Peluso1

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Peluso, Peluso, Peluso, Peluso,

el gatito que no sabía nadarel gatito que no sabía nadarel gatito que no sabía nadarel gatito que no sabía nadar

Autor: Dori Elecepé

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PELUSO, EL GATITO QUE NO SABÍA NADAR Existió una vez un gatito llamado Peluso. Era un gatito gris, de tamaño mediano y algo

gordito. Vivía con su mamá Trescolores y otros dos hermanos más en un pajar.

- Mamá ¿cómo son los humanos?- preguntaba Peluso-.

- No te preocupes, ya los irás conociendo –dijo Trescolores- y añadió: te quedan

muchos años de vida, pequeño.

Una de las tantas veces que la gata Trescolores iba en busca de comida para ella y para

sus hijos, ocurrió algo inesperado:

-¡Oh, mirad hermanitos, ahí hay algo que acaba de depositar algún humano; debe ser

algo exquisito! – gritó Pelu -.

-Pues si tanto te interesa, ¿por qué no vas tú a ver lo que es y luego nos lo cuentas?

-preguntaron los dos hermanos a la vez-.

Y así fue como el inocente Peluso corrió a ver lo que habían colocado los humanos en el

pajar; se acercaba despacio sin hacer ruido y pisando muy suave, por miedo a que los

humanos le hubiesen tendido una trampa. Y allí estaba el gatito Peluso delante del

objeto misterioso, que resultó ser un platito lleno de leche como la que le daba su

madre.

Probó a beber la leche pero se dio cuenta de que un brazo gigante lo estaba elevando.

Después se sumió en un largo sueño que duró un par de horas y cuando despertó, se

encontraba en un sillón que había en la casa de un humano. Pelu estaba muy asustado y

gritó:

-¡Socorroooooooooooooooo, maaaaaaaaaaaaaaami!

Pero Trescolores no llegaba y el gatito decidió que lo mejor sería escuchar con atención.

Sí, escuchaba voces qué decían algo sobre comida y veía a alguien que debía ser un

humano acercándose a él y poniéndole un tiestecito lleno de leche delante de las narices.

Una niña se le acercó y le dijo:

-Tranquilo, soy Laura, tu dueña.

Transcurrieron varios días en los que Peluso descubrió muchas cosas nuevas: que vivía

en un cortijo, que los dueños suelen ser buenos, que los perros son enemigos, que su

otra dueña se llamaba Mari...y que nunca más volvería a ver a su verdadera mamá.

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Cuando pasaron unas semanas metieron a Peluso en una caja y a su vez lo metieron en

un cacharro con cuatro patas de goma. Peluso se quedó dormido en tan largo viaje y al

despertar se encontró en una casa inmensa, con un patio inmenso y unos tejados

inmensos. Descubrió que allí había otros humanos diferentes, como el padre de Laura o

la abuelita de Laura. El gatito se quedó asombrado por las palabras tan dulces del padre

de su dueña:

-Buenos días mindundi, ¿te vienes esta noche a dormir con nosotros, Pelusín?

Pelu intentó maullarle un sí, pero solo le salió un simple miau.

Se sentía muy feliz y empezaba a querer a su nueva dueña.

Días después se volvió a montar en el cacharro de las cuatro patas de goma y esta vez

viajaron hasta Archidona, un bonito pueblo en el que sus dueños tenían un pequeño piso

con el suelo de madera. En esta casa tanto gato como dueños eran muy felices, sin

contar la de veces que Pelusín hacía sus necesidades en el suelo y Mari le gritaba:

-¡Peluuuuuuuuuuuuu, estoy de ti hasta…!

Antonio, el papá de Laura intentaba tranquilizar a María, pero casi nunca lo conseguía:

-Pero Mari, nuestro gatito es el mejor del mundo, reconócelo.

Peluso iba los fines de semana a casa de la abuela de Laura donde se subía al tejado o se

peleaba con otros gatitos jóvenes.

Poco a poco Peluso fue creciendo. Siempre había soñado ser un gato fuerte, buscavidas

y encantador para las gatitas. Pero eso de ser encantador para las gatitas no lo conseguía

por más que lo intentaba. Cuando tenía edad de un año solamente había logrado

enamorarse de una gatita, pero el amor duró poco y se pelearon a la media hora.

Laura y sus padres lo habían dejado para siempre en casa de la abuela de su dueña con

la condición de ir a visitarlo todos los fines de semana, lo que hacía que sus peleas con

otros gatos fueran en aumento. Harto de tanto pelear Peluso decidió irse de su nuevo

hogar. Esta fuga duró dos semanas, que al gatito se le hicieron eternas, pues no sabía

regresar a su casa. Cuando por fin encontró el camino de regreso a su casa se llevó una

desilusión: sus dueños habían perdido la esperanza de que Pelu volviera y tenían en el

piso de madera a una gatita guapa llamada Becky.

