¿Qué es un salesiano? · Don Bosco hoy. De Don Bosco exis-ten muchas imágenes; pero la mejor...

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BS Don Bosco en Centroamérica Salesianos SERGIO CHECCHI D el salesiano no se puede dar una definición abstracta. Hay que verlo en acción: en un pa- tio de Oratorio jugando con los mu- chachos; en un aula de colegio, en un taller de mecánica, en un grupo juvenil, en la catequesis, en el con- fesionario, en las misiones. Si hay que dar una definición, diría que el salesiano es - o debe ser - un Don Bosco hoy. De Don Bosco exis- ten muchas imágenes; pero la mejor representación (no sé si algún pintor la plasmó alguna vez) sería aquella donde se le viera con su brazo iz- quierdo hacia arriba, agarrado de la mano de Jesús, y su brazo derecho hacia abajo, tendiendo la mano ha- cia un grupo de muchachos. Eso fue Don Bosco: un puente entre Cristo y los jóvenes. No quiso ser otra cosa. “Señor, dame almas, almas juveniles, lo demás no me interesa”. El salesiano eso es lo que busca también: que a través de su perso- na muchos jóvenes puedan encon- trarse con Cristo. Cuando sale a la calle, cuando al anochecer da una vuelta por el barrio, su espinita es pensar que los muchachos, que en- cuentra jugando pelota bajo el farol de la esquina, quizás no conocen a Jesús. Quizás sus familias no son muy religiosas, o quizás no tienen familia; quizás ya los atrapó la calle, o la marihuana, o la pornografía... Entonces el corazón del salesiano sufre, y rumia, y reza: “Señor, dame capacidad y simpatía para acercarme a estos muchachos; dame palabras de amistad; dame fantasía y creativi- dad pastoral para inventar algo que los acerque a Ti”. Y entonces el salesiano se acuerda del Oratorio: e inventa un torneo de fútbol, un grupo juvenil, una ca- minata, un rally, un certamen, un campamento de verano, un retiro, un coro, un conjunto musical, un taller de soldadura... Y allí, junto con las cosas que gustan a los jóvenes, encontrará también el momento y el modo para hablarles de Jesús y del ¿Qué es un salesiano? Señor, dame simpatía para acercarme a los muchachos. BSCAM

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BS Don Bosco en Centroamérica

Salesianos

Sergio CheCChi

Del salesiano no se puede dar una definición abstracta. Hay que verlo en acción: en un pa-

tio de Oratorio jugando con los mu-chachos; en un aula de colegio, en un taller de mecánica, en un grupo juvenil, en la catequesis, en el con-fesionario, en las misiones.

Si hay que dar una definición, diría que el salesiano es - o debe ser - un Don Bosco hoy. De Don Bosco exis-ten muchas imágenes; pero la mejor representación (no sé si algún pintor

la plasmó alguna vez) sería aquella donde se le viera con su brazo iz-quierdo hacia arriba, agarrado de la mano de Jesús, y su brazo derecho hacia abajo, tendiendo la mano ha-cia un grupo de muchachos. Eso fue Don Bosco: un puente entre Cristo y los jóvenes. No quiso ser otra cosa. “Señor, dame almas, almas juveniles, lo demás no me interesa”.

El salesiano eso es lo que busca también: que a través de su perso-na muchos jóvenes puedan encon-trarse con Cristo. Cuando sale a la calle, cuando al anochecer da una vuelta por el barrio, su espinita es pensar que los muchachos, que en-cuentra jugando pelota bajo el farol de la esquina, quizás no conocen a Jesús. Quizás sus familias no son

muy religiosas, o quizás no tienen familia; quizás ya los atrapó la calle, o la marihuana, o la pornografía... Entonces el corazón del salesiano sufre, y rumia, y reza: “Señor, dame capacidad y simpatía para acercarme a estos muchachos; dame palabras de amistad; dame fantasía y creativi-dad pastoral para inventar algo que los acerque a Ti”.

Y entonces el salesiano se acuerda del Oratorio: e inventa un torneo de fútbol, un grupo juvenil, una ca-minata, un rally, un certamen, un campamento de verano, un retiro, un coro, un conjunto musical, un taller de soldadura... Y allí, junto con las cosas que gustan a los jóvenes, encontrará también el momento y el modo para hablarles de Jesús y del

¿Qué es un salesiano?

Señor, dame simpatía para acercarme a los muchachos.

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evangelio, para inculcarles valores humanos y cristianos, para acercarlos a los sacramentos. Entre tanto, crea en torno a los muchachos un clima de familia y de fiesta, de amistad y participación.

El salesiano propiamente no hace distinciones artificiales: aquí el cuer-po y aquí el alma, aquí la tierra y aquí el cielo. Sino que toma al joven todo entero, con sus necesidades y carencias, con sus derechos y aspi-raciones; y sueña con su promoción integral, y se esfuerza para hacer de él un “honrado ciudadano y buen cristiano”. Con el estudio, el de-porte, el arte y el trabajo, le hace vivir intensamente su juventud y lo capacita para su futura inserción en la vida ciudadana. Con la Palabra de Dios, la experiencia de grupo, las ri-quezas de la liturgia y la presentación de modelos juveniles de santidad, lo va transfigurando poco a poco en miembro vivo de la Iglesia.

Pero el salesiano no es un “llanero solitario”. Ni siquiera Don Bosco, con todas sus ricas cualidades, qui-so hacer las cosas solo; se rodeó de numerosos colaboradores: hombres y mujeres, eclesiásticos y seglares. Así también el salesiano. Consciente de la complejidad de la misión que Dios le confió, sabe que sus solas fuer-zas no bastan; entonces se une con otros que tienen los mismos ideales y, juntos, forman una “comunidad fraterna y apostólica”. Y todavía no es suficiente: ellos involucran en su acción educativo-pastoral a muchos colaboradores laicos. “La unión multiplica las fuerzas”, repetía Don Bosco.

El salesiano sabe, además, que su opción por los jóvenes le va a exigir una dedicación total y sin reservas. Entonces entrega al Señor “su ne-cesidad de amar, su capacidad de poseer y su libertad de decisión”, y le hace el voto de “vivir casto, pobre y obediente”. Será así un verdadero religioso, haciendo propio el estilo de vida que Jesús escogió para sí.

Ese brazo derecho hacia abajo, ten-diendo la mano a los muchachos, se cansaría pronto. El salesiano se acuerda siempre de que el otro, el izquierdo, debe estar agarrado de la mano de Jesús. De allí arriba pro-cede la fuerza y la perseverancia. De allí también la eterna juventud que muchos le reconocen al salesiano. Son los frecuentes momentos de oración, la “interioridad apostólica”. Lo que Don Bosco llamaba la “unión con Dios”.

