Poemas (Giovanni Quessep)

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Poeta y ensayista colombiano nacido en San Onofre, Sucre, en 1939. Estudió Filosofía y letras en la Universidad Javeriana de Bogotá, y en Italia se especializó en poesía del Renacimiento y Lectura Dantis. Desde 1992, es Doctor Honoris Causa en Filosofía y letras de la Universidad del Cauca, de la cual es profesor de Literatura. Ha sido colaborador de prestigiosas revistas y es considerado como uno de los poetas capitales de la segunda mitad del siglo en Colombia. De su amplia obra poética merecen destacarse las siguientes publicaciones: «Después del paraíso» en 1961, «El ser no es una fábula» en 1968, «Duración y leyenda» en 1972, «Canto del extranjero» en 1976, «Madrigales de vida y muerte» en 1978, «Muerte de Merlín» en 1985 y «Antología poética» en 1993. «Brasa lunar» su libro más maduro, obtuvo el Premio Nacional de Poesía José Asunción Silva 2004. © Alguien se salva por escuchar al ruiseñor Digamos que una tarde el ruiseñor cantó sobre esta piedra porque al tocarla el tiempo no nos hiere no todo es tuyo olvido algo nos queda Entre las ruinas pienso que nunca será polvo quien vio su vuelo o escuchó su canto Amara yo el olvido Felicidad en ruinas Lo que han visto mis ojos Volver al tiempo amado Ya fugitiva música del polvo (Nada tendrá el amor Si en jardines o nieve La Quimera le cuenta Del valle de la muerte) Felicidad en ruinas Lo que ha visto mi alma en el encanto Amara yo el olvido Y el reino de las hojas que he encontrado

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Page 1: Poemas (Giovanni Quessep)

Poeta y ensayista colombiano nacido en San Onofre, Sucre, en 1939.

Estudió Filosofía y letras en la Universidad Javeriana de Bogotá, y en Italia se especializó

en poesía del Renacimiento y Lectura Dantis.

Desde 1992, es Doctor Honoris Causa en Filosofía y letras de la Universidad del

Cauca, de la cual es profesor de Literatura.

Ha sido colaborador de prestigiosas revistas y es considerado como uno de los poetas

capitales de la segunda mitad del siglo en Colombia.

De su amplia obra poética merecen destacarse las siguientes publicaciones: «Después

del paraíso» en 1961, «El ser no es una fábula» en 1968, «Duración y leyenda» en 1972,

«Canto del extranjero» en 1976, «Madrigales de vida y muerte» en 1978, «Muerte de

Merlín» en 1985 y «Antología poética» en 1993. «Brasa lunar» su libro más maduro,

obtuvo el Premio Nacional de Poesía José Asunción Silva 2004. ©

Alguien se salva por escuchar al ruiseñor

Digamos que una tarde el ruiseñor cantó sobre esta piedra porque al tocarla el tiempo no nos hiere no todo es tuyo olvido algo nos queda Entre las ruinas pienso que nunca será polvo quien vio su vuelo o escuchó su canto

Amara yo el olvido

Felicidad en ruinas Lo que han visto mis ojos Volver al tiempo amado Ya fugitiva música del polvo (Nada tendrá el amor Si en jardines o nieve La Quimera le cuenta Del valle de la muerte) Felicidad en ruinas Lo que ha visto mi alma en el encanto Amara yo el olvido Y el reino de las hojas que he encontrado

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Canción del que parte

Por la virtud del alba quieres cambiar tu vida, y aferrado a la jarcia partes sin rumbo conocido. Todo es propicio, los acantilados y el arrecife duermen en la espuma, tan sólo una gaviota espera sobre el palo mayor de caoba y de luna. Quizá te aguarden para darte el amor y la palma del vino o en la orilla sin nombre, pescadores vestidos de un luto azul. Vas solo con tu alma, barajando canciones y presagios que hablan del bosque donde la hierba es tenue, lejos de la desgracia que en ti se confabula. A tu paso verás las islas que otorgan el sonido de un caracol, verás tu casa, el humo que ya aspiraron otros en la aurora. Mas, ay, si te detienes tal vez allí se acabe tu destino; ¿y quién podrá salvarte, quién te daría lo que buscas entre hadas? Duro es partir a la fortuna; el hombre solo cierra los ojos ante el cielo y oye su propia historia si se rompe el encanto. Pero, si quieres seguir, sigue con la felicidad entre tu barca, todo está a tu favor, el cielo, la lejanía que se abre como el amor, como la muerte.

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Canción y elegía

Abandonas la música del bosque Oh cuerpo amado si olvidé tu nombre ¿Qué tiempo de castillo entre las ruinas La clausurada torre? Desde mi canto para qué leyenda (Tejió el amor la túnica imprecisa) Si el canto no es real si el caminante No asciende a tu colina Si sombra de un color es la palabra Ceniza de la piedra es el destino Y el poeta lejano de la noche Al lado del olvido Dónde la oculta voz que te nombraba El extranjero la doliente luna Viene venía por el mar de vino La nave en la penumbra Penumbra de la nave es el espejo La púrpura o lo blanco de la muerte Vendrás venías por el mar antiguo Penélope doliente La mano y el cristal en su premura Oh rostro amado si perdí tu nombre Nave del paraíso te deshojas Solitaria del bosque Quién moverá mis pasos en la arena Celeste o gris si al reino desencanta El hilo de la muerte o la memoria Cercano de la nada Vuélveme ahora a mi país de origen Nómbrame el reino para mí celeste ¿Qué sombra de silencio por el agua Paraíso de nieve? Nave de casi ayer entre las manos El mar no permanece a tus orillas Ya fábula de un cuento para siempre Y espejo de las islas

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Cántico de dos rosas

No digas nada, escucha a las estrellas. Tal vez te digan algo de la rosa que hay en tu jardín y la rosa del tiempo, -la que está viva o muerta- en la arena que arde. La rosa que hay en tu jardín es bella. No la amarga hechicera que te llama desde tu nacimiento, rosa oscura que te alumbra el final y las orillas del aqueronte. No hables, que estás solo con nada indecible, siempre lejos del azul más profundo. Mira pues si el agua va a una isla donde crecen rosas ya sin ventura o venturosas; y escribe y canta. Y oye a las estrellas que hablan desde una página pedida.

