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PEDRO M. PIÑERO RAMÍREZ Y ROGELJO REYES CANO. Itinerario de la Sevilla de Cervantes, La ciudad en sus textos. Ayuntamiento de Sevilla, Junta de Andalucía, Fundación El Mon­te, Caja San Fernando. Sevilla, 2005. 363 páginas.

Lector: coge este libro y colócalo en un fuerte atril o en un cojín no muy blando, pues ésa es la mejor manera de leerlo, ya que pesa alrededor de dos kilos. Y pesa dos kilos porque está publicado con mucho lujo. en un papel grueso y satinado, y ador­nado con numerosas ilustraciones. en su mayoría reproducciones de grabados antiguos. Digo todo esto para que uno se vaya hacien­do a la idea de cómo tratarlo y de cómo manejarlo, en la certeza, además. de que no estamos ante lo que los ingleses llaman un "coffee-table book" : es decir, no es un libro para dejarlo en una sala y que la gente mire los santos mientras espera a alguien. Por el contrario, se trata de un texto macizo, abundante y fasci nante. para meterse en él muy de lleno y a conciencia. En la "Nota editorial" que abre todas esas trescientas y pico de páginas, los autores afirman haber escrito un libro "pensado para un amplio espectro de lectores. sin duda cultos e interesados en las obras de Cervantes y en las cosas de esta ciudad. pero no necesariamente especializados en estos temas" (p. 7). De acuerdo. Yo pondría el énfasis en "interesado ... en las cosas de esta ciudad", pues no tenemos aquí un libro de historia literaria ni de análisis de una literatura, sino un libro sobre Sevilla y los seviilanos, vi stos a través de los ojos de Cervantes y en su tiempo, pero sin que nos importe gran cosa esas visión cervantina en sus aspectos formales. Nos importa lo que vio, más que cómo lo vio o cómo expresó lo que vio. Y sobre todo si vivimos en Sevilla, si gozamos y padece­mos esta ciudad tan bella y tan desesperante, el saber que ha sido siempre así, por lo menos desde el siglo XVI, nos servirá de consuelo o de desconsuelo, pero de todas maneras hará que devo­remos este libro con absorbente interés. De los actuales habitantes de Sevilla, quizás solo el uno por ciento sean descendientes de los sevillanos que conoció Cervantes; pero, por no sé qué misteriosas leyes de la geografía. las ciudades tienen un alma que no es la suma de las almas que las habitan. Tienen un alma, una psicología

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propia, que a veces persiste a través de los siglos, y Sevilla tiene un genius loci que descubrimos una y otra vez según leemos estos Itinerarios, y lo descubrimos con asombro, como dándonos una palmada en Ja frente y exclamando ¡claro!, trátese del g01Tilla que nos ordena aparcar, o de los señoritos del botellón, o del bacalao frito que nos dan en los bares, o de muchos otros fenómenos de la vida ciudadana hispalense. Cervantes se había enfrentado con sus predecesores en el Compás o en el patio de Monipodio.

En una primera parte, titulada "Cervantes y Sevilla", se nos recuerdan una serie de datos familiares no siempre utilizados cuando evocamos al gran manco, y sobre todo se hace hincapié en sus antepasados andaluces, de Córdoba, y en los años vividos en Sevi­lla por su padre, Rodrigo de Cervantes. También aquí se nos hace muy patente un aspecto importante de su vida, a saber, que era un déclassé, miembro de una familia venida a menos, ni totalmente hidalga ni menestrala. Su abuelo paterno había sido teniente de corregidor, uno de sus bisabuelos comerciante de paños, y su pa­dre cirujano sangrado. es decir, poco más que barbero. De la azacaneada vida del novelista todos tenemos alguna idea; ese fon­do familiar añade quizás una acuidad especial en su percepción de las relaciones sociales, un escepticismo y un relativismo que no es relativismo moral, sino. por el contrario, cristianismo puro, y de corte erasmista, como se ha dicho hasta la saciedad. A todo ello se añade el factor geográfico. el hecho de que Cervantes se mueve más a menudo en una España meridional, en Castilla la Nueva, o en Andalucía, que es Castilla la Novísima; es decir. tierras donde la sociedad española está todavía a medio cuajar en sus nuevos moldes, por así decirlo.

