a sí mismo
superando su deficiencia.
El apetito del hombre es el que impulsa al hombre hacia adelante, pero también la
necesidad aguza el ingenio, hay muchas cosas cosas en la vida diaria que pueden suscitar
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nuestro asombro. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué esperamos?
¿Qué nos aguarda?. Con estos interrogantes humanos universales comienza Bloch su obra
más importante, El principio esperanza, El hombre vive en la medida en que tiene
aspiraciones, en que vive de cara al fututo y determinado por él. Erizada de dificultades, la
existencia humana tanto privada como pública está transida de sueños en vela, de sueños
por una vida mejor. Y este soñar despierto, este anhelo, este desiderium es, según Bloch, la
única y verdadera característica de todo hombre, que, no obstante, aún está por descubrir.
El mundo como laboratorio está, por tanto, lleno de disposición para algo, tendencia
hacia algo, latencia de algo: lo utópico en su sentido amplio, positivo, vuelto hacia el mundo
no sólo en el sentido restringido de las novelas políticas como la Utopía de Tomás Moro
según Bloch, en todos los movimientos de liberación de la humanidad: en el motivo del
éxodo y en los pasajes mesiánicos de la Biblia, en los mitos de Prometeo y en el retorno de
la edad dorada, en las figuras de Ulises y Fausto, Don Quijote y Don Juan, en las guerras de
los campesinos alemanes y en la revolución americana, francesa, rusa y alemana. Y también
ha influido en la filosofía: en el concepto leibniziano de tendencia, en los postulados
kantianos de la conciencia moral, en la dialéctica hegeliana de la historia universal y, sobre
todo, en el pathos marxiano del cambio práctico. Bloch descubre así la función de la utopía y
de la conciencia anticipatoria en todos los órdenes: sobre la base de una ontología general
del aún no.
¿Trascender sin trascendencia? Para Bloch, el camino hacia este sumo bien es y será
siempre el socialismo, que, según él, representa la praxis de la utopía concreta. Un
marxismo, sin duda, heterodoxo, creador, que nada tiene que ver con las simplificaciones de
un vulgar ateísmo marxista. Donde hay esperanza, hay religión, La religión es para Bloch, a
diferencia de Feuerbach y Marx, manifestación de la esperanza o, mejor dicho, puede ser
manifestación de la esperanza, pues no es válida... la afirmación inversa: donde hay
religión, hay esperanza.
La religión surge de la diferencia insuperable entre lo que es y lo que aún no es,
entre lo presente y lo futuro, tanto en lo que respecta al hombre como al cosmos. Para
Bloch, Dios es una cifra de lo humano futuro, aún no descubierto del hombre aún escondido,
o más exactamente: el ideal hipostasiado del ser humano aún no realizado en su propia
realidad Reino de Dios? Este es para Bloch el reino ateo de la libertad socialista, en el cual
tal es su gran utopía se realiza la naturalización del hombre y la humanización de la
naturaleza y donde el hombre y la naturaleza, el logos y el cosmos se reconcilian entre sí: 3
donde Dios tal como lo concibe Feuerbach se ha hecho hombre y nada más que hombre.
También Bloch defiende una humanización de Dios entendida en sentido activo, prometeico
y utópico ateo.
Así, pues, ¿puede un trascender individual y social sin verdadera trascendencia
alcanzar su objetivo? ¿No suscita la pregunta de Bloch sobre el para qué y el adónde
también la pregunta por el porqué y el de dónde, cosa que su dialéctica materialista en
modo alguno puede responder satisfactoriamente? Y por último, si Dios ha sobrevivido en la
estructura burguesa, ¿por qué no va a poder manifestarse también en una nueva época bajo
una forma nueva?
¿Dónde tienen la filosofía de la esperanza de Bloch y la teología de la esperanza
cristiana la base común de la que hay que partir para seguir adelante? Cabría decir
lo siguiente:
• El hombre es un ser inquieto, inacabado, no plenamente realizado. No es el que podría ser.
El hombre es un ser indigente.
• Por eso el hombre está siempre en camino, exigiendo y conociendo siempre más,
alargándose hacia lo otro, hacia lo nuevo. Es el que continuamente se sobrepasa a sí mismo.
El hombre es un ser expectante, esperanzado, anhelante.
• Dondequiera que el afán de superación del hombre se vea obstaculizado por relaciones
sociales inhumanas, por opresión política, explotación económica, discriminación social y
violación de los derechos humanos fundamentales, allí se impide al hombre la realización de
su ser humano y se le degrada al nivel de infrahombre o de robot.
• Siempre que se absolutizan determinadas realidades finitas e intramundanas antes la
nación, el pueblo, la raza e incluso la Iglesia; ahora la clase obrera, el partido o la conciencia
auténtica de una élite intelectual y se consideran como la emancipación definitiva, no llega
la verdadera liberación del hombre, sino la dominación totalitaria del hombre sobre el
hombre y, con ello, más desconfianza y odio, nuevas angustias y sufrimientos entre
individuos, grupos y pueblos, razas y clases; es decir: no hay una sociedad mejor, no hay
justicia universal, libertad individual, verdadero amor.
• Exclusivamente en el plano de lo lineal, de lo horizontal, de lo puramente humano, no
parece posible una verdadera ascensión cualitativa a otra dimensión realmente distinta: sin
auténtica trascendencia no hay auténtico trascender.
• Tanto el hombre, que no deja de pensar y actuar, como la humanidad en su conjunto se
plantean (en orden precisamente a la mejora de las condiciones sociales) la pregunta sobre
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la finalidad y meta última, pero también sobre el origen y la causa primera, sobre el sentido
último, el valor supremo, el fundamento primero.
La otra dimensión: Mucho antes del desencanto originado por el fracaso de las revueltas
estudiantiles, particularmente Max Horkheimer ya había señalado, en unas declaraciones
apenas tomadas entonces en consideración, la importancia que para una filosofía social
tiene una dimensión realmente distinta. Añoranza del absolutamente otro: Max Horkheimer.
Sobre Dios no podemos afirmar nada positivo, no podemos describir el absoluto: así opina
Max Horkheimer (1895-1973), La pregunta por el ser: Martín Heidegger. ¿Cuál es el sentido
del ser?
Esta fue la pregunta radical para Martin Heidegger (1889-1976), desde que éste, a
sus dieciocho años, cuando comenzaba a estudiar teología, leyó la tesis doctoral del filósofo
Franz Brentano Sobre los múltiples significados del ente en Aristóteles (1862) La piedra es,
el animal, la máquina, la obra de arte, el hombre es; Dios es. ¿Qué significa aquí es? ¿Qué
significa ser? ¿Significa simplemente lo que está ahí, lo que es ahí, lo que se da en el
mundo, lo que ocurre, lo que está delante, el ente?
¿Callar ante Dios? Numerosos teólogos y, sobre todo, predicadores alardean
constantemente del nombre de Dios y hablan de él, como si lo tuvieran en su mano. En vista
de una transmisión tan irreflexiva de las ideas tradicionales sobre Dios, o del parloteo
igualmente irreflexivo sobre la muerte o la existencia de Dios, tal vez la reserva de
Heidegger para hablar de Dios pueda llevar a muchos, tanto creyentes como no creyentes, a
una mayor reverencia y a un nuevo respeto ante Dios. Un discurso sobre Dios que no
proviene del silencio y no conduce de nuevo al silencio desconoce por completo con quién
tiene que habérselas.
Ciertamente no se debe hablar de Dios con el lenguaje de la ciencia. Pero precisamente por
ello, ¿no habría que buscar una forma nueva y más adecuada de hablar de Dios, para que
no sea preciso guardar absoluto silencio sobre él, sino que la teología pueda articular la fe
con ayuda del pensamiento?
¿Estar a la espera de Dios? Mi filosofía es un estar a la espera de Dios, parece haber
dicho Heidegger en cierta ocasión. Y él mismo confiesa en 1935: Sin... mi ascendencia
teológica jamás hubiera yo llegado al camino del pensamiento. Pero la ascendencia nunca
deja de ser futuro
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• Heidegger confiaba en que un día la noche del eclipse de Dios sería superada y aparecería
un nuevo Dios a la luz del ser. Pues si el hombre consiguiera llegar a la proximidad del ser,
llegaría también a resolver si fracasan y cómo fracasan el Dios y los dioses y si persiste y
cómo persiste la noche; si amanece y cómo amanece el día de lo santo y si con este
amanecer de lo santo puede comenzar -y cómo puede comenzar una nueva manifestación
del Dios y de los dioses.
Dios, palabra llena de sentido: Después de todo lo dicho puede parecer un poco extraño
y no sólo a los teólogos que todavía hoy en ciertas corrientes filosóficas, sobre todo en la
filosofía analítica o en el análisis del lenguaje, se discuta con gran aparato de erudición no
tanto si existe o no existe Dios, sino si la palabra Dios en general es una palabra con o sin
sentido. ¿Cómo es posible esto, después de que los genios más preclaros de la historia de la
humanidad han andado toda su vida a vueltas con el problema de Dios, después de que la
historia de la filosofía ha girado en torno a esta palabra durante más de dos milenios,
después de que, todavía hoy, para la mayoría de la humanidad resulta indiscutible la
actualidad de dicha palabra?
