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MASTIA 10, 2011 (2017), PP. 7-34 ISSN: 1579-3303 Antonio Javier Murcia Muñoz* Primera aproximación a la organización territorial en el entorno de Qart-Hadast (Cartagena, Murcia) First insights into the territorial organization of the area around Qart-Hadast (Cartagena, Murcia) Resumen En este trabajo se analizan los restos materiales de época púnica documentados en el territorio más próximo a la ciu- dad, cuya identificación e interpretación resulta en ocasiones complicada debido a la frecuente superposición de la ocu- pación romana, y a los grandes cambios que se han producido en el paisaje por la construcción de infraestructuras, el crecimiento suburbano, o las intensas transformaciones del parcelario y las formas de explotación agraria. Los primeros datos revelan la existencia de toda una serie de yacimientos directamente relacionados tanto con el control de los ejes de comunicación, como con la explotación de sus recursos naturales, que reflejan un rígido dominio territorial dentro de un contexto marcado por la consolidación y expansión de la fundación colonial y el enfrentamiento con Roma. Palabras Clave Qart-Hadast, bárquida, territorio, recursos naturales. Abstract This work analyses the documented material remains of the Punic period in the area closest to the city, remains whose identification and interpretation can sometimes be complicated due to the frequent overlapping of the Roman occu- pation, and to the great changes that have taken place in the landscape with the construction of major pieces of infra- structure, suburban growth, and the transformation of land management and agricultural exploitation. The initial data reveal the existence of a whole series of sites directly related to both the control of major lines of communication and the exploitation of natural resources, reflecting a tight territorial control within a context characterised by the consolidation and expansion of the original colonial settlement and the confrontation with Rome. Key Words Qart-Hadast, barcid, territory, natural resources. * [email protected]

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MASTIA 10, 2011 (2017), PP. 7-34 ISSN: 1579-3303

Antonio Javier Murcia Muñoz*

Primera aproximación a la organización territorial en el entorno de Qart-Hadast (Cartagena, Murcia)

First insights into the territorial organization of the area around Qart-Hadast (Cartagena, Murcia)

ResumenEn este trabajo se analizan los restos materiales de época púnica documentados en el territorio más próximo a la ciu-dad, cuya identificación e interpretación resulta en ocasiones complicada debido a la frecuente superposición de la ocu-pación romana, y a los grandes cambios que se han producido en el paisaje por la construcción de infraestructuras, el crecimiento suburbano, o las intensas transformaciones del parcelario y las formas de explotación agraria. Los primeros datos revelan la existencia de toda una serie de yacimientos directamente relacionados tanto con el control de los ejes de comunicación, como con la explotación de sus recursos naturales, que reflejan un rígido dominio territorial dentro de un contexto marcado por la consolidación y expansión de la fundación colonial y el enfrentamiento con Roma.

Palabras ClaveQart-Hadast, bárquida, territorio, recursos naturales.

AbstractThis work analyses the documented material remains of the Punic period in the area closest to the city, remains whose identification and interpretation can sometimes be complicated due to the frequent overlapping of the Roman occu-pation, and to the great changes that have taken place in the landscape with the construction of major pieces of infra-structure, suburban growth, and the transformation of land management and agricultural exploitation. The initial data reveal the existence of a whole series of sites directly related to both the control of major lines of communication and the exploitation of natural resources, reflecting a tight territorial control within a context characterised by the consolidation and expansion of the original colonial settlement and the confrontation with Rome.

Key WordsQart-Hadast, barcid, territory, natural resources.

* [email protected]

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de su distrito minero. Por el norte la comarca se encuen-tra delimitada por una alineación de sierras prelitorales, que ejercen de límite natural con el valle del Segura, y en donde se localizan las máximas altitudes de toda la comarca, con unos aprovechamientos potenciales cen-trados en los recursos forestales, la caza y la explotación pecuaria; en la parte central se extiende una gran de-presión litoral provista de suelos con un alto potencial agrológico2 aunque limitado por los escasos recursos hídricos; al este de esa llanura se encuentra la albufera del Mar Menor, una laguna salobre separada del mar Mediterráneo por una restinga arenosa; y por último, en el extremo meridional de la comarca, se sitúan los relie-ves litorales cuya proximidad al mar ocasiona una costa alta y abrupta salpicada de calas y pequeñas ensenadas, y donde se concentran además las principales minerali-zaciones del territorio.

Esta área se integra a su vez en un ámbito geográfico más extenso que abarca buena parte de las provincias de Alicante, Murcia y Almería, conocido como el Sureste Peninsular, que se caracteriza por ser uno de los domi-nios más secos de toda Europa3, con unas precipitacio-nes anuales que por lo general no sobrepasan los 300 mm. La escasa altura de los relieves unida a la extrema aridez del clima y la ausencia de cursos de agua alócto-nos, ocasiona una gran pobreza hidrográfica superficial, dando lugar a una extensa red de ramblas continua-mente secas, salvo en los escasos periodos de lluvias. La mayoría de los datos paleoecológicos disponibles en el sureste peninsular procede de estudios realizados en yacimientos de la Prehistoria reciente4, y en menor me-dida protohistóricos, que en su conjunto permiten de-ducir cómo durante los últimos 10000 años asistimos a un proceso paulatino de transformación de un bosque mediterráneo abierto en una vegetación semidesértica actual, un cambio en el cual el componente humano tendría un gran peso, al margen de la existencia de leves fluctuaciones climáticas5. Para el periodo que nos ocu-pa resultan de gran interés los estudios antracológicos realizados en el yacimiento litoral de Punta de Gavilanes (Mazarrón), y más en concreto en los definidos como fase antracológica 2, que abarca el periodo de Gavilanes

INTRODUCCIÓN

Los datos que analizamos proceden de una prospección selectiva realizada en todos aquellos yacimientos recogi-dos en la Carta Arqueológica Regional, que se disponen en el sector meridional de la comarca de Cartagena-Mar Menor. También se han considerado las publicaciones generadas por las diferentes actuaciones de gestión y protección del patrimonio arqueológico, así como por algunos proyectos de investigación. De esta manera pretendemos avanzar hacia la sistematización de una información arqueológica muy dispersa y heterogénea, que nos permita plantear nuevas propuestas y líneas de investigación de cara a futuros trabajos.

En las últimas décadas las intervenciones urbanas que se vienen realizando en el centro histórico de Cartagena, han permitido avanzar de manera significativa nuestro conocimiento sobre la capital de los dominios cartagine-ses en la península Ibérica, mostrando la existencia de un cuidadoso y detallado proyecto urbanístico y arqui-tectónico1. Sin embargo los avances en su territorio cir-cundante han sido mucho más limitados, debido al me-nor número de excavaciones arqueológicas realizadas, procediendo la mayor parte de los datos disponibles de prospecciones superficiales. Las dificultades inherentes a este tipo de documentación arqueológica, como los condicionantes de visibilidad y perceptibilidad de los restos, o los problemas para definir marcos cronológicos precisos en yacimientos que a menudo presentan una superposición de fases de ocupación, unido al escaso número de yacimientos con ocupación en época pú-nica, hace que debamos valorar con mucha cautela los datos.

