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© Los Butler de Sevilla y la poesía de Rosa Butler y Mendieta (Jaén 1819-Puerto Real 1889) © Textos: Francisco Pérez Aguilar © DIARIO JAÉN, S. A., 2018 www.diariojaen.es © Coordinación de la obra: Juan Espejo González © Diseño del libro y maquetación: Miguel Ángel Vega Sabariego Con la colaboración de: Patronato de Cultura (Ayuntamiento de Jaén) Imprime:

Blanca Impresores S. L.

Reservados los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento sin permiso de la editora.

ISBN 978-84-09-05231-8 DEP. LEGAL J 569-2018

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Aunque parezca mentira, en España la bibliografía crítica y la erudición han venido encontrado espacio para la valoración de la producción de la mujer en todos los ámbitos de las artes y las ciencias patrias. El padre de la bibliografía española, don Nicolás Antonio, había dado cuenta en uno de los apéndices de su Bibliotheca Hispana Nova, del registro que tituló “Gineceo de la Minerva espa-ñola o suplemento de ilustres mujeres de nuestra nación”, donde recogía una tradición de tratados sobre mujeres ilustres que remontaba a los albores del Re-nacimiento. Pese a la escasez de noticias o datos bibliográficos concretos sobre obras escritas por mujeres, el de Nicolás Antonio es el primer índice en que se decantaba el factor agente de la después denominada “Querelle des Femmes”, el de las mujeres escritoras, al lado del estudio de las lectoras y de las obras que las toman como tema literario. Pero esta dedicación no exime del andro-centrismo y misoginia de las civilizaciones históricas de todo tiempo y lugar, desde el precursor de la teoría atómica de la materia, Demócrito de Abdera, kósmos gynaikí sigé (el mundo/el adorno para la mujer es el silencio), hasta el Apóstol de los Gentiles (I Timoteo, 2.11: mulier in silentio discat cum omni subiectione “la mujer aprenda en silencio, con plena sumisión”), por centrarnos en la nues-tra, tantas veces tachada de supremacista. Sin embargo, en ninguna etapa de la historia, con excepción de nuestro tiempo, la mujer ha podido usar de una au-tonomía personal como la que pudieron disfrutar las privilegiadas en el Imperio romano: la poesía amatoria subjetiva resulta ser el refinado producto artístico de la emancipación privada de la mujer en la Roma clásica: de los elegíacos la-

Prólogo

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tinos vienen la poesía trovadoresca, Petrarca, Romeo y Julieta, los boleros y el Ne me quitte pas, que son otro aspecto de la Querella en que se toma a las mu-jeres como tema literario. Por algo había que empezar, hasta seguir luchando por el avance social y cultural más trascendental de nuestro tiempo, quiero decir, la libertad y la plena igualdad de la mujer a todo trance. “Desde el momento mismo en que las mujeres comiencen a ser iguales, serán superiores”, clamaba el mi-sógino Catón el Censor en un famoso debate legislativo (Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, XXXIV 3.3), y lo perdió.

Esta tradición de tratados y escritos con protagonismo femenino está re-gistrada en la “Advertencia preliminar” del repertorio bio-bibliográfico que marcó un hito, si bien acotado hasta el comienzo del Romanticismo, en los estudios sobre las mujeres de la literatura española, los dos tomos de Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833, publicados entre 1903 y 1905 por Manuel Serrano y Sanz. En efecto, el eminente bibliotecario y aca-démico acabó los Apuntes “en el año 1833, en que se abre paso la escuela ro-mántica”, renunciando “a tratar de las literatas posteriores, por ser muy cono-cidas y estar aún vivo su recuerdo”. Con menos consideración declaraba displi-centemente Rubén Darío por las mismas fechas (1901): “En este siglo las litera-tas y poetisas han sido un ejército”.

