Qué es la ciencia política

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Ciencia politica

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¿QUÉ ES LA CIENCIA POLÍTICA?

I. Introducción

El objetivo de este capítulo es realizar una reflexión sobre la situación actual de la Ciencia Política a la

luz de los más recientes aportes a la discusión epistemológica y de la historia institucional de la

disciplina. Esto requiere que antes definamos su objeto de estudio, la política. De acuerdo a Max

Weber [1919], la política es la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, la

cual se caracteriza por el control de la violencia física como medio específico de dominación.

Como veremos, la asociación política por excelencia del mundo contemporáneo es el estado.

La dirección de una asociación política implica disponer del poder necesario para tomar decisiones que

sean obligatorias y vinculantes para los miembros de un grupo. Aun cuando haya poderes corporativos

y sectoriales, sólo el poder político toma las decisiones “soberanas” en una sociedad: aquellas

aplicables con el respaldo del poder coercitivo a la generalidad de los ciudadanos. Es posible distinguir

entonces tres procesos que conforman la esfera de lo político: la toma de decisiones públicas y

autorizadas, la adquisición y mantenimiento del poder para tomar esas decisiones y ejercer ese poder, y

el conflicto y la competencia por el poder y su utilización (Caramani, 2008).

De acuerdo a Josep Colomer (2009), el ámbito de la política está dado por la provisión de bienes públicos, los que no pueden ser provistos por el mercado u otros mecanismos privados. Y si bien

algunos de estos bienes públicos generan beneficios cuasi-universales, la mayoría de ellos (como las

escuelas, los hospitales, la obra pública, la seguridad social, así como las políticas de impuestos

necesarias para financiarlos) implican una redistribución de recursos entre los miembros de la

sociedad, lo que supone conflicto y competencia en la arena política. O en términos de una clásica

definición de Harold Lasswell [1935], uno de los pioneros de la ciencia política estadounidense, “la

política es quién obtiene qué, cuándo y cómo”.

En épocas más antiguas, la política implicaba algo aún más amplio. Aristóteles consideraba al hombre

un “animal político”, porque en la polis griega esta actividad no era solamente un aspecto de la vida,

sino aquello esencial sin lo cual el hombre no era tal (Sartori, 1984). No existía una esfera política

divorciada de una esfera de la sociedad, sino que todo se fundía en la polis. Ni aquí ni en la civitas

romana estaba presente la idea de un poder vertical, estatal, que hoy vemos como inherente a la

política. Tampoco la política aparecía como una actividad autónoma, separada de la ética o –en otros

casos– de la religión. Es con Nicolás Maquiavelo (1469-1527) que la concepción de la política como algo diferente de, y a veces en conflicto con, estas otras esferas aparece nítidamente indicado. Si bien

Maquiavelo sugiere al Príncipe el uso de engaños y fraudes, su posición no implica que la política esté

divorciada de la ética; lo que sugiere es que la moral política es distinta de la moral convencional.

El Príncipe posee obligaciones propias de su rol, y por ende los criterios que guían a la acción política

deben ser específicos a ella. Para construir una sociedad fuerte como la República romana, el Príncipe

a veces debe elegir caminos que, en la vida del común de los hombres, serían considerados perversos.

Max Weber (1864-1920) ha contribuido decisivamente a este análisis. Según el pensador alemán, nada

de lo anterior significa que la política esté desprovista de ética. Pero la acción políti ca no puede regirse

por los mismos principios que otras disciplinas (como indican ciertas máximas religiosas: “obra

siempre bien”), porque el político debe tener en cuenta constantemente las consecuencias de sus actos.

Por lo tanto, puede verse obligado a abandonar sus convicciones y guiarse por la responsabilidad,

eligiendo medios moralmente dudosos o peligrosos. La salvación de la patria puede ser incompatible

con la salvación del alma del político.

Hablamos entonces de conflicto (valores, intereses, grupos) y de poder. Según Claude Lefort (1981),

éstos son los elementos constitutivos de la política, porque en toda sociedad hay división pero también hay una articulación de esas diferencias, un orden provisto por el poder. La sociedad no podría

funcionar si solamente hubiera antagonismo. Esta tensión entre el orden y el conflicto puede ser

considerado inherente a la política “precisamente porque ningún orden agota en sí mismo todos sus

sentidos ni satisface las expectativas que los distintos actores tienen s obre él” (Rinesi, 2003).

