Ranciere, Jaques Noche de Los Proletarios

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    lanochedelos

    proletariosArchivos del sueo obrero

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    JacquesRancire

    lanochedelos

    proletariosArchivos del sueo obrero

    Traduccin y notasEmilio Bernini y Enrique Biondini

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    Ttulo original: La nuit des proltaires

    Traduccin del francs:

    Enrique Biondini (dilogo, introduccin y cap. 1 - 8)

    Emilio Bernini (cap. 9 - 11)

    Alejandrina Falcn (cap. 12, eplogo y cronologa)

    Phil de Fer (dilogo)

    Revisin tcnica general: Emilio Bernini

    Correccin: Graciela Daleo

    Revisin: Hernn M. Daz

    Diseo de tapa: Cucho Fernndez

    Interiores: Ignacio Gago

    Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la PublicacinVictoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Ministerio de Asuntos Extranjerosde Francia y del Servicio de Cooperacin y de Accin Cultural de la Embajadade Francia en Argentina.

    2010 Tinta Limn Ediciones

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723

    www.tintalimon.com.ar

    Rancire, JacquesLa noche de los proletarios: archivos del sueo obrero1a ed. - Buenos Aires: Tinta Limn, 2010544 p; 20 x 14 cm - (Nociones comunes; 12)

    ISBN 978-987-23140-8-8

    1. Filosofa Moderna. I. TtuloCDD 190

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    entvt Jqu rn 7

    agmnt 17

    intun 19

    Primera parte: e mb n nt u

    Captulo 1: La puerta del infierno 29

    Captulo 2: La puerta del Paraso 53

    Captulo 3: La nueva Babilonia 81

    Captulo 4: El camino de ronda 103

    Captulo 5: El lucero del alba 137

    Segunda parte: e t

    Captulo 6: El ejrcito del trabajo 181

    Captulo 7: Los amantes de la humanidad 213

    Captulo 8: El yunque y el martillo 245

    Captulo 9: Los agujeros del templo 289

    Tercera parte: e hu tn

    Captulo 10: El banquete interrumpido 319Captulo 11: La repblica del trabajo 371

    Captulo 12: El viaje de caro 425

    Eplogo

    La noche de octubre 511

    cng sum 525

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    entvt Jqu rnDesarrollar la temporalidad de los momentos de igualdad

    ctv stun

    En La noche de los proletarios elegiste un modo de escritura poco comn,que supone una invitacin a la lectura no convencional y exige del lector,creemos, ms que un inters determinado cierta curiosidad libre. Esto nosllama la atencin especialmente, pues hoy resulta muy habitual reempla-zar la sutileza en la investigacin por presentaciones meramente retricasde los temas que impone el presente.

    Nos gustara entonces que nos cuentes por qu tomaste la decisin deescribir de este modo, es decir, qu tipo de dilemas tenas que resolver. Yms en general, qu criterios destacs a la hora de pensar la relacin entreinvestigacin, escritura y poltica?

    Esta escritura me fue impuesta por mi material, que estaba mayo-ritariamente conformado por textos obreros que constituan ellosmismos un acontecimiento: la entrada en la escritura de personasque se supona que vivan en el mundo popular de la oralidad. Yotena que dar cuenta de este acontecimiento y hacer sentir la vibra-cin potica de sus textos y del contenido de sus pensamientos. Eldiscurso habitual de los acadmicos anula ese acontecimiento, ya seamidindolo con el rasero de las tesis reconocidas sobre la historia de

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    los movimientos sociales, o bien explicndolo como expresin de lascondiciones de vida de esas poblaciones. De este modo se introdu-ce una diferencia de estatuto entre dos tipos de discursos: aquellos

    que expresan una condicin social y los que explican, a la vez, esacondicin y las razones por las que se expresa de cierta manera. Enotras palabras: incluso cuando se ocupa de la emancipacin social,el discurso acadmico aplica el presupuesto de la desigualdad. Sueleoponrsele a este mtodo, la pretensin de presentar en su desnudezlas voces de los de abajo. Pero ese sigue siendo un modo de situaren sus lugares respectivos al mundo popular de la voz y al univer-so intelectual del discurso. La nica manera de hacer justicia a esos

    textos y al acontecimiento que constituyen, es fabricando un tejidode escritura que logre abolir la jerarqua de los discursos. Construentonces, con sus palabras y sus itinerarios, la trama de una historiaque es la historia de la educacin sentimental, intelectual y polticade una generacin. Y slo poda hacerlo con mi propia sensibilidad,teniendo en mente todas las novelas, poemas, canciones, peras odramas que me permitan establecer resonancias con aquellas vi-vencias suyas. Primero experiment esta necesidad. Despus intentteorizarla hablando de una potica del saber, que tiene por principiodesandar la condicin privilegiada que la retrica intelectual reclamapara s mismo y as descubrir la igualdad potica del discurso. Igual-dad potica del discurso quiere decir que los efectos de conocimien-to son el producto de decisiones narrativas y expresivas que tienenlugar en la lengua y el pensamiento comn, es decir en un mismoplano compartido con aquellos cuyo discurso estudiamos.

    En el libro se alcanzan a percibir un conjunto de temporalidades que rom-pen con la linealidad histrica: avances, retrocesos, muchos fracasos y al-gunos momentos de plenitud, pero sobre todo la atencin est puesta en lasambivalencias, las paradojas y en ciertos desplazamientos sutiles experi-mentados por el movimiento sansimoniano del siglo XIX. Como cuandoconclus que haba que perderse en la bsqueda para encontrar; o cuan-do la oportunidad se perdi y se impone el recomienzo; o cuando, ms

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    amargamente, la conclusin repone el punto de partida. En cada uno deesos casos la pregunta que subyace parece ser: qu tiempo concebir dife-rente al de la permanencia del destello. Te parece que ha emergido en la

    actualidad una poltica capaz de asumir otra imagen del tiempo?

    Creo que el problema de las temporalidades se plantea, hoy comoayer, en los mismos trminos generales. Hay un tiempo normalque es el de la dominacin. sta impone sus ritmos, sus escansionesdel tiempo, sus plazos. Fija el ritmo de trabajo y de su ausencia oel de los comicios electorales, tanto como el orden de la adquisicinde los conocimientos y de los diplomas. Separa entre quienes tienen

    tiempo y quienes no lo tienen; decide qu es lo actual y qu es ya pa-sado. Se empea en homogeneizar todos los tiempos en un solo pro-ceso y bajo una misma dominacin global. Y adems hay dos formasde distorsionar este tiempo homogneo: en primer lugar, estn lasmaneras imprevisibles con que los agentes sometidos a esta tempora-lidad renegocian su relacin subjetiva con las escansiones del tiempo.Lanoche de los proletarios habla de eso: los proletarios estn sometidosa la experiencia de un tiempo fragmentado, de un tiempo escandi-do por las aceleraciones, los retardos y los vacos determinados porel sistema. Su emancipacin consiste, primero, en reapropiarse deesta fragmentacin del tiempo para crear formas de subjetividad quevivan otro ritmo que el del sistema. Desde este punto de vista, lasformas contemporneas de precariedad y de intermitencia me pare-cen mucho ms prximas a esta experiencia del tiempo de lo quese admite. Por otra parte hay interrupciones: momentos en que se

    detiene una de las mquinas que hacen funcionar el tiempo puedeser la del trabajo, o la de la Escuela. Hay asimismo momentos dondelas masas en la calle oponen su propio orden del da a la agenda delos aparatos gubernamentales. Estos momentos no son solamenteinstantes efmeros de interrupcin de un flujo temporal que luegovuelve a normalizarse. Son tambin mutaciones efectivas del paisa-je de lo visible, de lo decible y de lo pensable, transformaciones delmundo de los posibles.

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    A menudo se le oponen a estos momentos espontneos, la lar-ga paciencia de la organizacin y sus estrategias. Pero la relacinno se limita a la diferencia entre la espontaneidad y lo organizado.

    Se extiende a las temporalidades heterogneas. La cuestin es hacerdurar una aceleracin del tiempo, una aceleracin de la aperturade los posibles. Hasta ahora solamente las artes del relato la lite-ratura y el cine han logrado este tipo de operaciones. Siempre seha querido volver duraderos esos momentos a travs del uso de lasestrategias: la constitucin del ejrcito industrial de los trabajadoressansimonianos, el pensamiento marxista del desarrollo de las fuer-zas productivas y de las etapas de la revolucin. Todas estas tem-

    poralizaciones acabaron perdindose en la temporalidad electoral,es decir, en la temporalidad de la reproduccin de las oligarquasgobernantes. Otra imagen del tiempo, ciertamente, es necesaria: esdecir, una imagen del tiempo como desarrollo de la potencia aut-noma de esos momentos. Pero es necesario constatar que ella anno existe como imagen de lo poltico. Todava permanecemos enla divisin establecida entre el tiempo de la reproduccin de la do-minacin y el tiempo de las etapas de la estrategia revolucionaria.No veo otra alternativa mejor que aquella que intenta desarrollar latemporalidad de los momentos de igualdad, dndole una consisten-cia autnoma al margen de toda predeterminacin de una estrategiaque pretende saber adnde hay que ir.

    Habls de proletarios secretamente enamorados de lo intil. Nos llamala atencin tu esfuerzo por romper los estereotipos de lo obrero. Cmo

    penss hoy las posibilidades de una sensibilidad capaz de superar los es-tereotipos atribuidos al mundo del trabajo sin recaer en formas estticasneoliberales?

    Tal vez haya que rechazar la alternativa: o bien la figura tradicionaldel trabajador, o bien un pequeoburgus encerrado en las formasliberales del trabajo individual y planificado, y del consumo cm-plice. An si existi en cierto momento una fuerte pregnancia de la

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    fbrica y del obrero metalrgico, hay que recordar que el proletariadosiempre design a un mosaico de formas de trabajo, de vida y deideologa muy diversas. Asimismo no hay que dejarse seducir por

    las implicaciones de la palabra liberalismo. Muchos de quienes locritican le conceden de hecho lo que demanda: a saber, la identifi-cacin de nuevas formas de imposicin del trabajo que aslan a losindividuos y los presionan mediante formas de participacin y deresponsabilidad ampliadas correspondientes a los impulsos indi-vidualistas de estos individuos; es decir, se le concede la libertadque reivindica, mientras se critican sus virtudes corruptoras. La ma-yora de los discursos que se pretenden radicales hacen como si la

    flexibilidad designara efectivamente una forma de organizacinque responde a un deseo de soltura y de participacin de los traba-jadores, como si la autoridad hubiera sido reemplazada por formasde integracin suave y como si todos rebosaran en las perversas de-licias del consumo a ultranza. Todos estos discursos creen y hacencreer que la dominacin funciona en la actualidad instaurando unrgimen de permisividad general en la cual los deseos rebeldes sedejan recuperar. La verdad es que la autoridad del capital y delEstado se refuerza en todos lados y que los medios individuales ycolectivos de resistencia son sometidos por asalto en cada lugar.

