Reporte de Lectura

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345 Méndez Rodríguez, Jorge Arturo. Reporte de Lectura de Confesiones de San Agustín de Hipona San Agustín nos narra su vida a través de este diálogo escrito que tiene con Dios acerca de su vida privada y pública antes de su conversión al Catolicismo, expresándolo él mismo con estas palabras: Ahora mismo has sacado del terrible abismo a un alma que te busca y tiene sed de deleitarse en ti; un alma que te dice «He buscado, Señor tu rostro y lo habré siempre de buscar» (Sal. 26,8). Porque yo anduve lejos de tu rostro, llevado por una tenebrosa pasión. (San Agustín, 400, pg. 17) El santo, nos hace un recorrido de todas sus vivencias, empezando por el vientre materno, hasta la cátedra de su obispado en Hipona; durante este recorrido escrito de sus hechos, nos encontramos a un san Agustín indigno de alabanza, mancillado por el pecado y la concupiscencia, pero en un momento revestido de la gracia de Dios por los ruegos de su madre santa Mónica. Segura estaba de que la miseria en que yacía yo como muerto, habías tú de resucitarme por sus lágrimas y, como la viuda de Naím, me presentaba a ti en el féretro de sus pensamientos, para que tú le dijeras al hijo de la viuda: Joven, yo te lo mando, levántate (Lc. 7, 14) y él reviviera y

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Méndez Rodríguez, Jorge Arturo.

Reporte de Lectura de Confesiones de San

Agustín de Hipona

San Agustín nos narra su vida a través de este diálogo escrito que tiene con Dios acerca de su vida privada y pública antes de su conversión al Catolicismo, expresándolo él mismo con estas palabras:

Ahora mismo has sacado del terrible abismo a un alma que te busca y tiene sed de deleitarse en ti; un alma que te dice «He buscado, Señor tu rostro y lo habré siempre de buscar» (Sal. 26,8). Porque yo anduve lejos de tu rostro, llevado por una tenebrosa pasión. (San Agustín, 400, pg. 17)

El santo, nos hace un recorrido de todas sus vivencias, empezando por el vientre materno, hasta la cátedra de su obispado en Hipona; durante este recorrido escrito de sus hechos, nos encontramos a un san Agustín indigno de alabanza, mancillado por el pecado y la concupiscencia, pero en un momento revestido de la gracia de Dios por los ruegos de su madre santa Mónica.

Segura estaba de que la miseria en que yacía yo como muerto, habías tú de resucitarme por sus lágrimas y, como la viuda de Naím, me presentaba a ti en el féretro de sus pensamientos, para que tú le dijeras al hijo de la viuda: Joven, yo te lo mando, levántate (Lc. 7, 14) y él reviviera y comenzara a hablar y tú se lo devolvieras a su madre. (San Agustín, 400, pág. 76)

Una de las autobiografías más famosas del mundo, las Confesiones de San Agustín, comienza de esta manera: “Grande eres Tu, Oh Señor, digno de alabanza… Tu nos has creado para Ti, Oh Señor, y nuestros corazones estarán errantes hasta que descansen en Ti” (San Agustín, 400, pág. 1)

Este libro, trata de la vida y obra de san Agustín, el gran Doctor de la Iglesia, que muchos años anduvo errante de ella, su autobiografía comienza con una alabanza a Dios, uno y trino, loándolo por cada uno de los aspectos por los que la Iglesia lo adora

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Tú eres Sumo y Óptimo y tu poder no tiene límites. Infinitamente misericordioso y justo, al mismo tiempo inaccesiblemente secreto y vivamente presente, de inmensa fuerza y hermosura, estable e incomprensible, un inmutable que todo lo mueve. (San Agustín, 400, pág. 7).

Pero también hace ante el Creador de todas las cosas su primer confesión, la de haber faltado a su Amor por años.

Inmediatamente después hace hincapié a su infancia, la cuál estuvo rodeada de todas las comodidades que un niño hubiera querido tener desde la cuna. Durante el relato de cuando era bebé, hace una narración con un exquisito lenguaje, acerca de cada uno de los comportamientos propios de un recién nacido,

Porque en ese entonces yo no sabía otra cosa que mamar, dejarme ir en los deleites y llorar las molestias de mi carne. No sabía otra cosa. Más tarde comencé a reír, primero mientras dormía, y luego estando despierto. Así me lo han contado, y lo creo por lo que vemos de ordinario en los niños; pues de lo mío nada recuerdo.

(San Agustín, 400, pág. 8)

Pero recalcando siempre su condición de pecador al hacer siempre su voluntad, y ser tan caprichoso con sus deseos.

