Palabra, 11 de enero de 2015

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Deÿ López Gerardo Sánchez García Daniel Salinas Basave Eduardo Cruz Federico Campbell (†) Rael Salvador

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Suplemento cultural, El Vigía, 11 de enero de 2015

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Deÿ López

Gerardo Sánchez García

Daniel Salinas Basave

Eduardo Cruz

Federico Campbell (†)

Rael Salvador

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2 DOMINGO 11 de enero de 2015

No. 197/ 11 de enero/ 2015

Suplemento Cultural de

DOMI

Dirección GeneralJorge Camargo

Director EditorialAriel Montoya

EditorRael Salvador

Editor de FotografíaJorge Calderón

Críticos / Colaboradores Héctor García Mejía, Marcela Danemann, Ruth Gámez, Arnulfo Estrada, Federico Campbell (†), Olga Aragón, Javier Cruz, Jorge L. Osiris Fernández, Gerardo Sánchez, Montserrat Buendía, Sergio Gómez Montero, Elia Cárdenas, Jesús López Gorosave, Patrick Liotta, Paúl Nazar, Renata Sández Oseguera, Lauro Acevedo, Benjamín Pacheco, Heberto J. Peterson L., Iliana Hernández P., María Eugenia Bonifaz de Novelo, Enrique A. Velasco Santana, Mélida ojeda López, Kepa Murua, Dr. David Rodríguez de la Peña, Ana M. Mora, Herandy Rojas, Manuel Guillén, Alina I. Gallardo, Ramiro Padilla, Daniel Salinas, Óscar Ángeles Reyes, Gerardo Ortega, Deÿ López, Aldo Calderoni Etcheverri, Elba Jordán S., Gabriel Ríos C., Diana Venegas, Fernando Macillas T., Jaime E. Delfín V., Manuel Quintero, Eduardo Cruz Vázquez, Norma Herrera, Jorge Valenzuela, Miguel Lozano, Jhonnatan Curiel.

Corresponsal en FranciaCony Singüenza

Corresponsal en ItaliaFerdinando Scianna

Corresponsal en ChileRamón Ángel Acevedo, “Rakar”

FotografíaEnrique Botello

Correo electrónico [email protected]@elvigia.net

Teléfonos para publicidad120.55.55, ext. 1023Ensenada, B.C. México.

ABRAZODE ALTURA

Por Gerardo Sánchez García

¿CUÁL ES EL MEJOR LIBRO de los 23 escritos por Julio Scherer García? La piel y la entraña, me respondo rápidamente. Toda selección es arbitra-ria y subjetiva, por tanto polémica y provocadora. Sobre todo esto último.

Interiormente me debato entre La piel y la en-traña (1965) o Cárceles (1998), pero me decido por el primero.

Elegir es, repito, provocativo. Se trata de provo-car la lectura o la relectura, en su caso, de uno de los mejores textos periodísticos-literarios del siglo pasado.

La piel y la entraña fue publicado en 1965 por Ediciones Era; hubo una segunda edición en 1974, por Promotora de Ediciones y Publicaciones, edi-torial que dependía de la cooperativa Excélsior, en ese entonces dirigida por el propio Scherer.

La última edición de ese título lo realizó el Fondo de Cultura Económica en el año 2003.

Se trata de una entrevista de semblanza hecha durante el periodo que estuvo en la prisión de Lecumberri, el celebre Palacio Negro, el pintor y activista David Alfaro Siqueiros.

El estilo del texto es como el personaje entrevis-tado: pasión desbordada por la política, el arte, la vida, la soledad de la cárcel, las felicidades y des-gracias del amor.

Fluye, como torrente impetuoso, la vida de Si-queiros: desde la infancia, sus primeras obras, sus posturas políticas, sus concepciones artísticas –que él rechaza reiteradamente pueden verse en forma separada– y Scherer logra la virtud de transmitir la complejidad de uno de los grandes artistas na-cionales.

En la contraportada de la edición de Pepsa se dice: “Este libro fue escrito en horas arduas. Su

autor, entonces solamente un reportero en el gran diario cuya dirección ahora ejerce, recogió en in-numerables visitas a Lecumberri los testimonios del protagonista, recluido, agobiado a veces, ira-cundo a menudo, apasionado siempre. No existe en estas páginas un rigor cronológico. Acaso, una técnica similar a la del fresco, que arroja luz y color sobre ciertos espacios y cuyo tiempo es interior y por ello, más intenso y desgarrado”.

El propio Scherer, en lo que llama A manera de prólogo, explica: «En el polígono de la cárcel, cerra-dos los puños, vehemente la expresión, me decía que hablar con él sin abordar de lleno sus luchas en el campo político, era lo mismo que ocuparse de “las � orecitas del árbol”.

–Raje la corteza, ábrala, vea escurrir la savia, asómese a lo que verdaderamente es un árbol, a su tronco, a sus raíces y no se preocupe tanto por las � ores– insistía pletórico de carácter, casi colérico».

