Periódico Parroquial “COMUNIDAD” #87

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Monterrey, N. L ., México Diciembre de 2012 No. 87 M uy queridos hermanos y hermanas en el Señor: La Navidad evoca de inmediato al Niño que nace para nuestra salvación. Nos trasladamos rápidamente a la escena maravillosa de Belén, donde en una humilde gruta nace Aquél que sin dejar de ser Dios se hace hombre, por el infinito amor que nos tiene. Ha llegado la plenitud de los tiempos y Dios ha enviado a su Hijo nacido de una mujer (cfr. Gál. 4,4-5) y los cielos y la Tierra se alegran por este gran acontecimiento: Jesús nace en Belén para salvarnos. Se han cumplido las profecías. Las voces de Daniel, de Isaías, de Miqueas y demás profetas que nos fueron dando los datos hoy son una realidad: Cristo ha nacido en Belén de Judá, de una madre virgen, pues han transcurrido las 70 semanas de años previamente anunciadas. Este nacimiento nos llena de alegría, porque en el Niño Dios contemplamos el infinito amor de Dios que nos ama y quiere redimirnos y al contemplarlo nuestro corazón late lleno de gozo. Nuestra celebración del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo ha de durar más que 24 horas, ha de durar todos los días y así, en una celebración comprometida, manifestar en nuestros pensamientos, palabras y acciones que creemos en El, que es nuestro Salvador y que queremos vivir como El nos ha enseñado. Ahora que estamos viviendo el “Año de la Fe”, este acontecimiento de gracia que es la celebración de la Navidad, ha de ser camino para renovar nuestra fe en nuestro Redentor y junto con nuestra alegría, nuestros cantos, nuestros regalos, entregar a Jesús nuestra vida, esta vida, que se nos ha prestado para realizarla plenamente. Litúrgicamente la Navidad no es sólo un día, es un tiempo, en el que meditaremos, con- templaremos, el misterio del amor de Dios por nosotros, y así nos llenaremos de ese amor de Dios para darlo siempre a los demás. Navidad es alegría, es gozo, es gratitud por el amor de Dios a nosotros, y es compromiso de ser mejores cada día, para responder así con amor a la entrega infinitamente generosa de nuestro Señor Jesucristo por nosotros. Cantemos la Navidad y vivamos nuestra fe. Alegrémonos y gocémonos por el amor del Niño de Belén para nosotros y llevémoslo especialmente a los más alejados de ese amor, a los más pobres y necesitados, espiritual y materialmente. ¡Felices pascuas de Navidad! Pbro. Juan Carlos Castillo Ramírez Párroco

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Periódico Parroquial de Santa Beatriz de Silva de la Arquidiócesis de Monterrey, México.

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Monterrey, N. L ., México Diciembre de 2012 No. 87

M uy queridos hermanos y hermanas en el Señor:

La Navidad evoca de inmediato al

Niño que nace para nuestra

salvación. Nos trasladamos rápidamente a la escena maravillosa de

Belén, donde en una humilde gruta nace Aquél que sin dejar

de ser Dios se hace hombre, por el infinito amor que nos tiene.

Ha llegado la plenitud de los tiempos y Dios ha enviado a su

Hijo nacido de una mujer (cfr. Gál. 4,4-5) y los cielos y la Tierra se alegran por este gran acontecimiento: Jesús nace en Belén para salvarnos.

Se han cumplido las profecías. Las voces de Daniel, de

Isaías, de Miqueas y demás profetas que nos fueron dando

los datos hoy son una realidad: Cristo ha nacido en Belén de

Judá, de una madre virgen, pues han transcurrido las 70 semanas de años previamente anunciadas.

Este nacimiento nos llena de alegría, porque en el Niño Dios

contemplamos el infinito amor de Dios que nos ama y quiere redimirnos y al contemplarlo nuestro corazón late lleno de gozo.

Nuestra celebración del nacimiento de nuestro Señor

Jesucristo ha de durar más que 24 horas, ha de durar todos los días y así, en una celebración comprometida, manifestar en nuestros pensamientos, palabras y acciones que creemos en El, que es nuestro Salvador y que queremos vivir como El nos ha enseñado.

Ahora que estamos viviendo el “Año de la Fe”, este

acontecimiento de gracia que es la celebración de la Navidad, ha de ser camino para renovar nuestra fe en

nuestro Redentor y junto con

nuestra alegría, nuestros cantos, nuestros regalos,

entregar a Jesús

nuestra vida, esta vida, que se nos

ha prestado para

realizarla plenamente.