El marco espacial seleccionado se corresponde con el extremo meridional de esa comarca natural, la cual está provista de cuatro grandes dominios morfoestructura-les, muy contrastados entre sí, que ofrecen una am-plia variedad de recursos naturales que se encuentran ampliamente citados en las fuentes de época romana, como: la pesca y la producción de salazones, el esparto, y fundamentalmente las importantes mineralizaciones

1 Ramallo y Ruiz, 2009: 534.2 Sobre los suelos y su potencial, v. Murcia et al., 2013: 122 y ss.3 Andrés, 1986: 26.4 Martínez Andreu, 1992: 40; Munuera y Carrión, 1991: 113-115; López, 2000: 366; Chávez, 2000: 79-80.5 Chávez, 2000: 88.

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II (ss. IV-III a.C.) y Gavilanes I (mediados II a.C.- fines I a.C.), cuyos datos muestran la escasez del componente arbóreo ya en la fase I, con grandes proporciones de arbustos e importante presencia de pino carrasco, que podría señalar la formación de un bosque muy abierto, en el que la mayoría de los espacios estarían ocupa-dos por el sotobosque; mientras que en la fase II, el componente halófilo se incrementa y los elementos del sotobosque se reducen, lo que según sus autores estaría relacionado con un proceso de desforestación del entorno6 en buena medida ligado al desarrollo de actividades metalúrgicas.

EL POBLAMIENTO PREBÁRQUIDA

En base a la documentación arqueológica disponible, el poblamiento ibérico en la región evidencia una marcada dualidad. Por un lado las tierras del interior, estructura-das mediante grandes oppida alejados entre sí, dispues-tos en el interior de corredores naturales generados por la propia orientación NE-SO de las sierras béticas que atraviesan la región (Fig. 1). Presentan una economía de base agropecuaria favorecida por su proximidad a tierras aptas para el cultivo, que se complementaría con el con-trol de las rutas comerciales entre la costa y la meseta, así como entre las tradicionalmente denominadas áreas contestana y bastetana. Sin embargo la franja costera cuenta con una menor densidad de poblamiento7 y un mayor influjo fenicio-púnico; y es que en este sector, a pesar de la aridez de su clima y de la ausencia de cursos fluviales permanentes, se concentran la mayor parte de los recursos minero-metalúrgicos del territorio, contando al mismo tiempo con una costa abrupta pero provista de excelentes dársenas, ensenadas y golfos, que han favorecido el desarrollo de asentamientos per-fectamente integrados en los circuitos comerciales que sucesivamente se han definido entre el levante penin-sular, los territorios itálicos, y el norte de África.

En Cartagena, dejando a un lado el debate sobre su identificación con la urbs massiena citada por Avieno, o

la Mastia reseñada por Polibio, los datos arqueológicos continúan siendo muy limitados. A la síntesis realizada por S. F. Ramallo8 en la que se ponía de manifiesto la presencia de materiales de la segunda mitad del siglo V a.C., y la existencia de un asentamiento continuado du-rante los siglos IV y III a.C., poco más se puede aportar. Pese al auge de las intervenciones arqueológicas en el centro histórico de Cartagena, siguen siendo muy pocas las novedades relacionadas con la fase de ocupación prebárquida9, presentando los restos conocidos una elevada dispersión, apareciendo en buena parte de las laderas interiores de los cerros que conforman la penín-sula, e incluso con algunas prolongaciones hacia la par-te baja10. Estas limitaciones hacen aún más complicado cualquier planteamiento relativo a su imbricación con el territorio más inmediato.

Los datos más novedosos se corresponden con los asentamientos dispuestos junto al camino, o mejor di-cho caminos, que comunicaban el Campo de Cartagena con el Valle del Guadalentín. El primero de ellos y más próximo al núcleo urbano, es el yacimiento de La Mota, situado en la cima y ladera occidental de una elevación de 68 m. de altitud perteneciente a las estribaciones de la Sierra de la Atalaya; además de su posición do-minante sobre una importante ruta de comunicación, cuenta con un entorno montañoso con posibilidades de uso como zona de pastoreo y obtención de recursos leñosos, mientras que hacia el norte y noreste se ex-tienden una amplia franja de suelos fluvisoles calcáricos formados por los aportes de las Ramblas de Benipila y Canteras, que cuentan con una alta capacidad agrícola; los materiales procedentes de la prospección del yaci-miento, permiten fijar el momento inicial de ocupación entre finales del siglo V-inicios del IV a.C.11, con un pre-dominio de materiales centrados en el siglo IV a.C. En segundo lugar queremos destacar sendos yacimientos dispuestos en el estrecho paso de montaña conforma-do por el cauce de la rambla de Casas Nuevas, que atra-viesa las Sierras Prelitorales, enlazando así los sectores central y occidental de la llanura litoral; el primero de

6 García, Grau, Ros, 2008: 113-118; García, 2009: 321.7 En el área de Aguilas, v. Hernández, 2010: 263-264; para la zona de Mazarrón v. Belda, 1975: 173-174 y Correa, 2001: 490. 8 Ramallo, 1989: 29-36.9 En las intervenciones del PERI CA-4 se documentó una cabaña amortizada por una estructura púnica, v. Madrid, 2004: 33; sobre los restos de una estructura doméstica amortizada por un muro de aterrazamiento bárquida v. Antolinos, 2006: 101 ss.; una visión global actualizada se puede seguir en Ramallo y Ruiz, 2009: 529-530. 10 Ramallo y Ruiz, 2009: 534.11 García et al., 1999: 243-252.

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ellos se localiza en la cima de una pequeña elevación

dispuesta junto a la Colada de Cuesta Blanca12, donde

se ha podido documentar una plataforma cuadrangu-

lar construida con piedras regulares trabadas con barro,

asociada a materiales de los siglos IV-III a.C., que ha sido

interpretada como una posible torre vigía13; con la de-

bida precaución a la que nos obliga el carácter prelimi-

nar de los datos, queremos resaltar las similitudes que

presenta con la torre de la Empedrola (Calpe, Alicante),

que con unas características constructivas similares se

dispone igualmente en la cima de un cerro con excelen-

te visibilidad, controlando uno de los caminos de acceso

Fig. 1. Mapa de la región de Murcia con la ubicación de los principales oppida ibéricos (A.J. Murcia).

12 Se trata del yacimiento de la Colada de Cuesta Blanca II.13 Según se desprende del resumen preliminar de la intervención, v. Yelo, 2006: 247.

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al oppidum contestano del Peñón de Ifac, y cuya cons-trucción se sitúa en la primera mitad del siglo IV14; muy próximo a esta estructura, a una distancia de 200 m en dirección norte, se localiza un pequeño asentamiento ibérico dispuesto en un cabezo de menor elevación15. Los tres yacimientos muestran por lo tanto una relación directa con los caminos que comunicaban el valle del río Guadalentín con el asentamiento de Cartagena, de-duciéndose una relación de dependencia con el mismo, y en definitiva la existencia de una cierta planificación en el control del territorio.