La delimitación del objeto de estudio de la ciencia política es sólo el punto de partida para comenzar a

aprehender sus límites. Sin embargo, el camino que sigue a partir de allí resulta bastante complejo.

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Nuestra disciplina se encuentra en una paradójica situación: mientras se anuncia una madurez creciente

de la Ciencia Política (respecto a la cantidad y calidad de las investigaciones, número de politólogos,

centros de estudios y enseñanza, etc.) se produce una discusión ontológica que apunta a la siempre

recurrente pregunta: ¿qué es la ciencia de la política? Dos respuestas posibles se ubican en los polos

del continuum propuesto por el filósofo de la ciencia Karl Popper (1972).

La Ciencia Política puede definirse como un conocimiento determinístico basado en leyes generales

aplicables a los fenómenos políticos, y sustentado en el estudio riguroso de casos empíricos .

Esa sería una visión más cercana al lado de los “relojes” de la metáfora popperiana. Por el otro, más

próxima al polo de las “nubes”, la Ciencia Política se asemeja a un arte del hacer, basado en enfoques

generales e intuiciones tomadas del pensamiento político entendido en un sentido amplio. En todo

caso, como afirman Almond y Genco, a lo que debe apuntar la Ciencia Política es a tener una sustancia

plástica situada entre los extremos del determinismo mecánico (“relojes”) y lo completamente difuso e intratable (“nubes”). Para comprender esta situación problemática, se resume la historia de la Ciencia

Política desde una perspectiva que combina dos criterios: el tipo de contribución para el avance del

conocimiento y el desarrollo institucional de la disciplina (Almond, 1998).

También nos ocuparemos de los debates recientes respecto del estatus de la Ciencia Política.

Finalmente, presentaremos un recorrido histórico del desarrollo de la Ciencia Política en nuestro país y

reflexionaremos acerca del papel del politólogo en la sociedad actual, a través de los aportes de una

figura emblemática de la Ciencia Política en la Argentina: Guillermo O’Donnell.

La Ciencia Política: EVOLUCIÓN HISTÓRICA, principales enfoques teóricos y metodológicos

1. Criterios de cientificidad: progresividad y eclecticismo

Pensar en la evolución histórica de la Ciencia Política como disciplina cognitiva exige, por un lado,

preguntarse si se produjo un avance en la cantidad y calidad de conocimientos de los estudios políticos

y, por el otro, establecer una relación entre la forma en que se concibe la actividad política y las

herramientas que se proponen para su conocimiento. Gabriel Almond (1998: 51) sostiene que el rasgo

principal de la disciplina es un progresismo ecléctico, es decir, la posibilidad de acumular y mejorar

nuestros saberes acerca de cómo se producen los fenómenos políticos en un contexto teórico plural.

Sin embargo, esta ausencia de un único enfoque teórico y de un solo método de análisis ¿no significa

inmadurez científica de la disciplina? (Colomer, 2004).

Aunque importantes politólogos plantean esta cuestión como un problema que afecta el estatus

científico de la disciplina y, por ende, la posibilidad de definir claramente su objeto, la historia de la

Filosofía de la Ciencia demuestra que no existe hoy, ni siquiera en las ciencias conocidas como duras,

una conceptualización del conocimiento universalmente aceptada. Hoy la ciencia forma parte de las

construcciones sociales y sus criterios de verdad dependen tanto de los consensos de la comunidad científica como de los criterios de verdad derivados intrínsecamente de sus teorías.

Por ello, y para entender el marco en el que se desarrollan la Filosofía y los Métodos de las Ciencias

Sociales en general, y de la Ciencia Política en particular, es relevante recordar los enfoques

predominantes en la Filosofía de la Ciencia (o Teoría del Conocimiento Científico) desde el siglo XX

en adelante. La reflexión sobre la ciencia nace con el ansia misma del hombre por el conocimiento.

Así pues, desde Platón y Aristóteles en adelante (tomando como referencia exclusiva el pensamiento

occidental) nacen las preguntas acerca de cómo se origina y cómo se comprueba el conocimiento.

Sin embargo, es con la ciencia moderna (a partir del siglo XVI, y sobre todo con la irrupción de la física newtoniana en el siglo XVII) que aparece una reflexión sistemática sobre la forma en que se

produce el conocimiento científico. El pensamiento de Immanuel Kant (1724-1804), un intento de

combinar el inductivismo empírico inglés y el deductivismo cartesiano francés, hasta el siglo XIX.