En esta primera parte se exponen igualmente las estancias y

vicisitudes de Cervantes en nuestra ciudad - una de ellas en la cárcel - y se especula sobre cómo terminaron los viajes del escri­tor a Sevilla. En relación con dicho tema se cita a un conocido cervantista sevillano actual, según el cual "la vida sevillana y su introversión" habrían provocado en don Miguel un rechazo que le hizo "sacudirse para siempre de sus sandalias el polvo de Sevilla", tal como le ocurrió a Mateo Alemán, a Blanco White, a Bécquer, a Cernuda y a muchos otros (p. 41 ). Piñero y Reyes observan con mucha razón que todos esos escritores abandonaron Sevilla por

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razones muy diferentes y conocidas, y concluyen, también correc­tísimamente, que en los escritos de Cervantes "no parece evidenciarse ningún desagrado de índole personal, ningún indicio de resentimiento interior" (p.41 ). Y podrían haber añadido que donde sí hay indicios de "desagrado de índole personal" es en las observaciones del cervantista en cuestión.

El corpus principal de la obra es una invitación a navegar imaginativamente Guadalquivir abajo y pararse en los sitios de la orilla que Cervantes describió o mencionó, empezando por el Ala­millo y Santa María de las Cuevas, y siguiendo por un patio de Triana (el de Monipodio), el Arenal. el Baratillo, el Compás de la Mancebía, para adentrarse luego en la ciudad por los callejones de la Alfalfa, la plaza del Pan, la de San Francisco. la calle de las Sierpes, las gradas de la Catedral, la calle Feria y los barrios del norte y concluir visitando los lugares populares de extra muros, como la dehesa de Tablada, la puerta de la Carne y los mataderos, la huerta del Rey y San Bernardo. Lo de menos son los sitios: algunos apenas han cambiado desde aquellos tiempos. Lo verda­deramente interesante es la fauna humana y sus costumbres, su forma de vestir, sus comidas. sus trucos para robar, sus fi estas. los esclavos negros, las grandes ceremonias cívico-religiosas, esa es­tructura social tan curiosa basada en las cofradías de artesanos o comerciantes, etc, etc. Todo ello constituye una lectura fascinante. con explicaciones exhaustivas de los detalles (y con la facilidad añadida de un glosario donde se definen las palabras hoy en desu­so), magníficamente documentada con pasajes de las obras cervantinas pero también de otros contemporáneos o casi contem­poráneos: Juan de Mal Lara, Lope de Rueda, Lope de Vega. Quevedo, Carlos García, el EstebanWo González. Agustín de Ro­jas, Cristóbal Suárez de Figueroa, Castillo Solórzano, etc.,etc. El esfuerzo de allegamiento de datos por parte de los autores tiene que haber sido necesariamente colosal, y merece la más calurosa fel icitación.

Un epígrafe de los más curiosos, y tal vez más significativo de las propensiones sevillanas, es el que se titula ''Escándalo en la catedral: crónica burlesca en un soneto con estrambote" (pp.212-228), donde se describe lo que no cuenta Cervantes sobre los funerales por Felipe 11, es decir, la batall a campal que se desató en

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el interior de la iglesia por una mera cuestión de protocolo, por unos paños negros que debían -según unos- o no debían - según otros -cubrir unos bancos. ¡Qué trifulca tan sevillana! ¡Cuántas veces no habrán ocmTido enfrentamientos parecidos en la historia hispalense! Por ejemplo, entre los cofrades de la Macarena y los de la Esperan­za de Triana. Uno mismo ha presenciado rifirrafes de precedencias protocolarias en alguno de los actos del Centenario en 1992.

Casi lo único que no le gusta a este reseñista de esta magní­fica monografía es cierto airecillo derrotista, tal vez inspirado por la historiografía marxista francesa, que pervade los enjuiciamien­tos de la sociedad hispalense (y española) de esa época. Se habla de "crisis" (¿Qué sociedad no está en crisis?) cuando la Monar­quía pesaba en todo el orbe lo que ningún otro poder terreno; se habla de ''una sociedad asentada en el disimulo religioso" a propó­sito de los delincuentes que tenían sus propias cofradías y sus santos patronos (p. 207) ¿Cómo saben los que esto escriben que aquellos ladronzuelos fingían una religiosidad que no sentían? Ten­drían una fe viciada o torcida, por desconectada de la ética, pero no necesariamente fingida ni hipócrita. ¿O es que no se han visto hasta hace poco imágenes religiosas en los prostíbulos de toda España? ¿Es que la moralidad de las romerías del Rocío, tan fre­cuentadas por los famosos de turno, es muy diferente?