Litúrgicamente la Navidad no es sólo un día, es un

tiempo, en el que meditaremos, con-

templaremos, el misterio del amor de Dios por nosotros, y así nos llenaremos de ese amor de Dios para darlo siempre a los demás.

Navidad es alegría, es gozo, es gratitud por el amor de Dios

a nosotros, y es compromiso de ser mejores cada día, para responder así con amor a la entrega infinitamente generosa de nuestro Señor Jesucristo por nosotros.

Cantemos la Navidad y vivamos nuestra fe. Alegrémonos y gocémonos por el amor del Niño de Belén para nosotros y

llevémoslo especialmente a los más alejados de ese amor, a los más pobres y necesitados, espiritual y materialmente.

¡Felices pascuas de Navidad!

Pbro. Juan Carlos Castillo Ramírez

Párroco

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Por su reportero Capsulito

1) Muy contento por la celebración de la Navidad, les deseo que

Jesús los llene de su gracia y de bendiciones, que se prolonguen

para siempre y que les hagan realizar todos sus proyectos en el Nuevo Año.

2) Vivimos el Adviento con mucho gusto y nos preparamos para

la Navidad. Cada vela que encendimos en la corona nos ayudó a forjar un compromiso, sobre todo el de quitar el egoísmo y

prepararnos a celebrar dignamente la Navidad.

3) Participamos en el inicio de la Campaña del Diezmo 2012, el

sábado primero y el domingo dos de diciembre.

4) El día cuatro se celebró el Rosario y Misa mensual del Santo

Padre Pío, con muy buena asistencia.

5) El día cinco nos fuimos a la Arena Monterrey para participar

en la Misa del inicio del episcopado en Monterey de nuestro nuevo Arzobispo, Monseñor Rogelio Cabrera López, donde con muchos hermanos y hermanas en el Señor le dimos la bienvenida. Ahí un grupo de integrantes del Apostolado de Fátima de nuestra

Parroquia participó en la conducción del rezo del Santo Rosario.

6) Por ahí vimos al Padre Juan Carlos, nuestro Párroco, y al

Padre Humberto, nuestro Vicario parroquial. Todos, laicos, consagrados y sacerdotes y diáconos, seminaristas y los más de 80 obispos participantes, muy contentos, por el inicio del

ministerio episcopal de nuestro nuevo Pastor de la Arquidiócesis.

7) El señor Cardenal Francisco Robles Ortega, anterior

Arzobispo, le entregó el báculo, signo del pastoreo que habrá de realizar como nuestro nuevo Pastor, teniendo como modelo a Jesús, el Buen Pastor. ¡Bienvenido!, Monseñor Rogelio.

8) El día 01 tuvimos un concierto de Navidad, con el coro “Voces

de Monterrey”, con muy buena asistencia.

9) El 11 los grupos parroquiales le ofrecieron su “serenata” a la

Virgen de Guadalupe, ofreciéndole su canto como una oración por

la paz y por las familias de la Parroquia, sus bienhechores y amigos. Alfredo Flores Zaher la filmó y la subió a los

medios electrónicos. Les recomendamos verla y disfrutarla al igual

que el concierto de Navidad.

10) La Unión de Enfermos Misioneros tuvo su Misa por los

enfermos el 13 y ese mismo día celebró anticipadamente su

“posada”.

11) Ese mismo día se efectuó la convivencia de adviento y

Navidad de los grupos parroquiales.

12) El día 15 se llevó a cabo la Asamblea Parroquial, donde se

asumió trabajar el 2013 de manera especial por la COMUNION, su espíritu y acción concreta para seguir con la renovación

parroquial de acuerdo al Plan de pastoral Orgánica de la Arquidiócesis y promover que la Parroquia sea casa y escuela de comunión.

13) También que el 2013 dentro del Año de la Fe se tendrá la

profundización sobre el Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia.

14) El grupo juvenil “Lolek” preparó el 19 la Misa en memoria

del Beato Papa Juan Pablo II.

15) El grupo Impulso, en nombre de nuestra Parroquia de Santa

Beatriz de Silva, realizó su misión en Mina, N. L., del 20 al 23 de diciembre.

16) Celebramos la Noche Buena el 24 y la Navidad el 25 con

gran alegría.

17) El 27 tuvimos el Concierto en honor de la Sagrada Familia y

pedimos por las familias de la Parroquia, de nuestros

bienhechores y amigos.

18) Cerramos el año con la Misa de acción de gracias el 31.

