Relaciones entre los capiteles de la Aljafería y los cordobeses

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EL ARTE ARAGONÉS Y SUS RELACIONES CON EL HISPÁNICO E INTERNACIONAL Relaciones entre los capiteles de la Aljafería y los cordobeses Por Enrique Domínguez Perela ACTAS /JI Coloquio de Arte Aragonés Huesca, 19-21 diciembre 1983 Sección/J p. 61-85 Separata

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Estudio sobre capiteles de la Aljafería

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EL ARTE ARAGONÉS Y SUS RELACIONES CON EL HISPÁNICO

E INTERNACIONAL

Relaciones entre los capiteles de la Aljafería y los cordobeses

Por Enrique Domínguez Perela

ACTAS /JI Coloquio de Arte Aragonés Huesca, 19-21 diciembre 1983

Sección/J p. 61-85

Separata

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RELACIONES ENTRE LOS CAPITELES DE LA ALJAFERIA V LOS CORDOBESES I

Por ENRIQUE DoMÍNGUEZ PERELA

1. INTRODUCCION

La llegada de los primeros musulmanes al suelo peninsular ini­ció un complejo proceso histórico', escasamente conocido en sus orígenes y que, como sabemos, vino a condicionar la Historia de la Península durante más de siete siglos. Sin embargo, hemos de ad­mitir que el nuevo factor no podía, de la noche a la mañana, con­vertirse en absolutamente determinante. En este sentido y como ya ha sido señalado por diferentes autores J, parece ser que no es posi­ble hablar de <<Íslamización» absoluta de Al-Andalus antes del siglo XII, después de la primera «invasión» africana. Lógicamente y como también ha sido publicado sobradamente, las diferentes ma­nifestaciones culturales del pueblo andalusí presentarán no pocas «peculiaridades» que las individualizarán de las del resto del mundo islámico y las unirán con una rancia tradición tardo­rromana, sobre todo por lo que se refiere a aquellas de profunda significación urbana.

Si atendemos al aspecto político, observaremos que algunos de los problemas que habían definido el desarrollo de los siglos VI y VII seguían latentes en el VIII, e incluso se volverán a patentizar en el siglo XI. Tal es el caso del conflicto centralismo-«autonomismo», tan determinante en época visigoda, acusadísimo en los siglos IX

y X Y revitalizado en el XI. El mosaico hispánico heredado de la Antigüedad vino a enriquecerse con la aparición de nuevos aportes poblacionales, venidos en este caso de oriente y del norte de" Africa, que en el aspecto político agudizaron viejos problemas: a la va-

1 El tema propuesto en este trabajo enlaza mi tesis de doctorado, en curso de realización.

2 Remito al lector a MANTRAN, R., La expansión musulmana (siglos VII al Xl), Barcelona, 1982, y a GurCHARD, P., Al·Andalus. Estructura antropoló­gica de una sociedad islámica en Occidente, BarceJona, 1976.

J Ver GUICHARD, P., Al-Andalus ... , op. cit., pp. 7-13.

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riedad étnica, a las readaptadas familias poderosas tradicionales había que añadir ahora la pugna entre nobles árabes y sirios, im­plantados en contextos urbanos, y los deseos de los contingentes beréberes asentados en zonas rurales . Esta situación, al objeto de las presentes líneas, opera en una doble dirección: por una parte, cabe señalar la escasa incidencia de los nuevos aportes étnicos en la concretización de las obras materiales de este período -unos, «marginados» en el campo y otros, encastrados en la clase domi­nante-, mientras que en otro sentido van a facilitar los hechos que determinarán la época taifa ',

En la pugna entre fuerzas centrífugas y centrípetas, sobrada­mente documentada por las fuentes , van a decantarse los resulta­dos del lado cordobés a partir de su elección como sede del go, bierno del primer Abd al-Rahman. Ya en el siglo IX la polarización se materializará sobre la cimentación de una sólida estructura fiscal que provocará el flujo hacia Córdoba de monetario y efectivos humanos absolutamente necesarios para explicar el fenómeno cali­fal: Córdoba se convierte en una de las más grandes ciudades del Mediterráneo y en la capital del Estado más poderoso de su época; en ella, y casi exclusivamente, habrán de desarrollarse un conjunto de actividades que den satisfacción a las, cada vez, más fuertes necesidades del poder y su entorno ' .

Todavía hoy cuesta entender cómo fue posible la creación de dos grandes ciudades palatinas con todos sus servicios en tan esca­sos años y, lo que es más sorprendente, su destrucción fulminante. De esta manera, durante un corto período, Córdoba vio desarro­llarse, hasta unos extremos inconcebibles unos años antes, todas aquellas actividades relacionadas con la construcción y engrandeci­miento de edificios de carácter áulico y entre ellas las de la talla de la piedra '.

Como sabemos, el equilibrio califal duraría poco. En sus últimos años fue necesario acudir a una solución que añadía un nuevo elemento desestabilizador de la propia estructura social: el aporte

4 En relación a la continuidad cultural helenismo-Islam puede consul­tarse WIET, G., «El Islam y el arte musulmán», en el Arte y el Hombre, t. U, Barcelona, 1966.

:5 La literatura al respecto es muy abundante, como elemento referen­cial, en razón de múltiples factores es aconsejable la conocidísima obra de LEVI-PROVENC;AL, E., en el t. V de la Historia de España, dir. por Menén­dez Pida( Madrid, 1973 (reedición). Por su «puesta al día» puede verse CHEJNE, A. G., Historia de España musulmana, Madrid, 1980 (Minnesota, 1974), especialmente por su cuidada bibliografía.

