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Recibido: 08-01-2008 Aceptado: 12-03-2008 RESUMEN Recientemente se ha vuelto a poner de moda denostar la vertiente procesual de la arqueología, sustituyén- dola por marcos referenciales subjetivistas y alejados del proceder científico. Dicha actitud se ha justifi- cado de varias maneras pero destaca un uso parcial (y a veces maniqueo) de los fundamentos de la Nueva Arqueología, una concepción errónea de la corriente de la filosofía de la ciencia en el que la arqueología procesual se inscribe y una falta de justificación epistemológica de varios planteamientos posprocesuales. En el presente trabajo, se discute la vigencia del procesualismo en el ámbito del Paleolítico. PALABRAS CLAVE: Arqueología procesual. Epistemología. Realismo científico. Paleolítico. ABSTRACT A recent trend of criticizing processual archaeology is academically popular these days. Alternative theo- retical scenarios try to replace it with subjective referential frameworks in contradiction with the scientif- ic method. Some post-processual theories are frequently based on a partial (and sometimes biased) use of the basic concepts of New Archaeology, a flawed conception of the school of philosophy of science to which processual archaeology belongs and a lack of epistemic justification of several post-processual ideas. In the present work, the validity of processualism applied to Paleolithic archaeology is discussed and reassessed. KEY WORDS: Processual archaeology. Epistemology. Scientific realism. Palaeolithic. SUMARIO 1. Introducción. 2. La variabilidad de enfoques procesuales. 3. Arqueología procesual y filo- sofía de la ciencia. Complutum, 2008, Vol. 19 (1): 195-204 ISSN: 1131-6993 195 Arqueología neo-procesual: ‘Alive and kicking’. Algunas reflexiones desde el Paleolítico Neo-processual archaeology: ‘Alive and kicking’. Some thoughts from the Palaeolithic field Manuel DOMÍNGUEZ-RODRIGO Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense. Profesor Aranguren, s/n. 28040 Madrid [email protected] ¿Qué clase de ciencia es la arqueología?

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Recibido: 08-01-2008Aceptado: 12-03-2008

RESUMEN

Recientemente se ha vuelto a poner de moda denostar la vertiente procesual de la arqueología, sustituyén-dola por marcos referenciales subjetivistas y alejados del proceder científico. Dicha actitud se ha justifi-cado de varias maneras pero destaca un uso parcial (y a veces maniqueo) de los fundamentos de la NuevaArqueología, una concepción errónea de la corriente de la filosofía de la ciencia en el que la arqueologíaprocesual se inscribe y una falta de justificación epistemológica de varios planteamientos posprocesuales.En el presente trabajo, se discute la vigencia del procesualismo en el ámbito del Paleolítico.

PALABRAS CLAVE: Arqueología procesual. Epistemología. Realismo científico. Paleolítico.

ABSTRACT

A recent trend of criticizing processual archaeology is academically popular these days. Alternative theo-retical scenarios try to replace it with subjective referential frameworks in contradiction with the scientif-ic method. Some post-processual theories are frequently based on a partial (and sometimes biased) use ofthe basic concepts of New Archaeology, a flawed conception of the school of philosophy of science to whichprocessual archaeology belongs and a lack of epistemic justification of several post-processual ideas. Inthe present work, the validity of processualism applied to Paleolithic archaeology is discussed andreassessed.

KEY WORDS: Processual archaeology. Epistemology. Scientific realism. Palaeolithic.

SUMARIO 1. Introducción. 2. La variabilidad de enfoques procesuales. 3. Arqueología procesual y filo-sofía de la ciencia.

Complutum, 2008, Vol. 19 (1): 195-204 ISSN: 1131-6993195

Arqueología neo-procesual: ‘Alive and kicking’.Algunas reflexiones desde el Paleolítico

Neo-processual archaeology: ‘Alive and kicking’.Some thoughts from the Palaeolithic field

Manuel DOMÍNGUEZ-RODRIGO

Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense. Profesor Aranguren, s/n. 28040 [email protected]

¿Qué clase de ciencia es la arqueología?

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1. Introducción

Enfoques posprocesuales han escrito ríos de tin-ta sobre la aparente defunción de la arqueologíaprocesual y su sustitución por alternativas menosdependientes del criterio de objetividad. Esta reac-ción académica, producto de la expansión del pos-modernismo, con la aparición de arqueologías tanvariadas como la estructuralista, la marxista, la teo-ría radical, el contextualismo, o la reciente arqueo-logía simétrica (véase el ultimo número de Com-plutum), introducen un gran dinamismo en nuestradisciplina, pero la mayor parte de estos enfoquescuestionan un principio básico de la misma, intro-ducido por la Nueva Arqueología, como es su carác-ter de ciencia según se define epistemológicamenteen las corrientes mayoritarias durante el siglo XXen la filosofía de la ciencia.

La Nueva Arqueología introdujo conceptos nue-vos, como que nuestra disciplina debía abandonaresquemas normativistas de la cultura y el enfoquehiper-empírico de la seriación de objetos, sustitu-yéndolo por un estudio de procesos conductuales(de ahí el término de “procesual”) que sólo podíanser interpretados desde la utilización de un métodohipotético-deductivo consistente en hipótesis con-trastables y cuyos resultados debían ser comprensi-bles a través de marcos referenciales. Para estos úl-timos tuvo gran relevancia el desarrollo de la Teoríade Alcance Medio (Binford 1978, 1981). Semejanteconcepto de ciencia, perfectamente definido a tra-vés del llamado realismo científico (Popper 1956,1965, 1972; Lakatos 1978) o realismo científico crí-tico (Toumela 1973; Niiniluoto 1987, 2002) consti-tuye el eje regulador de la praxis de las llamadasciencias duras o ciencias naturales. Los principiosque guían el desarrollo de la Física, la Química, laBiología, la Medicina, la Matemática y las discipli-nas híbridas de estas ciencias están basados en se-mejante concepción del proceder racional. Dichoconjunto de conceptos definitorios de ciencia que-dan recogidos en la mayor parte de las publicacio-nes científicas de impacto que forman parte del Ci-tation Index, cuyos criterios se están progresiva-mente aplicando en las políticas de evaluación dela investigación en una gran cantidad de países in-dustrializados. La misma estructura de dichas publi-caciones (consistente en la introducción de un pro-blema, un método de análisis compuesto por premi-sas comprobables, una presentación de resultadosy su interpretación en función de marcos referencia-

les definidos) es una clara plasmación de los prin-cipios teóricos que regulan dicho enfoque racional.Es significativo que las crisis teóricas que sacudenperiódicamente a la arqueología contrasten con laaparente estabilidad teórica (que no inmovilismo)de dichas ciencias. Igualmente y en un claro gestoFoucaultiano (Foucault subraya la influencia de loscírculos de poder en la dinámica académica) puedeafirmarse que la implantación de esta política deevaluación científica usando el Citation Index esparte de un proceso de globalización que afecta alámbito académico, puesto que la mayor parte dedichas publicaciones están gestionadas desde y porla Academia anglosajona. No obstante, pese a lopernicioso de dicho proceso (que hace que las ideasdel ámbito anglosajón tengan más fácil divulgacióny aceptación que las producidas fuera del mismo),el fundamento científico que regula en origen elproceso sigue siendo epistemológicamente válido.

Buena parte de las arqueologías post- y anti-pro-cesuales cuestionan el principio de la búsqueda dela verdad subyacente a este enfoque, como conceptoinaprensible, y lo sustituyen por enfoques en los quela subjetividad cobra preeminencia, deshaciéndosede criterios de demarcación e incrementando el ran-go de variabilidad interpretativa hasta límites don-de lo físico y lo metafísico pueden llegar a confun-dirse. Un hecho curioso es que la mayor parte devoces críticas con el procesualismo proceden de laPrehistoria reciente. Esto contrasta con la totalidadde la praxis arqueológica, donde puede decirse quebajo ninguna justificación puede manifestarse elóbito del procesualismo cuando éste constituye unade las dos tendencias mayoritarias en la arqueologíapaleolítica, que a su vez se encarga de la mayor par-te del registro arqueológico según se concibe cro-nológicamente dentro de su contexto evolutivo. Mi-rado desde este punto de vista, podría incluso afir-marse que el enfoque procesual es uno de los másprominentes en nuestra disciplina. Desde la apari-ción de la Nueva Arqueología, el marco histórico-cultural se cultiva en conjunción con el procesualen el ámbito del Paleolítico, con diferencias regio-nales, pero con un predominio del segundo en lasáreas de influencia anglosajona. Aproximaciones alPaleolítico desde otras vertientes teóricas, como lamarxista, son muy marginales y profundamentemarginadas (véase Estevez y Vila 1999) y la estruc-turalista sólo se ha aplicado al estudio del arte ru-pestre. Producto de las diferencias conceptuales en-tre enfoques procesuales y anti-procesuales (uno de

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ellos precisa definirse como científico –en el mismosentido de las ciencias naturales– para su supervi-vencia y el otro no), la consideración académica ge-neral de ambos es marcadamente distinta. Mientrasque el enfoque procesual encuentra relativamentefácil acomodo en las publicaciones del Citation In-dex para su divulgación, el histórico-cultural no.Esto sirve de preámbulo para señalar que mientrasque la arqueología procesual ha sido admitida en elclub de las disciplinas científicas, los enfoques al-ternativos tienen mayores dificultades para seraceptados. No es por ello de extrañar que si conta-bilizásemos el número de publicaciones de mayorimpacto que genera la arqueología en su acepcióngeneral, la balanza quedaría descompensada de ma-nera significativa hacia proyectos de investigaciónpaleolíticos o partes analíticas de otras líneas de in-vestigación que siguen los mismos criterios defini-dos arriba. Esto subraya el divorcio existente entrela arqueología paleolítica y la arqueología reciente,especialmente, la protohistórica.

Para explicar en parte esta segregación y enten-der la crítica al paradigma procesual opino que exis-ten tres factores relevantes: los excesos teóricos ymetodológicos de algunas vertientes procesuales, laconfusión conceptual de la variabilidad procesualcon el esquema sistémico más mecanicista, y un co-nocimiento incompleto de epistemología cuando seintenta explicar la Nueva Arqueología desde la filo-sofía de la ciencia.

2. La variabilidad de enfoques procesuales

El influjo de la ecología conductual de Stewarden los cimientos de la Nueva Arqueología, en lo quebien podría llamarse la fase optimista de esta ver-tiente teórica, sirvió de base para unos planteamien-tos sistémicos de la cultura como expresión de laadaptación humana al entorno, en la que las tres es-feras principales de la misma, la simbólica, la socialy la subsistencial se entendían dentro de un esquemareduccionista de relaciones e interdependencia entrelos tres sub-sistemas (Watson et al. 1971). Esto con-dujo a un concepto jerarquizado de los sub-sistemassocial y simbólico dependiendo en primera y últimainstancia del sub-sistema subsistencial, del cual eranun producto derivado. Este esquema, promovidoentre otros por Binford, entró en crisis en parte an-tes de la crítica posprocesual debido a las inconsis-tencias internas con la línea epistemológica del pa-

radigma: buena parte de los postulados del que de-pendía, sobre todo para enlazar las esferas social ysimbólica con la subsistencial, carecían de justifi-cación empírica. Pese a los intentos insistentes deBinford (2001) en su más expresivo compendio alrespecto (Constructing frames of reference)1 en per-petuar esta aproximación, lo cierto es que un vistazoretrospectivo a la tradición procesual pone de relie-ve que la mayor parte de arqueólogos procesualesen el Paleolítico se han ocupado mucho más (en ge-neral se podría incluso afirmar que casi exclusiva-mente) de la esfera subsistencial que de las esferassociales y simbólicas, precisamente porque eranincapaces de encontrar la misma ligazón empíricaen estas últimas que en la primera. Por ejemplo, re-construir las conductas de selección de animales,estrategia de obtención (cinegética u oportunista),transporte a asentamientos y potencial funcionali-dad de los mismos es más fácil de justificar desdeun punto de vista empírico y epistemológico que elcarácter de las relaciones sociales de un grupo o suconcepción simbólica del mundo en que vivían, porimportante que estos elementos fueran en la expre-sión conductual del grupo. Un vistazo somero a laspublicaciones arqueológicas en Journal of HumanEvolution o Journal of Archaeological Science delos últimos 15 años muestra el predominio abruma-dor en los artículos paleolíticos de trabajos de cortesubsistencial y experimental.

No es de extrañar la reacción de los arqueólogosde la protohistoria para quienes las esferas social ysimbólicas eran/son mucho más importantes que lasubsistencial. Sin embargo, en la crítica posproce-sual frecuentemente se obvia que la arqueologíaprocesual nace con una agenda evolucionista (ensus orígenes de claro corte darvinista) en la que lacultura se concibe como un medio extrasomáticode adaptación (Binford 1962) y el objeto de la disci-plina como el estudio del comportamiento humanocomo expresión de formas de subsistencia y suadaptación al medio (Wylie 2002). Es decir, que laesfera subsistencial se convierte en el objeto de es-tudio que mejor puede tratarse científicamente. Sise prescinde de dicho objetivo, entonces es impera-tivo acudir a un nuevo posicionamiento teórico. Es-ta razón justifica las diferencias (frecuentementeabismales) entre la arqueología paleolítica y lasotras arqueologías. La primera tiene como preocu-pación central en buena parte de sus periodos cro-nológicos más antiguos la concepción física de losprocesos de formación del registro que tienen su

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causalidad en agentes físicos y bióticos (muy a me-nudo, no antrópicos). Luego, se interesa por el com-ponente adaptativo de lo humano una vez claramen-te detectado en el registro. De este modo sería acer-tado afirmar que para una corriente importante delPaleolítico, no hay arqueología científica sin tafo-nomía y esta última es la mejor expresión de apro-ximación científica al registro ya que sus funda-mentos procesuales2 solo son justificables desde lacontrastación y abandono de axiomas mediante eluso del enfoque hipotético-deductivo. Una parteimportante de la arqueología paleolítica modernano intenta penetrar en la mente de los homínidos ysólo de manera tangencial se acerca a la esfera so-cial y cuando lo hace intenta abarcar aquellos as-pectos de lo social que tienen una interrelaciónprofunda con los modos de subsistencia (Gamble1999). El rango de preguntas que formula se verte-bra en torno al papel que los homínidos tuvieron enla formación de los yacimientos con respecto a otrosagentes y qué se puede decir a tenor de lo preserva-do sobre su subsistencia, retornando al enfoque nu-clear original de la Nueva Arqueología. A pregun-tas distintas corresponden aproximaciones diferen-tes y en la actualidad, el procesualismo clásico hadado lugar a una corriente neo-procesualista menosambiciosa en cuanto a la reconstrucción holística dela cultura se refiere pero más preocupada por justi-ficar sus interpretaciones de acuerdo con los princi-pios del realismo científico (Domínguez-Rodrigoet al. 2007).