¡Bendito sea Dios, que nos permite caminar día a día con su amor y su misericordia! Roguemos a Santa Beatriz de Silva interceda

por nosotros ante Jesús para un mejor y feliz Año Nuevo.

¡Felicidades!

¡Hasta la próxima! Si Dios quiere.

Les dice “Capsulito”, su reportero favorito.

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Continuamos entrando al contenido del motu proprio del Papa Benedicto XVI: “Porta fidei” (la puerta de la fe). Nos dice el Papa que para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar

en el “Catecismo de la Iglesia Católica” un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos del Concilio Vaticano II.

“En la Constitución apostólica “Fidei depositum”, firmada precisamente al cumplirse trigésimo aniversario de la

apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II

escribía: Este catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial…Lo declaro

como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión

eclesial”, nos dice el Papa.

Añade que precisamente en este horizonte, el Año de la fe

deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados

sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

“En efecto, agrega, en él se pone de manifiesto la riqueza

de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y

ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de

teología a los santos de yodos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en

que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe”.

Nos dice que en su misma estructura el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una

teoría, sino un encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y

continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los

sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues

carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los

cristianos. Del mismo modo la enseñanza del Catecismo

sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se

pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

“Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica, podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe,

especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la

Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que

se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y

apropiada, ayudándolos a creer y a evangelizar”, nos propone Benedicto XVI.

Indica que en efecto, la fe está sometida más que en el

pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito

de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede

haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos tienden a la verdad. “A lo largo de este Año será decisivo volver a recorrer la

historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los

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hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y

constante acto de conversión, con el fin de experimentar la

misericordia del Padre que sale al encuentro de todos”, nos

manifiesta el il. Añade que durante este tiempo tendremos

la mirada fija en Jesucristo, “que inició y completa nuestra fe” (Heb. 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el

vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio

de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir

con nosotros la debilidad humana para transformarla con el

poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de

fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra

historia de salvación.

En este texto dice el Papa Benedicto que por la fe, María acogió la palabra del ángel y creyó en el anuncio de que

sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cfr. Lc. 1,38). En la visita a Isabel entonó su canto de

alabanza al omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a él (cfr. Lc. 1,46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (Lc. 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes

(cfr. Mt. 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cfr. Jn.

19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la

resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc. 2, 19.51), los transmitió a los Doce,

reunidos con ella en el Cenáculo para recibir al Espíritu Santo (cfr. Hech. 1, 14; 2,1-4).

“Por la fe, los apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cfr. Mt. 10, 28). Creyeron en las palabras con las que

anunciaba el reino de Dios, que está presente y se realiza

en su persona (cfr. Lc. 11,20). Vivieron en comunión de

vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían

reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cfr. Jn. 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero

siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda creatura (cfr. Mc. 16, 15) y, sin temor, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles”,

continúa.

Igualmente nos dice el Santo Padre Benedicto XVI que por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos

(cfr. Hech 2, 42-47).

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ASI ERA EL PAPA

JUAN XXIII

En el marco del Año de la fe, les ofrecemos un

artículo del sacerdote-escritor José Luis Martín

Descalzo (+) de su libro “Yo amo a la Iglesia”.

Nos da en él un retrato del Papa Juan XXIII,

que convocó al Concilio Vaticano II, del que

conmemoramos 50 años de su apertura, y

estamos invitados por el Papa Benedicto XVI a

conocerlo y profundizar en su contenido.

Al morir (el Papa) Pío XII muchos católicos

sintieron como si vacilasen las columnas que

sostenían la Iglesia. ¿Dónde se encontraría un

hombre de la calidad de Eugenio Pacelli?

Repasaban los nombres de los cardenales que

entraron en el cónclave y concluían que nadie

sería capaz de llenar el hueco dejado por Pío

XII. Y empezó a hablarse de que se elegiría un

Papa de transición.

La idea creció cuando en el balcón de San Pedro

apareció Ángel José Roncalli , que tenía en

aquel momento 78 años y cuyo carácter parecía

el de un hombre bueno no llamado

precisamente a revolucionar nada.

El propio Papa contribuiría a difundir estas

ideas hablando siempre de sí mismo entre

sonrisas. El mismo día de su elección se miró en

el espejo y se dijo a sí mismo: “¡Ay, Juan, Juan,

qué feo vas a resultar en televisión!” Y al día

siguiente, subiría el sueldo de los portadores de

la silla gestatoria, dando como razón “que él

pesaba el doble que Pío XII”.