Dos últimos rasgos para terminar de trazar el perfil del salesiano. El prime-ro: vida sencilla y mucho trabajo. “El trabajo y la templanza harán florecer la Congregación”, aseguraba Don Bosco. El segundo: corazón misione-ro, abierto, universal. El salesiano no se amarra a una cultura, a un país, a un cargo; el llamado de los jóvenes lo hace disponible para ir a Tailandia, Mongolia, Nigeria o Mozambique.

Así fue Don Bosco. Así es - debe ser - el salesiano.

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Como es bien sabido, desde que inició su trabajo con los mu-

chachos pobres de Turín Don Bosco contó con la valiosa colaboración de sacerdotes y laicos. Entre estos últimos podemos recordar la curiosa relación de amistad y conflicto que tuvo con la marquesa Julia de Barolo a raíz de su opción juvenil.

¿Por qué Don Bosco se dio a la ta-rea de fundar una congregación en tiempos en que el gobierno y grupos influyentes eran adversos a una iniciativa de este género? Fue la experiencia y ciertos hechos que lo fueron conduciendo a tomar esta resolución.

Quizá lo sucedido en el año 1848 terminó por inclinar la balanza en dicha dirección. Hubo guerra entre varios estados italianos y Austria, una potencia que dominaba una parte de Italia. El papa Pío IX se negó a parti-cipar en una guerra contra Austria, una nación católica. Pareció enton-ces que en Italia había dos grupos: los patriotas, que querían una Italia unida y libre de toda dominación ex-tranjera, y los antipatriotas, que no amaban a Italia. El problema no era tanto que no querían a Italia, sino en qué situación quedaría el papa y sus territorios en una nueva Italia. ¿Se le respetaría su reino?

Para colmar la medida, el arzobispo de Turín era conservador e intransi-gente, lo cual contribuyó a complicar más la situación. El mismo clero pia-montés se vio envuelto en este con-

¿Por qué Don Bosco fundó a los salesianos?

AlejAndro hernández

flicto. Por un lado, un buen grupo de seminaristas y sacerdotes fueron patrióticos, y apoyaron al gobierno en su lucha libertaria y unionista, por otro, los conservadores apoya-ron al papa, al arzobispo y fueron celosos custodios de los derechos y privilegios de la Iglesia. Sobra decir que Don Bosco perteneció al segun-do grupo.

Pues bien, varios buenos sacerdotes dedicados a trabajar con los mucha-chos pobres eran favorables a las iniciativas del gobierno piamontés. Y la diversidad ideológica los fue separando de Don Bosco, y a éste de ellos. Basta recordar que el sa-cerdote Cocchi, quien fue el pione-ro de los oratorios en Turín, llevó a sus muchachos al campo de batalla. Su oratorio, el Angel Custodio, fue puesto poco después bajo la direc-ción de Don Bosco. Si bien esa fue una decisión del arzobispo, tuvo que caer muy mal a los sacerdotes «libe-rales». Sin duda que Juan Bosco fue visto como el niño bonito y de con-fianza del prelado. Más tarde el P. Cocchi fundará un nuevo oratorio y una asociación pro juventud.

Aparte de lo anteriormente dicho, ya en varias ocasiones había surgido iniciativas para crear una federación de oratorios turineses y Don Bosco se mantuvo distante. Quería una plena autonomía, preservar su propio estilo educativo e intuitivamente multipli-car su experiencia oratoriana.

Otro factor fue la siempre crecien-te complejización de su obra. Una cosa era tener un oratorio festivo dominical, o dedicar el tiempo libre a los jóvenes, otra, empezar a ofrecer casa, comida, trabajo, talleres y es-tudio. Sin duda que sus colaborado-res fueron muy generosos, pero no podía contar con ellos a toda hora, puesto que tenían otras responsabi-lidades. En su proceso de reflexión incluso barajó la posibilidad de unirse a un instituto religioso ya existente como los Oblatos de María Virgen o el Instituto de la caridad de Antonio Rosmini. Al final llegó a la conclusión que necesitaba crear una sociedad religiosa acorde a los tiempos y a las necesidades de los jóvenes.

Fundar una congregación en tiempos in favorables a esa iniciativa

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¿Cuándo comenzó Don Bosco a pensar en serio en fundar una congregación religiosa? ¿O en tener bajo su dirección un grupo de salesianos, sacerdotes y laicos externos, al servicio de la juventud pobre de Turín y de otros lugares?

Fue un largo proceso que se remonta a los primeros años del oratorio. Mu-cho más tarde, él contará sobre los varios «sueños» que fue teniendo. Soñó que los futuros pastores sal-drían de la grey de muchachos que apacentaba. Fue un camino penoso, con aciertos y rectificaciones.

Eran tiempos poco aptos para fun-dar una congregación religiosa y se requería de ingenio para hacer la propuesta vocacional a los mucha-chos. No era inteligente decirle a un joven: ¿Quieres hacerte sacerdote o fraile? Don Bosco, astuto, como so-lía serlo, decía a los muchachos que le parecían aptos, frases aparente-mente inocuas: ¿Le tienes aprecio a Don Bosco?, ¿te gustaría quedarte permanentemente con él?, ¿te pa-recería ayudarlo trabajando a favor de los jóvenes?, mira que si tuviera cien curas y cien seminaristas, tendría trabajo para todos ellos.

La primera vez que intentó comenzar a formar un equipo salesiano de co-laboradores a tiempo completo fue en 1849 con cuatro muchachos. No falló en la elección de los candida-tos. De hecho, dos ellos llegaron a ser sacerdotes, pero diocesanos. En otras palabras, estuvieron con él, lo

Los primeros salesianos o discípulos de Juan Bosco a tiempo completo

¿A qué muchachos invitó a ser salesianos?

Don Bosco formó un grupo de muchachos muy dispuestos para las obras de caridad

admiraron, pero terminaron sirvien-do a la arquidiócesis.

En el segundo intento le fue mejor. Sucedió el 26 de enero de 1854, en su propio cuarto. Lo cuenta el chis-mosito de Miguel Rúa. Fue entonces cuando hizo una propuesta a cuatro jóvenes capaces y de su entera con-fianza. En concreto les propuso ha-cer un ejercicio práctico de caridad al prójimo con la ayuda del Señor y de San Francisco de Sales. Se llamarían salesianos. Luego se vería la posibi-lidad de hacer una promesa, y qui-zá, más tarde, un voto al Señor. No los escogió al azar. Hacía dos años, o más, que los venía observando y capacitando. Veinte años más tarde dirá que ya en 1852 había podido formar un grupo de muchachos muy dispuestos a hacer obras de caridad y que eran bien vistos por todo tipo de gente. Evitó usar la palabra «novicia-

do. Es probable que no les resultara extraño llamarse «salesianos», pues-to que sabían que Don Bosco eran un gran admirador del santo.

