Olveira, Ruben - Crónicas Barcelonesas

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 1  Crónicas  b a rc e l o n e s a s Rubén Olveira

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Transcript of Olveira, Ruben - Crónicas Barcelonesas

  • 1Crnicasbarcelonesas

    Rubn Olveira

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  • 3Crnicas barcelonesas

  • 4Rubn Olveira Oya naci enMontevideo, en 1946, y desde 1974 estradicado, junto a su familia, enBarcelona.

    En el ao 1965 public Los pies fros(ediciones Luna Azul, Montevideo).

    Una adaptacin de su cuento Divisibilidadde las margaritas ha sido incluido en unlibro de texto de comprensin delidioma espaol para alumnos desecundaria, publicado por la prestigiosaeditorial Mc Graw-Hill.

    Sus primeros relatos y crnicas deBarcelona fueron publicados en el diarioLa Unin, de Buenos Aires (el peridicoms antiguo de la Argentina) y en elsuplemento literario Lecturas, de LaRepblica, de Montevideo. Adems, estosrelatos se difundieron por radio en Elprograma sin nombre, de radio L, de Lomasde Zamora, Buenos Aires, conducido porCarlos Parodz Mrquez.

    Las Crnicas barcelonesas que estn eneste volumen fueron escritas en sutotalidad para las revistas bisemanales ToJorge y To Taba, suplementos del diarioLa Repblica, de Montevideo, entre agostode 2002 y mayo de 2006.

    Actualmente, las Crnicas barcelonesasse publican mensualmente en la revista100 % Inters Pblico, de Punta del Este,Uruguay.

    e-mail: [email protected]

  • 5Rubn Olveira

    Crnicas barcelonesas

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  • 7DISCRECIN

    Siempre que echo la vista hacia mi lejana infancia, nopuedo dejar de evocar los encuentros de mi abuelo con susamigos en las tardes mansas de verano. El recuerdo del com-portamiento de aquellos veteranos al abordar los temas me lla-

    ma cada vez ms la atencin. A diferencia de lo que pasa hoyen cualquier conversacin, aquellos paisanos nunca se acalora-ban al discutir sus asuntos. Sus opiniones, muchas veces con-

    trapuestas, se debatan con un cambio cordial de pareceres, sinque jams se interrumpieran los unos a los otros. Y eso que enaquellas tertulias salan a relucir infinidad de temas, alguno de

    ellos bastante peliagudos.Tampoco les o, en ningn momento, proferir exabruptos.

    Si alguna vez, el tenor de la conversacin requera de alguna

    palabra malsonante, se las ingeniaban para omitirla o disfrazar-la con trminos inofensivos.

    Muchas veces, los relatos se tornaban extraos y miste-

    riosos, llenos de aparecidos, de luces malas y de otros asuntosde temer. Pero por raros o poco crebles que hubieran podidoparecer estas cuestiones, ninguno de ellos se atrevi nunca a

    desmentirlas. En las palabras de los hombres de entonces, siem-pre pretenda flotar el aliento de la verdad. Los testimonios so-bre acontecimientos, fueran falsos o verdaderos, que no com-

  • 8prometan la honestidad de nadie, eran aceptados sin rechistar,

    aunque despus cada uno pensara lo que quisiese. En cambio,los comentarios malignos, vertidos sin necesidad, aunque fue-ran ciertos, eran considerados execrables en boca de un paisa-

    no. Un varn indiscreto estaba peor visto que la ms chismosade las hembras. Los lenguaraces acababan siendo repudiadospor la totalidad del grupo e, irremediablemente, expulsados del

    mismo.Sin duda, ninguno de aquellos veteranos que conversa-

    ban bajo la higuera era un santo. Ni pretenda serlo. Tampoco

    los recuerdo como a seres hipcritas. Su experiencia de aos noles hubiera permitido asombrarse demasiado ante ningn des-propsito del gnero humano. Sin embargo, estoy seguro de

    que cualquiera de ellos se hubiera horrorizado ante los delezna-bles comentarios vertidos en las tertulias que pueblan de basurala programacin televisiva de la Espaa de estos tiempos.

  • 9BOTIJAS Y BOTIJOS

    Recrendonos con el significado de algunas palabras queen Espaa expresan diferentes conceptos que en Uruguay, di-gamos que la falda es la pollera, y que la pollera no es ninguna

    prenda de vestir femenina sino la mujer que vende pollos en elmercado. El saco del traje es la americana. Un refuerzo de fiam-bre o de lo que sea es un bocadillo. El mvil no es slo el del

    crimen, es tambin un telfono celular. Las bombachas son bra-gas. Los ladrones no son chorros, sino chorizos. El asado detira, el churrasco. Una botija no es, como en Uruguay, una nia

    y tambin un recipiente. En Espaa tan slo es un recipiente.Viene a mi memoria un hecho de cuando mi familia y yo

    nos instalamos en Espaa. Por aquel entonces, mi hermana ce-

    lebr el cumpleaos de una de sus hijas e invit a los vecinitosdel edificio a la reunin infantil. Algunos nios acudieron encompaa de sus madres. Tambin asisti a la fiesta una vecina

    mayor sin hijos. Esta seora, cuando mi hermana sala a hacerla compra, acostumbraba a quedarse con mis sobrinas. Tam-bin estaba presente en la velada la suegra de mi hermana, que

    pocos das antes haba llegado a Barcelona procedente de Mon-tevideo. Los prvulos comieron, bebieron y se divirtieron. Alfinalizar la tarde, las madres con sus hijos empezaron a retirarse.

    La seora que haba venido sola tambin comenz a despedir-

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    se, y justo en el momento en que se marchaba, la suegra de mi

    hermana, que no haba reparado en que la vecina se haba pre-sentado sin ningn chaval, le pregunt dnde estaba el botijaque haba trado con ella. La mujer la mir con asombro y le

    contest un tanto disgustada que ella no haba trado ningnbotijo, y que le pareca algo muy raro que una persona asistieraa una fiesta infantil portando un objeto de esa especie. Como

    todos los que estbamos all no atinamos a otra cosa que aecharnos a rer a mandbula suelta, la seora se march muyenfadada, creyendo que nos estbamos burlando de ella. To-

    dos sabemos que un botijo es un recipiente muy asptico, queposee una protuberancia con un agujero en la punta para beberde l sin posar los labios, lo mismo que si lo hiciramos de una

    bota de vino.Supongo que aquella mujer jams se debe de haber en-

    terado que, aparte de un recipiente, un botija en Uruguay es

    un nio, o un adolescente, ni de lo que la uruguaya recin llega-da haba querido expresarle. Infiero tambin que su enojo debede haber sido de campeonato porque tard mucho tiempo en

    de dejarse caer otra vez por lo de mi hermana.

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    DESAYUNO, ALMUERZO Y COMIDA

    Llegu a Barcelona en 1974. En el puerto me esperabami amigo Pepe Castell, un cataln que haba vivido muchosaos en Montevideo, y que, ni bien me vio, me ofreci un em-

    pleo en Valencia, en la sucursal de la empresa barcelonesa don-de l acababa de alcanzar un cargo de peso. Como ven, yoestaba de suerte. As que a los dos das de aquel encuentro, un

    domingo, llegaba a la capital del Turia. A las nueve de la maa-na del lunes, fui presentado al personal. Seguidamente, Pepeme sugiri que saliera a recorrer las calles de la ciudad para

    familiarizarme con ella. De acuerdo con su recomendacin, des-cend a la planta baja, y antes de irme, tambin el portero medio la bienvenida.

    Cerca de las doce, reaparec por la oficina. Pepe me pre-gunt qu haca yo a esas horas por all. Le contest que eracasi el medioda y que me figuraba que habra que ir a echar

    algo en el estmago. Mi amigo se sonri y me indic que deba-mos seguir trabajando hasta las dos, que era cuando se inte-rrumpa la faena y se iba a comer. Luego, se volva a las cuatro

    y se segua hasta las ocho. Me inform que se era el horariolaboral que rega en Espaa.

    A la maana siguiente, a eso de las diez, el portero, pro-

    visto de tenedor y cuchillo, estaba zampndose un estofado con

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    papas directamente de una cacerola. Entonces, me pregunt si

    yo ya haba almorzado. Bastante sorprendido por la pregunta,le contest que yo almorzaba a las dos. El seor exclam estu-pefacto que cmo era que yo almorzaba tan tarde.

    Pasaron algunos das y la escena con el portero fue repi-tindose jornada tras jornada. Vaya panorama. Pepe me referaque en Espaa se coma a las dos, y el portero me deca cada

    maana, mientras se atiborraba de guisos, que yo almorzabamuy tarde. Ante la incertidumbre, no pude ms, y al otro da lepregunt a Pepe qu pasaba con el horario de almuerzo del

    portero, del nuestro y el de Mara Santsima. Mi amigo soltuna carcajada y me explic que en Valencia, se desayunabatempranito, igual que en Montevideo, y que a media maana se

    detena la faena para almorzar un bocadillo o lo que fuera, agre-gando que este acto era sagrado en esa tierra. Sobre todo enlos pueblos de la huerta, donde se segua almorzando a la vieja

    usanza, con plato y cubierto, y hasta con postre, puro y copa.Que luego, a las dos de la tarde, se pasaba a la comida princi-pal, sa que en Sudamrica se llama el almuerzo, y que aqu se

    llama, simplemente, la comida. Sin comprender muy bien ni elcmo ni el porqu de aquel trastorno de horarios y nombres,me di por satisfecho con la explicacin de Pepe, porque pens

    que lo fundamental para un emigrante como yo, era comer to-dos los das, no importaba el momento en que se realizara laingestin ni cmo se le llamase.

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    AY, CARMELO!

    El Carmelo es un barrio de posguerra que se prende conuas y dientes a la ladera del monte barcelons del mismo nom-bre, con su paisaje de casas humildes, y su paisanaje de emi-

    grantes de todas partes de la pennsula. Refugio de mano deobra inagotable, all por los cincuenta y los sesenta, en unaciudad en la que, por aquella poca, se poda encontrar algn

    trabajo, pero no alojamiento. As se fue poblando ms y ms elCarmelo. Poco a poco, el progreso imparable de la Ciudad Con-dal ha ido, ms o menos, borrando las fronteras que la separa-

    ban de sus guetos. Y ahora, que pareca que todo haba cam-biado para los otrora sufridos moradores de este barrio, la des-gracia vuelve a cebarse en ellos. La Generalitat de Catalua

    comenz, no hace mucho, a construir nuevas estaciones delMetro con el fin de extenderlo a la periferia. Una de estas lneaspasa por debajo del barrio del Carmelo. Dicen que para perfo-

    rar el subsuelo se ha utilizado el mtodo austriaco, porque esrpido y barato. Pero este sistema ya se ha dejado de usar enotros muchos lugares por el peligro que entraa horadar con

    dinamita las profundidades en cuya superficie existen vivien-das. Los primeros das de febrero, a causa de estas obras, latierra del monte tembl y se rajaron muchos de sus edificios y

    hubo que desalojar a sus habitantes ante el peligro de derrum-

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    bamiento; y hasta hubo que derrocar varios edificios sin que

    sus ocupantes pudieran salvar ni la ms mnima pertenencia.El gobierno de La Generalitat se muestra desorientado

    ante lo ocurrido. A los pocos das de este acontecimiento, los

    asesores oficiales dijeron a esta gente que podan volver a algu-nas de esas casas porque a su entender ya no corran peligro.Incluso se lo garantizaron por escrito. A la maana siguiente, las

    mismas autoridades obligaron a desalojar otra vez esosinmuebles porque de pronto entendieron que el peligro subsis-ta. Los miembros de la Generalitat afirman que se equivocaron

    en parte de este proceso y admiten su culpabilidad en la chapu-za, y hasta presentan algunas pocas dimisiones. En los teledia-rios aparecen constantemente los mandamases de turno, mez-

    clados entre los perjudicados, como en las mejores campaaselectorales, prometiendo a los damnificados la remodelacintotal del barrio. Estos desconfan y se preguntan si cumplirn.

