Pérez Adán; Socioeconomía

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CONTENIDO

COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS Serie Socioeconómica

H

©José Pérez Adán, i 997 © Amltai Etzioni, para el prólogo, 1997

© Editorial Trotta, S.A., 1997 Sagasta, 33. 28004 Madrid

Teléfono: 593 90 40 Fox: 593 91 11

Diseño Joaquín Ge' egc

ISBN: 84-81644 34-0 Depósito Legal: VA-14/97

Impiesio." Simancas Ediciones, S A.

Pa'. Ir.d Ser Cris¡óbci! (.'./ Estaño, nnr<;c!a 152

4/012 Valladolid

Prólogo: Amitai Etzioni............................................................................... 9

Presentación............................................................................................... [5

1. Introducción........................................................................................ 17

2. Economía y sociología........................................................................ 21

2.1. Instrumentos y fines............................................................... 21 2.2. La valoración de los fines y las consecuencias ...................... 28

3. La so ció economía ............................................................................. 39

3.1. Orígenes..................................................................., ............ 39 3.2. La aportación de A. Etzioni y otros pensadores ...................44 3-3. Crítica a la economía neoclásica.............................................. 51

4. Las políticas socioeconómicas ........................................................... 59

4.1. El trabajo y su centralídad........................................................ 59 4.1.1. El trabajo en el período helénico........................... 63 4.1.2. El trabajo en la civilización romana ..................... 64 4.1.3. El trabajo y el cristianismo ................................... 65 4.1.4. El trabajo y el capitalismo .................................... 66 4.1.5. Valor y trabajo ...................................................... 67 4.1.6. Los clásicos........................................................... 70 4.1.7. Los neoclásicos ..................................................... 70

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4.1.8. Marx ............................................................. 71 4.3.8. Et trabajo y los inicios de ía sociología.... 73

4.2. F.l ejercicio del poder. El comunitarismo .................... 77 4.3. La sociedad civil .......................................................... 87

5. Principales temas de la socioeconomía actual ........................ 93

5.1. El medio ambiente ....................................................... 93 5.2. La co-responsabilidad social: el paro, el desarro-

llo, la deuda.................................................................. 103

6. El futuro de la socioeconomía ................................................. 111

Bibliografía..................................................................................... 117

índice de materias........................................................................... 119

PROLOGO

Un remedio sugerido para hacer frente a las considerables difi- cultades que encuentran los estudios de economía neoclásica, consiste en buscar amparo en ciencias sociales hermanas, que puedan proporcionar argumentos más «realistas» a cerca de la motivación y las instituciones humanas. Podríamos explicar esta estrategia como un intento de resucitar los tradicionales campos de la economía política o de la economía institucional. Sin em- bargo, al pasar los años, estos términos han ido adquiriendo significados especializados, ajenos para todo aquel que pide una inyección de nuevos argumentos psicológicos y sociológicos en el estudio del comportamiento económico.

Por todo ello se está desarrollando una nueva disciplina que une los estudios sobre economía con otras ciencias sociales, bajo el nombre de «socioeconomía» («ni Samuelson ni Marx», como alguien apuntó). De hecho, esta nueva concepción encuentra muy diversas propuestas, provenientes del trabajo de numero- sos grupos de estudiosos en todo el mundo. Pese a las dife- rencias en cuanto a orientación conceptual, podemos decir que todos estos grupos comparten ciertas premisas. A saber: 1. las personas no son entendidas como seres calculadores, caracteri- zables por su racionalismo, sangre fría y propio interés; 2. la modificación del argumento de racionalidad; 3. la imbricación societal del mercado, y el consecuente papel en él de las insti- tuciones y e! poder político, y 4. el incremento de elementos

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empírico-inductivos en el estudio del comportamiento econó- mico.

Con cierta rotundidad he de decir que me parece que el estu- dio de los factores que están diseñando las preferencias huma- nas se va a revelar, en un futuro cercano, como el fundamento más fértil para el desarrollo de la investigación socio-económi- ca. Los economistas neoclásicos una y otra vez asumen que las preferencias son estables. De aquí que, si el comportamiento ha variado entre dos puntos en el tiempo (recordemos que suelen trabajar con estadística comparativa, no con procesos de cam- bio) se asume, por lo general, que el cambio tiene que ser debido a cambios en las «fuerzas determinantes», no en las preferen- cias. El nuevo paradigma socio-económico pone en entredicho este argumento, aunque es consciente de que los factores que causan cambios en las preferencias, encuentran numerosas hi- pótesis en los estudios de psicología, sociología, antropología y ciencia política y, por tanto, asume las dificultades propias de tal multidisciplinaridad.

Estas dificultades podríamos resumirías en tres puntos. Pri- meramente, las ciencias sociales implicadas se encuentran alta- mente determinadas y contestadas. Hay demasiados factores objeto de consideración y no existe ni siquiera una lista de estos factores consensuada entre los estudiosos. Una lista superelabo- rada comprendería las características de los líderes sociales, las características físicas y sociales de los miembros, la substanti- vidad de los valores en cuestión y su dinamismo interno, el nivel de legitimación de instituciones sociales establecidas, el efecto de grupos cross-entting, y muchos otros. Sólo se podrá esperar un progreso significativo cuando los científicos acuerden, como una primera aproximación, centrarse en una lista de factores más reducida y concéntrica. En segundo lugar, muchos de los factores implicados son difícilmente operacionales (por ejemplo, las emociones). Y, finalmente, en tercer lugar, las correlaciones entre los estados mentales de los sujetos y su comportamiento han demostrado ser bastante pobres. Recientemente, sin em- bargo, estas dificultades han sido reducidas y se ha dado cierto progreso en el desarrollo de varias mediciones.

Pese a estas dificultades, queda clara la debilidad del argu- mento neoclásico de que las preferencias se mantienen fijas. En

parte, esta teoría es debida al miedo a que la mutabilidad de las preferencias humanas signifique su manipulación, lo que supon- dría echar por tierra la noción de la soberanía del consumidor y el preciado argumento de la autonomía del individuo. El punto de partida neoclásico se revela como falaz cuando se observa que se apoya en el argumento de que si su teoría está libre de manipulación, entonces también el mundo real lo estará. Una vez se desvele la imposibilidad de cortar el mundo al patrón de una teoría, la resistencia a la apertura de preferencias —barrera para la colaboración entre los estudios económicos y las otras ciencias sociales— se reducirá.

Otro punto de fricción entre los estudios económicos neo- clásicos y las ciencias sociales hermanas está constituido por el argumento de racionalidad. Los economistas neoclásicos puros todavía sostienen que los individuos son (o diríamos que para ellos es productivo decir que son) racionales, maximizadores de lo que les es útil; y que si la gente actúa de un modo no racional, su comportamiento es ilegal, y por tanto no puede ser estudiado. En este estado de cosas, o se asume la racionalidad o se abandona el campo de la ciencia. Desde la década de 1840, los sociólogos han mostrado, sin embargo, la capacidad de aná- lisis y explicación sistemáticas que poseen los observadores cien- tíficos al investigar el comportamiento no racional de los indivi- duos que se encuentran bajo estudio científico.

Así, aunque se han apuntado propuestas para acortar la dis- tancia entre los estudios de economía neoclásica y otras ciencias sociales, lo que se necesita es una teoría de la toma de decisiones que reconozca que la selección de medios, no simplemente de nietas, se encuentra profundamente afectada por emociones y valores, y no sólo por un medido cálculo racional del interés propio. Por eso, el papel de ¡os cambios de preferencias, de las emociones y de los valores, concierne a los meta-argumentos y conceptos centrales de la socioeconomía, y también al estu- dio del comportamiento micro (individual). Esto queda bien ilus- trado por la manera en la que los mercados son entendidos.

Los economistas neoclásicos tienden a asumir que el mer- cado es básicamente autoregulador. Esta noción está profun- damente enraizada, volviendo en el tiempo hasta el famoso ar- gumento de Adam Smith, por el que, siguiendo la división del

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trabajo, la gente traba intercambios por propio interés, no por benevolencia. Un economista neoclásico puede reconocer que los valores de una sociedad y su gobierno son necesarios para el funcionamiento del mercado, pero el paradigma neoclásico no estudia las condiciones específicas bajo las cuales el sistema político y ético protege el mercado.

Un argumento central de la socioeconomía es que toda econo- mía se halla imbricada en una sociedad, portadora de insti- tuciones éticas y políticas específicas. Sus atributos específicos determinan a ambas, tanto si a las fuerzas del mercado se les ha otorgado suficiente maniobrabilidad para que la economía sea capaz de florecer (por ejemplo, a través de la legitimación del comercio y la contratación), como si contienen fuerzas opuestas al mercado. Estas fuerzas no emanan sólo del campo socio-polí- tico, sino que son generadas también por poderosos actores económicos que utilizan tanto medios intraeconómicos (manejo predatorio de los precios para bloquear la entrada de nuevos competidores) como políticos (creación de lobbies que operan sobre tarifas, cuotas y exenciones de impuestos), violando la con- fianza que se encuentra en la raíz de toda transacción. Se ve así que la habilidad del mercado para funcionar «automáticamen- te» está controlada por la habilidad que la cápsula social tiene para proteger el mercado de tales fuerzas. El estudio del en- torno social del mercado es intrínseco al estudio del mercado mismo.

En otro orden de cosas observamos que, desgraciadamente, los estudios económicos neoclásicos han ido volviéndose cada vez más deductivos, mientras que las otras ciencias sociales han tendido a ser más inductivas. Un acercamiento combinado de las ciencias sociales puede servir en ía actual coyuntura para restaurar el equilibrio en el estudio del comportamiento eco- nómico de las sociedades modernas. En este momento, los psi- cólogos, que llevan a cabo experimentos de laboratorio y de campo, y los sociólogos, que utilizan encuestas sobre las actitu- des, están intensificando los elementos inductivos en el estudio del comportamiento económico. Ello ayudará de nuevo a poner en estrecha relación la ciencia económica en sí con la realidad circundante, como reclama el paradigma socio-económico.

Por último, querría apuntar que en principio pienso que no

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debería surgir ninguna dificultad a la aparición de otra discipli- na intersticial en el escenario académico. Sin embargo existen algunas razones que hacen pensar que el interés en la socioeco- nomía tiene un alcance mayor que el mero desarrollo curricu- lar. Una de esas razones apuntaría a la considerable decepción que se experimenta en el sector privado con respecto a cómo se articulan los Masters en Dirección de Empresas, y a la creciente demanda para que los futuros ejecutivos reciban una formación más amplia. Es cierto que el presente curriculum de las escuelas de negocios incluye algunas clases de psicología y algunas me- nos de sociología de las organizaciones o de ciencia política. Sin embargo, muchas escuelas de negocios se encuentran todavía dominadas por la concepción económica neoclásica, por acerca- mientos formalistas y altamente cuantitativos, y por la carencia de un esquema conceptual integrado del trabajo de las empresas, mercados y economías. La socioeconomía tiene un gran papel en este sentido, una vez haya desarrollado su esquema concep- tual, de modo que sea capaz de suministrar el tan necesitado marco equilibrado e intregrador. Por eso pensamos que la socio- economía tiene aplicaciones prácticas inmediatas.

Por otro lado, es el sector público el que normalmente se ocupa de ía «economía política». Ésta supone un gran volumen de operaciones, que comprende desde el desarrollo económico del Tercer Mundo o la reindustrialización de Occidente, hasta el control de la educación o los cambios en las instituciones que proporcionan servicios sanitarios. Es lógico que en tal sec- tor exista una necesidad de analistas sociales y de evaluadores, capaces de combinar el examen de fuerzas económicas con el estudio de fuerzas de otros elementos sociales. Resumiendo, pode- mos decir que estamos asistiendo a una imperiosa demanda de investigación socio-económica; y, ante una demanda de so- cioeconomía tan evidente, ¿puede la oferta quedarse rezagada?

AMITAI KTZIONI

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PRESENTACIÓN

Este librito debe mucho a mucha gente. El texto ha sido revisa- do, gracias a una impagable labor que nunca podré agradecer bastante, por varios amigos y colegas de los que se han recibido críticas, sugerencias y correcciones que han enriquecido el con- tenido de estas páginas. El autor ha quedado particularmente en deuda por este cometido con los profesores Manuel Artal, Pablo García y Antonio Lucas, de los que, además de colega, tiene la inmensa suerte de ser también amigo.

Querría asimismo, manifestar expresamente mi agradecimiento a otros; especialmente a aquellos que pueden ignorar lo que les debo en la confección de esta obra. Ahí están: Amitai, Beat, Frede- rick, Inmaculada, Jesús, Ramón, Richard, Rosario, Tato y los alumnos del seminario de Socioeconomía desde que empezó a impartirse en 1992 dentro del programa de doctorado del De- partamento de Sociología de la Universidad de Valencia.

A todos, muchas gracias.

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1 INTRODUCCIÓN

La socioeconomía se presenta para muchos como una de las novedades intelectuales más importante aparecidas en los úl- timos años y, sin duda, una de las de más relevancia política. La constatación del excesivo formalismo en que ha discurrido el discurso económico estándar o dominante ha tenido como re- sultado la proliferación de propuestas de reforma e, incluso, la presentación de paradigmas alternativos a lo que se considera ortodoxia económica. El auge actual de la socioeconomía debe mucho, ciertamente, a esa vocación de paradigma alternativo de la que se ha dotado desde el inicio. Lo que esta nueva pers- pectiva pretende es reconducir la ciencia económica al seno del contexto social y moral que la vio nacer, con una formulación rigurosa de los criterios de racionalidad o coherencia interna en vista de los fines que se persiguen: la justicia, la solidaridad, y la felicidad globales, y no solamente la maximización de una uti- lidad llamada interés propio.

Algunos socioeconomistas, principalmente en ios Estados Unidos, han iniciado una plataforma de acción solidaria —The Comunitarias Network— para llevar a la práctica desde la base propuestas operativas del modelo socioeconómico. Esto pone de manifiesto también que la socioeconomía nace con una fina- lidad operativa y que no se contenta con planteamientos exclu- sivamente teóricos o académicos.

Aunque la Sociedad Mundial de Socioeconomía (SASE) fue

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fundada por Amitai Etzioni en Harvard en 1989, sus premisas y desarrollo ideológico no han tenido todavía mucha repercusión en el mundo de habla castellana. Este libro intenta llenar esa laguna iniciando un debate sobre temas socioeconómicos que esperamos tenga repercusiones tanto en la reelaboración de los nuevos planes de estudio de las facultades de ciencias econó- micas, como en el debate científico a través de congresos y pu- blicaciones.

El Capítulo Español de la Sociedad Mundial de Socioeco- nomía (SASECE) fue oficialmente reconocido en el sexto Con- greso Mundial de Socioeconomía, celebrado en París en 1994, y ya organizó sesiones propias en el octavo Congreso, celebrado en Ginebra, en 1996. A SASECE pertenecen, en el momento de escribir estas líneas, profesores de 18 universidades distintas del Estado español, principalmente de las áreas de conocimien- to de economía, sociología y derecho.

ORGANIZACIÓN NACIONAL E INTERNACIONAL

DE LA SOCIOECONOMÍA

La Sociedad para el Avance de la Socieconomía (SASE) está pre- sente en más de 30 países. Además de con su fundador, Amitai Etzioni, cuenta entre sus miembros de honor con algunos de los más prestigiosos economistas y sociólogos del mundo, cual es el caso del recientemente desaparecido K. Boulding, y de A. Hirch- man, J. Galbraith, A. Sen, y H. Simón por un lado, y de P. Bordíeu, M. Douglas, y N. Smelser por otro. La sede central de la SASE está en: University of New México, Onate Hall, Alburquerque, New México 87131, Hstados Unidos.

En Valencia tiene su sede la secretaría del Capítulo Español de la SASE (SASECE). Entre sus objetivos están: a) favorecer un análisis pluridisciplinar dentro del dominio de las ciencias sociales, b) promo- ver el desarrollo de la socioeconomía en y desde España, y c) favorecer intercambios intelectuales entre los que trabajan en temas afines a la socioeconomía. La dirección de contacto es: SASECE. Departa- mento de Sociología. Campus de Tarongers. 46022 Valencia.

Los propósitos que figuran en el ideario de la Sociedad Mundial de Socioeconomía son:

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1. Promover una mayor comprensión del comportamiento económico y sobre todo de los mecanismos de decisión a través de una amplía y variada selección de disciplinas académicas.

2. Promover el estudio y la investigación de las implicacio- nes políticas y culturales que se derivan de un entendimiento pluricontextual (social, psicológico, histórico, filosófico y ético) del comportamiento económico dentro de comunidades.

3. Servir de vehículo de intercambio de ideas y experien- cias a nivel global.

Un resumen de lo que significa este nuevo paradigma, diría, en primer lugar, que la socioeconomía asume que la econo- mía está inmersa en la realidad social y cultural y que no es un sistema cerrado y autocontenido. Después recalcaría que los intereses que generan comportamientos competitivos no son ne- cesariamente complementarios y armónicos. La socioeconomía asume también que los mecanismos de decisión que usan los individuos están influenciados por valores, emociones, juicios y prejuicios, así como por afinidades culturales y otros condi- cionamientos, y no simplemente por un preciso cálculo del pro- pio interés. En este sentido, no se presupone la consideración de que los sujetos económicos actúan siempre racionalmente o que están motivados principalmente por el propio interés o por el placer.

Metodológicamente la socioeconomía valora de igual forma los mecanismos inductivos y deductivos, de ahí que la socioeco- nomía pretenda ser al mismo tiempo una ciencia descriptiva y normativa. En palabras de Etzioni, «queremos conocer la reali- dad para contribuir a su mejora».

No tienen los socioeconomistas un exclusivo interés en cri- ticar a la economía neoclásica en su fundamentación y aplica- ciones, pero sí que pretenden desarrollar modelos alternativos que sean a la vez ejemplares, predictivos y moralmente justifica- bles. La socioeconomía, por último, no implica ningún compro- miso ideológico y está abierta a una gran variedad de posiciones que contemplan el comportamiento económico como lugar de acción de la totalidad de la persona y de todas las facetas de la sociedad. En este contexto, no debemos confundir a la socioeco- nomía con un «ismo» más: no se trata de una rcrcera vía. Las

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pretensiones de legitimación de esta nueva perspectiva son ex- clusivamente académicas.

Las páginas que conforman esta obra pretenden presentar un resumen razonado de los fundamentos intelectuales de la so- cioeconomía de la manera más clara y sucinta posible. Para ello, se lia evitado utilizar un tono demasiado académico reduciendo las referencias al mínimo indispensable y despejando el texto de citas a pie de página.

Somos conscientes de que esta publicación trae por primera vez al mundo de habla castellana un debate académico que va a llevar a cabo, como ya lo está haciendo en otros países, profun- das revisiones en la formulación de las premisas del discurso económico vigente. Por eso esperamos que lo que manifestamos aquí sirva para hacerse una idea certera de lo que representa la socioeconomía en el debate ideológico contemporáneo. El libro va dirigido, particularmente, a estudiantes y profesores de cien- cias sociales, aunque por razón de la pluridisciplinaridad de la socioeconomía, el texto lia sido escrito con ánimo de que pueda ser útil a toda la comunidad académica en su conjunto. Expresa- mos, por último, nuestro deseo de que esta aportación anime a muchos potenciales sociocconomistas a poner por escrito sus pensamientos y así se rellene esta laguna ideológica en la lite- ratura económica y sociológica reciente de nuestro entorno cul- tural.

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ECONOMÍA Y SOCIOLOGÍA

2.1. Instrumentos y fines

Situémonos en el contexto ideológico de la ilustración para apre- ciar, en una época de indudable efervescencia cultural, la nove- dad que representa el asentamiento definitivo con carta de legiti- midad de las nuevas ciencias sociales. La aparición de la economía en la Inglaterra victoriana como área de trabajo e investigación independiente, motivó un dilema interesante sobre su etiqueta- do. En principio, la nueva disciplina tenía que ser adjudicada a quienes, por fuerza del carácter novedoso de la misma, provenían de campos afines. El debate se centraba en si la pujante ciencia económica era patrimonio de los sociólogos, como defendía Com- te, o más bien de los que se dedicaban a la política económica, que no eran, de nuevo en opinión de Comte, más que unos pseudo- metafísicos y, por tanto, culpables del marasmo social que la nueva ciencia intentaba solucionar. Las discusiones sobre este punto ganaron protagonismo en el entorno ideológico heredero de la pujanza intelectual del autor de La riqueza de ¡as naciones. Es ahí donde, paulatinamente, Mili, Cairnes, Marshall y J. M. Keynes ganaron la batalla por la autonomía de la ciencia económica. Los nuevos expertos pronto denunciaron cualquier intento de imperialismo intelectual por parte de una mega-ciencia, que, como la sociología, podría dedicarse, en opinión de la mayoría de ellos, a cualquier cosa que quisiese menos al estudio de la economía.

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Esta separación o delimitación inicial de campos y de áreas de conocimiento e investigación entre sociología y economía tiene bastante que ver, a nuestro juicio, con el estado en que ha deve- nido la ciencia económica al cabo de sus dos siglos de existen- cia. En este tiempo la transformación de la disciplina ha sido más que notable. En gran medida, esta transformación ha sido debi- da a un gradual y efectivo viraje desde posiciones que podría- mos llamar de marco, globalizantes e interdisciplinares, a posi- ciones más especializadas y excluyentes desde el punto de vista de la relación con otras ciencias, y, principalmente, el resto de las ciencias sociales. El cambio de posición de la economía en este sentido ha sido llamativo, sobre todo si nos fijamos en los orígenes de la disciplina. No nos equivocamos si decimos que la economía, en sus dos siglos de existencia, ha pasado de ser con- siderada hija de la moral a ser nieta de las matemáticas.

En esta transformación ha tenido mucho que ver el status de respetabilidad que ha adquirido la economía y la importancia que su estudio tiene en las sociedades contemporáneas. Esta consolidación como disciplina hegemónica en diferentes foros internacionales, en la política, y por supuesto en las universi- dades, ha producido también sus lacras y disfunciones. La cien- cia económica, como disciplina autónoma y de singular rele- vancia, está hoy pasando por una crisis de crecimiento acelerado que la ha separado mucho de sus características iniciales: las que acuñó en la época clásica fundamentalmente Adam Smith. No es de extrañar, por tanto, que algunos economistas sientan cier- ta frustración al observar que las expectativas crecientes que la sociedad pone en la capacidad de la economía para predecir y solucionar problemas sociales, chocan con la realidad de la recesión, el aumento de la desigualdad, o la perpetuación de la pobreza. Algunos economistas confiesan que el rigor en la presentación de las elucidaciones que se formulan está cobran- do más relevancia que las implicaciones y resultados sociales de esas elucidaciones, lo que origina un manifiesto exceso de for- malización. Otros postulan que la economía debe de proponer- se prioridades diferentes y reformular conceptos básicos como el de bienestar, arbitrar otros métodos para la medida de la ri- queza, y reformular las mismas pretensiones de objetivación. Para muchos economistas de la talla de Galbraith y Sen, el he-

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cho de que la adquisición de la carta de naturaleza científica haya obsesionado tanto a la disciplina económica, hace necesa- rio defender hoy una reformulación de sus modos y operaciones en forma de cura de humildad centrada en la reconducción de la economía a la función que la vio nacer, esto es: a tratar de ga- rantizar el futuro bienestar sobre la base de la racionalidad de las políticas y de los comportamientos presentes.

El que la ciencia económica esté en un período de crisis de confianza y de ulterior legitimación social de acuerdo con los resultados finales de las diferentes políticas económicas hoy en vigor, no quiere decir que estemos pasando por un período de sequía intelectual entre los que se dedican a proponer distintas soluciones a los problemas que plantea la consecución de un bienestar generalizado. Más bien, al contrario, nos encontra- mos con una pluralidad y riqueza de opciones que por lo que respecta a la problemática medioambiental, por ejemplo, pie- dra basal por otra parte del argumento socioeconómico, supo- nen una multiplicidad de recetas y propuestas de solución bastante diversas. La crisis de la economía actual no es de estanca- miento intelectual sino de legitimación social. Pero, volvamos al siglo XIX.

El resultado inicial de la separación académica entre las ciencias sociales de marco o de amplio espectro y la economía, fue que la sociología se retiró del campo de operación de la nueva discipli- na y tuvo que ceñirse al estudio de temas, que podríamos llamar sobrantes o sin dueño, como la familia, la pobreza, y la educa- ción. A la larga esta separación iba a provocar dificultades para ambas disciplinas, y, en concreto para la economía, las que aca- bamos de apuntar.

La inicial delimitación de campos fue también posible, sin duda, porque la sociología de principios del siglo XIX adolecía de calidad científica en cuanto a los instrumentos metodológi- cos que utilizaba, una calidad que no se recobraría hasta la lle- gada de Durkheim y Weber en Europa y de Cooley, Summer y Ward en América. No existía tampoco acuerdo general entre los sociólogos sobre el objeto específico de la sociología. Unos (ini- cialmente Ward y Small, en América) todavía defendían que la misión de la sociología era coordinar todas las ciencias sociales, incluyendo la economía. Otros (Giddings), apostaban porque la

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sociología estudiara los mismos fenómenos que la economía política, pero desde diferente perspectiva. Finalmente, otros defendían la tesis de los ya referidos campos sobrantes o sin dueño. No es extraño, pues, que algunos opinasen que la socio- logía de principios del siglo XIX era más un movimiento que una disciplina intelectual. Fue mala suerte para la economía que ésta tuviese que desarrollarse y legitimarse social y académica- mente en este contexto.