El entrevistador aclara lo que es La piel y la entraña: “No es biográ� co. Es, simplemente una semblanza, el apunte de un carácter, a través de hechos menudos, hasta insigni� cantes si se quie-re, pero importantes para entender algo de lo que ocurre en el interior de un hombre.

“No hay aquí reseñas de acontecimientos, ni preocupación por las efemérides. No existe un plan estricto y es el libro un tanto desordenado, como revuelta, como confusa, sin principio ni � n lógico puede ser la conversación espontánea y aún la vida.

Emociones, recuerdos, imágenes, ensueños, fan-tasías, teorías, todo junto forma estas páginas. Su contenido es en apariencia caótico, como caótica puede parecernos la mezcla de tierra, hojas, � ores y agua que el viento arrastra consigo”.

Hombre mítico en el periodismo mexicano, a Scherer le ocurre lo que a muchos otros autores:

se les conoce más por sus anécdotas que por su obra.

Su estilo de frases cortas, con los adjetivos ade-cuados, utilizando un rico vocabulario, con la pincelada precisa y breve que describe a personas y lugares, marcó en los años setenta a toda una nueva generación de periodistas al contraponerse a textos acartonados, fríos, de frases hechas, o� -cialistas hasta en su estructura.

Habrá que recuperar los trabajos publicados en su etapa reporteril de Excélsior. En la edición 190 de Letras Libres se hace un homenaje a Scherer y se rescata un reportaje hecho en 1974, cuando el recientemente fallecido fundador de Proceso visitó Bangladesh, nación azotada por una feroz hambruna.

Relata Scherer, con una apasionada frialdad, cómo una famélica madre arrebata y come el bo-cado de alimento de su hijo, luego de que el menor pretendió inúltimente llevárselo a la boca. El niño muere y la madre llora por la culpa, mientras mas-tica la comida robada.

Perdón por la divagación, concluyo: Aunque es importante leer los 23 libros de Scherer, es indispensable hacerlo –nuevamente la provoca-ción– con La piel y la entraña y Cárceles.

En ambos está el reportero Scherer, espléndido en la concordancia del tema y el estilo.

[email protected]

GATUPERIOLA PIEL Y LA ENTRAÑA

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Por Deÿ López Para noches decembrinas,

Vicente va por leñay no regresa.

En enero, Juliova a encontrarlo…

y quedan en procesode buscar a Paz,

a Pacheco, a Granados,a Sotomayor, a Monsiváis

et al.En vigilia, compañeros;

almas gemelasen sueños.

*

(¿Eran 7 los Sabios de Oriente?)[email protected]

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3DOMINGO 11 de enero de 2015

ECONOMÍA CULTURAL: DOMINIOSSCHERER Y LA ECONOMÍA DE LOS MEDIOS

Por Eduardo Cruz Vázquez

BIENVENIDOS A ESTA NUEVA entrega: Economía cultural: dominios. A darle.

Pocos presidentes priistas, como José López Portillo, han logrado sintetizar con maestría la relación de los gobiernos con los medios de comunicación: “No pago para que me pe-guen”, es la frase lapidaria que, con enorme vigencia, sintetiza el modelo económico que por décadas ha dado vida a gran parte de la tarea informativa en México.

En un artículo publicado en Letras Libres (“Publicidad transparente”, 8 de agosto de 2013), Enrique Krauze relata: «No hace mucho conversé con Julio Scherer sobre el tema. “El otorgamiento justo de la publicidad –me dijo– no es una potestad del gobierno en turno ni puede ejercerse por capricho. Es una obligación del Estado”. Estuve básica-mente de acuerdo. Creo que el gobierno federal debe tener una legítima presencia en los medios, siempre y cuando ésta sea pública y publicable. “No hay nada más público que el anuncio”, le dije a Scherer. “Que el gobierno publique a quién le da y cuánto, y que el público juzgue si esa publicidad es pertinente”».

En efecto, uno de los legados más relevantes de Julio Scherer García es su destreza como em-prendedor y empresario cultural (recordemos que la clasi� cación del sector cultural incluye al conjunto de los medios de comunicación).Y cierto, quizá él no lo asumía así. Son los años de mirar lo que fue la época gloriosa de la cooperativa del diario Excélsior, el empeño administrativo y gerencial que dieron origen a las revistas Proceso y Vuelta, de periódicos como unomásuno y La Jornada, los que nos llevan a identi� car esta herencia del don Julio.

Dichos medios –como otros más, hoy en día– aprendieron con esmero a desarrollar modelos de negocio y estrategias de mer-cadeo, para ampliar sus formas de � nancia-miento y garantizar así la solvencia editorial frente al torrente de dinero que puede soltar el gobierno para que no le peguen.

Scherer marcó varias rutas como director

de Proceso, las cuales llevaron innovación a numerosos nichos: hizo viable que la revista encontrara en sus lectores una fuente vital de ingresos; la multiplicación de las sus-cripciones, favoreció � ujos importantes de recursos; numerosos organismos, como las

universidades, encontra-ron espacios de publicidad de enorme penetración; movilizó la inteligencia � -nanciera; operó costos de producción y distribución rentables; laboralmente, buscó salarios que permi-tiera vivir holgadamente a su equipo de trabajo, ale-jándolos de la necesidad de buscar otras formas de ganar dinero e incluso hubo un tiempo en que estimuló el coleccionismo, generan-do un mercado para ejem-plares atrasados.

