Pompeya.pdf

9
Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas POMPEYA, UNA CIUDAD REDUCIDA A CENIZAS PRECEDENTES HISTÓRICOS Fundada por los oscos de Campania, la ciudad de Pompeya estuvo entre los siglos VI y V a. C. bajo la influencia de las colonias griegas de Cumas y Neápolis y de los etruscos, hasta que, durante el siglo V, fue atacada por las belicosas poblaciones samnitas, que descendían de los Apeninos en busca de tierras más fértiles y ricas. En el siglo I a. C. se convirtió en una colonia romana, cuando, tras rebelarse contra Roma junto con otras ciudades de Campania, fue abatida por Sila en la época de las Guerras Sociales. En el 62 d. C., durante el poder de Nerón, Pompeya fue devastada por un terrible terremoto cuyo epicentro se ubicó en la ciudad. Los daños fueron gravísimos; la reconstrucción, iniciada por particulares con el fin de devolver a la ciudad su antiguo esplendor fue vana. Dieciocho años más tarde se repetiría la tragedia. EL SUCESO Hace casi 1.900 años, Pompeya era una animada ciudad de 20.000 habitantes, aproximadamente, situada a un kilómetro y medio de la falda del Vesubio, al sur de Italia. Durante muchísimo tiempo, el volcán había estado pacíficamente dormido. En sus fértiles laderas había viñedos, olivos y ricas tierras de pastos. Sepultadas bajo las cenizas tras la erupción del Vesubio en 79 a. C., las casas de Pompeya, en el sur de Italia, denotan un nivel de vida que no se volvió a alcanzar hasta el siglo XXI. Terencio Neo y su esposa pregonan su refinamiento apareciendo en un retrato con material de escritura. En los últimos días del mes de agosto del año 79 a.C., la montaña mostró indicios de una movilidad creciente. De repente, los manantiales se secaron y la tierra empezó a temblar de un modo amenazador. Sin embargo, nadie estaba preparado para presenciar la explosión que destrozó su cumbre en la soleada mañana del 24 de agosto, que en el curso de unas horas acabó con Pompeya y la ciudad cercana de Herculano. Del volcán surgieron grandes llamaradas con rocas y barro, entre ondeantes nubes de cenizas y vapor. Pronto cayó sobre la ciudad una granizada de cenizas y lapilli (pequeños fragmentos de piedra). Al intensificarse esta terrible lluvia, los habitantes de la ciudad se apresuraron a refugiarse en las casas, donde se asfixiaron por efecto de los mortales humos sulfurosos, o bien murieron aplastados por los tejados al derrumbarse éstos, sobrecargados por la acumulación de capas de pumita y cenizas. La rapidez e intensidad del fenómeno no permitió escape ni refugio alguno. Simultáneamente se produjeron movimientos sísmicos en la llanura y en el mar, y una oscuridad como la noche más cerrada cubrió toda la región. La nube de cenizas llegó hasta Roma. Al finalizar la erupción, cuatro días más tarde, Pompeya se encontraba completamente enterrada, bajo una capa de cuatro a cinco metros de piedra pómez y cenizas. Dentro de la ciudad han aparecido los restos de 2.000 personas, pero cabe pensar que murió un mayor número, incrementado sin duda con las víctimas de la zona