La paulatina consolidación de la sociología no la separa, sin embargo, de la economía, y el tira y afloja por la soberanía intelectual sobre lo que algunos economistas consideran de do- minio exclusivo de la ciencia económica va a continuar hasta nuestros días. Así, la aportación de los sociólogos clásicos se centra, en ese momento, en la introducción de hecho del con- cepto de sociología económica. En un trabajo publicado en 1904, Max Weber es lo suficientemente serio como para distinguir conceptualmente dentro de la economía social los hechos eco- nómicos, de los fenómenos relevantes económicamente, y de los fenómenos condicionados económicamente. Estos tres campos no son, naturalmente, dominio absoluto de la ciencia econó- mica, particularmente el tercero, y la sociología vuelve a tener aquí un protagonismo académico específico. La sociología eco- nómica es adoptada por la sociología, pero con ciertas conno- taciones beligerantes contra los economistas, a los que Weber critica con casi las mismas palabras que Comte. Para Durkheim, sin embargo, hay suficiente espacio para ambos, sociólogos y economistas: separando los fenómenos económicos, estrictamente hablando, de otros fenómenos sociales, se pueden delimitar campos y, al mismo tiempo, establecer líneas de cooperación que pare- cen necesarias.

La punta de lanza que representan las contribuciones de Weber y Durkheim en la tarea de aproximación interdisciplinar, es re- cogida por Simmel —La filosofía del dinero—, Pareto, quien básicamente concibió a la sociología y a la economía como cien- cias complementarias, y Veblen, que trató de dar a la economía una base sociológica estable. No obstante el prometedor relanza- miento a través de la sociología económica del hermanamiento entre sociología y economía, la idea no va a prosperar ni en Europa ni en América. Y esto, a pesar de la contribución de

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Toseph Schumpeter. Schumpeter defiende que ciertos importan- tes temas de teoría económica no pueden ser adecuadamente tratados desde una perspectiva y con un análisis, típica o exclu- sivamente, económicos. Hace falta un marco de operatividad más amplio. Algo en lo que Schumpeter coincide con Simiand {el dinero es una realidad social) y otros franceses relacionados con los Anales Sociológicos, y con Mannheim para quien una planificación exclusivamente económica puede llevar a desas- tres sociales.

DOS PARADIGMAS CLÁSICOS

Humo oeconomicus llamo sociologicus

Actor individual Colectivo

Acción Libertad Condicionamientos

Motivo Cálculo raciona! Sentimientos, valores Ámbito Mercado Sociedad

Motor Decisiones múltiples Decisiones conectadas Conceptos Analíticos, abstractos Empíricos, descriptivos Objetivo Predicción Descripción Status científico Autosuficiente Autosuficiente

La estrecha relación sociología-economía es, por otro lado e inicialmentc, criticada en América. Allí, más que en cualquier otro sitio, la formulación de paradigmas alternativos —el homo oeconomicus y el homo sociologicus— a que da lugar la aporta- ción de los teóricos del análisis de organizaciones como Taylor y Maslow, hace reverdecer las discrepancias mutuas tal y como mostramos en el esquema precedente. Por el lado de los sociólo- gos, la primera Escuela de Chicago, que florece en los años veinte, parece estar demasiado ofuscada con sentar las bases científicas de un tratamiento y un método propiamente sociológico como para preocuparse de estrechar lazos con los economistas, quie- nes, por otra parte, tampoco parecen muy proclives a ningún acercamiento. Éste se produce, sin embargo, con las discusiones a que da lugar la introducción del concepto de sociedad indus-

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trial y tras la aparición de Economía y sociedad de Taicott Par- sons y Neil SmelserL En general, la obra de Parsons y Smelser, y la de otros autores, como Karl Polanyi, trata de delimitar la eco- nomía como un separado sistema social subordinado a la socie- dad en general, y de recíelar desde una perspectiva sociológica las contribuciones teóricas de los economistas modernos. En cierto modo, se busca así un entronque con Weber con el objetivo con- feso de apuntalar la base científica de la sociología económica. La economía parecía encarrilada a acercarse de nuevo al área de estudio de la sociología.

A este hecho no ha sido ajena la corriente de pensamiento marxista y neomarxista que ha tenido indudable importancia en el estrechamiento de relaciones entre sociólogos y economistas. Ciertamente, como ha dicho Gouldner, a la sociología postclá- sica hay que recriminarle el que se contentase, en muchas ins- tancias, con elucubrar sobre los «temas sin dueño» e ignorar a la economía. En otro orden de cosas, podemos aseverar que no hay nada más común a la organización social y al sistema eco- nómico que la estructura y dinámica de la propiedad. Así, el hecho de que una minoría detente la capacidad decisoria sobre los medios de producción lleva al antagonismo social como re- acción ante el control de que es objeto la mayoría a través de la jerarquización, de la tecnificación o de la expansión burocráti- ca. La estructura de la propiedad, la estructura social, las re- laciones intergrupales, etc., son también conceptos económicos reales. Separar, pues, sociología y economía, abogan marxianos y marxistas, no tiene sentido.

Esta ausencia de sentido se ve cada vez más claramente a medida que nos adentramos en el contexto moderno de la globa- lización y de la internacionalización de la economía: el hecho es que la situación política y social de entidades políticas concretas está cada vez más profundamente influenciada por la economía internacional. La globalización añade complejidad, una nueva y más amplia conceptualización y, naturalmente, la necesidad de utilizar un mayor enfoque con acento social y totalista. La experiencia de economistas particularmente afectados por el im- pacto de la internacionalización monetaria como Fernando

1. Economy and Society, Rourledgc, Lor.don, 1956.

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Cardoso y Raúl Prebísh es, por otra parte, claramente ejempli- fjcadora al reclamar una sociología de la economía internacio-

nal. Así, junto a lo que podíamos llamar una sociología del mer- cado mundial, estos modernos socio-economistas abogan por

estudios sobre el mercado de trabajo a nivel supranacional (Berg). En este contexto es muy difícil marcar una última línea de sepa- ración entre economía y sociología.

La sociocconomía moderna es el resultado, en cierto modo, de la búsqueda de ese maridaje anunciado entre sociología y economía. Este, sin embargo, no puede producirse de cualquier manera: la afinidad temática no es suficiente si no hay mutua comprensión. Por eso, hay que desechar previamente tres con- cepciones o aproximaciones erróneas. Por un lado, en primer lugar, lo que Swedberg (1990) llama imperialismo económico, es decir, el intento de maximizar el método de análisis econó- mico por aplicación a todos los campos relevantes de las cien- cias sociales. Este modo de acercamiento supondría la práctica desaparición de la sociología como ciencia empírica pues ésta reclama para sí un método propio.

Por otro lado, en segundo lugar, tendríamos que poner en cuestión el intento de los estmctural-individualistas en su deseo de proponer modelos a la investigación sociológica que han acep- tado sin el necesario criticismo previo el método investigador y las concepciones de los economistas puros dejando de lado muy a menudo las consideraciones coyunturales de valoración estric- tamente sociológica. Asimismo, y por otra parte, tendríamos que rechazar a los que se mueven dentro de la perspectiva de la nueva política económica, que incorporan muchas racionalizaciones económicas que no cuentan con el estudio de los condiciona- mientos sociales y que por tanto desechan algo que tiene valor crítico y operativo. Parece que el verdadero y equilibrado acer- camiento entre sociólogos y economistas ha de ser medido, gra- dual y equidistante de extremismos. Los llamados imperialistas economistas no pretenden realmente reformar la sociología, sino rechazarla; los estructural individualistas simplemente preten- den poner toda la sociología sobre cimientos nuevos y totalmen- te distintos; los defensores de la nueva política económica tienen una perspectiva estrecha al basar todo en las relaciones entre el sistema político y el económico.

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n

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S O C I O E C O N O M Í A

Por último, en tercer lugar, podríamos señalar a los racioeco- nomistas, interesados en el análisis social para la acción eco- nómica y defensores de la idea de la síntesis científica entre la economía y la sociología. Quizá sean éstos los que más cons- cientemente se han ido acercando al justo medio. Este justo medio está representado en nuestros días por una socioeconomía basa- da en el estudio sociológico de la economía y de las relaciones económicas, estudio que, en su mayor parte, está por hacer.

2.2. La valoración de los fines y ¡as consecuencias

Con todo, este recorrido visual por la historia de unas relacio- nes entre disciplinas afines, con ser interesante desde el punto de vista de la clarificación de conceptos, no nos muestra de ma- nera clara la naturaleza de los problemas que han impulsado el desarrollo de la socioeconomía en la época más reciente. Para ver la necesidad de la socioeconomía con más nitidez, hemos de considerar, no sólo la historia de las respectivas formas de alcan- zar la autonomía académica por parte de la economía y de la sociología, sino, también, el fin moral que justifica su existencia o las carencias sociales que motivan su necesidad. Esto es, como puede apreciarse a primera vista, una cuestión de valores.

El desarrollo moderno de la socioeconomía se ha apoyado en un punto de partida crítico para con la economía ortodoxa (estándar o neoclásica), y, sobre todo, con su fundamentación ética o, para ser más precisos, con sus criterios de racionalidad de fines. Qué es lo que persigue el sujeto económico, qué lo que cada uno perseguimos al producir e intercambiar, preguntas a las que la economía estándar podría contestar en dos términos bien precisos: bienestar y utilidad, delimitan la línea divisoria entre lo que para los socioeconomistas está caduco y obsoleto y, por tanto, en necesidad de revisión en el ordenamiento social, y lo que no lo está. La socioeconomía parte de la base de que la respuesta neoclásica a estas preguntas está equivocada. La crí- tica apunta a denunciar el alejamiento de la economía moderna de sus fines sociales y la consiguiente separación y alejamiento de su propia justificación intrínseca.

Si nos planteamos cómo hemos llegado a esta situación de inadecuación de la economía con la realidad, habrá que apuntar

E C O N O M Í A Y S O C I O L O G Í A

dos constantes referenciales: una espacial y otra relacional. La primera hace referencia a la globalidad e interconexión crecien- te, o si se prefiere utilizar un término consagrado en el mundo anglosajón, a la perspectiva bolista. La socioeconomía denuncia aquí la incapacidad de la economía estándar de proporcionar un criterio transnacíonal de bienestar. De hecho, la constatación de que la racionalidad de fines inherente al sistema de relaciones comerciales vigente no tiene otra salida lógica que apostar por el crecimiento continuo, y esto, a la par que se constata empíri- camente el paralelo aumento de la desigualdad, delata la incapa- cidad de la economía estándar de medir el valor, o lo que es lo mismo: la imposibilidad de tener haremos de suficiencia o de crecimiento no monetarizable. Las desigualdades globales, pues, nos dan idea de la pobreza valorativa de los indicadores utili- zados al centrar las referencias fundamentalmente en las dife- rencias de renta. Ciertamente la visión holista nos pone a todos en carrera: una competencia por potenciar un tipo de valores, que como ya denunció G. Myrclal, tienen un carácter acumu- lativo-adquisítivo y son monetarizables hasta la exponenciali- dad. En esta carrera vale casi todo porque las regulaciones son mínimas: no hay autoridad política transnacional capaz de ejer- cer la protección de los colectivos débiles. Esta visión es, por otro lado, la que tan bien ha utilizado la bioeconomía y, sobre todo, N. Georgescu-Roegen2, para subrayar las contradicciones internas de un sistema que tiende a perpetuarse mediante la ex- pansión en un mundo físico limitado.

Por lo que se refiere a la constante relacional, vamos, prime- ro, a situarnos en el contexto apropiado. Éste lo entendemos formado por la suma de relaciones múltiples que continuamente se dan entre tres ámbitos: el entorno biofísico, o sea, los recur- sos, materias y procesos naturales que posibilitan el sostenimiento vital, y los productos iniciales en los procesos de transforma- ción; el sistema de producción y consumo, que es lo que carac- teriza a la sociedad industrial y a las transacciones económicas y comerciales que configuran el modelo capitalista moderno; y el entorno cultural, conformado por unos valores y sistemas de

2. Cr. The F.nlropy i.aw and ihe Ecommiic Procesa, Harvard Universirv Press,

Cambridi^, !S>" i.

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S O C I O E C O N O M I A E C O N O M Í A Y S O C I O L O G Í A

creencia que, se supone, modelan estilos de vida y priman una serie de aspiraciones sociales determinadas. Las relaciones entre estos tres ámbitos dan soporte a todo el sistema, lo que A. Hawley llama tecnoestructura, y lo dotan de su propia coherencia inter- na. Naturalmente, lo que acabamos de apuntar supone que la ciencia económica, que más propiamente está presente o hace referencia al sistema de producción y consumo, no puede reafir- mar su autonomía hasta el punto de romper la mutua relación de dependencia entre los tres ámbitos referidos. Para la socioeco- nomfa, la economía estándar ha hecho precisamente eso. Y es esta una de las razones principales por las que los planteamien- tos economicistas priman unos fines (técnicos) sobre otros (so- ciales) para desmerecimiento de la ciencia económica hoy.

PRINCIPALES INTERACCIONES SOCIOECONÓMICAS

¿De qué tipo de fines hablamos? Consideremos el tema de la racionalidad en las ciencias sociales para adentrarnos en el aná- lisis valorativo de los fines asumidos por la ciencia económica.

La racionalidad es una cuestión de tremenda actualidad, multidisciplinar en sí misma, con una riqueza de perspectivas y enfoques, en continuo desarrollo tanto en sociología como en

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economía, y con una larga tradición en filosofía. Por esto, cree- mos pertinente hacernos eco de las aportaciones de diferentes cosmovisiones para precisar a que nos referimos.

El tema, como decimos, tiene rancia tradición, si bien los en- foques modernos son muy novedosos. La distinción entre razón especulativa y razón práctica se la debemos a Aristóteles. La ra- zón práctica —¿qué puedo o debo hacer?, ¿de qué modo un problema práctico recibe una solución racional? o ¿cuándo la solución dada puede ser considerada racional?— es la que aquí nos interesa. La razón especulativa —¿cómo son las cosas?— pertenece a un nivel de abstracción más propio de otras discipli- nas aunque los sociólogos y los economistas no se desliguen de ese nivel por completo.

Veamos algunas de las respuestas más señeras dadas en la historia del pensamiento occidental a los problemas que plantea la delimitación entre racionalidad e irracionalidad. En concre- to, repasemos brevemente la aportación de la Escolástica, del utilitarismo, y del argumento deontológico o kantiano.

Para Tomás de Aquino, la racionalidad supone el conoci- miento del bien del ser humano, es decir, su fin: la realización perfecta de su humanidad. Por eso, el primer acto de raciona- lidad consiste en descubrir la verdad sobre el significado último de la existencia humana, de manera que podamos aplicar el cri- terio de racionalidad a todo proceso discursivo que aproxima a ese significado último, siendo irracional todo proceso discur- sivo que separa o aleja ese fin. Muchas veces, la racionalidad o irracionalidad de los procesos discursivos, habrá de juzgarse a dos niveles; uno subjetivo, en la medida en que el sujeto discur- sivo aplique las premisas lógicas para llegar a una conclusión en un proceso mental presidido por la prudencia, es decir, bien intencionado en vista del fin que se persigue y, por tanto, dando resultados moralmente justificables; y otro objetivo, que se ve a posteriori por el sujeto discursivo y que corresponde, en la medi- da en que ese proceso mental ha conducido a acciones humanas, al juicio de Dios.

Para David Hume, la racionalidad consiste, básicamente, en la consecución del objetivo propuesto, y por lo que se refiere a las conductas, en aquel modelo elaborado por la razón que en una situación dada se prevé como el más adecuado entre otros

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S O C I O E C O N O M Í A

modelos. La racionalidad es baremable por sus consecuencias positivas y negativas contrapuestas según un balance de bienes y males previstos. En definitiva, la racionalidad o irracionalidad de las operaciones intelectuales dependerá de qué solución en- tre las varias posibles proporcione una mayor utilidad, medida como valor de las consecuencias y probabilidad de que éstas se verifiquen si la solución propuesta es llevada a cabo.

Para Kant, por último, la racionalidad es la capacidad que tiene la razón de obrar a partir de principios. Este obrar, cuando es incondicionado —razón pura—, se determina según princi- pios absolutos a priori a partir del imperativo categórico de la universalización de la propia actuación.

Pues bien, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de racio- nalidad económica dominante? La denuncia la hace Etzioni: nos referimos fundamentalmente a la maximización de una utilidad, llámese ello interés propio, beneficio o placer. Es decir, la racio- nalidad económica dominante es de corte utilitarista y, por tanto, ajena a criterios de racionalidad morales con referencia a un fin extrínseco como pueden ser los criterios escolásticos o deonto- lógicos.

La socioeconomía nace precisamente con esta denuncia que es el argumento central de la obra capital de Etzioni: The Moral Dimensión. La crítica a los fines perseguidos por la economía estándar es particularmente clara al afirmar Etzioni que el para- digma económico neoclásico no es simplemente neutro en cuanto a la valoración de los fines de las acciones humanas, sino mani- fiestamente inmoral, en el sentido de que taxativamente im- pide el reconocimiento de opciones mejores o peores a la hora de diferenciar entre preferencias individuales diversas, que sim- plemente serán distintas.

Naturalmente, la socioeconomía propone una alternativa al reduccionismo ético que supone que los individuos adoptan com- portamientos morales en la medida en que les compense econó- micamente hablando y por tanto en la medida en que las leyes (esa sería su función) primasen ese tipo de acciones. La alter- nativa se aleja también del reduccionismo opuesto que vendría representado por la opinión de que los individuos interiorizan la cultura ética del entorno social y la siguen independientemen- te de sus preferencias. La propuesta socioeconómica es interme-

E C O N O M Í A Y S O C I O L O G Í A

día; se asume eme: a) los individuos están simultáneamente bajo la influencia de sus preferencias o placeres y de sus conceptos morales, entendiendo que ambos son reflejo del proceso de so- cialización, y b) hay importantes diferencias en el modo en que cada uno de estos dos factores opera en diferentes contextos históricos y sociales, y en diferentes individuos en el mismo con- texto. Así, el estudio de la influencia relativa de todos estos fac- tores en el comportamiento económico genera un nuevo crite- rio de racionalidad que es la alternativa que ofrece el paradigma socioeconómico.

Podemos mati/.ar todavía más las referencias valorativas de los dos paradigmas que estamos considerando: la economía están- dar y la socioeconomía, y que ya, claramente, enunciamos como mutuamente excluyentes. Sin prejuicio de lo que digamos des- pués, es la consideración de la problemática medioambiental y, específicamente, la constatación de la imposibilidad de mante- ner un crecimiento económico indefinido ante la existencia de límites, bien físicos como los descritos por D. Mcadows\ o in- cluso temporales como argumenta H. Daly4, lo que de manera más palpable nos urge a encontrar referencias valorativas alter- nativas a las implícitas en el paradigma económico dominante.

No es difícil encontrar diferentes propuestas alternativas, e incluso, varias descripciones distintas sobre la naturaleza de las propuestas valorativas implícitas en el paradigma dominante. Nosotros, aceptando la pluralidad de interpretaciones, también ofrecemos una sinopsis particular. Esta interpretación estaría fundamentada en una catalogación de valencias, que podríamos llamar, genéricamente, instaladas, y a las que opondríamos otras tantas valencias alternativas y qne enumeraremos a continua- ción. Nuestro objetivo es meramente descriptivo: mostrar un código axiológico sobre la base de criterios socioeconómicos, alternativo al que parece fomentar la economía neoclásica y que sólo describimos someramente porque nos interesa más el valor de la propuesta en sí que la baremación de sus excelencias frente a las de la axiología instalada. Con esto pretendemos subrayar

3. Cí. MJs allá de los límites del crecimiento, Agiiilar, MaJritl, 1 992. 4. Cf. "üus>t;iiii; ib'c Growih: an Tmpossihiíicy Thorem»: ¡^evelapnienl 3-4

(1990).

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S O C I O E C O N O M I A

la importancia de los valores en la configuración de paradigmas que se dirigen a, y toman en consideración, los comportamien- tos humanos. El discurso sobre los valores es básico para entender la razón de ser de la socioeconomía, que, como hemos dicho, reconoce su carácter normativo, como reconoce el carácter norma- tivo que también tiene el paradigma neoclásico. Para elucidar esto, en el cuadro siguiente, enumeramos las variables que confi- gurarían una visión socioeconómica alternativa a la cultura insta- lada en el vigente sistema de producción y consumo, reconocido éste mediante la descripción de ciertos valores asumidos.

DOS CULTURAS: DE LAS VALENCIAS A LOS CÓDIGOS AX10LÓG1COS

Valores alternativos Valores instalados

Proyección de futuro Énfasis en el presente

Valores femeninos Valores masculinos Comunidad Asociación

Educación Consumición Ecología integral Ecología mercantil Postmaterialismo Materialismo Libertad y asunción de respon- Seguridad y elección de riesgos sabilidades Familia, trabajo y naturaleza Estado, trabajo y ocio

Por lo que se refiere a las características de una cultura ética alternativa (socioeconómica) frente a una ética instalada o do- minante en el paradigma económico estándar, tendríamos en un código axiológico de mínimos, en primer lugar, la proyección de futuro. Una ética socioeconómica englobaría a las nuevas ge- neraciones en un planteamiento diacrónico donde es posible dar respuestas a los problemas de efectos diferidos, cuales son la mayoría de los problemas ecológicos actuales. Frente a ello los valores instalados apuestan por la instantaneidad que caracteri- za un utilitarismo anclado en el foso moral de la gratificación instantánea. El futuro no vota ni compra, con lo que el presente,

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E C O N O M Í A Y S O C I O L O G Í A

por medio de un sistema político que sólo responde a sus impul- sos y una estructura de relaciones mercantiles donde el factor tiempo se entiende como lo entiende el poder, se proyecta hacia delante en un deseo de perpetuación. Es la ruptura entre ética y política que da lugar al subjetivismo: todo lo más hacemos refe- rencia política al futuro personalizado (el que se espera vivir) pero raramente al trascendente (el tiempo después de la vida propia) lo que, consecuentemente, introduce el dominio de la filosofía del deseo. Aquí está la gran falacia de cierto optimismo ecológico donde se condena a las futuras generaciones a confiar en la incertidumbre del progreso científico para solucionar unos problemas que el presente no quiere plantearse seriamente.

La segunda característica, los valores femeninos, representa- ría el reconocimiento de la superioridad cultural y ética de la cooperación, el servicio, y la relación, frente a la competitivi- dad, el beneficio, y la autonomía, valores éstos acendradamente instalados.

La tercera supondría una afirmación de la comunidad frente a la asociación en el sentido en que entiende Tónnies estos con- ceptos, como un reconocimiento de los valores comunales que hereda la tradición y que afirman el peso de los grupos sociales y sus vínculos en las acciones particulares, frente a una supuesta independencia radical del individuo manifestada en el albedrío de sus decisiones asociativas.

La cuarta valencia, educación, la situamos frente a consumi- ción. Una de las premisas básicas de la mercantilización de la sociedad —somos una sociedad en un mercado y no al revés (Polanyi)— es la cultura de la imagen, la primacía del escapara- te, de los elementos formales, frente al contenido y, consecuen- temente, la extensión del culto a la superficialidad. El culto a la imagen es una incitación implícita al consumo con un potente gancho de atracción plástica que ejerce su influencia desde la niñez. Los niños son pequeños y potenciales grandes consumi- dores que han de ser formados como tales. Frente a esto una cultura ética alternativa trataría de no dar un valor utilitarista al proceso de formación y en este sentido potenciaría el espíritu crítico y la introspección. Lo que estamos haciendo es enfrentar la publicidad y la incitación de comportamientos miméticos que generan las modas y que son el impulso del consumismo, con la

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S O C I O E C O N O M Í A

independencia de criterio sólidamente adquirido a través de una educación (también ética y del carácter) que considera las múlti- ples facetas de los sujetos sociales, y no solo su condición de consumidores.

La contraposición que estamos haciendo supone recalcar la diferencia entre ecología integral y ecología mercantil, que im- plica la monetarización de la naturaleza, y de la cual hablaremos más adelante, así como traer a colación la distinción entre valo- res materialistas (seguridad, cauces formales, cuantificación), frente a valores postmaterialistas (libertad, cauces informales, calidad), que ha estudiado Ronald Inglehart y, entre nosotros, Torcal Loríente, como hemos manifestado en otro lugar5.

La siguiente contraposición pone a la libertad y asunción de responsabilidades en claro contraste con el valor seguridad y elección de riesgos. La cultura dominante vive bajo el síndrome de la seguridad, un valor que se busca no sólo en el ámbito labo- ral y sanitario sino también mediante el continuo cálculo de riesgos aun en acciones lúdicas y aparentemente intranscendentes, pero que tienen una repercusión económica. Naturalmente la prepon- derancia de esta valencia es paradójica si nos fijamos en el con- texto global de la seguridad: globalmente hablando nunca el mundo ha estado más inseguro ante la amenaza del holocausto ecológi- co. La seguridad que se busca está ceñida, desde luego, al ámbito próximo donde sobrepasar el cálculo de riesgos más o menos asumible equivale a adoptar comportamientos parejos a la contes- tación social. La valencia alternativa pone el énfasis, por otra parte, en el ejercicio responsable de la libertad. Aquí no cabe aprovecharse de los entornos de seguridad para elegir unas u otras actitudes; no se trata de llegar hasta donde se pueda en el sentido de hasta donde sea factible, sino de hacer lo que se deba. Este punto de la responsabilidad es, asimismo, una de los temas fundamentales en la argumentación de Etzioni en defensa del comunitarismo social y volveremos a él más adelante.

La última característica nos presenta una relación de oposi- ción biunívoca. Por un lado, familia frente a Estado y, por otro, trabajo-naturaleza frente a trabajo-ocio. Nos explicamos. Eren- te a los condicionamientos familiares y de entorno natural de un

5. Cf. Pérez Adán, 19X9.

E C O N O M Í A Y S O C I O L O G Í A

trabajo que también tiene una finalidad intrínseca en el sentido de que es realizante, situamos el amparo del Estado para un trabajo que busca una gratificación extrínseca generalmente en el ocio. Se pasa de trabajar para la familia y la mejora del todo (incluyendo la relación naturaleza-sociedad), a trabajar con la protección que da el Estado para el ocio particular que viene a constituirse en el locus de las realizaciones personales. Ésta es la confirmación del Estado del bienestar y frente a ello la socioeco- nomía propugna una ética del buen trabajo, en el sentido en que hablaba Scbumacher, más acorde con las necesidades humanas de ahora y de luego6.