El siguiente paso fue cuando, a solas con Don Bosco, Miguel Rúa, de 18 años, el 25 de marzo de 1855, hizo la profesión por un año. Poco meses después, también hizo lo mismo un sacerdote amigo, Víctor Alasonatti. Al año siguiente, fue Juan Francesia, de 18 años. Y así poco a poco se multiplicarán.

Uno de los pasos decisivos fue cuan-do se dio el destape, o cuando dejó de usar «parábolas». Eso sucedió el 9 de diciembre de 1859. Entonces ha-bló claramente al grupo íntimo (que recibía conferencias con regularidad) de su ya viejo proyecto de fundar una congregación con regla y votos. Y pedía a cada uno que pensara seria-

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Los primeros salesianos

El año de mil ochocientos cincuenta y nueva, a dieciocho de diciembre, en este oratorio de san Francisco de Sales, en el aposento del sacer-dote Juan Bosco, a las nueve de la noche, se reunieron con él: el sa-cerdote Víctor Alasonatti, los cléri-gos Angel Savio, diácono, Miguel Rúa, subdiácono, Juan Cagliero, Juan Bautista Francesia, Francisco

Provera, Carlos Ghivarello, José La-zzero, Juan Bonetti, Juan Anfossi, Luis Marcelino, Francisco Cerruti, Celestino Durando, Segundo Pet-tiva, Antonio Rovetto, César José Bongiovanni y el joven Luis Chia-pale, todos con el mismo fin y ánimo de promover y conservar el espíritu de verdadera caridad que se requiere en la obra de los orato-rios para la juventud abandonada y en peligro.

Pareció bien a los congregados organizarse en Sociedad o Con-gregación, que juntamente con el

fin de una recíproca ayuda para la santificación propia, se propusiera promover la gloria de Dios y la sal-vación de las almas, especialmente de las más necesitadas de instruc-ción y educación: y aprobado de común acuerdo el fin propuesto, hecha una breve oración e invo-cadas las luces del Espíritu Santo, se procedió a la elección de los miembros que debían constituir el cuerpo directivo de la Sociedad de ésta y de nuevas Congregaciones, si a Dios le pareciera bien favorecer su incremento.

mente si quería ingresar a ella, a la cual ya pertenecían de espíritu. Les dijo que los había elegido para parti-cipar en dichas conferencias porque los había juzgado aptos para con-vertirse en miembros efectivos de la misma. Que a la próxima conferencia asistieran sólo los que querían dar el paso. Esta revelación los impresionó fuertemente. Al final de la reunión no se pusieron de pie y aplaudieron, como pasa en las películas gringas, sino que hubo un silencio profundo e incómodo. Luego, las lenguas em-pezaron a trabajar. Entre ellos bara-jaban los pro y los contra de acep-tar una propuesta de esa magnitud. Había sentimientos encontrados. No era fácil. Fue el caso, para citar uno, del futuro misionero, obispo, delega-do apostólico y cardenal Juan Caglie-ro. Fue una semana de agonía. Pero la semilla sembrada por Juan Bosco había ganado profundidad.

El día 18 sólo dos faltaron. El grupo que aceptó el reto era heterogéneo: un joven de 16 años, 15 seminaris-tas que oscilaban entre los 15 y 25 años, un viejo sacerdote de 47. A la incipiente congregación le faltaba mucho todavía para constituirse de-bidamente ante los ojos de la Iglesia y de la sociedad.

Podría uno preguntarse cuál fue el secreto del éxito de Don Bosco. En

realidad son varios secretos. Ya se ha aludido a la buena selección del material humano, a la capacitación que les fue dando a lo largo de los años en los encuentros periódicos, a la gradualidad de un ejercicio para luego pasar a una promesa y después a un voto. Pero un factor fundamental fue la misma persona de Don Bosco. Pesó el gran afecto de ellos hacia ese padre que era de verdad papá. Por eso Cagliero, uno de sus hijos estrella, dirá que «fraile o no, él se quedaba con Don Bosco». A esta realidad debemos agregar los sentimientos de admiración y vene-ración hacia un amigo que sabían que era un hombre de Dios, capaz de hacer milagros, de ver el futuro por medio de sueños y leer las concien-cias mismas. La suma de todos estos factores explica, en buena parte, el secreto de su éxito.

Todavía falta decir una palabra sobre los primeros salesianos coadjutores. Dejando de lado varias precisacio-nes, el proceso fue el mismo. Ya desde 1854 encontramos jóvenes que ayudaban, coadjutores, en la casa. Crecieron las necesidades y aumentaba su número. Pero fue en 1860 cuando se fue perfilando mejor su vocación. Algunos laicos manifestaron su disponibilidad para permanecer con Don Bosco. El 2 de febrero fue admitido a la práctica

de las reglas José Rossi, de 24 años. Sin embargo, los primeros en hacer votos, en 1862, fueron José Gaia, un joven humilde que fue cocinero del oratorio, y el caballero Federico Oreglia, un aristócrata convertido de Don Bosco, quien tuvo responsabili-dades de manager. En la casa de Don Bosco había puesto para todos, y se sacaba provecho de los talentos que Dios le había dado a cada uno.

Mi experiencia vocacional se origina en el movimiento

juvenil salesiano. Ahí surgió el deseo de hacerme salesiano. La vida y estilo de Don Bosco me cautivaron, a tal punto que quise quedarme con él para siempre.

Ricardo Rodríguez, 26 años, salvadoreño, estudiante de pri-mer año de teología

TESTIMONIO

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traban en peligro y excluidos de las posibilidades que contaban otros de su misma edad.

En su primer oratorio de Valdocco ofrece a los jóvenes una casa que acoge, una parroquia que evangeli-za, una escuela que encamina hacia la vida y un patio donde se comparte la amistad y la alegría.

Comienza a construirles de nuevo su vida con el objetivo de formar honrados ciudadanos y buenos cris-tianos. El programa da efecto y Don Bosco se ve obligado a buscar cola-boradores y así, echa mano de laicos generosos que le ayudan económi-camente, y de muchos otros que se comprometen en el trabajo directo de acompañamiento de aquellos jóvenes.

Cuando la experiencia se va asentan-do, Don Bosco hace una propuesta directa a algunos de los mismos jóve-nes acogidos en su oratorio. Les pro-pone la fundación de una sociedad para hacer un ejercicio de caridad a favor de los jóvenes más pobres y necesitados. Así nace la Sociedad de San Francisco de Sales, o simple-

Con bastante frecuencia me he encontrado con jóvenes y no tan jóvenes que, con un aire de cierto orgullo, me dicen: yo soy salesiano.

El encuentro con estas personas y la peculiaridad del tema hacen suma-mente interesante la conversación. Al profundizar en ella, se llega a la conclusión de que la afirmación de llamarse ‘salesianos’ nace del hecho de que fueron o son estudiantes de un colegio salesiano.Otros lo afirman porque frecuentan una obra, una iglesia o parroquia, o porque colaboran en un oratorio salesiano.