6 G<.iMEZ-MoRENO, Arte árabe español hasta los Almohades, Madrid, 1951.

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beréber militar. Sean cualesquiera las razones que precipitaron los sucesos cordobeses de los últimos años del siglo x " lo cierto es que entre ellas habría' que considerar el terrible esfuerzo impositivo que exigía de la periferia la financiaciÓn de los tremendos gastos de la corte. En cualquier caso, si atendemos a un momento inme­diatamente anterior a la ti/na, nos encontraremos con una Cór­doba superpoblada - para las necesidades del momento-- de arte­sanos formados al calor de los rígidos dictados del poder, con muy escasas perspectivas laborales (otro tanto habría de suceder con poetas, científicos y demás «personal» del «sector servicios») '.

Por fin, la caída de Córdoba habría de generar un conjunto de factores entre los que, al efecto de este trabajo, convendría recalcar los siguientes:

1) El flujo impositivo que antes viajaba a Córdoba se va a quedar retenido en los centros urbanos periféricos, anti­guos polos fiscales locales, en los que las viejas dignidades de carácter militar van a ascender socialmente convirtién­dose en «príncipes» '.

2) El «excedente de mano de obra», formado al calor de la corte califal, se verá obligado a emigrar hacia aquellos nú­cleos urbanos en los que exista un «excedente financiero» dispuesto a invertirse en la constru.cción de residencias pa­latinas. Esta diáspora afectará fundamentalmente a los núcleos más importantes: Toledo, Zaragoza, Málaga, Gra­nada, etc. 10.

3) Las nuevas familias principales van a contar con un punto de referencia común: el fausto de la corte califal que pre­tenderán emular dotados de unas evidentes limitaciones fi­nancieras. Este punto de referencia estará materializado en el siglo XI, además de por los artesanos y artistas emigrados, por los abundantes objetos muebles que, muy posiblemente, acompañarán a dignidades y menesterosos en su "huida» ".

7 Por su carácter de novedad en la bibliografía en lengua hispana remito al lector a la obra, ya clásica, de ~RES, H., Esplendor de AI-Andalus. La poesía andaluza en drabe clásico en el siglo Xl, Madrid, 1983.

, PÉRÉs, op. cit., pp. 13-28. 9 Para el caso de Zaragoza puede consultarse TURK, A., El reino de Zara­

goza, Madrid, 1978. 10 No me parece muy apropiada la terminología de CHEINE, op. cit., p. 54,

identificando los reinos taifas con «ciudades-estado feudales», pero sí sufi­cientemente expresiva ..

11 El tema se sigue muy bien en el ámbito literario, PÉRES, op. dt.

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Con estas variables, el fenómeno taifa se nos presenta como el «efecto lógico» del desarrollo histórico precedente, condicionado a la nueva situación política y social. En este sentido cabria señalar que la ruptura del centralismo político conllevó la destrucción de la uniformidad que caracteriza a toda la producción material del califato, como veremos más adelante 12.

2. DESARROLLO DEL CAPITEL HASTA LA CAlDA DE CORDOBA 13

De acuerdo con lo expresado y en función de los aspectos que se pretende destacar en este trabajo, habremos de dirigir nuestra atención a repasar someramente el camino seguido por el capitel hispanoislámico en su evolución a lo largo de la segunda mitad del siglo x ". Ya señaló Kühnel que posiblemente sea en los capiteles donde con mayor claridad se aprecia la pervivencia de la tra­dición hispanorromana, dentro del universo cultural cordobés 15;

otros autores han llegado a hablar de un «renacimiento» que llega a su apogeo con la realización de los salones nobles de al-Zahra. Sin embargo, las grandes líneas de fuerza que rigen el desarrollo de la cultura Islámica , poco a poco, habían de imponerse en la Península, materializándose en el terreno formal en la paulatina imposición de fórmulas cada vez más geometrizadas, apreciables, dentro del mundo del capitel, a partir de la subida, al poder de al-Hakam II y acentuadas, a tenor de los escasos datos que posee­mos, en la fase de Almanzor. De manera que, poco a poco, la tra­dicional estructuración del capitel se va perdiendo en beneficio de fórmulas cada vez más caprichosas que a la vez están dominadas por una ejecución que se va simplificando paulatinamente. En el terreno decorativo, las tradicionales palmetas califales van siendo sustituidas por las yemas características del segundo califa; el

12 En el terreno de los capiteles, este fenómeno se aprecia con mucha facilidad. No se pierde de vista que toda la producción material hispanois­lárnica depende casi absolutamente de los CÍrculos de poder político.

13 Tema desarrollado en mi tesis de licenciatura: Los capiteles hispano­musulmanes de las colecciones de Madrid, inédita.

14 TO RRES BALBÁS, L., t. V de la Historia de España, dir. por Menéndez Pidal, op. cit.; también PAVÓN MALDONADO, B., «Capiteles y cimacios de Me­dinat al-Zahra tras las últimas excavaciones», en Archivo Esp. de A., XLII, 1969; este mismo autor tiene abundantes publicaciones al respecto.

15 KÜHNEL, E., «Lo antiguo y lo oriental como fuente del arte hispano­islámico», AI-Mulk, 4, 1964-65.

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equilibrio entre los órdenes, derivado de la alternancia ritmica del Salón Rico, se altera en beneficio del «orden compuesto». En el te­rreno técnico, la vieja compensación entre herramientas de rotación y de talla se vence del lado de las primeras, a la vez que tiende a perder el trabajo de acabado mediante incisiones. Solidariamente la correspondencia entre forma y fondo se altera en beneficio del segun­do, con lo que los detalles de digitaciones y motivos de ataurique se hacen más delgados y efectistas. Paralelamente, van surgiendo temas nuevos, a veces muy influidos por los aportes orientales (ele­mentos animados). Como efecto de todo ello y siempre sin olvidar el carácter de provisionalidad que provoca el desconocimiento casi absoluto de la fase de Almanzor - problema de al-Zahira- , pode­mos señalar que se llega a la disolución del califato con un reper­torio formal (dentro del capitel) escasamente evolucionado con re­lación a la época de Abd al-Rahman 111, sobre todo si comparamos esta evolución con la del siglo siguiente, y profundamente homo­geneizado.

y con esta «velocidad inicia!>' van a surgir los diferentes talleres del siglo XI, caracterizados rápidamente en función de los diferen­tes factores locales pero hermanados en su mismo origen.

