la Üac&, DiraccUn General de 1s ~oordi&cibn de Co<npllrcMn Y swMl&& ds T&, m.

i S 7 p . - . N á o a o s y ~ d s l W M b h ~ : 2 I

~ ~ : o c b * b r s 2 0 0 6 D . R . O ~ C m b & ~ d s l a ~ A v . k a 6 y . N P h o ~ ~ , 2 C.P. mom. wwm, D.F.

Suprema Corte de Justicia de t Nación

Procesos "judiciatwn de la lndepen&>cia ., mexicana

2

SUPREMA CORTf DE NBTICIA DE LA N A C I ~ N

Ministro M.nino Azuela OúiIrón PnsIdente

Primera Sala

Ministro Joré asmón Coeslo Dlaz Pmidcnte

Ministro J d de J& Oudiiio Pclayo Ministra O l e SInchez Cordero de Ovcla Villcges

Ministro Juan N. Sflvci M o n Ministro S q i o A. Valls Henúndcz

MmismmugriaB&hizZriluRMW Ruido,&

Mintsím SQOio Wvedor Aguirre Angulano hadufQJamM.zRoaiao

Minism Ooauo W d Cióngore Pimcntcl Ministro Guillamo 1. Ortb Meyegoitie

Ministro Mariano Azuela Giiitrbn Ministra Margarita Beatriz Luna Ramos

Ministra Oiga Sinchez Cordero de Garcia Villegas

ComitC Editorial

Lic. L.uni V&ia Camwbbo Sqdv i s D~WOWO c r n d de mwr6>1

Mho. Ctau de Jesús Molioi So(.u: Dlnctw Onrml de CM de la C~<IIM J ~ ~ l d f c .

Y GMiw H&16~icos

h. Silnda c- Wán! Dirnlw de AnUliii S I-n;rra& H&t&ko Doountd

Contenido

1. Miguel Hidalgo y Costa La caza del Zorro .......................................... rq

11. José María Modos y Pav6n. La caza del Siervo ......................................... 51

111. Servando Teresa de Mier. El arte de la fugaiste y escritor ................... 81

7

8 Ep"odi01 y Pmowjrr del P o d r r ~ i c i r r l d e /u Federación

IV. Xavier Mina. ........................ De Vincennes al Venadito 109

V. Agustin de Iturbide. .......................... Emperador de las moscas 141

VI. Vicente Guerrero. ........................ Traición y juicio de Estado 167

VII. Conclusiones: del Antiguo Régimen a la

................................... revolución justiciera 195

Presentación

Como bien lo seiíalan los autores este trabajo

analiza algunos asuntos ocurridos durante la

guerra por la Independencia de México y aiios

subsecuentes, esto nos permite acrecentar

nuestro conocimiento por mecanismos pro-

pios de la justicia de aqueiia época y lo que

sucedía cuando se enfrentaban procesos ju-

risdicciondes que hoy resultan además muy

significativos.

Es :fe todos conocido el "proceso inde- H en dentista" desde su vertiente social, política y hasta jurídica, pero faltaba un trabajo como el presente, que nos mostrara de manera sintética y sencilla la vertiente jurisdiccional.

Presentamos así, este estudio, con el anhelo de que logre difundir de manera más puntual el interés por temas históricos que per- mitan acercamos al conocimiento de nuestras instituciones y de lagénesis de nuestra nación.

Comitb & PubIicacionu y Promoci6n Educativa dc h Suprema Corte dcjksticia de la Naci6n

Ministro Marirnao Azuela Güitrón Ministra M a r p i t a Beatriz Luna Ramos

Ministra Oljp Sánchez Cordero de García Vdiejps

El presente trabajo se hace cargo de seis importantes procedimientos de corte en mayor o menor grado cercano a lo junsdic- cional, acaecidos durante la guerra de la Independencia de México y sus secuelas (1810- 1831). Hemos procurado resefiar en él las causas de tipo penal que enfrentaron los personajes que en algún momento estwiemn al frente de la lucha por la emancipación: Hidalgo, Morelos, Mina, Iturbide y Guerrero.

En el caso de ese célebre tránsfuga que fue el padre Mier, su inclusión atiende no sólo a sus convicciones independentistas sino muy mar- cadamente a su notable capacidad para caer en manos de la justicia y para enfrentar pro- cesos jurisdiccionales de apasionante e ilustra- tiva configuración.

En sus primeros y temblorosos pasos, la nación mexicana testimonió muchas causas jurídicas dignas de anílisis. Tenemos desde luego la que enfrentó el virrey Iturrigaray en el fundacional afio de 1808, misma que generó a buen seguro la extra& muerte del síndico Francisco Primo de Verdad en las húmedas crujías del a ~ ~ ~ b & p a d o mericano. Si las cau- sas de los capitanes A&& y Aldama se

hallaron estrechamente vinculadas a la que se siguió ai padre Hidalgo, no puede decirse lo mismo de la que correspondió a Mariano Aba- solo quien, como el próeervenemlano Francisco de Miranda, arrostraría cárcel en el consti- tucional puerto de Cádiz, último reducto de la Espafia que resistía a Napoleón. Por su parte, los procesos seguidos a otra figura insur- gente de primera categoría, que incluso llegó a estar ai frente del movimiento novohispano (nos referimos al abogado michoacano Ignacio López Rayón) presentan la mácuía (cuando me- nos desde el punto de vista del interes nove- lesco) de haber temiinado en indulto concedido por la autoridad metropolitana. La generosi- dad de don Nicolás Bravo al perdonar la vida a un grupo de prisioneros realistas poco des-

B E blloteca R E V O L U C I O N

pués de haberse enterado de que las armas del Rey habían arrancado la vida a su padre es un gesto sobrehumano que, por tanto, poco se corresponde con el sentido mundano de la justicia. El memorial que el cura de Gua- najuato Antonio Lavarrieta escribió para de- nunciar ai virrey las arbitrariedades cometidas por el comandante del Bajío, Agustín de Inubide, permite contemplar las ambivaien- cias del futuro libertador en su etapa realista, pero ofrece menor interés que el "proceso" que le costó la vida aí autor del Plan de Iguala, y del cual habremos de ocuparnos profusa- mente. Más aún, el autoproceso que se infliogió el generai Manuel Mier y Terán para conde- narse a morir sobre la tumba & Imbide en Padiila, T-uiipas, poco después de darse

cuenta de que nada podría hacer para evitar la pérdida de Texas, tiene más que ver con procesos de naturaleza psicológica que con pro- cedimientos interesantes para los cultores del Derecho procesal. A otro íigurón de indudable relevancia durante el período, el virrey Félix María Calleja, se le dispensó del juicio de re- sidencia por considerar la Corona que había servido con notable diligencia a los intereses espaiíoles. Tal decisión nos privó de un anprrc do- cumental que habría permitido explicar más de uno de los aspectos de laguerra abierta en 1810.

Creemos, en suma, que más allá de la multitud de causas que podrían resultar de interés, los seis casos que hemos de analizar permitirán dar cabal cuenta de un periodo que

fue todo menos inocuo para la Historia judi- cial mexicana, y que se halló Ueno de otros múltiples ejemplares que permiten caracteri- zar auna época turbulenta en la que la justicia constituyó frecuente moneda de cambio en- tre las facciones contendientes o, en el peor de los casos, pretexto para el desahogo violen- to de frustraciones y envidias que representa- ron un &o costo para el país. La etapa que reseñamos fue 6poca de saagritntas guerras civiies. De ello debe estar muy consciente el lector si no quiere caer en anacronismos y buscar una justicia jurisdiccional en donde no había sino odio fratricida y ambiciones incon- fesables. Conviene advertir. en consecuencia, que estamos ante tiempo$ de eaaas judiciales o extra-judiciahs que en la mayoría de los

casos no terminaron en decisiones justas. Judicialismo injusto, si se nos permite la expre- sión. No otra cosa constituye la divisa del Antiguo Régimen que por entonces, y merced en buena medida a los trabajos de nuestros en- causados, estaba llegando a su fin.

I. Miguel Hia%&o y Costilla. La caza del zowo

Un ministro del Dios de Capaz, un sacerdote de Jesucristo, un pastor & almas, el cura & Dolores, don Miguel Hidalgo ... levantó el estandmte & Ca rebelión y encendió Ca tea & Ca &cordia y amguún Así escribió Manuel Abad y Queipo, encar- gado por entonces de la diócesis de Mi- choacár., en el edicto por el cual excomulgó a los jefes insurgentes apenas ocho días después del levantamiento independentista. Si bien a los demás destinatarios de la excomunión

poco habría de preocuparles la acción del obispo michoacano, la profunda religiosidad de Hidalgo quedó a prueba merced al terrible edicto y no puede descartarse que la determi- nación episcopal haya influido en la vacilante trayectoria militar delpadre de lapatria.

Luego del levantamiento del 16 de septiembre de 1810, que tan exitoso pareciera a los ojos de todo mundo, vendrían las derrotas en Aculco y Puente de Calderón y la captura de los principales jefes de la insurgencia cuando iban hacia el Septentrión en busca de nuevos pertrechos para continuar la lucha recién iniciada.

El primen, de marzo de 3811, Hidalgo e Ignacio Allende, jcfcJ no>ndm<iosspor la *

mexicanapara dcfendkr w &recbos, rechazaron el indulto que les ofrecía el virrey Francisco Xavier Venegas, recordándole que "el indulto, seíior excelentísimo es para los criminales, no para los defensores de la patria; y menos, para los que son superiores en fuerzas". Les que- daba clara su precaria situación, pero en un intento por lograr una mejor posición para ne- gociar amenazaron con el exterminio de todos los europeos y aftrmaron que conseguirían la derrota total de su azote, el general Calleja, en el primer encuentro. Estaban en Saltillo, a punto de salir nimbo a Estados Unidos a con- seguir armas y dinero; solos y quizá desespe- rados, pero concientes del momento histórico pues, como contestaron al virrey, "toda la nación está en fermenton.

La captura de los rebeldes se verificaría, casualidad histórica, por una traición. Habien- do sido convencido Ignacio Elizondo de fingir estar del fado de los insurgentes, se comunicó con Allende. Entre sus acciones figuró la simu- lada captura de la* de Mondova y la ofreció como protección para los viajeros. El fatigoso viaje seguramente pesó en los jefes itinerantes para aceptar sin sospecha el ofrecimiento. Fue el zr de marzo de 18x1 cuando se efectuó la captura en las norias de Acatita de Baján, lugar al que 11epjvon los carruajes que transportaban a los cansados peregrhtos. Las tropas de Eli- zondo parccian darles la bmeiivenida, pero al abrirse las pottezuelas se encontraron con el traidor que ~ i s t o h ea -o ios detenía y entregaba ~ i o d s o i ~ ~ ~ Aiknde opuso

resistencia. El último en caer prisionero fue Hidalgo. Así se realizaba la captura de los principales jefes insurgentes y se iniciaba el periplo que culminaría con la condena de todos ellos.

Los prisioneros fueron trasladados a Chihuahua, capital de las Provincias internas de Occidente, donde se les sometió a juicio militar. Los procesos fueron rápidos en la ma- yoría de los casos y concluyeron todos en fusi- lamientos, con las únicas excepciones de las sentencias contra los mariscales Mariano Aba- solo y Pedro Aranda, quienes fueron conde- nados a =presidio uitramarho con confiscación": prisión perpetua en España. Mariano Hidalgo, hermano de Miguel, fue uno de los primeros

fusilados por la espalda. En los procesos de Allende, AIdama y Jiménez, se les condenó a ser "pasados por ias armas, por las espadas, en se6d de afreqta e ignominia; que sus cabe- zas sean llevadas a un sitio que se detesmine para satisfacción de los pueblos escandaliza- dos y escarmiento de los d a d o s y que sus hijos, si tuviereg, infamados e incapaces de honra alguna". El. 26 de junio de 18x1 se cum- pliría la sentencia; en la plaza de la ciudad de Chihuahua los tres jefes insurgentes fueron fusilados y decapitados.

C a h así los principales jefes de la re- vuelta s q p t e m h sob quedaba Hidalgo, quien a- &4 &ps&c*dtar debió enfrencr un poc~so ed-tieo por su caü-

dad de sacerdote. Este último proceso tam- bién se desenvolvió en Chihuahua.

Sería hasta casi un mes y medio después de su captura cuando iniciaría el proceso con- tra Hidalgo. El seis de mayo Angel Abeh sería notificado de que el Comandante General de las Provincias Internas, Nemesio Salcedo, le otorgaba comisión para practicar las diligen- cias y declaraciones a Hidalgo, Allende, Jimé- nez y Aldama, mismas que inicim'an al día si- guiente "para adelantar todo lo posible y según lo exigen las circunstancias la formación de las brwes sumarias que corresponden contra los reos cabezas de la insurrección".

El siete de mayo de 1811 al rendir su pri- mera declaración, siendo interrogado sobre la

causa de su prisi6n y el cericter con que actua- ba entre lo, iaiiwgentcs, Hibfgo sefiaia que aunque no K le ha dicho cuái es la causa de su prisión, Npone que a el tratnr de indepen- dizar el reino. Causa nada menor. En el mo- mento de ni dypndoción dirá que la sentencia que se le ha leido era demasiado severa, "sin más dclito que hnber querido hacer indepen- diente ata América de EspaW. Ante Abel4 Hidalgo no vada al sefWIu qoe tuvo el carác- ter de Cqitdn Gaurpl confaido por el ejCr- cito goe b KgpL, hasta aro, donde h 0ficiPüdd k GOR@~, cl Generaiísimo 'Y todo el m;rnbi poutico roprin>", ambos con el t r a t s n b t o & que después se c o n v ~ ea el & Aiwm que nlgunos em- p1-- & &rentrimi. En

ia relación de individuos aprehendidos v a - recerían Hidaigo con el cPrlcter de 'Ek Gene- raüsimo &"; Allende aparecería como Cllun- lizrao, MnniPno Jidnez como GpUu Gawl y Aldama como Tmimtr G t d .

En el interrogatorio al que le sometió &el Abelia, Hidplgo sehPlnría que 61 y don igucio Allende heron los primeros y prin- cipales nrotwu de ia rcvoluci6n, advirtiendo que si bien con 111tícípaci6n había plitiado con Allende wbre ti enuncipación, lo había h& sin otro obj jo que el despuro diilcuno", pues apcr~rdequceMPbnCoovmnQdehutüibd &LudepcodcociPumurr,pendenmuenpro- )'CCW0lguaq8<fiCcnaridCdmllpuEioAlLadc que siempre e s d a propenco a hf«low.

Una respuesta bastante forzada ante la presuntadeterrni~~1:i6n mostrada por el cura de Dolores, aquel 16 de septiembre de 18x0, al decirles a AUendc y bldama "seriores, somos perdidos, aquí ao hay más =medio que ir a coger gachupines". La historia registra que fue el carácter mosuado por el sacerdote lo que le convirti6 en el cai1dülo müitar del movimien- to. Ante AbeUa üega a decir que su marcha hacia Esudar Unidos había tenido como an- tecedente lr emhiaaii de w i m e , por parte de Aiíende y~zpfe$, para ceder el mando en el propiatAika<k, y la.oid~a de que se le ma-

Hidalgo confiesa la participación de di- versos personajes en la insurrección, pero evita comprometer a otros. Preguntado por AbeUa sobre "quienes los han fomentado, con dinero, consejos, arbitrios, esperanzas o de cualquier manera", el sacerdote seiíala algunos de los que le ayudaron, unos cuantos de los cuales las au- toridades virreinales ya tienen noticias, con- cluyendo con la afirmación de que tuvo dentro ni fuera del reino, conexiones ni rela- ciones algunas por escrito ni de palabra ni por interpuestas personas antes ni después de la in- surrección, ni sabe que antes o ni después ias haya tenido Allende y los demás que suce- sivamente se fueron agregando en calidad de principales cabos de la insurrecciónw.