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Canto del extranjero

Penumbra de castillo por el sueño Torre de Claudia aléjame la ausencia Penumbra del amor en sombra de agua Blancura lenta Dime el secreto de tu voz oculta La fábula que tejes y destejes Dormida apenas por la voz del hada Blanca Penélope Cómo entrar a tu reino si has cerrado La puerta del jardín y te vigilas En tu noche se pierde el extranjero Blancura de isla Pero hay alguien que viene por el bosque De alados ciervos y extranjera luna Isla de Claudia para tanta pena Viene en tu busca Cuento de lo real donde las manos Abren el fruto que olvidó la muerte Si un hilo de leyenda es el recuerdo Bella durmiente La víspera del tiempo a tus orillas Tiempo de Claudia aléjame la noche Cómo entrar a tu reino si clausuras La blanca torre Pero hay un caminante en la palabra Ciega canción que vuela hacia el encanto Dónde ocultar su voz para tu cuerpo Nave volando Nave y castillo es él en tu memoria El mar de vino príncipe abolido Cuerpo de Claudia pero al fin ventana Del paraíso Si pronuncia tu nombre ante las piedras Te mueve el esplendor y en él derivas Hacia otro reino y un país te envuelve La maravilla ¿Qué es esta voz despierta por tu sueño? ¿La historia del jardín que se repite? ¿Dónde tu cuerpo junto a qué penumbra

Vas en declive? Ya te olvidas Penélope del agua Bella durmiente de tu luna antigua Y hacia otra forma vas en el espejo Perfil de Alicia Dime el secreto de esta rosa o nunca Que guardan el león y el unicornio El extranjero asciende a tu colina Siempre más solo Maravilloso cuerpo te deshaces Y el cielo es tu fluir en lo contado Sombra de algún azul de quien te sigue Manos y labios Los pasos en el alba se repiten Vuelves a la canción tú misma cantas Penumbra de castillo en el comienzo Cuando las hadas A través de mi mano por tu cauce Discurre un desolado laberinto Perdida fábula de amor te llama Desde el olvido Y el poeta te nombra sí la múltiple Penélope o Alicia para siempre El jardín o el espejo el mar de vino Claudia que vuelve Escucha al que desciende por el bosque De alados ciervos y extranjera luna Toca tus manos y a tu cuerpo eleva La rosa púrpura ¿De qué país de dónde de qué tiempo Viene su voz la historia que te canta? Nave de Claudia acércame a tu orilla Dile que lo amas Torre de Claudia aléjale el olvido Blancura azul la hora de la muerte Jardín de Claudia como por el cielo Claudia celeste Nave y castillo es él en tu memoria El mar de nuevo príncipe abolido Cuerpo de Claudia pero al fin ventana Del paraíso

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Cercanía de la muerte

El hombre solo habita Una orilla lejana Mira la tarde gris cayendo Mira las hojas blancas Rostro perdido del amor Apenas canta y mueve La rueda del azar Que lo acerca a la muerte Extranjero de todo La dicha lo maldice El hombre solo a solas habla De un reino que no existe

Diamante

Si pudiera yo darte La luz que no se ve En un azul profundo De peces. Si pudiera Darte una manzana Sin el edén perdido, Un girasol sin pétalos Ni brújula de luz que se elevara, ebrio, al cielo de la tarde; y esta pagina en blanco que pudieras leer como se lee el más claro jeroglífico. Si pudiera darte, como se canta en bellos versos, unas alas sin pájaro, siempre un vuelo sin alas, mi escritura sería, quizá como el diamante, piedra de luz sin llama, paraíso perpetuo.

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Duendes

La biblioteca a solas. Luna, duendes en el umbral, y un canto que se anuncia posible en el dorado de las hojas. Toma el asombro de morir y el cielo por la música hallada se hace noche que ilumina la rosa en la tiniebla. Voces de lo más hondo, pasos y alas en el umbral, y un habla oscura y bella de hilo desvelado que retorna por el telar al bosque, nos envuelve. ¿Qué se hizo la casa, dónde estamos? Duendes y luna a solas en el muro.

Esfinge

Feliz tú que no miras los ojos de la Esfinge, y no ves que es azul el laberinto de su arena; terrible conocimiento de una vida amarga el que nos dan los últimos jardines. Feliz tú que no sabes quién teje la ilusión de tus tapices, ni quién es la hilandera de tus días, vendimiadora que da un vino triste. Cantas tu himno, loco de esperanza, y no sabes si mueres o si vives.

Insomnio

Canto de un grillo en el jardín trae consigo la rama del insomnio, como un pito de vidrio que convoca las alas del invierno. Nunca estuve tan cerca de la muerte, nunca supe que detrás de la música pudiera haber el cielo adverso perdido entre las zarzas y los robles. ¿La vida es ilusoria entonces, un huerto miserable por donde van la ronda de las constelaciones y el reposo nocturno inalcanzable?

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Madrigal de la muerte

Muy cerca está tu corazón De encontrar las hojas de otoño Quizá un tiempo dorado reine Por los abismos Tal vez el olvido mortal Sea el más puro encantamiento Y aun la rosa impronunciable Llegue volando Muy cerca tienes la mirada Del desvelado para siempre ¿Quién podría cerrar los ojos En ese cielo? Tal vez el polvo te transforme En la luna desconocida Y alguien se pierda y no regrese Bajo esa luna

Medianoche

Medianoche, no encuentro los caminos que dan al patio, ni al pozo de agua viva donde bajan las nubes y el pasado. Digo canciones a una sombra para volver siquiera soñando, pues sólo en sueños la muerte nos deja entrar en su barco sin dar al polvo lo que es del polvo ni a la mar los remos blancos. Pierdo la casa (prodigios de encantadores) y no me hallo sino en el patio que daba al cielo y en el agua del pozo y el naranjo.

Mediodía

Pájaros. Araucarias. No hay esencia sin claridad en este mediodía. Toma la fantasía que me da la divina indiferencia. Profundo en la memoria va el girasol que la mirada advierte. No pasa el cielo de cristal. Oh muerte, el polvo cesa de mover tu noria: Músicas y alta rama del tiempo en la delicia del que espera. ¿Quién viene? ¿Quién me llama? Otra forma se inicia en la pradera.

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Mientras cae el otoño

Nosotros esperamos envueltos por las hojas doradas. El mundo no acaba en el atardecer, y solamente los sueños tienen su límite en las cosas. El tiempo nos conduce por su laberinto de hojas en blanco mientras cae el otoño al patio de nuestra casa. Envueltos por la niebla incesante seguimos esperando: La nostalgia es vivir sin recordar de qué palabra fuimos inventados.

No tenemos conjuros

Lo canta el adivino Porque ha visto en los sueños Naves purpúreas O un jardín remoto Todo habrá de llegarnos la celeste Penumbra de un castillo el otro reino O en la rama florida De lo real la rosa fabulada No tenemos conjuros Quien crea en la leyenda Puede mirar las nubes Verá que empieza a detenerse el /tiempo.