    Tambin es verdad que, en todo momento, hoy en da como enla poca de La noche de los proletarios, las formas subjetivas por lascuales se toma distancia de las imposiciones de su condicin son ala vez modos de romper con el sistema de dominacin y modos devivir en l. Lo que era cierto para los artesanos emancipados que yo

    estudiaba, lo es tambin para los trabajadores precarios e intermi-tentes de la actualidad que viven su tiempo fragmentado en el do-ble modo de la explotacin sufrida y de la posibilidad de una ciertalibertad en el seno de la explotacin. Pero tambin lo era para losmilitantes obreros de ayer que podan vivir la explotacin cotidianaporque ellos instalaban all un cierto dominio del porvenir que eratambin un dominio de su presente. La emancipacin es una ma-nera de vivir la desigualdad segn el modo de la igualdad. Persiste

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    all, irresoluta, una tensin fundamental. He intentado sacar a laluz su dinmica productiva contra todos aquellos que la encierrandentro del discurso fcil que denuncia la recuperacin del deseo de

    emancipacin en las redes de la dominacin. El fondo de la cuestines simple: se parte del presupuesto de la igualdad intelectual o delpresupuesto de la desigualdad.

    Nos interesa conocer la relevancia que otorgas en la actualidad a la ideade emancipacin intelectual, ya esbozada en El Maestro Ignorante(donde la premisa es la igualdad de las inteligencias), pero tambin enEl Desacuerdo (segn el cual toda jerarqua en el habla es anti-poltica

    y la poltica se constituye, en cambio, como irrupcin igualitaria que des-truye la fijacin de los lugares asignados por la estructura social). Qutipo de figuras colectivas son capaces hoy de encarnar la emancipacinintelectual, en dilogo con aquellos proletarios del siglo XIX que pueblantu libro? Cmo imagins que se desarrollan las noches proletarias enespacios econmicos y sociales signados por la migracin y la heterogenei-dad cultural y lingstica?

    Yo estara muy contento si pudiera dar una respuesta a esta pre-gunta. No tengo figuras para proponer, slo cuestiones a explorar.Creo que hay algo de ilusorio en la bsqueda de figuras-tipos de laliberacin. Existen siempre a groso modo las mismas dos figuras-tipos: la figura de la ruptura radical, de aquel que no tiene nada queperder ms que sus cadenas; y la figura del hombre nuevo que sehalla preformado por las formas de innovacin internas a la dinmi-

    ca misma del mundo de la dominacin. Se las encuentra todava hoyen la tensin entre quienes celebran la radicalidad de las revueltasde los jvenes migrantes de las banlieues (periferias), cuando incen-dian los objetos y los edificios que simbolizan la opresin padecida,rechazando toda consigna poltica; y quienes describen al nuevo tra-bajador cognitivo como el hombre de la colectividad futura ya for-jado por los desarrollos de la produccin inmaterial. Creo que hayque partir de la idea de que la emancipacin no es el producto del

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    proceso normal de la dominacin, ni un fenmeno que se desarrollaal extremo, al borde del precipicio. Es un fenmeno que se desarro-lla en los espacios intersticiales: los espacios del tiempo dividido y

    los de las fronteras inciertas entre los modos de vida y las culturas.Desde este punto de vista me parece posible observar determinadosfenmenos contemporneos: en primer lugar existe el desarrollode todas las formas de intervalo del trabajo; es decir, no solamentelas formas intermitentes sino tambin las formas que oscilan entreautonoma y dependencia, entre el mundo del estudio y el del traba-jo, el mundo del trabajo y el de la cultura. Pienso, por ejemplo, enla cantidad de personas que viven entre trabajo y desempleo, pero

    tambin entre formas completamente heterogneas de empleo, enla cantidad de estudiantes que de hecho ya estn involucrados enun mundo laboral donde hacen todo tipo de trabajos, desde el msintelectual al ms material (sereno) o al ms solitario (empleado desupermercado). Por otra parte existen fenmenos de inmigracin,que siempre tendieron a verse como la llegada de los condenados dela tierra, cuando ms bien constituyen formas de circulacin entreexperiencias y culturas donde los que vienen aportan saberes que serevelan generalmente ms tiles para la lucha y la negociacin quepara trabajos que son frecuentemente inferiores a sus capacidadesy a su estatuto de origen. Tambin hay fenmenos de circulacin desaberes y prcticas artsticas y culturales. No me fo del todo de losdiscursos sobre el mestizaje cultural.

    No obstante, lo que me parece importante es la disponibilidadconsiderable de formas de saber y de modos de expresin. Hay por

    todos lados, particularmente a travs de Internet, medios de adqui-sicin de los saberes y de comunicacin de las experiencias: es de-cir, medios de apropiacin de las capacidades intelectuales ofrecidasa la prctica autodidacta. Y bien, la autodidaxia permanece comoelemento esencial de las noches proletarias. Adems, hay por to-dos lados capacidades artsticas, maneras de hacer arte, maneras departicipar en las divergencias que eso instituye (bastante alejadasfrecuentemente tanto de los proyectos de arte para el pueblo como

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    de los programas de arte poltico.) En resumen, creo que existe unarelacin entre las formas de disponibilidad subjetiva y las posibi-lidades de aprender y de sentir de modo diferente, que es el suelo

    frtil para la emancipacin (es decir: tambin un suelo frtil para lascontradicciones de la emancipacin).

    Las mutaciones polticas, econmicas y tcnicas de las ltimas dcadas,siguen dejando en un lugar central la divisin entre trabajo manual eintelectual? Cmo afecta esta divergencia a la tensin poltica entre mili-tancia emancipatoria y subjetividades del trabajo?

    Cabe observar que la oposicin manual/intelectual, como todas las ca-tegoras de la divisin de lo sensible, no coincide con la realidad mate-rial de la formas de trabajo. El problema no se plantea simplementeen trminos de proceso de trabajo, sino en trminos de posibilidadesde subjetivacin de una capacidad. Un trabajo hecho con las manospuede ser reconocido como intelectual y un trabajo de servicio sertratado como trabajo manual, lo que significa trabajo sin inteligencia.El problema es si la competencia intelectual est siendo reconocida ono. Eso acta en dos niveles: en el nivel del dominio concreto de losprocesos de trabajo, y en la cuestin del reconocimiento o denegacinde la competencia para ocuparse en la sociedad de algo ms que eltrabajo y la vida individual.

    Entonces hay que desconfiar de las evidencias tramposas apoya-das en ciertas palabras como cognitariado: no por estar delante deuna computadora uno es tratado y se considera a s mismo como

    partcipe de la inteligencia colectiva. Un obrero fabril del pasado,que participaba en las negociaciones y en formas de gestin colecti-vas, poda tener un estatuto intelectual mucho mejor asegurado. Lassubjetividades individuales en el trabajo estn siempre repartidasentre el ejercicio de la inteligencia y su denegacin. Lo mismo escierto a nivel de la subjetivacin colectiva. Los trabajadores denomi-nados cognitarios son advertidos a diario por quienes les mandany por quienes les gobiernan, que su intelectualidad no alcanza

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    para entender cmo la produccin y la economa en general debenorganizarse. Y ellos tienen que luchar siempre para imponer unainteligencia que es la de todos, contra el orden jerrquico que fija

    los lmites dentro de los cuales los diferentes tipos de inteligenciasdeben moverse.

    Marzo de 2010

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    agmnt

    Agradezco a todos aquellos que han alentado este trabajo y en parti-cular a Jean Toussaint Desanti quien acept patrocinarlo en la vidauniversitaria. El colectivo de las Rvoltes logiques ha sacado mi inves-tigacin de su soledad. Jean Borreil ha acompaado el desarrollo deeste libro y corregido minuciosamente el manuscrito. Agradezco enfin a Danielle, compaera de todo este recorrido, y a mi madre quelo ha hecho posible.

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    intun

    La noche de los proletarios: no expresaremos con este ttulo ningunametfora. No se trata de rememorar aqu los dolores de los esclavos de lasmanufacturas, la insalubridad de los cuchitriles, o la miseria de los cuer-

    pos agotados por una explotacin sin control. De todo eso, no se tratarsino a travs de la mirada y la palabra, las razones y los sueos de los

    personajes de este libro.Quines son ellos? Algunas decenas, algunas centenas de proletarios

    que tenan 20 aos alrededor de 1830 y que haban decidido, en ese tiempo,cada uno por su cuenta, no soportar ms lo insoportable: no exactamentela miseria, los bajos salarios, los alojamientos nada confortables o el hambresiempre prximo, sino ms fundamentalmente el dolor del tiempo robado

    cada da para trabajar la madera o el hierro, para coser trajes o para clavarzapatos, sin otro fin que el de conservar indefinidamente las fuerzas de laservidumbre junto a las de la dominacin; el humillante absurdo de tenerque mendigar, da tras da, ese trabajo donde la vida se pierde; el peso delos otros tambin, los que trabajan en el taller con su jactancia de Hrculesde cabaret o su obsequiosidad de trabajadores concienzudos, los de afuera,esperando un puesto que se les cedera gustosamente, los que, en fin, paseanen calesa y echan una mirada de desdn sobre esa humanidad marchita.

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    Terminar con eso, saber por qu an no se termina, cambiar la vida...La subversin del mundo comienza a esa hora en que los trabajadoresnormales deberan disfrutar del sueo apacible de aquellos cuyo oficio no

    obliga a pensar; por ejemplo, esa noche de octubre de 1839: a las 8 msexactamente, se les encontrar en casa del sastre Martin Rose para fundarun peridico de obreros. El fabricante de compases Vinard, quien com-

    pone canciones para la goguette,1 ha invitado al carpintero Gauny cuyohumor taciturno se expresa sobre todo en dsticos vengadores. El poceroPonty, poeta tambin, sin duda no estar all. Este bohemio ha optado

    por trabajar de noche. Pero el carpintero podr informarle de los resulta-dos en una de esas cartas que l transcribe hacia la medianoche, luego

    de muchos borradores, para hablarle de sus infancias saqueadas y de susvidas perdidas, de las ebres plebeyas y de las otras existencias, ms all

    de la muerte, que quiz comiencen en ese momento mismo: en el esfuerzopara retardar hasta el lmite extremo el ingreso en el sueo que repara lasfuerzas de la mquina servil.

