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CAPÍTULO III ASCENSO Y CAÍDA DE LA SOCIOLOGÍA 1959-1966' El Departamento de Sociología de la Universidad Nacional se fundó como institución adscrita a la Eacultad de Ciencias Económicas 1 . Deci- sivos fueron los apoyos del decano de esta Facultad, Luis Ospina Vás- quez, y del rector, Mario Laserna. Sin embargo, estos dos personajes de la cultura, llamados a la Universidad luego del régimen militar, de- bieron renunciar poco después. Al parecer, lo hicieron ante la imposi- bilidad de transformar una universidad cada vez más obsoleta en su estructura orgánica. Según Orlando Fals Borda, "habían tratado de modernizar muy rápido" (ADSUN, Rockefeller Foundation, 1959/60, junio 25 de 1959). Como buen sociólogo, Fals Borda podría advertir que, en sociedades tan tradicionales como la colombiana, cambios progresivos despier- tan la furia de los intereses creados. Luego, Fals Borda y Camilo Torres Restrepo tendrían motivos trágicos para comprender este principio. El departamento inició clases en los albores del Frente Nacional, pocos días después de consumada la Revolución Cubana y dos años antes de la formulación de la Alianza para el Progreso. En la inaugu- ración, hacia agosto de 1959, el Arzobispo de Bogotá bendijo el edifi- cóme se ha indicado, este ensayo fue escrito, casi tal como aparece aquí, entre 1980 y 1981, pues se había concebido como una secuencia con el ensayo ante- rior. No obstante, su publicación se difirió hasta 1988 por razón de la necesidad de precisar algunos pequeños pasajes de la evaluación del papel de Orlando Fals Borda en los primeros años del Departamento o la Facultad de Sociología. Que esto parez- ca un asunto de celo excesivo puede explicarse por el siguiente capítulo, pero, tam- bién, por el problema ya mencionado del tema de la justicia en el tratamiento de la deuda intelectual. 1. Acuerdo 4 de 1959, Consejo Académico de la Universidad Nacional (feb. 16). Í93!

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C A P Í T U L O I I I

A S C E N S O Y C A Í D A D E LA S O C I O L O G Í A

1959-1966'

El Departamento de Sociología de la Universidad Nacional se fundó como institución adscrita a la Eacultad de Ciencias Económicas1. Deci­sivos fueron los apoyos del decano de esta Facultad, Luis Ospina Vás-quez, y del rector, Mario Laserna. Sin embargo, estos dos personajes de la cultura, llamados a la Universidad luego del régimen militar, de­bieron renunciar poco después. Al parecer, lo hicieron ante la imposi­bilidad de transformar una universidad cada vez más obsoleta en su estructura orgánica.

Según Orlando Fals Borda, "habían tratado de modernizar muy rápido" (ADSUN, Rockefeller Foundation, 1959/60, junio 25 de 1959). Como buen sociólogo, Fals Borda podría advertir que, en sociedades tan tradicionales como la colombiana, cambios progresivos despier­tan la furia de los intereses creados. Luego, Fals Borda y Camilo Torres Restrepo tendrían motivos trágicos para comprender este principio.

El departamento inició clases en los albores del Frente Nacional, pocos días después de consumada la Revolución Cubana y dos años antes de la formulación de la Alianza para el Progreso. En la inaugu­ración, hacia agosto de 1959, el Arzobispo de Bogotá bendijo el edifi­

c ó m e se ha indicado, este ensayo fue escrito, casi tal como aparece aquí, entre 1980 y 1981, pues se había concebido como una secuencia con el ensayo ante­rior. No obstante, su publicación se difirió hasta 1988 por razón de la necesidad de precisar algunos pequeños pasajes de la evaluación del papel de Orlando Fals Borda en los primeros años del Departamento o la Facultad de Sociología. Que esto parez­ca un asunto de celo excesivo puede explicarse por el siguiente capítulo, pero, tam­bién, por el problema ya mencionado del tema de la justicia en el tratamiento de la deuda intelectual.

1. Acuerdo 4 de 1959, Consejo Académico de la Universidad Nacional (feb. 16).

Í93!

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GABRIEL RESTREPO

CÍO, y asistieron ministros y altas personalidades. Orlando Fals Borda y Camilo Torres Restrepo, entonces profesores de cátedra, fundaron el departamento.

Fals Borda había cursado estudios secundarios en el Colegio Ame­ricano de Barranquilla, y superiores, maestría y doctorado en los Es­tados Unidos. Debe subrayarse que Fals Borda se formó en un momen­to de apogeo de las ciencias sociales en los Estados Unidos, en una perspectiva que destacaba la integración de las ciencias sociales. Allí aprendió de la antropología las técnicas de observación participante, que luego transformaría, con propias experiencias, en la metodología de investigación-acción.

Hacia 1950 había iniciado en Colombia uno de los primeros estu­dios empíricos sobre una comunidad rural, Saucío, publicado luego con el nombre de Campesinos de los Andes (Fals Borda, 1961). Diana Obregón considera que este texto representa el equivalente de una ruptura epistemológica en Colombia, por la aproximación empírica a un tema que había sido objeto de miradas más bien literarias. Esta perspectiva es compartida por Jaime Eduardo Jaramillo en el prólogo a una nueva edición de la obra.

Con su especial capacidad, Fals Borda combinaría entre 1959 y 1960 los siguientes papeles: investigador patrocinado por la Funda­ción Rockefeller, director y profesor del Departamento de Sociología y director del Ministerio de Agricultura2. En esta entidad se esboza­ban los primeros proyectos de reforma agraria. Formado en valores del liberalismo democrático, ese liberalismo clásico que podía llegar hasta el anarquismo en su oposición al Estado, Fals Borda pondría mucha energía en estos proyectos de cambio social, todavía con la esperanza de una transformación de las instituciones políticas colom­bianas.

Camilo Torres Restrepo era hijo de Calixto Torres Umaña, quien había sido decano de la Escuela de Medicina hacia 1934, y en esa condi­ción había contribuido a esclarecer el proceso de reforma de la Uni­versidad Nacional bajo la administración de López Pumarejo (Torres

2. Figura que entonces existía como un cargo de coordinación técnica de las actividades del ministerio, supeditada al ministro.

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Restrepo, 1970). Camilo se ordenó como sacerdote en el Seminario Conciliar de Bogotá, en 1954. Estudió sociología en la Universidad Católica de Lovaina, donde se graduó con la tesis: Approche statistique de la realité socioeconomique de la ville de Bogotá, en julio de 1959 (To­rres Restrepo, 1970). Esta tesis fue pionera de la investigación de los problemas sociales de la ciudad moderna en Colombia. Contribuyó además a llamar la atención sobre la necesidad de un examen empíri­co de la pobreza urbana y sobre la importancia de llevar en forma continua estadísticas sobre el nivel de vida.