Esta dcciaración en el sesitido rfe que no sucedió nada "anoes de dar el grito", sirve para destacar 1av~r i ;de Hidalgo pues, coma sr asentaría en los autos del proceso niiiitar. "EII ioclinwióa? ala índcpcridcncia fue lo que le abligd a decidirse con tanta iigcrem o Iiáme- se fr~nesf''. Afirma el caudillo que luego dd inicio de la insurrwdón nu hubo posibilidad de toinar medidas considerando la facilidad con que los pueblos los srgufan, además de que con s ~ l o enviar comiyioaadw se &tenía ctt apoyo de los militares por donde viera que iban.

Hfd&o acepta cn'el interrogatorio haber lnantadn cjtstit&, ktncado y hrcho frente c u a & ~ ~ ~ d s & & rep;arañpao moneda en Zacatoca8; áblicaiocafiaws, annas o mw-

niciones, nombrado generales y otros ofi- ciales, tomado de las cajas reales los caudales que se hallaron y varias cantidades de las iglesias catedrales de Valiadolid y Guadalajara, depuesto las autoridades establecidas si no seguían su partido, dado y quitado empleos de todas clases, y "en cuanto a los enviados a po- tencias extranjeras el que declara en unión de Allende despacharon a un don N. Letona, natural de Guatemala, a los Estados Unidos a solicitar su alianza y armas, con poderes am- plios y expresos de ofrecerles el libre comercio y no tiene presente qué otra cosa se les ofre- cían, ignorando si llegó a su destino, aunque se rumoraba que había muerto en el camino.

El siguiente nueve de mayo Ángel ~ b e h indaga las razones que Hidaigo y sus partida-

rios tenían "para calificar al gobierno espafiol de tiránico y despótico, que ha tenido escla- vizada la América por trescientos d o s y a 10s espafioles europeos de tiranos y déspotas, usureros, ambiciosos, enemigos de la felicidad de la América, impíos, traidores, libertinos, vilipendiadores del sacerdocio, asesinos de la religión, del rey y de la patria, que han califi- cado a los americanos de indignos de toda distinción y honor: que teníanvendido el reino a una nación extranjera: tan pronto a los fran- ceses: tan pronto alos ingleses ya sospechosos de que podían venderlo''. El cura de Dolores "10 responde que aunquese reconoce acreedor a la pena correspondiente a los dictenos e*- S ~ S por h h r sido et motor de la insurrec- ción "n<r se considera obligdo a justificarse

de los que no ha producido él mismon, y que los que aparecen en las proclamas y otros publicados de su orden llevan "el objeto de uis- pirar el odio contra el gobierno, no porque tuviese para ello un racional fundamental, sino porque le era necesario para sostener la em- presa a que se había decidido con ligereza".

Llama la atención la percepción que tiene de las obligaciones del ciuda- dano. Cuando Abella le increpa sobre quién le hizo "juez competente de la defensa del rei- no" y sobre qué h e lo que le impelió a arro-

jarse a la empresa militar cuyos "trámites, éxito y consecuencia le era imposible prever ni dominar", Hidalgo contesta con una sim- plicidad enorme: "el derecho que tiene todo

ciudadano cuando cree la Patria en riesgo de perderse". El padre de la Patria justifica así la inmortalidad de su denominación. La Patria está en peligro, luego hay que defenderla. Como lo escribirán los futuros constituyentes mexicanos, esta defensa es obligacián pero por encima de tado es un derecho de los ciudada- nos. Las indagaciones del juicio militar rebo- zan este sentimiento patriótico: Hidalgo se arrepintid de las muertes, de los robos, de los destrozos, pero no de la lucha por la inde- pendencia. Y si en el proceso canónico se le o b l l g d a retractarse de todo lo realizado, ello no &6 para elevarle al altar de los pa- triotas, curo recuerdo swía homenajeado perennemente en Is. nachtexmcl6n.

En las declaraciones de Hidalgo, exten- sas y extenuantes, muchas cuestiones pare- cen contradictorias. La aceptación de que la intención de la insurrección era la de poner el reino a disposición de Fernando VII, una vez concluido su cautiveno, no concuerda con su idea de poner en independencia al reino, como manifestó en su primer declaración. Incluso llega a pedir se haga saber su declaración "a todos los americanos ... que es conforme a lo que siente en su corazón, y a lo mucho que desea la felicidad verdadera de sus paisanos", en el sentido de que cualquier plan para inde- pendizar el reino podría concluir "por una absoluta anarquía o por un igual despotismo" y que 's61o por una especie de ceguedadn pudo pensar en actuar como lo hizon. Abeiia logra

T e caademás pue es imposible justi- y cosciliar la insurrección, el actuar del c w =con la doctriika &l Evangelio y con su estado"; Hiddga teminará pidiendo per- dón al Santo 'Bbunal de la Fe, al sefior viney y demás autoridades y a los pueblos "por el mal ejemplo que les ha dado".

Sería Rahel Bracho el auditor encar- gado de elaborar el díctamen sobre el e v - diente seguido a Hiaplgo. El conjunto de actu&mle Seria &tida el 28 de junio orden eq,.ma de~Ncmesia Sailcedo, coman- dante g e n d

sos homicidios; que debe morir por ello; con- fiscársele sus bienes, conforme a las resolucio- nes expresadas; y que sus proclamas y papeles seductivos deben ser dados al fuego, pública, e ignominiosamente". El dictamen, firmado en los primeros días de julio, sugiere final- mente que el cura de Dolores sea pasado por las armas en la misma prisión donde se en- cuentra "o en otro semejante lugar o propó- sito, y que después se manifieste al público, para satisfacción de los escándalos que ha recibido por su causan.

Hidalgo es delincuente atrocísimo, dife Bracho, "que asombran sus enormes maidada y que es difícil que nazca monstruo igud a 61"; es indigno, pues, de cualpuiri forisidmicióa

para su ;persona, "pero es ministro del Altí- simo, marcado con el indeleble carácter de sa- cerdote de la Ley de Gracia", por lo cual antes de su ejecución debe procederse a su degrada- ción y a la entrega que haga un juez eclesiás- tico. El juez elegido r será > . Francisco Fernández Valentín, quien por escrito de 6 de julio de- clara a Salcedo 'que n; se puede proceder a la imposición de la pena capital que consulta ... sin que ... piecedá'h degr&&i6n y libre entre- ga del reo por fa j&isdicción eclesiástica; entendi&dose'htfe&sti;m sentido latow, pero agrega su indisposirrii para participar

. . ., en la detemMwi6n-dci caso, pues considera que se tMta de u n ' * ~ ! & m ~ e n su especie, jamás vista es &mW&+t& menos yo no tengo ~ - - & muy trascen- den ths i r s :

El obispo de Durango, Francisco Ga- bnel Olivares, por oficio de 18 de julio, le con- fiere a Fernández Valentin las facultades necesarias para realizar la mencionada degra- dación, pidiéndole "no detenga por más tiem- po la aplicacibn de él ... proceda Vm. a la de- gradación verbal de D. Miguel Hidalgo, cura que fue de Dolores, por una formal sentencia, y después a la real, procurando en lo que le permite su representación conformarse en cuanto a estos actos, y a la forma, lugar y hora en que hayan de ejecutarse, con lo dispuesto en el pontifical romano en su respectivo lugarn.

El comisionado Fernández Vdentín llevo a cabo el acto de degradaaóa, en ríia de h g e l Abeila y deJosé S&, 'M

presencia de autoridades, venerable clero y religioso del convento de San Francisco, y per- sonas de séquito del comandante general". Hidalgo, conducido ante la comitiva desde SU

calabozo, "salió con un garbo y entereza que admiró a todos los concurrentes, se presentó y arrodilló orando con cristiana devoción al frente del altar que estaba al lado derecho de la puerta de la botica. De allí con humildad se

fue donde estaba el juez eclesiástico".

Durante el acto de degradación se le registra y encuentra "en el pecho llena de sudor la soberana imagen de nuestra senora de Guadalupe, la cual está bordada de seda sobre pergaminon. Hidalgo dice, al quitársele la imagen: "Esta seiiora, Madre de Dios, ha sido

la que he llevado de escudo en mi bandera, que marchaba delante de mis huestes, en las jornadas de Aculco y Guanajuato, y es mi vo- luntad sea llevada al convento de las Teresitas de Querétaro donde fue hecha por las vene- rables madres, quienes me la dieron en mi santo en 1807". No es su único deseo. Ente- rado de que iba a morir, "sólo encargaba que no se le cortara la cabeza". Luego de estas pala- bras, el juez eclesiástico procedió al acto de degradación "arranc6ndole las vestiduras sacerdotales, aplicando el anatema formidable de la santa Iglesia, para que fuese entregado al juez militar y ejecutar la sentencia". Iba junto con la certificación, enviada al obispo de Durango, 'agregando y pegándola al fin de la presente la apreciada Virgen de Guadalupe".

Quedaba despejado el camino pacc el cumpiimiento de la sentencia militax. Conviene seiiaiar que el tribunal clericai no concluirá con una sentencia contra Hidalgo, pues en marzo de 1813 el fiscal juzgará 'que no resultan méritos bastantes para absolver su memonaY fama, ni tampoco para condenarla, por com- tar.. . que antes de ir al cadalso se confesó generaimente, y reconcm varias veces", deci- sión que ha sido interpretada como producto de un desacuerdo entre 10s jueces de la causa.

El mismo 59 de i d o , ' '~ediatamente después de haber sido solemnemente degra- dado y entregado a la jurisdicción real", le serfa comunicada a Hidaigo la sentencia de muerte. Ángel Abella le hizo ponerse de rodillas Y le

notificó el auto pronunciado por Nemesio Salcedo -un militar y no un juez-, de conformi- dad con lo pedido por Rafael Bracho. El auto de 26 de julio le condenó "a ser pasado por las armas, y a la confiscación de sus bienes". Se- guidamente Abella manda traer un confesor " a fin de que le preparase a morir cristiana- mente". A Hidalgo le quedan escasas horas de vida.

Los últimos momentos del padre de la Patria aparecen registrados con toda crudeza, y -suponemos- fidelidad, en el relato de Pedro Armendáriz, quien fue el encargado del fusi- lamiento. Llevado en compañía de algunos sacerdotes, doce soldados y el mencionado Armendáriz, se le condujo a un rincón del

corral del hospital "donde le esperaba el espan- toso banquillo"; luego de ser atado con "dos portafusiles de los moileros, y con una venda de los ojos contra el palo", esperó las descargas con un crucifijo entre ambas manos.

Catorce balas fueron necesarias para poner fin a la vida del hombre y dar inicio al mito. Pareció que a la hora de ejecutar la sen- tencia estaba presente la opinión de Rafael Bracho de que la vindicta pública no se vería satisfecha ni aún "no sería bastante destrozar su cuerpo a la cola de aiatro brutos, sacarle el. corazón por las espaldas o aplicarle otro exquedito Cric) cruel género de muerte, de los conocidos; aun que desusados por defecto de criminosos de tan gran t-O". Para crueldad

la de su ejecución: destrozado e1 estómago, la espalda y uno de sus brazos por las tres descargas de fusilamiento, hubo necesidad de dos tiros más en el corazón para quitarle del sufrimiento y la vida. Luego de su ejecución se expuso su cuerpo en la plazaUpara que lo viera el públicon; posteriormente se le cortaría la cabeza que, enviada a Guanajuato junto con las de Allende, Aldama y Jiménez, se expon- dría en la alhóndiga de Granaditas.

Arenga de Miguel Hid*

Relata Armendáriz que, lejos de sen- tirse satisfecho como presumió Bracho en su dictamen, e1 público en aquella ciudad de Chihuahua, al pasar frente a su cuerpo puesto a la entrada del hospital, "cuasi en lo general lloraba, aunque sorbiéndose las lágrimas". El cura de cincuenta y siete afios, convertido en caudillo militar aquel iniciático 16 de septiem- bre, en seis meses obtuvo la gloria suficiente para permanecer en la memoria nacional. Las instrucciones dadas a Morelos para levantar el Sur serían la simiente que florecería en la independencia que llevarían al cabo Iturbide y Guerrero diez arios después.

'Mundum", dc M i l Hidalgo

11. José Muriu Morelos y Pavón. La caza del Siervo

El general MoreIos encararía, luego de su aprehensión a finales del sombrío 1815, la denominada jurisdicción unida -eclesiástica y civil-, así como la militar y la del Santo Ofrcio. A pesar de que el virrey Calleja pretendió apfi- carle un juicio sumario ante consejo de guerra, con base en el Bando del 25 de junio de 1812, y ejecuratlo en el lugar donde había sido cap- turado, al final prevaíeció la opinión del arzo-

bispo de México Pedro José de Fonte en el

sentido de que debía ser trasladado a la capi- tal del reino de la Nueva Espaíia para ser juz-

gado solemnemente por un tribunal especid, mixto, formado por las máximas autoridades de la Iglesia y el Estado. Con ello se buscaba que la captura y ejecución del máximo jefe

insurgente constituyeran un escarmiento pata todos los rebeldes.

Para el efecto se inició la instrucción ante los jueces comisionados; los jueces de

sentencia serían el arzobispo y el virrey en per- sona. Se le acusó de haber hrndado un nuevo Estado nacional y recurrido a las armas pan alcanzar su independencia, o sea, en la termi- nología jurídica espafiola de la época, de cometido el delito de ralta traición* y acn-

menes enormes y atrocesr, figuras sancionadPr con la pena de muerte. El s í de noviembre, apenas concluido el juicio anterior, el tribu- nal del Santo Oficio le abrió causa para juz- garlo por sus ideas filosóficas y politicas y condenarlo como hertje.

El sq de noviembre, mientras el cautivo estaba sujeto al proceso inquisitorid, el Tn- bunal eclesiástico -parte de la Jurisdicción Unida- dictó sentencia de degradación. Dos días después el tribunal del Santo Oficio con- cluyó sus actuaciones y tambiCn dictó senten- cia, en la que condenó al cautivo como reo de herejía. Ese mismo día, por cierto, iafurisdic- ción Unida volvió a ~0nStiniir~e -a pesar de haber dictado sentencia su pute eclesiástica-

para hacer declarar a Morelos sobre asuntos exclusivamente militares, enrre ellos cuál era el territorio dominado por las tropas del nuevo Estado nacional, cómo estaba organizado el ejército popular insurgente que lo salva- guardaba y qué relaciones tenía el gobierno mexicano con otros países del mundo, es- peciaimence con los Estados Unidos. Al día siguiente, 27 de noviembre, a las ocho y me- dia de la maiiana, se uverificaronr, es decir, se

cumplimentaron las dos sentencias dictadar por ambos tribunales -el Eclesiástico y el de1 Santo Oficío-en la capilla del Palacio de Santo Domingo, ante un reducido grupo de nota- bles. Primero, en una solemne e impresionante ceremonia, la Inquisición realizó un auto de fe para declararlo rherejes, y luego la Iglesia

lo *degradó* de su condición de presbítero. Esa misma noche, *después de las doce., el reo degradado y declarado hereje fue sacado de las cárceles secretas de la Inquisición y llevado al cuartel del Real Parque de Artillería, en La Ciudadela, que se convirtió en su nueva cárcel. Del martes 28 al sábado 2 de diciembre se le hizo comparecer ante un tribunal militar, es decir, del Estado. Técnica y jurídicamente, dicho órgano castrense era una prolongación de la Jurisdicción Unida. El tribunal militar fue formado por el virrey a fin de que el dete- nido diera a conocer su participación en la guerra de Independencia, desde que tomó las armas hasta que fue capturado; revelara los nom- bres de sus partidarios ocultos en las ciudades bajo el dominio colonial; expusiera el estado

actual de las fuerzas nacionales; formularaun pían de pacificación, y confesara en qué Iu- gares ocultó el enorme botín acumulado a 10 largo de sus exitosas campaiías.