El enigma se resuelve fácilmente si recordamos que esta discusión es la
consecuencia de aquella teoría positivista de la ciencia que ya se vio obligada a corregirse a
sí misma en el decurso de su propia historia. Ya hemos tratado este asunto si no se acepta
el principio empirista de verificación del positivismo lógico, de antemano queda ya
desprovista de base la tesis de la falta de sentido de todo término meta empírico y, sobre
todo, de la palabra Dios.
Tenemos que respetar a aquellos que prohíben la palabra, porque se rebelan contra
la injusticia y el abuso, que apelan gustosos a la autoridad de 'Dios'; pero nos es imposible
renunciar a esta palabra. ¡Qué bien se comprende que algunos propongan guardar silencio
sobre estas 'realidades últimas' durante algún tiempo, para que las palabras gastadas
vuelvan a redimirse! Pero de esta manera jamás se redimirán. No podemos purificar la
palabra Dios; tampoco podemos recomponerla; pero sí podemos, mancillada y desgarrada
como está, recogerla del suelo y elevarla por encima de esta hora de enorme inquietud
• No: ¡en vez de dejar de hablar de Dios o en vez de hablar de Dios simplemente como
hasta ahora, lo más importante para los teólogos y filósofos hoy sería aprender a hablar de
Dios de forma nueva y con suma cautela!
DISCUSIONES TEOLOGICAS
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¿Existe Dios realmente? ¡Esto hay que creerlo sin más!, se oye decir a los creyentes en
Dios de los más diversos credos. ¡Pero esto no se puede creer!, replican los que niegan a
Dios y los que dudan de él o andan en su busca. Para creer en Dios es preciso conocerlo
antes, consideran algunos católicos. No; para conocer a Dios es preciso primero creer,
responden sobre todo los protestantes. De este modo, la fe en Dios está marcada por la
contradicción entre creyentes y no creyentes, entre creyentes de una y otra confesión. El
debate es extremadamente tenso en el ámbito católico y en el evangélico, a la par que
sumamente complejo. Nosotros intentaremos llegar a una clarificación.
¿Itinerario católico o evangélico? Como ustedes saben, la Iglesia católica ha elevado a
dogma de fe que la existencia de Dios puede probarse por la razón. Este dogma es un poco
extraño, pero de todos modos es uno de sus dogmas. La Iglesia se vio obligada a declararlo
cuando los librepensadores empezaron a afirmar que no faltan argumentos que la razón
pura podría aducir en contra de la existencia de Dios, aunque naturalmente ellos estuvieran
convencidos por su fe de que Dios existe. Se adujeron razones y pruebas con gran profusión
de detalles, y la Iglesia católica comprendió que tenía que poner fin a todo aquello. Por eso
afirmó que la existencia de Dios puede demostrarse por la razón humana y, para
fundamentar esta afirmación, se vio obligada a aducir los argumentos que ella consideraba
convincentes.
• Pero Russell mismo no considera convincentes tales argumentos: una razón
decisiva para que él no quiera ser cristiano. ¿De qué dogma habla aquí Russell con tanta
imprecisión?
Conocimiento de Dios por la razón: Vaticano I.
¡Certeza proveniente fundamentalmente de la razón, que debe naturalmente completarse
con la certeza de la fe! Esta es la postura terminante del Concilio Vaticano I en el año 1870.
Por eso: Quien afirme que el único y verdadero Dios, nuestro Creador y Señor, no puede ser
conocido con certeza (certo) por la luz natural de la razón humana a través de las criaturas,
sea anatema ¿Cómo se llegó a esta rígida formulación teológica? Trescientos años después
del Concilio de Trento en contra de la Reforma protestante, el papa Pío IX concibió el
proyecto de un nuevo concilio, movido por una necesidad de defensa y salvaguardia, para
remediar por este medio extraordinario las también extraordinarias tribulaciones de la grey
de Cristo.
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Únicamente sobre este trasfondo puede entenderse el Concilio Vaticano I y su
fracaso total en las reformas prácticas (de los 46 esquemas de reforma presentados, sólo 4
fueron discutidos y ninguno de ellos promulgado), así como su definición de la potestad
primada y la infalibilidad del papa, que debería salvar del naufragio a los Estados Pontificios
y, en fin, su constitución dogmatica Sobre la fe católica contra los errores de la época:
contra el materialismo, el deísmo y las diversas formas de panteísmo contra el fideísmo, el
tradicionalismo y el racionalismo. Ante todo se quiso lograr la clarificación definitiva del
problema de la relación entre razón y fe, apasionadamente discutido desde la Ilustración.
Pero eso se hizo bajo el predominio absoluto de la teología neo escolástica,
promov1da sobre todo por los jesuitas romanos en una línea restauradora, recurriendo a la
Edad Media y en especial a Tomás de Aquino y su teoría del doble orden del conocimiento
que ya conocemos: el plano de la razón y el plano de la fe, la verdad natural y la verdad
revelada, la filosofía y la teología en dos plantas claramente diferenciadas y a la vez en
mutua y estrecha correlación Desde esta posición tomista tradicional el Concilio no necesitó
desarrollar una teoría más elaborada sobre la fe y la razón, y así pudo limitarse a impugnar
los supuestos errores, a alinearlos en dos frentes y a situarse a sí mismo en el centro: entre
el racionalismo y el fideísmo. ¿Qué significa esto en concreto? Esto implica una primera
delimitación: ¡no se puede reducir la fe a la razón! Así lo hacía el racionalismo radical,
defendiendo una razón de espaldas a la fe y rechazando todo lo sobrenatural. Pero así lo
hacía también, en opinión del Concilio, el racionalismo moderado de aquellos teólogos
alemanes que al parecer transigían en parte con el racionalismo semirracionalismo.
La doctrina del Vaticano I implica de hecho una escisión del concepto unitario de Dios en un
Dios natural y otro sobrenatural. ¡Y así equivoca el concepto del Dios único y verdadero!
Barth, por el contrario, quiere inequívocamente partir del concepto cristiano de Dios, del
verdadero Dios uno y trino: De este Dios, de su verdad, hemos dicho que sólo es
cognoscible por la verdad, es decir, por su propia gracia y misericordia. Verdad es que el
Vaticano I, según Barth, no pretende hablar de otro Dios o de una parte sola de ese único
Dios: Pero en lo que respecta a la cognoscibilidad de Dios, evidentemente sí pretende,
procediendo en el plano no ético de distinta manera que en el óntico, realizar una
separación provisional que luego, inevitablemente, desemboca en una escisión del Dios
único mismo. Pero la Escritura, también según Barth, no conoce más que un único Dios, el
Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Padre de Jesucristo, y no un Dios de los filósofos o
un puro Dios creador: ¿Qué palabra de la Escritura podría comprenderse legítimamente
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si no se entendiese como testimonio del único Dios? ¿Cómo puede llevarse a cabo tal
escisión partiendo de la Escritura?
La doctrina del Vaticano I implica de hecho una abstracción del efectivo obrar y
actuar gratuito de Dios en beneficio de un ser en general, que Dios compartiría a una con
nosotros los hombres y con todos los entes. Para Barth, en cambio, Dios es indudablemente
el que era, es y será siempre; es decir, alguien que es con la máxima realidad. Pero, como
alguien que es, Dios es a un tiempo el que actúa: Hemos preguntado por la cognoscibilidad
de este ser, por la verdad del ser real del sujeto de esta historia. Del Vaticano I no cabe
deducir en modo alguno que el Dios de que ahí se habla esté ocupado en obrar y actuar con
el hombre, obra y actuación en las que para el hombre está en juego la vida o la muerte, la
salvación o la condenación, más aún, en las que para Dios está en juego su gloria y, por lo
mismo, el milagro de su amor, y de las que ni por un momento cabe hacer abstracción
cuando lo que
se ventila es la relación de Dios con el hombre y, más en concreto, la cognoscibilidad de
Dios.
Naturaleza y sobrenaturaleza: Cuatro años después de la publicación de El sobrenatural
de De Lubac, el 12 de agosto de 1950, apareció un nuevo Syllabus, la encíclica Humaní
generis, sobre algunas concepciones erróneas que amenazan socavar los fundamentos de la
Iglesia católica. Esta encíclica condenaba los métodos y un sinnúmero de conclusiones de
esta nueva teología (y filosofía), que se desviaban de la neoescolástica. La concepción de De
Lubac acerca del sobrenatural fue expresamente rechazada, haciendo a la vez nuevo
hincapié en la tesis del conocimiento natural de Dios: No es de extrañar que tales
novedades, que afectan a casi todos los ámbitos de la teología, hayan producido ya
emponzoñados frutos. Se pone en duda que la razón humana sea capaz de demostrar la
existencia de un Dios personal sin ayuda de la 'revelación' y de la gracia divinas por
argumentos deducidos de las cosas creadas... Otros destruyen la verdadera gratuidad del
orden sobrenatural, al afirmar que Dios no puede crear ser alguno dotado de razón sin
ordenarlo y llamarlo a la visión beatífica divina.