    Por qu no les creen los vecinos? Se me ocurre que puede serporque esta gente humilde piense, entre otras cosas, que paraentender con claridad y hacerse cargo de determinadas desgra-

    cias ajenas hay que haber pasado antes por circunstancias simi-lares, y porque presuponen que ninguno de estos polticos se haencontrado nunca en situacin parecida a la de ellos. Y porque

    adems saben de sobra que, ocurra lo que ocurra en el Carmelo,la mayora de los miembros de La Generalitat seguirn, comohasta ahora, discutiendo ms sobre el sexo de los ngeles que

    de asuntos tangibles y perentorios que preocupan a los habitan-tes de Catalua, y pasando la noche lejos de ese barrio, en susurbanizaciones para ricos y en la paz de unos terrenos en donde

    a nadie se le ocurre ni se le ocurrir jams construir tnelesutilizando explosivos.

    20 de marzo de 2005

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    LOS VERSOS ABANDONADOS

    Cuenta Neruda, en su libro Para nacer he nacido, quesu homenaje a la poesa del anfitrin de La Torre de los Panora-mas se perdi en Espaa, en un Caballo Verde, al comenzar la

    Guerra Civil. Honrosas figuras de las letras Gmez de la Serna,Aleixandre, Miguel Hernndez, Federico haban redactado elo-giosos escritos a la memoria de la obra del genial uruguayo. Y

    Pablo haba reunido estos inditos trabajos en un nuevo nme-ro doble de su revista Caballo Verde para la Poesa, dedicadointegramente a Herrera y Reissig e impreso en casa de Manuel

    Altolaguirre. Estaba todo listo para coser sus pliegos cuandoestall la contienda. La gente se dispersaba, se desbandaba anteel ataque de las fuerzas del mal, que iniciaban sus fechoras. Y

    en todo aquel desbarajuste, ese caballo del color de la esperan-za se perda sin dejar rastro, quizs por la calle de Viriato, bajolas bombas que asolaban al Madrid republicano.

    Siempre que leo a Julio Herrera, ese poeta esdrjulo ychisporroteante, me asaltan los recuerdos de mi juventud leja-na, en Montevideo. Por entonces y a su influjo, mi imaginacin

    forjaba escenas de pastores, de arroyos mansos, de amorosinocentes y de otros que no tanto. De iglesias por las que atravs de las puertas de sus sacristas se colaban los ruidos del

    gallinero. De ojeras lilas, de cielos donde brotaban rosas, de

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    invictas castidades que se arrepentan, de sauces como viejos

    sacerdotes, de amantes que, graves, ante postreros suspiros,salan de la noche, hacia la noche. Y la noche se inundaba delos aromas del perejil y el hinojo, del romero, la mejorana y el

    tomillo, por un camino violeta, llorando lgrimas lilas. Mi mocedad se colm de los versos del maestro. Su

    poesa pintaba de colores inusitados mis lecturas de adolescen-

    te. Vibraba mi alma; y mi corazn a veces se encoga y a vecesse dilataba ante el universo herreriano. Ahora, en Barcelona,una vez ms frente a esos versos peculiares, me pregunto, como

    entonces, cunto se ha de soar para ser poeta. Cuntos soni-dos csmicos poblarn el silencio de las noches de esos seres. Y,sobre todo, cunto trabajo en solitario se ha de acumular, a

    mayor gloria de la esttica, para confeccionar piezas tan prodi-giosas como aquellas.

    Hoy por hoy, cuando he odo a gente del mundo edi-

    torial expresar que la poesa se ha convertido en la Cenicientade la literatura, que no es rentable su publicacin, que ya no seusa, me gustara recomendar a los queridos lectores, animado

    por el del deseo de que se lo pasen bien, la relectura de lospoemas de Julio Herrera. Transcribo, a continuacin, unos po-cos versos de su autora, escogidos al azar, para que vayamos

    haciendo boca:No es esa, no, la carreta

    que t esperabas, ni el vuelo

    de aquellas cornejas grises

    te traer de los pases

    tenebrosos a tu nieta...

    Pobre abuelo!... Pobre nieta!...

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    CONCORDANCIA

    Quienes tenemos que escribir con frecuencia y acostum-bramos a hacerlo con ordenador, generalmente contamos conla herramienta de correccin de sintaxis de los programas

    informticos, que dicen que suele ser de gran ayuda. Por ejem-plo, redactando una de estas crnicas desde Barcelona, yo de-ca: la sepultura nunca deja de tener flores ni todo tipo de ob-

    jetos recordatorios. Entonces, una lnea verde subray de for-ma automtica la palabra deja. Hice click sobre la misma yapareci la correccin, que deca: si recordatorios es el sujeto

    de deja, hay un error de concordancia. Ya ven, queridos lecto-res, que la cosa no es fcil, ni aun utilizando las tcnicas msavanzadas.

    Este desconcierto gramatical hizo que recordara un pasa-je de un sainete que vi en un teatrito de Montevideo, hace msde cuarenta aos, y de cuyo ttulo y autor, no puedo acordar-

    me. Uno de los actores representaba a un viudo centroeuropeomuy feo, que haba llegado al Ro de la Plata ya un poco mayory se enamoraba de una criolla joven. Este seor era un acauda-

    lado comerciante. La chica, ante la insistencia del inmigrante yla de su santa madre de ella, no saba si corresponder o no a tanapasionado metejn. En verdad, la joven estaba chiflada por

    un dependiente de tienda de su barrio, que tambin la preten-

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    da. La chica dudaba entre tener que vivir modestamente con

    un marido apuesto pero pobre, o vivir en la opulencia junto aun viejo rico, con barba de chivo y desaliado. Duda que teduda, un buen da, la criollita, siguiendo los consejos de su

    progenitora, se decidi por el comerciante. De inmediato, y ainstancias de su viejita, corri a comunicrselo al que, desdeese momento, sera su prometido. El hombre se puso tan euf-

    rico por la noticia, que se atrevi a pedirle como recuerdo deaquel venturoso da, el pauelo de seda que la joven llevabaatado al cuello. Y ella se lo dio. Pero, caprichos del destino, esa

    misma noche la chica so que estaba en la alcoba de su futuracasa, a solas con el comerciante. Lo pas tan mal en el sueoque cuando se despert ya estaba arrepentida de la eleccin

    del da anterior. Esa misma maana, desoyendo los reprochesde su madre, corri a la tienda del viudo para deshacer el com-promiso, y a suplicarle que la perdonara por haberse precipita-

    do en su decisin. Tambin le rog que, si no tena inconve-niente, le devolviera su pauelo. El pobre rico, que an no ha-ba tenido tiempo de familiarizarse lo bastante con la concor-

    dancia de los vocablos del idioma espaol, entre lgrimas y sus-piros, se expres de esta manera: El pauelo que usted me re-galaste anoche, si vos no lo quiere para yo, te lo pods quedar

    para usted, noms. La rencor es mala y yo no se la guardo. Vos

    ya me entiende.

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    APTRIDA

    Al final de la vigencia de mi pasaporte, all por los ochen-ta, me present en el Consulado de Uruguay, en Barcelona,para cumplir con los requisitos de su renovacin. En aquella

    poca, los extranjeros procedentes de Hispanoamrica, segnla ley, no necesitbamos permiso de residencia pero tenamosque gestionar ante las autoridades policiales de Espaa un per-

    miso de permanencia de tres meses, al que se le daba, si mal norecuerdo, el inslito nombre de Permiso de Permanencia paraExtranjeros Exentos de Permiso de Residencia. Y sin el pasa-

    porte en regla, no se poda cursar ese trmite. Habiendo pasado un mes de la presentacin de este

    documento en el Consulado de nuestra patria, una maana,

    acud a aquellas vetustas oficinas de la calle de Trafalgar, paraenterarme si ya tenan listo mi pasaporte. Entonces, apareciun hombre cincuentn, robusto y desaliado que, con perdn

    de los que ejercen el noble oficio de manufacturar embutidos,ms pareca un choricero que un diplomtico, y me comunicque l era el cnsul y que la renovacin de mi pasaporte haba

    sido denegada por las autoridades de Uruguay. Le preguntpor qu y me dijo que no saba; y aadi que l slo cumplardenes de Montevideo. Bastante contrariado, agregu que, a

    mi juicio, yo no tena ninguna cuenta pendiente con la justicia

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    de mi pas. Como quien oye llover, sin contestarme ni despedir-

    se, arroj mi pasaporte vencido sobre el maltrecho mostrador,se dio media vuelta y se fue a su guarida, dejndome solo anteel peligro.

    Sal a la calle, desorientado, como en el tango, a pre-guntar a los hombres sabios qu deba hacer. El abogado dijoque yo lo tena muy difcil. Que poda, como aptrida, iniciar

    trmites para la obtencin de un pasaporte de Naciones Uni-das, pero que eso lo intentaramos en ltima instancia, despusde agotar otras posibilidades porque, segn afirm ms tarde,

    l saba que presentarse con unas credenciales de esa especieante las autoridades de cualquier pas, era como aparecerse conuna bomba bajo el brazo.

    De inmediato, mi familia y yo iniciamos el papeleo parala obtencin de la nacionalidad espaola, la cual, para sorpresanuestra, que no esperbamos tan favorables y rpidos resulta-

    dos, nos fue otorgada a los cinco o seis meses de aquellos acon-tecimientos.

    Por la resolucin de quienes usurpaban el gobierno le-

    gtimo de nuestro pas, constat, una vez ms, que mi personano resultaba grata a la dictadura uruguaya; y para mi orgullo ypor si alguien, alguna vez, pudiera abrigar dudas al respecto,

    guardo como objeto preciado el acta notarial que, por esas fe-chas y a requerimiento mo, labr el seor Zabala, notario deBarcelona, en la que da fe de que, habindose presentado ante

    aquel cnsul -de cuyo nombre prefiero no acordarme-, ste ra-tific, sin especificar el motivo, que las autoridades uruguayasno autorizaban la renovacin de mi pasaporte.

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    EL BODORRIO

    Un vecino mo de Barcelona, haciendo malabares paraque a fin de mes le sobrara algo de su sueldo, haba ido juntan-do, durante aos, un dinerito. Con esas nfimas cantidades que

    ingresaba puntualmente en una institucin de ahorro, el buenhombre pensaba darse a l y a su esposa algn que otro capri-cho cuando se jubilara.

