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RIFP / 34 (2009) 251 CRÍTICA DE LIBROS QUENTIN SKINNER: Lenguaje, política e historia, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2007 La publicación en español de Lenguaje, política e historia es un acontecimiento editorial de importancia. Su autor, Quentin Skinner, es uno de los fundadores y princi- pales representantes de la llamada Escuela de Cambridge que produjo una verdadera revolución teórica en el campo de la histo- ria político-intelectual, cuyas repercusiones se harían sentir incluso más allá de los con- fines de la propia disciplina. 1 En el prólogo a la edición en español, Eduardo Rinesi hace una presentación sucinta y precisa de su tra- yectoria, así como de las líneas fundamen- tales de su trayectoria intelectual. En su ver- sión original, el libro corresponde al primero de los tres volúmenes de obras selectas pu- blicada por la Universidad de Cambridge bajo el título de Vision of Politics, prepara- da por el propio Skinner. Él mismo reúne sus principales textos teóricos (el título in- dividual del volumen es Regarding Me- thod), y nos ofrece por primera vez al pú- blico de habla hispana una visión abarca- dora de su propuesta metodológica. Éste nos permite así evaluar las premisas conceptua- les a partir de las cuales producirá la men- cionada revolución historiográfica, así como también algunos de los problemas y dudas que suscita su planteo. Entre la historia y la política La elaboración de los textos incluidos en este libro se extiende, en realidad, a lo lar- go de tres décadas, comenzando por un ar- tículo ya clásico suyo, «Significado y com- prensión en la historia de ideas», aparecido originalmente en 1969 en History and Theory. Éste es el que tiende las bases de su concepto historiográfico, abriendo el trán- sito de la antigua tradición de «historia de ideas», cuyo principal representante fuera Arthur Lovejoy, a la llamada «nueva histo- ria intelectual». Aunque constituye el capí- tulo cuatro de este libro, es, en realidad, la base de la que parten los demás y el foco en torno del cual todos ellos giran. El ordena- miento de los capítulos realizado por Skin- ner mismo es, de todos modos, ya signifi- cativo. Éste no obedece a un criterio crono- lógico sino que sigue una cierta línea argumental ordenada en torno a dos objeti- vos, los cuales se explicitan en la Introduc- ción del libro. El primero de ellos es de orden metodo- lógico y corresponde de manera más clara al designio que motivó originalmente el pri- mero de sus trabajos teóricos ya menciona- LA REVOLUCIÓN TEÓRICA DE SKINNER, Y SUS LÍMITES Elías José Palti UNQ / CONICET RIFP_34.pmd 02/03/2010, 11:23 251

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Historia de los lenguajes políticos, historia conceptual, escuela de Cambridge

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CRÍTICA DE LIBROS

QUENTIN SKINNER:Lenguaje, política e historia,Universidad Nacional de Quilmes,Buenos Aires, 2007

La publicación en español de Lenguaje,política e historia es un acontecimientoeditorial de importancia. Su autor, QuentinSkinner, es uno de los fundadores y princi-pales representantes de la llamada Escuelade Cambridge que produjo una verdaderarevolución teórica en el campo de la histo-ria político-intelectual, cuyas repercusionesse harían sentir incluso más allá de los con-fines de la propia disciplina.1 En el prólogoa la edición en español, Eduardo Rinesi haceuna presentación sucinta y precisa de su tra-yectoria, así como de las líneas fundamen-tales de su trayectoria intelectual. En su ver-sión original, el libro corresponde al primerode los tres volúmenes de obras selectas pu-blicada por la Universidad de Cambridgebajo el título de Vision of Politics, prepara-da por el propio Skinner. Él mismo reúnesus principales textos teóricos (el título in-dividual del volumen es Regarding Me-thod), y nos ofrece por primera vez al pú-blico de habla hispana una visión abarca-dora de su propuesta metodológica. Éste nospermite así evaluar las premisas conceptua-les a partir de las cuales producirá la men-

cionada revolución historiográfica, así comotambién algunos de los problemas y dudasque suscita su planteo.

Entre la historia y la política

La elaboración de los textos incluidos eneste libro se extiende, en realidad, a lo lar-go de tres décadas, comenzando por un ar-tículo ya clásico suyo, «Significado y com-prensión en la historia de ideas», aparecidooriginalmente en 1969 en History andTheory. Éste es el que tiende las bases de suconcepto historiográfico, abriendo el trán-sito de la antigua tradición de «historia deideas», cuyo principal representante fueraArthur Lovejoy, a la llamada «nueva histo-ria intelectual». Aunque constituye el capí-tulo cuatro de este libro, es, en realidad, labase de la que parten los demás y el foco entorno del cual todos ellos giran. El ordena-miento de los capítulos realizado por Skin-ner mismo es, de todos modos, ya signifi-cativo. Éste no obedece a un criterio crono-lógico sino que sigue una cierta líneaargumental ordenada en torno a dos objeti-vos, los cuales se explicitan en la Introduc-ción del libro.

El primero de ellos es de orden metodo-lógico y corresponde de manera más claraal designio que motivó originalmente el pri-mero de sus trabajos teóricos ya menciona-

LA REVOLUCIÓN TEÓRICA DE SKINNER, Y SUS LÍMITES

Elías José PaltiUNQ / CONICET

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do. Lo que buscaba entonces era cuestio-nar aquellas aproximaciones tradicionalesa la historia del pensamiento político queveían la misma como una especie de diálo-go transhistórico ordenado en torno a pre-guntas perennes, como la búsqueda del idealeterno del buen gobierno, que congregaríay alinearía en un mismo horizonte a autorescorrespondientes a periodos muy diversosy formas de pensamiento, en realidad, he-terogéneas entre sí. Para éstas, de Platón aLenin las desavenencias ciertamente seránmuchas, pero los distintos autores podríanperfectamente debatir sus puntos de vistarespectivos sin problemas, como si cuandorefirieran a términos como estado, libertad,democracia, etc., todos hablaran de lo mis-mo. El objetivo primitivo de Skinner será,pues, desarrollar una metodología de análi-sis fundado en una teoría lingüística quepermita diferenciar los conceptos en cadacaso en uso y así controlar y evitar el tipode anacronismos que, según muestra, si-guiendo los enfoques hasta entonces vigen-tes resultaban inevitables.

Sobre esta base esperaba rescatar a lahistoria intelectual del descrédito en que seencontraba sumida. Según señalara el his-toriador británico, sumamente influyente enesos años, Lewis Namier, aquélla no apor-taría ningún principio explicativo válido alaccionar político (sospecha que el auge delmarxismo y la historia social vendrían a re-forzar). Desde esta perspectiva, tomar losdichos de los sujetos para interpretar el sen-tido de sus acciones resultaba, en el mejorde los casos, ingenuo (si aceptáramos losque los políticos afirman, dice, pensaría-mos que son todos probos y desinteresadospatriotas). Para Namier, las ideas no son,en realidad, más que racionalizaciones expost facto que esconden, más que revelan,las verdaderas motivaciones de los agen-tes. Autores como Herbert Butterfield in-tentaron despejar este argumento afirman-do, frente a lo que consideraban una pers-

pectiva «cínica» de la historia, que muchasfiguras públicas estarían sinceramente ape-gadas a los ideales que afirman profesar. Sinembargo, para Skinner, esta respuesta re-sulta precaria, puesto que compromete a susautores a defender una postura sumamenteproblemática de sostener. Frente a ella, elargumento namierista termina apareciendocomo un simple llamado a la realidad. Es-taba claro, en fin, para él, que recobrar unsentido y un objeto para la historia intelec-tual demandaba un replanteamiento funda-mental de la cuestión.