Apuntados apenas los acaecimientos de la multitud de trámites que le fueron incoados al héroe epónimo de Moretia, conviene pro ceder ahora a analizar el detdle, que es tanto como ocuparse de la "justicia" propia del Anti- guo Régimen, misma que exhibió en el caso del cura michoacano algunas de sus peores miserias. El 22 de noviembre de 18x5, el prec bítem y generai insurgente José María Morelos y Pavón deciar6 en la cárcel de la Inquisición de M¿xico, ante el oidor Miguel Bataller y doctor F é h Flores Alatorre, diputado ede-

siástico, afirmando que era originario de Valla- dolid en el reino de Michoacán, espafiol, de cincuenta años dos meses de edad, y que había sido cura del pueblo de Carácuaro, en el mis- mo obispado vallisoletano. A pregunta expresa en el sentido de si cuando fue aprehendido había hecho resistencia a las tropas regias, contestó que sí -pero creyendo que eran tropas de España y no del rey".

En esta su declaración preliminar se ol- vidó de decir que era poco más que un arriero con algunos estudios, muy exitoso como microempresario, venido a general cautiva- do por la mirada y la fe de su antiguo rector en San Nicolás, el padre Miguel Hidalgo, to- mador de Acapulco y de Oaxaca, militar humi-

ilador del Tamerlán novobíspano en Cuautla, disciplinador de Juntas y cargador de Con- gresos, padre y siervo de su Nación con la máscara movible a placer de los derechos de un monarca cautivo y, sobre todo, hombre pia- doso y bueno que padecía en carne propia 10s sufrimientos que veía en el prójimo vejado por el despotismo. Y es que, en efecto, simple cura de pueblo, José María Morelos supo ser, ante todo, el hombre de las instituciones. Carente del brillo cosmopolita de un Bolívar, de la fof- mación castrense de un San Martín, de la cuna aristocrática de un O'Higgins y del talento transaccional de un Iturbide, tuvo, en compa- ración con el resto de los libertadores del mundo indiano, una iniuicion mucho mayor del valor que las instituciones estatales re-

presentan para la felicidad de los pueblos y de tos individuos.

Apenas unas horas antes de rendir declaración en el oscuro Palacio había llegado el cura a la capital de la Nueva Espafia, tras haber sido capturado en Temalaca por el rea- lista Manuel de la Concha, quien desde hacía meses perseguía al Congreso y a las institu- ciones de la América mexicana recién inde- pendizada. La entrada a la ciudad se previno nocturna y se ejecutó por el nimbo de San Agustín de las Cuevas -Tialpan-, para evitar alborotos populares.

Como hemos esbozado, el general se vio sujeto a tres remedos de proceso: i) el lía-

mado de las jurisdicciones unidas que implica tanto a la autoridad real como a la eclesiástia y dentro del cual arrostraría la acusación dc traición al Rey y la degradación canónicr ii) el inquisitoriai por el delito de herejía; y üi)d llamado "de la Capitanía general" a través del cual el virrey F é b M& Calleja pretendiP obtener información acerca de la actividad castrense de la insurgencia.

Al obispo Fonte le interesaba que 1s formalidades del proceso se cumplieran escru- pulosamente, pues después de los fusilamie~ tos de los curas Hidalgo y Matamoros habu enfrentado suspicacias en torno a su conniven- cia con el gobierno virreinal y a su fdta de compromiso con la defensa de la casta cien-

cal. En consecuencia, si lo que se queria era disponer de la vida del sacerdote Moreios, había que comenzar por degradarlo. Así lo hicieron tres obispos y cuatro dignidades del cabildo de la Catedral metropolitana, pero de poco sirvió para legitimar la cuestión pues aplicaron indebidamente la ley penal canó- nica. En efecto, Morelos no había incurrido en más causal de degradación sacerdotal que la de haber asesinado prisioneros de guerra. Lns autoridades eclesiásticas no quisieron entrar a analizar ese motivo pues ello las habría obli- gado a pronunciarse acerca de la licitud del movimiento que el cura de Cuácuuo en su mo-

mento encabezb. La junta de degradación, con todo y sus motivos anodinos, falló en contra del general que, el día 27, fue arrojado "de la

herencia del Sefior" y reducido al estado laicd en la propia sala de audiencias del palacio dcl Santo Oficio en la que, minutos antes, se habu desarrollado el autillo con el que concluyó el pardelo proceso inquisitorial. Morelos, a pe sar del "porte digno y mesurado" que en él describió Lucas Alamán, no pudo contener una lágrima en el momento en que sus manos eran raspadas y condenadas a no volver a 81- zarse con el cuerpo del Salvador entre sus deda

Por lo que hace a la esfera profana, el cura de Carácuaro y Nocupétaro sostuvo una y otra vez que no había traicionado d Re5 puesto que se había batido en contra de una nación ajena a la mexicana: Espaíia. Td be también el agumento de su abogado defen-

sor, el joven y brillante criollo José María Quiles y Romero, quien apuntaba no sin razón que don José María había combatido a los rea- listas durante la cautividad de Fernando VI1 en Francia (1808-1814) o bien durante el último afio, cuando mantenía fundadas dudas acerca de la vuelta del monarca a la península. En- cima, el Deseado había declarado nulo todo lo actuado por las Cortes de Cádiz y por la Re- gencia de la Monarquía, instituciones contra las cuales Morelos había combatido por considerarlas ilegítimas. Si el cura michoacano había traicionado, también lo había hecho e1 rey hispánico.

De poco valieron los hábiles argumen- tos contenciosos de Quiles. Al día siguiente

de la esperpéntica degradación canónica, d oidor Bataller pidió para el traidor Morelosb penade muerte, con cercenamiento de cabeza y manos para exposición pública en las plaza de México y Oaxaca, ciudad que testimonió las mayores giorias del ilustre militar. El v i W Calleja aguardaría todo un largo, desesperante mes para dictar sentencia. Pretendía vengar% sin duda, de la tropical y humillante espera que Morelos le había hecho sufrir a las ahieras de Cuautla, cuando e1 veteroeastellano de Medina del Campo era el más prestigioso y eficaz ge- neral de los ejércitos de su Católica ~ajestad.

En relación con el juicio inquisitorial, Fonte y Cateja presionaron enormemente a un dubitativo Flores Alatome para que presentara

cargos en materia de delitos contra la fe. La razón de Estado se imponía a la justicia más evidente: si Morelos era hereje, calculaban virrey y arzobispo, la insurgencia resultaba herejía. El Santo Oficio, recién restaurado por el infame y malagradecido monarca espaííol, había sufrido los ataques del prócer mexicano en los mismísirnos Sentimientos de la Nacidn que, al hablar de "arrancar toda planta que Dios no plantó", se hacían eco de la cita bíblica con la que el diputado canario Ruiz Padrón, amigo de Benjamín Franklin y decidido liberal, había iniciado en las Cortes de la Monarquía su discurso en contra del ominoso tribunal.

Apenas el 8 de julio de 18x5 la Inquisi- ción había declarado herktico el Decreto cons-

titucional de Apatzingán, promulgado en

octubre del &o precedente. Haberlo firmado

como diputado por el nuevo reino de León y sostenido como general del Anáhuac sería la

principal acusación en contra del "apóstatan

de Valladolid. No le importó al santo por antí-

frasis tribunal el hecho de que ni el texto cons-

titucional contenía herejía alguna, ni Morelos

había tenido mayor participación en su redacción.

En las respuestas que dio a la Inqui- sición, el general realizó la exposición más

cabal de su vida y de sus anhelos. Dejó de ape-

lar al fernandismo para defenderse, yfiabló

con toda claridad de la justicia que apreciaba

en Ia causa independentista. No cayó, sin em-

bargo, en la trampa que pretendía hacerlo reo

de delitos contra el dogma católico. Se refinó,

eso sí, a la antipatía que le provocaba el Santo

Oficio que, puesto en el papel de sirviente del poder del monarca, terminó por fincar a Mo-

felos responsabilidades por herejía. El abo- gado defensor en este caso, el también criollo

José María Gutiérrez de Rosas, se compor- tó en forma menos diligente que Quilmes,

limitándose a negar que el cura hubiese in-

currido en conductas heréticas y pretendiendo

disculpar a su cliente alegando que se vio en-

gañado por un gobierno "intruso y corrorn- pido" (el de las Cortes gaditanas) al que para-

dójicamente combatió con denuedo.

El 27 de noviembre los inquisidores Flores y Monteagudo' declararon a Morelos "hereje formal, ateísta y deístan. Se basaban en que había suscrito el supuestamente heré- tico Decreto de Apatzingán. La injusticia debió de hacer mella en el Siervo, quien abjuró de sus delitos pero no, como ha probado Herre- rón, de su convicción independentista: la Na- ción mexicana podía con&ir con la fe cristiana Con un ridículo autillo concluyó el proceso que la Inquisición siguió en contra del primero y el mejor de los mexicanos. Aunque no lo con- denó a morir en la hoguera, el Santo Oficio su- frió con esta causa lo que Alamán llamaría "el úitimo golpe de descrédito*. --.-.

El mismo Matías de Monteagudo que, en 1821, encabezada las indemdentistas Conspiriciones de ¡a Profesa.

¡Ese mismo día 27 el general Morelos se vio sometido a un interrogatorio castrense que se conoce equívocamente (puesto que en realidad formó parte del procedimiento de las jurisdicciones unidas) con el nombre de 'pro- ceso de la Capitanía General". El virrey se hallaba ávido de conocer en detalle el desen- volvimiento de las campañas morelianas, así como la situación por la que atravesaba la insurgencia, herida de muerte hacia finales del ano quince.

Aunque el cura no denunció a ninguno de sus apoyos urbanos del tipo de Los Guada- lupes, gmpo independentista que actuaba en la capital del Virreinato, brindó a Calleja los medios para terminar con la revolución en las

provincias y le dio a conocer los nombres situaciones de los principales cabecillas indc pendientes. Con el interrogatorio cerró tm

biCn, ai fin, el círculo de su tortuoso trayecm nacionaiista, pues afirmó que la cautividad& Femando VI1 no habia sido "el motivo de revolución, sino su ocasión propicia". iQd leios se hallaba de aquel victorioso generJ que de d a gana tomó juramento de fidelid frente a un retrato del Rey en plena plaza armas dc la reciCn tomada Oaxaca! Cosas de @erra y de la política.

Tw seguir unos ejercicios esp i r ide* confesar todos sus pecados, redactar una re- tractación & dudosa sinceridad (y una eJ>oi- tación pacifista de precaria autenticidad) ?

rrndrr una ultima dcclarac16n. cl hkrw de ( :uautla fue condcna<lo a morir fusil& cama tratclor en a h n paraF crrcano a la capitd &l remo. El 22 <Ir d~ricmbrc fur conducida AI ca- r r r in qur lor vinryrr p<nrían rn San C'Acr<LbJ iratepec. l i s 6 por la Villa y r amwlílld fmrr a la imylrn rle Ia (;ua~ialupana, vcrzjadcra "em. pcratrir de estor reinos". Al llegar a Fxrtrpw. el dcKrt~ccr pai\alc 1c pareciri infiniramcntc triste, y mi* si K IC comparaha ron ru "i.rúin (Ic la Nueva i3pana" en cl que había nactdo y al que Ir daría nomhrc va en tlCmp>b rrpuhlt. cano*, I>rspuc\ (fe ahrarar a (nncha, cncar- ~ a d o (le su fusilamicnro. y de orar con un crucifi@ cn las mano,. re color6 d r rrpalda* al pelotón. El . S i m no viviría para ver libre a SU ama.

En el escaso mes que duraron, los pm ccsos resehados arrojaron valiosísimos &tm

acerca de la personalidad y del pensarnien@ del misterioso sacerdote michoacano. Jd María Morelos no era un jacobino individ* lista, ni queria hacer de la historia tabulamu.

Basta con apenas contrastar los Srntininrirr

de li Naci6ir con la Declaración de los De* chos del hombre y del ciudadano para duu cuenta de que las reivindicaciones moreliam tienen un pie puesto en la patriospolitcia. m la tradición novohispana, y otro en la feticid de la Nación. El seguimiento de paradigma estataiistu e historicistas que se alejan del te

rrible indkiduaiismo revolucionario provwá que Mordos estuviese a punto de conscguif pus N Nación lo que los constituyentes

(:d<liz creían hattcr l o ~ r a ~ l o para la madrc I-spafia: l a dotar idn dc un orden conrt i ru- r ional permancntc, lihrrd, ordenado, pacifico

y justo. El (';cncrdlsimoexpcrimcn16 c n carne propia lo que l~ocquevi l lc probaría pocos anos

~Icspués: que es más, mucho m6s de lo quc me cric, lo que la revolución más farua y auto-

\uf ic icntc dchc a l denostado Ant iguo RC- ~ i m c n . 1 l c aquí e l &ncsis dc la amhivdentc posiciíin dc Morelos frcntc a k r n a n d o VI¡, rcprcscntantc dc una Corona t f l s e c u h n t e

Icgítima en América.

78 Episodio, y P~IIDM~DS &/P~derJudic¡flIde In P~deranóón

Tanto es así que el Decreto constitu- cional de Apatzingán, mucho más revolucio- nario que los Sentimientos y en cuya redacción Morelos sólo participó en mínima parte, le parecía al prócer malo "por impracticable". El instrumento legal cuya firma le costó ser tachado de hereje prefería hablar, como su contraparte gaditana, de soberanías y con- tratos sociaies antes que de buenas leyes, superiores a todo hombre, y dictadas de tal forma que "obliguen a constancia y patrio- tismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre que mejore sus costumbres, alejando la igno- rancia, la rapiña y el hurto". No cabe duda de que el general MoreIos se haüaba mucho más cercano a la sociedad a la que pretendia cons-

tituir que los pomposos constituyentes que se reunían para discutir entelequias y repartir- se los restos del malbaratado poder híspánico en algún lugar de la tierra caliente michoacana o en algún puerto del Mediodía andaluz. Tal vez por este realismo fraternal es que los jue- ces -nunca civiles, siempre estamentaíes- no tuvieron compasión con el simple párroco venido a gloria militar de América. El propio Calleja, el otro genio castrense de la Guerra de Independencia, se negO apermutar la con- dena mortuoria por ei presidio perpetao en África. Quería saber lo que sería de la Nación mexicana sin su inigualable Siemu.

III. Servando Teresa de Miel: El arte de ldfugga

Para ser consecuentes con la decisión de cir- cunscribir nuestro anáiisis a los procesos juris- diccionales propios o relacionados con la Guerra de Independencia, no podremos =a-

lizar en detalle el kaRUano proceso que, a rah de su celebre Sermón Guadalupano de 17'942 sjgnjficaria para el padre neoleonés Semando Teresa de Mier ( ~ ~ 6 ~ - r B z 7 ) el exilio emopeo y su transformación en lo que Ghristopher DO- mínguez ha llamado, sigaiendo Las deticiosas

Memorias del propio fray Servando, un kódice extraviado", errabundo y rabiosamente crio- Ilista, barrocoe ilustrado, sensible y criminal, brillante e irresponsable: todo a un mismo y agitado riempo.