    Un buen da, sin avisar, su hija se les present con suprometido, y sin ms prembulos les comunic que estaban apunto de contraer enlace. Hubo a continuacin una comida

    para que las familias de ambos fueran presentadas, ya que,como todo haba ocurrido tan rpido, los parientes an nohaban tenido oportunidad de conocerse. En ese almuerzo,

    los jvenes casaderos esbozaron los actos que acompaarana aquel acontecimiento. A pesar de que mi vecino y su mujerno eran creyentes, la ceremonia se iba a celebrar en una ermi-

    ta la mar de mona, a unos treinta kilmetros de Barcelona,porque la madre del chico era de misa. Como la capilla estabaen un lugar un poco intrincado, los novios consideraron que si

    cada grupo de invitados iba por sus propios medios, les resul-tara difcil encontrar el lugar, con lo cual no llegaran a tiempoal enlace; y se iban a perder la posibilidad de admirar la al-

    fombra de flores, antes de que la pareja la pisara. Y tampoco

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    saldran desde el principio en las fotos ni en el vdeo. Lo mejor

    era alquilar un autocar que desde un punto cntrico los trans-portara, sin demora, al lugar de los hechos. Luego, ese mismovehculo desplazara a los convidados hasta el restaurante, para

    que todos pudieran llegar en hora al pantagrulico gape. Para qu hablar de las vestimentas y el perifollo con

    que se ataviaron los tortolitos, y de cmo obligaron a empilcharse

    a los familiares ms prximos a la pareja. Para qu referirnos ala limosina que en aquel sealado da condujo a los novios dearriba para abajo, o al viaje de luna de miel a una playa del

    Caribe. Y no mencionemos los enseres y reformas del piso delos nenes. Les haba quedado de pelcula.

    Como comprendern, mi vecino acab bastante exhaus-

    to despus de la boda. Saba que ya no podra cumplir con susdeseos para cuando se jubilara porque se haba gastado casi to-dos sus ahorros en ayudar a costear los gastos del casorio.

    A los pocos meses de todo aquello, una noche de la queno quisiera acordarme, apareci la hija a las puertas de la vivien-da de mi vecino. Vino muy resuelta a comunicar a sus progenito-

    res que, por incompatibilidad de caracteres, ella y su marido ha-ban decidido divorciarse. Y que no haba la ms mnima posibi-lidad de reconsiderar el asunto. Y exigi que fueran despejando

    la pista porque ella haba venido para quedarse.

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    LA LIBERTAD NEOLIBERAL

    Un anuncio de la televisin me hizo recordar un pasajede la novela Frankestein, en el momento en que aquel engen-dro de la ciruga le pide a su creador que le d una compaera,

    con la diferencia de que, esta vez, el peticionario no es un mons-truo, sino un joven moderno y bien plantado. En cambio, suinterlocutor, por su porte y por sus maneras, bien podra ser aquel

    semidis carnicero del libro de Mary Shelley, o el mismsimoMefistfeles.

    La accin se desarrolla ms o menos as: un chico acude

    al despacho de un seor que tiene todo el aspecto de ser ungran ejecutivo, para decirle que no quiere seguir viviendo ensoledad y que necesita que le procuren una mujer para que

    comparta su existencia. No queda claro qu relacin une al jo-ven con el viejo, pero da igual. El seor mayor sonre con gestode suficiencia e intenta disuadirlo dicindole que no se busque

    complicaciones y, acto seguido, extrae de su bolsillo las llavesde un coche, que entrega al muchacho, mientras le hace saberque con ellas podr alcanzar la libertad. Cambia la escena y se

    ve al joven conduciendo un magnfico deportivo de color rojoque se aleja por una carretera en medio de un grandioso vallecon horizonte de montaas. En ese instante, una voz en off se

    refiere una vez ms a la libertad.

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    En un continente como Europa, donde la esclavitud hoy

    es considerada por la mayora como un hecho casi impensable,las grandes corporaciones industriales y financieras pretendenremozar nuestro concepto de la libertad. Segn estas compa-

    as, la libertad puede ser comprada por nosotros, como lo hi-cieron algunos siervos de antao. No es necesario ningn cam-bio en el campo del pensamiento, ni ningn planteamiento filo-

    sfico nuevo para alcanzarla. Ni siquiera el ms mnimo virajepoltico o social. Tan slo basta con tener dinero para adquirir-la. Eso s, quien tenga mayor riqueza, ms libre ser. A cada

    bolsillo, su porcin de libertad.Parece mentira que unos seores que se han negado y se

    niegan constantemente a reconocer que la libertad depende

    como siempre hemos sostenido algunos-, casi en su totalidad,de la justa distribucin de la riqueza y no de entelequias bur-guesas, ahora nos intenten convencer, como si fueran los inven-

    tores de la sopa de ajo, de todo lo contrario. Contradiccionesdel sistema.

    En este cambalache consumista donde todo se valora en

    euros, todo se puede adquirir, todo se puede vender. Y tambinla libertad, que se ofrece sobre cuatro veloces ruedas o envasa-da en un adminculo porttil a travs del cual se puede hablar a

    distancia y desde cualquier sitio. Da la impresin de que estosseores no tienen en cuenta en sus manifestaciones que cual-quier ciudadano de a pie, para lograr presuntamente parte de

    este preciado bien por medio de la adquisicin de objetos, debepermanecer esclavo de interminables cuotas mensuales, y eter-namente cautivo de las insaciables instituciones de crdito. Slo

    da la impresin de que no lo tienen en cuenta, porque s que lotienen, y por eso lo promueven.

    24 de julio de 2005

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    ARDE VALENCIA

    Desde hace casi tres siglos, la noche de San Jos, o sea el19 de marzo, con el equinoccio de primavera, en la capital delTuria se festejan las Fallas, celebracin de tracas de petardos e

    incendios de muecos de cartn y madera. Segn parece, todoempez porque el gremio de carpinteros intentaba deshacerse delsobrante que quedaba tras la faena anual, quemndolo. Al princi-

    pio se amontonaba el resto de material que se juntaba en los talle-res de estos artesanos en todo el ao y en cada barrio, y en este dasealado, se encendan las piras que duraran hasta el amanecer,

    mientras los participantes de cada lugar solan divertirse vistindo-se para la ocasin, bebiendo, bailando y llevndose a la boca al-gn que otro yantar especial, preparado en concreto para esa no-

    che. Con el transcurrir del tiempo, cada Falla fue incorporandofiguras de papel y cartn para que ardieran en esa noche, quizcomo smbolo de la fugacidad de las obras humanas. Estos mue-

    cos, los Ninots, al principio tal vez no fueron erigidos con demasia-dos esmeros ni pretensiones, pero, con el tiempo, pulieron de talmanera su creacin, que requirieron el concurso de escultores y

    pintores, que fueron interviniendo paulatinamente en su fabrica-cin, convirtiendo a estas criaturas en verdaderas obras de arte enlas que no se escatiman ni esfuerzos ni materiales con tal de que las

    figuras alcancen la perfeccin deseada. As naca una nueva profe-

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    sin, la de maestro fallero, artista que se dedica todo el ao a

    la realizacin de este tipo de monumento efmero, procediendoa la elaboracin del mismo desde el boceto hasta su materiali-zacin. Poco a poco, estos prodigios plsticos comenzaron a

    representar humorsticamente hechos de la vida cotidiana, even-tos ocurridos ese ao, parodiando tal o cual acontecimiento ytomando como modelo para sus formas antropomrficas a fa-

    mosos y polticos. Es decir, todo un carnaval de escultura y co-lorido, de diseo y composicin, siempre lleno de humor detodo tipo, desde el ms inocente hasta el ms sarcstico.

    Hoy por hoy, son ms de 370 fallas grandes y 368 infan-tiles las que se plantan en Valencia capital, algunas de ellas conmuecos que alcanzan los 20 metros de altura, y cada una de

    ellas promovida por sus respectivos casales falleros, institucio-nes que procuran los 365 das del ao que su falla sea la msbonita de la ciudad y consiga ganar el primer premio. En esas

    fechas, en la que la plvora reina por todas partes junto a losfuegos artificiales, los habitantes de Valencia quedan en inferiori-dad numrica ante la avalancha de turistas que acuden de los

    lugares ms remotos del mundo a presenciar el singular aconteci-miento. Y al llegar la medianoche se encienden las fallas. Ningu-na deja de arder, salvo un solo Ninot que es indultado y llevado

    al Museo Fallero. Arde por todas partes la emblemtica ciudadlevantina. Y a pesar de que la quema de algunas fallas situadasen lugares estrechos hace que las llamas recalienten las paredes

    de ms de una vivienda, con el consiguiente peligro que ello com-porta, tal es la devocin de sus habitantes a estos festejos, que igualse encienden los muecos. Eso s, camiones de bomberos, aposta-

    dos de antemano en esos lugares, lanzan agua con sus manguerasdurante todo el tiempo que dura el fuego, mojando las paredes delos edificios lamidas por las llamas, con el fin de que estas construc-

    ciones no ardan. As ha sido y as seguir siendo.

  • 27

    EL HUSPED CELESTE

    De vuelta del trabajo, una de mis caseras de Valencia,doa Cndida, me present a un nuevo husped. Era un jovenbajito, delgado y plido. Le estrech la mano, que result ser

    blanda y hmeda como una pescadilla. Iba vestido de formamuy peculiar, con unos pantalones, unos zapatos y un safari,todo de color celeste.

    Un sbado a la tarde, el nuevo husped me sugirique furamos a una bolera cercana. All estuvimos un buen rato.Y un poco harto ya de ver caer palos, le invit a beber algo. Un

    hombre cuarentn y gordito, que estaba al final de la barra, lepregunt en voz alta a mi compaero si ste saba lo que lepoda ocurrir si le pedan la documentacin. El joven no le

    contest y sugiri que nos marchramos. Andando y andando,yo le cont algo de mi vida y l a m, algo de la suya. Entre otrascosas, me explic que segua enamorado de su ex novia y que

    ella tambin lo estaba de l, pero que la familia de ella no per-mita que mantuvieran ningn tipo de relacin, porque a l legustaban mucho los juegos de azar, y que, para su desgracia, se

    senta incapaz de dejar esa adiccin. El chico deca que era vendedor de mquinas de co-

    ser, pero en lugar de irse a trabajar como todo el mundo, per-

    maneca encerrado en su cuarto el da entero. Slo sala por la

  • 28

    noche. Doa Cndida andaba con la mosca detrs de la oreja.

    Una maana, la mujer comenz a arrear golpes contra la puer-ta de la pieza del joven, gritando que era la hora de ir a la faena.Aquel anochecer, el husped se march y no volvimos a verlo.

    Otra tarde, al regresar de la oficina, me encontr en elsaln del piso con dos policas de paisano, que estaban recrimi-nndole a Doa Cndida el no cumplir con la obligacin de

    comunicar a las autoridades las seas de quines se alojabanen la casa. De inmediato, me preguntaron si haba conocido aaquel joven de celeste, y como asent, me dijeron que este indi-

    viduo estaba en bsqueda y captura por haberse llevado lasviejas mquinas de coser de sus anteriores caseras, con la falsapromesa de cambiarlas por nuevas por algo ms de dinero, y

    por apropiarse de las pesetas de ellas y de sus compaeros depiso, cada vez que desapareca. Y que nosotros habamos sidoafortunados por no haber sufrido ningn expolio por su parte.

    Agregaron que haca muy poco que haba estado en prisin.Entonces, me pidieron que recordara el da en que haba llega-do el hombrecito. Si haba sido el veintinueve o el treinta. Les

    dije que me pareca que haba sido el treinta y uno. Al momen-to, doa Cndida apostill que ella tampoco poda precisar sihaba sido el treinta y uno, el treinta y dos o el treinta y tres. Uno

    de los agentes, sin ninguna consideracin, se parti de risa delas palabras de la pobre mujer, y le advirti a Cndida que sisegua sin informar a la polica, nunca sabra a quin iba a cobi-

    jar en su casa; y que, con lo poco despabilada que se habavuelto ella con los aos, ms tarde o ms temprano, algn tru-hn se la iba a dar con queso.