Por algún tiempo, Camilo Torres conjugaría sus papeles como capellán auxiliar de la Universidad Nacional, profesor de sociología, miembro de la Conciliatura de la Universidad y miembro del Comité de Promoción de la Acción Comunal en el ministerio de Educación.

Se conciliaban en estos dos fundadores las creencias religiosas cató­lica y protestante, una formación propia en la sociología, orientacio­nes científicas europeas y norteamericanas e investigaciones pioneras sobre sociología rural y sobre sociología urbana.

En los dos, la dedicación a la profesión académica era parcial en sus comienzos. Combinaban papeles que los vinculaban al Estado y a la Iglesia, las dos instituciones que habían servido hasta el momento para el ascenso de la clase dirigente. Incrustados allí, todavía creían posible acelerar el cambio social en un sentido democrático y liberal, quizás tomando en cuenta el precedente de la Revolución en Marcha.

Bastaron pocos años para que el ciclo concluyera de modo trági­co. El hecho decisivo fue la muerte del padre Camilo Torres Restrepo en las montañas de Santander, el 15 de febrero de 1966, en combate de grupos guerrilleros con el ejército. En esta época culminaba el proce­so de transformación de la Universidad Nacional con la creación de las facultades de Ciencias (1964) y de Ciencias Humanas (1966), a la última de las cuales se integró, como departamento, la Facultad de Sociología. Fals Borda se retiró entonces de la Universidad y renunció a cualquier posibilidad de acción en el gobierno. Bajo el impacto de la muerte de Camilo Torres, y en un encierro voluntario, escribió La subversión en Colombia.

En ese lapso de siete breves años se modificaron muchas dimen­siones de la sociología: su relación orgánica con la Universidad, su

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concepción sobre la sociedad, las actitudes e imágenes populares del papel del sociólogo, las orientaciones teóricas y metodológicas, el des­tino de las personas. Con probabilidad, no ha habido proceso de cam­bio social tan drástico y tan dramático, tan pleno de ambigüedades.

El ambiente nacional fue determinado por el paso de la dictadura y del régimen militar de transición al Frente Nacional (1958). Un trán­sito marcado por cierta esperanza innovadora, pero también por la ansiedad concomitante a la primera alternación del gobierno (1962) y por una creciente tensión de diversas fuerzas políticas. Temas de preo­cupación pública eran la violencia y la paz, la reforma agraria, los primeros planes y estrategias nacionales de desarrollo, las reformas administrativas del Estado, las crisis de un sistema educativo en cre­ciente expansión, la reforma universitaria y los conflictos en la cultu­ra y en la religión en el momento preliminar al Concilio Vaticano 11.

En el plano de la cultura fue la época del fin de Mito (con la trágica desaparición de Jorge Gaitán Duran y de Eduardo Cote Lamus) y del surgimiento de Eco. También, del fin de los vestigios del clacisismo y de la influencia hispánica, y del nacimiento del nadaísmo. Del ascenso de pintores como Botero y Obregón por encima de las tradiciones pictó­ricas del grupo Bachué. Del término del ciclo de la novela costum­brista, como la encarnada en Osorio Lizarazo, y del ascenso de García Márquez.

Dichos cambios de la sensibilidad se realizaron en una atmósfera marcada por los rumbos y efectos de la Revolución Cubana (enero de 1959). En términos de Tad Szulc, ella "había introducido la guerra fría en el hemisferio occidental"(Zsulc, 1967). Para prevenir la expansión de la influencia cubana, se concibió la Alianza para el Progreso en marzo de 1961, réplica en miniatura del Plan Marshall3.

Junto al diseño económico había un designio de modelar las insti­tuciones, entre ellas las universitarias, según la visión geopolítica de los Estados Unidos. Los estudios sobre problemas de América Latina se iniciaron en centros regionales constituidos para el efecto en univer-

3. El marco teórico general de esta política puede verse en Talcott Parsons (1949 y 1960).

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sidades norteamericanas. Fundaciones como la Ford, la Rockefeller, la Fulbright y otras, lo mismo que los Cuerpos de Paz, se amoldaban a una estrategia global de apoyo a los enunciados de la Alianza para el Progreso.

Una influencia súbita de esta naturaleza provocó en la Universi­dad Nacional un impacto muy sensible, aquel que había previsto Ar­boleda. Impacto más marcado en las ciencias sociales por el reciente proceso de afirmación, y explosivo cuando se revelaron las consecuen­cias políticas de investigaciones que no perseguían propiamente un ideal de conocimiento.

El Departamento de Sociología fue sostenido en gran medida, en sus primeros años, por entidades como las mencionadas, que aporta­ron los recursos indispensables para la docencia y la investigación (bi­blioteca, máquinas de cómputo), los sueldos de profesores extranje­ros (Andrew Pearse, Williamson, Flynn, Everett Rogers, Havens y Ross, entre otros) y sobresueldos para la realización de algunas investigacio­nes por parte de los profesores nacionales (Camilo Torres y Fals Borda).

No puede dudarse que en principio existía un ánimo constructi­vo y liberal en la misión que se asignaba a la sociología por parte de los agentes involucrados. La sociología debía diagnosticar los proble­mas de la sociedad y contribuir a las soluciones con conocimientos y propuestas de reforma4. Se confiaba en la innovación del sistema po­lítico y económico como producto del saber.

Era la versión de la paloma, no la del halcón. Se insistía mucho más en la transformación que en la prevención de conflictos o en el control social. Parecía que retornaba el espíritu de Comte, reencarna-

4. Hacia finales de 1958, Orlando Fals Borda realizaba una investigación sobre los cambios ocurridos en la comunidad rural de Saucío, a poco menos de cumplirse diez años de su trabajo Campesinos de los Andes. En enero de 1959 debió interrum­pir su investigación por motivos prácticos: fue nombrado director del ministerio de Agricultura, y a partir de marzo dirigiría el nuevo Departamento de Sociología de la Universidad Nacional. Este tipo de tránsito entre la Universidad y el Estado no era extraño entonces. Por la misma época, un decano de la Facultad de Filosofía tomó licencia para ocupar el puesto de ministro de lusticia, volvió a su cargo como decano, para ser nombrado luego Procurador General de la Nación. Ver Studium, vol. 2, N° 4-5, Bogotá, enero-septiembre de 1958, p. 125.

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do en el personaje de Silva. La sociología resurgía "con el fin de mo­dificar un pueblo y elevarlo y verificar en él una vasta experiencia de sociología experimental". Los instrumentos, ahora, eran más apro­piados, menos literarios: los característicos de una sociología acomo­dada a las tradiciones de estudios empíricos de caso de los académi­cos de los Estados Unidos.