Transcript of Pompeya.pdf

Page 1: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

POMPEYA, UNA CIUDAD REDUCIDA A CENIZAS

PRECEDENTES HISTÓRICOS Fundada por los oscos de Campania, la ciudad de Pompeya estuvo entre los siglos VI y V a. C. bajo la influencia de las colonias griegas de Cumas y Neápolis y de los etruscos, hasta que, durante el siglo V, fue atacada por las belicosas poblaciones samnitas, que descendían de los Apeninos en busca de tierras más fértiles y ricas. En el siglo I a. C. se convirtió en una colonia romana, cuando, tras rebelarse contra Roma junto con otras ciudades de Campania, fue abatida por Sila en la época de las Guerras Sociales. En el 62 d. C., durante el poder de Nerón, Pompeya fue devastada por un terrible terremoto cuyo epicentro se ubicó en la ciudad. Los daños fueron gravísimos; la reconstrucción, iniciada por particulares con el fin de devolver a la ciudad su antiguo esplendor fue vana. Dieciocho años más tarde se repetiría la tragedia. EL SUCESO Hace casi 1.900 años, Pompeya era una animada ciudad de 20.000 habitantes, aproximadamente, situada a un kilómetro y medio de la falda del

Vesubio, al sur de Italia. Durante muchísimo tiempo, el volcán había estado pacíficamente dormido. En sus fértiles laderas había viñedos, olivos y ricas tierras de pastos.

Sepultadas bajo las cenizas tras la erupción del Vesubio en 79 a. C., las casas de Pompeya, en el sur de Italia, denotan un nivel de vida que no se volvió a alcanzar hasta el siglo XXI. Terencio Neo y su esposa pregonan su refinamiento apareciendo en un retrato con material de escritura.

En los últimos días del mes de agosto del año 79 a.C., la montaña mostró indicios de una movilidad creciente. De repente, los manantiales se secaron y la tierra empezó a temblar de un modo amenazador. Sin embargo, nadie estaba preparado para presenciar la explosión que destrozó su cumbre en la soleada mañana del 24 de agosto, que en el curso de unas horas acabó con Pompeya y la ciudad cercana de Herculano. Del volcán surgieron grandes llamaradas con rocas y barro, entre ondeantes nubes de cenizas y vapor. Pronto cayó sobre la ciudad una granizada de cenizas y lapilli (pequeños fragmentos de piedra). Al intensificarse esta terrible lluvia, los habitantes de la ciudad se apresuraron a refugiarse en las casas, donde se asfixiaron por efecto de los mortales humos sulfurosos, o bien murieron aplastados por los tejados al derrumbarse éstos, sobrecargados por la acumulación de capas de pumita y cenizas. La rapidez e intensidad del fenómeno no permitió escape ni refugio alguno. Simultáneamente se produjeron movimientos sísmicos en la llanura y en el mar, y una oscuridad como la noche más cerrada cubrió toda la región. La nube de cenizas llegó hasta Roma. Al finalizar la erupción, cuatro días más tarde, Pompeya se encontraba completamente enterrada, bajo una capa de cuatro a cinco metros de piedra pómez y cenizas. Dentro de la ciudad han aparecido los restos de 2.000 personas, pero cabe pensar que murió un mayor número, incrementado sin duda con las víctimas de la zona

1

Page 2: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

circundante, al intentar ponerse a salvo. El lugar en que se había asentado la población fue abandonando y, aparte de algunas historias de la época, pronto cayó en el olvido el trágico suceso. LA ERUPCIÓN DEL VESUBIO NARRADA POR UN TESTIGO La nube se parecía mucho a un pino, porque después de elevarse en forma de tronco, desplegaba en el aire sus ramas, apareciendo unas veces blanca, otras negruzca o de colores dife-rentes [...] La ceniza se hacía cada vez más densa y cálida; llovían también piedras calcinadas. El Vesubio brillaba con enormes llamaradas por muchos puntos y se desprendían de él grandes columnas de fuego, cuya intensidad hacían más ostensibles las tinieblas [...] PLINIO EL JOVEN RENACIMIENTO DE LA CIUDAD Prácticamente hasta el siglo XVIII no se hicieron excavaciones sistemáticas en la zona. Desde entonces, más de dos siglos de trabajos intermitentes nos permiten contemplar lo que es sin duda el testimonio arqueológico más grandioso del mundo antiguo aparecido hasta el momento. La resurrección de Pompeya se inició por casualidad casi 1.700 años más tarde, cuando el rey Carlos III de Nápoles envió a un ingeniero allí con el fin de buscar mármoles para edificar un nuevo palacio. El ingeniero en cuestión, muy sorprendido, descubrió al pie del monte Vesubio no sólo mármoles en abundancia sino también una gran cantidad de

bellas estatuas.