  • 29

    LA PIEDRA DE LOS PODERES

    En mis tiempos de secundaria, en Montevideo, la familiade un compaero de estudios posea una tienda de herboriste-ra y artculos esotricos. Sus escaparates estaban poblados deobjetos poco usuales. En ellos se exhiban todo tipo de artculos

    extravagantes, como plumas de cabur, cruces de Caravaca,cajitas con ungentos milagrosos, saquitos con polvos para elamor, para el trabajo, para la envidia, y tantos otros tamizados

    capaces de mitigar cuantas carencias o necesidades nos puedenafligir a los humanos. Los ms diversos amuletos ostentabansus variados colores y formas al resguardo de las vidrieras.

    Muchas tardes, despus de asistir a las clases del liceo,Pereyra, El Brujo, que as le motejbamos sus amigos, tena queencargarse del establecimiento. Para hacerle compaa, en oca-

    siones, algunos de nosotros nos reunamos con l en el negocio.En medio de aromas de hierbajos se desarrollaban nuestras ter-tulias que se referan sobre todo a temas polticos. Nuestra ge-

    neracin estuvo marcada por acontecimientos que nos hicieronalentar un futuro distinto para nuestros pueblos. Bajo la influen-cia de la Revolucin Cubana, los movimientos reivindicativos

    formados por obreros y campesinos surgan como hongos portodo el continente. Estimulados por esos eventos, acudamoscon asiduidad a las manifestaciones estudiantiles para protestar

    contra los abusos de poder del imperialismo del norte. Fue en

  • 30

    una de aquellas trifulcas, que corriendo delante de los caballos

    de los milicos, nuestro amigo, El Brujo, rod por los suelos.Antes de incorporarse, vio a su lado una piedra de aspecto lla-mativo, que seguramente haba servido de rudimentaria arma

    de defensa contra las fuerzas de la represin. Sin demorarsedemasiado en su huida, la introdujo en uno de los bolsillos desu pantaln, y se escabull por una de las calles adyacentes.

    Pocos das ms tarde, cercano el fin de semana, nos abu-rra la repeticin de ciertos argumentos peyorativos a cerca dela falsa progresa de determinados grupos pequeo burgueses.

    De pronto, a m me entraron unas ganas locas de comerme unapizza en el centro de la ciudad. Lo comuniqu al grupo y todosproclamaron, con entusiasmo, el mismo deseo. Pero ninguno

    de nosotros tena bastante dinero como para satisfacer nuestrasansias. Fue en ese momento cuando a Pereyra se lo ocurri laidea de poner en el escaparate aquel canto rodado que haba

    recogido en sus andanzas de manifestante. Confeccion un car-tel que rezaba as: Piedra de Todos los Poderes. Junto al mis-mo, deposit en primera lnea de la vidriera el llamativo trozo

    de granito del tamao de un huevo de gallina. Los dems ob-servbamos el acontecimiento entre descredos y burlones, yestallbamos en carcajadas ante lo que considerbamos una

    disparatada ocurrencia. Habra pasado una media hora de aque-llo, cuando un hombre de unos cuarenta aos, moreno, msbien bajito, traspas el umbral del local, interesndose por el

    objeto. Pereyra se qued solo ante el individuo, ya que nosotrosemprendimos la retirada hacia la habitacin contigua, que ofi-ciaba de rebotica, para no rernos en la cara del posible com-

    prador. Entonces, ante nuestro desconcierto, el hombrecito ad-quiri la piedra, pagando la cantidad suficiente para que, al ce-rrar la tienda, y gracias a la generosidad de El Brujo, nos fura-

    mos todos al centro a saciar nuestro apetito.

  • 31

    EL NO FRANCS

    A diferencia de otros pueblos aborregados por los me-dios de comunicacin al servicio de la versin oficial y la nece-sidad, los electores franceses han dado muestras de que siguen

    formando parte de un conjunto humano que piensa, analiza ydebate, segn se deduce del resultado del referndum para laaceptacin de la Constitucin Europea. El no francs a nadie

    deja impasible y, adems de provocar renuncias de altos car-gos, suscita mltiples y variadas interpretaciones entre losanalistas polticos. Hay quienes piensan que la negativa surge

    del temor agrario a la competencia a la baja que representara,en ese sector, la entrada de Turqua en la Unin, con el consi-guiente perjuicio para el campo francs. Desde los sectores re-

    ligiosos tradicionales se argumenta que el recelo a la entrada depases con mayora musulmana -que reforzara an ms la pre-sencia del Islam en el continente- ha pesado mucho en la deci-

    sin. La oposicin poltica de derechas afirma que el no es unvoto de castigo a la mala gestin del gobierno galo. Quienestodo lo vinculan a la cuestin patritica opinan que en estas

    elecciones el pueblo ha puesto de manifiesto su sentimiento deque el liderazgo de Francia en la Comunidad se diluye a mar-chas forzadas ante el gran nmero de estados que la forman

    actualmente. Los analistas laborales creen que el resultado se

  • 32

    debe a que los trabajadores estn inquietos frente al crecimien-

    to numrico del fontanero polaco, figura que irrumpe cadavez con ms fuerza en el pas, malbaratando el precio de lashoras y auspiciando la inmovilizacin salarial. A todo esto, di-

    cen, debemos agregar otro factor alarmante y nada subjetivo: lacifra de parados, en Francia, llega al diez por ciento, alcanzandola cota ms alta de los ltimos decenios. Los que piensan en

    trminos de solidaridad social ven en la negativa un rechazocontundente al neoliberalismo salvaje, explcito en el proyecto,y a su desmedida pretensin de privatizarlo todo. Algunos sec-

    tores polticos minoritarios de la izquierda, que parecan haberdesaparecido ninguneados por los grandes partidos, nos recuer-dan que en su momento advirtieron del peligro de la urgencia

    con la que las corporaciones mercantilistas pugnaban por desa-rrollar la Unin para su lucro, sin tener en cuenta de que en elgrupo confluyen dos velocidades econmicas distintas y muy

    difciles de conjugar: la de los pases ricos y la de los otros, quese esfuerzan por volverse de primera divisin a cualquier precio.Nos recuerdan tambin que avisaron que legislar con sentido

    de igualdad y justicia para realidades tan dispares poda llegar aser una tarea casi imposible y, sobre todo, muy perjudicial paralas clases populares, ya que la cuerda siempre se rompe por el

    lado ms dbil. Es evidente que razones no faltan para justificarla negativa, y no queda nada claro a cual de ellas, preferente-mente, se le debe imputar el resultado. Creo que, en su medida,

    todas han colaborado en la decisin y han puesto sobre el tape-te el descontento general. Lo que s queda claro, una vez ms,es que siempre que el pueblo francs se pronuncia sobre cues-

    tiones fundamentales, nada en el mundo entero vuelve a sercomo era. Como sea, ya tenemos otro no, el holands.

    12 de junio de 2005

  • 33

    A PIERNA SUELTA

    No hay un solo lugar en esta Barcelona en donde unopueda estar sin compaa, deambule uno por un parque, sevaya uno al paseo martimo o siga hasta alcanzar alguno de sus

    espigones. Por todas partes hay gente. Sin embargo, y aunqueparezca un contrasentido, hay muchas personas solas en estaciudad. Seres que viven aparte de los dems, quizs porque

    son as o por que el grupo no les permite acercarse. Pero no todas las soledades son iguales. Entre muchas,

    existe una que, no por menos dolorosa, es ms llevadera. Es la

    soledad circunstancial, la soledad a trmino y con esperanzas.Yo la experiment cuando emigr a Espaa sin mi familia. Miesposa y mis hijos permanecan en Montevideo a la espera de

    que yo pudiera costear los gastos de su viaje. Viva en Valencia,rodeado de mucha gente, pero me senta muy solo. Sin embar-go, abrigaba la esperanza de reunirme a corto plazo con mis

    seres queridos. Entre muchas, hay otro tipo de soledad ms grave: la

    soledad del que no espera nada. La de quien, no atinando a

    hacer otra cosa, se decreta a s mismo y para siempre la soledadsin esperanza. Tuve un compaero de pensin en Valencia, quesirve de ejemplo para el caso. Un seor mayor que deca ser

    viudo. Con el transcurso de los das, nos hicimos algo amigos.

  • 34

    Uno de tantos domingos, nos fuimos juntos a una fonda. Mien-

    tras comamos y bebamos vino a discrecin, me confes queno era viudo, que su esposa viva, pero estaban separados. Hacetreinta aos, en aquella Espaa oficialmente hipcrita, estar se-

    parado del cnyuge resultaba un gran estigma. Y l no queraque cualquiera lo supiera, por eso se haca pasar por viudo.Despus me dijo que se haba acostumbrado a estar solo y que

    as morira, lejos de la que haba sido su mujer y sin la compa-a de sus hijos. No le pregunt por qu, pero supongo quemotivos habra, no importaba de quin fuera la culpa.

    Pero la soledad no es grata para nadie. Tal vez por eso,el viudo, que era como se le conoca en la pensin, para noterminar el domingo en solitario, al acabar la comida, me invit

    a ir al cine. Por la misma causa, yo acept sin titubeos. El vinohizo su efecto, y a los pocos minutos de iniciada la sesin, elhombre empez a cabecear. De pronto, en medio de aquella

    sala de la Avenida del Oeste, comenzaron a sonar unos ronqui-dos tremendos. El resto del pblico protest con chistidos ypataleos contra aquellos rugidos que no permitan or con clari-

    dad los dilogos del doblaje de la pelcula. Los ronquidos pro-venan del viudo, que quizs por sentirse acompaado, se deja-ba ir con placidez. Tan a gusto pareca estar mi amigo, que no s

    cuntos codazos tuve que arrearle para que se despertara y sus-pendiera el concierto.

  • 35

    ALGUNAS IMPRESIONES SOBRE EL TANGO EN ESPAA ( I )

    HOTEL REGINA

    Hace ms de treinta aos, el periodista Avlis, cuando seenter de que yo emigraba a Barcelona, me pidi que intentaraproporcionarle datos sobre la estancia de Gardel en esta ciu-

    dad. Me indic que tena noticias de que el artista, en sus incur-siones por esta capital, se haba alojaba habitualmente en elcntrico Hotel Regina, sito en la calle Vergara, a escasos metros

    de la Plaza de Catalua. Ya haban pasado cuarenta aos deltrgico accidente de Medelln y el olvido, que todo destruye,haba hecho mella en la memoria colectiva de los barceloneses.

    Lo supe por haber mencionado a Carlitos en alguna conversa-cin con mis nuevos compaeros de trabajo. stos slo recor-daban que sus abuelos o sus padres haban tenido o tenan

    algn disco del cantor. De su biografa lo ignoraban todo. Eltango, para ellos, era Gardel y Gardel era el tango, y nada ms.A pesar de lo descorazonado que me senta ante el nulo entu-

    siasmo que despertaba entre las personas de mi nuevo entornola mencin de tan grande intrprete -tan diferente a la actitudde la gente de mi tierra-, me acerqu a aquel hotel para ver si

    poda cumplir con el encargo. Tema encontrarme con lo mis-mo. Me atendi el recepcionista, un chico algo ms joven queyo, que por aquel entonces contaba con veintiocho aitos. Me

    dijo no saber nada de que Gardel, el de los tangos, se hubiera

  • 36

    alojado all alguna vez. Ante su desconocimiento, requer la pre-

    sencia de algn empleado de ms edad para ver si lograba ha-cerme con algn dato. Se retir un instante y volvi para decir-me que la mayora de los trabajadores eran nuevos, que la rota-

    cin en el sector de la hostelera sola ser frecuente, y que, adems, en ese momento, todos estaban muy ocupados. Casisin atreverme, le insinu la posibilidad de hablar con el director

    del establecimiento. Me contest que yo tena que pedir unaentrevista por escrito y sealar con claridad los motivos de lamisma; que ya recibira contestacin por correo, pero me advir-

    ti que no abrigara demasiadas esperanzas de que me la con-cediera, porque si ellos estaban ocupados, ese seor lo estabaan ms. Me di media vuelta y me marche silbando bajito. No

    s si hice bien en desistir del intento, pero mi amigo Avlis, la-mentablemente, se qued por mi parte sin tener noticias delasunto.