Sólo que éste era, en gran medida, un proceso de cambio inducido y no autónomo. Cuando afuera se transformó la definición del proble­ma (control y no cambio social, doctrina de seguridad y no refor­mas), los líderes internos quedaron expuestos al repudio y al escarnio.

Durante un año y medio, Fals Borda debió aplazar su deseo de in­corporarse de lleno a la Universidad. Sucesivas crisis políticas hacían más necesaria su continuidad en un cargo que era técnico. Su oficina preparaba proyectos de reforma agraria, de los cuales luego se ocupa­rían los políticos sustrayendo y enmendando.

Pero este papel se justificaba como argumento en favor de la socio­logía. En mayo 19 de 1960 escribía Fals Borda a Lynn Smith: "Aunque todo esto transforma mis planes, puede redundar en bien porque ten­dré la oportunidad de concluir el trabajo iniciado en el Ministerio. Francamente dañaría mi reputación y la de la profesión sociológica si me retirara en un momento tan crítico. Por supuesto, son grandes las responsabilidades y me preocupo mucho, pues todos los ojos se con­centran en el Ministerio. Mis estudiantes y los demás esperan que pueda demostrar cuánto puede hacer un sociólogo en un puesto pú­blico" (ADSUN, Fals-Smith).

En agosto de 1960, Fals Borda ya pudo renunciar, cuando se cons­tituyó el Comité Nacional Agrario, encargado de resumir los diversos proyectos para presentar uno a consideración del Congreso. No obs­tante, continuaría como asesor técnico ocasional. De esta forma, el Departamento de Sociología fue protagonista de la expedición de la Ley 135 de Reforma Agraria, sancionada en diciembre de 1961.

Y aún más tarde, la institución tendría su parte en la ejecución, pues Fals Borda y Camilo Torres serían miembros del Comité Técni­co del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INCORA) y cumplirían en el medio académico funciones de investigación, de formación de líderes y de extensionistas.

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En abril de 1962 escribía Fals Borda a Lynn Smith: "La Reforma Agraria está en marcha, y yo estoy metido en ella hasta el pescuezo. A pesar de ciertos temores, he decidido empeñarme a fondo en ella. Es una experiencia única el hecho de poder participar y aun de poder controlar algunos de los procesos de cambio socioeconómico en estos países. El primer proyecto es el del Valle de Cunday, en Tolima, y mis estudiantes y yo hemos completado un largo trabajo de campo de una semana sobre el terreno para el Instituto de Reforma Agraria" (ADSUN,

Fals-Smith). El término que Fals Borda utiliza, "controlar", significaba contribuir a que los propósitos de la reforma no fueran desvirtuados por las distorsiones de los políticos tradicionales y de los terratenientes.

Por su parte, Camilo Torres se había comprometido desde 1959 en la creación de la Acción Comunal. A él se sumarían Andrew Pearse y Fals Borda en 1960. En 1959, Camilo Torres fundó MUNIPROC, enti­dad creada para "prestar en las comunidades subdesarrolladas una atención profesional que tienda a estimular la creación de servicios permanentes a su cargo y de acuerdo con las necesidades existentes y rehabilitar a esas comunidades mediante el desarrollo integral con la capacitación técnica de sus miembros" (ADSUN, Fals-Smith).

Por la misma época, Camilo escribía:

El trabajo universitario es el que me ha llenado más, después del trabajo

con los pobres... En Colombia se ha iniciado un movimiento de Ac­

ción Comunal muy interesante. Se propone organizar en gran escala

la acción de comunidades locales para la rehabilitación de todas las

deficiencias, gracias a la propia organización. Para eso se requiere for­

mar promotores voluntarios que consagren su vida al servicio de la

comunidad. Tienen el propósito de hacer algo apolítico y técnico. Sin

embargo tú sabes lo que eso implica en un país latino, tropical y subde-

sarrollado: intrigas políticas, burocracia, etc. Yo he dejado toda la de­

cisión al Arzobispo. Me aterran esos puestos de importancia exterior.

Cada vez veo más lejano mi ideal de vivir pobre entre los pobres (To­

rres, 1970).

En julio de 1960, el Departamento de Sociología colaboró con el ministerio de Educación en establecer las bases de una división de

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Acción Comunal allí. En septiembre organizó un Congreso Interuni-versitario de Desarrollo de la Comunidad. Como consecuencia, la Uni­versidad Nacional creó un Consejo Interfacultades para el Desarrollo de la Comunidad. En septiembre de 1962 llegaría el primer contin­gente de Cuerpos de Paz enviado a Latinoamérica (el segundo en el mundo, después del enviado a Ghana).

Las promociones de Cuerpos de Paz serían entrenadas en la Facul­tad de Sociología, o por profesores de la Facultad. Los Cuerpos de Paz trabajarían en actividades tales como acción comunal, televisión edu­cativa, carreteras, salud y educación. Algunos de ellos, es bueno recor­darlo ahora, orientarían luego sus temas de investigación a Colombia y contribuirían a modernizar la historiografía nacional con una pers­pectiva crítica.

Así, la sociología contaba con un respaldo que permitió un extraor­dinario crecimiento en los primeros años. Constituida como depar­tamento en el mismo año que la física, la sociología desempeñaría con ella y con el Instituto de Ciencias Naturales tarea de primer orden en el cambio de la Universidad.

Las investigaciones de los profesores de sociología fueron motivo para que los organismos directivos de la Universidad estudiaran nue­vos procedimientos de apoyo a una actividad hasta entonces marginal en el campus. No había antecedentes. En noviembre de 1960 se apro­bó en la Universidad Nacional un estatuto docente que comenzó a con­sagrar la dedicación de tiempo completo o la dedicación exclusiva.

En octubre de 1961 se creó la Sección de Investigación Social en la Facultad de Sociología, a tiempo que surgieron centros análogos en las facultades de Psicología y de Ciencias Económicas.

Finalidades de esta sección eran:

a) absolver consultas y prestar asistencia técnica en asuntos sociales

para aquellas entidades o personas que así lo solicitaren a la Universi­

dad; b) colaborar en los trabajos de investigación que efectúen los

profesores y alumnos de la Facultad de Sociología; c) efectuar otros

trabajos de investigación social dentro y fuera de la Universidad con

fines específicamente científicos; d) preparar material docente deri­

vado de la investigación social; e) publicar los resultados de las inves-

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tigaciones efectuadas, así como monografías sobre la sociedad y la

cultura colombiana, textos, boletines y escritos científicos; f) divulgar

en el exterior los valores científicos colombianos dentro de las cien­

cias sociales y, en Colombia, los avances que en estas mismas discipli­

nas se hagan en el exterior'.