Pero nadie imaginó entonces lo que aquella

sonrisa iba a revolucionar en la Iglesia. Sólo

mucho más tarde descubriríamos el milagro de

la luz y espiritualidad que había encerrado en

aquella sonrisa.

Había nacido en una familia de humildes

labradores un pueblecito cercano a Bérgamo,

en el Norte de Italia. Una familia tan pobre

como cristiana, de la que Ángel José se sintió

siempre legítimamente orgulloso.

Su carrera clerical no fue excesivamente

brillante. Era un seminarista oscuro y piadoso

en el que brillaba muchos más el corazón y el

sentido común que la lumbrera de su

inteligencia. Nunca supo más lenguas que su

italiano natal y un francés no demasiado bien

pronunciado. Y a lo largo de su carrera como

nuncio hubo , en realidad, más fracasos que

grandes éxitos.

El mismo confesaría más tarde que su único

mérito en la vida había sido dejarse llevar por

la Providencia a hombros, lo mismo que de niño

lo llevaba su padre a la escuela. Cuando Pío XII

le nombra para la difícil nunciatura de París,

recién acabada la Guerra Mundial, recibe la

noticia con asombro y comenta: “Cuando faltan

los caballos, tienen que trotar los asnos”.

Sin embargo, al ser elegido Papa, lo asumió con

la mayor naturalidad del mundo, sin dejarse

contagiar por complejos y sin asustarse por las

dificultades. Se cuenta que, en una de sus

primeras noches como Papa, no lograba

dormirse ante varios graves problemas. Y,

entonces, sentándose en la cama, se dijo a

sí mismo: “¿Vamos a ver, Juan, quién 5

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dirige la Iglesia, el Espíritu Santo, o tú? El

Espíritu Santo, ¿no? Pues, entonces ¡duermes,

Juan!”

Y, con la santa ingenuidad de los hijos de Dios

se lanzó a empresas que habrían hecho temblar

a los papas más emprendedores. Famosas

fueron sus primeras salidas del Vaticano, con

las que rompía la vieja tradición de

enclaustramiento de los papas. Un día,

inesperadamente, acudió a visitar la cárcel de

Roma, la “Regina Coeli” y aún se recuerdan las

primeras palabras que dijo a los presos: “Como

ustedes no podían venir a verme, he venido yo”.

Y comenzó a ganarse al mundo con su visita a

un hospital infantil. Allí se derramó su corazón

de padre, charlando con los niños, haciéndolos

reír, ante la emoción de los médicos y

enfermeras que no podían creerse lo que

estaban viendo.

Pero la gran sorpresa se la dio al mundo el 25

de enero de 1959, muy pocos meses de su

elección pontificia, anunciando un CONCILIO

ECUMENICO, cuando ya nadie esperaba este

tipo de asambleas y contra los consejos de

algunos de sus consejeros que temían que todo

concilio trae graves problemas.

Pero Juan XXIII pensaba y decía que “sin un

poco de santa locura no puede la Iglesia

ensanchar sus pabellones”. Y a Roma llegaron

los obispos para realizar el más revolucionario

concilio de la Iglesia contemporánea.

Una revolución que él vivió con plena

serenidad. El día de la apertura del Concilio

escribió en su diario: “Después de tres años de

preparación, laboriosa ciertamente, pero

también feliz y tranquila, aquí estoy a los pies

de la montaña sagrada. Que el Señor me

sostenga para llevar todo a buen término”.

Pero Dios, que, como a Moisés, le había

permitido ver de lejos la tierra prometida,

no le dejóconcluir la gran aventura. Y le

llamó a su seno habiendo celebrado sólo la

primera sesión.

Pero le dio tiempo para encarrilar, en libertad y

audacia, aquel gran camino. Y para escribir dos

de las encíclicas fundamentales de nuestro

siglo: la *Mater et magistra* y la *Pacem in

terris”.

Y el 3 de junio de 1963, tras sólo cuatro años de

pontificado, escribió la mejor de sus encíclicas:

aquella muerte ecuménica que conmovió al

mundo entero. En aquellos días escribió ese

*testamento espiritual* que resume

perfectamente toda su vida:

“Nacido pobre, pero de honrada y humilde

familia, estoy particularmente contento de

morir pobre, habiendo distribuido al servicio de

los pobres y de la Santa Iglesia, que me ha

alimentado, cuanto he tenido entre las manos –

poca cosa por otra parte- durante los años de mi

sacerdocio y de mi episcopado. Doy gracias a

Dios por esta gracia de la pobreza de la que hice

voto en mi juventud, pobreza real y de espíritu

que me ayudó a no pedir nunca nada, ni

puestos, ni dinero, ni favores, ni para mí, ni

para parientes o amigos.