Y es que todo aquel que entra en contacto con un ambiente salesia-no queda envuelto en una cierta atmósfera; experimenta como una atracción especial: es el espíritu sa-lesiano.

¿Cuál es el origen de este espíri-tu? Para responder, necesitamos remontarnos a lo que le sucedió a Don Bosco.Desde pequeño, Juan Bosco fue descubriendo los signos que Dios le ponía en su camino. Signos que le indicaban que su vida tenía que po-nerla al servicio de los jóvenes más necesitados.

Se pone en camino y, venciendo mu-chos obstáculos, logra lo que anhela-ba: ser sacerdote. Una vez lograda la meta, se pregunta: ¿sacerdote para quién? Y comienza una típica expe-riencia pastoral con aquellos jóvenes de la ciudad de Turín que se encon-

Quién puede ser salesiano

Secreto: buena selección del material humano y adhesión a Don Bosco.

mente, los «Salesianos».Con este panorama encontramos elementos para responder a la pre-gunta: ¿Quién puede ser salesia-no?Fijándonos en Don Bosco encontra-mos actitudes que nos sirven de refe-rencia: en primer lugar, apertura a la acción de Dios en su vida; Juan Bosco se fue dejando modelar por el Dios que es sensible al dolor de sus hijos, en este caso, los jóvenes. En segundo lugar, búsqueda conti-nua de la voluntad de Dios; qué era lo que Dios quería de él. En tercer lugar, actitud de servicio. Don Bosco ofrece su vida por los jóvenes, colabora con todos los me-dios posibles, se ingenia por buscar opciones que den sentido a la vida de los jóvenes.

Estas actitudes, condimentadas con una buena dosis de amor y aprecio por los jóvenes y con el deseo de es-tar cerca de ellos y de compartir sus inquietudes, constituyen un terreno propicio para que germine la voca-ción de aquel que quiera oír la voz de Dios que le llama a seguir a Don Bosco y a entregar generosamente su vida por el bien de los jóvenes.

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de varios años en filosofía y pedago-gía, que lo capacita para desenvol-verse críticamente en el mundo de las corrientes e ideologías antiguas y modernas, a la vez que lo prepara como educador. A ello se suma el estudio de la salesianidad y de otras materias de vida religiosa y espiritual. Sobre esta base común, los que van a ser sacerdotes requerirán el estu-dio profundizado de la teología; y los que optan por ser coadjutores podrán elegir una carrera profesio-nal, como medio para ejercer su vo-cación consagrada laical al servicio de los jóvenes.

c) Dimensión espiritual. En conti-nuación con el proceso de madura-ción en la fe que debe distinguir a todo cristiano, la formación espiritual mira a profundizar la opción vocacio-nal en vista de lograr la configuración con Jesucristo, meta de todo discípu-lo. En particular, se trata de ir a las raíces de la consagración religiosa, entendida ésta como seguimiento de Cristo, y desarrollar aquellas ac-titudes que aseguren el crecimiento en el doble amor cristiano: a Dios y al prójimo.

Toda vocación es un llamado a la plenitud, a desarrollarse en todas las dimensiones de la persona. La vocación del salesiano no puede ser menos.

Formación integral

La formación del salesiano está de-finida por su identidad y misión: es un hombre, creyente en Jesucristo, llamado a ser educador-pastor de los jóvenes. De acuerdo a ello, los documentos centran esa polifacéti-ca condición en cuatro dimensiones: humana, espiritual, intelectual y edu-cativo-pastoral.

a) Dimensión humana. Se parte de la naturaleza humana, pues es la base: hay que construir una perso-nalidad madura, un hombre rico en valores, que sepa combinar la inicia-tiva y creatividad con el uso respon-sable de su libertad; alguien capaz de establecer relaciones sanas y en-riquecedoras con los demás, y que se empeña en cultivar con seriedad las diversas dotes que ha recibido, con el afán de servir mejor.

b) Dimensión intelectual. Implica un proceso de preparación académi-ca y científica que desarrolla el pen-samiento y la capacidad de enfren-tarse a la vida buscando el equilibrio justo entre la integración al medio social y cultural, y el aporte creativo a su entorno. En este campo, el sa-lesiano recibe una seria preparación

Cómo se hace un salesiano

rolAndo eCheverríA

Acompañados por salesianos adultos en clima de confianza y fraterna interacción.

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Yo quise servir a Dios en los jóvenes porque me preocupa-

ba la situación de los jóvenes de las maras y pandillas en el sector que abarca mi parroquia María Auxiliadora.

Wilmer Silva, 25 años, hondure-ño, tercer año de posnoviciado

TESTIMONIO

TESTIMONIO

Mi deseo de seguir a Cris-to surgió en un pequeño

grupo en mi colegio, y me ani-mé más al conocer el carisma salesiano.

Jans Kenny López, 20 años, guatemalteco, novicio

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d) Dimensión educativo-pastoral. Según lo específi co de su carisma, el salesiano es un educador que ejerce su labor teniendo por modelo una doble imagen de pastor: Jesucristo, y el pastorcillo de Becchi, Don Bosco. A ellos trata de imitar, aplicando el método de la bondad, la dulzura y la paciencia. Por ello se forma en el Sistema Preventivo y asimila aquellas actitudes que lo hacen ser «padre, maestro y amigo» de los jóvenes, sus destinatarios preferenciales.

TESTIMONIOS

Cuando yo era pequeño, en mi colegio promovían

concursos sobre Don Bosco. Eso me llevó a leer la biografía de Don Bosco, escrita por Tere-sio Bosco. Además, veía a los salesianos siempre en el patio jugando futbol con nosotros, hablándonos o hasta haciendo algún truco de magia. Todo eso me motivó a ser salesiano, aun cuando a esa edad no entendía qué quería decir eso.

Alberto Flores, 21 años, salva-doreño, segundo año de pos-noviciado

La primera frase que escuché fue: No hay jóvenes malos,

sólo hay jóvenes que no saben que pueden ser buenos y no tie-nen a nadie que se los diga.

Humberto Hernández, 24 años, guatemalteco, novicio

Quiero hacer propia la vida salesiana que he vivido

desde pequeño en el orato-rio. Así como los salesianos me aman, quiero amar a los jóvenes.

Alejandro Lacayo, 21 años, nicaragüense, novicio

Ambiente formativo

Todo este bagaje de valores, actitu-des y contenidos no se asimila de manera teórica, sino que requiere, como lo exige la pedagogía salesia-na, de un ambiente que se respira en una comunidad, donde los jóvenes en formación son acompañados por los salesianos adultos en un clima de confi anza y de fraterna interacción.

¿Cuándo termina este proceso?

