Péndulo21 72
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CRÍTICA/POLÍTICA
• PÉNDULO21/UNO/FEBRERO 2013 •
Los debates contemporáneos sobre lo que muchos in-
telectuales consideran el “ideal democrático” hacen
resurgir una pregunta que tendría que responderse
antes que cualquier otra cosa: ¿cómo puede ser organizada
y dirigida hacia un rumbo políticamente estable una socie-
dad conformada por pluralidades que se antojan incorregi-
bles? Esta pregunta conduce a repensar una vieja cuestión
expuesta por Immanuel Kant hace más de dos siglos y que
él consideró como la que “más tardíamente resolvería la es-
pecie humana”. Kant supuso que, para admitir las restriccio-
nes propias de la vida comunitaria, todo hombre necesitaría
siempre de un señor que le doblegara su caprichosa volun-
tad y pusiera límite a su egoísta inclinación animal. Pero
¿entre quién y cómo elegir a este jefe supremo que, a pesar
de ser un hombre, debería ser racional y justo?
A lo largo del siglo xx, pensadores como Norberto
Bobbio asumieron que la discusión del “entre quién” y so-
bre el “cómo” se había polarizado después de la Revolución
Rusa ―con el surgimiento del estalinismo o con la aparición
del fascismo italiano― debido a la pugna entre los defen-
sores de las democracias y los admiradores de las dictadu-
ras. Hay que añadir, por otra parte, que la ideología liberal
decimonónica que enalteció los ideales de la Revolución
Francesa (la famosa tríada: libertad, igualdad, fraternidad)
y que posicionó como una de sus cartas fuertes el sufra-
gio universal, tal como lo describe el sociólogo Immanuel
Wallerstein en su libro Después del liberalismo, le suministró
a toda forma de gobierno irrespetuosa con las mayorías su
connotación negativa. O dicho en otras palabras: ¡Demo-
cracia… sí! ¡Dictadura… no!
Sin embargo, ¿qué bondades traía consigo la de-
mocracia para volverla tan deseable? En su libro Principios
y valores de la democracia, Luis Salazar y José Woldenberg
realizan un seguimiento puntual de las fortalezas que hicie-
ron históricamente a la democracia una forma de gobierno
más solvente que la aristocracia o la monarquía. En un sis-
tema democrático se parte de que el pueblo ha de erigirse
como único soberano y se entiende a esa soberanía como
un poder que emana del Estado y se ejerce para mantener
la cohesión social, política o territorial, procurando así que
nada ni nadie se encuentre por encima de las demandas del
pueblo. Éste último, conformado por ciudadanos libres e
iguales, tiene además el derecho para emitir su juicio so-
bre la organización y la dirección que propone el gobierno
en turno. Así, la participación del pueblo en los asuntos del
Estado entroniza los dos principios fundamentales de la de-
mocracia moderna: el principio de la mayoría y el principio
de representación. Ambos principios, huelga decirlo, son el
epicentro de alabanzas, pero también de las críticas más
encarnizadas que se lanzan a los sistemas democráticos de
nuestros días.
Lo anterior se debe a que es la pluralidad quien
demanda el principio de la mayoría, pues ahí donde es im-
posible el acuerdo unánime entre posturas diversas se hace
lógico y necesario que gane la decisión mayoritaria. El prin-
cipio de representación, por su parte, es un requisito para
la gobernabilidad, pues por él se delega en unas cuantas
personas que se supone expertas en cuestiones políticas, la
facultad de decidir en nombre de un gran número de ciuda-
danos sobre temas que a todos conciernen. Los críticos del
principio de la mayoría (incluyendo a Aristóteles, quien en
su tiempo calificó a la democracia como una forma desviada
de gobierno) aluden a lo frecuentemente que las voces ma-
yoritarias se vuelven despóticas. Por otro lado, los críticos
del principio de representación denuncian lo fácil que las se-
sudas meritocracias constituidas por “demócratas de con-
vicción y de carrera” (forjados, dicen, con el hierro templa-
do del ideal democrático), bien pronto se corrompen ante
el acoso o la seducción de fuerzas mezquinas, traicionando
la confianza de sus representados.
Todo esto podría sugerirnos que, sin importar lo
emotivo que nos resulte defender la democracia en el dis-
curso y alabar la bondad de sus instituciones, así como de
las libertades que éstas salvaguardan, no debiéramos echar
en saco roto la advertencia de Kant, quien también creyó
que con una madera tan retorcida como la del hombre nada
recto podría construirse, incluyendo, claro está, al enalte-
cido ideal democrático. Propongo, finalmente, para conti-
nuar el debate sobre las ventajas de nuestras democracias
añadir a la pregunta con la que comenzó este escrito, otra
más: ¿Se vive realmente en una mala democracia mucho me-
jor que en la más racional de las dictaduras?