En mi modesta opinión, los autores deberían haber delimi­tado las responsabilidades de cada uno, por no dar pábulo al lector para que haga atribuciones mal fundadas, y creo también que se debería haber hecho un esfuerzo por evitar la repetición (a veces múltiple) de los mismos pasajes literarios. Algunos de éstos son muy largos y se los vuelve uno a encontrar íntegros, solo porque incluyen alguna palabra o frase ilustrativa que todavía no se ha­bían comentado.

La obra lleva un índice de nombres propios, una nutrida bibliografía y un glosario de términos del hampa y de germanía que resulta utilísimo al lector de hoy.

Lector: cierra el libro sobre el atril o el cojín que te reco­mendé y da las gracias a Pedro Piñero y a Rogelio Reyes por los largos ratos de diversión instructiva que te han concedido.

José María A/herich Sotomayor

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J UAN RAMÓN, ALBERTI: DOS POETAS LÍRICOS. Edición de Diego Martínez Torrón. Kassel, editorial Reichenberger, 2006, 388 páginas.

El profesor Diego Martínez Torrón ha coordinado un com­pleto volumen de estudios sobre la obra de Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti en el que encontramos trabajos de especialistas y lectores del grupo de investigación «Andalucía literaria» de la Universidad de Córdoba que abordan desde distintas perspecti­vas los textos de los dos poetas andaluces en la que es ya su sexta publicación conjunta como grupo investigador desde 1992. Los trabajos nos llegan de la mano de críticos como Jaime Siles, Marina Mayoral, Fanny Rubio, Antonio Rodríguez Jiménez y Manuel Gahete Jurado, entre otros.

Martínez Torrón abre el libro con un extenso y detallado estudio sobre el panteísmo y la huella de Krause en la obra de Juan Ramón Jiménez, donde expone la ideología del poeta en relación con su literatura, entendiendo la primera como cosmovi­sión y, la segunda, «Como un proceso místico que ocupa todo el decurso de su vida» en el que el poeta encuentra al final «el sentido a la existencia>> y donde el eco romántico y modernista contextualiza el panteísmo estético de posible raigambre oriental y de clara ascendencia filosófica romántica de estirpe alemana. En es te trabajo se revisan los primeros libros del poeta en los que destaca el romanticismo -en los temas, en el tono-, el moder­nismo -como descubrimiento de la universalidad del sentimien­to-, la presencia de la naturaleza, del amor y de una mística que, posteriormente, será trascendental. Es a partir de Sonetos espiri­tuales donde crece el misticismo panteísta porque, según el críti­co, ya hay «inefabilidad y anhelo de eternidad y de infinito» en el camino de Juan Ramón Jiménez hacia una expresión más con­ceptual, intelectual y abstracta en el que busca la eternidad en la fusión con la naturaleza: «SU poesía es una consecuencia de una actitud vital, mística, trascendental en su idealismo ( ... ). Su verso constituye ahora un verdadero pensamiento poético». Esto se refrenda en las obras publicadas en Lírica de una Atlántida, libro que él aborda con precisión a través de sus símbolos («cada

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palabra del poema es un símbolo cargado de pensamiento»), de la presencia de la naturaleza y de la interpretación de su poesía como una lucha metafísica de quien indaga en todo y trata de encontrar una respuesta. En esta obra el escritor se reafirma en su panteísmo: «el hombre es un dios por su conciencia»; Dios está en el hombre en la obra que el crítico califica de madurez absoluta en la evolución poética de Juan Ramón Jiménez, Dios deseado y deseante , libro que, según expresó el propio escritor, «contiene un ciclo completo de mi pensamiento».

Considera la poesía de Juan Ramón Jiménez como filosó­fica, «llena de pensamiento» y pasa revista a las influencias que el Nobel ha tenido del modernismo y del krausismo en la Institu­ción Libre de Enseñanza (lo bello va ligado a la divinidad que reside en la unidad), insistiendo en los conceptos filosóficos y las teorías metafísicas en relación con la poesía última del escri­tor porque Juan Ramón, «además de un poeta era un pensador que escribía versos». «Un auténtico filósofo, que piensa acerca de las cuestiones fundamentales de la vida y el arte» y que busca autodescubrirse a través de la poesía como conocimiento.

Martínez Torrón repasa detenidamente el pensamiento de Krause y las concomitancias con Juan Ramón Jiménez -patentes , sobre todo, en su obra última- en aspectos relevantes en ambos como el punto de partida del Yo. la conciencia, la naturaleza, el espíritu. la fantasía. la mudanza del tiempo y el misticismo. Sí difieren, según el crítico, en que Krause derivó su pensamiento hacia un humanismo más social que el poeta, de carácter más solitario e individualista.