Cuando se habla de arqueología procesual, raravez se discrimina entre sus diferentes versiones(véase para un punto de vista similar la recogida enWylie 2002). Binford y Binford (1968) distinguíanentre diferentes generaciones de nuevos arqueólo-gos y con ellas de una evolución y a veces diver-gencia ideológica. Aberle (1968) expresaba sus crí-ticas al carácter reduccionista del tratamiento pro-cesual de la esfera social, Deetz (1970) proponía undesarrollo etnoarqueológico previo a la interpreta-ción arqueológica, para poder usar los principioscognitivos observables para hacer interpretación so-cial e ideological en el pasado (Gould 1978, 1980),mientras que Schiffer (1975) objetaba que dichasesferas eran por lo general inaprehensibles y propo-nía un enfoque más tafonómico-adaptativo; Flanne-ry (1973) mientras participaba del sustrato proce-sual cuestionaba el enfoque sistémico del mismo ensu version más extrema; enfoques más contextualesy antisistémicos aparecen también con Read y Le-

Blanc (1978), pese a manifestar que toda explica-ción arqueológica se basa en descripciones de regu-laridades empíricas en un claro gesto procesual. Ladécada de los 70 y los 80 marcó un momento de re-flexión y escisión en el que por un lado unos rene-garon del positivismo de algunas corrientes proce-suales apareciendo enfoques sustantivistas (Alden-derfer 1991) mientras que otros intentaron reforzarla parte más científica creando una arqueología másanalítica (Clarke 1968, 1972). La diversidad de en-foques procesuales era tal, que como señala Wylie(2002), el mismo Clarke (1972) apoyó la pluralidadde formas y enfoques con tal de que todos mantu-vieran su rigor. Clarke (1972) junto con otros (ej.,Doran y Hodson 1975), se situaron en la vanguar-dia de procesualistas partidarios de cercenar el al-cance de las preguntas arqueológicas que podíanresponderse con rigor científico en un claro intentode desmarcarse del enfoque sistémico tradicional dela Nueva Arqueología.

En definitiva, del mismo modo que sería injustoy desacertado criticar genéricamente todos los con-tenidos de la arqueología posprocesual por estarintegrada por pluralidad de formas de pensamiento(varias de ella divergentes), hacer una crítica de loscontenidos generales del procesualismo adolece desimilar defecto. Unas formas de procesualismo sonempíricas y otras más sustantivas; unas son cultu-ralmente sistémicas y otras no; unas son de amplioespectro (abarcando todas las esferas de la cultura)y otras se limitan al estudio de la subsistencia y dela organización social relacionada con la misma.Cabe recordar que por criticable que pueda ser laaplicación de las versiones más extremas de proce-sualismo, lo que la crítica posprocesual no ha con-seguido es desechar el paradigma por demostrar quees erróneo, sino superarlo por la implantación deparadigmas opuestos que tienen más que ver con lasociología de la ciencia que no con la filosofía dela misma, en clara expresión de dinámicas académi-cas donde los círculos de poder son hegemónicossobre la heurística de las ideas.

3. Arqueología procesual y filosofía de la ciencia

El tercer elemento en el que varias de las críticasal procesualismo se apoyan, es en una interpretaciónque puede resultar perniciosa, por no decir inexac-ta, de criterios epistemológicos en los que el proce-sualismo está basado. Es frecuente relacionar al

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procesualismo con el positivismo lógico (Zeitlin1990; para un ejemplo más reciente publicado enComplutum véase Moro 2007). En indudable que elprocesualismo tiene un enfoque positivista o empí-rico, pero éste no guarda mucha relación con lo queen filosofía de la ciencia se conoce como positivis-mo lógico clásico. La implantación de este paradig-ma epistemológico con el Círculo de Viena en suorigen promulgaba el uso del método inductivo si-guiendo el criterio wittgensteiniano de verificación(todas las teorías son verificables). La crítica delrealismo científico en su mejor exponente (Popper)centrada en la oposición a la lógica inductiva y a susustitución por la lógica deductiva, en la que lasteorías se conciben como imposible de verificar, pe-ro si de falsear generó uno de los debates epistemo-lógicos más fructíferos en el siglo XX. Uno de losme ¡jores exponentes del Círculo de Viena (Carnap)admite dentro de este debate que la verificación ab-soluta no existe y que debe admitirse como confir-mación progresiva en fases protocolares: lo únicoque puede decirse es que las teorías se confirmanpaulatinamente con el incremento del conocimien-to. Aparece el concepto de grado de confirmacióntomado del grado de corroboración de Popper. Estasposiciones opuestas muestran posicionamientosradicalmente diferentes: en el positivismo lógico lainducción relega al observador a un papel pasivo yse admite que el conocimiento del mundo puede serno real al no existir ningún criterio de seguridad deque nuestra percepción no sea idealista. El realis-mo científico rechaza esta idea y manifiesta queexiste un mundo real (independientemente de co-mo lo percibimos) y que este mundo real es cog-noscible. Para ello, el observador adopta un papeldinámico ya que nuestra capacidad de acercarnos ala realidad depende de cómo formulemos hipótesisy como seamos capaces de ponerlas a prueba (cri-terio de demarcación). La deducción suplanta a lainducción, las hipótesis cobran más relevancia quelas teorías (ya que son en primera instancia lossoportes una vez contrastados sobre los que las teo-rías se asientan) y la manera de acercarse a la ver-dad es contrastar el contenido explicativo de hipó-tesis opuestas. La metáfora binfordiana de que des-pués de pasar una tarde completa mirando un yaci-miento los datos no condujeron inductivamente aninguna interpretación del mismo es un claro ejem-plo de rechazo de la esencia del positivismo lógicoclásico por parte del procesualismo (Binford1981).

De hecho, el paradigma epistemológico en el queestá basado el procesualismo es el principal críticodel positivismo lógico3 y muy bien podría definirsecomo pospositivista (Wylie 2002). La confusiónpuede partir del hecho de que algunos procesualis-tas (p. ej. Watson et al. 1971) se apartan de la es-tructura lógica al no distinguir entre reconstruccióny explicación y hacer suyo el principio de simetríade Hempel. Hempel lleva la lógica deductiva dentrodel positivismo a su mejor extremo, estableciendoun balance entre inducción y deducción. Ambasproporcionan un vínculo entre procesos empíricosy proposiciones. Sin embargo, pese a estas semejan-zas con el realismo científico, su concepto de lógicava asociado con el concepto de ley (los hechos seexplican solo dentro de leyes), la explicación deduc-tiva y la inductiva tienen una correspondencia desi-gual, y no establece una frontera clara entre obser-vación y teoría. Además su concepto de confirma-ción contrasta con el concepto de verdad en el rea-lismo crítico. En contraste con el positivismo lógicoclásico, Hempel no distingue entre términos teóri-cos y términos derivados de la observación. Otorgaprioridad a la inducción en el conocimiento contras-table y critica el enfoque deductivo de que la teoríatenga un correlato empírico. Para Hempel, las afir-maciones derivadas de la observación no sólo noestán vinculadas –de manera justificativa– directa-mente con la teoría, sino que es imposible justificarla existencia de puentes –mediante la deducción–entre hechos observados independientemente. Unade las consecuencias de este posicionamiento es quelas teorías están exentas de contenido empírico. Ladistinción entre afirmaciones analíticas y sintéticas(empíricas y teóricas) va en contra de lo observadoen el realismo científico para el cual no existe di-vorcio entre lo empírico y lo teórico, dependiendolo primero de lo segundo.

En el realismo científico, el axioma de partida esla afirmación de que existe un mundo real ajeno alobservador que es cognoscible más allá de lo justi-ficable empíricamente ya que los hechos observa-dos y las proposiciones teóricas que los explicanestán íntimamente relacionados (en contra del posi-tivismo). Mientras que el positivismo lógico hem-peliano nos dice que no hay manera de verificarninguna teoría por estar exenta de contenido empí-rico, el realismo científico tiene un compromisoepistemológico manifestado en que toda teoría tie-ne un contenido determinado de verdad verificablea través de su contenido empírico. Dicho contenido

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se verifica por la causación (concatenando tanto he-chos analíticos como proposiciones teóricas) encontra de lo sostenido por el positivismo lógico(Bunge 1982). El positivismo lógico de Hempel nobusca la verdad, la considera como inaprensible ydependiente en gran medida de la observación,mientras que la búsqueda de la verdad es el objetivofundamental del realismo científico, como entidadreal, objetiva y ajena al observador, cuyo sesgo de-be ser corregido por el método científico.

Una lectura profunda de del fundamento teóricode la mayor parte de procesualistas sistémicos (sinlugar a dudas con Binford como el mejor exponen-te) muestra que el procesualismo de la Nueva Ar-queología “diverged sharply from the deductivistmodels of explanation and confirmation associatedwith such latter-day exponents of logical positi-vism/empiricim as Hempel” (Wylie 2002: 81). Lamanera de adquirir conocimiento mediante la ela-boración de hipótesis, métodos de contrastación yanálisis a través de marcos referenciales para loscuales se elabora toda una teoría particular (middle-range research; teoría de alcance medio), muestraun posicionamiento a juicio de Wylie (2002) anti-positivista (en el sentido del positivismo lógico) yrealista dentro de un concepto causalista. En esen-cia, esa jerarquización del pensamiento es la descritapor los filósofos defensores del realismo científico.El procesualismo es dinámico, intenta explicar envez de describir, y se encarga de estudiar procesos.La elaboración de modelos es la parte esencial(Aronson et al. 1995) y el conjunto de hipótesis queelabora las genera desde modelos conductualesapriorísticos que luego dejan de tener consensocuando la contrastación los señala como fallidos.El hecho de que el procesualismo esté inserto en elrealismo científico y no en el positivismo lógico ex-plica de paso la facilidad con la que la investigaciónrealizada según estas premisas encuentra publica-ción en las revistas de Citation Index, dado que esel realismo científico el paradigma que regula lapraxis de las ciencias naturales.

Esta carencia apreciativa de relacionar el proce-sualismo con el positivismo lógico en vez de con elrealismo científico también conduce a concepcionespoco acertadas del concepto de ciencia. Reciente-mente, Moro (2007) hablaba de perspectiva estrechay ancha de la filosofía de la ciencia. Equiparaba laprimera con el positivismo lógico4 y la segunda conrenunciar al concepto de verdad, la coherencia, lainducción o la deducción, dando cabida a toda una

pluralidad de enfoques independientemente de lascontradicciones que puedan tener entre si. Es decir,tirando a la basura los criterios de demarcación. Lafilosofía del ciencia así concebida no sería tal, sinouna rama más de la sociología de la ciencia y laconsecuencia coherente de dicho planteamiento esque dentro de la misma tendrían la misma validezepistemológica tanto cualquier enfoque teórico co-nocido como posicionamientos estrictamente meta-físicos. Al no existir criterio de demarcación unorenuncia a validar un enfoque sobre otro y en gestocoherente se deberían admitir igual de válidas unainterpretación del origen de las pirámides de Gizabasada en los textos históricos y las aducidas porciertos ufólogos. Esto aplicado al campo de las cien-cias naturales tendría consecuencias desastrosas.El parecer de un curandero tendría la misma consi-deración epistemológica que la de un cirujano car-dio-vascular. Renunciar al concepto de verdad: ima-ginen los lectores las consecuencias que semejanteactitud generalizada tendría en nuestra sociedad.Estos extremos de relativismo pueden conducir alabsurdo de admitir que el concepto animista de laluna que pueda tener un bosquimano es igual dereal que el de un astrofísico. Como decía Dawkins,llévese estos conceptos al extremo práctico: suba-mos un promotor de estas ideas a 10.000 m. de altu-ra en un avión y amenacemos con tirarle desde elaire y veremos si en el momento de abrir la puertadel avión cree igual en el mito de Ícaro o en las le-yes de gravitación newtonianas. Esta forma de pen-sar irrealista va en contra del modus operandi de lamayor parte de la humanidad. Bunge (2006: 382)recientemente afirma que “únicamente los filósofosprofesan el antirrealismo y esto solo cuando escri-ben o enseñan”.

Bhaskar (2002: 9) va más allá cuando se refierea esta forma de falacia epistemological del siguien-te modo: “In postmodernism, in discourse theory,there is a general assumption that all you can do istalk about talk. It is most clearly explicit in thework of discourse theorists like Ernesto Laclau, butit is there in Derrida in a slightly different form, itis there in others associated with postestructura-lism and postmodernism. So discourse becomes akind of intertextuality, a kind of relating of one textto another text or talk. But what you have to do isto ask what is the status of that talk: is the talk realor not? If the talk is not real then it can have nocausal effect, then you have to ask what is the pointof the talk at all”.

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Para no llegar al desquiciamiento intelectual deltodo vale, es necesario admitir antes que no todovale, que no todo tiene el mismo poder explicativo.La discriminación de interpretaciones solo es válidadesde la existencia de criterios de demarcación.Esto es el corazón de los conceptos de ciencia so-bre los que han coincidido todos los posicionamien-tos filosóficos (que no sociológicos); en especialtodas las derivaciones del realismo científico. Queel criterio de demarcación sea un falsacionismo me-todológico (las hipótesis no son verificables pero sifalseables: Popper), un falsacionismo metodológi-co refinado (las hipótesis no son verificables ni fal-seables, sino que se miden por su capacidad de ex-plicar –heurística– más hechos que sus rivales: La-katos), o un criterio de verosimiltud acumulativa(Niiniluoto, Toumela) dentro de la sustitución pun-tuada de paradigmas guiados por círculos de poder(Kuhn) o por la heurística de los programas de in-vestigación (Lakatos), lo cierto es que la mayorparte de estos posicionamientos coinciden en quela realidad existe y que la única manera de acercar-nos a ella es mediante el empleo de la ciencia. Estaconsiste en articular axiomas a modo de hipótesiscomprobables, cuyos resultados sean capaces deexplicar parte de la hipótesis, la hipótesis completao varias hipótesis para poder dar sustento a la cate-goría jerárquicamente superior de la teorías (Aron-son et al. 1995).