Ramón López Rodríguez
CONTENIDO: ¿DEMOCRACIAS... SÍ ¿DICTADURAS... NO? Ramón López Rodríguez • DIOS, CERDOS, EXILIO Y ESCLAVITUD. Iván Alejandro Sánchez Nájera
• POLÍTICA, CIUDADANÍA Y SOCIEDAD. Clara Müller Maldonado
La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, Mé xico OCTUBRE 2010/ Añ o 2 N o. 20La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México FEBRERO 2013/ Año 3 No. 72
¿Democracias… sí? ¿Dictaduras… no?
• PÉNDULO21/DOS/FEBRERO 2013 •
Iván Alejandro Sánchez Nájera
Dios, cerdos, exilio y esclavitud.
En un célebre pasaje, que alumnos de filosofía
repiten con orgullo y frenesí, Platón sentenció
que no habrá tregua para los males que aquejan
a las ciudades mientras los reyes y soberanos no sean
filósofos1, lo cual bien podría ser la venganza literaria
para aquel que lo vendió como esclavo, o para aquellos
que decretaron la muerte de Sócrates, o para la socie-
dad en general, desinteresada de la filosofía y con su
morada en el mundo de las sombras. Con un sistema
educativo diseñado e implementado por el estado en
su totalidad, Platón pretende asegurar un gobierno
monárquico incorruptible, que garantice justicia y
eficiencia, y que, al ser formado en la Verdad y al pres-
cindir de bienes materiales, resulte incorruptible.
Es también multicitado y conocido el hecho
que tuvo la oportunidad de ser consejero del tirano
Dionisio en Siracusa y procurar que sus ideas se lle-
varan a la práctica, el resultado es ampliamente co-
nocido: Platón fue vendido como esclavo. Si bien el
postulado del filósofo rey es cuestionable por razones
intrínsecas a él (propone un sistema tiránico, está
basado en una organización de castas, descansa su
viabilidad en la creación de un complejo sistema edu-
cativo que se antoja irrealizable, posee una creencia
casi dogmática en que el conocimiento de la Verdad
conlleva al actuar Justo), proponemos el fracaso de
Siracusa –la esclavitud de Platón–, como la primera
coordenada para pensar el actuar filosófico en la po-
lítica, pues cuando el ilustre filósofo se ve superado
regresa a Atenas y funda la
Academia, un amparo filosófico
ante la abrumadora realidad,
institución que desde entonces
se ha convertido en el refugio
filosófico por excelencia.
Algunos podrían, con
cierta razón, argüir que Platón
teorizó una política utópica
–condenada por sí misma al
fracaso–, que su éxito radicaría
en ser guía de la organización
política y no en su cumplimien-
to puntual. En realidad esta interpretación postula la
imposibilidad del filósofo como titular de gobierno (su
lugar estaría en el diseño de utopías); más allá, no sólo
reclama la dimisión del filósofo rey, también le senten-
cia la imposibilidad de ser estratega o consejero para
condenarlo al confort de la academia.
Así, el ilustre filósofo rey dejaría su papel
de gobernante en la justicia para volverse guía, un
ícono político. Quizá el ejemplo más propio de ello
lo encontramos en Karl Marx, quien en su onceava
tesis sobre Feuerbach demandó a los filósofos dejar
de interpretar el mundo y comenzar a transformarlo.2
Marx como ícono generó desde el ámbito académico
movimientos revolucionarios que transformaron el
siglo xx. Juzgarlo por los resultados de los distintos go-
biernos comunistas sería inadecuado (el filósofo ya no
es el rey), sin embargo, juzgar el escaso cumplimiento
de los postulados marxistas en los gobiernos que se
erigieron bajo su bandera no sólo es válido, sino una
muestra de las limitaciones de la filosofía como ícono
político.