En definitiva, lo eme estamos haciendo es situar una ética de la coherencia frente a una ética de la eficiencia o de los re- sultados. Hemos de avanzar que la derivación económica más notable que sacaremos de este planteamiento es la necesidad de sustituir la búsqueda del beneficio por el afán de servicio, con las implicaciones laborales, comerciales y políticas (legales), que ello traiga consigo. Terminamos recalcando que este mapa axío- lógíco que acabamos de describir (si no lo hemos comentado más detenidamente es porque creemos que nos saldríamos del propósito de este texto) tiene una fundamentación claramente socioeconómica, pero que no es una descripción exhaustiva de la propuesta ética socioeconómica, que, como puede entenderse fácilmente, está abierta a una gran variedad de interpretaciones.

6. Cf. sobre necesidades, M. Artal, E. Maraguat y J. Pérez Adán, .«Necesida- des básicas. Pertinencia de un enfoque multidisciplinar": Revista del Trabaju y

Seguridad Social i 5 (1995).

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Page 18: Pérez Adán; Socioeconomía

3 LASOCIOECONOMÍA

3.1. Orígenes

Las herencias intelectuales de la socioeconomía se encuentran

diseminadas por toda la historia del movimiento obrero, de la

teoría económica, del reformismo social, y del magisterio social

de la Iglesia católica. Hacer un comentario exhaustivo de todas

estas aportaciones está fuera dei propósito de este libro, porque

nos desviaría de los temas centrales y, además, porque ese traba-

jo ya ha sido acometido por varios autores estadounidenses con

notable acierto '. Sí que queremos referirnos a las particulari-

dades más relevantes de esa herencia intelectual para el lector de

habla castellana.

Primeramente hemos de abordar una cuestión terminológi-

ca. No es lo mismo el concepto de economía social que se tiene

en el mundo de habla inglesa, que el que se tiene en el de habla

francesa o castellana, y, por supuesto, tampoco equivale al con-

cepto de socioeconomía. Indudablemente existe una relación entre

los tres términos, pero las diferencias también están marcadas.

La social economics, se refiere a la teoría y práctica de la políti-

ca económica de compromiso social en el contexto de marco de

un sistema político liberal y no intrusivo. La economía social y

Véconomie sociale también incluyen el patronazgo e incluso la

1. Cf. Lvuz, 1990.

39

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S O C I O E C O N O M l *

gestión pública de fas iniciativas que se consideren. Por otro

lado, la socioeconomía, quiere ser una alternativa paradigmá-

tica a nivel teórico, así como un instrumento de análisis de las

políticas económicas y de la realidad social. Por ello, aunque

los tres conceptos compartan cierto ideario y algunos pensa-

dores, han tenido un desarrollo institucional diverso. Con todo,

en el caso de la socioeconomía y por razones de su lugar de

nacimiento, ia dependencia inicial con respecto a los teóricos

de !a social economics ha sido importante. De hecho, la presti-

giosa iígffetí; O^SGCÍÍÍ/ Economy, que se publica a partir de 1943, y

la International Journal of Social Economics, a partir de 1974,

constituyen un primer foro de debate de las propuestas de Etzioni

hasta la consolidación de la socioeconomía como un paradigma

distinto y la aparición del Journal of Socieconomics y de la pu-

blicación de las actas de los congresos anuales de la SASE.

EL ÁRBOL GENEALÓGICO DE LA SOCIOECONOMÍA

A. Smith: La riqueza de las naciones 1776

Sismondi: Nuevos principios de política económica 1819 J. S. Mili: Principios de economía 1848 A. Marshall: Principios de economía política 1890 É. Durkheim: La división de! trabajo social 1893 T. Veblen: Teoría de la clase ociosa 1899 J. Hobson,- Imperialismo 1902 W, Sombard: El capitalismo moderno 1902

M. Weber: La ética protestante y el espíritu del capí talismo 1905 J. M. Keynes: Teoría genera! del empleo, de! interés y del di-

ñero 1936

Si nos remontamos a comienzos del siglo X!X, una figura destaca

como representativa de lo que hoy postula la socioeconomía. Es

el suizo Sismondi que publica sus Nuevos principios de política

económica en 1819. Para él, la economía no era solamente una

ciencia, sino también un arte en el que las consideraciones éti-

cas tenían un papel crucial. No es de extrañar que fuese uno de

los primeros en oponerse al cada vez más omnipresente laissez-

faire. Pero Sismondi no se opuso a Smith, que equivocadamente

LA S O C I O E C O N O M Í A

representa para muchos una figura hasta cierto punto antisocial;

no: más bien al contrario, Sismondi se consideró discípulo del

escocés. Efectivamente, el liberalismo en su origen es una doc-

trina moral. Al menos así lo entienden tanto Smith, como Locke

y Mili, y así van a devenir los primeros códigos de derechos

humanos. Por otro lado, en la obra de Smith ya están presentes

los elementos iniciales de una economía con preocupación so-

cial, sobre todo en su Teoría sobre los sentimientos morales que

publica en 1860 como una continuación de La riqueza de las

naciones.

La dimensión moral también se refleja en la obra de J. S.

Mili que retoma las preocupaciones de Sismondi afirmando que

la acumulación de riquezas no puede ser el primer objetivo de la

actividad humana, y que, como consecuencia, habrá que inter-

venir el mercado a través de la educación para que no degenere

en la consolidación del individualismo insolidano. Esta misma

preocupación llega a T. Carlyle, J. Ruskin y otros ingleses y va a

impregnar el pensamiento altetnativo anglosajón en dos vertientes.

Una de carácter eminentemente práctico y en la que podemos

incluir algunos reformadores sociales como R. Owen y J. Warren,

y también algunos teóricos del anarquismo reformista anglo-

sajón, injustamente desconocidos en el mundo de habla castella-

na, como E. Gil! y H. Read, y también a M, Gandhi, R. Tawney

y E. Schumacher. La otra vertiente es más académica y ahí so-

bresale la figura de ]. A. Hobson,

De la extensa obra de Hobson, podemos destacar su lmpe~

rialism: A Study, publicado en 1902. El mérito de Hobson con-

siste, sobre todo, en haber situado la perspectiva holista como

una perspectiva propia y lógicamente económica no ya sólo des-

de el punto de vista de la economía mercantil, y de contraponer-

la al individualismo metodológico, que ve como causa primera

de la injusticia social. Contra la contención neoclásica de que la

economía debe de ser meramente descriptiva, positiva y avalo-

rativa, Hobson defiende que la economía es un arte que se ocu-

pa de la contribución hecha al bienestar global a través de las

operaciones de compra y venta. Naturalmente, su concepción

del bienestar difiere del concepto de utilidad como cantidad

maximizable que introdujo Bentham, y se centra más en cues-

tiones cualitativas, que no siempre dependen de su cotización

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S O C I O E C O N O M Í A

mercantil. Por esto, su concepto de riqueza no es acumulativo-

adquisitivo y dependiente del valor de mercado. Hobson, siguiendo a Ruskin, explícitamente considera la posibilidad real de aumentar la riqueza (moral) propia mediante el desprendimiento de bie- nes o riqueza mercantil.

Mencionemos también, en esta línea, los trabajos del último

Walras (Estudios de economía social, publicado en 1896), abo-

gando por un funcionamiento ideal del estado como bien públi-

co, que tienen después su plasmación en las políticas keynesia-

nas; así como las aportaciones de la Escuela Histórica Alemana

(W. Sombart), del Institucionalismo Americano (T. Veblen), y,

por supuesto, la obra de Durkheim y Weber que, como ía mayo-

ría de los sociólogos, han tenido más facilidad para ver a la eco-

nomía inmersa en el tejido social, que los que han tenido una

formación económica académica casi exclusivamente técnica.

Pero pasemos de largo sobre ello y centrémonos en comen-

tar la relación entre la socioeconomía y la doctrina social cató-

lica (DSC). Se trata de un tema olvidado en gran parte en la

literatura socioeconómica {no así en la economía social estado-

unidense), pero que nosotros no podemos dejar de lado, prime-

ro porque nos parecen obvias las afinidades intelectuales entre la

socioeconomía y la DSC, y, segundo, porque el tema es relevan-

te para el mundo de habla castellana.

Los textos en los que se recogen los fundamentos de la DSC

son muy variados y abundantes. Mencionaremos sólo unos cuantos:

Rerum novarum (1891), Quadragesimo anno (1931), Gaudium

etspes (1965), Laborem exercens (1981), Libertatis conscientia

(1986), Sollicitudo reisoctalis(í9S7), y Centesimas annus (1991).

PILARES DE LA DSC

1. Primacía del trabajo sobre el capital (QA 88, 107; GS 64; LE 12)

2. Principios de solidaridad y subsidiaridad (QA 79; LC 73)

3. Distinción entre trabajo objetivo y subjetivo (LE 6)

4. Propiedad privada y destino universal de los bienes (RN 4, 6; QA45).

LA S O C I O E C O N O M Í A

La DSC constituye uno de los cuerpos teóricos más cohe-

rentes en materia social, si bien su interpretación es difícil por

estar sus documentos insertos y marcados por contextos ideoló-

gicos e históricos determinados que hay que tener en cuenta.

Por otro lado, su nivel académico, influencia, y prestigio institu-

cional, no pueden despreciarse a la ligera. Máxime cuando, como

en este caso, la posición de la DSC es tremendamente pertinente

al tema que tratamos.

A nuestro entender, la postura crítica de la DSC para con la

cultura económica dominante es similar a la actitud genérica de

muchos socioeconomistas en la búsqueda de caminos aceptables y

de consenso para la sustitución del vigente sistema de producción

y consumo y la cultura que lo impregna. De hecho, si repasamos

los documentos más notables, el ataque de la DSC a! capitalismo

práctico es ciertamente demoledor. Los postulados por los que se

rige la economía estándar comparados con los de la DSC, hacen

de ésta una teoría radical y subversiva en términos políticos. La

apuesta de la DSC por el trabajo frente al capital es clara y nítida,

hasta el punto de retomar términos hoy grandemente en desuso,

como la alienación, y de afirmar la defensa de la propiedad sobre

el fruto del propio trabajo, en forma parecida a como lo hicieron

en su día pensadores anarquistas cristianos como Enk Gilí y Do-

rothy Day. La razón de este posicionamiento es obviamente mo-

ral. La DSC persigue herir los fundamentos del materialismo y del

consumismo vigentes, deshacer la relación existente entre poder y

capital, y redefinir el concepto de riqueza para que pesen más los

criterios cualitativos y éticos que los acumulativos.

Por otro lado, al mismo tiempo que se defiende la iniciativa

individual mediante la subsidiaridad y la propiedad privada, la

DSC ha sido una de las primeras escuelas ideológicas en defender

también una visión holista de las relaciones económicas y socia-

les. El destino universal de los bienes y la solidaridad pretenden

armonizar el desarrollo a nivel global y han sido dos propuestas

que repetidamente han puesto en tela de juicio el orden econó-

mico mundial en la denuncia de las crecientes desigualdades y

también de las amenazas al medio ambiente.

Por todo ello, la DSC y la socioeconomía tienen muchos puntos

de contacto a nivel ideológico. La separación institucional es,

por otro lado, manifiesta.

42 43

Page 21: Pérez Adán; Socioeconomía

S O C I O E C O N O M Í A LA S O C I O E C O N O M Í A 3.2. La aportación de A. Etzioni y otros pensadores

Como ya hemos dicho, la figura de Etzioni es de capital impor-

tancia para el desarrollo y afianzamiento de la socioeconomía

como paradigma autónomo. Su Dimensión moral (1988) y su

papel en el lanzamiento de la Sociedad Mundial de Socioecono-

mía (SASE), amén de su incansable deambular por lo largo y

ancho del planeta y su reciente iniciativa en la fundación del

Communitarian Network en los Estados Unidos, le hacen me-

recedor de! título de fundador de la socioeconomía, tal y como

se conoce hoy en el mundo. Sin embargo, Etzioni no ha edifi-

cado desde cero ni solo, Acabamos de ver las herencias ideoló-

gicas de la Socioeconomía desde casi el inicio de la moderna

ciencia económica hace ya más de doscientos años; repasemos a

continuación las herencias próximas y, en concreto, la apor-

tación de quienes han ayudado intelectualmente más de cerca a

Etzioni en el afianzamiento de la nueva disciplina.

Hemos de comenzar reconociendo la valía de la aportación

de los escritos de Kari Polanyi y Joseph Shumpeter. Ambos se

inspiran en los trabajos de Max Weber y, en particular, en su

intento de situar el análisis económico dentro de una dimensión

histórica. Para Polanyi, el desarrollo del capitalismo moderno

ha producido una inversión social (la «gran transformación»)

situando a la sociedad contemporánea desde el fina! de la Pri-

mera Guerra Mundial como un subsistema de !a matriz desarro-

llada por el sistema de economía libre de mercado. El problema

que esto nos presenta, en opinión de Polanyi, es que la libertad

de iniciativa perseguida se ha convertido a la postre en una losa

que impide el fortalecimiento de las propias libertades. El omní-

modo poder de los colectivos, en su mayor parte anónimos, que

pueden influir en el mercado ejerce su influencia fuera de él con

lo que es difícil escapar a la equiparación de poder y esa combi-

nación de dinero y conocimiento que da a quienes la detentan la

cumbre de la hegemonía social.

Desde la misma inspiración, Schumpeter da a la economía

un enfoque global de la mano de la sociología y de la historia.

En sus obras intenta explicar los fenómenos económicos desde

la Totalidad, tratando de entrever una teoría uniforme del desa-

rrollo que explique la aparición de tos ciclos económicos y el

EL AUGE DE LA SOCIOECONOMÍA

K. Polanyi: La gran transformación 1944

J. Schumpeter: Capitalismo, socialismo y democracia 1954

G. Myrdal: Contra corriente 1973

E. F. Schumacher: El buen trabajo 1977

A. Etzioni: La dimensión moral 1988

A. Sen: La desigualdad reexaminada 1992

J. K. Galbraith: La cultura de la satisfacción 1992

papel de sus actores principales y el avance tecnológico. La apa-

rición de monopolios y la fluctuación de los mismos en la medi-

da en que se incorporan nuevas Tecnologías y en la medida en

que éstas son a su vez superadas por la competición mercantil,

afecta a la estratificación social. Desde este punto de vista, al

capitalismo no hay nada que objetar si se está en un contexto de

estudio del funcionamiento de la maquinaria económica, pero sí

hay algo que objetar si se consideran las cosas desde la óptica

sociológica. Como en Polanyi, estamos debatiendo desde qué

tipo de racionalidad juzgamos sobre la benevolencia de un sis-

tema de producción y consumo, y, lo que parece claro, es que

esa racionalidad debe de ser lo más inclusiva posible, ciertamen-

te multidisciplinar, e implicando un diálogo continuo entre eco-

nomía, sociología e historia.

El mérito de Cunnar Myrdal está en haber acentuado los

aspectos políticos de todo anál isis económico y haber así pro-

longado el trabajo de Schumpeter hacia un debate sobre el lugar

de las normas y de los valores en roda investigación en ciencias

sociales. En concreto, al intentar comprender cómo y por qué se

produce desarrollo económico y cómo es que éste se organiza

de manera distinta y a velocidad variable en distintos lugares,

no tenemos más remedio que incluir entre nuestros instrumen-

tos de análisis la variable cultural. Myrdal también ut i l iza la his-

toria: el tiempo como factor económico ha sido generalmente

olvidado por la economía estándar. Por otro lado, Myrdal, al

afirmar que no es posible separar claramente un anál isis científi- 44 45

Page 22: Pérez Adán; Socioeconomía

S O O O E C O N O M f A LA SO C I O E C O N O M I A

co de un análisis normativo, avanza uno de los grandes temas de

la socioeconomía.

La obra de Erik Fritz Scbumacber ha sido un revulsivo para las

ciencias sociales en general, aunque, por otra parte, no haya

renido un reconocimiento académico explícito. Su continua ar-

gumentación sobre que la economía debía estar realmente al

servicio del ser humano y no al revés, y la incorporación al dis-

curso económico de elementos culturales budistas y cristianos,

supuso un esfuerzo, a la vez teórico y práctico, por incorporar

los criterios de eficacia y eficiencia económicos al discurso mo-

ral sobre las necesidades humanas, Schumacher es un ejemplo

vivo de inculturación socioeconómica e, indudablemente, un

pionero en el análisis alternativo de la problemática medioam-

biental, de la satisfacción laboral, y de las economías de escala.

La trayectoria de Galbraitb, de otro lado, nos presenta una

visión que culmina en una denuncia sobre la crisis de legitimi-

dad de las sociedades occidentales modernas. En su extensa obra,

los problemas de la marginación y el aumento de la desigualdad,

el consumismo, y el deterioro medioambiental, no hacen sino

subrayar la conveniencia de sustituir el presente sistema de pro-

ducción y consumo. El análisis negativo y plenamente schumpe-

tenano que hace sobre la aparición del capitalismo, lo comple-

menta con una cierta fe en el progreso, entendido todavía en

el contexto de la economía estándar, como algo posible desde e!

punto de vista de la evolución moral y práctica de las sociedades

capitalistas occidentales hacia posiciones de compromiso social

a nivel global,

De entre las muchas aportaciones de Sen al debate socioeco-

nomía-economía estándar, podemos entresacar su discurso so-

bre los problemas de distribución. Sen es un pensador tremen-

damente activo y profundo y ha sabido dotar su cátedra de

Economía en Harvard de un merecido prestigio en cuestiones

filosóficas y morales. El análisis económico y social de la des-

igualdad, así como los criterios de racionalidad2, le han conver-

tido en un punto de referencia obligado para tratar asuntos rela-

cionados con las necesidades básicas o los criterios de desigualdad

2. Cf. su famoso «Racional Pools», publicado en Philosopby & Public Affairs en 1977,

mínimamente aceptables para elaborar prognosis económicas vá-

lidas desde el punto de vista de la coherencia interna de las cien-

cias sociales. De ahí la decidida oposición de Sen a escuelas de

pensamiento que, como la Teoría de la Elección Pública, ema-

nan directamente de la crítica a la cobertura intelectual formada

por la economía neoclásica.

Vamos a extendernos más en el comentario de la específica

aportación de Etzioni. Este inicia su obra A Moral Dimensión:

Towards a New Economics con un conjunto de cuestiones cla-

ve: ¿son los hombres y las mujeres propensos a singularizacio-

nes, fríos calculadores, cada uno buscando maximizar su propio

bienestar?, ¿son los humanos capaces de imaginarse racional-

mente el camino más eficiente para llevar a cabo sus propósi-

tos?, ¿es la sociedad principalmente un mercado en el que las

necesidades individuales y de servicio compiten entre sí en el tra-

bajo y en la política encareciendo el bienestar general en el pro-

ceso? Estas preguntas nos sirven para analizar un pensamiento

dirigido sobre todo contra el individualismo incardinado en !a

economía estándar.

Su alternativa a! objeto de crítica, representado por lo que él

llama REM (Rational Economic Man), es el SEP o Socio-Eco-

nomic Person. Cuando los actores (SEP) se orientan por unos

valores, la competitividad económica se reduce y se puede em-

pezar a hablar de cooperación. La competitividad individualiza

y aisla, la cooperación, por el contrario, construye comunidad.

Los valores, sin embargo, no son exclusivamente individua-

les. El SEP es un sujeto comunitario y, por tanto, los valores que

detenta están necesariamente vinculados, relacionados, en el

sentido en que también utiliza P. Donati la expresión \ con los

demás y la comunidad. Para Etzioni, el SEP no puede separarse de

la comunidad en la que vive y en la que adopta decisiones. Si el

REM representa al «yo» guiado por la razón con ei fin de alcan-

zar su propio interés, el SEP equivale al «yo + nosotros» guiado

por la razón y también por los valores y las emociones y cuyo fin

trasciende el propio interés.

Etzioni acepta un individualismo genérico y no determinista

que entiende como autonomía personal y libertad de decisión.

3. Cf. Teoría relaiionale deila societá, Milano. 1994.

46 47

Page 23: Pérez Adán; Socioeconomía

S O C I O E C O N O M l A LA S O C I O E C O N O M l A

Pero, en cambio, no puede aprobar el reduccionismo de un indi- vidualismo que se desliga del contexto sociai porque el indivi- duo y la comunidad se necesitan mutuamente. En su opinión, el énfasis neoclásico en el individuo no hace sino romper ios vín- culos sociales y atomizar la sociedad hasta el extremo de la inso- lidaridad.

Las objeciones a lo que representa el mal entendido liberalis- mo que asume la economía estándar se pueden adivinar:

1. El liberalismo piensa en nosotros como agentes sin ca-

rácter, átomos que forman parte de una comunidad sin ningu-

na referencia a las circunstancias e historias que nos influyen.

Para Etzioni así se ignora la dependencia del sujeto respecto del

ambiente en el que vive y del que depende relacionalmente.

2. El liberalismo revela que la influencia social no determi-

na nuestras identidades actuales. Y eso, según Etzioni, es inco- herente porque la vida humana es social.

3. El liberalismo considera la sociedad como una asocia- ción voluntaria, un club de gente sin una comprensión verdade- ra de sí mismos como conjunto o de los medios para obtener su plenitud.

Para entender la comunidad, debemos recurrir de nuevo a la moralidad y a los valores como soporte de toda colectividad compuesta de sujetos socioeconómicos. En realidad, esta defen- sa a ultranza de los valores no es nueva en el pensamiento socio- lógico contemporáneo.

Ya Durkheim creía que esta moralidad era un sistema de reglas

y valores creados por la sociedad. También Parsons desde su postura funcionalista consideraba que los actos individuales eran

evaluados según su contribución ai orden social, a través de la socialización. El refuerzo de estos actos se realizaba por contrato social, con lo cual quedaba edificada una comunidad fuerte, un Estado potente y un poder legitimado que ejercía autoridad. Etzioni se sirve de estas afirmaciones y aunque no nos habla de sociali- zación o de control social, como hacía Parsons, sí que comparte

esa posición integradora del «yo» en una sociedad sólida y legi- timada.

La concepción de comunidad, continúa Etzioni, ya había sido

tenida en cuenta por los liberales o whigs y los conservadores

o lories de la época victoriana. Los primeros planteaban la cons-

titución de una comunidad como conjunto de individuos unidos

por su conveniencia y que adoptaban las normas de la comuni-

dad en caso de que éstas les fueran útiles. Por el contrario, la

concepción tory proponía una comunidad muy estructurada y

en la que se impusieran los comportamientos a los individuos.

Es decir, la comunidad whig se nos presenta como poco integra-

dora y más bien iluminista y a Etzioni le parece que olvida algo

muy importante: para el compromiso es necesario compartir

necesidades. Y la comunidad tory, al erigirse en razón de auto-

ridad y legitimidad que fuerza el comportamiento de los indi-

viduos {en nombre del deber), se convierte en un bloque de-

masiado estructurado que, como dice Etzioni, no tiene en cuenta

la libertad individual. Por eso, si la primera está infrasociali-

zada, la segunda se sobresocializa.

La salida más lógica para este conflicto conceprual-ideoló-

gico es el término de comunidad responsable, equilibradora de

las dos tendencias de manera que obtengamos algo más com-

pacto que la comunidad whig y menos estructurado que la co-

munidad tory. Esta comunidad es la mejor expresión del «yo +

nosotros» de Etzioni y el escenario donde el sujeto se hace libre

y recupera su dignidad. La armonía de la estructura reside en

que a pesar de la existencia de unos valores y moralidad compar-

tidos, la autonomía personal también es respetada.

Podemos retomar entonces con toda tranquilidad las ideas

de Hobbes para comprender mejor este entendimiento de la so-

ciedad como comunidad. Como en la sociedad hobbesiana, en

la comunidad de Etzioni los individuos deben subordinar sus

derechos básicos al interés común para mantener la seguridad.

Por eso es tan necesaria. La comunidad, como antes decíamos,

no sólo libera, sino que da seguridad: la comunidad y el indivi-

duo son esenciales y se hacen y se necesitan mutuamente como

las dos ruedas de una bicicleta.

Etzioni no puede separar el «yo» del «nosotros». Esto no

debe implicar la existencia de un supuesto contrato, sino com-

penetración plena: de hecho, según Etzioni, la persona fuera de

la sociedad suele ser inestable y mentalmente impulsiva. Al in-

48

Page 24: Pérez Adán; Socioeconomía

S O C I O E C O N OM Í A LA S O C I O E C O N O M Í A teriorizar el contexto social (ésta es la misión de los agentes de

socialización), la gente adquiere un sentido de identidad com-

partida y unos valores de compromiso. Y entonces se es capaz

de hacer elecciones sensibles, de rendir juicios y defender valores.

No existe un «yo» antes de un «nosotros»: es evidencia social

que tos individuos nacemos en sociedad.

Ante todo, no olvidemos que el principal enemigo intelec-

tual para Etzioni es el individualismo radical del pensamiento

neoclásico y liberal, el modo de actuar del REM, intrínsecamen-

te utilitarista y hedonísta. Si los individuos estuvieran sin comu-

nidad, no se les podría considerar personas autónomas porque

el individuo no tiene sentido sin la comunidad y viceversa. Se

afirma que si se separan la una de la otra, se generarían indefec-

tiblemente políticas individualistas, es decir, tiranía, intoleran-

cia, ideologías totalitarias y absolutistas. Sólo dentro de la colec-

tividad se obtiene el consenso y por eso las comunidades conscientes

de sus vínculos son más racionales y tolerantes que aquellos gru-

pos sociales donde prima el individualismo.

Etzioni insiste en la idea de sujetos que actúan deontológica-

mente, nunca presionados por las normas de una comunidad

sobresocializada o demasiado «liberados» de esos compromi-

sos en una agrupación infrasocializada. Desde la concepción del

«yo + nosotros», la base de la comunidad son los factores norma-

tivo-afectivos, es decir, la razón, vaiores y emociones, a los que

se sujeta el SEP. No debemos olvidar que dentro de ese marco

de compromiso (libertad + consenso de la comunidad = mora-

lidad) cuajan unas premisas específicas entre las que figuran:

1. Los actos no se juzgan por sus consecuencias, sino por su

intención (esa es la deontología escogida) porque las consecuen-

cias no se pueden predecir y porque actuar moralmente supone

adoptar una intención al hacerlo.

2. Si existe auténtica libertad, el consenso nace de manera

espontánea y ello a su vez desemboca en la división armónica

del trabajo y la cooperación.