El 1 de noviembre de ese mismo Año Santo de 1950 Pío XII definió (sin atender a los
múltiples reparos teológicos provenientes de dentro y fuera de la Iglesia católica) la
asunción corporal de María al cielo. Y a la depuración teológica en la orden jesuítica siguió
muy pronto con ocasión de la prohibición de los sacerdotes obreros la depuración en la
orden dominicana donde teólogos tan relevantes como M. D. Chenu e Yves Conga; habían
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propugnado de forma muy comprometida una nueva relación de la Iglesia católica con el
mundo, con los trabajadores y con el ecumenismo, así como una reforma radical de la
Iglesia. También en este caso la depuración se realizó al margen de todo proceso judicial:
con interdicción de libros, prohibición de escribir, remociones, traslados y hasta exilio
temporal de la patria. De este modo, en poco tiempo, se redujo al silencio a todas las
cabezas rectoras de la teología francesa, que apenas había acabado de reponerse de la
controversia antimodernista y a una con la literatura católica francesa.
Conocimiento de Dios de los no cristianos. Rudolf Bultmann estuvo desde un principio
de acuerdo con Karl Barth: la fe es la única forma posible de acceso a un Dios que no es
perceptible sino por propia revelación en la palabra de la predicación. Pero sólo con esto,
para Bultmann, el problema de la teología natural no está solucionado. ¿Por qué? Aparte de
su insistencia en la divinidad de Dios, Bultmann como exegeta y especialista en ciencia de
las religiones influenciado por la filosofía de la existencia de Heidegger sintió desde siempre
un interés mucho mayor que Barth por la existencia humana y su comprensión, lo que más
tarde tendría su consecuencia lógica en el programa de la desmitización. Pero ¿qué fue lo
que le hizo reflexionar sobre la teología natural?
Tres hechos, que indudablemente Karl Barth no había tomado lo bastante en serio y
que el mismo Bultmann, desde presupuestos barthianos, sólo pudo reconocer tras darles
muchas vueltas dialécticas, ponerles muchos peros y manteniendo ciertas reservas: El
hecho de la comprensión intelectual: ¿No tiene el hombre, aun antes de sentirse interpelado
por la predicación cristiana, un saber previo, una pre-comprensión de Dios? El hecho de las
grandes religiones mundiales: ¿No se habla también de Dios y con Dios fuera del
cristianismo? El hecho de la filosofía: ¿No aspira también la filosofía a comprender la
existencia del hombre?
¿PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS?
Argumentos a favor. ¿Cuál es aquí exactamente la cuestión? No simplemente que
Dios sea por principio cognoscible, como define el Vaticano l. Pero tampoco que Dios sea
objeto de experiencia inmediata, como aparece formulado en el Memorial de Pascal. Sino
que la existencia de Dios sea básica y efectivamente demostrable. Las pruebas de la
existencia de Dios pretenden demostrar a Dios: su objeto no es como el de la confianza
fundamental solamente la realidad del mundo y del hombre, la realidad en general, sino un
posible fundamento primero, soporte primordial y sentido originario de la realidad, al que
llamamos Dios.
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Las pruebas de la existencia de Dios parten por lo general de una experiencia
externa o interna de evidencia inmediata y desde ella intentan hacer evidente la existencia
de Dios a través de un proceso mental de reflexión metódica estrictamente lógico y
consecuente. Un principio metafísico universal debe servir ahí de puente para pasar de la
realidad experimental a la trascendente, de lo finito al infinito.
Tomás de Aquino, recurriendo a Platón, Aristóteles, Agustín y Anselmo, ya había
distinguido cinco vías de acceso a Dios, que en parte se reducen unas a otras. Hoy, por lo
general, siguiendo un planteamiento que depende de Kant tanto en contenido como en
terminología, se distinguen cuatro pruebas clásicas de la existencia de Dios, que se
remontan a diversas tradiciones y pueden concretarse de distintas maneras.
Presentémoslas de una forma esquemática:
a) El argumento cosmológico parte del fenómeno del movimiento, del cambio, de la
causalidad en el mundo de la experiencia externa. Desde aquí, puesto que una regresión sin
fin carece de sentido, con ayuda del principio de causalidad se concluye una causa primera.
b) El argumento teleológico (físico-teológico) parte del orden, de la finalidad, de la
teleología, del impulso dinámico de todo el acontecer de la naturaleza (recientemente,
también del espíritu humano, que permanece irrealizado en el marco de lo finito). Luego,
con ayuda del principio de finalidad, que afirma una orientación intencional hacia el fin y
excluye la pura casualidad de todo acontecer, se deduce un ordenador y creador del mundo
o un fin supremo.
c) El argumento ontológico parte del concepto de Dios innato en todo hombre como el ser
perfectísimo o necesario. De aquí se concluye en este caso sin recurrir a la experiencia
empírica (= a priori) la existencia de este ser, existencia que sencillamente forma parte de
su perfección y necesidad.
d) El argumento moral parte de la necesidad de armonizar la moralidad (como imperativo
categórico) y el anhelo de felicidad del hombre. Partiendo de aquí no es posible demostrar
rigurosamente la existencia de Dios, pero sí postularla como necesaria prácticamente,
moralmente: Dios como condición de posibilidad del bien supremo.
DIOS EXISTE
¿Quién es Dios? ¿Dónde está Dios? ¿Existe Dios? Una y otra vez el hombre se ha preguntado
por Dios. Una y otra vez el hombre ha dudado de Dios. Una y otra vez el hombre ha negado
a Dios. Una y otra vez el hombre ha luchado por Dios, ha creído en Dios,
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ha rezado a Dios. Vaya esto por delante: no es forzoso creer en Dios. Pero ¿es legítimo creer
en Dios? ¿Puede justificarse la fe en Dios?
Todos los argumentos filosófico-históricos y filosófico-culturales que abogan por el fin
de la religión, como ya vimos detenidamente, resultan extrapolaciones hacia el futuro a la
postre infundadas. En efecto: En lugar de la «superación de la religión» por obra del ateísmo
humanista, como había anunciado la teoría de la proyección de Feuerbach hallamos hoy en
muchas partes (a pesar de la secularización) un nuevo humanismo teórico y práctico vivido
por personas creyentes en Dios. En cambio, la fe del humanismo ateo en la bondad de la
naturaleza humana se ha hecho sospechosa de ser, ella misma, una proyección.
En lugar de la extinción de la religión por obra del socialismo ateo, como proclamaba
la teoría del opio de Marx hallamos hoy bajo diversas formas (a pesar de todas las
prohibiciones y violentas represiones) un nuevo despertar religioso precisamente en los
países socialistas. En cambio, la fe del materialismo ateo en el advenimiento de la sociedad
socialista ha quedado reducida para innumerables personas de Oriente y Occidente a un
mero consuelo interesado. Es de prever que la relación entre religión y ciencia vaya poco a
poco mejorando, a pesar de la recíproca desconfianza que aún reina entre ellas. ¿Vamos
hacia una apertura nueva? La imagen que ofrecen la ciencia y su relación con la religión
dista mucho de ser unitaria.
Secularidad cuasi-religiosa: Donde aún sigue muy extendida la agresividad contra todo
lo religioso es entre los sociólogos, críticos de todo tipo de ideologías, a quienes la religión
se les presenta sobre todo institucionalizada en las Iglesias, en sus pretensiones de poder y
en su doctrinarismo y conservadurismo en la vida pública. Sin embargo, también aquí, en
algunos de estos científicos, ha ido configurándose una nueva comprensión del fenómeno
religiosidad. Hoy se vuelve a insistir con más fuerza en la vigencia permanente de las
necesidades religiosas del hombre, que, por supuesto, también pueden ser satisfechas
secularmente. Aunque en este caso sería preferible hablar de cuasi-religión.
El futuro de la religión: Sea cual fuere la opinión sobre las observaciones e intentos de
interpretación de Berger, Reich, Bell, Mehnert y otros escritores, una cosa es indiscutible: a
pesar de los grandes avances de la secularización, en la joven generación encuentra hoy un
eco redoblado el clamor por nuevas escalas de valores, por nuevos modelos, prioridades e
ideales, por nuevos planteamientos y estilos de vida y, en consecuencia, por la ética y la
religión. El hombre unidimensional busca, a menudo inconscientemente, otra dimensión de
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la vida, y ello no sólo trascendiendo hacia la inminente gran revolución o, después de su
fracaso, hada el gran rechazo. (H. Marcuse 39), sino recurriendo otra vez a la imagen hacia
la altura o profundidad de una auténtica trascendencia que capacite al hombre para un
nuevo modo de vida y acción.
De ello no solamente dan testimonio los movimientos religiosos propiamente dichos,
desde el movimiento de Jesús y los movimientos carismáticos hasta el interés por la religión
y la mística orientales (y todas las formas posibles de superstición e incluso de fe en el
diablo). También la actitud comprometida de los movimientos en pro de los derechos
ciudadanos y humanos en el Este como en el Oeste, en el Norte como en el Sur, obedece en
muchos casos a motivos religiosos. Y lo mismo sucede con los movimientos tercermundistas
de lucha contra la pobreza y a favor de la independencia nacional, sobre todo en Africa y en
Sudamérica. Si antes el influjo de la religión en la sociedad fue más directo y mayor en
extensión, hoy es quizá más indirecto, pero mayor en intensidad.