Para analizar dichos alcances, y como se-
gunda coordenada, tomaremos un ejemplo literario:
Rebelión en la granja de George Orwell. Una historia
fantástica inspirada en la revolución rusa y en el sub-
secuente régimen socialista, una rebelión que comien-
za con los postulados del cerdo Mayor –Marx–, ícono
de la revolución que no participa en la rebelión, pues
muere tras dictar su ideología:
Nuestras vidas son tristes, fatigosas y cortas. Na-
cemos, nos suministran la comida necesaria para
mantenernos y a aquellos de nosotros capaces de
Coordenadas para pensar la participación de la filosofía en la política
Tú quieres ir al mundo y vas con las manos vacías, con cierta promesa de libertad que los hombres, por su simplicidad y su depravada naturaleza, no pueden ni siquiera concebir, y que, además, temen con pavor, pues para el hombre y la sociedad humana no existe ni ha existido nunca nada más insoportable que la libertad.
Dostoievski, El gran inquisidor.
• PÉNDULO21/TRES/FEBRERO 2013 •
trabajar nos obligan a hacerlo (…) Los seres humanos nos arre-
batan casi todo el fruto de nuestro trabajo. Ahí está, camaradas,
la respuesta a todos nuestros problemas (…) Eliminad tan solo al
hombre y el producto de nuestro trabajo nos pertenecerá.3
El discurso de Mayor incita a la rebelión, cohesiona a los
diversos animales y les dota de un objetivo en común: derrocar al
humano e instaurar un gobierno animal justo. Tras su triunfo, el
nuevo régimen dirigido por cerdos, instaura siete mandamientos rectores que sintetizan la ideología de Mayor, siendo el séptimo el más importante: todos los animales son iguales. Como es de esperarse el utópico gobierno degenera (existen divisiones internas, traiciones, escasez de alimentos, dictadura militar…), hasta que en el clímax de la novela los siete mandamientos se reducen a uno: todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros. El régimen tiránico con el que termina la granja animal pone en evidencia que la filosofía como ícono político está condenada al fracaso. Sería ingenuo asumir que se debió a la ausencia del cerdo Mayor en la instauración del gobierno, por el contrario, el nuevo sistema ocupa que el ideal filosófico se vuelva un ícono, una figura idílica a partir de la cual exista cohesión social, pero que se encuentre a una sana distancia para que no influya en las decisiones prácticas. Nuestra tercera coordenada ilustrará con mayor exactitud la condena de la sana distancia que se impone al ícono. “El gran inquisidor” (presente en la novela Los hermanos Karamazov de Fedor Dostoievski) relata a Jesús de Nazaret regresando a la tierra en el tiempo de la inquisición con la simple intención de visitar a sus hijos. Desciende en la misma forma humana en que vivió quince siglos antes. El día anterior, en esa misma plaza habían quemado cien herejes. La muchedumbre lo reconoce, le rodean. Él los bendice y le alaban. Un viejo ciego desde la niñez le pide que lo ayude, le hace brotar nuevos ojos. El pueblo llora, echan flores y gritan «Hosanna». Observa un pequeño féretro, una mujer se arroja a sus pies y clama «si eres Tú, resucita a mi hija», la niña se levanta y mira a su alrededor sonriendo. En ese momento el Gran Inquisidor cruza la plaza y lo hace arrestar. En el calabozo le cuestiona:
¿Por qué has venido a estorbarnos? Pues tú has venido a estorbarnos
y lo sabes. Pero, ¿sabes qué pasará mañana? No sé quién eres ni
quiero saberlo: si eres tú o sólo una semejanza suya; pero mañana
te condenaré y te haré quemar en la hoguera como al más vil de
los herejes; el mismo pueblo que hoy te ha besado los pies, mañana
mismo, a una señal mía, se lanzará a avivar las brasas de tu hoguera,
¿lo sabes? Sí, es posible que lo sepas.4
Sin un ícono, la sociedad se ve desarticulada y dividida, pues éste le otorga cohesión y un objetivo –condición de posibilidad de un gobierno–. Pero el ideólogo, el lugar que podría ocupar un filósofo al interior de la política, no está invitado a la participación real en el gobierno, su función está en ser un ícono, en ser el emblema que da legitimidad. Es por ello que el Gran Inquisidor hace un fuerte reclamo: “dales de comer y exígeles, entonces, virtud (…) Nosotros lo haremos, en nombre tuyo, mintiendo al decir que damos de comer en tu nombre”.5
Más allá de los predicamentos éticos, el reclamo del Gran Inquisidor está en que la ideología pensó en la libertad, pero no en el pan. Asimismo, podemos indicar que la filosofía como ícono político ha dejado a un lado los temas concretos, las decisiones prácticas. El ícono se vuelve la esencia, pero la política está en la forma. Por ello,
el filósofo se volverá necesario como ícono, como esencia, pero en
la práctica será prescindible. Siendo así, los caminos de la filosofía
en la política se cierran una vez postulado el ícono, y en el mejor de
los casos se podrá regresar a la academia.