En sus recuerdos resalta la presencia de su madre que siempre estuvo alentándolo a seguir el camino que la doctrina católica marcaba, el camino de su conversión fue guiado por ella en gran medida, pero con muchas dificultades presentadas desde la casa paterna, ya que su esposo Patricio era un hombre pagano y de carácter fuerte, aunque a santa Mónica la dejaba ejercer plenamente su religión, el educó a sus hijos según las normas de los dioses.

Cuando Agustín creció, se forjó en el un deseo incontrolable de querer siempre estar un paso adelante que todos los demás en cuanto a temas filosóficos se tratasen, sabía historias de la mitología griega y romana, e inclusive en múltiples ocasiones sostuvo debates con grandes filósofos de la época.

Pero, no conforme con los temas de interés general, decidió empezar una relación amistosa, y hasta cierto punto como una sociedad el conocimiento, con otro de los grandes Doctores de la Santa Iglesia: San Ambrosio, amistad que le valió en gran medida su acogida en el seno de la Iglesia Católica.

En un principio, se conformaba con asistir a los sermones que predicaba el taumaturgo, pero a medida que oía sus predicas, comenzó a cuestionarle asuntos referentes a las bases de la fe cristiana, ocasiones que ambos aprovechaban para hacer un debate entre la fe y la razón.

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En una ocasión, leyó la historia de la conversión de un gran orador pagano, además de leer las epístolas de San Pablo, lo cual tuvo un gran efecto en el para orientar su corazón hacia la verdad de la fe Católica. Durante un largo tiempo, San Agustín deseó ser puro, pero el mismo le manifestó a Dios, “Hazme puro… pero aún no” (San Agustín, 400, pag.117). Un día cuando San Agustín estaba en el jardín orando a Dios para que lo ayudara con la pureza, escuchó la voz de un niño cantándole: “Toma y lee; toma y lee” (San Agustín, 400, pág. 121). Con ello, él se sintió inspirado a abrir su Biblia al azar, y leyó lo primero que llego a su vista. San Agustín leyó las palabras de la carta de San Pablo a los Romanos capítulo 13:13-14: “nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos… revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.” Este acontecimiento marcó su vida, y a partir de ese momento en adelante él estuvo firme en su resolución y pudo permanecer casto por el resto de su vida. Corría el año 386 cuando todo esto sucedió, un año después, recibía de su gran amigo san Ambrosio el sacramento del bautismo, tiempo después, su madre cayó gravemente enferma, y finalmente murió a los 56 años de edad, san Agustín contaba entonces con sólo 33 años.

Luego de la muerte de santa Mónica, san Agustín decidió regresar a África, donde pensaba establecer un modo de vida monástica junto con otros compañeros que se embarcaron con el, pero al llegar allá, sus planes fueron saboteados por la Providencia Divina, que deseaba ardientemente otro futuro para el santo.

Cierto día, san Agustín fue a la ciudad africana de Hipona en busca de laicos decididos a comprometerse con el Señor, pero al asistir al Santo Sacrificio del Altar, el obispo lo consagró sacerdote, ya que él ocupaba un ayudante digno del Señor, y al consensarlo con la comunidad, el único capaz de desempeñar tal función era san Agustín.

Cinco años después, fue nombrado obispo de la diócesis de Hipona, y gran parte de su labor pastoral fue la de proclamar el Evangelio a los más pobres, a los sencillos y a los ignorantes. Pronto se posicionó como una eminencia en toda la Iglesia tanto de oriente como de occidente, estuvo al frente de tal diócesis por 34 años.

Este libro, nos motiva a la reflexión y a la meditación de cada uno de nuestros actos, para saber que es lo agradable ante la mirada perpetua del Creador de todo, para saber reparar el daño causado a su Corazón pleno de amor hacia nosotros, y no tener que decir las mismas palabras que el escritor le dirige: “Tarde te amé, Oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé” (San Agustín, 400, pág. 172).

Tenemos nosotros como católicos, apegarnos al ejemplo del gran Doctor de occidente, que aun en su miseria espiritual, supo con humildad rectificar su camino, y encontrar la corona de la gloria que solo los elegidos pueden alcanzar: la santidad.

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Pero yo, Dios mío y gloria mía, aun de estas cosas saco motivos de cantaros alabanzas y hago sacrificio de ellas a quien me santifica, porque sé muy bien que todas las hermosas ideas que desde de la mente y el alma de los artífices han pasado a comunicarse a las obras exteriores, que labran y fabrican sus manos artificiosas, dimanan y provienen de aquella soberana hermosura que es superior a todas las almas, y por la que mi alma continuamente suspira día y noche. (San Agustín, 400, pág. 202)

Bibliografía

Agustín, San. (2004). Confesiones. México, D.F: San Pablo

Cibergrafía

Rescatado de: http://www.corazones.org/santos/agustin.htm el 18 de septiembre de 2012

Rescatado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Agust%C3%ADn_de_Hipona#Libros el 18 de septiembre de 2012