No podemos, sin embargo, hacer total abstracción de lo que el primero de nuestros constitucionalistas padeció en Europa antes de embarcarse para América y enfrentas elú1- timo de sus procesos judiciales, el propio, ahora sí, de la Independencia novohispana. Como se sabe, Mier íue víctima de su irreprimible facundia y de la enemiga anticrioliista que embargaba el alma del arzobispo espaíiol de México, AIonso Núfiez de Haro, quien apro- vechando ia heterodoxia guadalupana del

dominico que se atrevió a afkmar en plena Colegiata del Tepeyac que la Virgen morena se había aparecido no al indio Juan Diego en el siglo XVI, sino al mismísimo apóstol incré- dulo, el venerable dídimo santo Tomás, en la primera centuria de la cristiandad, juzgó su- mariamente al fraile (contrariando por cierto la Regla de Santo Domingo), lo separó de su convento capita3ino y lo envió con especial re- comendación al exilio en la Península, mismo que significaría para e1 regiomontano Un alejamiento de más de veinte años con res- pecto a la tierra que muy pronto comenzaría a ver no sólo ya como su Patria, sino como SU Nación: la mexicana.

Pues bien, tras un periplo iniguatable por casi toda la Europa occidental el padre

84 Ejhdio, y Personq.6~ del PoderFdicialde la Federación

Mier, cercano desde siempre a sociedades secretas que conspiraban a favor de la emanci- pación de la América hispánica, une sus des- tinos a los del joven y brillante militar navarro Xavier Mina quien, en Londres, encuentra un espacio de capellán para el dominico exclaus- trado y secularizado en su célebre expedición promotora de los derechos de la República mexicana y de la libertad cn las Espafias, ago- biadas entonces por el yugo del despótico y malagradecido Fernando VII. El 5 de mayo de 1816 Mier y Mina se hacen a la mar desde Liverpool con destino a América. Según pre- tendería en sus declaraciones ante el Santo Oficio, el padre Mier se separó disgustado del navarro en Norfolk, Estados Unidos, para unirse a él de nueva cuenta en Galveston, hacia

octubre del propio año dieciséis. Como ha sabido ver Manuel Calvillo, a despecho de de- cfaraciones evidentemente falseadas en asas de salvar el pellejo, a fray Semando un extraño " azar inmutable lo ataba a Mina" con cuya expedición íibertadora llegaría el 21 de abril de 1817 al septentrional puerto de Soto la Ma- rina, en la provincia de las Tamauüpas o del Nuevo Santander. La idea, compartida por el neoleonés y por el navarro, era encontrarse con el general Guadalupe Victoria, uno de 10s Últimos reductos que quedaban a la resistencia independentista una vez superado el sombrío 1815, año del fusilamiento del cura Morelos, y ofrecerle todo el apoyo de la ~nternaeiond Li- beral para la consecución del sagrado propó- sito de devolver a la Nueva España (y con ella,

86 Episodii,, Pet-sonajs del PoderJudinflIde la Fed#rari6n

por una especie de efecto dominó, al resto de las Espaiias) al camino del. orden constitucio- nal que había violado el tirano Fernando a su vuelta del cautiverio francés,

Ei "quimérico arzobispo de ~altirno~e", como llama Junco a fray Servando haciendo mofa de las ensoñaciones megalómanas del dominico, debió de entrar a la villa tamauli- peca envuelto en un hálito de leyenda y de curiosidad. E1 exiliado, el sistema tiza do^ del orgullo criollo, el hombre que se había enfren- tado con éxito a los poderes de la metrópoli, el supuesto "protonotario apostólico de Su San- tidad", e1 conversor aí cristianismo de judíos en Bayona, el heroico capellán del batallón de voluntarios de Valencia durante la guerra con-

tra Napoleón, el testigo excepcional de las la- bores de las Cortes de Cádiz, el amigo íntimo de liberales famosos como Henri Grégoire, Henry Holland y José María Blanco Wbite, el autor de la celebérrimaHistoria de la RevoZución de Nueva Espana que en su momento inspiró al mismísirno Bolívar, entraba en Soto la Marina como el nuevo cura libertador del Anáhuac, el presbítero insurgente que no cometería los errores de Hidalgo y Morelos y que conduciría a Xavier Mina hasta la victoria absoluta.

Puesto a justificar como ideólogo la expedición libertadora que traía consigo efectivos norteamericanos, mexicanos, espa- Boles, europeos y sudamericanos, fray Servan- do permanecería en la fortificación levantada

88 Epi~odiorg Pwsowjw del PoderJadiciolde In Eedcracióff

por Mina en el lugar con objeto de resistir a

las cercanas fuerzas del comandante realista Joaquín de Arredondo. El general navarro, entre tanto, sc internaría en el país bien hiera para encontrarse con las fuerzas de Victoria o para llegar al Altiplano en búsqueda de otros jefes de la insurgencia que le ayudasen a mon- tar un movimiento de alcance nacional. Bajo el mando del capitán catalán José Sardá, el fuerte resistirá por unos cuantos días el asedio de las tropas leales a Fernando VII. El tiempo será aprovechado por fray Semando para, en imaginaria sede cuasi-episcopal, escribir una "Encíclica" justificativa de la lucha por una In- dependencia que había sido declarada en forma legítima varios años atrás por el Con- greso reunido en Chilpancingo. Esta "Encí-

clica", así como sus extraiías vestimentas con pretensiones principescas, serán motivo de indagación por parte del Santo Oficio, que llegó a la posibilidad de acusar a Mier de algo que hoy Uamaríamos "suplantación de funciones".

La fortificación de la expedición inter- nacional terminó cediendo el 15 de junio a los embates de Arredondo, preocupado por mos- trar al virrey Juan Ruiz de Apodaca su diliien- cia en el combate a la rebelión. Un poco antes de la caída, el padre Mier había cometido otra de sus innumerables inconsecuencias af ponerse en contacto con el bando realista y solicitar el indulto. De poco le valió, pues el triunfante comandante le brindó el mismo tra-

to que a1 resto de los efectivos insurgentes, cargándolo de cadenas y remitiéndolo a la ca- pital del reino bajo la custodia del capitán Cevallos para enfrentar el proceso correspon- diente ante la autoridad gubernativa o bien, dada la pretendida investidura del *obispon, ante la canónica.

El pretendido "indulto" fue una más de las quimeras servandianas. Sufriendo todo tipo de vejaciones, nuestro fray Servando recorrió lamitad delkreinato, Sus "caídas" en inhóspitos territorios resultaron frecuentes y en una de ellas (la eabalística séptima) se hizo "pedazos el brazo derecho", sin que por ello el yugo al que 10 habían sometido sus captores cediese un ápice. La relación que posteriormente realizó

del dantesco trayecto conecta perfectamente con la tradición mesiánica de sus escritos pa- trióticos: el padre Mier es un mártir, un testigo de la verdad conducido sin atisbo de miseri- cordia hacia el Gólgota por los legionarios de la enemiga anti-criollista, anti-mexicana y anti-libertaria. Más claro ni el agua. Sus com- paraciones y correspoudencias llegan a lindar con lo grotesco y lo blasfemo. Interesan, sin embargo, en tanto que muestran lo bien im- puesto que se hallaba el dominico respecto de aquellas acusaciones que habría de arrostrar en la ciudad de México. Su proceso versaría sobre su fidelidad al Rey, por más que una y otra vez insistiese en lo casual de su relación con Mina y en lo auténtico de su patriotismo hispánico.

92 Episodiosy Persemjes def PnderJudicinIde la I'ederucián

Ya en la metrópoli de la América sep- tentrional, el doctor Míer comenzará a narrar sus peripecias al Santo Oficio de la Inquisición mexicana el zz de septiembre. En sus declara- ciones aparece el Semando más débil del que se tenga memoria: reniega de la causa, de SU amistad con Mina y de las sociedades secretas a las que perteneció con objeto de obtener la Independencia de las Indias. Xavier Mina aparece en sus dichos como un peninsular sin escrúpulos que lo forzó a unirse a la expedi- ción para aprovechar el enorme capital poli- tic0 que la sola presencia del antiguo dominico significaba en fa Nueva Espafia. Y aun la obra más cara a Mier, su Historia de la revolución, es

objeto de la inquina del renegado, quien no duda en afirmar que fue gravemente inter-

polada para hacerla aparecer como un libelo difamatorio contra 10s legítimos derechos del rey español sobre las Américas. En el colmo del terror y de la incoherencia, el padre Mier llegará a atribuir su Higoria (la obra que había fascinado lo mismo a BolNar que a un buen número de liberales europeos) a la magnífica pluma del intelectual sudamericano Andrés Bello. Sabe, sin embargo, que el intento esvano, pues nada podrá hacer para desparecer de su estampa cl aura de jefe ideológico y vocero oficial de la revolución independentista.

Caído Xavier Mina en el centro del país, el proceso inquisitorial contra Mier ha- bría de continuar su marcha, a la verdad poco impresionante y más bien -según el propio

dicho del padre- decadente e incapaz de sembrar aquel miedo que le valiera el prestigio tricenrenario de terror del Anáhuac. La zaga procesal, inusualmente larga, ~ermi t i rá que el neoleonés se dedique a referir toda su vida de persecuciones, infortunios y heroicidades sin limite. El incomparable talento literario del novelesco personaje brillará como nunca en las crujías del oscuro palacio. A la poca dili- gencia del otrora temible Tribunal le debemos las magníficas páginas de las Memorius y la Apología teresianas.

El juicio resultaría, como tenemos di- cho, interminable. El 21 de agosto de 1818 el reo Servando Teresa de Mier, de la Orden de Predicadores, realizó su última declaración, y

casi 110s años después, los días 1 2 y 1 3 (le mayo

<le 1820, se produjo la audiencia de confesitin <le cargos. ¿A LIUC sc debiv csta sospccht>sa dila- ci6n procesal? Para contestar a la pregunta hemos de adentrarnos en el fangoso terreno de las espcculaciones. En primer término, re- sulta conveniente tener en consideraci6n que el sacerdote regionrontano había alegado go- zar de una categoría eclesiistica superior a la de simple fraile, pues afirmaba una y otra vez haber obtenido la secularización en Roma, haberse separado en consecuencia de la Orden de Santo Domingo y haber sido designado por Su Santidad prelado doméstico y protonotario apostólico. Era, pues, poco menos que un prín- cipe de la Iglesia, y ello debió de preocupar a 10s inquisidores.

96 Episodios y Arro>tajer del PoderJttd;<;sl de 16 F'dtrsiidn

Resulta pertinente, además, analizar la inestable situación política que por entonces padecía el reino neoespa6ol. El inquisidor honorario Matías de Monteagudo, que parti- cipaba en el procedimiento que se seguía al padre Mier, tenía parte también en la célebre conspiración de La Profesa, que hacia 1820 tenía por objeto separar al Virreinato de la obediencia a la metrópoli para impedir en México la aplicación de las medidas ami- fueristas de la Constitución de Cádiz, re- cientemente restablecida en toda su fuerza Y vigor y gozosa de una interpretación suma- mente radical, la de los diputados veinte- añistas. ¿Es posible que fray Servando haya tenido un contacto cercano con los conju- rados? LO dudamos, pero no hay que descartar

que los miembros de la conspiración pensaran en que eventualmente podría utilizarse a fa- vor de su causa la fama de una de las princi- pales figuras del protopatriótico orgullo criollo mexicano. Todo es posible en política.

El 9 de marzo del año veinte, apenas dos días después de reunidas, las Cortes de la Monarquía española decretaron la abolición del perezoso Tribunal del Santo Oficio. Tere- sa de Mier, como todos los reos de la Inquisi- ción, debió ser puesto en inmediata libertad. En lugar de ello, fray Servando fue colocado en el calabozo "del olvido" un día antes de que el virrey Apodaca declarase restablecida en Nueva España la Consrirución de 1812. La condena al dominico no llegaría jamás, a pesar

98 Epixodior y Personajes de( Poderfudici#lde Id Federaiion

de los poco amigables términos en qiie los

inquisidores se expresaban del ~ a d r e Mier en

un postrero escrito enviado al vicemonarca

novohispano: "Fray Servando es el hombre

más perjudicial y temible de este reino, de

cuantos se han conocido. Es de un carácter

altivo, soberbio y presuntuoso. Posee una iris-

trucción muy vasta en la mala literatura.. Su

talento no común logra además una gran faci-

lidad para producirse ... este religioso aborrece

de corazón al rey, lo mismo que a las Cortes Y a todo gobierno legitimo ... Su fuerza y pasión

dominante es la independencia revolucionaria,

que desgraciadamente ha inspirado y fomen-

tado en ambas Américas por medio de sus

escritos llenos de ponzoña y veneno".

Tampoco valió para efectos condena- torios la nada terrible tacha que censores a buen seguro entusiasmados con una Indepen- dencia que se antojaba cercana realizaron respecto de la Historia de la RevoIución. José Servando Mier Noriega y Guerra no recibiría condena alguna por parte de aquella "juris- dicción hermafrodita", civil, eclesiástica e in- constitucional al alimón, que el 3 de agosto 10 internó en San Juan de Ulúa como supuesta escala en el traslado hacia la Espaiía europea ordenado por Apodaca pocos días antes.

La tardanza vuelve a resultar sospe- chosa, a pesar de los ruegos y desafíos teresianos. Es ~os ib le que el virrey conociera la existencia de las conjuraciones indepen-

dentistas y que deseara tener en casa a un conspicuo conspirador de naturaleza malea- ble como la que caracterizaba al inestable pa- dre Mier. Para enero de 1821, época en la que Apodaca confesaba que la voz de Independen- cia se pronunciaba en México "sin el menor recato ni consideración", e1 coronel redista Agustin de Iturbide había entrado en rratos con el general insurgente Vicente Guerrero. Mier afirmaría poco después que había par- ticipado en los acuerdos que llevarían al ~ é - lebre (y acaso metafórico, pero no por ello irreal) "Abrazo de Acatempan". ¿Sabía algo de esta participación el Capitán Ruiz de Apodaca?

Nada puede descartarse en una etapa tan confusa y sorprendente de la historia

patria. En cualquier caso, el amargo castillo de Ulúa servirá de marco para un nuevo rena- cimiento de la inspiración literaria servan- diana. Los muros de la prisión contemplarán al doctor Mier escribiendo su Carta de despe- didaalosmexicanos y devorando el célebre libro que el abate Dominique de Pradt publicó bajo el título De las colonias y de la revolución actual de laAmérica, obra que, como ha mostrado la profesora Jiménez Codinach, influyó enorme- mente en el pensamiento y en la praxis in- dependentistas de Iturbide.

Pradt sostenía que la Independencia novohispana habría de obtenerse merced a un compromiso entre los jefes insurgentes y las cabezas del ejército realista criollo. Pronos-

ticaba para México un futuro brillante, siem- pre que la nueva nación tuviera el buen tino de colocar sobre su trono imperial a un miem- bro de alguna regia casa europea que, como diría Iturbide, nos "precaviera de los nefastos atentados de la ambición". El Servando preso no dudará en apoyar el pensamiento ~radtiano en su Manifiesto apologético y en su opúsculo iPuede ser libre la Nueva España?. El 3 de fe- brero, escasosveinte días antes de que Iturbi- de lance en Iguala su pían trigarante, el sacer- dote es enviado por fin a la Península. La escala cubana será el escenario de su enésima fuga. Llegado a la ciudad constitucional por antonomasia, Filadelfia, se separa del credo pradtiano e insta a Iturbide, a quien en 1813 había llamado "animal de las Indiasn, a que

renuncie a su proyecto monárquico y a que funde una República parecida a la de los Estados Unidos del Norte.

