REFLEXIONES Y RECUERDOS SOBRE EL CAMPO, LA CIUDAD Y...

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TEXTO Y CONTEXTO DE UNA ESPAÑA ANTICIPADA REFLEXIONES Y RECUERDOS SOBRE EL CAMPO, LA CIUDAD Y ALGUNOS TESTIGOS EJEMPLARES DE LA ESPAÑA DE LOS AÑOS SESENTA Víctor Pérez-Díaz ASP Research Paper 34(a)/2000 Sumario 1. Un seminario rural 2. El contrapunto de la ciudad 3. “Por la calle de Alcalá”: algunos signos de los tiempos nuevos 4. Un modo de estar en ese mundo: Julio Caro y Dionisio Ridruejo, testigos ejemplares 5. Y volviendo al seminario 6. Coda sobre la responsabilidad intelectual Víctor Pérez-Díaz, Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid; y ASP, Gabinete de Estudios

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TEXTO Y CONTEXTO DE UNAESPAÑA ANTICIPADA

REFLEXIONES Y RECUERDOS SOBRE ELCAMPO, LA CIUDAD Y ALGUNOS TESTIGOS

EJEMPLARES DE LA ESPAÑA DE LOS AÑOS SESENTA

Víctor Pérez-Díaz

ASP Research Paper 34(a)/2000

Sumario

1. Un seminario rural2. El contrapunto de la ciudad3. “Por la calle de Alcalá”: algunos signos de los tiempos nuevos4. Un modo de estar en ese mundo: Julio Caro y Dionisio Ridruejo, testigos

ejemplares5. Y volviendo al seminario6. Coda sobre la responsabilidad intelectual

Víctor Pérez-Díaz, Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid; y ASP, Gabinete de Estudios

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ASP Research Papers

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© Víctor Pérez-DíazEste trabajo no podrá ser reproducido en todoo en parte sin permiso previo del autor

Depósito legal: M-6126-1994ISSN: 1134 - 6116

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1. Un seminario rural

A lo largo de un curso académico, entre 1966 y1967, la Sociedad de Estudios y Publicaciones delBanco Urquijo nos ofreció la oportunidad de reuniralgunas personas en torno a un seminario deinvestigación sobre “el futuro de la vida rural” aJulio Caro Baroja (un senior eminente, historiadory antropólogo, con una larga trayectoria de publica-ciones desde los primeros años cuarenta) y a mí (unjunior que acababa de publicar su primer libro,sobre estructura y cambio social en el campoespañol).

El proyecto era un tanto impreciso, pero noestaba desenfocado. Tenía un foco, por así decirlo,móvil. Se trataba de comprender la vida ruralespañola como ‘yendo a alguna parte’ aunque suestación de destino quedara sin especificar. No deanalizar sus formas tradicionales, que parecían ircayendo en desuso; tampoco de anticipar unasupuesta modernidad emergente. Más bien, deentender el proceso de transformación en sí mismoy abierto a varias posibilidades. Entre Julio y yohabía algunas coincidencias, creo que profundas, ydiferencias de talante. Quizá Julio estaba másarraigado en el campo tradicional de lo que yo loestaba, o lo he estado nunca, y las diferencias degeneración y de temperamento reforzaban lainclinación del uno a percibir el presente como unaposible degradación de algo previo, y del otro averlo como pujando confusamente por abrirse ahorizontes más anchos.

El proyecto partía de la premisa de entender lavida rural como diversa y dotada de un espesorhistórico, una ‘memoria’, que no podía sino afian-zar esa diversidad; y de considerar que su tejidoestaba compuesto de individuos y pequeños grupos,cuyas definiciones de su propia situación (poremplear esos términos, u otros semejantes: valores,esquemas perceptivos, etcétera) tenían una impor-tancia central, y eran miradas con respeto, inclusocon afecto. Coincidíamos, en efecto, no sólo en noser ‘modernistas’ ni ‘presentistas’, sino también ensentir una cierta simpatía cordial por nuestro objetode estudio, la de Julio ya de antiguo, la mía muchomás reciente. Quizá esa simpatía reflejaba laafinidad de gentes un poco al margen, o a caballoentre dentro y fuera, cada uno a su modo, por untema un poco al margen; o de gentes que, creyendopreferir lo fundamental a lo ostensible, pensabanque si su tema era, de verdad, fundamental, tantodaba, o tanto mejor si no parecía serlo.

Tampoco se trataba de tener un proyecto muyestructurado, donde se aquilatara el encaje entrediversas disciplinas y se coordinasen estrictamentelos calendarios o los objetos particulares delestudio. Más bien, por el contrario, dado que enrealidad Julio y yo nos conocíamos de poco tiem-po, y además las relaciones entre el resto delpersonal envuelto en la tarea eran, en general, deun carácter todavía más incierto y tentativo del quela relación entre Julio y yo pudiera tener, sedecidió de la mejor manera, que es la tácita, queaquello tuviera el tono y el estilo de una conversa-ción abierta, que Julio muy pronto dominó con suerudición, su curiosidad, sus raptos de humor y deironía, y sus modos incisivos y erráticos.

Sintiéndose en confianza, entre gentes que lerespetaban y admiraban, Julio dejaba a un ladoaquella actitud defensiva suya que todavía ledictaba, en ocasiones, juicios ásperos y ácidos deéste o aquél, donde se mezclaba su sentido de lajusticia (que contrastaba tanto con las falsas bene-volencias de las ‘gentes de sociedad’ carentes noya de juicio crítico, sino simplemente de juicio)con una cierta irritabilidad (que le podía hacer serinjusto) y con una especie de indiferencia o tibiezaemocional que podía responder a una profundanecesidad de ahorrar sus emociones para el círculode quienes realmente le importaban. Pero antenosotros, lo que Julio hacía era un ejercicio degenerosidad y de amistad, tratando a veces deesconder tras un gesto ligeramente adusto y unapalabra áspera una actitud de fondo tan benévola yrespetuosa que sus refunfuñeos sólo podían servirpara ponerla más en evidencia.

Pero como, al fin y al cabo, se trataba, endefinitiva, de un ‘proyecto de investigación’ (‘ben-ditas palabras’...), hicimos un intento por centrarla conversación en torno, al menos, a un territorio,y Julio, que estaba embarcado en la tarea deorganizar un museo etnográfico del antiguo reinode Navarra, propuso, lo que fue inmediatamenteaceptado, que nos ocupáramos con Navarra, cuyapropia complejidad daba (en sus palabras) coyun-tura excelente para hacer investigaciones de campocombinadas, etnográficas y sociológicas, puestoque Navarra contaba con regiones de tipo atlánti-co, otras de tipo mediterráneo, otras propiamentepirenaicas (o alpinas) y otras de clima estepario,dejando a un lado las intermedias. En otras pala-bras, la combinación de tierras vasco-navarras alnorte y al oeste, y de la Ribera o tierras del Ebroal sur, con la cuenca de Pamplona como zonaintermedia, tenía las características de diversidad

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histórica, económica, social y cultural que podía-mos desear.

A Julio le gustaba hacerse algo mayor de lo queera y conservaba, en cambio, para personas comoRamón Carande el aspecto de un joven (don Ramónnos congregaba en el pasillo, erguido y cordial, ymientras hilvanaba memorias de Carrión de losCondes, jugando con su bastón, nos decía aquellode “este Julito se cree muy mayor pero es unniño”); pero lo cierto es que estaba en el momentojusto de una extraordinaria maduración intelectual.En aquella época, trabajaba al tiempo en el campode la historia (enriqueciendo su galería de inquisi-dores, criptojudíos, brujas y conquistadores) y enel de los estudios etnográficos, y nos comunicabafragmentos diversos de su producción. En aquelmomento, esos fragmentos se referían a sus estu-dios sobre la diversidad misma de Navarra, desdevarios puntos de vista, como laboratorio donde sedaba cita una gran parte de la diversidad del con-junto del campo español; a las formas tradicionalesde los pueblos y los caseríos vasco-navarros; a lacultura material del medio rural, en particular latecnología agraria tradicional, y a las expresionesdel folklore y la cultura popular; todo ello comple-mentado por su lectura de los clásicos grecorroma-nos y sus reflexiones críticas sobre la tradiciónantropológica.

Por mi parte, habiendo dejado a un lado unatesis de filosofía política sobre la que volvería mástarde, seguía en la senda de estudios rurales en laque me había adentrado unos cuatro años atrás, eiba semi-completando, tras mis trabajos en Castillay en Extremadura (y tangencialmente en Galicia)entre 1962 y 1966, el paisaje de los cambios en elmedio rural español muy en relación con el procesogeneral de cambios económicos y demográficos delpaís en su conjunto. El seminario me dio ocasiónpara comprender mejor dos tipos de realidad ruralen cierto modo ‘inestables’, o ‘mixtos’, queestuvieran enclavados, además, en dos contextosculturales diversos. Uno era el tipo anclado en ladoble experiencia del trabajo agrícola y del trabajono-agrícola, y en un contexto cultural vasco-nava-rro; otro, el tipo de una realidad en transición haciauna forma de relaciones de propiedad y de explota-ción de la tierra de carácter asociativo o cooperati-vo, en un contexto de agricultura de secano bastan-te homogéneo con el predominante en gran parte dela España interior. Lo curioso fue que ambos tiposse encontraban geográficamente muy próximos eluno al otro, e incluso lo estaban en la historiacontemporánea del país. Se situaban en las dos

vertientes de los montes de Urbasa, el valle de laBurunda (en particular el pueblo de Urdiain) y lacomarca de Estella; y habían sido en las guerrascarlistas, por así decirlo, tierras de Zumalacárre-gui y escenario recurrente de sus operaciones. Delos dos fenómenos, el que me interesaba más,entonces, y sobre el que escribí un largo ensayo,fue el de la experiencia cooperativa de Zúñiga, sugénesis y la lógica de su desarrollo, en la que creíaver una de las claves posibles de lo que se estabagestando entonces en el campo español.

De este modo, y como decía Julio, “gracias aun banco, nos convertimos en seminaristas”. Entorno a Julio, y conmigo en posición ligeramenteexcéntrica, se reunió una colección de personasvarias a las que la vida había de llevar por distin-tos rumbos, la historia o la administración, el arteo la edición de libros, la agronomía o la economía.Discutimos sesudamente en los seminarios corres-pondientes; tuvimos conversaciones interminablesen los bares en torno al lugar; viajamos por Nava-rra hablando y mirando el paisaje; hicimos nues-tros ‘trabajos de campo’; y escribimos nuestrospapers.