Como nos explicaba Tónnies y como también nos pone de

manifiesto Buber, uno de los mentores intelectuales de Etzioni,

la comunidad es un agrupamiento sociai basado en las relacio-

nes personales y cuya razón de ser es intrínseca al grupo en cuestión:

la comunidad se justifica a sí misma.

Para Etzioni esta justificación nace de un compromiso moral

que se extiende a todas las esferas (económicas, sociales y cul-

turales) y a todas las instituciones (familiares, educativas, estata-

les). En consecuencia, el sentido de la responsabilidad se filtrará

en profundidad en la estructura básica de la sociedad y el ser

humano desarrollará en ella todo su potencial económico y so-

cial. Es la buena sociedad en la que se considera a los demás

no como meras comodidades y donde pertenece a los sujetos

con los que se comparten relaciones ser tratados como fines y

no como medios.

Para ello, afirma Etzioni, la persona debe estar dispuesta a

aceptar pequeños sacrificios en bien de la comunidad, cosa

que sólo es posible con una «lección de humildad»; el cambio

requiere no sólo el cambio de las mentes y los corazones de los

individuos sino también el de las estructuras económicas, socia-

les y políticas. Este cambio necesita, más que conocimiento o

consenso, la movilización de las capacidades de los que apues-

tan por él.

El discurso etziniano es, ciertamente, rompedot: no hay

capacidad de compromiso con la cultura económica instalada.

No se habla, sin embargo, de revolución o algo parecido. La

socioeconomía es un intento de comprensión de la realidad cir-

cundante, en el bien entendido que esa realidad ha de ser desnu-

dada de la capa envolvente de generalizaciones y simplificacio-

nes que la han ocultado hasta ahora.

3.3. Crítica a la economía neoclásica

Ciertamente, la razón de ser de la consolidación definitiva de la

socioeconomía en nuestro tiempo son las disfunciones del pa-

radigma económico neoclásico que Etzioni achaca a la om-

nipresencia del REM como modelo referencial de actitudes

y expectativas. En el entorno social alternativo que represen-

ta el protagonismo del SEP, el consenso (que a su vez implica

identificación en fines y en valores) es básico. Los individuos,

que también actúan moralmente, sienten que deben compor-

50 51

Page 25: Pérez Adán; Socioeconomía

S O C I O E C O N OM l A LA S O C I O E C O N O M l A

tarse según la forma indicada. Generalizan sus comportamien-

tos y justifican sus actos apelando a reglas generales y así son

capaces de comprometerse (convivir) y no sólo de consumir (so-

brevivir).

Desde una perspectiva cristiana, Balthasar ya clamaba por un

cambio de paradigma económico afirmando que la sociedad del

«yo elijo, tomo, hago» se explica por el sentimiento de vacío

que comporta tanto «yo». Para la racionalidad dominante hay que

llenar ese agujero con elecciones múltiples: una especie de ati-

borramiento para olvidar. Todo el mundo llega a ser entonces

propiedad potencial, material que elegir, para ser consumido.

La l iber tad humana ha sido reducida efectivamente a la libertad

de elegir entre una serie ilimitada de bienes de consumo. En esa

sociedad, no hacen falta obligaciones con los otros. Toda la

moralidad queda borrada en la aceptación universal del reduc-

cionismo que supone entender la sociedad como un contrato

social o negociación práctica con otros sobre temas exclusiva-

mente mercantiles.

Para la socioeconomía este análisis tiene validez. Empece-

mos el examen del contraste de pareceres entre socioeconomis-

tas y neoclásicos, hablando del entendimiento que se tiene del

sujeto económico. Si en e! paradigma neoclásico las preferencias

eran dadas y constantes en el contexto de una economía y un

mercado competitivos, en la propuesta socioeconómica los ac-

tores amoldan sus preferencias a los valores de la comunidad. El

resultado es que mientras la economía liberal incrementa cada

vez más la competitividad entre unos actores económicos defi-

nidos exclusivamente como sujetos de mercado (sin una dimen-

sión afectiva, social, cultural), la socioeconomía prima la coo-

peración responsable. La búsqueda del propio interés que defiende

la racionalidad económica dominante produce enfrentamiento

constante y desigualdades manifiestas en un entorno físico limi-

tado. Y el fenómeno desemboca lógicamente en una separación

entre ¡a economía y el resto de las ciencias sociales.

Por el contrario, si los actores económicos incluyeran en sus

acciones y decisiones la moralidad, la referencia al propio in-

terés quedará compensada con ¡a referencia a! interés común.

Supone ello, por un lado, la definición de un conjunto múltiple

de preferencias maleables y afectadas por la comunidad y, por

otro lado, la inclusión de la economía en el todo giobalizador de

la sociedad.

La consideración de la formación de preferencias es fun-

damental para ver la distinción entre neoclásicos y socioecono-

mistas. La pregunta sobre cómo se forman las preferencias es

evitada por los neoclásicos: o éstas vienen dadas, o pertenecen a

otra área de estudio (psicología o sociología), o son irracionales

(Stigler y Becker). El estudio empírico y la dinámica de los fac-

tores que producen preferencias es, sin embargo, de capital im-

portancia. Si las preferencias fuesen individuales, fijas y dadas,

naturalmente la tarea de predecir y calcular el nivel de bienestar

sería tremendamente sencilla. Por el contrario, si pensamos que las

preferencias y las elecciones individuales están profundamente

influenciadas por procesos sociales, la publicidad y la cultura, y

el arbitrio de las estructuras de poder, para hacer unas mínimas

predicciones económicas globales y justas, tendremos que estu-

diar también quién guía los procesos sociales, quién está en el

poder, y qué valores promueven ¡as modas y la comunicación.

Si no lo hacemos así, perdemos la noción de qué factores in-

fluencian las preferencias y a través de ellas el comportamiento

económico. Tomemos un ejemplo práctico: la decisión o las pre-

ferencias de actuar criminalmente no se ciñen sólo a un análisis

de coste y beneficio, como afirman ios neoclásicos, sino tam-

bién a un análisis social que incluya un examen de la educación

moral de los sujetos concernientes y los valores presentes en los

grupos sociales próximos de los que forman parte.

Ciertamente, el intento neoclásico de aplicar los criterios de

racionalidad económica instalados a comportamientos no eco-

nómicos, como la maternidad o la religión, ha ido demasiado

lejos. En buena lógica, debe de ser al revés: los factores extra-

mercantiles influyen en el comportamiento económico. El mer-

cado no es autosostenible, autónomo y autocontenido. Los mo-

delos de comportamiento económico neoclásico, buscando !a

exactitud, han ido a la simplificación y de ahí a la pérdida de

referentes contextúales. La más obvia de estas simplificaciones

es el olvido de la capacidad que tienen los individuos de ut i l izar

criterios multirreferenciales a la hora de adoptar preferencias.

Nos encontramos aquí con la necesidad de separar la econo-

mía de campos de otro dueño. El intento neoclásico de entender

52 53

Page 26: Pérez Adán; Socioeconomía

S O C I O E C O N OM Í A

comportamientos no económicos de manera exclusivamente ra- cionalista no es aceptable. Por ello la socioeconomía trata de explicar también de qué manera ios condicionamientos morales y sociales influyen en comportamientos como el ahorro los in- centivos laborales, el comportamiento de los mercados y la pro- ductividad. Si lo que buscaba la economía neoclásica con su entendimiento de la preferencia simple y dada era poder prede- cir, eso ha de encontrarlo adoptando una teoría explicativa del comportamiento económico más ajustado a la realidad, que in- cluya por supuesto, la acepción de la preferencia múltiple y variable. r '

Ahora bien, arguyen los neoclásicos, esto podría convertir a

la economía en una ciencia normativa al restarle la «neutralidad»

que le daba su concepción simplista de la preferencia. No-

a economía neoclásica ya era normativa y no existe la posibi-

hdad de aspirar a la neutralidad pura en las ciencias sociales.

Hemos de despejar el cientifismo inherente a la opinión de que

Ja ciencia ha de ser avalorativa y neutral para ser ciencia. Esto

ya o dejó claro Weber y entre nosotros lo ha explicado magis-

tralmente Miguel Beltrán. La misma decisión, presente en cual-

quier paradigma, de adoptar o primar unos factores de estudio

sobre otros tiene implicaciones normativas. Y, por supuesto la

postura neoclásica de ignorar actitudes como la cooperación' el

altruismo, o de minimizar el papel de las estructuras de poder

como factores económicos, está «cargada» de compromisos va-

lórateos y no es, ni mucho menos, neutral. Otra cosa es que

intentemos equiparar ciencias sociales e ideología. Eso es otro

cantar. La socioeconomía no pretende describir cómo debe de

ser el mundo de las relaciones económicas en un entorno social

asumido sino cómo es y cómo puede llegar a ser, por difícil que

la complejidad de las situaciones contempladas parezca al re-

duccionismo económico vigente.

Otro contencioso importante entre socioeconomía y el para-

digma neoclásico es el mismo status académico de la economía

como cencía. Nos preguntamos si existe una ciencia puramente

económica y no social que tiene entre sus objetivos estudiar ins-

tituciones, o si, por el contrario, la economía consiste exclusi-

vamente en instituciones sociales. Para la socioeconomía la eco-

nomía es una forma de análisis social; para los neoclásicos, la

54

LA S O C I O E C O N O M Í A

economía es !a ciencia social paradigmática por excelencia en

el sentido de que la racionalidad neoclásica, el sujeto neoclási-

co {REM) y el mercado, deben de marcar las pautas de toda

investigación social. De hecho este enfoque ha dominado la es-

cena económica claramente a partir de 1960, como puede com-

probarse en e! elenco de premios Nobel y en la preponderancia

académica de la última Escuela de Chicago y de nombres como

Becker, Buchanan y Coleman.

Esto tiene connotaciones metodológicas. Dependiendo de

cómo concebimos la economía, valoraremos más un tipo de meto-

dología que otra en el análisis de los problemas sociales. El he-

cho de asignar un hueco a la economía en el conjunto de las

ciencias sociales de igual categoría científica y académica que el

resto de disciplinas, nos llevará, por ejemplo, a valorar de igual

manera la metodología inductiva que la deductiva a través de

modelos matemáticos. Así, para estudiar el comportamiento

de una empresa, podemos tratarla tanto como un concepto ana-

lítico que como un modelo: la conceptualización que introduci-

mos de manera inductiva y las derivaciones deductivas se corre-

girán mutuamente.

ECONOMÍA NEOCLÁSICA SOCIOECONOMÍA

Única utilidad Al menos doble: placer y ética

Sólo razón También valores y emociones

Sujeto individual También colectivo

Mercado autocontenido Criterios extramercantiles

El poder lo da el mercado Hay repartos previos

Como tercer tema de mutua separación entre los dos pa-

radigmas que estamos considerando, amén de las aportaciones

apuntadas con anterioridad, cual es el caso de los criterios de ra-

cionalidad y de la fundamentación ética, señalemos el caso del

poder de discrecionalidad. La idea de que los sujetos individua-

les saben lo que es mejor para ellos, está firmemente asentada en

el discurso neoclásico y recogida en expresiones como «sobera-

55

Page 27: Pérez Adán; Socioeconomía

S O C I O E C O N O M f A

nía de! consumidor», «el que paga manda», o «el cliente siempre

tiene razón». Los neoclásicos, a lo sumo, admiten que un sujeto

puede algunas veces percibir erróneamente lo que es mejor para

él o ella, pero que por razones de tipo práctico y de eficacia

económica, es mejor admitir que los sujetos son efectivamente

soberanos en el mercado.

Lo contrario sería, arguyen los neoclásicos, que los sujetos

deben de ser guiados por otras instancias y esto supondría abrir

la puerta a peligrosos totalitarismos. La respuesta de la socio-

economía es que el ejercicio de la libertad de elección es instru-

mental: un medio para conseguir un fin, y como tal ha de acep-

tarlo también la economía, por muy difícil que le sea entender el

término «fin», o incorporar «complejidades externas» a un de

por sí arduo quehacer. Efectivamente, la economía no es un jue-

go, aunque pueda ser un arte. Mantenerse en un nivel de abs-

tracción superior al de la realidad, aunque sea con el sano juicio

de explicarla mejor, tiene el inconveniente de poder llegar a sim-

plificar tanto Jas cosas, que cuando nos venimos a dar cuenta,

acabamos efectivamente jugando a través de dilemas abstractos

con realidades penosas como el paro, la recesión o la pobreza.

El esfuerzo debe ir dirigido a acercarse a la realidad aunque ello

suponga tratar de solventar problemas complejos como el apun-

tado de los fines de las actuaciones humanas.

No se trata de admitir la «irracionalidad» de las decisiones

humanas, como dirían ¡os neoclásicos, sino de asumir su totali-

dad y complejidad. Es en este sentido en el que la crítica so-

cioeconómica tacha a la teoría neoclásica de no referirse a la

realidad. Este escape del mundo, al tiempo que se mantiene el

intento de aferrarse al individuo para salvaguardar lo único que

le queda —su libertad de elección— ha llevado a algunos neoclá-

sicos, y paradigmáticamente a Buchanan y a la Teoría de la Elec-

ción Racional, a salvar el poder de discrecionalidad humano

negando la sociedad. La denuncia de Sen ante esta equivocación

ha sido contundente: el sujeto colectivo existe, las decisiones

colectivas también existen, y la deliberación y el intercambio

están ahí para probarlo.

* El miedo neoclásico por la desaparición del sujeto individual

no tiene razón de ser. Su poder discrecional está asegurado median-

te tres inversiones, que aunque se juzgan costosas son asequibles

56

LA S O C I O E C O NOMlA

a todos: la primera es trabajo cognitivo, esto es: formación y

asimilación de experiencia; la segunda es el desarrollo de rela-

ciones o adaptación al ambiente social; la tercera es la adecuación

o capacidad de ajuste al cambio contextual. Por esto, la socioeco-

nomía apuesta más por la educación que por las reglas: la liber-

tad es potenciada por aquélla y constreñida por éstas. El recurso

neoclásico a corregir mediante la regulación no es más que una

forma de reconocer su fallo a la hora de componer un sistema

que potencie la libertad de elección.

57

a

Page 28: Pérez Adán; Socioeconomía

4

LAS POLÍTICAS SOCIOECONÓMICAS

4.1. El trabajo y su centralidad

Entramos en un tema de importancia capital. A nuestro parecer, uno de los más importantes para entender el porqué de la socio- economía. Comprender adecuadamente la naturaleza del trabajo humano es, en definitiva, entender la naturaleza de la sociedad. Si no entendemos que el trabajo es servicio y no interés propio, no podemos entender qué es ser-con-otros, convivir, como opuesto a sobrevivir, o, por utilizar terminología etziniana, el paradigma del yo + nosotros. No es de extrañar, pues, que éste sea el as- pecto en el que más nos extendamos.

Hemos de preguntarnos, antes de examinar desde el punto de vista de la socioeconomía el trabajo humano, qué concepto se tiene de ttabajo. No estamos planteando una cuestión retórica. Si nos paramos a pensar qué idea tenemos nosotros del trabajo veremos que es difícil llegar a una respuesta satisfactoria que englobe todas las situaciones humanas en las que los protagonis- tas de las mismas piensan que están trabajando. No es de extra- ñar, por tanto, que el estudio del contenido del trabajo, su valo- ración social, sus fines y modos nos haya deparado diversas interpretaciones y abierto nuevas vías de investigación. La difi- cultad de llegar a una distinción entre trabajo y no-trabajo ha llevado a algunos autores, entre los que se encuentran escritores tan eminentes como Garfinkel, Silverman y Giddens, a afirmar

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que toda actividad humana es trabajo en la medida en la que directa o indirectamenre hay interacción social y la sociedad como tal transforma la naturaleza y se transforma a sí misma conti- nuamente. Otros autores, como Arendt, nos dan una perspec- tiva más restrictiva al incorporar la finalidad y autoconciencia de la persona que realiza la actividad de que se trate ai con- cepto de trabajo. Pero volvamos a la cuestión inicial. ¿Cómo distinguiremos trabajo de ocio y otras actividades? ¿Es el em- pleo remunerado el único trabajo? ¿Dónde termina el trabajo y empieza el hobby} ¿Son el arte y la contemplación trabajo?

Realmente hemos de llegar a un cierto acuerdo sobre el sig- nificado del trabajo si después queremos apreciar el verdadero sentido de expresiones como «civilización del ocio» o «sociedad del bienestar». Además, el trabajo es parte central en las formu- laciones de los sociólogos y economistas clásicos sobre las ca- racterísticas de la realidad social. Si entendemos el trabajo en sentido amplio, podemos conceptuarlo como el ejercicio de ac- tividades que capacitan a las personas para mantener cultural y materialmente su existencia cotidiana en el ambiente donde se encuentran. Este ejercicio de acrividades supone la actualización y desarrollo de las potencias personales en provecho propio o de otros. Naturalmente, para esta visión, el trabajo es algo más que el empleo y ahí englobamos tanto el trabajo doméstico como todas aquellas ocupaciones que la sociedad espera que sus miem- bros ejecuten bien sea por necesidad, personal o social, o bien voluntariamente pero siempre respondiendo a unos ciertos con- dicionamientos ambientales. En este sentido queremos subrayar la importancia del entorno que es lo que en cierta manera define el carácter de nuestra actividad. Es decir, el trabajo no tiene una definición unívoca y transtemporal; el trabajo es fruto también, por tanto, de una construcción social. En nuestro entorno cultu- ral esta construcción es primariamente economicista.

A ello no es ajeno que la mayoría de los estudios realizados sobre el trabajo hoy en día, casi todos en el marco conceptual de la economía neoclásica, se refieren al empleo remunerado. Y esto considerando que este tipo de trabajo tiene una historia muy limitada que no se remonta más allá de unos doscientos años. Efectivamente, estudios diversos y la investigación an- tropológica pueden presentarnos conclusiones quizá sorpren-

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dentes. En muchas sociedades con economías de recolección y subsistencia el tiempo dedicado al trabajo no pasa de 4 ó 5 ho- ras diarias, cual es el caso de los aborígenes australianos y los bosquimanos sudafricanos que siguen el estilo de vida tra- dicional. En nuestra propia tradición histórica, se tienen datos para calcular que en la Roma del siglo IV el número de fiestas al año era de 175 días. En la Edad Media el gremio de arte- sanos de París tenía sólo 194 días hábiles al año. Si comparamos esto con las 70 y hasta 80 horas semanales que llegaron a traba- jar los obreros en las fábricas de los países industrializados de Europa a mediados del siglo xix, nos damos cuenta de las va- riaciones a que ha estado sujeta la medida del trabajo a lo largo del tiempo.

Pero quizá las diferencias más importantes son culturales y apuntan a la finalidad del trabajo, algo que escapa a las consi- deraciones económicas dominantes. Podemos ver el trabajo bien como aquello que hace posible la continuidad física de la vida asegurando el nivel de subsistencia, o bien como aquello que da sentido a la vida y a través de lo cual se llega a la autorreali- zación personal. Podemos verlo como un deber penoso o como un derecho individual o social que tiene que estar amparado por el Estado. Si consideramos la escala de valores de un monje me- dieval, un yuppie o un dink neoyorquino, o un trabajador de sub- sistencia en la economía informal de una gran ciudad del Tercer Mundo, podemos obtener tres distintas acepciones del trabajo. Por eso afirmamos que el trabajo en su descripción de conte- nidos, modos y fines está socialmente construido: no existe una cosa objetiva y permanente llamada trabajo. La diferencia entre trabajo y no-trabajo raramente se refiere al tipo de activi- dad. Más probablemente esa diferencia estriba en el contexto social que reconoce y acepta la actividad humana concreta, contex- to que naturalmente varía espacial y temporalmente, y que hoy prima la remuneración sobre otras consideraciones.

Fijémonos en dos actividades que tienen tremenda impor- tancia y que invariablemente han tenido distinto tratamiento en las investigaciones referentes al trabajo en la sociedad indus- trializada. Son el trabajo doméstico y el desempleo. El término «mujer trabajadora» es ciertamente equívoco pues a la evidencia de la carga de trabajo que la mayoría de las mujeres desempeñan

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en el hogar se le ha superpuesto el fenómeno creciente de la participación de la mujer en el mercado laboral como asalaria- da. A las personas que trabajan en el hogar, por contraposición, no se les incluye a veces dentro del estatus social de trabajador. La razón está en que en una sociedad en la que el valor de las cosas viene dada por el precio, a aquellas personas que trabajan fuera del sistema de intercambios monetarios no se las consi- dera económicamente activas y por tanto su trabajo, si se le puede llamar así, carece de valor. Esto nos parece un despropósito que tiene consecuencias lejanas pues muchas de las desigual- dades que se producen en el mundo del empleo formal remune- rado, por lo que se refiere a la presencia de la mujer en ciertos sectores profesionales y dentro de ellos en el acceso a puestos de dirección, tienen su origen en una desvalorización del trabajo doméstico. El hecho de que el empleo remunerado de la mujer muchas veces tenga que acomodarse a las exigencias de un tra- bajo doméstico socialmente infravalorado hace que en muchos casos la mujer vaya sobrecargada y no pueda tener las mismas expectativas que el varón para aceptar nuevas responsabilidades ya sea dentro o fuera del hogar.

En el examen de los trabajos de investigación llevados a cabo recientemente en diversos países, se observa que a pesar de la evolución de las formas de trabajo y el cambio de mentalidad, la división sexual del trabajo imperante sigue teniendo con- notaciones patriarcales. Mientras que pueden obtenerse medias reales de 44 horas semanales de trabajo para la población mas- culina asalariada, en la población femenina se llega a las 70 ho- ras, 33 de ellas de trabajo en el hogar. Incluso en los lugares y situaciones personales donde se intenta adoptar una política o estilo igualitario, el acceso de la mujer al empleo remunerado no está acompañado de un paralelo acceso del hombre al tra- bajo doméstico y cuando éste se realiza se hace de manera tre- mendamente selectiva. Por todo esto vemos pertinente llevar a la práctica las consecuencias de la afirmación de que el trabajo es algo más que el empleo remunerado y que el trabajo domésti- co ha de ser realmente tenido como tal para los efectos de con- sideración social y práctica que todo trabajo tiene.

Un caso inverso es el desempleo donde podemos encontrar situaciones en las que se obtiene una remuneración sin nece-

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sanamente desempeñar un trabajo. Cuando una situación de desempleo masivo y permanente se pretende estabilizar de ma- nera no traumática y se acepta el desempleo como una «ocu- pación» estamos quizá llevando al límite la idea de que trabajo es igual a empleo remunerado. Esta desacertada opinión se basa en la idea de que la remuneración en el peor de los casos es una compensación por el esfuerzo realizado al trabajar o por las frustraciones que el trabajo o la ausencia del mismo pueden provocar. Aquí la diferencia entre trabajo y no-trabajo es mera- mente monetaria y se supone la centralidad exclusiva del dinero en la vida de unas personas que se autocalificarían antes como desempleadas que como jardineros, madres o enfermeras. Esta es quizá una de las mayores contradicciones de las asunciones culturales de la economía estándar, donde la centralidad del tra- bajo está enfrentada con su escasez, donde los graves traumas que provoca su ausencia se intentan remediar con compensa- ciones transitorias, y donde el desamparo de los que no tienen derecho a remuneración está acentuado por la falta de alterna- tivas a lo que estrechamente se considera un trabajo normal. No siempre ha sido así y también ahora afortunadamente están apa- reciendo situaciones que abogan por una mayor flexibilidad en el trabajo. Quizá sea pertinente ahora dar una visión retrospec- tiva sobre qué se ha entendido por trabajo para evaluar dónde estamos y en qué escenarios podemos acabar.

4.1.1. El trabajo en el período helénico

Las tradiciones greco-latina y judeo-cristiana, de las cuales es heredera la civilización occidental, han tenido distintas y con- trapuestas visiones del trabajo a lo largo del tiempo. Por lo que sabemos a través de las obras de Platón y sobre todo de Aristó- teles, en la Grecia clásica se tenía una baja opinión del trabajo en el sentido más convencional del término. La idea de un traba- jo como medio de subsistencia y por tanto de carácter más o menos necesario era considerada innoble y alejada de las condi- ciones que promueven la virtud. Por otro lado la libertad de decidir cada día la ocupación del tiempo de manera que exista la posibilidad real de dedicarse al cultivo de las virtudes, la con- templación intelectual y especialmente a la política, era conside-

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rada como un patrimonio inexcusable de todo ciudadano libre. El trabajo del ciudadano libre tenía, pues, como característica fundamental el hecho de no estar sometido a necesidad y no eran las actividades, manuales o comerciales, las que se conside- raban degradantes (podían ser incluso recomendables) sino su imposición permanente sobre el individuo. Esta mentalidad ex- plica en cierta manera la esclavitud. Los griegos entendían la esclavitud, no como se puede haber entendido en otras épocas sino de manera parecida a como boy hablamos de alguien que es esclavo de su trabajo. La esclavitud no era entonces un mecanis- mo de explotación con vista a disponer de una mano de obra barata sino más bien un intento de separar el trabajo de subsis- tencia de los requerimientos de una vida verdaderamente huma- na en el sentido de que aquello que el hombre compartía con los animales no era verdaderamente humano. Así la sociedad griega estaba dividida entre esclavos, artesanos libres y extranjeros, por un lado, y ciudadanos libres que no tenían que ocuparse de la subsistencia, por otro. La libertad se convertía en prerrogativa aristocrática, opinión que lia estado presente durante mucho tiem- po en la historia sustentada por el servilismo, la esclavitud y el apartheid.

4.1.2. El trabajo en la civilización romana

La esclavitud sigue moldeando la ideología del trabajo en Roma. Hay, sin embargo, aquí tres factores que marcan diferencias con respecto a la Grecia clásica: el aumento desorbitado del número de esclavos que hace que el esclavo pase a desempeñar como mano de obra barata y dominada uno de los pilares del sistema romano de producción y consumo; la influencia del pensamien- to estoico y el consecuente auge de una mentalidad preigualita- ria en claro contraste con el sistema esclavista; y, por último, el desarrollo del derecho romano que sienta las bases para una posible implantación de una estructura de derechos globales para un marco político universal, anticipo de las posteriores formulaciones de los derechos humanos.