Dentro del realismo científico también ha habidoevolución. Cuando algunos posprocesuales criti-can la Nueva Arqueología usando a veces postula-dos de la misma de hace cuatro décadas e ignorandotoda la variabilidad conceptual que abarca, tambiénsuele ser frecuente que en sus tímidas incursionesen la epistemología hablen de positivismo y se que-den en Popper, Kuhn y Lakatos. Sin embargo estostres gigantes de la filosofía de la ciencia han dejadoun legado que otros epistemólogos han depuradodesde hace varias décadas (Boyd 1983; Byerly yLazara 1973; Lipton 1993; Miller 1987; Psillos1999; Putnam 1972, 1975). Dentro del ámbito delrealismo científico, la mejor expresión de esto seencuentra en el realismo científico crítico de Niini-luoto (1987, 2002) y Toumela (1973), el realismotranscendental de Bhaskar (1993, 2002) o el hilo-rrealismo de Bunge (2006). Este ultimo definidocomo combinación de materialismo, realismo ycientifismo.

Niiniluoto (1987, 2002) desarolla el concepto deverosimilitud (truthlikeness), curiosamente parecido

al de grado de confirmación carnapiano, en el quedescribe que la realidad existe y es independiente dela mente, que la verdad es una relación semánticaentre lenguaje y realidad, y que debe ser el objetode la ciencia. Admitiendo la interdependencia delproceder científico y la idiosincrasia social, Niini-luoto manifiesta un concepto evolutivo de conoci-miento (popperiano) en el que hay un acercamientoprogresivo a la verdad y en el que defiende que lasteorías e hipótesis no se falsean ni se verifican, yaque en principio todas son falsas, pero siguiendo elmétodo científico se incrementa su verosimilitudcon el paso del tiempo, al incrementar su capacidadexplicativa de la realidad. En la arqueología paleo-lítica tenemos un claro ejemplo de esta actitud. Delconcepto de que todos los yacimientos del Pleisto-ceno inferior son el resultado de campamentos decazadores prehistóricos, pasando por los modelosde carroñeo y la pérdida de identificabilidad del ca-rácter de asentamiento de dichos yacimientos hastael momento actual en el que se presentan pruebastafonómicas sólidas de que varios de dichos yaci-mientos ni siquiera son antrópicos (Domínguez-Ro-drigo et al. 2007), lo que ha habido es una sucesiónde interpretaciones acercándose cada vez más a larealidad y al descarte de muchas de las interpreta-ciones de antaño, en un proceso inferencial en queno todas las interpretaciones valen ni todas tienenel mismo apoyo empírico para poder explicar losprocesos generadores de dicho registro (es decir,no tienen la misma capacidad de explicación).

Bhaskar (1998, 2007) intentó llevar el realismocrítico al seno de las ciencias sociales y comenta, enla misma línea que lo subrayado anteriormente, loslímites de las aplicaciones conceptuales del realis-mo científico según se encuentra aplicado en lasciencias naturales. Los puentes epistemológicos ha-ce tiempo que están tendidos, aunque son desaten-didos por los arqueólogos dadas nuestras habitualescarencias en conocimiento actualizado de la filoso-fía de la ciencia. Dentro de ese talante de legitimarlas ciencias sociales, se ha llegado a proponer queéstas pueden encontrar mejor acomodo dentro deuna “actitud histórico-natural” siempre que se man-tenga el carácter científico (Turner 2007). Este au-tor manifiesta que las ciencias históricas mantienenuna pugna desigual con las ciencias experimentalesa causa de una asimetría de la manipulación de in-formación (y de la consiguiente replicación de pro-cesos) y por la asimetría de las teorías de fondo;mientras que en las ciencias experimentales éstas

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sirven para producir más evidencia, en las cienciashistóricas éstas reducen los aportes de evidenciasnuevas. Esto genera un hipo-realismo; es decir, to-dos los argumentos normales para el realismo tienenmenos fuerza que en las ciencias experimentales.La “actitud histórico-natural” a la que alude Turner(2007) distingue con claridad la limitación en la in-terpretación histórica, a partir de la cual es necesa-ria la especulación “bien informada”5. Sin embargo,la existencia de un hipo-realismo está condicionadapor la falta de limitación de las preguntas que seformulan a procesos históricos pasados. Si éstas seacotan, su tratamiento puede ser menos especulativoy más similar al de las ciencias naturales con un com-ponente experimental; de ahí los planteamientosmás comedidos de la arqueología neo-procesual.

Turner (2007) llega al absurdo de plantear unaaproximación agnóstica al pasado superando la dis-yuntiva entre ciencias ideográficas y ciencias nomo-téticas por una disyuntiva de ciencias de lo obser-vable y de lo no observable. Asume que las cienciashistóricas pertenecen a esta última categoría, cuandoen realidad, muchos de los aspectos del pasado quenos interesan como arqueólogos se basan en evi-dencias materiales observables cuya interpretacióndepende de lo bien hilvanada que esté su causalidadcon el presente. El tratamiento de estas evidenciassigue pues el mismo protocolo que el estudio de ob-servables de otras disciplinas no históricas y por lotanto, son interpretables siguiendo pautas de realis-mo crítico.

El realismo científico actual es plenamente cons-ciente de la dinámica en la relación sociedad-cono-cimiento e individuo-conocimiento. Bhaskar (1993)distingue entre objetos intransitivos (físicos, reales)y transitivos (propiedades percibidas sensorialmen-te), mientras que Bunge (2006) nos habla de propie-dades primarias (tal y como son) y secundarias (talcual se perciben) o qualia de los objetos o cosasreales. El antirrealismo, el constructivismo social,con sus antecedentes históricos en el fenomenismoradical de Berkeley, el empirismo radical de Humeo el idealismo trascendental de Kant de los cualesson herederos los subjetivistas radicales (Schoppen-hauer), los fenomenólogos (Husserl) el positivismológico (Círculo de Viena) y los hermeneuticos, re-nuncian a conocer el mundo o lo reducen a una ex-presión fenomenológica de la percepción, en mu-chos casos social (Bunge 2006). La division Kan-tiana entre un mundo natural y un mundo culturalha ayudado a que estas ideas tomen especial rai-

gambre en los estudios sociales –y la arqueología esparte de ellos– mientras son rechazados por lasciencias naturales. El pensamiento social producepersonajes como Heidegger, Derrida o Habermas,mientras que el pensamiento científico producepensamiento realista plural pero homogéneo encuanto al concepto de realidad y conocimiento. Noes de extrañar que sea habitual que los filósofos dela ciencia (o deberíamos decir, sociólogos de laciencia) más reacios al realismo carezcan de cono-cimientos científicos mientras que la práctica mayo-ría de los que sí los tiene se identifican como rea-listas (véase una extensa expresión de esta asevera-ción en Bunge 2006). Bunge (1973) manifiesta, dehecho, que ningún filósofo sin un profundo conoci-miento científico está legitimado para evaluar elmétodo científico ya que sólo es capaz de percibirsu aplicación pero no el alcance de su grado de ve-rificación. Es decir, el filósofo de la ciencia debe serfilósofo y científico.

Bunge (2006: 132) no se anda por las ramascuando cita al “gran matemático, físico, ingenieroy filósofo amateur Leonhard Euler que fue llamadocon razón “superado únicamente por Newton”. Eu-ler llamaba a los filósofos irrealistas “payasos” ydecía que su motivación no era la esperanza de des-cubrir verdades, sino solemnemente llamar la aten-ción. Hoy en día, el duro juicio de Euler para conel antirrealismo sería considerado una muestra demalos modales en la academia contemporánea,donde todas las doctrinas filosóficas y seudofilosó-ficas, aún las más absurdas, menos originales, másestériles, nocivas y aburridas “reciben el mismotiempo” que las escuelas de pensamiento serias. Enparticular, se considera que el antirrealismo es aca-démicamente mucho más sofisticado y respetableque el realismo científico, el materialismo o el cien-tifismo. El antirrealismo está desfasado en relacióncon la ciencia y la tecnología, las cuales están orien-tadas a la exploración o modificación de la realidad.El antirrealismo no sólo es erróneo, es completa-mente destructivo, a causa de que declara el vacíototal: ontológico, gnoseológico, semántico, meto-dológico, axiológico, ético y práctico. Tal nihilismoo negativismo integral, con reminiscencias del bu-dismo, desalienta no solamente la evaluación obje-tiva y la acción racional, sino también la explora-ción del mundo. Se trata, en el mejor de los casos,de un juego académico”.

Esa negación de la realidad la han profesado losfilósofos de la “contrarrevolución” (sensu Bunge

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2006) científica: Kant y el idealismo (el mundo esuna suma de apariencias), Berkeley y el fenomenis-mo radical (ej., lo material es ficción de la imagina-ción), Hume y el empirismo radical (el mundo exis-te pero no podemos conocerlo porque se filtra a tra-vés de la percepción) y sus herederos contemporá-neos.

Está bien ser posprocesual; no estoy tan segurode la conveniencia del constructivismo social. Si yome dedicara a la protohistoria posiblemente yo mis-mo sería partícipe de muchos de los planteamientosdel primero, como de hecho soy desde la distanciadel Paleolítico. Sin embargo, relegar la arqueologíaprocesual según se entiende en la actualidad al ám-bito de teorías difuntas no sólo no es cierto (unaparte importante del Paleolítico vive de ella) sinoque tampoco es exacto: nunca se ha demostrado quefuera una teoría equivocada, sino extremadamenteimpopular. No obstante, de las teorías en vigor, esla que más énfasis pone en la concepción del pasado

como una verdad que es aprehensible en parte me-diante el uso del método científico, siempre que selimite el tipo de preguntas que se pueden plantear,en una disciplina que no es en esencia experimen-tal ya que jamás podremos replicar conductas delpasado sino inferirlas desde la distancia del tiempotranscurrido.

Si el objeto de la arqueología es conocer el pasa-do, entonces debe admitirse que ese pasado existióde forma real y que es aprehensible mediante unmétodo. Si se rechaza el método y se niega la reali-dad del pasado, entonces la Arqueología no tendríamás sentido que hacer discursos del presente sincontribuir al mismo. De cómo se gestiona acadé-micamente dicho método, se encarga la sociologíay la historia de la ciencia. De cómo se construye elmétodo para aportar garantías de que nos estamosaproximando al pasado se debe encargar la filoso-fía de la ciencia (Bunge 1998; Niiniluoto 2002).

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a Víctor M. Fernández sus sugerencias y el fructífero intercambio que este trabajo ha generado.

NOTAS

1. Curiosamente, esta obra es escasamente comentada por los críticos del procesualismo, que insisten en referirse a trabajosde Binford y de otros autores de la Nueva Arqueología hasta cuatro décadas más antiguos, sin tener en cuenta el carácter evo-lutivo y no fijista de las teorías.

2. La tafonomía arqueológica tiene un carácter independiente de la tafonomía paleontológica precisamente por su desarrollohistórico y particular, no obstante ambos deben su funcionamiento a la implantación de conceptos procesuales de tratamien-to idéntico al que regulan las ciencias naturales.

3. El capítulo 5 del libro de Wylie (2002) contiene el análisis del debate epistemológico de la Nueva Arqueología, en el quese muestran “the arguments for scientific realism, a theory of science that, I argue, offers a much more congenial frameworkfor the New Archaeology than does Hempelian positivism” (Wylie 2002: 24).

4. En realidad, debería haber dicho también realismo científico, ya que en su trabajo parece confundir ambos términos conlas consecuencias fatales que esto tiene para su interpretación.

5. Turner (2007: 16) admite la disyuntiva entre “ciencia sólida” y “especulación”. La primera, presumiblemente guiada porcriterios defendibles dentro del realismo crítico.

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Me gustaría comenzar agradeciendo al editor deComplutum la posibilidad de responder al artículode Manuel Domínguez-Rodrigo “Arqueología neo-procesual: Alive and Kicking” en el que, además dedefender la arqueología procesual con gran vehe-mencia, se me acusa de promover una perspectivahiper-relativista que amenaza con tirar por la bordalas conquistas de la arqueología científica. Despuésde leer dichas críticas, tengo la sensación de que nome expresé con claridad en mi artículo sobre filo-sofía de la ciencia y arqueología procesual publica-do en estas mismas páginas (Moro 2007). Por ello,aprovecharé esta ocasión para, a través de un diálo-go con el texto de Domínguez, exponer de una ma-nera más precisa mi posición con respecto al debateprocesualismo-posprocesualismo.

En su artículo, Manuel Domínguez hace una de-fensa de la arqueología procesual donde se apuntanalgunas cuestiones de interés. Así, el autor proponeun análisis detallado de “la variabilidad de enfoquesprocesuales” que permite hacerse una idea generalde las diferentes interpretaciones de la Nueva Ar-queología. Aunque este análisis es ciertamente inte-resante, lo que más sorprende es su insistencia en

negar las conexiones de la arqueología procesualcon el positivismo y con Carl Hempel, así como suinterés en ligar dicha corriente con el realismo cien-tífico de los Niiniluoto, Toumela, Bhaskar o Bunge.En su opinión, es precisamente “el hecho de que elprocesualismo esté inserto en el realismo científicoy no en el positivismo lógico [lo que] explica […]la facilidad con la que la investigación realizada se-gún estas premisas encuentra publicación en las re-vistas de Citation Index, dado que es el realismocientífico el paradigma que regula la praxis de lasciencias naturales” (Domínguez-Rodrigo 2008). Sinnegar la variabilidad a la que Domínguez hace re-ferencia, lo cierto es que basta con repasar algunostextos clásicos para darse cuenta de la influenciaque Hempel ejerció en una parte importante de laNueva Arqueología (e.g. Fritz y Plog 1970; Martin1971; Watson et al. 1971). De hecho, como intentoilustrar en la siguiente tabla, el punto de partida deHempel y Binford era muy similar: la crítica de loque el primero llamaba “la concepción inductivistaestrecha de la ciencia” (Hempel 1966: 28-29) y elsegundo el “empirismo estricto” (Binford 1983: 372,1985: 91, 1989b: 77).