A una mayor distancia, junto a la ribera del Mar Menor, se dispone el poblado ibérico de Los Nietos con una ocupación inicial de mediados del siglo V a.C.16; situado sobre una pequeña elevación conocida como la Loma del Escorial, junto a la margen izquierda de la Rambla de la Carrasquilla. Por su proximidad a la vertiente meridio-nal de la sierra minera pudo cumplir una doble función como centro organizador de la explotación y transfor-mación de los recursos mineros17, y al mismo tiempo como distribuidor de mercancías18, detectándose un periodo de esplendor y desarrollo del poblado durante la primera mitad del siglo IV a.C. En relación directa con este asentamiento hemos de situar algunos enclaves menores localizados en la cercana sierra, que con una datación en torno al siglo IV a.C., estarían vinculados con la explotación minera: es el caso del yacimiento de La Fuente Vieja (Los Belones), dispuesto en la parte alta

del valle jerarquizado por la Rambla de la Carrasquilla; también podemos citar los materiales cerámicos del si-glo IV a.C., procedentes del Cabezo de la Escucha, en las proximidades de Cala Reona, asociados tanto a terreras de estériles19, como en el interior de los filones “Po-deroso” y “Diana”20, e igualmente en las prospecciones intensivas practicadas recientemente en el conjunto del cabezo21, sin olvidarnos del denominado “tesoro de las Minas de Cartagena” descubierto en 1866, compuesto por un shekel cartaginés anterior a la Primera Guerra Púnica, junto con un dracma emporitana y una pieza ebusitana (Fig. 2), si bien estas dos últimas son rela-cionadas por algunos autores con un hallazgo de Torto-sa22; una vinculación y dependencia similar presentaría el yacimiento del Carmolí Pequeño23, donde se docu-mentan a nivel de prospección restos de toberas de arcilla posiblemente relacionadas con la explotación de mineralizaciones filonianas asociadas al entorno de la elevación volcánica del mismo nombre. Desconocemos por el momento el grado de subordinación existente entre el asentamiento de Cartagena y el poblado de Los Nietos, presuponiendo una dependencia de este último en base a las características geoestratégicas del primero. Esta situación parece revertir hacia mediados de dicha centuria, momento en el que se documenta una inte-rrupción súbita de la ocupación del poblado, que afectó a la mayor parte de los departamentos excavados hasta el momento.

Fig. 2. Monedas del “tesoro de las Minas de Cartagena” (v. Alfaro, 2000: fig. 8).

14 Su ocupación no alcanza el siglo III a.C., v. Bolufer y Sala, 2009: 59.15 Martínez y García, 2006: 241.16 García, 2001: 27; García, 2005: 157.17 García, 1997: 146.18 García, 2003: 266.19 Antolinos, 2005: 591.20 Domergue, 1987: t. II, fig. 54 B, 55, 56 A.21 Martínez Salvador, 2012: 86-89.22 Alfaro, 2000: 27.23 Murcia, 2010: 146.

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En cuanto a la llanura litoral, el único dato procede de un asentamiento localizado en el sector central, en con-creto el yacimiento de Villa Asunción, donde se ha do-cumentado un borde de ánfora Maña Pascual A-4 con una pasta que denota su producción en el área del Es-trecho de Gibraltar, cuyas características permiten rela-cionarlo con los tipos T-11.2.1.3 y T-11.2.1.4, fechados entre el siglo V y los inicios del IV a.C.24. La posición del yacimiento en pleno fondo de valle, con suelos de alta capacidad agrológica, sin duda ha influido en la amplia secuencia de ocupación que presenta, constituyendo por el momento el único referente sobre un posible es-tablecimiento prerromano de carácter agropecuario en su entorno.

LOS TESTIMONIOS DE ÉPOCA BÁRQUIDA

Aunque la documentación arqueológica sigue siendo muy limitada durante este periodo, si nos permite al menos plantear una primera aproximación sobre la or-ganización del territorio (Fig. 3). Para ello vamos a pre-sentar los datos organizados en toda una serie de uni-dades ambientales homogéneas definidas a partir de los estudios de política territorial25 que comparten unos recursos y aprovechamientos potenciales comunes. Tan sólo en el caso del área suburbana no se siguen estos criterios, por considerarla un espacio sin unos lí-mites concretos, definida por criterios derivados de la geografía humana y de la documentación arqueológica, estando integrada por yacimientos cuya razón de ser no puede ser entendida sin la proximidad de la urbs.

El área suburbana (Unidad I)

De la descripción de Polibio sobre la conquista de la ciu-dad, además de los consabidos rasgos sobre la topogra-fía y el urbanismo, se pueden inferir algunos datos de interés sobre su entorno más próximo, en especial los que atañen a la laguna situada al norte de la ciudad. Su formación se debe al proceso de desecación postflan-diense, que origino un paulatino aislamiento de este en-

trante de la costa, convirtiéndose en primer lugar en una laguna sobresalada, y posteriormente en un fondo lagu-nar alimentado por aguas continentales26. Del relato de Polibio (x, 8, 7; x, 10, 11-12) parece deducirse que su situación en el momento de la conquista, debía de estar muy próxima a la de ese último estadio, encontrándose prácticamente aislada del mar, con la excepción de un cauce artificial abierto para facilitar las tareas de los que se dedican al mar. Esta última afirmación junto con la cita sobre los informadores de Escipión, unos pesca-dores que habían faenado allí (x, 8, 7), parece indicar un aprovechamiento pesquero, sobre el que también contamos con alguna referencia en el siglo xVI. Otras interpretaciones del relato plantean un uso centrado en la extracción de sal27, hipótesis que sin poder ser recha-zada no parece muy convergente con el estadio evoluti-vo de la laguna y los aportes de agua dulce que recibía. Pero la existencia de una zona de aguas estancadas tan próxima al núcleo habitado, y la escasez y estacionalidad de los aportes hídricos que recibía, suponía también un factor adverso al favorecer el desarrollo de diferentes tipos de focos epidémicos28, tal y como se documenta hasta bien entrado el siglo xIx, lo que pudo requerir la puesta en marcha de medidas correctoras, como el cauce antes mencionado. Sobre la ubicación exacta del cauce, cabe mencionar en primer lugar la referencia de Villamarzo29 en relación a los hallazgos realizados en la parte meridional de la calle de Santa Florentina, donde afirma que se hallaron antiguas y fuertes cimentacio-nes que llevan siempre una misma dirección, hallazgos que debemos poner en colación con una intervención realizada en la C/ Santa Florentina, que ha evidenciado la existencia de una alineación de bloques de arenisca que separaba dos ámbitos sedimentarios distintos, que ha sido relacionada con dicho canal30, pero sin que se pueda determinar.

En el extremo opuesto de la ciudad, en la vaguada si-tuada entre el mons Aesculapii y el cerro de Hephaistos, se han localizado niveles de época bárquida dispuestos bajo estructuras de habitación de la primera mitad del

24 Ramón, 1995: 235.25 Albaladejo – Díaz, 1983.26 Lillo, 1987: 13.27 Lowe, 2000.28 Andrés Sarasa, 1986: 38-4029 Villamarzo, 1907: 23.30 Martínez Andreu, 2001: 13; Antolinos – Soler, 2000: 47-48.

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Fig. 3. Mapa del sector meridional de la comarca con indicación de los yacimientos arqueológicos mencionados. 1: La Mota. 2: Cabezo Beaza. 3: Lo Gallego. 4: Canteras. 5: Los Nietos. 6: Los Triolas. 7: Lo Poyo. 8: Mina Balsa. 9: Cola del Caballo. 10: Rambla del Portús. 11: Fuente de la Pinilla. 12: Rambla de Fuente Álamo. 13: Las Palas. 14: Villa Asunción. 15: Cabezo Escucha. 16: Los Gavilanes. 17: Carmolí Pequeño. 18: Fuente Vieja (A.J. Murcia).

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siglo II a.C., lo que permite plantear la existencia de un hábitat31 de probable carácter suburbano. Tras la advo-cación de Hephaistos podría estar el dios fenicio-púnico Kusor vinculado con el trabajo de la forja y la fabricación de las armas, así como con la navegación, lo que unido a las numerosas evidencias de actividades relacionadas con la metalurgia en todo este sector32, hace que no sea descartable una especialización artesanal de este sector de la ciudad y su área suburbana, estando además orien-tado hacia la sierra litoral donde se disponía el distrito minero más cercano33.