    La materia de este libro es, en primer lugar, la historia de esas nochesarrancadas a la sucesin del trabajo y del reposo: interrupcin impercep-tible, inofensiva, se dira, del curso normal de las cosas, donde se prepara,se suea, se vive ya lo imposible: la suspensin de la ancestral jerarquaque subordina a quienes se dedican a trabajar con sus manos a aquellosque han recibido el privilegio del pensamiento. Noches de estudio, nochesde embriaguez. Jornadas laboriosas prolongadas para entender la palabrade los apstoles o la leccin de los instructores del pueblo, para aprender,soar, discutir o escribir. Maanas de domingo adelantadas para ir juntosal campo para ver el amanecer. De esas locuras, algunos saldrn bene-

    ciados: terminarn empresarios o senadores vitalicios no necesariamentetraidores. Otros morirn: suicidio de las aspiraciones imposibles, langui-dez de las revoluciones asesinadas, tisis de los exilios en las brumas delnorte, pestes de ese Egipto donde se buscaba la Mujer-Mesas, malaria de

    1. Lasgoguettes eran las sociedades cantantes que se popularizaron desde 1820 en Francia, siguiendo latradicin de las sociedades epicreas. Compuestas principalmente por obreros y artistas o, ms bien,obreros-artistas, que se reunan a comer, beber y, sobre todo, cantar juntos. Por lo general, tomaban lamsica de una pieza muy conocida, improvisaban sobre ella y creaban otras letras, caracterizadas por sutono subversivo y picaresco. Fuente de propagacin de ideas socialistas, comunistas y anarquistas fueron

    prohibidas por Napolen III en 1851. [N. de los T.]

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    Texas donde se iba a construir Icaria. La mayora de ellos pasarn susvidas en ese anonimato desde donde, a veces, emerge el nombre de un poetaobrero o del dirigente de una huelga, del organizador de una efmera aso-

    ciacin o del redactor de un peridico pronto desaparecido.Qu representan?, pregunta el historiador; qu son ellos en relacincon la masa de los annimos de las fbricas o incluso de los militantes obre-ros?; qu peso tienen los versos de sus poemas e incluso la prosa de sus pe-ridicos obreros a la luz de la multiplicidad de las prcticas cotidianas, delas opresiones y de las resistencias, de los murmullos y de las luchas del tallery de la ciudad? Es una cuestin de mtodo que quiere unir la astucia con laingenuidad, identicando las exigencias estadsticas de la ciencia con los

    principios polticos que proclaman que las masas solas hacen la historia yencomiendan a quienes hablan en su nombre representarlas elmente.

    Pero quiz las masas invocadas ya han dado su respuesta. Por qu,en 1833 y en 1840, los sastres parisinos en huelga tienen por lder a AndrTroncin, que reparte sus tiempos libres entre los cafs estudiantiles y lalectura de los grandes pensadores? Por qu los obreros pintores, en 1848,van a demandar un plan de asociacin a su extrao colega, ese cafeteroConfais, quien los aturde ordinariamente con sus armonas foureristas ysus experiencias frenolgicas? Por qu los sombrereros en lucha han sali-do al encuentro de ese antiguo seminarista llamado Phillipe Monnier, cuyahermana fue a representar a la mujer libre a Egipto y cuyo cuado murien la bsqueda de su utopa americana? Porque seguramente aquellas

    personas, respecto de las que se esfuerzan habitualmente para evitar sussermones sobre la dignidad obrera y el sacricio evanglico, no representan

    lo cotidiano de sus trabajos y de sus odios.

    Pero es efectivamente por eso mismo, porque son otros, que ellos vana verlos el da en que tienen algo para representar frente a los burgueses(patrones, polticos o magistrados); no simplemente porque saben hablarmejor, sino porque hay que representar frente a los burgueses ms allde los salarios, los tiempos de trabajo, las miles de heridas del asalariado

    fundamentalmente esto, lo que las locas noches de esos portavoces demues-tran ya: que los proletarios deben ser tratados como seres a los que se lesdeberan muchas vidas. Para que la protesta de los talleres tenga una voz,

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    para que la emancipacin obrera ofrezca un rostro a contemplar, para quelos proletarios existan como sujetos de un discurso colectivo que da sentidoa la multiplicidad de sus agrupaciones y de sus combates, es necesario que

    aquellas personas estn ya constituidas por otras, en la doble e irremediableexclusin de vivircomo obreros y de hablarcomo los burgueses.Historia de una palabra solitaria y de una identicacin imposible

    al principio mismo de los grandes discursos que dan a entender la pa-labra del colectivo obrero. Historia de dobles y de simulacros, que losamantes de las masas no han dejado de encubrir. Unos han jado en

    sepia la fotografa-recuerdo del joven movimiento obrero en vsperas desus nupcias con la teora proletaria. Otros han abigarrado esas sombras

    con los colores de la vida cotidiana y de las mentalidades populares. A lasolemne admiracin por los soldados desconocidos del ejrcito proletariohan venido a unrsele la curiosidad enternecida por la vida de los anni-mos y la pasin nostlgica por los gestos acabados del artesano o el vigorde las canciones y de las estas populares: los homenajes concuerdan en

    asumir que aquellas personas son tanto ms admirables cuando adhierenms exactamente a su identidad colectiva; que se vuelven sospechosas,al contrario, cuando quieren existir de otro modo que como legiones olegionarios, al reivindicar esta errancia individual reservada al egosmodel pequeo-burgus o a la quimera del idelogo.

    La historia de esas noches proletarias querra justamente suscitaruna interrogacin sobre ese celoso cuidado de preservar la pureza popu-lar, plebeya o proletaria. Por qu el pensamiento docto o militante hatenido siempre necesidad de imputar a un tercero malco pequeo-

    burgus, idelogo o sabio las sombras y las opacidades que dicultan la

    armoniosa relacin entre su conciencia de s y la identidad en s de suobjeto popular? Ese tercero malco no sera completamente forjado

    para conjurar la amenaza, ms temible, de ver a los lsofos de la noche

    invadir el terreno del pensamiento? Como si se ngiera tomar en serio

    el viejo fantasma que sustenta en Platn la denuncia del sosta, el de

    una losofa devastada por una masa de hombres que la naturaleza no

    haba constituido para ella, hombres vulgares, que a causa del trabajoservil a que se dedicaron tienen mutilada y degradada el alma, as como

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    el cuerpo deformado por la actividad manual.2 Como si la ciencia ase-gurara su diferencia slo al postular la slida identidad de s del sujetopopular que es a la vez su objeto y su otro.

    Esos interrogantes no implican ningn juicio, sino que explican porqu no nos excusamos aqu de haber sacricado la majestad de las masasy la positividad de sus prcticas a los discursos y a las quimeras de algunasdecenas de individuos no representativos. Dentro del laberinto de susitinerarios imaginarios y reales, se ha justamente querido seguir el hilo deAriadna de dos cuestiones: por cules desvos esos trnsfugas, deseososde arrancarse de la sujecin de la existencia proletaria, han forjado laimagen y el discurso de la identidad obrera? Y qu formas nuevas de

    desconocimiento afectan esta contradiccin, cuando el discurso de los pro-letarios apasionados por la noche de los intelectuales encuentra el discursode los intelectuales apasionados por los das laboriosos de los proletarios?Pregunta dirigida a nosotros, pero tambin vivida, en presente, en las rela-ciones contradictorias de los proletarios de la noche con los profetas sansi-monianos, icarianos u otros del mundo nuevo. Pues, si es efectivamentela palabra de los apstoles burgueses la que provoca o profundiza estequiebre en el curso cotidiano de los trabajos, desde donde los proletariosson arrojados en la espiral de otra vida, el problema comienza cuando los

    predicadores quieren hacer de esta espiral la lnea recta conducente a lasmaanas del trabajo nuevo, jar a sus eles en la noble identidad de sol-dados del gran ejrcito militante y de prototipos del trabajador por venir.En el goce de entender la palabra del amor, los obreros sansimonianos novan a perder un poco ms aun esta identidad de trabajadores robustos querequiere el apostolado de la industria nueva? Y los proletarios icarianos

    podrn a la inversa, reencontrarla de otro modo que en detrimento de lapaternal educacin de su lder?

    Encuentros fallidos, atolladeros de la educacin utpica, donde el pen-samiento edicante no se vanagloriar demasiado tiempo de ver el terreno

    despejado para la autoemancipacin de una clase obrera instruida porla ciencia. Las razones esquivas del primer gran peridico de los obreroshecho por los obreros mismos, LAtelier, permiten ya presagiar lo que

    2. Platn, La Repblica, VI, 495.

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    constatarn con asombro los inspectores encargados de vigilar las asocia-ciones obreras derivadas de ese trayecto torcido: el obrero, seor de losinstrumentos y de los productos de su trabajo, no consigue persuadirse de

    que trabaja para su propio objeto.Con esa paradoja, no habr que regodearse demasiado pronto por recono-cer la vanidad de los caminos de la emancipacin. Se recobrara all con mssentido la insistencia de la cuestin inicial: qu es exactamente este propioobjeto por el cual el obrero debera y no puede apasionarse?, qu es exac-tamente lo que est en juego en la extraa tentativa de reconstruir el mundoalrededor de un centro respecto del que sus ocupantes no suean ms que fu-

    garse?, y no se sigue otro objeto en esos caminos que no conducen a ninguna

    parte, en esta tensin por mantener, a travs de todos los constreimientos dela existencia proletaria, un no consenso fundamental en el orden de las cosas?En el itinerario de los proletarios que se haban jurado, en tiempos de julio de1830, que nada sera ya ms como antes, en la contradiccin de sus relacio-nes con los intelectuales amigos del pueblo, ninguno hallar la ocasin paraanimar la razn de sus desilusiones o de sus rencores. La leccin del aplogosera, ms bien, inversa de la que se saca complacientemente de la sabidura

    popular: leccin en cierta medida de los lmites de lo imposible, de un rechazodel orden existente sostenido en la muerte misma de la utopa.

    Post-scriptum. Quiz hay que recordar en 1997 las circunstanciasen las cuales, contra las cuales, se escribi este libro. El positivis-mo histrico, imperioso de separar bien los hechos slidos de lassimples representaciones, haca entonces buena pareja con la crtica

    marxista de la ideologa y el determinismo econmico e histrico.Aquel marxismo, estremecido en los tiempos izquierdistas, recobra-ba vigor en el discurso de los jvenes turcos socialistas que se lanza-ban entonces al asalto del poder y nos prometan el asalto nal delcapitalismo. Por otro lado, los que se llamaban nuevos lsofosentonaban a voz en cuello el gran desprecio por los delirios y loscrmenes a los que haban llevado los matres-penseurs y a los que seexpone toda voluntad de cambiar el mundo.