Concluye que Juan Ramón Jiménez fue «Un semillero ori­ginalísimo de sugerencias» para los escritores posteriores que bebieron en él, como puede ser Rafael Alberti, según la crítica, el discípulo más exacto y más querido de Juan Ramón Jiménez. Así lo reconocía abiertamente el gadi tano: «Por aquellos apasio­nados años madrileños, Juan Ramón Jiménez era para nosotros, más aún que Antonio Machado, el hombre que había elevado a religión la poesía, viviendo exclusivamente por y para ella, alu­cinándonos con su ejemplo». El moguereño disfrutó mucho le­yendo Marinero en tierra, según consta, por ejemplo, en una carta que le envió a su autor: «Las poesías de este libro ( ... ) me

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sorprendieron de alegría ( ... ). Le voy a decir a El Andaluz Uni­versal que adelante un Sí, para que pueda lucir todavía en el aire lijero de esta goteante primavera la tremolante cinta celeste y plata de su Marinerito».

El amplio estudio de Diego Martínez Torrón -que podría constituir en sí un libro independiente- sirve de pórtico a este volumen colec tivo que incluye otros artículos sobre Juan Ramón Jiménez (el catedrático Manuel Gahete Jurado aborda la presen­cia del mar en la obra del moguereño, la filóloga Candelaria Siles Reches estudia el cromatismo inicial en sus textos y el poeta Ra­fael Herrera Espinosa revisa el ritmo en Espacio) y Rafael Alberti, dos de ellos del propio Martínez Torrón que escribe sobre Plea­mar y sobre el amor y el erotismo en su obra y otros de investiga­dores como el catedrático y ensayista Jaime Siles (que se centra en el primer Alberti), el musicólogo José Ramón Ripoll (que repasa Marinero en tierra), el profesor Rafael Carretero, Candelaria Siles y el filósofo Roberto Loya (que abordan Sobre los ángeles). el periodista y escritor Antonio Rodríguez Jiménez (que ofrece su interesante y particular lectura de Cal y canto), el profesor Fran­cisco Onieva y Rafael Herrera (que escriben sobre A la p intura) y la profesora y crítica Marina Mayoral (que se revisa las memorias de Alberti y María Teresa León).

En la primera parte del libro dedicada a Juan Ramón Jimé­nez, Manuel Gahete reflexiona sobre la importancia del mar en la obra del Nobel, «resorte clave para entender la poesía juanra­moniana» , y el «absoluto marino» en sus textos , expresión que da título a su trabajo y que para él «actúa de eje de su ardiente pasión humana y se fundirá con la búsqueda del absolu to tras­cendente que ha de marcar la última etapa de su poesía». Efecti­vamente, Juan Ramón Jiménez mantuvo una relación significati­va con el mar, compañero de su viaje iniciático hacia Nueva York en 1916 para casarse con Zenobia, que redundará en su obra de madurez Diario de un poeta reciencasado. Manuel Ga­hete destaca que lo emocional y la interiorización de las viven­cias forman parte de un aspecto esencial en la obra del moguere­ño que es su intelectualización.

Candelaria Siles se detiene en el estudio del cromatismo en el primer Juan Ramón. Es sabido que el poeta estudió Pintura

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en Sevilla en su adolescencia y que la presencia del color estará patente en toda su obra en la que el artista muestra su amplio conocimiento del universo cromático. Comenta que en su prime­ra etapa literaria el blanco simbolizará lo aéreo, la alegría; el azul. la esperanza, la felicidad; el negro, la muerte, lo negativo y, el rojo, la vida. Otros colores están presentes en los textos del moguereño, como son el amarillo, el lila y el morado -sus prefe­ridos- y el granate, entre otros muchos. Considera que Juan Ra­món Jiménez, como Rafael Alberti, «fundió el color y la palabra, dándonos los más bellos frescos que plasmaban su palabra poéti­ca».

Por su parte. Rafael Herrera se detiene en el estudio del ritmo de la prosa poética de Espacio a través de los seis tipos de ritmo que propone en su exposición. Espacio se fue estructuran­do entre 1941 , fecha de su primera redacción en verso libre, y 1954, cuando lo concluyó en prosa. Los versos medidos se com­binan con los versos cuyo ritmo es sólo acentual en ese se rico juego formal en el que el poeta se detiene a presentar una pala­bra desde distintos puntos de vista («¿vamos a hacer la eterni­dad , vamos a hacer la eternidad, vamos a ser la eternidad, vamos a ser la eternidad?»). Herrera señala que «los paralelismos o estructuras simétricas o circulares» completan el marco rítmico cuyo contenido final agrupa las alusiones temáticas anteriores en una unidad circular.