2. El contrapunto de la ciudad

No sé hasta qué punto éramos conscientes enaquellas reuniones de que la ironía benévolaexpresada por aquella observación de Julio, de queun banco nos había convertido en seminaristas, sequedaba pequeña comparada con la ironía de lasituación histórica que nos tocaba vivir. Paraempezar, sucedía que estábamos empeñados endiscutir la transformación profunda del medio ruralespañol (‘allá lejos’) cuando estaba a punto detransformarse en ‘otra cosa’ la ciudad misma queteníamos que recorrer día a día (‘aquí cerca’) parallegar al lugar de nuestra discusión.

Durante los años cuarenta y buena parte de loscincuenta, el campo había cambiado lentamente, yahora, a mediados de los sesenta, constatábamosun cambio de ritmo, ocurrido ya desde hacía unosaños, que había acelerado la mecanización y laemigración a la ciudad. La ciudad, a su vez, habíaatraído y recibido esos emigrantes, y había idocambiando en consecuencia. Madrid fue rodeadode lo que entonces se llamaban los suburbios,inicialmente de chabolas, luego de barrios deviviendas modestas. La capital fue absorbiendo eincorporando su entorno, llenando los intersticiosentre los cascos de los pueblos antiguos y laciudad, los campos de tierra semi-árida sometidosantes a un cultivo ingrato de cereal y ahora objeto

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de especulación y edificación rápida y masiva. A suvez, los barrios de clase media y media-alta fueronensanchándose a lo largo del eje de la Castellana.Tanto los barrios modestos como los más o menosopulentos pusieron de manifiesto los gustos de unao dos generaciones de arquitectos y urbanistaseducados en el culto de la funcionalidad y la sobrie-dad del estilo internacional, con el aditamento delos materiales de ladrillo visto propios del paisajelocal y alguna cenefa ondulada o un techo puntiagu-do de pizarra como toque personal. El resultado fuela emergencia de una gran urbe de fachadas imper-sonales y monótonas.

Claro es que esta gran operación llamémoslaurbanística tenía su sentido o significación profun-da, y acorde con “el espíritu de los tiempos”. Paraempezar, las fachadas impersonales y monótonas alas que me he referido parecían pedir a gritos unacirculación pedestre de un carácter adecuado,también funcional. Puesto que no había apenasnada que ver alrededor, la circulación de las gentespodía quedar reducida a su objeto propio, es decir,a que las gentes dejaran de pasear y fueran a dondetuvieran que ir, sus trabajos, sus compras, susasistencias a misa, o al colegio, o a las pastelerías,o a los cines, o a sus otros deberes y placeres, sinperder su tiempo y su energía en el camino, demodo que llegaran intactos y rápidos a su lugar dedestino. La ciudad como lugar de paseo no erafuncional; había que convertirla en lugar de paso.La inteligencia de los ediles públicos, los urbanistasy los arquitectos había conseguido crear el ambien-te adecuado para que en la calle pudiera desarro-llarse una vida funcional.

Y aquí es justamente donde irrumpió el coche,impetuoso y eficaz, y, como se decía en la jerga delos deportes del momento, ‘se alzó con el triunfo’.Una circulación funcional requería rapidez yprecisión, que cada cual fuera a sus cosas lo antesposible, sin distracciones ni demoras. Y el cocheera el instrumento obvio para conseguirlo, primeropara las clases medias y, en su momento, para lasgentes más modestas. El coche les daba un instru-mento eficaz... y sensaciones de placer nadadespreciables: un sentimiento de morbosa ansiedaden la expectativa de conseguirlo, otro de gozosaanticipación al acercarse el momento, otro deapenas contenida euforia al introducir por primeravez la llave en el coche propio, y tantos otrosplaceres continuos, de status reconocido, de liber-tad y de control de las cosas y los espacios, alusarlos... Y por debajo de estas experienciassubjetivas, el sentido común más elemental consta-

taba lo evidente: que el desarrollo de la industriadel automóvil era una de las piezas claves deldesarrollo industrial del país, una fuente de benefi-cios y de empleos de primera magnitud, un esla-bón en la cadena de los grandes procesos demográ-ficos que estaban despoblando los campos y acre-centando las urbes.

La ciudad fue gradualmente invadida, ocupada,desbordada por un aluvión incontenible de coches,que alteraron su trazado y su carácter. A lo largode poco más de una década y media, el eje de laCastellana fue viendo desaparecer los palacios yvillas de antaño. Pero esto se quedó corto ante ladesaparición de los bulevares un poco por todaspartes, los de Alberto Aguilera que llegaban hastaColón, los de las calles de Serrano, Velázquez yhoy Príncipe de Vergara, los de Reina Victoria yFernández Villaverde, los de Francisco Silvela yDoctor Esquerdo, y tantos otros. Las avenidastrabadas de árboles y con lugares de paseo yesparcimiento de las gentes fueron convertidas enlugares de paso para los coches... con las bendi-ciones y aquiescencias de todos, en una operaciónbasada en una cultura del consenso, por así decir-lo. Y en su momento, la operación quedó culmina-da y completada con airosos puentes aéreos, porencima de algunas plazas.

Estos puentes aéreos, por donde corría unacirculación incesante, fueron hechos (sin duda) porgentes audaces y visionarias, animadas con unespíritu vanguardista y ‘futurista’. Eran como unapieza estética entre pop-art y Marinetti. En ellos secifraba una ‘voluntad del espacio urbano’, porutilizar una metáfora análoga a la de los arquitec-tos cuando hablan de la ‘voluntad de los edificios’.Las calles repletas de vehículos, y las plazas dondeéstos se entrecruzaban, parecían querer y pedir agritos una elevación de nivel, una exaltación delfenómeno del ruido y el movimiento, una consa-gración de su ‘esencia’ que no era sino ser elescenario de una huida, donde el protagonistaestaría siempre en trance de irse a otro lugar.

Se trataba de crear un espacio donde se pusierade manifiesto la admiración general por un objetosólido y metálico en estado de (decorosa) excita-ción, surcando no ya la tierra sino los aires,levantado como sobre una peana, y llevandodentro, cual semi-dioses, al ministro responsabley algo ceñudo, al empleado honesto y su legítimao viceversa, al comerciante atareado y al profesorabstraído en sus exámenes o sus nóminas, al jovendecidido a vivir su vida y al cansado currante, ytodos al volante, en aparente control de sus ama-

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bles, misteriosos y potentes ídolos domésticos.Todo ello fue puesto en un pedestal, y ofrecidocomo alternativa secular y moderna a los monu-mentos de los dioses antiguos de Cibeles y Neptu-no, tan próximos, tan quietos y modestos ellos, consus carros estáticos y sus chorros de agua, brevesy cóncavos, dentro de sus círculos de piedra.

3. ‘Por la calle de Alcalá’: algunos signos de lostiempos nuevos

El Madrid del centro atravesó esos años conescasas modificaciones aparentes. Pero, en reali-dad, en esos finales de la década de los sesenta seiban acumulando las fuerzas llamémoslas bancario-ministeriales (a que se sumarían luego otras‘macro-comerciales’) que, de manera ligeramentesolapada y blanda, pero inmisericorde, habíaniniciado de tiempo atrás una larga guerra de atri-ción con las calles de la ciudad. Su objetivo parecíaser el de ocupar el centro de Madrid a costa decafés, teatros y tiendas, y poner orden en el caosbullicioso de las gentes. Nuestros padres hablabande una calle de Alcalá que para nosotros habíadesaparecido. La que nosotros todavía recorríamosen los años sesenta estaba a punto de sufrir unnuevo embate muy pronto.

Para mí, lo que ocurrió después, en muy pocosaños, tiene todo el aspecto de una despedida fami-liar por etapas. El itinerario podía comenzar en lacalle Sevilla. Mi abuelo solía ir al Casino deMadrid y se decía que, desde alguno de sus salo-nes, atendía a las luces de su casa de la calleSevilla. Persona de escaso gusto por las visitasprotocolarias, en las cuales el visitante acudía parapresentar al huésped ‘sus respetos’, prefería evitar-las; y una luz estratégicamente colocada en una delas ventanas le avisaba de que ‘había visita’, lo quele servía de razón o excusa para retrasar su vuelta.Nunca conocí a mi abuelo paterno, muerto alarrancar la guerra civil, pero siempre he recordadoesta historia al pasar por allí y mirar la casa...hasta que la casa dejó de existir, porque el Bancode Bilbao, adjunto, la compró, y en un alarde ladestruyó y la reconstruyó como una copia clónicade sí mismo. Sin duda, como diría algún arquitec-to, estaba en la esencia del edificio del Banco elque éste tuviera ‘voluntad de expansionarse’ a costade la casa vecina.

Justo una manzana por debajo me pude encon-trar, al cabo de pocos años, con otra manifestaciónde la esencia voluntariosa de los edificios bancariosque también afectaba mis recuerdos familiares. Eneste caso se trataba de la demolición de la casa de

Cedaceros donde había vivido unos años mi abuelapaterna, esta vez para dar paso a un edificiocompletamente nuevo, que surgía no con voluntadde incorporación, sino simplemente de sustitución.Reducidas a la nada las casas anteriores, de ellassurgió, en un arranque de estilo internacional yfuncionalista, el edificio de metal y cristal ligera-mente deslucidos, tan denso en líneas paralelasapuntando al cielo, de la sucursal del BancoPopular.

Pero más encantador (y educativo) fue todavíalo que acabó ocurriendo dos manzanas más abajo.Aquí la ‘voluntad del edificio,’ que no era otro queel del Banco de España, se hizo, como no podíaser menos, imperiosa. Una vez más, había eldestino de poner a prueba mis sentimientos deantaño, porque en la calle de Marqués de Cubas,en el número 5, había vivido por fin mi abuelamuchos, para mí muchísimos, años, y en su casahabía tenido yo las experiencias más diversasdesde mi infancia, recorriendo el largo pasillo conlos balcones abiertos por donde se filtraba el ruidode las máquinas de escribir de alguna oficina de laplanta baja, escuchando su cuento de “la muchachade rubios cabellos para subir por ellos” en lahabitación estucada de un blanco marfil, o mirandopor el mirador acristalado al sol poniente a travésde los árboles del jardín de enfrente. Y me habíaacostumbrado a recorrer la calle, con su perfume-ría o su farmacia, su librería de Afrodisio Aguado,su cine Gong y, a la vuelta, su Galería de Arte enla calle de los Madrazo. Era una calle amable,medianamente tranquila y protegida del bullicio dela calle Alcalá por el tropiezo del antiguo edificiodel Banco Pastor. Pero en fin, para hacer unahistoria larga corta, baste decir que el Banco deEspaña se quedó con todas las casas, y las derruyótodas, para erigir un remedo o una versión amaza-cotada y triste de sí mismo, redondeando así suposesión de la entera manzana, y dejando la calleinhóspita, triste y opresiva, ya en las mejorescondiciones para que fuera evitada por los propiospeatones.

