Reseña: Un Tiempo de Ruptura

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Un Tiempo de Rupturas: Sociedad y Cultura en el Siglo XX, de Eric Hobsbawm.

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Crítica a la obra del historiador Hobsbawm, recientemente muerto, para un trabajo académico.

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Un Tiempo de Rupturas:

Sociedad y Cultura en el Siglo XX,

de Eric Hobsbawm.

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La elección del libro:

¿Por qué? El que haya elegido este libro, que no estaba en la lista de las obras para

reseñar, es por una parte casualidad (haberlo encontrado en el catálogo de la biblioteca)

y por otro lado, un motivo no tan aleatorio, la atracción de leer otra obra del autor. Ya

había leído (parcialmente) la trilogía de Hobsbawm de las «Eras» del s. XIX, y la

verdad es que, aun leyéndola de forma incompleta para el trabajo de la primera parte de

Contemporánea, me encantó; desde su inicio, en la forma en que a uno Hobsbawm le

sumergía en el cambio rápido del mundo conocido. Ahí, uno colige cómo fue la visión

del mundo en transformación en la «Era de las Revoluciones» hasta el de la «del

Imperio» cuando surgieron las Masas y los grandes avances científicos que

transformaron definitivamente la mirada del europeo del «largo siglo XIX». Y la verdad

es que después de esa experiencia y “picotear” de otras de sus obras sin poder

terminarlas (por falta de tiempo o de constancia —y la obligación, de alguna manera, te

hace ser metódico—), me encantaba la idea de poder leer y reseñar algo que tuviera que

ver con lo que llaman como «mentalidades» en la actualidad y en general como

«cultura».

Sobre el autor:

Creo que lo mejor de autores como Hobsbawm es que las etiquetas que marcan al autor

como el ser «marxista», «comunista», son simplistas y, además, agradan de ser rotas por

la propia lectura de sus escritos. En «Ecos de la Marsellesa», podemos ver más

elementos de mayor ortodoxia marxista o marxiana, pero aun así su ideología no le

impide abrirse a una concepción de la Historia fuera de lo que haría un marxista

“ortodoxo”. —Eso sin menospreciar a marxistas declarados o simpatizantes como Pierre

Vilar u otros. Hay que ver esto sin la ortodoxia que yo ahora mismo he criticado del

marxismo tradicional, ni con afanes maniqueos como los que a veces se realizan desde

las altas esferas de la política neocon, neoliberal o incluso desde las perspectivas

supuestamente más tolerantes—. Puedo no seguir ni creer los postulados de las teorías

del autor ideológicamente hablando, pero aun así te conquista por su erudición, su

manera de hacer historia, su fuerza (algunas veces, es cierto, políticamente correcta,

¿demasiado académica?, aunque también valiente), etc. Esto demuestra que lo

importante no es tanto la ideología lo que marca un trabajo histórico, sino lo bien o mal

se realice historiográficamente y cómo se plasme (en forma de una correcta oratoria)

correcta o incorrectamente en el relato-historia. Y es que a veces no es tanto lo que se

dice, sino el cómo.

Sobre la estructura:

La contraportada, en su síntesis, hace pensar que, al igual que otras obras, va a hacer

una relación en el tiempo larga de «sobre lo que les sucedió al arte y a la cultura de la

sociedad burguesa», y si es verdad que más o menos deja una idea, no es la típica obra

que analiza todo el recorrido de forma sistemática analizando ese derrumbe de la

«cultura burguesa». Y, si es engañoso el presupuesto, no es malo: Hobsbawm nos va

planteando en cada capítulo un tema en concreto en relación al tiempo del que habla, es

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decir, el que media entre el auge de la «cultura burguesa» y el de «las Masas». Es más,

permite al autor extenderse en hablar del tema sin tener que hacer rodeos, hablar con

muchos datos, presupuestos, es decir, con todo una “arquitectura” que explique el tema

a tratar, llena de arquitrabes que conectasen cada uno, y que hablasen de: una caída de la

«cultura burguesa» que realmente no cae sino que se ve relegada y que ya no es

importante, sustituida por otra hegemónica donde el protagonista en la vida social no es

la «burguesía» sino la masa de la democracia y un capitalismo consumista. En otras

palabras más sencillas: el desarrollo histórico cronológico no es el objeto realmente de

análisis sino que en cada capítulo que se realiza, a modo de ensayo, sencillos y simples,

pero no por ello menos interesantes y banales, es uno diferente dentro del, ahora sí,

marco social y, de forma subterránea, económico (cosa de su formación marxista, que

en este caso más que un estorbo o ceguera le permite analizar con más profundidad su

tiempo —en el que, por cierto, vivió como austriaco de nacimiento en el Imperio

Austrohúngaro—).