También en la falda occidental del Arx Asdrubalis, junto a una de las principales salidas de la ciudad, la porta ad

stagnum et mare versa de las fuentes romanas, con una disposición presumiblemente suburbana, las intervencio-nes realizadas entre los años 2004 y 2005 han docu-mentado algunos niveles de ocupación y estructuras de finales del siglo III a.C., que han sido puestos en relación con un área artesanal34. En este mismo sector reciente-mente se ha planteado la existencia de un palacio ru-pestre cartaginés que con una articulación aterrazada se extendería por buena parte de las laderas septentrional y occidental del cerro del Molinete35. La existencia de tal complejo entra en contradicción con los restos anterior-mente mencionados de la Moreria Baja, vinculados con un área artesanal, y con los de la cima, pertenecientes a la muralla36. Partiendo de la base de que todas las ar-

31 Pérez – Berrocal, 2013: 116.32 Pérez – Rodríguez, 1999: 196-210.33 Madrid – Murcia, ep.34 Egea et al., 2006: 17-18, 50.35 Negueruela, 2015: 80.36 Noguera et al., 2012.

Fig. 4. Cabezo Beaza visto desde el sur (A. J. Murcia).

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gumentaciones son respetables, el problema radica en que esta, no se concibe como una hipótesis de trabajo sino como una realidad indiscutible, y todo ello sin el apoyo de una excavación arqueológica ni de una lectu-ra estratigráfica de los paramentos y recortes visibles, lo cual no es óbice para que el autor los considere como parte integrante de un unicum arquitectónico, en el que se llegan a identificar los mismísimos aposentos reales de Asdrúbal y Anibal37.

En relación con todas estas presumibles áreas subur-banas, no podemos dejar de mencionar, a pesar de su cuestionamiento por parte de diversos autores, la cita de Tito Livio en la que se alude a una incursión de las tropas de Cneo Escipión a Qart Hadast, … donde después de asolar todo el territorio circundante acabaron por pren-der fuego también a los edificios adosados a la muralla y a las puertas de la ciudad. (Tito Livio, xxII, 20, 5), resal-tando la importancia de la ocupación suburbana.

El papel geoestratégico de la ciudad fundada por Asdrú-bal, tendrá su proyección en el entorno más inmediato, donde se sitúan dos enclaves en altura dispuestos junto a los principales accesos terrestres a la ciudad38. El primero de ellos se localiza en la cima del Cabezo Beaza, un cerro volcánico de pendientes muy acusadas, situado a unos 3 km al noroeste de la ciudad, con una altitud de 159 m (Fig. 4). Al pie de su ladera oeste discurría ese eje de co-municación con el levante peninsular, que posteriormen-te conoceremos como vía augusta. Los resultados de la prospección muestran la existencia de una primera fase de ocupación de época bárquida, una fase tardorrepubli-cana peor representada, y siglos después una presencia limitada de materiales tardorromanos. La facies púnica es la mejor representada con una vajilla de mesa com-puesta por algunos fragmentos de cerámica de barniz negro, uno de ellos con pasta reductora asimilable a las producciones de Ibiza (Fig. 5, nº 1), que formalmente podrían responder a una derivación de una Lamboglia 27, encuadrable dentro del repertorio formal de los siglos III-II a.C.39, y algún fragmento muy reducido de barniz negro de Nápoles de la forma Lamb. 36 (Fig. 5, nº 2). Entre la cerámica de cocina destaca la presencia de lopas con

pastas del área de Cartago-Túnez (Fig. 5, nº 3-4), junto a sus imitaciones locales de cocción reductora (Fig. 5, nº 5), y otras formas asimilables también reductoras pero de procedencia más dudosa (Fig. 5, nº 6). La categoría más numerosa se corresponde con los contenedores de transporte y almacenaje, ente los que destacan un borde de ánfora Merlin/Drappier-3 (Fig. 5, nº 7), equivalente al tipo T- 3.2.1.2 de J. Ramón, fechada en el siglo III; tam-bién aparece un borde de producción ibicenca del tipo PE-16 / T- 8.1.3.1 (Fig. 5, nº 8) con una cronología com-prendida entre el 240/220 y el 190 a.C.40; las produccio-nes peninsulares están representadas por un ánfora ibé-rica (Fig. 5, nº 9), y un borde similar a una Maña/Pascual A 4 (Fig. 5, nº 10), pero con una pasta ajena al área del Estrecho, presentando notables similitudes con bordes del tipo T-12.1.1.1 con una datación centrada en el siglo III a.C. si bien cuenta con precedentes y perduraciones en los siglos IV y II a.C. respectivamente41; el resto del repertorio anfórico se compone de un nutrido conjunto de formas grecoitálicas con ámbitos de producción muy dispares: el área itálica (Fig. 5, nº 10), la península ibé-rica (área del Estrecho y litoral bético respectivamente) (Fig. 5, nº 11-12), y otros de difícil precisión (Fig. 5, nº 13). Una asociación de materiales similar se documenta en la propia Qart Hadast, en los niveles bárquidas del vertedero de la Plaza de San Ginés42, formando parte de los estratos III al VI, fechados en un momento final del s. III a.C. La amplia composición del material cerámico, en el que se encuentran representadas varias categorías funcionales, unido a la presencia de algunos materiales latericios como imbrices y ladrillos, junto con algunos fragmentos de opus signinum, evidencian la existencia de una construcción de carácter permanente.

Otro de estos puntos de control lo constituye el yaci-miento de La Mota II, situado a 1,5 km al oeste de la ciudad, en la cima de un cerro amesetado de 113 m de altitud que forma parte de las estribaciones orientales de la Sierra de la Atalaya, al pie del cual discurría la ruta de comunicación con el sur peninsular (Fig. 6). A dife-rencia de lo que ocurre en el anterior yacimiento, aquí los materiales aparecen más diseminados y en menor cantidad, mostrando la práctica ausencia de zonas con

37 Negueruela, 2015: 272.38 García et al., 1999: 247-248; Murcia, 2010: 14739 Pérez, 2009: 267, fig. 2.40 Ramón, 1995: 223.41 Ramón, 1995: 208.42 Roldán, 1991.

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Fig. 5. Materiales procedentes del Cabezo Beaza. 1: barniz negro de Ibiza. 2: barniz negro de Nápoles. 3-4: cocina púnica área de Cartago. 5: cocina púnica local. 6: cocina indeterminada. 7: ánfora Merlin-Drappier. 8: ánfora ebu-sitana, T- 8.1.3.1. 9: ánfora Ibérica. 10: ánfora del Área del Estrecho. 11-14: ánforas greco-itálicas (A. J. Murcia).