El segundo de los objetivos, ligado alanterior, es de índole estrictamente prácti-ca. Según afirma en la introducción de laobra que se reseña, todo su argumento cabeentenderlo, en última instancia, como unalegato político en defensa de la posibili-dad de utilizar los recursos del lenguaje paraapuntalar o socavar las prácticas políticas(«la pluma es una espada poderosa», afir-ma); esto es, del margen de libertad de quedisponemos en tanto que sujetos de la his-toria. Para Skinner, el rechazo por parte desus pares británicos de la historia intelec-tual, y de todo aquello que huela a relativis-mo, esconde, en su fondo, un impulso con-servador. Tras su afán de aferrarse a los cá-nones tradicionales de una historia políticacentrada en las acciones de los gobernantesy gobernados que ignora la dimensión con-ceptual involucrada en ellas (alegando paraello un tipo de objetivismo que se ha vueltoya insostenible teóricamente), Skinner des-cubre la lucha desesperada por preservaralgunas de las viejas certidumbres queacompañaron la época dorada del imperia-lismo británico, el temor, en fin, ante la fa-cultad propia de la escritura histórica demediar críticamente nuestras creencias pre-sentes revelando su fondo de contingencia.

Según señala Skinner en una entrevistareciente realizada por Javier Fernández Se-bastián, y publicada en Contributions, conlos años, este segundo objetivo de índole

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práctico-política terminará desplazando delcentro de su atención aquel otro primitivode naturaleza teórico-metodológica.2 Sinembargo, como agudamente destaca en esaentrevista Fernández Sebastián, y Skinneradmite, este impulso normativo generaríainevitables tensiones dentro de su proyectohistoriográfico,3 puesto que conduce inevi-tablemente a la trasposición y proyección(indebidas, como él denuncia) sobre el pa-sado de debates y problemáticas presentes.Lenguaje, política e historia nos ilustra, enfin, el tipo de dilemas que su afán por con-ciliar ambos objetivos contrapuestos le ter-minaría generando.

La revolución teórica skinneriana

La preocupación original de Skinner quedaría lugar a su replanteamiento teórico eracombatir lo que denomina un conjunto de«mitologías» enraizadas en la disciplina, sien-do las más importante de ellas (de la cual,aparentemente, derivarían todas las demás)la que denomina «mitología de las doctri-nas». Su forma característica (Skinner ofre-ce distintas versiones de ella) consiste en to-mar frases aisladas de la obra de un autor yconstruir con ellas un modelo coherente depensamiento, el cual constituiría el núcleodoctrinal del autor dado. Como lo ilustra elcaso de Lovejoy, esta operación conduce a,o se funda en, un fenómeno de reificación delas ideas o formas de pensamiento, las cua-les devienen el sentido inmanente de la his-toria, aun cuando los actores fracasen en ha-llarlo. Convertidas en suertes de entidadescuya evolución cabría rastrear, obras y auto-res se verán así reducidos a mero lugar derealización de las doctrinas (como la de ladivisión de poderes, del Estado moderno,etc.). Aquéllos cobrarán interés histórico sóloen la medida en que contribuyan a la plas-mación de estas doctrinas.

Inversamente, la constatación de algúnapartamiento respecto del modelo presupuesto

llevará a fustigar al autor dado por su fracasoen comprender el mismo. El ejemplo aquíestándar que Skinner utiliza es el de T.D.Weldon. En States and Morals, Weldon dis-tingue dos concepciones básicas del Estado,la mecanicista y la organicista, sólo para ter-minar comprobando que tales concepcionesno se corresponden plenamente a las ideas deninguno de los autores que estudia, lo que lolleva a denunciarlos por las «contradicciones»en que incurrieron. Weldon concluye lamen-tando que, tras dos mil años de pensamiento,la reflexión sobre el tópico se encuentre ensemejante estado de confusión, sin sospecharsiquiera que la confusión pueda atribuirse asu propio enfoque, el cual resulta simplemen-te inapropiado al objeto en cuestión.

En suma, la mitología de las doctrinas lle-vará a desencajar los textos por una doblevía. Por un lado, pulverizará los mismos enuna serie de motivos inconexos para buscarluego en ellos las anticipaciones de nuestraspropias categorías presentes (lo que Skinnerllama «mitología de la prolepsis»), y, por otrolado, construirá a partir de ellos modeloscoherentes de pensamiento (los «tipos idea-les») según criterios establecidos a priori (loque denomina «mitología de la coherencia»),sólo para terminar descubriendo que, comoera previsible, no se adecuan nunca comple-tamente al objeto que sirviera como puntode partida para tales construcciones, lo quellevará a cuestionar a sus autores su fracasoen comprender acabadamente el modelodado (es decir, por no haber dicho lo que elhistoriador dictaminó arbitrariamente quedebieron haber dicho).

Llegado a este punto, a fin de darle unsustento teórico a su insatisfacción respec-to de los enfoques propios de la tradiciónde historia de «ideas», Skinner apela a lasteorías lingüísticas desarrolladas bajo el in-flujo del último Wittgenstein (cuya influen-cia en la Universidad de Cambridge, en losaños que Skinner era estudiante, era abru-madora). Éstas le permiten introducir la

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consideración de una nueva dimensión delenguaje, ignorada por las aproximacionesclásicas centradas exclusivamente en loscontenidos referenciales de los discursos:la instancia pragmática. De lo que se trata,para él, es de comprender los textos no sólocomo meros vehículos para la transmisiónde ideas, sino como actos de habla. Es de-cir, un texto no consistiría simplemente enun conjunto de enunciados, sino que supo-ne la realización de una acción.

Más que desarrollar una teoría, Skinnerse propone llamar la atención sobre estadimensión inherente a todo texto, y sin con-sideración de la cual su comprensión resul-ta inevitablemente deficiente, dando lugara toda clase de «mitologías». En última ins-tancia, todo texto, afirma, es una respuestaante una demanda específica. Siguiendo aCollingwood, lo que buscaría la nueva his-toria intelectual es, justamente, reconstruiresa «lógica de la pregunta y la respuesta»de la que surge una obra, el contexto dedebate particular de la que emerge y frenteal cual su escritura representaría una formade posicionamiento (Skinner suele definirlos textos como arguments, en el doble sen-tido de la palabra en inglés, esto es, comoargumento y como disputa). Para ello nobasta con comprender qué dice un autor enun texto, sino qué estaba haciendo al decirlo que dijo. Ahora bien, en esta perspecti-va, si la acción discursiva no se confundecon el contenido del discurso dado, no estampoco algo independiente de él, comoocurre, por ejemplo, en los enfoques de so-ciología de la cultura. El objeto de la nuevahistoria intelectual no es una práctica indi-ferente a sus productos. Ella busca enten-der qué estaba haciendo un autor al decir loque dijo (decir una cosa u otra significa tam-bién realizar acciones muy distintas), másprecisamente, qué estaba haciendo en lo quedijo. De este modo, Skinner abre el hori-zonte a un universo de realidad simbólicamucho más complejo y estratificado, del

cual el plano de las ideas es sólo el más su-perficial de ellos.

En definitiva, frente a la tradición que sitúaa las «ideas» como el objeto privilegiado dela historia intelectual, Skinner buscará reco-brar la noción de «texto», y, al mismo tiempo,redefinir la misma ya no como un mero con-junto de enunciados sino como un evento dediscurso; singular y único, por definición.Desde esta perspectiva, hablar del «pensa-miento de un autor» no tendría sentido. Ésteno sería más que una construcción hecha apartir de retazos tomados de obras compues-tas en momentos distintos y respondiendo acircunstancias normalmente muy diversas. Lamisma disposición temática propia de los es-tudios sobre historia del pensamiento político(del estilo de «Locke y el constitucionalismomoderno», etc.) tiene ya implícita una meto-dología ahistórica de análisis. Al diluir los tex-tos como tales, reduciéndolos a meros colga-jos de citas inconexos, la historia de ideas con-duce, por un lado, a ver contradiccionesinexistentes en la medida en que no permitever cuáles eran las problemáticas específicasy circunstancias particulares a las que even-tualmente respondían las afirmaciones encon-tradas de un autor, y, por otro lado, a preten-der disolver éstas mediante el procedimientosencillo de relegar arbitrariamente aquellospostulados que no coinciden con el modelopresupuesto a meras inconsistencias de cir-cunstancia que no harían a su núcleo doctrinal.Privilegiar uno u otro procedimiento (desta-cando las coherencias o bien las contradic-ciones) depende exclusivamente de las sim-patías del historiador con el autor en cuestión.En todo caso, ambos carecen de todo rigorhistórico; y esto es necesariamente así puestoque los dos se fundan en la previa destrucciónde su mismo objeto (el texto).