Se señalaba que "buena parte de estos trabajos han sido financia­dos con fondos de fuera de la Universidad Nacional" (ADSUN, Infor­me..., 1966). La investigación no se había institucionalizado en la Univer­sidad Nacional: no hacía parte de las escalas salariales ni se contemplaba en la dedicación. Todo lo cual explica, en parte, por qué no hubo su­ficiente integración de la investigación con la docencia y por qué sería luego tan precaria la continuidad de la investigación. Era una activi­dad artificial, superpuesta con gran esfuerzo a la estructura corriente de la Universidad y en gran parte subsidiada por las fundaciones, que sentían en mayor medida que el Estado o la sociedad colombiana la necesidad de la investigación social.

Estas apreciaciones se corroboran en la carta de enero 9 de 1964 que dirigía Fals Borda a Robert Wikham, director de la Fundación Ford en Bogotá. Decía refiriéndose al programa de investigación:

Esta es una de las actividades más importantes de la Facultad y que

reorienta los intereses de la Universidad, cambiando la imagen públi­

ca que se había formado, en el sentido de que ella era una torre de

marfil, sin contacto con las realidades nacionales. Hoy podemos indi­

car un número importante de investigaciones y de informes técnicos

útiles para servir a instituciones externas y al gobierno nacional. Has­

ta el momento hemos funcionado sobre la base de un director asigna­

do por la UNESCO y sobre la base de contratos. Creemos que es hora de

nombrar internamente un investigador y de acercarnos a la investiga­

ción pura. Pero aún los salarios de la Universidad son muy bajos, y es

necesario contar con un investigador de primer orden mediante el

5. ADSUN, "Informe sobre la Sección de Investigaciones Sociales del Departa­mento de Sociología de la Facultad de Ciencias Humana", Bogotá, nov. 1966, me­canografiado.

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mecanismo de los subsidios. La Universidad, por lo tanto, está nom­

brando a uno, elevando su sueldo, a través de un subsidio, a 7.000

pesos. Además, se propone crear un fondo especial para investigación

independiente (ADSUN, Informe..., 1966).

La sección de investigaciones alcanzó a incorporar equipos de cómputo, una buena biblioteca y materiales para el trabajo de campo.

Vale la pena esbozar las grandes líneas temáticas de las investiga­ciones.

La línea más privilegiada fue la de temas rurales, cuyo fundamen­to había puesto Fals Borda. La de mayor trascendencia pública, por causas comprensibles, fue La Violencia en Colombia (Fals, 1979). Se realizaron estudios sobre tenencia de la tierra, en coordinación con el INCORA y con el Centro Interamericano de Desarrollo Agrícola (Co­lombia, Comité Interamericano de Desarrollo Agrícola, Tenencia de la tierra y desarrollo socioeconómico del sector agropecuario, ca. 1966). Havens, Montero y Romieux hicieron investigaciones patrocinadas por el INCORA y el Land Tenure Center (Havens, Montero y Romieux, 1965). En este último caso se ha presentado una interesante continui­dad extrainstitucional al realizar los investigadores un estudio de las mismas regiones, pasados poco más o menos diez años, para evaluar los cambios producidos (Havens et al., 1977). También están los tra­bajos sobre comunidades rurales de Fals Borda, quien en sus estudios sobre la costa ha mantenido, al margen del departamento, continui­dad en interés y perspectivas. Por mucho tiempo, el Departamento de Sociología dejaría de lado este campo, hasta el Seminario sobre el Pro­grama de Dasarrollo Rural Integrado que organizó, con apoyo del ICFES, en agosto de 1978. A partir de entonces, esta temática ha venido recuperando terreno con el proyecto de Jaime Eduardo Jaramillo so­bre la propiedad parcelaria y los trabajos sobre la baja Guajira, enca­bezados por Normando Suárez (Jaramillo, 1979; Suárez, 1979).

De los trabajos sobre sociología industrial sobresalieron el de Aron Lipmann, El empresario bogotano (1966) y la investigación sobre la clase obrera dirigida por Daniel Pécaud, para la cual la sección prestó asesoría, quedando en ella, como contrapartida, materiales que han sido muy utilizados en la enseñanza de las técnicas de investigación

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(Mayor, Pérez y Weiss, 1977). Es en esta temática donde quizás se ad­vierte una mayor continuidad en los veinte años del departamento, aunque son evidentes los replanteamientos teóricos y metodológicos. La investigación sobre clases sociales, por una parte, y los recientes in­formes y resultados de investigación de los profesores Alberto Mayor y Anita Weiss han continuado la línea temática de la Sociología Indus­trial (Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, 1971).

En sociología urbana se registran tres trabajos, el más importante de los cuales es el de Camilo Torres Restrepo: La proletarización de Bo­gotá. Los otros son los de Usandizaga y Havens (1966), entre otros, sin mucha continuidad, al parecer. Como en el caso de la sociología rural, este objeto de preocupación sociológica sólo ha sido retomado, aun­que con muchas dificultades, en los años ochenta.

Trabajo único en su campo y ejemplar de todos los esfuerzos de investigación de la primera etapa del departamento fue el de Virginia Gutiérrez de Pineda: La familia en Colombianos).

Ernesto Guhl y Miguel Fornaguera abrieron camino a los estudios regionales. López Toro, a los demográficos y a los relativos a la regiona-lización del país (1969). Williamson inició los trabajos sobre el ámbi­to universitario (1969), que han sido retomados en otra perspectiva .

En muy poco tiempo, investigadores colombianos y extranjeros brindaban una visión objetiva de algunos problemas cruciales del país, algo que no había sucedido hasta entonces.

Manifestación importante del impulso inicial fue la creación de la Asociación Colombiana de Sociología el día 11 de abril de 1962. La Asociación fue sostenida con el liderazgo y el apoyo de la Facultad de Sociología y por sus fundadores, Fals Borda y Camilo Torres Restrepo. En breve tiempo organizó dos Congresos Nacionales de Sociología y el Octavo Congreso Latinoamericano de Sociología (ver Anexo 4).

También se diseñó una política de especialización de egresados, para lograr una progresiva autonomía en la enseñanza de la sociolo-

6. Esta perspectiva es el estudio de la universidad como organización y como base institucional para el desarrollo de la ciencia. En este contexto son pertinentes los siguientes trabajos: William Lee Magnusson (1970), Jaime Jaramillo Uribe (1977: 237-270) y Gabriel Restrepo (1983 [9]; 1991 [1]).

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gía. En septiembre de 1963 se creó una Sección de Estudios Gradua­dos que en diciembre de 1964 se convertiría en un posgrado en Socio­logía del Desarrollo. El posgrado continuaría por inercia entre 1966 y 1969, año en el cual llegó a un punto muerto (Betancourt, 1978).

La investigación y la docencia fueron selladas con una muy diná­mica política de difusión, publicaciones y canje, garantizada con el establecimiento de un ágil Fondo Rotatorio de Publicaciones. Entre 1959 y 1966, la facultad publicó cerca de 38 libros, resultado de investi­gaciones de sus docentes.