A partir de estos condicionantes, con la desaparición de la esclavitud, se podrá hablar más adelante de la aparición de una mentalidad nueva que verá en el trabajo un verdadero vehículo

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de interacción social. Pero esto, en la antigüedad está todavía muy lejano. Una verdadera ideología del trabajo no puede desa- rrollarse cuando la fuerza de trabajo puede quedar totalmente privada de libertad, autonomía y dignidad sin peligro para la pervivencia del sistema. En este sentido podemos afirmar que el sistema esclavista antiguo es más una antiideología del trabajo que otra cosa.

4.1.3. El trabajo y el cristianismo

El advenimiento del cristianismo ciertamente provoca un cam- bio cultural profundo que da origen a diversas ideologías del trabajo. Tras la primera admonición paulina -—«el que no traba- je que no coma»— hecha en el marco de un igualitarismo uni- versal y al tiempo que van tomando forma diversas tradiciones al amparo del mandato del Génesis —«henchid y sojuzgad la tierra»—, del énfasis en la pobreza voluntaria o de la distinción entre vida activa y vida contemplativa, van a surgir varias teo- rías y formas de organización social que van a dejar su impronta en la historia social del mundo occidental.

Por lo que se refiere al período medieval es quizá Tomás de Aquino el exponente más significativo. Pata el de Aquino el tra- bajo es un bonum arduum, un bien arduo, una actividad respe- table y costosa pero que debe de estar en todo momento condi- cionada por las exigencias de la vida espiritual. Aunque Tomás de Aquino rescata el trabajo del estado de postración en que lo dejó su mentor Aristóteles, su visión refleja en cierta manera el dualismo medieval entre el espíritu y la materia. El trabajador podía y debía ejercitarse en el intercambio de servicios con obje- to de mejorar su vida, pero en orden a una finalidad trascen- dente. Por otro lado, la regla benedictina llamaba la atención sobre el peligro de la ociosidad y otdenaba un trabajo regular a horas fijas. El trabajo se podía imponer como penitencia y era también una disciplina que contribuía a la resignación y al forjamiento de las virtudes. Ciertos trabajos, como aquellos que practicaban la usura, de dudosa finalidad trascendental, fueron tremendamente discutidos y hasta proscritos en ciertos lugares.

Es ciertamente difícil hacer un balance general de cómo se 64 65

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entendía el trabajo en el Medievo, máxime cuando la teoría y la práctica diferían ampliamente y el grado de implementación de la estratificación feudal no parece que fuese uniforme en toda Europa. Sí parece evidente que al tiempo que las servidumbres sociales fueron dando paso a las servidumbres económicas y los centros de autoridad se fueron uniformando en torno al poder real, este empezó a dispensar privilegios a ligas comerciales y gremios lo que aceleró la aparición del capitalismo.

4.1.4. El trabajo y el capitalismo

En este punto hemos de mencionar a Max Weber y su estudio de las relaciones entre religión y cambio social. Sus investigaciones en torno a la época de la Reforma le llevaron a publicar La ética protestante y el espíritu del capitalismo, obra que a veces no ha sido correctamente entendida. Weber no quería decir que el pro- testantismo fue la sola causa dominante en la aparición del capita- lismo ni que contrariamente al espirítualismo medieval católico el «materialismo» protestante supusiese un incentivo y apoyo al capitalismo.

Weber subrayó el concepto de llamada o vocación al trabajo implícito en la predicación de Calvino, concepto al que era aje- no Lutero, quien, aunque después parece que cambió de opi- nión, inicialmente sostuvo que la adquisición de riquezas más allá de lo necesario para la digna subsistencia era un claro sínto- ma de ausencia de gracia. Los calvinistas creían que una minoría de personas estaban predestinadas al bien o al mal eterno aun- que no era posible conocer el carácter de la predestinación pues no se presentaba con signos externos. Esta creencia, según We- ber, fue cambiada en la práctica pastoral y contra los pronuncia- mientos del mismo Calvino, en el sentido de que vino a ser ne- cesario creerse predestinado y rechazar cualquier duda al respecto como una tentación. Los calvinistas pasaron así a conformar un modelo de vida de disciplina, trabajo y buenas obras, no como un medio para obtener la salvación eterna, sino como una ma- nera de reducir las dudas al respecto ante uno mismo y ante los demás.

Esta ideología —la ética protestante del trabajo— conformó, según Weber, el reclutamiento y la educación de una fuerza de

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trabajo dispuesta al sacrificio y, más importante, la aparición de una vida económica racional y de carácter burgués donde el tra- bajo duro y la vida frugal producen el ahorro y la acumulación de capital. La obra de Weber tiene puntos abiertos a la crítica, no obstante debe considerarse como una aportación importante.

Este breve recorrido histórico nos introduce ahora, ya en la época moderna, en una discusión que, no por ser antigua, es menos importante. Nos referimos a la relación entre trabajo y valor, que tiene, a nuestro juicio, gran relevancia para marcar conceptualmentc las diferencias entre el paradigma económico estándar y el paradigma socioeconómico.

4.1.5. Valor y trabajo

Ciertamente, donde más se subrayan las diferencias entre el pa- radigma socioeconómico y el neoclásico sobre el concepto de trabajo, que es el quicio donde se sostienen las diferentes con- cepciones económicas, es examinando la teoría del valor. To- mando en consideración la importancia que tiene el trabajo en la vida humana cabría esperar que toda doctrina sociopolítica o económica propusiese cierto entendimiento del trabajo como base de exposición de elaboraciones posteriores. El trabajo ten- dría que ser el punto de referencia de las distintas teorías econó- micas y también el elemento diferenciador. Sin embargo, una profunda filosofía del trabajo se echa en falta en las mayoría de las ideologías económico-políticas dominantes.

El trabajo se ha hecho depender de consideraciones de efi- cacia pragmática en la economía planificada y de las tensiones propias al sistema de mercado en la economía estándar. Toman- do en cuenta que, como dijo Schumacher, el recurso más impor- tante es la iniciativa, imaginación e inteligencia del hombre mis- mo, parece mentira que la sensatez del que produce importe tan poco al político moderno. El trabajo es, sin embargo, de capital impottancia, y dentro de ello es crucial lo que el trabajo hace o produce al que trabaja. La motivación social, la integración y participación en la vida comunitaria, la satisfacción en la em- presa y en las relaciones sociales, dependen en gran manera del trabajo. Entender el trabajo así es, por otra parte, una propuesta específicamente socioeconómica.

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Al sentido del trabajo no se le concede siempre la importan- cia que merece. El porqué y para qué del trabajo se responden casi siempre en contextos que no son del todo afortunados. La situación de irresponsabilidad que se vive en la cadena de produc- ción no es más que un reflejo de que el trabajo es entendido muchas veces como una utilidad del mercado que puede comprarse y venderse, es decir, separarse del individuo que le da sentido. La irresponsabilidad del trabajador es quizá uno de los principales problemas del sistema de producción moderno. Cuando el obje- tivo básico de todo el sistema económico es alzar la productivi- dad al menor coste, el ttabajo humano es marcado por la indesea- bilidad. Es decir, hay que ahorrarlo; es un estorbo necesario para la eficacia y el beneficio de la producción a gran escala.

El tema de la irresponsabilidad individual en el sistema de pro- ducción moderno es importante y ha preocupado a la mayoría de los estudiosos de la socioeconomía y, especialmente, a Etzioní. Se trata de encontrar un sistema o unas adecuaciones que per- mitan al trabajador participar activa y responsablemente en la producción, pero con un protagonismo propio y no delegado y que resulte en soluciones viables para la empresa misma. Todo esto descansa en un concepto del trabajo verdaderamente hu- mano, es decir, en una filosofía del trabajo coherente y lógica al tiempo que viable. En este sentido, y éste es el punto de partida, el trabajo es un concepto metacconómico. Meta económico porque no parece que deba de estar sujeto a las consideraciones de la planificación económica general, sino viceversa: es la economía la que debe de amoldarse, y esto por su propio beneficio, a una concepción equilibrada del trabajo donde pueda estar presente el ejercicio de la responsabilidad.

A nuestro juicio, constituye un error grave equiparar trabajo y factores de producción; sería tanto como anular la persona- lidad individual. Cuando el trabajo se considera como un factor de producción sin más, nos encontramos con que la estructura económica falla en respetar la independencia funcional del va- lor del trabajo humano como algo propio del individuo, y como consecuencia se pone en duda la mutua independencia de la eco- nomía y la sociología. En este sentido podemos decir que el tra- bajo tiene un fin en sí mismo y que, por tanto, hay que diferen- ciar conceptualmente el trabajo y el producto del trabajo.

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Esta diferenciación ideológica es de capital importancia, pues condiciona a la economía a buscar una teoría del valor que al tiem- po que reconoce la utilidad del mercado para la sociedad, sea compatible con el entendimiento del trabajo, como un concepto primariamente metaeconómico. Esto constituye un reto para los economistas. No es fácil convertir unos sistemas de producción orientados al beneficio, y donde capital y trabajo se consideran dos fuerzas extrañas, en un sistema de participación, responsabi- lidad y autonomía. Lo que se propone en concreto es una reconci- liación de principios entre lo que podemos llamar la concepción ideal-cualitativa y la concepción material-cuantitativa del trabajo.

El contraste entre lo ideal y lo material, por un lado, y la cantidad y la calidad, por otro, es un dualismo inherente a la moderna teoría del valor, la neoclásica, y que también está pre- sente en la formulación de Marx. La actitud material-cuantita- tiva se manifiesta en el pragmatismo de la planificación econó- mica a gran escala, que considera que los procesos económicos están inmersos totalmente en la realidad material hasta el punto de identificarse con ella. Por otro lado, la actitud ideal-cualita- tiva, claramente distinta de la anterior, trata de compensar la po- larización precedente dando unos cimientos ideológicos donde el trabajador pueda realizarse con su trabajo y no solamente con la recompensa del mismo.

Entre otras cosas, se trata de dar un análisis eminentemente materialista del proceso económico aunque quepa también una interpretación idealista sobre las bases ontológicas de la econo- mía. En definitiva, la permanencia de la bipolarización idea-materia o, lo que es lo mismo, ética-práctica, conlleva una diferencia- ción radical entre el mundo de los bienes y el comercio, que resulta de la inventiva y el trabajo humanos, y el mundo de la razón y las realidades metaeconómicas, que son las que deberían dar sentido a ese trabajo. Hay que dejar que las dos concepciones se fundan, que la economía sea capaz de explicarse a sí misma y que las ideas abstractas dejen de ser puramente autónomas. La coherencia de los planteamientos económicos, en tanto en cuan- to inciden en el mundo del trabajo, deben de respetar la funcio- nalidad del trabajo humano, lo que significa que deben hacer compatible su utilidad social con su funcionalidad personal. El modo de hacer esto posible es encontrar una teoría del valor

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que reconcilie la materia y la razón, la finalidad y la acción; en concreto: que defienda el trabajo de interpretaciones meramen- te economicistas.

4.1.6. Los clásicos

La teoría clásica del valor, propugnada por los iniciadores de la economía moderna, afirma que la medida del valor es el trabajo. El trabajo es la fuente del precio y principio de toda ley econó- mica. Para los clásicos, el precio de un bien de consumo, que hace referencia a su valor de intercambio y no a su valor de uso, debe de estar basado en el trabajo y cansancio que ha llevado a producir ese bien de consumo o en el trabajo y cansancio que uno puede ahorrarse mediante su uso. Lo primario en el precio es el trabajo que contiene el producto, que «vale» más o menos según represente más o menos trabajo.

Este precio, que puede ser llamado precio natural, debe coin- cidir además con la cantidad necesaria para amortizar las inver- siones en alquiler, salarios, materia prima y transporte del que ela- bora el bien. La riqueza de la persona coincide, por tanto, con su capacidad para trabajar, lo que incluye su preparación, eficacia y la calidad que transmite a sus productos. Estamos, por tanto, tal y como defiende Adam Smith, ante una concepción del valor que explica el origen de la riqueza a través del trabajo y donde la fijación de precios de mercado constituye una aspiración se- cundaria determinada en todo caso por el trabajo mismo.

Esta teoría del valor representa el inicio de la ciencia econó- mica y en ella está consagrado el principio de que el trabajo es el origen del valor y, por tanto, de que el trabajo es un concepto metaeconómico. Los clásicos: Adam Smith, Robert Owen, William Godwin y David Ricardo hasta cierto punto, defienden la unifi- cación de criterios entre la concepción materialista y la idealista y la idea del entendimiento del trabajo humano como un fin en sí mismo. Sin embargo, con el desarrollo posterior de la ciencia económica esta concepción no va a permanecer.

4.1.7. Los neoclásicos

De la teoría clásica del valor se pasa a la neoclásica, que es la que ha estado más en boga en el mundo occidental hasta nuestros

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días y conforma la economía estándar. La moderna teoría del valor defiende que ya que con la teoría clásica no se podía dar razón de los gustos y demandas de bienes a gran escala, es decir, que estas corrientes ni) estaban representadas en el precio, no se podía pretender que los precios reales estuviesen basados sola- mente en el trabajo invertido en los diferentes bienes.

Para los neoclásicos, la oferta y la demanda tienden a producir un precio real, que es, a su vez, un factor determinante del valor del producto. Lo que para Adam Smith era el trabajo, para los neoclásicos es el mercado capitalista. Los precios, y en definitiva, el valor son determinados por las fuerzas ocultas que presiden las transacciones económicas, que si se dejan actuar libremente y sin interferencia representan una más acertada fuente de valor que el trabajo. El valor, según esta teoría, es, por tanto, ajeno al producto en sí mismo, pues viene a depender de la situación coyuntural del mercado. Una vez asentadas estas premisas, que divorcian el valor del trabajo, se presenta el problema de expli- car las variaciones de precios.

Para los neoclásicos, si los precios cambian mientras que el trabajo se mantiene constante, no es por otra razón más que porque el valor también cambia. El valor se identifica con el precio y éste con la ley de la oferta y la demanda, es decir, con el mer- cado, mientras que el trabajo debe supeditarse a los condiciona- mientos que la venta y el suministro le imponen. En resumen, tenemos una situación donde el valor es debido a una infinidad de variables no conocidas de antemano y donde la fluctuación de precios origina una fluctuación de valor, siendo el mercado la fuerza regulatoria. Los neoclásicos, pues, solucionan el problema de encontrar una justificación a las variaciones de precio en el mercado abierto, rechazando la explicación dada por Smith so- bre el origen del valor y desviando, como aconsejan los neoclá- sicos, el centro de gravedad del sistema económico del trabajo al mercado. La puerta quedaba abierta también para establecer una distinción perpetua entre la etica y la práctica económica

4.1.8. Marx

Marx, por otro lado, también corregiría a Smith. Para Marx, que no podía aceptar las explicaciones de los neoclásicos, el proble-

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ma de cómo encontrar una explicación lógica a la variación de la razón trabajo-precio en los distintos productos representaba también una separación de los postulados de Adam Smith. No obstante, Marx no podía aceptar una explicación que no consi- derase el trabajo como única fuente de valor. Él tenía que reco- nocer el carácter finalista del trabajo y al mismo tiempo salvar el escollo de la determinación del precio en el sistema de mercado, que se consideraba necesario (para Marx, el capitalismo era tan necesario como superable).

Así, para formular una teoría del valor que diese al trabajo el carácter determinante como única fuente de riqueza, Marx introduce el concepto de trabajo acumulado bajo el que se agru- parían todos esos factores no estrictamente laborales, como cooperación, tierra y capital. De este modo, y gracias al nuevo con- cepto, la valoración en el precio de mercado de los bienes de consumo, que no podía ser explicada directamente por el trabajo, en el sentido que había dado a este término Adam Smith, debía explicarse utilizando el concepto de trabajo acumulado, que en la mayoría de los casos se refería al capital antagónico. Según esta explicación, el trabajo es todavía la fuente del valor, pero no el trabajo directo, como señalaban los clásicos, sino también el abstracto e indirecto, que no es exactamente cualificable. En resumidas cuentas, vemos que, como ocurría con los neoclásicos, la búsqueda de una coherente teoría de precios en el mercado nos lleva a abandonar los postulados clásicos y, en concreto, el dejar de considerar al trabajo personal directo como la única fuente del valor.

Vista un poco la evolución y el rechazo que ha tenido la teoría del valor de los economistas clásicos, nos damos cuenta de que la concepción del trabajo directo como determinante del valor y del precio, y la idea de la funcionalidad del trabajo y la disociación entre trabajo y cosa trabajada mueren con la imposi- ción de las leyes del mercado sobre el individuo que trabaja. Éste es también uno de los momentos clave para estudiar la pér- dida relativa de poder por parte del individuo que trabaja frente al sistema en el que trabaja.

El reto que tiene la sociedad contemporánea si quiere vol- ver a dar al trabajo un sentido como vehículo de realización personal es precisamente tratar de ver en él la verdadera fuente

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de valor. Cómo pueda hacerse esto tras una larga experiencia de predominio de ideas neoclásicas constituye uno de los más atrac- tivos dilemas de la economía futura.

4.1.9. El trabajo y los inicios de la sociología

Vayamos ahora al trabajo en sí mismo. Nos parece que una discu- sión sobre el concepto de trabajo, vista la importancia que tiene en los fundamentos de la economía y en la conformación de sociedades, es tremendamente pertinente. Lo que pretendemos es ilustrar la necesidad mutua y la dependencia que tienen la sociología y la economía. Para ello utilicemos a los clásicos de la sociología.

Los sociólogos clásicos y en concreto esos padres fundadores que forman la troika sociológica por excelencia: Marx, Dur- kheím y Weber, tuvieron todos ellos una concepción del trabajo que en su mayor parte derivaba de los presupuestos sobre los que se discutía el advenimiento de la sociedad industrial o el sistema de producción y consumo capitalista. De las similitudes y dife- rencias que se podían apreciar en estos presupuestos surgirían diferencias en la concepción del trabajo.

Para Marx lo que diferencia esencialmente a la especie hu- mana de las demás es la capacidad que tiene aquélla de producir los medios para su propia subsistencia y mejoramiento material. El mundo del trabajo encierra el secreto y nos da los indicadores para saber si una sociedad está o no encaminada a la liberación, bienestar y atmósfera de felicidad a que está llamado el ser huma- no. El análisis de la sociedad contemporánea y más en concreto el sistema de producción y consumo capitalista y no el indus- trialismo en general representa para Marx un grave obstáculo para la consecución de esas metas. Por eso Marx distingue entre objetivación y alienación.

Objetivación es el producto del trabajo que el hombre hace a partir de la materia prima que conlleva la creatividad de los productos y al mismo tiempo está separado de él conccptual- mente. La producción de bienes es necesaria para la vida social, el sostenimiento de la estructura material sobre la que se asienta, y también para la autorrealización del potencial humano. Sin embargo, dice Marx, en el sistema de producción capitalista, o

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sea donde los bienes de producción están detentados por una minoría, donde la mayoría sólo dispone de su fuerza de trabajo, y donde la producción está orientada al lucro a través del mer- cado, el resultado no es la objetivación sino la alienación, es decir la imposibilidad de la autorrealización a través del trabajo y por ende la imposibilidad de la realización humana misma.

Marx sólo analiza un tipo de trabajo, el trabajo asalariado, que tiene lugar en el seno de la factoría industrial o en los cam- pos de labor y naturalmente pasa un poco de largo sobre todas las otras formas de explotación que no tienen su origen en la clase social. En definitiva, si bien Marx intentó un enfoque metaeconómico del trabajo, vino a obtener una teoría socioló- gica de la factoría industrial. A pesar de ello su aportación ha sido y es tremendamente importante para entender en sus justos términos el concepto de trabajo.

La contribución de Emite Durkheim a una teoría del trabajo se deriva fundamentalmente de sus elucidaciones en La división del trabajo social. Inicialmente Durkheim se pregunta por la función o papel que tiene la división del trabajo en la sociedad en cuanto elemento persistente o, lo que es lo mismo, a qué necesidad corresponde. La respuesta inmediata parece ser; la de aumentar la fuerza producida y la habilidad del trabajador. Sin embargo esta ley se cumple en ámbitos más amplios que el econó- mico y, por tanto, la respuesta de los economistas, y concreta- mente de Marx, en este campo no puede sernos suficiente. El principal resultado de la división del trabajo desde el punto de vista social no es que aumentase el rendimiento de las tareas divididas, sino el hacerlas más solidarias.

La división del trabajo sirvió para integrar más la sociedad a fuerza de diversificarla funcionalmente. En consecuencia, la división del trabajo va más allá de lo económico, pues estriba en el fondo en los modos de cohesión social que imponen los diver- sos tipos de solidaridad. Esta última es un fenómeno totalmente ético que se revela en sus manifestaciones jurídicas. Éstas co- rresponden a dos tipos fundamentales de solidaridad que, a su vez, determinan dos tipos extremos de sociedad: la «solidaridad mecánica» y la «solidaridad orgánica». La solidaridad orgánica, que se da en las sociedades modernas, afirma la sociedad frente al individuo en el sentido de que el individuo tendrá una fun-

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ción social más claramente definida y precisa. En este sentido, la «solidaridad orgánica» constituye para Durkheim, a la vez, un diagnóstico de las tendencias propias de la nueva sociedad y un ideal al que siempre hay que tender.

La división del trabajo, la especialización funcional, el modelo de vida asociativo más que comunitario (o, lo que es lo mismo, basado en la libre contratación y no en el miedo a la sanción penal, propio de la «solidaridad mecánica») vigoriza a la sociedad moderna, dotándola de unidad y diversidad al mismo tiempo. Sin embargo, Durkheim era consciente de que no existía (ni proba- blemente podría existir nunca) una «solidaridad orgánica» per- fecta. En concreto, Durkheim destacaba una serie de factores de crisis que le preocupaban: enfrentamiento entre empresarios y trabajadores, con la consiguiente quiebra del progreso económi- co; exceso de especialización científica y pérdida del horizonte teórico-moral en la investigación; defectos de organización so- cial y crisis de los valores. Estas disfunciones producirán anomía y tienen su causa remota en la división del trabajo moderno.

Una diferencia de planteamiento entre Marx y Durkheim ca- bría recalcar. Mientras que la crítica marxiana al sistema de división del trabajo en el capitalismo primitivo podría parecer afín a la interpretación de Durkheim de los efectos patológicos de cierta división del trabajo, la alternativa marxiana apuesta por una reintegración de las habilidades y la durkeimiana por la expansión y profundizacíón del sistema de especializaciones de acuerdo con las naturales inclinaciones de cada individuo. Durkheim veía que era posible superar las consecuencias anó- micas de la división del trabajo y encontrar un trabajo u ocu- pación no forzada, en la que se pudiesen valorar los méritos individuales, mediante alguna forma de instituciones o corpo- raciones que sirvieran de puente entre las partes concernientes. En este sentido el optimismo de Durkheim se contrapone al pesimismo marxiano. Sin embargo, para Durkheim, como para Marx, el trabajo está del todo sujeto al tipo de organización social y también para los dos tiene cierto aspecto mesiánico: para el primero como forma de cimentación de la solidaridad (orgánica) y para el segundo como plasmación de cierto iguali- tarismo social. Estos planteamientos son claramente ajenos al entendimiento neoclásico del trabajo.

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La grandeza del descubrimiento de Max Weber sobre los orí- genes del capitalismo radica precisamente en demostrar que re- sulta posible una enorme y estrictamente mundana actividad sin tener que preocuparse o disfrutar del mundo, actividad cuya motivación más profunda es, por el contrario, el interés y pre- ocupación por el yo. La alienación del mundo, y no la propia alienación, como había creído Marx, ha sido la marca de con- traste de la Época Moderna. Efectivamente, la Época Moderna ya no sólo se caracteriza por la pérdida de la certitudo salutis, de la certeza de la salvación, que es lo que en opinión de Weber realmente cambia ía estimación del trabajo en la sociedad y por tanto propicia el nacimiento de una nueva ética, se trata tam- bién de una sociedad en contradicción con respecto al valor del trabajo mismo.

La interpretación weberiana de esta situación se centra en el redescubrimiento del peso de la individualidad en el sentido de que la acción humana individual tiene consecuencias inintencionadas pero relevantes para la configuración del entorno socioculturai. Si a esto añadimos el énfasis que pone Weber en el desarrollo de la burocracia y en el proceso de racionalización, tenemos quizá los principales elementos propios de la concepción del trabajo de Weber.

Para Weber en el lugar de trabajo confluyen no sólo una necesidad económica sino también la aceptación de una ética de trabajo y de una autoridad burocrática. Esto construye un sis- tema de relaciones flexible y estable al mismo tiempo donde cada individuo se posicíona socialmente de acuerdo con unas perspectivas de movilidad y sus circunstancias de prestigio, ingresos, etc. No estamos, como en Marx, ante una estructura de trabajo alienante en un sistema que no facilita el acceso del trabajador a la propiedad de los medios de producción. Para Weber las características de! trabajo no están supeditadas a los condicionamientos de clase en el sentido marxiano del término. El concepto de clase y la estratificación social weberiana son mucho más amplios. Por eso su visión del trabajo humano es que éste está menos determinado por agentes externos que en la visión de Durkheim y ciertamente que en la de Marx.

La movilidad y flexibilidad presentes en la estratificación social weberiana dejan ciertamente al trabajo una gran amplitud de

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maniobra aunque la fuerza de los aspectos organizativos (racio- nalidad y burocracia) y culturales (ética protestante, etc.}, por otro lado, marquen la actividad productiva con unos condiciona- mientos claros si bien no pueden considerarse como determi- nantes extrínsecos. En este sentido Weber no se esfuerza en cons- truir una teoría metaeconómica del trabajo, un deber ser de la actividad laboral. Más bien centra sus esfuerzos en analizar y separar las características del trabajo moderno en la medida en que a través de él se manifiesta la acción social. Esto lo vemos perfectamente lógico dentro del enfoque weberiano cuando con- sideramos las dificultades inherentes a mantener una actitud neutra con respecto a los valores, una de las exigencias de Weber en la tarea del sociólogo, al tiempo que dar un juicio de finalidad sobre la actividad laboral.