3. LOS CAPITELES ARAGONESES 16

Rompamos ahora la línea de razonamiento, que retomaremos más adelante, para tratar de ordenar el conjunto de piezas encon­tradas en la Aljaferia y su entorno próximo, de acuerdo con el cri­terio motor que rige este trabajo: su relación con Jas cordobesas.

De esta manera obtenemos los siguientes grupos:

GRUPO I 17 (Lám. 1, 1)

Se compone de varias piezas, cuya relación con el ente «capitel cordobés» va más allá de la anécdota, de manera que, sin ninguna

16 Entre las ahundantísimas obras publicadas sobre la Aljafería, de ca­rácter general: GALIAY. J., El palacio de la Aljafería, Zaragoza, 1948; IÑI­GUEZ, F., «La Aljafería de Zaragoza. Presentación de unos hallazgos», en Actas del I Congreso de Estudios Arabes e Islámicos (1962), Córdoba, 1964, pp. 357-370; BELTRÁN, A., La Aljafería, Zaragoza, 1970; EWERT, CH., Hallaz­gos islámicos en Balaguer y la Aljafería de Zaragoza, Madrid, 1979.

17 Todas las piezas del grupo 1 son de caliza marmórea, contrariamente a lo que es habitual en la Aljafería . La práctica totalidad de los estudiosos

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duda, puede considerárselas como tales, importadas directamente de los restos de los viejos palacios califales . El grupo lo componen dos en el oratorio de la Aljaferia, otro en el Museo de Zaragoza y un cuarto conservado en el Museo Arqueológico Nacional. Todos ellos presentan unas cal-af!.S;písticas tales que permiten considerar­los obra de la segunda mitad del siglo x. El compuesto del oratorio posee una réplica, prácticamente idéntica en la Giralda de Sevilla; el de inspiración en el orden corintio del mismo lugar (corintio ca­lifal de ataurique) es raro entre los que conozco, pero perfecta­mente comparable con otro publicado por don Manuel Ocaña " , epigrafiado, y por ello mismo situado en los años finales de al-Hakam II (posiblemente el de Zaragoza sea más tardío). El del Museo de Zaragoza presenta abundantes paralelos entre piezas atribuidas también a la segunda mitad tardía del siglo x, por su ejecución poco cuidada. Otro tanto cabe decir del que se conserva en Madrid, sin duda el más evolucionado de todo el grupo. En definitiva, este conjunto de piezas viene a demostrar y materializar el alcance del planteamiento que hacíamos más arriba en una di­mensión más: el carácter de «objeto transmisor» desempeñado, fundamentalmente, por los capiteles tras la muerte de Almanzor y la destrucción de su ciudad. A partir de este momento y de la paulatina destrucción de al-Zahra, los restos de las dos ciudades fueron rápidamente diseminados 19 por los puntos más diversos de la geografía de al-Andalus: Granada, Sevilla, Toledo, Zaragoza, Má­laga, etc., en una dinámica cuyo alcance exacto se nos escapa, pero que tal vez pudiera tener alguna relación con un intento legitima­dor, al margen del propio «valor objetivo» derivado de la elevada calidad plástica de esos materiales.

han indicado su posible origen cordobés, por ejemplo GóMEZ-MoRENO, M., Arte árabe español hasta los almohades, pp. 226: « ... de los capiteles, dos de origen compuesto y hechos de mármol, son tan exactamente cordobeses que puede suponérselos importados».

18 OCAÑA, M., «Capiteles epigrafiados de Medina al-Zahra», AI-Andalus, IV, 1936·39.

19 Existen piezas fuera de la Península desde la Edad Media, en Pisa (MONNERET DE VrLLAR, H.: «Le chapiteau arabe de la Cathédrale de Pisa», Camptes-Rendus des seances de l'anneé 1946 de la Academie des inscriptions et Belles-Lettres, París, 1946) o en Marruecos (TERRASSE, H., «Chapiteaux oméiyades d'Espagne a la mosqueé d'AI-Qarawiyin de H!s», AI-Andalus, XXIII. fase . l, 1963, pp. 211·216). Sobre el problema de la dispersión, puede consultarse: CASTEJÓN, Rosario, «Medinat al-Zahra en los autores árabes», AI-Mulk, 1 y 2, 1960-62 (2 números de la revista).

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GRUPO 11 (Lám. 1, 2, 3 Y 4)

La existencia del grupo siguiente con unas características muy marcadas en relación con el grupo precedente y la línea epistemo­lógica trazada, facilitaban la creación de este grupo para englobar a un conjunto de piezas cuyas propiedades le sitúan a medio ca­mino entre ambos. Componen el conjunto una pieza conservada en el Oratorio de la Aljafería (ZAL07), otras dos del Museo Arqueoló­gico Nacional (n."/ 50A80 y 50.481) y otra en el Museo de Zaragoza. Poseen alturas comprentlidas entre los 23 y los 33 cm. -evidente­mente, heterogéneas- , pero mantienen una serie de rasgos cordo­beses que no se manifiestan en el resto de las piezas conservadas: canon cúbico, ábaco perfectamente trazado siguiendo el modelo califal, subordinación al orden compuesto a la manera cordobesa en lo que se refiere a proporciones y diseños, etc. Sin embargo, están tallados en alabastro, contrariamente a lo que sucediera en el caso anterior y solucionan las hojas mediante temas desconoci­dos en Córdoba -especialmen te los tres conservados en los Mu­seos- o El de la Aljafería puede entenderse como una copia en ala­bastro de los modelos cordobeses de la segunda mitad del siglo x, mientras que los restantes, excepción hecha de los aspectos men­cionados, están más próximos a los modelos de la Aljafería, con una particularidad importante: su perfecto acabado.

