TEJIDO SOCIAL Y ASOCIACIONES EN ESPAÑA EN...

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SOCIEDAD CIVIL, ESFERA PÚBLICA Y ESFERA PRIVADA TEJIDO SOCIAL Y ASOCIACIONES EN ESPAÑA EN EL QUICIO ENTRE DOS MILENIOS Víctor Pérez-Díaz ASP Research Paper 39(a)/2000 Sumario 1. Teoría e historia del tejido social civil La idea de sociedad civil en los tiempos modernos, y su renacimiento en el presente La complejidad del tejido social Los modos civiles e inciviles del tejido social: un excursus histórico Efectos de los tejidos sociales civiles e inciviles 2. El proceso formativo del tejido social de la España actual Las fases en el proceso de formación de una sociedad civil y un tejido social civil La formación del tejido social en la España actual: las primeras etapas Tejido social y tejido asociativo entre mediados de los cincuenta y finales de los ochenta 3. Tejido social y asociaciones en España: la perspectiva de los años noventa El conjunto del tejido social El desarrollo del tejido asociativo Los posibles problemas (o peligros) de un país “tan sociable” Referencias Víctor Pérez-Díaz, Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid; y ASP, Gabinete de Estudios

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SOCIEDAD CIVIL,ESFERA PÚBLICA

Y ESFERA PRIVADA

TEJIDO SOCIAL YASOCIACIONES EN

ESPAÑA EN EL QUICIOENTRE DOS MILENIOS

Víctor Pérez-Díaz

ASP Research Paper 39(a)/2000

Sumario

1. Teoría e historia del tejido social civilLa idea de sociedad civil en los tiempos modernos, y su renacimiento en el presenteLa complejidad del tejido socialLos modos civiles e inciviles del tejido social: un excursus históricoEfectos de los tejidos sociales civiles e inciviles

2. El proceso formativo del tejido social de la España actualLas fases en el proceso de formación de una sociedad civil y un tejido social civilLa formación del tejido social en la España actual: las primeras etapasTejido social y tejido asociativo entre mediados de los cincuenta y finales de losochenta

3. Tejido social y asociaciones en España: la perspectiva de los años noventaEl conjunto del tejido socialEl desarrollo del tejido asociativoLos posibles problemas (o peligros) de un país “tan sociable”

Referencias

Víctor Pérez-Díaz, Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid; y ASP, Gabinete de Estudios

ASP Research Papers

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© Víctor Pérez-DíazEste trabajo no podrá ser reproducido en todoo en parte sin permiso previo del autor

Depósito legal: M-6126-1994ISSN: 1134 - 6116

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En este quicio entre dos milenios, uno de losgrandes retos de España (y otros muchos países) esel de llegar a ser una “sociedad civil” en el sentidomás amplio (y tradicional) del término, es decir, unasociedad civilizada al modo occidental, de indivi-duos libres y ciudadanos responsables, caracterizadapor un determinado entramado institucional. Ésteincluye una economía de mercado, una democracialiberal y un tejido social formado por redes socialesy asociaciones. Con frecuencia se conoce a esteúltimo componente con el mismo nombre que altodo, es decir, con el de sociedad civil. Para evitarconfusiones, utilizaré la expresión de “sociedadcivil en sentido amplio” para denotar al conjunto, yla de “tejido social civil“ para referirme a la partedel conjunto, como sinónimo de “sociedad civil ensentido restringido”. Este ensayo se centra en tornoal papel y al proceso de formación de este tejidosocial civil.

En la primera sección, hago una reflexión teóricae histórica de carácter general. Comienzo con unabreve referencia a la historia moderna de las ideasde sociedad civil en sentido amplio y en sentidorestringido, y a las razones del renacimiento deambas en los últimos tiempos. A continuación,examino la complejidad del tejido social, y llamo laatención sobre la posibilidad de que éste pueda ser“civil” o “incivil”, dando cuenta de los diferentesefectos de uno y otro sobre el carácter de la socie-dad y los individuos que la constituyen. En lasegunda sección, prolongo esta reflexión al tiempoque la aplico a la España actual. En ella, esbozo elproceso de formación del tejido social españoldurante los últimos sesenta años, a través de variasetapas, y examino algunas de las causas y losmecanismos, complejos y contradictorios, de eseproceso. En la tercera, analizo el conjunto de esetejido social y la parte de éste formado por lasasociaciones voluntarias, y, para terminar, sugieroque podríamos considerar a España como un país“bastante sociable”, pero de una sociabilidad mixtasi se tiene en cuenta su grado de civilidad. El análi-sis pone de manifiesto importantes zonas de luz yalgunas sombras que, para simplificar, podríamosdecir que se derivan del hecho de que, hoy por hoy,la sociedad española es, en parte, “casi demasiadosociable” y, en parte, “todavía un poco incivil”.1

I. Teoría e historia del tejido social civil

La idea de sociedad civil en los tiempos modernos,y su renacimiento en el presente

El de sociedad civil es un concepto antiguo, conuna historia compleja. El término nunca ha sidousado como equivalente al de sociedad en general.Al comienzo de los tiempos modernos (dejandoaparte la antigüedad y la edad media), los ilustradosescoceses utilizaron la expresión para designar unamodalidad específica de sociedad. Con ella preten-dían capturar el carácter de las sociedades que seconsideraban avanzadas o civilizadas en la época,cuyo ejemplo más claro parecía ser Inglaterra. Setrataba de sociedades caracterizadas por el siguienteentramado institucional. (a) Unas institucionespolíticas: una autoridad pública limitada y responsa-ble, representada por el rey y el parlamento, ysometida al imperio de una ley aplicada por unajudicatura independiente. (b) Unas institucioneseconómicas: una economía de mercado en expan-sión, que abarcaba a la agricultura, el comercio, lasmanufacturas y el sistema financiero. (c) Unasinstituciones sociales: una experiencia generalizadade sociabilidad caracterizada por una eclosión deasociaciones voluntarias (filantrópicas y científicas,por ejemplo) y de conversación o debate en unespacio público no dominado por el estado o por laiglesia (en el que tiene lugar el desarrollo de laprensa, los salones y los cafés). Y (d) unas institu-ciones culturales: una cultura caracterizada por unatolerancia bastante amplia con la diversidad religio-sa, la opinión política, el debate científico, la diver-sidad de costumbres, y acostumbrada a un debatepermanente en el espacio público y en los diversosespacios privados.

Poniendo juntos estos rasgos se construye untipo (ideal) de sociedad bastante coherente, basadoen los valores de la libertad individual y de un ordensocial orientado a hacer posible esa libertad indivi-dual: un orden de libertad. A esta concepcióncorresponde el pensamiento de ilustrados tales comoSmith, Ferguson y Hume en Inglaterra, o Kant enAlemania (que usan con mayor o menor frecuenciala expresión de sociedad civil, o cívica). En sudifusión en los medios culturales de la época, laexpresión de sociedad civil se benefició de sucontigüidad a las expresiones de “civilización” (lasociedad civil es una sociedad civilizada versus labarbarie), “civismo” (es una sociedad de ciudadanosversus una de súbditos) y “civilidad” (es una socie-dad de gentes con una cortesía civil, urbana, politeversus una de gentes sin educación, groseras). Sinembargo, con los avatares de la vida europea a lolargo del siglo XIX, las sociedades de este tiposerán llamadas “liberales” (por sus defensores) y“burguesas” (por sus detractores), y la expresión

1Sobre la distinción entre sociedad civil en sentidoamplio y en sentido restringido, véase Pérez-Díaz (1993,1997). La concepción amplia de sociedad civil estátambién en Gellner (1994) y en Gray (1989). Ver tam-bién Keane (1988).

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sociedad civil en tanto que aplicada al conjunto dela sociedad parecerá un arcaísmo y caerá en desuso,hasta su renacimiento en el último cuarto del sigloXX.

Entretanto, en el primer tercio del siglo XIX, laexpresión sociedad civil comienza a recibir unasegunda significación más restringida. Con ella sedenota no un tipo de sociedad sino uno de loscomponentes de la misma. Este paso lo da, hastacierto punto, Hegel, aunque, en rigor, él usa laexpresión en los dos sentidos en su Filosofía delDerecho.2 Pero, cuando la usa en su sentido restrin-gido, con ella se refiere al subconjunto de lo quellama el sistema de necesidades y las corporaciones,es decir, a la economía de mercado con sus clasessociales (o económicas) de propietarios y asalaria-dos, y a un conjunto de asociaciones intermediarias.Hegel cree que cabe integrar ese componente en unorden social relativamente armónico si se concedeespecial protagonismo al estado (en sentido estricto,o como él dice, el “estado político”, cuya piezaesencial es la burocracia estatal). A ese ordenarmónico protagonizado por la autoridad pública éllo llama “estado” (propiamente dicho).3

Marx toma la posición de Hegel como un puntode partida, para ir en una dirección muy distinta.Para Marx, la sociedad civil (una expresión que usaprofusamente en sus escritos de juventud)4 estácompuesta por grandes clases sociales, cuyo carác-ter está arraigado en su posición en el sistemaeconómico. Lejos de reflejar un orden armónico, lasociedad civil es el terreno de la lucha de clases. Noun modelo normativo a realizar, sino una situaciónempírica del presente que hay que destruir y supe-rar, para llegar a la sociedad sin clases y alcanzarlos objetivos de la desaparición del estado y la

reconciliación de los individuos y la comunidad.Marx deja de usar la expresión, en general, en susescritos de madurez. Prefiere hablar de la sociedadcapitalista, las clases sociales y sus asociaciones (lossindicatos, los partidos y las organizaciones declase, etc.). También esta acepción de sociedad civil(en sentido restringido) cae en desuso en la tradi-ción marxista (salvo un intento de recuperaciónparcial en la obra de Gramsci).

La expresión sociedad civil renace en el últimocuarto de este siglo. La razón última del renacimien-to de la expresión aplicada al conjunto del ordensocial, es decir, como sociedad civil en un sentidoamplio, estriba en el sentimiento de la necesidad derecuperar ese concepto y esa expresión tanto paramarcar la contraposición con las sociedades totalita-rias del siglo XX, que desaparecen del mundo euro-occidental, unas a mediados y otras a finales desiglo, como para marcar una distancia respecto a lassociedades corporatistas (o semicorporatistas), unasburocrático-autoritarias y otras socialdemócratas,que, con claro protagonismo del estado, se desarro-llan en ese mismo mundo entre los años veinte y lossetenta, y entran en crisis en el último cuarto delsiglo.

Por su parte, la renovación del interés en laexpresión aplicada a la sociedad civil en sentidorestringido ha venido de la mano de una modifica-ción en la percepción de la estructura de la sociedadcontemporánea. La categoría de clase social haperdido interés como clave para entender el funcio-namiento de la sociedad contemporánea, y el modode operar de su economía y su política. El intento deexplicarlo todo mediante el enfrentamiento entre laclase obrera y la burguesía ha quedado atrás, y laexpansión gradual del concepto de clases medias,hasta abarcar a los dos tercios o las tres cuartaspartes del conjunto, parece requerir de un nuevoaparato conceptual que permita dar cuenta de lasdiferencias sociales y de las actuaciones vinculadascon esas diferencias. De aquí que la discusión actualsobre las asociaciones voluntarias o el tejido asocia-tivo de la sociedad suela tener una conexión margi-nal y superficial con la discusión de la estructura dela sociedad en términos de “clases”.

Pero lo que explica, sobre todo, el renacimientode ambas expresiones es la propia conexión entreellas. En la raíz del retorno de estos conceptos estáel entendimiento de que el tejido de asociaciones yredes sociales (la sociedad civil en sentido restringi-do), por una parte, forma un paquete con los otroscomponentes (tales como la democracia liberal y laeconomía de mercado) de la sociedad civil ensentido amplio, y sólo puede ser comprendidoadecuadamente en su conexión con ellos, y, por

2Hegel (1967 [1821]).Una discusión sobre los dosusos de la expresión en Hegel puede verse en Pérez-Díaz(1978).

3Lo cual podría interpretarse como una forma dellamar de manera diferente lo que las gentes de lageneración anterior, como Ferguson y otros, habíanllamado sociedad civil en sentido amplio. Una interpre-tación “liberal” de Hegel puede verse en Eric Weil(1966).