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    Hoy en da, los dos campos contra los que este libro sacaba ala luz la singular revolucin intelectual oculta bajo el nombre demovimiento obrero no forman ms que uno. El imperio sovitico

    desmoronado ha legado al Estado liberal la teora de la necesidadeconmica y del sentido irreversible de la historia. Un reparto armo-nioso se efecta entonces entre los gestores estatales, que quiebranlas viejas rigideces salariales y las arcaicas crispaciones igualita-rias que retardan la inevitable evolucin de las cosas, y una opininintelectual que nos ensea a no ver ms que ilusin y locura endos siglos de historia obrera y revolucionaria. Los dos pensamientosforman una sola y misma sabidura nihilista, sealando que nada

    puede ser nunca sino lo que es. Las apuestas de la historia aqucontadas son as desplazadas y radicalizadas. El retorno del capita-lismo salvaje y de la vieja asistencia a los excluidos vuelve a ponera la orden del da el esfuerzo de aquellos que se comprometieron aromper el crculo, su experiencia de la divisin del tiempo y del pen-samiento. Pero asimismo, frente al nihilismo de la sabidura ocial,hay nuevamente que instruirse en la sabidura ms sutil de quie-nes no tenan el pensamiento como profesin y que no obstante,desordenando el ciclo del da y la noche, nos han enseado a volvera poner en cuestin la evidencia de las relaciones entre las palabrasy las cosas, el antes y el despus, el consenso y el rechazo.

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    PRIMERA PARTEe mb n nt u

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    Captulo 1l ut nfn

    Me preguntas qu es de mi vida en el presente; ahest como siempre. Lloro en este momento por uncruel retorno sobre m mismo. Perdname este movi-miento de pueril vanidad; me parece que no estoy en

    mi vocacin martillando el hierro.1

    En el mes de septiembre de 1841, La ruche populaire presen-ta su aspecto habitual: en este artculo sobre el aprendizaje (Delapprentissage), extraamente titulado en letras gticas, de nuevose exhala una queja en lugar de un estudio documentado. El estilo esciertamente apropiado al propsito de una revista mensual que pre-tende ser el reejo de los pensamientos de uno, de las emocionesde otro; sin conexin ni prolongaciones literarias, modesto lbumdel pobre, simple revista de las necesidades y los hechos del taller.2Consigue sus objetivos tal vez demasiado bien; y los redactores deLAtelier, rgano que compete a los intereses morales y materialesde los obreros, denuncian en esta pretendida colmena laboriosa una

    Babel llena de ruido de los murmullos vanos que producen los gemi-dos sin fuerza y los sueos sin consistencia.

    Esta vez, sin embargo, podemos esperar otra cosa: el artculoest rmado por Gilland, obrero cerrajero, y sorprende en princi-pio que este lamento emane de un representante de la corporacin

    1. Gilland, De lapprentissage. Fragment dune correspndance intime, La ruche populaire, septiembre1841, pp. 2-3.

    2. E. Varin, Tous, La ruche populaire.

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    privilegiada, que va de la antigua nobleza de los herreros a la aristo-cracia moderna de los ajustadores. Pero sobre todo Jrme-PierreGilland no es uno de esos redactores de ocasin que no han dejado a

    la posteridad otros trazos ms que algunas obras de versos o algunospensamientos breves, testimoniando un impotente deseo de trocarsu herramienta por la pluma del escritor. Obrero-escritor prologa-do por George Sand, diputado de la Segunda Repblica, simboliza,al contrario, el acceso de los representantes de la clase obrera a lasesferas de la poltica y de la cultura, pero tambin su delidad a lacondicin de sus padres: este gnero de poeta tejedor, que permane-ce toda su vida en su ocio, manifestar l mismo su orgullo, luego

    del golpe de estado del 2 de diciembre, al retomar sus herramientasde cerrajero y su sostn de trabajador.

    Hay que concederle tanta importancia a una condencia de ju-ventud de quien desempear luego el rol de Cincinato obrero? Porcierto, l no habla aqu en su nombre y es habitual en esos Fragmen-tos de una correspondencia ntima, que se hallan de un lado a otroen La ruche y tambin en la austera Fraternit, que luego de haberdejado hablar al pensamiento, vagabundo y tentador, de su doble odemonio, el moralista obrero tenga la ltima palabra para armar lasvirtudes del trabajo y la dignidad del trabajador. En ese caso tambin,el corresponsal imaginario no tarda en convenir con eso:

    Creo que no estoy en mi vocacin martillando el hierro; aun-que esta condicin no tenga nada de innoble, al contrario. Delyunque salen la espada del guerrero que deende la libertad de

    los pueblos y las rejas de arado que los alimenta. Los grandesartistas han comprendido la poesa vigorosa y esplndida es-parcida en nuestras frentes morenas y en nuestros miembrosrobustos y a veces la han reejado con gran fortuna y energa:nuestro ilustre Charlet sobre todo, cuando sita el delantal decuero cerca del uniforme del granadero, diciendo: El ejrcito,es el pueblo. Ves que yo s apreciar mi ocio...

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    Todas las cosas estaran as en orden, y las virtudes representadas porel metal forjado llevaran prontamente las imaginaciones extraviadas delproletariado a los surcos laboriosos y guerreros de la ideologa nacional.

    Pero, es seguro el benecio de la imagen propia que mantiene al herre-ro con su yunque, si sta perturba ese orden de la Repblica platnicaque subordinaba el arte del herrero al del caballero al precio de excluir alos ilusionistas que pintaban riendas, bocados o herreros sin saber nin-guna de las dos artes? El riesgo no est all donde se lo tema al principio:en la arrogancia suscitada por esas imgenes heroicas de la robustezobrera. Qu obrero, ms si es un poco amante de las estampas, alabaralguna vez con estilo directo sus miembros robustos o su frente morena

    en tiempos donde la neza de las junturas y la blancura de la tez denensobre todo el ideal de la virgen amada o del poeta envidiado? Adems, laimagen marcial no puede ocultarle a nuestro cerrajero la miseria fsicade la gente del taller. Algunas lneas ms adelante, muestra que con esaspretendidas calidades fsicas no hay ms que un simple reejo colorea-do de la coaccin del trabajo; palabras por ejemplo de parientes media-dores, urgidos de meter a sus hijos en el inerno del taller: Si el ocioes rudo, se llama al nio ms fuerte; si es delicado en cambio al mshbil; se hace de l un Hrcules o un artista segn la circunstancia. Yall donde no es apariencia, la fuerza de sus miembros es ms bien parael cerrajero-herrero la maldicin que lo excluye de ese reino de imgenesdonde ocia de modelo. Algunos aos ms tarde, Pierre Vinard da consu destino el ejemplo lmite de esta alienacin que le hace sufrir al obre-ro menos la prdida de su objeto que la de su imagen:

    La pose severa del cerrajero da lugar a admirables estudios;las escuelas amenca y holandesa demuestran el partido quesacaron de ella los Rembrandt y los Van Ostade. Pero no po-demos olvidar que los obreros que sirven de modelo para esosadmirables cuadros pierden el uso de sus ojos a una edad pocoavanzada y eso destruye una parte del placer que sentimos con-templando las obras de esos grandes maestros.3

    3. Pierre Vinard, Les ouvriers de Paris, Pars, 1851, p. 122.

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    El articio del pintor reenva de la soberana ilusoria de la mano ala soberana real de la mirada. La poesa vigorosa y esplndida espar-cida sobre las frentes obreras por los pintores del acero templado no

    es simplemente la mscara de la miseria obrera: es el precio con elque se paga el abandono de un sueo, el de otro lugar en el mundode las imgenes. Detrs de los cuadros que se hacen de su gloria, estla sombra, la gloria perdida de los cuadros que no han hecho y que sesaben condenados a no hacer jams. Ves que yo s apreciar mi ocio.Y no obstante habra querido ser pintor.

    Sueo con pasar al otro lado del lienzo, pero no para representar aese pueblo-armado que se simboliza con el martillo y el delantal de cuero

    del herrero: para pintar otra imagen del ejrcito del pueblo, como ese ca-ballero atiborrado de oro y empenachado de tricolor, cuyo caballo blancose destaca en un primer plano de cuerpos orientales entremezclados conlos caballos volcados y el trasfondo del desierto, de las palmeras y cielode Egipto. Gilland mismo, en una carta a George Sand, sita a Gros, elpintor del proletario-mariscal Murat, entre los artistas que lo hicieronsoar: Habra querido ser pintor. Haciendo mis recados, no poda im-pedir detenerme y extasiarme ante las tiendas de cuadros y grabados.No creeras cuntos golpes me costaron Grard, Gros, Bellang, HoraceVernet.4 A ese sueo imperial sin embargo los moralistas de la pocaoponen imgenes totalmente distintas del pintor: las pretensiones delpintor mediocre, los excesos del artista y las miserias del genio remitenal mismo modelo, el hombre que se suicida por perseguir la quimerade la gloria en el dominio de esas sombras cuya existencia depende delcapricho de los poderosos. De ese destino, se sabe, no se salvan los ms

    ilustres: hace algunos aos ya que las aguas del Sena tragaron la desespe-racin del barn Gros. Pero, extraamente, la maldicin del artista vienea cubrir la modesta existencia obrera del pintor de edicios o del pintorde letreros. Y los moralistas obreros se esmeran en prevenir los peligrosde ella con tanto celo como los burgueses. As provoca asombro ver alantiguo director de LAtelier, el impresor Leneveaux, ubicar la profesinde pintor en lo ms bajo de la jerarqua de las profesiones ofertadas a los

    4. J. P. Gilland, Les Conteurs ouvriers, Pars, 1849, p. XII.

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    adolescentes, justo antes de los empleos mortferos de los poceros y delos fabricantes de cerusa.5 La mortalidad comparada de las profesiones,no ms que la estadstica de los salarios, autoriza a semejante ostracis-

    mo. Pero se comprende mejor la segunda intencin de esos consejosprcticos viendo, en la Comisin de fomento de las asociaciones obreras, asu colega Corbon compartir la inquietud expresada por el informanterespecto de una asociacin de pintores de brocha gorda: El opinantequerra saber si los asociados estn casados. El peligro de la profesines sobre todo moral. Y ciertamente no se podra ignorar la inuenciadel matrimonio sobre las costumbres de orden y de economa,6 pero si,entre cientos de expedientes, los obreros pintores son los nicos pasa-

    dos por la criba de una regla tan general, es que quiz su inmoralidadexcede la cuenta de los cnones transgredidos y de las muchachas se-ducidas; es que ella representa esta perversin ms temible que hacede un ocio obrero el modo de fugarse de la condicin del hombre condelantal de cuero. Tentacin de la cual el sacerdote del pueblo, el abadLedreuille, querra, con sus exhortaciones dominicales, preservar a losobreros en peligro, pero al encanto de la misma el escritor fracasadoFranois-Auguste Ledreuille dej ir su pluma, imaginando el discursode un zapatero resuelto a dejar su condicin por la de pintor:

    Te har bosques que no existen, letras que no se podranleer, imgenes cuyos modelos jams existieron, siempre en elaire como los pjaros, embriagado de sol, elocuente, cantandoa los cuatro vientos de los apartamentos vacos, pasando de lasmolduras doradas a la buhardilla, del campo a la ciudad, no

    sabiendo a la noche dnde se trabajar por la maana; siemprenuevos compaeros y nuevas guras, bienvenidos en todos losrincones, mesas servidas en todas las barreras, conocidos entodos los estratos y buenas jornadas siempre.7

    5. Henri Leneveaux, Manuel de lapprentissage, Pars, 1855.6. Procs-verbaux du Conseil dencouragement pour les associations ouvrires, publicadas por Octave Festy,Pars, 1917, p. 52.7. Discours pronocs aux runions des ouvriers de la Societ de Saint-Franois-Xavier Paris et en province par

    M. labb Franois-Auguste Ledreuille, recueillis et publis par M. labb Faudet, Pars, 1861, p. 277.

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    Existe, desde luego, un triste n para las tentaciones paradisacas deuna existencia vagabunda y de un ocio areo. El pintor de Ledreuilleterminar tsico en el Htel-Dieu; lo que prueba sobreabundantemente

    que ms vale pjaro en mano que cien volando y que un buen ociovale ms que uno malo. Pero para los oyentes de Ledreuille y para losque rechazaron escucharlo el problema es justamente saber qu es unbuen ocio; dnde encontrar uno que no est expuesto ni a los acciden-tes ni a la enfermedad, ni a los despidos, ni a las bajas de salario, ni a lastemporadas bajas ni al tedio. Ledreuille asegura que se encuentran enabundancia en el campo y cndido o cnico, no sabemos invita a to-dos los que la miseria envi a la ciudad a volver bien deprisa a buscar el

    tesoro oculto en el campo paternal. Menos casquivano que el predicadory su pintor, el viejo pastor Gilland sabe por experiencia que la relacin dela tierra nutricia con la ciudad de ilusin es un poco ms compleja. Efec-tivamente puede atribuir, en uno de sus relatos, los dolores de aprendizque tiene su doble, el pequeo Gillaume, a las ilusiones propagadaspor un obrero jactancioso sobre los atractivos de la existencia parisina.Sabe tambin que las contemplaciones celestes del pequeo aprendizno alimentan a sus cinco hermanos y que la cada al suelo fue dura enesta carrera en la que el joven deba remontar los senderos fangosos, laespalda doblada bajo el peso de su cuvano.8 Por eso se niega a devol-ver a la servidumbre pastoral los encantos a los que remite su hroe.Sabe igualmente que los buenos obreros terminan como los otros, enel hospital, y que, de sus dos primeros amores, no fue la mujer de malavida sino la honesta costurera quien muri de hambre. La pobreza nose dene en la relacin de la pereza con el trabajo sino en la imposible

    eleccin de su fatiga: ...Yo habra querido ser pintor. Pero la pobrezano tiene privilegios, ni siquiera el de adoptar tal o cual fatiga para vivir.

    No se trata all del derecho a la pereza, sino del sueo de otro tra-bajo: un gesto ms suave de la mano, siguiendo lentamente la mira-da, sobre una supercie pulida. Pero se trata adems de producir otracosa ms que esos objetos elaborados en que la losofa del porvenirve la esencia del hombre-productor realizarse, pagando el precio de

    8. Les aventures du petit Guillaume du Mont-Cel, Les Conteurs ouvriers, op. cit.

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    perderse un tiempo en la propiedad del capital. El amigo de los obre-ros aqu no invent mal: bosques que no existen, letras que no sesabran leer, imgenes cuyos modelos jams existieron, jeroglcos

    de la anti-mercanca, obras de un saber hacer obrero que retiene ens mismo el sueo creador y destructor de esos nios que buscanexorcizar su inexorable porvenir de trabajadores tiles. Disfrutabasobre todo en su largos recreos, dice el bigrafo de un sastre poe-ta, de ejecutar pequeas obras de fantasa que no eran buenas paranadie... miles de pedazos de madera, sufriendo los caprichos de suimaginacin infantil debieron tomar bajo su hacha o su garlopa for-mas esencialmente jeroglcas.9 Para esos proletarios secretamente

    enamorados de lo intil, la imagen del trabajador-soldado podra real-mente ser ms peligrosa que el mal que pretende curar. Pues slo re-concilia al trabajador con su condicin al precio de poner en un lugarprivilegiado al excluido de la ciudad trabajadora y guerrera. Detrs dela gloria representada del obrero, estaba el articio de la imagen; de-trs del articio de la imagen, el poder del pintor, heredero del sueoproducido por la epopeya de esos proletarios caballeros de los cualesse ha jado la imagen y retenido la soberana. La imagen reconciliado-ra toma sus virtudes de las mismas fuentes que producan la separa-cin entre la vocacin del trabajador y su condicin. Para mantener alobrero en su sitio, hay que duplicar la jerarqua real con una jerarquaimaginaria que la socave no tanto por proponer emblemas del poderpopular, sino por introducir la duplicidad en el corazn mismo de laactividad del trabajador en su sitio. Si la contra-imagen propuesta alos piadosos trabajadores de la Conferencia de Saint-Franois-Xavier

    es la de un pintor de letreros, es porque esta imagen maniesta mejorel articio contenido en la autosatisfaccin del obrero orgulloso de sutrabajo, esta fuga de la produccin hacia el principio de la antiproduc-cin y del desorden de la ciudad: no solamente la imitacin, sino laimitacin sin modelo.La representacin til del alegre herrero hace,descomponindose, aparecer la lgica de la desercin que expresa-r Rimbaud, el poeta venidero, quien, primero, descifrar las letras

    9. Alphonse Viollet, Les potes du peuple au XIX sicle, Pars, 1846, p. 2.

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    que no se sabran leer, jeroglcos nuevos de la duplicidad de losiletrados: pinturas idiotas, sobrepuertas, decorados, telas de saltim-banquis, letreros, iluminaciones populares, viajes de descubrimiento

    sin relatos, repblicas sin historia, formas de vocales inventadas, unamezquita para terminar en lugar de una fbrica...Muchas sosticaciones sobre una pequea condencia que per-

    sonaliza una grande y a la vez modesta reivindicacin obrera? Quizsesos fragmentos de correspondencia ntima, cartas de un sobrinoa su to de provincias, opiniones, invocaciones que componen elmosaico de La ruche populaire nos permiten justamente percibir que,tras las grandes y modestas reivindicaciones del trabajo, del empleo o

    del retiro, hay un poco ms de sosticacin de lo que se admite habi-tualmente; tras la litografa del ilustre Charlet, como bajo esas pintu-ras muchas veces recubiertas, los trazos de muchas de las imgenesesbozadas o corregidas, de muchos paisajes percibidos o soados.En tiempos en que el desarrollo de las crnicas judiciales brinda a laimaginera del melodrama como a la retrica de los bienpensantesuna fuente siempre renovada de imgenes de lo popular, donde larevolucin tcnica del clisado se pone al servicio tanto de los neseducativos del Magasin pittoresque como de la clasicacin social delos silogos, no hay reivindicacin obrera que no dibuje, en con-tra de las escenas de gnero producidas por el enemigo, el verdade-ro retrato del trabajador. Pero no hay tampoco verdadero retrato deltrabajador que no se sustraiga enseguida, que no se involucre, por elpoder mismo conferido a la imagen identicadora, en esa espiral queva de la insignicancia de los jeroglcos del nio a los sueos adul-

    tos de otra vida. Cuestin de identidad, cuestin de imagen, relacinde lo Mismo y de lo Otro donde se juega y se disimula la cuestinde la conservacin o transgresin de la barrera que separa a los quepiensan de los que trabajan con sus manos.

    Querramos aqu producir este efecto: el movimiento de una ima-gen, la del trabajador-soldado; dibujar en principio esos croquis pa-risinos, esas acuarelas campestres, esas carbonillas orientales y esoscuadros de historia que cubre el retrato del hombre con delantal de

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    cuero; hechos diversos arrancados al da a da de la dominacin, de lamiseria y del crimen; rboles o pjaros vislumbrados en el pequeocuadrado de cielo que recorta la alta ventana del taller; vastos horizon-

    tes abarcados poniendo pisos, pintando paredes o moldeando las cor-nisas de alguna rica residencia; oraciones, colgaduras y muros de lagoguette, jvenes muchachas en or y pmpanos cargados de frutos desus romances; recuerdos de los tiempos en que el Hombre-Pueblopaseaba al proletariado triunfante por todas las capitales del mundocivilizado;10 cabalgatas de la Argelia conquistada, arenas del desiertosoado, praderas de la Amrica prometida; armonas en la noche dejunio de los coros sansimonianos sobre el csped de Mnilmontant...

    Querramos medir la distancia entre esas imgenes encubiertas oesos sueos aplastados y la adhesin a los emblemas del yunque, delarado y de la espada; comprender la lgica de los trayectos de identi-cacin conforme a los cuales esas escenas pueden encubrirse, borrar-se, recomponerse hasta la imagen hagiogrca y siempre amenazadadel hombre con delantal de cuero.

    Entonces no se trata exactamente de escarbar las imgenes segnlos usos corrientes: la vieja pompa poltica que desenmascara la rea-lidad dolorosa bajo la apariencia favorecedora; la modestia del histo-riador y del joven poltico que, bajo el barniz de las pinturas heroicas,invita a ver circular la sangre de una vida ms salvaje y ms tranquilaa la vez; no escarbar las imgenes para que la verdad aparezca sinomoverlas para que otras guras se compongan y descompongan conellas. No es que se tenga la afectacin de quienes denuncian la tiranade la verdad; es ms bien que a fuerza de raspar, limpiar, desbarnizar

    para encontrar la gura original, asombra volver a encontrar siempre eldibujo del ilustre Charlet. Es cierto que, desde entonces, los personajeshan cambiado y, en la rotacin acelerada de los libros de imgenes, he-mos visto ms de una vez a los elegidos tomar el rol de los condenadosy a los diablos la aureola de los santos. As vimos deslar las imgenesde la grandeza y de la decadencia del mito obrero: nostlgicos artesanosorgullosos de su bella labor y defensores de una cultura de la mano y

    10. Napolen ou lHomme-Peuple, volante sansimoniano, Pars, 1832.

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    del cerebro, obreros contra la gran industria que esclaviza y libera; mili-tantes formados en la escuela de la fbrica, conscientes de los derechosy deberes de los trabajadores; salvajes rompemquinas o desertores del

    orden industrial, pulidos luego por las disciplinas nuevas hasta deve-nir guras de cera donde se inscriben como hbitos de naturaleza lospensamientos laboriosos, higinicos y familiares de sus amos; obrerossublimes haciendo de su habilidad misma el instrumento de su resis-tencia a la disciplina fabril; trabajadores ordinarios avocados al da a dade sus trabajos, de sus conictos y de sus existencias domsticas...