En base a la existencia del capitel del Oratorío, se puede plan­tear la posibilidad de que este grupo fuera realizado, al menos en parte, por tallistas que conocían muy bien los modelos cordobe­ses y, por supuesto, antes de la mitad del siglo XI, ya que el tiempo transcurrido entre las últimas obras conocidas de Córdoba y las primeras supuestas de la Aljafería parece muy dilatado como para explicar la existencia de una copia tan «fiel» "'.

GRUPO III

En él englobaremos las piezas más típicamente aragonesas, si­guiendo, en la medida de lo posible, los criterios ya establecidos y articulándolo de la manera siguiente:

20 Las piezas aludidas están publicadas por GóMEZ-MoRENO, op. cit., fig. 279 a (del Museo Arqueológico Nacional), c (del Museo de Zaragoza) y e (del Museo Arqueológico Nacional).

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III-A-l. - Capiteles lisos de la Aljafería ". Todos ellos se carac­terizan por poseer una decoración sumaria muy geometrizada -por lo tanto evolucionada- , unas dimensiones y proporciones comparables, con muy escasas fluctuaciones . Al parecer, todos fue­ron concebidos adosados a un muro, ya que presentan una de las caras sin tallar. De toda la serie, únicamente me fue posible ver la cara superior del ábaco de la pieza de Madrid que presenta un es­quema de cruz de brazos rectos en las cartelas (ver más adelante). Estructuralmente mantienen la organización tradicional, si bien existe una pieza que parece fundir las concepciones compuestas y corintias. Las hojas, lisas, se delimitan mediante una especie de cinta que se abre en la vuelta, consiguiendo una compartimentación que adelanta las organizaciones propias de la época nazarí. La zona equinoide se resuelve mediante temas originales en cada caso, desarrollados a partir de la geometrización del conjunto volutas­caulículos-hélices, consiguiendo composiciones de una· gran elegan­cia. En su talla se emplean, básicamente, herramientas de percu­sión y abrasión aunque también se acude al auxilio del trépano (Lám. II, 4).

III-A-2. - En este apartado englobamos el conjunto formado por una pieza publicada por Gómez-Moreno " , procedente del Pilar, otra encontrada en las recientes obras de la Seo 23 y una tercera, muy maltratada, inédita, con una inscripción cristiana y conserR

vada en el Museo de Zaragoza . Presentan un grupo no muy homo­géneo, pero con unas características comunes 'Suficientes para inte­grarlas conjuntamente, sobre todo en razón de su posible asocia­ción con elementos de arquitectura religiosa. La más decorada de todas ellas es la del Pilar, aunque, como las otras dos, tiene las hojas lisas. Todas ellas ofrecen unas composiciones sumarias más elementales que las del conjunto precedente: no poseen las hojas recercadas ni composiciones geometrizadas comparables a las de los equinos anteriores. También poseen la cruz de cartelas recta.

Sorprendentemente, parecen poder relacionarse con uno de los capiteles encontrados en Tudela ", por lo que, en el estado actual

21 GóMEZ-MoRENO, op. cit., p. 225, fig. 282. " GÓMEZ·MoRENO, op. cit., pp. 242-243, fig. 299 b. 23 PEROPADRE MUNIESA, A., SOUTO LASALA, J. A., «Restos musulm~nes en

el subsuelo de la Seo de Zaragoza», en las III Jornadas de Cultura\;trabe e Islámica (1983), actas en prensa. )

24 GóMEZ-MoRENO, OPA cit., pp. 59 .. 61, fig. 70; PAVÓN MALDONADO, B., IudeZa, Ciudad Medieval: Arte Islámico y Mudéjar, Madrid, 1978, lám. IX; p. 27.

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de los conocimiento.s, hay que abrir e! período de atribución de este grupo hasta el siglo I X.

I11-B-l. - Piezas pequeñas de la Aljafería con decoración de ataurique". Todas ellas poseen una altura comprendida entre los 30 y los 36 cm.; sus elementos formales presentan un tratamiento comparable en base a temas más elementales que en el caso si­guiente. En la actualidad se conservan dentro del oratorio, aunque, tal vez, no sea éste el lugar más apropiado. Mantienen de la tradi­ción cordobesa la estructuración de! orden, tanto si se sigue la inspiración corintia como la compuesta. Sin embargo, los modelos empleados para el «relleno» de los diferentes componentes de la pieza responden a soluciones completamente nuevas dentro de lo que se conocía hasta e! momento en el «mundo» del capitel. Se usan palmetas que, en composiciones de la más variada fantasía, suplen el papel antaño desempeñado por los acantos. La planta de los ábacos también evoluciona con relación a sus precedentes cor­dobeses , de manera que aunque parece mantenerse la tradición de la «cruz patada», el resultado final de talla no parece subordinarse rígidamente a ella. Por lo que se refiere al tratamiento técnico, parecen, por el contrario, más entroncadas con las ejecutadas en la segunda mitad del siglo X en Córdoba, ya que presentan una muy fuerte dependencia del trépano y de los fondos. Como en el grupo posterior, existen muy pocos ejemplares estandarizados, siendo lo normal que cada pieza presente un diseño exclusivo.

I11-B-2. - Piezas grandes de la Aljafería con decoración de atau­rique lO. De alturas comprendidas entre los 36 y los 50 cm., han sido empleadas en las grandes arquerías, tras la restauración. Pre­sentan una mayor abundancia de temas resueltos mediante herra­mientas de talla incisa: las palmetitas de hojas finísimas. Sus es­tructuraciones parecen organizarse mediante patrones de una liber­tad como no se conocía previamente en AI-Andalus. Como en el caso anterior, se usa de 'proporciones esbeltas, con cesto de escaso diá­metro y con fuertes fluctuaciones. Mientras que en el cesto suele mantenerse la organización (compartimentación) tradicional, en el cuerpo superior aquella se rompe para dar cabida a las más revo-

~ Z5 Siguiendo la referencia de GóMEZ-MoRENO, p. 222, fig. 279, e, en BEL-

TRÁN, A., La · Aljafería, op. cit., lám. de la p. 55. 26 GóMEZ-MoRENO, op. cit., p. 223, fig. 280 (las cuatro piezas), y lám. 279,

by d.

