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ABRIL / JUNIO 2008 243 El libro que ha escrito Benigno Pendás, profe- sor de Ciencia Política de la UCM y colabora- dor habitual de las Terceras del diario ABC, es una magnífica guía para conocer y compren- der cuáles son los retos a los que se enfrenta la teoría política en este momento, después de un siglo veinte paradójico, que si bien puede ser tachado de convulso y terrible para la confianza en la racionalidad del ser humano, también fue la centuria del triunfo de la de- mocracia, hasta tal punto que no pocos se aventuraron a considerar después de 1989 que había llegado el “fin de la historia”, por no mencionar a todos aquellos que desde los cin- cuenta venían teorizando el fin de las ideolo- gías, esto es, la superación de la lucha ideo- lógica heredada del ochocientos. Pero el libro no es, como advierte su autor en los comienzos, un manual que resuma y co- mente el pensamiento político contemporá- neo. Se trata, como permite adivinar el título, de explorar cómo afronta la teoría política más radicalmente actual el análisis de la vida política de nuestras democracias; en defini- tiva, el término “para” que se recoge en el tí- tulo “apunta hacia cuestiones como las si- guientes”: qué ocurrirá con nuestra “demo- cracia constitucional”, cómo se desenvolverá el mundo de las ideas políticas y qué podrán aprovechar los partidos, dónde están verda- deramente la izquierda y la derecha actuales, y sobre todo: “¿cómo cerrar el paso a las doctrinas antipolíticas que aguardan su opor- tunidad bajo el manto generoso de los dere- chos y las libertades democráticas?”. La respuesta a este tipo de interrogantes exige, obviamente, un tipo de análisis que el libro despliega sin problemas, y que tiene como principal basamento un indiscutible e impresionante manejo de la bibliografía; el diálogo es constante con autores de la talla de Sartori, Rawls, Habermas, Fukuyama, Held, Von Beyme, Dahl, Dunn, Furet y Skinner, o los ya clásicos Arendt, Hayek, Popper, Berlin o Aron, por citar sólo unos cuantos representa- tivos. No se trata, por tanto, de una historia de la te- oría política reciente, sino de un diálogo con la misma a la vez que una exposición de sus prin- cipales propuestas y variantes. Quizá sea una simplificación excesiva, pero me atrevería a se- ñalar que el libro parte de una premisa: la de- mocracia liberal que reina en los países de CUADERNOS de pensamiento político RESEÑAS Pensar la política del siglo XXI Teorías políticas para el siglo XXI BENIGNO PENDÁS Síntesis, Madrid, 2007, 266 páginas

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El libro que ha escrito Benigno Pendás, profe-sor de Ciencia Política de la UCM y colabora-dor habitual de las Terceras del diario ABC, esuna magnífica guía para conocer y compren-der cuáles son los retos a los que se enfrentala teoría política en este momento, después deun siglo veinte paradójico, que si bien puedeser tachado de convulso y terrible para laconfianza en la racionalidad del ser humano,también fue la centuria del triunfo de la de-mocracia, hasta tal punto que no pocos seaventuraron a considerar después de 1989que había llegado el “fin de la historia”, por nomencionar a todos aquellos que desde los cin-cuenta venían teorizando el fin de las ideolo-gías, esto es, la superación de la lucha ideo-lógica heredada del ochocientos.

Pero el libro no es, como advierte su autor enlos comienzos, un manual que resuma y co-mente el pensamiento político contemporá-neo. Se trata, como permite adivinar el título,de explorar cómo afronta la teoría políticamás radicalmente actual el análisis de la vidapolítica de nuestras democracias; en defini-tiva, el término “para” que se recoge en el tí-tulo “apunta hacia cuestiones como las si-guientes”: qué ocurrirá con nuestra “demo -

cracia constitucional”, cómo se desenvolveráel mundo de las ideas políticas y qué podránaprovechar los partidos, dónde están verda-deramente la izquierda y la derecha actuales,y sobre todo: “¿cómo cerrar el paso a lasdoctrinas antipolíticas que aguardan su opor-tunidad bajo el manto generoso de los dere-chos y las libertades democráticas?”.

La respuesta a este tipo de interrogantesexige, obviamente, un tipo de análisis que ellibro despliega sin problemas, y que tienecomo principal basamento un indiscutible eimpresionante manejo de la bibliografía; eldiálogo es constante con autores de la tallade Sartori, Rawls, Habermas, Fukuyama, Held,Von Beyme, Dahl, Dunn, Furet y Skinner, o losya clásicos Arendt, Hayek, Popper, Berlin oAron, por citar sólo unos cuantos representa-tivos.

No se trata, por tanto, de una historia de la te-oría política reciente, sino de un diálogo con lamisma a la vez que una exposición de sus prin-cipales propuestas y variantes. Quizá sea unasimplificación excesiva, pero me atrevería a se-ñalar que el libro parte de una premisa: la de-mocracia liberal que reina en los países de

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Pensar la política del siglo XXITeorías políticas para el siglo XXIBENIGNO PENDÁSSíntesis, Madrid, 2007, 266 páginas

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Occidente, la misma que pudo liquidar por ago-tamiento y superioridad moral al comunismo, laque ha triunfado con creces en los últimos de-cenios allí donde no se ha improvisado por lavía puramente coercitiva, y que es, como gus-taba recordar Raymond Aron a sus alumnos acomienzos de los cincuenta, el sistema menosmalo de entre los que los occidentales hemosconocido, se enfrenta hoy día a una incerti-dumbre cada vez mayor y más angustiosa, na-cida en parte de los retos planteados por las so-ciedades posmodernas pero también de losdéficit que ella misma es incapaz de solucionar.Y sobre esa premisa plantea una propuesta: ve-amos qué nos dicen los teóricos más recientesy qué sugieren para reformar o superar las ba-ses sobre las que se asientan esas democraciastriunfantes pero de futuro incierto, empezandopor hablar de lo que es la democracia consti-tucional y de cómo funciona, para seguir des-pués por las propuestas que afectan –o al me-nos lo pretenden– a izquierda y derecha, asícomo el discurso de los que rechazan “sin ma-tices” la razón y “se sitúan al margen del ven-daval ilustrado”, es decir, los “extremismos an-timodernos de toda suerte y condición”.

“La sociedad contemporánea, escribe el autor,valora más una ocurrencia ingeniosa que el ri-gor de la obra bien hecha.” Y sin embargo es“imprescindible que la Teoría Política eluda latentación del vacío relativista”, porque ennuestro siglo XXI se hace cada vez más nece-sario pensar y debatir sobre ideas y huir de“tópicos y anacronismos”. La tarea no es depoca importancia, pues la alternativa es un re-nacimiento inquietante de los fundamentalis-mos, cuando no el puro y simple desarme in-telectual ante aquellos que postulan doctrinascuyo objetivo no es mantener en pie la frágil,pero ejemplar, convivencia democrática quehemos logrado, sino sustituirla por algo que,por lo que podemos vislumbrar, no dejaríabien parada nuestra libertad.

Frente a algo que bien podría llamarse fastthink, el autor reivindica al “pensador autén-

tico”, caracterizado por una imprescindibleconciencia de los límites de la condición hu-mana, sabedor del “milagro cotidiano de unaconvivencia medio en paz”, vacunado de uto-pías y empeñado en ser honrado, pulcro y ex-haustivo en su quehacer diario.

Pese a “que corren malos tiempos para la ra-zón ilustrada”, tenemos la suerte de disfrutarde la “sociedad menos injusta de la historia”,la que más ha conseguido reducir las des-igualdades y ensanchar las clases medias.No tenemos, dice el profesor Pendás, algomejor, y aunque debería ser evidente, no lo es.Frente a un resurgir amenazante de postuladoscomunitaristas y de revisiones de la demo-cracia que no parecen conducirnos a otro si-tio que a la superación de la base liberal denuestra convivencia, cabe “reforzar la peda-gogía de la libertad” y “cultivar el jardín dis-creto de la convivencia”.

A partir de ahí, y eso es lo más apasionantedel libro que nos ocupa, el lector irá encon-trando una fructífera, aunque a veces algoapresurada, conversación con lo más rele-vante de lo escrito en los últimos decenios enmateria de teoría política. Y no con pretensio-nes de construir a su vez una Teoría con ma-yúsculas dispuesta a explicarnos el funciona-miento de la vida política dentro de un moldeprevio en el que todas y cada una de las pie-zas encajen a la perfección, sino con afán dedescubrir aprendiendo, de asimilar los fallos,nada menores, de algunas de las teorías másdifundidas, y de plantear las trampas que, nosin mala intención, están sirviendo para pro-vocar un debilitamiento preocupante de los ci-mientos liberal-constitucionales sobre los quedescansa la democracia occidental.