La hipótesis de Dios: ¿No hay muchos contemporáneos nuestros que creen en la
existencia de Dios (o al menos en un ser supremo), pero que en su praxis cotidiana no dejan
traslucir nada de esa fe? Y, al contrario, ¿no hay también muchos contemporáneos que no
creen en la existencia de Dios, pero que en la práctica viven como si Dios existiera? Por eso
el interrogante planteado por Brecht exige una respuesta clara: si Dios existe, ¿cambiaría
algo la conducta del hombre o no? Si cambia algo, es la hora de dar una respuesta clara y
terminante, aunque hayamos de guardarnos muy bien de incurrir en una moralización del
problema: ¡los creyentes en Dios no son por principio mejores personas!
La realidad de Dios: Si no queremos caer en simplificaciones, tenemos que avanzar paso
a paso. ¿Cuáles son las alternativas? Aunque vamos a contraponer antitéticamente las
posturas como hicimos al hablar de la confianza fundamental, eso no significa que queramos
dividir a los hombres en buenos (temerosos de Dios) y malos (ateos) ni dar una calificación
moral a su decisión a favor o en contra de Dios. Aunque es evidente que el problema de
Dios implica también una dimensión ética, la alternativa debe ser primero perfilada
mediante una confrontación básica.
El sí o no a Dios, posible. La confrontación con Feuerbach, Marx, Freud y Nietzsche ha
demostrado que hay una cosa que no podemos discutir al ateísmo: El no a Dios es posible.
El ateísmo no puede ser eliminado racionalmente. ¡Es irrefutable! ¿Por qué?
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Invariablemente, la experiencia de la Problematicidad radical de toda realidad brinda al
ate1smo motivo suficiente para hacer y mantener esta afirmación: la realidad carece en
absoluto de fundamento, soporte y meta primordiales. Cualquier discurso sobre un origen,
un sentido y un valor primero es inaceptable. Nada se puede saber de todo esto: así el
agnosticismo con proclividad al ateísmo. Aún más, tal vez lo último sea el caos, el absurdo,
la ilusión, la apariencia y el no ser, exactamente la nada: así el ateísmo con proclividad al
nihilismo.
Dios, una cuestión de confianza. Las alternativas se han clarificado: es posible tanto el sí
como el no a Dios. ¿No nos encontramos nuevamente en un empate, en tablas? Aquí
precisamente reside el nudo gordiano de la solución al problema de la existencia de Dios.
Solución que hemos ido preparando a lo largo de las minuciosas discusiones con la teología
natural del Vaticano I, con la teología dialéctica de Barth y de Bultmann y con la teología
del postulado moral de lmmanuel Kant. Podríamos resumirlo así: Si Dios existe, él es la
respuesta a la radical problematicidad de la realidad. La existencia de Dios es algo que
puede ser aceptado: no en virtud de una prueba o demostración estricta de la razón pura
(teología natural) ni en virtud de un postulado moral incondicionado de la razón práctica
(Kant); ni exclusivamente en virtud del testimonio de la Biblia (teología dialéctica). La
existencia de. Dios es algo que sólo puede ser admitido mediante una confianza basada en
la realidad misma.
Fe en Dios como confianza radical últimamente fundada. Pero de la posibilidad del sí
y del no, ¿no se sigue la igual validez del sí y del no? ¡De ninguna manera! El no a Dios
significa una confianza radical últimamente infundada en la realidad: el ateísmo no puede
aducir ninguna condición de posibilidad de la realidad problemática. Quien niega a Dios no
sabe en definitiva por qué confía en la realidad.
Fe en Dios racionalmente justificada. No es una racionalidad externa, capaz de
proporcionar una seguridad garantizada. La existencia de Dios no es primero racionalmente
probada, o demostrada y luego creída, cosa que garantiza la racionalidad de la fe en Dios.
No es primero el conocimiento racional de Dios y luego el reconocimiento confiado. La
realidad oculta de Dios no se impone necesariamente a la razón. Antes bien, se trata de una
racionalidad interna, capaz de proporcionar una certidumbre fundamental: en la realización,
en al praxis de la aventura de confiar en la realidad de Dios, el hombre experimenta, pese a
todas las acometidas de la duda, la racionalidad de su confianza; la ve fundada en la
14
identidad, verdad y bondad últimas de la realidad, en su fundamento sentido y valor
primordiales.
Fe en Dios como don. La fe en Dios es una decisión confiada del hombre: es mi acción. Lo
cual nada tiene que ver con el racionalismo o el pelagianismo. Pues, como ya hemos
indicado, la realidad misma me hace patente su primer fundamento, su más hondo soporte
y su última meta, no antes -por medio de una prueba o demostración, sino justamente en el
momento en que yo me entrego confiado a ella. Por eso vale la afirmación: ¡sin
disponibilidad para un reconocimiento confiado de Dios (lo que también implica
consecuencias prácticas) no se da conocimiento racional de Dios pleno de sentido! Como la
confianza fundamental, también la confianza en Dios me exige anticiparme, aventurarme,
arriesgarme.
SI AL DIOS CRISTIANO
¿Qué actitud tiene usted con respecto a Dios? A tal pregunta, formulada en el marco de una
encuesta, respondió así el escritor Wolfgang Koeppen: La pregunta sobre mi actitud con
respecto a Dios me aterrorizó al principio; me aterrorizó cuando comencé a meditar sobre
ella. Espontáneamente hubiera respondido: favorable. Tras haberlo pensado un poco tengo
que decir: no lo sé. ¿Se puede tener una actitud con respecto a Dios? Si yo me relaciono con
Dios como con una persona con la que se puede estar a bien o a mal, es que creo en la
existencia de esa persona y, por tanto, en Dios. Y si creo en Dios, su grandeza es tan
diferente de mi pequeñez que sólo puedo decir: ¡soy su criatura! ¡Si es que creo en Dios!
Pues bien, creo. Pero a mí no se me ha concedido una vivencia de Dios, una revelación como
la que fue experimentada por Pascal y quedó descrita en el conocido Memorial de 1654:
Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y los sabios, a mí no se me
ha otorgado una revelación semejante.
Dios no ha ardido en mí. Es posible que los creyentes rígidos lo consideren una
blasfemia; pero, si he de responder con sinceridad a la pregunta, tengo que decir que estoy
en relación amistosa con Dios. De él he recibido algunos dones, él me ha salvado en los
apuros y peligros. Le doy gracias mentalmente, no mediante rezos; le doy gracias cuando se
me ocurre, de cuando en cuando, en medio del
gentío de las calles, a veces en su casa. Recibí el bautismo y la confirmación en la Iglesia
protestante; pero no mantengo relación alguna con la comunidad. No asisto a los actos de
culto ni siento necesidad de escuchar la predicación; no echo de menos al pastor, no
necesito un mediador.
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EL DIOS DE LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS
¿Puede uno, como occidental y cristiano, seguir hablando hoy de Dios y de Cristo como si la
concepción de Dios existente en Occidente y, particularmente, en el cristianismo fuera la
única posible? Agrade o no a los teólogos, desde el punto de vista de las ciencias de la
religión, el cristianismo es una religión más. Y ¿no es un signo de provincialismo formular
exigencias universales desde un punto de vista muy particular;¡ ¿No podría ser más bien
signo de un universalismo más elevado tener siempre conciencia, incluso en el terreno
religioso, de las propias barreras y limitaciones socioculturales; Las experiencias, formas,
plasmaciones e ideas religiosas de la humanidad son infinitamente ricas, e infinitamente
compleja es su problemática. El simple intento de describir aquí las diferentes concepciones
de Dios constituiría una osadía: resulta absolutamente imposible abarcar sus divergencias y
convergencias, sus diferenciaciones e implicaciones.
Consecuencias para el cristianismo.
Si en esta oportunidad queremos extraer algunas consecuencias generales de la
controversia sobre los ritos y los nombres de Dios, tan catastrófica para la suerte del
cristianismo en el Extremo Oriente, con miras a un futuro mejor debemos exigir en lo
tocante a la concepción de Dios: ¡No esa dominación arrogante de un Dios que ignora la
libertad en aras del exclusivismo misionero! Porque un particularismo miope, petulante y
exclusivista que condena globalmente todas las demás religiones en nombre del único Dios
y un proselitismo que hace una competencia desleal tienen una idea demasiado pobre no
sólo de las religiones, sino también del evangelio. ¡No la fusión sincretista de todos los
dioses, tan opuestos entre sí, que elude el problema de la verdad mediante armonizaciones
y reducciones! Porque un indiferentismo paralizador, disolvente, agnóstico y relativista que
acepta y aprueba indiferenciadamente las restantes religiones y sus dioses puede producir
al principio efectos liberadores y confortantes; pero, por su indiferencia, en definitiva resulta
insatisfactorio para el hombre que piensa, ya que renuncia a todas las normas y criterios
fijos. Sino el anuncio independiente y desinteresado del único Dios verdadero a todos los
hombres de las diferentes religiones: y ello desde esa apertura que no es mera
acomodación condescendiente; que no reniega de las propias convicciones de fe, pero
tampoco impone por la fuerza una respuesta determinada; que transforma en autocrítica la
crítica hecha desde fuera y asume a la vez todo lo positivo; que no destruye lo válido de las
religiones, pero tampoco incorpora acríticamente lo que carece de valor. Así, pues, el
cristianismo ha de prestar con su Dios su modesto servicio entre las religiones del mundo,
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uniendo dialécticamente el reconocimiento y el rechazo: como catalizador crítico y foco de
cristalización de sus valores religiosos, morales, meditativos, ascéticos y estéticos.