Por una arqueología “moderna posmoderna”

In praise of a “modern-postmodern” archaeology

Oscar MORO ABADÍA

Memorial University of Newfoundland, [email protected]

HEMPEL BINDFORD“La concepción inductivista estrecha de la investigacióncientífica es insostenible por varias razones […] En pri-mer lugar, una investigación científica, tal como ahí nosla presentan es impracticable. Ni siquiera podemos dar elprimer paso, porque para poder reunir todos los hechostendríamos que esperar, por así decirlo, al fin del mundo[…] Los “hechos” o hallazgos empíricos, por tanto, sólose pueden cualificar como lógicamente relevantes o irre-levantes por referencia a una hipótesis dada, y no porreferencia a un problema dado” (Hempel 1966: 28- 29)

“Los datos no hablan por sí mismos e incluso si tuviéra-mos completos living floors desde el inicio del Pleistoceno[…] estos datos no nos dirían nada sobre procesos cultu-rales o modos de vida del pasado a menos que planteáse-mos las cuestiones adecuadas […] La arqueología tieneque hacer uso de sus datos y documentos de las condicio-nes del pasado, proceder a formular proposiciones sobreel pasado y elaborar significados que se puedan verificarcon los restos arqueológicos. Es la verificación de hipóte-sis lo que hace nuestro conocimiento del pasado másseguro” (Binford 1968: 14).

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Por consiguiente, aunque Domínguez tiene razónen señalar que, posteriormente, muchos “nuevos ar-queólogos” rechazaron o corrigieron los excesosde la filosofía hempeliana, no creo que sea razona-ble negar la influencia de la misma en la formaciónde esta corriente.

En segundo lugar, y entro directamente en lacuestión fundamental, el artículo de Domínguez caeen el mismo reduccionismo que pretende combatir:así, mientras se me acusa (seguramente con razón)de promover una imagen demasiado monolítica dela Nueva Arqueología, el autor reduce todas las ar-queologías posprocesuales y toda la sociología dela ciencia a un hiper-relativismo caracterizado porla renuncia a cualquier principio de verdad y a cual-quier criterio de demarcación. De este modo, el “to-do vale” que con tanta frecuencia se utiliza para de-sacreditar el posmodernismo, se convierte en lo ca-racterístico de esta interpretación de la arqueologíaposprocesual y de la sociología de la ciencia donde“todo vale”…lo mismo. Así por ejemplo, Domín-guez considera que todo análisis sociológico es unintento de relativizar el conocimiento científico (se-guramente está pensando en la Actor-network theo-ry de Latour o el Empirical Programme of relativismde Harry Collins) sin darse cuenta de que, por citaralgún ejemplo muy conocido, el enfoque funciona-lista de Robert Merton, la Historical sociology ofscientific knowledge de Steven Shapin o la Socio-logie du champ scientifique de Bourdieu son unacritica del relativismo y de ciertos “delirios posmo-dernos” que pretenden socavar la confianza en laciencia y, especialmente, en las ciencias sociales(Bourdieu 2001: 5-6). Lo mismo sucede con “buenaparte de las arqueologías posprocesuales” que, en suopinión, “cuestionan el principio de la búsqueda dela verdad […] y lo sustituyen por enfoques en losque subjetividad cobra preeminencia” (Domínguez-Rodrigo 2008). Es precisamente este reduccionismolo que lleva a este autor a rechazar, en bloque, to-das las teorías arqueológicas que no asuman lospostulados cientifistas de la Nueva Arqueología. Sinembargo, como intentaré demostrar a continuación,si lo que se pretende es desarrollar una arqueologíacientífica y crítica, esta tendrá que tener en cuenta(A) que existe un pasado al que es posible aproxi-marse científicamente y (B) que toda aproximaciónracional al pasado está mediada, se quiera o no, porel presente desde el que el arqueólogo escribe. Eneste sentido, es necesario considerar tanto la aspira-ción procesual de reconstrucción racional del pasa-

do como las limitaciones que, cara a la consecuciónde dicho ideal, las arqueologías posprocesuales hanpuesto sobre la mesa.

Por esta razón, me ha parecido que la frase queda título al excelente libro de Wolfgang Welsch(Unsere postmoderne Moderne, 1987) es quizá lamás adecuada para describir un proyecto que, másallá del debate entre procesuales y posprocesuales,nos permita proyectarnos definitivamente hacia elsiglo XXI. Como el título del libro de Welsch sugie-re, hemos llegado a un momento en el que es nece-sario conciliar nuestra creencia en el proyecto mo-derno (que en nuestro caso remite a la posibilidadde una reconstrucción racional del pasado) con lascríticas posmodernas, algunas ineludibles, que di-cho proyecto ha suscitado. Por consiguiente, sólo através de ese ejercicio de reflexividad (una “Aufklä-rung de la Aufklärung”, por decirlo en términoskantianos) seremos capaces de construir un conoci-miento más fidedigno del pasado. En primer lugar,es evidente que la arqueología científica nos ha per-mitido mejorar de manera sustancial nuestro cono-cimiento sobre el pasado más lejano. Así, hoy po-demos datar con precisión buena parte del arte pre-histórico conocido, podemos reconstruir patrones deasentamiento y de movilidad de grupos que vivie-ron hace miles de años o podemos determinar mu-chos de los tipos y las funciones de los útiles queconstruyeron dichas sociedades. Al menos una parteimportante de todo ello se debe a la Nueva Arqueo-logía, que con su énfasis en la elaboración rigurosade hipótesis, en el uso estricto del concepto de “ex-plicación”, en la generalización del método nomo-lógico-deductivo y en la necesidad de adoptar mo-delos epistemológicos procedentes de las cienciasnaturales nos permitió reconstruir, como nunca an-tes, el modo de vida de las sociedades prehistóricas.

Sin embargo, la arqueología procesual se olvidóde algo fundamental: la reconstrucción racional delpasado está necesariamente condicionada, influidao determinada por el presente en el que vivimos.Esto es algo que han puesto de manifiesto diferen-tes autores y diferentes teorías (desde el postestruc-turalismo francés hasta la hermenéutica filosóficade Gadamer, pasando por la filosofía del lenguajeo por la sociología del conocimiento) y que, paraaquellos que pretendemos movernos dentro de loslímites de la propia razón, parece fuera de toda du-da. Volviendo a la arqueología, es evidente que di-cha ciencia ha sido utilizada con fines políticos, quela dominación masculina ha significado un desigual

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acceso de hombres y mujeres al pasado o que nues-tra representación de dicho pasado está condiciona-da por las categorías e ideas dominantes en nuestropresente. En definitiva, durante los últimos años,además de acceder a una cierta “verdad” a propósi-to del pasado, también hemos empezado a compren-der mejor la auténtica naturaleza de esa “verdad”científica. De este modo, el reconocimiento de es-tas dos verdades (la de la arqueología procesual y lade la arqueología posprocesual o, si se prefiere, ladel pasado lejano y la de las condiciones que deter-minan dicha verdad) se ha convertido en indispen-sable para seguir produciendo un conocimientocientífico riguroso y responsable.

Claro que habrá quien se pregunte: ¿acaso no leestamos haciendo el juego al relativismo al afirmarque la verdad científica está determinada por otraverdad, la de sus condiciones sociales de produc-ción? Para responder a esta pregunta es necesariorecordar que el conocimiento de las condicionessociohistóricas que influyen, nos guste o no, en lapráctica científica es la única manera de contrarres-tar, hasta cierto punto, dichos factores. Como decíaBourdieu, la reflexividad es fundamental porquepermite “liberar a los intelectuales de sus ilusiones

y, en primer lugar, de la ilusión de no tener ilusio-nes” (Bourdieu 1992: 168). En este sentido, la cien-cia no se consigue negando mágicamente los condi-cionantes socio-históricos que pesan sobre nuestroconocimiento sino, por el contrario, obligándonosy autorizándonos a reconocerlos. Dicho de otro mo-do, profundizar en aquello que nos determina llevaconsigo la posibilidad de una acción encaminada aneutralizarlo.

En este sentido, creo que debemos apostar poruna arqueología “moderna posmoderna” que, inves-tigando sobre los factores que pesan sobre nuestropresente, avance hacia un conocimiento cada vezmás riguroso del pasado. Para ello, creo que debe-ríamos hacer nuestras aquellas palabras de Spinozaen el Tratado de la reforma del entendimiento conlas que concluyo: “Por otra parte, cuantas más cosasha llegado a conocer la mente; mejor comprendetambién sus propias fuerzas y el orden de la Natura-leza; y cuanto mejor entiende sus fuerzas, tantomejor puede dirigirse a sí misma y darse reglas; ycuanto mejor entiende el orden de la Naturaleza,más fácilmente puede librarse de esfuerzos inútiles.En esto consiste, como hemos dicho, todo el méto-do” (Spinoza 1662: 90).

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¿Qué clase de ciencia es la arqueología?

207 Complutum, 2008, Vol. 19 (1): 205-207

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Tras leer el artículo de Manuel Domínguez, lle-go a la conclusión de que coincido plenamente conla intención y el argumento principal del artículo (esnecesario establecer criterios de demarcación quepongan freno a los excesos de relativismo que enocasiones se han producido en la disciplina), aunquediscrepo con alguna de las declaraciones que con-tiene. Al preguntarme por la razón de semejanteambivalencia llego a la conclusión de que se debea que el artículo se mueve en dos niveles distintosde argumentación, que me es necesario discriminarpara poder dar cuenta de mi posición al respecto:aunque el autor explicita claramente (desde el títu-lo) su intención de referir toda su reflexión a la Ar-queología del Paleolítico e insiste en ello reiterada-mente, en realidad a lo largo de las páginas se re-fiere a algo mucho más abstracto, profundo y demayor alcance: qué es el conocimiento del mundo,y hasta qué punto el pasado es cognoscible y a tra-vés de qué métodos. Defiende la necesidad de apli-car los principios del realismo científico que carac-terizan a la Arqueología procesual para el estudiodel Paleolítico, si bien acepta que para quienes sededican a estudiar otros periodos cronológicos o in-cluso aspectos no puramente subsistenciales dentrodel Paleolítico, resulta “imperativo acudir a un nue-vo posicionamiento teórico”. Sin embargo, la críticaque hace a la Arqueología posprocesual es tan fuertey descalificadora, que no queda resquicio para po-der imaginar cuál puede ser ese nuevo posiciona-miento. La impresión que queda es que para defen-der argumentos completamente válidos se desesti-man las posibilidades del paradigma contrario, abo-cando el argumento a una situación en la que no pa-rece existir otra salida que mantenerse en el para-digma procesual, se trate o no de investigar el Pa-

leolítico, a pesar de las expresas declaraciones encontra del propio autor cuando se trata de periodosposteriores.

Considero un acierto discriminar el objetivo dela investigación arqueológica, aunque yo no esta-blecería la dicotomía entre Paleolítico/no-Paleolíti-co, sino entre el carácter humano o no-humano delos procesos o dinámicas que se someten a análisis.Entiendo por “humano” las dinámicas referidas alas interrelaciones establecidas a cualquier nivel en-tre representantes del Homo sapiens moderno, pro-tagonistas de la historia a partir del Paleolítico Su-perior. La cultura que se produce a partir del 50.000a.C. presenta una característica que la diferencia deforma esencial de todas las formas de cultura delPaleolítico Inferior y Medio: el uso de símbolos. Através de ellos, el Homo sapiens comenzó a atri-buir al mundo significados que no eran inherentesa él, otorgándole una trascendencia que multiplica-ba las áridas dimensiones de lo material. A partir deese momento, el ser humano comenzó a interpretarel mundo de formas distintas, lo que podría no te-ner ninguna trascendencia para la Arqueología si nofuera porque cuando el mundo se entiende de for-mas distintas, se reacciona de maneras diferentesfrente a él. Y esto puede llegar a incluir los proce-sos subsistenciales, tal y como está demostrando elestudio de los tabúes alimenticios en poblaciones decazadores actuales (Politis y Saunders 2002). Nadade eso pasaba en el Paleolítico Inferior y Medio, yde ahí que esté completamente de acuerdo con Ma-nuel Domínguez en que la arqueología procesualtiene un campo idóneo de aplicación en estos dosperiodos iniciales de la humanidad, así como en“los procesos de formación del registro que tienensu causalidad en agentes físicos y bióticos”, corres-

Sobre el conocimiento y la “verdad del pasado”

On knowledge and “the truth of the past”

Almudena HERNANDO GONZALO

Departamento de Prehistoria. Universidad Complutensse de [email protected]

¿Qué clase de ciencia es la arqueología?

208Complutum, 2008, Vol. 19 (1): 208-210

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pondientes a cualquier otro periodo histórico. Sinembargo, no creo que la Arqueología procesual seaadecuada para tratar dinámicas de comportamientohumano, lo que incluye a las del Paleolítico Supe-rior. Tomaré el asunto desde otro lado para explicarmejor mi posición.

Entiendo que el concepto de “verdad” al que sealude hace referencia a la cualidad de representar unfenómeno tal cual es. Esto implica que para creeren que existe algo como la “verdad” de ese fenóme-no debe asumirse que éste es sólo de una manera,que es recurrente y presenta siempre la misma lógi-ca, aquella cuyo descubrimiento y representaciónconstituye el objetivo de la Ciencia. En este sentido,además, la Ciencia es predictiva, pues desentrañar(y representar en un modelo) la mecánica causal deun proceso significa comprender las causas de surecurrencia. Sin duda ninguna, la descripción que uncirujano cardio-vascular pueda hacer de una enfer-medad nerviosa será más ajustada a su mecánicacausal, y por tanto será más predictiva, que la de uncurandero. Ahora bien, esto no es un problema dela misma naturaleza que juzgar y “predecir” loscomportamientos, funciones sociales, económicas,etc., del cirujano y el curandero, y creo que la Ar-queología procesual confunde ambos planos. LaArqueología no discute si existe o no la “verdad”cuando hablamos de una enfermedad nerviosa, dela luna o de la fuerza gravitacional, sino si existecuando hablamos del significado que esos elemen-tos tienen dentro de distintas sociedades y del com-portamiento y reacciones que generan en funciónde ese significado. Porque si queremos aplicar losprincipios del realismo científico al estudio de lassociedades humanas del pasado, es necesario defen-der que el comportamiento humano es recurrente,invariable, de una sola manera, y que se puede pre-decir conforme a una lógica que es siempre la mis-ma (como la enfermedad nerviosa o la fuerza gravi-tacional). Pero si hacemos esto, estaremos atribu-yendo a todos los grupos humanos la misma lógicade comportamiento que tiene nuestro propio grupo,asumiendo que lo que es verdad para nosotros –so-bre el mundo, las relaciones humanas, la lógica eco-nómica, la valoración del espacio o de los cambios–es Verdad en términos universales. Y entonces sim-plemente estaremos haciendo lo que han hechosiempre las religiones, y el colonialismo, el impe-rialismo o la globalización: considerar que hay UnaVerdad que emana de nuestra propia manera de en-tender el mundo, e imponerla como Verdad Objeti-

va a todos los demás seres humanos. La Arqueolo-gía no puede perpetuar esa manera de (no) entendera los “otros” grupos humanos. No puede compararla dinámica de la cultura con cualquier otra dinámi-ca no-humana. No es posible incurrir en esta etno-céntrica equivocación. Así que no creo que se tratede que el objeto de estudio sea la Arqueología delPaleolítico en sí, sino si estamos hablando de diná-micas culturales a partir de Homo sapiens moderno–para los que no sirven los procedimientos de lasCiencias Naturales– o de dinámicas de comporta-miento de especies anteriores en el Paleolítico Infe-rior y Medio o de procesos físicos y bióticos decualquier periodo histórico –para los que sí sirven–.