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Fig. 6. En primer término la cima de La Mota II vista desde el sur; al fondo la llanura litoral (A. J. Murcia).

posibilidades de conservar depósito arqueológico; entre los materiales documentados durante la prospección de 1997, destaca un fondo de barniz negro de Nápoles (Fig. 7, nº 1), decorado con una roseta central impresa, algunos fragmentos de lopas procedente de los talleres de Cartago-Túnez, junto con formas de cerámica ibérica, como tinajillas o platos, ofreciéndose que nos ofrecen un marco cronológico en torno al siglo III y los inicios del II a.C.43. Estos materiales resultarían sincrónicos con la fase final del yacimiento de La Mota I, donde también se aprecia una facies de época púnica, aunque cuantita-tivamente mucho más reducida que la de época ibérica, entre cuyos materiales contamos nuevamente con una lopa (Fig. 7, nº 2), algunas cerámicas ibéricas, como una tinajilla (Fig. 7, nº 3) similar a ejemplares documentados en los niveles de vertido de la Plaza de San Ginés44,

o el ánfora T- 8.2.1.1 de boca ancha (Fig. 7, nº 4). Su situación en una elevación que domina los accesos terrestres a la ciudad, con una excelente visibilidad de buena parte del Campo de Cartagena, unido a la escasa concentración de materiales y la ausencia de materia-les constructivos, permite identificarlo como una atalaya o punto de control. Un cálculo de la cuenca visual de ambos emplazamientos, aplicando un radio de 2,5 km, permite apreciar cómo desde ambas cimas se podían controlar todos los accesos terrestres a la ciudad (Fig. 8).

Por otro lado, la intensa actividad edilicia generada por la fundación, propició una importante demanda de ma-teriales constructivos, en buena medida cubierta con la puesta en explotación de los afloramientos de arenisca situados al norte de la actual población de Canteras (Fig.

43 García et al., 1999: 247-24844 Martín, 2002: 11, lam. 1.

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Fig. 7. Materiales de La Mota II. 1: barniz negro de Nápoles. La Mota I (dibujos según García Cano et al., 1999), 2: cocina púnica área Cartago. 3: cerámica Ibérica. 4: ánfora púnica.

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Fig. 8. Cuenca visual de los yacimientos Cabezo Beaza y La Mota II (A. J. Murcia).

Fig. 9. Frentes de extracción en los afloramientos de areniscas situados en la actual población de Canteras (A. J. Murcia).

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9), en cuyo sector occidental se han documentado ni-veles de trabajo fechados entre el último tercio del siglo III a.C. y los inicios del II a.C.45; los materiales obtenidos en prospección inciden en dicha datación para ciertos sectores del yacimiento, con la presencia de algunas for-mas de vajilla de mesa, como un fondo con pie anular de cerámica de tipo Kuass, con pasta bien depurada y el característico engobe de color marrón / rojo, decorada con cuatro palmetas opuestas que no guardan una total simetría, tal y como muestran muchos ejemplares gadi-ritas46 (Fig. 10, nº 1). También aparecen varias formas de barniz negro de Nápoles que se corresponden con los tipos Lamb. 27 y 31 (Fig. 10, nº 2-5), mientras que la cerámica de transporte y almacenaje se encuentra representada por un ánfora del área tunecina del tipo T-7.2.1.1 (Fig. 10, nº 6), cuyo momento álgido se sitúa en el último tercio del siglo III a.C. y los primeros dece-nios del II a.C.47. El empleo de esta roca sumamente fácil de trabajar, se ha constatado tanto en la construcción de las murallas de la ciudad, cómo en las grandes estruc-turas de aterrazamiento, y en la propia edilicia privada.

Otro punto de interés relacionado con esta misma ac-tividad es el yacimiento de Lo Gallego muy próximo al afloramiento volcánico del Cabezo de la Fraila, que se encuentra situado a unos 2 km al noreste de la ciudad, junto a lo que posteriormente conoceremos como vía augusta. El registro arqueológico ha proporcionado un restringido pero a la vez significativo conjunto de mate-riales que sitúan el momento inicial de ocupación hacia finales del siglo III o inicios del II a.C. Dentro de la cate-goría de vajilla contamos con algunas formas de cerámi-ca ibérica, como un Kalathos o el fondo de una forma abierta (Fig. 11, nº 1-2), acompañadas por informes de cerámicas comunes de producción indeterminada; pero el grueso del material está compuesto por contenedores anfóricos de producción norteafricana, con varios conte-nedores del tipo Maña D / T- 5.2.3.1 (Fig. 11, nº 3-4) , con una datación entre el último cuarto del siglo III a.C. y el primer tercio del II a.C., un ejemplar muy reducido de Maña C 2 también de producción norteafricana y

un pivote hueco de la misma procedencia (Fig. 11, nº 5-6), mientras que las producciones hispanas aparecen representadas por un ánfora del tipo CCNN / T- 9.1.1.1 (Fig. 11, nº 7), cuyo origen se sitúa en el último tercio del siglo III a.C.48, con un gran desarrollo durante el siglo II a.C. Su posición en el piedemonte de este cabezo volcánico, que presenta unas características geológicas muy similares a las del cercano Cabezo Beaza, cuya fun-ción como cantera en época romana se encuentra bien atestiguada, nos permitiría plantear su vinculación con dicha actividad. En este sentido resultan muy significati-vos los análisis petrográficos49 realizados en los proyec-tiles hallados en el interior de una cisterna del Tossal de Manises, que revelan una composición muy similar a las andesitas del Cabezo Beaza. En Qart Hadast se ha documentado recientemente, aunque descontextualiza-do, uno de estos proyectiles en las proximidades del tramo de la muralla púnica situado en la ladera oriental del Cerro de la Concepción (Fig. 12); aunque presenta en su superficie varias lascas desprendidas, su diámetro máximo conservado de 8,6 cm y un peso de 802 g., permite vincularlo con un proyectil de catapulta del tipo lithobolos, cuyo empleo está bien constatado en época helenistica50.

Mar Menor (Unidad V)

Aunque a priori las características de esta laguna salo-bre permiten plantear su idoneidad para el desarrollo de actividades relacionadas con la pesca, la fabricación de salazones o la extracción de sal, su proximidad al distri-to minero hizo que estos aprovechamientos quedasen relegados, al menos durante los periodos de mayor in-tensidad de la explotación minera. En época tardorrepu-blicana buena parte de su sector meridional se convirtió en un excelente fondeadero tanto para el transporte del metal, como para el propio aprovisionamiento de las instalaciones mineras, documentándose en sus márge-nes lavaderos, fundiciones y zonas de almacenaje51.

45 Antolinos, 2003: 82.46 Niveau de Villedarys, 2003: 123.47 Ramón, 1995: 207.48 Sáez, 2008: 647.49 Olcina et al., 2010: 237.50 Quesada, 2008: 187-188.51 Alonso, 2009: 29-33.

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Fig. 10. Materiales procedentes de Canteras: 1. barniz negro tipo Kuass; 2-5. barniz negro de Nápoles; 6. ánfora púnica del área de Cartago, T-7.2.1.1 (A. J. Murcia).

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Fig. 11. Materiales arqueológicos procedentes del Cabezo de la Fraila. 1-2: cerámica ibérica. 3-6: ánforas púnicas del área de Cartago. 7: ánfora púnica T- 9.1.1.1 (A. J. Murcia).