Moldes de los cuerpos de niños y adultos yacen en un jardín de Pompeya, donde cayeron fulminados bajo una asfixiante nube de gas y cenizas. El yeso vertido en las cavidades dejadas por los cadáveres creó las macabras visiones.

El hombre cuyos persistentes esfuerzos dieron lugar a cuidadosos métodos de exploración en Pompeya fue el gran erudito clásico Johann Winckelmann (1717-1768). Como supervisor jefe por parte de la Iglesia católica romana de las antigüedades de la región de Roma, su considerable influencia contribuyó a la supresión de los temerarios saqueos de las ruinas pompeyanas. Winckelmann arguyó que el estudio del mundo clásico era algo más que un simple caso de la causa del "arte por el Arte." Los restos de

2

Page 3: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

una civilización antigua eran la clave que conducía al conocimiento de la vida de sus representantes. Tratábase de un reflejo directo de su forma de vivir, de trabajar, de divertirse. El estudio del arte producido constituía un método para reconstruir el mundo del pasado. En este sentido, Winckelmann demostró ser uno de los primeros arqueólogos de la historia. Con el transcurso de los años y las tareas de excavación, fue surgiendo el retrato

petrificado de lo que fue una ciudad grande y floreciente, con su red viaria intacta, sus plazas, sus monumentos, sus viviendas con la decoración y el mobiliario, sus murallas, sus industrias con las herramientas y utensilios, con sus productos artesanales o agrícolas (hasta panes «recién hechos»). Pompeya se ha convertido, de la mano de los especialistas, en una verdadera enciclopedia sobre la cultura romana a comienzos de la época del Imperio, en todos los aspectos, no sólo el urbanístico. Nos ilustra sobre cómo vivían, cómo se ganaban la vida, cómo se divertían, cuáles eran sus creencias, cómo se llamaban, cómo se administraba la ciudad; hasta cómo era el latín que hablaban, a partir de las numerosísimas «pintadas» o graffiti que adornan las paredes, con los mensajes más variopintos: comerciales, políticos, obscenos, poéticos. Una visita a las ruinas de Pompeya (o de su vecina Herculano, también excavada) es la manera más

directa e impresionante de trasladarnos al pasado greco-romano. Otros lugares podrán superarla por la grandiosidad o belleza de sus monumentos, pero ninguna nos transmite con tanta fuerza la forma de vivir.

Vista desde el acceso al atrio de una vivienda romana: en el centro, el impluvio, que recogía el agua de la lluvia. Obsérvese el primer plano de la fotografía, con el mosaico que incluye el aviso de “cave canem”

LOS MUERTOS VIVIENTES A partir de entonces prosiguieron las excavaciones de Pompeya con más o menos interrupciones. A mediados del siglo XIX, Giuseppe Fiorelli introdujo algunas altas novedades en los trabajos de excavación de Pompeya, siendo una figura muy destacada en los mismos. Produjo sensación su descubrimiento de una técnica de modelaje en yeso para reconstruir los cuerpos de los enterrados. Al depositarse sobre Pompeya la capa de