4Especialmente en sus escritos de los primeros añoscuarenta (por ejemplo, en La crítica a la filosofía delestado de Hegel, La cuestión judía y las Tesis sobreFeuerbach: Marx (1992 [1843-1844]), pero el conceptomismo es recurrente en su pensamiento posterior y sereencuentra en los textos de los años cincuenta y sesenta(por ejemplo, en su Prefacio a la Contribución a laCrítica de la Economía Política [1859]). Sobre estepunto ver Pérez-Díaz (1978).

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otra, es un factor crucial en el desarrollo y laconsolidación de esos otros componentes.

La complejidad del tejido social

Una amplia variedad de formas organizativascomponen la textura del tejido social, y a cada unade ellas podemos atribuirle reglas y sentimientos desolidaridad específicos. Entre los componentes deltejido social se cuentan, en primer lugar, las asocia-ciones voluntarias (no gubernamentales y no lucrati-vas; conocidas por su acrónimo de ONGs), a las quecabe dar el nombre, también, de tejido asociativo”.5Suelen contarse aparte las iglesias (que sólo ocasio-nalmente se incluyen entre las ONGs), y, en princi-pio cabría incluir en el tejido social, pero no suelehacerse, los partidos políticos y las propias empre-sas. Claramente forman parte del tejido social (perono del asociativo) las familias (y las redes familiaresque se construyen en torno a ellas). Asimismo, sonparte del tejido social estructuras asociativas infor-males (y relativamente precarias) de tipos muydistintos: las díadas y tríadas (caras a George Sim-mel) de las amistades;6 las formas de “sociabilidadblanda” de las pandillas, o de las asociaciones quese forman ad hoc en torno a una fiesta local; y losmovimientos sociales en las primeras fases de suformación, antes de que se conviertan en organiza-ciones (con un núcleo de activistas relativamenteestable). En términos generales, a todas estas formasorganizativas corresponden reglas y sentimientospropios de lo que Émile Durkheim llamó la solidari-dad mecánica. Pero junto a estas formas asociativas(más o menos formalizadas) encontramos otro tipode tejido social constituido por las redes de interac-ciones pautadas de los intercambios económicos, deinformación o simplemente sociales, que adoptan elmodo de coordinación espontánea típico de losmercados económicos, y que proporcionan laestructura de plausibilidad de los sentimientos desolidaridad orgánica (en la expresión de Durk-heim).7

Este conjunto constituye el tejido social en todasu complejidad y su riqueza, y las asociacionesvoluntarias (y por tanto las ONGs) son sólo uncomponente de ese conjunto, aunque tengan en éluna gran importancia. Por esto, a la hora de hacer elbalance y estimar la riqueza del tejido social del

país o la comunidad en cuestión (su “capital so-cial”),8 debemos atender a todos sus componentes,y no reducirnos a las asociaciones. Puede ocurrirque este último tejido asociativo sea débil, pero queel familiar sea fortísimo, y sean importantes, tam-bién, el de la sociabilidad blanda de las pandillas olas amistades, o el implicado en los tratos comercia-les o de intercambio social en general.

Cabe aducir aquí, y comparar a este respecto,diversos ejemplos europeos y de otros países delmundo. En España, el capital social de familias,amistades, pandillas, es considerable: tanto queparece configurar una sociedad extremadamente“sociable”. Sin embargo, el grado de confianza osolidaridad (orgánica) en los intercambios generali-zados puede ser de nivel medio, y el tejido asociati-vo ha sido tradicionalmente débil. El resultado final,es el de un capital social probablemente entre medioy alto, a pesar de la debilidad (relativa) de su asocia-cionismo (ver infra). El pueblo italiano descrito porEdward Banfield era de un familismo extremo (loque se llamó el “amoralismo familiar”),9 pero de undebilísimo capital social en todas las otras dimen-siones. Pero aparte de esos casos extremos, es pocoprobable que en general la sociedad italiana sea unasociedad mediterránea muy diferente de España: estambién el caso de un país bastante “sociable”. Enlos países escandinavos se da un altísimo capitalsocial asociativo, pero se suele decir que en ellosestá relativamente difundida una experiencia desoledad o de difícil comunicación interpersonal,que, para algunos, tiene que ver con tasas relativa-mente altas de suicidios y alcoholismo, por ejemplo.El balance final daría... ¿una sociabilidad mediatambién?: en todo caso una cuyo perfil sería muydistinto al de los países mediterráneos.

Se supone que en un país como los EstadosUnidos el capital social propio de la solidaridadorgánica es relativamente alto, pues, si no fuera así,no cabe imaginar que una economía de mercado yun sistema de movilidad social tan relativamenteabiertos como los americanos (por comparación conlos europeos, por ejemplo) podrían haberse mante-nido en funcionamiento en el casi siglo y mediotranscurrido desde de la guerra de secesión. Sinembargo, la existencia de una considerable pobla-

5Lo que se suele llamar coloquial o convencionalmen-te “sociedad civil”, pero que, propiamente, deberíaconsiderarse sólo como una parte de la sociedad civil ensentido restringido.

6Simmel (1977 [1908]).7Durkheim (1967 [1893]).

8En cierto modo, quien dice “tejido social” dice“capital social”, si por tal se entiende el complejo forma-do por las formas organizativas (asociaciones o redes),junto con las reglas (o instituciones) y los sentimientosde solidaridad (o confianza) que les corresponden. Sobre“capital social” véase Coleman (1988) y Putnam (1993;2000).

9Banfiel (1967).

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ción reclusa sugiere bien la debilidad de la interio-rización de las reglas de juego por una parte de lapoblación, bien el carácter inadecuado de las reglas.En determinadas partes del país, el visitante tiene laimpresión de que muchas gentes viven en el bordeentre la civilidad y la incivilidad (“la ley de lajungla”), y bastaría que dieran unos pocos pasospara que atravesaran ese umbral, lo cual añade unelemento de riesgo y de excitación a la vida cotidia-na (una impresión quizá reforzada por la estrategiadeliberada de buena parte de la industria del entrete-nimiento). Cerca de ese borde de incivilidad, perotodavía del lado de la civilidad, se encuentra unaamplia mayoría de gentes que suscriben una culturade la afirmación de los derechos de cada individuotanto más insistente cuanto que se teme que, sin esavehemencia y esa disposición a defender el propiointerés o el propio punto de vista, el individuo encuestión puede verse marginado con cierta facilidad.Quizá para equilibrar esa tendencia, el país cuentacon un tejido de asociaciones voluntarias que hasido tradicionalmente muy importante, y se suponeque, al menos en términos comparativos, continúasiéndolo.10

Con estas apreciaciones impresionistas sobre eltejido social de diversos países sólo trato de sugerirla dirección que podría tomar la comparación entrelos tejidos sociales (y los capitales sociales corres-pondientes) de estos u otros países. Probablemente,el balance que podamos hacer de cualquiera deellos, en un determinado momento, reflejaría uno uotro grado de civilidad. Pero quizá lo más interesan-te sería poder ir precisando la combinación típica desolidaridades orgánica y mecánica (con sus varian-tes) que resultaría del análisis de los diferentescomponentes de su tejido social: la calidad de sucivilidad.

Los modos civiles e inciviles del tejido social: unexcursus histórico

Desde un punto de vista típico-ideal, cabe que eltejido social se dé bajo dos modos opuestos: que seacivil o incivil. Será civil si es compatible con el

conjunto de las instituciones de una sociedad civilen sentido amplio, y, por tanto, si opera (en lofundamental) como una pieza congruente con unorden de libertad; no lo será si es incompatible conese orden, y opera como una pieza que obstaculizasu desarrollo. En la vida real, los tejidos socialeshistóricos tienen elementos civiles e inciviles.

La formación de un tejido social que podamoscaracterizar como civil, o, al menos, con un altogrado de civilidad, suele suponer la transformaciónde un tejido social previo, en el que coexistenelementos civiles e inciviles. En esa transformación,cuál sea el componente más depende del país y delmomento histórico. El tejido asociativo puededesempeñar a veces, a este respecto, un papelpredominante, pero no necesariamente. En todocaso, si el tejido social llega a ser civil, lo será comoresultado del carácter civil que tengan, o acabenteniendo, sus diferentes componentes, y no sóloalguno de ellos.

Han sido muy diversos los procesos históricos através de los cuales se han ido tejiendo los tejidossociales civiles de las sociedades occidentales. Lasciudades europeas (italianas, flamencas y otrasmuchas) han sido testigos de esos procesos deformación durante muchos siglos, desde la edadmedia. Un proceso más reciente fue el de la forma-ción de la sociedad de los salones y los cafés, lassociedades de correspondencia científica y lasacademias, en los siglos XVII y XVIII, en lasmonarquías europeas absolutas de Francia, España,Prusia y Nápoles, o en las poliarquías semiparla-mentarias de Inglaterra y Holanda, por ejemplo, encada caso con sus peculiaridades propias, y en unospaíses con más intensidad que en otros: la forma-ción de una sociedad de salones vinculada inicial-mente a la sociedad de corte, y luego cada vez másdiferenciada de ella, en Francia, o la de una politeand commercial society, en Inglaterra.11

Se construye así en estas grandes monarquíaseuropeas un espacio público (o una esfera pública)diferenciado del espacio en torno al monarca y sucorte, y un espacio privado (o una esfera privada)donde operarían la familia, la comunidad local y elmercado. Aquella esfera pública estuvo caracteriza-da por cierta autonomía (no dominada por el estado,o la autoridad pública y su aparato de poder, ni porla iglesia), y determinadas reglas de juego: detolerancia recíproca, de igualdad relativa de losmiembros de la sociedad de la conversación, dereglas de conversación polite, de ciertas reglas delógica y veracidad si de lo que se trata es de conver-

10Putnam ha documentado el aumento de la participa-ción de los norteamericanos en las asociaciones volunta-rias (tradicionales) a lo largo del siglo hasta los añossetenta, aproximadamente, y su disminución a partir deentonces; si bien ello parece contrastar con el incrementode los pequeños grupos, menos formalizados, y eldesarrollo de los contactos sociales a través de las nuevastecnologías. Ver Putnam (2000: 148-180) y Wuthnow(1994).

11Habermas (1989), Elias (1983), Langford (1989) yVenturi (1971).

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saciones de cierto tipo (científico o filosófico), conun tono de gravedad, o de buen gusto, esprit yfantasía, con un toque de ligereza, si de lo que setrata es de conversaciones de otro tipo (artístico o deentretenimiento). Además, fue el escenario de unadiscusión sobre temas de carácter general y deinterés común (además de las artes y las ciencias, lafilosofía teórica, la ciencia y la filosofía práctica,incluyendo el análisis y el comentario moral sobrelos sentimientos y las costumbres); y, de hecho,estuvo poderosamente influida por determinadosvalores: una cultura del compromiso cívico o delinterés por los asuntos de la ciudad y los de lalibertad individual (derechos humanos, etc.).

De esta forma, una esfera pública y un tejidosocial civil aperecen juntos en la historia. Laformación de un espacio de conversación, protegidode la interferencia censoria o punitiva del estado ola iglesia (cuya intervención, por ejemplo, a travésde la inquisición, habría estado avalada por elestado), viene de la mano de unas formas asociati-vas, que son tanto las del asociacionismo voluntario(más o menos formalizado) como las de las comuni-dades de conversación (relativamente informales).

Procesos de esta índole, como los ocurridos enlos siglos XVII y XVIII, se repiten bajo formasdiversas una y otra vez. En un país semiperiféricodel siglo XIX como Estados Unidos, por ejemplo,de la manera de la que es testigo Tocqueville hacia1830.12 Y, siglo y medio más tarde, en el últimocuarto del siglo XX, otro tanto sucede vuelve asuceder en los países en los que se dice que retornao renace la sociedad civil en su sentido amplio: enla Polonia que emerge del totalitarismo comunista,o en la España rompe con el autoritarismo franquis-ta.13

Efectos de los tejidos sociales civiles e inciviles

He dicho antes que el tejido social puede sercivil o incivil: si el primero favorece el desarrollo deuna sociedad civil en sentido ampio, el segundo loimpide u obstaculiza. El tejido social civil favorece,de manera crucial, ese desarrollo de tres maneras.En primer lugar, favorece la difusión de poder, quees necesaria para un adecuado diseño institucionalde la sociedad civil, y para servir de contrapeso aotros componentes como el estado y el mercado,favoreciendo, además, la difusión de poder dentrodel estado y dentro del mercado. En caso contrarioexiste el peligro de una concentración de podereconómico, o de poder político, o de una combina-

ción de ambos, que pondría en peligro el orden delibertad.

