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OTRA TESIS MAMERTA: LA CONFIGURACIÓN DEL PENSAMIENTO
PEDAGÓGICO LATINOAMERICANO, DE ROUSSEAU A RODRÍGUEZ
JHONY ALEXÁNDER DÍAZ CASTAÑEDA
ASESOR
SERGIO ADRIÁN PALACIO TAMAYO
TRABAJO DE GRADO PRESENTADO PARA OPTAR AL TÍTULO DE
LICENCIADO EN EDUCACIÓN BÁSICA CON ÉNFASIS EN HUMANIDADES Y
LENGUA CASTELLANA
UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA SECCIONAL MEDELLÍN
FACULTAD DE EDUCACIÓN
LICENCIATURA EN EDUACIÓN BÁSICA CON ÉNFASIS EN HUMANIDADES Y
LENGUA CASTELLANA
MEDELLÍN
2015
Resumen
El presente artículo pretende brindar hipótesis o acercamientos a los orígenes de la
pedagogía latinoamericana y la educación popular teniendo como autor referente al
caraqueño y tutor de Simón Bolívar, Simón Rodríguez (1771-1854), quien
contextualizó a la realidad latinoamericana de finales del siglo XVIII y la primera
mitad del XIX algunos de los postulados del ginebrino Jean-Jacques Rousseau
(1712-1778) dedicados en su mayoría a la formación del ciudadano necesario para
la fundación de las repúblicas. Se recogen las propuestas teóricas orientadas a la
formación del individuo para la sociedad y los orígenes de los vicios de ella, ya que
son los que Rodríguez opta para dar su visión de la necesidad educativa de la región
y aquellas que reflejan la urgencia de incluir el aspecto práctico y técnico a la
educación escolar.
Palabras clave: Pedagogía, Educación, Simón Rodríguez, Jean-Jacques
Rousseau, Educación Popular, Ilustración, República, Latinoamérica.
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Siglo XVIII y XIX, cambios de paradigmas y estructuras
El siglo XVIII fue trascendental para la construcción de las humanidades y la
reorganización geopolítica en occidente. Europa batallaba procesos revolucionarios
que pretendían cambiar el orden político establecido; igualmente las colonias
americanas empezaban a respirar aires de libertad debido a la organización de
ejércitos libertarios en los diversos territorios. La ilustración y la pasión por la razón
impulsaron cambios en la conciencia de la gente, quienes susurraban ya tres
palabras significativas que marcarían los objetivos de la modernidad inicialmente en
Francia: libertad, igualdad y fraternidad. Las condiciones objetivas estaban puestas
para que la burguesía, que hizo las veces de clase progresista, impulsara un cambio
que terminó con la hegemonía del modo de producción feudal y propiciara el
establecimiento del capitalismo que le permitiría producir y comercializar libremente.
A fines del siglo XVIII existían ya en Francia todas las premisas para una
revolución burguesa. El tipo de economía capitalista, entonces progresiva,
había alcanzado un nivel considerable. Pero el régimen feudal absoluto, las
relaciones feudales de producción eran un obstáculo para la consolidación
de un nuevo modelo de producción, el capitalista. Únicamente la revolución
podía destruir este obstáculo (Manfred, 1967, p. 5).
Los pensadores europeos más influyentes de mediados del siglo XVIII, se dieron la
tarea de realizar la Encyclopédie (enciclopedia), obra que pretendía concentrar los
conocimientos adquiridos en la época, buscando abandonar la superstición y la
metafísica. Aunque prohibida por el rey Luis XV, fue publicada durante los años
1751 y 1765, promulgando la libertad de pensamiento, el surgimiento de hombres
con ideas brillantes y el debilitamiento de la hegemonía religiosa.
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En el plano educativo, los enciclopedistas poseían ideas igual de reformistas para
la escuela. La monarquía había olvidado tal necesidad, hecho que se observaba en
los altos porcentajes de analfabetismo y las precarias condiciones de los maestros,
además del dominio eclesiástico en las funciones de enseñanza. Por lo tanto,
piensan la educación como aquello que posibilita la realización del hombre, su
libertad y por ende la felicidad: “se basa en el concepto de que la sociedad
progresará hasta alcanzar la felicidad si el hombre recibe una educación
conveniente, haciéndose “ilustrado” (Moreno, 1971, p. 285).
Los pensadores más sobresalientes en el ámbito pedagógico fueron Kant (Prusia,
1724-1804) quien incluye el concepto de autonomía en la educación; Pestalozzi
(Zúrich, 1746-1827) creador de la escuela primaria; y Rousseau, naturalista y
escritor del Emilio o de la educación, libro en el cual crea un personaje (Emilio) para
por medio de este brindar su concepción pedagógica (Ginebra, 1712-1778).
La escuela debía cambiar como lo hace el modo de producción, así que necesitaban
un modelo libre de los vestigios monárquicos y feudales, donde el pueblo fuera
educado para satisfacer el desarrollo económico y el necesario aumento de la
producción, preconizando “una escuela nacional, laica, científica y natural” (Moreno,
1971, p. 285).
Estas ideas resonaron fuertemente en la revolución, resaltando principalmente
cuatro principios:
1. Todo ciudadano tiene derecho a la educación.
2. El estado debe abrir escuelas para el pueblo.
3. Moral autónoma frente a la religión.
4. La educación elemental “gratuita y laica”
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Si en Europa habían cambios, en América desde hacía poco se venían gestando
las conspiraciones revolucionarias de intelectuales y esclavos; las circunstancias
eran propicias para el levantamiento de la población liderada por algunos
personajes ilustrados permeados por el pensamiento liberal Francés y algunos
criollos interesados en expandir su comercio sin las barreras impuestas por la
corona española.
Tal movimiento intelectual europeo influyó en la creación del pensamiento
revolucionario latinoamericano y la construcción de las repúblicas que tenía como
base la teoría estadista de Montesquieu y Rousseau. Además, la declaración de los
Derechos del Hombre fortaleció el sentimiento patriótico libertario y el deseo de la
liberación del yugo español, para lo cual, aquellos intelectuales iniciaron su proceso
conspirativo.