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lucionarias innovaciones (ver cuadro 1). Este particular, por el mo­mento, impide que podamos abrir más la clasificación, si descon­tamos los ejemplares que poseen hoja tipo G-I, en los que se altera radicalmente la organización tradicional del capi1el (serie IlI-B-2-G).

GRUPO IV

Existen dos piezas en el Museo de Zaragoza que parecen formar grupo: ambas poseen el ábaco circular, sin cartelas, con collarino, su concepción formal es muy sumaria y evolucionada y, por su­puesto, muy lejana a los modelos cordobeses; están realizadas en un material conglomerado y parecen reflejar un momento de clara decadencia técnica. En mi opinión, puede considerárselas muy tar­días 27.

GRUPO V. - De carácter provisional

Queda, por último, aludir a dos piezas singulares muy diferen­tes entre sí que aparecen descolgadas de los grupos precedentes. Ambas se encuentran en el Museo de Zaragoza. Una de ellas tiene el aspecto de un capitel compuesto califal liso, pero presenta una configuración del ábaco como no conozco otro caso, con incisiones muy marcadas y convergentes en el centro. Su realización debe de corresponder a la primera mitad del siglo XI " .

La segunda pieza, absolutamente singular, se organiza mediante dos volúmenes geométricos netos: un tronco de cono y un parale­lepípedo. Los temas decorativos, realizados mediante incisiones, parecé'í pertenecer a la órbita de influencia islámica, si bien la falta de paralelos claros nos impide precisar su catalogación, que podría corresponder a uno de esos «talleres marginales» difíciles de con­cretar en cualquier momento histórico. En todo caso, los años fina­les del siglo XI podrían ser un momento «lógico» para encuadrar su realización.

!J De un carácter próximo a estas piezas podría incluirse una publicada por PAVÓN MALDONADO, B., TudeZa, op. cit., lám. XI, pp. 27-29.

Z8 La falta de datos que previsiblemente se manifestarán en un futuro aconseja la «prudencia» de la clasificación, sobre todo si no se olvidan los abundantes problemas que presentan las obras hispanomusulmanas atribui­das al siglo IX.

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4. LOS CAPITELES DE ZARAGOZA EN RELACION CON LOS CORDOBESES

Una vez realizado el planteamiento anterior y tras un somero repaso de las características de los diferentes grupos; queda ahora concretar, en todo lo que sea posible, el objeto de este trabajo. Como se habrá podido ir viendo, algunos de los puntos de contacto entre ambas familias ya han sido puestos de manifiesto, puesto que ellos fueron el eje sobre el que se articulaba la organización pre­cedente. En líneas generales, los capiteles aragoneses parten de los modelos más evolucionados de la segunda mitad del siglo x, para desarrollarlos por caminos de una mayor libertad formal. como refleja el grupo 111 sobre el que, básicamente, centraremos la atención 29.

Antes de pasar a analizar los diferentes aspectos formales, puede resultar interesante contemplar cómo las pautas de especialización que parecían regir en Córdoba se mantienen en Zaragoza. Así, allí, de acuerdo con los datos conocidos, era posible establecer unos grupos en función de este particular:

a) Capiteles reutilizados: empleados fundamentalmente en cons­trucciones religiosas hasta el siglo x; los mejores, proba­blemente, se reservarían para los elementos más significati­vos (mihrab) o para recintos palaciales -es muy probable que los capiteles romanos del Alcázar sevillano procedieran de los palacios cordobeses-o En Zaragoza esta categoría está plenamente documentada en el tipo 1, sin que podamos concretar su funcionalidad.

b) Capiteles de acabado sumario - tipo mezquita de al· Zahra JO_, tal vez destinados a matizar el carácter del re· cinto religioso de la ciudad palatina. Su proyección en

29 TORRES BALB.4S, L., «Los motivos ornamentales de la Aljafería», Al· Anda/us, IX, 1944, 1, o bien Obra dispersa, 1, vol. 2, Madrid, 1982, pp. 278·279, aquí recoge este autor algunas notas del artículo de CAMÓN, J., «Los moti· "os ornamentales de la Aljafería», Universidad, 19, 1942, pp. 3·10, que muy bien podrían ser aplicados a los capiteles de la Aljafería, igualmente, por lo que se refiere a su aspecto decorativo; recoge T. BALBÁS, « ... Señala el señor Camón en la decoración del palacio zaragozano la falta de un principio arde· nador. .. », aspecto que ya plantea un cierto «barroquismo».

30 PAVÓN MALDONADO, B., Memoria de la excavación de la Mezquita de Medina al-Zaflra, Madrid, 1966.

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Zaragoza parece materializado en el tipo IIr-A-l (lisos de la Aljafería), posiblemente con una función similar.

c) Capiteles lisos sumarios, documentados en Córdoba en zonas no significativas de la arquitectura religiosa, desde época de Abd al-Rahman rII hasta la de Almanzor_ Su prolonga­ción en Zaragoza podría establecerse en la serie IIr-A-Z, de la que significativamente se han encontrado piezas en otros lugares próximos (Cataluña)_

d) Capiteles de talla fina, elegidos en el sur para la arquitec­tura palatina y para aquellos lugares de la religiosa inves­tidos de un carácter especial (nave axial, cúpula, etc_). Su reflejo aragonés estaría en las series II, III-B-l Y lII-B-Z.