Nocturno

Enséñame quien eres tú En las noches de amargo sueño Si de aquél olvido cantable Luna mortal o bella historia Nada sabe mi corazón De celestes apariciones Si ha sido siempre un extranjero En las músicas de tu mano Mas a la sombra esperaré A la sombra del almendro blanco Para que me digas tu nombre Donde la azul rosa termina. Apiádate que llega el alba Ya tu silencio me abandonas Siento que mi hora está cerca y he reinado sobre fantasmas

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Pájaro

En el aire hay un pájaro muerto; quién sabe adónde iba ni de dónde ha venido. ¿Qué bosques traía, qué músicas deja, qué dolores envuelven su cuerpo? ¿En cuál memoria quedará como diamante, como pequeña hoja de una selva desconocida? Pero en el aire hay un patio y una pradera, hay una torre y una ventana que no quieren morir y están prendidos de su cola larga de norte a sur. En el aire hay un pájaro muerto. No sabrá de la tierra ni de esta mancha que todos llevamos, de las máscaras que lapidan, de los bufones que hacen del Rey un arlequín perdido. ¿Quién lo guarda, quién lo protege como si fuera la mariposa angélica? Pájaro muerto entre el cielo y la tierra.

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Poema para recordar a Alicia en el espejo Aquí lo legendario y lo real Nuestra historia resulta semejante A la de esa muchacha maravillosa que penetró en el espejo Estuvo siempre a punto de desaparecer Pero ninguno pronunció la fórmula que la devolviera al polvo Ni Tweedledum ni Tweedledee ni la Reina ni el Rey Rojo Que lo único que tenía que hacer era despertarse Tal vez somos un cuento Tal vez sin que nunca nos percatemos La nave de Ulises O el ruiseñor de Keats (Ese pájaro no destinado a la muerte) Digamos entonces que lo que ha sido un canto de la Odisea Continuará siendo nosotros Sin dejar de ser por eso el país de las maravillas Y alguien podrá reconocemos Al escuchar la historia no escrita todavía En la historia castillo la historia luna múltiple En la historia juguete destruido La historia en fin cuando pasó una nube sobre Alicia Tal vez somos la sombra de ese azul en su mano

Vigilia

Pasos en el jardín. El vigilante golpea la corteza del manzano y hay pájaros que huyen, quedan otros enjaulados en tiempo y luz de plata. Fábulas no me encanten; velar quiero mis armas esta noche o adentrarme por el jardín y oír bajo mis pasos los tréboles que guardan en el polvo las maravillas de la blanca torre. Debajo del manzano ya mi lado una mujer hojea un viejo libro: Demonios hay en torno y una fuente refleja un ciervo, un tigre de Bengala. Los pasos van y vienen y no saben quién es el vigilante, el vigilado.

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Giovanni Quessep, el exilio heredado.

“Serán entregados tus hijos

e hijas a un pueblo extranjero;

tus ojos lo verán

y se irán consumiendo por ellos,

sin que puedas hacer nada.”

Deuteronomio (28:32)

La herencia de una diáspora

Los poemas casi siempre hablan del lado de los proscritos, le dan su voz a los débiles. Dante hizo

universal el toscano marginado por los toscanos. Jenófanes sólo vio la necesidad de escribir

cuando lo expulsaron de Colofón. Los poderes abstraen y planifican, destierran. La contraparte de

aquella fábula macabra sería la alternativa (story) de los que no tienen historia (history), la poesía

ha cumplido este papel muchísimas veces. “Desde que el pensamiento consumó su “toma de

poder”, lo advertía Maria Zambrano, “la poesía se quedó a vivir en los arrabales, arisca y

desgarrada diciendo a voz en grito todas las verdades; terriblemente indiscreta y en rebeldía.”

En el siglo XX el fenómeno es tan prolongado que “nos hemos acostumbrado a pensar la

modernidad misma como un periodo espiritualmente huérfano y alienado, como una edad de

ansiedad y extrañamiento…La cultura moderna de occidente es en gran parte la obra de los

exiliados, los refugiados y los emigrantes…”, planteaba el crítico palestino Edward Said. Otro

exiliado en el siglo de los refugiados y las migraciones masivas.

Hablamos de sujetos escindidos entre dos tierras, dos idiomas, Conrad compara la situación con la

de un náufrago que aparece: la pesadilla de Amy Foster. Entonces se resalta su tentativa de

imaginar mundos distintos, mucho menos siniestros que aquellos que los expulsaron. Tratar desde

el lenguaje una nueva aproximación frente a las cosas, con otra mirada o desde distintas

memorias. Poesía y exilio. Quizá ya se haya dicho todo sobre este matrimonio desgarrado, su arte

de nombrar en lo lejano. En lo que no se ha reparado lo suficiente sería en el legado de tener que

asumir estas tradiciones, y de las que nosotros somos sus dispersos portadores. En

elDeuteronomio ya se advertía con claridad que el principal estrago del exilio pasa por sus efectos

en las generaciones posteriores.

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No debe sorprender que en la obra de Giovanni Quessep, que nunca ha abandonado el país de

manera forzada, el exilio aparezca de forma literal y a lo largo de sus trece libros: “Todo es exilio y

mar, todo su hondura”, nos dice desde un principio. Es en los que siguen y escuchan las historias,

no en los que parten, dónde este reino de fantasmas se encuentra un sitio, ocurre el cruce de

estas promesas irresueltas. Tampoco debe sorprender que hable con tanta propiedad de la

memoria cuando las suyas, a diferencia de las de muchos, le fueron truncadas desde antes de

nacer.

Afirma Nicanor Vélez en su prólogo a la obra reunida de Quessep: “…en su poesía toca como

ningún otro poeta colombiano uno de los aspectos más complejos de nuestra naturaleza humana:

el exilio y la discriminación”. Vélez relaciona ese sentimiento de exilio con el origen libanés del

poeta, lo que nadie había hecho antes: “…el exilio es un sentimiento que vivió en carne propia su

padre, sus abuelos y sus tíos…ese sentimiento es un estigma que toda la familia llevará y que se

refleja de manera implícita en su poesía.”