Es difícil, ciertamente, resumir en pocas pági-nas lo que el libro explica y comenta al aden-trarse en el análisis de cómo está variando elfuncionamiento de la democracia en unmundo cada vez más globalizado, aunque nonecesariamente mejor dispuesto en el terreno

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internacional para imponer criterios de justiciauniversalmente aceptados; o lo que describeen cuanto al estado intelectual sobre el que sesustentan los campos de izquierda y dere-cha. No cometeré la imprudencia de abordaresa síntesis, sino sólo el pequeño atrevimientode formular, en pocos párrafos, alguna ideaque la lectura me ha sugerido.

La más importante tiene que ver con la para-dójica debilidad de nuestros sistemas políti-cos. Paradójica porque si bien se trata de sis-temas que nos han proporcionado un gradode libertad, bienestar, igualdad civil y oportu-nidades que ningún otro había logrado, resultaque ni siquiera con la derrota de los totalita-rismos y el final de la ilusión revolucionaria co-munista se ha podido consolidar un consensosuficientemente sólido en torno a la necesidadde preservarlos. Al contrario, cuanto mayor esla seguridad que proporcionan las democra-cias para que nos dediquemos a nuestra li-bertad personal y a la persecución de nuestrosintereses dentro de la ley, resulta que másruido consiguen hacer aquellos que denuncianlas disfunciones del sistema con afanes no de-clarados de órdago. A mayor solidez del edifi-cio, parece como si hubiera una plaga de ter-mitas apostadas a nuestros pies y dispuestas,no siempre con herramientas novedosas, a sa-car partido de la fragilidad de nuestros con-sensos básicos. No es sólo una enfermedadque padezcan las democracias jóvenes comola española; muchos de esos desafíos proce-den del mundo académico anglosajón, estoes, de los sistemas constitucionales más con-solidados de Occidente. La razón estriba, qui-zás, en esa “debilidad moral” que señala Pen-dás como una enfermedad propia de lasdemocracias modernas. Las dudas asaltan alos propios participantes del sistema; lo ha-cen, a mi entender, porque la democracia,que ha triunfado como garantía de un marcoinstitucional estable y adecuado para el fun-cionamiento del mercado y la creación de ri-queza, no acaba de encontrar la fórmula ade-

cuada para promocionar la pedagogía de la li-bertad, es decir, para ser constante en la im-prescindible batalla de las ideas, en defensade la libertad individual, el sistema represen-tativo y la limitación del poder. Algo parecidoocurre además en el plano internacional, estoes, en la defensa sin complejos de lo logradopor los sistemas políticos democráticos y delos valores que los soportan, frente a quienesse escudan en una peculiar interpretación dela aplicación de los principios democráticos ala organización internacional de las naciones,para destruir el imperio moral de las demo-cracias constitucionales. Es sorprendente lodébil que la democracia puede llegar a serfrente a sus enemigos. Raymond Aron, buenconocedor de las relaciones internacionalesdurante la Guerra Fría, tenía razón al señalarque la raíz del problema se encuentra en lanaturaleza misma de un régimen, el demo-crático, fundado sobre la competición pacífica.Aunque todos sabemos y desearíamos que lademocracia sólo sirviera para que compitieranaquellos que aceptan las normas, lo cierto esque también habitan en su interior –o acechandesde el exterior– los que saben utilizar elmarco de la tolerancia y el imperio de la leypara cultivar ideas que en verdad persiguen ladestrucción de aquélla. La democracia, decíaAron, parece crear a sus propios enemigos; poreso acaba siendo “un problema fundamental”“saber si la existencia misma de un régimende competición pacífica no tiende a producirhombres que quieran destruirlo”. De acuerdocon la experiencia histórica, sabemos que lasdemocracias occidentales han sido capacesde derrotar a sus enemigos, pero también decrear otros nuevos.

Los capítulos 3 y 4 del libro que comentamosponen de relieve que a la “izquierda posmo-derna”, pero también a una parte de la “de-recha moderna”, le atraen demasiado algunospostulados teóricos que no ayudan, precisa-mente, a vacunar a la democracia de sus pro-pios complejos, sino todo lo contrario. Mien-

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tras la izquierda, escribe Pendás, peca de una“excesiva complacencia hacia sí misma”, laderecha “parece desconcertada ante el debatede las ideas” y tiende demasiado al pragma-tismo y la política de la tecnocracia. El dis-curso comunitarista hace estragos en ambasorillas, empeñándose algunos en negar lo queConstant explicó con brillantez y contundenciahace casi doscientos años, esto es, que la li-bertad de los antiguos ni es mejor ni es de-seable, al menos si valoramos lo que nos ase-gura un régimen representativo en términos delibertad individual. No menos problemáticosson los efectos derivados de un mal diagnós-tico sobre la llamada “crisis” del Estado delbienestar y las confusiones, más o menosmalintencionadas, sobre lo que ha represen-tado la nueva savia liberal inyectada en eldiscurso conservador.

Sorprende, por tanto, que izquierda y derechase vean envueltas en modas teóricas que nosiempre asumen como positivo el balance delo aportado por la democracia liberal –espe-cialmente en el caso del nuevo radicalismo iz-quierdista. Más bien lo contrario, pues en unejercicio intolerable de ignorancia sobre elpasado más reciente, saltan por encima de laexperiencia histórica de la Europa de entre-guerras para formular con total irresponsabi-lidad una superación del individualismo libe-ral y los modelos constitucionales dedemocracia representativa so pretexto de al-canzar sistemas más perfectos, o simplementemás acordes con una visión más cerrada dela sociedad, conforme a jerarquías de valoresimpuestas y no sobre el delicado e inestable,pero siempre admirable y preciado, pluralismoliberal. Bien podría decirse que el análisis deesas propuestas teóricas a izquierda y derechaque realiza el profesor Pendás nos devuelve,aunque siempre con excepciones, la imagende una peligrosa, aunque no siempre explícita,ofensiva contra lo mejor del fundamento libe-ral de nuestros sistemas políticos; lo que bienpudiera parecer un afán regenerador puedeterminar siendo un desprestigio tan profundo

que socave la cimentación sobre la que des-cansa nuestra libertad.

Quizás, como apunta el autor, el “gran pro-blema para la democracia del siglo XXI esque afronta con el mismo bagaje del siglo XIX(sufragio, partidos, libertades públicas) el des-pliegue irreversible de la sociedad de masas,la influencia determinante de los medios y laderiva partitocrática de las instituciones.” Yque frente a eso, la tarea de la Teoría Políticadebiera ser la de “reforzar la vigencia de unatradición cuestionada”. En efecto, no son po-cas las razones para defender los pilares pro-pios del constitucionalismo liberal sobre losque se asientan nuestras democracias, y nocabe dejarse seducir por esos cantos de sirenaque so pretexto de reforzar la participación-im-plicación del ciudadano en la toma de deci-siones políticas, no hacen sino lanzar un nuevo–quizá más viejo de lo que algunos creen– ór-dago a la democracia entendida como sistemabasado en la representación del ciudadano yel control del representante. No está claro, noobstante, que el problema de las democraciasdel siglo XXI sea de renovación de su bagaje.Lo que a día de hoy se argumenta como pro-blemas sistémicos, la mayor parte relaciona-dos con dos aspectos, de un lado la poca im-plicación o el desinterés de los individuos enla vida política, de otro el impacto aparente-mente negativo del enorme peso de los parti-dos políticos, son, en verdad, problemas bienantiguos y muy discutidos durante todo el si-glo XX. Es cierto, como recuerda el profesorPendás, que no debemos descartar que eltriunfo de la democracia constitucional sea re-versible, y que precisamente por eso tene-mos que empeñarnos con todas nuestras fuer-zas en defender una forma de organizar laconvivencia y el uso del poder basada en eldisfrute de la libertad bajo el imperio de la ley,la “única forma digna de la vida verdadera-mente humana”. También por eso, añado, nodebemos dejarnos deslumbrar con facilidadpor teorías que bajo lenguajes novedosos y re-buscados, muy alejados de la claridad expo-