La segunda parte del libro está dedicada a Rafael Alberti. Jaime Siles aborda en un extenso y profundo escrito al primer Alberti, al autor neopopular -movimiento, indica, «cuyo arran­que tiene su origen en las notas finales de la Segunda Antolojía Poética de Juan Ramón»- que se aprecia en Marinero en tierra y llega hasta El alba del alhelí, obra que adelanta temas de libros posteriores como «el de los tontos» o «el del ángel», figura sobre la que Siles reflexiona afirmando que el contenido de Sobre los ángeles «sólo puede compararse con esa sensación del vacío contemporáneo que denuncia la obra de T. S . Eliot, con cuyos «hombres vacíos» Alberti, en parte, coincidirá». Siles señala que en Ja simbología señalado por Friedrich en su Estructura de la lírica moderna, Alberti coincide con Bécquer en el «dinamismo de la verticalidad», en el «rápido descenso a lo profundo»; el

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individuo está aislado y es un «huésped de las tinieblas». Los «tontos» para el escritor encarnan «la figura del poeta en el mundo real, en el que, como aquéllos de la pantalla. produce risa y lástima; funcionan, pues. como antes «El ángel tonto)), al que, en cierto modo, recuerdam). Alberti estudió como Juan Ramón Jiménez, Pedro Muñoz Seca o Fernando Villalón en el estricto colegio jesuita San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María y posteriormente rebatirá sus enseñanzas y criticará al espíritu ca­tólico español que para él «entenebreció desde niños los azules del cielo)>; así su poesía es una especie de política de conciencia­ción de los que sufren y supone una lucha «por la liberación del mundo))' por ello su literatura «tiene un alto grado de contenido religioso ( ... ) y supuso la creación ( ... ) de la llamada poesía so­cial>) posterior.

José Ramón Ripoll se detiene en Marinero en tierra en cuyos versos ve ya a «Un poeta completo)>. Pondera la personifi­cación de la naturaleza como «Una de las virtudes poéticas de Rafael Alberti» y expone que la nostalgia -tema del Grupo del 27- se contempla en el caso de Alberti como una postura más literaria que vital.

Rafael Carretero analiza pormenorizadamente dos poemas de Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos: «Cita triste con Charlot» y «Laurel y Hardy», publicados en 1929, momento en el que Alberti «combinaba su fascinación por las estrellas del cine cómico con una forma de versificar pura­mente surrealista». Ambos textos tratan el tema de la soledad: en el primero, texto ya emblemático, «Alberti parte de un mito có­mico para llegar a un mito trágico», el personaje escapa del tiempo «para pervivir eternamente en la memoria»; en el segun­do, casi dialogado y vivificado a través de los pronombres, «dos seres tristes dialogan sin encontrar sentido a sus existencias».

Por su parte, Antonio Rodríguez Jiménez indaga en las claves contextuales y literarias de Cal y canto a través de su personal visión lectora. Con el sugerente prisma gongorino de todo lo que le evoca el libro -sus Amarantas, Aracelis , Góngoras. Europas, Ceres, Venus .. ., que para él resumen esquemáticamente la obra- aborda lo que anuncia desde el título de su estudio, las «luces, oscuridades, mitologías» del libro, elementos que sinteti-

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zan la riqueza de sus textos en los que también destaca la presen­cia patente y constante , casi obsesiva. del sur. Rodríguez Jimé­nez repasa la idea del título del libro -que pretendía liberarse del andalucismo y ser hermético, cerrado «a cal y canto», aunque el libro es para él «abierto»- y señala que la obra participa de la «poesía pura» de Juan Ramón Jiménez, de una vanguardia perso­nal -que huye de anclarse en las corrientes de modernidad prees­tablecidas- y del espíritu gongorino de la generación del 27 («Me propuse hacer de cada poema una difícil carrera de obstáculos. Góngora nos llegaba muy oportunamente») y que nace con el deseo de abandonar el neopoularismo y escribir «una poesía más seria, de altos vuelos, rica en contenidos, en imágenes, en metá­foras». Se abordan los poemas del libro, sus influjos de vanguar­dia, sus toques de humor, sus complejas mitologías y otros ele­mentos que después estarán en Sobre los ángeles, como la fi gura del arcángel o el malestar sobre la situación del momento en el último poema. Como explica Rodríguez Jiménez, la experimen­tación formal se aúna a las inquietudes vitales del poeta en esta obra de «incursión en el más allá literario a través de la indaga­ción y la búsqueda incesante de su propio yo poético».