Como se habrá podido ir viendo, dos son los aspectos básicos sobre los que presto especial atención a la hora de estudiar un ca­pitel: el estructural y el decorativo. Por el primero entiendo la manera que tienen de organizarse los diferentes elementos que componen un capitel inspirado en la tradición clásica, mediante ábaco, florón O cartela, hojas (de acanto o de otro tipo), caulículos, volutas, hélices, espata, etc., siguiendo la sistematización que hiciera en su día Kahler 31, independientemente de la solución formal que se de a estos componentes; como resulta evidente, la modificación estructural de los capiteles corre paralela a la de la decoración, razón por la que resulta muy difícil admitir la cronología del siglo x para piezas como las de San Miguel de la Escalada (serie del pór­tico) o de Lebeña (todas) ". En relación con este particular pueden establecerse análisis «marginales» atendiendo a las dimensiones de la pieza, ya que, por su calidad de componentes estructurales pre­fabricados, los capiteles han de someterse a un modulaje que, nor­malmente, puede relacionarse con los sistemas de medida. Por lo que se refiere al aspecto decorativo, toda vez que los artífices mu­sulmanes empleaban la superficie de las piezas como lienzos en los que dejaban correr su imaginación creativa, es factible estudiar los diferentes elementos unitarios que componían su «universo ex­presivo» y que se desarrollan en los distintos componentes estruc­turales.

31 KAHLER, H., Die romischen Kapitelle des Rheingebietes, Berlín, 1939. 32 Entiendo que son todas reutilizadas en base a su fuerte dependencia

estructural de los modelos clásicos y a la inexistencia de una relación pal­pable con los ejemplares cordobeses del siglo IX.

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Relaciones entre los capiteles de la Alfa/ería y los cordobeses

4.1. ESTRUCTURA

Todos los capiteles de Zaragoza, exceptuando uno del grupo V, mantienen la tradición estructural preislámica, si bien los más evo­lucionados de la serie III-B-2 inician la ruptura de las hojas con el sistema de las palmetas en hélice; no obstante, incluso en éstas, todavía encontramos individualizados los componentes tradiciona­les. No se olvide que esta línea se mantiene en la Alhambra. Sin embargo, sí es posible seguir una sustancial modificación de las relaciones existentes entre las magnitudes del espacio atribuido a cada elemento. Las más significativas, las fracciones entre diámetro del cesto y altura (que llamaremos A) y entre ancho y alto (B), son las que en este aspecto más caracterizan a las piezas aragonesas. En Córdoba, A tomaba un valor de 0,62 con una dispersión esti­mada en un 14,6 %, mientras que B valía 1 ± 0,03. En Zaragoza la serie III-A-l da un valor de A = 0,52 ± 13 %, mientras que B = 0,64 ± 13 %; obsérvese que en este caso y contrariamente a lo que veremos más adelante, se aprecia una rigidez estructural muy elevada, concordante con una hipotética funcionalidad religio­sa que no se ve en ningún otro caso de los estudiados aquí. Para el grupo III-B-I, A = 0,51 ± 13,2 % y B = 0,73 ± 9,8 % (Apréciese que se emplean tantos por ciento que en este caso no tienen ningún sentido, simplemente para obtener una idea de la fluctuación «ad­misible» en una hipotética supeditación a modelos preestablecidos). En el grupo III-B-2, A = 0,50 ± 30 % Y B = 0,71 ± 22 % . Como ya habíamos adelantado, podemos ver que el grupo menos sometido a norma es el de las piezas grandes de la Aljafería. No se han in­cluido en este estudio los grupos III-A-2, II, IV y V por el escaso número de ejemplares de cada uno de ellos y porque, sobre todo , por lo que se refiere al grupo II, sus componentes presentan un estado de conservación tal que habría convertido el análisis en puramente hipotético.

En otro sentido cabe hablar de la disposición del ábaco en planta, aunque desgraciadamente son pocas las piezas en las que se puede estudiar este particular, debido a que la mayoría se en­cuentran readaptadas en la actual Aljaferia. En Córdoba, con cier­tas diferencias de matiz, todos los capiteles de orden compuesto del siglo x seguían el tipo señalado en el cuadro 2 con 1 y 2. El orden compuesto también se subordina a estos esquemas, con la particularidad de que los brazos de las volutas no acometían a la cruz de cartelas, como es lógico, sino al borde de la superficie equinoide (esta similitud estructural de los órdenes está en con so-

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nancia con la corriente que tiende a fundirlos). En los capiteles procedentes de la capital del califato, normalmente, aparecían trazas sobre la superficie del ábaco, realizadas mediante un fino surco; de esta manera se marcaban las diagonales, la cruz de car­telas, las líneas perpendiculares a las caras y frecuentemente las rectas que definían el ancho de los discos; también eran normales CÍrculos que venían a definir la penetración de los brazos de las volutas. Todas estas caracteristicas sólo se conservan, en Zaragoza, en el grupo 11. En el IJI; por el contrario, y como en tantos otros aspectos, no se aprecia una norma esquemática clara, de manera que cada capitel presenta un modelo diferente. En todos los estu­diados existen trazas sobre su superficie, a veces muy borradas, de manera semejante a lo que ocurría en Córdoba, aunque es habitual que no figuren todas las que aparecían allí, así, unas veces sólo aparecen diagonales y normales (cuadro 2, n." 7 -grupo III-A-l-), otras ofrecen cruz de cartelas recta aunque luego se ha tallado la patada. Es relativamente frecuente, por lo que se ha podído intuir, más que ver, que la disposición de la cruz de cartelas esté a medio camino entre los brazos paralelos y convergentes, como si el tallista hubiera respetado sólo a medias las trazas. En otro aspecto, las piezas de la Aljafería tampoco ofrecen homogeneidad en la talla de los discos que en unas ocasiones sobresalen mucho del cuerpo general (cuadro 2, n." 4), en otras poco (n.o 5) yen otras son sacri­ficados en beneficio del ataurique que surge de los «caulículos» (n." 6). Por el contrario, sí que parece someterse a norma el diá· metro de la zona equinoide y el radio de curvatura de los brazos de las volutas que son sensiblemente los mismos en el grupo IlI·B-l (n."' 4, 5 Y 6), aunque existan diseños diferentes.