Las aportaciones de Weber en la consideración del trabajo nos son muy útiles. Algunas de sus elucidaciones sobre el trabajo de la antigüedad nos parecen aplicables al estado de alienación cultural en que viven muchas masas humanas en la gran urbe moderna. En este contexto, la expresión weberiana, «pensionó- polis de un proletariado de consumidores» es tremendamente acertada. Por otro lado, toda su elaboración sobre la ética del trabajo ha tenido una influencia capital en la investigaciones de muchos sociólogos e historiadores contemporáneos y con- tinúa siendo un punto de referencia fundamental. También para la socioeconomía, en la medida en que asume que la ligazón entre ética y ordenamiento económico vertebra y condiciona los comportamientos humanos.

El recorrido que acabamos de hacer, aunque pueda haber parecido prolijo, nos ha enseñado algunas cosas importantes; principalmente dos. Por un lado, la finalidad del trabajo y la valoración del mismo determinan y conforman culturas; por otro, la sociología es muy necesaria para la economía. Éstos son te- mas capitales en la formulación del paradigma socioeconómico.

4.2. El ejercicio del poder. El comunitarismo

Los seguidores del paradigma neoclásico afirman que las orga- nizaciones empresariales y otros actores económicos no tienen

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poder sobre el mercado sino al contrario: es el mercado el que dicta las formas de funcionamiento. La socioeconomía, por el contrario, reconoce la ccntralidad del juego de poderes que con- forman y moldean los mercados. Un análisis de los procesos so- ciales de legitimación de poderes es un requisito previo para poder entender los mecanismos de formación de identidades en el ejercicio de las operaciones mercantiles. Trataremos de ver ahora cómo los sujetos económicos ganan o pierden poder a través de los comportamientos legitimados por el sistema vigen- te de producción y consumo.

Realmente no se dan intercambios económicos entre iguales: un centroamericano necesita trabajar cuatro veces más usando el mismo capital que un norteamericano si quiere comprarse un coche fabricado en Norteamérica, mientras que un norteame- ricano trabajará sólo un cuarto de lo que un centroamericano si desea adquirir un coche de la misma clase pero fabricado en Centroamérica. Pero, aparte de esto, el poder no sólo se ejerce sobre el mercado con medios económicos: los actores económi- cos más poderosos también usarán su capacidad de persuasión sobre la esfera política para que la legislación les favorezca. Es un hecho que los procesos económicos están profundamente influenciados por grandes corporaciones, sindicatos y grupos de presión y que no siguen los dictados del mercado linealmente. La imagen de competición perfecta que tienen y con la que tra- bajan los neoclásicos no se ajusta a la realidad.

De esto se sigue que, al menos si consideramos el punto de vista de la realidad de los intercambios mercantiles, la compe- tencia, o la tan manida eompetitividad, tiene una gran carga larvada de conflicto, y no solamente conflicto económico sino también social. La supuesta competencia libre está enmarcada por normas legales y por instituciones y mecanismos políticos y sociales que trabajan con cierta autonomía pero que también interactúan entre ellos. Este marco puede actuar muy poco, en- trar en contradicción interna, o ser incapaz de ejercer su misión reguladora y protectora de lo que se llama con cierto eufemis- mo libre competencia, pero también puede sobreactuar hasta el punto de suprimirla. Mantener el equilibrio entre los dos ex- tremos es fundamental. Pero para ejercerlo es de suma impor- tancia situarse en el eje de la realidad y no usar abstracciones o

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simplificaciones. Suponer que las relaciones de poder en el mer- cado pertenecen sólo a la esfera económica es una más de las simplificaciones de la economía neoclásica: la política, más que la economía, es un factor clave en el entendimiento de este pro- blema.

Bien es cierto que los neoclásicos afirman que la esencia de la competencia perfecta es la máxima dispersión de poder (Sti- gler). Pero no tienen en cuenta el «poder añadido» del bene- ficio económico. Incluso cuando la economía estándar nos ha- bla de las organizaciones industriales o de la concentración económica, todavía trata a la economía como un mundo aparte de la política, no contaminado por la ambición de poder. Na- turalmente este análisis deja mucho que desear. En la medida en que la utilización del poder político por el económico es ignorado, en esa medida se ignora también el «poder añadido» que representa la obtención de beneficios excesivos y, al mismo tiempo, se acepta, porque no se quiere ver, la corrupción. De hecho, la separación conceptual que hacen los neoclásicos en- tre política y mercado, rinde una nueva simplificación: la de aceptar la irrealidad del reparto equitativo del poder mediante el sufragio universal y, por tanto, considerar a la democracia como un «estado» y no como un proceso en el que hay que profundizar continuamente.

Quiere esto decir, que si los actores económicos actúan políti- camente, el proceso de profundización democrática también debe de verse como un objetivo a alcanzar en la esfera económica. Aunque de esto hablaremos en el siguiente punto, conviene ahora repasar de que manera podemos iniciar un proceso de profundi- zación democrática y, para ello, es preciso ver cómo han evolu- cionado las estructuras de poder en los últimos años.

En tres imágenes podríamos recorrer el siglo XX. La primera nos da una estructura jerarquizada donde la concentración de poder equivale a una concentración de propiedad. Es la situa- ción de principios de siglo y que da lugar a las revoluciones sociales como las de Rusia y España, que aspiran a invertir la pirámide distribuyendo la propiedad y por tanto generalizando el poder. En esta situación la manera de escalar puestos en la escala social era el acceso a la propiedad, primero rural y después industrial, a través de mecanismos relacionados en su mayor parte

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Estructura jerarquizada Poder personal Poder = propiedad

Estructura dual Poder impersonal: de situación Saber instrumental Poder = saber de manejo

Kstructura amorfa Poder sistematizado Comunidad de desposeídos

con la oportunidad y no con el mérito o la capacidad. El poder tiene naturaleza personalizada y se ejerce a través de la libertad de arbitrio o de la benevolencia de los que lo detentan. La par- ticipación, el protagonismo social, el poder de discreción, son máximos en el vértice y mínimos en la base.

La segunda imagen nos da una estructura dual. El acceso al poder lo da ahora también un nuevo factor: el conocimiento,

entendido como capacidad de manejo y no como sabiduría. Los sin-poder son los que están alejados de las estructuras que facili- tan la experiencia de manejo. La naturaleza del poder es mucho menos personalizada. Existe un poder sistémíco que funciona por inercia y que es muy difícil de orientar. La fuerza del pro- greso, la implantación de las nuevas tecnologías, las grandes cor- poraciones transnacionales, representan la punta de lanza de esta fuerza impulsiva que va despersonalizando el poder al ritmo que consolida la implantación del sistema de producción y consumo dominante y la cultura que lo ampara. La integración en las estructuras de poder no necesariamente da poder a individuos concretos que son, cada vez más, instrumentos y no conducto- res del sistema de reparto de poderes a nivel mundial. Es la si- tuación que cada vez se consolida más en los países llamados desarrollados.

Por último, la tercera imagen, nos presenta una estructura de poder amorfa, sin vértices, donde todo el poder pertenece al sistema, donde el conjunto de la población pertenece a los sin- poder, y donde el ejercicio del poder de discreción es mínimo. Esta es la situación que podemos entrever como más probable de entre los posibles escenarios de futuro.

Naturalmente, todo este discurso aboga por una propuesta de soluciones. Es aquí donde la socioeconomía deja paso al comu- nitarismo. El comunitarismo, tal y como ha tratado de explici- tarlo Etzioni, es una invitación a la acción; nada más. Algunos que han intentado ver más que eso, incluso una tercera vía po- lítica, han malinterpretado las ideas de Etzioni. Éste, al pasar a la acción, se ha sumergido en el entorno social americano y ha desarrollado propuestas para ese entorno que no son, ni mu- cho menos, universalizables. Para entender el comunitarismo, no hay que explicitar las propuestas que con ese paraguas ideo- lógico se han hecho en otro país; hay que tratar de comprender y contextualizar la situación del actor humano en el marco cul- tural en que vive que es global, societal y normativo. Vamos a intentar hacer esto desde la perspectiva del análisis social.

Para ello no tenemos que hacer referencia al gran debate filosófico de nuestro tiempo entre libertarios y comunitarios. No pensamos que la filosofía actual, al menos la filosofía aca- démica dominante en las universidades occidentales, esté prepa-

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rada para ello. Resulta paradójico que la disciplina que quizá más disponibilidades innatas tenía para la reflexión sobre los problemas estructurales que afectan a la globalidad social —la filosofía— esté sumida de un tiempo a esta parte en una situa- ción que podíamos llamar de perplejidad crónica, acentuada so- bremanera después de los sucesos de 198.9. Nuestra reflexión acerca de este alejamiento de la filosofía del mundo parte de la constatación de dos premisas. Una es lo que podríamos llamar el prejuicio metafísico y la otra la llegada a los límites geográfi- cos definitivos.

Desde principios de la Edad Media, la filosofía ha tenido un tinte monacal, del que incluso tras la Ilustración no pudo des- prenderse, y que se manifiesta en el esfuerzo por mantener como eje de sus elucidaciones la constitución ontológica del ser; se contemplaba fundamentalmente una persona aislada —sola— en relación con su creador. Ésta es la línea que va de Boecio a Descartes y que perpetúa en nuestros días de alguna manera el individualismo metodológico. La soledad, el aislamiento y la autonomía, y por consiguiente los nuevos asentamientos y la expansión geográfico-espacial de los ámbitos sociales eran posi- bles. El individuo tenía una autonomía histórica constatada. Sin embargo, fenómenos sociales modernos como el proceso de urba- nización, la globalidad económica y mercantil y el estancamien- to geopolítico que han llevado a algunos a acuñar la expresión «el fin de la historia» y elucidar sobre ello (Fukuyama, Novak), han deparado una realidad sociológica que antes sólo estaba la- tente.

Efectivamente, lo realmente radical del sujeto humano no es sólo que sea, sino que también coexiste. La identidad planetaria es la más palmaria de las identidades humanas y este elemento parece que haya aparecido en la historia cogiendo a la filosofía académica totalmente desprevenida. El hecho de que estamos juntos —todos— compartiendo un mismo destino, todavía no ha calado entre muchos de los que se dedican a interpretar los signos de los tiempos.

Algunos quizá se han aproximado más que otros en la inter- pretación de estos fenómenos nuevos. Ulrich Beck y Anthony Giddens han sido especialmente brillantes. Sin embargo sus teorías sobre la destradicionalización y la modernidad reflexi-

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va no acaban de explicar la verdadera naturaleza de los pro- blemas con que nos enfrentamos. Si bien algunos de sus diag- nósticos son válidos, a nuestro entender les pierde su «progre- sismo» en el sentido político del término. Ambos autores sostienen ' que en la misma modernidad encarnada por el actual sistema de producción y consumo están los gérmenes de superación de su decadencia. La modernidad reflexiva sería una especie de auto- destrucción creadora de la civilización industrial por la civili- zación industrial con una apuesta de futuro arriesgada pero in- negable. La superación de los problemas modernos pasaría por una radicalización de la modernidad como sistema y como esti- los de vida en un enfrentamíento de la modernidad con ella mis- ma, deparando una edad de riesgo y ambivalencia, pero tam- bién de progreso y autorrealización.

Una cierta parte de este análisis es válida. Particularmente Giddens acierta sobre el hecho de que vivimos en una sociedad postradicional, y sobre el momento de crisis de civilización en que nos encontramos. Sin embargo, su concepto de reflexívidad no nos sitúa en el contexto apropiado. Él habla en sentido cultu- ral y paradigmático, cuando hay que referirse al sujeto, que es el que anda perdido (alienado). Por eso, más que de reflexividad, hablamos de autorrcflexividad, y no en el sentido social sino individual. Para contextúa!izar al sujeto contemporáneo y apre- ciar que lo que realmente le ocurre es que ha perdido su comu- nidad, distingamos tres referentes antagónicos, aquello que dis- tingue al individuo temporal y cspacialmente y lo sitúa en su contexto histórico-vital: el pasado, la naturaleza y el futuro. Lo que pretendemos ver es que ninguno de estos referentes están culturaimente activos. El comunitarismo intenta reacti- varlos.

El pasado, efectivamente, ha dejado de existir como categoría vinculante para el establecimiento de un cierto continuismo dia- crónico. Estamos ciertamente en una sociedad postradicional en el sentido de que los hechos modernos marcan un antes y un después en la historia que permanecen inconexos. Como muy bien afirma Giddens, los aspectos meramente formales de la tra-

1. Cf. U. Bcck, A. Giddens y La,sh, Refkxive Modertiizatkm, Polity Press, Cambridge, 19.94.

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dición siguen vigentes, pero la repetición de actos en que queda genera comportamientos compulsivo-adictivos sin entronque y ligazón con el pasado. De ahí la proliferación moderna de ciertas patologías culturales que pueden explicarse también como conse- cuencia de la multiplicación de fenómenos anómicos (Durkheim).

Por otro lado, la naturaleza también ha desaparecido como referente antagónico en el sentido de que la hemos absorbido y ya no está fuera de nosotros. La hemos incorporado al mercado. La naturaleza claramente ha dejado de ser una espectadora del paso del hombre por la historia para convertirse en patrimonio de una forma de entender la vida que caracteriza a la moder- nidad. Nunca antes el entorno natural ha estado tan sujeto a nuestras decisiones y omisiones.

Por último, el futuro también ha dejado de existir en sentido sociológico. Hemos consumido el bagaje acumulado por gene-

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raciones pretéritas para nosotros y las futuras generaciones, hasta el punto que las referencias de futuro dejan de tener conside- ración, incluso para el probable lapso de tiempo de la propia vida. La pérdida de sentido del ahorro y la búsqueda de la grati- ficación instantánea son actitudes paradigmáticas en este con- texto que reflejan la idolización del hoy y el ya. Por eso pode- mos caracterizar nuestro entorno cultural por el aumento continuo, sostenido y exponencial de la velocidad, como si quisiésemos consumir todo el tiempo en un instante controlado. Es también la velocidad de implantación y generalización de comodidades; pensemos en el relativamente largo tiempo que llevó la radio, después la más rápida proliferación de la televisión, y ahora el veloz desarrollo del internet. Efectivamente, el futuro, como el pasado y la naturaleza, tampoco cuenta para los que entrega- dos al demonio de la velocidad se obsesionan por olvidar el ayer en un continuo escape hacia el vacío.

Perdidos los referentes antagónicos, estamos solos, somos juntos: todo es yo. Esto es la autorreflexividad; el mimeísmo (yo-mi-me-para mí-conmigo). Es una especie de soledad cosmo- lógica a la que se ha llegado por atrofiamiento de la capacidad de comunicarnos con cualquier tipo de alteridad. Es una mues- tra de supina intolerancia con lo diverso y de egoísmo mayestátíco.

Lamentablemente, el diagnóstico que hacemos es más clara- mente detectable en aquellos que están sujetos todavía al proce- so de socialización y tienen menos independencia crítica. A nuestros más jóvenes se les ha robado la juventud convirtiéndolos en una generación clónica horizontalmente, y quizá verticalmcnte, en la primera generación mimética de la historia.

Este análisis no es pesimista. Y no lo es porque las carencias y defectos que denunciamos están intrínsicamente ligados a un sistema de producción y consumo determinado que llamamos capitalismo neoliberal, que es heredero del neoclasicismo eco- nómico y del individualismo metodológico, y que no es, ni mu- cho menos, irreemplazable.

A fuer de ser realistas enfatizamos que el lugar idóneo de este reemplazo necesario está en nuestro interior. Ante la apa- rente solidez del presente sistema mundial de producción indus- trial caben alternativas viables, sobre todo si reconocemos que este gran mercado global en el que estamos encerrados requiere

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y necesita la aquiescencia de los clientes. En la medida en que sepamos sustituir en nosotros unos valores por otros, en la medida en que seamos capaces de salimos del sistema vigente, como consumidores, espectadores, etc., en esa medida le quitaremos poder. La interiorización de un sistema alternativo es previa al cambio paradigmático si éste ha de manifestarse y exteriorizarse social, económica y políticamente. Ciertamente, estamos hablando de estilos de vida.

Más adelante hablaremos del empowerment (recuperación de poder) como vehículo apropiado para restar protagonismo al sistema dominante. Lo que estamos diciendo es que el cambio paradigmático no se ventila en una sustitución de sistemas, en una propuesta teorética por una cosmogonía alternativa, sino en una razón procedural que implica necesariamente al sujeto pensante. Lo importante en este sentido no es qué sistema se propone sino qué sistema se asume. Lo que, traducido en estilos de vida, supone unas implicaciones valorativas claras resumidas en lo que hemos llamado la sustitución bipolar, asumida en el propio estilo de vida, de la competitividad y el afán de beneficio por la austeridad y el espíritu de servicio.

Ésta, quédenos claro, no es una propuesta aislacionista sino esencialmente comnnitarista y vinculante. La desmembración del espíritu comunitario, de lo que se ha llamado la face to face society, tuvo como causa la adquisición por ios individuos de la cultura que ya había adquirido la superestructura (capitalista) que nace de la revolución industrial. Ahora proponemos reco- rrer el camino en sentido inverso en el convencimiento de que: a) la asunción de estilos de vida alternativos tiene una repercu- sión social, y b) la razón de la asunción no está en una ética de los resultados (el cambio de estilo de vida se justificaría sólo en la verosimilitud de un cambio global y sistémico), sino en la ética de la coherencia (la interiorización tiene justificación propia).

Naturalmente estamos advocando una participación alter- nativa y por tanto fuera de los cauces normales por donde se desarrolla la dinámica de la actividad política formal. Es la so- ciedad civil o el mundo de la subpolítica, en lenguaje de Beck, el que debe enmarcar el desarrollo de los nuevos estilos de vida, que a nuestro juicio deben de institucionalizarse en dos senti- dos. Uno, reflexivo, entendido como autoafirmación y conven-

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cimiento suficientes para mover a una acción continuada ininte- rrumpidamente. Otro, recíproco, entendido como mecanismo de relación vinculante con otros agentes en tipos de acción co- lectivamente asumida. No podemos olvidar, para terminar, que ei propio elogio interno del contenimiento que supone el cam- bio bipolar antes mencionado es la base del renacimiento de la esperanza colectiva ahora perdida y que el comunitarismo in- tenta recobrar.

4.3. La sociedad civil

Retomemos ahora el discurso propiamente socioeconómico para tratar de conjugar al mismo tiempo la descripción que hemos hecho sobre las estructuras de poder, con la viabilidad de cierto tipo de acción social. No cabe duda de que la tarea de encontrar un equilibrio entre la convicción de la necesidad de encapsular la actividad económica dentro del marco de las relaciones so- ciales en general y de la acción política en particular, con la preservación y potencialización de los poderes de discreción de los actores individuales y colectivos, será difícil. Sin embargo, podemos llegar a algún tipo de consenso de principios sobre lo que la socioeconomía ve como los principales obstáculos para la elaboración de una teoría plausible de la acción social. Nos centraremos en dos de estos obstáculos.

El primero de ellos es de naturaleza teórica. Se trata del enten- dimiento mismo del concepto de democracia. Vista la exposición que acabamos de hacer sobre la naturaleza del poder, se com- prenderá que la socioeconomía considere altamente relevante para no vaciar de contenido una noción tan importante para la modernidad, que la democracia no se considere «alcanzada» con la consecución del sufragio universal en el marco de un sistema parlamentario pluralista. Más bien, al contrario, contentarse con sólo eso y no poner atención en las formas de ejercicio de poder que emanan de la actividad económica, de los privilegios adqui- ridos en el marco de la globalidad circundante, o de las formas supranacionales de actuación, es ignorar gran parte del poder añadido a instituciones no representativas y del poder restado a los sujetos individuales.

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Es aquí cuando volvemos a traer a colación el término inglés empowerment, como sinónimo de «empoderizamiento»: la ac- ción de recuperar cuotas de poder detentadas bien por sujetos colectivos ajenos a la discrecionalidad del individuo o por el sistema en sí mismo. Esta recuperación no es consecuencia de una pérdida de algo que se tenía antes, simplemente es la cons- tatación de que continuamente se crean nuevas esferas de poder a través del avance tecnológico y del estrechamiento del mundo por el proceso de globalización económica, que sólo muy in- directamente están sujetas a control democrático. Por eso la de- mocracia ha de entenderse, en un contexto sujeto a cambio con- tinuo, como un concepto dinámico. Así los nacientes poderes son continuamente sumergidos en el baño democrático para impedir la consolidación de estructuras anónimas de carácter oligárquico en sus formas de actuación externa. En teoría, pues, un sistema democrático sería un sistema que trabaja continua- mente por repartir poder entre los individuos que son sus suje- tos activos o pasivos.

Esto conlleva dos líneas de actuación principales: la que apunta a la democratización de sistemas no estrictamente políticos, como los económicos en la visión neoclásica, y la que lleva a la im- plementación de formas de democracia inclusiva, que veremos al comentar el segundo obstáculo (la fragmentación) con que nos encontramos para elaborar una teoría plausible de la acción social. En el primer caso, nos referimos a la democracia indus- trial que es una de las áreas prioritarias de actualización demo- crática si venios a la democracia como un proceso y no como un estado fijo. Efectivamente, como también ha afirmado Hazel Hen- derson, las formas de retroalimentación de individuos en or- ganizaciones complejas son los precios y los votos; pero ambos al mismo tiempo. Sustraer del control democrático a las empre- sas, por ejemplo, es restar capacidad de retroalimentación a los individuos. Cómo ese control puede ser ejercido está abierto a discusión, pero lo que parece innegable es que las personas afec- tadas, tengan o no relación laboral con la empresa, deben tener voz y voto en las decisiones empresariales que les afectan, como pueden ser, a título de ejemplo, la localización de plantas indus- triales. Más todavía si se da una relación laboral. Es quizá este campo uno de los más necesitados de estudio y repíanteamien-

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to. Es un tema éste, por otra parte, muy querido por la socioeco- nomía, porque afecta a un valor moral que hay que recuperar cual es la responsabilidad social o colectiva.

En las empresas y otros actores económicos preponderantes la responsabilidad social es ejercida por los dirigentes, por el poder, en función de criterios mercantiles. Esto es un engaño. El ethics pays, o la idea de que tener comportamientos éticos com- pensa económicamente a las empresas, además de no ser verdad en la mayoría de los casos, esconde un cierto prejuicio anti- democrático. Las responsabilidades colectivas sólo pueden ser ejercidas colectivamente en la medida en que existan formas gc- nuinas de compartir el poder por los que participan de esas res- ponsabilidades. Sólo en la medida en que se tenga poder de dis- crecionalidad se es responsable, lo que traducido al lenguaje de la empresa se lee como que la participación es la puerta de ac- ceso a la corresponsabilidad.

La literatura sobre participación y democracia industrial es muy extensa, y en castellano podemos mencionar particularmente al profesor A. Lucas2, sin embargo, la realidad de la participa- ción va encogiéndose cada vez más debido a dos factores princi- pales. El primero es la falta de democracia industrial en el país cuya cultura ampara a las empresas más importantes del pla- neta, los Estados Unidos, que contando con un índice envidiable de democracia formal, adolece de cultura democrática empresa- rial. El segundo es el relativo poco éxito de las empresas demo- cráticas por excelencia en su tarea de convencer sobre las virtu- des del sistema de autogestión interna y de reparto de poder real; nos referimos, naturalmente, al Grupo Cooperativo Mon- dragón y a los Kibbutzim. Bien es verdad, sin embargo, que es- tas dos iniciativas sociales se han desarrollado en el seno de una cultura de relaciones mercantiles mayoritaria y culturalmente adversa a nivel global, cosa que con la puesta en cuestión de la racionalidad económica neoclásica está hoy cambiando, lo que les puede augurar un futuro más exitoso en este cometido e impul- sar su rol ejemplificados

El otro gran obstáculo para el ejercicio responsable de la acción social es la fragmentación. Este ya no es un obstáculo

2. Cf. La participación en el trabajo, Lumen, Buenos Aires, I 995.

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teórico sino eminentemente práctico. La fragmentación se ha producido, fundamentalmente, a dos niveles. Por un lado, el pro- ceso de fragmentación de las unidades de producción en el sis- tema económico dominante ha ido en aumento en los últimos años. Por otro, la fragmentación social también ha aumentado con el incremento de los niveles de desigualdad.

La fragmentación productiva es consecuencia del proceso de especialización en que culmina la nueva división del trabajo que acaba por introducir, de manera más acendrada cada vez, la implementación de las nuevas tecnologías. La praxis del siste- ma continuo de producción se ha perdido, lo cual hace extrema- damente compleja la idea de visionar un proceso completo de transformación de bienes y, sin esa idea, es prácticamente impo- sible, delimitar responsabilidades colectivas para el conjunto de ese proceso. Con la superespecialización es ciertamente difícil cimentar lazos de corresponsabilidad.

Consideremos, por ejemplo, el objeto de investigación más querido por la sociología industrial, el coche, y pensemos en una unidad acabada con partes montadas procedentes de diferentes fábricas de distintos lugares geográficos: ¿cómo establecemos responsabilidades por el producto final entre unidades de espe- cialización y manufacturación que tienen poco que ver entre sí?, ía quién achacamos responsabilidad por los residuos finales como la chatarra?, ¿a quién por los residuos de utilización como el ruido o el humo? Introducir al consumidor, como hacen algunos neoclá- sicos, en la línea de producción para exigirle responsabilidades de uso, es una contradicción porque entonces ellos mismos equi- pararían poder adquisitivo con poder en términos absolutos, lo cual es un despropósito para la misma cultura económica domi- nante. La fragmentación productiva y la difuminación de res- ponsabilidades van parejas a la pérdida de poder relativo de los sujetos individuales, que se produce por acumulación del mis- mo en las estructuras económicas anónimas. Por eso, la recom- posición del marco, mediante una devolución de poder (y de responsabilidad) al individuo pasa por una nueva ordenación económica en ía que cuente de manera activa y primordial la democratización interna de las empresas.