Una cuarta coordenada nos ayudará a reflexionar en torno
a una participación más realista. Nicolás Maquiavelo se involucró
en las esferas más altas de la política y sus ideas cobraron forma
en acciones de gobierno, no como ícono, sino como consejero.
Sin embargo, podemos plantear dos dudas sobre la calidad de la
participación filosófica en la política que logró Maquiavelo.
La primera de ellas está en si la filosofía quedó supeditada
a la prebenda política. El príncipe, escrito en el exilio para ganar los
favores de Lorenzo de Medici, siembra la interrogante desde su
dedicatoria:
Los que quieren granjearse el favor de un Príncipe suelen presen-
tarse a él ofreciéndole lo mejor que tienen o lo que más le guste
(…) Deseoso, pues, de presentarme a Vuestra Magnificencia con
alguna prenda de mi adhesión, nada he hallado que fuera para mí
tan querido o que estimase yo más que el conocimiento de las
acciones de los grandes hombres.6
Con Maquiavelo la función de la filosofía como consejera
pareciera limitada al favor político, hecho que desmitificaría al ilustre
filósofo rey. Puede argumentarse la posibilidad de una consejería
alejada de la prebenda, sin embargo, el verdadero cuestionamiento
a la funcionalidad de la filosofía está en la imposibilidad de pensar
prácticamente, de tomar decisiones realistas. Sabemos de sobra que
Maquiavelo las tomó, pero sus consejos prácticos distan mucho de las
reflexiones filosóficas: ¿cómo aceptar como filosófico, por ejemplo,
que recomiende al nuevo príncipe exterminar la familia del anterior?
Dejemos a un lado el problema ético, la cuestión es que al centrarse
en la necesidad práctica de las decisiones políticas, el filósofo se verá
tan alejado de los primeros principios y las últimas causas que dejará
atrás a la filosofía.
Hemos comentado dos posibilidades por las cuales la filosofía
puede desempeñarse en la política. Como ícono puede contribuir en
la transformación de la realidad social, pero al filósofo se le excluirá
del ejercicio práctico y se le regresará a la academia. Como consejero,
el filósofo podrá desempeñarse en la práctica política, pero tendrá
siempre sobre si la duda de si actúa como filósofo o con un olfato
político en el que la filosofía se sumó únicamente como formadora
de habilidades.
En la dicotomía entre lo ideal y lo posible, pareciera que la
participación deseable está en contar con filósofos que encuentren
vínculos con la política, que formen nexos que le permitan superar
las barreras de la academia, para que su labor inquisitiva supere las
aulas, mas parecen insuperables los toriles que refugian a la filosofía
en la academia, quienes forman una barrera infranqueable hacia la
arena política.
1 Platón, La república, Alianza Editorial, Madrid, España, 1992, 473d.2 Vid. Marx, Karl. Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosóficos, Grijalbo, México, 1970.3 Orwell, George. Rebelión en la granja, Planeta, España, 2006, pp. 50-53.4 Dostoievski, Fedor. Los hermanos Karamazov. Barcelona, RBA Editores, España, p. 252.5 Ibid., p. 255.6 Maquiavelo, Nicolás. El príncipe. Colofón, México, 2007, p. 13.
• PÉNDULO21/CUATRO/FEBRERO 2013 •
La política, como lo señala desde su raíz etimológica
griega traducible como «ciudadano», «civil», «relativo
al ordenamiento de la ciudad», implica por tanto al ciu-
dadano individual como a la colectividad a la que pertenece
que por su intermediación busca acuerdos para alcanzar ob-
jetivos comunes; en sus orígenes clásicos griegos la política
era una actividad por la cual en las ciudades/estados como
Atenas y Esparta, los asuntos públicos más relevantes se de-
batían y definían por la asamblea de ciudadanos libres, con
lo cual toda decisión ahí alcanzada adquiría el carácter de
“cumplimiento obligatorio” para la sociedad en su conjunto,
al punto que el filosofo Solón señalaba que: “La ley permite
dar muerte al ciudadano que se mantenga neutral en medio
de las discordias civiles”.