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sitiva de un Locke, un Constant, un Tocquevi-lle, un Hayek o un Aron, producen un efecto dedesenfoque ciertamente interesado, en el quetodo se presenta como una compleja moder-nidad globalizada en la que no cabe pensarcon las categorías disponibles del liberalismoindividualista, templado, posibilista, amigo dela espontaneidad social y enemigo del ho-lismo. Los problemas que plantea el exceso deinfluencia y poder de los partidos políticos noson, de hecho, nada nuevo para la teoría po-lítica, y nos preocupan tanto a nosotros comopodían preocuparles a nuestros abuelos, queanhelaban la democracia competitiva a la vezque comprendían que los partidos de masasterminarían por adulterarla. El comportamientoelectoral o la mejora de los equilibrios entrepoderes en nuestros marcos constitucionalestampoco son, pese a quien pese, indepen-dientes de una historia política que revela

una presencia muy activa de tradiciones ycomportamientos con raíces antiguas que,quizás, sorprenderían mucho a los amantes delo posmoderno si estos dedicaran algo detiempo a la lectura de la historia. Como ponende relieve las páginas que ha escrito el profe-sor Pendás, el tiempo irá dejando de lado lasimprovisaciones y los oportunismos, por muysofisticados que pretendan ser o por muchosapoyos académicos que tengan, depurando loque sólo contribuye a confundir de aquelloque nos ayuda a descubrir con realismo yprudencia la fragilidad de nuestros compro-misos. Que nadie descarte que a mediadosdel siglo XXI sigamos debatiendo teoría polí-tica con categorías y autores que para enton-ces llevarán cuanto menos más de mediacenturia fallecidos.

Manuel Álvarez Tardío

La mirada de Gabriel a lo político es la de suadmirado Pascal: brillantemente inteligentee infantil en cierto sentido. La mirada del niñobrillante está desnuda de las convencionesque forman la base de nuestro pensar adultoy cuya ausencia le permite penetrar interro-gativamente en todo lo que observa con lapureza de un filósofo. De alguna forma, Al-biac se ha caído de un guindo, es un extra-terrestre y en esta condición suya reside la

potencia de su gran inteligencia. El histori-cismo no tiene razón. Gabriel nos mira desdefuera y, por eso, en su estupefacción, puededesenmascarar este teatro tan asumido por nosotros.

¿Cuál es, entonces, este teatro que nos pasadesapercibido y del que Gabriel nos des-pierta? Pues la política, especialmente la dehoy, cuya máxima expresión hemos tenido el

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Contra los políticosGABRIEL ALBIACEditorial Temas de Hoy, 224 páginas

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disgusto de padecer en España desde 2004.Dice Albiac al final de éste su Contra los po-líticos que es inútil buscar algún tipo de ló-gica en semejante desbarajuste. Equivocacióndebida a la modestia: su libro es, precisa-mente, un magistral ejemplo de la impeca-ble unidad interna del error.

¿Y cuál es, en fin, el principio rector que daunidad a este desastroso teatro? La políticadel sentimiento, algo muy similar a lo que EricVoegelin intuyó al señalar que “la identifica-ción entre sueño y realidad como cuestión deprincipio tiene resultados prácticos que po-drán parecer raros, pero que no pueden con-siderarse sorprendentes. La exploración, pormedio de la crítica, del principio de causali-dad en la historia está prohibida y, por con-siguiente, resulta imposible en política lacoordinación racional de medios y fines… Lacorrupción intelectual y moral que se mani-fiesta mediante este conjunto de operacio-nes mágicas puede arrojar una sociedad enla atmósfera extraña y fantasmal de un asilode lunáticos”. ¿No es acaso la libertad paraSpinoza la consciencia de las determinacio-nes causales? Precisamente, por eso, lamejor forma de crear súbditos es la de moverel terreno de la política hacia la fantasía, yalgo sabemos de esto en España desde quela izquierda tuvo la desgracia de leer aKrause. Lo que queda, entonces, como fun-damento, no son principios racionales o prudencia aristotélica. Ni siquiera experien-cia. Lo único que queda es el puro acto voli-tivo que no se puede justificar más que en símismo. Algo muy nietzscheano pero adere-zado con lo que el alemán no tenía: correc-ción política.

Tenemos entonces que la negación de las re-laciones causales en política lleva necesaria-mente a la utilización de la voluntad comoúnica fuente de legitimidad y acción política.En palabras del propio Zapatero que Gabrielrecoge estupefacto: “ideología significa ‘idea

lógica’ y en política no hay ideas lógicas. Hayideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por laevidencia de una deducción lógica. En polí-tica no sirve la lógica, es decir, en el dominiode la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni elmétodo deductivo, sino tan sólo la discusiónsobre diferentes opciones sin hilo conductoralguno que oriente las premisas y los objeti-vos; entonces todo es posible y aceptable,dado que carecemos de principios, de valoresy de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas”.

Por eso, nada más peligroso en política que la candidez, la contraria candidez a la deAlbiac, es decir, la suposición teológica deque de la palabra al mundo, del verbo a lacreación, no hay distancia, no hay contingen-cia. En base a esta suposición, se pensaráque el buen deseo es condición suficientepara la buena política, que la voluntad es infalible (El triunfo de la voluntad) y que elgobernante es poco menos que un dios quehace y deshace a su antojo. He aquí lo queha pasado con los grandes proyectos de ingeniería social de esta legislatura. Pasar del iure al factum es una cuestión de in-tención.

Y claro, en esta orgía de intenciones y de vo-liciones hechas carne a través de un cuerposocial modificado ortopédicamente para en-trar dentro de las medidas del progreso queemanan de la pura intención, la educaciónes central. Si la política y el mundo son unacuestión de relaciones causales, debemosestudiar cómo funcionan estas relaciones.Ahora bien, como ya la política, la ciudadaníay el mundo en general, consisten en una vo-lición, los contenidos no sirven para nada, loimportante es generar afectos. Y, aquí, se notaa Gabriel herido en la condición que más lehonra y de la que es el más digno exponente:la de profesor.

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Albiac y Zapatero, o mejor, Albiac y el pensa-miento de Zapatero, o mejor todavía: Albiac yel pensamiento Alicia, para objetivarlo a lamanera de Bueno. El choque no podía sermás radical y previsible. El uno, el mejor pen-sador que ha dado la España de después deFranco. El otro, la forma de pensar y hacer po-lítica más mediocre, frívola e intelectualmentenula que ha dado la democracia española.Pero sonríe. Y tranquiliza. Y –dicen– es guapo.Y habla en una tribuna con forma de Z.

En fin, la forma tan arrolladora en la que eluno desmiembra, deconstruye y humilla inte-lectualmente al otro hasta da pena. O risa.Una risa que al propio autor se le congelócuatro años después. Gabriel Albiac es el lú-cido ingenuo que observa la naturaleza delrey desnudo y que se pregunta por la clasede justicia que separa un río. Escuchémosleo sigamos viviendo este mal sueño.

Guillermo Graíño

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La última obra de Gustavo Bueno (1924) noes un libro de divulgación. Reflexionar sobrecualquier tema, realizar un análisis exhaus-tivo del mismo, situarlo en la propia con-cepción filosófica, y extraer una serie deconclusiones, no es emitir consignas e in-tentar que el lector asuma como amigas (o,en su defecto, enemigas) ideas cuyo obje-tivo es el del lenguaje filosófico, el de unadisciplina que no se rebaja a la reforma delalcantarillado o a las dotaciones presupues-tarias de Exteriores. Quería hacer esta preci-sión porque en un mundo editorial donde laportada es casi igual de importante que elcontenido, el volumen La fe del ateo podríallevar a engaño. Particularmente por un sub-título (o cebo) sobre cuya autoría tengo misdudas: “Las verdaderas razones del enfren-

tamiento de la Iglesia con el Gobierno so-cialista”. Reducir este ensayo a uno de suscapítulos es menoscabar su alcance.

Con todo, un título tan en principio objetivoe irónico no debe alejarnos de las creden-ciales del autor, y del cuerpo teórico sobreel que sustenta su estudio: [el] “materia-lismo filosófico” (p. 34). En la misma líneava también el eco del epígrafe, pues se re-monta a un ponderado Xavier Zubiri (“el ate-ísmo es la fe del ateo”). Gustavo Bueno,desde este peculiar basamento filosófico, vaa consagrarse, de entrada, a diferenciar tiposde fe (aunque asimismo tipos de ateísmo),sin esquivar la ambigüedad del agnosti-cismo; va a pasar revista al concepto “Dios”,y cómo éste significa distintas cosas para teó-

EL ATEO QUE EDUCAA LOS FIELESLa fe del ateo GUSTAVO BUENOTemas de Hoy, 2007, Madrid

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logos, filósofos, politeístas... Y, sobre todo, vaa intentar dilucidar qué debe entenderse porreligión. Las conclusiones de este puntoserán del todo pertinentes para el estudio de más actualidad de cuantos acomete ensu libro.