Otra perspectiva inte-resante tras la muerte de

Scherer. También desde la economía, le correspondió el ajuste de una centralidad del Estado a la apertura y diversi� cación comercial, como supo del incremento de la competencia mediática y del cambio que lle-gó con las tecnologías. Fue un periodista que inició con máquina mecánica y luego se hizo de la computadora. Su tránsito de vida deja constancia de un reportero que en la econo-mía, en los negocios, en la empresa cultural, se desenvolvió con mucho ingenio.

La partida de Julio Scherer rati� ca que la discusión sobre el manejo de la publicidad gubernamental es asunto sin resolverse. Y que los medios seguirán ajustando su mo-delo de negocios.

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ALEATORIEDADES

LAS VIDAS QUE SE VAN, LAS VIDAS QUE SE FUERON

Por Daniel Salinas Basave

DEBE SER LA OMNIPRESENCIA de la Muerte, cuya sombra parece tener premura por desparramarse sobre tanto colega de o� cio en el último año. Creo que desde el adiós de Federico Campbell, el pasado invierno, hemos seguido una larga � la funeraria de periodistas y escritores. El mes pasado, cuando falleció Vicen-te Leñero, un pensamiento repentino me tomó por asalto: Sigue Scherer.

Imaginé, como si la tuviera en mis manos, la edición especial de Proceso con su rostro en la portada. Imaginé estar leyendo las columnas de homenaje que ahora leo, el brutalmente honesto dolor de sus seres queridos, de sus millones de lectores y de todos esos guerreros de un perio-dismo de raza en quienes Scherer sembró una semilla.

Claro, imaginé también los mil y un twits de condolencias por parte de políticos y basuras humanas de toda ralea, a los que Julio comba-tió hasta el último día. Imaginé las peroratas, los obituarios, los cacareos o� cialistas en pro del buen periodismo en un país ahogado en la mierda. Un México donde si la impunidad no es más grande, se debe que por fortuna existió un Julio Scherer y una escuela de periodismo de puño cerrado.

No había en México mucha gente que se atreviera a levan-tar una trinchera de defensa a ultranza de la libertad de ex-presión en una época en que el intocable tlatoani de Los Pi-nos parecía ejercer una suerte de mandato divino.

Paradojas del destino o capri-cho de una canija aleatoriedad adicta a los símbolos: el último texto que Julio Scherer publicó en Proceso, en el ejemplar nú-mero 1988, fue su despedida a Vicente Leñero, el entrañable amigo, el compañero en esa brega de eternidad propia de salmones, feneci-do el pasado 3 de diciembre. “Vicente, Vicente”, fue el título del último escrito de Scherer en la revista que fundó en 1976, después del cuchi-llazo presidencial a Excélsior.

Las palabras que Vicente dijo a su amigo poco antes de morir fueron heraldos del � nal: “Lle-gó nuestro tiempo, Julio”. Las vidas que se van, las vidas que se fueron. Sólo 34 días sobrevivió Scherer a Leñero. Otra rara jugarreta de esa lotería cronológica, es que Scherer ha fallecido el mismo día que Juan Rulfo. El mayor cuen-

tista mexicano de nuestra historia y el mejor periodista investigador que ha habido en este país murieron el 7 de enero, con 29 años de diferencia.

Cierro los ojos y los veo ca-minar por Paseo de la Reforma, entre los puestos de periódicos, luciendo trajes de antaño, con las yemas de los dedos marca-das por tanta tecla de máquina ruda. Por un momento trato de reconstruir sus charlas desde la redacción de Excélsior hasta la trinchera eterna de la calle Fre-sas, en la Colonia del Valle.

Imagino las discusiones por mil y un portadas, las blancas madrugadas de cierre, las ame-nazas de Bucareli, las llamadas intimidatorias desde algún telé-fono de Los Pinos, la emoción

por la nota conquistada, después de meses de pi-car piedra, la camaradería reporteril, tan similar a la de soldados en la línea del frente.

Leo su elegancia prosística en desuso, la so-briedad y la riqueza de su lenguaje, el espíritu siempre curioso, la eterna duda siempre a� lada. Ellos están ahí y de pronto los veo convertirse poco a poco en sombras, fantasmas de una era del periodismo que se nos está yendo para siempre.

[email protected]

“Si la impunidad no es más grande,

se debe que por fortuna

existió un Julio Scherer y una

escuela de periodismo de puño cerrado”

“Laboralmente, Scherer buscó salarios que

permitiera vivir holgadamente a su equipo de

trabajo, alejándolos de la necesidad de buscar otras formas de ganar

dinero”

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Por Rael Salvador

“La obra estética es la memoria del sujeto que se transforma en imaginario social”.

Silvia Favaretto.