Si bien en el caso de la Grecia antigua, la actividad
política implicaba formas de gobierno democráticas históri-
camente inéditas; incluso en civilizaciones anteriores como
fueron la egipcia y la asiria, que vivieron bajo gobiernos
autocráticos, debe considerarse que existía alguna variante
de actividad política pues el “gobernante” aun bajo la op-
ción de testa coronada y con todos los atributos derivados
de su origen “divino” debía tomar sus decisiones relevantes
considerando a los diversos actores sociales, económicos
y religiosos que interrelacionaban con él; de lo contrario
sus propuestas y decisiones podían llevarlo al fracaso pues
ningún autócrata gobernaba en el sentido estricto por “sí
mismo”. Un ejemplo relevante del papel de la política en los
regímenes autocráticos que prevalecieron hasta el Renaci-
miento lo demuestra el texto El Príncipe de Nicolás Maquia-
velo, clásico en el terreno de las ciencias políticas, donde el
autor da consejos al gobernante para el mejor desempeño
de sus labores de gobierno.
La actividad política se modifica y alcanza un nuevo
nivel de complejidad con los regímenes democráticos, cuyo
mejor precedente histórico se da en la Inglaterra del siglo
XIII a partir de la firma de la “Carta Magna” por el rey Juan I
ante la presión de los nobles, donde por primera vez se aco-
ta el poder absoluto del rey y se le sujeta al escrutinio de una
instancia exterior o Parlamento, en el que los representantes
de algunos estamentos sociales conforman un poder alter-
nativo. Esta representatividad, sin embargo, no abarcaba a
todas las capas sociales, pues excluía a los “burgueses”, ha-
bitantes de las ciudades o burgos, a los campesinos medios
y pobres y, en la más baja escala social, a los siervos de la
gleba, pues sólo la nobleza podía ser parte del Parlamento.
Debieron ocurrir profundos cambios sociales y
económicos y alguna que otra revolución para que la de-
mocracia se ampliara e incorporara en sus mecanismos de
decisión a todos los actores de una sociedad, empezando
por la revolución francesa en 1789 y que se continuó en el
siglo XIX con las guerras de independencia en América y las
revueltas sociales europeas. Como resultado de éstas, las
aristocracias y oligarquías gobernantes aceptaron paulati-
namente el reconocimiento de “ciudadanía” a otros grupos
sociales, aunque siempre con limitaciones: en Francia para
poder votar y ser votado se debía tener propiedades, en mu-
chos países se excluía del derecho al voto a los analfabetas,
prácticamente en todo el mundo la categoría de ciudadano
no aplicaba a las mujeres. Fue prácticamente producto de
siglo xx la universalización del derecho al voto junto con el
retroceso de regímenes autoritarios y coloniales, lo que nos
ha llevado a una normalización de la democracia como siste-
ma de gobierno generalizado y en consecuencia, a conside-
rar a la actividad política como importante para el desarrollo
de las sociedades y naciones.
Con todo, en las complejas sociedades modernas,
donde coexisten e interactúan múltiples actores sociales
con, en ocasiones, intereses contradictorios y enfrentados,
sólo a partir de una sana actividad política, que privilegie los
puntos en común, consensos y acuerdos, se hace posible una
propia gobernanza en las naciones. Aunque suene un tanto
a Perogrullo pero se puede postular que entre mayor con-
senso se obtiene al interior de una nación, mayores son las
oportunidades de construir objetivos comunes y alcanzarlos
a través del esfuerzo conjunto. La asamblea en el ágora grie-
ga, paradigma de la actividad política ciudadana, no puede
ser simplemente replicada en sociedades tan complejas y
donde el número de habitantes y extensión geográfica de
los territorios hacen inviable esta convocatoria; en su lugar
la única opción son las jornadas electorales, donde a partir
de unas reglas fijas y transparentes y con la participación
de los actores políticos organizados el conjunto de la ciu-
dadanía expresa sus acuerdos y desacuerdos y participa así,
en las decisiones comunes. Para concluir, no quiero deses-
timar todas las críticas que se han levantado a la naciente
democracia mexicana, pero si quiero recordar la palabras del
canciller de Inglaterra, Sir Winston Churchill que apuntaba
que “la democracia es el peor de todos los gobiernos, exclu-
yendo todos los demás”.
Clara Müller Maldonado
EDITOREnrique Luján Salazar
DISEÑOClaudia Macías Guerra
Política, ciudadanía y sociedad
La Jornada AguascalientesPÉNDULO 21
Publicación QuincenalFebrero 2013. Año 3, No. 72
COMITÉ EDITORIALIgnacio Ruelas OlveraJosé de Lira BautistaRaquel Mercado SalasRamón López Rodríguez
COLABORACIONESClara Müller Maldonado
Iván Alejandro Sánchez Nájera