Para Gustavo Bueno, “es una pura confusiónhablar de religión en general, porque la reli-gión es evolutiva y, por tanto, sólo cabe ha-blar de ella según las fases de su evolución,lo que también ocurre con el hombre” (p.33). El monoteísmo lleva al extremo la vi-vencia sagrada del ser humano, pues lo en-frenta al “Dios único y verdadero, es decir,una idea de Dios contradictoria y que ya nopuede existir como tal, ni siquiera comoidea” (p. 34). Sin embargo, estos preámbu-los no le impiden a lo largo del volumen ha-blar de “religión” apelando a la concepciónvulgar del término, aun haciendo uso lamayor parte de las veces del plural.

Así, pues, si las religiones son constructoshumanos, su disección nos hará identificar yaislar determinados elementos adscribiblesa disciplinas humanas, “materiales”, libresde la sombra de lo trascendente. La religión,por consiguiente, no es el tan manido reli-gare del hombre a lo divino, sino una mani-festación social influenciada por disciplinasmúltiples y contradictorias, cuya adición nosofrecerá una visión clara de lo que han sidolas religiones para el hombre, y de cómo enla actualidad siguen sometidas al progresode las tecnologías y los medios. Y precisa-mente de esto se va a ocupar nuestro autor,de tratar de las religiones a la luz de loscomponentes de la sociedad civil, la socie-dad política, la educación para la ciudada-nía, la economía, la moral, la ciencia, el arte,el cine, la televisión y la filosofía, que inter-actúan con ellas.

Sin embargo, un autor –y una obra– es hijode su tiempo. Y la reflexión de Gustavo

Bueno sobre las extensiones fideísticas, másallá del hecho religioso, se topan con unaasignatura curricular actual donde lo político,lo ideológico y lo partidista adoptan part-icular amalgama: “Educación para la Ciuda-danía”.

La Educación para la Ciudadanía no es el re-sultado de la política educativa del Gobiernode José Luis Rodríguez Zapatero, sino unmandato del Comité de ministros de los Es-tados miembros de la UE en la fecha tan le-jana del 16 de octubre de 2002. Tarde seimplementó, pero cuando el Gobierno delPSOE asumió la tarea, no ha parado mientesen acelerar el proceso, hasta el punto deque, en ciertos contenidos, habrá variado demodo sustancial la idea europea primigeniapara acomodarla al “buenismo” elevado a lacategoría de imperativo categórico.

En la asignatura de Educación para la Ciu-dadanía, Gustavo Bueno identifica seis prin-cipios ideológicos (en cuanto tales, sus-ceptibles de ser criticados): el humanismolaico (ver al hombre desde el hombre, y nodesde Dios o la naturaleza), el humanismoético (el hombre como entidad suprema), lacooperación entre los sujetos establecidamediante el diálogo, la democracia parla-mentaria, el pacifismo del “No a la Guerra” y,por último, la armonía universal que ema-nará del diálogo de civilizaciones. Todos ellossuponen una concepción del mundo deter-minada y clarísimos apriorismos que, porfuerza, demonizarán los de quienes no losasuman.

Magistrales son los análisis que GustavoBueno emprende de cuatro libros de textopara la asignatura en cuestión. En ellos, seobserva su veloz inteligencia, su facilidadpara el rápido cotejo, y una socarronería noayuna de pesar, no andándose con subter-fugios: “Dos palabras sobre el libro de texto[del Grupo PRISA], porque no es posible ni

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merece la pena un análisis más pormenori-zado” (p. 178). No corren mejor suerte losotros tres reseñados, con independencia dela editorial (entre ellas, dos, en teoría, de ca-pital católico). Demuestra con sus reflexio-nes que el basamento de tales obras no esen modo alguno ético, sino mezcla abstrusade psicopedagogía y buenas intenciones.Gustavo Bueno reivindica, frente a los ma-nuales de autoayuda, las diversas escuelasfilosóficas (las éticas de Aristóteles, de SantoTomás, de Espinosa…).

Educación para la Ciudadanía no es el granlogro del PSOE, sino su gran fracaso: por in-tentar confundir a la gente y, aunque pequede redundante, por confundir a la gente. Pre-tender el adoctrinamiento ideológico en algoque ha de escapar a los poderes del Estadosupone la emergencia de un aparato totali-tario donde la disensión ha de ser punible(no de otro modo pueden leerse las amena-zas concretas a los objetores de concienciapor no querer cursar la asignatura), y esto lodeja claro Bueno al hablar de la Iglesia como“reducto de libertad frente al Estado despó-tico totalitario” (p. 144). Por otra parte, la re-nuncia a cualquier tipo de “Urbanidad” entanto conjunto de normas asumibles por unasociedad europea demuestra que los objeti-vos del PSOE interpretan malintencionada-mente los objetivos del Comité de ministroseuropeos de 2002, y convierten “los buenosmodales” en “los buenos principios de lo

llamado izquierda progresista” o lo quenuestro autor denomina “papilla humanista”(p. 180).

Gustavo Bueno, con La fe del ateo, en leja-nía ideológica con quien ha asumido la opo-sición a la Educación para la Ciudadanía anivel social, demuestra que situarse en con-tra de tal deriva PSOE-totalitaria es tan sólouna labor de pensamiento libre. O, al menos,que la defensa del control mental de los pre-adolescentes españoles no responde a cri-terios didácticos o mínimamente objetivos,sino a la planificación cuidadosa de un“hombre” y una “mujer” incapaces de pen-sar por sí mismos, ajenos a la variedad delmundo, sometidos a una “paz perpetua” quees más o menos una lobotomización de sutradición familiar, o de los valores de la reli-gión cristiana y la común patria europea.

Desconozco si sería la finalidad de GustavoBueno o no (tal vez fuera así, a la luz de unlibro anterior, Zapatero o el pensamiento Ali-cia. Un presidente en el país de las maravi-llas, bien claro desde su título), pero La fedel ateo ofrece un arma, paradójicamente,de la izquierda filosófica, materialista, contrael reto educativo más importante de estesiglo: la manipulación de los menores conuna serie de conceptos tendentes a borrarsu identidad.

José Carlos Laínez

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La dictadura del pensamiento políticamentecorrecto ha impedido presentar un debateserio sobre el Islam, una religión que pre-senta un modelo social y político con voca-ción expansiva. Ante el desconocimientogeneralizado de lo que defiende esta reli-gión, y más allá de los tópicos y las falacias,siempre es necesario que surjan iniciativasaudaces que permitan realizar análisis ho-nestos de la realidad superando la fan-tasmagoría nebulosa que presenta el relati-vismo moral.

Ése es el caso de la Guía políticamente inco-rrecta del Islam (y de las Cruzadas), una in-teresante aportación al conocimiento de estareligión. Robert Spencer presenta un libro convocación divulgativa, pero fundamentado enun análisis minucioso y concienzudo de losgrandes principios teológicos y rectores de lafe islámica, así como de la realidad social ypolítica que representa.

La estructura del libro facilita su lectura, alcentrarse en los mitos que envuelven al Islam:su carácter pacífico, tolerante, su vocacióncultural y su defensa de la emancipación dela mujer. Tampoco escapa a su metódico aná-lisis la demonización de las Cruzadas y su en-casillamiento como origen de las malasrelaciones entre Occidente y el Islam. Spencerprocede a desmontar estos argumentos conenorme precisión.

El libro presenta sucintamente la historia delIslam y del Corán, exponiendo datos que sue-len ser desconocidos o silenciados interesa-damente. Pocas veces se comenta que, concarácter previo a su papel de profeta, Ma-homa tenía experiencia como guerrero; o quecon las armas gemelas de la conquista y elterror, el Islam se convirtió en una fuerza po-lítica y militar encaminada a conseguir la vic-toria a cualquier precio.

Especial reseña merecen los principios islá-micos, que el libro justifica mediante citasconcretas al Corán, los hadices o los maes-tros de distintas escuelas teológicas. A mu-chos les sorprenderá saber que, para el Islam,el bien es todo aquello que redunda en beneficio de los musulmanes sin importar siconstituye o no una violación de la moral o delas leyes positivas; o que los territorios quehan pertenecido en algún momento al Islamlo hacen para siempre, por lo que los musul-manes tienen el deber de recuperarlos.