Sobre los temas:

Aparte de la introducción que abre el marco (la caída de la «sociedad burguesa», ahí sí

que como objeto histórico) del momento, su obra se divide en cuatro bloques:

El primero, que trata de una serie de reflexiones sobre el mundo cultural actual, el cual

es analizado de manera algo asombrosamente realista, aunque diga que no cree ser

ningún tipo de “médium” o pitoniso del futuro cultural, pero que asombra por cómo lo

hace. En este bloque, como en las «Eras» puede disponer de datos «cuantitativos»,

empíricos, pero sirven de explicación sin tampoco abrumar, lo que hace a veces en su

trilogía —aunque de forma coherente—, y no de decoración como asombra a veces en

lo que se ha convertido este tipo de relatos neoempiristas, de lo cualitativo y

cuantitativo, convertidas en palabras de moda, como si la cantidad y la supuesta calidad

se pudiera medir en ciertos aspecto tales como las «mentalidades». A pesar, Hobsbawm

me sorprende por cómo los datos empíricos no son sólo ornamentos históricos sino que

tienen un peso real, una realidad profunda tras ellos —un prejuicio mío, a pesar de que

de niño había amado las matemáticas, pero que mi actual deriva hacia las «letras» me

había vuelto terriblemente escéptico hacia las misma—, y no son solamente números

como coartadas para sacralizar teorías. No hay solamente números en el mundo, pero a

veces lo cuantitativo esclarece la importancia que tienen ciertos temas; pero no son un

mantra para explicar la realidad, sino otra herramienta más. Y eso me ha hecho que me

guste más mi elección: como decía Machado: «Si es bueno vivir, todavía es mejor

soñar, y lo mejor de todo, despertar».

En el segundo bloque nos vemos sumergidos dentro ya del «mundo burgués». Aquí

observé algo que hasta que no he investigado desconocía: el origen judío y austriaco de

Hobsbawm. En vez de hablarnos de temas que podrían ser ajenos a él, nos habla de un

mundo que él conocía, vivió en cierta forma y, creo, por todo esto, le apasiona: eso es

un gusto en un mundo que, creo, la Historia está hecha por simple erudición, y al igual

que en los «Annales» primigenios veo el amor a la Historia de verdad; un relato “vivo”,

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cercano, de lo que sucedió en su tiempo, casi haciéndolo “vivir” a nosotros, que tiene

mucho que ver con el arte de escribir. Y es que en éstos Hobsbawm demuestra conocer

y haber leído bastante literatura, lo que explica también su forma de escribir mucho más

literaria o “bella”.

Aparte de los judíos emancipados, está el tema del mundo «germanojudío» askenazí:

teniendo yo eso en mente, el autor explica cómo los judíos de Centro Europa estaban

muy unidos a la cultura alemana —cosa que percibía en Kafka—; y por otro lado,

destaca el papel de la cultura «germana» que tuvo en la historia y en la literatura de una

Europa que tras vivir la Ilustración francesa y a su vez el Liberalismo-Empirismo inglés,

bebía de los escritos de Goethe u otros. Y también algo que desconocía: las

separaciones de los judíos asquenazí centroeuropeos y los «orientales» —a pesar de

saber ya el conflicto con los sefardís y los etíopes actuales—, además de algo que había

visto de forma sesgada: los tópicos xenófobos sobre una Europa del Este «asiática». La

xenofobia incluso dentro de los propios grupos minoritarios y discriminados, sólo

unidos por la desgracia, lo cual suena bastante desagradable: como si los seres humanos

sólo sintiéramos empatía hacia otros seres humanos en la desgracia, casi de una forma

trágica al modo griego.

Por otro lado, algo que ya conocía mejor: el conflicto de género en la sociedad

burguesa. Aunque quizás los más interesantes son los del Art Nouvau o sobre el escritor

austriaco de Los últimos días de la humanidad, el cual desconocía por completo y hace

interesarse por su obra, sobre todo porque el periodo de Entreguerras poco conocido aún

por mí se abre más sugerente gracias a estos estudios. En el primer texto, sobre lo que

nosotros llamamos modernismo, me interesa, aunque no acaba por rematarlo

Hobsbawm —y creo que tampoco pretende hacerlo en ninguno, de forma bastante

realista: no hay una sola cuestión totalmente cerrada en la historia o en el

conocimiento—, por la ironía de que el propio movimiento, siendo anti-burgués y anti-

capitalista, se convierta en no más que un arte para las clases medias en auge con la

democracia y su protagonismo (o incluso las grandes riquezas). Quizás este tema, el de

revolucionarios y los movimientos anti-burgueses, haya que estudiarlos en profundidad

porque convergen ideas y mundos totalmente diferentes: en el caso de España, las

tendencias antiburguesas románticas se podrían asociar incluso con la reacción carlista o