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Durante el siglo III a.C. pudo desempeñar una función similar, puesto que en esos momentos se produce la reactivación del enclave de Los Nietos52, momento en el cual el poblado se fortifica, convirtiéndose en época bár-quida en un importante centro metalúrgico, en el que se documenta la presencia de pequeños hornos de fundi-ción relacionados con la obtención de plata53. Al este de dicho enclave, en el yacimiento de Los Triolas, dispuesto en una loma que domina la ensenada actualmente ocu-pada por las salinas de Marchamalo, se ha podido cons-tatar la existencia de algunos materiales que podrían in-dicar la existencia de una fase de ocupación púnica; de él proceden un fragmento de ánfora púnico-ebusitana del tipo T-8.1.3.254 (Fig. 13, nº 1), presente en contextos bárquidas de la ciudad, y un ánfora T-7.4.1.1 (Fig. 13, nº 2) para la que se plantea una datación centrada en la primera mitad del siglo II a.C., si bien con falta de certeza respecto a sus topes cronológicos55. Sin descartar una

función relacionada con la pesca, tampoco podemos obviar su proximidad al extremo más oriental del distri-to minero, donde se constata una importante actividad minera prerromana en el Cabezo de la Escucha. Una situación similar se advierte al noreste del poblado de Los Nietos, en el yacimiento de lo Poyo, un gran área vinculada con la actividad metalúrgica en época tardo-rrepublicana, dotada de espacios residenciales, zonas de almacenaje y de trabajo metalúrgico, donde se han documentado algunos materiales que podrían señalar la existencia de una ocupación previa, un fragmento de plato de barniz negro de Nápoles perteneciente a una Lamb. 36, así como diversos fragmentos anfóricos de morfología grecoitálica, un ejemplar púnico-ebusitano T-8.1.3.2, o el ánfora fabricada en Cartago, similar al tipo T-7.3.1.1 (Fig. 13, nº 3) datada entre finales del siglo III a.C. y la primera mitad del siglo II a.C.

Fig. 12. Posible proyectil realizado en andesita (Fondos Museo Teatro Romano).

52 García, 2005: 157.53 García y Ruiz, 1995-96: 146-147.54 Ramón, 1995: 223-224.55 Ramón, 1995: 209.

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Sierra Litoral (Unidades II y III)

En el tramo de la Sierra Litoral comprendido entre Car-tagena y Cabo de Palos, es donde se concentran las principales mineralizaciones de la comarca. Pero la con-tinuidad y superposición de esta actividad tras la con-quista romana, dificulta enormemente la identificación de la facies púnica56, limitándose nuestra información a un cierto número de materiales descontextualizados, di-seminados por los numerosos yacimientos que confor-man el distrito minero. Cabe destacar así las cerámicas de barniz negro de Cales procedentes de Mina Balsa, o

el siclo de cobre hallado en las proximidades de la Cola del Caballo57. Cerca de Cabo de Palos, los trabajos de prospección en el Cabezo de Escucha, ponen de ma-nifiesto la existencia de una actividad extractiva durante el siglo III, que se abandona tras la conquista. También en el más alejado distrito minero de Mazarrón, los da-tos son muy parciales, destacando la continuidad de la factoría de Los Gavilanes58, así como la presencia de niveles bárquidas en algunos enclaves costeros59.

Al oeste de Cartagena la Sierra Litoral presenta un primer tramo hasta alcanzar la Rambla del Portus, con minera-

Fig. 13. Los Triolas. 1: ánfora punico-ebusitana, T-8.1.3.2. 2: ánfora púnica T-7.4.1.1. Lo Poyo. 3: ánfora púnica. Rambla del Portús. 4-5: ánforas púnicas (A. J. Murcia).

56 Ramallo y Berrocal, 1994: 90.57 Berrocal, 1996: 113.58 Ros, 2005: 63-66.59 Martínez / Iniesta, 2007: 123.

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lizaciones más débiles, disminuyendo paulatinamente desde el citado curso hacia el oeste (Unidad III); en el límite entre ambos sectores se localiza el yacimiento de la Rambla del Portus, dispuesto sobre una terraza. En él se han podido diferenciar dos ánforas, una pertenecien-te al tipo T-7.2.1.1 (Fig. 13, nº 5) cuyo momento álgido se sitúa en el último tercio del siglo III y los primeros decenios del II a.C.60, aunque sus topes aún no se han concretado, y un ejemplar muy reducido similar al tipo T-7.4.2.1 (Fig. 13, nº 4). La existencia de recursos hidro-lógicos en su entorno, de estrechas terrazas con suelos aptos para el cultivo, y de cercanas mineralizaciones, ha-cen que se deba dejar abierta la función del yacimiento.

Llanura litoral (Unidad IV)

El único yacimiento de la comarca que con una facies púnica ha sido objeto de varias campañas de excava-ción consecutivas61, es el de la Fuente de la Pinilla, que ocupa una posición periférica dentro de la llanura litoral, en contacto con las sierras litorales. De los datos pro-cedentes de las memorias de excavación se deduce la notable singularidad del asentamiento, que muestra una articulación interna con amplios espacios rectangulares sin compartimentar, que nos remiten a estancias simi-lares del sector 1 de la factoría púnica de Na Guardis (Mallorca), interpretado como zonas de almacenaje62. Si analizamos su emplazamiento, vemos como se dispone en lo alto de un promontorio amesetado situado en la confluencia de dos ramblas, en cuyas proximidades se encuentra la Fuente de la Pinilla, con un entorno inme-diato accidentado compuesto por lomas y colinas de suelos poco desarrollados (litosoles); al sur y sureste se localizan extensas áreas de xerosoles cálcicos cuyo uso agrícola estaría limitado por la accidentada orografía, lo que permite situar las tierras cultivables más próximas al noroeste del yacimiento, en el fondo de valle drena-do por la Rambla de los Tollos. Atendiendo a la propia morfología del enclave, sus dimensiones y su propia ubicación un tanto alejada de las áreas con mayor po-tencialidad agrícola, no parece plausible plantear una orientación agropecuaria. Creemos que en la elección del emplazamiento han primado otros criterios, como

son su posición intermedia entre Qart Hadast y el distri-to minero de Mazarrrón, otorgándole a este yacimiento una funcionalidad preferentemente de carácter logístico o estratégico. En ese mismo sentido se han de valo-rar las trazas de caminos situadas inmediatamente al norte del yacimiento, excavadas en el sustrato rocoso de calcarenitas; el primero de estos tramos de aproxi-madamente unos 90 m de longitud, se sitúa en lo alto de un promontorio rocoso con una orientación nores-te-suroeste; en el fondo de la vaguada que separa am-bas elevaciones se aprecian nuevas trazas de rodadas excavadas en el sustrato rocoso (Fig. 14). En base a su disposición y orientación pensamos que estas trazas han de relacionarse con una ruta de comunicación que desde época prerromana hasta época moderna ha per-mitido la conexión entre el área del Campo de Cartage-na y la de Mazarrón, que discurriría desde la población de La Pinilla hasta la Cuesta de la Pinilla, atravesando el Majal de Gracia para continuar, una vez rebasado el yaci-miento, hasta el paraje de El Saladillo. Las características constructivas del primer tramo del camino nos remiten a paralelos del área edetana para los que recientemente se ha planteado su relación con el poblamiento prerro-mano de la zona63. No podemos finalizar sin traer a co-lación el hallazgo en 1861 de un tesorillo de monedas de plata compuesto por al menos un centenar de piezas (Fig. 15), con una fecha de acuñación estimada entre el 237-227 a.C., cuya procedencia permanece discutida entre el cercano paraje del Saladillo, o las inmediaciones del Puerto de Mazarrón64, y que en fechas más recien-tes se ha puesto en relación con este yacimiento65. Al margen de la problemática sobre su exacta procedencia, resulta indudable que contribuye a resaltar la importan-cia del distrito minero de Mazarrón, y de su conexión con Qart Hadast.