Esta primera reformulación teórica tieneimplícita una segunda, aún más crucial, lacual el propio Skinner no alcanzaría, sinembargo, a desplegar en todas sus conse-cuencias metodológicas (algo que, como

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luego veremos, resulta sintomático de al-gunos problemas en su teoría que no alcan-zaría a resolver). La recuperación de la no-ción de «texto» conlleva, como contrapar-tida, una revalorización de su términoanexo: el de «contexto». De hecho, la teo-ría skinneriana ha sido definida como un«contextualismo discursivo», esto es, la exi-gencia de situar los textos en el contextolingüístico particular del que emergen. Sinembargo, así interpretada, toda ella se re-solvería en una variante de historicismo ra-dical (a lo que el apelativo de «discursivo»daría sólo un tinte más sofisticado sin mo-dificar el fondo de la cuestión), perdiéndo-se de vista el núcleo de su propuesta. Entodo caso, así interpretada, no representa-ría ningún aporte novedoso.

Más que situar los textos en su contexto,de lo que se trata para Skinner, es de des-montar la oposición tradicional, intrínsecaa la historia de «ideas», entre ambos tér-minos («acaso valga la pena comprender—dice— que el resultado de emplear esteenfoque sea el de desafiar cualquier distin-ción categórica entre textos y contextos»)(p. 207). Esta distinción se fundaría en unaconcepción lingüística pobre, que ignora lamaterialidad de todo uso público del len-guaje. Así abstrae arbitrariamente ambostérminos; presupone, por un lado, la exis-tencia de prácticas históricas crudamenteempíricas, independientes de los marcosconceptuales dentro de los cuales éstas sedespliegan, y, por otro, de un mundo deideas autónomamente generadas y que sólosubsecuentemente vendrían a encarnarse enrealidades concretas. Desde el momento enque los textos son entendidos como accio-nes, como hechos, tal oposición se derrum-ba. No existiría ningún «contexto» que nose encuentre ya atravesado por la dimen-sión simbólica, ni tampoco discursos situa-dos fuera de las redes materiales en cuyointerior los mismos se producen y circulansocialmente; en fin, ninguna historia social

o política que no sea ya, al mismo tiempo,historia intelectual, y viceversa.

Encontramos aquí la redefinición crucialque marca el tránsito de la historia de«ideas» a la llamada «nueva historia inte-lectual». La transformación que la conside-ración de la dimensión simbólica como unfactor material, constitutivo de los proce-sos históricos trajo aparejada, es hoy algoampliamente aceptado entre los historiado-res de las especialidades más diversas. Sinembargo, se ha advertido menos cómo, in-versamente, eso ha afectado a la propia his-toria intelectual.

La interpretación de los textos presupon-dría una referencia al contexto de su emer-gencia, pero el punto es que este contextono sería ya algo externo a los textos mis-mos. Y sólo la inmanencia del contexto altexto vuelve a la historia intelectual unaempresa propiamente hermenéutica. Por elcontrario, como señala Skinner, reducirel contexto a un mero escenario para el des-pliegue de las ideas inevitablemente lo en-cierra en un círculo hermenéutico («antesde que podamos identificar el contexto quenos ayude a revelar el significado de unadeterminada obra —dice— debemos ya po-seer una interpretación del mismo que nospermita detectar qué contexto debería serinvestigado como ayuda a su interpreta-ción»).4 Para tomar un ejemplo, si bien escierto que no puede entenderse una obracomo el Facundo de Sarmiento sin situarloen el marco de la afirmación del poder ro-sista, esto, sin embargo, no nos dice toda-vía demasiado respecto de que significó talhecho para Sarmiento. Ello sólo puede com-prenderse a partir de la propia lectura deFacundo. En definitiva, en la medida en queun texto inviste significativamente la reali-dad, «construye» su propio contexto, pro-veyendo así las pautas para su propia inter-pretación.

Por otro lado, al formar parte del mismo,en tanto acto de habla, el texto lo constru-

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ye materialmente su contexto, forma ya par-te de esa misma realidad a la cual se la quierereferir. Y esto supone un apartamiento aúnmás radical respecto de la tradición de his-toria de ideas, en la medida en que quiebrala dicotomía de base sobre la que ella des-cansa entre «ideas» y «realidades». Frenteal «imperialismo» de la historia social, lanueva historia intelectual no buscaría yadestacar la autonomía relativa de las diver-sas esferas de realidad histórica sino, por elcontrario, mostrar hasta qué punto prácti-cas y representaciones resultan indisocia-bles entre sí. Su foco se orientará, precisa-mente, a intentar localizar aquellos puntosde contacto por los que el contexto penetrael texto y pasa a formar parte integral suya(y no meramente un marco externo suyo,en cuyo caso su elucidación, como vimos,nos encerraría de manera inevitable en uncírculo hermenéutico). Pero (y éste es el se-gundo hallazgo fundamental de la Escuelade Cambridge, y de Skinner, en particular)estos puntos de contacto no pueden nuncahallarse mientras permanezcamos en el pla-no de los contenidos referenciales de losdiscursos, su superficie de ideas. Es aquídonde la operación que realiza Skinner alintroducir de la consideración de la dimen-sión pragmática de los discursos revela todosu significado. Como las teorías lingüísti-cas a las que apela demuestran, los textoscontendrían dentro de sí las huellas lingüís-ticas de su propio contexto de enunciación.Sólo habría que descubrir la forma de ha-llarlas. Estas marcas, sin embargo, no se en-contrarían en lo que dicen sino en cómo lodicen, esto es, no en el plano semántico delos discursos sino en el retórico. Ello con-ducirá naturalmente a Skinner a volver sumirada en la tradición retórica clásica. Así,al «giro lingüístico» le seguirá, en los añosnoventa, un «giro retórico».

La retórica fue, en efecto, la disciplinaque, durante más de dos milenios, hizo delos discursos su objeto propio de estudio.

El foco de su interrogación remitía no a «quése dice» (logos) sino a «cómo se dice»(lexis). Y esto define una visión de los dis-cursos fundada en su posicionalidad. Se-gún la definición de Aristóteles, la retóricaconsiste en la «habilidad de percibir, en cadacaso, los medios disponibles de persua-sión».5 La persuasión es siempre relativa aun determinado contexto de enunciación.Lo que determina la plausibilidad de unaafirmación es la situación en que la mismase produce (es decir, depende del tipo deaudiencia, asunto en disputa, etc.). En defi-nitiva, la cuestión de la verosimilitud remi-te al sistema de los supuestos compartidosque sostienen todo intercambio comunica-tivo. Y éstos se encuentran siempre implí-citos en el propio discurso, constituyen loque Polanyi llamara su «dimensión tácita»,aunque nunca se hallan completamente ar-ticulados en él.

La tradición retórica clásica proveería,en fin, las herramientas conceptuales parapenetrar esta dimensión que yace más alláde la superficie de los contenidos explíci-tos de los discursos. Sugestivamente, sinembargo, su «perspectiva retórica», comola definió Kari Palonen, se centraría todaen una única figura oratoria: la paradiástole(redescribir hechos o acciones confiriéndo-les un contenido ético opuesto al habitual),y una técnica estrechamente asociada a ella:la argumentación in utramque partem (elalegato, con igual persuasión, en favor deambos bandos en disputa). La centralidadque esta figura retórica (la paradiástole)cobra en su modelo, como veremos, no esen absoluto incidental, sino que hace al nú-cleo de su visión histórica.