Es un hecho que la Ilustración jugó en Europa un papel definitivo en la
formación ideológica y jurídico-política de los actores revolucionarios y
progresistas del viejo continente. Como también lo es que ejerció una
influencia importantísima sobre los pensadores y actores de la lucha
emancipadora de América. Washington, Adams y Jefferson en el norte de
América, y Simón Bolívar, Antonio Nariño, Simón Rodríguez, Andrés Bello,
Francisco Miranda, Camilo Torres, Eugenio Espejo, Hipólito Unanúe,
Bernardo O'Higgins, Pablo Vizcardo y José Artigas en el sur, constituyeron,
en la teoría y en la práctica, la Ilustración Americana que creó las condiciones
subjetivas para el movimiento emancipador y republicano de nuestro
continente. (Herrera, 2001, p. 69)
Toda esta influencia europea, le dio rigor intelectual al proceso revolucionario, antes
fraguado con intentos prácticos enfatizados en el levantamiento popular, como el de
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los Comuneros, que fueron apaciguados al satisfacer tales demandas particulares,
estas insurrecciones no eran unísonas en sus intereses y contenían pocos matices
independistas y estadistas, por lo cual no fueron exitosas.
Las características predominantes de aquel pensamiento revolucionario eran por
una parte liberación total de esclavos y por otra la construcción de un sistema de
gobierno basado en la realidad continental; en estos dos últimos aspectos, Simón
Bolívar y su tutor Simón Rodríguez eran quienes más reiteraban tales necesidades.
Por lo cual, los decretos y creaciones intelectuales de quienes seguían esta
vertiente, eran dedicados a tal clamor, donde reconocían la igualdad de derechos a
todas las personas sin distinción alguna y favorecían un sistema republicano digno
a las necesidades del territorio.
Los más auténticos pensadores y actores que constituyeron la Ilustración
Hispanoamericana lucharon con denuedo por construir un mundo nuevo
sobre fundamentos republicanos y democráticos, incluyendo la reivindicación
de todas las etnias y razas que, en un proceso de mixturación muy complejo,
venían definiendo el intrincado mestizaje de nuestra población. (Herrera,
2001, p. 70)
Es así como el ejército patriótico se nutrió con la más diversa población, teniendo
como espada sus reivindicaciones sociales y sus derechos ciudadanos. Por esto, la
independencia y su pensamiento estadista fue netamente popular, ya que priorizaba
la colonización latinoamericana de sus propios territorios, la libertad de todos los
esclavos y la igualdad ante la ley, demandas y características propias de un estado
de derecho democrático y republicano.
Si en la España revolucionaria se trataba de elevar al pueblo a depositario
de la soberanía política, en América Hispánica, después de tres siglos, se
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imponía emancipar socialmente a los oprimidos y humillados, es decir a los
negros, indios, zambos y mulatos que constituían la mayoría de la población,
sea como esclavos, como siervos o campesinos sin tierras. El contenido
social de la revolución era la condición preliminar para impulsar las
reivindicaciones nacionales contra los españoles. (Ramos, 1961, p. 146)
Rousseau, la expresión educativa para la modernidad
Juan Jacobo Rousseau fue uno de los pensadores más influyentes del Siglo XVIII,
siendo referente para quienes buscaban plantear nuevas ideas pedagógicas,
políticas o filosóficas, hasta tal punto, que su Contrato Social fue el inspirador de la
constitución estructural de la república francesa, llegando sus ideas hasta América,
donde los intelectuales de la época retomaron sus lecturas, con los libros adquiridos
por contrabando u otros medios, buscando encontrar en su discurso, la propuesta
eficaz para el Nuevo Mundo.
Él, un ginebrino autodidacta y vagabundo por pasión y obligación en otras
circunstancias, aporta de manera trascendental a la teoría educativa pensamientos
meditados en sus largos viajes, los que fueron escritos tras un golpe de confianza,
ya que no tenía la seguridad de la lucidez de sus planteamientos.
El Emilio o el Contrato Social es la proyección educativa de los
planteamientos rousseaunianos sobre la organización social, especialmente
de sus apreciaciones sobre la libertad natural y civil del ser humano y su
transformación en libertad individual. (Flores, 1999, p. 9)
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Al crear su Emilio, enriquece el marco conceptual de la pedagogía, buscando
propiciar nuevas ideas en el campo educativo. En vísperas de la Revolución
Francesa, esta postura implanta un hito en la formación, tratando de instaurar
nuevas formas en el que hacer pedagógico. Elementos basados en la naturaleza,
la libertad y la virtud son los que afloran en su ensayo, caracterizando una relación
fraterna entre el tutor y el alumno. Esta relación es mediada por la confianza, un fluir
de emociones mutuas, en las que prima el diálogo verbal y corporal, siendo cada
movimiento, caminata o conversación, una posibilidad para el aprendizaje. Por ello
determina tres dimensiones de donde se logra la educación, las que sin excluirse
entre sí, se complementan como proceso continuo en la existencia, no es lineal sino
entretejido a la existencia y la singularidad del ser.
La educación nos viene de la naturaleza, de los hombres o de las cosas. El
desenvolvimiento interno de nuestras facultades y de nuestros órganos es la
educación de la naturaleza; el uso que aprendemos a hacer de este
desenvolvimiento o desarrollo por medio de sus enseñanzas, es la educación
humana, y la adquirida por nuestra propia experiencia sobre los objetos que
nos afectan, es la educación de las cosas. (Rousseau, 1990, p.2)
Estas formas de educar son las que hacen que el ser humano obtenga las
herramientas necesarias para habitar el mundo y vivir en la sociedad. La primera no
depende de los hombres y de ninguna manera tenemos poder sobre esta, ya que
es un desarrollo y un proceso que es propio de la condición humana. Las otras dos
pueden ser influenciadas en cierta medida, pero esto no es garantía de pertinencia
ni de educación acorde a las necesidades; es allí donde Rousseau plantea la
educación como un arte, ya que “casi es imposible su logro, puesto que de nadie
depende el concurso de causas indispensables para él. Todo cuanto puede
conseguirse a fuerza de diligencia es aproximarse más o menos al propósito, pero
se necesita suerte para conseguirlo” (Rousseau, 1990, p.2).
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Por otra parte, Rousseau desenmascara las costumbres de la época, observando
en ellas depravaciones, injusticias y vanidad, causas que conllevan, según él, a la
degeneración del hombre, poniendo en riesgo su ser político; en este sentido,
relaciona con profundo sentido la educación y la política como procesos
inseparables ya que son dependientes entre sí. La escuela busca formar
ciudadanos, pero esta depende a la vez de decisiones políticas, aunque su sentido
sea con base al modelo económico.
