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    29-01-2016

    Ocio y negocioSantiago Alba RicoLa Calle del Medio

    No conviene abusar de las etimologas, pero a veces son tiles para introducir, con la historia de laspalabras, la de de esos cambios materiales que han cambiado, junto a la realidad humana, supropio significado. En un mundo en el que el capitalismo, organizando y explotando el trabajo,centr todas las resistencias en torno al salario, como cifra de dignidad, y al horario, comocondicin de reposo y de biografa, conviene recordar que en latn el estado normal, original,ciudadano, era el "ocio", el otium, trmino a partir del cual, como vocablo marcado o negativo, seform la palabra "negocio", el nec-otium, el trabajo entendido como servidumbre, tambin en elsentido de que era lo propio de los "siervos" o los esclavos. Mientras que hoy, bajo las presiones delcapitalismo, interpretamos el "ocio" como un tiempo robado al trabajo, en la antigedad clsica, al

    contrario, el trabajo era el tiempo robado al ocio, el tiempo engrilletado de los que -esclavos ymujeres- no se podan permitir la libertad. Que ese mundo clsico fuera severamente clasista ypatriarcal no debe impedirnos explorar a nuestro favor la esperanzadora escala de valores,inversin de la nuestra, que lo caracterizaba.

    Bajo el capitalismo, el ocio es el "resto", el tiempo que resta, tras el cumplimiento de la jornadalaboral. Para los griegos y romanos era, al contrario, la condicin misma de la ciudadana. El ocio,como opuesto al trabajo esclavo, era la posibilidad de inscribir la propia libertad en dos espaciosindisociablemente ligados: uno la ciudad (lapoliso repblica), donde se discutan entre iguales losproblemas comunes. El otro era la academia. El trmino que los griegos utilizaban para lo que losromanos llamaron luego "ocio" es skhol, de donde procede nuestra palabra "escuela". Los

    "ociosos" eran, pues, los escolares, los filsofos, los amantes del saber. No resulta un pocodesconcertante y provocativo? A la luz de esta inesperada etimologa, podemos pensar entonces enlos negociantes o negociosos -en esos "hombres de negocios" en los que nos gustara que seconvirtiesen nuestros hijos y con los que nos gustara que se casaran nuestras hijas- como lo querealmente son: personas que, al renunciar al ocio, han renunciado a las dos ejes de la condicinhumana emancipada: la poltica y el saber. Los "hombres de negocios", como los esclavos antiguos,son los hombres que no participan de la vida poltica y que no van a la escuela; los "privados" o"idiotas", segn otra etimologa griega; y ellos son, como responsables apolticos y sin saber de laeconoma, los que deciden desde fuera los destinos de la ciudad y el contenido de nuestras vidasindividuales; es decir, de nuestro "ocio".

    Cuando pensamos en el capitalismo siempre pensamos en la explotacin del trabajo, pero lo querealmente lo define es su presin sobre el tiempo libre. La conocida filsofa Hanna Arendt, queanaliz de un modo muy bello esta relacin antigua entre escuela, poltica y ocio, denunciaba conamargura que los ciudadanos -pensaba concretamente en los estadounidenses de los aos 50- quese haban visto relativamente liberados del trabajo asalariado a travs de horarios ms benvolosno empleaban su tiempo libre, como los antiguos, en la poltica y el saber sino en el consumo.Hannah Arendt, al contrario que Marx, vea en en la produccin y consumo ilimitado de mercancasuna tentacin inscrita en la "condicin humana", tentacin que el progreso industrial y tecnolgicohaba liberado de sus lmites "naturales". Ahora bien, las sociedades son precisamente complejosdispositivos colectivos concebidos para seleccionar, jerarquizar y estimular (o frenar) lastentaciones; es lo que llamamos "culturas" y las hay y las ha habido, casi todas malas pero no

    igualmente malas, de todos los tipos. La sociedad capitalista es una "sociedad de consumo", no unatimocracia o una teocracia, y lo es precisamente porque, al contrario que otros modelos anteriores,

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    ha identificado el ocio con el consumo y ha convertido por eso mismo el ocio, an ms que eltrabajo, en una de las llaves de su reproduccin. El ocio, parafraseando una famosa frase, es laprolongacin del trabajo con otro nombre; no dejamos de ser capitalistas cuando dejamos detrabajar, en nuestras horas libres, en el centro comercial, en internet o en Burger King. Ni siquieraen el cine, en el museo o en el sexo. Es lo que otro filsofo, Bernard Stiegler, ha llamado

    "proletarizacin del ocio" para referirse a ese proceso de colonizacin capitalista del tiempo libre envirtud del cual, del mismo modo que renunciamos como trabajadores al control sobre nuestrosmedios de produccin, hemos renunciado como consumidores al control sobre nuestro mediosrecreativos. Nuestros placeres son tan poco nuestros como nuestros dolores. El ocio es, adems, elverdadero negocio: slo en Espaa genera 28.000 millones de euros de beneficios al ao.