Intencionalidad y cambio histórico-conceptual

El «giro lingüístico» de Skinner, que, en sucaso, siguiendo el apotegma de Wittgenstein(«no preguntes por el significado, pregunta

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por su uso») introducirá en el análisis de lostextos clásicos del pensamiento político laconsideración de su dimensión pragmática,se ligará, a su vez, a su idea respecto de lanaturaleza intencional de los mismos en tan-to que actos de habla. En última instancia,tras esta postura subyacería un concepto delaccionar histórico cuyas premisas de matrizfenomenológico-neokantianas el propioSkinner traza en un artículo de 1972, titula-do «El “significado social” y la explicaciónde la acción social», incluido en este librocomo su capítulo séptimo. Según dicho con-cepto, lo que distingue los acontecimientoshistóricos de los hechos naturales es, preci-samente, su naturaleza intencional, es decir,que en su origen se encuentra siempre unaccionar humano orientado a un fin.6 Éstos,por lo tanto, no admiten explicaciones deorden causal sino teleológico; su compren-sión como tales demanda la penetración deaquel designio primitivo del que surgieron.Lo mismo, en fin, ocurriría con los textos.Para comprender su sentido en tanto que ac-ciones sociales es necesario reconstruir latrama de intencionalidades particular de laque emergen.

De este énfasis en la intencionalidad delos agentes se deriva, a su vez, la pauta fun-damental para evitar los anacronismos: nodecir nada de un texto que el propio autorno podría haber aceptado como una des-cripción adecuada del mismo. Este puntoserá también el que más le será cuestiona-do, puesto que daría lugar a lo que los teó-ricos del New Criticism bautizaron como«falacia intencionalista».7 El propio Skin-ner terminaría admitiendo, en escritos pos-teriores a «Significado y comprensión», quesu postura había sido entonces algo inge-nua; que, en efecto, los autores no se en-cuentran en completa posesión de sus obras,ni alcanzan a tener perfecta conciencia desu sentido, en tanto que actos de habla. Lostextos desplegarían de por sí lo que Ricoeurllama un «sentido excedente», el cual tras-

cendería siempre la intencionalidad origi-nal del agente. Esta aceptación, sin embar-go, amenazaba demoler su regla metodoló-gica fundamental, tornando así imposibleevitar el tipo de anacronismos que se pro-ponía combatir. Llegado a este punto, Skin-ner se aferraría a su propuesta original, in-troduciendo en ella algunas precisiones ydesarrollando una serie de distinciones, lascuales le permitirán preservar la centrali-dad de la dimensión intencional en la defi-nición de los actos de habla (aun cuando,como admite, en este punto deberá apartar-se de Austin, de quien tomó su teoría de losactos de habla).

En primer lugar, Skinner acepta que laintención del autor no basta para brindar unaexplicación de la obra en cuestión, pero dis-tingue entre motivo (afán de poder, deseode fama, etc.), el cual es externo y contin-gente con relación a ella, e intencionalidad(qué buscó el autor en la propia composi-ción de la obra), que le es interna e inheren-te: el designio con que fue compuesta unaobra se encuentra grabado en su propio di-seño, y éste no puede comprenderse sepa-rado de aquél. En segundo lugar, distingueentre la significación (significance) de unaobra y su significado (meaning). Un autornunca puede tener conciencia plena de lasignificación de su obra, pero el significa-do de la misma no es independiente de latrama de intencionalidades de la que emer-ge. Skinner usa aquí una metáfora lúdicamuy efectiva: la composición de una obraequivaldría a la realización de una movidadentro de un juego más vasto, la cual, comoseñala Palonen, no se orienta a alcanzar unresultado definitivo (como el descubrimien-to de una verdad eterna) sino a interveniren una constelación contingente y producirun determinado efecto en ella. De lo que setrata, pues, es de comprender cuál es lamovida que el autor se propuso realizar, elsignificado que ésta tuvo para él mismo.Esto lo lleva, a su vez, a una tercera distin-

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ción. Skinner distingue, por un lado, losefectos producidos (retomado la termino-logía de Austin, los efectos perlocutivos) delos que el autor se propuso lograr (la acciónilocutiva). La comprensión del diseño y sig-nificado de un texto depende de qué quisohacer el autor el escribirlo, más allá de quelo haya logrado o no. Y, por otro lado, dife-rencia entre la fuerza ilocutiva y la acciónilocutiva. La primera, la fuerza ilocutiva deun texto, remite a una dimensión inherenteal propio lenguaje y conlleva siempre unelemento involuntario, independiente de lavoluntad de su agente: éste pudo no sólolograr cosas distintas a las que buscó sinotambién hacer cosas distintas a las que cre-yó estar haciendo. Los segundos, los actosilocutivos, en cambio, como todos los ac-tos, para Skinner, se identifican con la in-tencionalidad del agente, qué es lo que éstequiso hacer al decir lo que dijo; no existi-rían, propiamente hablando, actos ilocuti-vos involuntarios (decir acto y decir inten-cional es decir dos veces la misma cosapara Skinner, no se puede comprender unosin otro).

Sin embargo, la serie de precisiones quese ve obligado a introducir terminan com-plicando su propuesta teórica sin alcanzaraún a responder los problemas que la mis-ma plantearía. Está claro que, si de lo quese trata es de reconstruir cómo cambia elvocabulario político de una época (y no li-mitarse a desmontar la estructura de unaobra particular), no basta con capturar eldesignio del autor al escribir un texto. Comodistintos autores han señalado, para com-prender la historia intelectual como un diá-logo colectivo es necesario analizar igual-mente tanto lo que llama la intencionalidadno voluntaria (la fuerza ilocutiva) conteni-da en un texto como el tipo de repercusio-nes efectivas que éste tuvo (los efectos per-locutivos). Su enfoque exclusivo en la in-tencionalidad subjetiva parece, a primeravista, arbitrario, a la luz de los propios ob-

jetivos teóricos que él se traza. La preguntaque surge aquí es por qué Skinner se aferrade manera tan obstinada a la idea de la cen-tralidad de la intencionalidad autoral en ladefinición de las acciones lingüísticas.

La respuesta a esta pregunta nos lleva másallá del plano estrictamente teórico. En estepunto aparecen las tensiones que genera elimpulso normativo que imprime a sus in-vestigaciones históricas y que constituye elsegundo de los objetivos que define en elprólogo del libro (recuperar la agencialidaddel sujeto como premisa para pensar la li-bertad de que disponemos en la historia).De hecho, nada impedía a Skinner; por elcontrario, hubiera sido mucho más fácil,para él, perseguir el primero de ellos (de-tectar y controlar los anacronismos) incor-porando al análisis de los textos aquellosotros aspectos inherentes a la dimensiónpragmática de los lenguajes que aquí optapor dejar de lado (o, al menos, subordinar auno de ellos, esto es, la dimensión ilocuti-va). En última instancia, por debajo de estaobstinación subyace una cierta idea del cam-bio histórico-conceptual que Skinner se re-siste a resignar, puesto que de tal renunciaimagina que derivarían consecuencias po-líticas decididamente condenables. Lo ciertoes que no le sería posible para Skinner com-patibilizar ambos objetivos, conciliar lasmotivaciones teóricas y extrateóricas queordenan su obra, sin producir inevitablestensiones.

Entre la historia y la política

De acuerdo con lo visto hasta aquí, Skinnerrealiza un doble movimiento. Por un lado,contra la tradición filosófica, diluye la ideadel autor (ya no podría hablarse del pensa-miento de un autor, como si se tratara éstede una esencia fija que recorre y articula demanera coherente todos los escritos que lle-van su firma: según muestra, la figura delautor no es más que una construcción his-

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toriográfica, un tejido hecho de retazos dis-persos enhebrados con motivos tomados detextos producidos normalmente en contex-tos discursivos muy diversos). Pero esto lepermite, por otro lado, reconstruirla, con unpapel incluso reforzado, en otro nivel, estoes, como núcleo de articulación del plexointencional de la que emana un texto. Deeste modo, en su perspectiva, el autor, des-centrado y dislocado como sustrato unita-rio que da unidad y coherencia a la historiapolítico-intelectual, resurge como verdaderodemiurgo del cambio conceptual. Segúnafirma, «si queremos hacer justicia a aque-llos momentos en que una convención esdesafiada, o que un lugar común es efecti-vamente subvertido, no podemos simple-mente deshacernos de la categoría de au-tor» (p. 208).