Por otro lado, la fragmentación social es consecuencia del aumento de la desigualdad ocurrido en los últimos años. Se tra-

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ta de un fenómeno de difícil explicación para los neoclásicos, pero el hecho es obvio: en los últimos 20 años la distancia en percepción de renta entre el Norte y el Sur ha aumentado, al mismo tiempo que ha aumentado también en países paradigmá- ticos como los Estados Unidos, donde la distancia entre el 20% de la población más rica y el 20% de la población más pobre se ha incrementado. Las causas no derivan solamente del mal fun- cionamiento de las políticas económicas. Hay razones estructu- rales: culturales y morales, que debemos de tener en cuenta.

Un aspecto a considerar es que las desigualdades en renta podrían apuntar también desigualdades culturales que son en sí mismas positivas. Efectivamente, medir la riqueza en términos de incrementos porcentuales en el P.Í.B., que es como se mide, es tremendamente estrecho. Una estrechez que se manifiesta en no dar valor a las infraestructuras y en ignorar la riqueza no monetarizable como la riqueza moral y lo que ésta conlleva como los indicadores de estabilidad familiar y solidaridad, entre otros. En el supuesto de satisfacción de las necesidades básicas, dis- tintos niveles de riqueza bien podrían representar la diferencia entre quien todo lo cuantifica en términos monetarios y quien tiene otros objetivos en la vida. La pregunta es: íes éste el caso que estamos considerando? Nos tememos que no. La unifor- midad cultural impuesta desde el poder —ese tipo de poder amorfo, sistémico, al que nos referíamos antes— no permite suponer que las aspiraciones al bienestar alcanzado en otros lugares dejen de producirse entre los que menos tienen. Lo cual no parece ob- jetable en principio. El problema radica fundamentalmente en las aspiraciones de los que más tienen, que son los que por tener más pueden reproducir su riqueza con más inversión. De hecho si medimos exclusivamente la riqueza que mide el paradigma dominante, las desigualdades se producen y aumentan porque los ricos son cada vez más ricos. La fragmentación social radica, pues, principalmente en la falta en la cultura económica domi- nante del concepto de suficiencia.

íCómo se podría evitar este obstáculo? De nuevo traigamos a colación ía democracia. Hemos hablado de democracia como proceso, de profundización en la democracia, no solamente en el ámbito político sino también en el económico, y de democracia industrial; ahora es pertinente hablar de democracia inclusiva.

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Realmente el problema que plantea la fragmentación social es el de los excluidos hablando en términos de reparto de poder. Los excluidos por la desigualdad, que es lo mismo que decir por la insuficiencia de los incluidos, aunque ésta sea sistémica, des- legitiman la democracia. En este sentido, poco hemos avanzado desde Atenas. Ciertamente, tenemos unos mecanismos de exclu- sión mucho más humanos que los vigentes en el siglo V (a. C), pero todavía hay mucho camino que recorrer para ajustar el sistema de repartos de poder vigente en vista de los desequili- brios producidos.

La actitud de los socioeconomistas actuales, y particularmente de Etzioni, es la de revitalizar la democracia fomentando los mecanismos de inclusión a través de la sociedad civil. La parti- cipación democrática, en este contexto, implica el ejercicio de responsabilidades cívicas revitalizando el sentido comunitario. El objetivo de sensibilización democrática forma parte intrín- seca de la nueva propuesta socioeconómica. La cabecera del ór- gano de expresión del Communitarian Network en los Estados Unidos, The Responsive Community, nos recuerda que donde no hay poder no hay responsabilidad y donde no hay responsa- bilidades asumidas {sociedad civil) no hay democracia.

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PRINCIPALES TEMAS DE LA SOCIOECONOMÍA ACTUAL

5.1. El medio ambiente

Los problemas ecológicos son los que trayendo a la escena la cuestión de los límites al desarrollo tal y como este se concebía ge- neralmente hasta la década de los setenta, han hecho tambalear- se las estructuras sobre las que cómodamente se asentaba el magisterio del neoclasicismo económico. Desde entonces, las pro- puestas alternativas al sistema establecido de producción y con- sumo no han dejado de sucederse. La socioeconomía debe mucho a esta actitud. Muchos socioeconomistas actuales hacen precisa- mente, de sus propuestas de legitimación ecológica el núcleo central de su clamor por un cambio de paradigma económico.

Nosotros vamos a enlazar el discurso sobre el poder, la de- mocracia y la participación con los problemas medioambien- tales. Para ello, hemos de empezar hablando del desarrollo tec- nológico.

En un informe de la Conferencia sobre Comercio y Desarro- llo de las Naciones Unidas presentado en 1979, Johann Galtung fue uno de los primeros autores que, separándose de la clásica disputa entre tecnofilia y tecnofobia, argumentaba a favor de un cambio de énfasis que pusiese en la consideración de la estructura cultural el centro del debate sobre el desarrollo técnico. Gal- tung opinaba, como Wallerstein, que considerando la dicoto- mía centro-periferia podíamos ver que la tecnología y su im-

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plantación son al mismo tiempo causa y consecuencia del en- cumbramiento de valores culturales típicamente occidentales. El análisis de Galtung ya avanzaba que aunque las nuevas tecno- logías estaban satisfaciendo necesidades materiales básicas, las necesidades no materiales de la periferia quedaban en su mayor parte postergadas. Del mismo modo, quedaban obviadas las necesidades de esa periferia eterna constituida por las futuras generaciones y por el entorno medioambiental que tendrá que cobijarlas. Básicamente se arguye que la tecnología occidental tiene un carácter centrista y por tanto produce y agudiza los desequilibrios. Galtung proponía la introducción de técnicas que pudiesen incardinarse en nuevas estructuras cognitivas y que con una mezcla óptima de tecnologías duras y blandas pudiesen satis- facer también las necesidades no materiales de la globalidad.

CONDICIONAMIENTOS ESTRUCTURALES

Tecnologías para la democracia Tecnologías para la dominación

— ínter actividad — Universalidad: diversidad y cobertura — Capacidad de canales; máxima elección

— Diversidad de contenidos

■— Escaso ruido: consensos — Aita velocidad: disminución de burocracia

— Transnacionalización — Indigenización: tribalismo

y caciquismo — Democratización envolvente;

uniformidad — Totalitarismo: control — Ruidos estructurales: luchas — Mínima velocidad: se prima

la seguridad

Más recientemente, autores como Tehranian, recogiendo estas aportaciones, han desarrollado esta perspectiva desde lo que se llama tecnoestructuralismo (la tecnología no es ni buena, ni mala, ni neutra). El desarrollo tecnológico depende de las necesidades institucionales y su impacto se regula a través de acuerdos entre los factores sociales y las instituciones que emergen en el entor- no social que consideremos. Si deseamos un impacto globalmente positivo, hemos de estudiar el marco o estructura global del que

esperamos que dependan y que fomente al mismo tiempo. Hemos de considerar, pues, los condicionamientos tecnológicos de un sistema democrático con perspectivas de globalidad. Esto exige evitar cuatro peligros, a saber: la transnacionalización de las grandes corporaciones independientes, el nacionalismo sectario, el encumbramiento de la vecindad (artificial) en prejuicio de la afinidad (natural), y la ausencia de áreas privadas. Por el contra- rio, habría que fomentar seis características: la interacción que ha llevado a algunos a hablar de teledemocracia; la universa- lidad, que impediría que el 90% de los canales de comunicación mundiales estén controlados, cual es el caso hoy, por el 10% de la población; la ampliación de las posibilidades de elección; la inclusión de la diversidad cultural y los diversos sistemas cog- nitivos; la aceptación de las reglas del comportamiento demo- crático; y la disminución de obstáculos burocráticos, adminis- trativos y políticos. Una tecnología inserta en estas características socioculturales sería una tecnología genuinamente democrática que garantizaría un balance social positivo fundamentalmente referido a la preservación del medio ambiente.

Naturalmente estos condicionamientos tecnológicos son exi- gentes pero al mismo tiempo representan un catálogo de mínimos. Reconozcamos que los desafíos ecológicos son muy notables y que tanto las innovaciones tecnológicas como los requerimien- tos democráticos distan mucho de implantarse globalmente. Si la tecnología está en su infancia, también lo está, como hemos apuntado, la democracia, sobre todo si consideramos en el marco de análisis de los sistemas mundiales los límites a la libre circu- lación con que se abrogan muchas de las naciones-Estado reco- nocidas como paradigmas de democracia.

Una pregunta que salta con prontitud cuando consideramos estas cuestiones es cómo las posibilidades de positiva contribu- ción de las nuevas tecnologías hacia la preservación del medio ambiente y la prevención de una crisis ecológica de no retorno no se han llevado a la realidad ni parece que vayan a llevar a cabo dada la naturaleza de los retos planteados. Los cambios y las innovaciones necesitan de un giro cultural adecuado sin nece- sariamente tener que esperar a que, por ejemplo, compense según la racionalidad instalada una sustitución del énfasis que actual- mente se pone en generar tecnologías de adición (que se suman

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a los procesos tecnológicos existentes para hacerlos ecológica- mente más saludables) por otro dirigido a la generación e implan- tación de tecnologías integradas y de proceso completo que cum- plan los requisitos ecológicos culturaimente exigidos. Sabemos que esto supondría: una mejora del proceso para reducir tanto los inputs: agua, energía y materiales, como los outputs: deriva- dos, residuos y basuras; un diseño que permita el recambio de materias primas; una capacidad de innovación para ofrecer pro- ductos alternativos; y el desarrollo de la capacidad de retroa- limentación mediante la reutilización de materiales. Así, estaríamos cambiando de una situación de predominio de tecnologías que limpian a una tecnología verdaderamente limpia. Pero, para entender cómo este cambio puede «compensar» desde otros puntos de vista distintos a la racionalidad económica dominan- te, veamos las contradicciones de uno de los conceptos intro- ducidos por esa misma racionalidad: el concepto de desarrollo sostenible.

El desarrollo sostenible ha dado lugar a una gran cantidad de literatura desde su apadrinamiento a nivel oficial en el informe Brundtland de 1987. El desarrollo sostenible es una bandera de conveniencia bajo la que navegan todo tipo de iniciativas inte- lectuales. No hay que ocultar, sin embargo, que la principal fuerza institucional a la hora de defender este concepto es la ONU, que puede considerarse desde cierto punto de vista como el organis- mo más representativo a nivel mundial. Si examinamos las pro- puestas de la. Agenda 21, el documento más ambicioso emanado de la Cumbre de la Tierra de 1992 en Río, nos encontramos con una clara apuesta por «la revítahzación del crecimiento con la sostenibilidad en el proceso de desarrollo» y con una llamada a la «vida sostenible» que se supone combina la solución al pro- blema de la pobreza en el Tercer Mundo con cambios de estilos de vida en el Primero.

La apuesta por la sostenibilidad es clara al defender sus prin- cipales impulsores la necesidad de que el desarrollo sostenible se considere un imperativo realista y no una simple opción tanto en términos económicos como medioambientales. Pero, ¿qué entiende la ONU por desarrollo sostenible de manera más ex- plícita?, ¿qué mecanismos pueden asegurar en un entorno limi- tado un desarrollo continuo y asimilable? Naturalmente el pro-

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blema aparece a la hora de definir en términos geopolíticos ini- ciativas económicas concretas. O bien estamos, como parece es- tar la ONU, por una apuesta por la continuidad del sistema eco- nómico de producción y consumo vigente, eso sí, reajustado y regulado de acuerdo con criterios de sostenibilidad global, o bien optamos por argüir que un verdadero desarrollo sostenible sólo es posible dentro de un nuevo sistema de producción y consu- mo. La mayoría de los socioeconomistas, con Bill Adams, que afirma que el concepto de sostenibilidad defendido por la ONU es tecnocrático y reformista y no ecocéntrico y radical, Dieter Ernst, que opina que hay que enfocar el crecimiento económico a partir de la demanda interna solamente, Michael Redclift, F. Trainer, R. Bahro y otros economistas alternativos apoyan esta última opción, mientras que Martín Lewis, J. Halevi, W. Reilly, C. Freeman y la mayoría de los neoclásicos apoyan la primera.

La propuesta oficiosa ha sido desarrollada recientemente de manera más explícita por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, y está basada en cuatro «princi- pios equilibrados para un desarrollo sostenible» y que compren- de los siguientes puntos:

1. Principio de que quien contamine pague. 2. Principio de que quien use (se refiere a recursos), pague. 3. Principio de precaución, en el sentido de que más vale

curarse en salud y prevenir los riesgos. 4. Principio de subsidiaridad.

Ninguno de estos principios ni todos ellos en conjunto supo- nen un punto de partida hacia un diferente sistema de produc- ción y consumo, más bien, al contrario, refuerzan la idea de que un mercado sabiamente regulado no haría necesario un replan- teamicnto sobre las fuerzas económicas que mueven el flujo de capitales. Estas mismas fuerzas, en un sistema rebautizado como «capitalismo verde», podrían muy bien servir para solucionar los problemas de la pobreza y del medio ambiente.

Frente a la propuesta oficiosa o dominante, tenemos varias propuestas alternativas. Una proposición ecléctica de entre to- das ellas propondría los siguientes puntos:

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1. Principio de integridad cultural y social que afirma que el desarrollo debe de crecer desde dentro y no puede ser impuesto desde fuera.

2. Principio ecológico que defiende devolver la diversidad e integridad a la naturaleza (restitución).

3. Principio de solidaridad que contempla el equilibrio global de rentas.

4. Principio de emancipación que supone la autoafirmación y el empoiverment.

5. Principio de no-violencia, también en sentido estructural. 6. Principio de bondad en el error que supone trabajar en

un marco de riesgo donde los errores no se paguen mediante el deterioro ecológico.

El contraste entre las dos visiones es evidente. Ha habido, no obstante, intentos de acercamiento. El más notable es el de H. Daíy y se hace desde la economía estándar y, en concreto, desde el Banco Mundial:

— En primer lugar se trata de tener un buen diseño econó- mico que incluya las externalidades en un proceso que sea tam- bién transparente y que contemple tanto la regulación como los incentivos fiscales pero sin alterar las leyes del mercado con lo que no desechamos de entrada ni la exportación de residuos, ni las cuotas de polución, ni los permisos de emisión.

— En segundo lugar hay que introducir la distinción entre crecimiento y desarrollo en la que Daly apuesta por el mejora- miento cualitativo, aunque reconozca que se trata de una pro- puesta idealista a la que no pone condiciones políticas concretas.

— En tercer lugar el uso exhaustivo y perentorio de los estu- dios de impacto ambiental como garantía de viabilidad ecológica.

— Y, por último, en cuarto lugar, las guías operativas de sosteníbilidad ecológica, a saber: a) que los residuos nunca ame- nacen la capacidad del entorno para aceptar sin modificarse más residuos, y b) que los recursos cumplan la misma condición o la capacidad de sustitución por fuentes renovables sostenidamente.

Hay como dos fuerzas empujando todo este intento de alcan- zar un consenso económico sobre el medio ambiente, aun a costa por parte de algunos neoclásicos de apartarse de la ortodoxia

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académica. Por un lado, está la certeza de que si no nos ponemos serios, si no aplicamos toda la fuerza de nuestro sistema en conse- guir parar la destrucción ecológica que el mismo sistema ocasio- na, no podremos evitar, quizá antes de lo que pensamos, un holo- causto ecológico. Por otro lado, está la convicción, o más bien el deseo, de generalizar unos comportamientos ilustrados que apues- ten por valores cualitativos en el conjunto de la población del planeta. Se trata de dos fuerzas antagónicas. Nuestro sistema de producción y consumo está basado en el crecimiento, en la ex- pansión y el aumento de beneficios y Daly reconoce que no hay fuerza política, que lógicamente ha de estar afianzada globalmen- te, capaz de dominar esta tendencia. La única manera de generar comportamientos ecológicamente ilustrados dentro de este mar- co económico sería mediante la implantación de un sistema geopo- lítico comparable a una dictadura universal de carácter ecológi- co. Naturalmente esto sería un despropósito. Una conclusión nos parece clara en este punto: dentro del vigente sistema de produc- ción y consumo el modelo de desarrollo sostenible que proponen Daly y la ONU es insostenible a plazo indefinido.

No obstante lo expresado hasta ahora, el concepto de desa- rrollo sostenible tiene una gran virtud: el hecho de haber puesto contra las cuerdas lo que se pensaba era la ilimitada capacidad del vigente sistema de producción y consumo para aceptar modi- ficaciones sin modificarse. Ahora nos enfrentamos con un gran reto intelectual que consiste en elaborar un marco sistémico donde puedan solucionarse los problemas que el desarrollo sosteni- ble intenta corregir.

Ha sido quizá S. M. Lélé l el que mejor ha expuesto los de- fectos de la paulatina introducción en la geopolítica mundial del concepto de desarrollo sostenible y la agenda que han de cum- plimentar los que todavía lo proponen para que sea mínima- mente aceptable. Básicamente estos mínimos se resumen en:

1. Buscar alternativas y rechazar el crecimiento económico como arma para luchar contra la pobreza y la destrucción medio- ambiental.

1. Cf. «Sustainablc Develupment: a critical Review: WorldDevelopment 1 9 (1991).

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2. Buscar herramientas alternativas y rechazar a la economía neoclásica como marco en el que pueden solucionarse estos pro- blemas.

3. Aceptar la existencia de causas tecnológicas y estructu- rales en estos problemas y buscar soluciones sociopolíticas y edu- cativas también.

4. Entender la multidimcnsionalídad del concepto de sos- tenibilidad.

5. Examinar las relaciones entre diferentes niveles y for- mas de consumo con las diversas formas de entender la sosteni- bilidad social.

La propuesta supone una apertura al análisis de los proble- mas medioambientales y del derecho al desarrollo en una nueva dimensión. Quizá en el centro de los problemas que subyacen para la aceptación incondicional del desarrollo sostenible está el que la geopolítica y la economía todavía no han llegado a un verdadero entendimiento del empequeñecimiento del mundo y a la aceptación de la globalidad. En efecto, cuando se habla de desarrollo sostenible, muy raramente se habla sin tener en cuen- ta las coordenadas espacio-temporales y por tanto raramente se inserta uno en el marco de la globalidad diacrónica y ésta es una de las razones que claman por el estudio de los problemas medio- ambientales y de desequilibrio en una nueva dimensión.

N. Choucri ha sido particularmente brillante en este punto2. Su obra trata de introducir en la prognosis social del análisis de futuro que implica el uso del desarrollo sostenible, las compleji- dades, incertidumbres, impredicibilidad y, en definitiva, el caos, que se derivan de la apreciación de la interdependencia global e intcrgeneracional. El concepto de noosfera, introducido por Vernadsky, en el sentido de resaltar la inmersión de la mente humana y su razón de actividad en el entorno, es utilizado aquí para darnos idea de que quizá los análisis realizados hasta ahora pecan de simplistas vistas las variables ignoradas. Entre otras propuestas a considerar está el concepto de deuda generacional transtemporal que en el contexto de un entorno que interpela globalmente pone restricciones al concepto de soberanía tal y

2. Cf. Global Accord, MIT Press, Cambridge, 1993.

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como se ha venido entendiendo hasta ahora. Como vemos, la supercomplejidad es una de las características de los análisis de globalidad y también una de las razones por las que los ins- trumentos económicos usados por la economía neoclásica se quedan notoriamente obsoletos. El reto de la globalidad consis- te en alcanzar un mínimo de acuerdo que debe estar basado en dos puntos de pattida: la necesidad de establecer normas glo- bales, y el carácter que deben tener las mismas para ser ecológi- camente aceptables. Así, podemos establecer las siguientes con- diciones:

1. Legitimidad, lo que implica un consenso participativo y el desarrollo de una ecopolítica global.

2. Equidad, lo que supone la representatividad de las dife- rencias y desventajas territoriales (espaciales) y generacionales (temporales).

3. Volición, lo que implica la ausencia de mecanismos de dominación.

Ver los problemas medioambientales desde la perspectiva de la globalidad y con estas condiciones acabaría por depararnos unos parámetros de racionalidad distintos. Todo el tema de la aceptación del concepto de desarrollo sostenible depende, pues, del marco que consideremos y cada vez nos parece más pa- tente que en el marco de las relaciones económicas dominan- tes, cualquier tipo de desarrollo que vislumbre la desaparición de la pobreza sin dañar el medio es imposible y dañando el medio es insostenible. El esfuerzo ha de ponerse, pues, en el diseño de marcos alternativos donde hablar de desarrollo en un entorno limitado tenga sentido.

Es innegable que hay indicios de la existencia de una fuerte corriente de opinión abogando por conceptualizacion.es alter- nativas del desarrollo y que existe un extendido sentido de la obligación para con las generaciones futuras y el medio am- biente. Ahora bien, también sabemos que incluso en organiza- ciones nítidamente democráticas las decisiones son tomadas no tanto en base a lo que se quiere sino en base a lo que se espera que se puede obtener. Un ejemplo es la introducción de propuestas para un ecologismo económicamente ortodoxo que

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podríamos llamar ecología mercantil. La propuesta alternati- va, la ecología integral, supondría una genuina contrapropuesta paradigmática.

ECOLOGÍA INTEGRAL ECOLOGÍA MERCANTIL

Un nuevo estilo de vida ecoló- Quien contamine que pague.

gico; contaminación cero.

Énfasis en los mecanismos de ob- Fomento del consumo ilustrado.

tención y elaboración de produc- tos.

Enfoque global: la tierra es de Énfasis en el entorno local: los

todos. problemas mictoecológicos.

Alternativas al capitalismo. Hacia una empresa con marke-

ting ecológico en un mercado re- ceptivo: el capitalismo verde.

Ruptura con el vigente sistema Autorregulación en el mercado

de producción y consumo. mediante leyes medioambien- tales.

El problema que estamos tratando aquí es que el marco, la estructura socioeconómica y cultural, en la que operamos traduce los deseos por un desarrollo equilibrado y armónico y un estilo de vida ecológico en propuestas y prácticas políticas insostenibles. Desafortunadamente, la cadencia de las transfor- maciones medioambientales globales raramente ha sido estudiada haciendo referencia a los factores culturales. Como consecuen- cia, pocas veces hemos enfocado el problema del desequilibrio económico y del deterioro medioambiental como problemas de concepto y sí como problemas de desajuste, y por tanto, pocas propuestas culturales alternativas han sido planteadas al sistema capitalista de producción y consumo. Con este sistema, los de- seos generales por un cambio estructural que solucione los pro- blemas ecológicos se traducen en políticas de ajuste a largo pla- zo que no hacen sino apuntalar la pervivencia del sistema en el

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plano teórico, pero que al mismo tiempo no pueden sobrevivir a una crítica planteada desde una genuina perspectiva global.

5.2. La co-responsabüidad social: el paro, el desarrollo,

la deuda

Los grandes problemas sociales del tránsito de siglo, no pueden, desde el punto de vista de la socioeconomía, ser abordados desde una óptica exclusivamente económica. Esta ha sido una de las lecciones aprendidas de los errores cometidos en la transición hacia el mercado de las economías centralizadas herederas del sistema comunista en los países de la Europa del Este: los ajustes técnicos, por sí solos, no son suficientes. Por eso las famosas terapias de choque puestas en práctica en algunos países ex- comunistas para la reconversión al capitalismo han fracasado, no solo social sino también políticamente. En muebas de estas naciones se ha notado la falta de una comprensión socioeconó- mica de los problemas de transición y adecuación a un sistema distinto. Esto ha sido consecuencia también del excesivo opti- mismo de los consejeros económicos, la mayoría deslumhrados por el paradigma neoclásico, hacia la institución del mercado concebido como un ente autónomo.

Las causas de este fracaso han sido: a) las prisas en el proceso de privatización, sin establecer previamente unos criterios cla- ros de acceso a la propiedad; b) el olvido de la cobertura cultu- ral en materia económica como el estatus jurídico de los contra- tos privados y el papel de las instituciones paraeconómicas como sindicatos, cámaras, y la misma seguridad social; y, por último, c) la ignorancia pública respecto a lo que representa el dinero y el mal papel de algunos gobiernos en asegurar unos mecanismos fiables de convertibilidad monetaria.

Todo esto ha hecho que se vea claramente que el mercado, por sí mismo, no puede solucionar problemas de índole cultural y política como los presentes en la reconversión del sistema co- munista. Hay problemas que la economía sola no es capaz de solventar, aunque sean problemas percibidos por el público en general como problemas estrictamente económicos. En el caso que estamos comentando, un análisis socioeconómico de los pro-

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cesos de transición en los países de la Europa oriental, incluiría primero un estudio sobre la motivación laboral en el contexto de marco del análisis de la productividad, después, el estableci- miento de un sistema de redefinición de la obtención de compen- saciones laborales en el que se acentúen no sólo la compensa- ción directa (salario) sino también la indirecta, y, por último, el estudio de la relación coste-beneficio para el conjunto de la so- ciedad así como para los agentes individuales previo a la in- troducción de los mecanismos de flexibilidad de los precios y su expresión monetaria. La socioeconomía no cree en las terapias de choque de marcado carácter técnico.

Desde esta perspectiva podemos comprender mejor el análi- sis socioeconómico de otros problemas sociales de primer orden como el paro, por un lado, y la deuda y el desarrollo, por otro.

Por lo que se refiere al paro, podemos referirnos a diversas conccptualizaciones o tipos, en el bien entendido que ninguna de estas categorías se dan solas. Si consideramos, por ejemplo, el paro coyuntural o keynesiano, o el paro por desajuste, un neoclásico puro argüiría que en definitiva es la acción del Es- tado en cuanto agente regulador la que causa en su origen el problema y que es un eufemismo pedir ajustes a la autoridad para solucionar los problemas que ella misma produce. La socio- economía cree que para comprender la naturaleza del problema debemos de retrotraernos en el tiempo y en el espacio para tener una adecuada perspectiva histórica y global. En este sentido, el paro, al menos en las sociedades contemporáneas occidentales, debe entenderse como paro socioeconómico, independientemente de que se efectúen también acciones económicas concretas per- tinentes a otra tipología que puede darse al mismo tiempo.

El retrotraimiento histórico y espacial tiene como finalidad enfocar toda la complejidad del problema y considerar factores como-, la migración del trabajo y las migraciones poblacionales, la participación equitativa de los sexos en el mercado laboral y en el ámbito social, y las herencias culturales asumidas desde la revolución industrial y el impacto del movimiento obrero.