La pretendida definición del Islam como unareligión de paz es uno de los principios sobrelos que descansa esa representación occi-dental que hace de la fe de Mahoma una re-ligión pacífica, tolerante y justa socialmente.Visión que sin embargo olvida mencionar queel Corán aconseja hacer la guerra al no cre-yente y que la yihad violenta ocupa un lugarprimordial en el Islam. Aun cuando hay ver-

Guía políticamenteincorrecta del Islam(y de las Cruzadas)ROBERT SPENCERCiudadela Libros, Madrid, 2007, 207 págs.

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sículos pacíficos y tolerantes en el Corán, elsimple versículo de la Espada deroga otros124 que eran indulgentes. Lo que se sustan-cia en el fondo es la definición islámica depaz, que implica que ésta se establecerácuanto todos sean musulmanes o estén so-metidos al Islam.

Otro mito políticamente correcto consiste enpresentar al Islam como ejemplo de tolerancia.Este mito olvida que la dhimmitud y el some-timiento de judíos y cristianos implicaban unavida “bajo la sombra del Islam” y el pagar one-rosos tributos por haber rechazado a Mahomay distorsionado su revelación. Spencer de-muestra que no hay lugar en la cultura islámicapara la generosidad hacia los no creyentes.Buena muestra de ello es la yahiliya o edad dela ignorancia, que otorga tal consideración a laépoca preislámica de cualquier territorio con-quistado por el Islam. Así, si el Corán es el libroperfecto y la sociedad islámica es la civiliza-ción definitiva, no es necesario ningún conoci-miento, y mucho menos de los infieles.

Además, la concepción de Alá como soberanoabsoluto, no sujeto a ley racional alguna, im-pediría el desarrollo de la ciencia. Por eso, elautor considera que sus principales logroscientíficos provienen de no musulmanes a suservicio. Y por ello, los principales intelectua-les clásicos musulmanes eran consideradosherejes, cuyas obras estaban desprovistas decarácter islámico.

Las desigualdades también son consustan-ciales a la sociedad musulmana. El papel se-cundario de la mujer es la norma en muchosde los países islámicos. Pero no es tan co-nocida la normalidad del matrimonio infantil,costumbre frecuente en la Arabia del siglo VII,que Mahoma practicó y a la que el Coránotorga el carácter de la revelación divina.

El autor no comparte esa idea que propugnaque todas las religiones son iguales y que

están formadas por una materia prima quehabilita el uso de la violencia y la coacción. Atal efecto realiza una serie de comparacionesentre el cristianismo y el Islam. Así, mientrasel cristianismo era extendido por monjes y sa-cerdotes, el Islam lo hacía a través de ejérci-tos. Mientras los mártires cristianos eranvíctimas de la violencia tras su conversión, elIslam blandía la espada y sojuzgaba.

Tampoco considera Spencer comparables lasalusiones a la violencia que contiene la Bibliacon las del Corán. Si en San Lucas 19, 26-27el llamamiento a la violencia procede de laspalabras de un rey en una parábola y no delas instrucciones de Jesús a sus seguidores,en San Mateo 10, 34-35 la mención a la es-pada se produce en un sentido alegórico ymetafórico. Finalmente, en Deuteronomio7,12; 20, 10-17 y Números, 31, 17-18 las in-dicaciones para hacer la guerra se refieren aciertas personas en particular, al contrario queen el Corán, que sitúa como objetivos perma-nentes a los no creyentes.

Aunque el autor defiende que el Islam pre-senta una serie de patologías, que se en-cuentran en el núcleo de sus postulados yque suponen una amenaza real, no sólo parael mundo libre sino para todo aquel que nosea clasificado como buen musulmán, estono implica que todos los musulmanes seanradicales o terroristas. Es más, este libro haceuna defensa cerrada de los musulmanes mo-derados y llama a ayudar a los teólogos quebuscan puntos de vista alternativos mediantela apertura de nuevas vías de reinterpretación.

Spencer reconoce también que uno de loselementos que permite la existencia de cre-yentes moderados estriba en que el Coránestá escrito en árabe clásico, cuando hoy díala mayoría de los musulmanes del mundo noson árabes. Este motivo, junto a otros factoresculturales, “impidieron que los musulmanes,especialmente en Europa oriental y en Asia

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central, llegaran a conocer y a aplicar las ac-tuales enseñanzas del Islam con respecto ala forma de comportarse de los no creyentes”(pág. 67).

En cuanto a su visión de las Cruzadas, Spen-cer las presenta desde una perspectiva radi-calmente diferente a la predominante hoy endía. Lejos de las críticas que achacan a éstasel origen del conflicto Occidente-Islam, elautor sitúa las Cruzadas como una acción de-fensiva frente a las agresiones musulmanassobre los cristianos de Tierra Santa y del Im-perio bizantino y como un intento por recupe-rar Jerusalén, ocupada por los musulmanesdesde el año 638.

Esta aventura, tachada de colonialista y evan-gelizadora, no presentó tales rasgos en la re-alidad. Los reinos cruzados, que teníangobiernos propios, no estuvieron interesadosen mandar las riquezas de la zona a Europa ynunca exhortaron al exterminio masivo. Sibien es cierto que el saqueo de Jerusalén fueun crimen atroz, muy alejado del ideal cru-zado, es verdad que no estaba fuera de lo ha-bitual para los cánones militares de la época.

Las Cruzadas tampoco tuvieron como objetivoevangelizar a judíos y musulmanes. Sólo unsiglo después de la primera Cruzada, dio ini-cio la labor misionera de los franciscanos.Además, los musulmanes pagaban ciertos im-puestos, pero conservando cierta autonomíay beneficiándose de la gestión occidental delos asuntos públicos. Por eso los musulmanespreferían vivir en los reinos cruzados, mejorgestionados y con más orden.

En cuanto a la acusación de enriquecimientode los cruzados que marcharon a Tierra Santa,Spencer señala que la Iglesia consideró lasCruzadas como un sacrificio y una carga one-rosa. Los datos demuestran que la gran ma-yoría de los cruzados no eran hijos segundos,y por tanto ostentaban riquezas y propieda-

des en sus lugares de origen. La realidad de-mostró que muchos de ellos regresaron a Eu-ropa sin recompensas materiales.

Parece acertado señalar que lo que movió amarchar a los caballeros cruzados fue unasuerte de idealismo, el afán de recuperar laTierra Santa y proteger a los cristianos, y losintereses geoestratégicos, que propugnabancontener al Islam y mantenerle alejado deuna Europa dividida. Tanto es así que en laPenínsula Ibérica se llevaba a cabo un pro-ceso de reconquista cuyo final era incierto, yen Europa central y oriental también se pre-sentaba batalla a los ejércitos musulmanes.Ante la visión comúnmente extendida del fra-caso de las Cruzadas, no parece aventuradoseñalar que sirvieron para reducir el aventu-rerismo islámico en Europa, para ganartiempo en Occidente ante las invasiones ypara facilitar el desarrollo de las nuevas ideasen Europa.

Como ejemplo de esta visión llena de prejui-cios y de falsedades se pone como ejemplo Elreino de los cielos, película de Ridley Scott.Plagada de errores históricos y de tópicos po-líticamente correctos, Spencer señala que enningún momento se expone la desigualdadlegal de la dhimmitud. El Islam aparece comoparadigma de tolerancia y multiculturalismo yel film presenta un enfoque deconstruccio-nista de las religiones. Por lo demás, Saladinoes un héroe cuando en realidad “no era el pro-tomulticulturalista ni la temprana visión deNelson Mandela que se muestra en nuestrosdías” (pág. 169).

En su conjunto, este libro presenta el Islamcomo una herramienta más en el proceso desocavar los fundamentos de Occidente. En úl-tima instancia subyace el odio contra todo loque representan las democracias liberales oc-cidentales y las raíces clásicas y judeo-cris-tianas de nuestra civilización. En palabras delautor: “A los que no son occidentales, ni blan-

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cos ni cristianos, se les puede perdonar cual-quier cantidad de matanzas y de atrocidades,pero las fechorías de los cristianos (inclusode los poscristianos) occidentales ocupan unlugar permanente en la memoria colectiva delmundo” (pág. 169).

En definitiva, la lectura de este libro resultamuy recomendable. Y más en unos tiempos

en los que impera el paradigma de la co-rrección política y no se habilitan espaciospara presentar un verdadero debate en el terreno de las ideas. Porque, como recuer-da el autor, “un pueblo que se avergüenza de su propia cultura no la va a defender” (pág. 205).