En segundo lugar, favorece el desarrollo de unespacio público, que no esté dominado por eldiscurso de la autoridad estatal (y de la clase políti-ca) ni por el de los intereses de las empresas, quizáen connivencia con algunos agentes culturales. Setrata de enriquecer la esfera pública, facilitando elacceso a ella de los individuos particulares y tam-bién de una variedad de actores sociales. En casocontrario, existe el peligro de una dominación deese espacio por un discurso cultural conformado porel poder económico o por el poder político, o poruna combinación de ambos (como, de modo extre-mo, ocurre en las sociedades totalitarias, comunistao nazi).

En tercer lugar, favorece la formación de loshábitos civiles en los individuos que componen, enúltima instancia, el tejido social (asociaciones,familias, comunidades, etc.). A falta de lo cual lasociedad no puede funcionar adecuadamente, yexiste el peligro de que los individuos pierdan, onunca adquieran, el deseo y el hábito tanto delejercicio de su propia libertad como del respeto a lalibertad de los demás (y se dejen impregnar por unamoral intolerante, del resentimiento o de la arrogan-cia, etc.). El riesgo que ello comporta es que destru-yan, o permitan que se destruya, un orden de liber-tad.

Si el tejido social es incivil y si, en parte comoconsecuencia de ello, tienen lugar una concentra-ción del poder económico y político, un empobreci-miento del espacio público, y la formación de unamasa de individuos sin gusto ni disposición paraejercer su libertad y respetar la de los demás, en estecaso la sociedad está abocada a la degeneración y laregresión a la incivilidad.

Hay que tener en cuenta que este proceso regre-sivo puede tener lugar con cierta facilidad. Lostejidos sociales pueden ser inciviles de un modoextremo, intermedio o débil. Ejemplos extremos detejido social incivil pueden ser el crimen organiza-do, o los movimientos totalitarios, o el entornosocial del terrorismo. Casos intermedios de tejidoincivil pueden ser los de las familias egoístas,absorbentes y autistas; las asociaciones oligárquicas,fanáticas y sectarias; una sociabilidad blanda perosuperficial que degenera fácilmente en violencia; ointercambios sociales “regulados” de acuerdo conuna “ley de la jungla”. Que el paso de una formaintermedia a otra extrema de incivilidad es relativa-mente fácil ha quedado demostrado por la atracciónde las poblaciones semicivilizadas de Europa porlos totalitarismos de izquierda y de derecha a lolargo de este siglo.

12Tocqueville (1969 [1850]).13Kubik (1994).

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Los efectos del tejido social incivil afectan tantoa las instituciones como a las actitudes de losindividuos. Por lo que se refiere a los efectos sobrelas instituciones, el tejido social incivil favorece eldesarrollo de instituciones inciviles o inhibe el deinstituciones civiles: favorece el aumento de unaconcentración de poder, y el empobrecimiento de laesfera pública (los violentos expulsan del espaciopúblico a los pacíficos).

Cabe imaginar fácilmente una desmesuradaconcentración de poder económico: empresarios queusan sus empresas y el tejido asociativo conexo conellas (y tal vez la ausencia de un tejido asociativoque sea capaz de resistirles: consumidores, accionis-tas minoritarios, ecologistas, sindicatos, etc.) paratrampear con las reglas de juego, dedicarse al tráficode influencias y abusar de su posición dominante enel mercado, erigir barreras de entrada y acabar conla competencia. Estos empresarios pueden convertirsu poder económico en influencia social, cultural ypolítica, establecer conexiones con los grupospolíticos, o, llevando las cosas al límite, estableceralianzas con el crimen organizado, y acabar confi-gurando un orden sociopolítico y socioeconómicocontrario a un orden de libertad. En el caso de unosprocesos de concentración del poder político que, asu vez, absorberían el poder económico y el cultu-ral, apenas hay necesidad de recurrir a la imagina-ción: basta mirar lo ocurrido durante este siglo conel totalitarismo comunista y con el totalitarismonazi.

Finalmente, el tejido social incivil empobrece laesfera pública. El ruido creado por los gritos, losgestos y las acciones violentas que acompañan a loshábitos inciviles hacen difícil o imposible el debatepúblico, inhiben a los pacíficos de participar en eldebate, ensordecen al público y le inhiben de articu-lar claramente sus ideas, le impiden concentrar suatención en sus focos de interés, le obligan a gastartoda su energía en defenderse del ruido del entorno,le habitúan a escuchar pasivamente, le desmoralizany le empujan hacia la apatía o la no participación enel debate.

Naturalmente, la incivilidad del tejido socialtiene efectos sobre las actitudes de los agentes. Eltejido social incivil favorece el desarrollo de hábitosinciviles, con implicaciones muy negativas respectoa la realización del valor del individualismo (esdecir, del individualismo propio de un individuo-en-sociedad, y no de uno que correspondiera a unindividuo “asocial”). El desarrollo de hábitosinciviles ejerce una presión social conformista,provocando la inhibición del pensamiento propio, ypresionando a favor del seguimiento de lo moral olo políticamente correcto, de la difusión de unsentimiento de miedo a salirse de la fila, al “qué

dirán”. También son hostiles al desarrollo de lasolidaridad orgánica propia de un orden de libertadlos hábitos correspondientes a las formas incivilesde solidaridad mecánica, que corresponden a lahipertrofia de los sentimientos de solidaridad de lasasociaciones y de las familias, o de otras comunida-des (como la propia nación, o la comunidad políti-ca).

II. El proceso formativo del tejido social de laEspaña actual

Podemos asemejar España a un agente en movi-miento, transitando por una senda con una estaciónde destino que se llamaría ”una sociedad civil ensentido amplio plenamente realizada en las circuns-tancias del momento”. En este caso, a la vista delcamino recorrido y de la disposición del transeúnte,es de esperar, que, de seguir por esa senda al modoy al ritmo actual, llegue a su estación de destino;también es de desear que tal cosa suceda si seadopta el punto de vista normativo de la sociedadcivil. Pero, por otra parte, también es posible (aun-que hoy por hoy parezca algo menos probable, almenos a medio plazo) que se detenga, se extravíe, yregrese al estado de sociedad incivil; lo cual es detemer sólo para quienes adopten aquella perspectivanormativa.

Desde el punto de vista de una teoría moral quepreconiza la deseabilidad de una sociedad civil ensentido amplio del modo lo más pleno posible dadaslas circunstancias, los retos principales de Españason dos: el primero es el de seguir avanzando por lasenda de convertirse en una sociedad civilizada ellamisma; el segundo es el de contribuir al objetivogeneral de convertir en realidad la aspiración ideala una sociedad civil internacional o una sociedadcívica mundial (en términos muy parecidos a losformulados por Inmanuel Kant hace dos siglos).14

En el segundo reto no voy ahora a entrar aquí.

De lo que se trata ahora es de describir el caminorecorrido, y comprender cómo y por qué se hallegado al punto en el que nos encontramos.

Las fases en el proceso de formación de una socie-dad civil y un tejido social civil

Podemos considerar que una sociedad civil ensentido amplio es la antítesis (y el antónimo) de unasociedad incivil llevada al límite, cual es una socie-dad desgarrada por una guerra civil: la stasis a laque se referían los tratadistas griegos. Para pasar de

14Kant (1963 [1784]).

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un estado de cosas semejante a una sociedad civil loprimero que hace falta es una pacificación del país:la reducción drástica del nivel de violencia física, enparte porque el estado asuma el monopolio de laviolencia legítima, pero, sobre todo, porque elestado ejerza ese monopolio de acuerdo con ciertasreglas. Porque si el estado a su vez se convierte,como es el caso en las sociedades totalitarias, en unestado que aterroriza a sus propios súbditos, henosaquí, de nuevo, en una situación de guerra civillarvada, esta vez una guerra del estado contra lasociedad.

El segundo paso, y fundamental, consiste en elproceso de institucionalización como consecuenciadel cual queda establecido el núcleo del entramadoinstitucional propio de la sociedad civil. Estasinstituciones no surgen todas al tiempo. Se imbricanlas unas en las otras, y se favorecen mutuamente. Alfinal se ajustan unas a otras: el imperio de la ley, lademocracia liberal, la economía de mercado, eltejido social plural y diverso (dentro del cual seobserva un tejido asociativo civil), un espaciopúblico.

Pero no basta con que se establezcan las institu-ciones. Se requiere que funcionen durante ciertotiempo, no para que se asienten mecánicamente ycomo por su propia inercia, sino para que vayanprevaleciendo sobre instituciones opuestas, tambiénherederas del pasado, con las que suelen coexistir;y así den lugar (junto con la socialización familiary educativa) a la interiorización de las reglas dejuego, de tal modo que se formen, se generalicen yarraiguen los hábitos y las disposiciones civiles delos individuos.

Los pasos son, por tanto, tres: la pacificación dela sociedad, el establecimiento de las instituciones,y el arraigo de las instituciones o la interiorizaciónde las reglas a través de la formación de los hábitosy las disposiciones correspondientes. Una vezalcanzada la tercera fase, no es que se haya realiza-do el sueño del milenio y llegado a una edad de oroque durará mil años. Sólo queda por ver lo quepasará en la etapa siguiente del camino: si se seguiráen esa tercera fase, o se regresará a una fase ante-rior, o incluso si, desandando el camino, se alcanza-rá, quizá, el extremo opuesto y se abocará a otraguerra civil.

La formación del tejido social en la España actual:las primeras etapas

En España, la guerra civil y la victoria de uno delos bandos terminó en una pacificación forzosa yprecaria. El proceso subsiguiente de formación ydesarrollo de las instituciones propias de una socie-

dad civil llevó varios decenios. Recibió un impulsodecisivo a lo largo de los dos últimos decenios delfranquismo. Culminó con la transición a la demo-cracia. Pero la interiorización de las reglas de juegoha supuesto más tiempo, y está incompleta. Todoesto se aplica al conjunto de España con la excep-ción del País Vasco (donde ha habido y hay regre-siones recurrentes a un estado de violencia).

La guerra civil española de los años treinta fue laculminación de un proceso previo de deterioro deltejido social del país. Probablemente una serie deconflictos sociales y normativos profundos fueronexacerbados por los gestos, las palabras y los actosde los líderes políticos y culturales del momento. Elcaso es que el país se dividió no diría que en dosmitades, pero sí en dos extremos relativamenteviolentos, con un segmento intermedio forzado aoptar entre ellos, o a resignarse a vivir con uno uotro de los bandos y mostrar su aquiescencia con él.

En la guerra se puso de manifiesto, paradójica-mente, un alto nivel de capital social, si nos atene-mos al hecho de que cada bando movilizó su seg-mento de sociedad correspondiente, y masas devoluntarios acudieron al frente o se emplearon entareas patrióticas o revolucionarias (tales como laaterrorización de adversarios e indiferentes) pormotivos que para todos ellos fueron, en gran medi-da, altruistas, aunque, inevitablemente, conllevarantambién la satisfacción de intereses particulares: unavenganza personal, un negocio, la ocupación de unatierra, un sueldo, un puesto político, etc. Se activa-ron las relaciones sociales de las familias, las pandi-llas, los pueblos, los sindicatos, los partidos políti-cos, las clases sociales. Fue una ceremonia terriblea la que las gentes se fueron sumando con senti-mientos mezclados, pero, muchos, con sentimientosde esperanza por un mundo mejor y de una solidari-dad hecha de una mezcla de compañerismo con lospropios y de odio a los adversarios: la autodestruc-ción de una sociedad pero también la apoteosis deunas solidaridades mecánicas inciviles.

Los años cuarenta y primeros cincuenta fueronaños de ajuste a un sistema político autoritario, unaiglesia triunfante y una economía de relativa penuriapor parte de unos vencedores que construyeron unared de asociaciones para encuadrar y domesticar a lamayor cantidad de gente posible: unas masas indeci-sas y a la búsqueda de una oportunidad para mante-nerse o para medrar, que agradecían, al menos, unasituación de paz; y unos vencidos, supervivientesatemorizados a la espera de tiempos mejores.