Aunque se produjeron muchos debates sobre el estatuto de la ciencia, sobre todo con la irrupción de la

teoría de la evolución de las especies en biología, es en el siglo XX cuando se desarrollan las

principales corrientes de la Filosofía de la Ciencia que impactaron en el progreso de la Ciencia Política

como disciplina autónoma. Este escenario explica la Ciencia Política. Entre las posiciones extremas de quienes rechazan la posibilidad misma de hacer una ciencia del estudio de la política y quienes

pretenden replicar un modelo científico determinístico (hoy en crisis también en el ámbito de las

Ciencias Naturales), es posible encontrar una posición intermedia (Abal Medina, 2000).

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EL ESTUDIO DE LAS ORGANIZACIONES POLÍTICAS

El estudio de las instituciones políticas es un campo central del desarrollo de la Ciencia Política.

Los comienzos de la Ciencia Política a fines del siglo XIX estuvieron íntimamente relacionados con el

derecho constitucional, lo cual se plasmó en los estudios detallados sobre los orígenes y

funcionamiento de las constituciones nacionales y otras instituciones políticas. Sin embargo, hacia

mediados del siglo XX la influencia del conductismo y de las teorías marcadas por el estructural -

funcionalismo hizo que el interés por el estudio de las instituciones políticas formales dejara paso al

interés por las variables sociales, económicas y culturales para explicar los procesos políticos (Rothstein).

El predominio de estas visiones no implicó, sin embargo, que el interés por las instituciones políticas

fuera abandonado por completo. En este sentido, el libro de Maurice Duverger [1951] sobre los

partidos políticos y de Robert Dahl [1971] sobre la democracia son ejemplos de lo señalado.

Teorías de los partidos políticos y los sistemas de partidos

Duverger, desarrolló un análisis minucioso de los partidos políticos modernos para lo cual elaboró una

clasificación de los mismos en base a diversos criterios:

1) el tipo de origen de los partidos distingue entre los partidos de origen interno (surgen a partir de

grupos parlamentarios) y los partidos de origen externo (surgen en la sociedad).

2) el tipo de participación política distingue entre los partidos de cuadros y los partidos de masa.

3) el tipo de estructura organizativa distingue entre partidos de estructura directa (basados en la

adhesión individual y directa que implica el pago de la inscripción y la participación) y partidos de

estructura indirecta (a través de asociaciones como los sindicatos, cooperativas, etc).

4) el tipo de estructura de base distingue entre los partidos basados en los comités (agrupa a los

adherentes en base a la circunscripción electoral), en las secciones (agrupa a los adherentes en un

mismo territorio), en las células (agrupa a los adherentes en un mismo lugar de trabajo) y en las

milicias (organización de carácter militar).

Sartori: la clasificación de los sistemas de partidos

En su libro “Partidos y Sistemas de Partidos” [1976] avanzó en el estudio de los sistemas

multipartidistas al incorporar una nueva dimensión de análisis: la distancia ideológica que separa a los

partidos en competencia. Sartori utilizó dos variables para construir su tipología de sistemas de

partidos: el criterio numérico tradicional que permite establecer el grado de fragmentación existente y

la distancia ideológica antes mencionada. El problema que presenta el criterio numérico es que la

fragmentación del sistema de partidos puede reflejar una situación de segmentación de la sociedad o

una situación de polarización (distancia ideológica). De esta manera, la distancia ideológica existente

entre los partidos permite distinguir entre los sistemas multipartidistas en los que hay fragmentación

sin polarización (pluralismo ideológicamente moderado) y los sistemas multipartidistas en los que hay fragmentación y polarización (pluralismo ideológicamente polarizado).

En función de estos dos criterios Sartori estableció seis tipos de sistemas de partido:

i) de partido único caracterizado por el monopolio total de un solo partido,

ii) de partido hegemónico caracterizado por la existencia de una jerarquía de partidos en el que hay uno

que tiene el monopolio y los otros son subordinados;

iii) de partido predominante en el que un partido gobierna sin alternancia;

iv) bipartidista en el que dos partidos compiten por una mayoría absoluta y hay alternancia;

v) pluralismo moderado caracterizado por una fragmentación baja y/o una segmentación despolarizada;

vi) pluralismo polarizado caracterizado por una polarización con alta fragmentación.