Giovanni Quessep es el resultado viviente de la diáspora libanesa que padecieron su abuelo Jacob

y su padre Luís Enrique, que como tantos otros libaneses llegaron con pasaporte turco hacia

finales del siglo XIX huyendo de la persecución del imperio Otomano. Poco se ha explorado sobre

estos “exiliados de segunda generación”, pero puede que este escenario sea más inquietante que

el de sus propios padres. Un exiliado es un sujeto escindido entre dos tierras. Sufre el rechazo de

los locales, el desarraigo, pero aún sigue perteneciendo a la tierra originaria. Respecto al nieto de

un exiliado –la tercera generación- podríamos decir que ya hace parte de la tierra que habita. En la

actualidad podríamos hablar de Martín Espada, un poeta norteamericano de abuelos

puertorriqueños. Espada escribe en inglés, creció y aun vive en los Estados Unidos. Aunque sus

poemas tienen como motivo central de la inmigración latina Espada ya es un poeta

norteamericano.

Un hijo de exiliados vive un dilema único. Nace en un seno de expulsados, padece los mismos

rechazos que sus padres aunque haya nacido en la tierra a la que ellos arribaron. Y lo que es más

frustrante: nunca conoció el lugar de sus orígenes, de dónde nacen las diferencias que determinan

su situación. Tal es el caso de Quessep. No sería un libanés porque nació en San Onofre, Colombia,

no habla el árabe y ni siquiera conoce la tierra de sus orígenes. Pero tampoco es un colombiano en

sentido estricto. Sus padres le impartieron la educación libanesa y hay testimonios propios de que

tuvo que sufrir las vicisitudes de ser hijo de un despatriado. Es el caso de la discriminación.

Cuenta Quessep en una entrevista que le hizo Piedad Bonnett: “Yo fui discriminado, sí, como lo

fueron mis amigos de adolescencia, descendientes de Sirios o de Libaneses”. Luego se refiere

Quessep al hecho de que no los dejaban entrar en sitios privados, que no era bien visto que una

mujer colombiana conversara con un libanés, que los llamaban “turcos”, es decir, provenientes del

imperio que los expulsó dándoles antes su pasaporte.

Con frecuencia la discriminación contra los libaneses se matiza de las historias, lo que no implica

que no haya existido. En Barranquilla se presentaron saqueos programados contra sus almacenes,

también en Honda hacia 1913. Publicaba un medio de Cartagena llamado La Chicharra: “causa

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extrañeza ver cómo prosperan los turcos en Colombia. Llegan al país con sus cajones llenos de

baratijas y en poco tiempo hacen fortuna, y de la noche a la mañana son comerciantes al por

mayor y adquieren capital considerable. ¿Dónde estará el secreto?” Otros ejemplos fueron las

medidas adoptadas en los años 20 para restringir la llegada de algunos inmigrantes, en especial a

los de “proveniencia oriental”. El caso del candidato a la presidencia Gabriel Turbay, quien en

plena disputa con Jorge Eliécer Gaitán para definir el candidato único del liberalismo vio cómo

titulaba el periódico El Siglo: “entre un aborigen y un turco preferible es el aborigen”. Guillermo

León Valencia, presidente de la república 20 años después, exhortaba desde el mismo periódico a

todos los conservadores: “todos en cruzada venceremos al “Turco” en un nuevo Lepanto.”

Todas estas realidades encontrarían en la obra de Quessep un momento decisivo en “Cuando dijo

su nombre”:

“Cuando oí su relato del exilio

supe que la impiedad no tiene nombre,

y el recio sol caía como un hierro

sobre nosotros, y entendí la muerte.

Cuando dijo, inocente, el hombre es sólo

cero a la izquierda, cero a la esperanza,

movió mi carne un blanco laberinto

de amor, y creció el tiempo de la culpa.

Ciegas palabras en la tarde dieron

su lucha contra el mar, y sol rodaba

como una purulenta rosa oscura.

Cuando oí su relato del exilio

vino la gran desolación, el luto,

que movía los pasos en la sombra,

y la trampa del sueño, interminable.

El pronunció su nombre, ya una larga

soledad comenzaba a separarnos.”

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El poema, como todos los de Quessep, ofrece una riqueza de visiones que no se reduce a un solo

sentido. Sólo quisiera destacar unos puntos, el primero es la oralidad. Podemos conjeturar que

estamos ante un recuerdo del poeta, para ser más específicos frente a un diálogo de la infancia

con el que podría ser su padre. Si esto es así, podríamos evidenciar que más que una conversación

habitual estamos frente la relación de un exiliado con su hijo, el momento en que la diáspora se

encarna en la particularidad de un ser humano. El poeta adquiere noción de su herencia, con ella

entiende la discriminación que le vino en suerte: “cero a la izquierda, cero a la esperanza”. Una

sensación de desarraigo sólo aminorada por el sueño o la fantasía.

Quisiera detenerme en el verso “El pronunció su nombre”. Desde esta lectura tendríamos que

concluir que el nombre pronunciado en el poema estaría inscrito en otra lengua, el árabe, el poeta

entiende que la lengua de sus orígenes no es la suya, “Ya una larga/ soledad comenzaba a

separarnos”. En este preciso instante el niño comprendería que hace parte de una estirpe

expulsada, discriminada, pero ha perdido el contacto más genuino con sus orígenes que es el

idioma.

George Steiner, en su libro Extraterritorial, plantea el exilio como un problema de lenguajes. Si

esta es la “era del refugiado”, afirma, en términos lingüísticos esto implica que buena parte de los

grandes creadores de la cultura moderna son “poetas sin casa, vagabundos atravesando diversas

lenguas”. Concluye Steiner: “Los románticos sostienen que, entre todos los hombres, el escritor es

el que encarna de manera más evidente el genio, el Geist, la esencia de la lengua materna…ningún

otro exilio puede ser más radical, ninguna otra hazaña puede ser más exigente.” En Quessep,

asumiendo los matices de una segunda generación, también existe un exilio del lenguaje: escribe

en español para nombrar la diáspora de un exilio árabe, es el caso de un hombre que hereda una

materia extraña, lo demasiado poblada de voces como para nombrar el vacío con inocencia.