E sta lectura, amargo sabor a tinta; el secuestro, imagen de violencia, sangre con� gurando el horror en el teatro de la mente. Víctima de la desventura, si

se tiene la fortuna de vivir –que no siempre es así–, el plagiado narra lo que padece, ofrece su fruto de dolor como certi� ca-ción de la “absoluta” oscuridad del abismo. Apocalipsis carnal y monto económico, donde los miembros del cuerpo cercenado

–dedos, aullidos, orejas, testículos, lágrimas, el alma misma– ofrecen el duro testimonio de la impiedad y el des� guro social del dinero fácil.

Balbuceo el fuego de un discurso, el libro de Julio Scherer García, Secuestrados (Grijalbo, 2009). Con la maestría del realismo medular, proceso designado al periodismo, el ex director general del periódico Excélsior devela, detalle a

detalle –dibujando desde lo íntimo–, el in� erno de uno de los rostros más canallas de la condi-ción humana.

Una madrugada, el relámpago devastador del crimen golpea la realidad y la destroza: Julio Scherer Ibarra, hijo del fundador de la revista Proceso, es secuestrado…

La voz salvaje, espiral enjuta, trucada de in-sultos, revela los procedimientos, el monto y la hora.

El dolor del secuestro convoca, llama a la emo-ción muda, obliga a obsequiar –el reloj valioso, los centenarios heredados, el sufrido ahorro y su destino–, a acercar aquello que sustituirá lo que ya no se puede salvar con la palabra.

“Si no lo entrega al amanecer, matamos a su hijo”, reescribe el padre angustiado, instante tras instante, como un goteo de ácido en la memoria.

Lo narrado es una lección de solidaridad; explica los porqué y el cómo… Ausculta la cate-goría infame, ensangrentada y falaz, de la banda

secuestradora y medita la propio llama desorbita-da donde tienen que coexistir la mesura, la rabia, la impotencia y el acierto.

Julio Scherer García, premio Manuel Buendía en 1986 –y que rechazó el Premio Nacional de Periodismo en 1998– nos ofrece el paisaje devas-tado de una dura batalla, cada vez más cruenta, donde México parece heredar no sólo el terror co-lombiano, en materia de narcotrá� co, pobreza y secuestros, sino el proceder de un legado criminal de las dictaduras del Cono Sur: el Terrorismo de Estado, subsidiado éste por las valijas de dólares que llegaban desde los Estados Unidos, en la si-lenciada Operación Cóndor, sembradora de un horror demoníaco, muy humano, que involucró como hoy en día a servidores públicos, policías y soldados, jueces y oligarcas, es decir condeco-rados “Escuadrones de la Muerte”.

Cuando Scherer García habla de su propio secuestro, en manos de militares guatemaltecos, cubriendo como periodista internacional la at-mósfera viciada de las dictaduras y los triunfos de las oposición democrática o de Izquierda, se da pie para rememorar la experiencia de Miguel Bonasso, político y escritor argentino, ex director del diario Noticias y autor de la novela Recuerdo de la muerte, libro que espejea el sanguinario pro-ceder del dictador Jorge Rafael Videla.

Y, duro retrato de una época que extiende su imagen como película, trae a sus páginas el caso Juan Gelman, poeta y periodista bonarense. Su brutal experiencia con la dictadura, siendo uno de los poetas con mayor prestigio en Latinoamé-rica, lo llevan al exilio por Europa.

Y es ahí, en París, donde se entera de la deten-ción en 1976 de su hijo Marcelo Ariel, de 20 años, y de su nuera Claudia, de 19 años (embarazada de 8 meses y medio), los cuales encontrarán la muer-

te en las manos de los militares argentinos. En 1978 un Sacerdote jesuita, el padre Cavalli, le

informa del nacimiento de su nieta o nieto (toda-vía no se revelaba el género) en un centro de de-tención de Uruguay. Los restos de Marcelo Ariel son encontrados, junto con otros siete jóvenes, en tambos rellenados con cemento y sumergidos en un canal, con tiro en la nuca incluido. De Claudia lo único que se sabe es que dio a luz a su bebé, entregada(o) a un matrimonio estéril. La poesía y la indignación, por el amor a su familia y por el terror perpetrado por la dictadura, han lleva-do a Juan Gelman a no claudicar “hasta saber el destino � nal de mi nieto o nieta”.