Si bien hay un período de «forma-ción inicial», que para los sacerdotes dura once años y para los coadjuto-res casi otro tanto, la formación del salesiano es de toda la vida. Bien se aplica aquí la frase de Don Bosco: «descansaremos en el cielo».

Los Salesianos en cifrasLos Salesianos de Don Bosco son 16,645

en todo el mundo

Están presentes en: 5

continentes127

países2,086

presencias

Los Salesianos de Don Bosco en Centroamérica son 183

Están presentes en:

6 países

42presencias

6en Costa Rica

13en El Salvador

14en Guatemala

3en Honduras

4en Nicaragua

2en Panamá

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Muchas personas preguntan cons-tantemente: «¿Cómo se hace un salesiano? La respuesta no resulta sencilla. Un salesiano no se hace; se construye.

La formación para los salesianos es un proceso de discernimiento conti-nuo de la voluntad de Dios sobre la propia vocación. He tenido la expe-riencia de trabajar en la formación de jóvenes que se preparan para la vida salesiana; por dos años colaboré en la casa de noviciado como asis-tente de novicios y actualmente me encuentro trabajando directamente con los posnovicios y estudiantes de teología de nuestra provincia.

Yo no escogí la tarea de ser formador de salesianos jóvenes. Pero la he aceptado con alegría y entrega.

La mayor parte de mi vida la he pasado en casas de formación ini-cial. Algunos paréntesis en otros campos apostólicos me han dado la oportunidad de conocer nuevas realidades.

Me alegra ver a salesianos que ac-tualmente trabajan con optimismo

Un formador de salesianos se confiesa

eduArdo CAStro

y entusiasmo en cargos de anima-ción y responsabilidad y que un día estuvieron bajo mi cuidado de formador.

Me siento contento al encontrar lai-cos que vivieron algunos años como salesianos, pero descubrieron que Dios les señalaba otros caminos, y ahora guardan gratitud por la for-mación salesiana recibida.

Como formador, me sentía satisfe-cho con los jóvenes salesianos que aceptaban mi acompañamiento es-piritual, y podía palpar el trabajo de la gracia en ellos.

El servicio de formar a jóvenes en la espiritualidad salesiana terminó por enriquecerme a mí, pues me obli-

gaba a testimoniar los valores que enseñaba.

Me resultaba particularmente difícil tener que indicarle a alguien que buscara otro camino. Afrontar estos delicados momentos me causaban una pena profunda.

No es que sea particularmente grati-ficante el trabajo de formador, si se compara con otros trabajos apostó-licos. Pero me alentaba la convicción de que cada joven a mi cargo sería un agente multiplicador como após-tol, profeta, religioso o laico. Enton-ces entendía que este oculto trabajo valía la pena.

Experiencia de un formador jovenPara mí formar salesianos es un reto y una tarea importante, dependien-do de cómo se sienten las bases y se transmitan los valores que los sale-sianos, durante la formación, hacen propios, así será la calidad en la res-puesta a su vocación y el trabajo pas-toral que realizarán entre los jóvenes como educadores - pastores.

La formación salesiana entendida como identificarse con la vocación que el Espíritu ha suscitado a ser seguidor de Cristo al estilo de Don Bosco, implica para el formador: ofrecer al salesiano un ambiente rico en valores, acompañar personalmen-te a cada uno, educarlo en la expe-riencia de Dios, compartir la propia experiencia vocacional, contagiar la alegría interior de la entrega total en el trabajo de cada día y entusiasmar por la misión juvenil.

Al hacer esto el formador contribu-ye a construir al salesiano, desde sus bases humanas, firmes en una espiritualidad robusta, que logren una estructura vocacional sólida y de deseo firme de decir sí cada día. Los detalles, retoques y todo aquello que pueda adornar la vida del sale-siano y el edificio de su vocación, corren por cuenta personal, ya que el primer responsable de la propia formación es el salesiano mismo. Un salesiano no se hace ni se improvisa, se construye.

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Un sábado por la tarde me encon-traba confesando en la sacristía

cuando me distraje. Pensaba en la es-casez de sacerdotes y de vocaciones y en la manera de poder aumentar su número. Veía ante mí muchos chi-cos que venían a confesarse, buenos e inocentes muchachos, y me decía: -Quién sabe cuántos de ellos llega-rán y el tiempo que se requiere aún para llegar a los que perseveren. Y en tanto, la necesidad de la Iglesia es apremiante. Estaba muy distraído con este pensamiento y, sin embar-go, continuaba confesando.

De pronto me pareció que estaba en mi despacho sentado a mi mesa de trabajo y que tenía ante mí el registro de todos los que estaban en casa. Y me decía para mis adentros: -¿Cómo se explica esto? Estoy confesando en la sacristía y estoy al mismo tiem-po en mi despacho ante la mesa... ¿Estoy soñando? No; éste es preci-samente el registro de los alumnos; ésta es mi mesa de trabajo.

Oí entre tanto una voz detrás de mí que me dijo: -¿Quieres saber cómo aumentar rápidamente el número de buenos sacerdotes? Observa el regis-tro y por él entenderás lo que debes hacer. Observé y luego dije: -Estos son los registros de los alumnos de este año y de los años pasados, y no veo otra cosa. Estaba muy preocupa-do; leía nombres, pensaba, miraba arriba y abajo por ver si encontraba algo, pero... nada. Entonces dije para mí: -¿Estoy soñando o estoy despier-to? Efectivamente estoy sentado a mi mesa y la voz que he escuchado es verdadera.

Y de pronto quise levantarme para ver quién era la que me había habla-

Sueño de Don Bosco

Cómo aumentar las vocaciones al sacerdocio

do y, en efecto, me levanté. Los mu-chachos que estaban a mi alrededor para confesarse, al ver que me levan-taba tan de prisa y asustado creye-ron que me había puesto enfermo y se acercaron a sostenerme; pero yo, asegurándoles que no me pasaba nada, seguí confesando.

Una vez terminadas las confesiones, y de vuelta a mi habitación, miré y efectivamente vi sobre la mesa el registro con los nombres de todos los que hay en casa, pero no vi nada más. Examiné el registro, pero no entendí cómo podía hallar con él la manera de tener sacerdotes, muchos sacerdotes y pronto. Miré otros regis-tros que tenía en la habitación para ver si podía deducir por ellos alguna cosa; pero de momento no pude sacar nada en limpio. Pedí otros re-gistros a don Carlos Ghivarello; pero fue inútil.

Siempre pensando en ello, hice que me pasaran los registros antiguos para obedecer al mandato de aquella voz misteriosa y observé que, de los muchos jóvenes que comienzan sus estudios en nuestros colegios para

seguir después la carrera eclesiásti-ca, apenas si perseveraba un quince por ciento; es decir, ni siquiera dos de cada diez llegaban a recibir el hábito eclesiástico; se alejaban del Santuario por asuntos familiares, por los exámenes en el Liceo, por haber cambiado de voluntad, lo que sue-le ocurrir en el curso de Retórica. Y, por el contrario, los que vienen ya mayores, casi todos, a saber ocho de cada diez, visten la sotana y lle-gan a ello en menos tiempo y con menos trabajo.