    12 de diciembre de 2004

  • 37

    ALGUNAS IMPRESIONES SOBRE EL TANGO EN ESPAA (II)

    GARDEL Y PIAZZOLLA

    All por los setenta, las casas de discos de Barcelonacontaban con una gran coleccin de canciones de Carlitos, yadems algunas grabaciones de Irusta, Fugazot y Demare, tro

    que, segn comentaban los mayores, haba hecho las deliciasde los habitantes de la pennsula en los aos treinta. Poco des-pus, inexplicablemente para m, comenzaron a asomar en las

    estanteras algunos vinilos de Piazzolla. Qu salto!, pensaba yo:los escaparates contemplaban los inicios del gnero y pasaban,sin ms dilacin, a la vanguardia total. Una gran parte, quizs lo

    ms significativo de nuestra msica popular, se ignoraba. Troilo,Pugliese, Di Sarli, Cal, entre otros, eran perfectos desconoci-dos del pblico de Espaa. Con los discos de Gardel se cumpla

    con las necesidades del mercado espaol de aquella poca.Porque el tango slo se mantena enquistado en el recuerdo dequienes lo haban vivido cuarenta aos antes, cuando el tango,

    en esta tierra era Gardel y Gardel era el tango. Si no a santo dequ los anaqueles de las casas de msica seguan exhibiendoesa cantidad de discos del Mago? Sin embargo, el tango, para

    la gente de mi edad, no era ms que un objeto de museo. Poreso, la presencia de la msica de Piazzolla en las estanteras deaquella poca, fue y sigue siendo, an hoy, todo un misterio

    para m. Tal vez, los jvenes, siempre vidos de cosas nuevas,

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    consideraban que esa forma de msica de vanguardia no era el

    tango, que era otra cosa, y tal vez por eso la adquiran. No erade extraar. Lo mismo haba pasado no mucho tiempo antescon buena parte del pblico joven del Ro de la Plata, al que no

    le agradaba demasiado el tango, pero escuchaba a este maes-tro revolucionario. Recuerdo que all por los sesenta, en unconcierto de Astor Piazzolla en Montevideo, en el Teatro del

    S.O.D.R.E, el gran creador ejecut, con su cuarteto, un buennmero de sus conocidas y controvertidas composiciones. Elpblico, que abarrotaba la sala, se prodigaba en aplausos al

    final de cada interpretacin. Cuando los msicos agotaron laspiezas del programa, la gente segua queriendo escuchar ms.Los estruendosos aplausos duraron una eternidad. Piazzolla,

    agradecido, se dirigi al pblico y dijo, en tono de broma: Ahora,vamos a tocar un tango. Y tocaron Chiqu, de Ricardo LuisBrignolo.

    26 de diciembre de 2004

  • 39

    ALGUNAS IMPRESIONES SOBRE EL TANGO EN ESPAA (III)

    IRUSTA, FUGAZOT Y DEMARE

    Pasado algn tiempo de mi infructuosa indagacin so-bre Gardel en el Hotel Regina, de Barcelona, donde Avlis mehaba dicho que sola alojarse el cantor en sus incursiones por

    esta ciudad, y de la que no pude extraer ni el ms mnimo dato,trab amistad con un seor alemn que se dedicaba a la publi-cidad. Cuando le conoc, el hombre estaba a punto de jubilar-

    se, de lo cual se alegraba, y afirmaba que a partir de ese mo-mento, tendra todo el tiempo del mundo para hacer lo que leviniera en gana, como por ejemplo, escuchar msica a discre-

    cin. Segn deca, era un entusiasta de los tangos. Esa maa-na, despus de intercambiar ideas acerca de la creacin de unoscarteles para la empresa donde yo trabajaba, el buen hombre,

    al intuir por mi acento mi procedencia, trajo a colacin su gustopor el gnero. Aprovech la ocasin para preguntarle si recor-daba alguna cosa de Carlitos. Me contest que nunca lo haba

    visto actuar y que, si bien, reconoca el valor del artista, a l nole entusiasmaba demasiado. No recuerdo bien por qu ocurri,pero en la posterior entrevista, le llev un disco de Charlo, que

    yo haba trado desde Montevideo y que an conservo como sifuera un tesoro. Le recomend que lo escuchara con suma aten-cin, ya que se iba a encontrar, a mi parecer, con uno de los

    ms finos y grandes intrpretes del tango. En la siguiente re-

  • 40

    unin, le pregunt qu le haba parecido el cantor. Recuerdo

    que se incorpor y sin contestarme, sali del despacho y volvicon una sonrisa en los labios, trayendo en sus manos un longplay con versiones del tro formado por Irusta, Fugazot y Demare.

    Me lo ofreci con entusiasmo para que lo escuchara en mi casay agreg que, para l, nadie haba interpretado la msica criollacomo esas figuras. Que ese Charlo cantaba bien, pero que no

    era lo mismo. Aadi que cuando el tro actuaba en Barcelona,los hombres se enfervorizaban, y las mujeres, sobre todo al orcantar a Irusta, se volvan locas. Me recomend que tuviera muy

    en cuenta la segunda voz a cargo de Roberto Fugazot, porqueno se le haba conocido rival en esa cuerda. Se refiri con admi-racin, a Lucio Demare, exaltando su virtuosismo al piano, pero

    cuando le nombr su gran tango Malena, l reconoci desco-nocerlo. Me percat, una vez ms, que el aislamiento que habasufrido Espaa durante la dictadura afectaba a todo, incluso al

    tango. Y tambin deduje que lo que de verdad le gustaba a esteseor no era tanto el tango como gnero, sino el recuerdo deaquel magnfico tro que l llevaba prendido a la grata aoranza

    de su juventud.

    9 de enero de 2005

  • 41

    ALGUNAS IMPRESIONES SOBRE EL TANGO EN ESPAA (IV)

    TIENDAS DE DISCOS

    Hace unos aos, seis o siete, revisando las estanteras demsica de una de las grandes tiendas de Barcelona, me encontrde sopetn con una serie interminable de grabaciones de orquestas

    tpicas roplatenses, recin puestas a la venta. Yo, que haba per-dido toda esperanza de volver a escuchar esas canciones, casienloquec al verlas, y estuve cerca de dos horas hurgando en tan

    preciado hallazgo. Cada disco era un recuerdo. Cada ttulo, unnuevo amarradero en donde anclar mis memorias desperdigadas.All reaparecan, para mi deleite, lo ms preciado de nuestra

    msica popular de todos los tiempos. Nombres como los deMarino, Fiorentino, Angel Vargas, Edmundo Rivero, y el desafi-nado Corsini, entre otros grandes del tango, llenaban los escapa-

    rates. Y el excntrico y no menos entraable Alberto Castillo, quehaba acaparado la atencin de los carnavales montevideanosen los aos cincuenta y que daba, con sus candombes, un pe-queo toque uruguayo a las estanteras de aquel enorme estable-cimiento. Tambin estaba la orquesta de Pugliese; la de Pichuco;la de Angel DAgostino. Y la de Horacio Salgan, notable msico

    que quiso hallar un estilo distinto para cada interpretacin. Y nofaltaban las voces femeninas como la de Azucena Maizani, la atagaucha; o la de Tania, la espaola que fuera compaera del gran

    Discepoln. O la de la entraable Susana Rinaldi.

  • 42

    Mi propsito inicial fue el de comprar algn CD de aquellos.

    Me decida por uno pero al ver el siguiente, cambiaba de idea. Nodebi de ser muy normal mi comportamiento ante la presencia deaquellas reproducciones, y menos, el desbarajuste que estaba

    montando de tanto y tanto revolver, porque una de las dependien-tas, que normalmente no interfieren en las bsquedas de sus clien-tes, se acerc y me pregunt si quera adquirir alguna. Alelado por

    las circunstancias, le contest con rabia que haba decidido no com-prar ninguna, porque de poder hacerlo, me habra gustado llevr-melas todas. Y que, en es momento, para mi desgracia, yo no

    contaba con ese dineral. A continuacin, le expliqu ms o menosla causa de mi arrebato: por primera vez en la pennsula, me habaencontrado con toda esa parte de la msica de mi pueblo que le

    haba sido escamoteada al pblico espaol. Entonces, la jovenapostill sabiamente que cuando uno pasa mucho tiempo sin co-mer, tiene que volver a hacerlo de a poquito.

    23 de enero de 2005

  • 43

    ALGUNAS IMPRESIONES SOBRE EL TANGO EN ESPAA (V)

    BAILAR JUNTITOS

    Si bien, de una forma u otra, el tango ha estado siemprepresente en la vida musical de Barcelona, se le oye muy de tantoen tanto. Casi siempre en los bailes de Fiesta Mayor. A estos fes-

    tejos de pueblos y barrios acudimos gente de todas las edades. Yen ellos, los que ms les damos a las piernas somos los vetera-nos, que a diferencia de los jvenes no tenemos las mismas opor-

    tunidades de hacerlo con frecuencia. Como la lgica indica, enestos acontecimientos, la orquesta se preocupa ms de divertir alos padres que a los hijos, interpretando msica de otros tiempos,

    msica que ya era vieja cuando nosotros ramos unos pipiolos.Por eso, casi siempre despus de un pasodoble, se oyen los com-pases de La Cumparsita, o los de El Choclo, o los de Uno. Estas

    tres partituras son infaltables en el repertorio de los conjuntos queamenizan las verbenas de verano. Eso s, como no son orquestasde tango, las interpretaciones de estas piezas roplatenses suenan

    como marchas militares. Y, para peor, si algn vocalista autcto-no se atreve a entonar las letras, acostumbra a decirlaschabacanamente, en una imitacin grotesca del hablar porteo.

    No s si me explico? Algo as como si un cantor de tango sepusiera a cantar flamenco. A pesar de todo, a los que dejamos elRo de la Plata hace tiempo, nos hace ilusin orlas, aunque sea

    de manera tan desastrosa.

  • 44

    Desde hace muchsimos aos, en las discotecas de Bar-

    celona, los jvenes bailan sueltos, en solitario. Cada uno se mue-ve al son que ms le place. Pero no hace mucho, no me pregun-ten por qu, se puso nuevamente de moda bailar en pareja. Y

    como la moda no incomoda, una parte importante de esta socie-dad que nunca haba bailado de esa manera, se vio ante la nece-sidad de aprender a hacerlo. As fue como resurgieron en Barce-

    lona las academias de baile de saln. En ellas, atlticos profeso-res dan clases de chachach, de mambo, de cumbia y de otrasdanzas. Segn parece, el secreto est en contar los pasos. Si lo

    que se ensea es un vals, lo que se oye contar es: un dos tres, undos tres, un dos tres. Si se trata de cualquier otro ritmo el nmeropuede llegar a ser infinito. En esos salones todo el mundo cuenta

    los pasos, hasta cuando andan. En ellos, tambin se ensea abailar y a contar los pasos del tango. Pero para qu les voy arelatar la forma en que se ensea esta danza? Si Tito Lusiardo

    levantara la cabeza...