En la filosofía de Rousseau, la relación de la educación con la política es
permanente, pues ambas se integran en la participación democrática, la cual
no podría resultar apropiada sin una cultura de la deliberación y la
dilucidación de las diferencias. Esa cultura requiere de una ética basada en
el pluralismo de los valores, el cual constituye todo lo mejor que puede
esperarse de la filosofía liberal, pero con el propósito de buscar el bien común
o el interés general a través de la soberanía democrática. (Arango, 2006, p.
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Es así como busca conocer al hombre social y preguntarse por él, ingresando con
profundidad a generar hipótesis sobre los orígenes naturales del hombre y su
ingreso a la sociedad por medio del contrato social, propiciando el retorno de la
virtud basada en la voluntad general y la razón. El pacto social es un arbitrio, un
acuerdo hecho por las personas con el fin de garantizar su conservación por medio
de la unión de sus fuerzas:
Como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, sino solamente
unir y dirigir las que existen, no tienen otro medio de conservación que el de
formar por agregación una suma de fuerzas capaz de sobrepujar la
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resistencia, de ponerlas en juego con un solo fin y de hacerlas obrar unidas
y de conformidad. (Rousseau, 1990, p. 14)
Se entiende entonces que la obra de Rousseau se centra en determinar las
relaciones de los seres humanos en la sociedad, buscando comprender su devenir
natural y su participación política en la toma de decisiones, recalcando la soberanía
popular y el ser activo que es proclive a la deliberación de los asuntos importantes
para el desarrollo de sus comunidades. Construye las bases de la costumbre
universal de la democracia, es decir, la moral que es propiciada por la razón y la
identificación de la dignidad humana, factores que en su ideario, son los que motivan
la construcción de un pacto armónico: “El Emilio no es un libro de pedagogía, sino
de filosofía moral: allí aparecen las bases antropológicas y éticas de la filosofía
política de la democracia” (Arango, 2006, p. 11)
Iván Darío Arango (2006), resume en su libro “Críticos y lectores de Rousseau”, de
una manera clara el sentido educativo del ginebrino, reconociendo nociones
fundamentales como la democracia y la dignidad humana, pero aclara también que
un proceso de análisis pedagógico de la sociedad, debe partir, obligatoriamente, de
la crítica de esta:
Se busca una educación para la democracia, para el reconocimiento de la
dignidad de los ciudadanos y del respeto que merece un hombre, por el solo
hecho de ser un agente moral. Pero para lograr tales valores, la crítica de la
sociedad se hace imprescindible, porque el hombre burgués, el hombre
moderno, no respeta los valores, pues solo está atento a sus intereses más
inmediatos. Cree que los valores se pueden reducir, en un último término, a
los intereses, o que son una máscara para promover el deseo egoísta, que
es lo único real, después de negar que exista algo elevado o superior. (P. 11)
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Así pues, en la obra de Rousseau, se destacan cinco elementos fundamentales, los
cuales representan la estructura educativa necesaria para la república democrática,
que pone por encima las leyes y el hombre deja su ser natural para pasar a ser un
ciudadano.
La naturaleza, cuyo estado se basa en la exclusión de las instituciones
sociales de la vida del hombre, en el que habita la espontaneidad.
El interés común, el cual es el motivante de la vida en sociedad, buscando
determinar los fines formativos para esto.
Educación del sujeto, que debe ser direccionada a su aprendizaje para vivir.
La virtud, aspecto que es posible con el amor a la humanidad.
La libertad, basada en las leyes y la humildad del hombre al hacer lo que
puede y lo que le place.
Simón Rodríguez, educando desde la realidad latinoamericana
El “Sócrates de Caracas”, con ese mérito reconoce Simón Bolívar la labor de su
maestro y amigo Simón Rodríguez, aquel que “enseña divirtiendo”, un hombre
moderno y cosmopolita en la colonia venezolana, un hombre que cuyo ideario no
era de su tiempo, un hombre que pensó la educación latinoamericana y popular
desde el siglo XVIII, con la esperanza de que esta fuera a ser la formadora de los
hombres que fundaran las repúblicas: “no nos alucinemos: sin Educación Popular,
no habrá verdadera Sociedad”. (Rodríguez, 1990, p. 79)
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Simón Rodríguez fue huérfano, lo que era en la época un rótulo de inferioridad, sin
embargo, esto no fue impedimento para pensar desde la juventud la realidad social
y educativa de Caracas, sintiendo desde esa temprana edad el deseo por
transformar lo relativo a la enseñanza. Lo hacen maestro de la única escuela pública
de la provincia, en la que principalmente asistían los hijos de los hacendados y luego
él se encargó de ampliarla aceptando a pardos, mulatos y niños expósitos como lo
fue él, además en este período se hace tutor de Simón Bolívar. En esta misma
época redacta Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras
letras en Caracas y medios de lograr su reforma por un nuevo establecimiento
(1794), propuesta que no fue aceptada. Por este suceso y su participación en la
Conspiración de Gual, decide exiliarse a Jamaica, lugar donde iniciará sus viajes
por Europa para retornar luego de 20 años a América.
Su vida de errante por Europa, le permite conocer y constatar los cambios que
estaban experimentando los países del antiguo mundo, cambios enraizados en una
nueva concepción del ser humano y de la política, en la cual esta última estaría ya
más cercana al pueblo y el estado cumpliría la función de defensor de los derechos
civiles, en una relación entre ciudadanos y representantes y no entre monarcas y
súbditos. Esto fue aliento propio para continuar su objetivo de ver a la América
colonizada por los americanos.
El Sócrates de Caracas fue realmente filósofo cosmopolita. Cosmopolita
geográficamente, por de pronto: Jamaica, Estados Unidos, Francia, Suiza,
Austria, Polonia, Rusia, Italia, Prusia, Inglaterra; y en América, Venezuela,
Colombia, Ecuador, Perú, Chile Bolivia. Y no de espectador curioso, sino de
conviviente en vida, lengua, magisterio, penurias, goces, acontecimientos
históricos en muchas de tales Naciones; mas de ciudadano en otras, sobre
todo y ante todo en la Gran Colombia. (García, 1990, p. 17)
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Su actitud investigativa, no permitió que su paso por tales lugares fuera efímero en
el sentido del impacto que tales naciones y hechos significativos pudieron
ocasionarle en su ser progresista. Tales elementos ideológicos europeos fueron
optados por él como recurso para propiciar nuevos diálogos con la realidad
latinoamericana; en esto fue sabio Rodríguez, ya que él estaba seguro que la
originalidad de su territorio natal exigía transformaciones iguales de originales, por
lo que él no se imperaba en importar modelos sino de crear en clave de la
necesidad, pero estas creaciones tenían ciertos antecedentes epistemológicos.