Me dije entonces: -De éstos estoy más seguro y pueden llegar en me-nos tiempo; esto era lo que buscaba. Tendré que ocuparme especialmente de ellos, abrir colegios expresamen-te para ellos y buscar el modo de atenderlos de una manera especial. Por el resultado se verá después, si lo que sucedió fue un sueño o una realidad. Desde aquel momento, la idea de abrir colegios, en los que muchachos ya mozos, llamados al estado eclesiástico, se encontraran con un programa de estudios ace-lerados a propósito para ellos, fue tomando cuerpo y se convirtió en firme propósito.

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Salesianos

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Creo que el Señor hizo varios in-tentos por llamarme a lo largo

de mi vida. La primera, cuando fi-nalizaba la primaria, a través de una invitación a una convivencia voca-cional en el antiguo Centro Voca-cional Rinaldi. Deseché la propuesta al comprobar la lejanía de mi casa y la propuesta del menú: un plato de sopa de papas, el cual alteraba mis principios de fiel seguidor de Mafalda. Un par de años después, recuerdo que en una clase el direc-tor del colegio salesiano habló de la vocación con tal ardor que muchos nos entusiasmamos con la idea y un compañero preguntó qué se nece-sitaba para ser salesiano, a lo cual el director respondió: «Hay que ser buenos». Dije para mis adentros: «Asunto cerrado. No hay quien cali-fique en este curso».

Aunque siempre admiré la vida y el trabajo de muchos salesianos que

¿Por qué me hice salesiano?

mArio olmoS

pasaron por el colegio en que estu-dié, nunca se me propuso directa-mente hacerme salesiano sino hasta el final de mis estudios en bachillera-to. Cuando ya había decidido orien-tar mis estudios universitarios por el área de administración de empresas, Dios decidió cambiar el rumbo de mi vida llamándome en la última hora. Invitado por un tirocinante y luego por el director del colegio, comencé a plantearme seriamente la posibili-dad de dedicar mi vida a Dios según el estilo de Don Bosco. A partir de entonces, siempre he considerado que el Señor me ha llamado dos ve-ces en mi vida.

La primer llamada se concretó en mi decisión de hacerme salesiano, la cual me llevó a abandonar mis planes iniciales y a trasladarme a Guatemala para iniciar mi proceso de formación. Fueron años en los que pude conocer mejor el carisma y la vida religiosa salesiana. En ese entonces no tenía ni idea de la dife-rencia entre un religioso y un sacer-dote diocesano. Lo único que quería era ser salesiano como Don Bosco y, en mi mente, esto sólo podía hacerlo siendo sacerdote.

Fue en el noviciado cuando, entre los libros que constantemente nos invitaban a leer, encontré algunos sobre el salesiano coadjutor. Para mí fue descubrir algo totalmente nuevo. Por primera vez comprendí algunas de las grandes intuiciones de Don Bosco en el primer oratorio relacionadas con su visión sobre la misión entre los jóvenes y el papel de los colaboradores laicos. Intuí que la vocación religiosa y la vida sale-siana tenían muchos matices, uno de los cuales se conjugaba con una convicción que se había arraigado en mi vida: que a Dios se le puede servir de muchas maneras y que no debe hacerse una separación entre los valores del mundo y la vida cris-tiana. Esta, que considero la segunda llamada de Dios en mi vida, me llevó a optar por la vocación específica del salesiano coadjutor.

Han transcurrido ya más de diecinue-ve años después de este segundo sí al Señor y aún me siento maravilla-do por las nuevas facetas que siem-pre descubro en esta vocación que el Señor me ha dado y en la misión que él me permite realizar entre los jóvenes.

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Maravillado por las nuevas facetas que descubro en esta vocación.

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jorge PuthenPurA

La barba misionera de P. Mateo Eli-pulikkatt me impresionaba. El era aquel entonces el único misionero de nuestra parroquia que trabajaba en una diócesis del centro de la India. La semblanza frágil y flaca de su ros-tro con la venerable barba que par-cialmente ocultaba la cruz pectoral misionera me llenaba de curiosidad por conocer la vida misteriosa de un misionero.

Durante los primeros años de forma-ción salesiana tuve la oportunidad de conocer de cerca a varios misioneros salesianos venidos de diversos paí-ses de Europa como el P.Ravalico, el P.Antonio Alessi, Mons. Luis Matías y otros que trabajaban en el norte de la India. No todos tenían barba ni cruz pectoral. Pero todos tenían una son-

Salesiano con vocación misionerarisa contagiosa y unos ojos radiantes que reflejaban entusiasmo misionero y audacia apostólica.

¿Cuál era el misterioso motor que animaba y entusiasmaba a esos in-trépidos misioneros salesianos? No pude descubrirlo sino hasta que, poco a poco, conocí el corazón pas-toral de Don Bosco, el Patriarca de la Familia Salesiana. Comprendí que ser misionero salesiano es estar apasio-nado por el Reino de Dios y trabajar incansablemente para sembrar su semilla y cultivarla en los corazones de los jóvenes y en el seno de las fa-milias populares.

A lo largo de mi vida misionera en Alta Verapaz (Guatemala), donde mis superiores me indicaron el campo de misión en el que desarrollar la pasión por el Reino de Dios, hice nuevos

descubrimientos. Me di cuenta de que estaba muy apasionado por los estudios, por el éxito, por la gloria, por el sexo, por los placeres, por la riqueza, por el poder, por la música, por la TV, y por tantas otras atrac-ciones y ofertas de este mundo. La gran ausente era la pasión por Dios y su Reino.

Caminando por los cerros y valles del territorio misionero y predican-do el Reino de Dios, aprendí que al hacer caso a la llamada de Jesús a convertirse, todas las pasiones hu-manas pueden y deben convertirse integradamente en una sola Pasión por Dios, y esta pasión por Dios se traduce en una gran pasión por el Hombre, por liberar y salvar a todos los hombres especialmente a los jó-venes y a las masas populares.

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Una sola pasión por Dios traducido en una gran pasión por el hombre.

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P. Conrado Cordoni

75 años de vida consagrada salesianaCon 93 años de vida, este venerable anciano conversa con una lucidez mental envidiable. Recuerda con fa-cilidad el trayecto de su larga vida. Guarda un cariño especial para su pueblo natal, Lucca, en Italia. Pero es a su propia familia que envuelve en el afecto nostálgico: su padre y su madre, a quienes califica de santos, y su hermano y hermana.

A muy temprana edad, como se es-tilaba entonces, ingresó al mundo salesiano. Tenía apenas 12 años. Primero Penango, después Villa Mo-glia fueron las etapas iniciales de su proceso de familiarización con Don Bosco.