  • 45

    ALGUNAS IMPRESIONES SOBRE EL TANGO EN ESPAA (VI)

    EN LA ACADEMIA

    Estamos en una de las academias de baile de saln deBarcelona. Qu bien bailan sus profesores! Los alumnos se que-dan con la boca abierta, soando con poder alcanzar algn da la

    destreza de esta pareja. De aqu a un tiempo, se ver a estosalumnos salir a la pista en algn que otro baile de verano. Losveremos como no hace mucho vimos a los del curso ante-

    rior muy preocupados en contar pasos y en dibujar figuras queaprendieron en la academia. Tan ocupados estarn en solucio-nar los problemas matemticos de sus pies, que, con toda seguri-

    dad, no recordarn que bailar, ms que contar, es seguir un ritmodeterminado. Y enredarn sus piernas en difciles y abstrusos mo-vimientos, para asombro de aquellos que solemos bailar como

    podemos porque nunca fuimos a aprender a una academia, yque nos mantendremos sentados a la espera de que estos inex-pertos aprendices despejen el patio, temerosos de que alguien sevaya a hacer dao.

    S, seores. Pasen y vean el espectculo. Ahora se entera-rn de cmo se baila un tango. La pareja se forma como si

    fuera a desfilar en una parada militar. Suena la msica. l le-vanta el mentn como si saludara a la bandera. Ella tambin.Claro est, el tango, aunque triste, es arrogante. l estira su bra-

    zo izquierdo y lo deja perpendicular a su cuerpo. Ella hace lo

  • 46

    mismo con su brazo derecho. Qu otra cosa podra hacer ella

    si tiene la mano agarrada a la de l? Acto seguido, enfilan haciael centro de la pista con andares propiamente marciales, tiesoscomo soldados. Cuando llegan a su destino, cambian la posi-

    cin de sus extremidades y vuelven al punto de partida. Bailanel tango como en aquella vieja cinta en la que Rodolfo Valentino,vestido de gaucho andaluz, se empea en bailar La Cumparsita.

    Qu barbaridad! Despus de muchas idas y venidas, de varios giros y

    vueltas, llega el final chimpn-. Ella tiende su cuerpo violenta-

    mente hacia atrs como si se desmayara. l la sostiene por lacintura, con firmeza. Si no fuera as, ella podra caerse y hastapodra llegar a romperse la nuca. Se oye la voz de un locutor que

    por el altavoz dice: las autoridades sanitarias de esta academiaadvierten que el tango puede ser perjudicial para la salud de losbailarines y la de aquellos que estn a su alrededor. Aguante,

    profesor: no la suelte! Tengamos la clase en paz!

    20 de febrero de 2005

  • 47

    ALGUNAS IMPRESIONES SOBRE EL TANGO EN ESPAA (VII)

    EL TANGO EN LA CALLE

    Con la reciente oleada de emigrantes argentinos, una nue-va etapa del tango lleg a Barcelona. En las zonas ms concurri-das de la ciudad se ven parejas que bailan ese sentimiento me-lanclico. Ponen sobre la acera un amplificador con msica del

    Ro de la Plata y despliegan sus habilidades para la danza anteespontneos corros de viandantes. La gente les observa con cu-riosidad y admiracin. La chica va vestida de milonguita, toda de

    negro y bien ajustada, con un enorme tajo en la falda que lepermite mostrar una extensa porcin de muslo. Y qu muslo.Hay connotaciones claramente sexuales en sus andares que an-

    teceden al abrazo con la pareja. Hay mucho de canallesco en suactitud de llamada al partenaire. El chico se viste de compadrito.Lleva chambergo requintado, el pelo con brillo, pauelo al cuello,

    pantalones ajustados y zapatos enterizos. Su gesticulacin es pro-fundamente masculina, callejera y arrebatadora. Hay mucho deandaluz en su porte. Mucho de matador frente a la bestia, y pone

    bastante orgullo en lo que hace. Entonces, en el amplificador seoyen los primeros compases de aquel inolvidable tango Quejasde bandonen, de Juan de Dios Filiberto, y la pareja se entrelaza

    en un complicado puzzle de pasos y figuras en la que no faltan loscortes y las sentadas. Todo este despliegue de cadencia y de rit-mo se desarrolla alrededor de una gorra puesta en el suelo, para

    que, cuando la pieza acabe, si hay suerte, ante ella pasen los

  • 48

    espectadores generosos a depositar alguna que otra moneda.

    Durante el ltimo verano, cada noche de mircoles, sin sal-tarse ni una, en el Paseo Martimo del Port Olimpic de Barcelona,un grupo de criollos montaba un baile callejero. Otra vez el ampli-

    ficador, otra vez los tangos, de nuevo la gorra en la acera, esta vezpara pagar el alquiler del equipo de msica. Un nmero nada des-preciable de parejas acuda a la milonga. El pblico, en su mayora,

    estaba compuesto por espaoles, jvenes y veteranos de esta tie-rra que han aprendido bastante bien a moverse al comps del dospor cuatro. Para calentar la velada, algunos argentinos y urugua-

    yos se llevaban el mate. Nostalgias de la tierra lejana. Enredadosen la magia de esa msica se pasaban dos y tres horas como abra-zados a un rencor, a cielo raso, cielo donde las estrellas brillan con

    otro acento, pero tambin brillan. Quin nos iba a decir a los delRo de la Plata, all por los aos sesenta, que un da, para sobrevi-vir, tendramos que irnos a bailar tan lejos?

    6 de marzo de 2005

  • 49

    MENS NAVIDEOS

    La Navidad en los pases del norte coincide con el solsticiode invierno, que es fiesta pagana y que la Iglesia se encarg decapitalizar para s hace ya mucho; y es, a diferencia de la del

    hemisferio sur, como sabemos, climatolgicamente fra y mu-chas veces desapacible. Esto hace que los alimentos por aqu ypor estas fechas sean muy consistentes y altamente calricos.

    En la mayora de los territorios espaoles, se celebra la NocheBuena y la Navidad. En cambio, en Catalua, desde tiemposinmemoriales, se acostumbra a festejar el da de Navidad y el

    siguiente, que es el da de San Esteban. Generalmente, el menpara el 25 de diciembre radica en un cocido que en estas tierrasse llama carn dolla, plato integrado por carnes variadas, des-

    de la de cerdo a la de ternera conjuntamente con la de pollo yla de los embutidos, lo que se acompaa con abundantes gar-banzos. Con el caldo de tan generoso puchero se prepara una

    sopa de galets, pasta de tamao gigante, similar a un codo conestras. A la hora de los postres nunca faltan los frutos secos ylos turrones, todo esto bien rociado de un buen Brut, o sea,

    cava seco. Para qu contar que la sobremesa, en todos los ca-sos, resulta eterna. Para San Esteban se repite todo, y como porlo general sobra mucho del da anterior no hay que esforzarse

    demasiado en parar la olla. Con lo que queda se prepara un

  • 50

    estimulante relleno que servir para completar unos sabrosos

    canelones. Ocupado en resaltar lo ms grueso, se me olvidabamencionar algo tan delicado y tpico como les neules, que noson otra cosa que los tradicionales e infaltables barquillos de

    Navidad. Paso a resear mis recuerdos de infancia de estas festi-

    vidades en el Montevideo de los cincuenta. Recuerdo a mi to,

    Eduardo Echegoyen, en su viejo Ford del 29, yendo junto a mipadre a las Cerveceras del Uruguay a recoger dos barriles demadera cuyo contenido no era otra cosa que cerveza. Uno de

    cerveza blanca y otro de cerveza negra. Aquellos toneles po-sean dos orificios circulares en su cara superior. Uno para intro-ducir un tubo metlico acabado en un grifo; y otro para meter

    una especie de inflador de neumticos al que haba que accio-nar manualmente, dale que dale, para que la bebida tomarapresin. Modo de enfriar el lquido: una media de nylon llena

    de hielo fabricado en una factora cercana, enroscada al tubode la canilla. Por aquel entonces las neveras elctricas eran unosartilugios que slo existan en las pelculas americanas. Pase-

    mos, ahora, al men. El almuerzo de aquel da, por lo general,estaba compuesto de ravioles con tuco: que es al Ro de la Pla-ta, lo que a Catalua, ms o menos el cocido navideo. Des-

    pus pasbamos a los turrones; luego a los frutos secos y a loslicores. Y no parbamos. Como se puede apreciar: un yantarpropio del invierno europeo, pero en pleno esto. No es de ex-

    traar que despus de ingerir tan energticos alimentos en estasfechas veraniegas, muchos montevideanos terminramos nues-tra comida de Navidad en las salas de urgencia de los hospita-

    les, que no daban abasto en atender a los indigestados comen-sales. Y todo, por seguir las tradiciones hispanoitalianas de nues-tros abuelos.

  • 51

    EL INQUILINO INVISIBLE

    Cuando llegu a Valencia, viv en casa de una seoraviuda. La mujer permaneca en aquel piso de grandes dimen-siones para no depender ni de su hijo ni de su nuera. Y con el

    fin de ayudarse en su manutencin, alquilaba piezas a hombresque estaban solos. La viuda nos lavaba la ropa, cocinaba paranosotros, y se cuidaba de tener bien limpios y arreglados nues-

    tros cuartos. Por la noche, nos sentbamos a la mesa tres de losinquilinos y la seora, aunque la mujer, en su afn por atender-nos, casi siempre se mantena de pie. Jacinta, que as se llama-

    ba, era manchega; por lo general, estaba de buen humor; ha-blaba lo justo, rubricaba todas sus frases con refranes, no seentrometa en nuestras vidas y procuraba servirnos lo mejor

    que poda. Doa Jacinta, aunque era muy activa, ya rozaba losochenta.

    Aparte de la habitacin de nuestra casera, en la vivien-

    da haba cuatro ms; una de ellas situada al lado de la entrada.Cada noche, mientras nos retena la televisin, oamos abrir lapuerta del piso y, enseguida, la de aquella pieza, que desde el

    saln no alcanzbamos a divisar. Entonces, sonaba la voz de unhombre que deca algo, y a continuacin, la voz de otro hom-bre que le responda. Al cabo de un rato, uno de ellos entraba

    en el comedor. Siempre era el mismo, porque el otro nunca se

  • 52

    dejaba ver. Hablaba muy fuerte y de forma harto desordenada.

    Pasaba de un tema a otro sin la ms mnima coherencia. Ycuando alguno de nosotros osaba contrariarle, sala con nuevashistorias que nada tenan que ver con lo anterior, dejndonos

    con nuestros argumentos en la boca; o se daba media vuelta ydesapareca por el pasillo. Despus se le oa en su cuarto, char-lar a gritos con su compaero.

    Para no pecar de indiscreto, nunca coment con losotros inquilinos aquella singular situacin. Tampoco ellos lo in-tentaron. Pero la curiosidad me carcoma, y para mis adentros,

    llegu a urdir infinitas hiptesis e incgnitas, muchas, disparata-das. Por ejemplo: el que nunca apareca por el comedor, eratan abominable como algn engendro de Lovecraft? No, era

    aquel personaje de Verne o de Wells, el hombre invisible. Elque se nos mostraba y el otro, eran padre e hijo? No, eranhermanos. O eran otra cosa?