Mario Ramos Vera

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El perdedor radicalEnsayo sobre los hombres del terrorHANS MAGNUS ENZENSBERGER.Editorial Anagrama. Barcelona, 2007.72 páginas

El escritor, ensayista y periodista Hans Mag-nus Enzensberger es una de las figuras másrelevantes del pensamiento alemán de la pos-guerra. Este alemán, que en el año 2002 re-cibió el premio Príncipe de Asturias deComunicación y Humanidades, es una figuraque en sus obras siempre evidenció un pro-fundo rechazo a la pereza intelectual caracte-rística del conformismo.

El perdedor radical es un ensayo sobre loshombres del terror. Es una obra breve que, sinembargo, aunque el texto se deja leer como sifuera un artículo largo, contiene una tesis con-tundente y brillante. La forma que elige elautor para abordar un fenómeno tan complejocomo el del terrorismo islamista es original yprovocadora. La originalidad de su tesis re-side en poner el enfoque sobre el perfil psi-cológico y anímico del individuo que cometela acción criminal devastadora. La provoca-

ción de sus razonamientos radica en describirla conducta de estos abominables sujetospartiendo de la sencilla hipótesis de que es-tamos en presencia de auténticos fracasados.Así, Enzensberger comienza su ensayo moti-vándolo con detalles exhaustivos que descri-ben a un personaje literario, al perdedorradical. Un individuo que se siente incom-prendido, excluido por la sociedad, y que suextrema susceptibilidad lo llevará a encontrarrazones suficientes para cometer actos querayan con el espanto.

Con un lenguaje claro y sin rodeos, el autornos muestra el carácter aislado, silencioso,discreto e imprevisible que asumen estos su-jetos en su interrelación cotidiana con losdemás. Encuentra semejanzas y explicaciónpara todos esos sucesos sobre los cuales lascrónicas sólo se limitan a encorsetar en un“…no se entiende…” o en un “…es incom-

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prensible…”. En este cajón que las estadísti-cas recogen con sus fríos números podemosencontrar tanto al marido furioso que ejercesobre su mujer una violencia brutal en un ata-que de celos como al joven que entra en suinstituto con un arma disparando a mansalva,o al trastornado que acribilla a su vecino porponer la música demasiado alta y a otros per-sonajes análogos que con sus atrocidadesempapan las noticias de los periódicos.

El perdedor radical, que casi siempre es unhombre, se caracteriza por la decepción anteel fracaso propio, por su invisibilidad y dis-creción (lo que lo hace imprevisible), por laconstante búsqueda de culpables o chivos ex-piatorios, por la pérdida del sentido de la re-alidad y la búsqueda de la destrucción tantopropia como ajena.

Según Enzensberger, en la actualidad, losperdedores radicales se están multipli-cando, y este salto cuantitativo encuentrarazón en que la irritabilidad de los perdedo-res aumenta con cada mejora que observaen los otros. También para el alemán –ci-tando a Marquard–, en este contexto histó-rico de progreso y prosperidad es previsibleque proliferen los perdedores radicales por-que “la decepcionabilidad de los seres hu-manos ha aumentado con cada progreso...porque cuanta más negatividad desaparecede la realidad, más irrita la negatividad quequeda justamente porque disminuye”.

Después de describir a este perdedor que des-precia a los demás mientras se odia a símismo, el autor realiza un salto argumental ycualitativo formidable. Para comenzar esta se-gunda fase se pregunta qué es lo que sucede“…cuando el perdedor radical supera su ais-lamiento y encuentra una patria de perdedorescon cuya comprensión e incluso reconoci-miento pueda contar, un colectivo de con-géneres que le dé la bienvenida, que lo nece-site”.

Enzensberger aborda el proyecto nacionalso-cialista de Alemania como paradigma, en elsiglo XX, de un aparato propagandístico des-tinado a despertar esos sentimientos carac-terísticos del perdedor radical, cuyo elementoprincipal es echarle la culpa a los otros detodos los males. En este sentido, introducetambién una nueva aportación al agregar laidea de que los perdedores radicales, cuandose integran en un grupo de fanáticos afines, seagarran tanto más obsesivamente a los pro-yectos cuanta menos perspectiva de realiza-ción tengan éstos. Es el afán destructivo yautodestructivo que corre por sus venas elque los lleva hacia objetivos delirantes. Apartede las abominables atrocidades que ineludi-blemente deben cometer al intentar perse-guirlos, la magnitud de sus pretensionesencierra también el deseo intrínseco de la de-rrota. El perdedor radical quiere perder. El ver-dadero objetivo es la destrucción, la caída y elsuicidio colectivo.

El siguiente salto, que constituye el cimientoprincipal de este ensayo, es hacia el isla-mismo. Según el autor, existen hoy en elmundo muchas milicias no estatales a las queles gusta erigirse como “organizaciones de li-beración” que funcionan a la perfección comoencantadoras de perdedores radicales. Aestos grupos terroristas les resulta muy fácil,con sus discursos, reclutar perdedores paraenriquecer sus filas. Sin embargo, el autorconcluye que la mayoría no son más que ban-das armadas que aseguran su supervivenciaa base de delitos como los secuestros o eltráfico de drogas, y que en la actualidad noexiste otro grupo o movimiento dispuesto a laviolencia y con capacidad global más que elislamismo radical.

En este sentido, el islamismo es, para En-zensberger, un instrumento ideal para atraer yseducir a perdedores radicales, porque lograamalgamar una miríada de fobias con moti-vaciones tanto religiosas y políticas como so-

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ciales. En lo social, porque las sociedadesárabes se han estancado desde hace siglos yno han mejorado en cuanto a desarrollo, pro-greso y prosperidad con respecto a la civiliza-ción Occidental. Este dato, irrefutable para elautor, se transforma en caldo de cultivo paraun discurso atractivo de perdedores, el de ad-judicar todos los males a un mundo hostil:“somos excluidos, la culpa es de los otros, hayque destruirlos”.

En cuanto a la contradicción del lenguaje es-cénico político, es muy interesante la aporta-ción que realiza el autor acerca de que elterrorismo islamista utiliza herramientas pro-pias del mismo mundo que desea combatir yaniquilar. Todos los instrumentos técnicos queutilizan los hombres del terror, desde internethasta los explosivos, se originan en Occidente.Incluso el terrorismo moderno es un inventoeuropeo del siglo XIX. Pero al perdedor radicaltodo esto le es indiferente y sólo busca en-contrar en los argumentos victimistas del is-lamismo un refugio idóneo para canalizartodas sus frustraciones y descargar su irahacia los demás.

El ensayo aborda dos puntos que son funda-mentales para entender por qué este club deperdedores radicales encuentra cada vez mássujetos dispuestos a solicitar sus respectivascredenciales de ingreso. En primer lugar, es-tamos en presencia de una sociedad (la quele dio vida al Islam) que alcanzó su máximoesplendor tanto en el campo militar como enel económico y cultural hace ocho siglos. Fueuna civilización esplendorosa que se quedóinmóvil. El dolor moral de este fracaso pro-dujo un discurso dentro del colectivo que ne-cesitó alimentarse ineludiblemente de lasuperioridad moral de aquello que fue y ahorano es y de la construcción de un fantasma alos que hay que adjudicarles el estanca-miento y el declive: en este caso el “granSatán” personificado en los Estados Unidos ylos judíos. En segundo término, está la creen-

cia de una superioridad propia que colisionacon una realidad que les da en la cara. Perolo grave del caso es que en esta ocasión lacreencia del colectivo tiene un fundamento re-ligioso que la hace irrenunciable. Este puntoes fundamental para entender la falta de re-ciprocidad con respecto a ciertos temas y enla interpretación de los mismos por parte delmundo islamista. Por ejemplo, la indignación,con sus turbas enardecidas, que despierta enel mundo árabe determinados actos (comocuando se proyecta alguna obra que criticalas costumbres islámicas) y la falta de repro-che y complicidad del mismo mundo cuandoel ataque es realizado por algunos de “losamigos del club” en virtud de un supuesto im-perativo divino hacia otras culturas (el autorpone el ejemplo de la voladura de estatuasde Buda de Bamiyán).

Estas dos ideas, que atraviesan el texto dán-dole sustento, sirven también como base ala enfática conclusión acerca de que el diá-logo con el terror es infructuoso y en el fondose erige como un autoengaño. Es que el per-dedor radical no desea ser “calmado” condoctrinas buenistas, es que el perro malo noestá pidiendo caricias. El apaciguamiento yla concesión frente a quienes ejercen el te-rror para destruirnos sólo acelerarán supoder destructivo. En palabras de Enzens-berger: “Al Islamismo no le interesa buscarsoluciones al dilema del mundo árabe; se li-mita a la negación. Se trata de un movi-miento apolítico en sentido estricto, puestoque no plantea ningún tipo de reclamacio-nes negociables”.