En efecto, para Skinner, el contexto dis-cursivo tiene un sentido siempre conser-vador; al delimitar el rango de lo decible yaceptable dentro de sus contornos, tiendesimplemente a reproducir su normatividadinmanente. Sólo la acción subjetiva tieneun carácter transformador; es decir, sólola figura del autor puede explicar la inno-vación en el nivel de los lenguajes políti-cos. Y sólo en la medida en que se apartade las convenciones existentes éste se cons-tituye verdaderamente como tal. Por elcontrario, «al reiterar, producir y defenderideas trilladas —como generalmente lohacen— los autores individuales», dice, sevuelven «meros productos de sus contex-tos» (p. 208), con lo que no mereceríanningún tratamiento histórico; el análisis, ental caso, asegura, «no debería detenerse enlos autores individuales sino en el discur-so más amplio de una época» (p. 208) (loque ha llevado a distintos teóricos contem-poráneos —incluido el propio Austin— adejar de lado —indebidamente, para Skin-ner— la figura del autor para concentrarseexclusivamente en los contextos discursi-vos de los que emerge).

Así, de la infinita diversidad de «movi-das» que podrían realizarse en un contextocomunicativo determinado, a Skinner única-mente le interesan dos, a las cuales todas lasdemás podrían reducirse: la de reforzar o bienla de desafiar las convenciones lingüísticasde una época («el objetivo —dice— es con-siderar tales textos como contribuciones adiscursos particulares y, por lo tanto, reco-nocer las formas en las cuales ellos conti-núan o desafían, o subvierten los términosconvencionales de esos discursos mismos»)(p. 219). Y esto lo lleva, a su vez, a centrar suenfoque en lo que llama los términos eva-luativos-descriptivos.

Según señala en su reseña crítica de Key-words, de Raymond Williams, que consti-tuye el capítulo nueve de este libro, los tér-minos puramente descriptivos no alcanzana explicar el cambio conceptual. Éstos sim-plemente recogen los sentidos aceptados.De allí que los argumentos fundados enellos, dice, difícilmente resulten en la emer-gencia de nuevos significados. Sólo los tér-minos que, además de ser descriptivos, tie-nen una naturaleza evaluativa, puedenexplicar la generación de desviaciones se-mánticas. Esto explica la centralidad queSkinner confiere a la figura retórica de laparadiástole: la redescripción de hechos osituaciones de un modo que le confiera alos mismos contenidos éticos diversos a losaceptados. En definitiva, toda autoría con-lleva siempre, para él, un ejercicio de para-diástole. Éste se dedicará así a analizar lasdistintas formas en que puede realizarse,como utilizar viejos términos, normalmen-te usados con sentido peyorativo, para dar-les un contenido positivo, o crear nuevostérminos para redefinir viejos comporta-mientos alterando el sentido ético hasta en-tonces conferidos a los mismos, etc.

Uno de los ejemplos estándares de lo quellama «innovadores de ideología» es el delos puritanos descriptos por Max Weber enLa ética protestante y el espíritu del capi-

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talismo. Éstos lograrían imponer nuevosmodos de describir una práctica capitalistaentonces condenada por los principios reli-giosos predominantes de modo de volverlacompatible con ellos. El tan denostado afánde lucro aparecerá ahora, en cambio, comouna muestra de probidad y frugalidad cris-tiana. Este «logro retórico», según lo llamaSkinner, no fue meramente eso, sino que«ayudó a crear un mundo nuevo» (p. 264).Si bien es cierto que, como señalara Tre-vor-Roper, las prácticas capitalistas preexis-tían al protestantismo, la transvaloraciónproducida le confirió a las mismas una le-gitimidad de la que hasta entonces carecían.

En el artículo «Principios morales y cam-bio social» (que forma el capítulo ocho deeste libro) Skinner extrae de allí dos con-clusiones, que le permiten responder a lacrítica de Namier, para quien, si recorda-mos, las ideas no serían sino meras racio-nalizaciones ex post facto que no cumplenningún papel explicativo de los comporta-mientos políticos y sociales. La primeraconclusión, más general, es que el lenguajeno es un mero epifenómeno sino un factorconstitutivo de esas prácticas en la medidaen que fija los límites de lo socialmenteaceptable. «Cualquier principio que ayudea legitimar un curso de acción se encontra-rá, por lo tanto, dentro de las condicionesque posibiliten su ocurrencia» (p. 265). Yde allí deriva su segunda conclusión, másespecífica: todo cambio evaluativo debe ins-cribirse en el interior del vocabulario pre-existente y partir de sus propios términos.Esto significa que «el conjunto de térmi-nos que los innovadores de ideología pue-den esperar aplicar para legitimar su com-portamiento no puede nunca ser estableci-do por ellos mismos» (p. 265). En definitiva,en contra de lo que afirma Namier, en lamedida en que necesitan siempre legitimarsocialmente su conducta, los sujetos se ve-rán obligados a ajustar la misma a los prin-cipios que profesan y a las convenciones

morales establecidas. Volviendo al ejemplode los puritanos, «aún si los primeros capi-talistas no estuvieron genuinamente moti-vados por los principios religiosos que ellosprofesaban, es esencial referirse a esos prin-cipios si deseamos explicar cómo y por quéel sistema capitalista evolucionó» (p. 267).

Llegado a este punto, sin embargo, apa-rece un primer problema. El ejemplo de loque Skinner llama «innovadores de ideolo-gía», su «logro retórico», ilustraría menossobre la intencionalidad de los agentesque sobre los efectos perlocutivos de su ac-cionar. El hecho de haber logrado legitimarpúblicamente, siguiendo los códigos éticosestablecidos, una práctica que hasta enton-ces esos códigos condenaban involucracuestiones que van más allá de la intencio-nalidad de los autores en cuestión. Skinnerestablece aquí, pues, una nueva distinción.Según afirma, el logro de los efectos perlo-cutivos que estos sujetos aspiraban lograr«no es primariamente un asunto lingüísti-co, sino simplemente de investigación his-tórica» (p. 255). No así, en cambio, los efec-tos ilocutivos, sus intencionalidades al ha-cerlo, lo cual «es esencialmente un asuntolingüístico» (y es esto, asegura, «lo que otor-ga a estos términos evaluativos-descripti-vos su abrumadora significancia ideológi-ca») (p. 255). De este modo, sin embargo,reintroduce, subrepticiamente, aquella di-cotomía, propia de la historia de ideas, en-tre «historia» y «lenguaje» contra la que todasu teoría se rebela. Es decir, habría, por unlado, cuestiones de índole meramente «his-tórica» que no son ya «lingüísticas» (las re-feridas, precisamente, a los cambios lingüís-ticos efectivos, los desplazamientos produ-cidos en el discurso público de una época)y, por otro lado, cuestiones estrictamente«lingüísticas» que no son, al mismo tiem-po, de «investigación histórica» (las inten-cionalidades de los agentes). La «historiasocial» o la «historia política» y la «histo-ria intelectual» aparecerían así nuevamente

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como estratos yuxtapuestos y sólo contin-gentemente relacionados entre sí.8