Optó por la vida misionera. A la edad de 18 años ya estaba tocando tierras

joSé morAtAllA

No es una respues-ta simple. La fui descubriendo entre luces y sombras, en medio de dificulta-

des, tropiezos, alegrías y esperan-zas. Pero siempre poco a poco y al ir recorriendo inventando el camino. Mirando más hacia atrás que hacia adelante. Si he llegado a estas altu-ras, si he superado tantos obstácu-los, es porque alguien está conmigo y me lleva de la mano. Porque solo no hubiera podido, concluí animán-dome.

Siendo niño quería ser escultor. Te-nía las paredes de la casa llenas de

Por qué me hice salesianodibujos y los muebles colmados de figuras de arcilla. La imagen del pá-rroco no me atrajo ni sedujo. Era serio y aburrido y pasaba el tiempo encerrado en la parroquia. Aquello no era para mí . A pesar de todo, me hice monaguillo. Me apasionaba amaestrar gavilanes. En la torre alta de la iglesia había muchos. Si era monaguillo tenía acceso a la torre y a los gavilanes. Valía la pena, pues, ayudar a misa y aprender las respues-tas raras y complicadas en latín. Una tarde de verano nos empezábamos a encaramar con otro compañero mo-naguillo en las alturas peligrosas de la torre. El sacristán corrió sudoroso a comunicarnos que el párroco nos buscaba. Al llegar junto a él, dos so-lemnes bofetadas truncaron nuestras

pretensiones infantiles. Hasta allí lle-gó mi relación con la iglesia.

Cierto día llegó un salesiano a las escuelas públicas. Era la primera vez que oía de Don Bosco y de los sale-sianos. A saber por qué, desde ese instante, en vez de querer ser escul-tor, quería ser sacerdote. Cuando comenté en casa mis intenciones, nadie se opuso. Como mi familia era pobre, un tío sacó del arca de sus ahorros todo su dinero para mis necesidades. Así fue el inicio.

Después, lo apasionante de la aven-tura, a pesar de debilidades y pobre-zas personales, es experimentar que el sueño de los nueve años de don Bosco continúa en los sueños de los salesianos. Y que, ante tantos niños, adolescentes y pobres abandonados, ya no se puede dejar de soñar. Por-que sólo los sueños que se tiene en coraje de soñar se hacen realidad.

centroamericanas, donde habría de pasar el resto de su vida. Todos los países de Centro América conocie-ron de sus fatigas, con la excepción de Costa Rica. Alternó su servicio salesiano casi exclusivamente en las responsabilidades de administrador y director.

Los doce años de trabajo misionero en Carchá, Guatemala, los rememo-ra con nostalgia.

Vivió de lejos las duras consecuencias de la segunda guerra mundial. Sobre todo, por la imposibilidad durante

muchos años de regresar a visitar su familia.

Su corazón de educador despierta al recordar los tantos años trabajando con niños.

Desde hace 22 años vive en la co-munidad salesiana de la Parroquia Divina Providencia, en Guatemala. Ligeramente encorvado, camina con bastante seguridad por los corredo-res de la casa parroquial, una figura silenciosa rumiando recuerdos, en-vuelto en la paz de su ancianidad.

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Misionero desde los 18 años

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Desde la altura de mis 55 años de edad recuerdo aquel lejano

día en que un superior salesiano me dijo: Alista tus cosas, que los Sale-sianos te esperan en Astudillo. Fue así como dejé mi familia y empecé la gran aventura de mi vida.

Astudillo, Cambados, Urnieta, Za-ragoza fueron diversas etapas de mi formación salesiana en mi tierra natal, España. Eran ambientes de esfuerzo, trabajo, relación calurosa con los salesianos, amistad con los alumnos. Los salesianos me cauti-varon por su alegría, entusiasmo, familiaridad y humildad.

Terminados mis años de estudio, co-menzó el período de formación en

Pedro Chico, coadjutor salesianoel trabajo en centros de educación técnica: España, Bolivia, Nicaragua, El Salvador, Honduras. Aprendí a conjugar vida comunitaria y vida ac-tiva. Me entregué a los jóvenes de diversas culturas, ambientes, edades. Eso me ayudó a fortalecerme en mi vocación salesiana.

En mi período de formación a la vida religiosa me sentí atraído por la figura del coadjutor salesiano. Lo veía más cercano y su testimonio de vida caló profundo en mí. Entonces opté por ser coadjutor.

Algunos salesianos españoles que trabajaban en América nos narraban con entusiasmo sus vivencias, retos y aventuras misioneras. Me conta-

giaron. A los 25 años pedí trabajar en América y me ofrecieron Bolivia. Después pasé a Centro América, donde llevo 24 años sirviendo como educador para el trabajo.

Son ya 45 años de vivir como religio-sa salesiano laico. Ha valido la pena. Si volviera a empezar, tomaría el mis-mo camino.

Ahora trabajo con 400 muchachos y muchachas en Tegucigalpa, Hon-duras. Son jóvenes atenazados por la pobreza, que encuentran en nues-tro centro una oportunidad preciosa para crecer como buenos cristianos y honrados ciudadanos.

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Si volviera a empezar, tomaría el mismo camino.

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Salesianos

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miguel giorgio

«Padre, ¿cómo le hace?» me pre-guntan los jóvenes cuando me ven silbar apoyando dos dedos sobre la lengua. “Es que yo fui pastorcito de ovejas, vacas, cerdos, patos, etc. Hasta los 12 años” Y les cuento mis aventuras.

A veces me extraño yo mismo: ¿Cómo fue posible salir de la finca de mis abuelos, para la viña del Se-ñor? Misterios de Dios

Un párroco ex salesiano llegó a mi pueblo, que tenía 3500 habitantes y estaba a poco más de mil metros de altura. Yo tenía ocho años. Ese fue el anzuelo que Don Bosco utilizó para pescarme.El nuevo párroco cambió el rostro del pueblo, le dio un rostro juvenil.

En una novena de Navidad, don Teo-dosio, así se llamaba el párroco, nos dijo a cuatro niños de ocho años,

De pastor de ovejas a Pastor de la grey de Cristo

atraídos por los cantos navideños, que nos quería cerca de él como monaguillos. Nos dio unos manteles blancos del altar, de los que salieron los roquetes, y una tela negra para las sotanas.

Fui monaguillo hasta los 12 años. Terminada la primaria, nuestro pá-rroco nos propuso a seis niños ir a estudiar la secundaria a un interna-do, llamado aspirantado salesiano, pagando una cuota mínima. Nos gustó la idea y él mismo nos acom-pañó en tren hasta Turín, 800 kms lejos de nuestras casas. Yo era el más pequeño de todos, medía1.22 me-tros de estatura.