    Ese camino de las metamorfosis, es verdad, tiene algunas razo-nes para hacerse reconocer como el camino del progreso. Pasaje de

    los grandes frescos de la miseria y de la lucha obrera a la austeridadfecunda de la regla del historiador: no palabras, sino prcticas; no he-rosmo, sino cotidianidad; no impresiones, sino cifras; no imgenes,sino lo verdadero. El mtodo parece recomendar un amor convin-cente a la ciencia y al pueblo. Y no es lo que motiva en principio elpresente trabajo: comprender en los gestos del ocio, los cuchicheosdel taller, los desplazamientos del trabajo, las conguraciones y losreglamentos de la fbrica los juegos de sujecin y de resistencia, de-niendo a la vez la materialidad de la relacin de clases y la ideali -dad de una cultura de lucha? Ese deseo se justicaba aparentementeen buscar, ms all de las interpretaciones de los intelectuales y lasimposturas de los polticos, la autonoma de una palabra y de unaprctica obreras. Por eso no asombraba en principio que esta bs-queda de la verdad sorda tuviera que atravesar tanto palabrero; queesta bsqueda de la verdad viera su camino atestado de simulacros:

    tantas profesiones de fe imitadas de los polticos, tantos versos alestilo de los grandes poetas, tantas declamaciones morales alinea-das en las normas burguesas, tantas representaciones simuladas quedesenmascarar. Pero a fuerza de raspar el barniz de esos salvajes de-masiado civilizados y de esos proletarios demasiado burgueses, llegael momento en que nos preguntamos: es posible que la bsquedade la verdadera palabra obligue a callar a tanta gente? Qu signicaesta fuga hacia adelante que tiende a descalicar la verborrea de toda

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    palabra proferida en benecio de la elocuencia muda de lo que nose entiende? No se opera un giro en esta fascinacin por la verdadmuda del cuerpo popular, en esas evocaciones de otra cultura que los

    obreros las masas, el pueblo, la plebe... practicaran con bastantefelicidad para dejar a los otros los desgarramientos de la conciencia ylos espejismos de la representacin? Y la modestia historiadora noparticipara de los benecios del curioso intercambio operado desdeque la existencia obrera fue puesta como la viva refutacin de lo ul-tramundano y desde que el camino de descenso a los inernos fuepuesto como la va real para corregir los problemas de visin adquiri-dos por mirar demasiado el cielo de las ideas? Desde que a esa clase

    a la que la Repblica losca juzgaba demasiado innoble como paraelevar los ojos hacia el cielo, se le conri la suprema nobleza de laverdad encarnada? Est aqu, dicen igualmente la ciencia marxistay su denuncia, tanto la puerta del inerno como la verdadera cien-cia, donde deben abolirse todo ensueo de idelogo y toda vanidadde maestro pensador: en el antro del Capital donde el trabajo de lateora debe igualarse al sufrimiento, ese sufrimiento que inscribe enlos cuerpos proletarios las marcas de esa verdad disimulada por lareligin cotidiana de los intercambios de mercancas y de palabras;en el inerno de los condenados donde la honestidad del pensamien-to desengaado debe reconocer, sobre las magulladuras de la carnepopular y los tatuajes de la revuelta, la verdad plebeya que denunciala ciencia de los amos. En esa fascinacin moderna por la verdad delcuerpo popular, en la guerra declarada desde hace mucho tiempoa aquellos intelectuales desclasados, idelogos pequeo-burgue-

    ses, Maestros que pervierten la verdad nativa de sus certezas ra-ciocinantes, en esas lgrimas de compasin, esos dedos acusadorese incluso esos arrepentimientos por haber participado en la obra deperversin, no habra ah una manera de dar al pensador su digni-dad por medio de su culpabilizacin?

    Pues la moderna subversin de lo verdadero efectivamente essobre todo un desdoblamiento. No ha suprimido el viejo discursode la ciencia que excluye al artesano encerrado en el crculo de las

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    necesidades y de los trabajos materiales, solamente lo ha duplicado enun discurso de la verdad, encarnando esa verdad en el mismo sujetoque no puede ni conocerla ni conocerse pero no sabra por eso mismo

    cesar de manifestarla en sus gestos y en sus palabras. De ese modo eldominio se asegura un recambio: ora arma la incapacidad del traba-jador de conocer y transformar su condicin sin el auxilio de su cien-cia; ora tiene deferencia por la verdad sufriente del cuerpo popular yvergenza de la falsa ciencia que la altera, para mejor reservarse, aprecio de pedir perdn, la parte de la apariencia que hace de doble dela ciencia como la ignorancia lo hace de la verdad. Para nosotros, sedeca ayer, el relmpago del pensamiento que fecundar la inge-

    nua tierra popular; para ellos, se dir maana, la piedra de toque dela verdad sensible, la mirada de los ojos desengaados, el grito des-nudo de la clera, la ruda disciplina que cambiar el mundo, la verda-dera cultura, el sentido de la esta o la sonrisa de la broma plebeya;para nosotros, desgraciadamente, los desgarramientos de la concien-cia pequeo-burguesa, las sosticaciones del pensamiento vaco y lacomplicidad con la ciencia de los amos. Basta que la divisin deje acada uno en su lugar y, de hecho, es una forma de asegurarla. Existela antigua y autoritaria franqueza que dice, en su versin conservado-ra, que si los zapateros participan en el establecimiento de la leyes,no habr en la ciudad ms que malas leyes y no habr ms calzados,y, en su versin revolucionaria, que si quieren hacer ellos mismos lalosofa de la emancipacin obrera, reproducen el pensamiento esta-blecido que es el mismo que est hecho para enceguecerlos y para im-pedirles el camino de su liberacin. Y est la adulacin moderna que,

    tambin de dos modos, asegura que este lugar de los trabajadores esel lugar real, que los gestos, los murmullos o las luchas del taller, losgritos y las estas del pueblo hacen acto de cultura y testimonio deverdad mucho ms que la ciencia vana de los idelogos.

    Dos formas de repetir la misma orden a la sospechosa poblacin deesos trnsfugas atrados por las apariencias del saber y las imitacionesde las poesas: artesanos seducidos segn Platn por los benecios su-periores de la losofa, obreros poetas que, en esos aos 1840, envan a

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    los poetas pudientes los frutos de sus vigilias. Regalos embarazosos, sise consideran los giros de las respuestas de los beneciarios; as VctorHugo, animando a su manera los comienzos poticos del nio de los

    jeroglcos, se vuelve obrero sastre: Hay en vuestros bellos versosms que bellos versos; hay un alma fuerte, un corazn elevado, un es-pritu noble y robusto. En vuestro libro, hay un porvenir. Contina; ssiempre lo que eres, poeta y obrero, es decir pensador y trabajador.11Un gran poeta no regatea; y no estn de ms, en efecto, esos bellosversos que son ms que bellos versos y ese porvenir generosamenteconcedido a la robusta poesa obrera para acreditar el honesto con-sejo de permanecer en su lugar ngiendo creer que ese lugar puede

    desdoblarse. Desgraciadamente la experiencia ensea sucientemen-te a los que no leyeron La Repblica que, justamente, no es posible seral mismo tiempo poeta y obrero, pensador y trabajador:

    Vctor Hugo sabe perfectamente que quien cumple comoobrero con su trabajo, que es ya el trabajo de dos, pues la mitaddel mundo vive en la ociosidad, no puede cumplir su apostoladocomo poeta.12

    Pero la inconsecuencia del gran poeta podra bien tener su lgica.

    Jesucristo deca a los pescadores: dejad vuestras redes y oshar pescadores de hombres; a ustedes les digo: no dejis vues-tras redes, continen pescando peces para servir en nuestramesa; pues somos los apstoles de la gula y nuestro reino es

    una marmita. Y nuestro nico grito sobre la tierra es: qu co-meremos?, qu beberemos?, con qu nos vestiremos?13

    Sin duda la causticidad del sastre exagera el materialismo del escri-tor. ste se preocupa menos de la abundancia de su mesa que de la ra-reza de sus versos. Miembro de una corporacin que tiene una antigua

    11. Constant Hilbey, Vnalit des journaux, Pars, 1845, p. 33.12. C. Hilbey, Rponse tous mes critiques, Pars, 1846, p. 44.

    13. C. Hilbey, Vnalit des journaux, op. cit., p. 38.

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    del sueo. Pero su solicitud busca vanamente prevenirlos de quienesquerran arrancarlos de la quietud bien ganada de sus noches. Porquesi ellos hablan, es para decir esto: que no tienen noches propias, pues

    la noche pertenece a los que ordenan los trabajos del da; si hablan,es para ganar las noches de sus deseos, no las suyas la que ese car-pintero ve avanzar embrutecedora de sueo.18 En vano, entonces,el honesto crtico de la Revue des Deux Mondes viendo hacia el n delda, al obrero de brazos vigorosos, de anchas espaldas, la marcha unpoco pesada por la fatiga, recobrar el albergue donde debe encontrarla comida de la noche y el sueo alaba la equidad distributiva de laProvidencia que ha querido que con la tarea de la jornada nalicen

    para l todas las inquietudes y todas las penas.19 En vano otros lesensearan que su verdadera cultura est en el taller, en la calle, o enel cabaret. Los dioses estn quizs en la cocina, pero no quieren ir allms que esta costurera deseosa de ejercer su talento entre las bellasdamas sansimonianas: La Seora Guindorff dice su directora ensansimonismo, la seorita Eugnie Niboyet quisiera consagrar unda a la semana para los trabajos a la aguja que se hacen en la calleMonsigny. Creo que no sera necesario que Mme. Guindorff comieraen la cocina.20 Ignoramos dnde Mme. Guindorff tom nalmentesu alimento. Pero sabemos cmo su hija Reine es apropiado paraun mecnico republicano llamar Reina a su hija destinada al ocio decosturera? iba a morir por esa vanidad, vctima de su culpable amorpor un hombre de letras, que supo aprovechar esa leccin, al me-nos, porque lo llev a unirse al combate del abad Ledreuille contra losdoctores del da, que pervierten las verdaderas alegras y los simples

    dolores de la existencia laboriosa.21

    Es ciertamente una loca vanidad querer cambiar las verdaderasfatigas del proletariado por las ilusorias languideces de los burgue-ses. Pero si la ms penosa de esas fatigas fuera justamente que ellasno dejan tiempo para esas languideces, si el dolor ms verdadero

    18. Gauny a Ponty, 23 de enero de 1838, Archivo Gauny, Biblioteca Municipal de Saint-Denis, Ms. 168.19.Lerminier, De la littrature des ouvriers, Revue des Deux Mondes, 15 de diciembre de 1841.20. Informe del 1 de octubre de 1831, Archivo Enfantin, Ms. 7815.