Más grave aún en el contexto de la teoríaskinnerana es el hecho de que la «historia so-cial», así entendida, es decir, como un ám-bito de realidad crudamente empírico, ex-traño a la dimensión simbólica, se introdu-cirá aquí no sólo en el punto de la llegadade la historia intelectual (cómo se difundensocialmente los cambios semánticos produ-cidos por los agentes) sino en su punto departida (cómo se generan estos cambios),constituyendo su misma premisa. En efec-to, en el momento de explicar cómo se ges-tan las trasformaciones de orden lingüísti-co, Skinner vuelve a una cruda «teoría delreflejo» (como indica el ejemplo de los pu-ritanos: «nuevas formas de comportamien-to social se reflejarán, generalmente, en eldesarrollo de léxicos correspondientes se-gún los cuales el comportamiento será, en-tonces, descrito y evaluado») (p. 302). En-contramos aquí la deriva última de su focoexclusivo en la intencionalidad de los agen-tes. Skinner no niega que el lenguaje es unelemento constitutivo de la historia, y nomeramente subsidario, pero le asigna, sinembargo, un papel limitado. Según señala,el contexto lingüístico, el conjunto de con-venciones establecidas, es lo que fija los lí-mites de las conductas aceptables (confi-riendo a las ideas su función como factoreshistóricos, y no como meras racionalizaciónex post facto). Es en este sentido, decíamos,que el contexto lingüístico es, para él, «con-servador», por definición. Sólo los «auto-res», en la medida en que cuestionan losvocabularios establecidos (puesto que, delo contrario, no cabría considerarlos comotales, sino como meros «reproductores decontextos»), son los agentes del cambio.Pero esto no explica aún cómo se constitu-yen estos mismos autores como tales, cómosurgen modos de conciencia social que noresponden a las pautas fijadas por las cate-gorías en cada caso disponibles. Esto nos

trasladaría, según piensa, a otra esfera dis-tinta que la del lenguaje, que es donde lahistoria intelectual encuentra sus determi-nantes últimas, sus raíces, y también sus lí-mites. Para la historia intelectual los modosde conciencia de los «innovadores de ideo-logía» le viene dada, se encuentra ya pre-constituida; ésta no tiene nada que decirnosal respecto.

En efecto, dentro del modelo contextua-lista de Skinner, no hay forma de pensar elcontexto discursivo del cambio, expresiónque, para él, representaría una contradic-ción en los términos. El contexto es siempreaquello contra el cual se enfrenta el accio-nar de los autores. En última instancia, sibien el lenguaje es un producto histórico,contingente, la historia intelectual carecería,para Skinner, al igual que para la tradiciónde historia de «ideas», de una temporalidadinherente; el cambio, la historicidad es algoque le viene a ella desde afuera. Su enfoquecentrado en la intencionalidad de los agen-tes se terminará resolviendo así en una pers-pectiva whig de la historia político-intelec-tual. El cambio conceptual será el resultadode la acción de una serie de «grandes hom-bres» que, como los «filósofos poetas» deque habla Richard Rorty (las simpatías deSkinner por este autor no son accidentales),logran elevarse por encima de los constre-ñimientos que le impone su época e imagi-nar, y eventualmente difundir en la socie-dad por medio de técnicas retóricas nuevossentidos para los términos existentes. De estemodo, sin embargo, Skinner simplementeelude la problemática histórica fundamen-tal a la que una historia de los lenguajes po-líticos nos enfrenta: la paradoja de cómonuevas categorías, surgidas necesariamentede recomposiciones efectuadas en el inte-rior de los vocabularios preexistentes, pue-den, sin embargo, resultar incompatibles conellos. Los «autores» se erigen así en suertesde puntos arquimédicos que llevan a disol-ver esa paradoja sin por ello resolverla.

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The Foundations of Modern PoliticalThought, su opus magnum, es, justamente,la saga de la serie de grandes hombres quefueron forjando, a lo largo de tres siglos,nuestro vocabulario político presente. Deeste modo incurre en lo que él mismo de-nuncia como «mitología de la prolepsis».Como puntualiza K.R. Massingham, «siSkinner no hubiera escrito este libro y loestuviera reseñando, probablemente lo ha-bría despreciado como otro ejemplo deun trabajo de historia de ideas, escrito enuna tradición bien definida pero metodoló-gicamente incorrecta».9 Sin embargo, encontra de lo que los comentadores de estaobra han señalado, quienes no alcanzan adescubrir en ella las huellas de su «contex-tualismo discursivo»,10 hay una afinidadprofunda entre su teoría y su práctica his-tórica (aunque es cierto que, como señalaMassingham, ello no impide que la mismase vuelva indistinguible de los trabajos mástradicionales de historia de ideas).

El tono teleológico que anima su recons-trucción historiográfica (la búsqueda retros-pectiva de nuestras creencias presentes) ydestila ya su propio título, no escapará in-cluso al propio Skinner.11 Como afirma enla última página del libro mencionado, «laadquisición del concepto de Estado puedeconsiderarse el precipitado de un procesohistórico que este libro buscó trazar».12 Skin-ner rastrea así este proceso de acopio, ini-ciado en el siglo XIII, de motivos o «ideas»que anticiparán un concepto nuevo de Es-tado que tres siglos después cobrará final-mente forma —procedimiento que el pro-pio Skinner refuta con argumentos contun-dente mostrando el tipo de transposiciónanacrónica que éste conlleva.13

Particularmente significativa al respectoes la afirmación que realiza en el prólogode dicho libro, en la que afirma que su pro-pósito fue «escribir una historia centradamenos en los textos clásicos y más en lahistoria de las ideologías».14 Esta retraduc-

ción de los «lenguajes políticos» en térmi-nos de «ideologías» nos devuelve, de he-cho, al plano de los contenidos de los dis-cursos: más allá de que sean evaluadas po-sitiva o negativamente, las «ideologías» sonsiempre concebidas como «conjuntos deenunciados». Y esto es revelador del senti-do de su proyecto historiográfico. En con-tra de lo que propusiera en sus escritos teó-ricos, su trazado genealógico se orientatodo, en última instancia, hacia la recons-trucción retrospectiva del surgimiento de unmodelo de pensamiento, un cierto tipo idealde Estado moderno,15 en fin, una doctrina(en el sentido que él mismo le asigna al tér-mino) a cuyo desarrollo los distintos auto-res que analiza habrían simplemente con-tribuido.16

Hasta qué punto su vocación normativatermina reinscribiendo su concepto históri-co dentro de los marcos de la antigua tradi-ción de historia de ideas se descubre aúnmás claramente en la respuesta que ofreceal dilema planteado por Namier, el cual,como vimos, ponía en cuestión el objetomismo de la empresa histórico-intelectual.Ésta no es otra que aquélla ya propuesta porArthur Lovejoy en su escrito programáticode 1940 con que inicia la publicación delJournal of the History of Ideas, y a quienSkinner convirtió en el blanco fundamentalde su crítica.17 También para él, como paraLovejoy, si el estudio de las ideas tiene unsentido, es porque los sujetos, como vimosen el caso de los puritanos, no pueden elu-dir la exigencia de coherencia entre su com-portamiento y los principios que profesan,lo que, como el propio Skinner señala, esuna respuesta débil, ingenua, que permiteal cinismo namierista aparecer como unmero llamamiento a la realidad. Y esto esnecesariamente así porque, en el fondo, Lo-vejoy comparte el mismo punto de partidade Namier, que es una visión estrecha deluniverso de lo simbólico el cual se agotaríaen su dimensión «ideológica», es decir, de

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las racionalizaciones ex post facto de las con-ductas, las cuales tendrían, por lo tanto, suorigen en otro ámbito de realidad histórica.