El concluido con la fuga habanera fue el último proceso mínimamente cercano a lo judicial que enfrentó el pintoresco fray Ser- vando. Volvería a pisar la cárcel en dos oca- siones que tuvieron mucho más que ver con el juego de la reu&oIitik que con la impartición de justicia propiamente dicha: volviendo de Filadetfia a su paso por Ulúa (el Congreso constituyente del recién creado Imperio mexicano habría de reclamar a España la entrega dei flamante diputado por Nuevo León, petición a la que los peninsulares acce- dieron de buena gana viendo en el republicano

'04 Epi~odio, y P~~IOIII~LI del Poderjadióalde IB Fidaraci6n

padre Mier al adversario natural del odiado Iturbide), y siendo separado de su escaño con- gresud por el propio libertador en cómicas funciones de Emperador el 26 de agosto de 1822, al lado de otros diputados reacios a conc- titucionalizar la Monarquía mexicana.

Fray Servando Teresa de Mier

DEL 4 h l a 'S i@IXm*~@@i%~ DE NIER

Los hndamentalistas del federalismo

que Mier cuestionó poco después en la más alta tribuna de la nación realizarían sobre su cadá- ver un ulterior juicio fáctico: le escupían ygri- taban en plena ceremonia de velación. De todos los ÚItimos agravios supo fugarse el in- creíble regiomontano. Se escapó del calabozo imperial, contribuyó a la caída y muerte de Iturbide y, aun más impresionante, su cadáver aprovechó la exhumación consecuente a la apertura en sede reformista del osario del capi- tdino convento de Santo Domingo para dedi- carse a recorrer el mundo incluido en el reparto de un circo. Nunca más volvería el padre Tere- sa de Mier al Anáhuac de sus amores y de sus más diligentes trabajos. El primero de nues- tros constitucionalistas tendría que confor-

marse con mirar desde lejanas esferas la vida republicana de su ilusoria patria.

I K Xavler Mna. De Encennes al Venadito

Hablemos ahora del hombre que provocó la ~ e l r a del padre Mier a su tierra en 1816.

"Héroe de España y de México", según fa cé- lebre caracterización de Martin Luis Guzmán, Xavier (que no "Francisco Javier") Mina y Larrea (Otano, 1789- México, 1817) hubo de enfrentar a la 'justician en más de una ocasión Y en tierras muy diversas, a pesar de que sólo gozó por veintiocho años de ese milagro que se da en llamar %dan.

110 Epirodior y Personaje$ del IJodrrJud;c;dlde la Federaribn

Una vida, por lo demás, que no ha ter- minado de ser descifrada. Una vida que ofrece todavía muchos enigmas y que se conecta con las circunstancias y con los campos de batalla en los que se disputaba a principios del siglo X I X la suerte de la humanidad. Una vida que pareció hecha para pasar a la Historia y que, finalmente, no fue sino la vida de un buen muchacho que no debió morir tan joven.

Estudiante en Zaragoza, al comenzar la Guerra de la Independencia española arrojó los bártulos para organizar en su natal Navarra el célebre Corso terrestre que, dominando las técnicas de la guerra de guerrillas, puso en jaque a los ejércitos invasores del emperador Bonaparte y a sus más celebrados estrategas,

ente los que hay que contar al general Suchet. Mina el Mozo gozó del talento suficiente para evitar que los caminos que comunicaban Pamplona con el resto de los pueblos y villas de la sierra navarra cayeran bajo el dominio del francés. Su ftgura juvenil y la frescura de sus dones castrenses atraían a muchos jóvenes del bajo Pirineo, convirtiéndose fa frase "irse a Mina" en algo más que un simple lugar común. Navarra quería seguir siendo España, y Mina era el símbolo de este deseo.

El Mozo era feliz en la guerra, y la vic- toria acompañó a su compacta tropa hasta que, en marzo de 2810, cayó en la trampa que 10s franceses le tendieron en Labiano. Xavier Mina fue hecho prisionero por primera vez en

su vida. Conducido a Pamplona, fue amena- zado con (a decapitación. Consiguió conculcar el pelígro enviando cartas a sus guerrilleros en Las que ínstaba a dejar las armas.

A pesar de que el mismísirno Napoieón ordeno que el joven navarro fuera pasado sumarísímamente por las armas, el general JorgeJosé Dufour prefirió cargarlo de cadenas y enviarlo fuera de España. Vía Bayona, Mina fue conducido hasta e1 temible &*ion del cas- rilIo de Vmcennes, a unas cuantas leguas de París. La f o d e z a había sido cárcel para los enemigos políticos de Eiancia y de sus reyes desde el bajo Medioevo. Mina, según las instrucciones de Bonaparte, debía ser tratado como prisionero, más deguerra, "de Estado".

Encerrado en Vincennes, el Mozo se enfrentará a todo menos a un proceso judicial. Aislado del resto de los prisioneros espaiíoles (se ha especulado que Napoleón recelaba espe- cialmente de su natural talento militar), Mina encontrará en las celdas del donjon a un per- sonaje que cambiará su vida: el ilustrado anti- bonapartista Víctor Fanneau de La Horie, llamado a convertirse en el gran maestro del joven guerrero tanto en el ámbito de la ciencia castrense como en el de las letras clásicas y en el de la política moderna. Es probable que haya sido La Horie quien lo introdujo en la masonería, lo que sin duda se significaría anos después en el desarrollo de la carrera del nava- rro, muy en especial por lo que a la expedición internacional a la Nueva España se refiere.

Prisionero del dueiio del mundo, e' joven Mina será sometido a todo tipo de ter-

mentos, incluida una muy poco sutil tortura psicológica que le provocará abjurar de sus ideales en más de una ocasión. Por más que SU biógrafo Martín Luis Guzmán lo exculpe unay otra vez, lo cierto es que deviene en cho- cante la propensión del creador del Corso de Navarra a la delación de compañeros y a la revelación de planes y proyectos de resis- tencia. Resulta en cualquier caso cierto que para un mozo en la veintena debió de parecer extremadamente duro un régimen carcelario que le obligó a supIicar piedad al famoso ministro de la policia imperial osé ~ouché.

La liberación llegaria tras la muerte de La Hone, fugado ypostetiormente condenado

Procesos ~udiciuies"dt In ldqrndrnria nrexiiana 11:

por su implicación en un atentado contra lavida del emperador. Con los avances de Wellington y de los ejércitos aliados en Francia, Minay el resto de los prisioneros r olí tic os de Napoleón fueron liberados. Xavier Mina fue tratado du- rante toda su estancia en Vincennes como un cautivo de Estado y es por ello que sólo difícil- mente puede hablarse de su proceso napoleó- nico. Mucho menos correcto resultaría pre- tender que estuvo sujeto a una causa judicial. Sea de ello lo que fuera, lo que parece evidente es que la prisión francesa transformó radical- mente su forma de pensar.

En efecto, vuelto a España se acercaría a su tío Francisco Espoz, que había aprove- chado la fama del apellido "Mina" para enca-

bezar la exitosa lucha navarra contra la f a d a Bonaparte. Xavier, lo mismo que su tío, Pre- tendía obtener beneficios y reconocimientos por parte del restaurado rey ~ernando VI1. No contaba con la ingratitud de' monarca, que no tardaría más que un par de semanas desde que se reintegró a la península para anular todo lo actuado por las legitimistas Corres constituyentes de Cádiz y para comen- zar a deshacerse de aquellos héroes de la resis- tencia que ie resultaban molestos. Tal sería el caso de los Mina, a quienes Fernando preten- deda condenar a una suerte de ostracismo. Ante tan dificil situación, ti0 y sobrino se levant= en m a s proclamando la restaura- ción del abolido texto ~ o n s t i t u c i ~ ~ ~ l expedido Por laasableagaditanay reivindicando la vi- gencia de las libertades

Procrsas 'judiciBler"do lcz Independencia mrxirmtt 117

El levantamiento resultó un completo fracaso y los Mina volvieron a las filas de 10s perseguidos políticos. En esta ocasión no era un invasor externo sino un tirano hispano quien los acosaba. Ambos cruzaron los Pirineos de incógnito y se internaron en una Francia que ahora, paradójicamente, les brindaba protec- ción. Xavier sería detenido por la policía fran- cesa, pero el gobierno de Luis XVIII, recor- dando sus destacados servicios en la lucha contra Napoleón, lo libraría del acoso del otro Borbón del Mediodía europeo, Fernando VII.

La Francia de la restauración significara para Mina el reencuentro con los movimientos libertarios que desde las ensefíanzas de La Horie 10 habían mantenido entusiasmado. Es

también la sede que permitirá al joven navarro redefinir su estrategia de combate al despo- tismo y ponerse en contacto con el pea- samiento más avanzado de la época. NO pa- saría mucho tiempo sin que los liberales del mundo se diesen cuenta de que tenían en Xavier Mina una interesante carta aún por jugar.

Debe de datar de este tiempo la idea de que la libertad de las Espaiias había de ser obtenida en América. Para combatir el ré- gimen despótico de Fernando más vdía cnizar el Atlántico que arriesgarse a caer en manos de Las fuerzas peninsulares apenas traspasada la frontera con Francia. Es innegable que los Mina comienzan a conspirar con los exilia- dos espaíioles, con los insurgentes hispano-

americanos, con los entusiastas de la libertad en todo el Viejo Continente e incluso con al- gunos nostálgicos del reinado de José 1. De esta serie de conspiraciones se obtendría la idea de que Xavier Mina debía encabezar una expedición libertadora y constitucional a la América española.

Y en esto se estaba cuando llegó la te- rrible noticia de que Napoleón había vuelto de su exilio en Elba. Comenzaban 10s Ciendías que concluirían en Waterloo, y al Mozo más le valía alejarse de las garras del todopoderoso Bonaparte. Para cruzar el canal de la Mancha y llegar a Inglaterra era menester arriesgarlo todo e internarse en EspaíUi sin ser recono- cido. Así lo hizo Mina y en Bilbao se embarcó

para Londres, teatro propicio para su encuen- tro con lo más granado de algo que bien podria llamarse "Primera Internacional Liberal"

En torno a la Illollandhouse, esto es, ala tertulia de Lord Iiolland, aristócrata whig amigo de la Espaíía constitucional e impulsor de interesantes proyectos para una Consti- tución panhispánica como el del doctor John Allen, su bibliotecario, se reunían personajes de unavariedad apasionante: el general anglo- americano Winfiefd Scott, que décadas des- pués entraría triunfante a la ciudad de México como cabeza del ejército invasor estado- unidense; el rey de los heterodoxos espafioles, el ultraliberal Jos6 María Blanco White, edi- tor del revolucionario peri6dico EIEspai>of; los

hermanos mexicanos independentistas del noble linaje de los Fagoaga; el jurista ilustrado asturiano &varo Flórez Estrada; y nuestroviejo conocido el antiguo dominico novohispano José Semando Teresa de Mier, en cuya Historia delaRevoluciúnde NuevaEspuí~a se sostenía sin ambages la justeza de la causa independentista en aquellas tierras del Nuevo Mundo que eran también España y que sufrían, como la Espafia citramarina, ¿os agravios de la tiranía fernan- diana. Con la llegada de Xavier Mina la Holfand house halló a su brazo armado.

Contando con la palabra del generai Scoct y con el entusiasmo del padre Mier quien se ofreció como capellán de la expedición, Mina se hizo a la mar en Liverpool el 5 de

mayo de 1816. Iba al frente de un contingente de soldados de las más variadas nacionalidades que tenía por objeto alcanzar la libertad cons- titucional de todas las Espagas en tierras del otrora opulento Virreinato de la Nueva Espaíia.

La primera tierra americana que tocó Mina fue Norfolk, en los Estados Unidos. Ahí buscó a los contactos que Lord Holland decía tener en la América angloparlante. Tras mu- chas vicisitudes, logró reunir de entre aporta- ciones provenientes de ciudadanos norte Y sudamericanos lo suficiente apenas para comprar un bergantín y un puñado de armas. Era evidente que la Primera Internacional no funcionaba todo lo bien que habría resultado deseable.

N o c m ?udicinIe,"de la Irdependcnci# mexicana 223

Desde Baltimore el flamante general de la expedición partió para Puerto Príncipe, sitio en el que el general Petion ofrecía protec- ción a los insurgentes americanos. Será pre- cisamente en la isla de Santo Domingo donde Mina se entreviste con el legendario Simón Bolívar, fuente de inspiración para los liberales espafioles de uno y otro lado del Atlántico. Los peninsulares que, como Mina, había lu- chado por la conservación de la legitimidad borbónica frente a los atropellos bonapartistas consideraban ahora, acaso con excesivo can- dor, que la restitución del orden constitu- cional hispano violentado por Fernando VI1 se conseguiría a través de las Independencias indianas. Bolívar, en este sentido, causada una profunda impresión en el joven e influenciable

caudillo de Otano.

La decisión estaba tomada: había conquistar a como diera lugar la joya fiovo- hispana de la Corona. Et tiempo no era propi- cio, pues tras los sombrios aconcecirnien~ de r8xj --la muerte de Morelos, ante todo-la insurgencia mexicana lucía fantasmagórica Y dispersa. La tarea para Mina se antojaba com- p&cicada, pero esta irnpresibn no proyocwia que e¡ joven general evadiese sus compro mis os^ corno sí fo hicieron otros peninsuíares (Ren* vales, b a r e z de '&ledo) que, traicionando la confianza de insurgentes y financieros, se acogeron a ia supuesta misericordia del Rey de gas %paSas y Ie revelaron importantes se- cretos. De Puerra Prúicipe salib la ewedición internacional para CiaIveston, ciudad que se hallaba rodavía bajo el supuesto control del

Ya extinto Congreso de Anáhuac, en la per- sona del comodoro Luis de Aury a título de gobernador. La ciudad epónima del virrey Cfál- vez era, pues, una población fiel a una ''Repú- blica mexicana" que ya no existía.

Ultimando detalles en Nueva Orfehs, Y habiendo recogido en esta ciudad a su her- mano Antonio, el general Mina se hizo a la mar desde Galveston con destino a las Pro- vincias internas del norte de México. Iba aJ

frente de la recién bautizada "División auxitiar

de la República mexicana", conformada por europeos y americanos procedentes de las más variadas latitudes, y tenía un objetivo inme- diato perfectamente definido: internase en la Nueva Espana y locaiizar al general Guada-

-6 Episodios y Penmje , drl Pod~r~"dkis1 de la Ftdrrurión

lupe Victoria o a algún otro jefe insurgente de los que mantenían viva la esperanza inde- pendentista aun después de caído el célebre cura Morelos.

La expedición, que llevaba consigo al inquieto padre Mier, alcanzó la costa tamauli- peca en abril de 1817. De inmediato emprendió la marcha sobre la villa de Soto la Marina, vigilada a lo lejos por e1 realista Felipe de la Garza, que &os más tarde pasaría a la historia por ser el ejecutor del infortunado Agustín de Iturbide. Garza se retira prudentemente Y Mina entra triunfante a Ia población novo- hispana. El general ordena el levantamiento de una fortificación que deja en manos del catalán José Sardá cuando poco después de-

cide internarse en el reino con un puñado de hombres y avanzar con rumbo al altiplano mexicano.