¿Por qué me hice salesiano?Las actividades del internado: fiestas con ricos almuerzos, banda musical, coros, las Compañías (grupos juve-niles inventados por Don Bosco), juegos, misas cantadas, paseos, va-caciones en los Alpes, seriedad de los estudios, misa diaria, salesianos

que jugaban con nosotros, coloquios con el Director, paseos a los lugares donde vivió Don Bosco, todo eso creó el clima adecuado que me llevó a pedir ser aceptado en el noviciado salesiano.

Las fiestas de la Virgen María fueron fundamentales para mi opción sa-lesiana. Eran una experiencia única de porfía entre todos para amarla. Esto me habilitó para la opción de ser salesiano.

¿Por qué me hice salesiano?La presentación del carisma de Don Bosco, el panorama de una Con-gregación floreciente, la visita de misioneros salesianos que nos rela-taban los problemas de la juventud del mundo me ayudó a desembocar en el proyecto salesiano. Cristo que-ría que muchos jóvenes y adultos pudieran por mi medio descubrir el tesoro de la vida vivida para los de-más, con los demás y en el redil del Buen Pastor.

Un clima adecuado me llevó a pedir ser aceptado en el noviciado salesiano

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El 16 de agosto estaré cumpliendo los cincuenta años de profesión re-ligiosa en la Congregación salesia-na. También lo estaría mi hermano Francisco fallecido en Cádiz. España, en 1962.

Es una gracia de Dios esta fecha que no puedo pasar por alto, pues siento el vivo y sincero deseo de dar gracias a Dios, a María Auxiliadora y a D. Bosco, por esta vocación salesiana y misionera, inmerecida de mi parte.

En ocasiones como ésta, lo primero que brota espontáneo en mi persona es un sentimiento de profunda grati-tud a nuestro Dios viviente, a María Auxiliadora y a Don Bosco por sus bendiciones y constante ayuda en estos cincuenta años, transcurridos como Salesiano, en las hospitalarias tierras de Centro América.

Una espesa barba blanca, crecida a su antojo, apenas permite ver unos ojos soñadores, que se repliegan en sueños de misionero. Lleva en su ha-ber 15 años de trabajo pastoral con los indios mixes del sur de México.

Africa fue también parte de su sue-ño misionero. Pero las enfermedades tropicales del continente negro gol-pearon severamente su grácil cuer-po, tronchando prematuramente su intento misionero.

De la vida salesiana aprecia sobre todo el espíritu de alegría y la aper-tura a la gente en un ambiente fa-miliar.Siente nostalgia por sus experiencias apostólicas tempranas en ambientes escolares en Panamá y Costa Rica,

Luis Alberto Jinesta

Cincuenta años de profesión religiosa salesianaSu trabajo pastoral en el Colegio Don Bosco, de Guatemala, le permitió iniciar los vía crucis vivientes con la participación de los centenares de alumnos de primaria. Esta escenifi-cación masiva de la pasión del Señor aún pervive en dicho colegio y ha prendido en otras obras educativas de Centro América.

Su opción por la vida salesiana se la debe a una Hija de María Auxi-liadora, que lo animó hacia el sa-cerdocio.

Desde pequeño servía como mona-guillo en la iglesia La Merced, de San José, Costa Rica. Nació en ese país en 1935. Ahora celebra agradecido cincuenta años de vida salesiana, ocasión que lo lleva a elevar un him-no de alabanza al Señor.

cuando era todavía un joven sale-siano en formación.

Se estrenó como sacerdote en Pa-namá, donde se dejó contagiar por la viveza y multitudinaria devoción a Don Bosco que allá reina.

José Luis Ruiz Esperidón

Entre óptimos hermanosUn segundo sentimiento que me acompaña es igualmente de gratitud a Salesianos que han dejado huella de ejemplar y santa vida salesiana en mi vida en la casa de Don Bosco: P. Felicísimo Aparicio, Padre Maestro en el Noviciado; P. Miguel Tardivo, Director en el Post-Noviciado; P. Ar-mando Peruzzo, Director en el Teo-logado; P. Aldo Fantozzi, Director en el Testaccio (Roma).

Entre los óptimos hermanos en Cen-tro América que han dejado impreso en mí el amor por la vida salesiana y los jóvenes, recuerdo también al P. Carlos Nielsen por su ejemplar vida salesiana y su sacrificado amor a los jóvenes, lo que me dejó una impre-sión permanente.

Finalmente, este grato aniversario de profesión religiosa ha suscitado

en mi una profunda gratitud a Dios, quien, en su Providencia divina, me ha ayudado y ayuda en el trabajo pastoral con niños, adolescentes y jóvenes pobres y necesitados y con personas de clases populares, que han ocupado y ocupan la mayor par-te de mi trabajo pastoral salesiano.

En mi labor oratoriana en El Salva-dor, Nicaragua y Guatemala siempre he encontrado personas generosas y sacrificadas que me han brindado su ayuda para atender a este sector tan necesitado y «corazón de la genuina misión salesiana».

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Salesianos

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Nació en la navidad de 1936 de pa-dre salvadoreño y madre guatemal-teca. Desde el cuarto grado de pri-maria comenzó su relación fecunda con Don Bosco, al ser inscrito en el colegio San José, de Santa Ana, El Salvador.

Fue su papá quien le propuso ser salesiano, pero el niño recién egre-sado de primaria, contestó con un rotundo no.

A los 15 años, sin consultar con sus padres, se presentó al seminario salesiano, que entonces existía en Santa Ana. Estas decisiones tem-pranas reflejan el estilo de vida de este salesiano que se movió a base de intuiciones muy propias y con tenacidad e independencia en sus aventuras apostólicas.

Guatemala, El Salvador y Nicaragua han sido los escenarios en que ha desplegado su tenaz vida apostólica. Pero fue Guatemala la que absorbió sus mejores energías.

Los últimos años de su vida apostó-lica transcurrieron en el entonces le-jano Chisec, al norte de Guatemala, donde el sol despiadado, las nubes de zancudos y una pobreza extrema agobian al más templado. Allí reina un clima tropical violento, con se-quías enervantes y aguaceros torren-ciales que desaniman a quien no está habituado a tales extremos.

El P. Alvaro Bolaños no supo descan-sar ni medir fuerzas. Y así consumió sus energías en una entrega pastoral que otros juzgaban descabellada.

Alvaro Bolaños

No supo descansar ni cuidar de sí

Ahora se encuentra afectado por el mal de Parkinson y limitado en su capacidad de trabajo. Pero sigue en-tregando lo mejor de sí en el servicio escondido de confesor de jóvenes salesianos en formación.

Celebra los cincuenta años como salesiano confiado en la promesa de Don Bosco: En la casa salesiana ten-drán pan, trabajo y paraíso.

En ti me alegraré y regocijaré,cantaré tu nombre, Altísimo

Salmo 9

Alabo al Señor con toda mi alma y canto sus maravillas

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