Laura se volvió a llevar a su piso a Peluso, que estaba muy delgado porque durante la

fuga no había comido nada. Allí Pelu volvió a ser un gatito lustroso y bonito. Su

relación con las gatitas no mejoraba y siempre se estaba peleando con la pequeña gatita

Becky.

Un día Becky cambió su actitud severa con Pelu, diciéndole:

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-Tal vez cuando crezca un poco podamos ser marido y mujer.

-No lo creo –dijo Pelusín emocionado y preguntó-. ¿Tan atractivo te parezco?

-Sí, eres el gatito más guapo que he visto en mi vida.

Pelu siguió teniendo muchas peleas con otros gatos: si luchaba con el gato siamés

perdía, si luchaba con el gato blanco y negro perdía… y si luchaba con el gato rubio…

¡perdía! En fin, era todo un gato perdedor.

Se fue creando enemigos a medida que recorría tejados. Luchaba sin parar y si el

destino quería ganaba o perdía.

Cierto día se acordó de algo. Aquella gatita rubia, blanca y negra que tenía los ojos

marrones y en la punta del rabo una pintita blanca ya había crecido. Era hora de ir

celebrando la boda. Peluso fue a verla y así se lo dijo a Becky:- gatita guapa, ya has

crecido, por lo que hay que ir celebrando la boda.

Pero Becky contestó: quiero que seamos pareja soltera, no quiero casarme.

Pelu esperaba otra respuesta de su querida novia Becky, pero si ella así lo deseaba

tendría que ser así.

Pelu y Becky solo se veían los fines de semana porque Pelu volvió a quedarse en la casa

de la abuelita de Laura y Becky se iba con Laura al piso.

Peluso quería mucho a su dueña Laura y no le gustaba tener que separarse de ella pero

sabía que si se empeñase en volver al piso para estar con Laura y con Becky solo

causaría desastres y no se podría resistir a la tentación de echar una meadita por una

esquina del salón.

Pelu y Becky querían ser papás y Peluso dejó embarazada a la gata. A los dos meses de

quedarse embarazada, Becky parió cuatro pequeños gatitos. Dos de ellos eran machos y

fueron repartidos a dos amigas de Laura y una de las dos hembras fue repartida a una

prima de Laura. Laura se quedó con una gatita gris con algunos pelitos blancos y una

cabecita tan suave como una bola de algodón a la que llamó Lisa. Poco pudieron

disfrutar los papás a su hija porque Laura y su familia se la llevaron al cortijo en el que

nació Pelu. Pelu y Becky sabían que su gatita sería muy feliz allí pero les dolió mucho

el tener que separarse de ella.

Becky le dijo a Pelu que cuando pasara un tiempo podría tener otros cuantos hijos, cosa

que le encantaba a Peluso.

Peluso siempre había tenido un deseo: montar una taberna.

Su sueño se hizo realidad cuando su novia le dijo que tenía mucho dinero (los ahorros

de toda su vida) debajo del colchón de su cama.

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Nuestro protagonista montó una taberna llamada “Las ocho cervezas”. Estaba situada en

el centro de la tapia que separaba el tejado de la casa de la abuela de Laura con la calle.

Se hizo muy rico con la taberna a la que todos los días acudían decenas de gatitos. Pero

aún se hizo más rico cuando se le ocurrió jugar un billete de lotería con sus amigos: les

tocó veinte millones de euros que se repartieron y cada uno se quedó con cuatro

millones de euros.

-Ya que somos millonarios puedo dejarte preñada y así podemos atender como es

debido a cada uno de nuestros gatitos –dijo Peluso-

-No es mala idea –respondió Becky.

Pasaron los días y Becky estaba preñada. Justo siete días antes de que pariera sucedió

algo muy triste: Peluso murió.

El gatito murió mientras peleaba con otro gato en el borde de una piscina: se cayó al

agua y se ahogó.

Esta noticia fue muy dura para su dueña que lloró durante media hora seguida.

Mientras tanto la esposa del fallecido protagonista tuvo tan solo una preciosa gatita a la

que Laura llamó Alú. Alú deseaba con toda su alma conocer a su padre pero estaba casi

segura de que nunca lo conocería.

En el otro barrio, que se llamaba Cielo se encontraba Pelu sentado en un sillón tan

tranquilo viendo la Tierra. Allí conoció a todos los gatitos y mascotas fallecidas de sus

dueños. El mejor amigo de Peluso resultó ser un gatito rubio con rayas llamado Marco

que fue antigua mascota de María. Con él y con una perrita llamada Nuca también

mascota de María formó un grupo de rock. Nuca era la mejor amiga de Marco y la única

perrita que le gustaba a Peluso. En el grupo de rock había una guitarra eléctrica que

tocaba la perrita, mientras Pelu y Marco cantaban y bailaban.

La sorpresa para todos fue que el Dios de los Animales dio permiso a Peluso para bajar

a la Tierra siempre que quisiera a ver a su niña y a su novia. Además Peluso podía ver a

su hija Lisa desde el Cielo. ¡Estar allí era fantástico, era estar en el Paraíso!

FIN