    Pasaron las semanas y estos acontecimientos se repi-tieron da tras da. Una noche que llegu a la cena antes que elresto de los comensales, aprovech la oportunidad para pre-

    guntarle a solas a doa Jacinta, cuntas personas vivamos enaquella casa. Me mir con extraeza y me contest que ramoscuatro y con ella, cinco. Sin demora, intent sonsacarle con quin

    hablaba entonces aquel individuo cada noche. La mujer se ria discrecin y me respondi que este seor hablaba solo, consi-go mismo; y que lo curioso del caso era que tambin se contes-

    taba. Me rog que no tomara en cuenta su peculiar forma deactuar porque, aparte de ser muy buena persona, de pagar pun-tualmente y de no crear ningn tipo de problema, el pobre esta-

    ba ms sonado que una campana vieja.

  • 53

    INHUMANOS

    ltimamente, se habla mucho de Recursos Humanos, y sino se sabe con exactitud a lo que se estn refiriendo, uno puedellegar a pensar que se hace mencin de aquellos medios que

    tenemos los hombres para afrontar, en grupo, la existencia, ascomo para asistir a nuestros congneres en sus necesidades detodo tipo. Mas no es as: cuando hoy se dice Recursos Humanos,

    slo se estn refiriendo a las personas que las empresas poseencomo herramienta para el logro de sus intereses. Es decir, a susempleados.

    Desde el advenimiento del capitalismo, lo ms impor-tante para la sociedad formada a su imagen y semejanza no esla humanidad en su conjunto ni el hombre como individuo,

    sino sus compaas y sus capitanes. Y se nos intenta hacer creer,de forma constante, que todos nuestros esfuerzos han de ten-der, sin rechistar, al prolijo mantenimiento de esta estructura. Y

    ese mantenimiento pasa exclusivamente por la nada solidariaproteccin de sus medios mecnicos de produccin, en detri-mento de cualquier otra necesidad humana.

    No quiero entrar a analizar ahora las bondades o mal-dades del sistema pero deseo hacer una reflexin con respectoa la desatinada utilizacin del lxico por parte de esta gente.

    Cuando hablan de los departamentos de Recursos Humanos,

  • 54

    se estn refiriendo a las nada humanas divisiones encargadas

    de la seleccin de personal. Y, para darles an ms empaque ymisterio a estas secciones, las nombran crpticamente, con si-glas duplicadas como: R.R.H.H. Esta abreviatura de sonoridad

    sangunea puesta a favor de tales objetivos me hace rememorarel comportamiento de ciertos grupsculos amorales que anhoy buscan en sus integrantes la pertenencia a supuestos linajes

    puros y superiores. Los tcnicos de estas reas pretenden serlinces de la psicologa aplicada, de la sociologa, de la expresinverbal y no verbal, entre otras muchas cosas al servicio de sus

    amos. Saben mirar profundamente a los ojos de los que se pre-sentan como aspirantes a un cargo, para escudriar, en la dila-tacin de sus pupilas, si mienten o dicen la verdad y quin sabe

    cuantos otros asuntos privados ms. Especialistas del temblorajeno, atacan a los postulantes con su batera de infinitas pre-guntas, no siempre pertinentes, para turbarles y averiguar todo

    sobre sus vidas. Semejantes lamepis, eruditos a la violeta de las erres

    y de las haches, parecen situarse, en todo momento, por enci-

    ma del bien y del mal. Impolutos, inhumanos, no les tiembla enabsoluto el pulso a la hora de promover descartes.

    Me gustara observar, a travs de una mirilla, a estos

    individuos cuando se enfrentan a sus superiores, y ver si enton-ces permanecen tan fros, despiadados y aplomados como antesus vctimas, que, como ellos, slo buscan mantenerse a flote

    en el embravecido mar de nuestra sociedad consumista, occi-dental y cristiana.

  • 55

    MAITETXU MA

    Contrariamente a lo que el comn de las personas atri-buye de divertida y disipada a la profesin de viajante de co-mercio, tarea que hace algunos aos ocupaba mis das, puedo

    asegurar que, especialmente tras la cada del sol, cuando unose encuentra solo y sin saber adonde ir, la vida de representantees montona y aburrida. Fue en una de esas noches, en un

    antiguo y poco cuidado hostal de San Sebastin, Guipzcoa,que, en la semipenumbra de la habitacin, sin otra perspectivaque la de ver los horribles programas de televisin que en todas

    las cadenas eran igual de cutres que los actuales, echado sobrela cama, me pareci ver una manchita negra que andaba por eltecho y que provena de una de las grietas que con los aos se

    haban formado en los anclajes del armario empotrado. De in-mediato, al creer identificar en la diminuta figura del cielorrasoa un conocido parsito chupa sangre, mi cuerpo sufri una re-

    accin, provocada quizs por un temor ancestral, y comenc asentir un intenso picor en todo el cuerpo. Me incorpor de ma-nera abrupta, al tiempo que accionaba el interruptor de la luz,

    pero cuando intent acercarme al bichejo con el fin de macha-carle, ste haba desaparecido totalmente de mi vista. Me diri-g, entonces, a la raja de la pared junto al marco del ropero.

    Seguro que se fue por aqu, me dije. Hurgu debajo del papel

  • 56

    desconchado en su busca, pero no pude hallarle. En cambio,

    mis dedos tropezaron con lo que pareca un retal de folio enro-llado, depositado en la hendidura. Lo abr con curiosidad y pres-teza y me encontr con una nota, escrita con una caligrafa casi

    perfecta; lstima que no se poda decir lo mismo de su ortogra-fa. En ella, alguien se expresaba como sigue ( transcribo el tex-to tal cual lo encontr; slo correg las faltas ms gruesas. Me

    pareci irrespetuoso y poco fiel con la realidad cambiar el noto-rio desarreglo de la sintaxis castellana propio del habla de lagente menos letrada de este pueblo del norte, que entre otras

    cosas suele sustituir el subjuntivo del idioma espaol por elcondicional, as que lo mantuve): Fieles amigos Gorka y Jontxa:pronto volver a marchar a Amrica. Lo har sin falta en el

    primer vapor que salga despus del Da de Difuntos, porque en

    esa fecha sealada quisiera llevar unas flores a su sepultura,

    hincarme y llorar su ausencia un rato eterno. Si no sera por-

    que soy cristiano, pondra fin a mi existencia, como lo manifest

    a gritos cuando me enter de lo ocurrido. Pero, aunque nada me

    queda ya sin ella, no temis por el destino de mi alma: os juro

    que no har ningn disparate. Lo que dije al recibir la desgracia-

    da noticia no fue ms que una forma desesperada de revolverme

    contra lo siniestro del destino. Como recordaris, hace tres aos,

    cruc el mar con la idea de hacer fortuna y despus de muchos

    sacrificios la suerte se puso de mi lado y algo consegu. Le haba

    prometido que volvera y que si me esperaba, le dara todo lo

    que estara a mi alcance. Como sabis, ayer por la maana,

    salt a tierra el primero porque soaba con su querer. Mi corazn

    lata al ritmo del zortzico aquel, que siempre le haba cantado al

    verla pasar. No sali a recibirme como yo tanto haba anhelado y

    eso me inquiet. Pregunt: qu es lo que pudo ser? Me contesta-

    ron las viejas del casero: muri llorando y suspirando: mi amor,

    en dnde ests...?

  • 57

    LA BOMBILLA

    Los vocablos, segn el lugar geogrfico en donde se utili-cen, aun hablando el mismo idioma, pueden adquirir significa-dos diferentes, muchas veces ininteligibles para los que no son de

    ese sitio. Por ejemplo, en Espaa estar parado no quiere decir,como en Uruguay, estar de pie. En la pennsula significa perma-necer sin andar o estar en el paro. Una garrafa no es ese recipien-

    te metlico donde se aloja el gas butano, es una damajuana. EnEspaa, lo que en Uruguay es la canilla del agua, es el grifo. Tan-tas son las diferencias que podramos seguir enumerndolas has-

    ta el amanecer. Al llegar a Barcelona, mi familia y yo nos alojamos en

    un apartamento situado en un cuarto piso. Mis hijos, que por

    entonces eran muy pequeos, buscando entretenerse, usaban labombilla del mate, cargada con agua y detergente, para producirespuma y pompas de jabn. Un da se asomaron a la reja del

    lavadero y la bombilla se les cay por el patio de luz a la plantabaja. En esa planta haba una tienda de ultramarinos, es decir, unalmacn. Al darse cuenta de lo que haba ocurrido, mi mujer

    baj al comercio y le dijo al tendero si le poda alcanzar la bom-billa que los nios haban dejado caer a su patio. El seor, ama-blemente, se dirigi a la parte trasera del establecimiento y, al

    cabo de unos minutos, volvi diciendo que l no haba visto nin-

  • 58

    guna bombilla. Y agreg que si sta haba cado desde tan alto,

    lgicamente, estara hecha aicos, pero que l no haba encon-trado ni el ms mnimo trozo de cristal en el suelo. Sugiri quequizs la bombilla permaneca sobre algn tendedero de los de

    ms arriba. Una bombilla, en Espaa, es lo que en Uruguay lla-mamos bombita o lamparita de luz. Entonces, mi esposa le expli-c que lo que ella estaba buscando no era de vidrio sino de me-

    tal; un tubito que tena en uno de sus extremos una especie decolador en forma de almendra. En ese instante, como si se lehubiera iluminado la mente, el buen hombre se sonri, y asin-

    tiendo con la cabeza, volvi a meterse en la trastienda para re-aparecer muy ufano con la bombilla en la diestra. Entonces, lepregunt a mi mujer para qu serva aquel artilugio. La pobre

    comenz a darle algunas explicaciones. Que si una calabaza pe-quea vaciada, seca y endurecida que se llama mate y que sirvede vasija. Que si una hierba tambin seca llamada yerba mate,

    que se introduce en la calabaza. Que en la calabaza despus sevierte agua caliente. Agua que se ha de sorber a travs de labombilla. El hombre, a pesar de haberla escuchado con gran

    inters, entendi poco o nada de lo que le haba intentado expli-car mi esposa, ya que de inmediato le coment que l haba vistodurante la guerra civil a un voluntario de las Brigadas Internacio-

    nales fumar en un narguile.

  • 59

    LLAMARADAS FRANCESAS

    Los jvenes de la periferia de las ciudades francesas, des-de sus guetos sin esperanza, se han lanzado a la calle para hacersentir su protesta, una protesta dura y seria, en demanda de lo

    que se les debe y las autoridades les escamotean Cmo no sevan a asustar y clamar al cielo sus gobernantes, personajes conropas de diseo de Givenchy, de Pierre Cardin, o de Dior! Gente

    de la gauche divine, la izquierda divina y burguesa que lleg alpoder prometiendo hacer mucho por el pueblo y, en cambio, noha sabido cumplir. La prensa adicta a la versin oficial acusa de

    malagradecidos con el pas de acogida a quienes actan en estosdisturbios, como si estas personas slo fueran extranjeros, cul-pando adems y de manera falaz, a su condicin religiosa islmica.