Dos edificios se construyeron para atender a las necesidades de crecimiento de la sociología, ocupados en 1961, el primero, y en 1964, el segundo.

Todo esto pareció irse a pique en muy poco tiempo. ¿Qué factores fueron responsables del deterioro y del brusco freno de un proceso de cambio tan extraordinario? Se deben señalar dos: 1) la incidencia ne­gativa del cambio de organización de la Universidad Nacional, cono­cido bajo el nombre de "integración", o Plan Patino, y 2) la intensidad del conflicto político nacional.

Como se ha insinuado, la Universidad se reunió en un mismo te­rritorio a partir de 1935, pero continuó siendo una expresión geográfica de múltiples facultades separadas. Contra la atomización del saber ha­bían luchado en vano rectores de tendencias tan opuestas como Ge­rardo Molina y Jorge Vergara Delgado. En la administración había duplicidad, pérdida de recursos, desaprovechamiento de espacios y de materiales. En el saber, provincianismo, parcelación, estrechez de miras.

Hacia 1960 esta situación era crítica, dada la tendencia al aumen­to de especialidades y la presión para el ingreso a la Universidad. Así lo formulaba la Comisión Académica cuando declaraba, ante un caso en el que se pretendía transformar un departamento en facultad, que "es necesario buscar la manera de que no se multipliquen las unida­des docentes, tratando al mismo tiempo de unificar la administración de la enseñanza. Es posible crear nuevas carreras sin crear nuevas fa­cultades".

Ya el mismo Departamento de Sociología, en diciembre de 1960, se había transformado en Facultad independiente de la de Economía.

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No se había institucionalizado la idea del departamento como unidad básica de la Universidad. No obstante, el decano declaraba que, con el esfuerzo de crear un año básico común para muchas disciplinas, "po­dría darse un primer paso para la posterior coordinación dentro de las ciencias sociales (derecho, economía, psicología, educación y filo­sofía) hasta que se lograra el objetivo de alcanzar una verdadera y amplia Facultad Universitaria de Ciencias Sociales" (ADSUN, Fals-Rockefeller, diciembre 10 de 1960).

Y hacia este objetivo de integración del conocimiento tendió la Facultad de Sociología. Se mantuvieron buenas relaciones con la eco­nomía. Se constituyó una Sección de Antropología Social en noviem­bre de 1961. Se integró la carrera de Trabajo Social, que funcionaba en el Colegio Mayor de Cundinamarca. Se estimularon los estudios de historia y de geografía.

Esta integración real de saberes en el marco de una facultad como la de Sociología hacía esperar que una integración mayor y formal re­dundaría en una mejor capacidad de investigación y en un mayor poder de la sociología. Sin embargo, el curso que siguió la integración formal atentó contra la integración real que en la práctica se estaba imponiendo.

La Facultad de Sociología fue abanderada del proceso de cambio institucional y de integración que propició el rector José Félix Patino. Paradójicamente, las facultades más opuestas a este plan, como la de Educación, fueron las más beneficiadas, mientras que la de Sociología sería el núcleo más negativamente afectado.

Existe una buena literatura sobre este proceso, que es, sin embar­go, poco conocido (Magnusson, Mankeliunas y Restrepo). Se centra­ron ciertos servicios básicos, como administración de espacios, manejo de presupuesto, bibliotecas, admisiones, planeación, sistemas de cóm­puto, bienes y servicios, publicaciones e investigación. Las facultades que disponían en forma autónoma de estos servicios debieron ena­jenarlos o perder autoridad sobre ellos, suponiéndose que, como con­trapartida, tendrían un servicio más potenciado y expedito.

En la práctica no sucedió así. Las deficiencias de una administra­ción central poco ágil contribuyeron al caos y a la crisis. La crisis provo­có inestabilidad directiva. La inestabilidad confirió más poder a una

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burocracia central que multiplicaba los controles y se hacía cada vez más insensible a las necesidades académicas.

En segundo lugar, se intentó la integración de la multiplicidad de facultades en unas pocas, para constituir el departamento como uni­dad primaria y la facultad como secundaria o derivada. La integra­ción se llevó a cabo en las facultades de Ciencias, Ingeniería y Ciencias Humanas. No se hizo en salud, en las disciplinas agropecuarias y en derecho. En las áreas integradas, el proceso se guió por criterios diferen­tes y tuvo resultados disímiles, buenos para la Facultad de Ciencias y desastrosos para la de Ciencias Humanas, que conforman, en la Univer­sidad moderna, el núcleo del sector académico o no profesional (Par­sons, 1973).

La Facultad de Ciencias se constituyó en 1964, integrada por las antiguas unidades de química (1941) e ingeniería química (1946), que poco tiempo después se integrarían a la nueva Facultad de Ingeniería; química farmacéutica (1927), matemáticas (dependiente de Ingenie­ría desde el siglo xix), geología (1951), el Instituto de Ciencias Natura­les (Departamento de Botánica, 1936), el Departamento de Física (L959); ka sección de biología de la Facultad de Medicina y el Observa­torio Astronómico.

La integración se hizo allí atendiendo al criterio de afinidad científica. Con ligeras modificaciones, ia Facultad de Ciencias ha con­servado su unidad básica y ha crecido orgánicamente, aumentando su potencial de investigación, reconocido por COLCIENCIAS, SU poder y peso en la Universidad, aunque con el lastre de una administración central ineficiente.

En la Facultad de Ciencias Humanas, la integración fue tortuosa y problemática. Tuvo un carácter más administrativo que académico. Se reunieron entidades no afines y la integración se produjo en un ambiente más ideológico que científico.

En agosto 4 de 1964 se integraron las antiguas facultades de Filo­sofía y Letras (1952) y Ciencias de la Educación (1959). Ésta no había encajado muy bien dentro de la Universidad. Entre 1933 y 1935 funcionó como Escuela de Educación, y allí tuvo, sin duda, un momento brillan­te con su director, Rafael Bernal Jiménez, y con los profesores Agustín Nieto Caballero y Tomás Rueda Vargas, entre otros (Bernal Jiménez,

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1935). Pero fue segregada para constituir, con la Facultad de Educa­ción de Funja trasladada a Bogotá, la Escuela Normal Superior. Aun­que en 1946 Germán Arciniegas y Gerardo Molina, entonces ministro de Educación y rector de la Universidad Nacional, propusieron su fu­sión con la Universidad Nacional, la idea no prosperó (Ministerio de Educación/Arciniegas, 1946). Después del período brillante de la Es­cuela Normal, las ciencias de la educación habían decaído. Crecieron privadas de su fundamentación científica, que ahora era materia de disciplinas especializadas como la psicología, las ciencias, la geogra­fía, la sociología, la historia, etc.