Son años en los que siguen operando, sujetas auna adaptación a las circunstancias, las tradicionesde las solidaridades familiares (intensas) y locales(tradicionalmente intensas, pero arrastrando el

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recuerdo de los dramas de la guerra civil). Son añosen los que el tejido asociativo plural y conflictivo dela preguerra es sustituido por un tejido asociativo,en expansión, vinculado al estado, el partido único(o más bien, pretendidamente único, ya que hubo decoexistir con una serie de familias políticas, cadauna de las cuales tuvo su propio soporte organizati-vo), y la iglesia católica, que también tuvo unaparato organizativo, jerarquizado en teoría, perorelativamente descentralizado en la realidad, y quealbergó una gran diversidad de formas asociativas.

Si se me permite un breve excursus sobre eltema, y el descenso a un terreno microsociológico,aduciría como ilustración de la diversidad de formasasociativas y la complejidad de los procesos desocialización de la época el ejemplo (de alcancelimitado) de la formación de capital social de uncolegio religioso que recuerdo, el colegio de jesuitasde Areneros de Madrid, entre 1946 y 1955. En él,un alumno se encontraba inmerso velis nolis en unamadeja densísima de vida social. En los primerosaños se debía ubicar en uno de los dos bandos de“cartagineses y romanos” que competían por distin-ciones y premios de estudio, cada uno con sujerarquía de rangos o dignidades. Además, cruzán-dose con esta división por bandos, había otra por“patrullas”, según el lugar de la clase donde seencontraban los asientos, también compitiendo porpremios de conducta. Estas divisiones, relativamen-te simples, se complicaban considerablementeconforme se avanzaba en el colegio. Se formabanasí equipos de fútbol, de baloncesto, balonmano,hockey sobre patines, a veces organizados espontá-neamente, otras bajo el control de los profesores. Enparalelo, había asociaciones culturales: academiasde música y literarias, orquestas y grupos de teatro.Pero, sobre todo, había una red asociativa de carác-ter religioso, que en los primeros años adoptaba eltítulo de “cruzados de la fe”, y una significaciónmás bien ritual, y luego se convertía en una “con-gregación mariana” con una textura organizativacomplejísima. En ella, destacaba un sistema dereparto de los congregantes por “catequesis”, cadauna con su aparato organizativo propio. La expe-riencia podía prolongarse con los campamentos deverano. Todo ello estaba salpicado de innumerablesactividades que mantenían a los alumnos implicadosen actividades asociativas de una forma u otra deocho de la mañana a ocho de la tarde, y, con bastan-te frecuencia, tanto los días laborables como losfestivos.

Este baño de sociabilidad sistemática, absorbentey, a veces, frenética, tenía una intención piadosa yapologética evidente, y era heredero de una tradi-ción que combinaba, en este caso, la tradiciónjesuítica antigua con la tradición del scoutismocatólico de los años veinte. Por una parte, el sistema

de socialización tenía sus costes, y podía generarsentimientos de exclusión, de agobio o de ira, y darlugar a conductas de rebeldía, exageradamentecompetitivas o conformistas. Pero por otra, como depasada, creaba unos hábitos de solidaridad, confian-za recíproca, conductas altruistas, autoanálisis yreflexión crítica, “evaluación por objetivos”, yacomodación a un sistema de liderazgos y jerarquíasmúltiples (puesto que las jerarquías de los másestudiosos, más piadosos, mejores deportistas,mejores actores dramáticos, músicos o cantantes,etc. rara vez podían coincidir).

Este entrenamiento podía producir, quizá, gentesen estado de movilización permanente, de unasensibilidad un poco escorada hacia los aspectosutilitarios de las cosas, y entusiastas empeñados enexplicar a los demás cómo deberían comportarse,pero, de hecho, produjo también gentes flexibles, talvez, a veces, oportunistas y acomodaticias a lascircunstancias, atentas a lo que pasaba alrededor,capaces de trabajar con los demás sin demasiadadificultad, moderadamente perseverantes, inquietasy razonadoras: un material muy aprovechable paralas organizaciones del sindicalismo estudiantil uobrero, los partidos políticos, las organizacionesprofesionales, los movimientos vecinales y las otrasasociaciones del rico tejido asociativo que sedesarrolló entre mediados de los años cincuenta ymediados de los años setenta, y que tuvo, en buenaparte, una orientación hostil, o al menos reticente,respecto al sistema político autoritario del franquis-mo.

Tejido social y tejido asociativo entre mediados delos cincuenta y finales de los ochenta

Para acortar una historia demasiado larga,recordaré simplemente lo fundamental de lo que heexplicado en otros lugares,15 relativo a la emergen-cia de una sociedad civil en sentido amplio y untejido social civil a lo largo de casi veinte años,entre mediados de los cincuenta y mediados de lossetenta. El crecimiento económico y los movimien-tos demográficos activaron un amplísimo abanicode formas de sociabilidad, ligadas a intercambiosgeneralizados según ciertas reglas, sin los cualesuna economía de mercado cada vez menos interve-nida por el estado tampoco habría podido funcionar.Al mismo tiempo, generaron las condiciones parauna renovación y un desarrollo del tejido asociativo,de lo que son ejemplos, en el medio rural, la difu-sión de los grupos cooperativos de producción oexplotación de la tierra, y, en el medio urbano, el

15Pérez-Díaz (1993; 1999a; 1999b; 2000).

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movimiento sindical, con su acompañamiento decomités y delegados de empresa, convenios colecti-vos con los empresarios, y huelgas masivas.

Una observación atenta del proceso de forma-ción de este tejido asociativo nos obliga a dosoperaciones: por una parte, a distinguir entre lacantidad y la calidad, lo civil y lo incivil, de esetejido, y, por otra, a reparar en los mecanismos,complejos y relativamente extraños, del proceso de“civilización” de las asociaciones, y en particular desus líderes o sus activistas.16

Lo más interesante de las asociaciones de laépoca no fue su número o su volumen (o el volumende su afiliación), el quantum, sino el quale: cómoactuaron, se organizaron y fueron adquiriendo undeterminado carácter; qué ideas morales, o relativasa cómo funcionaba la sociedad, fueron desarrollan-do; qué papel desempeñaron y el modo comoejercieron su influencia. Para comprender mejorestos últimos aspectos conviene distinguir entre lasasociaciones y el resto del tejido social, y los otroscomponentes de la sociedad; y, dentro de las asocia-ciones, entre los activistas y sus bases sociales.

Una de las características de la experienciaespañola reside en la ironía de la situación según lacual el país se fue civilizando en parte como conse-cuencia de las estrategias deliberadas de los líderes(políticos, sindicales, religiosos) de las organizacio-nes y los movimientos sociales partidarios “delcambio”, pero sobre todo como resultado, inespera-do e indirecto, del modo como éstos hubieron deadaptarse a las presiones sociales y los cambios delentorno. Esta ironía radica en que si bien los líderesy los cuadros “entusiastas” (por utilizar la expresiónde David Hume)17 de las asociaciones se vieron a símismos (y fueron, hasta cierto punto) agentescivilizadores de su país, en realidad, en gran medi-da, hubieron de ser civilizados “por su país” o, si sequiere, “por las circunstancias” (en rigor, por otroscomponentes del tejido social y del sistema socialen su conjunto) para poder cumplir ese papel.

Los “entusiastas” eran líderes y cuadros dediversas organizaciones que ya existían o quefueron surgiendo: por ejemplo, políticos, sindicalis-tas y clérigos. Pero estos grupos no entraron en laescena histórica como activistas de una sociedad

civil en el sentido amplio del término. En primerlugar, ni se vieron de este modo, ni emplearon laexpresión de sociedad civil. En esto, la experienciaespañola contrasta con lo que ocurrió en Polonia enlos años setenta, donde, de una manera un pococonfusa, una parte de los líderes de Solidaridad,cuya concepción respondía más bien, como fue elcaso de Lech Walesa, a una combinación de latradición católica con una cultura tradicional declase, aceptaron la terminología de “sociedad civil”que les propusieron algunos disidentes marxistas,ligados al grupo KOR e influidos por marxistasrevisionistas como Leslez Kolakowski.18 En segun-do lugar, tampoco las disposiciones básicas, losdiscursos y los programas de aquellos activistasfueron congruentes, en buena medida, con el objeti-vo de la creación de una sociedad civil.

En realidad, los dirigentes y los cuadros de lospartidos de izquierdas eran, en buena parte, revolu-cionarios autoritarios y hostiles a la economía demercado, solían creer tibiamente en la democracialiberal, a la que veían más bien como un instrumen-to para conseguir alguna forma de democraciasupuestamente real, y, en su modus operandi, seentrenaban en la actividad de liderar la sociedad yconducirla, como se supone que los profetas guíana su pueblo, aquí o allá, a una situación de justiciay prosperidad, o algo semejante. Sin embargo, yesto es crucial, también incluían en su repertorio decreencias y de actividades elementos “civiles”importantes, y, sobre todo, la práctica misma lesobligó a reforzar estos elementos.

A la postre, aprendieron a tolerar y tolerarseunos a otros (los opositores “radicales” a los oposi-tores “burgueses” e incluso a los franquistas),convirtiendo el principio de libertad que reclamabanpara su propia actividad en un principio de aplica-ción general. A estos efectos, lo importante de laactuación de los sindicatos libres (que se fueronformando, en un clima de semitolerancia con unadosis de represión importante) no reside tanto en loque pensaban y querían hacer sus líderes y suscuadros cuanto en lo que efectivamente hubieron dehacer, dadas las circunstancias. Ello consistió enadaptarse a unas bases sociales relativamentemoderadas y obsesas por una cierta seguridad en eltrabajo y la mejora de sus niveles de consumo, y,también, a un campo de juego donde había unacompetencia entre grupos diversos (para empezar,sindicatos diversos) cuyas reglas de procedimientohabía que respetar. Estas reglas implicaban garan-tías y respetos para los derechos de los electores, los

16Una tarea complementaria a las mencionadas en eltexto es la de analizar la transformación del contenidoideacional de sus reivindicaciones, sus programas deacción, sus definiciones de la situación histórica, y, conello, lo que he llamado en otro lugar, la “civilización” delos conflictos normativos del país (Pérez-Díaz 1999b).

17Hume (1963 [1742].18Sobre la posición de los líderes de Solidaridad en

los primeros momentos ver Kubik (1994).

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contrincantes, las mayorías, las minorías, y losindividuos en particular.

Algo semejante ocurrió con los clérigos, que, ensu mayoría, habían sido en el pasado lo que, parasimplificar, podríamos llamar “colectivistas autori-tarios de derechas”, y fueron cambiando de actitudcomo consecuencia, en parte, de un proceso detransformación cultural (que culminó en el ConcilioVaticano II), y, en parte, de presiones socialesdiversas. Una generación más tarde, muchos deellos, sobre todo de las generaciones jóvenes, sevieron a sí mismos como entusiastas político-reli-giosos próximos a las organizaciones de izquierda.Podríamos caracterizarlos, también simplificandolas cosas por mor de la claridad, como “colectivistasautoritarios de izquierdas”. De manera que de unageneración a otra, una parte de la clerecía cambió elcontenido de sus ideas (aparentemente se fue al otroextremo, y de franquista se convirtió en antifran-quista), pero no tanto el contenido último de sudisposición colectivista autoritaria.

En cierto modo, el proceso de civilización deestos dirigentes y cuadros de asociaciones diversasfue el resultado de su diálogo con una sociedad queles presionaba a cambiar. Pero conviene reparar enel hecho de que la sociedad ejerció su presión sobreestos dirigentes de cierta manera: actuando (lasociedad) no como un conjunto de asociaciones y demovimientos sociales, sino como un agregado defamilias e individuos. Por ejemplo, en el cambio delos sindicalistas y los políticos de izquierdas influyóla clase obrera no como clase organizada sino comoagregado de familias e individuos de similarescaracterísticas. En tanto que productores, estosobreros dieron por buenos, o prudentes, una serie depactos y compromisos con los empresarios sobreuna variedad de materias que implicaban la acepta-ción tácita de la economía de mercado y la autori-dad del empresario en la empresa. En tanto queconsumidores de los bienes ofrecidos por unaeconomía de mercado en expansión, estos mismosobreros se vieron afectados por una experiencia deconsumo que, al tiempo que fomentaba la atribuciónde cierta legitimidad (al menos, instrumental) alcapitalismo, reforzaba, sobre todo, su propia dispo-sición a un individualismo templado por una intensavaloración de la familia.19

En otras palabras, aquellos activistas fueron“civilizados” gracias a su entorno. No gracias a unejercicio permanente de autoanálisis (aunque éstepudiera ser, a veces, de alguna ayuda) ni a la capaci-dad de persuasión de unos intelectuales o predicado-res cívicos con gran autoridad moral sobre ellos,

sino gracias a las presiones prácticas de sus “basessociales”, formadas por agregados de individuos yde familias que se iban adaptando a la situaciónhistórica de manera tácita, local y práctica, “sansphrases”.