3

Page 4: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

cenizas, ésta se adaptó tan por completo a los cuerpos de las víctimas que sus rasgos quedaron impresos. Inyectando yeso licuado en los huecos, Fiorelli logró captar las atemorizadas facciones de los últimos habitantes de la ciudad. La perfección de su trabajo alcanzó tal grado que podían contemplarse hasta los más insignificantes detalles de los vestidos y los gestos. Las tareas de excavación de Pompeya continúan todavía. En la actualidad, pueden ser visitadas las tres quintas partes de la población. Para decirlo con palabras de un distinguido arqueólogo, Amadeo Maiuri, queda por delante "el complejo, laborioso, arduo y lento trabajo de protección y restauración". Con este fin, Maiuri no sólo puso al descubierto una buena parte de la ciudad, sino que además insistió en que los hallazgos no fueran trasladados, con objeto de que Pompeya sea un museo y un monumento elevado a su pasado. Nadie puede saber qué nuevos tesoros aguardan a los investigadores en Pompeya y Herculano. DESCUBRIMIENTOS DE LA ÉPOCA BÉLICA Los incesantes trabajos de Amadeo Maiuri en Pompeya fueron interrumpidos por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, sólo en dos ocasiones viose obligado a ausentarse de allí. En 1943, un escuadrón de bombarderos aliados dejó caer unas 150 bombas sobre la ciudad. Pocos edificios sufrieron daños y la operación reveló las ruinas de una mansión y un templo. ORGANIZACIÓN DE LA CIUDAD Su trazado urbanístico es mixto «ítalo-griego», no en vano fue una ciudad fundada por los oscos (pueblo que hablaba una lengua indoeuropea estrechamente emparentada con el latín) y que luego fue pasando sucesivamente a manos de los griegos, los etruscos, los samnitas y, finalmente, en el siglo I a.C., convertida en una ciudad romana a todos los efectos. Se trata de un trazado «hipodámico» claro, sobre todo en sus ensanches hacia el norte y este,

alrededor de un casco más antiguo, donde se encuentra el foro, próximo a la salida hacia el puerto (por la "calle del Mar" y la puerta «Marina»). En el foro se encuentran los principales templos (el de la Tríada capitolina, el de Apolo, el dedicado al emperador Vespasiano), la gran Basílica, la Curia y las dependencias municipales, el Mercado público y el despacho con los «pesos y medidas» oficiales,

En el exterior de una casa en excavación, el arqueólogo Antonio Varone estudia el “estrato de la muerte”, una capa de material con incrustaciones de tejas desprendida.

4

Page 5: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

algunas tabernas y la casa-palacio de una de las personas más ricas de la ciudad, la sacerdotisa Eumaquia. Pompeya era una ciudad muy bien dotada de edificios para el ocio y los espectáculos públicos: tres complejos termales, con zonas de hombres y de mujeres, un teatro grande al aire libre y otro pequeño y cubierto (un Odeón para conciertos o recitales), un anfiteatro (el más antiguo que se conoce), un cuartel o «escuela» de gladiadores y una palestra, al estilo griego, para la práctica del ejercicio físico. LA DECORACIÓN La información due que disponemos procede de las pinturas murales y de los

moldes de escayola sacados de los vacíos que quedaron en la lava, que había cubierto los muebles, después del deterioro de la madera. En el comedor (triclinio), los comensales comían recostados sobre lechos, según moda de Grecia. Los lechos podían ser de mampostería o de madera, con el plano inclinado, y estaban adosados a las paredes. En el centro se encontraba una mesa rectangular. Inicialmente era también de madera o mampostería, pero después comenzó a utilizarse el mármol, bronce y marfil, con formas más rebuscadas.

Arriba, el refinamiento de las decoraciones murales de las ricas viviendas pompeyanas es evidente en este fresco procedente de la Casa de Meleagro.

Entre los tipos de sillas que conocemos, están los sillones de mimbre entretejido, sin patas, con el respaldo curvado; había además unos asientos más manejables, plegables y sin respaldo, sobre los que se ponían cojines. La cama se situaba en unos huecos especiales que se abrían en las paredes. Estaba compuesta por una pieza rectangular de madera, con patas revestidas de bronce y con cabecera. Sobre el bastidor se fijaban tiras de cuero en las que se apoyaba el colchón. A estos elementos esenciales se añadían armarios de distintas dimensiones y arcas de madera. Los libros y las linternas que servían para la iluminación nocturna se guardaban en los nichos que se abrían a lo largo de las paredes. LAS VIVIENDAS POPULARES La mayoría de la población, artesanos y pequeños comerciantes, habitaban por lo general en viviendas anexas a los lugares de trabajo, construidas en las trastiendas o en los entresuelos, a los que se accedía desde el interior mediante escaleras de madera. Otros tipos de alojamientos populares eran los albergados en bloques de varios