Encuentro en “Cuando dijo su nombre” un momento fundacional. Cada uno de los poemas que le

siguen -este hace parte del libro que abre su Obra reunida, El ser no es una fábula (1968)-, habla

de esta desconexión que enmarca la vida y el mundo. En su obra tardía aparece otro poema,

“Gabriel Chadid Jattin”,escrito en homenaje a un primo segundo quien escribió poesía sin mucho

éxito. Quessep, casi sin proponérselo, nos ofrece con Chadid el mejor ejemplo de su relación con

la escritura:

“…Azul desesperanza

sólo encuentra el viajero que retorna

a su perdido patio después de tantos años

de errar entre las cactus y las dunas

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ardientes de un desierto sin estrellas…”

Quessep compara estos exilios con el transcurso por un desierto. Una víspera como el infierno de

Dante –“El aire sin estrellas”- sólo que en este caso es la incertidumbre sin término. En vano

intentaría retornar a la tierra de sus orígenes pues le ha sido clausurada desde antes de nacer. De

ahí que hable de la “azul desesperanza”, que antes de unas connotaciones modernistas es el color

del luto en Líbano, lo señala Nicanor Vélez. Más adelante aparece la siguiente referencia:

“…Oh frutos de esa Edad que cantan los poetas,

consagrados azules, la maravilla existe

cuando se abre la luna como un libro

y podemos leer en él nuestro destino…

Quessep habla de un tiempo perdido para la poesía y la vida de los libaneses. Y ofrece

maliciosamente un ejemplo de Las Mil y una noches, el libro donde está “la historia, la geografía y

la religión de los pueblos árabes”, lo dice en su entrevista con Piedad Bonnett:

“…Sólo hay un viejo libro, tómalo entre tus manos

e inventa aquella página que arde

quemada por la brasa lunar de la memoria.

A tus cometas le mintieron los colores”.

En esta poesía la sensación de no pertenecer, no encontrarse, desde un comienzo se asocia con la

literatura y en general en nuestra relación con el lenguaje, incluso desde sus primeros poemas. La

situación de un hombre expulsado de su palabras primordiales: “La nostalgia es vivir sin recordar/

de que palabras fuimos inventados”. Perdidos estos vocablos del comienzo, la palabra sería el

último recurso para animar una ausencia, nombrar la herida que habría entre nosotros y lo que

perdimos, incluso antes de que llegáramos al mundo.

Este poeta sería consciente que toda creación, por personal que sea, revive en sus flujos las

materias trabajadas de un recuerdo, tanto para las formas en que canta como para sus tópicos. De

ahí que se escriba sobre lo escrito y que cante sobre las métricas, haciendo memoria sobre lo que

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otros dejaron. Esto es muy singular en un país como Colombia, responde a su dinámica violenta de

desterrar para olvidar. “Vuélveme ahora a mi país de origen/ nómbrame el reino para mi celeste”,

nos dice Quessep. Una tarea que es impensable por fuera de lo verbal: “Estaremos aquí toda la

vida,/ entre las piedras de una ciudad muerta./ Nadie nos dijo cuándo hemos partido,/ que

regresar no era posible…”

Vengo hablando de una herencia, pero esta es una entidad bastante difusa, difícil de sustentar en

los planos psicológicos. El propio Freud, tan habituado a estos diálogos generacionales, en su

estudio La herencia y la Etiología de las neurosis prefiere evadir el tema: “concedo que su

presencia (la de la herencia) es indispensable en los casos graves, y dudo que lo sea en los leves;

pero estoy convencido de que por sí sola no puede producir la psiconeurosis”. Las consecuencias

del exilio pueden ser heredadas desde condiciones históricas: a los hijos de los exiliados también

se les persigue, muchos crecieron entre guetos pero, ¿cómo trasmitir un sentimiento tan privado,

tan del que lo padece como el desarraigo? En la Genealogía de la moral, Nietzschemeditaba sobre

la capacidad del poder para imprimir sentimientos colectivos que en muchos casos superan las

barreras generacionales, sería el caso de la culpa e incluso de nuestra idea del bien y del mal.

Nietzsche habla de una condición de “Deuda con los antepasados”, de sentimientos de temor que

el poder ha introyectado en la conciencia desde tiempos ancestrales, ayudado por la fiesta y los

sacrificios. “Solo entra en la memoria lo que se graba con sangre”, dice.

El poder, de ahí la imaginería de los escarmientos, tendría la facultad de imprimir en el exiliado un

sentimiento que contagia a las generaciones posteriores. Sensaciones de extrañamiento que se

ven agravadas por razones externas como son la discriminación y el aislamiento. Todas estas

pulsiones conspiran para volver. Y es entonces cuando la violencia crea las perturbaciones

suficientes para que de los hijos de sus hijos nazca un poeta de la memoria.

Podríamos pensar que ese deseo de retornar a la tierra es en Quessep una enorme pregunta por

los orígenes, un momento singular donde el poeta se indaga en lo profundo, busca una respuesta

a lo que es el ahora en procesos que superan la cotidianidad y lo meramente biográfico. Pasado y

vida se toman de las manos, el poema es un acontecimiento que enlaza los mundos, una memoria

más amplia. Escribe Quessep en la última estrofa de “Epifanía Azul”, “En el color te acercas hasta

el origen/ de lo que ya no tiene huella,/ sales al patio y tocas su epifanía/ que sube por tus manos

como la vez primera”. O Dice al final de ese hermoso poema que se titula: “Sonámbulo”: “…Es

posible que mis huesos sean/ desconocidos, es posible que muera/ soñando un país de dátiles/ y

un barco donde cantan navegantes fenicios”.

Advertía el historiador Eric Hobsbawn que de cara al siglo XXI, como una tendencia

“perturbadora”, existía una peligrosa “destrucción de los mecanismos sociales y culturales que

vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores”, lo que

arroja nuestra experiencia hacia una inmediatez efímera y sin mayores puntos de contacto. En el

contexto de América Latina, donde confluyen tantas migraciones y mestizajes, cruces, que en

medio del tejido de culturas se ha perdido una testimonio que determine claramente los procesos

raciales, sociales y culturales, se podría encontrar en Quessep un mensaje insoslayable: la paz con

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un espacio sólo podría conseguirse si se tienen las cuentas claras con la pasado, restituyéndole a lo

marginado sus ámbitos perdidos.

Quizá por esto mismo es que concluye Said: “los exilios individuales nos obligan a reconocer el

sino trágico de los que no tienen casa como el diagnóstico de un mundo descorazonado.” Y a

continuación recuerda esta frase de Simon Weill en la que podría ser una de las lecciones más

necesarias que nos podría dejar un poeta del exilio, Giovanni Quessep entre ellos: “El estar

enraizado es quizás la más importante aunque menos reconocida necesidad del alma humana”.

La morada encantada

James Joyce, el caso por excelencia de un exilio voluntario, podría no ser el mejor ejemplo para

habar de la dureza del destierro y su corte con las raíces. Sin embargo, buena parte de su escritura

sería el acto del que se separa de su tierra para poder comprenderla. En su obra Exiliados Joyce

nos sugiere por boca de Richard: “habiéndola abandonado (a Irlanda) en su hora crítica han sido

llamados de nuevo a ella… a ella, a quien por fin han aprendido a amar en la soledad y el exilio”.