Redondeada la manzana... pero no del todo.Porque el intríngulis del asunto había de ser el dedejar el desenlace de esta tragicomedia en suspen-se. A la hora (casi) final resultó que el edificio delPastor fue declarado histórico, o algo semejante,y la ‘voluntad del edificio’ del Banco de España,inconmovible y recia aunque expresada de manerapiadosa, culterana y ligeramente metafísica poralgunos comentaristas, chocó con la voluntad delos nuevos ayuntamientos democráticos, o, diga-

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mos, la de sus ocasionales dirigentes. Y llegadoeste punto, había de venir todavía la última fase, enla cual a ‘la voluntad del edificio’, o simplementea la de los dirigentes del Banco, humillados yofendidos por el desaire, le quedó el recurso deinstalarse en la disimulación permanente. Pues, enefecto, una vez que quedó claro que el edificio nopodía derruirse, el Banco decidió que tampocohabía de restaurarse y lo condenó al ocultamientoperpetuo. Erigió los andamios correspondientes,escogió una tela indecisa entre el verde y el gris, yvestido así el edificio ‘en uniforme de fatigas’ lodeclaró ‘missing in action’, ‘desaparecido’, nimuerto ni vivo. Y así, en un gesto que tenía suápice de soberbia, quedaron castigados el ayunta-miento, el edificio mismo (objeto de las iras deledificio vecino...) y, de paso, el honrado pueblo deMadrid. Porque con este enmascaramiento delobjeto de su irritación, el Banco de España decidióque todos los que habían de pasar por ese rincóndel centro de Madrid habrían de ‘no verlo’ y ‘olvi-darlo’. Solución solapada pero, indudablemente,sabia, porque quienes la tomaron sabían que congentes escasamente interesadas en su propia ciudady (lógicamente) olvidadizas de lo que no les intere-sa, bastaba con perseverar en el empeño y esperarveinte años (como hasta ahora ha ocurrido) o quizácuarenta, en la confianza de que la ‘voluntad deledificio’ prevalecería a la postre. Y que un día elpúblico se despertaría sin ese edificio y descubriríaentonces que no lo había tenido desde muchísimoantes; como le puede ocurrir a esa gente que alcabo de diez años cae en la cuenta de que quien haroto su amistad lo hizo hacía veinte años, pero que,lleno de discreción y tacto, omitió comunicarle lanoticia.

Y como para que nada le faltara a este itinerariopara constituir una metáfora del tipo de modernidadque se iba insinuando en los espacios urbanos y enla vida cotidiana, desplazando el pasado bajo formade incorporación, sustitución y expansión o domi-nio bajo formas diversas, unas ostentosas, otrassinuosas, y dejando en la cuneta aquí y allí unascasas de vecinos, unas tiendas, un cierta vivacidadde la calle... total ‘cosas pequeñas y antiguas’, enaras de ‘las cosas grandes y modernas’, bastaba conterminar tal itinerario justo en el lugar de nuestrasreuniones del seminario. Que no era otro que el dela Plaza del Rey, donde durante tantos años, paragozoso recuerdo de varias generaciones, ‘húboseuna vez’ un lugar mágico, el del Circo Price, justoen el rincón donde, en infausto momento, el propioBanco Urquijo, tras derruirlo, edificó el espesobloque de cemento rosado, entreverado de huecos

acristalados por donde los oficinistas de turno,ayer de un banco, hoy de un ministerio, miran derefilón la plaza y sus árboles. El eco de las risas ylos gritos de excitación de la chiquillería andanteante los prestidigitadores, los saltimbanquis, lospayasos y las hermosas amazonas acabó sustituidoasí por los susurros de los ‘responsables políticos’haciendo sus tejemanejes ‘de interés público’ conlos grupos organizados de las ‘industrias de lacultura’, discutiendo las cláusulas de sus innume-rables acuerdos e intercambiándose melindres yexpectativas de medro.

Pero ya para percibir un anticipo de la mezclade cosa vana, poderosa y cutre que se nos veníaencima, bajo una guisa u otra de cultura moderna,bastaba con ver la suave degradación de la vidauniversitaria o, en otro orden de cosas, los ‘conte-nidos’ (como ahora dicen) de la televisión, queestaba ya en trance de imponerse en el espaciodoméstico de los españoles.

Hay que recordar, retomando el hilo de miargumento, que si ‘la calle funcional’ dio paso alautomóvil rey y arrinconó al peatón, con ello no sehizo sino un intento más entre los muchos que sehicieron a lo largo de varias décadas por pastoreara la sociedad, para que, debidamente trajeada ylimpia, se encaminara a la misa dominical, a loscolegios, oficinas, fábricas y otros lugares detrabajo y de deber, o a las manifestaciones deadhesión al régimen en las raras ocasiones en quese le pudiera requerir (pocas, por si acaso), a losespectáculos deportivos donde pudiera dar un tantoasí de rienda suelta a sus necesidades de amor yodio, o los cines donde pudiera experimentar porpersona interpuesta cosas semejantes. Aunquesiempre algo reacia a dejarse pastorear del todo, ysiempre tirando la sociedad madrileña, como diceel refrán que “la cabra tira al monte”, al chateo yla pandilla, y por tanto a la taberna, el café, lacafetería o el bar, por aquello de que las gentesgustan de estar juntos en proporciones manejables,la combinación de calle-y-coche hizo lo posiblepor empujar las gentes al refugio del hogar. Y aquíocurrió que, ¡oh admirable conjunción de circuns-tancias!, la televisión vino oportunamente a pro-porcionar una nueva experiencia cultural no sesabe si para gozar de ese refugio o para escapar deél. De modo que todo se hizo al tiempo ‘modernoy funcional’, o se aproximó a ello: las calles, elcentro urbano, y las casas por fuera y por dentro,con el coche y la televisión como ejes de nuevasformas de experiencia.

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4. Un modo de estar en ese mundo: Julio Caro yDionisio Ridruejo, testigos ejemplares

El espacio urbano de aquella época puede serentendido como una metáfora del tipo de moderni-dad que se iba imponiendo, si es leído anticipandoligeramente los acontecimientos que hoy, retrospec-tivamente, entendemos que eran inminentes, peroque entonces ya se entreveían. Los cambios demo-gráficos, económicos, socio-culturales se habíanido gestando desde mediados de los años cincuenta,requerirían más tiempo para desarrollarse y, enesos últimos años sesenta, estaban todavía en trancede hacerse. Entretanto, la transformación de laciudad nos acompañaba, como un ruido de fondo yun cambio de decorado que, más allá de las apa-riencias, significaba un verdadero corrimiento detierras bajo nuestros pies, mientras que en elimaginado proscenio de un ‘seminario’ rumiábamosnosotros lo que podía estar ocurriendo con ‘elcampo español’.

Detrás del cambio de la ciudad latía, para cadauno de nosotros, la interrogante de elegir un ‘mun-do’ y un ‘sentido’. Me explico. Para entender lamanera como los seres humanos se enfrentan conlos cambios que suceden en su situación, hoy ésta,mañana otra distinta, hay que volver a las cuestio-nes fundamentales y a lo que se podría llamar su‘condición primordial’. Ésta consiste en la circuns-tancia de que el ser humano se coloca ante el caosaparente de lo que ocurre a su alrededor intentandoponer en él alguna medida de orden y concierto, yde convertir así el caos en un ‘mundo’. Ordena elcaos cuando trata de ponerle nombres y categori-zarlo, de explicarlo hasta donde se le alcanza y devalorarlo, y sobre todo cuando, en el trance dehacer todo aquello, trata de situarse él dentro deese mundo, de orientar y dar un sentido a su propiaconducta en sus manejos prácticos con él, redefi-niendo este mundo como el horizonte de su vida.Cada individuo es así como un filósofo práctico,embarcado vellis nollis, de manera consciente o no,en la tarea de definir su mundo y de construir susentido.

Naturalmente que los seres humanos ordenamosla experiencia echando mano del repertorio detradiciones e instituciones que tenemos más omenos cerca, y aquí es donde intervienen conside-raciones atinentes a generaciones, grupos, momen-tos históricos, lecturas, y experiencias y factoresdiversos. Entre todos ellos, quiero destacar aquí elfactor de los ‘testigos ejemplares’, es decir, aque-llas personas singulares que cada uno elige, porrazones que probablemente sólo entiende a medias,

como ‘referentes’ en su propia tarea de ordenar sumundo y construir su sentido, a cada momento. Ypor ‘referentes’ no quiero decir ‘modelos’ aimitar, sino gentes en un grado u otro admirablesen su manera de enfrentarse con el mundo, y delas que uno acepta un grado mayor o menor deinfluencia, pero que no trata de ‘seguirles’, sino de‘conversar con ellos’, o de ‘discutir con ellos’. Sienseñan, no es tanto una enseñanza de ‘qués’cuanto de ‘cómos’. Y si hay suerte, y no nosequivocamos desde el principio creyendo quehabía una afinidad electiva donde sólo había unjuego de espejos, puede ser que su ‘influencia’sirva, por una combinación de aproximaciones ydistancias entre ellos y nosotros, como catalizado-res, no de un proyecto particular que dure tanto ocuanto tiempo, sino de una disposición o unaforma de vida que pueda durar digamos algo más,quizá incluso mucho más...

Cada uno tiene sus referentes o testigos ejem-plares propios, algunos compartidos con suscompañeros de generación o de medio social, otrosmuy personales, algunos vivos y próximos, otrosmás lejanos o decididamente ausentes, con quienesla conversación se acerca peligrosamente a lafigura de un monólogo. Y esos testigos cambian deetapa en etapa de la vida. Pues bien, en mi caso,y no creo haber sido el único, en la etapa que sesitúa en los finales de los años sesenta, hay (entreotros) dos testigos ejemplares en los que quierofijarme ahora, a los efectos de la narrativa que meocupa. Se trata del propio Julio Caro y de DionisioRidruejo. Su testimonio fue importante entonces,y no sólo para mí, y debo añadir que creo que losigue siendo, entre otras razones no sólo porque lanaturaleza de su testimonio trasciende su momen-to, sino porque además incluso su momento no hapasado aún, y el ‘mundo de los sesenta’ siguesiendo, en varios de sus rasgos fundamentales,nuestro mundo ‘de hoy’...