Es evidente que “…no todos los musulmanesson árabes, no todos los árabes son perde-dores, ni todo los perdedores son radica-les…”. No obstante el autor decide aclararlopara zanjar cualquier duda al respecto, sobretodo para aquellos que quieran enrolarse enel argumento de que estamos frente a juiciosgeneralizadores.

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Para finalizar, cabe decir que el aporte que re-aliza Enzensberger con su libro invita al análi-sis y a la reflexión, porque el mundo cambió apartir del 11 de septiembre del 2001 y nece-sita de pensadores que estén a la altura delas circunstancias y que con una mirada agudaobserven un fenómeno de por sí complejo. El

perdedor radical. Ensayo sobre los hombresdel terror enriquece el debate porque analizael terrorismo por sus causas endógenas intro-duciendo un matiz diferente, ingenioso y lohace abordando un terreno antes inexplorado.

GUILLERMO HIRSCHFELD

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Desde la Guerra de Independencia de las TreceColonias, la relación entre los Estados Unidosy España ha implicado progresivamente aambos países en una dinámica histórica am-bivalente en la cual muchas veces han sidoaliados y otras tantas han devenido recios an-tagonistas, hasta enfrentarse en la Guerra his-pano-americana de finales del siglo XIX.

Teniendo en cuenta tal peculiaridad, el perio-dista británico William Chislett ha indagadocon profundidad en las razones históricas, po-líticas, culturales y lingüísticas que han defi-nido desde hace más de dos siglos el perfilde una relación jalonada, en buena medida,por la defensa de sus intereses geoestratégi-cos y el pragmatismo político de la gran po-tencia y por la emotividad y el resentimientode la parte española.

En la actualidad, cualquier democracia occi-dental comprende perfectamente que rivali-zar con el formidable poder estadounidense

y tomar decisiones unilaterales que puedandesequilibrar la buena marcha de la relacióncon la potencia hegemónica a nivel mundialcomporta serias consecuencias. Sin embargo,el gobierno español actual afrontó hace cua-tro años tales riesgos sin parar mientes enque los Estados Unidos son un aliado funda-mental, estratégico, y que la repercusión deaquellas acciones podía dañar seriamente lasrelaciones bilaterales. Tal acontecimiento pusode relieve una vez más la complejidad y elobstinado desencuentro que históricamenteha presidido los vínculos entre ambas nacio-nes. De aquí que el libro de Chislett repre-sente un valioso documento de información yanálisis para los interesados en este contro-vertido tema que, por demás, reviste una im-portancia capital, sobre todo para España.

El capítulo uno es el más extenso de la obra yen él se brinda un detallado panorama histó-rico de las relaciones hispano-norteamerica-nas, desde los viajes de Colón a finales del

Una histórica relaciónde amor-odioEspaña y Estados Unidos.En busca del redescubrimientomutuoWILLIAM CHISLETTAriel, 2005. 174 p.

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siglo XV pasando por el apoyo prestado por elgobernador de Luisiana, Bernardo de Gálvez,un joven noble español, a los revolucionariosamericanos en el siglo XVIII; el conflicto deCuba y la Guerra de 1898, así como las razo-nes por las cuales los Estados Unidos, ya enplena Guerra Fría, decidieron acercarse a Es-paña más allá de condicionamientos político-ideológicos y firmar el Acuerdo sobre las BasesMilitares de 1953. Chislett expresa su criteriode que a largo plazo este pacto desempeñó unimportante papel en la cancelación de las po-líticas autárquicas. El mismo sentó las basesdel Plan de Estabilización y Liberalización de1959, sin el cual el “milagro económico espa-ñol” difícilmente hubiera ocurrido, sobre todopor los créditos blandos y la ayuda económicanorteamericana, los cuales contribuyeron deci-sivamente a transformar la vetusta economíaespañola en una liberal de mercado.

En este sentido, la llegada a España de lasEscuelas de Negocios de estilo americano,como ESADE y otras, el aumento de las inver-siones norteamericanas y el comercio entreambos países, así como el Programa Full-bright, constituyeron hitos de la progresivaapertura española a la modernidad. Por otraparte, el papel asumido por Washington du-rante la transición democrática, las declara-ciones emitidas por el entonces Secretario deEstado de EE.UU. Alexander Haig tras la in-tentona golpista de Tejero, el Acuerdo sobrelas bases de 1988 y la campaña del PSOE afavor del ingreso en la OTAN, marcaron igual-mente puntos de inflexión muy importantesen las relaciones hispano-americanas. Con-cluye este capítulo con un examen de la rela-ción establecida durante la Administración deJosé María Aznar, que pasó de fiel aliado aamigo preferente, hasta el radical giro dadopor José Luis Rodríguez Zapatero tras su as-censo al poder en las elecciones de 2004.

En los siguientes capítulos se analizan las re-laciones económicas entre los dos países. El

autor relaciona los protagonistas económicosde Estados Unidos en España, o sea, las prin-cipales empresas de aquel país aquí, apun-tando un detalle importante, y es que a partirde la integración en la Unión Europea, la in-versión norteamericana se ha reducido nota-blemente, pues el grueso de su actividadeconómica España la desenvuelve con los pa-íses de su entorno geopolítico.

Con respecto a las empresas españolas coninversiones en Estados Unidos, aunque se haproducido una mayor presencia de ellas, paraChislett a los empresarios españoles aún lesqueda un larguísimo camino por recorrer,pues según él “la inversión directa españolaen USA, sobre la base de coste histórico, sesituó en 5,669 millones de $ a finales de2004, en comparación con los 21,153 millo-nes de una economía mucho más pequeñaque la española como es la de Irlanda, cuyostock de inversión en ese país se incrementó7 veces en 10 años”.

El cuarto capítulo se dedica a evaluar el volu-men comercial entre ambos países a partir deun sólido bagaje estadístico. El autor llega a laconclusión de que “España presenta un sal-do negativo en sus relaciones comerciales con USA. Lo que exporta España hacia estepaís es tecnológicamente de una estructuramedia-baja y gradualmente ha ido perdiendocompetitividad”, lo cual es resultado de la ele-vada especialización geográfica y sectorial delas ventas españolas, aspecto negativo seña-lado más arriba.

Por último la obra investiga las relaciones cul-turales, la imagen mutua y las causas históri-cas del antiamericanismo de buena parte delpueblo español, caracterizado por su anti-beli-cismo militante, su fuerte crítica a la injerencianorteamericana en el escenario internacionaly su marcada preferencia hacia la izquierda,que lo distinguen dentro del espectro políticoeuropeo occidental. Dichos factores, según

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Chislett, empañan la imagen mutua que puebloy Gobierno de ambos países tienen de sí mis-mos y conspira contra la mejor marcha de lasrelaciones bilaterales en campos fundamenta-les como el comercio, las inversiones y el co-nocimiento cultural recíproco.

Los puntos de vista de Chislett como espe-cialista de las relaciones entre ambos países

no dejarán indiferente a nadie y por lo mismoprovocará la polémica y con ello la formula-ción de ideas y propuestas que concretadasen un impostergable Pacto de Estado sobrePolítica Exterior, contribuya a recomponer lamenguada relación actual con “el amigo ame-ricano”.

ENRIQUE COLLAZO

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Todo lo que existe tendrá un fin, y el misterio de ese flujo

de existencia es impenetrable. Ésos son los dos grandes principios

que gobiernan la existencia1.

Eric Voegelin era consciente de que sólo elorden de una sociedad existente es inteligible,pero la propia existencia de esa sociedad es unsecreto que escapa a nuestra inteligibilidad,quedando totalmente fuera de nuestras manos,desbordándonos. El conocimiento humano esfinito y tan sólo podemos conocer sobre nues-tra existencia los dos principios enumerados alcomienzo.

Cierto es que estar inmersos en una existenciaque nos desborda y de la cual no podemos co-nocer su razón, es decir, estar inmersos en unaexistencia sin razón, puede resultar realmenteduro de soportar. El hecho de carecer de unosprincipios sólidos y universales sobre los cua-les poder ordenar la existencia de una formainequívoca y definitiva que pudiera evitar cual-quier forma de conflicto hace comprensibleque “en toda sociedad esté presente, en dis-tintos grados de intensidad, la inclinación a ex-tender el significado de ese orden al hecho desu existencia. Cuando una sociedad tiene unahistoria larga y gloriosa, sobre todo, su existen-cia se tomará como parte del orden de cosas”2.