Ahora bien, dicho esto, concuerdo completamen-te con Manuel Domínguez en la idea de que es ne-cesario un criterio de demarcación si lo que quere-mos es producir conocimiento sobre el pasado, por-que de otra manera se abre la puerta a todo tipo deexcesos narrativos, retóricos y vanos, que hacen dela Arqueología un mero ejercicio literario. Pero siel criterio no es el del realismo científico ¿cuál pue-de ser? Coincido también en que la hermenéutica nolo proporciona, porque al entender que el conoci-miento deviene de un acto de intuición subjetiva queaproxima un primer sentido –que luego debe corro-borar–, incurre en el mismo problema de imposiciónde su propia subjetividad, su propia Verdad (en laque dice no creer) a la interpretación del pasado.¿Qué hacer entonces? Éste es el punto en el que creoque el artículo llega a un callejón sin salida, pero nocomo un problema que quepa atribuirle, sino porqueno está en la intención del autor seguir por ese ca-mino, sino defender la viabilidad de la Arqueologíaprocesual para sus trabajos en el Paleolítico Infe-rior. Ahora bien, en mi opinión, ésa es la dificultady la principal vía de exploración que tiene pendientela Arqueología: encontrar criterios de demarcacióndentro de la convicción de que no hay verdades uni-versales en lo que al comportamiento humano serefiere.

Creo que el artículo no trata con justicia las apor-taciones que han hecho las posiciones estructuralis-tas, postestructuralistas y en general la teoría deldiscurso a la comprensión de la cultura humana,porque en mi opinión, sólo a través de ellas puedeabrirse una salida a este problema. Creo que existeun orden de racionalidad, una lógica común a cadaconjunto social que es necesario descubrir para mo-vernos dentro de los parámetros de “verdad” que lecorresponden, antes de proceder a atribuir signifi-

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cados desde nuestra intuición o desde nuestra cien-cia, es decir, desde nuestra propia verdad. Ese ordenlógico se puede descubrir de forma objetiva, y eneste sentido científica, porque existen regularidadesestructurales que como tales se cumplen necesaria-mente (de lo que resulta que se pueden predecir) en-tre diversos parámetros de la cultura (por ejemplo,entre grado de complejidad socio-económica, deseoo resistencia al cambio, posibilidad de desplaza-mientos por el espacio, etc.). Y creo que sólo unavez encontrado ese marco es posible interpretar deforma creíble el comportamiento de un grupo huma-no dado. Es decir, coincido con Manuel Domínguezen que hay que creer en alguna medida en la “ver-dad” de lo que decimos sobre el pasado (yo diría so-bre los “otros” en general, del pasado o del presen-te), que lo que decimos debe poder sustentarse conargumentos no subjetivos. Pero tal vez debamos co-locar en otro lado esa “verdad” y no creer que con-siste en que la lógica del comportamiento humanoha sido siempre la misma, sino en entender los me-canismos que rigen el establecimiento de las dife-rentes lógicas, o las diferentes modalidades quepuede adoptar la lógica humana. De ahí que creaque una de las principales vías de exploración quetiene abierta la Arqueología del sapiens es buscarlos parámetros que nos permitan aproximarnos deforma fiable a las lógicas u órdenes de racionalidaden que se sustentaron las distintas formas culturales.La dicotomía no es realismo científico versus “ex-presión fenomenológica de la percepción, en mu-chos casos social”, como se dice en el texto citandoa Bunge, sino que existen puntos intermedios queofrecen esperanzas y posibilidades para la investi-gación del pasado.

Resulta muy oportuno que Manuel Domíngueznos plantee reflexionar sobre esta cuestión, porquesólo debatiéndola conseguiremos abrir caminos enesa dirección, para poder neutralizar tanto los dis-cursos llenos de retórica que se siguen generandodesde el lado posprocesual, como el discurso evolu-cionista y etnocéntrico que, aunque de forma in-consciente y sutil, es inherente al lado procesual.Porque en lo que discrepo del artículo de ManuelDomínguez es en que sean sólo los hermenéuticos

los que se dediquen a hacer un discurso sobre elpresente. Hay que partir del hecho de que el pasadono existe como la luna o la fuerza gravitacional. Notiene una expresión material que de cuenta de suexistencia. Las sociedades orales no interpretan losrestos arqueológicos como evidencias de un tiempopasado organizado en etapas sucesivas, lo que quie-re decir que nuestra comprensión de esos restos seinserta en marcos explicativos construidos siempredesde el presente. Así que es fundamental tener cla-ras las implicaciones para el presente de los posi-cionamientos que utilizamos. En mi opinión, lo quehicieron los posprocesuales fue precisamente po-ner de manifiesto este hecho, y demostrar que losprocesuales estaban hablando del presente cuandopretendían estar investigando el pasado. Demostra-ron que al actuar como si sólo existiese una manerade ser “humano”, los procesuales colocaban a to-dos los seres humanos en una escala definida a tra-vés de los rasgos que nos definen a nosotros, con elobjetivo último, fundamental a pesar de no ser re-conocido, de confirmar nuestra superioridad frentea ellos. Al no admitir la “diferencia” en los compor-tamientos humanos, nuestro grupo del presente erasiempre la medida de los demás y la confirmaciónde este hecho el objetivo más elemental de la inves-tigación procesual.

Supongo que cada uno ve la amenaza que se ciñesobre sí mismo y sus propias posiciones con unaclaridad que no son capaces de percibir quienes nose sitúan en ellas, pero el hecho es que no me pareceque la Arqueología procesual esté sufriendo ataquestan fuertes como los que Manuel Domínguez perci-be. Por el contrario, yo diría que es el paradigmamás fuerte, con mucha diferencia, en el conjuntodel mundo académico actual (lo que vendría demos-trado por los datos relativos al Citation Index in-cluídos en el texto). En ese sentido, me parece quees también muy de agradecer el esfuerzo y la ho-nestidad de que hace gala el autor para reflexionarsobre el ámbito de investigación donde es legítimasu aplicación, y los ámbitos en los que serían apli-cables otros paradigmas. Nos queda, a quienes nonos dedicamos a las etapas iniciales de la humani-dad, continuar esa reflexión.

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Reconozco que me sorprendió leer el artículo deManuel Domínguez-Rodrigo. Por un lado muy gra-tamente, porque las publicaciones teóricas son muyescasas en la arqueología española, pero tambiénporque puede parecer fuera de lugar defender la ar-queología procesual a estas alturas. Me explico: noes solo que los peores ataques al procesualismo ha-yan tenido su punto álgido hace ya un par de déca-das, sino que en los países anglosajones, sobre todolos Estados Unidos, la corriente resistió bastantebien y hoy aparece como paradigma dominante enla mayoría de los ambientes académicos. Si nos po-nemos en el contexto de nuestro país, esta defensarecuerda un poco a las que hicimos algunos allá porla segunda mitad de los ochenta, en un intento másbien vano de poner nuestra profesión a la moda an-glosajona. Ahora bien, las mejores críticas de su ar-tículo no van contra nuestros hoy todavía ubicuoshistórico-culturales sino contra los escasos repre-sentantes, originales unos y otros neoconversos co-mo quien esto firma, del inicuo posprocesualismo.En bastantes aspectos, el trabajo de Domínguez seinscribe en las llamadas a rebato que sacudieron aparte de la intelectualidad norteamericana hace unosaños: las “guerras de la ciencia”, conocidas por ellibro de Gross y Levitt (1994) y la respuesta de Ross(1996), el artículo falsificado de Sokal, etc.

Por un lado, estoy totalmente de acuerdo con laposición general del artículo. En nuestro país, apo-yar a la ciencia y el método científico es promoveruna modernización social que todavía no hemos al-canzado totalmente. De alguna manera, patrocinaruna concepción racional del mundo, basada en laexperiencia acumulativa y el aprendizaje a partir delos errores, es paralelo a defender la propia demo-cracia, también asentada en compaginar las opinio-

nes, necesariamente opuestas y contingentes, de unenorme número de personas. La mentalidad cientí-fica es asimismo una protección contra todo tipo dedogmas, religiosos o políticos (recuérdese la ofen-siva fundamentalista cristiana contra la teoría de laevolución en los Estados Unidos), así como frentea ideologías malsanas que amargan la vida a muchamás gente de lo que normalmente se piensa. Por esoson todavía necesarias posturas públicas militantesen su favor, como las que defienden historiadoresde la ciencia y publicistas científicos, en ocasionescon el apoyo del humor (Mingote y Sánchez Ron2008), o filósofos que creen que la búsqueda de laobjetividad por parte de los científicos, superandolos sesgos y condicionamientos prácticos, constitu-ye una elevada moral propia de valor comparable alde otras éticas como las religiosas o políticas (Eche-verría 2002). Ahora bien, esa búsqueda, como todolo demás, ha ido cambiando a lo largo del tiempo,hasta llegar de forma natural a preguntarse por suspropios fundamentos.

El modelo canónico de “ciencia” que defiendeDomínguez es el implantado en las ciencias físico-naturales, cuya base teórica fue construida por in-telectuales y filósofos desde Francis Bacon a KarlPopper. En esencia, obviando las múltiples varian-tes que se pueden distinguir en filosofía de la cien-cia a lo largo del siglo XX y que Domínguez resumeen su artículo, consiste en un marco de referenciateórico que permite, usando un lenguaje consensua-do por toda la comunidad científica, plantear pro-posiciones generales que sean contrastables con larealidad experimental. De dónde vienen esas propo-siciones, si de la observación de los datos concretos(inducción) o de otros contextos teóricos (deduc-ción), ha sido uno de los caballos de batalla filosó-

Arqueología y filosofía: otra ciencia es posible

Archaeology and philosophy: another science is possible

Víctor M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ

Departamento de Prehistoria. Universidad Complutensse de [email protected]

¿Qué clase de ciencia es la arqueología?

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ficos, al igual que el estatus de las hipótesis que su-peran la prueba de los datos: si son verdades esta-blecidas que describen exactamente los fenómenos(realismo) o si son simplemente verdades a mediaso incluso solo “útiles ficciones”, siempre provisio-nales a la espera de nuevos datos que las desmien-tan y lleven a nuevas y mejores explicaciones (fal-sacionismo de Popper, paradigmas y revolucionescientíficas de Kuhn). A la segunda corriente se lasuele llamar convencionalismo o instrumentalismo,y el debate realismo-instrumentalismo ha domina-do la escena de la filosofía del ciencia durante losúltimos decenios, al igual que la oposición raciona-lismo-relativismo lo ha hecho en el campo de lahistoria y sociología del conocimiento.

Los instrumentalistas dicen, con bastante razón,que nadie nos asegura que nuestras construccionesmentales sobre la realidad sean las únicas posibles,y que las teorías siempre estarán “subdeterminadas”por los datos, es decir, las mismas observaciones sepueden explicar por distintas teorías. En algunos te-rrenos donde la realidad estudiada es sencillamenteimposible de observar directamente (electrones,fotones de rayos X, el famoso Big Bang, etc.), supostura parece coherente. Sin embargo, los realistasaducen algo aún más incontestable: dado que lasteorías predicen la realidad y el futuro con un gradode acierto considerable, y que en ellas se basa todanuestra triunfante civilización tecnológica, lo másnatural es pensar que se corresponden fielmente conla realidad, y que han sido “descubiertas” y no “in-ventadas”.

Como muchos científicos desconocen estas polé-micas, seguramente no sabrían contestar si les pre-guntáramos por su postura al respecto, pero estáclaro que su trabajo diario se basa en una concep-ción fundamentalmente realista. Sin embargo, quie-nes crean las ideas nuevas que hacen avanzar a laciencia, o en los momentos de crisis paradigmáticascuando aparecen datos nuevos y problemáticos, se-guro que están siguiendo, consciente o inconscien-temente, una orientación instrumentalista. La histo-ria de la ciencia muestra cómo muchas hipótesisnuevas no surgieron directamente de los datos quepretendían explicar, sino que en gran parte eran pu-ras construcciones mentales que solo a posteriori, ynaturalmente no todas ellas, se mostraron como“ciertas” tras una larga contrastación con las evi-dencias (Chalmers 1984).

El artículo de Domínguez defiende una posturarealista extrema que primero se enfrenta con el ins-

trumentalismo clásico de las ciencias naturales (po-sitivismo lógico) y luego a la versión más exageradadel instrumentalismo, hoy de moda en una parte delas ciencias sociales, el constructivismo social liga-do al posmodernismo. Pero ambas críticas parten deuna premisa previa y decisiva por la que debemosempezar: el método de las ciencias naturales es elmodelo básico de la arqueología, al menos en el es-tudio del período paleolítico. En mi opinión, estadistinción cronológica resulta difícil de aceptar:aunque las condiciones empíricas y las tradicionesinvestigadoras sean distintas en el Paleolítico y laProtohistoria, la separación implica aceptar a priorique la “desventaja epistémica” de trabajar con res-tos tan escasos y antiguos obliga a una cierta limi-tación o inferioridad científica que los propios pa-leontólogos, como por ejemplo Stephen J. Gould,se niegan a aceptar (“diferencia metodológica peroigualdad epistémica”, cit. en Turner 2007: 6).