Julio Caro y Dionisio Ridruejo fueron coetá-neos, habiendo nacido en 1914 y 1912 respectiva-mente, y presentan un caso singular de vidas semi-paralelas, donde se entrecruzan rasgos comunes ydistintos. Conocí a ambos a mediados de lossesenta, y traté con más asiduidad a Julio, durantevarios años, hasta que me fuí a Estados Unidos acomienzos de la década de los setenta, y a Dioni-sio con singular intensidad en los meses de invier-no de 1969 en Alicante, a lo largo de charlas,cenas y paseos de recuerdo imborrable. Pero creoque el rasgo común que más me impresionó, ydespertó en mí una simpatía profunda hacia am-

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bos, fue el hecho de que creyera adivinar en ellosla actitud de desafío de quienes estaban al tiempo‘dentro y fuera’, y de quienes, para comenzar,tenían, pero no exhibían, una actitud de distanciaradical hacia los ‘ídolos de este mundo’ o, para sermás precisos, hacia tres de ellos, el del poder, el dela riqueza y el del status social.

Da la pequeña casualidad que esos tres criteriosson los criterios básicos que los sociólogos de todaslas tendencias suelen aplicar a la hora de definir loque ellos llaman la ‘estructura social’, y quizápueda adquirir el lector una medida del carácter delautor que está leyendo en estos momentos si le digoque, siendo sociólogo de profesión (y enseñandoincluso esa ‘asignatura’...), no considero que esoscriterios deban tomarse ‘demasiado en serio’. Nodigo que no sean útiles, a su modo y sabiendoutilizarlos; pero se queda muy corta una lecturareflexiva y crítica de la realidad social que seobsesione con ellos. Los criterios del poder, lariqueza y el status son extremadamente importan-tes... desde la perspectiva de quienes los conside-ran importantes, lo cual incluye a los poderosos deesta tierra, a quienes aspiran desaforadamente aserlo, y al grueso de ‘mediáticos’ y comentaristassociales (sociólogos incluídos) que ponen encirculación los estereotipos sociales que premianesos criterios de estratificación. Se trata, sin duda,de gentes sumamente estimables, pero, cuantitativa-mente, son sólo una minoría de los pobladores deeste mundo, y si vemos las cosas desde una pers-pectiva ‘cualitativa’, hay que reconocer que entreellos no siempre suelen encontrarse los represen-tantes más creativos o más sensibles de nuestraespecie.

Tal como yo los recuerdo, tanto Dionisio comoJulio fueron hombres movidos y conmovidos porsentimientos de libertad y de belleza, por afectospersonales, y por el valor de la veracidad respectoa aquello que trataban de explicar a los demásdespués de habérselo explicado a sí mismos. Encambio, eran poco interesados y poco entendidosen cuestiones de dinero, sin que ello sea dichocomo si fuera una virtud especial, o ellos lo vieranasí. Así era, sin más; y ello podía producirlesincluso alguna sensación de incomodidad, de la quehay testimonio en sus escritos autobiográficos.También podían ser celosos de su reputación peromuy selectivos respecto de ante quién y ante quié-nes: primero ante su propia conciencia, luego antela opinión de las pocas o no tan pocas personas dejuicio o de sentido que pudieran encontrar, apenasante una ‘opinión general’ que solían considerar

infiable. Y en cuanto al poder político, sus postu-ras eran diferentes pero tenían un poso común.

Julio había vivido la guerra civil como unapesadilla. Marcado por la experiencia de habersobrevivido al terror de la guerra como alguiencuya familia se hubiera sentido en medio de unatenaza entre gentes ofuscadas, vehementes yguiadas por líderes mediocres, y más tarde alambiente de intimidación de la postguerra, sudisposición era de una profunda desconfianza haciala política, y en particular hacia todos los políticosque estuvieran ‘dispuestos a salvarnos’, a los queveía, al modo de Quevedo, como ‘locos repúblicosy de gobierno’.

Dionisio había vivido la guerra civil con unaactitud de esperanza e incluso de euforia, pormucho que introdujera retrospectivamente en susrecuerdos la sombra de dudas y distancias. Laguerra misma parecía como la realización de unsueño: el de la patria como una comunidad conse-guida o recobrada. En sus poemas de 1936, en su“Elegía y égloga del bosque arrancado”, veía aCastilla como yermo hoy pero mañana bosque, unensueño que apelaba a su esfuerzo, y al esfuerzode todos:

“Bosque arrancado, yermo de mis ojos, quisiera replantarle a tu consueloel sueño y jugo de tu ayer hermoso”

Y más tarde, en los poemas de lo que LuisFelipe Vivanco caracterizó como su ‘tiempo dedesengaño’, Dionisio evocará aquel momentoinicial como el de un sueño, equivocado, decomunidad triunfante:

“¡La patria! Sí, la patriano eran estos millones de rudos desacuerdos

/ forjándose la vida,sino el cetro surgido en el puño radiante, la espada justiciera, vencedora, infalible”

Equivocada o no, de esa experiencia le quedóa Dionisio, y de su talante originario, que era depersona confiada, una ausencia de temor (raraentre las gentes de su generación) y una mezcla dedisposición a la actuación cívica y de esperanza enella. Pero aun así, para Dionisio la vocaciónpolítica fue siempre, como él decía, una vocaciónde deber y no de placer, no acompañada por lapasión de mando y de dominio de los ‘políticos deraza’ o, como ellos mismos se auto-denominan,por los ‘animales políticos’. Su vocación, más

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‘cívica’ que ‘política’, era una vocación de míni-mos.

De modo que si Caro y Ridruejo nos anudaron,cada uno por sus pasos y a su manera, con latradición liberal española, lo hicieron poniendo elacento en aspectos distintos de la cultura de lalibertad. Caro, más ‘liberal’, se aferraba a unalectura quizá demasiado ‘privada’ de la libertad‘negativa’: la libertad respecto a las manipulacionesde las gentes con autoridad. Ridruejo, ‘liberal’ ensu fuero íntimo, era como más ‘democrático’, eimaginaba que la libertad también tenía que ver conla libertad que se ejerce efectivamente en un espa-cio público, y además, y aquí confundía él algo lascosas, con una libertad ‘positiva’ que aumentara lacapacidad de las gentes para ampliar el abanico desu elección.

En esta última ‘confusión’ de Dionisio tal vez seescondía la compleja influencia de José Ortega yGasset, cuyo liberalismo estuvo contaminado poruna dosis de estatismo, un rasgo relativamentetípico del liberalismo europeo de la época. Elmagisterio político de Ortega incluyó una lecturaactivista de la nación como proyecto colectivo, delas elites o las minorías selectas como quieneshabían de definir ese proyecto, y del estado comoel instrumento de estas elites; lo cual tenía elcomplemento de una lectura de la sociedad comodesvertebrada, dominada por una masa ‘a-historifi-cada’, para definir la cual Dionisio acudiría a laimagen machadiana del ‘macizo de la raza’: imagendesafortunada, heredera de una tradición noventa-y-ochista que, absorta en el paisaje, había olvidadomirar de cerca al paisanaje.

En cambio, Julio Caro estaba, en cierto modo,vacunado contra esa modalidad estatista del libera-lismo orteguiano por la influencia de su tío PíoBaroja, cuya mirada se orientaba más bien a ponerde relieve la mezcla de confusión y de energía delas gentes comunes y ordinarias, y a expresar sudesconfianza en quienes se presentaban con preten-siones de minorías rectoras. Caro, además, por suoficio de historiador y de etnógrafo, estaba encondiciones de mostrar, de manera convincente,cómo los campesinos, lejos de ser inertes, desverte-brados y a-históricos, tenían su ritmo históricopropio, e incluso su lógica (o, si no una ‘lógica’, almenos ‘sus razones’, que, para Julio, eran razonescompatibles con una especie de desorden e irregu-laridad omnipresentes).

Dionisio empezó su trayectoria política haciendosuya, pero tergiversada al modo falangista de la

época, una versión semi-colectivista del discursoorteguiano del proyecto común, el estado fuerte, lasociedad desvertebrada y las minorías cuasi-profé-ticas. Su evolución ulterior se apoyaría en unadisposición liberal íntima, como la que puedecorresponder a un poeta lírico y un espíritu religio-so; en el desengaño ante los modos efectivos defuncionar del famoso estado fuerte, construido entorno a un poder personal, y de la correspondienteeconomía administrada, a base de cálculo particu-lar, arbitrismo y corrupción; y last but not least,en la experiencia a pie de obra de ‘sociedadesciviles’, como diríamos hoy: de una Cataluñavivida desde dentro, y de una Italia de la postgue-rra observada de cerca y con profunda simpatía.De esa experiencia saldría fortalecida y redefinidala vocación política de Dionisio, entendida comouna misión cívica orientada a poner coto a lo queél consideraba como un proceso de ‘envilecimientocivil’ del país, de reducción de unos ciudadanospotenciales al papel de súbditos. Y en ese tranceDionisio encontró a su disposición un tono de vozque era el de una voz ‘razonable’: la ‘razonabili-dad’ que Salvador de Madariaga, más tarde, habíade encontrar como uno de sus rasgos más acusa-dos. Pero resulta curioso observar que ese fondode razonabilidad de quien trata de hacer justicia alas cosas era en definitiva el que latía debajo de lamanera más abrupta y desigual de Julio, cuyopensamiento, atento a lo particular y lo preciso, notrataba sino de “poner las cosas en su sitio”, o ensu “justo término”.

En efecto, la voz tanto de Dionisio como deJulio, y la contribución que con esa voz hacían aun espacio público a medio hacerse, era la dequienes se rehúsan a dos alternativas opuestas. Poruna parte, se oponían a lo que podríamos llamar elruido todavía tronante de la carcundia feliz: elcoro de los triunfadores, dominantes, vacuos yauto-satisfechos, de la guerra; y, al mismo tiempo,al ruido de la progresía emergente, que, mezclan-do razón con sinrazón, comenzaba a tomar suindignación como pretexto para confundir el ruidode los otros con el suyo propio, y amortiguar,como de paso, y haciendo que no se intenta, el ecode las voces razonables.