¿Religión mística o profética? Registremos un hecho demasiado desconocido para
muchos cristianos y judíos: hay un tipo de religiosidad personal totalmente opuesta a la del
Antiguo y Nuevo Testamento, que puede caracterizarse como religión profética, religión
revelada o espiritualidad de fe: la religión mística, que sólo se ha desarrollado
coherentemente en escasas ocasiones, por ejemplo en las Upanishads, en el sistema hindú
del Shankara, rígidamente monista, en el budismo Hinayana y en el neoplatónico Plotino.
Dentro del cristianismo aparece sobre todo en el influyente teólogo de finales del siglo v o
comienzos del VI que, ocultándose bajo la máscara del discípulo de Pablo Dionisio
Areopagita (Pseudo-Dionisio), introdujo en el cristianismo esa espiritualidad neoplatónica y,
en su obra Mystike theologia, acuñó el término mística.
EL DIOS DE LA BIBLIA
1. El mundo verdadero, accesible para el sabio, el piadoso, el virtuoso; él vive en ese
mundo; es ese mundo. (Forma más antigua de la idea, relativamente inteligente, simple,
convincente. Paráfrasis de la frase yo, Platón, soy la verdad).
2. El mundo verdadero, inaccesible ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso (al
pecador que hace penitencia). (Progreso de la idea: se torna más sutil, más capciosa, más
desconcertante: se hace mujer, se hace cristiana).
3. El mundo verdadero, inaccesible, indemostrable, imposible de prometer, pero, ya como
magnitud pensada, un consuelo una obligación y un imperativo. (En el fondo, el viejo sol,
pero a través de la niebla y el escepticismo; la idea se torna sublime, descolorida nórdica
konigsbergiana).
4. El mundo verdadero, ¿inaccesible? Al menos no alcanzado. Y, por no alcanzado,
desconocido. Por consiguiente no consuela libera ni obliga: ¿a qué podría obligarnos algo
desconocido? (Comienza a amanecer. Primer vagido de la razón. Canto del gallo del
positivismo).
5. El mundo verdadero una idea que ya no sirve para nada, que ni siquiera obliga, una idea
que ya resulta inútil superflua; por consiguiente, una idea refutada: ¡Eliminémosla! (Día
claro; desayuno; vuelta del buen sentido y de la alegría; bochorno de Platón; griterío infernal
de todos los espíritus libres).
6. Hemos, eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo nos queda?, ¿quizá el aparente? ¡No!
¡Con el mundo verdadero hemos eliminado también el mundo aparente! (Mediodía;
momento de las más cortas sombras; fin de un prolongado error; apogeo de la humanidad:
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INCIPIT ZARATHUSTRA). ¿Fin o viraje? La secuencia, colorista y rebosante de ingenio, Ironía
y malicia, incita a rodar las escenas en orden inverso. ¿No cabría desarrollar de atrás hacia
adelante la Historia de un error nietzscheana centrándola en un nuevo futuro? Nuevo título:
La (futura) historia de una verdad (redescubierta).
6. La idea de Dios no se dejó eliminar. No se produjo tal apogeo de la humanidad. Zaratustra
resultó una fábula. (Ocaso de los ídolos del superhombre; fin del más breve error· la ciencia
no sustituyó a la religión).
5. La idea de Dios, que ya no servía para nada, ni siquiera obligaba, muestra nueva vida. (El
nihilismo, precisamente para el buen sentido de los espíritus auténticamente liberados, una
idea no demostrada. Regocijo de los ángeles. Bochorno de todos los demonios).
4. La idea de Dios, sin duda. Inaccesible para la razón pura y desconocida en su realidad,
comienza de nuevo a consolar liberar y obligar. (Comienza a amanecer. Ultimo vagido de la
razón que vuelve en sí: el positivismo despierta de sus ilusiones).
3. La idea de Dios no sólo como imperativo de estilo konigsbergiano y débil consuelo para
débiles. (En el fondo, el viejo sol que, a través de la niebla y el escepticismo, brilla de nuevo
como realidad y gran promesa: sin remitificaciones).
2. La idea de Dios asequible ahora no sólo para los virtuosos, los piadosos y los sabios, sino
también para los culpables, los no piadosos y los pecadores. (Progreso de la idea; día claro;
esclarecimiento del mundo por medio de la fe; retorno de lo cristiano: la idea de Dios se
torna más comprensible, menos capciosa, más concreta, más humana).
l. La idea de Dios inteligible, relativamente sencilla y convincente: el Dios de Israel. La forma
más antigua de la idea. El, Jesús, vive en esa idea, es él esa idea. Paráfrasis de la sentencia
yo soy el camino, la verdad y la vida. (Mediodía; momento de las más cortas sombras;
comienzo de la verdad eterna; apogeo de la humanidad; INCIPIT REGNUM DEI).
¿Es Dios persona? la teología cristiana primitiva se vio obligada a expresar en categorías
ontológicas la relación de Dios Padre con Jesús como Hijo Y luego con el Espíritu Santo. En
un proceso interpretativo sumamente complicado se discutió durante muchísimo tiempo, en
griego :y en latín, si se podía aplicar a Dios, y en qué sentido, el termino persona (persona,
prósopon, hypóstasis) entendido ya como individualidad espiritual. He aquí el resultado:
tampoco para la doctrina trinitaria ortodoxa que terminó por imponerse en los siglos IV y V
es Dios simplemente persona, sino Una naturaleza divina) en tres personas (Padre, Hijo y
Espíritu). En cambio, .Cristo Jesús no es una persona humana, pero sí Una persona (divina)
en dos naturalezas (divina y humana).
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¿No es Jesús persona humana? En compensación, ¿tres personas divinas? ¿Puede
extrañar que tal forma de hablar resulte manifiestamente ambigua y hasta incomprensible
en los tiempos actuales cuando ya no se conoce el sentido originario de la palabra? Persona
ya no se entiende ahora ontológicamente como en el pasado, sino sobre todo
psicológicamente: persona significa hoy conciencia de si mismo, y personalidad equivale a
la configuración de la persona que un individuo adquiere a lo largo de la historia mediante
su comportamiento. Persona, personeidad, personal y personalidad tienen pues, un
significado muy diferente. Por eso, nada tiene de extraño que muchas gentes sencillas
hayan entendido la doctrina tradicional sobre las tres personas divinas como un aserto de
que existen tres dioses (triteísmo), tesis que tiene paralelos en muchas religiones orientales
(por ejemplo, el Trimurti indio, integrado por Brahma, Vishnú y Shiva), pero que para
muchos Judíos y musulmanes se ha convertido en el principal escándalo cristiano. De todo lo
expuesto se desprende: no se debería discutir sobre palabras, sino con hindúes, budistas, ni
con cristianos o partidarios de una religiosidad cósmica. Persona o no persona, lo importante
es la cosa. Y la cosa es bastante compleja.
Por eso intentamos distinguir: Lo hemos visto en repetidas ocasiones: Dios no es un
infinito o finito junto o sobre lo finito. Es lo infinito en todo lo finito, el ser mismo en todo lo
que es, en todo ente. Cuando Einstein habla de razón cósmica y ciertos pensadores
orientales de nirvana, vacío, nada absoluta, hay que considerarlo como expresión del
respeto ante el misterio del Absoluto, frente a determinadas concepciones «teístas» de Dios
excesivamente humanas. Por idénticos motivos, los mismos teólogos cristianos llaman a
Dios divinidad, bien supremo, la verdad y la bondad, el amor en persona, el ser mismo, el
mar, el inefable, el misterio. Lo hemos dicho: incluso las propiedades humanas más
positivas resultan insuficientes para Dios. Por eso, en toda afirmación necesitan a la vez la
negación y la trasposición a lo infinito.
Con respecto al empleo del término persona, esto significa: Dios, evidentemente, no es
persona de la misma forma que es persona el hombre: el que todo lo abarca y lo penetra
jamás es un objeto del que el hombre pueda distanciarse para hablar sobre él. El
fundamento, soporte y meta primordial de toda la realidad, que determina toda existencia
particular, no es una persona individual entre otras personas, un superhombre o un súper
yo. También el término persona es un mero símbolo de Dios: Dios no es la persona más
elevada entre varias personas. Dios desborda también el concepto de persona: ¡es más que
persona!