Joyce estaría planteando el exilio como un problema de perspectivas. Apartados, con la mesura

reflexiva que implica el no estar inmerso en el espacio, se puede valorar de manera cabal el lugar

de donde se proviene.

Esta distancia creativa aparece en la obra de Quessep como en ningún otro poeta colombiano.

Especialmente a partir de su tercer libro, Canto del Extranjero (1976), y se confirmará a lo largo de

su obra como un distintivo. Es la palabra el médium para hacer de esta memoria incendiada un

cuento soportable. Nos dice Quessep en su poema Canción del exiliado: “Quiero tornar a Biblos,/ a

la ciudad del lapislázuli,/ para ser la ventura/ entre los tamarindos y la parra… “Quiero tornar a

Biblos,/ a la ciudad del lapislázuli;/ lo demás ya no importa/ si amo entre sus calles el mar color de

vino.”

Biblos, antes que una referencia culterana, es una de las ciudades más antiguas del Líbano y que

actualmente se llama Djubyal, también lo recuerda Nicanor Vélez. Esta ciudad se erige como un

símbolo para expresar lo perdido desde su esencia, y es el poeta quien busca un retorno a estas

raíces, quizá para encontrar una belleza más duradera. Esta característica es recurrente en la obra

de Quessep. Ante la imposibilidad de hablar de lo perdido, de algo que nunca vivió, muchos de sus

poemas son la recreación poética de una morada específica.

La poesía como morada, los poemas de Quessep podrían ser un buen ejemplo de lo que Heidegger

consideraba el valor supremo del poetizar. Aquella obsesión sitúa a esta obra en una relación de

palabra y espacio que no tiene mayores precedentes en la poesía colombiana desde Aurelio

Arturo. “Torna, Torna a esta tierra donde es dulce la vida”, nos dice el poeta de Morada al sur. Su

regreso a los dominios de la infancia sólo posibles a través de las palabras. Si esto es así en Arturo

la situación es más dramática en Quessep. Aquí el exilio se ha vuelto irreparable, como en el

poema de Cernuda si vuelven los Odiseos no los esperará Penélope ni los recordará ningún

Page 19: Poemas (Giovanni Quessep)

Eumeo, incapacitados como están para volver a la tierra que perdieron o de aceptar su destino sin

estragos psicológicos. Ahora es Ulises quien le escribe a Nausica esta “Carta imaginaria”, un

poema emblemático en la obra de Quessep:

“…Yo no escuché la historia de mis viajes,

pues veía en tus ojos otra historia,

y esa noche soñé con un vestido

que adoraban tus manos, y una espada.

De lo demás, Nausica, no quisiera

acordarme: la nave hecha pedazos,

los marineros muertos y un fantasma

vagando por los pinos de la isla.

Los pinos de la isla eran tan bellos,

y ya no tengo cerca ni su sombra.

Ítaca fue un jardín, y hoy sólo escucho

cantar a las serpientes; ramas duras,

endrinos y no almendros, y la piedra

donde alguien escribió que todo es vano…”

Con algo de juego podrían plantearse las siguientes posibilidades. La primera sería una aceptación

a la nueva tierra, pero se ha dicho que el deseo de partir también nace de un fiero extrañamiento

por el presente que lo circunda, “ese saberse de otra parte” apunta Piedad Bonnett a propósito de

esta poesía. Una segunda posibilidad sería el amor, pero esta es una poesía fatalmente solitaria.

Advertía Marta Canfield cuando la obra de este poeta apenas contaba con un libro publicado:

“…vivir es una forma de morir esperando. Y esperar es una forma de morir…” Sin más remedio

habría que encontrar estos retornos en los límites del tiempo y el espacio. En la llegada de la

muerte, lo único que es tan cierto e incierto a la vez como para depositar las últimas esperanzas.

Si en “Canción del exiliado”se nos hablaba de tornar a Biblios, ahora es cuando se dice en el

poema “Elegía”, el paralelo es evidente:“quisiera ver la luna/ Callada del que duerme/ La soledad

de piedra/ de esa otra Biblos que es la muerte”. O que diga en otro poema: “…Es que el edén, tu

Page 20: Poemas (Giovanni Quessep)

nombre amado/ Será tal vez la muerte”. Tal paraíso, a diferencia de los simbolistas o los

románticos, nos hablaría de una diáspora específica: al fondo están los horrores de una historia

con sus mundos usurpados. Pero no cae Quessep en el lamento de los primeros planos. Este poeta

ama los libros, y de esta relación con la cultura nace la vocación crear nuevos horizontes,

trasfigurar la realidad desde la distancia. Todo lector, podríamos decirlo, se exilia de lo inmediato

para encontrar nuevos sentidos.

Quessep parecería ser consciente que detrás de estos anhelos de retorno se esconde la invención,

cientos de literaturas que en el viven. Nos dice en su poema “Tráeme el alba”:“Quiero tornar a lo

que ya no existe/ sino en la imagen del hilo sagrado, tal vez un mito sea, pero mi alma/ no se

resigna a perder su tesoro”, o dice en este otro poema, “Preludio para una elegía”: “El alma

sueña/ lo que no hallamos y hace de ello un canto…”.

Ante la ausencia de referentes directos, Quessep trataría de inventar un mundo en los umbrales

que le sirva de compensación, Lukacs hablaba de una “morada trascendental” en las novelas de

los exiliados. Busca un encuentro que no por inventado deja de darnos alegría, como la belleza de

Keats. Nos dice Quessep en “La palabra que nos sueña”: “La muerte es este olvido/ sin cesar

inventado”. O en estos otros versos de “Cercanía de la muerte”, aun más evidentes: “Extranjero de

todo/ La dicha lo maldice/ El hombre solo a solas habla/ De un reino que no existe”.

Este contrapunto entre la fe en la palabra, de un lado, del otro en la conciencia de sus límites,

conformaría el péndulo sobre el que oscila buena parte de la obra de Quessep. Nunca será el

presente un reino para él. Y sin embargo, como lector que es, conoce de los cuentos y las fábulas.

Mientras duren los relatos de Sherezade, así sean momentáneos –“todo Edén es transitorio”, dice-

, ocurre el milagro del encanto que revive en la sombra. Detener los relojes por un instante para

hacer de lo real lo legendario, y como la Alicia de su poema atravesar el espejo hacia otros reinos,

hacia esas “Ínsulas extrañas” que habitaban en nosotros sin que apenas lo percatáramos. Por eso

cuando canta el ruiseñor de estos poemas “se salva” quien lo escucha:

“Digamos que una tarde

El ruiseñor cantó

Sobre esta piedra

Porque al tocarla

El tiempo no nos hiere

No todo es tuyo olvido

Algo nos queda pienso

Que nunca será polvo

Page 21: Poemas (Giovanni Quessep)

Quien vio su vuelo’

O escuchó su canto.”