Hoy en día el fenómeno del paro no se puede entender sin una previa clarificación conceptual. Ciertamente el trabajo, tal y como lo hemos visto antes, no es un bien escaso. El tipo de empleo convencional sí que puede serlo en determinados con-

TIPOS DE PARO ACCIONES ESPERADAS

Clásico

Estructural

Desajuste

Keynesiano

Socioeconómico

Bajada de la tasa salarial Mejoramiento de la formación y fomento de iniciativas flexibles

Mejoramiento de los servicios de empleo

Estimulación de la demanda

Estudio de motivaciones no económicas

textos espaciales. Pero aun es éstos, y teniendo en cuenta que la relevancia de los índices de paro es sólo relativa en la medida en que hacen referencia a comparaciones entre zonas, es muy per- tinente clarificar dónde crea o destruye empleo una determina- da política económica y una concreta cultura laboral. La com- plejidad de las inter-relaciones comerciales y el protagonismo de organizaciones supraestatales depara resultados inesperados, como, por ejemplo, que ciertos ordenamientos económicos y actuaciones empresariales concretas produzcan considerables cambios en la estructura laboral de zonas geográficamente aleja- das de aquellas donde se han emprendido tales acciones, o que en ésa misma zona se informalicen los modos de empleo a través de la economía sumergida.

El fenómeno migratorio es, pues, muy relevante en estos dos sentidos: en sentido espacial con la aparición o desaparición de empleos en países distintos, y en sentido cualitativo, con la apari- ción de nuevos modos de empleo en el mismo país quizá no reconocibles estadísticamente. Las fuerzas que impulsan estas migraciones son de muy diversa índole y van desde las variacio- nes en política social como la flexibilidad y los costes laborales, las regulaciones medioambientales, las infraestructuras de servi- cios públicos, o el protagonismo sindical, a factores relaciona- dos con diferencias culturales como la distinta ética del trabajo, el espíritu emprendedor, la confianza en las instituciones o la esperada calidad de vida del que busca empleo en otro lado.

No nos resistirnos a traer de nuevo a colación el tema de! poder en el estudio del paro. Lo hacemos para ilustrar, dentro

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de un análisis socioeconómico, el juego de poderes que utiliza el sistema de producción y consumo dominante para perpetuarse y expandirse institucionalizando un tipo exclusivo de empleo. A este tipo de empleo le podíamos llamar empleo masculino, utili- zando el término en sentido no sexuado {implícitamente mante- nemos la distinción entre sexo y género al situarnos en un con- texto cultural). Pretendemos con ello llamar la atención sobre las dificultades que la cultura económica vigente tiene para equi- parar los sexos en el mercado laboral respondiendo a estereoti- pos culturales propios de cada sexo y no, como parece ser el caso, a estereotipos marcadamente masculinos. Las dificultades que tiene la mujer para acceder al mercado laboral tiene bastan- te que ver, en la mayoría de los países, con deficiencias cultu- rales que adjudican poder a la disponibilidad, a la exclusividad y a la autonomía de la que parece disponer el hombre en su con- dición de padre en mayor medida que la mujer en su condición de madre. Por el contrario, esas mismas deficiencias culturales privan de poder en los estereotipos de empleo mayoritarios a las consideraciones de calidad de vida o reconocimiento afec- tivo extralaboral que parece merecer la mujer en su condición de madre en mayor medida que el hombre en su condición de padre. Esto conforma una masculinización genérica del empleo en sentido cultural que tiene graves repercusiones sociales, im- pidiendo no sólo que se consigan cotas de equidad mínimas entre los géneros en el mercado laboral, sino que la sociedad en su conjunto pueda beneficiarse de la ampliación de la inci- dencia cultural de roles femeninos.

Por último, mencionemos los constreñimientos culturales adquiridos en el proceso de formalización de la mayoría de las legislaciones laborales. A saber: el salario mínimo, la jornada de ocho horas, la mayoría de edad y la educación obligatoria, y la edad de jubilación. Todos estos puntos han sido conquistas sociales notables, sin embargo, un análisis socioeconómico de las causas del paro o del empleo en general debería revisar con- tinuamente la pertinencia de sobrepesar todos estos logros y reexaminar los criterios por los que se defienden sobre la base de una constante que hay que proteger de las nuevas acumu- laciones de poder. Nos referimos al poder de discrecionalidad de los sujetos individuales. Aquí es pertinente hablar de flexibi-

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lidad para sopesar las ventajas sociales desde el punto de vista de la satisfacción en el trabajo de nuevas iniciativas que a veces sólo a duras penas consiguen abrirse paso. Estamos hablando de los contratos laborales ad boc o a la carta, de la jornada reduci- da, del salario social o doméstico y del reconocimiento mer- cantil del trabajo gratis a efectos de intercambio y trueque. Pro- puestas, todas ellas, que hay que sopesar con las anteriormente mencionadas conquistas sociales para profundizar en el estudio del marco operativo de un mercado laboral más justo que no reste sino que añada al poder de discrecionalidad de los sujetos económicos.

En definitiva, no hemos de olvidar que el estudio del pro- blema del paro se hace hoy mayoritariamentc usando instru- mentos metodológicos neoclásicos, cual es el uso de indicadores que equiparan los conceptos de trabajo con empleo remunera- do, y el entendimiento de que la maximización de esa remune- ración es el objetivo buscado por el —generalmente es un «el»— que trabaja.

El otro asunto de particular relevancia para la socioecono- mía que queríamos mencionar es el estudio de los problemas que afectan a los países menos industrializados y, particular- mente, la deuda y el desarrollo económico. Sobre este punto Schumacher ha sido particularmente brillante al rechazar la idea del desarrollo por compartimientos estancos y criticar duramente la concepción lineal del desarrollo que propugna el paradigma económico dominante.

La concepción lineal del desarrollo es heredera fundamen- talmente de la teoría de la modernización (Rostow) y está con- ceptualizada de modo práctico en los diversos programas de desarrollo propuestos por organismos supranacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. De hecho, esta concepción debe mucho también a una teoría alternativa como la teoría de la dependencia (Gunder Frank), si bien esta teoría afirma que los modelos de desarrollo propuestos a los países pobres son una manera de ejercer la dominación, mien- tras que la teoría de la modernización ve los modelos de desa- rrollo como una opción de los pobres para acceder a los pri- vilegios del Primer Mundo. Desde ambas perspectivas, aunque se difiere en la explicación de las causas del subdesarrollo, se

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entiende que el subdesarrollo debe de tender al desarrollo me- diante un proceso de ajustes internos a nivel local y estructurales a nivel global. Este proceso, elaborado en modelos diversos, cons- tituye el camino que conduce de la situación de subdesarrollo a la de desarrollo, términos que se entienden de manera relativa y se miden de acuerdo a indicadores mayormente económicos como la renta per cápita.

La crítica socioeconómica al concepto de desarrollo lineal se basa en cuatro premisas: la misma definición de desarrollo, la separación conceptual entre superestructura económica y prefe- rencias, la contradicción entre valores culturales asumidos de distinto signo, y los condicionamientos de perpetuación.

Por lo que se refiere a la definición, cualquier entendimiento reduccionista del desarrollo, que lógicamente será heredero de un entendimiento reduccionista del concepto de riqueza en el sentido apuntado anteriormente, que separe los ámbitos econó- mico, social y.político, peca, bien de arbitrario, o bien de eco- nomicista. En este sentido se entiende que la elección de unos indicadores y no de otros es una decisión arbitraria si no expli- camos su justificación moral. Tenemos que tener en cuenta en base a qué códigos éticos o condicionamientos culturales se mi- den o usan preferentemente determinadas valencias para definir el bienestar. Desde el punto de vista de la socioeconomía la medición de indicadores de responsabilidad colectiva, de inser- ción comunitaria, de estabilidad familiar, de equidad entre los géneros, de democracia, de referentes éticos, de solidaridad, etc., es muy relevante para la baremación relativa de niveles de desa- rrollo. Por otro lado, la supuesta inclusión de estos indicadores en los de carácter económico, en el supuesto de que con la satis- facción de ciertos niveles de renta la calidad de vida que apun- tan las anteriores escalas surge por generación espontánea, no es más que una asunción economicista hecha a la ligera y sin nin- guna evidencia empírica que la apoye.

Los modelos de desarrollo lineales que se están aplicando no tienen, por otra parte, una lógica democrática interna al separar conceptualmente la racionalidad de la planificación económica estatal de la racionalidad de las preferencias individuales. Si nos fijamos dónde actúan los organismos supranacionales en su in- tento por reintroducir a los países del Tercer Mundo en el cami-

P R I N C I P A L E S T E M A S DE LA S O C I O E C O N O M I A A C T U A L

no del desarrollo, nos damos cuenta de que esas actuaciones tienen lugar a un nivel exclusivamente superestructura!. Se ac- túa sobre, se presiona, o se ilustra al gobierno de turno, que una vez obtenido el acuerdo o visto bueno, intenta aplicar la política económica prevista. ¿En qué queda el poder de discreción de los sujetos económicos concernientes al elaborar sus preferencias? Ciertamente, como ya denunció Schumacher, el modo en que se practica la geopolítica económica a nivel mundial no es demo- crático por defecto del sistema y, lo que es peor, no pretende serlo. Se supone efectivamente que los interlocutores válidos son solamente los que tienen poder, que no son precisamente los agentes económicos individuales.

Esto lleva a una tercera objeción. Por olvido de las preferen- cias individuales, a menudo nos encontramos con entornos eco- nómicos en perenne contradicción interna. Así, por ejemplo, al asumir la irracionalidad {léase racionalidad neoclásica) de los comportamientos humanos, no se pretende ilustrarlos, con lo que ya no sólo se toleran sino que se esperan y fomentan actitudes consumistas en el marco de programas de austeridad económica. Mientras que la superestructura apuesta por el rigor presupues- tario, la austeridad en el gasto público, o el control del déficit para impulsar el desarrollo o reunir las condiciones para obte- ner un crédito, nos encontramos con expectativas confirmadas de comportamientos consumistas en los estilos de vida domi- nantes en ese entorno. La desconexión que denuncia esta con- tradicción subraya la irrelevancia o la poca importancia que el poder del consumidor tiene en el concierto de poderes que ri- gen el sistema de intercambios mercantiles y sus defectos demo- cráticos.

Por último, nos referimos expresamente a la deuda externa, que conforma el principal mecanismo de perpetuación de la ca- rrera desarrollista. La deuda ata al sistema como una patología adictiva. Es un problema realmente serio que hay que analizar desde varios puntos de vista a la vez conjugando la visión del Norte, la del Sur y una visión omnicomprensiva. Ciertamente, tanto la utilización demagógica ele la deuda como instrumento de opresión por parte de los que piden su condonación sin más, como el ejercicio del poder de dominación a través de su uso, han de ser dos actitudes que hemos de conjugar desde una pers-

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pectiva global. Si la deuda se forma y genera intereses con el transcurso del tiempo, no está de más que incorporemos dentro de un análisis histórico de la misma los trasvases de riqueza no monetarizable que han tenido lugar entre deudor y acreedor. Tarea ésta muy difícil, pero no por ello menos urgente. La pos- tura de la socioeconomía es que una mirada al balance de las relaciones económicas entre el Norte y el Sur centrada exclu- sivamente en el estudio de la cuenta de resultados entre el debe y el haber, da una visión distorsionada del problema de la deuda internacional. Se requieren instrumentos contables más comple- jos que incluyan también aspectos sociales, políticos y culturales, amén de una visión no economicista del desarrollo.

6

EL FUTURO DE LA SOCIOECONOMÍA

No nos cabe ninguna duda sobre el hecho de que la preocu- pación actual que denotan los medios de comunicación sobre los condicionantes que pueden amenazar la seguridad del públi- co en general, denota en sí mismo una cierta inseguridad colectiva sobre el devenir, que quizá no se había manifestado antes con tanta fuerza como para constituir un fenómeno llamativo. Cierta- mente cualquier cambio entraña riesgos, por eso nosotros opi- namos que incluso los intentos de introducir el factor riesgo en el mercado, como se ve en la obra de Beck, o como ha hecho entre nosotros el profesor Montero de Burgos, no son más que modos de adelantar una realidad que se percibe como inminente por necesaria. Después de la exposición efectuada en el último punto, no extrañará que apuntemos que nos parece evidente que así no podemos seguir y que ciertas cosas que han marcado una continuidad en nuestra historia cercana deban de dejar de darse como hasta ahora.

Una de estas características que conforman nuestro continuo ideológico más cercano viene representada por un modo con- creto de interpretar las relaciones económicas. Si se nos permite traer a colación un dato que quizá no sea suficientemente eva- luable desde el punto de vista científico, veamos qué ha ocurri- do con el reconocimiento público de la misma economía mirando, por ejemplo, la trayectoria de los últimos premios Nobel. Hay una escuela que domina claramente: en los años 1974, 76, 79,

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82, 90, 91, 92, 93 y 95, el premio Nobel de Economía recayó en un miembro del cuadro de profesores de la Universidad de Chi- cago, umversalmente reconocida como el principal baluarte del neoclasicismo económico y de la ortodoxia del libre mer- cado. La tendencia creemos que puede interrumpirse a la vista no sólo de la saturación ideológica que puede haber producido, sino de la necesidad de rechazar unos riesgos que se presumen como más difíciles de asumir, desde el punto de vista de la mis- ma racionalidad económica, conforme pasa el tiempo.

En este sentido es en el que creemos que la socioeconomía, o como ahora le gusta llamarla a Etzioni, la economía comunita- nsta, puede representar una valuable ayuda a nivel teórico e, incluso, una verdadera tabla de salvación para la legitimación social de la ciencia económica en un futuro próximo. No cabe duda de que en la medida en que se produzca una mayor legiti- mación académica de la socioeconomía, se producirán también cambios políticos y sociales de consideración. Algunos los re- presentamos en el cuadro de la página siguiente.

Desde eí punto de vista de la axiología dominante, ya hemos mencionado eí cambio bipolar en el que se puede resumir la sustitución del paradigma económico neoclásico por otro cons- tructo cultura! en el que, como en el caso de la socioeconomía, se distingue claramente el beneficio propio del ajeno. La razón de la sustitución de la competitividad y del afán de lucro por la austeridad y el espíritu de servicio, no es sólo el resultado de la constatación de que efectivamente los mecanismos de deci- sión que utilizan los sujetos individuales no están presididos por la maximización del propio interés, sino también plasmación de que, en el fondo, tal premisa supone la negación de la sociedad. Este es el sentido en el que Etzioni afirma que la consideración de los mecanismos de toma de decisiones que contemplan los neoclásicos resulta siempre en decisiones irracionales.

El neoclásico argumentaría, ante la evidencia de la cantidad de decisiones que se toman en beneficio ajeno, que en esos casos el beneficio ajeno es el beneficio propio. Esto es lo mismo que decir que la sociedad es un accidente de la discrecionalidad indi- vidual. No es que intentemos traer a escena el antiguo dilema de preguntarnos qué es antes, si el huevo o la gallina, más bien, intentamos rechazarlo. La evidencia social que tenemos delante

EL F U TU R O DE LA S O C I O E C O N O M Í A

UN PANORAMA DE FUTURO PARA LA SOCIOECONOMÍA

Competitividad

Afán de beneficio Razón de resultados

Individualismo metodológico

LA DEMOCRACIA COMO PROCESO ACTIVO

Democracia inclusiva Identidad planetaria

Empowermcnt

es que contamos con sociedades e individuos en interacción conti- nua que se conforman, generan y justifican mutuamente en sucesión ininterrumpida de tal forma que lo uno sin lo otro no se puede dar. Por ello, pretender dar al individuo la primacía ontológica no tiene sentido. Por eso es por lo que decimos que la afirmación neoclásica deja a la sociedad al albur de los individuos y, a la postre, la rompe.

¿Cuál es entonces la lógica de la elección por la austeridad y el servicio? Ciertamente, la coherencia interna y no los resulta- dos. De saber que el individualismo metodológico lleva a deci- siones socialmente irracionales, como pueden ser el posible sui- cidio colectivo a que apunta el deterioro medioambiental o el incremento del malestar social que se esconde tras el aumento

-►■ Austeridad

->- Espíritu de servicio

Razón de coherencia

Lo privado

Responsabilidades Decision

es colectiva

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SOCIOECONOMÍA

EL FUTURO DE LA SOC IOE CO NOMlA

de la desigualdad y otras disfunciones sociales, se sigue un re- planteamiento de la situación.

Etzioni saca a colación en sus charlas informales muy fre- cuentemente el tema del diálogo, de la necesidad de aprender a dialogar, de aprender a enseñar, de tener conversaciones sobre cómo conversar. De lo que está hablando es de la necesidad de promover que los individuos lleven a cabo un proceso de introspec- ción que ponga sus estilos de vida delante de toda la información de que se dispone, es decir, de la mayoría de los puntos de vista posibles, de manera que las decisiones individuales, que vemos se toman por intereses ajenos, se tomen por la mayor cantidad posible de intereses ajenos. Ésta es la razón de coherencia social. Cierta- mente, a estas alturas, esta razón no puede todavía estar substituida en la fe en la mano invisible con la que los primeros neoclásicos justificaban la lógica de los comportamientos egoístas.

En este sentido es en el que los modernos comunitaristas defienden la generalización de cambios en los estilos de vida, como consecuencia de la adopción de actitudes coherentes con la nueva racionalidad. Si estos cambios han de esperar a que se vea una relación entre la adopción de estilos de vida alternativos y los resultados en una disminución de la inseguridad, esos cam- bios difícilmente se producirían. La razón de la responsabilíza- ción de los sujetos individuales en los asuntos públicos es una razón de coherencia, porque es más racional y lógico, y no de eficiencia.

Aquí entramos en la delimitación de ámbitos entre lo públi- co y lo privado, sobre lo que nos hemos pronunciado más ex- tensamente en otro lugarl. Para el individualista la intimidad se ciñe al yo; para el comunitarista los individuos construyen ám- bitos privados a través de sus relaciones públicas {la familia, el vecindario, etc.). La responsabilidad individual por lo público implica en cierta manera un ensanchamiento del ámbito privado en el que el juego de afectos debería llegar en óptimas condi- ciones lo más lejos posible. Por eso, la introspección, que es un proceso de interiorización, y la adquisición de responsabi- lidades públicas, que es un proceso de expansión, son perfec- tamente compatibles y deseables.

1. Cf. J. Pérez Adán, Sociología de la familia y de la población, en prensa.

Por este camino llegamos ciertamente a un mejor entendi- miento de la democracia como proceso activo y continuo a tra- vés, no sólo de la profundización institucional, sino, sobre todo, a través del incremento continuo de la participación mediante la asunción individual de responsabilidades públicas.

Apuntamos, para terminar, dos líneas de actuación. Una, en la línea del establecimiento de relaciones afectivas

en régimen de paridad con el proceso de globalización y tam- bién con el proceso de ajuntamiento o estrechamiento planeta- rio en el que deviene la deteriorización medioambiental, y que supone la consolidación, a plazo más o menos largo, de la iden- tidad planetaria. El afianzamiento de la identidad planetaria nos parece, por otra parte, una necesidad en el proceso de sustitu- ción progresiva de los mecanismos de exclusión por mecanis- mos de inclusión y en el reconocimiento de la libre circulación de personas.

Otra es la creación de espacios sociales para el desempeño de responsabilidades colectivas libtemente asumidas. Las respon- sabilidades colectivas suponen la existencia de decisiones colec- tivas, que no son simplemente la suma de decisiones individua- les, en las que están presentes, como afirma A. Sen2, el diálogo y la interacción social. Esto, ciertamente, trae a colación la nece- sidad de revisar la consideración del monopolio de la soberanía que, desde la consolidación del proyecto ilustrado, detentan en exclusiva el individuo y el Estado.

2. «Rationality and Social Choice»: The American Economic Review (mar- zo 1995).

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ÍNDICE DE MATERIAS/AUTORES

Coleman, J., 55 competividad, 19, 47,52, 78, 86, 112

Cumte.A., 21,24 comunidad, 19, 35, 47, 48,49

comunitarismo, 36, 8) Cooley, C, 23 crecimiento, 99, 100 Choucri, N., 100

Dalv, H., 33, 98,99 Dav, D., 43

democracia, 79,7, 91, 92, 115 desarrollo, 44, 45,100, 102, 107-110 desarrollo sostenible, 96, 100, 101 Descartes, R., 82

desempleo, 61 paro. 56, 103, 104, 105 desigualdades, 22, 29, 48, 90-92,1 14

Donati, P., 47 Douglas, M., 18 Durkheim,É.,23,24,40,42,48,7

3, 74, 75, 76, 86

Cairnes, J., 21 Calvino, J., 66 capital, 69, 72 capitalismo, 43, 45, 46, 66, 85, 103 Cardoso, F., 26 Carlylc, T., 41

ecología, 36, 102 economía neoclásica (ortodoxa o

es- tándar), 9, 11, 13, 17, 1 9, 28, 30, 31, 41, 43, 45-47, 53-56, 63, 67, 71, 79, 101, 112

118 119

Adams, B., 97 Aquino, Tomas, 31, 65 Arcndt, H., 60 Aristóteles, 31, 63, 65 austeridad, 86, 112, 113 autonomía, 47, 65, 69, 82

Bahro, R., 97 Balthasar, H., 52 Bcck, U., 82, 86, 111 Bccker, G., 53, 55 Bentham, J.,41 Beltrán, M., 54 Berg, L., 27 beneficio, 37, 59, 68, 69, 79, 86, 112 bienestar, 22, 23,28,29, 37, 41 Boecio, 82 Bordieu, P., 18 Boulding, K., 18 Buber, M.,50 Buchanan, j-, 55, 56

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S O C l O E C O N O M i A Í N D I C E DE M A T E R I A S

educación, 23, 35, 57 empleo, 60, 62, 63, 105, 107 «empowerment», 86, 88, 98, 113 Ernst, D., 97 esrilos de vida, 30, 86, 96, 102, 114 ética, 34, 35, 36, 43, 77 Etzioni, A., 15, 18, 19, 32, 36, 40, 44, 45, 47, 48, 49, 51, 68, 81, 92, 112, 114 familia, 23, 36, .91 fragmentación, 89, 91 Freeman, C, 97 Fukuyama, F,, 82 Galbraith, J., 18, 22, 45, 46 Galtung, J., 93, 94 Gandhi, M., 41 Garfinkel, H., 59 Georgescu-Roegen, NJ., 29 Giddens, A., 59, 82, 83 Giddings, J., 23 Gilí, E., 41,43 Godwin, W., 70 Gouldner, A., 26 Gunder Frank, A., 107 Halevi, J., 97 Hawley, A., 30 Hendcrson, H., 88 Hirchman, A., 18 Hobbes, T., 49 Hobson, J, 40, 41, 42 Hume, D., 31. individualismo, 41, 47, 48, 50, 85, 113 Inglehart, R., 36 inretés propio (propio interés), 9, 11, 12, 17, 19, 52, 112

Lélé, S., 99 Lewis, M., 97 liberalismo, 41, 48 libertad, 47, 49, 50, 52, 56, 57, 64, 65 Locke, J-, 41 Lucas, A., 15, 89 Lutero, M., 66 Mannheim, K., 25 Marshall, A., 21, 40 Marx, K., 9, 69, 71,72-76 Maslow, A., 25 Meadows, D., 33 medio ambiente, 30, 43, 95, 99 mercado, 9, 11, 12, 53, 55, 68, 71, 97, 98, 104 MU1,J. S., 21, 40, 41 Montero de Burgos, R., 111 moral, 46, 51 Myrdal, G., 29, 45 Novak, M., 82 Owen, R., 41, 70 paradigma socioeconómico, 67, 77 paradigma neoclásico, 10, 11, 67, 77, 93,103,112 Pareto, V., 24 Parsons, T., 26, 48 participación, 67, 69, 80,86, 89, 115 Platón, 63 pobreza, 22, 23, 56, 97, 101 poder, 44,72, 7S,79, 81, 86, 106 Polanyi, K., 26, 35, 44, 45 Prcbish, R., 26 preferencias, 10, 52, 53, 54, 109 problemas medioambientales,

problemas ecológicos, holocausto ecológico, 33, 36 progreso, 81, 83

Read, H.,41 Redclift, M.,97 Reilly, W., 97 responsabilidad, 36, 49, 50, 68, 69, 89, 90, 114, 115 Ricardo, D., 70 riqueza, 22, 91, 108 Rostow, W., 107 Ruskin, J., 41, 42 Samuelson, P-, 9 Schumacher, E., 37, 41, 45, 46, 67, 109 Schumpeter, J., 25, 44,45 seguridad, 85, 94, 111 Sen, A., 18,22,45,46,47,56, 115 servicio, 37,59,86, 112, 113 Silverman, H., 59 Simiand, F\, 25 Simmel, G., 24 Simón, H., 18 Sismondi, 40, 41 sistema de producción y consumo, 29, 30,34,43,73,78, 85,97, 103 Small,A., 23 Smelser, N., 18,26 Smith, A., 11,22,40,41,70,71 soberanía, 56 sociología económica, 24 solidaridad, 74,75,91, 98 Sombard, W., 40, 42

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Stiglcr, G., 53,79 sujeto individual, 31, 47, 50, 51, 52, 55,56, 83, 86, 90, 107 Summer, W., 23 Swedberg, R., 27 Tawney, R., 41

Taylor,' F., 25 Tehranian, M, 94 teoría del valor, 67, 69, 70, 71 Tónnies, ir., 35, 50 Torcal Loriente, M., 36 Trainer, F., 97

utilitarismo, 31, 32, 34, 35 valores, 11, 12, 19, 28, 30, 33, 34, 47, 48, 50, 86 Veblen, T., 24, 40, 42 Vernadski, V., 100 Wallerstcin, L, 93

Walras, L., 42 Ward, L., 23 Warren,J.,41 Weber, M., 23, 24, 26, 40, 42, 44, 54,66, 67,73,76,77

Kant, I., 32 Keynes, J., 21,40

racionalidad, 9, II, 17, 23, 28, 30, 31,32,33,45,52,53,96, 112

120 121