En cierto que los arqueólogos estamos justo enmedio de las famosas “dos culturas” separadas deCharles P. Snow, la humanística y la científica, perotambién que del ser humano estudiamos su conduc-ta cultural y por ello estamos sin duda más cerca dela primera de ellas. Aunque necesitemos de la ayu-da de muchas ciencias físico-naturales, desde lageología a la química o la física nuclear, nuestraresponsabilidad específica consiste en construirproposiciones discursivas sobre las sociedades delpasado, y no sólo sobre los artefactos o los huesosque nos han llegado de ellas. Una de las consecuen-cias de aplicar el realismo de las ciencias naturalesa la prehistoria, según se desprende del texto de Do-mínguez (pp. 197), sería tener que renunciar a laetnoarqueología, un método actualista e indirectoque permite afirmar muchas cosas sobre el pasadocon cierta verosimilitud. Tras esa dejación, los estu-dios “científicos” del Paleolítico deberían limitarsepor fuerza a la esfera subsistencial (qué y cómo secomía por aquel entonces) y dejarse de especulacio-nes sobre lo social y simbólico que es, sencillamen-te, inalcanzable. En mi opinión, los arqueólogos entanto que humanistas tenemos la suerte de podersostener cosas sobre la realidad del pasado (comohacen, no solo otros historiadores sino también cier-tos naturalistas como los paleontólogos) sin quetengamos una certeza absoluta sobre ellas. Si resultaque, como el enfermo de Molière, hemos sido todala vida antirrealistas sin saberlo, pues qué le vamosa hacer. Que desde la estrecha perspectiva realistade Mario Bunge y compañía nos coloquen juntos a

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toda la ancha banda que va del método hipotético-deductivo hempeliano y la rigurosa etnoarqueologíade Binford (habitualmente considerados como “rea-listas”, p.ej. Krieger 2006: 99-105) al constructivis-mo radical de Shanks y Tilley, no es poco consuelo.

Desde una mayoría de posiciones procesuales,cuyo cientificismo de los primeros años se ha atem-perado entre otras cosas por efecto de la crítica pos-procesual, se acepta hoy la inevitabilidad de loselementos subjetivos y los valores personales en lainterpretación arqueológica. Un ejemplo recientefue el “Gran debate” habido en la Universidad deCalifornia-UCLA en 2003 entre dos prestigiososarqueólogos sobre la interpretación de los restos is-raelíes supuestamente de la época bíblica de los re-yes David y Salomón (cit. en Krieger 2006: 110-19).El tema tiene bemoles, pues se trata de saber si laarqueología confirma o no la existencia de un granreino judaico en el siglo X a.C. cuya extensión coin-cidía aproximadamente con el moderno estado deIsrael. El caso es que cada uno de ellos, Larry Sta-ger de Harvard y Israel Finkelstein de Tel Aviv, pre-sentaron una gran cantidad de datos “científicos”solo en parte coincidentes (estratigrafías, cronolo-gías cerámicas, fechas radiocarbónicas, etc.) de losque extraían conclusiones completamente diferen-tes: curiosamente, era el segundo quien negaba laversión oficial, acusándola de tratar por todos losmedios de concordar con la Biblia, y afirmando quelos supuestos restos salomónicos son realmente másmodernos, del siglo IX a.C. Cualquier arqueólogoconoce ejemplos parecidos al anterior y los explicafácilmente por el hecho de que los yacimientos hantenido todos ellos historias diferentes y ningunoproporciona los datos suficientes para obtener laimagen completa que buscamos. De todas formas,y aunque diga que la arqueología, más que para des-cubrir el templo de Salomón o el palacio de la reinade Saba, está para algo más importante como es co-nocer mejor el contexto socio-económico de aque-llas épocas, Krieger no puede evitar una reflexiónpesimista sobre la imagen que damos los arqueólo-gos como científicos cuando no somos capaces deponernos de acuerdo sobre un hecho tan sencillo co-mo el anterior, en una de las zonas más excavadasy con mayor información disponible del mundo(Ibíd.: 115).

Como es lógico, para un realista lo más bajo quese puede caer es en el pozo dónde están aquéllos queaceptan con todas sus consecuencias los elementossubjetivos de la ciencia, causados por su condición

eminentemente discursiva y el propio contexto so-cial donde nace, es decir, los constructivistas o pos-modernistas o posprocesuales. Parece que una ma-yoría de los filósofos de la ciencia (todavía muymetafísicos y poco heideggerianos) rechazan hoyel constructivismo a un nivel general, pero no ocu-rre lo mismo con los historiadores y sociólogos dela ciencia (Latour, Barnes, Bloor, la escuela de losEstudios Sociales del Conocimiento o SSK, etc.).El hecho de que tras decenios de furioso debate lacuestión no sólo no se resuelva sino que las postu-ras sigan igual o más separadas, parece en sí mis-mo una prueba a favor del relativismo constructi-vista y en detrimento del optimismo realista.

Es algo obvio que la repetida acusación de negarla existencia de la realidad que algunos positivistas-realistas hacen a los constructivistas, sobre todo asu versión más revolucionaria del “análisis del dis-curso”, y que Domínguez recoge en su trabajo, esinsostenible. En un ejemplo entre otros muchos, po-demos citar el argumento de Laclau y Mouffe (1993:118): “La madera será materia prima o parte de unproducto manufacturado u objeto de contemplaciónen un bosque u obstáculo que nos impida avanzar;la montaña será protección contra un ataque enemi-go o lugar de excursión turística o fuente para la ex-tracción de minerales, etc. La montaña no sería nin-guna de esas cosas si yo no estuviera aquí: pero esono significa que la montaña no exista”. También esconocida la absurda crítica de que los posmodernospodrían negar el holocausto judío por los nazis: yaque las afirmaciones de una ciencia, y por lo tantolos propios “hechos”, son construidos por la comu-nidad científica, ésta sería libre de decidir hipotéti-camente tal inexistencia. Pero es evidente que,igual que no se pueden decir infinitas cosas sobreuna montaña, tampoco se puede decir cualquier co-sa sobre el holocausto judío, y también que entre lasque son “decibles”, unas serán más aceptables (encada circunstancia o momento histórico concreto)que otras. Por supuesto que los historiadores toda-vía discuten las razones profundas del holocausto,económicamente irracional para la maquinaria deguerra nazi (con algunos historiadores “revisionis-tas” intentando minimizar su importancia), y sal-vando las distancias, podemos recordar que antes deSteno los naturalistas medievales creían que en elinterior de las montañas los estratos geológicos cre-cían como las ramas de un árbol.

Otro ataque clásico al constructivismo es que noposee un criterio de demarcación entre ciencia y no

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ciencia, y Domínguez pone el ejemplo de un curan-dero y un cirujano cardio-vascular: según él, para elconstructivismo serían epistemológicamente com-parables. Está claro que si la acusación fuera ciertano habría más que ver a quién acuden los construc-tivistas cuando están enfermos para poner a pruebala solidez de sus creencias. En serio, el que todosconsideremos que la medicina moderna cura mejorlas enfermedades que la brujería tradicional (algoque también piensan en África, donde se va al cu-randero cuando por desgracia faltan el médico o lasmedicinas occidentales), no quiere decir que des-preciemos a la segunda como pura superchería, queno nos interese la fuerza social que todavía posee,contra toda nuestra lógica, en los ambientes urba-nos (como esos “maestros africanos” que continua-mente se anuncian en el Metro de Madrid), o quepensemos que la cirugía actual ha llegado a un ni-vel insuperable de conocimientos. Al respecto es in-teresante recordar que desde posturas constructivis-tas, en concreto feministas, se ha denunciado que lainvestigación en enfermedades del corazón ha es-tado durante décadas orientada casi exclusivamentea pacientes masculinos, sin una base empírica realpara ello (Schiebinger 2001: 20-1). Es curioso tam-bién que sobre el otro ejemplo de Domínguez, la in-terpretación de las pirámides de Giza por egiptólo-gos y ufólogos, se puede aducir un interesante casoconstructivista: la postura teórico-política conocidacomo “Negritud” y su pariente el “Afrocentrismo”se apoyaron, entre otros datos muy discutiblescuando no claramente falsos, en el supuesto carác-ter original negroide de la famosa esfinge de eselugar (Vercoutter y otros 1983: 88).

El problema de las disputas entre modernos yposmodernos, lo que hace que nunca se pueda lle-gar a un acuerdo, es que estamos hablando de cosasdistintas creyendo algunos que hablamos de lo mis-mo. En lo que respecta a las ciencias naturales, losconstructivistas dan mucha importancia al contextosocial de la investigación, mientras los realistaspiensan que es meramente circunstancial y no afectaa la esencia de la práctica analítica, que debería aca-bar siendo totalmente libre de esos condicionantesexternos lo antes posible. Pero un ejemplo muy re-ciente sugiere que ese momento ideal todavía estálejano: de todos es conocido que muchos científicos,algunos bastante prestigiosos, se negaron a aceptarlos datos del cambio climático (en algunos casos sepudo comprobar cierto tipo de “financiación” inte-resada por las empresas petroleras) y de hecho no

han acallado su oposición hasta que las pruebas hansido tan palmarias que incluso para el público másignorante el calentamiento se ha vuelto algo eviden-te. Otro caso lo podemos extraer del propio artículode Domínguez, cuando para reforzar la posiciónrealista une a sus ventajas epistemológicas la ma-yor probabilidad de publicar en las revistas del Ci-tation Index: si tu teoría es buena, tendrás mayorimpacto. Pero es algo claro que dicho sistema semaneja desde Norteamérica, donde la hegemonía dela arqueología procesual es manifiesta, con lo cualestamos frente a un círculo cerrado y ante una nue-va muestra de algo que los sociólogos descubrieronhace tiempo, a saber, que “la ciencia es sólo aquelloque hacen los científicos”.

Pero tanto el realismo como el constructivismoteóricos son en esencia actitudes metafísicas: ¿Có-mo podemos saber si lo que decimos es una copiade la realidad o una imagen inventada aunque eficazde la misma? La respuesta es: de ninguna manera(Fine 1986, cit. en Turner 2007: 31 y passim). Cla-ro que, como sucede con todos los paradigmas, sonnecesarias posiciones de principio indemostrablespara, simplemente, poder trabajar. Pero entoncesquizás sea más prudente abandonar el campo de lafilosofía pura y juzgar esas posturas por sus resul-tados prácticos: “por sus obras los conoceréis”.Podemos muy bien adoptar la posición de Lakatos,un filósofo más bien racionalista y realista que creíaque los modelos científicos estaban permanentemen-te en lucha, e intentar evaluar estos dos “programas”en función de cómo se presenta su heurística, posi-tiva o negativa, la primera planteando nuevas líneasde investigación y descubriendo hechos nuevos, lasegunda limitándose a proteger el núcleo central decreencias antiguas para evitar su derrumbe.

Aunque tal vez sea pronto para decir quién aca-bará llevando el gato al agua, en mi opinión la ar-queología posprocesual presenta perspectivas másprogresistas que los epígonos realistas que estamosviendo de la antigua Nueva Arqueología. En contrade lo que a veces afirman sus enemigos, la arqueo-logía posprocesual no desprecia los problemas cien-tíficos tradicionales de la disciplina, como la crono-logía o la base económica de los grupos prehistóri-cos. La cuestión para ella es ir más allá, intentandoaproximarse a aspectos fundamentales y hasta hacepoco ignorados, tales como la división social, laideología o el género. Curiosamente, desde muypronto existen datos que permiten inferir cosas enesos ámbitos: por ejemplo, el cráneo de un anciano

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sin dientes de Dmanisi, de unos 1.7 millones deaños, sugiere un tipo de solidaridad de grupo, puesel homínido debió alimentarse con ayuda de los de-más, desconocido en otras especies animales. Porotro lado, los posprocesuales no pueden cerrar losojos al hecho de que las circunstancias políticas ysociales que rodean al investigador intervienen enla ciencia, como ocurre en todas las disciplinas hu-manas: si en la interpretación de un acontecimientoreciente, como por ejemplo la Guerra Civil española,sobre la que disponemos de una ingente informa-ción, no hay ni parece que vaya a haber pronto unconsenso de los historiadores sobre muchos de sus

aspectos, causas, consecuencias, etc. y es normalaceptar que un historiador de derechas va a opinarde forma diferente a otro de izquierdas, ¿en virtudde qué misteriosa aptitud vamos a comportarnos losarqueólogos de distinta manera? Aceptar conscien-temente que la historia siempre es una “historia delpresente” (p.ej. Moro, en prensa), con el corolariode que nuestra actividad científica no solo satisfacecierta curiosidad sobre el pasado sino que es políti-camente eficaz ahora mismo (Fernández 2006), noes en absoluto el menor de los beneficios de practi-car una arqueología posprocesual y crítica.

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Esta es una oportunidad excelente de debate, queresulta poco común en el panorama académico na-cional, donde con frecuencia se confunde disensióncon confrontación. Agradezco a mis compañeros laoportunidad de discutir tan abiertamente cuestionesteóricas que figuran de manera prominente en lamanera en que se concibe la arqueología en estosmomentos. Tres de mis colegas han tenido la genti-leza de aportar su réplica a mi artículo original. Voya desarrollar a continuación mis reflexiones sobresus comentarios.

En teoría, uno no debe ser dogmático cuando ha-blamos de paradigmas en arqueología. Máximecuando nos referimos a marcos conceptuales tantangencialmente distantes como son los paradigmasprocesuales y los posprocesuales, ubicados en uni-versos diferentes y desconectados, destinados a noentenderse bien: unos (los procesuales) intentan ex-plicar la realidad de una manera científica porquecreen en ella; los otros (muchos de los posprocesua-les) o no creen en la realidad o si lo hacen, son es-cépticos de que sea comprensible de un modo obje-tivo. Aunque no soy dogmático, lo que sí puede seruno es categórico en el tratamiento de algunas pro-posiciones posprocesuales. Para no seguir el juegoque Bashkar (2002: 9) imputa a los posmodernistasde “talking about talking”, sin justificar que aque-llo de lo que se habla exista, prefiero hacer frente aalgunas de las afirmaciones de mis colegas críticoscon información empírica y de manera lógica.

¿Ha muerto el procesualismo? Algunos así loafirman sin mayor justificación. Yo argumentabaque en la investigación del paleolítico, desde luegoque no ha sido así. Basta con echar un vistazo al pa-radigma de las publicaciones arqueológicas publi-cadas en las 4 revistas de mayor impacto en nuestraprofesión en los últimos años (por cierto, con pre-dominio de la arqueología paleolítica sobre la pro-tohistórica) para darse cuenta de ese hecho. La figu-ra 1 muestra que si el procesualismo ha muerto enalgún momento, debe considerarse como una teoría“zombi” (o cristiana, según se mire) porque ha vuel-to a resucitar. Está viva y coleando, como decía yoanteriormente. Es la espina dorsal de la arqueologíaprehistórica estadounidense. La arqueología que sepublica en Journal of Human Evolution, Evolutio-nary Anthropology, Journal of Anthropological Ar-chaeology y Current Anthropology está dominadapor los trabajos procesuales. Si añadimos lo publi-cado en las revistas generales de máximo impactocomo Nature, Science o Proceedings of the Natio-nal Academy of Sciences, la diferencia es aún másnotable. Luego el paradigma procesual, en el mundode las publicaciones de alto impacto, tiene una posi-ción hegemónica. Esta diferencia se haría inclusomás sobresaliente si hablamos de la arqueologíacientífica, que está presente de manera predominan-te en estas revistas y de manera abrumadora en otrascomo Journal of Archaeological Science, donde loposprocesual difícilmente encuentra acomodo. Ne-

Una arqueología moderna pasa por no renunciara su contenido científico.