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¿Interviene Dios? Muchos tienen hoy menos dificultades para creer en un Creador que
para creer en un Dios que dirige todas las cosas: encuentran menos dificultades en el relato
bíblico sobre la creación. ¿Milagros? Pero ¿qué pensar de una intervención directa de Dios
en la historia humana? ¿Cómo juzgar los relatos de milagros que aparecen ya en el Antiguo
Testamento: las diez plagas de Egipto, la zarza que ardía sin quemarse, el humo, el seísmo y
los truenos del Sinaí, la lluvia de maná y codornices, la caída de las murallas de Jericó al
sonido de las trompetas, la detención del sol y la luna, las curaciones de enfermos y
resurrecciones de muertos y la subida de Elías al cielo en un carro de fuego, milagros que
continúan en el Nuevo Testamento? 70 ¿Hay que creer todo esto? ¿Intervino Dios, si no en el
proceso evolutivo, al menos en la historia de Israel e intervino de tal forma que en dicha
historia se produjeron milagros en el sentido estricto y moderno: infringiendo las leyes
naturales? ¿También esto forma parte de la fe en un Creador y Conductor del mundo? Aquí
no podemos entrar en detalles y sólo ofrecemos unos breves puntos de reflexión en cuyo
apoyo podría aducirse la opinión unánime de los principales exegetas del Antiguo
Testamento.
El Dios de los filósofos y el Dios de la Biblia.
Ahora estamos suficientemente preparados para intentar dar una respuesta de principio a
esa pregunta que, como hemos visto, ha inquietado a la era moderna, al menos desde
Descartes y Pascal, pero que ya comenzó a crear incesantes dificultades en la patrística
y la Edad Media: ¿El Dios de los filósofos y los sabios o «el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el
Dios de los Padres?. Si se lograra resolver este problema, se habría esbozado también una
posible respuesta a la pregunta de Heidegger por el Dios más divino. Por eso, basándonos
en todo lo expuesto hasta ahora, vamos a intentar formular cuidadosamente una respuesta
sintética haciendo en tres pasos tres interrogantes desde el Dios de los filósofos sobre el
Dios de Israel y de los Padres, para lo cual podemos ya tener también en cuenta el Nuevo
Testamento:
1.- Si desde el Dios de los filósofos preguntamos sobre el Dios de la Biblia: ¿no es Dios
también para la Biblia el fundamento primordial de toda realidad?, la respuesta es: Sí: Dios
es el fundamento primordial de la realidad, en el que tienen su fundamento el mundo, el
hombre y todas las cosas. ¡No es otro! Pero no: ¡Dios es el totalmente Otro! Dios no es un
primer principio natural, un fundamento de los mundos, una causalidad abstracta del
universo. Menos aún un sombrío abismo. Más bien: ¡Dios es el creador del mundo y del
hombre, un creador que fundamenta todo de manera trascendente y rige todo de forma
inmanente! Lo cual significa que: el Dios bíblico no es un Dios de soledad, sino el Dios de la
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amistad y la alianza: un Dios que actúa en el tiempo y el espacio de la historia humana, que
se da a conocer en acontecimientos mundanos, que se muestra de manera humana y
posibilita el encuentro, el trato y la relación con él: ¡el Dios de la revelación histórica!
2. Si desde el Dios de los filósofos preguntamos sobre el Dios de la Biblia: ¿no es Dios
también para la Biblia el soporte primordial de toda realidad?, la respuesta es: Sí Dios es el
soporte primordial de la realidad, en el que tienen su soporte el mundo, el hombre y todas
las cosas. ¡No es otro! Pero no: ¡Dios es el totalmente Otro! Dios no es una fuerza primordial
anónima, una ley del mundo, una norma del universo. Menos aún un engañoso soporte
ficticio. Más bien: ¡Dios es el conductor del mundo y del hombre, un conductor que rige todo
de manera trascendente y sostiene todo de forma inmanente! Lo cual significa que: el Dios
bíblico no es un Dios que se mantiene al margen de todo y permanece encumbrado en una
trascendencia celestial a la que no puede afectar el dolor del mundo y del hombre, sino un
Dios que participa vitalmente y se compromete secretamente en nuestra sombría historia:
¡el Dios de la reconciliación incipiente! 3. Si desde el Dios de los filósofos preguntamos sobre
el Dios de la Biblia: ¿no es Dios también para la Biblia la meta primordial de toda realidad?,
la respuesta es: Sí: Dios es la meta primordial de la realidad, en la que tienen su meta el
mundo, el hombre y todas las cosas. ¡No es otro! Pero no: ¡Dios es el totalmente Otro! Dios
no es una fuerza muda que atraiga sólo desde fuera, un poder mundano, una finalidad
abstracta del universo. Menos aún un fin último frustrante. Más bien: ¡Dios es el consumador
del mundo y del hombre, un consumador que sostiene todo de manera trascendente y lleva
todo a la plenitud de manera inmanente! Lo cual significa que:
El Dios bíblico no es un Dios insensible, incapaz de sufrir, apático frente a los terribles
sufrimientos del mundo y del hombre, sino un Dios simpático, compasivo que, en el futuro,
cambiará todo y, liberándonos de la culpa, el dolor y la muerte, nos llevará a la justicia final,
a la paz nunca rota y a la vida eterna: ¡el Dios de la redención definitiva!
EL DIOS DE JESUCRISTO
Todo lo del Padre es también mío, dice Jesús en el Evangelio de Juan 1 ¿Son las cosas
realmente como piensa Ernst Bloch? ¿Es cierto que en el cristianismo el Hijo del hombre
Jesús ocupó como Hijo de Dios el puesto de éste, de suerte que no quedó nada del propio
Dios? ¿Cabe afirmar que el ateísmo estaba ya preparado en el cristianismo, en su idea de la
encarnación de Dios, del Deus horno factus est? Oigamos al propio Bloch: Deus horno factus
est, esta última versión bíblica del éxodo bíblico, que sigue teniendo su origen en Yahvé,
transformó el día esperado por la apocalíptica, el día triunfal de Yahvé al fin de los tiempos,
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en un rostro desvelado completamente distinto: el nuestro en cuanto rostro del Hijo de
hombre.
Con la enigmática expresión Hijo de hombre y sus implicaciones según afirma Bloch
en perfecto acuerdo con Feuerbach se habrían introducido en algo humano, aunque todavía
muy hermético, los grandes tesoros que estaban desperdiciados en un Padre celestial
hipostasiadm. Así, el día de Y ahvé al final de los tiempos se habría transformado en un día
del Hijo de hombre, que sin Yahvé es A-Kyrios y, por tanto, A-Theos en el verdadero sentido
del cur Deus horno. Como ya dice Bloch en El principio esperanza, con esto se habría llegado
finalmente tan lejos que ya no queda Dios alguno en las alturas, puesto que allí no hay o
nunca ha habido nadie.
Dios Padre
Cuando Jesús habla de Dios y cuando actúa en su nombre, precisa lo que en el Antiguo
Testamento era vago, hace inequívoco lo que allí parecía ambiguo. Su mensaje sobre la
irrevocable cercanía de Dios y de su reino no implica nuevas revelaciones sobre la esencia
divina ni un nuevo concepto de Dios. Jesús no reflexiona en absoluto sobre la naturaleza
interna de Dios. No muestra interés alguno por las especulaciones metafísicas sobre Dios en
sí. Habla de Dios en parábolas: no especulando ni argumentando, sino narrando. Dios es
para él la respectividad concreta de su confianza creyente y de su obediencia sacrificada.
Este Dios uno es el que Jesús confiesa, este Dios uno es el que el hombre ha de amar
de todo corazón: Jesús presenta el amor a Dios, junto con el amor al prójimo que se funda
en el amor a Dios y que se exigía ya en el Antiguo Testamento, como el mandamiento que
engloba todo. Este Dios de Jesús carece de todo rasgo arbitrario, demoníaco: Dios es
inequívocamente bueno, nunca demoníacamente malo: ¡Es bondadoso para los hombres,
nunca indiferente! Jesús lo llama misericordioso, bueno, el único bueno. Pero estas
propiedades son importantes para él no como atributos objetivos, sino como propiedades
activas en favor del mundo y del hombre: qué es Dios no en sí o para sí, sino para el hombre
y el mundo, cómo actúa en el hombre y en el mundo. No son predicados de un ser en sí,
sino de su relación con nosotros. Porque sólo en los actos de Dios se revela su realidad: en
su acción en el hombre y el mundo, de suerte que siempre que hay que hablar de Dios es
preciso hablar a la vez del hombre.
¿Un Dios varón? En nuestros mismos días se dice a menudo: Jesús fue el primero en llamar
a Dios Padre y a los hombres hijos suyos. Pero la historia de las religiones ha demostrado
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que también se puede llamar «Padre» a Dios en las más diversas religiones: sin salir del
entorno de Israel, tal denominación es conocida en el mundo griego, donde ya en las
epopeyas homéricas Zeus, el hijo de Cronos, aparece genealógicamente como padre de la
familia de los dioses. Otro tanto ocurre luego en la filosofía estoica, en cuya cosmología
la divinidad viene a ser padre del cosmos, regido por la razón, y de los hombres,
emparentados con él, que les ha otorgado la racionalidad y los cuida solícitamente.