5

Page 6: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

apartamentos (insulae), que no tardaron en transformarse en las granedes casas de alquiler que están presentes en Ostia y en la Roma imperial. LA PINTURA POMPEYANA Pompeya es la única ciudad que nos ha permitido seguir la evolución de la decoración pictórica y del gusto de sus habitantes: tanto en las viviendas señoriales como en las más modestas, se solía revestir las paredes con estucados y pinturas. El desarrollo de estas últimas ha sido encuadrado, con el fin de determinar su cronología,

en cuatro estilos que han sido definidos erróneamente como pompeyanos, aunque, en realidad, estaban ampliamente difundidos en todo el mundo helenístico. El estilo I, llamado de incrustación, imita con decoraciones en estucado el revestimiento marmóreo y arquitectónico de las paredes. Se difundió en el siglo II a.C.; la Casa de Salustio y la Casa del Fauno constituyen dos ejemplos. El estilo II, llamado arquitectónico, se popularizó en el siglo I a.C. y se caracteriza por paredes decoradas con elementos arquitectónicos pintados, como en la Casa de las Bodas de Plata y en la Villa de los Misterios. El estilo III, llamado «ornamental”, es aquél en que

en el centro de las paredes, encuadradas por tabemáculos y por

columnitas, aparecían cuadros con figuras. Difundido hasta el 62 d.C., lo encontramos en la Casa de Lucrecio Frontón y en la de Cecilio Jocundo.

ejemplo de pintura del estilo III Reconstrucción de la decoración de una pared de la Casa de las dos fuentes,

El estilo IV, llamado “ilusionista”, es típico del último período pompeyano y en él la pared está enteramente ocupada por escenográficas representaciones que reproducen jardines exuberantes y paisajes marinos, como testimonian la Casa de los Vettii, la Casa del Brazalete de Oro y la Casa de Octavio Cuartón. LOS ÚLTIMOS DÍAS DE POMPEYA (pp. 188-193) A continuación vamos a disfrutar de las últimas páginas de una de las novelas que mejor ha tratado el tema de la caída de Pompeya y el declive de sus gentes: nos referimos a la novela de Bullwer Lyton, y os aconsejo que si os gusta el fragmento, no dudéis en leerla: La humareda y la ceniza que en forma de nube envolvía a Pompeya y sus aledaños en una noche sombría, se había ido transformando en una masa sólida y profundamente oscura, iluminada de vez en cuando por la luz de los relámpagos, que brotaban cada vez más terribles de la montaña. A veces, ondulando como enormes y largos reptiles, los rayos envolvían en sus terroríficos repliegues la ciudad y sus cercanías; otras veces, estallando como formidables cohetes en la boca del cráter, encendiendo el espacio con resplandor de rojo sangre. Los ruidos subterráneos proseguían escalofriantes; bramaban las olas del mar embravecido y susurraban, apenas perceptibles, los gases que se escapaban por las grietas de la montaña.