Por otra parte, en junio 30 de 1964 se creó la Facultad de Ciencias Sociales, integrada por las facultades de Psicología (1957) y de Sociolo­gía (1960), ésta con todos sus satélites. Esta integración respondía más a exigencias locativas que científicas (aprovechar el espacio construido en el edificio de Sociología). En 1964 había más razones para integrar a Sociología con Ciencias Económicas o con Historia que con Psicología. Entre 1964 y 1965 se intentó aproximar las unidades integradas con un plan básico común, modificando el pénsum, pero todo esto no hizo más que sembrar confusión. La integración se había realizado sin prin­cipios académicos. En marzo de 1966 se integró la Facultad de Filoso­fía y Ciencias Sociales, reuniendo las facultades constituidas en 1964. La nueva facultad se componía de los siguientes departamentos: Antro­pología, Ciencias de la Educación, Filosofía e Idiomas, Geografía, His­toria, Psicología y Sociología.

Dos meses más tarde, la Facultad de Economía (con sus respectivos departamentos: Economía, Administración y Contaduría) también sería incorporada a esa entidad gigante, ahora denominada Facultad de Ciencias Humanas.

Contra su querer, algunos departamentos, como el de Sociología, cedieron sus secciones de investigación, que en marzo 17 de 1966 se integraron en el Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID).

Con la separación de docencia e investigación y con el criterio de privilegiar el número de alumnos y de clases dictadas para evaluar la eficiencia de los departamentos y asignar recursos, se produjeron de­formaciones estructurales, como el enanismo de la lingüistica y la li­teratura dentro de un Departamento de Filología e Idiomas dedicado

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a una enseñanza regular de idiomas extranjeros. Las carreras de Cien­cias de la Educación crecieron en número, duplicando, sin un funda­mento de investigación, la enseñanza de ciencias y de ciencias socia­les, mientras que departamentos como Sociología, Historia y Geografía se veían reducidos a mínima expresión en espacio, materiales, ayudas para la investigación, presupuesto para profesores, publicaciones, etc.

Como si no bastara lo anterior, el proceso de integración universi­taria se desarrolló en un marco de crecientes conflictos nacionales que en último término llevaron a la ruptura del compromiso de la institu­ción sociológica con un proyecto de gobierno que, cada vez más decli­naba el impulso democrático original del Frente Nacional. Como consecuencia, el departamento perdió casi todo apoyo para realizar una investigación independiente y crítica.

Hacia 1964 era ya perceptible una alteración del panorama inter­nacional y, en particular, del latinoamericano. En diciembre de 1963 había sido asesinado Kennedy, y con él parecía sepultada la Alianza para el Progreso, con sus ideales liberales. En un balance posterior, Huntington señalaría que la Alianza para el Progreso contribuyó a desestabilizar la región, porque aceleró expectativas de cambio social que no podían ser satisfechas en las débiles estructuras de los Estados nacionales de América Latina (Huntington, 1968).

Entonces se acuñó la doctrina de la Seguridad Nacional. La polí­tica exterior puso el énfasis en aspectos preventivos y de control, y dejó a un lado la ilusión de un cambio democrático. En 1963 había sido depuesto Bosch en República Dominicana. En 1964 se produje­ron golpes militares en Brasil (fue depuesto Goulart) y en Bolivia. Se hablaba del retorno de los generales. La tensión en el Caribe llega a su máximo punto con la matanza de los estudiantes en la zona del Canal de Panamá y con la declaratoria del bloqueo a Cuba. En abril de 1964, Camilo Torres Restrepo escribía desde Perú: "La reacción se comienza a pasear por todo nuestro continente" (Torres, 1970: 36). En 1965, los conflictos madurarán con el inicio de la escalada del Vietnarn y con el desembarco de tropas norteamericanas en Santo Domingo (mayo 28). Estos sucesos alimentaron un clima de rebelión estudiantil en todo el mundo occidental, que coincidía con un inusitado ascenso de la ju­ventud a los estudios superiores (Parsons, 1979).

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Un hecho crucial tuvo lugar entonces en las ciencias sociales. A partir de 1964, el Pentágono comenzó a idear el Plan Camelot, dirigi­do a examinar las causas y los potenciales de la subversión interna en América Latina, dentro del concepto de seguridad nacional. Del or­den de los cinco millones de dólares, el plan contaba con la asistencia de científicos sociales norteamericanos y de colaboradores latinoa­mericanos7. Comenzó a denunciarse en Chile en julio de 1965. Se sabe que los directores del proyecto buscaron contactos con profesores de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, aunque éstos rehuyeron toda participación. El plan asumió en Colombia el nom­bre de "Simpático" y se llevó a cabo a pesar del retiro y la denuncia de nueve de los colaboradores nacionales , ninguno de los cuales perte­necía a la institución de sociología.

El Plan Camelot planteó en toda América Latina el tema del colo­nialismo cultural. Como ya insinuara Arboleda, el afán de los investi­gadores extranjeros bien podría responder a prioridades distintas a las nacionales. La diferencia de organización, de recursos y de acumu­lación de conocimiento produjo un trauma agudo.

Las denuncias hechas entonces tuvieron, en muchos casos, com­ponentes irracionales y se generalizaron de modo indiscriminado, hasta el punto de ver en toda investigación foránea un designio ocul­to. También se produjo un rechazo irracional a las teorías funcionalis­tas, a técnicas de investigación empírica y a los estudios de caso. Pero una buena contrapartida de esta resistencia fue el comenzar a explo­rar otras fuentes de pensamiento, en especial el pensamiento europeo y aun el de los clásicos norteamericanos, en un intento por configurar una base propia de conocimiento autónomo. Sólo que este pedido elemental de soberanía en el saber no correspondería a una valora­ción política nacional de la importancia de las ciencias sociales, que por su disidencia intelectual comenzaban a ser hostilizadas.

7. Sobre el proyecto Camelot hay una bibliografía extensa. Para ello, remitimos a Johan Galtung (1968).

8. Jaime Zabala, et al. Manifiesto a la opinión pública, Bogotá, mimeo, die. de 1965. También: ADSUN.

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Pero que la abrumadora invasión de las ciencias sociales norte­americanas, que se habían manifestado en forma organizada a finales de los años cincuenta, contribuía en su esencia a fomentar y reprodu­cir el colonialismo cultural, fue algo que ha debido ser reconocido por la mayoría de los científicos sociales latinoamericanos, entre ellos, de modo franco y lúcido, por Orlando Fals Borda. Con una medita­ción bien sopesada sobre este proceso, Fals Borda reorientaría sus es­tudios y esfuerzos en la dirección de una ciencia éticamente compro­metida con la liberación del pueblo9.