Según consigna Harris G. Warren, elvi- "ey Ruiz de Apodaca se molestó grandemente Con-Joaquín de Arredondo, comandante de las provincias internas de Oriente, por la forma desidiosa en la que éste enfrentó la invasión constitucionaiista. Arredondo, en efecto, no hizo nada para impedir que Xavier Mina se internase en el Virreinato y se dedicó después a atacar sin mayor pericia el fuerte que había quedado bajo el mando de Sardá. A resuftas de su falta de acción, Arredondo fue formal- mente separado del importante cargo que desempefiaba en tanto hacía frente a 10s cm-

gos que le fincó Apodaca, pero conseguiría

sortear los avatares de la refriega política Y mantenerse al frente de las lnternas orientales

hasta 1821, año en que México obtiene por fin la ansiada Independencia.

Mientras Arredondo tomaba el fuerte, Mina lograba cruzar el desierto a oto sino Y apuntarse su primera victoria neoespañola en la hacienda de Peotillos. LOS "trescientos de Minan (así Uamó Lord Byron al valiente con- tingente internacionalista) habían logrado

imponerse a casi dos mil realistas. El barco

de la libertad navana parecía comenzar a nave-

gar viento en popa y a toda vela por ef vasto océano de la Nueva Espana.

Pero la estrella rebelde no tardaría en comenzar a menguar. El Mozo logra reunirse con el insurgente Pedro Moreno en el fuerte del Sombrero. Apodaca comisiona a Pascual Liñán para acabar con la expedición interna- cional. Mina sufre su primer revés en la ciudad

de León y, de vuelta en El Sombrero, no tarda en enfrentar el sitio puesto por Liñán que, al cabo de unos días y ya evadido el navarro, logra tomar la plaza causando para la división republicana la notable baja del coronel Young.

El general Mina consigue llegar hasta otro fuerte insurgente, el del padreJosé An- tonio Torres en Los Remedios. Liñán ende- reza sus fuertes hacia allí, pues es a Mina a quien quiere Apodaca: lo que preocupa a ES-

f30 Epirodiar y Perronqirr dcl P~dcrJdicilrl de Id hdtr#rión

pafia es la expedición internacional, no la moribunda insurgencia mexicana. El MOZO logra salir de la plaza antes de que su enemigo la sitie y desde los alrededores se encarga de enviar víveres y municiones a Torres. Toma la villa de San Luis de la Paz y, enterado de las atrocidades cometidas por Liñán en El Som- brero, manda pasar por las armas sin juicio previo a un buen número de prisioneros rea- listas. El joven navarro ha traicionado sus principios, se ha dejado llevar por la cólera. No tardará en darse cuenta de que las trai- ciones cometidas contra uno mismo terminan por pagarse.

Mientras Xavier Mina continuaba con su anárquico periplo por el Bajío mexicano,

Lifián ponía en manos del coronel Orrantia la "ión suprema de capturarlo. Mina había fo- grado llegar, no sin inmensos trabajos, aja@- jilla, sitio de refugio de unajunta insurgente. Desde ahí planeará una maniobra militar myor: la toma de la importante ciudad de Qajuatu. Su objetivo inmediato era distraer a Lifián y permitir a l padre Torres romper el cerco puesto sobre LOS Remedios. La finalidad mediata era, sin duda, apuntarse por fin un triunfo de considerable resonancia y poner a temblara los fernandistas de la Nueva Espda. Ninguna de las metas habrá de ser alcanzada.

La torna de GuanajuarO termina en de- sastre. Mina e j abandonado pos SU escolta y se pierde en los túneles de fa célebre capital

132 Rpi~odiu~ y Perronnjer dcl PodcrJudicialde /a Federación

minera, tan distintos a los despejados y mon- tafiosos paisajes navarros. Milagrosamente logra llegar a El Venadito, hacienda pertene- ciente a su amigo Mariano Herrera en la que el general se reúne con Pedro Moreno y se dis- pone a descansar. Disposición funesta pues Orrantia, advertido de la presencia de Mina en la hacienda, enfila sus fuerzas hacia allá.

El 27 de octubre llegan los realistas al Venadito. Durante el ataque encabezado por el coronel José María Novoa, Moreno pierde la vida y Mina, empeñado en no retirarse, es aprehendido por un dragón mientras trataba de juntar a sus fuerzas. El general es llevado ante Orrantia, quien le recuerda que el virrey Apodaca lo había declarado "sacrílego, mal-

"OC~SO~ T u d i c i u I e ~ ~ d ~ la Independencia mrriroM IJ3

vado, enemigo de la religión, traidor a su patria

Y a su Rey". Como el Mozo se expresase mal de Fernando VII, un enfurecido Orrantia le cruzó la cara con tremendo sablazo. Comen- zaba para Mina e1 postrer periplo de una "jus- ticia" sin jueces ni procesos.

Orrantia entra triunfante en Silao, Ile- vando al frente de su macabra procesión la cabeza de Pedro Moreno colocada en una pica. Xavier Mina camina torturado por IosgriHetes que le habían puesto: "bárbara costumbre española", afirma el joven, "imás horror me da vertos que cargarlos!".

La captura del célebre discípulo de La Horie provocó enorme júbilo entre el partido

134 Epi~odio~ y Pcr~owj~, del P&J~dicid/ de 1. Fcderucion

realista. El anriguo diputado a Cortes, ya por entonces firmemente asentado en la cilla epis- copal poblana, don Antonio Joaquín Pérez, jefe del reaccionario partido de los persas, cantó en la ciudad de los ángeles un 72 Deun vestido de ponticical. A nadie se le ocurrió su- gerir siquiera que al comandante de la expedi- ción internacional libertadora de la República mexicana se le concediera la gracia de defen- derse en un proceso justo. Muchos exdipu- tados a las Cortes de Cádiz quedaban en la Nueva España. Habían sancionado una Cons- titución que establecía con toda claridad los derechos que debían corresponder a todo procesado en causas criminales. Nadie se atre- vió a hablar en nombre de ese orden constitu- cional que había venido a restablecer el nava- rro bravío.

En el campamento de Liñán Mina es Sometido a un sumarísimo proceso marcial. Se quiere obtener del general información acerca de las ayudas recibidas por la expe- dición liberal internacional en Europa y en Angloamérica. No obtiene el gobierno de1 Rey de su vasallo felón nada más que una tenue retractación en la que Mina ~rofetiza que el partido republicano habrá de llevar al desastre al otrora opulento reino de la Nueva España.

FranciscoJasier Mina

Sin audiencias ni apelaciones, sin jueces ni abogados el general Mina, cuya juvenil ge- nerosidad sería cantada anos después por Ne- ruda, fue condenado a morir fusilado por la espalda, como traidor al Rey de las Espafias. A las cuatro de la tarde de rr de noviembre de 1817, a lavista del ejército insurgente que, bajo el mando del padre Torres, contemplaba aturdido la ejecución desde el fúerte de Los Remedios, Mina entregaba su vida al Creador en el cerro del Bellaco, no sin antes haber pro- testado por el trato de perjuro que se le había brindado, y no sin haber suplicado al pelotón que no lo hiciera sufrir.

En aquella Nueva Espaiia incendiada, carente de jueces y de procedimientos cuando

de terminar con el enemigo se trataba, Juan

Ruiz de Apodaca obtendría el título de Conde del Venadito en alusión al sitio en el que co-

menzó el Calvario navarro. Apodaca había resultado, hasta enrones, un vicemonarca con- descendiente con los insurgentes y proclive indulto. Su actitud terminante frente a Mina mueve a pensar que constituía prioridad Para el Estado español fulminar 10 antes posible a

la guía armada de un movimiento interna- cional que todavía habría de causar muchos dolores de cabeza al tiránico gobierno de Fernando VII en 10s años venideros.

Y Agzcstin de Iturbide. Enaperador de las moscas

''Se declara traidor a D. Agustín de Iturbide Siempre que se presente bajo cualquier título en algún punto del territorio mexicano. En este caso queda declarado por el mismo hecho enemigo de1 estadon. Así comenzaba el igno- minioso decreto del 28 de abril de 1824 con el que el segundo Congreso Constituyente esta- blecía una ley especialísima que en s~ mo- mento sería criticada por el ilustre Emilio Rabasa que supo ver en ella a la hija espuria

14.7 Episodios y Personajes da1 Poder3udiool de Iu Fedemción

de una Asamblea liberal. Con esta disposición podríamos obviar toda la explicación del U proceso" que se le siguió a Iturbide, pues fue precisamente ella la que hizo innecesario cualquier juicio para poder disponer de lavida del sentenciado apriori ante una realidad que por sí misma podría constatar cualquier observador que lo tuviera delante de él: la de haberse presentado en algún punto del Anáhwc, altísima traición en el concepto de nuestros primeros (y muy garantistas) tegisladores.

El decreto, con ser injusto, resultaba también inconstitucional. Privaba a un indi- viduo en concreto, y para e1 caso de que in- curriera en una conducta futura, de toda posi- bilidad para ser oído ante un tribunal. Y no

es que Ia República en pañaIes se hallase ayuna de un orden constitucional, pues se encontra- ban vigentes (Y resultaban aplicables al caso)

tanto la Constitución gaditana de 1812 como el Plan de Iguala y el Acta Constitutiva de la Federación. No: se actuó conrra derecho, con- *m legem, contra justicia, contra gratitud y contra decoro. De hecho, el Congreso degradó a Iturbide a una categoría subhumana, pues el artículo 18 del Acta Constitutiva que el propio cuerpo había expedido pocos meses atrás concedía a "todo hombre" el derecho a una administración de justicia pronta, con- pleta e imparcid a cargo de un PoderJudicial que por ningún lado apareció en el camino que condujo a la ejecución del Primer Jefe

trigarante.

144 Epiwdi, y P P , ~ o ~ L I ~ ~ I del P~derJrtdicinl de 18 Feder4cidn

AI "Emperador de las moscas", acertado calificativo que se debe a la pluma de Roben Harvey, se le había acabado el Imperio un año antes de que el controversia1 decreto viera la luz. Un Congreso irresponsable, que no quiso cumplir con su deber de expedir una Consti- tución, la ambición de militares que el propio Iturbide había encumbrado ingenuamente, Y la inexperiencia y fdta de talento gubernativo que padecía el autor del Plan de Iguala pro- vocaron la ineluctable caída. Al abdicar el 19

de marzo de 1823 Y "expatriarse gustoso del país" con objeto de no generar "pretexto para desavenencias", el general michoacano no imaginaba que durante su ausencia el Con- greso actuaría en forma füminmte para vengar 10s agravios que Ie habían causado las veleidades despóticas del héroe de Córdoba.

Iturbide confiaba en que su prestigio como libertador sería suficiente para librarlo del cadaiso. No se equivocaba, en principio, Pues los nuevos señores del Anáhuac le penni- tieron partir al exilio escoltado por las tropas del benigno general Nicolás Bravo. Esperando en el puerto de Veracruz que zarpara fa fragata Row¿¿ins que lo conduciría a la ciudad itdiana de Liorna, el frustrado monarca tuvo cono- cimiento de 10s decretos que en contra de su régimen dictaron las primeras Cortes consti- tuyentes de la recién nacida Nación mexicana: la nulidad de su coronación (y, en conse- cuencia, de su abdicación) y la insubsistencia del Plan de Iguala y de los tratados que en Córdoba I ~ r b i d e había suscrito con el último virrey novohispano, Juan O'Donojú, "por fo

respectivo a la forma de gobierno que esta- blecen" si bien "por libre voluntad de la Na- ción" mantenían su vigencia las tres garantías iturbidianas: Religión, Unión e Indepen- dencia. Quedaría proscrito como traidor, en cualquier caso, todo aquel que vitoreara al

Libertador o que le "recomendase como Em- perador". Su "Excelencia" Iturbide (tal trato le reconocía el propio Congreso en el colmo de la inconsistencia) gozaría de una pensión mexicana siempre que estableciese su residen- cia en cualquier punto de la península itálica.

En Italia sentirá Iturbide la furia de la Santa Alianza y de su aliado, Fernando VII, contra el autor de la Independencia de la Amé- rica septentrional española. Carlos María de

Procesos 'Yudicia1er"de la indeprndenri~ meziranlr 147

Bustamante, uno de los diputados encarce- lados por el dragón de hierro, reconocería que su enemigo permaneció fiel ante las pro- Puestas del Duque de Angulema para encabe- zar una expedición reconquistadora del reino de México. Conociendo los planes de la reac- ción europea, y temiendo por tanto un ataque contra su patria, el utópico emperador zar- pó con rumbo a Inglaterra. Ai llegar a México 10s informes del espía que mantenía a un Iado de Iturbide, un sacerdote de apellido Mar- chena, el segundo Congreso Constituyente mexicano temió lavuelta del general y comen- zó a tender la trampa legaloide en que termi- naría por cazarlo.

Desde Albión Iturbide escribe al Con- greso denunciando los lúgubres proyectos de

la Santa Alianza e informando acerca del restablecimiento del absolutismo en España: "luego que se descubrieron de un modo claro las miras europeas contra las Américas, lo que estuvo de tiempos muy atrás en mi previsión, resolví pasar a un punto donde estuviese expe- dito para volver a servir a los mexicanos, si ellos lo querían". Es evidente que si lo que que- ría Iturbide era recuperar la Corona del Anáhuac, Fernando y sus aliados europeos le estaban brindando el pretexto perfecto. Es también claro que fa táctica que seguía no era la mejor a tales efectos, pues ponía en alerta a sus adversarios, muchos de ellos diputados que no le perdonaban e1 encarcelamiento y la diso- lución de las primeras Cortes. Lo más proba- ble es, en consecuencia, que Iturbide se estu-

viera ofreciendo genuinamente como soldado de la recién estrenada República.

El Congreso no estaba dispuesto a aceptar tan generosa oferta. Sabía de la auto- ridad Y fama de libertador que gozaba Inrrbide Y no deseaba arriesgarse a ver restablecido el imperio, ese "absurdo político" del que habló Rabasa. Tomó todas las ~rovidencias para arrostrar los eventuales "Cien días" del Napo- león michoacano. Suspendió la pensión económica que se había decretado a favor del depuesto Agustín 1 (pensión que, por 10 de- más, nunca envió al general) y, como hemos visto, declaró traidor a Iturbide siempre que se cumpliera la condición de que el personale pusiera un pie en territorio nacional. La fór-

r50 Epirodios y P~v~onajcr del Poder3udicinl de I# Fedwacidn

mula resultaría utilísima pues, aunque no Se establecía pena para el caso de que el general actualizase la hipótesis normativa, por el hecho de ser declarado "fuera de la ley" y "enemigo del Estadon podría procederse en su contra "sin formas legales" y utilizando toda la fuerza esta- tal, como confesaría cínicamente uno de los diputados constituyentes. Estamos ante el parto del orden político estatal propio de la modernidad, un orden que comienza a alejarse del paradigma judicidista propio del Antiguo Régimen para encumbrar un legicentrismo legitimador de los contenidos menos jurídicos que puedan imaginarse.