Por otra parte, se oponían a los silencios y lasinsinuaciones de lo que podríamos llamar, toman-do prestado el título de una novela barojiana, “laferia de los discretos”, en la que se habían coloca-do y, sobre todo, en la que se seguían colocandolas ‘minorías selectas’ de lo que eran ya unascuantas generaciones de españoles. Estas elites, en

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acto o en potencia, con su peculiar esprit de petites-se, se entretenían con sus estrategias de auto-colocación y desarrollaban las artes de una mani-pulación instrumental y ‘voluntarista’ del mundo,intentando ubicarse bien en el orden social de laépoca bien en un nuevo orden del futuro. Su ethosdominante era el de unos funcionarios ‘carreristas’:funcionarios propiamente dichos, o empresarios-funcionarios, o profesores-funcionarios, o políticosy revolucionarios-funcionarios, o intelectualesorgánicos ... Por esto, para ellos se trataba dereforzar o reconstruir el mundo como un edificio,todo en su lugar y por así decirlo ‘bien colocadito’.

Por esta razón, el imaginario colectivo delgrueso de lo que entonces se iba configurandoconfusamente como las elites de las derechas y lasizquierdas, del régimen como de la oposición,solía proyectar hacia el porvenir la imagen de un‘futuro determinado’, y no el de un ‘futuro abier-to’. Los del régimen trataban de auto-convencersede que aquello que tenían duraría poco menos quesiempre, con alguna reforma que otra; mientrasque, para los otros, era una tentación irresistible lade apostar por un orden futuro garantizado por una‘ley de la historia’, y la de ‘comprometerse’ con‘las fuerzas del futuro’. Por esto, para los intelec-tuales del momento, lo necesario no era tanto servira la verdad (palabras tan antiguas...) cuanto colo-carse en el lugar apropiado, por ejemplo, ‘cerca dela juventud’, que se suponía, casi por definición,ser el futuro mismo. Con esta acomodación se fueconsumando una especie de versión local de latrahison des clercs, por la cual algunos de losmaîtres à penser , que otrora habían hecho honora su vocación de ‘buscadores de la verdad’, sefueron acostumbrando a un nuevo rol de firmantesde manifiestos y de zascandiles y correveidiles enconspiraciones varias. En esas actividades, loimportante era no tanto explicar claramente lascosas en un espacio público cuanto ‘darlas a enten-der’, extender rumores, etiquetar las personas y lasposiciones, ‘hablar bien de unos y mal de otros’, yotros dignos menesteres semejantes.

Estas prácticas de gentes tan ansiosas por ‘colo-carse’ en el mundo chocaban con la disposición degentes como Julio y Dionisio, y el hecho de queaquellas fueran tan frecuentes hacía que ambostuvieran cierta sensación de desplazamiento, yalbergaran el sentimiento de escribir, y aun devivir, como en un vacío, o en un desierto, sin tenerdetrás ni instituciones ni un clima intelectualhabitable. De hecho, esas expresiones, frecuentesen las memorias de Julio, no faltan en las de

Dionisio, más retenido a este respecto, pero al queno se le ocultaba (ni se nos oculta hoy) que sulibro Escrito en España, sin duda la obra másimportante, ponderada y oportuna de la literaturapolítica de oposición al régimen del general Fran-co, era leído sí, pero poco menos que silenciadopor la mayor parte de sus contemporáneos, conti-nuando la ancestral tradición del ninguneo de losmejores: la tradición que podríamos llamar de ‘elninguneo de los Duperier’ de cada momento, enreferencia a aquel científico español, ArturoDuperier, que volvió ‘con ilusión’ al seno de ‘suuniversidad’ creyendo en la buena fe (y quizá en laeficacia) de quienes le invitaban a volver, sólopara descubrir que, a causa de una supuesta desi-dia regulatorio-administrativa (dulce combina-ción...) de funcionarios y colegas, sus instrumen-tos de trabajo científico, sus aparatos de laborato-rio, enviados desde el extranjero, quedaron ‘reteni-dos en la aduana’, y se vio de este modo, solapadoy anónimo, empujado a sumarse al silencio común... hasta una muerte que le habría de llegar antesque sus instrumentos.

Pero Dionisio, espíritu cervantino carente deamargura, no era hombre que se amilanara por losninguneos y los discreteos del hogar patrio. Suacierto fue ir más allá de la metáfora del ‘macizode la raza’, y comprender que el desierto teníaalgo de aparente y de superficial, y que había un‘revés del tapiz’ (como tituló la segunda parte desu libro), donde señalaba la agitación de artistas,curas, estudiantes, obreros y otros, como signos deuna sociedad que se reconstruía desde abajo. Deeste análisis lo más importante era la intuiciónfundamental, expresada en un texto de 1963, conel título de “Teoría de la oposición”, según la cuallo preciso para la conformación de una sociedadcívica era que ‘la oposición democrática’ se acer-cara a lo que llamaba ‘los españoles cotidianos’, o‘la corriente social viva’, sin pretensiones deguiarla o de sustituirla.

Lo que de este modo tanto Julio como Dionisioevocaban, con su ejemplo más que con su prédica,cada cual representando, a su modo y en gradosmuy diversos, un papel de ‘moralistas reticentes’,era un tipo de intelectuales que rehusaran conver-tirse en intelectuales de la consagración o de ladenuncia. En el caso de Julio su escepticismo, supirronismo, vino de lejos; en el de Dionisio, fue‘hijo del desengaño’, de su “descenso del mundode los mitos al saber humilde de las cosas” comosugirió Luis Felipe Vivanco (y, tal vez, también,

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la recuperación de la gravedad y el realismo unpoco sentenciosos del castellano viejo...).

En el caso de los ‘intelectuales de la denuncia’,el ‘contra-ejemplo’ de gentes como Caro y Ridrue-jo fue, explícita o implícitamente, el de la mayorparte de los intelectuales franceses á la mode,desgraciadamente tan próximos en el espacio y detemperamento tan afín al de muchas gentes dellugar. En su momento, estos intelectuales fueron,sin duda, famosas luminarias, y (a cada uno lo quele corresponde) sus escritos incluyen intuiciones yrazonamientos de un interés desigual, pero a vecessumamente estimulantes. Sin embargo, vistos conun poco de perspectiva, llama la atención, por unaparte, la exhibición de agresividad, mala fe intelec-tual e ignorancia de la mayor parte de los pronun-ciamientos ex-cathedra sobre los asuntos delmomento por parte de los asteroides progresistas dela época, con Jean-Paul Sartre durante un tiempocomo astro-rey; y por otra parte, y sobre todo, loque más llama la atención es su irrelevancia.Aquellos intelectuales acertaron a atravesar lahistoria sin decir apenas nada de interés sobre unsólo problema de la política internacional o de lapolítica interior de su época, ni siquiera sobre unsólo problema de orden constitucional. Aun alzán-dose de puntillas con todas sus fuerzas no consi-guieron remontarse; agitaron sus brazos creyendoque eran alas; quizá les sucedió como al barón deMünchhausen, que, tirándose de los cabellos haciaarriba, intentó volar... pero con todo ello, y éste esel toque patético de sus vidas, acertaron a quedarseno al nivel de su tiempo, sino por debajo.

Aunque la mezcla de razón y sin-razón delmayo francés de 1968 indujo a equívoco, dio paso,en su momento, a una lectura más sobria de lascosas y a hacer un balance que ha reivindicado aotro tipo de intelectuales franceses, como AlbertCamus y Raymond Aron, quienes, cada cual a sumodo, fueron testigos de su época, moralistas demínimos, reacios a ‘comprometerse’ desmesurada-mente en aventuras partidistas, celosos de sulibertad y la de los demás, y con un hondo despre-cio por la violencia reaccionaria o revolucionaria.

En España, aquel ‘mal ejemplo francés’ de unaliteratura de salón y corte, semi-política, semi-filosófica o semi-científico-social, ‘excitante’,tendió a generar una cultura derivativa; equivocó,en parte, a una generación sobre las transformacio-nes socioeconómicas y socioculturales (extraordina-rias) que estaban teniendo lugar en el propio país;tergiversó los problemas de la vida internacional;embarró los temas centrales de una cultura de la

libertad; hizo lo posible por mal-preparar a la clasepolítica para las tareas de la transición democráti-ca, arropándola con unos aires falsos de denunciaprofética, o acostumbrándola a una duplicidadrebautizada como ambigüedad; y entretuvo agentes que, en otras condiciones, hubieran podidohacer una obra intelectual de mérito con escritos yrecitativos cuya utilidad se reduciría a la de ofrecerun repertorio de los lugares comunes del momentoa los historiadores del futuro.

Pero este ruido ha ido quedando cada vez enmenos. Permanecen, en cambio, las contribucionesque Ridruejo y Caro hicieron a la civitas habitableque el primero no llegó a ver, porque se quedó enel camino antes de que surgiera, y a la comunidadde cultura que el segundo tampoco alcanzó, porqueni siquiera nosotros hoy la hemos alcanzado. Perode antiguo nos sucede en España que, en estascosas, el esfuerzo es de la naturaleza de lo posible,y el resultado lo es de lo improbable.

Basta que, contra un telón de fondo de ciertaconfusión, pero también de muchos intentosgenerosos, Dionisio y Julio fueran, cada cual a sumodo, el ejemplo, que para beneficio de todos,algunos o bastantes, tal vez muchos, intentaronseguir.

5. Y volviendo al seminario...

Puestas las premisas, la conclusión se siguefácilmente... De la construcción de un mundo y deun sentido afines a los testimonios ejemplares deCaro y de Ridruejo se seguía la pertinencia dedeterminadas tareas intelectuales, hechas de deter-minada forma. Se trataba de acercarse a la realidadsocial y ejercer sobre ella una razón pausada yequilibrada, de atender a la situación del momentotratando de comprender lo que la situación signifi-caba para las gentes, y explicar sus conductas sineira et studio, o más bien, quizá, con una ira o undeseo deliberada y decididamente enfriados parano ofuscar el juicio.

Se trataba de entender al menos unos fragmen-tos del mosaico social de un país en el trance de uncambio histórico. Un trance marcado por suintegración en una economía occidental, de merca-do, en expansión; por el desarrollo del tipo desociedad adecuado a gentes libres e inciertas,donde se daban cita ‘clases económicas’ muydiversas, pero tocadas todas por el ansia de am-pliar sus márgenes de libertad (expresadas aquí enconsumo, allí en aventuras económicas individua-les, allá en movimientos sociales...); por su acom-

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pasamiento a las grandes transformaciones de laiglesia católica universal, y otras varias corrientesculturales; y por las tensiones y los forcejeospolíticos correspondientes, que ponían cada vezmás en la agenda del día la cuestión de una transi-ción hacia un régimen político representativo.