Pues bien, para Simón Rodríguez, la necesidad de desmontar el andamiaje
societal fraguado a partir de la ilustración, más que una necesidad era
indispensable si de verdad se querían edificar nuevas sociedades, ya que el
modelo de civilización occidental, (el capitalismo), heredado de la cultura
ilustrada u occidental, conduciría a nuestros países al triste rol de imitadores
y no de creadores. (Pineda, 2009, p. 13)
Es así como Rodríguez construyó idearios contemporáneos en la modernidad,
precursor de la educación popular y reformador del pensamiento colonial, construyó
las reflexiones acerca de la necesidad de una educación abierta y universal, además
de la importancia de esta para las nacientes repúblicas.
El Maestro del Libertador fue defensor de la educación pública con igualdad
para todos los ciudadanos. En su pensamiento se manifiestan las ideas
educativas de los filósofos de la Ilustración, y en especial del pensador J.J.
Rousseau. Según sus ideas, la educación en Hispanoamérica tiene como
objetivo formar a las nuevas generaciones que van a fundar los nuevos
estados nacionales, con las ideas democrático-republicanas. Según sus
conceptos, con la Revolución de Independencia, las nuevas repúblicas
fueron establecidas, pero no fundadas. Siempre fue partidario de una
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educación práctica, para enseñarle oficios a los educandos. (Ocampo, 2007,
p. 88)
De Rousseau nutrió su pensamiento, ideas que opta con clamor y esperanza en la
constitución de la escuela americana, sin embargo, y como se ha mencionado
antes, no fue inocente al querer imponer una propuesta europea, al contrario,
planteó cuestionamientos enraizados en el estudio de la realidad:
Para él, la educación era una actividad eminentemente social. Concebía la
educación como una educación pública, popular y republicana. Orientada a
la formación de ciudadanos, de ciudadanía. Que no fuera excluyente, por lo
que debería implementarse a través de una metodología de observación-
reflexión meditación, debería basarse en la experimentación, antes que en el
sistema memorístico, el cual caracterizaba la educación venezolana, y
americana, de entonces. (Pineda, 2009, p. 4)
Al regresar a América, funda una primera institución de artes y oficios en Bogotá,
la cual es cerrada por problemas económicos, esta concepción educativa es
propicia para un período poscolonial, en el cual, el pueblo debía aprender técnicas
que le permitiesen desarrollar sistemas productivos para subsistir en la república y
aportar así a su consolidación económica. Al poco tiempo se reencuentra con
Bolívar en un emotivo episodio en el cual El Libertador le encarga la tarea de
construir y dirigir el proyecto educativo de la naciente Bolivia, proyecto que finaliza
por inconvenientes con el mariscal Sucre. A partir de tal momento, Rodríguez queda
a la deriva y comienza su peregrinación por los Andes suramericanos, estableciendo
nuevos centros prácticos en los que enseña además la producción de velas: “fundó
una escuela de barrio que era a la vez fábrica de velas de cebo y expendio de
menudas mercancías. En la puerta de la escuela-tienda puso un letrero: “Luces y
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virtudes americanas, esto es, velas de cebo, paciencia, jabón, resignación, cola
fuerte, amor al trabajo”. (Ocampo, 2007, p. 87)
Muere en 1854 luego de pasar penurias e intentos fallidos en sus proyectos
educativos, sin embargo dejó un legado autóctono y libertario que enriquece las
perspectivas educativas en Latinoamérica. Este pudo ser mayor si el incendio
sucedido en Guayaquil en 1896 no hubiera destruido buena parte de sus obras.
Simón Rodríguez fue uno de nuestros hombres de fin de siglo que acogió
con mayor calor y entusiasmo esas semillas que lanzaba a los vientos el
descontento y sentimental Juan Jacobo. Su designación para maestro del
joven Simón Bolívar le proporcionaba una magnífica oportunidad para poner
en práctica los métodos preconizados por el ginebrino en el Emilio. Muchas
de las ideas de este libro admirable y contradictorio a la vez, quedaron
flotando en la mente del discípulo. (Rojas, 1976, p. 23)
Es así como Simón Rodríguez crea el pensamiento educativo latinoamericano
necesario para fundar las repúblicas, pensamiento garante de la originalidad de los
pueblos pero basado en los nuevos paradigmas europeos que se establecieron
antes y después de la Revolución Francesa. Es necesario retomar este autor para
conocer los orígenes de la educación popular teorizada por Paulo Freire, propuesta
que emerge en la necesidad de quebrantar hegemonías y de liberar los pueblos,
pero fundándolos desde la contextualización: “en la América del Sur las Repúblicas
están Establecidas pero no Fundadas” (Rodríguez, 1990, p. 6)
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Educación para la virtud y las costumbres, construcción de la voluntad
general
“Todo está bien al salir de las manos del autor de todas las cosas, todo degenera
entre las manos del hombre” (Rousseau, p. 37), esta frase de Rousseau, tan
difundida entre las personas a tal punto de convertirse en lugar común, refleja el
principio de la virtud del ser humano, en el cual, se culpabiliza a los vicios de la
sociedad en crear los males del mundo. En el Emilio, él pide el retorno a la
naturalidad, por lo tanto, las instituciones sociales no deben privarle al hombre su
educación primitiva. Se podría asumir la naturalidad como las percepciones
poseídas sobre algo antes de mutar en el campo social con los vicios que esto
posee, un estado natural donde habita el equilibrio entre las necesidades básicas y
los deseos más simples (Arango, 2006). Precisamente Rousseau prevenía a Emilio
de la interacción con los otros, evitaba incluirlo tempranamente en el campo social,
quería que tuviera una buena opinión de las personas.