La utilización facciosa de la legalidad, la razón de Estado y el cercenamiento alevoso

Proecsor "jydicir l fc~~de /a Independencia mexiiotw 1 s )

del adversario político provocan que en este Caso sea imposible hablar de un procedimiento judicial. Resulta incluso difícil mantener el análisis del caso en el plano estrictamente jurí- dico. El primer acto de la comedia había sido ejecutado a la perfección por un Congreso que Por haberse decIarado soberano creía, como Sostuvo Alamán, que lo podía todo, incluso redefinir un delito que, desde las Siete Parti- das bajomedievales, no ~ u d o nunca asimilarse a una conducta tan inocua como la de presen- tarse en territorio de la patria. Con lujo de candor (no otra cosa delatan las cartas en que comunicaba a sus enemigos fa intención que tenía de retornar al país), la víctima im- perial se aprestaba a entregarse al sacrificio que se le había preparado en sede constim~enre.

fw Episdior y Perronqiei del PoderJ~~dicii~I de la Fedrr~+*

Y otro Congreso constituyente, el del

neonato Estado de las Tamaulipas, sería el e*- cargado de asestar el golpe final. Como podrá obsefvarse, los jueces y las garantías brillan

por su ausencia en esta historia procesal que ni siquiera se acerca a la categoría de eniui- ciamiento marcid. Sin conocer los decretos congresuales, Iturbide salió de las islas britá- nicas el IK de mayo de 1824, tras haber 50s- tenido una enigmática entrevista con el libertador meridional José de San Marh. Corno si intuyera e1 desenlace que tendría el viaje, escribió su testamento a bordo del be[-

ganth Spting. El 15 de julio desembarcó, de i n c w t o , en el Nuevo Santander. Según narra trágica Y hennosamente Gabriel García Már- que=* el &-eral fue reconocido por su incon-

fundible forma de montar, aquella propia de Sus tiempos de dragón al servicio de su Cató- lica Majestad. No terminaba de habituarse al ambiente mexicano cuando fue apresado por Felipe de la Garza, a quien el autor del Plan de las Tres Garantías había elevado a la co- mandancia de las armas tamaulipecas y a quien había perdonado un intento de sedición en 1822.

Garza había engafiado al coronel polaco Carlos de Beneski, acompañante de Iturbide, haciéndole creer que si el ex emperador venía en el barco no tenía nada que temer, pues él sería el primero en darle la bienvenida, misma que en realidad consistió en informar a su antiguo bienhechor acerca del decreto de proscripción. Dos días después, apresurando

el incómodo asunto, le anunció que sería fusilado en tres horas, pero SU opinióny prefirió conducirlo ante la asamblea de 10s diputados tamaulipecos, que se hallaban reu- nidos en Padilla con el propósito de expedir una Constitución para el amante Estado de la Unión mexicana.

De camino a Padilla, Felipe de la Garza debió de haber tenido un momento de duda acerca de cuál sería el camino ~onveniente y útil a seguir para cumplir con su proyecto pofític0 personal. Inesperadamente, resaitó ante k tropa las virtudes del libertador va- llisoietano y le cedió el mando del contin- gente, reconociéndole su antiguo grado de "generaüsimo". El exiliado pudo haber dado

marcha atrás para reembarcarse con su familia, Pero prefirió darla cara a los diputados. Según interpreta ~ a i m e del Arenal, "Eturbide no quiso Ono pudo aprovecharse de esta situación, y con- tinuó hasta Padiia, confiado en que seria oído Por el Congreso locol". Ambosgenerdes Urfor- maron a los diputados acerca de la situación, Pero el Congreso no se intimidó con el hecho de que el proscrito tuviese efectivos bajo sus órdenes y se limitó a indicar fríamente a Garza que le comunicase a Iturbide lo resuelto, es decir, el cumplimiento exacto del decreto de1 Constituyente. Garza supo entonces de qué Lado se inclinaban b s caprichos de La diosa Fortuna y no titubeó d.

Pa& se& en cosxcuencia, el e~rr* rio de algo ni siq&n por aproximación

puede calificarse como "juicio". Cerca de la villa, Garza recuperó el mando de sus hombres y volvió a dar a Iturbide el trato de prisionero, asegurándole maiíosamente que lo mejor sería presentarlo en tal calidad ante la asamblea. El Congreso se había reunido en sesión extra- ordinaria apenas tuvo noticia de la cercanía del ilustre personaje. Apurando el trago, por temor a que los partidarios de la monarquía intentaran rescatar a su ídolo, celebró tres se- siones en las que leyó las cartas del consu- mador de la Independencia, pero se negó a escucharlo en persona. Tanta era la prisa que los diputados se negaron a conceder el día de gracia que Iturbide solicitó para prepararse "en los auxilios de la religiónn, que decía Cas- tellanos. Se cumpliría, sin más, el inconstitu-

ciona1, injusto y atrabiliario decreto de Proscripción.

NO hubo, pues, más proceso que el legislativo que se había desarroUado en la capi- tal de la República meses atrás. El Congreso de ?amaulipas ni siquiera se cuestionó si poseía o no competencia para ejecntar ef de- creto de proscripción. La vida de Iturbide se apagaría merced a una ley injusta, y no a una sentencia judicial. Lo condendan SU pasado de realista, de azote de ia insurgencia, de

y-sin esc~puíos, de em- perador disofvente de Congresos, y no íos arwengos de un fiscal en un juicio relativo a) ,.jdicak> crimen de presentarse en el terri-

de su patria. Al fin y al cabo, como lo

afirmaría el propio cuerpo colegiado, el Con- greso tamaulipeco "no hacía otra cosa en esto que cumplir y mandar que se cumpla la ley", es decir cumplir, en la apoteosis del espíritu federal, con las órdenes que desde el centro le había remitido el Congreso de la República.

La legislatura solicitó al gobernador del Estado que se hiciera cargo de la ejecución "cuando lo juzgue conveniente, conciliando la piedad cristiana con los derechos de la patrian. Poco después se delegó el penoso encargo en el inefable Garza, a quien se dotó de facultades extraordinarias "para que haga lo que conven- ga bajo su responsabilidad" y a quien, al día siguiente del fusilamiento, para borrar todo asomo de suspicacia por SU enigmática cesión

de las armas al Libertador, como ha razonado SiIvia Marrfnez del Campo, se le nombró "benemérito de1 Estado". Jturbíde, resignado, aprovechaba sus últimos ntomentos para escribir cartas, ya a su esposa Ana María Huarte, ya ai Congreso general de la RepúbIi- Ca, pretendiendo desvirtuar para la Historia 10s motivos por los que aquel cuerpo coiegi'a- do lo había declarado traidor a una Nación que 61 habk fundado ~"siscemaeanstitucional".

En lo que constituyó un parricidio que, como ha sabida ver Fuentes Mares, es proba- ble que M&co no pueda expiar jamás, el 19

de julio fue fusilado en la yema plazoleta de PadilIa creador de la bandera nacional. Su acritud ante la muerte contrasta con su agitada

vida. Sereno, dejó con el sacerdote que lo acompañaba en el último trance un mensaje para su esposa y para sus hijos. Repartió lo que le restaba en el bolsillo entre los inte- grantes del atroz pelotón. Se colocó en el lugar que le indicaron como sitio para la recepción de la metralla y aprovechó sus últimos instan- tes para lanzar un mensaje a sus compatriotas:

" Mexicanos: en el acto mismo de mi muerte os recomiendo el amor a la patria y la observancia de nuestra religión: ella es quien nos ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros; y muero gustoso, porque muero con honor, no como traidor; no quedará a mis hijos y su posteridad esta man- cha: no soy traidor, no ..."

Llevaba razón en esro último. iturbide, a qué o a quién?, se preguntaba hace

don Ezequief A. Chávez. E1 Congreso de la Unión había obrado arbitrariamente y había subvertido el orden del recién nacido Estado constitucional de Derecho llamado México, cu"do calificó de "traición" una conducta que bajo ninguna óptica podía ripificarse como tal. Esta miopía deliberada hacia lo que un auth- tic0 orden jurídico debe garantizar a todo hombre, miopíagenerada por un cuerpo legis- lativa y conf\rmada por otro, debe movernos a la reflexión en torno a Ia radical importancia que en lo tocante a la correcta operación de esa técnica de libertades que es el Derecho Constjacional mantiene -y ha mantenido en todo tiemp+ el cuerpo de especialistas, de

peritos en prudencia y en justicia, que se llama judicatura. El Congreso de ~amaulipas no pudo o no quiso denunciarla inconstitufiona- lióad (esto es, la incoherencia de la disposición con la sustancia de lo jurídico, constituida Por 10s derechos fundamentales de las personas) del decreto de proscripción. Un juez inde- pendiente acaso habría concedido la razón al i3eneral michoacano cuando exclamaba: 'N0 e-entro, señores, cuál O cuáles son los crí- menes Por 10s que el soberano Congreso me ha C O d ~ d ~ " . Un juez independiente, con- cluido un proceso con todas las garantía$, a c a s o l o ~ ~ librado de la muerte. A Inirbi-

en efecto, lo mt6 una ley. Una ley injusta, antiiurídicaF Por ende, inconstitucional.

Vendado de los ojos, atado de manos, tras rezar un credo y besar un crucifijo, el in- fortunado ejecutor de la Independencia del lmperio mexicano se deshizo de sus restos mortales que, tras ser velados con el hábito de San Francisco en La igíesita del lugar, heron colocados en la fosa que anos después recibirla el cuerpo suicida del general Manuel Mier Y Terán, antiguo lugarteniente de Morelos y eficaz colaborador del Iturbide insurgente, deses- perado en 1832 por la inexorable pérdida de la cercana Te= y por la perspectiva de asumir la presidencia de una República incendiada.

Por decreto del presidente Anastasio Bustamante, antiguo trigarante que solicitaría que su corazón fuera colocado a un lado del cadáver del héroe de Iguala, los restos de

Procesos 4udieinlrr"dr Id IndependeniGt mexiiond w

Agustín de Iturbide fueron trasladados a la capital de la República, donde fueron recibi- dos con gran pompa. Se depositaron en una urna que aún hoy puede visitarse en la capilla de San Felipe de Jesús de la catedral metro- politana. Cuando en el México revolucionario se decretó que los héroes de la Independencia debían descansar en la columna que a efec- tos de celebrar el centenario del movimiento emancipador mandó erigir el presidente

Porfirio Díaz, se optó por dejar a Iturbide "ahí, entre los suyosn y se prescindió de colocarlo en el "Ángel". Polvos de los antiguos Iodos que levantó el remedo de proceso que sus ene- migos le incoaron en el sombrío año de 1824,

tercero de nuestra Independencia y primero de la Federación mexicana.

VI. Ucente C;l lero. Traición yjuicio de Estado

18 de diciembre de r829 e1 presidente Gue-

rrero, héroe de guerra y libertador trigarante,

selló su suerte aI solicitar permiso al Congreso

para ir a combatir a Anastasio Bustamante,

quien se pronunció en Jaiapa contra él apro-

vechándose de1 mando de la fuerza que se

había organizado para enfrentar la empresa

reconquistadora espaiiola encabezada por el

generai I s i h Barradas.

r67

r6S Epi~odiosy Pcrsonajrr delPoderJudiciaIde la Federación

El discutido arribo de Guerrero a la pre- sidencia nacional había sido el detonante de una lucha interna en los órganos del naciente poder público mexicano. Los escasos meses que duró al frente del Ejecutivo dan cuenta de variados aciertos, pero también de terribles críticas hacia la persona del caudillo suriano. Su separación, originada también en su in- tención de defender el modelo federal frente a la asonada centralista en Campeche, fue la ocasión propicia para quienes deseaban dejarlo de la escena pública. Bustamante apro- vechó perfectamente la oportunidad que se le presentó.

Siendo vicepresidente el propio Busta- mante existía un gran descontento por la

forma en que Guerrero había gobernado el país, especialmente marcado por la influencia del embajador estadounidense Joel Poinsett en la política interna. La salida con licencia

general Guerrero habría de iniciar el pe- riplo que culminaría con su muerte. A diferen- cia de Hidalgo, Morelos, Mier y Mina, Guerrero compartiría con Iturbide el dudoso honor de haber sido sometido a juicio por instituciones de la naciente nación a la que habían dado independencia. Paradójicamente la historia se encargaria de separarla memoria de quienes en un pequeno poblado flamado Acarempan sellaron la kdependencia de la nación mexica- na, consumándola con la entrada def ejército Trigarmte en la ciudad de México el 27 de

septiembre de 1821.

110 Epirodior y Perw~iajes d d PodprJudiónl de lo Federación

La convicción federalista de Guerrero quedó de manifiesto en su apasionada posi- ción para combatir el levantamiento en Cam- peche. Casi veinte anos después de su muerte su memosia se honraría dando su nombre a una nueva entidad federativa, creada a partir de territorios de Michoacán, Puebla y México. No sería el único, pero tampoco serían mu- chos los ejemplos: Hidalgo, Morelos y Quin- tana Roo, curiosamente todos ellos partici- pantes en la saga del México independencista.

Volvamos a lo nuestro. Iniciaba, pues, el ano de 1830 con negros nubarrones para las instituciones nacionales. Antonio Pacheco Leal, entonces miembro del Senado, propuso a la Cámara que se declarase al ausente Gue-

rrero imposibilitado para gobernar la Repú- blica; así lo dice el acta respectiva, misma que da cuenta de la primera lectura efectuada el día 7 de enero. La segunda lectura se dio el día 9 y el r r de enero recibió la Cámara la expo- sición que el héroe suriano le dirigió, fechada en Tixtla el 3, refiriéndose a su conducta en 10s úlrimos acontecimientos públicos y a su retirada al lugar de su nacimiento donde ase- guró permanecería hasta "que la voluntad na- cionai no me interrumpa mi sosiegon pues no le había parecido sensato permanecer "en el campo de batalla con un ejercito que se diría 10 comprometía a obrar por defender mi causa propian, en lugar de hacerse cargo de la rebe- lión campechana. En la parte final de la co- municación decía: 'Yo no conozco más causa

172 Epirodior y Perronajer del Poderpdicioldc lo Feder~cidn

que defender que la libertad de mi Patria, que la soberanía de los Estados y que el respeto a las instituciones juradas solemnemente. Por sostener estos principios desenvainaré mi espada, prescindiré de lo más caro y acabaré con gusto mi existencia. Del Congreso gene- ral y de los particulares de los estados soy súbdito, a ellos invoco y sólo de ellos espero preceptos sea cuales fueren". No llegaría la respuesta esperada.

Con esta comunicación Guerrero pre- sentaba su renuncia al poder. Depositaba "el Bastón de Presidente de la República" en el po- der nacional, para que los representantes hicieran el uso que estimaran conveniente de él "en la inteligencia que la soberana resolu-

ción de las augustas Cámaras sobre este par- ticular juro sostenerla como la verdadera voluntad de la Nación, hasta con la úítimagota de mi sangre, pues que no soy otra cosa que un soldado de la Patria, señor, e1 último súbdito de la Nación".

La verdadera voluntad de la Nación, a la cual aludía Guerrero, se pronunciaría, el q de febrero de 1830 para declarar que el héroe meridional "tenía imposibilidad para gobernar la república". Lo que significara dicha declara- ción quedaría para la interpretación histórica. Anastasio Bustamante no tardaría en la pni- mera magistratura del país.

En septiembre de aquel año Guertero dictó su testamento ante la fe del notario pú-

174 Episodios y Personajer del PoderPdiriul de 1i2 f>demcian

biico Jesús B. Morales. El insurgente consentía consigo mismo que el camino emprendido, esto es, el de enfrentar a los conjurados, difícil- mente le llevaría a buen puerto. Su esposa, doña Guadalupe Hernández, sufriría el escarnio de los enemigos del tixtleco.