A mi queridísima familia según la sangre –de la

que, por otra parte, no he recibido ninguna

riqueza material- no puedo dejar más que una

grande bendición, con la invitación a que se

mantengan en el temor de Dios, que siempre

me la hizo tan querida y amada, sin

avergonzarme de ella jamás y que es su

verdadero título de nobleza.

La bondad de que fue objeto mi pobre persona

por parte de todos los que encontré en mi

camino, ha hecho tranquila mi vida. Recuerdo

también ante la muerte a todos y a cada uno, a

los que me han precedido en el último paso, a

los que me sobrevivirán y seguirán. Que oren

por mí. Se lo compensaré en el purgatorio o en

el paraíso, donde espero ser escuchado, lo repito

una vez más, no por mis méritos, sino por la

misericordia de mi Señor”.

(El artículo fue escrito el 13 de Abril de 1986). 6

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MENSAJE DEL

PADRE VICARIO

Navidad en familia

Cuando recordamos las navidades

celebradas en nuestros años pasados,

vienen siempre a nuestra mente, esos

momentos de felicidad que pasamos con

nuestros padres, abuelos o hermanos que

ya no están con nosotros, pero que un día

compartieron todo lo que para nosotros era

celebrar el nacimiento del Hijo de Dios.

Quizás nunca nos hemos imaginado como

celebrarían la navidad José y María; pero

lo cierto en que ellos no pudieron celebrar

sino vivir la Navidad. Si; ellos vinieron y

contemplaron el plan de salvación de Dios

que envió a su Hijo único, para perdonar

nuestros pecados.

José y María sintieron en carne propia el

dolor y el sufrimiento del Emmanuel que

ofrecía su vida por amor a sus hermanos.

Jesús y María construyeron no sólo un

hogar sino una familia y como esposos

hicieron su alianza o promesa de amarse

verdaderamente en la salud y en la

enfermedad.

Ellos estuvieron juntos en el momento del

alumbramiento de la Luz del mundo, como

los esposos que entran a la sala de

maternidad cuando llega el divino

momento del nacimiento del hijo que han

esperado juntos por nueve meses.

María y José no han podido, ni han tenido

tiempo de hacer compras para recibir con

muchos regalos a su amado hijo; ellos

confiaron en que juntos lucharían para que

a su precioso niño no le faltara el alimento

ni el mejor abrigo; pues estaban dispuestos

a darle su corazón y su vida al Mesías ya

esperado por todo Israel.

Dos mil años después del cumplimiento de

la promesa de Yahvé y de todo lo que

anunciaron los profetas encontramos

muchos papás que consientes de su

responsabilidad como padres; protegen,

cuidan y aman a sus hijos, no con regalos y

cosas materiales; sino con un buen ejemplo

y educación llena de los valores del reino

de Dios.

Dentro de la octava Navidad es decir de

ese gran día que abarca toda una

semana, recordamos la Sagrada 7

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Familia formada por; Jesús, José y María y

contemplamos el amor en momentos de

trabajo, de conciencia de sufrimiento y de

muchísima alegría; siempre juntos

viviendo: la paz, la armonía y la comunión

de Dios.

José y María no celebraron, sino que

vivieron la verdadera navidad y son el

modelo que podemos y debemos seguir si

es que queremos terminar con el

sufrimiento y el dolor de la soledad y de

todo lo que trae como consecuencia el

pecado de los pleitos y falta de respeto en

la familia, que nos llevan a la destrucción

de lo más sagrado que Dios nos concede:

como lo es la familia.

Rogamos a Dios, para que todos ustedes

vivan una navidad en donde reine el amor

y que juntos superen las dificultades y

problemas, pidiendo a Dios su ayuda y

creyendo que para El no hay nada

imposible.

Que las preocupaciones y tristezas no

apaguen la luz de la navidad.

Que tengamos la esperanza que el día de

mañana pasará toda tormenta y que

después de la tempestad viene la calma.

Vivamos como familia, la Navidad y

recibamos las bendiciones que nos trae el

Hijo de Dios y nuestro hermano Jesucristo.

¡FELIZ NAVIDAD Y VIVA LA

FAMILIA!

P. Humberto Torres Hernández

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