Otra fuente de conflicto en este período se centró en la cuestión religiosa. Desde el Concordato, la relación entre religión y ciencia ha­bía sido muy tensa. En las ciencias sociales, el caso era crítico. El De­partamento de Sociología se fundó como una institución secular y no confesional, como lo hubieran querido algunos. En él participaban un protestante, un sacerdote católico y no creyentes, nacionales y ex­tranjeros de diferentes orientaciones ideológicas, reunidos, sin em­bargo, en la comunidad de normas del método científico. La cuestión religiosa se convertía más en un objeto de estudio que en un principio dogmático. Muchas de las publicaciones de los primeros años abor­daron el tema de la sociología de la religión. En las declaraciones de la institución se insistía en la contribución del departamento a estimu­lar la tolerancia religiosa y el pluralismo de creencias.

Pero esto mismo ya era para muchos un problema. Las luchas religiosas se habían avivado con la Violencia, confundiéndose a me-

9. Orlando Fals Borda, "El problema de la autonomía científica y cultural en Colombia", en Eco, vol. 21, N° 6, Bogotá, pp. 600-627. "Pero en vez de malgastar tiempo y energías documentando esta grave tendencia colonialista intelectual que es tan bien conocida, conviene ir más allá para examinar algunos elementos socio­lógicos e históricos que inciden en el problema que nos ocupa. Además, es proce­dente hacer la crítica franca y la autocrítica que deben distinguir a todo intelectual contemporáneo en Colombia" (602-603); "La iniciación del Departamento de So­ciología de la Universidad Nacional, como la de otras escuelas de la misma, se vio también inevitablemente afectada por tendencias extrajerizantes, como lo señalan varios estudios autocríticos recientes. Tomaría mucho tiempo discutir aquí los di­versos aspectos que entraron en este caso, en las varias etapas que se fueron supe­rando. Otra autocrítica, junto a una amplia descripción del proceso dentro del con­texto latinoamericano, se encuentra en mi libro Ciencia propia y colonialismo inic­

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nudo con ella. Los grupos protestantes habían avanzado. Por otra parte, los intentos de imponer un credo en la Universidad Nacional, secular por tradición, habían suscitado en el medio estudiantil una reacción anticlerical que se manifestaba con fuerza. En este contexto no es ex­traño que en 1960 núcleos de la jerarquía católica se hubieran opuesto al nombramiento de Orlando Fals Borda como decano, advirtiendo que era "protestante y comunista" (ADSUN, Fals-Smith, diciembre 10, 1960). Al mismo tiempo, para Camilo Torres la situación era en espe­cial conflictiva: debía demostrar a los estudiantes que la actitud anticlerical no era muy fundada y que religión, ciencia y compromiso con el cambio social no eran incompatibles.

El climax de este conflicto sucedió en una huelga estudiantil de junio de 1962, en la cual Camilo Torres y con él la Facultad de Sociolo­gía se inclinaron en defensa de reglas de procedimiento mínimas para juzgar sobre posibles expulsiones de estudiantes10. Como consecuen­cia, Camilo Torres fue separado por la Iglesia de todas sus responsabili­dades en la Universidad. En lo sucesivo, la Facultad de Sociología solici­taría en forma reiterada la revocatoria de la medida, en vano, pero continuaría vinculando a Camilo Torres como asesor del Consejo Di­rectivo. En las condiciones vigentes, el conflicto de Camilo Torres con la Iglesia equivalía, poco más o menos, a una ruptura con el gobierno.

La primera alternación del poder del Frente Nacional, en 1962, contribuyó a detener y desvirtuar los procesos de reforma. El ritmo de ejecución de la reforma agraria se detuvo, y la acción comunal pasó

lectual, que ya circula en Bogotá (Editorial Oveja Negra)"(6o3); "Muchas veces se usan tales oportunidades en instituciones nacionales para poner a prueba empírica hipótesis o temas originados en los Estados Unidos, relacionados con problemas de muy baja prioridad para Colombia, o con necesidades de contrainsurgencia y lucha antisubversiva que lesionan la soberanía nacional. A estas tareas desenfocadas se dedican centenares de colombianos en adiestramiento. Que yo sepa, son contados aquellos compatriotas que a través del trabajo de tales misiones o centros hayan hecho contribuciones importantes u originales en su campo, habiéndose limitado más bien a ser réplicas de sus profesores norteamericanos y, en el fondo, peones intelectuales de éstos" (607).

10. Eduardo Umaña Luna y Carlos Neissa Rosas, "Recopilación de documen­tos sobre la actual crisis de la Universidad Nacional" (mimeo), ago. 1962, 34 p.

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a ser un botín, en el ministerio de Gobierno y no en el de Educación, del mecanismo de las clientelas políticas.

Fals Borda escribía a Lynn Smith en octubre de 1964:

Agradezco su carta... donde me envía copias de su estudio sobre la

Reforma Agraria en Colombia. Lo leí con mucho interés y decidí con­

servarlo por mucho tiempo, debido principalmente a que en el INCORA

se ha presentado en el año pasado un cambio importante que contradi­

ce su previa orientación —la que usted expone en su trabajo. Para su

información, remito un informe del INCORA de 1963 y una copia del

memorando de Feder, que critica la política del INCORA. Pienso que en

lo esencial tal crítica se justifica, pero creo que Peñalosa obra táctica­

mente para ganar tiempo hasta que la administración liberal vuelva al

poder. Con el presidente Valencia es muy difícil realizar una reforma

agraria integral. Probablemente, si Peñalosa tiene éxito en mantener

intacto y activo su Instituto por los siguientes dos años, podría hacerse

algo más definido luego de 1966 (ADSUN, Fals-Smith, octubre 30 de 1964).

A pesar de las tensiones, en 1962 no se había estructurado la rebel­día de Camilo Torres Restrepo, como lo demuestra su deseo de ingre­sar a la orden de Santo Domingo (Torres, 1970:33). Quizás el momento definitivo de su viraje se produjo entre 1963 y 1964, cuando tuvo agu­dos enfrentamientos con miembros del comité técnico del INCORA,

opuestos a las reformas.

Pero quizás la dirección posterior de su inconformidad se dio en abril de 1964, cuando el gobierno y los militares rechazaron, luego de haberla considerado conveniente, la iniciativa de un grupo de inte­lectuales y de científicos (Gerardo Molina, Gustavo Pérez, monseñor Guzmán, Orlando Fals Borda y Camilo Torres, entre otros), encami­nada a constituir una "Comisión de estudios de carácter socioeconó­mico para canalizar y evaluar la situación de la región de Marquetalia, Tolima" y proponer una solución no militar al problema planteado por una "república independiente".

Como se sabe, el 14 de mayo el ejército ocupó la región, y al poco tiempo se conformarían grupos guerrilleros ofensivos. Desde el pun­to de vista de Camilo Torres, aquel hecho habría demostrado los lími-

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tes de la sociología ante la razón de Estado. Y desde aquel momento, Colombia ha padecido el mal endémico de una nueva forma de vio­lencia que, por desgracia, se nutrió de la rigidez de las formas políti­cas y de la desigualdad extrema de las condiciones sociales.