Yo quisiera que fuera tan escogida la sociedad de un adolescente, que
tuviese buena opinión de los que viven con él y que le enseñáramos a
conocer tan bien el mundo que le soliviantara todo lo que viese injusto. Que
sepa que el hombre es naturalmente bueno, que lo sienta y juzgue de su
prójimo por sí mismo pero que vea cómo deprava y pervierte a los hombres,
que encuentre en los prejuicios de ellos la fuente de todo sus vicios, que se
sienta movido a estimar a cada individuo, pero que desprecie a la
muchedumbre; que vea que todos llevan casi la misma careta, pero que sepa
que hay otros rostros más bellos que la careta que los cubre. (Rousseau,
1990, p. 204)
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Es necesario aclarar que para Rousseau el estado natural no es salvajismo ni
barbarie, sino que es netamente pre-social, es decir, hace presencia en el sujeto
cuando este aún no está en la sociedad o no ha sido permeado por las instituciones,
en sí es la espontaneidad la facultad predominante.
Deja entrever su esperanza hacia el ser humano, motivada por su análisis de la
sociedad, la cual degeneraba el espíritu. Por ello reclama la naturaleza, la reivindica
por ser el aspecto constitutivo de las relaciones y los cambios venideros. Le pide a
su Emilio que ame las individualidades, aprenda de ellas, pero lo alerta de los
peligros que contrae una multitud afanada por su vanidad. Este reconocimiento
individual apunta al establecimiento de relaciones fraternas en la comunidad, es
decir, la constitución de encuentros en los que las costumbres caracterizan el
desarrollo de las sociedades.
A pesar de estar la comunidad inmersa en la república o ser la república compuesta
por cierto número de comunidades, los fines educativos se contraponen
precisamente por sus rasgos diferenciales. La república es un sistema de gobierno
regido por leyes promulgadas por representantes del pueblo, por ende, es una idea.
Esto la vuelve frágil y manipulable, dejando en entredicho su esencia que es el
poder popular, siendo una estructura organizativa dependiente del modo de
producción imperante, tendiente al despotismo e injusticia. La educación está
sedimentada sobre principios alienantes proclive a la enajenación, desencadenando
la sumisión de la soberanía popular a una minoría gobernante, la cual olvida el
carácter general de la voluntad.
Afirmo, pues, que no siendo la soberanía sino el ejercicio de la voluntad
general, no puede enajenarse nunca, y el soberano, que no es sino un ser
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colectivo, no puede ser representado más que por sí mismo: el poder puede
ser transmitido pero no la voluntad. (Rousseau, 1990, p. 25)
Por ello, educar al pueblo es una tarea apremiante, más en los tiempos de fundación
de las repúblicas, Simón Rodríguez lo sabía y esta era su principal preocupación.
Aspiraba formar al pueblo en los valores necesarios para ser los creadores de su
propio destino, ciudadanos que se gobiernen así mismos, partiendo de la
individualidad a un plano colectivo. Su planteamiento se puede equiparar con la
metáfora de que el pueblo es un niño, y como posee esta característica es necesario
educarlo para que no permita usurpadores de su soberanía, valiendo sus derechos
y evitando la tiranía.
¡Pueblo soberano!... Está muy bien
¡Yo lo represento!... ¿Cómo?
¡Yo lo defiendo!... ¿Con que?
¿Dónde está el Soberano?
¿En las calles retozando mientras niño?
¿Disipando todo el tiempo de su juventud en placeres?
¿Calculando incertidumbres en su virilidad?
¿Viviendo de una escasa renta, o llorando su miseria cuando viejo?...
Este Soberano, ni aprendió a mandar, ni manda… Y el que manda a su
nombre lo gobierna… Lo domina… Lo esclaviza… Y lo inmola a sus
caprichos cuando es menester.
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Redúcese, pues, la idea de la Soberanía de un pueblo ignorante y pobre, a
la que cada uno tiene de sí mismo, por miserable que sea su condición.
(Rodríguez, 1990, p. 33)
Al ser la comunidad un grupo de personas unidas por ciertas características, el ideal
formativo es mucho más concreto, ya que de por sí, al estar el sujeto identificado
con esta, se involucra de tal manera que le previene los males, una cordura que
parte más desde la emoción y no desde el exterior como lo plantea el estado
constitucional. La educación para la comunidad posibilita mucho más el
planteamiento democrático: “todo ciudadano es considerado un gobernante en
potencia” (Weill E, 1956, p. 203, citado por Flores, C., 1999, p. 14) porque supone
todo un esfuerzo estatal y social por satisfacer las necesidades educativas de las
personas, preponderando la pertinencia y la virtud en ella. Un esfuerzo
mancomunado al lado de la familia, la religión y los medios de comunicación, ya que
son estos quienes difunden las ideologías y centran gran parte el poder formativo.
De la combinación de sentimientos forma cada hombre su conciencia, y por
ella regla su conducta. En sociedad cada individuo debe considerarse como
un sentimiento, y han de combinarse los sentimientos para hacer una
conciencia social (Rodríguez, 1990, p. 34)
La voluntad del pueblo es pues la sumatoria de las voluntades de cada individuo,
una comunidad libre y soberana es aquella en las que estas son conjugadas y
orientadas al porvenir común, por ello, la educación debe estar orientada a tal
interés. Además, la comunidad y su pacto social tienen un fin que parte de la
sobrevivencia, ya que el hombre es inminentemente sociable y no le es posible la
producción sin la relación con los otros:
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Es la debilidad del hombre la que lo vuelve sociable: son nuestras miserias
comunes las que llevan nuestros corazones hacia la humanidad. Todo apego
es un signo de insuficiencia: si cada uno de nosotros no tuviéramos ninguna
necesidad de los demás, apenas pensaríamos en unirnos a ellos. (Arango,
2006, p. 5)
Así como las necesidades nos vuelven sociables, para Rousseau son necesarias
las instituciones que nos desnaturalicen para entrar en tal estado. En este aspecto
se refiere a la naturalidad como el principio egoísta del hombre, en el que vive en
función de sí y se ocupa de satisfacer sus necesidades más inmediatas. La
educación para el bien común es percibir como necesaria la comunidad, defenderla
y entregarse para formar parte de tal unidad. Para Simón Rodríguez, este aspecto
está sedimentado sobre las costumbres creadas por la educación, pero orientada al
establecimiento de las relaciones mutuas, en las que prima el ser colectivo y público
y una autoridad basada en dicha voluntad, coincidiendo con Rousseau en esta
necesidad.