Candelaria Siles expone un estudio temático y formal de Sobre los ángeles, obra surrealista polémica desde su publica­ción en la que el poeta lucha, pero termina siendo «un ángel malherido» . Y es que, parafraseando a Rilke, «Ser ángel es siem­pre algo terrible», como recuerda Roberto Loya en su hermoso escrito «Los otros ángeles de Alberti». El desdoblamiento del poeta en el otro, en el ángel, obedece a la búsqueda «de la identi­dad de un ser que sufre)>, «que se convierte en el otro que habita en el poema» y que revela la cara amarga y tenebrosa de la vida.

Francisco Onieva y Rafael Herrera se centran en el libro de madurez de Rafael Alberti A la pintura. Onieva lo considera uno de los mejores de su producción literaria, tanto en su temáti­ca novedosa como en su tratamiento formal. El poeta se muestra como un perfecto orfebre de gran dominio técnico donde no sobra nada, donde el ritmo y la eufonía son perfectos y donde trata dos de sus pasiones, la poesía y la pintura, algo que lo convierte en el «mejor libro que plasma la personalidad del artis­ta» que con la poesía «intenta indagar en el sentido de la vida)) .

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Pondera que el hecho de ser un «homenaje a la pintura» determi­na el tono y la estructura de la obra en la que la pintura y el mundo se presentan en paralelo regidos por un fin común: la armonía. Onieva analiza la métrica, el contenido, las metáforas y la armonía de varios poemas, destacando que al poeta «le intere­san los autores que pretenden conseguir la trascendencia en su arte» para universalizar las experiencias individuales. Por su par­te, Rafael Herrera se detiene en el ritmo de los poemas, en su tratamiento cromático, en su dominio de los lenguajes artísticos y en la idea de que Alberti busca, «entre los pintores contempo­ráneos, aquéllos que comparten con él inquietudes y lucha».

Marina Mayoral presenta un estudio comparativo de La arboleda perdida, de Rafael Alberti y la Memoria de la melan­colía, de María Teresa León, «dos miradas sobre un mismo mun­do», como titula su ensayo en el que expone que, a pesar de las coordenadas vitales y temporales de ambos libros son los mis­mos -exilio en Argentina-, cada uno muestra la visión de los acontecimientos a su manera, Alberti desde la plenitud vital del presente y María Teresa desde la nostalgia que se anuncia desde el título tendente al recuerdo y a la añoranza del pasado que no regresa. Sí comparten en su escritura su relación de pareja, su hija Aitana y sus experiencias vividas.

Diego Martínez Torrón enmarca el volumen abriendo y cerrando esta obra coral ocupándose también. como señalamos, de Alberti, a quien conoció. Estudia la etapa del exilio de los años cuarenta, centrándose en los poemas de Pleamar en un pri­mer artículo y en el erotismo y el amor en la obra del gaditano en un segundo trabajo que cierra el libro. El compromiso y el tratamiento lírico son los dos ejes fundamentales de la obra del poeta para Martínez Terrón, quien condensa sus influencias en el Cancionero, Lope de Vega y Pablo Neruda. Tras su incursión en el surrealismo, Alberti opta en Pleamar a veces por el barroquis­mo y a veces por la sencillez, por la nostalgia y por dar rienda suelta a sus sentimientos a través de temas como la infancia y la pureza en una etapa vital amable que comparte con su hija. En su segundo trabajo, «El amor y erotismo lírico en la poesía de Ra­fael Alberti », Martínez Torrón destaca la presencia de la mujer y el ensueño erótico en los versos de quien considera «el más

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humano de todos los poetas del 27». Con el eco de fondo de los cancioneros, el amor salva frente a la realidad y la barbarie; el crítico repasa su presencia en las obras del gaditano -que aúnan la ideología y la estética- en las que este amor evoluciona desde un erotismo juvenil hasta un sentimiento otoñal al final de sus días.

Se trata, pues, de un volumen colectivo amplio y completo que ofrece distintas lecturas de diversos aspectos de las obras de estos dos andaluces universales que podrán disfrutar sus lectores y especialistas.

Rocío Fernández Berrocal Doctora en Filología Hispánica.