    21 Raymond Brucker, Les docteurs du jour devant la famille, Pars, 1844.

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    consistiera en no poder gozar de los falsos? A la puerta del inerno,la divisin de lo verdadero y de lo falso, el clculo de los placeres y delas penas es tal vez un poco ms sutil de lo que se imputa en general

    a las almas simples:

    Hay infortunios tan nobles y tan ensalzados que resplande-cen en el cielo de la imaginacin como astros apocalpticos cuyasestelas hacen olvidar nuestros llanos dolores, que, perdidos enlos barrancos del mundo, no parezcan ms que puntos falaces.Child-Harold, Obermann, Ren, consennos francamente elperfume de vuestras angustias. Respondan. No estis orgullo-

    sos de vuestras bellas melancolas? Pues sabemos que ellas au-reolaron vuestras almas por el genio de vuestras lamentacionesy la amplitud de sus radiaciones; vuestras penas llevaban unamisteriosa recompensa que corroboraba aun ms la vanidad delos lamentos. Sublimes desdichas! Vosotros no habis en abso-luto conocido el dolor de los dolores, el dolor vulgar, el del lenatrapado, el del plebeyo presa de las horribles sesiones del taller,este recurso penitenciario que corroe el espritu por el tedio y porla locura de su largo trabajo. Ah! viejo Dante, de ningn modohas viajado al inerno real, al inerno sin poesa, adis!...22

    Adis del proletariado consciente de los verdaderos sufrimientosde la jornada de trabajo a los poetas que conocen el inerno slo porla imaginacin y a los hijos de buena familia que slo lo sufren en suscabezas? Ahora bien, agrega el carpintero Gauny, nuestra pena es

    suprema pues es razonada.23

    El supremo dolor proletario es conoceren verdad la desgracia de Ren a quien sus parientes abandonaronsin proteccin, de Obermann quien no pudo resolverse a tomar unocio, de Child-Harold cuyas pasiones son demasiado vastas para ellugar del mundo que se le asign. El inerno proletario no es el su-frimiento de lo verdadero que deja toda la vanidad en su puerta. Es la

    22. Gauny, Opinions, La ruche populaire, abril de 1841.

    23. Gauny, Opinions, La ruche populaire, abril de 1841.

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    vanidad ms radical respecto a la cual el otro no es ms que la som-bra. Los que no conocen del inerno sino su sombra son, en efecto,quienes viven de la verdadera vida a costa de la cual los das del taller

    no son ms que un sueo. Ese carpintero que despide al viejo Dantees el mismo que un amigo albail presionaba antes para que despidaal viejo mundo para venir a compartir con l la verdadera vida de lacomunidad sansimoniana:

    Pronto t abandonars este mundo donde ya no digo lo quedices an con Vctor Hugo: Mis das se van de sueo en sueo.

    Quin mejor que nosotros para sentir todo lo que hay de

    doloroso en la expresin de ese verso, nosotros que tantas vecesprocuramos mostrarnos a la luz sin poder conseguirlo; nosotrosque conocemos todos los placeres que Dios ha extendido sobrela tierra y que sin embargo jams hemos disfrutado ms que ennuestra imaginacin, nosotros que tenemos el sentimiento denuestra dignidad y la hemos visto siempre despreciada, noso-tros en n que hemos esperado y desesperado veinte veces24

    La falsedad del poeta no consiste en ignorar los dolores del proleta-rio sino en decirlos sin conocerlos. Nada en comn, no obstante, conlos desgarros dialcticos del pensamiento y del ser, de la certeza y dela verdad, llamadas a reconciliarse en el pensamiento instruido de lossufrimientos plebeyos o la accin proletaria munida con las armas dela teora. Si el proletario solo experimenta la verdad de lo que dice elpoeta, no conoce en esta verdad ms que su propia nada. Nadie de-

    tenta en su saber o en su existencia la verdad cuya apariencia produceel otro ni detenta el conocimiento de lo que el otro sufre. Lejos delhombre con delantal de cuero, el proletario no puede, en la imagendel poeta, reconocerse ninguna identidad. En este intercambio de va-nidades sin embargo, que se dice al estilo de Epimnides, por la huidadel sujeto que podra atestiguar la verdad sobre la falsedad, ningnescepticismo se funda, sino un cierto saber: saber vaco, si se quiere, y

    24. Bergier a Gauny, mayo de 1832, Archivo Gauny, Ms. 166.

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    que no promete ningn dominio; algo que se parece a la transgresinhecha al probar de los frutos del rbol del conocimiento, una morde-dura de la que no se sanar ms, un estremecimiento donde la rea-

    lidad sensible parece vacilar, como en la ebre que se apoder, en elcurso de sus dilogos metafsicos de un domingo de mayo en el cam-po, del carpintero Gauny y sus amigos: La tierra se hunda o nosotrossubamos en la ola, pues vimos desplegarse creaciones que no son enabsoluto de aqu.25 Qu relacin hay entre las extravagancias do-minicales de esos artesanos y pequeo-burgueses y las realidadesslidas de la explotacin y de la lucha de clases? Como en cada vrtigo,como para todo domingo: todas y ninguna. El lunes recomenzarn la

    monotona del trabajo o los vagabundeos del desempleo. Y el mundono ha cambiado cuando esta joven costurera sale de esta predicacinsansimoniana donde haba ido a buscar un motivo de broma y dela cual haba partido penetrada de admiracin y de asombro por lagrandeza de las ideas y el desinters de los apstoles.26 Nada ha cam-biado pero nada ser ya como antes, y, cincuenta aos ms tarde,cuando tantos apstoles hayan olvidado o renegado, la costurera y elcarpintero llevarn an con orgullo las marcas de la mordida; pueses en esos momentos cuando el mundo real vacila en la apariencia,ms que en la lenta acumulacin de experiencias cotidianas, cuan-do se forma la posibilidad de un juicio sobre ese mundo. Por esolos otros mundos, sospechados de adormecer los sufrimientos de losproletarios, pueden ser los que agudicen ms la conciencia. Por esolos problemas metafsicos que se dicen buenos para los obispos queencuentran su cena completamente servida, son mucho ms esen-

    ciales para quienes parten a la maana en busca del trabajo del quedepende la cena. Quines mejor que los que alquilan su cuerpo daa da podran dar sentido a las disertaciones sobre la distincin delcuerpo y del alma, del tiempo y de la eternidad, sobre el origen delhombre y su destino? Es posible ocuparse de lo que sea sin remon-tarse a las causas primeras?, pregunta LAtelier.27 Del mismo modo

    25. Gauny a Bergier, 14 de mayo de 1832, ibid.26. Dsire Verte Enfantin, 11 sept. 1831, Archivo Enfantin, Ms. 7608.

    27. La revue sinthtique contre LAtelier, LAtelier, junio de 1843, p. 88.

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    que las ngidas pasiones de la poesa, los mundos abstractos de lametafsica son al mismo tiempo el supremo lujo y la suprema nece-sidad para los proletarios y, a pesar de la despedida propinada al viejo

    Dante, el carpintero Gauny explica, entre sus amigos a un trapero, lanecesidad que tenemos, para luchar aqu en la tierra, de otro mundo,que sea la quimera de los creyentes o de los poetas:

    Lnzate a lecturas terribles, eso despertar pasiones en tudesdichada existencia; y el proletario tiene necesidad de ellaspara dirigirse contra lo que se apresta a devorarlo. As desdelImitation hasta Llia, busca el enigma de esa misteriosa y for-

    midable pena que trabaja dentro de los sublimes creadores.28

    Hay que invertir la relacin inicial: para denir el sentido de supropia existencia y de su propia lucha, el proletario tiene necesidaddel secreto de los otros, de ningn modo del secreto de la mercan-ca: qu hay all que no sea claro como el da? Ahora bien, no es delda de lo que se trata sino de la noche; no de la propiedad de los otros,sino de su pena, este dolor inventado que contiene todos los dolo-res reales. Para que el proletario se dirija contra lo que se apresta adevorarlo, no es el conocimiento de la explotacin lo que le falta, esun conocimiento de s que le revele que es un ser que est destinadoa algo distinto que la explotacin: revelacin de s que pasa por elrodeo del secreto de los otros, intelectuales y burgueses, con los cua-les, dirn ms tarde y repetiremos ms adelante, no quieren tenernada que ver, y menos an con la distincin entre buenos y malos.

    Cmo no impresionarse, no obstante, de la gratitud con la cual esrecibida la propuesta de amor de los predicadores sansimonianos, delinters mostrado por los planes de todos aquellos que aseguran haberencontrado el remedio a los males de la sociedad en general y de laclase pobre en particular, del amor consagrado a los grandes poetasy a los novelistas del pueblo? El mundo de los burgueses, como el delos proletarios se divide en dos: estn los que viven una existencia

    28. Gauny a Ponty, 12 de mayo de 1842, Archivo Gauny, Ms. 168.

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    vegetativa, esos ricos que una imagen insistente representa indolen-temente recostados sobre un sof o sobre un edredn, con menosclera quiz contra el ocio que menosprecio hacia el ser animal, reac-

    cionando solamente ante el tullo de sus intereses, incapaz de sentirlas pasiones de quien ama, arriesga, se sacrica. Pero estn los otros,los que abandonan el culto domstico de Baal para partir en busca delo desconocido: inventores, poetas, amantes del pueblo y de la Rep-blica, organizadores de las ciudades del porvenir y apstoles de lasreligiones nuevas. De todos esos el proletario tiene necesidad, no paraadquirir el saber de su condicin, sino para mantener las pasiones,los deseos de otro mundo que la constriccin del trabajo aplana con-

    tinuamente al nivel del mero instinto de subsistencia que hace delproletario, agobiado de trabajo y de sueo, el servidor cmplice delrico hinchado de egosmo y de ociosidad.