En el Sistema republicano las Costumbres que forma una Educación Social
Producen una autoridad pública no una autoridad personal, una autoridad
sostenida por la voluntad de todos, no la Voluntad de uno solo, convertida
en Autoridad o de otro modo, la autoridad se forma en la educación porque
educar es crear voluntades. Se desarrolla en las costumbres que son
efectos necesarios de la educación y vuelve a la educación por las
tendencias de los efectos a reproducir la AUTORIDAD. Es una circulación de
la autoridad en el Cuerpo Social como es la circulación de la Sangre en el
Cuerpo Animal. No habrá jamás verdadera Sociedad, sin Educación ni
autoridad Razonable, sin costumbres Liberales. (Rodríguez, 1990, p. 123)
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En este sentido, Rousseau pretende ingresar al individuo a la sociedad, pero esto
se hace abandonando los sentimientos egoístas, por ello ejemplariza con las
historias espartanas y romanas de lealtad a su pueblo, en el que estos personajes
dan cuenta de lo que es ser un sujeto social: con corazón limpio preponderan los
intereses comunes a los individuales con la advertencia de la dejación y el
encerramiento de pequeños grupos, que sienten como valeroso a aquel que está
próximo, mientras que a aquellos extranjeros son tratados con inicua tolerancia,
apartándose de lo grande por su intimidad y unidad.
La crítica a su realidad es centrada en los aspectos vanidosos que no les permite
ver la voluntad general ni la virtud propia de los ciudadanos. Observa las iniquidades
del clero y la monarquía, de los burgueses y del pueblo, creando una atmosfera
para argumentar el porqué del método individual de Emilio, es decir, pretende
formarlo primero a él, ablandarle su corazón, para ingresar a la sociedad con
capacidad de abstraerse de tales vicios.
Por su parte Simón Rodríguez, le asigna tal responsabilidad a la escuela, siendo la
encargada de formar los corazones de los hombres para integrar la voluntad
general, esta debe ser universal, es decir, para todos. Aquí constituye la educación
popular, una propuesta incluyente en la cual no hay distinciones económicas ni
sociales:
(…) Quién hará que las voluntades se pongan de acuerdo?
¿Será aquel sentimiento del deber, que coarta las facultades del poder?...
Este sentimiento nace del conocimiento que cada uno tiene de sus
verdaderos intereses; y para adquirir este conocimiento debe haber Escuela
en las Repúblicas… y Escuela para todos, porque todos son ciudadanos.
(Rodríguez, 1990, p. 34)
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La importancia para Rodríguez de la educación consiste en que ella evita la
ignorancia, forma porque “la ignorancia es la causa de todos los males que el
hombre se hace, y hace a otros” (Rodríguez, 1990, p. 33), por lo cual, la instrucción
es equivalente a las costumbres propicias para la república. Sin embargo, este
proceso debe ser encaminado también a la creación de criterios en los sujetos, con
el fin de que asuma miradas críticas de su realidad; la escuela no debe limitarse a
la instrucción, trascender tal aspecto debe ser su búsqueda constante ya que es la
encargada de la formación de los ciudadanos.
No esperen de los Colegios lo que no pueden dar... están haciendo
Letrados... no esperen Ciudadanos. Persuádanse que, con sus libros y sus
compases bajo el brazo, saldrán los estudiantes a recibir, con vivas, a
cualquiera que crean dispuesto a darles los empleos en que hayan puesto
los ojos… ellos o sus padres. (P. 34)
Rousseau procura introducirse en la profundidad de la constitución humana,
desenmascarar al hombre para darle elementos suficientes para construirse en el
plano virtuoso, lo cual para él es saber vencer los afectos, seguir la razón y la
conciencia, cumplir con el deber y no apartarse de él. Por ello enseña a Emilio la
templanza y la sensibilidad hacia el mundo, a poseer también criterios propios de
este, obtenidos por medio de la experimentación y el contacto directo con la
realidad.
La virtud trasciende la palabra, sin el gesto o la acción que manifiesta la voz, sería
un vocativo sin sentido, el vacío de un discurso. No es predicable, es más bien
aprehendido desde el mismo momento en que es observada por un referente
identitario, por ello los niños y jóvenes son reflejos de sus padres o sociedad.
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Rousseau le impide a Emilio dar limosna a los pobres porque este no sabe el valor
de lo que da, pero procura que esté siempre presente cuando el tutor la brinda,
esperando que él también tome tal hábito por parecerle bueno, además, lo anima a
regalar cosas que si le son valiosas como sus juguetes.
Maestros, dejad estas puerilidades, sed virtuosos y buenos y procurad que
vuestros ejemplos queden grabados en la memoria de los alumnos, hasta
que puedan penetrar profundamente en su tierno corazón. En lugar de
exigirle a mi alumno obras de caridad, prefiero hacerlas yo en su presencia,
y aún trataré de evitar que me imite, debido a que no es conveniente a su
corta edad, ya que es importante que no considere las obligaciones de los
hombres como costumbres de los niños. (Rousseau, 1990, p. 59)
Al no poseer otros recursos de realidad, los niños se ciñen a los imaginarios
existentes como patrones determinantes, reproduciendo las injusticias o violencias
culturales. Rousseau manifiesta una querencia por la imitación en este sentido: “el
ejercicio de las virtudes sociales planta en el interior de los corazones el amor de la
humanidad, y haciendo el bien nos hacemos buenos” (p. 372). Teniendo en cuenta
que el proceso educativo es la acción formativa que ejerce una generación sobre
otra más joven, procurando generar personas con las condiciones necesarias para
la vida en sociedad, este hacer no siempre va ligado a lo positivo por las
depravaciones de los seres humanos. La repetición sin conciencia de la virtud es un
primer paso para la práctica autónoma de esta, ya que el niño observa que es un
hecho necesario para su vida en relación con los otros.