Otro motivo de conflicto fueron los cambios del sistema de edu­cación superior. Por mucho tiempo, la historia de la universidad fue una sucesión de esfuerzos por convertir conventos en universidades y universidades en conventos, cuarteles en universidades y universida­des en cuarteles. Esta imagen extrema pone de presente lo precario de la institución universitaria, la poca valía del pensamiento y, con ello, la mengua del mismo Estado nacional, para el cual era esencial una institución que debía conservarse sagrada e independiente de com­promisos de gobierno o de partido.

La república liberal había comprendido hasta cierto punto la dimen­sión de la universidad estatal. Entonces florecieron las universidades públicas, nacionales y departamentales, con la Universidad Nacional y la Escuela Normal a la cabeza. Pero a partir de 1948 este predominio comenzó a resquebrajarse. Ya en la década del veinte se había fundado la Universidad Libre. En los treinta, la Javeriana, de Bogotá, y la Univer­sidad Pontificia Bolivariana, de Medellín. Con los cambios de atmós­fera cultural siguientes al 9 de abril, la universidad pública se debilitó. Creció a su lado la universidad privada.

La expansión universitaria condujo a la creación de organismos centrales reguladores; el ministerio de Educación se reestructuró ha­cia 1949. En 1952 surgió el Instituto Colombiano de Educación en el Exterior (ICETEX). En 1954, el Fondo Universitario Nacional. Hacia 1958 la Asociación Colombiana de Universidades (ASCUN).

La Universidad Nacional se veía en posición desventajosa para negociar su primacía en el sistema universitario. En lo interno, esto generó ansiedades, tensiones y conflictos. El movimiento estudiantil se tornó radical. Desde 1950, la Universidad Nacional experimentó sistemas muy diferentes y hasta contradictorios de gobierno, caracte­rizados todos por la cortedad de miras. El régimen de Laureano Gó­mez intervino dos veces la Universidad Nacional y lo propio hizo el régimen militar que fortaleció el poder de un rector ajeno a la comu­nidad académica.

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El primer gobierno del Frente Nacional quiso ser benigno con la Universidad, pero, al entregar la posibilidad efectiva de gobierno al Con­sejo Académico, compuesto por los decanos de las muchas facultades en que se dividía la Universidad, produjo el extremo contrario: un va­cío de poder real, que vino a ser llenado por el movimiento estudiantil, ya que entonces las organizaciones profesionales eran muy débiles, por ser la mayoría del profesorado de tiempo parcial. No se podía pasar de un salto de un régimen autoritario a uno colegial. Por lo demás, la cole­gíalidad sólo puede operar con un mínimo de centralidad ejecutiva.

Al mismo tiempo se puso de presente la inconsecuencia de vitupe­rar al movimiento estudiantil acusándolo de subversivo, cuando horas antes se lo había ensalzado como agente heroico de la caída de Rojas Pinilla. La tardía reforma de 1963, apresurada como siempre por conflictos estudiantiles, se propuso resolver el problema de una míni­ma centralidad de la autoridad. Pero no hizo más que avivarlo, al in­troducir en el Consejo Superior cuerpos extraños como los represen­tantes de la Curia y de la Asociación Nacional de Industriales.

Todos estos conflictos se urdieron en una espesa trama que acabó por detener de manera abrupta el impulso de la innovación socioló­gica en muy pocos años. EF'Discurso de despedida del decano Orlando Fals Borda en el acto académico del 11 de abril de 1966" (ADSUN, Discur­sos) permite vislumbrar las transformaciones ocurridas en apenas siete años. En la primera fila del auditorio "Camilo Torres Restrepo" se si­túan ahora "sólo profesores y estudiantes". La memoria registra la re­ciente muerte del fundador ("aunque sea del interés de varias institu­ciones que se olvide al padre Camilo Torres y su obra, ello no será posible") y la ausencia de los primeros profesores, ya todos idos.

El orador recuerda los antiguos ideales y registra su desmorona­miento. Reformula la concepción del papel del sociólogo, anticipán­dose a la visión de la "sociología comprometida" que justificará en el libro La subversión en Colombia, presentada en el último esfuerzo co­lectivo de aquella etapa, el Congreso de Sociología de 1967.

El discurso registra el drama vivido:

Cuántas esperanzas de transformación y de servicio iban envueltas en

esas palabras [iniciales de apertura de la sociología]. Esperanzas que

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PEREGRINACIÓN EN POS DE OMEGA

quedaron satisfechas sólo parcialmente, por los eventos sociopolíticos

que sacudieron adversamente al país poco después. Como miembro

fundador de esta unidad docente, tiemblo al pensar que con el curso

de los años nos acomodemos los sociólogos al orden imperante, que

sabemos injusto. Este aburguesamiento de la sociología, este someti­

miento de ella a los intereses egoístas de grupo, deben ser síntomas

cuidadosamente vigilados y contrarrestados durante los años que si­

guen. El sociólogo verdadero, en nuestro medio en ebullición, además

de científico celoso, no debe dejar de ser un obrero del cambio, un

visionario de la nueva sociedad o un ideólogo de la transformación de

que tanto se habla hoy, gracias en buena medida a los trabajos

investigativos de esta Facultad y a la conciencia que sobre los proble­

mas nacionales fueron creando nuestros profesores (ADSUN, Discursos).

Fals Borda señalaba allí lo que esperaba del nuevo desarrollo insti­

tucional:

Miremos un poco más allá, porque no podemos detenernos. Puestas ya

las bases institucionales, hemos llegado a una encrucijada, a un punto

en el que se vislumbran varias rutas y una promesa de mayores reali­

zaciones. Hemos comenzado a escalar el pico de la integración, que nos

invita a tener un más amplio horizonte intelectual. Con la creación de

la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas, que responde a muchas de

nuestras aspiraciones universitarias, se podría iniciar un nuevo ciclo

de desarrollo científico social en Colombia, con proyecciones hacia

América Latina. El éxito de este ciclo radica, en mi opinión, en el em­

peño de relacionar todas las ciencias sociales, sus conceptos y méto­

dos de investigación, más entre sí y con la realidad nacional. La histo­

ria ha demostrado la dinámica de las ideas y de los hechos consecuen­

tes para cambiar las sociedades, y las ideas, como los hechos, deben ser

la materia prima y el motor de la dialéctica interna de esta gran Facul­

tad. Si esto fuere así, ella habrá de convertirse en el promotor del cam­

bio de la Universidad, llevándola hacia metas académicas, científicas y

de servicio social cada vez más ambiciosas" (ADSUN, Discursos).

Otro, más tortuoso, sería sin embargo el curso de la sociología.

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