6

Page 7: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

A intervalos, a la luz de los relámpagos, la terrible nube parecía romper su masa sólida y ofrecía a la vista formas de hombres, de monstruos y de animales que se perseguían y mataban entre sí. En todos los sitios las cenizas ardientes alcanzaban la altura de las rodillas, y la hirviente lluvia vomitada por el volcán, penetraba en las casas con inaudita violencia, desprendiendo un vapor asfixiante y mortífero. Piedras e inmensos fragmentos de roca se precipitaban sobre las casas, hundiendo los techos y obstruyendo las calles, convertidas en cementerios, en ruinas. Se retorcían bajo los escombros cuerpos horriblemente mutilados. Se disipaba siniestramente a intervalos la oscuridad por los incendios que estallaban a cada momento. A aquellas claridades intermitentes se añadían las de las antorchas, con frecuencia apagadas por la lluvia y el viento, que se habían encendido en las plazas públicas y el Foro. Semejaban entonces más amenazadoras y sombrías que nunca las tinieblas, y dejaban sentir toda la impotencia de las fuerzas y de las esperanzas humanas ante los elementos enfurecidos. Se volvían a encender las antorchas; tropezaban entre sí los grupos de fugitivos, sin verse, sin reconocerse, procedentes los unos de la ribera de la que el mar se había retirado como espantado; yendo hacia ella otros, y huyendo los restantes hacia el campo. Sobre las alborotadas olas del mar llovían, como por doquiera, fuego, escorias y piedras... El mar se hallaba más enfurecido que la tierra. La ley había dejado de existir. El ladrón, cargado de botín, hacía befa del magistrado, que huía. Si las tinieblas separaban a una esposa de su marido y a una madre de su hijo, hallarse era ya imposible. En medio de aquella vorágine, Glauco e Ione proseguían su camino conducidos por Nidia, para quien la oscuridad no tenía nada de anormal; mas, de pronto, la endeble y valiente guía quedó separada de sus dos compañeros por el remolino de una muchedumbre de fugitivos que se empujaban hacia el mar. Cuando Nidia pudo escapar de aquella multitud, estaba ya lejos de sus amigos. Glauco e Ione la llamaron en vano; registraron a tientas en la oscuridad, pero no la encontraron. El torrente humano les había arrebatado a su mejor amiga, a la vez libertadora y guía preciosa, porque sólo para ella eran familiares aquellas tinieblas de infierno... Acostumbrada a errar en una noche eterna, era para ellos la única esperanza de salvación, y el Destino malvado acababa de arrebatársela también. Sus rostros estaban cubiertos de sangre por las quemaduras de las cenizas. En su alocamiento y desesperación trataron, sin embargo, de continuar su camino, a pesar de las piedras inflamadas que calan a sus pies con choque brutal, pero ¿hacia dónde dirigirse? - ¡Glauco, Glauco mío, no puedo más! Se me hunden los pies en un reguero de fuego. ¡Huye, mi bien amado! ¡Abandóname