Quessep, distinto a los magos, no busca ocultar las contingencias de su magia, cree y descree en

las posibilidades del poema como el que está condenado a amarlo. Sorprende que una tradición

poética de muertes tempranas o iluminaciones dispersas, un poeta logre mantener esta tensión a

lo largo de tantos libros y durante tanto tiempo, en lo continuo, escribiendo no en la consumación

de la belleza sino en su “Preludio”, “In límine”, como lo hiciera su maestro Montale. Y pienso en su

“pájaro muerto” que trae las desolaciones, también una oleada de leyendas.

Esta situación estética encuentra un “tiempo verbal” que la define: el imperfecto subjuntivo de

“Amara yo el olvido”. No “ama” porque el presente es esquivo e hiriente. Tampoco puede decir

que “amó” porque el pasado le llega como una herida abierta, decir que “amaría” sería confiar

demasiado en las probabilidades. Es así que este poeta nos dice “amara”, como el que encuentra

su arte en el más dubitativo de los misterios. Debajo de estas oscilaciones escribe una persona en

soledad, averiguando las regiones de su alma con devoción y codena. Nadie como él podría

mirarse cara a cara en estas aguas que lo asombran y desvelan, “me pierda la canción que me

desvela”, dice uno de sus versos más citados. Hay un poema que cristalizaría este devenir, aparece

en Muerte de Merlín (1985) y se titula “Antifaz”:

Quien vive es el que oculta

mi rostro, quizá siempre

tenga yo el antifaz, tal vez mi alma

no sea sino un espacio

vacío, donde crece

lo que he perdido, lo que nunca

vieron mis ojos. Pero, entonces,

¿quién mira las estrellas,

quién el jardín, el agua?

A solas y en silencio

conservo esta penuria

de no ser la leyenda que me sigue,

Page 22: Poemas (Giovanni Quessep)

y no saber si soy

el que ha inventado el día de su muerte.

En un sorprendente juego de máscaras este poema, como buena parte de la poesía de Quessep,

logra transfigurar lo vivido y lo contado, la historia y la fábula como por arte de encantamiento. La

palabra encanto es tan recurrente en Quessep que podríamos decir que en ella está su

contraseña, lo recuerda Luz Mery Giraldo en su ensayo Giovanni Quessep: el encanto de la poesía.

Dos movimientos ocurren en simultáneo. Encanto del reencuentro, cuando el poema lo lleva a

entrever una morada encantada, un retorno a los orígenes al otro lado de la muerte: “Oh muerte

lejanísima/ duración del encanto”, y “que nos hace encontrar lo que perdimos/ ya vuelto maravilla

por el canto”. Reencuentro con el encanto, pues la palabra de todos los días se convierte en

umbral de apariciones, adquiere aquella capacidad “órfica” de celebrar y trasformar mediante lo

bello del canto: “yo soy el encantado/ del sueño o el destino/ el que retorna de la muerte/ con una

rama de ciprés florido…torne a soñar, y el sueño sea la vida/ y la muerte una fábula del canto”.

Tanteando en los límites de la vida y del lenguaje, sin respuestas definitivas, el mundo parecería

ser la mejor metáfora de un “Dios silencioso”, lo suficientemente distante para que especulemos

con libertad, lo demasiado cercano para tentarnos a su búsqueda sin término. Hablo de la

metáfora que aparece en El artista del silencio(2012), el último de sus libros,y que recuerda en su

serena desolación el tono con el que se despiden los mejores poetas. Nos dice en su poema

“Silencio”:

“…He aquí el silencio, lo que tanto hiere

con su filo de hielo, que se torna

violeta y arco grana en la memoria,

lo que cose mis labios con su canto

abismal, que no encuentra la salida

ni hacia el fondo culpable de mis huesos

ni hacia el cielo que alguna vez tuvimos…”

En la obra de Quessep se ejemplifica el desarraigo, aunque nunca se mencionen responsables

directos su voz habla de los estragos de un poder que desterró lo distinto. Pero también ocurre

que a fuerza del extrañamiento, cuando imagina la muerte, el poeta cuente literaturas como

conjuros que vuelven a lo mismo. Vida y cultura, imaginación y existencia, confluyen en una misma

Page 23: Poemas (Giovanni Quessep)

poética. Parece que todos los meridanos se confunden cuando Quessep escribe. Por eso en este

mundo la diáspora libanesa va de la mano de las Mil y una noches. La Alicia de Carol, Li-Po,

Mauricio Babilonia de Cien años de Soledad y otro centenar de personajes legendarios, entran en

el mismo encantamiento que el padre del poeta, “Violeta” y “Claudia”, nombres y asuntos de su

propia biografía.

Este acontecimiento se nos muestra bajo las formas de hoy y de siempre, hablo de los metros

donde este poeta se encuentra un sostén rítmico. Como en los pájaros, la casa de los poetas

muchas veces está en el canto. Quessep, perdida la lengua de sus padres, busca una música que

traduzca lo perdido desde una memoria rítmica, podría ser. Quizás esta memoria rítmica sea ya su

conexión con la cultura a falta de referentes ciertos. Búsqueda o casa es su canción, quizás sean

las dos. En cualquier caso Quessep sería quien trae estos temas forasteros a las tonalidades de una

lengua, enriqueciéndola, desafía lo innombrable con una canción conocida.

En tiempos donde habría que encontrarle una razón a la poesía en sus valores intrínsecos, tan

lejos como estamos de un cambio estético del mundo, incluso de una comunicación más efectiva

entre el poema y la sociedad, francamente no encuentro a otro poeta colombiano que haya

llevado tan lejos la construcción de un obra como él. El exilio se constituye en Quessep como una

búsqueda conmovedora por las raíces, la tierra y los orígenes. Pero también es una de las

relaciones más asombrosas entre vida y literatura que podamos encontrar en el Continente.

La mirada del exilio

En las entrevistas a poetas colombianos que he venido citando le pregunta Piedad Bonnett a

Giovanni Quessep: “en muchas partes hablas de un exilio imaginario, de un saberse de otra

parte…¿De dónde nace esa convicción o estado de ánimo”, a continuación le responde Quessep:

“pues yo no sé si habrá cosas que correspondan a mi vida misma, a la perdida infancia, a cosas así,

pero lo cierto es que me siento muy solo en la misma escritura. Yo no hallo otros poetas que

tengan en su poesía la misma inclinación por las cosas que yo tengo”. Habla Quessep de una

diferencia poética con sus contemporáneos, plenamente interiorizada, de un aislamiento estético.