En la solución del cuerpo situado por encima de las hojas -zona de caulículos, volutas, discos, hélices, etc.- , se rompe la corriente cordobesa hacia el «compuesto acorintiado>, con discos independizados, de manera que se busca el orden corintio con pre­ferencia pero simplificando los volúmenes, eliminando aquellos o relegándolos a un papel muy secundario; a la vez la superficie equi· noide se ve «invadida» de elementos derivados de los cordobeses, pero que, poco a poco, van haciéndose más complejos, fractu­rando al mismo tiempo su configuradón tradicional; de esta ma­nera aparecen agrupaciones muy complejas de caulículos, reapare­cen las dobles volutas -antecedentes clásicos, pero absolutamente originales-, o surgen las extraordinarias estructuras de arquillos.

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Relaciones entre los capiteles de la Al;afería y los cordobeses

4.2. DECORACIÓN (ver cuadro 3) 3J

Prácticamente y como ya se ha dicho 34, la totalidad de los ele· mentas formales unitarios de la Aljafería y por extensión de los capiteles, tienen su origen en la corte califal. Unos proceden del repertorio de la decoración arquitectónica y otros de la eboraria, o por lo menos eso es lo que podemos decir, a la luz de los datos que hoy poseemos; en este sentido, a la vista de los pocos frag· mentas de yeso recuperados de al·Zahra, no parece que sea fácil establecer que en esta ciudad hubiera un precedente directo de las fórmulas de la Aljafería, aunque tampoco sea factible despreciar esta posibilidad ante lo escasamente avanzados que se encuentran sus trabajos de arqueología. Por lo que se refiere a los capiteles, Velázquez Basca publicó uno que podría presentar algún preceden. te formal directo 35, aunque, como resulta particularmente claro, las piezas de la Aljafería poseen una entidad propia que las distingue de las cordobesas y que a la vez las aproxima. Ya hemos mencio· nado cómo se aprecia un mantenimiento de la organización estruc­tural del capitel; de esta manera se respeta el perímetro de la hoja que, sin embargo, ahora se rellena con elementos formales de! elenco hispanomusulmán absolutamente innovadores en el mundo del capitel; incluso su vuelta, antes acabada en una forma de yema, en Zaragoza se modifica ~n la dirección de un envés foliáceo de múltiples nervaduras que se representan mediante incisiones muy finas y paralelas que se encastran a un nervio central resaltado (tipo m·B-2).

También se modifica e! concepto de simetría en el tratamiento de las «caras» de los capiteles. Así, mientras eran raros los cordo­beses con caras diferentes, en Zaragoza son frecuentes. De igual manera; si en Córdoba cada cara estaba solucionada median te una organización rígidamente simétrica, en la Aljafería existen capiteles en donde esta preocupación parece un tanto secundaria.

Ya habíamos hablado de la tendencia a sobrevalorar el fondo sobre la forma en la corte califal a partir del segundo califa, pues bien, en Zaragoza, los modelos más evolucionados emplean una

33 EWERT, CH., op. cit., recoge un repertorio decorativo cuidadísimo. 34 El incremento del «factor oriental» en la Aljafería puede seguirse en

EWERT, CH., «Tradiciones omeyas en la arquitectura palatina de la época de los taifas. La Aljafería de Zaragoza», Actas del XXIII Congreso Interna­cional de Historia del Arte (1973), Granada, 1976, vol. n, pp. 62·75.

3S VELÁZQUEZ Bosco, R., Medina Azzahra y Alamiriya, Madrid, 1912, lám. X, n,O 4, en donde se reproduce un capitel de hojas muy esbeltas.

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concepclOn «plástica» antagónica, de manera que éstos presentan una mayor valoración de la forma (grupo III-B-2).

El grupo III-A-l sirve para ilustrar hasta qué punto se desa­rrolla en Zaragoza el fenómeno, ya iniciado en Córdoba, de geome­trización que puede, a su vez, certificar el proceso de islamización cultural de la Península, todavía no muy decantado 36.

Por lo que se refiere al orden de inspiración preferente, hemos de señalar que se invierten los términos cordobeses, de manera que mientras en la segunda mitad del siglo x se apreciaba una clara tendencia al «orden» compuesto, en Zaragoza la inspiración corin­tia rige aproximadamente al sesenta por ciento de los capiteles. En mi opinión, este doble fenómeno emana de un mismo condicionante: la tendencia «decorativista» apreciada en ambos lugares; las dife­rentes soluciones elegidas obedecen simplemente al hecho de que en Córdoba, es la superficie equinoide del orden compuesto la que sirve para desarrollar el proceso creativo, mientras que en Zara­goza es la zona superior a las hojas del «orden corintio» la que cumple la misma función, a la vez que la tradición del otro «orden» se ve sensiblemente anquilosada.

FIGURA

Como en Córdoba, el uso de elementos animados es raro. Uni­camente pueden entenderse como tales el motivo de la figura 1 que aparece en dos piezas, una del grupo III-B-l y otra del III-B-2.

36 Entiendo que una manera un tanto expresiva de medir la «islamiza­ción» en España -concepto de Péres- podría ser, en la dec.oración, el grado de geometrismo.

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Relaciones entre los capiteles de la Aljafería y los cordobeses

En la epigrafía se aprecia una paulatina modificación de las tradiciones cordobesas, sin alterarlas radicalmente, Así, en los del grupo JI, se mantiene la cartela como soporte exclusivo pero sin emplear el canto del ábaco, tan específico para esta función en Córdoba, Sin embargo, dentro del grupo IJI-B-2 se usa del «equino» como soporte, retomando la fórmula de la pieza del Valencia de Don Juan 37, pero con un sentido totalmente nuevo.