Sé que las virtudes por imitación son como las de los monos, y que ninguna
buena acción es moralmente buena sino cuando se hace como tal y no
porque otros la hagan. Pero es necesario procurar que los niños imiten los
actos cuyo hábito queremos que adquieran, puesto que a su edad todavía no
siente nada su corazón, y mientras va llegando el tiempo del discernimiento,
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pueden realizarlos por amor al bien. Sabemos que el hombre es un ser que
imita a los demás, lo mismo que los animales. La propensión a imitar sale de
la naturaleza bien ordenada, pero en la sociedad degenera en vicio. (p. 59)
Detrás del sujeto político se encuentra el sujeto moral, un sujeto que con sus
prácticas cotidianas va moldeando sus relaciones interpersonales, diálogo
intrínseco ya que la misma palabra política tiene en su origen la ética. La pregunta
sobre la relación con el otro y lo otro es fundamental en una educación para la virtud,
porque cuestiona lo cotidiano en busca de reconocer factores opresivos hacia lo
que rodea. La práctica de la virtud contrae el deber de ser oyente y portador, si
hablamos de sujeto político hacemos referencia a un ser consciente, en estado de
alerta y reflexivo de la realidad, denunciante y visibilizador de lo invisible y voz de
los que no tienen voz.
Debéis ocupar a vuestro alumno en todas las obras buenas que estén a su
alcance, que siempre se interese por los desvalidos, que no les ayude sólo
con su dinero, sino también con su solicitud, que los sirva, ampare y les
consagre su persona y su tiempo; que se convierta en su agente de negocios,
puesto que no hay más noble empleo. Muchos oprimidos que nunca hubieran
sido escuchados, alcanzarán justicia cuando la solicite por ellos con la
entereza que infunde la práctica de la virtud. (p. 372)
Pero entonces, ¿cuál es la causa de las depravaciones sociales?, Rousseau asume
que la vanidad es lo que afecta las relaciones, ya que esta es la que genera la
avaricia y las envidias, la que obliga a portar las máscaras haciendo perder la
esencia de la existencia, constituyendo la materialidad como lo fundamental y
olvidando el espíritu: “si algo sorprende al lector actual del Emilio de Rousseau, es
la penetración de sus observaciones sobre la vanidad, la cual constituye, según él,
25
la pasión que opone los mayores obstáculos al crecimiento moral del hombre
moderno” (Arango, 2006, p. 9).
La vanidad es, como la llama Rousseau “el veneno de la opinión”, es prevalecer las
percepciones que poseen otros sobre uno mismo, por ello las personas se
esfuerzan llegando al punto de excentricidades inútiles, olvidando el ser pero
privilegiando el tener. Es por esto que analiza a las personas desde esta
característica, para así comprender las raíces y el cómo debe inculcarle a Emilio la
virtud.
Para formar a Emilio en la virtud –aquella que está en la base de una
sociedad democrática-, la cual consiste en el respeto a la igualdad y en la
indignación ante la discriminación, es necesario para Rousseau conocer con
detalle el funcionamiento de la vanidad, que es lo que ocasiona mayores
daños cuando se trata de la formación moral. (Arango, 2006, p. 10)
Rodríguez distingue el egoísmo como aquella condición en la que el hombre es solo
para sí, complementando las raíces de los vicios de Rousseau ya que este
individualismo apremia el rechazo a la voluntad general. Estas son ideas de niño,
por ello debe ser educado, precisamente la educación es una relación social en la
cual su objetivo es la conformación de identidades culturales. Centra también el
origen de los males en el orden y la conveniencia:
ORDEN Y CONVENIENCIA, La mala inteligencia de estas 2 palabras es la
causa de todos nuestros desaciertos; aun cuando, separados de nuestros
semejantes, imitamos nuestras relaciones, a las que debemos establecer con
las cosas, que nos alimentan y nos abrigan. Todo lo que nos agrada, nos
parece estar en el Orden, y en todo lo que se presta a nuestros deseos,
vemos una Conveniencia, —Este sentimiento, hijo del amor propio y de la
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tendencia al bienestar [o amor de sí mismo] es lo que llamamos Egoísmo—
Yo solo soy y solo para mí son ideas del niño. (Rodríguez, 1990, p. 98)
Este individualismo que parte de la opinión ajena, es proclive a los libertinajes
propios de quienes privilegian el afán personal al colectivo: “el hombre del mundo
está todo entero en su máscara. Como casi nunca está en él, es siempre ajeno y se
siente a disgusto cuando se ve forzado a replegarse a su interior. Lo que es no es
nada, lo que parece es todo para él” (Rousseau, 1990, p. 205)
Este es el germen de la maldad, el no reconocer la voluntad general en pro de
satisfacer los caprichos propios. El ser humano, al aceptar entrar en una sociedad,
inmediatamente ingresa también al pacto común, que no es más que convivir en
pos de la armonía colectiva y la dignificación del género humano por medio de la
participación activa en las decisiones políticas. Pero al decaer esto, los vicios
perjudican al conglomerado, priorizando lo que tiene precio por lo que tiene valor;
como lo afirma Iván Darío Arango (2006): “La sociedad moderna reduce y simplifica
la vida moral porque cambia las cosas que tienen valor por las cosas que tienen
precio, y porque coloca más alto los medios que los fines” (p. 10)
Esta forma de obrar que satisface el interés personal, es la que priva a la sociedad
de un desarrollo justo y libre de los ciudadanos, un actuar que es natural, pero que
es menester desnaturalizar para la formación del ciudadano que ingresa al colectivo,
no es ordenar todo para sí sino para todos, no es estar en el centro, es acercarse a
la circunferencia (Rousseau, 1990, p. 210)
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Educación práctica y técnica, el conocimiento pasa por los sentidos
La educación sería entonces el proceso que sucede en la vida, en el cual unas
personas buscan propiciarles herramientas a otras más jóvenes que les sirvan en
su existencia para la resolución de los problemas, no ejercitarlos para sentirlos
(Rousseau, 1990, p. 46) ya que vivir es mucho más que respirar, es obrar (p. 47).
Al afirmar tal proposición, trasciende el concepto porque hace cambio de sentido,
ya no como el espacio en el que el muchacho aprende elementos sobre áreas de
estudio determinadas sino donde la curiosidad cobra vida para llegar
autónomamente a las preguntas y sus respuestas, “a las plantas se les forma
mediante el cultivo y a los hombres mediante la educación” (p. 38).
Se sueña en conservar al niño, pero eso no es suficiente; debieran enseñarle
a conservarse cuando sea hombre, a soportar los golpes de la desgracia, a
arrastrar la opulencia y la miseria, a vivir, si es necesario, en los hielos de
Islandia o en las ardientes rocas de Malta. Inútil es tomar precauciones para
que no muera, pues al fin tiene que morir, y aunque no sea su muerte un
resultado de vuestros cuidados, aun serán éstos mal entendidos. (Rousseau,
p. 320).