Creo que el problema podría invertirse. Puede que este sentimiento de exiliado no sea el resultado

sino la causa.

En la Poética, hablaba Aristóteles de un arte que gracias a la distancia nos permitiera una

“experiencia sin experiencia”. Sólo en la escena, sugiere, podemos comprender la vida como una

totalidad ética. Luego será Swift el que nos diga lo mismo respecto a la belleza: en la distancia las

cosas recuperan la integridad que nos consuela, otra manera del respeto. Después de que el

mundo tomara el camino de la cercanía, un arte que se salió de la perspectiva para entrar en la

proximidad de los circuitos, serían los exiliados quienes recuerden la importancia de un punto de

visión. Algo que nos permita superar nuestros intereses para ver a los seres y a las cosas con

mayor amplitud.

Page 24: Poemas (Giovanni Quessep)

La supuesta rareza de los poemas Quessep pasa por la situación específica de un país como

Colombia, donde por razones políticas o económicas, arrinconados en la violencia, la llegada de los

extranjeros fue considerablemente más escasa que en países como Perú y México, Venezuela,

donde el exilio se reconoce como una parte constitutiva de su cultura y sus tradiciones. “Ya no es

posible hablar de identidades culturales colectivas asociadas con regiones”, señalan Fernández

Bravo y Garramuño a propósito América Latina y sus autores. Pero en Colombia todavía existe un

discurso nacional que es imperante con su unidad de territorios y de lenguas, lo que nos priva de

otras lecturas.

“Cómo exiliado miras el mundo”, nos dice Quessep. Esta palabra es la expresión del que sabe que

existe una diferencia de perspectivas en el ojo del que exilia, y que en muchos casos se opone a la

mirada de los locales consciente o inconscientemente. Un exiliado, desde su formación, es el

resultado de una orilla diversa, nutrida de fuentes o caminos bien distintos. Otros orígenes

trabajan el silencio en el que escribe. Lo que para el local es familiar es para el exiliado lo extraño.

Tal rasgo, propio del asombro y del que descubre, se constituye a través del poema en una

poderosa ampliación de las realidades que vivimos. “El exilio, en efecto, como un rey Midas

espectral y siniestro convierte en fantasmal todo lo que toca, confunde los contornos el espacio

propio, irrealiza no sólo los lugares del pasado sino también los del futuro”, sugiere Pedro Lastra

en su artículo Poesía y exilio.

Es así es como en esta poesía, los elementos más comunes son mensajeros de dominios lejanos o

extintos, tal como ocurre con “La Hoja seca”: “… ¿Quién sabe qué países/ no conocemos, qué

cielos no oímos/ en su ala profunda? …” La diáspora se transfiere a un “caracol”: “…todavía el

caracol, en su llama postrera,/ persigue un canto por islas desventuradas…” Hasta en los órdenes

de lo inerte se propaga esta conjunción de mundos, como alumbrándolos de viento y amargura:

“…también la piedra sueña/ con viejos, dolorosos laberintos…” Aquella mirada que confunde lo

interior y lo exterior, conmoviendo los centros del sentido, incluso alcanza las esferas de lo

cósmico con la metáfora de la “Brasa lunar (2004)”, y que da título a uno de sus últimos libros:

“…La luna es un país que ya se ha ido…”, dice en alguno de estos versos.

No se trata defender una visión positiva del exilio o de reclamar para los extranjeros un carácter

mesiánico. Mas que un privilegio se trata de una manera alternativa de leer. Said habla de una

razón “descentrada”, “nomadísitica” y “contrapuntual”, y que se opone a lo dominante directa o

indirectamente. Después de lo ocurrido en las Guerras Mundiales, T.W. Adorno veía en el exilio

una responsabilidad de corte moral para el intelectual de estos tiempos. Escribe en las páginas de

su Mínima Moralia: “sólo en virtud de su oposición, en tanto que no del todo asimilada por el

orden, pueden los hombres dar lugar a una producción más dignamente humana.”

Apartándose desde un comienzo de aquello que queremos o nos permitimos ver, Quessep

demuestra una vez más que las víctimas, aún silenciadas, son más imaginativas y audaces que la

eficacia de sus victimarios. El poeta responde como un celebrador de “las voces de lo invisible”,

llámese aquello que desterramos o que simplemente obviamos, despreciamos en los márgenes.

Page 25: Poemas (Giovanni Quessep)

Nos dice Quessep en Mito y poesía, el único prólogo que escribió, y que nos sorprende en la

aceptación de esta distancia como un salvamento, ético y estético:

“…Los ojos del poeta están tejidos de un cristal mágico; en su pasión tienen la esfericidad de los

cielos y de su música extremada. A medida que se distancian de lo real, hallan la verdad de la

poesía, o duración de las fábulas que es el alma. El poeta, que no lo ignora, pone en juego su ser…

“El poeta no teme a la nada.” Sabe de la existencia de lo que nunca ha sido dicho, de lo que aún no

tiene nombre en el ideograma de la escritura divina: cree en la palabra, pero también en el

silencio, en lo callado, en lo oculto, en lo que podría hacerse fantasma a la luz de la vigilia o

abrasadora presencia en la penumbra del sueño..”

Si el exiliado es un sujeto indeseable para el poder, es porque las doctrinas no tienen como

ubicarlo en sus categorías ni cómo controlarlo desde sus patrones convencionales. Porque toma

partido por la amplitud de las miradas y de los lenguajes. En el caso particular de Quessep, para

hablar del contexto colombiano, existe una realidad de los “sin tierra” que es alarmante, y que ha

sido vista por las autoridades como un asunto disperso, que no deja mayores estragos sobre la

vida de los que no han padecido estas violencias de manera directa. Quessep, acaso sin

proponérselo, al nombrar la problemáticas del arraigo estaría poniendo de presente esa realidad

periférica. Por paradójico que suene alguien que no encuentra su casa es quien recuerda la

importancia de tener una, nos habla de la necesidad de una cultura como respuesta, cuando él ha

perdido el mayor punto de contacto con la suya.

Giovanni Quessep, consciente como muy pocos de nuestra deuda con el pasado y con los libros,

nos lega un testimonio de la mayor importancia. Su obra es la construcción de una voz distinta en

respuesta a lo mediático de los factores, también de los horrores que arrinconan la belleza. La

posibilidad de otra morada expresiva, mucho más plena que la dejaron nuestros padres, y que

como lectores la entrevemos en sus páginas como una condenación y un hechizo, “un jardín y un

desierto”.