    Renunciando a aquello que los antiguos identificaban con el ocio -la poltica y el saber- es como silos humanos no dejsemos de trabajar nunca, como si siguisemos en la fbrica o en la oficina trasconcluir nuestra jornada laboral. Cuando podamos pensar que la liberacin relativa del trabajo enlas sociedades occidentales nos iba a convertir por fin en ciudadanos, sin diferencias de gnero o

    de clase, nos hemos convertido todos en "consumidores", al menos virtuales o potenciales, en unmercado -idealmente- sin diferencias de gnero o de clase que, sin embargo, pone el poder enmanos de unos pocos "hombres de negocios" y destruye los recursos finitos del planeta. Para losantiguos "libertad" era libertad para el bien comn y para la sabidura; bajo el capitalismo, lalibertad se reduce a la adquisicin y destruccin acelerada de mercancas. En este sentido, comobien observa Luciano Canfora, la libertad neoliberal se ha separado, como su opuesto estricto, de lademocracia, pero tambin de la "mayora de edad" ilustrada. Lo nico que "libera" la libertad delconsumo es la niez y la animalidad del hombre.

    Tan importante es liberar el trabajo de la proletarizacin como liberar el ocio -porque es lo mismo-

    del consumo proletarizado. Lea con amargura estos das el libro El fin del homo sovieticus, de laflamante premio Nobel bielorusa Svetlana Aleksievich, estremecido por los testimonios de rusosantiestalinistas que creyeron en laperestroikacomo una posibilidad de recuperacin del socialismoy se encontraron con Yeltsin, el bombardeo del parlamento y el establecimiento en diez das -losmismos que acabaron en 1917 con el zar- de un capitalismo salvaje. No se puede negar laresponsabilidad de la URSS en la facilidad con que se impuso antropolgicamente, frente al homosovieticus, el consumidor mercantil. Pero en todo caso la Rusia de los aos 90 debe hacernospensar en lo que nos jugamos en todas partes. "El descubrimiento del consumo y el dinero fuecomo la deflagracin de una bomba atmica", dice un seguidor de Gorbachov decepcionado. Otroaade: "todos estbamos dispuestos a morir por la libertad, no por el capitalismo". Y en el prlogo,la propia Svetlana lo resume as: "La libertad result ser la rehabilitacin de los sueospequeoburgueses que solamos despreciar en Rusia. La libertad de Su Majestad el Consumo. La

    consagracin de las tinieblas, el afloramiento de deseos e instintos tenebrosos, de toda una vidasecreta de la que apenas tenamos una vaga nocin". En una entrevista concedida tras la concesindel mximo galardn literario, la autora abundaba en esta idea: "Creamos que lo ms importanteera abrir una puerta a la libertad y, cuando esa puerta se abri, la gente corri en la direccinopuesta (...) De cada una de estas personas bien vestidas ha emergido un monstruo terrible".

    Rusia, dice Svetlana Alexievich, no estaba preparada para ese cambio: "no tenemos las habilidadesculturales para enfrentarnos a ello". Es la humanidad la que no est preparada para la libertadsalvaje, sin poltica y sin saber, del consumo; ningn pas tiene las habilidades culturales paraenfrentarse a ello. Parir y criar esas "habilidades" debe ser la tarea de todos los que creemos que

    otra libertad es posible y, an ms, necesaria si es que queremos decidir nuestros propios destinosy garantizar un mundo chapucero, pero habitable, a nuestros descendientes. El ocio, como poltica

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    y como escuela, debe ser el verdadero trabajo de una humanidad encadenada a la naturaleza yliberada de los negocios.

    Rebelin ha publicado este artculo con el permiso del autor mediante una licencia de CreativeCommons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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