a mi suerte! -musitó Ione. - ¡Mi buena prometida, esposa querida! ¿Qué dices? ¿Pensar en mi salvación cuando estás en peligro? Mil veces me es más dulce la muerte contigo que sin ti la vida. ¿Qué hacer? No veo nada ante mí más que el espanto. Me parece que hemos dado vuelta en un círculo y nos hallamos nuevamente en el mismo lugar. - ¡Esta roca...! Esta roca ha aplastado todo lo que está cerca de nosotros... La muerte está ahora en todos los sitios -dijo Ione, cubriéndose la cara llena de espanto. - ¡Gracias a este relámpago, Ione, ya sé dónde nos hallamos...! Estamos al lado del templo de la Fortuna. Busquemos refugio en él. La cogió en sus brazos y llegó, no sin trabajo, hasta el templo. Buscó el lugar más seguro del pórtico y depositó en él su preciosa carga. En seguida se inclinó sobre la joven y la protegió con su cuerpo contra la lluvia de cenizas que descendía implacable sobre ellos. - ¿Quién va? -dijo una voz sorda y trémula, añadiendo luego-: Pero ¿qué importa? ¡La caída del mundo lo ha borrado todo! No se conocen ya amigos ni enemigos... Alguien, pues, se les había adelantado. Ione se volvió para reconocer al ser que hablaba, y lanzando un grito de angustia se precipitó en el regazo de Glauco. Glauco miró y comprendió el terror de Ione. Dos grandes ojos negros brillaban en las tinieblas. Un relámpago, iluminando el templo, le mostró, echado como un cordero bajo uno de los pilares, al león cuya hambre había estado a punto de saciar. Al lado de la fiera, y sin darse cuenta de su proximidad, Niger, uno de los gladiadores heridos, extendía su cuerpo gigantesco; él era quien había hablado. Habiendo el relámpago revelado el animal al hombre y el hombre al animal, se arrastró éste hacia el gladiador como para tener un compañero, y Niger ni se conmovió siquiera. En aquel preciso instante pasó por delante del templo la congregación de los nazarenos, hombres y mujeres portadores de antorchas. Se leía en sus facciones celestial emoción, y en sus almas, ya en presencia de las ideales visiones del cielo, no había podido nada el terror. Los primeros cristianos abrigaban la creencia de que estaba cercano el fin del mundo, y habiendo vivido con este pensamiento, creían que había llegado la hora y estaban dispuestos a comparecer ante el Señor. El anciano que los conducía, exclamaba: - Dios se adelanta para el juicio; hace bajar fuego del cielo sobre los hombres. ¡Ay de vosotros, ricos y poderosos! ¡Ay del pagano, del adorador de la bestia! ¡Ay de vosotros, los que derramáis la sangre de los elegidos y os regocijáis al recuerdo de la agonía de Cristo! Los nazarenos cruzaban serenos ante ellos; palpitaban sus antorchas en la tormenta; se hallaban ya lejos y sus voces resonaban aún amenazadoras y solemnes como una profecía apocalíptica. La sombra y el silencio invadieron de nuevo el templo. La erupción se había calmado momentáneamente, sin duda, para recobrar nuevas fuerzas.