el conservadurismo “antiburgués”, que irónicamente se transformarían a veces en el

fascismo, favorecido por personajes ya claramente burgueses, con formas de vida

burguesas, y cuyo, quizás, mayor problema e irrealidad es que proponen modelos

supuestamente antitéticos a su condición social y formas de vidas pero que finalmente

amoldan a ellas (su realidad) y no a la forma idílica de una sociedad protagonizada por

las «masas» y el «pueblo». La «irrealidad» que hablaba Pierre Vilar de la imaginería

hispana en el Siglo de Oro. Las contradicciones marxistas o marxianas. Pero, al

contrario de los marxistas ortodoxos, yo pienso que el ser humano es pura

contradicción, en el momento en que sus ideas son no más que metáforas de lo que

creen ver tras sus ojos y teatralizan en su mente. Es la nebulosa del «mundo platónico»,

de la «idea» que incluso usaron los anarquistas. Era la época de la «utopía» que hoy ya

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hay autores que piden volver a retomar, a la forma en que lo hacían los «irrealistas» del

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En el bloque tercero nos acercamos a la época de entreguerras, y comienza con un

capítulo con un tema de gran actualidad. El miedo a un enorme cataclismo y final de la

«civilización humana», que hoy también tenemos muy en mente, por muchas razones, a

veces banalmente como en película apocalípticas (en algún caso con argumentos de

fondo cristianos y un seudorazonamiento científico). Él intenta refutar la idea de una

Gran Bretaña con miedo, casi religioso, al fin en la época de George Orwell y Wells. Y

es que, igual que en los tiempos actuales, quizás lo que es ora temor, otrora es

esperanza: el caso del final del «capitalismo» y la llegada del «socialismo». También

destaco el estudio de la influencia que desconocía de la «ciencia roja». No conozco, más

que sobre Darwin y los naturalistas decimonónicos, de Ciencia, y por eso tengo que

callar ante mi total ignorancia, aunque me sorprende cómo fue de influyente —a pesar

de saberlo de manera escueta y minusvalorada— la intelectualidad revolucionaria y

cuán grande era ésta en Europa (cosa que en España es casi nimia, provinciana ella

como la Italia pre y pos Mussolini como también parte de Francia, un lacio cultural

encallado en torno a las «ínsulas» mediterráneas como las de Pirandello). Muy

interesantes son los análisis sobre la vanguardias: son un fracaso rotundamente para

Hobsbawm —al menos de facto, en la realidad social—, pero fue un importante motor

para el avance de una Europa que algunos llamaban ya entonces «anciana» —sobre todo

en la Alemania idealista—, y que en cierta manera estiraron su vida (cultural e incluso

política) como con el poder de las cenizas de un ave fénix, aunque también es posible

que ésta es la que la llevase a su derrumbe, dependencia y caída para luego recuperarse

sostenida por EE.UU. ya después de la II Guerra Mundial.

El cuarto bloque no es más que una extensión del tercero, ya que el arte pop ya lo había

tratado anteriormente y en él usa de nuevo escenarios de las vanguardias anteriores para

compararlo. Quizás lo que me sacude es su estudio, desde su ignorancia dice él mismo

sobre sus motivos más interiores, lo que te hace con su sinceridad buscar más y te

intriga, sobre el mito del Oeste; en el que, a pesar de afirmar “esa” ignorancia, te perfila

cuestiones que se te habían pasado inadvertidas como es el uso de la imagen del

vaquero, en este caso norteamericano, y más aún: su uso apologético desde instancias

conservadores, tradicionales, de una forma de hombría y de constructor de la identidad

en un EE.UU. idílicamente blanco y hombre.

A forma de conclusión:

Aventurarse por un libro diferente tiene de bueno para mí el poder tratarlo también a mi

forma, y que lo realizo con todo el gusto del mundo. No resulta una obligación. Quizás

haga falta más eso: ese amor por la historia, que se hace desde el interés. Eso me

provocan autores como Hobsbawm. Amor hacia lo que estudio, a ser historiador, el

oficio de ser historiador.

Aunque puede ser que este libro no sea una gran obra que cambie la perspectiva global

de la época, te acerca a microcosmos de la época poco conocidos y te hace interesarte

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por ellos. Es una obra alejada de un marco general reduccionista: el marco sólo sirve de

referencia y es el que te hace entender todos los temas. Y son los temas concretos los

que te abren la mente a lugares y tiempos diferentes. Por eso es de agradecer poder

realizar una, al menos, medianamente buena reseña sobre esta obra. Quizás tampoco sea

la mejor reseña hecha, pero creo que es, simplemente, sincera y entendible, como creo

que es la historia que necesitamos para un mundo que pide más historia pero que no

suele llegar al gran público —de verdad, al menos—. Así pues, ésta es mi opinión.