En el sector central de la llanura litoral hemos de men-cionar el yacimiento de la Rambla de Fuente Álamo, dis-puesto junto al cauce de la rambla del mismo nombre que jerarquiza el drenaje de toda la llanura. En él se han recuperado algunos fragmentos anfóricos que po-drían corresponderse con este mismo periodo: se trata del borde de un ánfora fabricada en el área de Carta-

60 Ramón, 1995: 206.61 Martín / Roldán, 1997: 158-166; Martín / Roldán, 1998: 182-188; Martín / Roldán, 2002: 214-219.62 Guerrero, 1991: 924-926.63 Arasa, 2010.64 Alfaro, 2004: 25-27.65 Volk, 2006: 209-210.

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Fig. 14. Camino de la Fuente de la Pinilla (A. J. Murcia).

Fig. 15. Monedas pertenecientes al tesorillo de Mazarrón (en Alfaro 2004, lám. I, p. 67).

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go - Túnez, correspondiente al tipo T-7.4.2.1 con una datación de la primera mitad del siglo II a.C.66 (Fig. 16, nº 1), y un pequeño fragmento del labio de un conte-nedor de producción ebusitana (Fig. 16, nº 2) que por su morfología y dimensiones podría pertenecer a una forma evolucionada del tipo T-8.1.3.1, con una datación comprendida entre el 240/220-190 a.C.67, sin descartar plenamente su pertenencia al tipo T-8.1.3.2, para el que se propone una datación más reciente entre el 200-120 a.C.68; esta fácies se completaría con un borde de ánfora grecoitálica (Fig. 16, nº 3), con labio del tipo bd4, bien atestiguado en contextos de Lattes comprendidos entre el último cuarto del siglo III y finales del II a.C.69, con algunos paralelos directos70 que permitirían situarlo en la parte más antigua de dicha orquilla. Respecto a su funcionalidad, vemos como se inserta en una zona de suelos poco desarrollados, en su mayoría litosoles y xe-rosoles petrocalcicos, lo que unido a la topografía de su entorno más inmediato compuesto por una sucesión de pequeños altozanos separados por ramblizos encajados que no facilitan el aprovechamiento agrícola. La presen-cia de algunas escorias metálicas hace que tampoco sea descartable algún tipo de actividad metalúrgica, tenien-do en cuenta la proximidad de las sierras prelitorales donde se constatan mineralizaciones diseminadas de poca entidad que han sido susceptibles de explotación en la antigüedad.

Más difícil aún resulta discernir la existencia de fases de ocupación bárquida en otros yacimientos de la llanura litoral. Es el caso del yacimiento de Las Palas situado junto al camino que se dirige hacia el valle del Guada-lentin, donde la intervención de urgencia realizada en 1994 documentó unas estructuras hidráulicas de época altoimperial, junto con algunos materiales descontex-tualizados que evidencian la existencia de una ocupa-ción anterior. Esta última se compone de fragmentos de barniz negro de Nápoles, y un ánfora similar al tipo T- 7.4.3.1 (Fig. 16, nº 4), datada en la primera mitad del siglo II a.C., y un ánfora grecoitálica71.

Una situación similar se plantea en el noreste de la lla-nura litoral, muy próximo a las primeras estribaciones de la sierras, donde los trabajos de prospección relaciona-dos con un estudio de impacto ambiental han propor-cionado un escaso pero a la vez representativo conjunto de materiales anfóricos, que no han podido ser relacio-nados con ningún yacimiento, habiéndose puesto en re-lación con ese paso intramontano secundario del Puerto del Garruchal72, que permite la conexión con el valle del Segura. Los materiales parecen corresponderse con dos momentos muy concretos: el más reciente entre finales del siglo II y la primera mitad del I a.C., estaría compues-ta por algunos contenedores itálicos y tardopúnicos, y otra más antigua integrada por contenedores púnicos del área Cartago-Túnez, pertenecientes al tipo T- 7.4.2.1 (Fig. 16, nº 5-6), uno de ellos con una estampilla con la representación figurada de un crustáceo junto a tres grafemas de un antropónimo, datado en un momento temprano del siglo II a.C.73; para este tipo de contene-dores se suele determinar una datación dentro de la primera mitad del siglo II a.C.74, si bien nada impide su-poner una datación anterior.

VALORACIONES

Cualquier propuesta que se plantee sobre la organiza-ción del territorio en el Campo de Cartagena durante los siglos V-IV a.C., queda automáticamente condicionada por la escasa documentación arqueológica disponible, pero también por las dificultades a la hora de caracterizar el enclave de Cartagena, que a priori vertebraría ese te-rritorio. A partir del siglo V a. C. ese corredor conformado por el valle del Guadalentín y la vega media y baja del río Segura, junto con la zona litoral, mostrarán una gran unidad cultural, basada en buena medida en la homo-geneidad de los cambios socioeconómicos y culturales promovidos por el comercio75. Es precisamente en esos momentos de la segunda mitad del siglo V a.C. cuando se documentan los primeros niveles de ocupación en el poblado ibérico de Los Nietos (Fase III), así como diver-

66 Ramón, 1995: 210.67 Ramón, 1995: 223. 68 Ramón, 1995: 224.69 Py et al., 2001: 61.70 Py et al., 2001: nº 288, 63; idem, nº 297, 64.71 Berrocal et al., 1999: 366, 379-380.72 Sobre la actuación arqueológica y el análisis de los materiales v. Esteve et al., 2008: 561.73 Zamora: 2010, 340-341.74 Ramón, 1995: 209-210.75 Ros, 1986: 258.

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Fig. 16. Rambla de Fuente Álamo. 1: ánfora púnica del área de Cartago, T-7.4.2.1. 2: ánfora punico-ebu-sitana. 3: ánfora greco-itálica. Las Palas. 4: ánfora púnica T-7.4.3.1 (dibujo según Berrocal et al., 1999, lám. 16, p. 379). Puerto del Garruchal. 5-6: ánforas T-7.4.2.1 (dibujos según Esteve et al., 2008).

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sos materiales descontextualizados en la propia Carta-gena, enclaves que se encuentran flanqueando respec-tivamente los extremos oriental y occidental del distrito minero de Cartagena-La Unión, y cuyo surgimiento ha de relacionarse en un contexto de gran desarrollo del poblamiento ibérico en el territorio murciano76.

Entre finales del siglo V y los inicios del IV a.C., en el asentamiento de Los Nietos se produce un profundo cambio que se traduce en el replanteo de un poblado de nueva planta (Fase II), con una cuidada planifica-ción de los espacios, manifestándose durante la primera mitad del siglo IV una notable variedad de importacio-nes que denotaría un periodo de auge comercial77. En el caso del asentamiento de Cartagena nuestros datos continúan siendo muy desiguales, pero en sus inmedia-ciones cabe destacar la ocupación de algunos enclaves estratégicos relacionados con el camino, o más bien caminos, que se dirigían hacia el valle del Guadalentín, como el yacimiento de La Mota, o el asentamiento y la posible torre vigía dispuestos en el interior de uno de los pasos montañosos de la sierra prelitoral, implicando una planificación del control territorial. La propia disposición de estos enclaves nos introduce en la problemática so-bre la definición de la red de comunicaciones de época prerromana, permitiéndonos plantear la plena vigencia en estos momentos de unos caminos que estructura-rían las comunicaciones entre el asentamiento de Carta-gena y el valle del Guadalentín, cuyos trazados estarían condicionados por el aprovechamiento de los pasos na-turales de la sierra prelitoral, y que la posterior implanta-ción territorial romana no haría sino ajustar y consolidar, imbricándola con la red de poblamiento rural. En cuanto a la situación de la llanura litoral, apenas contamos con datos, tan sólo ese ánfora del área del Estrecho que po-dría indicar la existencia de asentamientos menores en llano con una clara orientación agropecuaria, pero con una densidad de ocupación especialmente baja debida a las limitaciones impuestas por la acusada aridez y la atracción de la actividad minera.