Respuesta a mis colegas posprocesuales

A modern archaeology must not abandon its scientificendeavour. A reply to my post-processual colleagues

Manuel DOMÍNGUEZ- RODRIGO

Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense de [email protected]

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gar estos datos es negar la realidad, pero eso es tó-nica habitual de varias tendencias posprocesuales.

En esta línea me alegra comprobar que tanto Al-mudena Hernando como Víctor Fernández observanla discusión con espíritu crítico y señalan, primero,

como subraya Fernández, que el paradigma proce-sual es el hegemónico en la arqueología mundial ysegundo, como indica Hernando, que varias aseve-raciones de las posiciones posprocesuales son injus-tificables. Celebro la defensa que hace Hernando de

Figura 1.- Distribución porcentual de trabajos procesuales y posprocesuales en las mayores revistas de impacto denuestra profesión (ultimo informe ISI). Se han seleccionado las revistas donde suelen publicarse trabajos arqueológi-cos y no sólo artículos de antropología física y paleontología. El orden de impacto de las revistas seleccionadas es:Journal of Human Evolution (3.3), Evolutionary Anthropology (1.9), Current Anthropology (1.6), Journal of Anthro-pological Archaeology (1.2). Se han tabulado sólo los artículos no teóricos con aplicación de método de estudio einterpretación de información arqueológica correspondientes a los años 2006 y 2007 para todas las revistas y parte de2005 también para Journal of Anthropological Archaeology. No se han estudiado los años anteriores por la limitaciónde tiempo disponible para preparar esta respuesta. Annual Review of Anthropology se ha excluído por no presentar enel período indicado más que dos artículos que reúnen las condiciones indicadas y Journal of Archaeological Science(1.3) también se ha excluido por mostrar una descompensación de trabajos a favor de la arqueología científica y proce-sual. El número de artículos incluídos en la clasificación son: 28 (JHE), 9 (EA), 38 (JAA) y 25 (CA). En la categoría“Otros” se incluyen artículos que pertenecen a paradigmas pre-procesuales (p.ej. histórico-cultural) o a aspectos téc-nicos concretos como son dataciones, tipologías, análisis físico-químicos, prospección, descubrimiento y descripciónde yacimientos nuevos. La mayor presencia de trabajos de corte posprocesual en Current Anthropology se explica por-que su comité editorial ha estado dirigido en los últimos años por antropólogos culturales, único bastión en la antro-pología estadounidense donde lo posmoderno tiene mayor relevancia que lo procesual y por lo tanto, se observa unmayor número de publicaciones de antropología social que de arqueología.

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la utilización de criterios de demarcación y su críti-ca a la hermenéutica como paradigma del que ex-traer conocimiento del pasado. También me alegracomprobar que Oscar Moro ha reconsiderado su po-sición y que ha pasado del relativismo absoluto1 desu trabajo anterior, en el que declaraba abiertamenteel abandono de todo tipo de criterio de demarcación,a una postura pseudo-relativista que admite la dis-yuntiva ciencia y no ciencia. Eso está bien ya queuna cosa es la sociología (y disciplinas allegadas)y otra diferente el contenido metodológico de la ar-queología. Mezclar ambos aspectos conduce a con-fundir churras con merinas. Es como si dijéramosque la física no es una ciencia sino una actividad in-telectual que está determinada por aspectos socio-lógicos, ya que unos físicos se sirven de ella paraapoyar su creencia en Díos y otros para negarla. Seacual sea el uso social que se haga de los conoci-mientos procedentes de la física, lo cierto es que lamanzana de Newton cae con idénticas propiedadesen Pekín y en Tombuctú.

Mi colega Hernando hace una reflexión razonadadel uso del término “verdad” y me plantea una cues-tión que no estoy seguro de poder resolver. Máxi-me porque la utilización de semejante término pa-rece ser sinónimo de realidad. Para el realista hayuna realidad verdadera, objetiva, real. ¿Cómo seconcilia la verdad de un hecho con su expresiónmulticultural? El planteamiento de dicha cuestión sehace en el seno de una preocupación fundamentaltanto de Hernando como de Fernández, como es elestudio de dinámicas sociales y simbólicas huma-nas. Si dichas dinámicas responden a criterios co-yunturales dependientes del contexto histórico, en-tonces ocurre que para un realista la reconstrucciónde dicha cuestión en el pasado resultaría inalcanza-ble. Pero para ello es necesario justificar adecuada-mente que el tema de las relaciones humanas res-ponde a dinámicas endógenas de los grupos huma-nos y no a una conjunción de razones entre las quefiguren factores exógenos. La intromisión de estosúltimos sí podría llevar aparejados ciertos elemen-tos deterministas y por consiguiente, repetitivos ypredecibles.

Asumir que toda expresión social y simbólicadel ser humano es coyuntural supone asumir entreotras cosas la falta de racionalidad en la toma de de-cisiones humanas. Sin embargo, nuestro intento porcomprender la subsistencia humana en el pasadonos ofrece claros ejemplos de que la toma de deci-siones y la diversidad de adaptaciones humanas al

medio son bastante racionales. Si eso sucede en laesfera subsistencial, a muchos posmodernos lesqueda por delante la tarea de demostrar que no su-cede otro tanto en la esfera social y simbólica. Porello, aunque nunca conoceremos la semiótica de laspoblaciones del pasado y sus formas de pensamien-to (no tenemos ninguna manera de vincularlas a unmarco contrastable), a lo mejor sí podemos acercar-nos de manera procesual a una parte de su conductasocial. Como mencionaba anteriormente, estas cues-tiones no figuran en la agenda de muchos neo-pro-cesuales actuales. (Sin embargo, véase Binford 2001para una opinión contraria con respecto a cómo re-construir dinámicas sociales en el pasado.) Del ra-zonamiento de Hernando puedo seguir su lógicahasta el extremo de comprenderlo por completo apesar de que disienta de algunas cuestiones meno-res. Es obvio que si uno está interesado en estudiardinámicas de pensamiento de sociedades del pasadoel enfoque procesual no es el más adecuado. Pero nopor ello hay que excluirlo, ya que es la mejor opciónpara responder a muchos otros tipos de pregunta.

En cambio, no coincido con Víctor Fernández enque el ser realista implique renunciar a la etnoar-queología; no creo que esa denuncia se desprendade mis argumentos. El mayor desarrollo etnoar-queológico se ha producido en el seno de investiga-ciones paleolíticas, orientadas, eso sí, a cuestionesabordables de manera científica y no a proposicio-nes discursivas del pasado que tienen difícil su con-trastabilidad y su justificación para ser enlazadascon el presente. Con este fin precisamente surgió lateoría de alcance medio, en el seno mismo de la ar-queología procesual. La etnoarqueología es uno delos pilares referenciales de la zooarqueología, porejemplo.

El caso que presenta mi colega Fernández, citan-do a Krieger, como ejemplo de la falta de resolucióninterpretativa (y por lo tanto científica) con respectoa la discusión de si en el siglo X a. C. existía un rei-no judaico en Palestina, no lo considero acertado.De hecho ilustra adecuadamente mi postura realista.Un enfoque científico permite resolver cuestionesestratigráficas, aportar fechas e informaciones sobrecuestiones puntuales de cómo se elaboraban cerá-micas y su potencial utilidad, cómo vivían en elasentamiento en cuestión, qué función tenían las es-tructuras del hábitat, etc., las cuales en el caso deambos contendientes resultan ser coincidentes por-que ambos han usado el mismo método científicopara derivarlas. La forma en que dichos contendien-

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tes van más allá de lo que la información estricta-mente científica puede proporcionar, para aproxi-marse a una cuestión que en estos momentos estámás allá de nuestro entendimiento empírico, es só-lo un botón de muestra de cómo varían las interpre-taciones cuando éstas parten de posicionamientosque no contienen suficiente apoyo científico o depreguntas que no tienen posibilidad de contrastación.Es la diferencia entre interpretación científica y es-peculación (véase más abajo).

Yo soy un partidario de la heurística de los argu-mentos. Por ello, no puedo sino volver a mostrar midesacuerdo con Moro en varios de los puntos queseñala. Moro se extraña de que haya negado los vín-culos entre la arqueología procesual y el positivismo.Dicha reacción posiblemente tiene mucho que vercon la falta de discusión en el discurso de Moro delas diferencias que existen entre el positivismo y elrealismo crítico, algunas de las cuales quedaban ex-puestas en mi artículo pero han sido obviadas pormi colega. Es indudable que el positivismo hempe-liano figura en el discurso de algunos autores proce-suales (eso ya lo había apuntado yo anteriormente),precisamente en los aspectos del positivismo en queHempel se asemeja más al realismo crítico; funda-mentalmente en la crítica de la inducción y en laadopción del método hipotético-deductivo. Básica-mente ahí se terminan las similitudes entre este po-sicionamiento epistemológico y la praxis de la ma-yor parte de las figuras procesuales más importan-tes del siglo XX. Pero es necesario afirmar que laadopción del método hipotético-deductivo no es uninvento del positivismo sino del realismo y que Po-pper ya lo promovió epistemológicamente con an-terioridad a la visión iconoclasta de Hempel. Moroconfunde la actitud de algunos arqueólogos proce-suales con la tendencia mayoritaria de toda la co-rriente de pensamiento procesual. Binford no pue-de considerarse hempeliano: Moro sólo ha encon-trado un argumento de Hempel y Binford que mues-tra un parecido formal pero ese argumento es preci-samente el que Hempel comparte con los realistascríticos. Desde un hempelianismo estricto, la inter-pretación del pasado no sería posible, por una largaserie de razones, media docena de las cuales apare-cen expuestas en mi artículo. Hempel no es un rea-lista. Como muy bien afirma Bunge (2006: 96), “lascaracterísticas más conocidas del positivismo lógicoson su semántica, su gnoseología empirista, la de-fensa del análisis lógico, y un amor no correspon-dido por la ciencia”. Según Hempel, no es posible

tener certeza en la contrastación de una hipótesis, yaque hay una clara separación entre las afirmacionesteóricas y las empíricas. Para ver un posicionamien-to radicalmente opuesto sobre cómo se elabora con-ceptualmente la interpretación de dicho pasado véa-se el libro de Binford (2001): Constructing Framesof Reference; es lo menos hempeliano que me vie-ne a la mente.

Que el deductivismo del positivismo hempelianohaya tenido alguna influencia sobre algunos culti-vadores de la arqueología procesual no debe con-fundirse con que la articulación epistemológica ge-nérica de esta corriente se haya vertebrado en tornoal realismo crítico, tal y como argumento que es elcaso. La razón fundamental es que el positivismológico llevado a sus últimas consecuencias es un pa-radigma irrealista. No concibe que la realidad seaaprehensible (Bunge 2006). Para muchos arqueólo-gos partidarios de reconstruir el pasado (realistas)y no sólo interpretarlo (relativistas), la realidad deese pasado es un hecho y su aprehensibilidad sólose posibilita mediante paradigmas que establecen unpuente entre el mismo y el presente. Por si acaso lecabe alguna duda a Moro de que el paradigma he-gemónico de la praxis procesual es el realismo críti-co y no el positivismo lógico, le insto a que vea laopinión de alguien de mayor peso académico enteoría arqueológica que los implicados en este in-tercambio como es Wylie (2002), quien afirma exac-tamente lo mismo.

En segundo lugar, yo no he afirmado en mi artí-culo que “todo análisis sociológico (sic) sea un inten-to de relativizar el conocimiento científico”. Le pue-do asegurar a Moro que en mi crítica ni “la Actor-network theory de Latour o el Empirical Program-me of relativism de Harry Collins” han jugado nin-gún soporte para la reflexión. Una cosa es un estu-dio sociológico y otra bien diferente es un paradig-ma o posicionamiento teórico. Un estudio socioló-gico sería establecer los vínculos entre ingresos eco-nómicos y pensamiento político, por ejemplo. Unparadigma es un posicionamiento comunitario en elque los que investigan asumen una serie de premi-sas teóricas que van a guiar su proceso interpretati-vo indistintamente de cual sea su objeto de estudio.Mi artículo va dirigido al segundo y critica efecti-vamente los movimientos posmodernistas princi-pales y la ligazón que une a los que han tenido ma-yor éxito en su implantación académica como sonlos postestructuralistas, hermenéuticos, marxistas,constructivistas y fenomenologistas, que no es otra

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cosa que el cuestionamiento de la realidad y la aper-tura al relativismo. No digo en ningún momento quetodos estos planteamientos sean iguales (de hechoalgunos son ampliamente divergentes), pero a lamayoría les une, como movimientos teóricos, laconcepción de que la realidad no existe o no es ob-jetivamente detectable, que la ciencia es un cons-tructo social, que no deben existir criterios de de-marcación y que toda interpretación tiene idénticavalidez. Todos ellos son pues relativistas. Esto notiene nada que ver con ser reduccionista sino conllamar a las cosas por su nombre. Una vez más Mo-ro confunde lo que son actitudes individuales de de-terminados teóricos iconoclastas (como Bourdieu)con los postulados principales de los movimientosteóricos posmodernistas. Mi crítica, tengo que in-sistir una vez más, va destinada a los segundos, yaque los primeros no son representativos de la gamade paradigmas posmodernos.