Tampoco es que se tratara de un proceso nítidocon un comienzo de incivilidad y un final de plenacivilidad, ni por parte de los activistas ni de lasociedad. Estamos hablando, más bien, de unamateria en estado fluido, que fue cambiando (ysigue cambiando) gradualmente, con retrocesos yregresiones aquí y allá, afectando a los dirigentes ylos diferentes segmentos de la sociedad.

Los sindicalistas, por ejemplo, pudieron haceruna tregua en su lucha anticapitalista (y fue asícomo muchos sindicalistas vivieron su experienciade los Pactos de la Moncloa) y, luego, convertir esatregua en un compromiso durable con la economíade mercado, sin acabar por ello de aceptar del todoa esta última, poniendo obstáculos, por ejemplo, a laflexibilidad del mercado de trabajo, o a la revisióndel sistema de bienestar para reducir o transformarla presencia estatal. Pero tampoco conviene exage-rar la capacidad de civilización “desde abajo”. Lossindicalistas siguieron, y siguen, encontrando unaopinión pública impregnada de hábitos mentales y“hábitos del corazón” (por utilizar la expresión deTocqueville) que responden a una mentalidad detipo estatista. Quienes tienen esta mentalidad vanmás allá de lo que sería un sentimiento de descon-fianza razonable ante los problemas creados por loscomponentes predatorios del capitalismo real, ydemandan una solución estatal sistemática a estosproblemas. Simpatizan, por ello, con la resistenciade muchos sindicalistas a flexibilizar el mercado detrabajo y a reducir la presencia del sector público enel sistema de bienestar. Ello se ve facilitado por elhecho de que las familias asumen de entrada, sinpensarlo dos veces, la responsabilidad por el bienes-tar de unos parados que son, hasta cierto punto,consecuencia de aquella rigidez del mercado detrabajo y del propio diseño del sistema de bienestar.

Por su parte, la propia transición democrática dela segunda mitad de los años setenta puede ser vistacomo una ilustración de un proceso de influenciasrecíprocas entre los dirigentes políticos y la socie-dad que tuvieron un carácter civilizador, al menosen sus rasgos más importantes. En buena medida, elpaso a una democracia liberal hizo posible unaconsiderable activación del cuerpo social, y dio ungran impulso a las asociaciones voluntarias. Paraempezar, permitió el desarrollo de los propiospartidos políticos y de los sindicatos en un clima delegalidad y de plena libertad de expresión. Hayconstancia, también, de una notable aceleración enel ritmo de creación de otras asociaciones (de circa19Pérez-Díaz (1999b; 1999c).

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1.000 al año en los primeros años setenta a circa5.000 en el decenio 1977-1986).20

Pero, también en este caso, estamos ante unfenómeno complejo. De hecho, los líderes y loscuadros de las asociaciones que se formaron en losveinte años últimos del franquismo, en la luchacontra él y, en buena parte, gracias a las presionesdesde abajo, se habían civilizado sólo a medias. Siobservamos lo ocurrido en los quince años siguien-tes a la transición democrática (entre mediados delos setenta y primeros de los noventa), vemos unatendencia a la reafirmación del liderazgo político yun intento de recuperar el control sobre la sociedadpor parte de aquellos activistas entusiastas delpasado. Ahora ya no eran jóvenes de veinte añossino individuos (en general, hombres) en plenamadurez, pero, a juzgar por su imperiosidad, pareciócomo si se reactivaran en ellos sus disposicionesdominantes (si no autoritarias) de antaño, de cuandoquerían protagonizar el gran cambio de una socie-dad injusta para convertirla en una sociedad justa.

En efecto, se dieron en la época posterior a latransición tres fenómenos indicativos de este retornode facto (pero no expreso, porque la ideología y eldiscurso dominante de la época no lo permitían) dela idea de un liderazgo fuerte del estado, o la clasepolítica, sobre la sociedad. El primero fue el deldebilitamiento de muchas organizaciones socialesmás o menos espontáneas y autónomas de lossesenta, tales como los movimientos urbanos yvecinales, que tendieron a desaparecer, y el delintento de subordinación de los sindicatos, cuyoscomités centrales o sus equivalentes fueron someti-dos al control de núcleos de militantes políticospartidistas (socialistas en el caso de la UGT, ycomunistas en el de las Comisiones Obreras).

Otro segundo fenómeno, cuyos efectos fueronconvergentes con los del anterior, fue el de lospactos semicorporatistas (o “mesogobiernos”).21

Estos pactos consistieron en arreglos triangularesentre los empresarios, los sindicalistas, y la autori-dad pública. Reforzaron a esta última, pero tambiénreforzaron la influencia de los líderes de las organi-zaciones de intereses sobre sus bases sociales, sobretodo en el caso de los sindicatos. En último término,tales pactos se basaban en un pacto social implícitode los trabajadores mismos con los empresarios, quefue previo y subyacente a los pactos oficiales; pero,por otra parte, los sindicatos fueron cruciales a lahora de decidir la forma que había de adoptar lainstitucionalización de los mecanismos negociado-

res de los pactos. En este punto intervino la reticen-cia de los sindicatos a permitir el desarrollo de lanegociación colectiva local, que los aparatos centra-les de los sindicatos temían no controlar. Por ello,los pactos tuvieron un papel inhibidor del asociacio-nismo local y de las negociaciones locales corres-pondientes, y un efecto desmovilizador de lostrabajadores.

Finalmente, cabe observar una experiencia deefectos convergentes con los de los fenómenosanteriores en el medio cultural, que pone una vezmás de manifiesto la responsabilidad compartidaentre los dirigentes políticos y la sociedad por eldesarrollo de los acontecimientos. De hecho, seobserva la tendencia de muchos agentes sociocultu-rales a recorrer la senda de una dependencia cadavez mayor del sector público para conseguir recur-sos económicos con los que financiar sus activida-des y para alcanzar sus objetivos de poder y destatus: para asegurarse cierto control de los procesosde distribución y de los intermediarios culturales,ampliar su influencia y robustecer su prestigio. Estose puede observar tanto en el medio de las artes(artes plásticas, teatro, cine, etc.) como el de laeducación.

La famosa “movida artística” de los años 1977 a1983 se puede interpretar en parte como la culmina-ción de un movimiento underground de considera-ble vitalidad de los años finales de los sesenta y lossetenta,22 y en parte como la conversión de esemovimiento en su contrario, es decir, en un esta-blishment, lo que, inevitablemente, había de traerconsigo la disminución de aquella vitalidad. Losaños ochenta ofrecieron un horizonte de oportunida-des a las nuevas generaciones de artistas, producto-res, galeristas, críticos y demás partícipes de la“industria de la cultura” para conseguir acuerdosventajosos con los políticos y los funcionarios. Lasrelaciones entre el sector privado y el sector públicose hicieron frecuentes, el primero a la expectativadel subsidio y del patronazgo del segundo, con laconsecuencia de la creación de amplias redes clien-telares entre ambos. Curiosamente, algo análogocabe observar en el sector educativo; y se puedeinterpretar en este sentido el proceso por el cual elforcejeo inicial de las organizaciones educativas dela iglesia con el estado acabó trocándose en sudisposición a aceptar que los colegios concertadospudieran perder una parte de su identidad a cambiode un subsidio público.

En cierto modo, el año 1982, el año del supuesto“gran cambio” que debería haber sido liderado por

20Para la evolución de estas inscripciones a lo largode todo el período ver infra.

21Pérez-Díaz (1993: 225-281).22Ver a este respecto el testimonio de Almodóvar

(1995: 15, 38).

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un partido socialista aupado al poder por una amplí-sima mayoría, parece paradigmático del proceso queestamos examinando. No fue un clímax de actividadsocial, sino el anticlímax de una desmovilizaciónsocial generalizada, un intento de poder hegemónicosobre la sociedad y un movimiento de dispersión delos individuos buscando su ubicación en las redesclientelares correspondientes.

Si en el campo sindical se asistió a una intensifi-cación del intento de reducir la autonomía relativadel sindicato socialista, y se puso fin al semicorpo-ratismo de los años anteriores, en el medio culturalhubo un afianzamiento de las redes antes menciona-das. El propio partido socialista tendió a operarcomo un aparato con una base de afiliación modestaque no pretendía expandir, precisamente paraasegurar el control del partido por su núcleo diri-gente, y los mots d’ésprit de sus dirigentes, quepronto se difundieron como consignas o slogans (“elque se mueve no sale en la foto”, “el que me echaun pulso, lo pierde”, “Montesquieu ha muerto”, etc.)sugirieron, con cierta elocuencia sui generis, unestilo imperioso de liderazgo.

De todas formas, no hubo que esperar a los añosnoventa para que se pudiera observar un movimien-to de recuperación del dinamismo social. La reacti-vación económica de la segunda mitad de losochenta, la resistencia de los sindicatos (cuyo puntoculminante se sitúa en torno a la huelga general de1988), la intensificación de la competición políticapartidista, la misma lógica interna de la culturapolítica democrática incorporada a la Constitución(e interiorizada por buena parte de la misma clasepolítica, a todo lo ancho del espectro), y la propiaestructura cada vez menos centralizada del aparatoestatal hicieron imposible el protagonismo hegemó-nico por parte del estado, o, más bien, de una partede la clase política en control del estado.

III. Tejido social y asociaciones en España: laperspectiva de los años noventa

Tomando el conjunto de los últimos veinte aveinticinco años de vida democrática, hay queconstatar que, al final, hay un tejido y un capitalsocial bastante abundante, contra lo que opinanmuchos (la communis opinio de los estudiosos esque tiene poco).23 Ese tejido social, y el capitalsocial correspondiente, incluye muchos componen-tes: asociaciones formales, redes de sociabilidadblanda o informal, familias, intercambios socialesgeneralizados pautados. Cuando se considera eseconjunto, España parece un país bastante sociable,

o incluso, en algunos aspectos, muy sociable. Hastaqué punto esa sociabilidad pueda caracterizarsecomo civil, es una pregunta, en cambio, de másdifícil respuesta.

El conjunto del tejido social

Dejo ahora a un lado el tema de las asociacionesformales (ver infra). La familia, por su parte, siguesiendo de una importancia fundamental. Españatiene familias de tamaño relativamente mayor que lamedia de los países europeos, con convivencias degentes mayores y de hijos, prolongada la de estosúltimos mucho más tiempo que en la mayor partedel resto (un fenómeno semejante al que se observaen Italia). Las familias son agentes económicos deprimer orden, y sus estrategias de acumulación decapital y de gasto son cada vez más elaboradas. Hancumplido y cumplen un papel cada vez más (y nomenos) importante en el sistema de bienestar espa-ñol. Lo hacen así en lo que concierne al cuidado delos mayores, y a la gestión efectiva del sistema desalud. Su papel sigue siendo importante, aunquemás problemático, en lo relativo a la educación.24

De manera muy especial, la familia ha sido y esla pieza clave en el sistema socioeconómico deapoyo a los parados. Ello ha hecho posible que unatasa de paro de en torno al quince por ciento de lapoblación activa (y al 30% de los jóvenes) se hayamantenido en España a lo largo de los años ochentay los noventa, sin que de ello se hayan derivado, almenos en el conjunto del país, las patologías políti-cas y socioculturales que muchos temieron, ni sehaya puesto en crisis una democracia recién estrena-da, ni desarrollado (en general) la inclinación por elextremismo político.

Se trata de una familia muy valorada, comomuestra la conducta efectiva de las gentes y serefleja en incontables encuestas de opinión; con unamplio consenso valorativo, en materia de religióny política, entre las diversas generaciones que lacomponen;25 cuya estructura organizativa interna seha ido haciendo más flexible y menos autoritaria; ycuyos miembros están en contacto frecuente conuna red familiar más amplia.