Cuando le pregunté por la terrible noche de la dictadura Argentina, con las mismas pala-bras con lo que a hora testi� ca el maestro Julio Scherer en Secuestrados, Juan Gelman me con-testó: “La dictadura militar dejó una herencia de temor, que se mani� esta de distintas maneras, y que ahora probablemente se mani� este con más temor que nunca, más que en los años de la dic-tadura militar. Causa de eso el hecho de que no se haya castigado por ley, es decir por impunidad, impunidad que se mani� esta en las maneras más diversas, en todos los terrenos, empezando por el terreno económico. Con toda impunidad estos gobiernos han vendido el patrimonio nacional que al pueblo argentino le llevo muchas décadas conquistar. Me re� ero a las ventas telefónicas, a los yacimientos petrolíferos, a los ferrocarri-les... Todo esto se malvende y no hay forma de pararlo. El presidente Menen saca un gobierno por decreto; incluso lo que el parlamento puede y desea frenar, el gobierno por decreto le saca un nuevo ‘decreto’ de emergencia... y se llevan todo. Esto es lo que Noam Chomsky llamaría un Cenado Virtual. Que está fuera y por encima

SECUESTRADOS POR EL DOLOR

El autor de La piel y la entraña falleció el pasado 7 de enero;

emblema irreductible del periodismo de batalla, en su

compromiso con la palabra y fidelidad a la información, declaró:

“Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”

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“Julio Scherer (...) nos ofrece el paisaje devastado de una dura batalla, cada vez más cruenta, donde México parece heredar no sólo el terror colombiano, en materia de narcotráfi co, pobreza y secuestros, sino el proceder de un legado criminal de las dictaduras del Cono Sur: el Terrorismo de Estado”

de la determinación del pueblo argentino. Esta es una impunidad con tranquilidad. No se conoce el destino de los más de treinta mil desaparecidos, no se sabe siquiera cómo fue, me re� ero a la cosa particular, de cada familia; sabemos algo porque habló una de estas personas, de los torturadores, por televisión, y otro también, diciendo como ha-bía tirado a treinta prisioneros vivos del avión al mar. Pero, ¿quiénes son? No dijo. ¿Quiénes eran los pilotos que manejaban el avión? No dijo. ¿Quiénes habían sido los médicos que habían puesto las inyecciones? No dijo. ¿Quiénes eran los sacerdotes que bendecían a los represores porque estaba bien lo que hacían separando la paja del trigo? Se suponía que la paja eran los prisioneros y el trigo eran los sospechosos, y la Argentina así tuvo su baño de sangre. Qué se puede decir a estas alturas, a más de veinte años. Yo sé de una señora que le desaparecieron el hijo, que durante quince años, desde su desaparición, le sirvió en su lugar en la mesa un plato de sopa caliente, como la que tomaba el muchacho cuando salía del trabajo; durante 15 años estuvo preparando la sopa caliente y dejando la puerta sin llave. Muchas familias tuvieron que vivir con este dolor y con esta esperanza. Hoy la mayoría quiere una tumba para sus familiares... Este tipo de impunidad produce una perversión muy par-ticular en la sociedad, donde se aplaude el robo de Cuello Blanco y se condena a muerte al raterito de antenas. Las víctimas principales de las dicta-duras militares son las sociedades”.

Aseveran los sabios de Oriente que nada viene de la nada, que todo tiene origen en caldos de cultivo, así se den a llamar laboratorios socia-les o en experimentos políticos, que

nunca tardan en perder el control en la impunidad de la avaricia y la ansiedad religiosa del dinero.

Nombres como el de Andrés Caletri o Daniel Arizmendi –y Aurelio, el hermano sádico–, todos de vileza constituida, quedarán como cicatrices que uni� can a familias lastimadas, mientras otros heridas se abren: la de nues-tros 53 desaparecidos y otras igual de infames.

Libros como el de Secuestrados, una maravilla del pulso en sombra de don Julio Scherer García (1926-2015), nos ayuda a entender el imaginario social y a atender con urgencia nuestra realidad próxima.

Descanse en paz, mas no en la escue-la de periodismo que forjó.

[email protected]

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H P L.

E steban, desde el asiento de una mesa ubicada junto a la ven-tana principal del café Bistro

“Los Amigos”, degustaba su aromático café, el cual acostumbraba tomar todas

las tardes, y observaba la lluvia que impactaba so-bre el piso y se deslizaba dando a banquetas, ave-nidas, edi�cios y árboles una imagen de limpieza, de un brillo especial que los hacía gratos a la vista.

Cinco días antes había cumplido 78 años, y el hecho de estar solo esa tarde y absorto disfrutando el caer de miles o millones de gotas, de pronto se le iluminó el rostro, esbozó una sonrisa y pensó: ¡Sí!, el banquete es necesario, es el regalo que me quiero dar…

Llegó a su casa, cerró el paraguas en el umbral para introducirse, y ya adentro, junto con Alma, su esposa, se puso, emocionado, a elaborar una lista de invitados al banquete con los que no podían no estar.

Al día siguiente co-menzó a hacer llamadas telefónicas, citando a sus 25 invitados para el sábado 15, a las 14:00 ho-ras, a una comida en su casa sin dar explicación alguna sobre el motivo de ello.

Para fortuna de él, localizó a todos y le con�rmaron su asistencia.

Entre los invitados comenzaron a formularse un sinnúmero de posibles razones para aquella convocatoria que había provocado curiosidad, ya que algo imperceptible ocultaba el motivo.

Llegó el día esperado, comenzaron a presentarse los comensales, quienes ocuparon unas mesas en forma de “U”, ocupando la cabecera Esteban.