Y entender todo esto requería atender a lasagitaciones de ‘la corriente social viva’ a la que serefería Dionisio, en este caso la de los campesinos,y, descendiendo a un nivel más concreto aún, alaquí-y-ahora de los campesinos navarros, en este oen aquel contexto institucional y cultural precisos,en esta o en aquella forma de su actividad; vercómo su ritmo histórico podía estarse acelerando;y comprender cómo estaban respondiendo a lascircunstancias, a veces con dificultad, a veces coningeniosidad y perseverancia, y, cada vez más,debiendo aceptar el riesgo de un futuro abierto.

En este sentido, la experiencia de la cooperativade Zúñiga resultó, o me resultó a mí al menos,simbólica de un proceso de adaptación flexible a lascircunstancias que me parecía relativamente gene-ralizable a una parte del campo español, y queponía en cuestión, por lo demás, las aseveracionesun tanto estetizantes, me temo, de Dionisio sobreun macizo de la raza ‘a-historificado’ (según supropia expresión). Reconozco que siempre me hesentido escéptico respecto a afirmaciones semejan-tes, pero en todo caso la observación de lo queestaba ocurriendo en el conjunto de Castilla y laEspaña interior sugería no un simple proceso dedesertización y decadencia, sino un proceso com-plejo que incluía, también, una modernizacióneconómica ligada a la mecanización de la agricultu-ra y otras transformaciones, una difusión de laescolaridad, cambios en las pautas de conducta queindicaban mayor libertad de costumbres, y lasexperimentaciones institucionales más diversas.

Y justamente una de las experimentacionesinstitucionales más interesantes consistió en ladifusión del fenómeno de los que se llamaron (en elargot del momento) ‘grupos (sindicales) de explo-tación de la tierra’, que no eran otra cosa sinofórmulas de adaptación de la propiedad y la explo-tación a las nuevas tecnologías agrarias y a lasnuevas condiciones del mercado de trabajo agríco-la, y cuyo modelo fue, en buena medida, precisa-mente, la cooperativa de Zúñiga. Pero en el casode esta última no se trataba de la difusión de unmodelo, sino de su creación. El análisis de estainnovación institucional daba un mentís a cualquierhipótesis posible de una ‘adaptación automática’ delas ‘relaciones de producción’ a la presión de unas

‘fuerzas productivas’, etcétera. Todo lo contrario:lo que el análisis de este caso mostraba era lanecesidad de entender el conjunto de condicionesprecisas para que la innovación hubiera podidotener lugar, entre las cuales se contaba (aparte deuna historia local de aparente ausencia de bande-rías y cierta capacidad para hacer cosas en común,que decían que venía de lejos), muy en primertérmino, la de una disposición curiosa a la hibrida-ción de discursos culturales varios, unos de tiporeligioso, otros de carácter secular, que sugeríanuna construcción de sentido relativamente comple-ja por parte de los protagonistas, donde se dabancita varios motivos, unos de solidaridad y otros deinterés particular (en la mejor tradición del mal-llamado ‘colectivismo agrario’ de los cultivosparticulares y la derrota de las mieses del secanointerior).

Y lo que sucedía del lado de quienes expresa-ban o articulaban el discurso de justificación máspróximo del de los agricultores mismos, se com-plementaba con lo que sucedía del lado de losagentes facilitadores un poco más lejanos delexperimento, muy en primer término los expertosy los funcionarios de la administración central quelo protegieron y arroparon en sus primeros mo-mentos. Pero también ocurría, además, y estoresultaba ya más inquietante, que la fórmula era,como correspondía a su momento, a las circuns-tancias y a las orientaciones de sus protagonistas,una fórmula mixta o ambigua, a medio caminoentre las formas puras de la cooperativa y las de la‘sociedad anónima’. Y esta ‘impureza’, que era loque la hacía sumamente efectiva, la restaba mérito,sin embargo, a los ojos de los especialistas cultu-rales, y la hacía sospechosa a los ojos de losmanipuladores políticos, que nunca supieron muybien cómo etiquetarla y qué hacer con ella... Enotras palabras, reducía su potencial de difusión enun mundo donde estos facilitadores lejanos, ogatekeepers en el sistema de comunicación deradio regional o nacional, todavía tenían, comohan seguido teniendo hasta hoy (aunque quizá notanto ‘justo ahora’...), una importancia grande.

De este modo, lo que yo tenía ante los ojos erauna innovación institucional que requería condicio-nes singulares de difícil generalización, y a la queno se le podía predecir, tampoco, el apoyo de losdiscursos de justificación que hubiera necesitado,habida cuenta la proclividad a la literatura dedenuncia, los standards (cada vez más humildes)de excelencia intelectual, y la tendencia a lasimplificación de las nuevas generaciones de

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intelectuales, periodistas y posiblemente clérigos,que se estaban gestando en las universidades de laépoca. De modo que al tiempo había que saludarla,y había que despedirla. Había que entender sugénesis, estimar su promesa, y comprender suslímites. Era evidente que había, sí, una corrientesocial viva por estudiar; pero no lo era menos queésta adolecía de cierta fragilidad, y que podía serno ya incomprendida sino destruida, al menosamortiguada, por la acción de las ‘minorías selec-tas’ más diversas.

6. Coda sobre la responsabilidad intelectual

En este ensayo, he evocado un momento delpasado visto a través de una experiencia particular.En la evocación, el momento (‘objetivo’) y laexperiencia (‘subjetiva’) van juntos. La experienciaestaba anclada en unos debates sobre los problemasde la época, unos paisajes urbanos, y los dilemaspersonales característicos de una nueva generación.La designación de ciertas personas (y no otras)como ‘testigos ejemplares’ sugiere ya un mododeterminado de entender aquellos debates, percibiraquellos paisajes y resolver aquellos dilemas. Es elmodo de quien tiende a enfatizar el carácter contra-dictorio del proceso de cambio de la vida españoladurante los años sesenta, y el papel ambiguo que enél jugaron sus intelectuales y sus ‘minorías selec-tas’.

Aquel debate se refería a un mundo rural que‘se modernizaba’, pero ¿de qué tipo de moderniza-ción se trataba en realidad? El proceso de cambiode la sociedad en su conjunto, campo y ciudadincluidos, era complejo y ambiguo, porque en él sedaban cita dos motivos opuestos, apuntando el unoa la creación de una sociedad abierta, que habría demultiplicar las oportunidades de libertad de losindividuos y los grupos, y el otro a la reiteración(de una forma ‘modernizante’) de una sociedad decarácter semi-cerrado, corporatista o clientelar. Aeste último rasgo he aludido con mi caracterizaciónde algunos cambios en el paisaje urbano comosignos (parciales) de un cambio de formas de vidapor el cual la vivacidad y el tono alerta de laconversación y de la vida social pudieran unifor-marse, ahogarse en ruido o aminorarse. También,con la caracterización de la sociedad emergente dela época (‘moderna’) como el esbozo de una nuevaversión de la (‘tradicional’) “feria de los discre-tos”, en la que, por debajo de debates intensos,pudiera dibujarse un consenso aún más profundo,hecho de apaños entre elites de signos variopintos,no con el objetivo (demasiado tosco, en ciertomodo) de que ‘todo cambie para que nada cambie’

(como sugería Tomasi di Lampedusa), sino con el(más ajustado a las circunstancias) de que ‘lascosas cambien pero no su lógica’: una lógica deespacios sociales estructurados en torno a redes depatronazgo. Esa lógica podía subyacer (y trastocar)el avance ulterior hacia una economía de mercadomás desarrollada, e incluso hacia una democracialiberal. Su posibilidad estaría inscrita en la propiatransición a la democracia, que se hizo, como nopodía ser en realidad de otro modo, bajo la formade unas negociaciones entre las elites políticas ysocio-económicas; siendo obvio que estas negocia-ciones eran de naturaleza ambigua, pues podíansignificar un paso tanto hacia una sociedad abiertacomo hacia una semi-cerrada, corporatista oclientelar.

Julio Caro Baroja y Dionisio Ridruejo fueron‘testigos ejemplares’ en cuanto que se situaban adistancia, o tangencialmente, respecto a este últimotipo de sociedad, al tiempo de un pasado muy realy de un futuro posible. Habiendo anclado sus vidasen una tradición alternativa, evocaban otro tipo desociedad (¿liberal?, ¿abierta?) y lo proyectaban enel horizonte. Su testimonio era el de quienes,ateniéndose a lo que consideraban la verdad de lascosas, respetando su complejidad y desatendiendolos lugares comunes, trataban de reorientar laatención de sus conciudadanos hacia los problemas‘verdaderos’. Era un testimonio de fidelidad a símismos, y de responsabilidad intelectual.

En el oficio o la profesión de intelectual, talcomo se ha ido definiendo en los dos últimossiglos en las sociedades de occidente (incluida laespañola), se incluye el rasgo de preguntar sobrelo que ocurre en la vida social de alrededor, cómohemos llegado a este punto, y el abanico de posibi-lidades que se nos va abriendo. De preguntar.. yde responder: de requerir las respuestas, analizarlas de unos y otros, compararlas, y formularnuevas preguntas que apelan a nuevas respuestas.Responder de los actos y responder ante otros:esto, y no otra cosa, es el ejercicio de la ‘responsa-bilidad’. La propia de los intelectuales consistesimplemente en una responsabilidad reflexiva que,entendiendo los actos como respuestas a retos queson preguntas, da cuenta y razón de ellos; y en elhecho de que en ese ejercicio se incorpora unafilosofía de la responsabilidad que es generaliza-ble, que apela a la de todos. Su ‘ejemplaridad’ noreside en la del contenido de sus respuestas, que espor definición discutible, sino en la del ejerciciomismo de un preguntar y un responder incesantes.Esta práctica se propone, como menester generali-

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zado, al conjunto de todos los ciudadanos... paraque cada cual se ejercite en formular preguntas yen buscar sus propias respuestas, con criterios deveracidad.

En el caso español, es decir, en el de un paísatravesado por la experiencia cainita de un disensopolítico y cultural que había abocado a una guerracivil atroz y un largo período autoritario, el ejerci-cio de esa responsabilidad reflexiva y discursiva, yla llamada a su generalización, implicaban (eimplican) un rechazo radical a las tradiciones dejustificación y de denuncia partidistas. Responsabi-lidad pero distancia, contención en el juicio, pasiónpor la veracidad: tales fueron los rasgos de estostestigos de tiempos confusos que corrían después delas tragedias bélicas, turbios como las aguas pasadala tormenta.