Existe, sin embargo, otra respuesta im-plícita en la teoría de Skinner, pero que superspectiva whig del cambio conceptual yla vocación normativa que impregna su vi-sión histórica le impiden articular claramen-te, y que supone la reformulación radicaldel dilema planteado por Namier (el cual,en efecto, conducía a la disciplina a un ca-llejón sin salida). Ésta pasa por trasladar lacuestión del plano de las racionalizacionesa posteriori (los principios que los autoresprofesan o dicen profesar) al de las condi-ciones de inteligibilidad de los fenómenos(cómo pudieron concebir articular pública-mente un conjunto dado de principios, in-cluso aquellos destinados a engañar a susinterlocutores). En definitiva, lo que pierdede vista el planteo de Namier es que inclu-so el más cínico e inescrupuloso de los po-líticos tampoco tiene un acceso directo a larealidad, una visión que le permita dar sen-tido al mundo y a su propio accionar que nose encuentre ya mediada por alguna retícu-la categorial. En el fondo, de lo que trataríauna historia de los lenguajes políticoscomo la que propone Skinner es de enten-der cómo incluso estos ambiciosos aman-tes del poder podían construirse una ima-gen de la realidad y de su lugar en ella, lasmatrices mentales de que disponían paraello, y de las que tampoco éstos podían, enefecto, prescindir.18 Encontramos aquí elpunto crucial que distingue la nueva histo-ria intelectual de la historia de ideas (y queel planteo de Skinner termina, sin embargo,diluyendo) que consiste, precisamente, enun desplazamiento del foco de análisis a unplano distinto de realidad simbólica, a un se-gundo orden de representaciones, esto es,del de las ideas de los agentes al de las con-diciones de su producción y articulación pú-blicas. Así, el eventual descubrimiento deuna persistente discordancia entre los prin-

cipios proclamados y las conductas efecti-vas, destructiva de la historia de ideas, nomermaría en absoluto la importancia del es-tudio de los fenómenos y procesos intelec-tuales. No es ya allí, en el plano de los prin-cipios o ideas, donde radica el objeto de lahistoria intelectual, sino en otro plano másfundamental («noético») de realidad simbó-lica. En fin, la relevancia o no del estudiode la historia intelectual no quedaría ya su-peditada a una premisa de naturaleza antro-pológica, como es la supuesta necesidad delos sujetos de racionalizar sus acciones, lascuales son siempre subsiguientes a las mis-mas (en lenguaje psicoanalítico se las de-nomina «elaboraciones secundarias»), nouna condición suya.

Esto nos devuelve a nuestro punto departida original. El «giro lingüístico» queSkinner introduce en el campo de la histo-ria político-intelectual, como señalamos,abre en realidad la perspectiva a un univer-so de realidad simbólica mucho más rico,complejo, compuesto de pluralidad de es-tratos, y de los cuales el de las «ideas» essólo el más superficial de ellos. Nos trasla-da más allá, o más acá, del plano de las «ra-cionalizaciones ex post facto» de las prácti-cas sociales y políticas, para situarnos en elde sus condiciones de posibilidad. En defi-nitiva, ésta retoma el proyecto fenomeno-lógico original (que Skinner conoce, en rea-lidad, a través de versiones degradadas) depenetrar la esfera intencional misma, cómose constituyen los modos de conciencia delos propios agentes del cambio conceptual,cómo se innova la visión de los propios «in-novadores de ideología»; en suma, cómopueden éstos eventualmente apartarse de lasconvenciones lingüísticas vigentes e ima-ginar sentidos distintos de los establecidos.19

Ésa es también la dirección hacia la quese mueve la teoría de Skinner. Pero parallegar a ella sería necesario desprender ladimensión intencional del plano puramen-te subjetivo. Todo «lenguaje» es, de hecho,

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una entidad objetiva, disponible para dis-tintos usos, y relativamente autónoma delas ideas que los sujetos se hacen de él (re-tomando el apotegma marxiano, podemosdecir que los hombres usan el lenguaje, perono saben el lenguaje que usan; los lengua-jes tienen la costumbre de cambiar sin pe-dirnos permiso para ello). Una vez descen-trado el lenguaje respecto de las ideas, laprimacía de las intencionalidades subjeti-vas se vuelve también insostenible. Es eneste sentido como debería interpretarse elprincipio de Collingwood de la primacíade las preguntas sobre las respuestas. Loque la nueva historia intelectual buscaríano es analizar cómo cambian las ideas delos sujetos sino cómo se transforman obje-tivamente los lenguajes políticos, cómo seva recomponiendo históricamente el suelode problemáticas subyacentes en funcióndel cual se despliega el debate político, eltipo de cuestiones a las que aquéllos se venen cada caso confrontados (para retomarla metáfora lúdica de Skinner, no tanto quémovidas realizaron los jugadores sino cómose alteró el tablero mismo).

Es en este sentido que la «nueva historiaintelectual» nos abre la perspectiva a eseuniverso de realidad simbólica que yace másallá del plano estricto de las ideas (las res-puestas eventuales de los agentes). Skinnermismo no logrará extraer todas las conse-

cuencias que se desprenden de la reformu-lación teórica que produjo. Las demandasnormativas a que somete a la historia inte-lectual harán desdibujarla, sólo para termi-nar desagarrado entre el carácter desnatu-ralizador propio de la empresa histórica,según él mismo la concibe, que lleva a re-velar la naturaleza contingente de todo ho-rizonte de pensamiento, y la exigencia últi-ma de sentido (el hallazgo de alguna Ver-dad política cuya validez trascienda losescenarios epocales) de la que no logrará,aun entonces, desentenderse. De todos mo-dos, como vimos, resulta aún posible des-prender el núcleo teórico de su propuestade las derivaciones que tendría en su pro-pia obra. Los escritos reunidos en Lengua-je, política e historia nos permiten, en fin,penetrar su sentido último, la reformulaciónfundamental que supone el paso de una his-toria de las ideas a una historia de los len-guajes políticos, y que llevaría a redefinirel objeto mismo de la disciplina. Éstos co-locarían los debates en torno a ella en unterreno completamente nuevo. Aun cuandoSkinner mismo, en su obra histórica, siguiódemasiado aferrado a viejos cánones, la his-toria político-intelectual después de él cam-bió. Es de esperar, en fin, que la publica-ción en español de esta obra tenga en nues-tro medio una repercusión análoga a la quetuvo en su versión original.

NOTAS

1. El análisis más completo de la obra de Skin-ner es la obra de Kari Palonen, Quentin Skinner.History, Politics, Rhetoric (Cambridge: Polity Press,2003).

2. «Tengo la impresión», dice Fernández Sebas-tián, «que desde las conferencias que dio en el Co-llège de France en 1977, ha estado cada vez máscomprometido en el debate político público. Se po-dría decir que el Skinner filósofo está, al menos encierta medida, poco a poco eclipsando al Skinnerhistoriador en su obra reciente, especialmente ensu trabajo sobre la teoría neorromana de la liber-

tad» [Javier Fernández Sebastián, «IntellectualHistory; Liberty and Republicanism: An Interviewwith Quentin Skinner», Contributions 3 (2007):118].

3. «No tengo otra solución ante este dilema», acep-ta Skinner, «más que decir que tenemos que ser au-toconcientes de su necesidad» [Javier Fernández Se-bastián, «Intellectual History; Liberty and Republi-canism», Contributions 3 (2007): 119].

4. Skinner, «Hermeneutics and the Role of His-tory», New Literary History 7 (1975): 227.

5. Aristóteles, Retórica I2.

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6. Sus autores de referencia en este punto sonWilhelm Dilthey, Alfred Schutz, Peter Winch y, so-bre todo, Max Weber y R.G. Collingwood.

7. Véase al respecto la serie de textos reunidos enJames Tully (ed.), Meaning and Context. Quentin Skin-ner and His Critics (Cambridge: Polity Press, 1988).

8. Éste es, justamente, el núcleo de su crítica aKeywords de Raymond Williams. Según afirma, supostura «nos conduce a asumir que estamos tratandocon dos dominios diferentes y relacionados contin-gentemente: uno, el del mundo social mismo, y otro,el del lenguaje que luego aplicamos en nuestros in-tentos por delinear su carácter. Por cierto, ésta pareceser la postura que fundamenta la explicación deWilliams. Él ve una disociación completa entre “laspalabras” que discute y los “hechos reales” pertene-cientes al mundo social» (p. 291).