El jardín que enmarcaba aquel lugar rodeado de hermosas �ores, plantas y árboles, así como de una gran fuente, cuya caída de agua era relajante, locali-zada al centro de unos arcos de donde pendían unas macetas sostenidas por un bello herraje de latón.

Después de una hora de tertulia, de disfrutar la deliciosa comida, que mandó preparar a un prestigiado Chef, y las bebidas que degustaron sus amigos…Esteban se puso de pie, pidió

guardar silencio, recorrió con sus ojos los rostros de todos y cada uno de los allí reunidos, y les dijo: “Sé que se han estado cuestionando el motivo de esta invitación... Pues bien, permítanme ex-presarles lo siguiente. Acabo de recorrer con mi vista el rostro de todos ustedes, rostros que en el ayer vi que eran frescos como fresca su mirada, hoy veo en ellos el paso de los años, el fruto de tantas vivencias que dan una riqueza inmensa a esta mesa.

“Conocidos tenemos muchos, pero hoy en ésta mesa deberían estar sólo los que no pueden no estar… los amigos, aquellos que cuando todo era miel sobre hojuelas allí estaban, pero también es-

taban cuando el dolor, la tragedia, la desesperan-za toca nuestras vidas y vemos y sentimos su mano extendida para rescatarnos.

“Nuestra amistad no se sustenta ni en el puesto, el dinero, la convenien-cia interesada, sino en el

amor, la lealtad, la solidaridad, el conse-jo recibido, el abrazo hermano, el haber entrado en nuestras vidas para dejar la impronta de su huella.

“Queridos amigos: La vida nos es pres-tada y no sabemos ni el día ni la hora en que habremos de partir y dejar atrás lo que amamos. Hace doce días pensé en todos ustedes, y como desconozco el día y la hora de mi partida, hoy quise reunirme con ustedes para agradecerles el don de la amistad y por todo lo que durante mi vida me otorgaron.

“Este banquete es el Banquete de la Amistad y con el cierro uno de los más emotivos y valiosos capítulos de mi vida…”

Esteban vivió hasta los 102 años, lú-cido y alimentado con los recuerdos de aquellos amigos que hicieron de la amistad sinónimo de felicidad.

[email protected]

Tecnólogo: Mecánico automotriz; es originario de Guadalajara, Jalisco. Radica actualmente en La Habra, California.

La Foto de la Semana es un reconocimiento que se otorga por el mayor número de votos, avalando el dominio del tema, en el sitio de Facebook Fotografía Diaria.

FOTO DE LA SEMANA: MACRO

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“Para fortuna de él, localizó

a todos y le confirmaron su

asistencia...”

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Por Federico Campbell ( )

S iempre me produjeron una gran admiración mis compañeros de Proceso que se arriesgaban hacien-

do reportajes. El mismo Julio Scherer. No tenía yo el temperamento ni el carácter para ir a las 2 de la mañana a ver a un ex agente de Gobernación que estaba en un carro en la colonia Álamos y que quería ver a Carlos Marín porque lo seguían unos guaruras. Sobre todo cuando el ex agente había dado una entrevista sobre una car-ga más de la Brigada Blanca. Y Marín iba. Yo me hubiera muerto del miedo. Otros temerarios eran Paco Ortíz Pinchetti y Jo-sé Reveles, Nacho Ramírez, el Billy Correa, el Gerry Galarza o Rodrigo Vera, a quien en algún hotel de Chihuahua le tocaban la puerta de su cuarto unos personajes ensombrerados y siniestros a las 3 de la mañana para ver ¿qué onda mi amigo, qué anda haciendo por acá, a qué se dedica? No, es que vine a hacer una mediciones, soy ingeniero de la Reforma Agraria. Todos, pues. Yo me hubiera cagado del miedo. Julio Scherer es alguien que piensa que siempre le va a ir bien, que nunca le va a pasar nada. Toda su vida de periodista se la pasó atravesando el lago Constanza*. Por eso recorría las calles de Harlem en Manhattan a las 2 de la madrugada y por los barrios más bravos de los años 60, cuando Nueva York era muy peligrosa y

te cortaban la yugular a la vuelta de la esquina. Lo contrario de la paranoia: no sentirse perseguido, no captar el peligro, a mí no, nunca me pasa nada, no hay que atraer el peligro. Hasta una vez que lo agarraron los soldados de El Salvador en un intento que hizo para ir a entrevistar a un jefe guerrillero y le descubrieron unos folletos de propaganda política en el portafolios. De no haber sido por los kaibiles guatemaltecos que se lo arre-bataron a los salvadoreños, Julio no la cuenta. Cierto que lo tuvieron esposado a una litera, en una barraca, pero lue-go lo liberaron porque en la ciudad de Guatemala se enteraron de quién era. Si alguna vez, o más de una vez, hubo alguna amenaza de muerte, Julio Sche-rer nunca la denunció en las páginas de Excélsior ni en las de Proceso. Son gajes del oficio, y es mi problema si yo elegí este oficio. “El lector no tiene por qué enterarse. No es asunto suyo cómo yo consigo la información ni qué problemas puedo tener”. La ética y la elegancia en un mismo gesto.