El capital social familiar, muy considerable, seve complementado por el correspondiente a lasociabilidad blanda de los españoles. El espectáculo

23Por ejemplo ver Subirats (1999).

24Pérez-Díaz, Chuliá y Álvarez-Miranda (1998);Pérez-Díaz, Chuliá y Valiente (de próxima publicación);Pérez-Díaz, Rodríguez Pérez y Sánchez Ferrer (depróxima publicación).

25Elzo et alia (1994).

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de la calles y de la plazas en España (y ello puedegeneralizarse hasta cierto punto a otros países euro-mediterráneos) es el de unos espacios públicossumamente vivaces, escenarios de reuniones degentes que hablan e interactúan con frecuencia ycon intensidad, en un tono relativamente distendidoy abierto. No son lugares de gentes enlutadas,observadoras y silenciosas; ni lugares de paso paraindividuos apresurados que van a sus asuntos y noquieren “perder el tiempo”. Son, más bien, lugareshospitalarios, y ése es precisamente uno de susatractivos fundamentales para las visitantes de otrospaíses, que los tienden a interpretar como tales, enparte por compensación a los lugares públicos desus países de origen, que no les parecen así.

Esta impresión superficial se ve corroborada porel hecho de que en España se da la doble circunstan-cia de tener una tasa muy alta de bares y tabernaspor habitantes, y, al tiempo, una tasa de alcoholismorelativamente muy baja, lo que sugiere que (dichoen términos muy generales, y con notorias excep-ciones) la experiencia de beber alcohol no estáasociada con sentimientos de violencia contra losdemás, cuya expresión fuera favorecida por elalcohol, ni asociada a sentimientos de soledad, queel alcohol contribuyera, supuestamente, a amorti-guar. Más bien, forma parte de una cultura festivaque parece estar a flor de piel.

De hecho, las fiestas locales son ruidosas, pro-longadas, y son una oportunidad para rituales cadavez más elaborados de autoafirmación de las comu-nidades locales, sus barrios, sus segmentos sociales,y en particular las peñas o pandillas de jóvenes(interviniendo, por lo demás, en su desarrollo, tantolas autoridades públicas, por ejemplo, con sussubvenciones a las peñas, como la sociedad). Estasfiestas no han ido a menos en los últimos veinteaños, sino a mucho más. Las fiestas duran más, segasta más dinero en ellas, y se difunden las activida-des de más riesgo y más ostentación, como losencierros de toros por las calles o los ejerciciospirotécnicos espectaculares. En muchas localidades,la preparación de las fiestas implica el trabajo detodo el año por parte de organizaciones numerosasy con una división del trabajo muy elaborada, comoocurre en la Semana Santa de Sevilla, las Fallas deValencia o los Sanfermines de Pamplona, que sonlos casos más conocidos de una fiebre festiva que seha ido apoderando del país en los dos últimosdecenios, prolongando una tradición secular.

Por debajo de estas experiencias extraordinarias(pero que forman parte del ciclo anual de activida-des), transcurre la experiencia festiva cotidiana deluso de las calles por las pandillas de jóvenes enunos fines de semana amplios, siempre un poco enel quicio entre la civilidad y la incivilidad (del

emborrachamiento sistemático a base de alcoholbarato, con su secuela de accidentes de tráfico). Endeterminados casos, estas experiencias se extiendenlaxamente al período entre el jueves y el lunes (ypueden ocupar buena parte de un mes, como pareceocurrir con la feria de abril en Sevilla, o con losmeses de septiembre de una cada vez más imagina-ria vendimia en los pueblos del interior). Estaspandillas, peñas o asociaciones informales dejóvenes, por una parte, enlazan con las redes fami-liares y vecinales (muchos de sus componentessuelen estar ligados por lazos de este tipo), y, porotra, se acaban confundiendo en la marea general deactividades e intercambios lúdicos de las fiestaslocales.

Añadamos a ello la inmersión del país en elfuncionamiento de una economía de mercado cadavez más libre, con menos intervención estatal, ycada vez más abierta: con más competencia, máscreación de nuevas empresas, una incorporaciónmayor de las mujeres al mercado de trabajo, y unamayor imbricación de la economía española alexterior, hasta llegar a un sector exterior que, en1997, viene a ser el 72,3% del producto interiorbruto. Esta exposición al mundo exterior contrastacon lo que fue la economía todavía semiautárquicade los primeros años sesenta (en 1964, el sectorexterior representaba el 16,9%.del PIB), o el mo-mento de la transición democrática (27,7% en1977), aunque la situación fue cambiando a lo largode los ochenta, en buena medida bajo el impulso dela incorporación plena de España a la Unión Euro-pea, de modo que al comienzo de los años noventael porcentaje era ya del 44% del PIB en 1990.

Cabría decir que esta economía es cada vezmenos opaca, al menos en el sentido de que latendencia dominante en ella ha sido y es a acotar yreducir, y no a expandir, los espacios de la econo-mía irregular o criminal. Sin embargo, sería ingenuono reparar en el volumen de la economía sumergida,que sigue siendo apreciable; en la concentracióncada vez mayor del poder económico, que noencuentra adecuado contrapeso ni en los pequeñosaccionistas (dispersos y descuidados), ni en losmedios de comunicación, ni en las agencias regula-doras, lo que facilita los abusos (notorios en losfinales años ochenta y primeros noventa); y en laimportancia económica del crimen organizado.

Supuestos estos límites, conviene recordar que elfuncionamiento de una economía de mercado, libre,abierta y moderadamente transparente, de manerasemejante a como suele serlo en la mayor parte delos países europeos occidentales, sería impensablesin la puesta a punto (gradual, a lo largo de muchasdécadas) de un marco institucional de reglas dejuego apoyado en expectativas y sentimientos

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generalizados de confianza. En efecto, que lasreglas se cumplan (aproximadamente, pero en unamedida importante) significa que estamos anteexpectativas generalizadas de cumplimiento de loscompromisos personales, los pactos informales y loscontratos formalizados. Éste es el conjunto dereglas, redes sociales y sentimientos que constituyeel capital social de una sociedad cohesionada porsentimientos de solidaridad orgánica y no simple-mente mecánica (como ya he señalado antes).

Cabe conjeturar que, bajo determinadas condi-ciones, hay una relación positiva entre esta base deconfianza social generalizada y la difusión de lossistemas de prácticas y creencias de las religionesuniversales, como puede ser el cristianismo en suversión del catolicismo romano en la España actual.El tema es complejo, sin duda, pero crucial, y no setrata de manera satisfactoria si nos reducimos atener en cuenta a la iglesia católica (y otras iglesias)como una red de asociaciones voluntarias, y aconstatar las respuestas habituales a las preguntas delas encuestas (planteadas como una opción entrecreyente y muy practicante, creyente y poco practi-cante, creyente pero no practicante, ni creyente nipracticante).

El país tiene una historia religiosa de los dosúltimos milenios vinculada, primero, a la expansiónde la fe cristiana a costa de la fe musulmana; segun-do, a la consolidación de una situación de cuasi-unanimidad católica a costa de judíos, moriscos yheterodoxos; y tercero, a una expansión de lapresencia y la influencia española en el mundoprecisamente, en parte, como pieza clave en unagran estrategia de defensa de la fe católica. Sinembargo, en los últimos siglos ha habido un dramá-tico proceso de acomodación institucional entremercado, estado e iglesia, y entre elites católicas yseculares, que, tras extraordinarios avatares nos haconducido a la situación actual. En ella, convienerecordarlo, cerca del noventa por ciento del país seautopercibe como católico, con un margen de gentescon otras creencias religiosas (islotes de protestan-tes, musulmanes y judíos), y otro de gentes que alparecer carecen de creencias religiosas. En todocaso, al porcentaje de los católicos que practicanhabitualmente hay que añadir el de los que, sinpracticar hoy, han recibido una socialización más omenos intensa en familias religiosas, o escuelasreligiosas, o han participado y participan en lasceremonias religiosas de los sacramentos de esta-ción (que siguen siendo ritos de paso de considera-ble sociocultural), por no hablar de quienes hanestado involucrados en la red de las asociacionesreligiosas o en asociaciones de carácter social ocultural con una dimensión religiosa.

El resultado de todo ello es, probablemente, el deuna influencia profunda de un proceso de socializa-ción cristiana, y específicamente católica, de mu-chos siglos sobre los modos de pensar y de sentir deuna gran parte de la población en general (practican-te o no, o incluso creyente o no) con relación a losproblemas de la libertad y la responsabilidad perso-nal, la importancia de la familia, los valores comu-nitarios, y la relación con quienes ocupan posicio-nes de autoridad. Esta influencia operaría en elsentido de estimular la búsqueda de un equilibrioentre los intereses individuales, familiares y de lacomunidad. Esto sugiere la existencia de un subtex-to implícito sociorreligioso, común a la mayor partede los españoles, por debajo del discurso manifiestode las elites y los intermediarios políticos y cultura-les en el espacio público.

Por su parte, la implicación de los españoles enel funcionamiento del sistema de democracia liberalha sido profunda y continua durante el último cuartode siglo, habiendo sido reactivada de manera recu-rrente por numerosas convocatorias electorales enelecciones nacionales, europeas, regionales ylocales, con una competición partidista muy intensa.

El hecho de que la afiliación a partidos políticoshaya sido y sea muy modesta (en torno al 3% de lapoblación de más de 18 años, una tasa no muydistinta de la de países como el Reino Unido yFrancia26) no debe engañarnos. España ha hecho sutransición democrática en un momento históricodominado por la televisión, después de que lacontinuidad con los partidos de masas de los añosveinte y treinta hubiera quedado truncada por laguerra civil y el régimen autoritario del franquismo,que proscribió los partidos políticos durante casicuarenta años. Los grandes partidos de la democra-cia han surgido como partidos de masas de tamañomedio desde el principio, y sus direcciones políticashan sido renuentes a hacer grandes operaciones deafiliación, innecesarias dado el carácter de unascampañas electorales realizadas a través de losmedios de comunicación de masas, e inquietantespara unos círculos dirigentes ansiosos por controlarsus partidos y acostumbrados a cooptar a sus líderes(o ser cooptados por ellos). La experiencia hatendido a confirmar su reticencia, ya que ha puestode manifiesto la existencia de un electorado mode-radamente fiel (dentro de ciertos límites), y, sobretodo, apegado al sistema democrático y con ungrado relativamente alto de confianza en sus institu-ciones.

26Pérez-Díaz (1999a: 24).

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El desarrollo del tejido asociativo

Cuando se tiene en cuenta el conjunto de laevidencia, queda patente la importancia del tejidosocial (y el capital social) en España en su conjunto,pero aún nos queda por examinar el tema específicode las asociaciones, que constituye una parte de eseconjunto. La opinión común es, desde hace muchotiempo, que ese tejido es pobre. Ya en los primerossetenta se observaba la debilidad del asociacionismoespañol,27 que se ponía en relación, por una parte,con el “familismo” de los españoles, y, por otra, conel régimen político autoritario. Esta debilidad erarelativamente cierta, aunque tampoco convieneinfravalorar dos fenómenos importantes del asocia-cionismo español durante el franquismo: en primerlugar, el dinamismo del asociacionismo ligado alestado y al partido falangista (Frente de Juventudes,Sección Femenina, por ejemplo), y a la iglesia(Acción Católica, Congregaciones Marianas, porejemplo), durante los años cuarenta y buena parte delos cincuenta; y en segundo lugar, la activación delos fenómenos asociativos conectados con unossegmentos sociales contestatarios del sistemapolítico, desde mediados de los años cincuenta y alo largo de los veinte años siguientes (sindicalismosestudiantil y obrero, movimientos vecinales, asocia-ciones profesionales renovadas, y otros). Por suparte, la transición democrática, el crecimientoeconómico, la apertura al exterior y la difusión deuna cultura de la tolerancia han dado impulso almovimiento asociativo en los años siguientes.