    Expresan dichos medios de prensa que los abuelos africanos delos actuales protagonistas franceses de estas reclamaciones nun-ca se comportaron con una igual violencia, quizs teniendo los

    mismos motivos que sus nietos. Tal vez sea cierto, pero estosmedios de comunicacin ignoran, a sabiendas, que los anteceso-res de estos jvenes tenan el apoyo y la gua de unas organiza-

    ciones de izquierda inexistentes hoy en da, que canalizabansus demandas a travs del sindicato obrero y su ideologa, con-virtiendo sus requerimientos en demanda de una clase social con

    conciencia, y no en una disputa entre distintos grupos religiosos,

  • 60

    nacionalistas o seguidores de otras entelequias similares, como

    la prensa nos intenta hacer creer que pasa hoy.Los jvenes franceses que en este momento manifiestan

    su descontento, tienen como principal referente para su existen-

    cia, lo que muestran las emisoras de televisin, medio que seesfuerza en ensear cada da las excelencias del estado del bien-estar neoliberal socialdemcrata, estado que estos jvenes no

    pueden alcanzar, porque, entre otras cosas, la baja inversin quese realiza en los centros de enseanza de sus barrios resulta inci-piente y coadyuva en el fracaso escolar generalizado y los deja

    sin preparacin en medio de este mundo tan competitivo. Ade-ms, porque tambin, sufren la discriminacin laboral de unmercado que no los admite tan slo por llamarse Mohamed oFatumata, lo que redunda en detrimento de estos grupos socialesque no llegan a consolidar, mnimamente, sus economas. Y por-que ya no existen organizaciones de izquierda como las que inte-

    graron a sus mayores. En cambio hay un partido en el gobiernoque lidera los destinos de Francia, con un primer ministro versa-llesco llamado Villepin, y un ministro de interior, Sarkozy, que

    acta de manera muy similar a cualquier comisario poltico ale-mn de la poca nazi. Estos personajes, al igual que sus squitosde ganapanes y otros socialdemcratas europeos entienden que

    ellos son portadores de una solucin socioeconmica definitiva,a la que han dado en llamar estado del bienestar, estado queemula en pretensiones de perfeccin al american way of life

    norteamericano. En ambos casos, para los seguidores de estastendencias maximalistas, si alguien defecciona de tan justos me-dios de relacin poltica, no es porque fracase el sistema, que es

    infalible, sino por la disfuncin sicoptica propia de algunos ciu-dadanos que no son capaces de integrarse en tan maravillosaforma de organizacin social.

    27 de noviembre de 2005

  • 61

    RONCHAS

    Un franquiciado de restaurantes de comidas italianas seintrodujo hace unos diez aos en el centro de Barcelona. Debuen principio, en este establecimiento, mitad snack, mitad self-

    service, cuatro hechos llamaron mi atencin. El primero fueque, a juzgar por la tonalidad de su piel y su morfologa, lamayora de los camareros eran hindes y no italianos. El segun-

    do, que a pesar del origen de las especialidades que all se ser-van, no s quin me dijo que la compaa era britnica, lo queal tiempo pude corroborar leyendo una publicacin financiera;

    el tercero, que la mayora de los clientes estaban convencidosdel origen italiano del restaurante, ya que el grueso de los asis-tentes provena de Italia; y cuarto, que los gigantescos tenedo-

    res con que se servan los macarrones o el arroz, estaban suje-tos a los mostradores mediante unas gruesas y nada decorati-vas cadenas, como si temieran que alguien fuera a llevrselos.

    Pens que si estaban puestos as, por algo sera. Tambin memont mi historia justificando que, aunque el capitalista fuerabritnico, quin iba a poner un restaurante ingls en Barcelo-

    na, donde la gente est acostumbrada a la comida mediterr-nea? A la vez, record que en Londres yo haba saboreado al-gunas pizzas mejor confeccionadas que las que tom en Roma.

    Reflexion que los grupos financieros e industriales hacen fla-

  • 62

    mear la banderita de la patria cuando conviene, y cuando no,

    colocan en el asta de sus edificios empresariales la ensea quems les hace ganar dinero. A partir de que supe la procedenciadel grupo econmico que posea la cadena de estas casas de

    comida, no me extra para nada el origen oriental de sus tra-bajadores, ya que recordaba que en los alrededores de TrafalgarSquare, la mayora de los negocios estn atendidos por em-

    pleados provenientes de lejanos pases que forman o formaronparte de la Commonwealth. Tampoco me extraaba el hechode que la mayora del pblico presente fuera italiano, porque

    cuando uno est en otra tierra, la vena patritica sueleinflamrsenos tontamente ante cualquier representacin de lossmbolos nacionales. Al llegar a casa por la noche, recordaba

    no sin cierta curiosidad los sencillos pero singulares aconteci-mientos de aquel medioda. En ese instante sent que un granescozor se apoderaba de mi espalda. Me quit la camisa para

    mirarme en el espejo y observar lo que me estaba ocurriendo.Entonces comprob que esa parte dorsal de mi cuerpo estaballena de ronchas de color rojo bermelln. Acud al mdico de

    guardia y ste me diagnostic una erupcin cutnea provocadapor algn alimento en mal estado ingerido ese medioda, afec-cin que, afortunadamente, no revesta gravedad. De vuelta de

    la consulta, ped a mi esposa que me alcanzara aquella especiede manita larga de madera que me haban regalado para micumpleaos y que serva para rascarme cuando me picaba al-

    gn lugar del cuerpo que no estaba al alcance de mis manos. Mimujer me contest que se haba roto y que la haba tirado a labasura. En ese preciso momento hall la solucin al cuarto he-

    cho que, aquella tarde, tanto me haba acuciado como incgni-ta. Me percat, como ustedes se imaginarn, del motivo por elcual los enormes tenedores de aquel establecimiento permane-

    can sujetos por cadenas.

  • 63

    DISCRECIN

    Siempre que echo la vista hacia mi lejana infancia, nopuedo dejar de evocar los encuentros de mi abuelo con susamigos en las tardes mansas de verano. El recuerdo del com-portamiento de aquellos veteranos al abordar los temas me lla-

    ma cada vez ms la atencin. A diferencia de lo que pasa hoyen cualquier conversacin, aquellos paisanos nunca se acalora-ban al discutir sus asuntos. Sus opiniones, muchas veces con-

    trapuestas, se debatan con un cambio cordial de pareceres, sinque jams se interrumpieran los unos a los otros. Y eso que enaquellas tertulias salan a relucir infinidad de temas, alguno de

    ellos bastante peliagudos. Tampoco les o, en ningn momento, proferir

    exabruptos. Si alguna vez, el tenor de la conversacin requera

    de alguna palabra malsonante, se las ingeniaban para omitirlao disfrazarla con trminos inofensivos.

    Muchas veces, los relatos se tornaban extraos y mis-

    teriosos, llenos de aparecidos, de luces malas y de otros asuntosde temer. Pero por raros o poco crebles que hubieran podidoparecer estas cuestiones, ninguno de ellos se atrevi nunca a

    desmentirlas. En las palabras de los hombres de entonces, siem-pre pretenda flotar el aliento de la verdad. Los testimonios so-bre acontecimientos, fueran falsos o verdaderos, que no com-

    prometan la honestidad de nadie, eran aceptados sin rechistar,

  • 64

    aunque despus cada uno pensara lo que quisiese. En cambio,

    los comentarios malignos, vertidos sin necesidad, aunque fue-ran ciertos, eran considerados execrables en boca de un paisa-no. Un varn indiscreto estaba peor visto que la ms chismosa

    de las hembras. Los lenguaraces acababan siendo repudiadospor la totalidad del grupo e, irremediablemente, expulsados delmismo.

    Sin duda, ninguno de aquellos veteranos que conver-saban bajo la higuera era un santo. Ni pretenda serlo. Tampocolos recuerdo como a seres hipcritas. Su experiencia de aos no

    les hubiera permitido asombrarse demasiado ante ningn des-propsito del gnero humano. Sin embargo, estoy seguro deque cualquiera de ellos se hubiera horrorizado ante los delezna-

    bles comentarios vertidos en las tertulias que pueblan de basurala programacin televisiva de la Espaa de estos tiempos.

  • 65

    ENVIDIA

    Una de las peores cosas que un hombre puede decirle auna mujer, cualquiera sea la relacin que los une o los separa, esque otra mujer es bonita. De inmediato habr suscitado en ella

    unos deseos irrefrenables de desmontar esta afirmacin. Su caraadquirir un gesto mezcla de asombro y enfado. Sus ojos seentrecerrarn destilando malignidad y su boca proferir toda

    clase de frases negativas. Probablemente, buscar en la figurade la fmina halagada similitudes con animales de todo tipo:gata, pantera, vaca, foca. Entre otras cosas, denostar sus an-

    dares, sobre todo si estos llegan a tener algn gesto especialpor sutil que pueda ser, ya sea producto de un andar compadri-to o del pie plano, o una cadera ms alta que la otra, o de

    cualquier otra malformacin, etctera, y dir, a continuacin,que la bella camina como un vaquero. Por otra parte, si la chicaen cuestin es admirada por estar bien dotada de senos, no hay

    duda que apuntar que con esos atributos, en unos aos, co-menzar a padecer de la espalda, pobre, y que ya no se llevande ese tamao, magnitud que slo satisface a hombres primiti-

    vos y que irremediablemente acabar siendo pasto de quirfano.Si lo que nos llama la atencin es el trasero de la hermosa dama,no dude en que le soltar que la celulitis no se nota debajo de la

    ropa, pero que en la playa, no vea. Si es menuda, ser enana.

  • 66

    Si es mediana, ser del montn. Si es alta, ser una giganta

    apta tan solo para el baloncesto. Si es artista de teatro, serinexpresiva. Si es artista de cine, el maquillaje engaa y la c-mara, todava ms. Si el rostro se parece al de Nicole Kidman,

    seguro que su cara tiene el aire de perrito pequins que sueleposeer ese tipo de actriz nrdica sosa. Si se asemeja al de Marilyn,sin duda, afirmar que a usted le gusta porque, como tantos

    otros hombres de su poca, usted se ha quedado anclado enalgn momento de su remota adolescencia, a mitad de camino,traumatizado por fases incompletas de contactos carnales que

    no le han dejado realizarse en su totalidad, y usted no ha podi-do pasar de all, porque segn la encuesta realizada por unadestacada revista sicolgica de Estados Unidos, este tipo de ame-

    ricana encarna la figura femenina deseada por los inmadurossexuales. O quizs est usted pasando por algn proceso cir-cunstancial de impotencia, ya que quienes padecen de este mal,

    tambin acostumbran a gustar de mujeres como la colosal ru-bia que sedujo, con su pcara inocencia, a todo un seor presi-dente del imperio ms grande del planeta.

    Y ahora, despus de haberme cebado con las lectoras,esta pregunta va dedicada a los del sexo masculino: ese tal An-tonio Banderas les parece a ustedes tan atractivo como lo en-

    cuentran las seoras, con su pinta de latino pobretn, siempredispuesto a protagonizar en Hollywood papeles de poca tras-cendencia, en los que se requiere la presencia de seres nacidos

    ms all del Ro Grande, tareas que les son ofrecidas tan sloporque tuvo la potra de casarse y tener descendencia con esarubia bastante ms veterana que l, tan famosa e influyente en

    esos medios cinematogrficos?

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    LOS CHOCLOS Y LAS PANOCHAS

    En otoo, cuando mi primo y yo regresbamos de laescuela, nuestro abuelo nos esperaba con choclos que l mis-mo haba cosechado para pienso de las aves de la casa. Como

    estaban acabados de arrancar, permanecan tiernos y servantodava para el consumo nuestro. Recuerdo aquel maz de unamarillo rojizo, que pareca querer reventar de gordo. El hom-

    bre apartaba la chala para usarla como hojilla de fumar. Ciga-rros de los gauchos, armados con hojas de choclo secas. Tam-bin recoga