Karl Marx y la tradicióndel pensamiento políticooccidentalHANNAH ARENDTEd. Encuentro (Filosofía), Madrid 2007, 120 págs.

1 Eric Voegelin, La nueva ciencia de la política, Buenos Aires, ed. Katz Editores, 2006, p. 200.2 Ibídem, p. 201.3 Hannah Arendt, Karl Marx y la tradición de pensamiento político occidental, Madrid, Ediciones Encuentro,

2007, p. 17.

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Contando entonces con el hecho de las es-catologías inmanentistas y, tratándose de unlibro sobre Karl Marx y su relación con la tra-dición del pensamiento político universal, esimposible eludir la cuestión de si el pensa-miento marxiano puede quedar limitado al“inmanentismo”. Hannah Arendt aborda estacuestión muy inteligentemente en las prime-ras páginas del Karl Marx y la tradición delpensamiento político occidental, poniendoesta cuestión en el inicio de lo que será todala argumentación posterior.

Asumir una línea sin ruptura, como la propiaautora dice, entre Marx, Lenin y Stalin, acu-sando de esta forma a Marx de totalitarismosignifica, según Arendt “tanto como acusar ala propia tradición occidental de acabar ne-cesariamente en la monstruosidad de estanueva forma de gobierno”3.

Por lo tanto, la cuestión central estriba en laconexión del pensamiento marxiano y la tra-dición de pensamiento occidental. Si éste,al ser considerado una forma de escatolo-gía inmanentista, es heredero de lo que sedenomina gnosticismo, rememorando unaantigua herejía del catolicismo, o si, por elcontrario, no se trata de la culminación de una herejía gnóstica, y sus fundamentosestán sumidos en la tradición, siendo algoinherente a ésta, con lo que habría que re-flexionar de nuevo sobre lo que este pensa-miento supuso de ruptura y su relación conlo que sí supuso una verdadera novedad: eltotalitarismo.

La autora parece optar por la segunda opción:“El pensamiento de Marx no puede quedar li-mitado al “inmanentismo”, como si todo pu-diera arreglarse de nuevo con sólo dejar lautopía para el otro mundo y no asumir quetodo lo terreno pueda medirse y juzgarse porpatrones terrenales. Pues las raíces de Marxse hunden mucho más profundamente en latradición de lo que él mismo supo. Yo piensoque puede demostrarse cómo la línea que vade Aristóteles a Marx muestra menos ruptu-ras y mucho menos decisivas que la línea queva de Marx a Stalin”4.

No pretendiendo discutir estas afirmacionesde Arendt, el debate parece ser merecedor deuna reflexión mucho más profunda parapoder alcanzar algo más de luz sobre estacuestión si tenemos en cuenta lo dicho porLeszek Kolakowski (ex comunista) al des-arrollar los resultados de la filosofía de Marxen su Raíces marxistas del estalinismo. Enella, el autor destaca que la ideología leni-nista-estalinista fue una interpretación legí-tima de la filosofía marxiana de la historia(aunque no la única posible), y que “Todo in-tento por realizar los valores básicos del so-cialismo marxiano tenía que tender a generaruna organización política de característicasindudablemente análogas a la leninista-es-talinista”5.

Por lo tanto, la cuestión en torno a si la líneaque va de Aristóteles a Marx muestra menosrupturas y menos decisivas que la línea queva de Marx a Stalin es una cuestión en la que

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4 Ibídem, p.17.5 Leszek Kolakowski, Las raíces marxistas del estalinismo, p. 206.

En http: //www.cepchile, cl. (Centro de Estudios Públicos, Santiago, Chile, 2005, pp.205-225).6 Polémica que ha sido editada en el número 124 de Claves de razón práctica con el nombre de “Debate sobre

el totalitarismo” por Agustín Serrano de Haro, responsable también de de la edición Karl Marx y la tradición delpensamiento político occidental de Ediciones encuentro,

7 Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 1997, p, 664.8 Debate sobre el totalitarismo, Claves de razón práctica, nº 124, p.8.

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todavía queda mucho por profundizar. Encuanto a si resulta legítimo considerar el pen-samiento de Marx como “inmanentismo” (y larelación de este tipo de movimientos con eltotalitarismo), resulta realmente interesante yaclaradora (y un buen complemento para lalectura del este libro) la polémica que man-tuvieron Hannah Arendt y Eric Voegelin en TheReview of Politics XV (1/1953) con motivo dela reseña que éste escribió a la impresionanteobra de nuestra autora Los Orígenes del Tota-litarismo6. En dicha reseña, tratando de deli-mitar la esencia del totalitarismo, Voegelinsaca a colación este fragmento de Arendt: “Loque tratan de lograr las ideologías totalitariasno es la transformación del mundo exterior ola transmutación revolucionaria de la socie-dad, sino la transformación misma de la na-turaleza humana”7.

Por lo tanto, en este punto Voegelin parece verque Arendt reconoce la esencia del totalita-rismo como “movimiento de un credo inma-nentista”8, ya que lo que pretenden losmovimientos totalitarios no es poner remedioa males sociales, sino “engendrar el milenioen el sentido escatológico mediante la trans-formación de la naturaleza humana”9, en laidea de una perfección inmanente por mediode la acción del hombre. Lo realmente intere-sante de esta reseña de Voegelin aparece alcitar éste un nuevo fragmento de la autora:“Lo que está en juego es la naturaleza hu-mana como tal, y aunque parezca que estos

experimentos no lograron modificar al hom-bre, sino sólo destruirle […] es preciso teneren cuenta las necesarias limitaciones de unaexperiencia que requiere un control globalpara mostrar resultados concluyentes”10.

Resulta muy significativa la reacción de Voe-gelin al leer estas palabras, al decir que nopodía dar crédito a sus ojos. Para él, “Natura-leza” es un concepto filosófico, que, como élmismo dice, “denota una cosa como cosa deesta clase y de ninguna otra”11. Es decir, algoque no puede ser modificado, y añade: “Con-cebir la idea de cambiar la naturaleza delhombre (o la de cualquier otra cosa) es unsíntoma del desplome intelectual de la civili-zación occidental. Así, pues, la propia autoraadopta, de hecho, la ideología inmanentista;mantiene una apertura de espíritu en relacióncon las atrocidades autoritarias, al considerarla cuestión de cambio de naturaleza del hom-bre por ensayo y error; y como quiera que elensayo no ha podido aún disponer de lasoportunidades que le ha de brindar un labo-ratorio global, la cuestión ha de quedar ensuspenso en el momento presente”12.

Voegelin se estremece ante la sugerencia deque, para evitar tentaciones totalitarias, hayque resolver que el hombre carece de natura-leza y deja de ser la medida de todas lascosas para, así, mantener alejadas las pre-tensiones de poder cambiarla o modificarla.No obstante, y volviendo a Marx, debemos re-

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9 Ibídem, p. 8.10 Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 1997, p.680.11 “Debate sobre el totalitarismo”, Claves de razón práctica, nº 124, p.8.12 Ibídem, p.8. Hay que añadir que unas líneas más abajo Voegelin añade que “Estas afirmaciones de la doctora

Arendt no deben interpretarse, por supuesto, como una concesión al totalitarismo en el sentido más restringido,es decir, como concesión a las atrocidades del nacionalsocialismo y del comunismo. Reflejan, por el contrario,una actitud típicamente liberal, progresista, pragmatista, ante los problemas filosóficos”.

13 Die Revolution von 1848 and das Proletariat [La revolución de 1848 y el proletariado], en K. Marx als Denker,mensch un Revolutionär, Berlín, 1928, p.41.

14 Hannah Arendt, Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental, Madrid, Ediciones Encuentro,2007, p.18.

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cordar estas palabras suyas que desvelan cla-ramente sus pretensiones de ruptura: “Sabe-mos que las nuevas formas de la sociedad,para producir buenas obras, sólo necesitande hombres nuevos”13.

Resumiendo, puede decirse que, HannahArendt, a pesar de todo, reconoce al mar-xismo como la única ideología que vincula eltotalitarismo directamente con la tradicióndel pensamiento político occidental, recha-zando la idea de que pueda ser reducido aser una consecuencia del ramal histórico

cuyo origen está en el antiguo gnosticismo.La razón de que “el hilo de la tradición” serompiera fue que las categorías políticas tra-dicionales no podían afrontar la situación a laque dio lugar la edad contemporánea alplantear al hombre dos problemas a los queMarx se aferró vehementemente y que, segúnArendt “son independientes de todos losacontecimientos políticos en el sentido es-trecho de la palabra: los problemas de lalabor y de la Historia”14.

ALBERTO CRESPO BALLESTEROS

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