La experiencia de Caro y de Ridruejo, gentes aquienes tocó vivir su madurez en la España dedespués de la guerra civil, a vueltas con la memo-ria de la guerra y el régimen del General Franco,es en parte distinta, en parte parecida y, en todocaso, paralela a la de gentes como Camus y Aron,a quienes tocó vivir la Francia de la postguerra, avueltas con sus propios fantasmas de una memoriacolaboracionista apenas digerida, un resabio colo-nialista vivaz, y una inclinación a dignificar eltotalitarismo comunista. Biografías distintas, yvocaciones complejas en todos los casos: la de unhistoriador-etnógrafo y la de un político-poeta en elcaso de los españoles; la de un literato-moralista yla un científico social-comentarista político, en elde los franceses. Un país semi-marginado aquí; unpaís perteneciente al núcleo de la Europa occidentalallí. Pero, en el fondo, salvadas las distancias dellugar, hay en ellos un aire de familia. De su tiempoy lugar pero abarcando siempre más allá que sutiempo y lugar, celosos de su libertad y respetuososde la ajena y sin embargo ciudadanos concernidoscon su ‘ciudad’, todos ellos tuvieron (y nos lega-ron) un sentido muy similar de la responsabilidadintelectual.

Referencias

El Banco Urquijo nos hizo la oferta por boca de JoséAntonio Muñoz Rojas, a quien quiero dejar constanciade mi recuerdo y de mi gratitud. Los otros miembros delseminario fueron: José Varela Ortega, José AntonioColás, Marina y Fernando González Olivares, AgustínMaravall, Roberto Pombo y José María Caballero.

Las obras de Julio Caro que en la época me habíaninteresado más fueron las de La vida rural en Vera deBidasoa (Consejo Superior de Investigaciones Científi-

cas, Madrid, 1944), Estudios Saharianos (Instituto deEstudios Africanos, Madrid, 1955), Los Vascos (mástarde re-publicado por Istmo, Madrid, 1971), Razas,pueblos y linajes (Revista de Occidente, Madrid, 1957),Las brujas y su mundo (Revista de Occidente, Madrid,1961), y una serie de monografías aparecidas en laRevista de Dialectología y Tradiciones Populares. Casial tiempo que el seminario, o en los años inmediata-mente siguientes, fueron apareciendo La ciudad y elcampo (Alfaguara, Madrid, 1966), Estudios sobre lavida tradicional española (Península, Barcelona, 1968;que incluye una curiosa “Contera sobre Madrid”, pgs.272-303); El señor inquisidor y otras vidas por oficio(Alianza Editorial, Madrid, 1968), sus estudios históri-cos sobre judaismo y criptojudaismo, y diversostrabajos de tecnología rural.

El libro que yo acababa de publicar en la editorialTecnos, gracias a don Gabriel Tortella (y con prólogode José Luis Aranguren), era Estructura social delcampo y éxodo rural: estudio de un pueblo de Castilla(Tecnos, Madrid, primera edición en 1966, segundaedición en 1971), al que estaba siguiendo otro sobreEmigración y sociedad en la Tierra de Campos (Institu-to de Estudios de la Administración, Madrid, 1969; unaversión reducida de este libro fue publicada con el títulode Emigración y cambio rural por Ariel, Barcelona, en1971). El estudio sobre la cooperativa de Zúñigaapareció como un capítulo de Pueblos y clases socialesen el campo español (Siglo XXI, Madrid, 1974; capítu-lo 5, pgs 58-124).

Los cambios de los edificios a los que aludo, de lacalle de Alcalá, tuvieron lugar más bien después, en losaños casi inmediatamente siguientes al seminario encuestión. A los efectos de mi argumento, lo importantees que pertenecen a la misma etapa en el proceso detransformación del país. Las alusiones a la ‘voluntad delos edificios’ toman pie de un artículo de José RafaelMoneo, “El Banco de España” (publicado en el ABCdel 28 de diciembre de 1980, pgs. 114-5), en el queabogaba con una mezcla de argumentos, algunosplausibles, otros no tanto, por derruir el antiguo BancoPastor.

Una sumaria anotación sobre la cuestión (aludida enel texto) de si ‘aquel mundo’ (de los sesenta) era dealguna forma ‘este mundo’: Pienso que lo que podíapresagiarse en aquellos años sesenta no eran ‘los añosfinales del franquismo’, es decir, los siguientes diezaños, sino buena parte de los rasgos del último terciodel siglo XX.; y, por tanto, que este mundo de hoy esbastante parecido a aquél, para algunos tan lejano. Yasé que la convención dominante es la de datar elcomienzo de la época actual con la transición democrá-tica de mediados de los setenta; pero quiero dejarconstancia que discrepo de esa convención, y si ellector quisiera saber por qué, le remito a dos librosmíos: La primacía de la sociedad civil (Alianza Edito-rial, Madrid, 1993), y España puesta a prueba (AlianzaEditorial, Madrid, 1997).

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Conocí a Julio Caro Baroja en torno a 1965/1966 através de José Luis Aranguren. Aranguren fue maestromío en temas de filosofía moral entre 1962 y 1965, ycon él había leído sobre todo su propia obra, en particu-lar su Ética (Revista de Occidente, Madrid, 1958), y apartir de ella, Aristóteles, Zubiri, Ortega, Heidegger,Merleau-Ponty y Goldmann (pero apenas Hegel y Marx,a los que yo había dedicado por otra parte, entonces,tanta o mayor atención, tanto más cuanto que eran lamateria de mi tesis doctoral, de la que, quizá con ciertaligereza administrativa por mi parte, discutía al tiempocon Luis Legaz, Antonio Truyol y Joaquín Ruiz-Gimé-nez). Fue también Aranguren quien facilitó mi tránsitoa la ciencia social, y me apoyó para conseguir losfondos que me habrían de permitir mis primeros trabajosde campo. Lo hizo a través del “Comité d’écrivainspour une entr’aide europèenne” que dirigía en París unpoeta, Pierre Emmanuel. Y fue precisamente en París,y a través de Emmanuel, como conocí a Dionisio, quiena su vez formaba parte de aquel comité.

Los textos autobiográficos de Julio Caro a los quehago referencia se contienen sobre todo en sus memo-rias, escritas entre 1957 y 1971 y publicadas bajo eltítulo de Los Baroja: memorias familiares (Taurus,Madrid, 1972). (La referencia a la incomodidad de Juliocon ‘el tema económico’ puede verse en la pg. 399; a suvisión de los políticos, en la pg. 256; a la sensación devivir sin instituciones de apoyo, en la pg. 482; a lasensación de vivir en un mundo de irregularidades,disarmonías y contradicciones, en la pg. 507.) Secontienen algunas observaciones autobiográficas intere-santes en las Conversaciones en Itzea de Julio CaroBaroja y Francisco Javier Flores Arroyuelo (AlianzaEditorial, Madrid, 1991). (La referencia a la sensaciónde escribir en el vacío puede hallarse en la pg. 72; a lanecesidad de colocar las cosas en su justo término, en lapg. 149; al ritmo histórico propio de los campesinos, enlas pgs. 95 y 150.)

Los textos autobiográficos de Dionisio se encuentranen Casi unas memorias, edición póstuma al cuidado deCésar Armando Gómez, con un prólogo de Salvador deMadariaga (que se detiene en el rasgo de la ‘razonabili-dad’ de Dionisio), y publicada por Planeta, Barcelona,1976. (En la primera parte se pueden rastrear las huellasde su transformación en un político liberal a lo largo delos años cuarenta y primeros cincuenta a través de sutestimonio de la vida española de la época; sobre todo sise combina con la lectura de En algunas ocasiones,Aguilar, Madrid, 1960. Una referencia al ‘envilecimien-to de la vida civil’ se puede encontrar en la pg. 332 deCasi unas memorias; la “teoría de la oposición”, untexto de 1963, en las pgs. 427 y ss.; y una alusión a loocurrido con Arturo Duperier, en la pg. 96. Puedenencontrarse los materiales con los que reconstruir partede la experiencia de Duperier a su vuelta a España en ellibro de Francisco González de Posada y Luis Bru

Villaseca Arturo Duperier: mártir y mito de la cienciaespañola, publicado por la Diputación Provincial deÁvila/ Institución Gran Duque de Alba, Ávila, 1996.)Hay también referencias útiles para comprender lavisión que Dionisio tenía de su tarea cívica en Entreliteratura y política (publicado por la editorial Semina-rios y Ediciones, en la “Colección Hora H” que dirigíaPablo Martí Zaro, un buen amigo, Madrid, 1971); enespecial, en las pgs. 195ss. Fernando Chueca nos hadejado una semblanza afectuosa y lúcida de Dionisio ensu libro Liberalismo: ideas y recuerdos (EditorialDossarte, Madrid, 1989). El libro Escrito en Españafue publicado por la Editorial Losada de Buenos Airesen 1962, con una segunda edición en 1964. He tomadolos versos que cito de Dionisio de Hasta la fecha(poesías completas, 1934-1959), publicado por Aguilar,Madrid, 1961, con un prólogo de Luis Felipe Vivanco(pgs. 73 y 460).

Tony Judt analiza justamente los casos de LeonBlum, Albert Camus y Raymond Aron desde la pers-pectiva del problema de la responsabilidad del intelec-tual en su libro The Burden of Responsibility: Blum,Camus, Aron and the French Twentieth Century (TheChicago University Press, Chicago, 1998), y en miestudio he tenido muy en cuenta sus sugerencias. Judtcaracteriza a Camus como un ‘moralista reticente’, yresalta, como contraste a su lucidez (relativa) y a la deAron, la ceguera de una buena parte de la intelligentziafrancesa para los acontecimientos de su tiempo (verpg.134).

Si el lector tiene curiosidad por dos muestras de miescepticismo respecto a las quejas y las lastimerías delos discursos ruralistas, y mi relativo optimismo acercade la capacidad de adaptación flexible de los campesi-nos y los agricultores a las circunstancias, puede ver,en relación con las circunstancias de los años ochenta,mi trabajo “Los nuevos agricultores”, en Papeles deEconomía Española, 16, 1983 (y re-publicado en Elretorno de la sociedad civil, Instituto de EstudiosEconómicos, Madrid, 1987); y, en relación con lascircunstancias de los años noventa, mi ensayo “Aguantey elasticidad: observaciones sobre la capacidad deadaptación de los campesinos castellanos de este finalde siglo”, en Papeles de Economía Española, 60/61,1994 (y en ASP Research Papers, 6(a)/1994).