Es así como se entrevé los intereses educativos de Rousseau, vanguardista en tal
campo, porque no lo reduce al contenido, sino al contrario, amplía de tal forma el
concepto que introduce nuevas perspectivas en el hacer, con base a su edad y sus
intereses, los cuales en los niños es curiosear, experimentar y divertirse. Tampoco
la centraba en la institución escolar, sino que la espontaneidad era imprescindible,
donde el tutor o maestro es quien facilita todos los aspectos que el niño necesita,
en pocas palabras, él organiza todo un “modelo universal ya que le interesa es
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enseñar el arte de vivir” (Rojas, 2010, p. 127), es decir, “enseñar lo útil para el niño”
(Rousseau, 1990, p. 160)
Se trata menos de impedir morir que de hacerle vivir. Vivir no consiste en
respirar, sino saber hacer uso de nuestros órganos, de nuestros sentidos, de
nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que dan el
sentimiento de nuestra existencia. El hombre que más ha vivido no es el que
tiene más años, sino el que más aprovechó la vida. Uno que murió al nacer
se le enterró a los cien años; mejor le hubiera sido morir en su *juventud si
por lo menos hubiera vivido hasta este tiempo. (p. 160)
El naturalismo es la posibilidad de formar al hombre, como ya se había reseñado,
por medio del contacto con el mundo, en plena interacción con los sentidos y la
experimentación, “es la pedagogía de la igualdad, de la libertad, de los derechos
naturales, de la bondad humana. Es la educación de las leyes de la espontaneidad
del niño” (Acevedo, 1984, p. 97).
En los inicios de la vida, cuando la imaginación y la memoria aún son
inactivas, el niño sólo está atento a cuanto afecta a sus sentidos; las
sensaciones, siendo los primeros materiales de sus conocimientos, se le
deben ofrecer de un modo conveniente, o sea preparar su memoria para que
un día las ofrezca en el mismo orden a su entendimiento, pero como sólo
atiende a sus sensaciones, es suficiente mostrarle primeramente con
distinción la conexión de estas mismas sensaciones con los objetos que las
causan. (Rousseau, 1990, p. 105)
Simón Rodríguez se refiere a este aspecto en el sentido que los conocimientos
adquiridos en la escuela deben perdurar porque fueron adquiridos de tal forma que
propiciaron un encuentro con el sentido y la necesidad de estos, de lo contrario, son
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débiles y proclives al olvido. En este caso, es lo mismo no enseñar que hacerlo, ya
que sería inútil tal esfuerzo si el estudiante no lo interioriza, lo metaforiza con un
edificio mal cimentado ya que son frágiles porque no poseen la base firme de la
pertinencia:
No es propiedad de lo que se aprende en la Escuela el olvidarse: lo será de
lo que se aprende mal; así como se desploma y arruina luego el edificio mal
cimentado. Dígase que fue superficial la enseñanza y no que fue inútil”
(Rodríguez, 2004, p. 9)
Los sentidos eran importantes tanto para Rousseau como para Rodríguez porque
son los encargados de ser el puente entre la razón y el mundo; tocar, oler, saborear,
oír y ver lo que el mundo tiene para ofrecer; aprender a través de los errores, las
causas y efectos que generan las actitudes y experimentaciones son las
condiciones básicas para el establecimiento del criterio; la vivencia permite la
apropiación del mundo para ver la realidad y no las imitaciones creadas por otros.
Se entiende regularmente que los libros de meditaciones, o discursos
espirituales, son los que necesita un niño en la Escuela, y sin otro examen
se procede a ponerlos en sus manos. Santos fines sin duda se proponen en
esto: pero no es éste sólo el asunto que se trata en el mundo. Es necesario
saber leer en todos sentidos y dar a cada expresión su propio valor. Un niño
que aprende a leer sólo en diálogo no sabrá más que preguntar o referir si
sólo usa de un sentido historial. Lo mismo digo del escribir y de todo lo demás
que toca a la enseñanza. El vicio o limitación que toma en su principio, con
dificultad se enmienda y siempre es conocido el reparo. (Rodríguez, 2004, p.
14)
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El aprendizaje por medio de las guías y libros escolares coarta el descubrimiento de
los significados del mundo solamente posibles con su lectura, Rousseau lo pone de
manifiesto al querer brindarle al Emilio todas las alternativas que le hicieran posible
su propio aprendizaje, él disponía los momentos y los objetos y ya su pupilo se
encargaba de encontrar los aspectos representativos que le permitieran hacer uso
o experimentarlos. Rodríguez en Suramérica brindaba tales recursos en los talleres
técnicos, los cuales eran los centros educativos para formar a quienes tenían en sus
manos la fundación de las repúblicas. Sabía que era necesaria la producción para
satisfacer las necesidades de la población, lo cual ya no era obligación ni deber de
los esclavos ya que Bolívar procuraba su libertad, por ende esta labor ya es función
de todo aquel que pueda prestar tales servicios.
Propone una educación en cuatro planos: social, corporal, técnica y científica, como
lo muestra la imagen 1:
Imagen 1. Planos de la educación
Nota: Imagen extraída de Rodríguez, 2004, p. 63
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La educación social es la encargada de generar las relaciones encaminadas a
orientar las voluntades en pro del unísono interés del progreso colectivo; la corporal
porque el cuerpo es el instrumento con el cual se percibe el mundo y la herramienta
de producción y trabajo, por lo cual debe ser fuerte; la técnica es la urgencia del
siglo XIX ya que es la encargada de generar la prosperidad a las naciones
libertadas; y la científica para desarrollar tales técnicas y llenar de luces la república.
Así pues, estos dos autores privilegian la vivencia y el explorar la vida, en esto
consiste la forma como se debe ser educado, una preparación para afrontar las
situaciones de la vida, asumir los riesgos y disfrutar de estos: una formación para la
resolución de problemas cotidianos y el desarrollo productivo de la sociedad con
base en la instrucción técnica. Para esto no se necesita memorizar preceptos ni
transcribir las teorías de un tablero, es abrir el mundo a un sinfín de posibilidades
ya que este es el mejor recurso de aprendizaje. El mejor educado es quien ha sido
privilegiado con el encanto de la naturaleza como instrumento educativo, aquel en
condiciones de “sobrellevar los bienes y los males de esta vida”, porque “la
verdadera educación consiste menos en preceptos que en ejercicios” (Rousseau,
p. 139).
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