9. K.R. Massingham, «Skinner is as Skinnerdoes», Politics 16 (1981): 128, cit. en Palonen, Quen-tin Skinner, 66.

10. Éste se reduciría, en todo caso, a la mención deun conjunto de autores menores que sostendrán visio-nes tradicionales o, eventualmente, anticiparán algunosde los motivos que serán articulados de modo coheren-te por las grandes figuras del pensamiento político.

11. «Mi error», señala con relación al título dellibro, «es haber usado una metáfora que virtualmen-te me compromete a escribir teleológicamente. Mipropio libro está demasiado preocupado por los orí-genes de nuestro mundo presente cuando debía ha-ber tratado de representar el mundo que estaba exa-minando en sus propios términos, en la medida de loposible» [Skinner, «On Encountering the Past. AnInterview with Quentin Skinner», por Petri Koikka-lainen y Sami Syrjämäki, Finnish Yearbook of Poli-tical Thought 6 (2002): 53].

12. Skinner, The Foundations of Modern Politi-cal Thought (Cambridge: Cambridge UniversityPress, 1978), 358.

13. Cary Nederman encuentra aquí una conse-cuencia forzosa de su contextualismo discursivo, elcual, dice, obliga a pulverizar la historia intelectualen una serie de acontecimientos discursivos inco-nexos. «Buscar las precondiciones de la noción deEstado moderno —dice— demanda al estudioso in-vestigar ocurrencias totalmente desconectadas [...] Ensuma, cada aspecto característico del concepto mo-derno de Estado fue concebido incrementalmente, enaislamiento de los otros componentes a partir de loscuales la idea de Estado habría de ser modelada»[Cary Nederman, «Quentin Skinner’s State: Histori-cal Method and Traditions of Discourse», CanadianJournal of Political Science / Revue canadienne descience politique XVIII 2 (1985): 345].

14. Skinner, The Foundations of Modern Politi-cal Thought, xi.

15. El tipo ideal de Estado moderno para Skinnerse define según cuatro postulados: 1) autonomía (laesfera de la política debe aparecer como separada dela moral), 2) soberanía (cada reino debe aparecercomo independiente de toda otra autoridad), 3) mo-nopolio de la autoridad (ésta no debe admitir ningúnotro rival dentro de su dominio) y 4) secularismo (lacomunidad existiría sólo para un propósito político)(Skinner, The Foundations of Modern PoliticalThought, 349-352).

16. Como señala Kenneth Minogue, Skinner nosconduce a través de las acciones y las respuestas delos europeos a lo largo de tres siglos, sólo para llegara un punto fuera de la historia, cuando adquirimosalgo ahistórico llamado “el concepto moderno deEstado”» [K.R. Minnogue, «Method in IntellectualHistory: Quentin Skinner’s Foundations», Philoso-phy 56 (1981): 543]. En los últimos años, esta bús-queda de una Verdad política sufre una inflexión.Lo que intentará ahora es recobrar una tradición re-publicana olvidada, que luego denominará, para des-prenderla del abuso de que el término «republicanis-mo» fue objeto, «teoría neorromana de los estadoslibres». De este modo, busca tallar en los debates pre-sentes entre contractualistas y comunitaristas, entrelos defensores de la libertad de los modernos y los dela libertad de los antiguos. Skinner descubre así unatercera tradición, sumergida, que, convenientemen-te, reúne todo lo bueno de cada una de las otras dos ydeja de lado aquellos aspectos negativos de ellas. Deeste modo, mediante un demasiado obvio anacronis-mo, que se revela en el título mismo de uno de susartículos, llamado «La idea de libertad negativa:Maquiavelo y las perspectivas modernas», éste [Ma-quiavelo] se convierte en un interlocutor válido deRawls y Walzer, ocupando el lugar de un justo térmi-no medio entre ambos. En todo caso, su «tercer con-cepto de libertad», si bien cuestiona la división bi-partita propuesta por Isaiah Berlin (retomando unaformulación original de Benjamín Constant), sóloagrega un nuevo casillero en la red de la historia deideas, adiciona un modelo o tipo ideal sin por ellocuestionar las premisas mismas sobre cuyas bases serealizan este tipo de construcciones.

17. «Aun si la mayoría o la totalidad de los jui-cios y razonamientos expresados no fueran más que“racionalizaciones” de emociones o antojos ciegos,la naturaleza de éstos debería inferirse principalmentedel contenido de aquéllas; de acuerdo con la mismahipótesis, la necesidad de racionalizar no es menosimperativa que los antojos; y una vez constituida unaracionalización, los antecedentes hacen que sea im-probable —y la evidencia histórica podría mostrarque es falso— que permanezca ociosa e inerte, sinrepercusión alguna sobre el lado afectivo de la con-

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ciencia de la cual puede haber surgido. Cuando unhombre da una razón de su creencia, su aprobación odesaprobación moral, su preferencia estética, queda—felizmente o no— preso de una trampa» [ArthurLovejoy, «Reflexiones sobre la historia de ideas»,Prismas 4 (2000): 138, originalmente publicadocomo «Reflections on the History of Ideas», Journalof the History of Ideas 1 (1940): 3-23].

18. Y ello no sólo a fin de legitimar públicamentesus conductas, sino simplemente para pensar. En de-finitiva, el núcleo problemático de la historia inte-lectual radica menos en los términos evaluativos queen los propios términos descriptivos.

19. La confusión de Skinner de planos de lenguajese observa claramente en su referencia a Cornelius

Castoriadis y su concepto de «imaginario social». Re-tomando su «contextualismo discursivo» Skinner afir-ma que «cualquiera sea la intención del escritor, éstadebe ser convencional, en el sentido fuerte». Y luegoagrega, «en síntesis, necesitamos estar preparados paraasumir nada menos que lo que Cornelius Castoriadisha descrito como “imaginario social”» (pp. 183-184).Sin embargo, el término «imaginario social», según lousa Castoriadis, es lo opuesto a lo «convencional»,que corresponde a lo que Lacan identifica con lo Sim-bólico. Lo Imaginario, en cambio, referiría a un ámbi-to de realidad simbólica precategorial y prediscursivo,que es, como Skinner bien señala a continuación enesa misma cita, aquel en que «se constituye la subjeti-vidad de una época» (p. 184).

MAURICIO TENORIO TRILLO:Historia y celebración.México y sus centenarios,Tusquets, México, 2009

De las adivinanzas bien construidas, decíaAristóteles, pueden sacarse buenas metáfo-ras. «Esfinge mexicana» es la metáfora quesugiere Historia y celebración. Este curio-so libro de enigmas sobre la historia es comoaquel monstruo que con sus acertijos tira-nizó a una ciudad. En sus páginas, el histo-riador Mauricio Tenorio Trillo intenta —esun libro de ensayos, escrito por un experi-mentado ensayista—, con rigor, erudicióne ironía, afrontar —interpretar, compren-der— un monstruo indescifrable: la histo-ria de México en las vísperas de las fiestaspor el bicentenario del inicio de la Indepen-dencia y el centenario del inicio de la Re-volución mexicana.

Los enigmas ejercen siempre una atrac-ción especulativa y lúdica. Pareciera una

broma, pero el primer acertijo del libroes la ilustración de la cubierta. Un cua-dro de Galán en que los símbolos de lacultura popular se entrelazan sensualmen-te con las insignias nacionales: un maria-chi que llora lágrimas de plata, ataviadocon un sarape de seda adornado con unáguila que devora a una serpiente, el som-brero al pie, maquillado el rostro y conun cuarzo en la frente; de fondo, un jar-dín. Es una idea de la identidad nacionalintensamente subjetiva. Es una expresiónestética del «neo-mexicanismo» —manie-rista y kitsch— que problematiza la rela-ción entre las viejas imágenes de la nación—en que se objetivan ilusiones identita-rias— y las nuevas sensibilidades nacio-nalistas. La impresión visual que produ-ce la portada es por eso un acertijo ico-nológico. Las respuestas posibles, inclusolas probablemente plausibles, desplazanla cuestión a un nivel más elevado de pre-guntas necesarias.

ESFINGE MEXICANA

José Carlos HeslesIIS-UNAM

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