Para mí, trabajar en Proceso era como es-tar en una base militar de la fuerza aérea en plena guerra por la libertad de expre-sión. Era como salir a combatir desde una isla del Mediterráneo durante la Segunda Guerra Mundial, como la de Trampa 22, la novela de Joseph Heller, o la (Córcega) de donde salió en su último vuelo Antoi-ne de Saint-Exupéry. Cada quien salía en su caza. Scherer era el comandante en jefe y piloteaba un Messerschmitt. Yo, un Spitfire, Galarza un Mustang, Paco Ortíz Pinchetti un Zero japonés, Elías Chávez un Tigershark, Salvador Corro, otro de esos aviones que, como escribía Faulkner, sonaban como saxofones. Conocimos el país. Volamos sobre la Baja California, el desierto de Sonora, la barranca del Cobre

y la selva chapaneca. No ganamos ni per-dimos. Salimos empatados con la vida.

*Atravesar el lago Constanza significa, en Austria y Alemania, pasar por un peligro sin darse cuenta. Peter Handke rememora esta leyenda en su obra de teatro “El cruce del lago Constanza”: a media noche un jinete va en su caballo por un bosque y empieza a nevar. Se baja, camina jalando al caballo con la rienda, y atisba a lo lejos la luz de una cabañita o una venta. Sigue en esa dirección y al llegar toca la puerta en busca de una cama y comida. Cuando el ventero sale le pregunta:–¿Y usted por dónde venía?–De allá –le dice el jinete. –No puede ser. El lago Constanza nunca tiene más de una pulgada de espesor.Entonces el jinete se cae muerto.

«Si alguna vez o más de una vez hubo alguna

amenaza de muerte, Julio Scherer nunca la

denunció en las páginas de Excélsior ni en las de Proceso. “Son gajes del ofi cio, y es mi problema si yo elegí este ofi cio. El lector no tiene por qué enterarse. No es asunto suyo cómo yo consigo la información ni qué

problemas puedo tener”. La ética y la elegancia en

un mismo gesto»

Héctor Aguilar Camín, Luis Cardoza y Aragón, Carlos Monsiváis, Julio Scherer y Francisco Toledo.

NO GANAMOS NI PERDIMOS. SALIMOS EMPATADOS CON LA VIDA

Proceso era una base militar de la fuerza

aérea en plena guerra por la libertad de

expresión

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DOMINGO 11 de enero de 20158

NUMERALIA

Julio Scherer García, 23 libros en el procesodel periodismo:1. Vivir.2. Niños en el crimen.3. Octavio Paz: Una vuelta a su vida.4. Calderón de cuerpo entero.5. El dolor de los inocentes6. Historias de muerte y corrupción.7. Secuestrados.8. Máxima seguridad.9. Allende en llamas.10. La reina del Pacífico.11. El indio que mató al padre Pro.11. El poder: historias de familia.13. La terca memoria.14. La pareja.15. Estos años.16. Parte de guerra. Tlatelolco 1968 (con Carlos Monsiváís).17. Cárceles.18. Salinas y su imperio.19. Los presidentes.20. Pinochet. Vivir matando.21. Siqueiros: La piely la entraña.22. Tiempo de saber: Prensa y poder en México (con Carlos Monsiváis ).23. Los patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia.

Por Marcela Danemann

TODAS LAS CIUDADES tienen his-torias para contar. Al iniciar el año 2014, llegó a mis manos un libro ti-tulado: Yo te cuento Buenos Aires IV, y que compendia 28 cuentos de escri-tores argentinos y extranjeros, princi-piantes todos, junto a dos relatos de plumas consagradas.

Lo que me ha llamado la atención es la intención que motivó que este li-bro saliera a la luz y, especí� camente, quien lo ha promovido. La idea origi-nal se generó hace 9 años, lanzándose las respectivas convocatorias por parte de la Legislatura de la Ciudad Autóno-ma de Buenos Aires para participar en dicha selección.

Un buen intento para que los escritores que aún no encuentran la manera de publicar o que se enredan con el esfuerzo que esto implica, puedan tener oportunidad de ver sus relatos conformando un libro. Igualmente, como cada cuento seleccionado debe tener referencias y transcurrir en algún barrio de la ciudad, con descripción de calles reconocibles, el material sirve de apoyo para consolidar la percepción de visitantes de otras geografías, que una vez adentrado en estas historias de � cción, puede sentir curiosidad por conocer los atractivos, calles, bares, parques y demás escenarios descritos donde los personajes te-jen sus vivencias.

El turismo cultural, como concepto, empezó débil, pero cada vez genera mayores dividendos y desplaza a mi-llones de personas por todo el mundo. Museos y exposiciones, ferias de arte, teatros, librerías, festivales de todo tipo, suelen atraer a más y más turis-tas a las distintas capitales del mundo. Muchos de quienes eligen esta manera de viajar, suelen sumar otras motiva-ciones al momento de recorrer sitios turísticos, como por ejemplo el interés de conocer usos, costumbres, idioma, tradiciones, idiosincrasia y vida coti-diana de los residentes permanentes del lugar visitado.