7

Page 8: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

El ateniense, aprovechando aquel respiro, como de vez en cuando ocurría, animó a Ione para proseguir la marcha. Enlazados de la mano, avanzaron con mil dificultades; pero al bajar el último peldaño del pórtico vacilaron en proseguir la marcha. Ione y Glauco continuaron su dudosa marcha a la incierta luz de los relámpagos volcánicos. Todo cuanto les envolvía erizaba los cabellos de espanto. En los sitios donde las cenizas se habían esparcido, sin mezclarse con la lava, la tierra había ido adquiriendo una blancura mortal. Sepultados bajo las piedras aparecían los cuerpos mutilados de algunas personas que, como Glauco e Ione, habían emprendido la fuga. Todo aquel triste escenario resonaba con los gritos de los vivos y los ayes de los moribundos. Pero todo aquel griterío era dominado por el bronco bramar del volcán. Incesantemente, un extraño viento esparcía ceniza sobre los despavoridos fugitivos y los gases mortíferos que lanzaba el volcán dejaban sin aliento y sin vida a los seres. - ¡Mi Glauco amado -dijo Ione, anhelante-, esposo mío, estréchame entre tus brazos, siento que me ahogo y quiero morir en tu regazo! - ¡Valor, Ione adorada! Espera, allí viene una multitud, portadores de antorchas. Por un tiempo, la terrible tempestad cesó. Los portadores de las luces marchaban apresuradamente. - Valor -dijo en tono tranquilo el hombre que los conducía-. Ya nos acercamos a la ribera. Libertad y riqueza a cada esclavo que sobreviva a este día... Los dioses me han asegurado que nos salvaríamos... ¡Avancemos! Ione, trémula y rendida, se apoyaba en el brazo de Glauco. A la luz de las antorchas, los dos amantes distinguieron muchos esclavos cargados de cestos y pesados cofres. Iban capitaneados por Arbaces, que empuñaba una espada. - El Destino me sonríe -dijo el egipcio, reconociendo a Ione-. ¡Me ofrece esperanzas de felicidad y de amor en medio de estas trágicas y lamentables escenas de agonía y de muerte! ¡Atrás, griego! Esta mujer es mía. - ¡Da un paso hacia Ione, y tu arma no será más que una caña! ¡Te haré trizas, asesino! -dijo Glauco, colérico. La volcánica montaña, en tanto, deslumbrante de siniestro resplandor, era una columna de fuego que incendiaba el cielo y la tierra. Llameó su cumbre, separada en dos; se hubiera dicho que eran dos monstruosas figuras de demonios que se disputaban el mundo. Los valles, en medio de los cuales se eleva el Vesubio, estaban sumidos en la oscuridad excepto en tres lugares por donde serpenteaban ríos irregulares de lava de un rojo vivo, que rodaban lentamente hacia la ciudad condenada. Resonaba sordamente en el aire tranquilo el ruido de las rocas desprendidas, descendiendo de la montaña, tiñéndose de rojo en el horno de los arroyos y flotando en su superficie restos escalofriantes. Los esclavos de Arbaces aullaron de terror; el mismo egipcio, inmóvil como paralizado, fijó una mirada llena de angustia en la sobrenatural visión, mientras centelleaban las pedrerías de su vestido al fulgor de los edificios en llamas. Detrás de él, la efigie de bronce de Augusto, sostenida por alta columna de mármol, parecía transformada en una escultura de llamas. Glauco, rodeando el talle de Ione con su brazo izquierdo, la oprimía contra su cuerpo, mientras, levantada la mano derecha armada con el estilete que hubiera debido servirle contra el león y había guardado, desafiaba a Arbaces. El egipcio apartó su mirada de la montaña y clavándola en el ateniense, pareció reflexionar. - No debo titubear -se dijo-. Las estrellas me han predicho que la única catástrofe temible para mí había pasado ya. El alma -gritó- puede desafiar el aniquilamiento de los mundos y el furor de los dioses imaginarios... En nombre de esta alma saldré vencedor... ¡Ateniense, si me resistes, caiga tu sangre sobre tu cabeza! ¡Esclavos, apoderaos de Ione! ¡Ahora es mía! Avanzó un paso, su último paso, porque de repente agitó al suelo una horrible y profunda convulsión. Bajo su formidable sacudimiento se derrumbaron los techos y los pórticos de todas partes. Un espantoso estruendo simultáneo resonó en todos los ecos... Un relámpago del volcán se detuvo encima de la estatua imperial, como atraído por el metal. La estatua vaciló y cayó, arrastrando la columna, en el lugar mismo en que se encontraba Arbaces amenazando a Glauco. Glauco, aturdido, cayó al suelo. Cuando volvió a la realidad, el Vesubio continuaba iluminando la escena; Ione había rodado sin conocimiento a sus pies; pero esta vez no se fijó en ella, porque sus ojos estaban fascinados por una horrible cabeza que emergía, sin miembros y sin tronco, de los fragmentos de la columna rota, una cabeza que gesticulaba en una agonía de suplicio... Sus párpados se agitaban aún; los labios convulsos hacían muecas disformes; pronto las facciones de aquel semblante permanecieron inmóviles para siempre. El gran Arbaces, el Hermes del Cinturón flamígero, el último de los reyes de Egipto, ya no existía.

8

Page 9: Pompeya.pdf

Cultura Clásica. Pompeya, una ciudad reducida a cenizas

Cuestiones de para la Actividad de Pompeya Sobre el texto teórico 1. Datos sobre el acontecimiento 2. Descripción técnica del suceso 3. Consecuencias del desastre 4. Descubrimiento casual 5. La labor de Alcubierre (Con quién, fecha, rey…) 6. La labor y opinión de Winckelmann 7. La técnica y labor de Fiorelli 8. Labor de Maiuri 9. Quién es Plinio 10. Descripción de lo conservado 11. Estructura de la ciudad. Nombres de calles y edificios emblemáticos 12. Mobiliario y tipos de estilos decorativos Sobre la parte práctica Elaboración de un relato en el que los protagonistas vivan un episodio dramático en los momentos últimos de la erupción.

9