Si hacemos balance a mediados de los añosnoventa de lo que es, en gran medida, una experien-cia acumulada durante los años de democracia, elbalance es el de un tejido asociativo bastante homo-logable con el de otros muchos países occidentales.Esta es la conclusión que sugiere el reciente estudiocomparativo de Lester Salamon y otros investigado-res, de la Universidad de Johns Hopkins, sobre loque ellos llaman el “tercer sector” (asociaciones nogubernamentales y no lucrativas), que probablemen-te refleja el estado de la cuestión en torno a 1995, yfue publicado en 1999.28

Los datos del estudio de Salamon, en resumen,parecen mostrar a España como un país que gastaactualmente en sus asociaciones del llamado tercersector una cifra comparable a la de otros países desu entorno. Si los ingresos del tercer sector son, enEspaña, el 4% de su PIB, esta cifra es similar a la deFrancia (3,8) y Alemania (3,9), aunque inferior a la

del Reino Unido (6,6).29 En todo caso, la cifra deingresos del tercer sector en España se sitúa aconsiderable distancia de la de países de otras áreascomo Brasil (1,5%) o la República Checa (1,6%).

Los datos de empleo en el tercer sector enEspaña son asimismo importantes. En lo que serefiere al trabajo remunerado, el porcentaje español(4,5% de la población ocupada no agraria) esligeramente inferior al de Francia y Alemania(4,9%), aunque se encuentra a mayor distancia deldel Reino Unido (6,2%). En cambio el volumen delvoluntariado es claramente inferior: en España esdel 2,3%, mientras que el porcentaje es muy supe-rior en Francia (4,7) y Reino Unido (4,4%), y algosuperior en Alemania (3,1%); si bien parece que elfenómeno del voluntariado está recibiendo ahora unnuevo impulso: un voluntariado sobre todo dejóvenes, mujeres, y gentes de un nivel medio-alto deeducación,30 y, probablemente orientado hacia lasasociaciones de acción social o de servicios socia-les.

Estas cifras sugieren que, contra lo que suelepensarse, el tercer sector de la España de los noven-ta está en un momento de alza, y a un nivel parecidoal de otros países de su entorno. Quizá siemprehabía sido infravalorado; o quizá, simplemente, losdatos de mediados y finales de los noventa estánreflejando una evolución positiva acelerada en laúltima década. A este respecto, más que los datosbrutos del número de asociaciones registradas en elMinisterio del Interior (que incluyen asociacionesque ya han desaparecido pero que no han sido dadasde baja), puede ser reveladora la evolución de lasinscripciones de nuevas asociaciones en el registrodel Ministerio del Interior.

Los datos de la evolución del ritmo de las asocia-ciones registradas sugieren una aceleración reciente,apoyada en una evolución favorable de variasdécadas. En el quinquenio anterior a la transicióndemocrática ya había habido un aumento sensiblede los registros de las asociaciones, que aumentarona un ritmo anual del orden de 1.000 asociaciones

27Linz (1981).28Salamon (1999), y Ruiz Olabuénaga (2000).

29El estudio de Ruiz Olabuénaga (1999), que es undesarrollo del capítulo sobre España en Salamon (1999),no describe sus fuentes. Con esta reserva, cabe señalarque, según ese estudio, la financiación de las actividadesdel tercer sector en España se haría con menos propor-ción de dinero público que en otros países europeos(32% en España; 58 y 64% en Francia y Alemaniarespectivamente; 47% en Gran Bretaña), y, en cambio,con una mayor proporción de las donaciones (19% enEspaña; 7, 4 y 9% respectivamente en los países mencio-nados).

30Martínez Martín et alia (2000).

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entre 1971 y 1975. Hay un salto cualitativo con latransición: a un ritmo anual de circa 5.000 entre1977 y 1986, aunque a lo largo de esos diez años elritmo se mantiene. Entre 1987 y 1991, probable-mente en relación con la reanimación de la actividadeconómica, el ritmo anual va aumentando suave-mente hasta situarse en el nivel de circa 11.000 enel trienio 1991-1993. A partir de este momento sedan oscilaciones en torno a un nivel más alto decirca 13.000 asociaciones registradas al año.31 Estoocurre pari passu con la evolución positiva de laeconomía (a partir de 1995), la difusión de nuevastecnologías de la información, un aumento de laapertura del país al exterior, apreciables agitacionesdel espacio público (es una época de intensosdebates en torno a escándalos políticos, financierosy las actividades de terrorismo de estado) y laintensificación de la competición política partidista,que aboca al cambio de gobierno de 1996.

Los posibles problemas (o peligros) de un país “tansociable”

Parece evidente que España es un país “muysociable” o “bastante sociable”. Es probable, inclu-so, que su problema no sea el de no ser sociable ono tener tejido social, sino el de ser “demasiadosociable”, o el de tener una dosis excesiva de tejidosocial de “mala calidad”, es decir, “incivil”. Susposibles problemas son, por tanto, dos: que el paíssea “demasiado sociable”, y que su sociabilidad searelativamente incivil.

Que España fuera “demasiado sociable” signifi-caría que estábamos ante un país de extrovertidos,a los que, utilizando la metáfora (y la caricatura),podríamos visualizar como estando “todo el día enla calle”, o “pegados a la televisión viendo progra-mas de cotilleo sobre la vida privada de sus conciu-dadanos”, y, de esta forma, entretenidos, dejándoseir y participando en un ruido universal, o como dijoel poeta (en este caso, el dramaturgo FernandoArrabal), siendo parte en una “ceremonia de la

confusión”.32 Gentes así serían incapaces de sole-dad. Se sabe que los españoles no suelen sentirsesolos, y se tiende a interpretar este dato comoindicador de una virtud, aunque quizá debieraconsiderarse, más bien, como un mixed blessing.

Por un lado, el dato de la ausencia de soledadsugiere un ambiente social “cálido”, de interaccio-nes frecuentes y positivas de información recíprocay ayuda mutua. Por el contrario, si la sensación desoledad llegara al límite y desembocara en suicidio,ello sugeriría un tejido social frágil y mínimo, laanomia a la que se refería Durkheim. De hecho, enel período de 1989 a 1993, la tasa de suicidios delos españoles fue una de las más bajas del mundo:España ocupaba el segundo rango en el mundo(contando a partir de la tasa más baja) por su tasa de11 suicidios por 100.000 varones, y la terceraposición si nos referimos a la tasa general para elconjunto de hombres y mujeres, con una tasa de 4por 100.000 habitantes. Esta última tasa contrastaclaramente con la de países como Dinamarca, conuna tasa general de 15 por 100.000 habitantes,Francia (11), Suecia (10) y Alemania (9). Tambiénhay datos que sugieren que esta sociabilidad espa-ñola es una sociabilidad al menos pacífica y debuena convivencia (o con un bajo nivel de irritabili-dad) si se atiende al dato de la tasa de asesinatos por100.000 habitantes. En 1991, la tasa en España eramuy baja, de 1,2 asesinatos por 100.000 habitantes,e inferior incluso a la de Suecia (1,7). Esta tasacontrastaba con la de Italia (3,6), y por supuesto conla de los Estados Unidos (13,3) y la de Rusia (16,3),por no hablar de la tasa de países latino-americanos(también de una sociabilidad “cálida”, pero alparecer sustancialmente más peligrosa) como Brasil(29,4) o Méjico (30,7 asesinatos por 100.000 habi-tantes).33

Por otro lado, la ausencia de sentimientos desoledad sugiere una incapacidad para estar solos.Podríamos estar ante una tendencia, o disposición,a evitar el “momento de la verdad” en el que lasgentes tienen que decidirse a sentir, pensar y actuarpor sí mismas. Esto sería el signo de gentes pocoindividualizadas: de “anti-individuos” (o de indivi-dus manqués por utilizar la expresión de MichaelOakeshott),34 sin gusto ni propensión a vivir de unamanera autodeterminada, y más bien a la expectati-va de las instrucciones del exterior, atentos a nodesentonar, procurando no ir contracorriente,ajustarse a las normas, recibir órdenes (protestandoquizá aparentemente contra ellas, porque eso es

31Elaboración de Analistas Socio-Políticos a partir delos datos del Registro de asociaciones, dependiente de laSecretaría General Técnica del Ministerio del Interior.Ver también Mota 1999. En general, conviene contrastary completar esta información con las estimaciones deotros estudiosos tales como Martínez Martín et alia(2000), Ruiz Olabuénaga (2000), Mota (1999), Salamon(1999), Volmed Project (1999), Cortés Alcalá (1999),Orizo (1996), Prieto-Lacaci (1994) y Rodríguez Cabreroy Codorniú (1996).

32Arrabal (1966).33Gaviria (1996: 159, 387).34Oakeshott (1990).

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precisamente lo que se suele hacer) y evitar lasanción del “qué dirán”.

Si la sociabilidad de los españoles es, en estesentido, mixta, y, por tanto, relativamente “incivil”,esto puede manifestarse de varias formas. Algunasson extremas y su incivilidad es evidente, como enel caso del terrorismo (con arraigo social en unaparte del país), con sus acompañamientos de luchacallejera (rito de iniciación y ceremonia cotidiana),celebración del terror, agitprop y voto antisistema.Otras son más blandas o tibias, en cierto modoambiguas, menos visibles, y tienen un área dedifusión mayor.

Estas formas blandas de incivilidad puedenreflejarse (relativamente) en la interferencia de unaespecie de moralina ambiental con los intentos deinnovación, y en la proliferación de obstáculos parael desarrollo de los individuos o la parquedad deincentivos para él. Tanto la rareza del elogio comolo que parece el fenómeno contrario, el de que sehaga en términos enfáticos en la forma pero estereo-tipados o descuidados en su contenido, sugieren unaraíz común: una falta de generosidad o un exceso deenvidia relativamente frecuentes. Por su parte, laprofusión de obstáculos menores y continuos en lavida cotidiana tiende a repercutir en la economía yla vida política. Puede aminorar el dinamismo y laflexibilidad del sistema económico, y favorecer lasdimensiones autoritarias y populistas de los partidosde masas.

En último término, el problema (o el peligro) conlas formas blandas de sociabilidad incivil reside enque favorecen la consolidación imperceptible dehábitos inciviles o poco civiles en los individuos. Asu vez, esto inhibe el desarrollo de sus capacidadescívicas: las capacidades cognitivas precisas paraentender el funcionamiento (en buena medidacontraintuitivo) de un orden de libertad, y lascapacidades morales necesarias para defenderlo. Sinel desarrollo de estas capacidades morales se correel riesgo de tener un país que hace suyo el principiode la libertad pero no da los pasos indispensablespara realizarlo efectivamente. La idea de libertad esirrealizable si no viene acompañada de su correlato:la asunción de responsabilidad por los actos quelibremente se llevan a cabo. Y la mera declaraciónde la responsabilidad no basta: debe venir acompa-ñada del ejercicio efectivo de ésta.

En definitiva, el camino que va del principio dela libertad a su realización efectiva es un caminocomplejo y dramático de pacificación, de institucio-nalización, acompañada de sanciones efectivas a lainfracción de las reglas, y de interiorización de esasreglas. Hoy por hoy, en este quicio entre dos mile-nios, España sigue su travesía del camino.