    Entre el herrero y su imagen, entre la imagen del herrero que lollama a su lugar y la que lo invita a la revuelta, una ligera separacin,un momento singular: el de los encuentros inditos, el de las conver-saciones fugitivas entre los obreros marginales que desean aprenderel secreto de las pasiones nobles y los intelectuales marginales que de-sean atender los dolores proletarios. Encuentros difciles para la ima-gen que el sombro carpintero, insurrecto contra la tortura cotidianadel trabajo, da a ese rubio predicador que se llama Moiss y suea connuevos trabajos en Egipto: El tiempo no me pertenece; por lo queno podr ir a tu casa, pero si estuvieras en la plaza de la Bourse entrelas dos y las dos y media de la tarde, nos veramos como las sombrasmiserables de los bordes del inerno.29 Encuentro difcil que no es

    el del pobre con el rico el burgus Rtouret hasta debi pedirleprestado al proletario Gauny algo con qu esperar eventuales trabajosde escritura sino de dos mundos donde no rige el mismo tiempo.La relacin es verdad se invertir pronto: el frgil peregrino de laeternidadse ir a morir bajo el sol argelino, dejando al sombro obreromedio siglo para sacar provecho de la palabra nueva: la que, procla-mando el orden nuevo de la clasicacin segn las capacidades y

    29. Gauny Retouret, 12 oct. 1833, Archivo Gauny, Ms. 165.

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    de la retribucin segn las obras, pero poniendo al amor como suprincipio, revive las apariencias y las contradicciones del viejo mitode La Repblica, armando que es el oro, la plata o el hierro mezclado

    en sus almas lo que destina a los lsofos-reyes, los guerreros y losartesanos a sus lugares.30Lo importante adems no es el contenido delas doctrinas que ensean la jerarqua nueva de la ciudad industrialsino el desorden inicial de la representacin que marca su enunciado:encuentro de los bordes del inerno, mezcla de los metales viles ypreciosos, alianza aleacin imaginaria del oro y del hierro contralas dominaciones y las servidumbres del reino de la plata, fuga instau-rada por el obrero en el corazn del reconocimiento de su imagen.

    Vale realmente la pena demorarse en esos encuentros? No handenunciado unos desde hace mucho tiempo las ilusiones de quienpretende mantenerse entre dos mundos, y remitido las imgenes en-gaosas a las realidades ineludibles de la lucha de clases donde todamirada se desengaa? No han tomado otros el relevo para sealar eljuego de titiritero (lntropo, Estado o matre-penseur) que transformaen sueo seductor los rigores del nuevo orden disciplinario? Ese pobrecarpintero, dir uno, va a dejarse atrapar por el discurso del amor quequiere hacerle olvidar la lucha; vea, dir el otro, con cules espejis-mos se paga su entrada en el universo disciplinario de los pionerosdel orden industrial moderno. Pero, de dnde sacan ellos que no sepuede a la vez amar a los burgueses y combatirlos, abandonarse alamor sansimoniano del Padre, del Oriente, o de la Mujer y librarsedel imperio sansimoniano del riel? Yo amaba, dir uno de los eles,los hombres que dirigan esta obra, estaba maravillado de sus ense-

    anzas y de sus prdicas, pero me inquietaba poco el resultado de susesfuerzos y de lo que podan alcanzar de ascenso o de magnitud enel Estado gubernamental.31 Con cul presuncin sostienen que elmundo de la representacin se divide entre manipuladores y manipu-lados y que el proletario es vctima de lo que cree? Qu es lo que hacede la ilusin ese extrao dominio, eximido por su denicin misma

    30. Platn, La Repblica, III, 415.

    31. Vinard, Mmoires pisodiques dun vieux chansonnier saint-simonien, Pars, 1879, pp. 57-58.

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    que nos lleva a decir sobre ella algo que ni siquiera es verdadero sinoapenas verosmil? Por cierto, no es que todo discurso sobre la ilusinal precio mismo de las redistribuciones del saber y de la verdad tie-

    ne por funcin reprimir la cuestin previa, la que se expresaba en elmito imposible de hacer creer de las tres almas y de los tres metales?Cuestin de la frontera injusticable e ineludible que separa a quienesdios destina al pensamiento de aquellos a los que destina a la zapate-ra; no se trata de la divisin que delimita la razn separndola de suotro, su margen o su impensado: sino de la frontera interior que da sudignidad a ese pensamiento que hace del tejedor al mismo tiempo sumodelo y su excluido. Quiz haya entonces una apuesta en trazar esta

    distancia entre las viejas divisiones del conocimiento y las nuevas divi-siones que sitan pensamientos, discursos e imgenes en los registrosdobles de la lucha de clases, de la ciencia y de la ideologa, del poder yde la resistencia, del dominio y de la disidencia; en dejar exhibir estaescena donde tejedores y zapateros, carpinteros o herreros se interro-gan a la vez sobre su identidad y sobre su derecho a la palabra, apareja-das por la lgica misma de la disyuncin, que slo permite reconoceralgo en detrimento de otro, en esta aventura donde ellos buscan apro-piarse de la noche de los que pueden velar, el lenguaje de los que notienen que demandar, la imagen de los que no necesitan adular. En elcamino, supuestamente directo, de la explotacin a la palabra de clasey de la identidad obrera a la expresin colectiva, hay que pasar por esedesvo, esa escena mixta donde, con la complicidad de los intelectualeslanzados a su encuentro y deseosos a veces de apropiarse de su rol, losproletarios tratan las palabras y las teoras de arriba, vuelven a hacer,

    y a la vez desplazan, el viejo mito que dena quin tiene derecho ahablar por los otros. A travs de algunas pasiones singulares, algunosencuentros fortuitos, algunas discusiones sobre el sexo de Dios y elorigen del mundo, tal vez veamos dibujarse la imagen e impostarse lavoz de la gran colectividad de los trabajadores.

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    Captulo 2l ut p

    Uno se divide en dos. Pero cmo entender la divisin del da y de lanoche, esa escisin que afecta la imagen robusta del trabajador? A lamanera del cronista del Globe saint-simoniano quien, una tarde de oc-tubre, vino a mezclarse con la masa de hombres y mujeres del pueblo,obreros y aprendices que se amontonan en la sala de los Funmbu-los? Si la pantomima de Deburau es privilegiada por l, es porque esjustamente el espectculo que el pueblo se da a s mismo.

    Este hombre, es su actor, es su Sosa: es el pueblo en escenay es lo verdadero. Ms all, pues, del insignicante bagaje degurantes encargados de vestirse de pueblo y de agruparse de-trs de los hroes del teatro [...] Hay en las farsas de este hom-

    bre un no s qu amargo y triste: la risa que provoca, esa risaque parte tan franca de su pecho hace dao cuando al n, luegode habernos divertido tan bien de todas las formas, luego dehaberse mostrado tan divertido, tan original, lo vemos, pobreDeburau o sobre todo pobre pueblo! recaer con todo su pesoen el estado de sumisin, de subordinacin y de servidumbreen que lo encontramos al comienzo de la pieza y del cual seescap slo un instante para regocijarnos tanto. Adis Pierrot!

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    Adis Gilles! Adis Deburau! Adis pueblo, hasta maana!Maana t nos volvers a dar, siempre pobre y burln, siempretorpe, intil, ignorante, un motivo de risa para el ocio que t

    alimentas! He ah tu vida, tu drama constante!

    1

    El cronista sansimoniano ha entendido bien la leccin de su lderEnfantin: en el teatro, templo nuevo de las aspiraciones populares, sepuede ver al pueblo obrero vivir su verdadera vida. En la relacin delpueblo con la escena y en las metamorfosis de su Sosa, fue a buscarel secreto de la duplicidad popular. Pero la eleccin del espectculo yla interpretacin dada de la verdad muda una vez ms de la pan-

    tomima popular lleva la revelacin del teatro nuevo a una metforaun poco menos nueva. En la escena de los Funmbulos el periodistadel Globe vio representarse en comedia el drama de las jornadas deentusiasmo y los amargos das posteriores de julio de 1830. En losimpulsos y cadas de Deburau vio la ilustracin del tema principalde la propaganda sansimoniana: el pueblo de Pars se ha batido pornada, o sobre todo por el sueo de algo que debe ahora esforzarse porposeer realmente. Luego de sus tres das de gloria, el pueblo recay enuna miseria aun peor, de la que slo saldr el da que querr aplicar,a partir de la obra de los ejrcitos paccos del trabajo, los sueos degloria que encantan sus noches y la energa que l consume en susjornadas de insurreccin sin futuro. La fbula no obstante sobrepasael mero clculo de las invenciones destinadas a transformar en fuerzaproductiva la energa rebelde de las barricadas esas rebeliones pac-cas, por ejemplo, en que, el primer domingo de cada mes, sedicio-

    sos y guardias nacionales seran solicitados para aportar a los trabajospblicos el celo y el ardor que ellos habran puesto para perturbar elorden o para reestablecerlo.2 La imagen del pueblo aqu presentadaproviene de antes y de ms lejos que la empresa sansimoniana: ima-gen doble donde la gura de un pueblo explotado y despreciado, vcti-ma de la torpeza y de la ignorancia atribuidas a su pesadez misma de

    1. Spectacles populaires, Le Globe, 28 octubre de 1831.

    2. Charles Branger, Lmeute, Le Travail, 9 de junio de 1832.

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    clase productiva y nutricia, se combina con la de un pueblo-infante,transformando en juego frente a los poderosos y en burla respectode s, el sueo mismo de su emancipacin; pueblo cmplice de la

    subordinacin que permite la posibilidad de inversiones simblicasy denegaciones imaginarias: evasiones del teatro y de la goguette; jor-nadas de insurreccin cuyas victorias efmeras parecen reproducir lafuncin antigua de los carnavales y cencerradas: la de una inversinmomentnea de los roles, necesaria para reproducir el equilibrio en-tre los dominantes y los dominados. A travs de las diversas polticasaplicadas para volver ecaz la energa perdida de las revueltas y delas estas del pueblo, a travs de las imgenes que ellas hacen de la

    ignorancia y de la inconstancia populares, una determinada invarian-te se maniesta: representacin de un pueblo proletario cuya con-ciencia est siempre contaminada por los vestigios del pasado o porlos intermediarios sociales del presente: clase obrera en formacin,marcada an por el ritmo cclico que manda los trabajos, las estas ylas emociones de la gente del campo; proletariado de las ciudadestomado en el juego simblico que mantenan con el poder real lasmasas urbanas preindustriales; clase fundamentalmente contami-nada por las ilusiones y por las formas de accin irresolutas propiasde esos intermediarios pequeo-burgueses, artesanos y comercian-tes que se insinan por todos los poros del tejido popular: puebloobrero al cual hay que dar, pues, la conciencia correspondiente a supositividad social y las formas de accin propias para fundar su eman-cipacin real. Quizs en este punto el malentendido se instaure entrela interpretacin de los actores y la crtica de los tericos-espectadores.

    El desacuerdo se apoya en principio so