La Rosa Butler de esta monografía pertenece a la eclosión de escritoras que desarrollaron su actividad creativa durante el siglo XIX español, en las tres dé-cadas centrales en los que pudo mantener intercambio epistolar con figuras des-tacadas del mundillo literario nacional y publicar en revistas de incipiente femi-nismo en el ámbito cultural gaditano. En efecto, fue en la Cádiz liberal y litera-ria de la regencia de María Cristina donde debió de adquirir la excelente forma-ción que demuestra, y necesariamente exige, la precocidad que le atribuye el diccionario biográfico jienense de Manuel Caballero para componer poemas con solo 17 años, esto es, hacia 1836. A la ciudad de Cádiz, a casa de sus tíos pater-nos, se fue a vivir después de la muerte de su padre en 1823, ya de retiro mili-tar en Jerez de la Frontera. Y desde Cádiz se volvió a trasladar la familia a Puer-to Real en 1841, por enfermedad de su tío, localidad donde residió el resto de su vida hasta morir en 1889. A la prolífica Pilar Sinués de Marco, la primera mujer española que vivió solamente de su actividad como escritora, le dirigía Rosa una misiva (1861) en la que se sinceraba sobre su vocación poética y su religiosidad, correspondiéndole la exitosa escritora en una biografía literaria de su Galería de mujeres célebres (1866) con una encomiástica declaración acerca de la exce-lencia y abundancia de las composiciones de Rosa Butler, que “podrían formar-se dos excelentes volúmenes, en cada una de cuyas páginas se hallarían innu-merables bellezas”. Ya antes, entre los años 1854 y 1855, mantuvo intercambio epistolar con Juan Eugenio Hartzenbusch, el gran promotor de las mujeres lite-ratas del Romanticismo, o como ha señalado recientemente Anna Caballé en una

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tribuna de El País, “el hombre que amaba a las mujeres”. Esta correspondencia con el autor de Los amantes de Teruel versó principalmente acerca del poema de mayor aliento y extensión de Rosa Butler, La creación del mundo, escrito en su “primera juventud” y que no verá publicado hasta 1883, con el subtítulo de En-sayo épico. Sin duda debió de convencer al dramaturgo de estar dotada de aque-lla gracia que quiso darle el cielo, porque merced a su influencia debió de par-ticipar con un soneto en la coronación del poeta Manuel José Quintana (1855), que promovió el propio Hartzenbusch, y asistir al solemne acto poético ante la reina Isabel II, como quedó retratada entre otras literatas en el óleo de López Piquer (1859).

Esta monografía que se presenta viene a sacar del exilio de un utópico canon literario femenino —“desterradas del Parnaso” las ha llamado Nieves Baranda—, la figura de esta poetisa andaluza sobre la que pesaba hasta el presente un cú-mulo de incertidumbres e inexactitudes. Las pesquisas en archivo y hemerote-cas han dado como fruto la recopilación de los textos de todas las obras impre-sas que se encontraban dispersas en publicaciones periódicas y sus aportacio-nes documentales han podido elaborar la genealogía de la familia irlandesa de los Butler y de sus parientes hispanos que, curiosamente, tienen relación de ve-cindad y antigua amistad con los allegados del autor.

Conocí a Francisco Pérez Aguilar en el ciclo de conferencias en homenaje a Nicolás Antonio que organizó el año pasado la Biblioteca Provincial de Sevilla “Infanta Elena”. Desde entonces mantemos en nuestros ocasionales encuentros intensas conversaciones sobre investigación histórica, en cuyos planteamien-tos críticos veo un rigor intelectual que ya quisierarn muchos de los papers con los que el profesorado universitario fatiga a revisores de doble ciego. Paco ha recorrido varias veces los mares del ancho mundo en su condición de Jefe de Máquinas de la Marina Mercante. Ahora en su jubilación se asemeja al Ulises dan-tesco, que a la vejez volvió a navegar “per seguir virtute e canoscenza” (Dante, Inferno XXVI 120), y es que la investigación académica, si bien menos procelo-sa, también tiene sus Escilas y Caribdis.

José Solís de los Santos Catedrático de Filología Latina

Universidad de Sevilla