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12(a)/1995 Elisa Chuliá, La conciencia medioambiental de los españoles en los noventa

13(a)/1996 Víctor Pérez-Díaz, Elogio de la universidad liberal (también en Claves, 63,1996)

14(a)/1996 Berta Álvarez-Miranda, Los incendios forestales en España (1975-1995)

15(a)/1996 Juan Carlos Rodríguez, Gobierno corporativo en la banca española en losaños noventa

16(a)/1997 Juan Carlos Rodríguez, Políticas de recursos humanos y relaciones laboralesen la banca española de los años noventa

17(a)/1997 Víctor Pérez-Díaz, La política y la sociedad civil españolas ante los retos delsiglo XXI (también en Claves, 77, 1997)

18(b)/1998 Víctor Pérez-Díaz, The ‘soft side’ of employment policy and the Spanishexperience (también en West European Politics, 21, 4, 1998; y en PaulHeywood, ed., Politics and Policy in Democratic Spain: no Longer Different?,Londres, Frank Cass, 1999)

19(b)/1998 Víctor Pérez-Díaz, State and public sphere in Spain during the Ancien Régime(también en Daedalus, 127, 3,1998)

20(a)/1998 Juan Carlos Rodríguez y Berta Álvarez-Miranda, La opinión públicaespañola y el euro: análisis de grupos de discusión

21(a)/1998 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Los empresarios gallegos:análisis de una encuesta de opinión

22(b)/1998 Víctor Pérez-Díaz, Putting citizens first: the tasks facing Europe, her publicsphere and the character of her public authority (también en francés como “LaCité européenne”, Critique Internationale, 1, 1998; y en español, la primeraparte, como “La ciudad europea”, Política Exterior, XIII, 67, 1999)

24(a)/1998 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Jóvenes gallegos: disposicionesy comportamientos ante la educación y el mercado de trabajo

25(a)/1998 Víctor Pérez-Díaz, El comienzo y la autoridad: sociedad civil, ciudadanía yliderazgo político

25(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz, The ‘beginning’ and the public authority: civil society,citizenship and political leadership

26(a)/1999 Josu Mezo, Tecnologías de la información, sociedad y economía: perspectivasde cambio en los próximos años

27(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, La formación de Europa: nacionalismos civiles e inciviles(también en Claves, 97, 1999)

27(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz, The role of civil and uncivil nationalisms in the making ofEurope

28(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Legitimidad y eficacia: tendencias de cambio en el gobiernode las empresas

29(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Orden de libertad, centro político y espacio simbólico: lagénesis de la división del espacio político entre la derecha, el centro y laizquierda, y sus usos en la política moderna (también en Papeles y Memoriasde la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, VI, 1999)

29(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Order of freedom and political center (I): The meaning andthe genesis of the division of the political space between the right, the center andthe left in modern politics

30(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz y José I. Torreblanca, Implicaciones políticas del euro(también en Gustavo de Arístegui et al., El euro: sus consecuencias noeconómicas, Madrid, Estudios de Política Exterior/Biblioteca Nueva, 1999)

30(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz and José I. Torreblanca, The first steps of the euro, and itspolitical implications

31(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Sistema de bienestar, familia y una estrategia liberal-comunitaria (una versión reducida en Santiago Muñoz Machado et al., dirs., Lasestructuras del bienestar en Europa, Madrid, Fundación Once/Civitas Ediciones,1999)

32(a)/1999 Víctor Pérez-Díaz, Iglesia, economía, ley y nación: la civilización de losconflictos normativos en la España actual (también en Peter L. Berger, ed., Loslímites de la cohesión social, Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores,1999)

32(b)/1999 Víctor Pérez-Díaz, The church, the economy, the law and the nation: thecivilization of normative conflicts in present day Spain

33(a)/2000 Elisa Chuliá, El Pacto de Toledo y la política de pensiones

34(a)/2000 Víctor Pérez-Díaz, Texto y contexto de una España anticipada: reflexiones yrecuerdos sobre el campo, la ciudad y algunos testigos ejemplares de la Españade los años sesenta (una versión reducida con el título “Dos testigos ejemplares,Julio Caro Baroja y Dionisio Ridruejo”, en Claves, 104, 2000)

35(a)/2000 Víctor Pérez-Díaz, Globalización y tradición liberal: el tipo de desarrollocultural necesario para la generalización de un orden de libertad (también enClaves, 108, 2000)

35(b)/2000 Víctor Pérez-Díaz, Globalization and liberal tradition: the type of culturaldevelopment needed to spread an order of freedom

36(b)/2000 Víctor Pérez-Díaz, From ‘civil war’ to ‘civil society:’ social capital in Spainfrom the 1930s to the 1990s

37(a)/2000 Víctor Pérez-Díaz, La educación liberal como la formación del hábito de ladistancia (también en Formación y Empleo, Madrid, Fundación Argentaria-Visor, 2000, Programa de Economía Familiar, Colección Economía Española,vol. XV)

37(b)/2000 Víctor Pérez-Díaz, Liberal education as formation for the habit of distance

38(a)/2000 Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Galicia, un proyecto enexpansión: retos y oportunidades para su desarrollo

39(a)/2000 Víctor Pérez-Díaz, Sociedad civil, esfera pública y esfera privada: tejido socialy asociaciones en España en el quicio entre dos milenios

ASP Separatas

1/1994 Víctor Pérez-Díaz, Diez semanas después: el debate público ante la huelga yla reforma laboral (en Cuadernos de Información Económica, 84, 1994)

2/1994 Víctor Pérez-Díaz, Sociedad civil fin-de-siglo, esfera pública y conversacióncívica (en catalán en Joaquín Arango et alia, El món cap on anem, Vic, Eumo,1994)

3/1994 Víctor Pérez-Díaz, Cambio de fase y etapa de turbulencias: la sociedad civilespañola en 1992/1994 (colección de artículos de periódicos)

4/1994 Varios Autores, “The Return of Civil Society”: recensiones críticas enpublicaciones fuera de España en 1994

5/1995 Víctor Pérez-Díaz, Desdibujamiento del franquismo: anudando reflexiones yrecuerdos (en Revista de Extremadura, 18, 1995)

6/1996 Víctor Pérez-Díaz, Las universidades del futuro: esbozo de sueños y reformas(Expansión, 27/5/1996)

7/1997 Víctor Pérez-Díaz, El tema del “capital social”: apunte de una reflexión encurso (en En defensa de la libertad: homenaje a Víctor Mendoza Oliván,Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 1997)

8/1997 Víctor Pérez-Díaz, Derechas e izquierdas: pasiones y espacios (en Claves, 71,1997)

9/1997 Víctor Pérez-Díaz, Las dificultades de ejercer y de pedir la responsabilidadpolítica: una colección de artículos 1994-1997

10/1998 Berta Álvarez-Miranda, Los debates sobre la adhesión a la UE en el sur deEuropa; y Víctor Pérez-Díaz, Comparaciones y memorias: el europeísmo de lospaíses del sur (en Tribuna Joven. España, sociedad industrial avanzada, vistapor los nuevos sociólogos, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas,1998)

11/1998 Víctor Pérez-Díaz, Ancianos y mujeres ante el futuro (en Claves, 83, 1998; yen Consecuencias de la transición demográfica, Fundación Caixa Galicia, 1998)

12/1999 Víctor Pérez-Díaz, El consumo, la conversación y la familia (en Juan AntonioGimeno, coord., El consumo en España: un panorama general, Madrid,Fundación Argentaria- Visor, 2000)

13/1999 Elisa Chuliá y Berta Álvarez-Miranda, Envejecimiento de la población yprestación de cuidados a mayores: un nuevo reto para la política socialespañola

14/1999 Víctor Pérez-Díaz, Reglas de juego y consensos de trampas: “lo informal” enla economía y la sociedad españolas

15/1999 Varios autores, Artículos sobre reforma del sistema de bienestar publicados en1999 (incluye: Elisa Chuliá y Berta Álvarez–Miranda, “La aportación familiaral sistema de bienestar”, ABC, 12/4/1999; Víctor Pérez-Díaz, “Una estrategialiberal comunitaria para el sistema de bienestar”, Expansión, 24/4/1999; y BertaÁlvarez-Miranda, “El cuidado de los mayores y la política social”, Expansión,27/11/1999)

16/1999 Víctor Pérez-Díaz, The role of Spanish catholicism in the democratic transitionand the formation of a civil society in Spain in the last fifty years

17/1999 Víctor Pérez-Díaz, Normative conflicts and political education: the ambiguouslegacy of the Round Tables for democratic transitions in Europe

18/1999 Varios autores, Artículos sobre consumo publicados en 1999 (incluye: BertaÁlvarez-Miranda y Celia Valiente, “Consumo en familia”, Expansión,13/3/1999; Celia Valiente, “Los efectos dudosos de la publicidad”, Expansión,31/7/1999; y Juan Carlos Rodríguez, “Alimentos transgénicos y riesgosvirtuales”, Expansión, 2/10/1999)

19/1999 Josu Mezo, Artículos sobre economía e Internet publicados en 1999 (incluye:“‘Economía-e’: ¿no tan distinta?”,Expansión, 5/6/1999; y “¿Comprar enInternet?”, Expansión, 24/12/1999)

20/2000 Varios autores, Comentarios y análisis electorales publicados en 1999/2000(incluye: Juan Carlos Rodríguez y Josu Mezo, “Números y soberanía”,Expansión, 30/1/1999; Josu Mezo y Juan Carlos Rodríguez, “El pobred’Hondt”, Expansión, 29/10/1999; Josu Mezo, “La independencia no puedetriunfar en el País Vasco”, Expansión, 1/3/2000; Juan Carlos Rodríguez, “Votojuicioso y voto de pertenencia”, Expansión, 18/3/2000; Juan Carlos Rodríguez,“El voto y sus razones”, Expansión, 15/4/2000)

21/2000 Víctor Pérez-Díaz, Actitudes del público ante la política de defensa: problemasen el proceso de formación de la voz de España en el concierto de las naciones

22/2000 Juan Carlos Rodríguez, Pensiones y opinión pública española en febrero de2000 (Expansión, 13/5/2000)

23/2000 Víctor Pérez-Díaz y Josu Mezo, La crisis estructural de la política del agua enEspaña entre 1985 y 2000: la importancia de la deliberación política (tambiénen Papeles y Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas,VI, 2000; y como “Política del agua en España” en Primer Congreso Ibéricosobre Planificación y Gestión de Aguas “El agua a debate desde laUniversidad”, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1998)

24/2000 Víctor Pérez-Díaz, Civismo y civilidad: colección de artículos publicados en1998-2000 (incluye: “La amistad como metáfora”, El País, 14/12/1998;“Nacionalismos civiles o inciviles”, El País, 16/2/1999; “Formas de entrar en unmilenio”, El País, 18/5/1999; “El valor de la prudencia cívica”, Expansión,27/5/1999; “Miradas y razones: en recuerdo de Jaime García Añoveros”, ElPaís, 13/5/2000; “La mundialización como oportunidad”, Expansión, 26/5/2000)

25/2000 Víctor Pérez-Díaz, Oportunidad y riesgo de Latinoamérica para España (ElPaís, 27/5/2000)

26/2000 Varios autores, Artículos sobre política del agua publicados en el año 2000(incluye: Berta Álvarez-Miranda, “Agua y agricultura”, Expansión, 22/1/2000;y Víctor Pérez-Díaz y Josu Mezo, “El agua vuelve a la actualidad”, Expansión,10/6/2000)

Otras publicaciones recientes de los miembros de ASP

Víctor Pérez-Díaz, Elisa Chuliá y Celia Valiente. La familia española en el año 2000:estrategias familiares de adaptación y de innovación en el campo de la demografía, laeconomía, la política pública y la cultura. De próxima publicación.

Víctor Pérez-Díaz, Juan Carlos Rodríguez y Leonardo Sánchez Ferrer. Familia y colegio:la familia española ante la educación obligatoria de sus hijos. De próxima publicación porFundación ?La Caixa”, Colección Estudios Sociales

Víctor Pérez-Díaz. Spain at the crossroads. Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1999.

Víctor Pérez-Díaz, Elisa Chuliá y Berta Álvarez-Miranda. Familia y sistema de bienestar.La experiencia española con el paro, las pensiones, la sanidad y la educación. Madrid,Fundación Argentaria - Visor, 1998.

Víctor Pérez-Díaz. La esfera pública y la sociedad civil. Madrid, Taurus, 1997.

Víctor Pérez-Díaz, Berta Álvarez-Miranda y Elisa Chuliá. La opinión pública ante el sistemade pensiones. Barcelona, La Caixa, 1997.

Víctor Pérez-Díaz, Josu Mezo y Berta Álvarez-Miranda. Política y economía del agua enEspaña. Madrid, Círculo de Empresarios, 1996.

Víctor Pérez-Díaz y José A. Herce, dirs. La reforma del sistema público de pensiones enEspaña. Barcelona, La Caixa, 1995.

ASP Research Papers están orientados al análisis de losprocesos de emergencia y consolidación de las sociedadesciviles europeas y la evolución de sus políticas públicas. En ellos, se concederá atención especial a España y a la

construcción de la Unión Europea; y, dentro de las políticaspúblicas, a las de recursos humanos, sistema de bienestar,

medio ambiente, y relaciones exteriores.

ASP Research Papers focus on the processes of theemergence and consolidation of European civil societies

and the evolution of their public policies.Special attention is paid to developments in Spain

and in the European Union, and to public policies, particularlythose on human resources, the welfare system, the

environment, and foreign relations.

ASP, Gabinete de Estudios S.L.Quintana, 24 - 5º dcha. 28008 Madrid (España)Tel.: (34) 91 5414746 • Fax: (34) 91 5593045 • e-mail: [email protected]