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Teorías de la democracia

La teoría de la democracia ha encontrado en Robert Dahl a su gran teórico. Inicialmente asociado con

el movimiento conductista, Dahl fue transitando hacia un mayor énfasis en las instituciones conducido

por las características de su objeto de estudio: la democracia.

El aporte realizado por Dahl no es sólo de carácter normativo, en tanto ha sentado las bases para el

desarrollo de numerosos estudios empíricos sobre los regímenes democráticos.

En “La Poliarquía. Participación y Oposición”, Dahl buscó desarrollar una teoría de la democracia que

se focalizara no en las características del ideal democrático (asociado con el modelo ateniense de

democracia directa donde todos los ciudadanos participaban de las decisiones), sino en las

características de los regímenes democráticos realmente existentes que comenzaron a funcionar con el

surgimiento de unidades políticas mucho más extensas que las ciudades-estado: los estados-nación.

Dahl denominó a la democracia en gran escala como poliarquía la cual es “un régimen político que se

distingue, en el plano más general, por dos amplias características: la ciudadanía es extendida a una

proporción comparativamente alta de adultos, y entre los derechos de la ciudadanía se incluye el de oponerse a los altos funcionarios del gobierno y hacerlos abandonar sus cargos mediante el voto”.

Esta capacidad de la ciudadanía de fiscalizar las acciones de los representantes es un elemento central,

quien si bien reconoce la importancia de los liderazgos políticos en las poliarquías también reconoce

que éstos no pueden desentenderse de sus representados si es que quieren renovar sus mandatos

(Respuela). Así, definió un conjunto de instituciones que caracterizan a la democracia en gran escala:

a. Funcionarios electos que tienen el control de las decisiones en materia de políticas públicas.

b. Elecciones libres e imparciales que se llevan a cabo con regularidad.

c. Sufragio inclusivo según el cual prácticamente todos los adultos tienen derecho a votar.

d. Todos los adultos tienen derecho a ocupar cargos públicos en el gobierno.

e. Libertad de expresión.

f. Existencia de distintas fuentes de información protegidas por la ley.

g. Existencia de autonomía asociativa que valide el derecho a constituir asociaciones relativamente

independientes como los partidos políticos o los grupos de interés.

h. Existencia de un pluralismo social y organizativo que garantice la existencia de grupos y organizaciones sociales relativamente autónomas entre sí y con respecto al gobierno.

i. Ampliación de los derechos individuales.

Uno de los estudios emblemáticos, fue el emprendido por Guillermo O’Donnell, Philippe Schmitter y

Laurence Whitehead, “Transiciones desde un Gobierno Autoritario” [1986], quienes pusieron énfasis

en las interacciones entre las elites (autoritarias y democráticas). Sostuvieron que las transiciones hacia

la democracia tenían su origen en las divisiones internas existentes en los gobiernos autoritarios.

De esta manera, las negociaciones entre algunos sectores de los gobiernos autoritarios con la oposición

democrática así como los procesos de resurrección de la sociedad resultaban fundamentales para

entender los procesos que dieron fin a los gobiernos autoritarios a mediados de los años setenta.

Estos primeros estudios sobre los procesos de democratización fueron luego complejizados. Barbara Geddes (1999), por ejemplo, afirma que es necesario establecer una diferenciación entre los

distintos tipos de regímenes autoritarios desde los cuales se producen los procesos de transición.

En este sentido, para la autora, los regímenes personalistas y de partido único tienden a ser menos

vulnerables a las fracturas internas que los regímenes militares y por ende su finalización no se

caracteriza por la negociación sino por la violencia.

La modernización del estado: en lugar de menos estado, mejor estado

En oposición a la hegemonía de las políticas neoliberales que se instalaron en los años ’80 que

proponían reducir las funciones y el tamaño del estado, surgió un enfoque centrado en la calidad (Crozier)

Este enfoque puso el acento en la necesidad de modernizar el estado para que, colocándose al servicio

de la sociedad, ofreciera mejores servicios (numerosos, complejos e inteligentes) y no menos, así como

se replanteara las formas de intervención en la economía y la sociedad. Esta tarea requería una reforma

de la administración pública en base a células de preparación de decisiones desvinculadas de

responsabilidades administrativas y políticas, la instauración de una cultura de control de la evaluación

de resultados y la capacitación de los recursos humanos así como el fortalecimiento de liderazgos.