La campana militar que se prolongó todo el año de 1830 estaría llena de altibajos. El general ganaría batallas e incluso lograría la muerte del célebre exrealista Armijo, en Texca, cerca del puerro de Acapulco. Busta- mante pondría al frente del ejército que combatía a Guerrero a Nicolás Bravo. El mo- vimiento rebelde crecía y se extendía a otras regiones del país. Era necesario tomar medidas drásticas para acabar con él.

El proceso militar al que se sometió al general Vicente Guerrero Saldafia, y que con- cluyó con su muerte, tuvo como antecedente la traición de Francisco Picaiuga, marino geno- vés cuyo bergantín estaba fondeado en Aca- pufco. Bustamante encontró en Picaluga el instrumento perfecto para sus infames inten- ciones. A través de José Antonio Facio, enton- ces ministro suyo, aceptó darle cincuenta mil pesos, mismos que el genovés reclamaba por supuestos perjuicios causados, a cambio de facilitar fa captura de Guerrero para darle muerte. Existe la versión de que el encuentro entre Picaluga y Bustarnante fue concertado por Bravo, quien así pagaría 10s buenos oficios de Guerrero empleados para que se le le- vanrara el destierro que se le había impuesto

176 Ep;rod;osy Perronojer del Pode13udiriul de Id Fede~i?ciÓn

a consecuencia de su pronunciamiento en Tulancingo años atrás.

Realizado el trato Picaluga regresó a Acapulco en enero de 1831. Existen diversas versiones sobre los hechos: en una Guerrero celebró con el genovés un contrato para el transporte de mercancías a Zihuatanejo y Petacalco; otra, la más difundida, afirma que el 14 de enero Picaluga, so pretexto de una antigua amistad, invitó a Guerrero a comer en su bergantín. En cualquier caso, las ver- siones coinciden en que Vicente Guerrero abordó la nave por propia voluntad y ya en ella enfrentó la traición. El Colombo se hizo a la vela rumbo a Huatulco, donde Picaluga entregaría el caudillo insurgente al capitán

Miguel González. En las declaraciones que haría al fiscal Nicolás Condelle, aún a bordo del Colombo, el 25 de enero, Guerrero señaló

que "habiendo despachado a su comisiona- do por un poco de maíz y otras semillas en este mismo buque al rumbo de Zacatula, al darle las instrucciones al comisionado, respon- dió el capitán de este buque, don Francisco Picaluga, con una invitativa al declarante para ir a tomar la sopa a bordo, a lo que condescen- dió movido por la antigua amistad que han profesado; y que estando a bordo, después de haber almorzado, al despedirse de su amigo Picaluga, fue sorprendido por varios sujetos, de quienes sólo conoció a don José Mongoy, oficiales cívicos de Acapulco y a un tal Rico, guarda del mismo puerto, ignorando quiénes

fueron los demás. Que inmediatamente fue recibido por éstos de orden del mismo Pica- luga, y puesto en la cámara de dicho buque, donde se halla preson.

Pesaba sobre Guerrero la calificación de traición por haberse levantado en armas. Cuando Condelle le pregunró los motivos para tomar las armas en oposición al Gobierno, el suriano atribuyó la decisión a la "persecución horrorosa que observó, bien en los papeles públicos, como en la aproximación de tropas, en persecución de su persona, hacia su finca en Tierra Colorada, en donde se hallaba tran- quilamente, tuvo que marcharse para la Tierra Caliente, sólo a la defensa de su persona; y observando que continuaba la persecución

tuvo que armarse, reuniéndose a Codallos, que ya ocupaba la Tierra Caliente y consecutiva- mente fueron sucediendo las cosas que son pú- blicas". Condelle pregunta, de la misma forma

que Abella lo hizo con Hidalgo, por qué no se dirigió a las autoridades para arreglar el pro- blema. El fiscal le recuerda que el Supremo Gobierno pudo evitar la persecución contra su persona, y, en todo caso, "ni por la defensa de su persona le es permitido a nadie el dere- cho de insurreccionar". Guerrero responde ' 6 que es verdad que cuando un gobierno está ya establecido y aprobado por las cámaras, y dado a reconocer, es delincuente el que se alarma contra él; pero que ignorante, como lleva dicho, si ya estaba aprobado, tomó ese partido, para ver si de ese modo escapaba.

180 E.birodiosy Pemnajer del PodarJudicial de la Federnfión

ínterin tenía alguna resolución de las cámaras a las que había ocurrido".

Entre las preguntas que se le formu-

laron cabe destacar la siguiente: "¿cómo ha pen-

sado enajenar parte del territorio de la Repú- blica, ofreciéndolo a Zavala y Poinsett, en

pago de dinero para continuar la revolución!"

Guerrero respondería a la cuestión seiialando

"que absolutamente esta pregunta la descono-

cía; que con ninguno ha tenido contestación

acerca de semejante asunto".

El héroe insurgente llegaría a Oaxaca,

la antigua Antequera, el 4 de febrero, y sería

recluido en el convento de Santo Domingo.

Guerrero fue sometido y condenado a muerte por un Consejo de Guerra, integrado por diez vocales y presidido por Valentín Ca- nalizo (1794-1860), quien sería a su vez presi- dente de la República y, curiosamente, habría de ser sometido al final de su vida a un proceso militar por abandonar Perote sin ofrecer resistencia, dejando cañones, parque y bas- timento, durante la intervención estado- unidense del aciago año cuarenta y siete. Ef Consejo de Guerra se reunió en el mismo convento donde se encontraba el reo, y fe acusó de crimen de lesa nación.

En la causa aparece que el fiscal ar- gumentó que el tixtleco "se ha sustraido abier- tamente de la obediencia que se le debe a un

r81 Epimdie, y Perronajer del Poder Judi t id de lo Federdción

gobierno establecido; Vicente Guerrero, a fuerza de armas, ha faltado a la soberanía nacional, atacando abiertamente y con fuerza armada lo dispuesto por ella ... Vicente Guerrero ha sublevado a los pueblos contra el soberano de la nación ... por tanto concluyo por la nación a que el criminal Vicente Gue- rrero sea pasado por las armas".

Curiosamente Guerrero había negado la acusación de sublevar a los indigenas. Cuan- do Condelle le cuestiona sobre su participa- ción en el levantamiento de los pueblos indios "contra la gente de razón", Guerrero señala que desconoce por entero dichos eventos, "cuyos fundamentos jamás han estado en su modo de pensar, y lejos de eso, los ha inducido

desde el ano de 1810 a hacerse independien- tes de la dominación española". Reconocía

Hidalgo el motivo central de su lucha: mientras el cura de Uojores buscaba la indepen- dencia de la América respecto de Espafia, Guerrero Iuchaba en la medida de sus posi- bilidades por el mejoramiento de las condicio- nes de los indígenas. Sus valores pasaban por el federalisrno y la búsqueda de la igualdad de los mexicanos, td como había quedado de ma- nifiesto con su decreto abolicionista de Ja

esctavitud.

La sentencia del Consejo fue breve y severa: 'Vistas las declaraciones que prece- den ... la correspondiente sumaria en averí- guación de los diversos crímenes por éste

184 Episodios y Per~onojer de1 Podw-jUdiiid de 1s Federación

cometidos y en especial el grave, gravísimo de lesa nación: visto igualmente lo alegado por el reo y expuesto por el jefe fiscal de lo que se hizo reacción al Consejo de Guerra, aunque sin asistencia y presencia del reo, por haber renunciado este beneficio y pedido al consejo que se le excusase de hacerlo por no tener que alegar cosa que fuese en su defensa: todo bien examinado con la conclusión del expresado señor fiscal, de lo que hizo relación al Consejo de Guerra, aun condena al referido Vicente Gue- rrero a la pena de ser pasado por las armas".

Al día siguiente, 11 de febrero, el fiscal visitó a Guerrero en su celda y, poniéndolo de rodillas, le leyó la sentencia pronunciada por el Consejo marcial; más tarde un confesor le proporcionó los apoyos espirituales.

La sentencia no se cumplió a la breve- dad. Quizá temerosos de una reacción por parte de los amigos del expresidente, se preMó SU traslado al pueblo de Cuilapan, donde se verificaría la ejecución. No había motivo para tal proceder. Los amigos del insurgente nia- gvna acción Uevañan a cabo: Uor- su mue* quienes lo querían, mienrras que sus enemigos celebrarían la ejecución. El 33 de febrero, a la medianoche, se condujo al reo al convento en Cuiiapan, hoy de Guerrero. Arribaron en la madrugada y Guerrero fue encerrado en una celda donde recibió, momentos antes de su fusilamiento, de nueva cuenta servicios Para el bien morir.

Llevado al patio del convento, el héroe epónimo del Estado meridional aún tuvo el

coraje de hacer un llamado a los soldados presentes, que se encargarían de su fusilamien- to, para que defendieran la independencia de la patria y la religión oficial. Pidió perdón y perdonó; se le vendaron los ojos y puesto de ro- dilías recibió la descarga que le privó de la vida.

Juan Bohórquez, que había emprendido el viaje desde Oaxaca a México intentando ob- tener la suspensión de la condena, no llegó a tiempo. El soldado de la patria había entre- gado su cuota de sangre para pasar a la historia nacional. En Chilpancingo, tan luego llegó la noticia de la muerte de Guerrero, la tropa del otrora clemente Nicolás Bravo se las arregló para festejar el lóbrego acaecimiento. En algún lugar del sur, Juan Álvarez recordaba a su

antiguo jefe; profundamente católico, es se-

guro que haya dedicado aigún servicio a su memoria. LO honraría por completo veinte años después, en 1849, cuando logró la crea- ción de un nuevo estado en la federación que llem el nombre del héroe de Acatempan.

El mismo 14 de febrero de 1831 el capi- tán Miguet González expediría una comuni- cación señalando que "cumplido ya el tiempo de la capilla del ex General Vicente Guerrero, ha procedido el fiscd a la ejecución de la sen- tencia, y en este momento que son las siete de la mañana se le ha dado sepultura a su ca- dáver". Por su parte, el cura Secundino Fan- diño certificaría que "verificada la realidad de la sentencia contra él pronunciada, hice le

hiciesen un funeral con misa de cuerpo pce- sente". Así acabó la vida del hombre que Lafragua no dudó en calificar como lindero de dos edades, pues para él Guerrero "era el recuerdo de la generación que acababa y la esperanza de la que iba a nacer". Con escasos cuarenta y ocho anos y una larga hoja de servicios a la nación, Guerrero partía con rumbo al panteón nacional.

En relación con Picaluga habrá que decir que el Consejo Superior de Almirantaz- go genovés lo condenaría a muerte, además de a "la indemnización de derecho hacia los herederos del General Guerrero, y en las costas de1 proceso, declarándolo expuesto a la vin- dicta pública, como enemigo de la Patria y del Estado, e incurso en todas las penas y perjui- cios impuestos por las reales leyes contra los bandidos de primer orden, en la cual manda se inscriba al mismo". Nadie reclamaría el cumplimiento de dicha sentencia. Picaluga habría terminado sus días suicidándose por malos resultados en sus negocios. Con todo, el genovés siMÓ cumplidamente a sus amigos: una investigación abierta en el Congreso nacional no arrojó ningún dato que hiciera

probable la part.icipación de Bustamante y otros personajes en la muerte de quien alguna vez hiera Capitán genera[ def sur.

En 1834 el Congreso de la Unión expi- dió un decreto prevíniendo que contando desde el día que Guerrero tomó posesión de la presidencia, el r* de abril de 1829, hasta el 4 de febrero de 1830, se abonaría a su viuda "el sueldo que disfruta el presidenre y desde este día al de su fallecimiento el de General de División en Aerivo". Se reconocia como fecha límite aquella en que el Congreso había dicta- do, sin sustento constitucional, el oprobioso decreto que decfaraba al general imposibi- litado paragobernar la joven nación que había dirigido durante escasos meses por ímposi-

192 Episodio, y Prrrowjrr a¿/ Poder Judici~~/de 15 Federacid??

ción, iqué paradoja!, del Congreso que en- tonces lo rechazaba.

Hidalgo y Morelos murieron al mediar la lucha independentista, mientras que Gue- rrero, merced a su transacción con Iturbide, vería cumplido el objetivo del movimiento insurgente. En el balance Gnai de la vida de estos patriotas Fuentes Mares nos recuerda que los primeros Utuvieron la dicha de morir en sus inicios, y ambos gozan de parecida gloria. Pero Guerrero duró más de la cuenta; el destino le puso en el caso de vivir más allá de la victoria, y el h6roe pereció, agobiado por el hombre. Tuvo luego la fortuna de ser ase- sinado inicuamente, lo que le restituyó parte de su nombre, ya no de su gloria". Con todo,

la Patria puede dormir tranquila pensando, Con el ilustre constituyente potosino Ponciano Arriaga, en el infinito perdón de sus postreros libertadores: "Iturbide y Guerrero podrían desde Padilla y Cuilapan lanzarnos el rayo de una maldición eterna y hundirnos en el abis- mo; pero en el fondo de su alma generosa tenían un sentimiento de amor inagocabfe. Nadie, se decían, puede tener más que una patria, y México e5 fa nuestran.

VII. ConcZzdsiones: deZAntipo Régimela a la

revuZución jwticiera

Como habrá podido apreciarse a través de las seis causas que hemos examinado, la lógica ju- diciaiista del Antiguo Régimen provocaba que todas las autoridades s i n importar su adscrip- ción competencid formal a funciones diversas de las propiamente justicieras, como eran las de Gobierno, Guerra o Hacienda- se sin- riesen autorizadas para impartir algo que ellas calificaban discrecionalmente de "justician. No deja de resultar curioso que el exceso de

196 Epirodior y Pcr,ottsje~ del PoáderJudirial de lo F<~dernciÓn

judicialismo de tiempos anteriores o conrem- poráneos a la revolución liberal generase injusticias patentes, al menos por lo que hace a tiempos de excepción y de guerra civil.

Los casos analizados no pertenecen, en suma, a un período histórico propiamente ju- risdiccionalista, sino a uno de radical confu- sión entre los ámbitos de lo politico, lo crimi- nal, lo militar y lo judicial. Nos sirven, en cualquier caso, para reflexionar en torno a la gravedad de las situaciones que enfrenta una sociedad que carece de jueces y, por tanto, de auténtica y material Justicia.

Bien hiera la ley (Iturbide), la pasión anti-criollista (Mier), la arbitrariedad cas-

trense (Hidalgo, Morelos), la traición de Esta- do (Guerrero) o el pánico diplomático (Mina), la fuente de la condena de nuestros encausa- dos no fue jamás la decisión de un juez independiente, preparado y responsable de sus actos. Jurisúiccionaiismo conm estatalismo, ha dicho Carlos Garriga, dejando patente que no basta con el jurisdiccionalismo injusto para estar frente a un orden juridico digno de tal nombre. En los procesos que hemos reseñado brilla por su ausencia aquello que, según Zagrebelsky, es paradójico requisito indispen- sable del Estado consritucional de Derecho: el juez. Séanos dada una República en la que nunca vuelva a faltar.

Esta obra se terminó de impri- mir y encuadernar en octubre de 2006 en los talleres de Ediciones Corunda, S.A. de C.V., Tlaxcala núm. 17, COI. San Francisco, De- legación Magdalena Contreras, C.P. rosoo, México, D.F. Se uti- lizaron tipos Hoefler Text en 8, 10, 11 y 18 puntos. La edición consta de 4,000 ejemplares im- presos en papel bond de 75 grs.