Pensado para re� ejar y per� lar el en-tramado de la ciudad, lo “no palpable”, aquello que no aparece en los folletos de las agencias de viajes o en los me-

dios digitales, este libro se promociona y distribuye en hoteles, terminales de transportes, restaurantes, aeropuertos y en varias mesas de los más tradicio-nales cafés de Buenos Aires.

Cada ejemplar cuenta con un mapa donde se muestran los límites geográ-� cos de cada uno de los barrios de la ciudad y, a la vez, la identi� cación que permite ubicar en cuál de ellos se desarrolla cada cuento y así salir a recorrerlos.

En el entendido que el libro llegará a manos de ciudadanos locales, pero además a las de visitantes extranje-ros, se ha incorporado un glosario de términos, modismos y vocablos, así como una ajustada explicación inicial acerca de los vaivenes del lenguaje coloquial que caracteriza al “porteño” (gentilicio de los oriun-dos de la capital metropolitana, en Argentina).

Siendo ésta la primera columna que escribo en el año, aprovecho para agradecer a mi cuñado, Claudio Sosa, por regalarme un ejemplar del libro, dedicado. Además, vaya mi fe-licitación por que su cuento, La soga de Gonzalo, fue uno de los seleccio-nados para formar parte de esta an-tología, en su IV edición, reconocido con la Segunda Mención.

Al leerlo, hasta me dieron ganas de bailar un tango... por las calles del ba-rrio de Colegiales.

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MIRADAS A LA CULTURA

LA CIUDAD, DETENIDA SOBRE CUENTOS

DETRÁS DE LAS COSAS

MUDANZAS

Por Óscar Ángeles R.

NO RECUERDO las veces que me he cambiado de casa. Incontables.

Uno va fortaleciendo ciertos músculos que sólo se utilizan en una mudanza, más que todo, el de la desesperanza. Ini-cialmente, los cambios parecen prometedores, los entendemos como trascendentales; después los vamos entendiendo como parte de las variaciones natu-rales de la existencia.

Sólo aquí, en Baja California, me he mudado al menos 11 veces.

La mudanza es un proceso de reacomodo, de organización, de limpieza, de desinstalación, de transporte, de instalación. Es un trayecto de un punto a otro en donde dependemos de un trans-portista para llevar nuestras cosas de un lado a otro. Armamos paquetes, agrupa-mos, envolvemos, desecha-mos, cuidamos objetos. ¿Qué es necesario, qué no lo es? Un penoso paseo por nuestra mi-serias, aquellas que cubrimos de sábanas más o menos blan-cas, que escondemos en los roperos, bajo el colchón.

Las paredes de nuestras ca-sas, los muros salpicados de vivencias, son los testigos de lo que llamamos intimidad; esa sombra alargada de nues-tros actos que otros ven como formas, sin detalles. Y las va-mos dejando, los viajeros, los inconstantes, los errantes, los inestables.

El nombre de la colonia de aquella casa que tanto disfruté, no lo recuerdo. Estaba a cinco minutos de Puerto Juárez. Un segundo piso con una peque-ña terraza que daba a un jardín solitario; una pequeña habita-ción, cocina y baño; ahí dor-

mía en una hamaca, rodeado de ventiladores que me man-tenían fresco. Recuerdo una tormenta tropical, recuerdo amaneceres tibios, recuerdo a una vecina-rentera que me re-galaba café, recuerdo ese breve trayecto a Isla, pasando por un ferri y el paraíso.

Colonia de Los doctores, luego la Roma, la Estación (en el Estado de Hidalgo; antigua-mente ahí había una estación del tren), la Cuauhtémoc, Via-ducto Piedad, Santa María la Rivera en la Ciudad de Méxi-co... El Centro, en Guadalaja-ra, aquella casita de segundo piso en Cancún, el Descanso en Tecate, y hasta Ensenada y sus traslados. ¿Qué sigue? Sé el nombre de la calle, y la

colonia, pero no sé cuánto dura-ré ahí, aunque se trate de una casa de mi pro-piedad.

De algo estoy seguro, la vida tiene un com-

ponente que es la movilidad. El difunto se establece de� niti-vamente. En mis viajes, que así también podemos llamarlos, he perdido dos pequeñas bibliote-cas. Ahora tengo mis libros en cajas, y la pregunta insistente: ¿podré llevarlos conmigo? Por lo pronto me acomodo en otra pequeña casa, aquí mismo, y espero que pasen los meses y me lleven a donde es extraño que se utilicen las cobijas.

¿Cómo será la existencia ahí en donde llueve torrencial-mente en el verano? ¿Cómo será entender al mar en tér-minos más tibios? ¿Aquella biblioteca será más rica que ésta o aquella? Más importan-te… ¿La violencia es palpable en esas tierras, hay que temer perder la vida por una ráfaga caliente, digamos, de plomo? Otro año, otra mudanza.

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“Sólo aquí, en Baja California,

me he mudado al menos 11 veces”

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