Yo no rechazo todos los posicionamientos teóri-cos que “no asuman los postulados cientifistas de laNueva Arqueología”, sino que pongo de relieve quelos presupuestos en los que ésta se basa no son crea-ción de dicho paradigma, sino que forman parte deun concepto más ampliamente aceptado de cienciaque se plantea en términos disyuntivos: o se acep-tan como tales para realizar cualquier investigacióno se rechazan en bloque. No existe la posibilidadde quedarse con parte de ellos, los que nos resultenmás convenientes, como tampoco existen centena-res de formas de hacer ciencia, como corresponde-ría si la ciencia fuera un constructo social que res-ponde a circunstancias coyunturales. Los procesua-les asumimos que efectivamente “toda aproxima-ción racional al pasado está mediada, se quiera o no,por el presente desde el que el arqueólogo escribe”.Conociendo ese sesgo, intentamos responder a unagama de preguntas donde las respuestas estén con-dicionadas al mínimo por dicho contexto y depen-dan más de criterios científicos, es decir, contrasta-bles mediante un método que exija la presencia decriterios de demarcación. Aquellas respuestas queestán más condicionadas por el entorno desde el quese formulan que por su capacidad de estar funda-mentadas en referentes empíricos las relegamos alcampo de la especulación.

Esta actitud es la que ha figurado en el pensa-miento científico desde sus albores. La estructuralógica de cómo Copérnico extrajo a la Tierra delcentro del universo, de cómo Kepler depuró el tra-zado elíptico de las órbitas planetarias o de cómo

Newton explicó la atracción de los cuerpos es bási-camente similar a la de un físico nuclear del sigloXXI al estudiar el átomo, ya que es la misma que haguiado el pensamiento científico desde Bacon has-ta el presente. El conocimiento ha cambiado porquees evolutivo y ha permitido desarrollar herramien-tas que lo han ampliado de manera exponencial, pe-ro la organización conceptual del proceder científi-co sigue siendo en esencia el mismo a pesar delcambio histórico de los contextos.

Usando este enfoque, un arqueólogo de dentro deun siglo podría hipotéticamente alcanzar conclusio-nes similares (o mejoradas, ya que el conocimientosigue una progresión y la tecnología disponible lepermitiría llegar más allá de las interpretaciones alas que la actual nos limita) aunque su contexto his-tórico-social sea distinto. En la manera en que se re-suelven dichas preguntas pesa más el método cien-tífico que las circunstancias orteguianas del inves-tigador. Es necesario recordar que Moro (justo co-mo hacen frecuentemente varios postestucturalistasy hermenéuticos) no nos da un sólo ejemplo de “có-mo las condiciones sociohistóricas influyen en lapráctica científica” (simplemente lo da por hecho),precisamente porque su paradigma niega la posibi-lidad racional de contrastar interpretaciones opues-tas. Citar a autores postestucturalistas y hermenéu-ticos como hace Moro para justificar su aseveraciónno hace sino dar mayor fundamento a mi crítica.Debo desempolvar algunos criterios de estos posi-cionamientos para demostrar que en realidad suspremisas no pueden comulgar con las realistas y quelos constructivistas, en contra de lo que afirma Fer-nández, son alérgicos a la realidad.

El postestucturalismo (Foucault) y el deconstruc-cionismo (Derrida) pueden interpretarse como teo-rías posmodernistas, en contraposición al modernis-mo, entendido como todo intento de explicar elmundo de manera racional, empírica y objetiva2. Larazón, desde el punto de vista posmoderno se entien-de como un constructo contextual. Foucault niegala objetividad y con ella la posibilidad de recons-truir la realidad humana. Una contradicción no ex-plicada es que Foucault admite que las ciencias so-ciales y las naturales funcionan de manera diferen-te, abriendo la puerta a la posibilidad de una menorsubjetividad para las últimas (Foucault 1970; con-tra Althusser). Derrida, influido por Heidegger yNietzsche, usa la deconstrucción para interpretar lostextos que explican la condición humana (que paraempezar nunca son un reflejo del mundo) y sugiere

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que todo texto conlleva ambigüedad y que por tan-to, es imposible elaborar una interpretación finaldel mismo. Es importante recalcar que para el pos-moderno (fundamentalmente para el postestuctura-lista) no existe una vía objetiva para evaluar juiciosde valor, verdad o realidad. Para Derrida siempreexisten interpretaciones alternativas a un hecho y nohay ninguna manera de evaluar la validez de cadauna de ellas. Se trata de reventar los cimientos delracionalismo (existe una realidad externa al sujetoque es aproximable mediante un método de análisisdiscriminador) y sustituirlo por un paisaje de multi-plicidad de interpretaciones que conviven con unmismo estatus. En definitiva, el postestucturalismorechaza la existencia de verdades absolutas o hechosacerca del mundo (Derrida 1983). Foucault (1970)va más allá al decir que la ciencia es un mito quedebe ser superado. La ley de la gravedad y el mitode Ícaro sobreviven al mismo nivel de legitimidadacadémica.

Esto enlaza con el argumento de Víctor Fernán-dez que manifiesta que los constructivistas no nie-gan la realidad y que si esta “acusación fuera ciertano habría más que ver a quién acuden los construc-tivistas cuando están enfermos para poner a pruebala solidez de sus creencias” (galeno versus curande-ro). Dando la vuelta al argumento anterior, los cons-tructivistas que prefieren el médico al curandero(como el que enfrentado a una escotilla a 10.000 m.de altura se decanta por Newton en vez de Ícaro) es-tán ejerciendo un acto de incoherencia (ya que estánsiendo realistas racionales), puesto que en sus de-claraciones epistemológicas manifiestan que ambasopciones son igual de válidas. A lo mejor, lo que ne-cesitan los constructivistas es un golpe de realidadpara darse cuenta de sus convicciones. Y si no quealguien me explique cómo se pueden hacer seme-jante tipo de manifestaciones en el púlpito académi-co como las recogidas en el párrafo anterior y de-cantarse en la praxis por las mismas opciones queun realista. A esto es a lo que se refiere Bunge(2006) cuando dice que el anti-realismo es sólo unjuego académico, que en la práctica ningún anti-realista se comporta como tal. Como ejemplo de di-cha contradicción y grado de paroxismo irracionalpermítaseme citar el caso de Foucault. En vida, di-cho teórico, en gesto coherente con sus principios,manifestó que el SIDA era un constructo social ge-nerado por determinados estamentos para imponerun tipo de moral social concreto. La ironía quisoque dicho intelectual muriese de esta enfermedad,

por lo cual sus seguidores postestucturalistas se en-cuentran ante la siguiente disyuntiva: ¿murió sugurú de un proceso viral fácilmente identificablemediante el microscopio y la analítica bioquímicao falleció de un constructo social?

Mi estimado colega Fernández tiene razón alafirmar que la ciencia es lo que hacen los científi-cos, pero en un sentido distinto. Los científicos, esdecir, aquellos profesionales que obtienen conoci-miento que se traduce en predicciones de procesos,y medios para modificarlos, han aportado un resul-tado empírico y práctico del conocimiento de la rea-lidad. Para ellos, el cuestionamiento de la existen-cia de la realidad no es ni siquiera concebible condesconexiones esenciales en el hipotálamo. Ellosconocen parte de la realidad y la manipulan diaria-mente para darnos curas frente a enfermedades (queexisten realmente y obedecen a procesos que cuan-do se comprenden sirven para conseguir antídotos)como hacen los bioquímicos y médicos con la de-tección de disfunciones orgánicas y la creación demedicinas nuevas; para diseñar la mayor parte dela tecnología que sirve desde para desplazarse a laLuna y estudiar Marte, pasando por sostener avio-nes en el aire, hasta el diseño de chips y microcon-ductores de nuestros ordenadores o nuestras televi-siones de plasma, como hacen los físicos y sus téc-nicos, los ingenieros; para estudiar el universo ypredecir eclipses como hacen los astrónomos; paradescubrir depósitos de petróleo en el subsuelo y re-construir la historia geológica de la tierra como ha-cen los geólogos, etc. Es decir, la mayor parte de sutrabajo consiste en descubrir trozos de realidad quepermiten mejorar nuestro conocimiento de la mismay de paso nuestra calidad de vida. Como apunta micolega Vega Toscano (com. pers.) uno cuando va alfacultativo no le pregunta si su posicionamiento teó-rico es estructuralista, dialéctico o hermenéutico yaque su diagnóstico no depende de otra cosa que lapuesta en práctica del método científico que com-parte con otros científicos como los mencionados yuna larga lista de otros.

Bajo ninguna consideración comparto la aseve-ración de Fernández de que “tanto el realismo co-mo el constructivismo teóricos son en esencia acti-tudes metafísicas”. El texto de Hernando distinguecon claridad desde una postura posprocesual queese no es el caso. Esto resulta tan sacado de quiciocomo decir que el destino y el libre albedrío son enesencia lo mismo. Para empezar, la metafísica (esdecir lo que está más allá de la física) se diferencia

¿Qué clase de ciencia es la arqueología?

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de la Physis en que ésta última es abordable de ma-nera empírica y mediante contrastación. La metafí-sica es por esencia construida por el pensamientohumano. Para Aristóteles era el estudio del alma yla personalidad humanas. Su Metafísica era la con-tinuación de su Física (es decir el mundo de lo ob-servable). Si hay algo en lo que el realismo se hademarcado bien claramente de otros paradigmas esen declararse en las antípodas de la metafísica y res-tringirse a aquello que sólo es físico. Un construc-tivista podría argumentar con más o menos éxito sihabía un reino judaico en Palestina en el siglo X a.C. Un realista diría que salvo que el reino judaicotuviese alguna expresión física fácilmente identifi-cable dicha cuestión queda fuera del rango de pre-guntas que puede abordar de manera eficaz. Fernán-dez se pregunta que “cómo podemos saber si lo quedecimos es una copia de la realidad o una imageninventada aunque eficaz de la misma”; pues bien, elrealismo nos dice primero que jamás podremos es-tar seguros de copiar la realidad, pero si somos ca-paces de obtener una imagen eficaz de la mismasignifica que estamos mucho más cerca de la reali-dad que en aquellos casos donde producimos copiasineficaces. Para distinguir unas de otras existen loscriterios de demarcación. El intento de perseguircopias eficaces de la realidad distingue al realistadel constructivista que piensa que ambos tipos decopias son igual de válidos.

Una arqueología “moderna posmoderna” seríapues una quimera conceptualmente inviable debidoa que cada una de las premisas de posturas tan radi-calmente diferentes reventaría en su confrontacióncon su equivalente en la teoría opuesta. Y una ar-queología concebida como una “’historia del presen-te’, con el corolario de que nuestra actividad cien-tífica no sólo satisface cierta curiosidad sobre el pa-sado sino que es políticamente eficaz ahora mismo”se convierte en un discurso que nada tiene que vercon la ciencia (ya que no estudia el pasado real, talcual fue; y lo que más me preocupa es que éste pa-rece no interesarle) y que conlleva el riesgo de utili-zar una realidad distorsionada para justificar unaagenda política. Esto a mi juicio es éticamente recha-zable. El pasado no está para justificar como nos gus-taría que fuera el presente sino para comprenderlo.

Los posprocesualistas tendrían más éxito en susaseveraciones si argumentaran que la arqueologíaen particular no puede ser considerada como unaciencia objetiva en vez de intentar deconstruir laciencia en general y negar de paso la existencia de

la realidad. Esto último es epistemológica y lógica-mente (sensu stricto) indefendible. Lo primero sísería mucho más justificable, dado el carácter noconstrastable de la arqueología como disciplina his-tórica de conductas y culturas humanas y no de pro-cesos físicos (y por lo tanto, sometibles a leyes) co-mo es, por ejemplo, la geología. Sin embargo, laimplicación última de esta aseveración sería que noexiste una sola arqueología (o esfera de conocimien-to dentro de la misma), sino muchas y que algunasde ellas si serían abordables desde un punto de vis-ta científico, como es el caso que pretendía justifi-car con determinadas corrientes en el Paleolítico.Esas aproximaciones no son exclusivas del Paleo-lítico. Un vistazo a Journal of Archaeological Scien-ce nos muestra su abrumadora presencia en muchasde las preguntas que se hacen en ámbitos protohis-tóricos e incluso históricos. Sólo basta con acotar elrango de preguntas que se formulen y que el proce-so de su estudio siga la aplicación de los principiosbásicos del método científico. El que existan esasarqueologías no niega la validez de algunas aseve-raciones posprocesuales sino que las reafirman alotorgar al arqueólogo la posibilidad de elección. Elfundamentalismo anti-procesual niega esa posibili-dad de libertad. El posicionamiento neo-procesualdel presente artículo la reafirma. Podemos elegirparadigma en función de las preguntas que quera-mos responder o de cómo queramos responderlas.Un ejercicio de coherencia que sigue a esa elecciónes asumir que nuestra decisión puede conllevar res-paldo científico y epistemológico o todo lo contrario.

Los posprocesuales, al igual que los sofistas enla Antigua Grecia, dominan la retórica. Los sofistasabandonaron la ciencia, la filosofía, las matemáti-cas y la ética y las suplantaron por la persuasión, di-fundiéndola de manera peripatética. Dicha retóricales servía para defender cualquier postura, indistin-tamente de que fuera correcta o incorrecta. Platónen El Sofista les conceptualizaba no como buscado-res de la verdad sino como buscadores de riqueza.Muchos posprocesuales igualmente no buscan laverdad. Defienden con idéntico ahínco posturasepistemológicamente correctas e incorrectas. Sonlos sofistas del siglo XXI.

En la película “Indiana Jones y la última cruza-da” se veía en una de las secuencias finales a India-na teniendo que dar un salto de fe para salvar elabismo bajo sus pies. Pues bien, si hubiera caído seencontraría que el fondo de ese abismo está llenode arqueólogos posprocesuales.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Harverster, Londres: 271-276.FOUCAULT, M. (1970): Arqueología del saber. Ed. Siglo XXI, México.MORO ABADÍA, O. (2007): Filosofía de la ciencia y arqueología: el caso de la arqueología anglosajona. Complutum,

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NOTAS

1. No es una lectura subjetiva sino literal de sus argumentos cuando manifiesta que hay que renunciar “a la verdad, la cohe-rencia, la inducción o la deducción. Desde hace tiempo la disciplina se ha convertido en una multiplicidad donde tienen cabi-da enfoques tan distintos como la sociología, el constructivismo, la historia o el relativismo” (Moro 2007: 21)

2. De ahí que la propuesta de una arqueología “moderna posmoderna” resulte un sinsentido ya que ambos conceptos nuncapueden ir conceptualmente juntos puesto que sus premisas principales son auto-excluyentes.

AGRADECIMIENTOS

Deseo expresar mi sincero agradecimiento a mis colegas Víctor M. Fernández, Almudena Hernando y Oscar Moro por elhonesto intercambio de opiniones. Al primero va un especial reconocimiento por haber sido el artífice de esta sección espe-cial de debate, y principal promotor de esta iniciativa.

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