4.3. TÉCNICA

También hemos aludido en repetidas ocasiones a este particu­lar, por lo que únicamente resta cuantificarlo. En Córdoba, la evo­lución viene definida de la siguiente manera: primera mitad del siglo x, coronas entre 2 y 7,5 mm. a una profundidad máxima (en el cesto) comprendida entre los 7 y 11 mm.; años centrales, 3 a 6,5 y 6 a 12, respectivamente; segunda mitad del siglo x, 4 a 6 y 10 a 13. Obsérvese que la tendencia general es cerrar la gama de existencia de las magnitudes anteriores a medida que se desarrolla el siglo x. En Zaragoza, las series IJI-B-l y III-B-2 reflejan unas coronas que van de los 1,8 a los 6 mm. a una profundidad máxima (siempre me­dida en el cesto) comprendida entre los 7 y los 14 mm.

4.4. MATERIA PRIMA

Otra de las características que singularizan a los capiteles ara­goneses es el uso preferente del alabastro como materia prima, contrariamente a lo que sucediera en Córdoba, en donde, como se sabe, se emplea mármol o caliza marmórea procedente de la zona de Cabra. La posible reutilización de bloques marmóreos para re­tallarlos, documentada en Toledo por Brisch 38 e intuida en Córdoba, no aparece documentada en Zaragoza en parte alguna.

Obsérvese que la sustitución de materiales ricos por otros pobres achacada a la Aljafería, encuentra sus límites en factores funcio­nales, como es natural, y que cuando éstos así lo aconsejan, se vuelve al uso de materiales «nobles» . Este hecho, un capitel podría haber sido realizado en ladrillo, o el fingimiento de sillería sobre sillería de buena calidad en Córdoba, deben de alertar sobre el uso, con carácter «histórico)}, de categorias fundadas en un gusto muy de nuestra época.

37 GóA.fEz.MoRENo, M., «Capiteles árabes documentados» , AI·Andalus, VI, 1941.

38 BRISCH, K., «Sobre un grupo de capiteles y basas islámicas del siglo XI de Toledo», Cuadernos de la Alhambra, 15-17, 1981.

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4.5. METROLOGíA

Partiendo de las dimensiones en altura de los capiteles, es posi­ble intentar una restitución de los hipotéticos patrones de medida a los que se vieron subordinados; siguiendo un razonamiento para­lelo al desarrollado para Córdoba y ya publicado 39, es posible ob­tener una serie de concentraciones en torno a los valores 33 y 48 cm., lo que viene a demostrar que tal vez en Zaragoza se emplea, en el siglo XI, un patrón métrico heredado de Córdoba. Obsérvese que el uso de condicionales en el planteamiento anterior obedece a la cuantificación de los márgenes de fluctuación admitidos en la

39 En el Bol. de la Asoc. Esp. de Orientalistas del año 1983. Aljafería y que, como vimos, eran del orden del 9 % (ver apartado de estructura); ello obliga a otorgar a estas consideraciones un ca­rácter muy «elástico» por lo que se refiere a su aplicación en el ámbito de la construcción arquitectónica "'.

5. CONCLUSIONES

Del estudio precedente es posible extraer, cuando menos a nivel hipotético, un conjunto de conclusiones:

5.1. El grupo de piezas conservadas en Madrid y Zaragoza, proce­dentes de la Aljafería, parecen corresponder a dos momentos cronológicos, en razón a la proximidad a los modelos corilo· beses del tipo II; estas piezas muy bien podrían haber sido realizadas por tallistas emigrados de Córdoba a finales del siglt> X o principios del XI, con lo que cobraría fuerza la hipó­tesis de la existencia de, cuando menos, un reducido palacio en época de Mudir, en concordancia con las referencias de Ibn Hayyan '1.

5.2. El grupo III-A-2 puede, fácilmente, ser relacionado con la mezquita mayor de Zaragoza, sobradamente documentada 42

entre los siglos IX y XI. Como ya hemos visto, la problemática de las piezas acompaña a la del recinto religioso.

40 Incluyendo, por supuesto, a Balaguer, EWERT, CH ., Hallazgos ... , op. cit. 41 IÑIGUEZ, F., «Las murallas del palacio de la Aljafería», Aragón, 309,

1977, pp. 3-9. 42 LEVI-PROVEN~AL, E., en la Historia de Españ.a de Menéndez Pidal, t . V,

pp. 341·342. Mezquita construida antes del año 100 H. (718.19) por Hanas ben Abd Allah al-San'ani, muerto en ese año; se traslada su mihrab mediante rodillos y amplía a mediados del siglo IX.

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Relaciones entre los capiteles de la Aljaferia y los cordobeses

5.3. Sin ninguna duda los capiteles de los grupos III-A-!, III-B-! Y III-B-2 han de corresponder a la fase más activa de la Alja­fería: la de al-Muqtadir.

5.4. Los capiteles de la Aljafería ponen de relieve un proceso de evolución cul tural que arrancando de las fórmulas califales se desarrolla por las vías de una libertad formal cada vez más acentuada. Con ello se pone de manifiesto la asociación cen­tralismo-homogeneidad con su antagónica descentralización­variedad, repitiendo el ciclo «clasicismo-barroco» con una fide­lidad prácticamente absoluta: efectismo, decorativismo, alte­ración funcional de elementos decorativos, etc. ".

5.5 . Por lo que se refiere a los capiteles aragoneses del siglo XI, no creo que sea posible hablar de «decadencia», sino que, por el contrario, se manifiesta un virtuosismo comparable, en algu­nos ejemplares, a l más depurado del Salón Rico, por supuesto a otro nivel cuantitativo.

43 LAM PÉREZ y ROMEA, V ., «Una evolución y una revolución de la arqui­tectura española», Boletín de la Sociedad Española de Excursionistas, XXIII. l.er trimestre, 1915, pp. 1-9.

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Capiteles del Museo Arqueológico Nacional procedentes de la Aljafería. 1, tipo 1; 2, tipo JI; 3, tipo II; 4, vista diagonal del capitel anterior.

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Relaciones en tre los capiteles de la Aljaferia y los cordobeses

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Capiteles del Museo Arqueológico Nacional procedentes de la Aljafería. 1, 2 Y 3, tipo IIl-B-2; 4, tipo 11I-A-1.

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