En mi ensayo sobre la cooperativa de Zúñiga (versupra) hago referencia a la literatura sobre ese fenóme-no, pero aquí quiero reiterar el interés del trabajo dedos ingenieros agrónomos: Miguel Bueno y FernandoCruz Conde, Estudio de la primera cooperativa deproducción establecida en una zona concentrada:Zúñiga 1954-1959, Servicio Nacional de ConcentraciónParcelaria, Madrid, 1961.

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ASP Research Papers

Números publicados

1(a)/1994 Víctor Pérez-Díaz, La posibilidad de la sociedad civil: carácter, retos y tradiciones

1(b)/1994 Víctor Pérez-Díaz, The possibility of civil society: its character, challenges andtraditions (también en John Hall ed., Civil Society. Theory, History, and Comparison,Cambridge, Polity Press, 1994)

2(a)/1994 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Opciones inerciales: políticas yprácticas de recursos humanos en España (1959-1993)

2(b)/1994 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Inertial choices: Spanish humanresources policies and practices (1959-1993) (también en Richard Locke, ThomasKochan, Michael Piore (eds.), Employment Relations in a Changing World Economy,Cambridge, Mass., MIT Press, 1995)

3(a)/1994 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, De opciones reticentes a compromisoscreíbles. Política exterior y liberalización económica y política: España 1953-1986

3(b)/1994 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, From reluctant choices to crediblecommitments. Foreign policy and economic and political liberalization: Spain 1953-1986 (también en Miles Kahler (ed.), Liberalization and Foreign Policy, Nueva York,Columbia University Press, 1997)

4(a)/1994 Víctor Pérez-Díaz, El reto de la esfera pública europea

4(b)/1994 Víctor Pérez-Díaz, The challenge of the European public sphere

4(c)/1994 Víctor Pérez-Díaz, Le défi de l'espace publique européen (también en Transeuro-péennes, 3, 1994)

5(a)/1994 Víctor Pérez-Díaz, Transformaciones de una tradición: campesinos y agricultura enCastilla entre mediados del siglo XVI y mediados del siglo XX (también en A. M.Bernal et al., Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola, Madrid,Alianza, 1994)

6(a)/1994 Víctor Pérez-Díaz, Aguante y elasticidad: observaciones sobre la capacidad deadaptación de los campesinos castellanos de este final de siglo (también en Papelesde Economía Española, 60/61, 1994)

7(a)/1994 Víctor Pérez-Díaz, Un desorden de baja intensidad: observaciones sobre la vidaespañola de la última década (y algunas anteriores), y el carácter y la génesis de susociedad civil (también en AB Asesores (ed.), Historias de una década: Sistema finan-ciero y economía española 1984-94, Madrid, AB Asesores, 1994)

7(b)/1994 Víctor Pérez-Díaz, A low intensity disorder: observations on Spanish life over thepast decade (and some prior ones), and the character and genesis of its civil society(también en AB Asesores ed., Views on a decade: the Spanish economy and financialsystem 1984-1994, Madrid, AB Asesores, 1994)

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8(a)/1995 Benjamín García Sanz, La contaminación ambiental en España: el estado de lacuestión

9(a)/1995 Josu Mezo, Política del agua en España en los años ochenta y noventa: la discusióndel Plan Hidrológico Nacional

10(a)/1995 Víctor Pérez-Díaz, La educación en España: reflexiones retrospectivas (también enJulio Alcaide et al., Problemas económicos españoles en la década de los 90,Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1995)

11(a)/1995 Víctor Pérez-Díaz, El largo plazo y el "lado blando" de las políticas de empleo:Aspectos sociales e institucionales del problema del empleo en España a mediados delos años noventa (también publicado por el “Business and Civil Society Seminar”)

12(a)/1995 Elisa Chuliá, La conciencia medioambiental de los españoles en los noventa

13(a)/1996 Víctor Pérez-Díaz, Elogio de la universidad liberal (también en Claves, 63, 1996)

14(a)/1996 Berta Álvarez-Miranda, Los incendios forestales en España (1975-1995)

15(a)/1996 Juan Carlos Rodríguez, Gobierno corporativo en la banca española en los añosnoventa

16(a)/1997 Juan Carlos Rodríguez, Políticas de recursos humanos y relaciones laborales en labanca española de los años noventa

17(a)/1997 Víctor Pérez-Díaz, La política y la sociedad civil españolas ante los retos del sigloXXI

18(b)/1998 Víctor Pérez-Díaz, The ‘soft side’ of employment policy and the Spanish experience(también en West European Politics, 21, 4, 1998; y en Paul Heywood ed., Politicsand Policy in Democratic Spain: no Longer Different?, Londres, Frank Cass, 1999)

19(b)/1998 Víctor Pérez-Díaz, State and public sphere in Spain during the Ancien Régime(también en Daedalus, 127, 3,1998)

20(a)/1998 Juan Carlos Rodríguez y Berta Álvarez-Miranda, La opinión pública española yel euro: análisis de grupos de discusión

21(a)/1998 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Los empresarios gallegos. Análisis deuna encuesta de opinión

22(b)/1998 Víctor Pérez-Díaz, Putting citizens first: the tasks facing Europe, her public sphereand the character of her public authority (también publicada en francés: “La Citéeuropéenne”, Critique Internationale, 1, 1998; y la primera parte: “La ciudadeuropea”, Política Exterior, XIII, 67, 1999)

23(b)/1998 Víctor Pérez-Díaz, From ‘civil war’ to ‘civil society’: social capital in Spain from the1930s to the 1990s

24(a)/1998 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Jóvenes gallegos: disposiciones ycomportamientos ante la educación y el mercado de trabajo

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25(a)/1998 Víctor Pérez-Díaz, El comienzo y la autoridad: sociedad civil, ciudadanía y liderazgopolítico

25(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz, The beginning and the authority: Civil society, citizenship andpolitical leadership

26(a)/1999 Josu Mezo, Tecnologías de la información, sociedad y economía: perspectivas decambio en los próximos años

27(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, La formación de Europa. Nacionalismos civiles e inciviles(también en Claves, 97, 1999)

27(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz, The role of civil and uncivil nationalisms in the making of Europe

28(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Legitimidad y eficacia. Tendencias de cambio en el gobierno delas empresas

29(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Orden de libertad, centro político y espacio simbólico. La génesisde la división del espacio político entre la derecha, el centro y la izquierda, y sus usosen la política moderna (también en Papeles y Memorias de la Real Academia deCiencias Morales y Políticas, VI, 1999)

29(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz, An order of freedom, the political center and symbolic space. Thegenesis of the division of the political space between the right, the center and the left,and its uses in modern politics

30(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz y José I. Torreblanca, Implicaciones políticas del euro (tambiénen Gustavo de Arístegui et al., El euro: sus consecuencias no económicas, Madrid,Estudios de Política Exterior/Biblioteca Nueva, 1999)

30(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz and José I. Torreblanca, The first steps of the euro, and itspolitical implications

31(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Sistema de bienestar, familia y una estrategia liberal-comunitaria(también en Santiago Muñoz Machado et al., (dirs.), Las estructuras del bienestar enEuropa, Madrid, Fundación Once/Civitas Ediciones, 1999)

32(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Iglesia, economía, ley y nación: la civilización de los conflictosnormativos en la España actual (también en Peter L. Berger (ed.), Los límites de lacohesión social, Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1999)

32(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz, The Church, the Economy, the Law and the Nation: Thecivilization of normative conflicts in present day Spain

33(a)/2000 Elisa Chuliá, El Pacto de Toledo y la política de pensiones

34(a)/2000 Víctor Pérez-Díaz, Texto y contexto de una España anticipada: Reflexiones yrecuerdos sobre el campo, la ciudad y algunos testigos ejemplares de la España de losaños sesenta

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ASP Separatas

1/1994 Víctor Pérez-Díaz, Diez semanas después: el debate público ante la huelga y lareforma laboral

2/1994 Víctor Pérez-Díaz, Sociedad civil fin-de-siglo, esfera pública y conversación cívica

3/1994 Víctor Pérez-Díaz, Cambio de fase y etapa de turbulencias: la sociedad civil españolaen 1992/1994 (colección de artículos)

4/1994 Víctor Pérez-Díaz, The return of civil society (recensiones críticas en publicacionesfuera de España en 1994)

5/1999 Víctor Pérez-Díaz, El consumo, la conversación y la familia

6/1999 Víctor Pérez-Díaz y Josu Mezo, Política del agua en España: Argumentos, conflictosy estilos de deliberación

7/1999 Elisa Chuliá y Berta Álvarez-Miranda, Envejecimiento de la población y prestaciónde cuidados a mayores. Un nuevo reto para la política social española

Otras publicaciones recientes de los miembros de ASP

Víctor Pérez-Díaz y José A. Herce. La reforma del sistema público de pensiones en España.Barcelona, La Caixa, 1995

Víctor Pérez-Díaz, Josu Mezo y Berta Álvarez-Miranda. Política y economía del agua en España.Madrid, Círculo de Empresarios, 1996

Víctor Pérez-Díaz, Berta Álvarez-Miranda y Elisa Chuliá. La opinión pública ante el sistema depensiones. Barcelona, La Caixa, 1997

Víctor Pérez-Díaz. La esfera pública y la sociedad civil. Madrid, Taurus, 1997

Víctor Pérez-Díaz, Elisa Chuliá y Berta Álvarez-Miranda. Familia y sistema de bienestar; Laexperiencia española con el paro, las pensiones, la sanidad y la educación. Madrid, FundaciónArgentaria - Visor, 1998

Víctor Pérez-Díaz. Spain at the crossroads. Cambridge, Mass, Harvard University Press, 1999

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ASP Research Papers están orientados al análisis de losprocesos de emergencia y consolidación de las sociedadesciviles europeas y la evolución de sus políticas públicas. En ellos, se concederá atención especial a España y a la

construcción de la Unión Europea; y, dentro de las políticaspúblicas, a las de recursos humanos, sistema de bienestar,

medio ambiente, y relaciones exteriores.

ASP Research Papers focus on the processes of theemergence and consolidation of European civil societies

and the evolution of their public policies.Special attention is paid to developments in Spain

and in the European Union, and to public policies, particularlythose on human resources, the welfare system, the

environment, and foreign relations.

ASP, Gabinete de Estudios S.L.Quintana, 24 - 5º dcha. 28008 Madrid (España)Tel.: (34) 91 5414746 • Fax: (34) 91 5593045 • e-mail: [email protected]