Los niveles de destrucción de mediados del siglo IV a.C. documentados en el poblado de Los Nietos, podrían indicar la existencia de cambios dentro de esa estruc-turación territorial, con un alcance que no somos ca-paces de valorar, y que quizás se podría relacionar con otros episodios de destrucción violenta constatados en la región, caso del oppidum de Los Molinicos, donde también se registran niveles de incendio encuadrables hacia mediados del siglo IV a.C.78, acontecimientos que ni siquiera podemos determinar que fuesen sincrónicos, o si tienen alguna relación con el tratado romano-carta-ginés del 348 a.C.79. No obstante creemos que resulta significativo contrastarlo con la situación que acontece de manera simultánea en la zona litoral de la región, así como en otras áreas adyacentes: de esta manera en el enclave fenicio de Baria asistimos durante el siglo IV a.C. a un importante auge, que se manifiesta en su territorio circundante con una intensificación de la ocupación y explotación de los recursos agrícolas y mineros80, algo similar a lo que sucede en las costas del distrito minero de Mazarrón, donde la factoría metalúrgica de los Gavi-lanes presenta una destacada actividad durante todo el siglo, incluida una profunda reestructuración a finales de la centuria81; también en el tramo de costa comprendido entre la desembocadura del río Segura y Sagunto se de-tectan destrucciones violentas entre los siglos IV y III a.C., sugiriéndose una posible relación con la competencia entre el comercio griego y el púnico82. Todos estos datos reflejan el creciente interés cartaginés por los territorios levantinos, que se pudo traducir en un aumento de la influencia política sobre estos territorios, capaz de oca-sionar enfrentamientos y disensiones entre las propias poblaciones ibéricas, así como entre estas y Cartago.

De esta manera la fundación de Qart Hadast ha de in-sertarse en el marco de esa política expansionista que lleva asociado un programa de fundaciones para con-seguir un control efectivo del territorio83, con especial interés en sus principales zonas mineras ubicadas en la Alta Andalucía y el Sureste84. La ciudad como capital

76 García Cano, 2003: 253. 77 García Cano, 2005: 157.78 Lillo, 1993: 34.79 García Cano, 2006: 51.80 López Castro et al., 2010: 119-123.81 Ros, 2005: 51-52.82 Aranegui, 2010: 696.83 López Castro, 1995: 76.84 Prados, 2007: 85.

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de los dominios cartagineses en la península Ibérica se convirtió en un importante centro político, económico, y militar, así como en un instrumento para la vertebra-ción de un extenso ámbito territorial sometido al control bárquida.

Los testimonios que hemos analizado muestran como la ocupación del territorio estuvo en buena medida con-dicionado por factores geoestratégicos derivados de la política de ocupación militar y del propio enfrentamien-to con Roma; esto implicaba en primer lugar la necesi-dad de establecer un control efectivo sobre el territorio, sus ejes de comunicación y la explotación de sus re-cursos -en especial los mineros-, todo ello con el fin de contribuir a garantizar el abastecimiento de materias primas y las fuentes de financiación necesarias para el mantenimiento de los esfuerzos bélicos. En este mismo sentido se vienen considerando los hallazgos púnicos del Tossal de Manises, interpretados como un enclave fortificado directamente relacionado con el control de las rutas terrestres y marítimas del territorio próximo a Qart Hadast85. Entre los enclaves documentados cabe destacar un primer grupo compuesto de turris o atala-yas, que se sitúan en las cimas de algunas elevaciones cabezos próximos a la ciudad, como el Cabezo Beaza o La Mota II, cuya función sería la de controlar los accesos terrestres a la ciudad y que debieron formar parte de un sistema defensivo más complejo. Emplazamientos de este tipo y de cronología tardopúnica se han docu-mentado en Ibiza86, datados en la primera mitad del II a.C., cuya finalidad era la de proteger sus costas de la amenaza romana.

La propia disposición de la atalaya de La Mota II, permite deducir la continuidad de los caminos prebárquidas que comunicaban con el valle del Guadalentín, cuyo tramo meridional debió de adquirir un gran protagonismo, al permitir una rápida conexión con el distrito minero de Mazarrón a través de La Pinilla, donde tal y como hemos visto se situaría un enclave de control de este eje de comunicación; en cuanto al ramal norte que atraviesa el puerto del Saladillo, no disponemos de más información relativa a este periodo, si bien nada permite plantear su abandono. Respecto a la disposición del yacimiento del Cabezo Beaza, aunque no contamos con datos que ava-

len la existencia de un camino anterior, todo hace pen-sar en la consolidación de una ruta costera prebárquida que enlazase con la zona de Ilici. La presencia de mate-riales en la entrada al Puerto del Garruchal, testimonian la frecuentación de otros ejes secundarios, en este caso de comunicación directa con el valle del Segura, cuyos oppida ibéricos pudieron desempeñar un papel relevan-te en el aprovisionamiento de la ciudad.

Al mismo tiempo ya hemos visto cómo la actividad edi-licia generada por la fundación, provocó una importante demanda de materiales de construcción, poniéndose en explotación algunos de sus recursos lapídeos más próxi-mos, como las areniscas de Canteras o las andesitas de los cabezos Beaza-Fraila, estás últimas posiblemente también destinadas a la producción de proyectiles para ingenios militares.

Pero sin duda alguna fue en el control y la explotación de los distritos mineros de Cartagena y Mazarrón, donde se concentraron los mayores esfuerzos de la adminis-tración púnica. Son cada vez más numerosos los testi-monios de estos momentos que se documentan en las zonas mineras, a pesar de las dificultades que conlleva la superposición o destrucción provocada por las activi-dades de época romana y contemporánea. No obstante conviene resaltar nuevamente el papel desempeñado en estos momentos por el enclave fortificado de Los Nietos, levantado sobre los niveles del amortización del poblado ibérico destruido hacia mediados del siglo IV, que pudo adquirir un especial protagonismo en el con-trol de la explotación minera, situación que en algunos aspectos podría ser parangonable con la fase de ocupa-ción púnica documentada sobre el oppidum ibérico de Puente Tablas87, relacionada con el control militar de la zona minera dispuesta al sur de Sierra Morena.

Respecto al posible asentamiento de colonos ligado a la fundación de Asdrúbal, poco podemos aportar. Los indicios procedentes de la llanura litoral son muy exi-guos y difíciles de valorar y acotar cronológicamente, y tampoco nos permiten aproximarnos a las dimensiones de los yacimientos debido a la superposición de fases culturales. Esto impide precisar si nos encontramos ante una incipiente y limitada red de pequeñas granjas o

85 Olcina et al., 2010: 245-247.86 Díes, 1990.87 Prados, 2007: 85, 96-97.

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centros de producción primaria88, asimilable al modelo constatado en algunos sectores de la isla de Ibiza, como el área de Cubells-Cala d’Hort, donde se aprecia como en el III y a lo largo del II a.C. se intensifica la ocupación mediante la fundación ex novo de granjas89, o incluso ante un posible reasentamiento de población en la lla-nura tras la conquista romana.

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