Jesús presenta expresamente a Dios como padre del hijo perdido; más aún, como padre de
los perdidos. El verdadero Dios de Jesús es el Dios de Israel; pero entendido de forma nueva.
Este Dios no es ya -también Bloch ha subrayado las diferencias existentes en este punto-- el
Dios teocrático del capricho o de la ley: este Dios es evidentemente algo más que ese ser
omnisciente y todopoderoso que todo lo dicta desde arriba, que todo lo dirige y centraliza,
que persigue inexorablemente sus objetivos, aunque para ello tenga que recurrir a guerras
santas en mayor o menor escala y condenar eternamente a sus adversarios.
Este Dios es también algo más que el supremo garante de una ley que se ha de
admitir sin discusiones, pero que tal vez se puede manipular con astucia. Lo cual implica
para el hombre de hoy: este Dios padre no quiere ser el Dios temido por Marx, Nietzsche y
Freud, que asusta al hombre desde niño, le infunde sentimientos de culpabilidad, lo persigue
constantemente con escrúpulos moralizantes y, así, en la práctica es una mera proyección
de los temores inculcados en la educación, de la voluntad de poder y dominio del hombre,
del ergotismo y de la sed de venganza. Un Dios semejante puede actuar efectivamente
como intoxicación de Dios. No, este Dios padre no quiere ser un Dios tiránico que podría
servir de justificación, cuando menos indirectamente, a los representantes de sistemas
totalitarios que, sean piadosos y clericales o irreligiosos y ateos, no intentan otra cosa que
ocupar el lugar de Dios y ejercer sus soberanos derechos: como dioses piadosos o impíos de
la doctrina ortodoxa, de la disciplina absoluta, de la ley y del orden, de la dictadura y la
planificación inhumanas.
No es, pues, el Dios excesivamente masculino del capricho o de la ley: no es un Dios
creado a imagen de los reyes y tiranos, de los jerarcas y preceptores. Sino y no hay que
trivializar esta gran expresión el buen Dios que se solidariza plenamente con los hombres,
con sus necesidades y esperanzas: que no pide, sino que da; que no humilla, sino que eleva;
que no hiere, sino que cura; que trata con indulgencia a quienes, transgrediendo su ley,
atentan contra él; que en vez de condenar perdona, en vez de castigar libera, en vez de
imponer el derecho ejercita la gracia; que encuentra mayor alegría en la conversión de un
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pecador que en 99 justos; que prefiere el hijo pródigo al que permaneció en casa, los
publicanos a los fariseos, los herejes a los ortodoxos, las prostitutas y los adúlteros a sus
jueces, los transgresores de la ley o los sin ley a los guardianes de la ley.
Muerte, ¿y después? La primera comunidad, que hecho insólito representa el comienzo
del fecundo movimiento de Jesús, que proclamó con verdadera audacia a este maestro de
falsedad, falso profeta, seductor del pueblo y blasfemo al parecer condenado por Dios como
Mesías del propio Dios, Señor, Hijo de hombre e Hijo de Dios, esa primera comunidad era de
otra opinión. Su fe pascual cualquiera que sea su contenido concreto es un hecho histórico y
explica sola el origen del cristianismo. No es preciso repetir aquí lo que cabe decir sobre la
dramática historia de la génesis de la fe pascual y sobre el origen del cristianismo.
Cuando se oye hablar de la fe pascual, no se debe pensar inmediatamente en las
múltiples concreciones y configuraciones, condicionadas por la época, ni en las diferentes
ampliaciones y ornamentaciones legendarias condicionadas también por la situación- de las
distintas ideas y narraciones en torno a la Pascua, por ejemplo, sobre el sepulcro vacío, el
descenso a los infiernos y la ascensión lo decisivo no se encuentra en esos elementos, sino
en el único y gran mensaje pascual, en la única y sencilla fe pascual. Pese a todas las
divergencias en lo que se refiere al tiempo y al lugar, a las personas y a la sucesión de los
acontecimientos, hay un punto en el que coinciden los diferentes testigos del cristianismo
primitivo, Pedro, Pablo y Santiago, los evangelios, las cartas, los Hechos de los Apóstoles y
el Apocalipsis: ¡Jesús vive, vive por obra de Dios y junto a Dios! Y porque vive por obra de
Dios y junto a Dios, vive para siempre, es signo de esperanza· y compromiso para nosotros.
Y porque vive por obra de Dios y junto a Dios, está también justificado el Dios por quien
luchó en su vida y en su muerte.
Lo que en los últimos tiempos del Antiguo Testamento (libro de Daniel) y en la época
intertestamentaria (escritos apócrifos, particularmente el libro de Henoc) comenzó a
considerarse como una posibilidad positiva que el hombre individual, la humanidad del fin
del mundo o, al menos, los buenos vivirán eternamente se ha hecho ya realidad en ese Uno.
Tal es la confesión de los primeros testigos cristianos Cualquiera que fuera la forma en que
lo experimentaron, estaban convencidos de ello y, sin temer los desprecios, las
persecuciones ni la muerte, anunciaron entre las gentes como mensaje alegre (eu-angelion)
la escandalosa noticia de la nueva vida eterna de un ajusticiado en la cruz con una
confianza capaz de soportar todo.
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El Hijo de Dios. Es innegable que por medio de Jesús de Nazaret se otorgó a los hombres
esa gran esperanza. ¿Puede sorprender que estas experiencias de fe, vocaciones de fe y
conocimientos de fe centrados en el Jesús histórico tuvieran repercusiones en lo que los
cristianos creían de él? Una cosa es segura: desde Jesús se pudo entender a Dios de forma
totalmente distinta, se puso de manifiesto quién es Dios, Dios reveló su verdadero rostro. Y
hay algo que resulta cada vez más claro: desde Dios se puede entender a Jesús de forma
completamente distinta: con todas sus palabras y sus obras, Jesús interpretó a Dios. Pero
¿no debió de aparecer el propio Jesús bajo una luz enteramente d1ferente desde este Dios
presentado de forma nueva? Efectivamente, la predicación e invocación de Dios como
Padre, singularmente nueva, proyectaron su luz sobre quien lo anunciaba e invocaba de
forma tan singular. Y lo mismo que ya entonces era imposible hablar de Jesús sin hablar
de este Dios y Padre, más tarde resultó difícil hablar de este Dios y Padre sin hablar de
Jesús. Es decir, la postura que se adopta ante Jesús determina la actitud que se tiene ante
Dios, qué se piensa de Dios, a qué Dios se adora.
En esto estriba la cuestión cristológica: en la relación de Jesús con Dios. Aquí alcanza
el problema de Dios su máxima profundidad. ¿La máxima profundidad? ¿No es precisamente
en este punto donde encuentran dificultades muchos hombres de hoy? ¿Jesús? Sí. ¿Dios? De
acuerdo. Pero ¿Hijo de Dios? ¿No se trata de unas concepciones mitológicas inaceptables
para una mentalidad moderna? Si a unos les disgusta repetir las antiguas confesiones de fe,
que ya no entienden, otros temen la supresión de las fórmulas en que siempre han creído.
En Ser cristiano intentamos conscientes de nuestra propia falibilidad ayudar a unos y otros a
reinterpretar las fórmulas antiguas a la luz del mensaje cristiano originario. En general,
nuestro esfuerzo ha sido acogido con gratitud. Con el mismo propósito vamos a sintetizar
aquí algunos puntos importantes de la problemática cristológica en el contexto del problema
de Dios. Es cierto que, a diferencia de la predicación corriente y la religiosidad popular, la
Iglesia nunca puso a Jesús en lugar de Dios.
¿Qué significa Hijo de Dios desde la eternidad? La luz del Nuevo Testamento puede
tener hoy para nosotros la preexistencia eterna de Jesús. Aquí vamos a ser breves: era
convicción de la primera generación cristiana:
• Para quien opta por Jesús, lo que ha acontecido en él y con él no se explica por el mero
curso de la historia humana; en su primer origen sólo se explica desde el Dios eterno.
• Desde toda la eternidad no hay otro Dios que el que se ha manifestado en Jesús.
• Como no hay más Dios que el revelado en Jesús, el propio Jesús cobra desde este Dios
universal un significado también universal.
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• De este modo, todo hombre está llamado a trascender con confianza creyente el mundo y
su tiempo hacia una dimensión nueva, la eterna. ¡En Jesús tiene lugar el eterno llamamiento
de Dios a los hombres! Aquí radica la importancia decisiva y única imprescindible también
en nuestros días- de Jesús para la concepción de Dios y la relación con los hombres.
El verdadero hombre Jesús de Nazaret es para el creyente revelación real del
único Dios verdadero y, en este sentido, Palabra e Hijo de Dios. Lo cristiano del Dios
cristiano es el propio Cristo, por quien conocen los creyentes a este Dios, el Dios de los
Padres, y por quien se revela este Dios a los fieles. El Dios del amor. El amor de Dios no
me preserva de todo sufrimiento, pero me preserva en todos los sufrimientos. Así comienza
para mí en el presente lo que sólo llegará a su plenitud en el futuro: la victoria definitiva del
amor de un Dios que no es un ser indiferente y despiadado al que no pueden conmover el
dolor y la injusticia, sino que amorosamente se preocupa y se seguirá preocupando del
sufrimiento del hombre. La victoria de ese amor que Jesús ha proclamado como la fuerza
última y decisiva: ¡eso es el reino de Dios! Porque el anhelo -expresado por Bloch y
Horkhe1mer y compartido por otros muchos a lo largo de la historia de la humanidad de
justicia en el mundo, de auténtica trascendencia, del totalmente Otro, de que el asesino no
triunfe sobre la víctima inocente, tiene que cumplirse, como prometen las últimas páginas
de la Escritura por encima de cualquier teoría crítica y de cualquier teología crítica: Dios en
persona estará con ellos y será su Dios. El enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá
muerte ni luto ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado.
Dios en el Espíritu. No es posible negarlo: aunque los movimientos carismáticos han
vuelto hoy a poner de moda en el mundo entero, dentro y fuera de la Iglesia, el tema del
Espíritu Santo, a muchos les sigue resultando absolutamente incomprensible en el plano
teológico. ¿Por qué añadir a los artículos de fe sobre el Padre y el Hijo un tercero sobre el
Espíritu Santo? ¿No supone esto dificultar innecesariamente la fe y, en ocasiones, privarla de
credibilidad? ¿No se echa así sobre los hombros del hombre actual un peso de fe que
muchos no están ya dispuestos a soportar, y ello quizá únicamente porque la Igles1a y la
teología tenían un evidente interés por el número tres y por explicaciones sutiles que ya
entonces eran ininteligibles para la mayoría? Por otra parte, si bien en los más antiguos
símbolos de la fe del Nuevo Testamento aparecen únicamente fórmulas binitarias sobre el
Padre y el Hijo, es indudable que las fórmulas trinitarias se impusieron desde muy pronto en
la profesión de fe. Por consiguiente, los cristianos consideraron desde muy pronto como algo
irrenunciable confesar su fe en el Espíritu cuando se hablaba de Dios y de Cristo Jesús.
¿Qué puede significar, pues, «Espíritu Santo»? ¿Cómo podemos entenderlo hoy?
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¿Qué quiere decir Espíritu Santo? Referida a los comienzos, la pregunta que acabamos
de formular significa concretamente: ¿cómo debía expresarse en la cristiandad primitiva y
cómo debe expresarse hoy que el Dios invisible e incomprensible y el Cristo Jesús elevado a
su derecha están verdaderamente cerca del creyente y de la comunidad de fe: presentes y
activos de forma plenamente real? Los escritos del Nuevo Testamento responden
unánimemente a esta pregunta: Dios y Cristo Jesús están cerca del creyente y de la
comunidad de fe en el Espíritu: presentes en el Espíritu, a través del Espíritu, incluso como
Espíritu. Por tanto, no sólo por medio de nuestro recuerdo subjetivo o de la fe, sino más bien
merced a la realidad, presencia y acción espiritual de Dios y del propio Cristo Jesús. La
Presencia de Dios y de Cristo Jesús es aquí y ahora una realidad espiritual.
¿Qué significa, pues, Espíritu? El hombre antiguo solía concebir el Espíritu y la acción
invisible de Dios como algo aprehensible a la vez que inaprehensible, invisible y sin
embargo imponente, real como el aire cargado de energía, como el viento y la tempestad,
de importancia vital como la atmósfera que se respira. Al comienzo del relato de la creación,
espíritu (en hebreo tuah, en griego pneuma) es ese rugido o viento impetuoso de Dios que
se cierne sobre las aguas. Entendido en sentido bíblico, espíritu significa, en oposición a
carne o a la efímera realidad creada, la fuerza o poder que procede de Dios es decir, la
fuerza y el poder divinos invisibles que crean o destruyen, dan vida o juzgan en la creación y
en la historia, en Israel y luego en la Iglesia apoderándose de los hombres violenta o
suavemente, poniendo en éxtasis a individuos o a grupos enteros, manifestándose a veces
en fenómenos extraordinarios, en los grandes hombres y mujeres, en Moisés y los Jueces de
Israel, en los guerreros y en los cantores, en los reyes, profetas y profetisas.
Dios uno y trino. El dogma de la Trinidad (el término se acuñó en el siglo III y la doctrina
recibió su formulación clásica en el siglo IV) representa para unos el misterio central del
cristianismo y para otros una especulación helenística ajena a la Escritura y rechazable. Por
consiguiente, aquí se habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo o, como dice Lucas, de
Dios, de Jesús (Hijo de hombre) y del Espíritu Santo. Pero Esteban no ve en el cielo un
triángulo o una divinidad con tres rostros (un tricéfalo), formas tan frecuentes en el arte
cristiano para representar la Trinidad ni tres hombres de igual figura -representación
corriente del mismo misterio, incluso tras la reprobación de Benedicto XIV (1754) No El
Espíritu .Santo está a su lado, en él mismo. El Espíritu, fuerza y poder invisible procedente
de Dios, lo llena por completo y, así, le abre los ojos: en el Espíritu se le muestra el cielo.
Pero Dios mismo permanece oculto. En perfecta consonancia con lo que afirma el Antiguo
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Testamento, sólo es visible su gloria (en hebreo kabod, en griego doxa): el esplendor y
poder de Dios, el resplandor que emana de él. Jesús no está sentado, sino de pie, no ante
Dios, sino a su derecha; es decir, con igual poder y gloria.
En cuanto glorificado y recibido en la vida eterna de Dios, Jesús es el representante
de Dios y a la vez, en cuanto hombre, representante también de los hombres. El apóstol
Pablo fue el primer teólogo cristiano que reflexionó con rigor sobre la naturaleza y acción del
Espíritu y precisó la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. En sus escritos el Espíritu
determina no sólo ciertas acciones o experiencias más o menos extraordinarias del hombre
(por ejemplo, los éxtasis o las visiones), sino toda la existencia del fiel, su vida diaria. Pablo
coloca al Espíritu en la perspectiva del cambio histórico, para él decisivo, que representan la
muerte y la resurrección de Jesús. Puesto que en ellas se hizo patente que en Jesús actuaba
el mismo Dios, ahora es posible entender el Espíritu de Dios como Espíritu del Jesús elevado
a la derecha de Dios.
Esto significa para el discernimiento de espíritus, a menudo tan difícil, que ahora ya
no cabe abusar del Espíritu como de una fuerza divina oscura, anónima y susceptible de
interpretaciones erróneas en el sentido de la gnosis helenística. No El Espíritu de Dios es de
forma absolutamente inequívoca e identificable el Espíritu de Cristo Jesús, del Hijo. Y esto
explica también por qué Pablo, si bien distingue claramente a Dios y al Jesús glorificado en
cuanto personas, en lo tocante a la acción los contempla unidos: Dios realiza la salvación
por Jesús en el Espíritu. Como Señor exaltado a la derecha de Dios, Jesús comparte el poder,
la fuerza y el Espíritu de Dios en tal medida que no sólo posee el Espíritu y dispone sobre él,
sino que en virtud de la resurrección puede incluso ser considerado como espíritu. Jesús ha
pasado a ser un espíritu que da vida. Pablo llega a decir: El Señor es el Espíritu.
Dios se ha revelado por el Hijo en el Espíritu: es importante interpretar la unidad del
Padre, el Hijo y el Espíritu como acontecimiento de revelación y unidad de revelación. Y aquí
lo decisivo es no poner en tela de juicio la unidad y unicidad de Dios, ni eliminar la
diversidad de las funciones del Padre, el Hijo y el Espíritu, ni invertir la sucesión, ni, sobre
todo perder de vista en ningún momento la humanidad de Jesús. Efectivamente, el problema
trinitario se desarrolló a partir de la cuestión cristológica: se reflexionó sobre la relación
entre Dios y Jesús con la mirada puesta en el Espíritu; una cristología resultaría incompleta
sin una pneumatología (doctrina sobre el Espíritu).
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Lo hemos visto: como Hijo de Dios, el verdadero hombre Jesús de Nazaret es
revelación real del único Dios verdadero. La pregunta era obvia: ¿cómo se hace Él presente
para nosotros? La respuesta es: no de forma físico-material, pero tampoco de manera irreal,
sino en el Espíritu, en el modo de existir del Espíritu, como realidad espiritual. El Espíritu es
la presencia de Dios y del Cristo exaltado a su derecha en la comunidad de fe y en cada
creyente. En este sentido es Dios mismo quien se revela por Cristo Jesús en el Espíritu. Y es
perfectamente lógico que la oración, en cambio, se dirija siempre como en la liturgia romana
clásica a Dios Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. No hay que olvidar que la Trinidad no
fue originariamente objeto de especulación teórica, sino objeto de fe y de alabanza de la
gloria de Dios: doxo-logía. Y no hay expresión más bella de la concepción originaria de la
Trinidad que la gran doxología con que concluye el Canon romano: Por él, con él y en él
(Cristo Jesús), a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y
toda gloria por los siglos de los siglos. Amén
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