Océanos de sangre · Libro Primero · Sangre, agua y fuego

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Continuación de Océanos de sangre.

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Advertencia

Esta historia contiene escenas de violencia y sexo explicito, y lenguaje adulto que puede ser ofensivo para algunas personas. No se recomienda para menores de edad.

© 2014, Océanos de sangre.© 2014, Nut© 2014, Portada: Neith

Beta reader: Hermione Drake

Esta historia es ficción. Personajes, ambientación y hechos narrados, son el fruto de la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con la realidad o personas reales, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción parcial o total de esta obra sin el correspondiente permiso de la autora, con la que se puede contactar en este correo [email protected] o en su blog: http://medianocheeneljardin.blogspot.com.es/

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Océanos de sangre

Nut

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Libro PrimeroSangre, agua y fuego.

La mujer a caballo le observa desde hace rato. El muchacho ha captado su atención, entre otros motivos, por el deleite con el que contempla la fragata fondeada en el embarcadero a resguardo de dos buques de guerra. Su aspecto es como el de cualquier joven y sano marinero, pero lleva en el cinturón una daga demasiado elegante y costosa y al hombro unas pesadas alforjas de cuero que, reconoce fácilmente, han sido labradas por las expertas y exclusivas manos de artesanos ceyanos.

«No eres lo que pareces», piensa, sintiéndose agradablemente fustigada por la curiosidad.Baja de su montura y deja las riendas al cuidado de uno de los soldados que han salido al

paso para recibirla. Abriendo distraídamente la primera hebilla que cierra el ligero y ajustado gambesón que viste, se aproxima al joven. Al caminar, la cálida brisa del puerto agita su larga cabellera cobriza.

—Tienes buen gusto —le dice cuando llega a su altura.El joven vuelve el rostro hacia ella. La sorpresa que le asalta no es capaz de borrar de su

rostro la expresión de fascinación y admiración que hay en él. —¿Disculpe? —inquiere, en el dialecto wayo propio de los navegantes meridionales.—Digo que tienes buen gusto —reitera, usando el mismo dialecto—. La fragata. —Señala

con la cabeza el navío mientras evalúa con descaro al joven.—Es magnifica —afirma, admirado.A la mujer le gusta su voz y la forma en que sus labios han dibujado una sonrisa. Le gustan

sus grandes ojos, tan verdes que resultan irreales; sus fuertes hombros, sus musculosos y morenos brazos, su delgada cintura, el aroma a sudor y mar que despide, y se pregunta si le gustará también lo que la camisa sin mangas y los amplios pantalones ocultan.

—Cuando la he visto he creído por un momento que se trataba de otra fragata —explica, sin incomodarse por el examen del que sabe está siendo objeto—. Una en la que navegué hace tiempo. Pero cuando te fijas, notas las diferencias. —Hay un deje melancólico en el tono grave de su voz—. En aquella otra las maderas de su casco son más oscuras, como si el tiempo las hubiera envejecido, sus velas cuadradas y no cangrejas como en ésta, el alcázar es más alto y la figura del dragón del mascarón de proa rojo como la sangre.

—Esta fragata lleva por nombre Dragón de Agua —explica la mujer—. Por ello el mascarón está pintado de blanco y plata. ¿Eres marinero?

—Lo fui —contesta, de nuevo abstraído en la contemplación del navío—. Ahora sólo vagabundeo.

—¿Cuál es tu nombre?—Kerenter de Loverialen —responde. —Un loveriano —comenta con cierto agrado, dejando que las palabras resbalen por sus

labios entreabiertos.El joven la mira directamente, esta vez en sus ojos hay un cierto destello de interés.—¿Y el vuestro, señora?—Sonya de Gozen.—Hermoso nombre.Ahora es el turno de ella de sentirse evaluada, lo cual la complace. Sabe que saldrá bien

librada del escrutinio. Aunque le dobla la edad, los años en campaña y la difícil vida de soldado

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han mantenido su cuerpo recio y turgente, algo que el gambesón que cubre su torso no puede ocultar. El tiempo no ha hecho mella en su bello y terso rostro y su sedosa cabellera sigue siendo la envidia de las damas más remilgadas de la corte.

—Tanto como quien lo luce —añade el joven, al cabo de unos segundos de tranquila y directa inspección.

La mujer le premia la franqueza con la que el halago ha sido pronunciado con una sonrisa seductora. Es consciente, la experiencia se lo ha demostrado, de que los jóvenes se sienten especialmente atraídos por ella, y presiente sin mucha duda que aquel no es una excepción.

—¿Te gustaría visitarlo?El joven alza las cejas ante la inesperada pregunta.—¿Visitar?—El Dragón de Agua. —La mujer le hace una seña con el dedo, instándole a acompañarla

—. ¿Te gustaría echarle un vistazo por dentro? Conozco al dueño, no le importará.El joven no responde, pero el entusiasmo que asoma a sus ojos habla por él. Ambos caminan

a buen paso por el tranquilo embarcadero, esquivando embalajes y aparejos de pesca, hasta la pasarela que da acceso a la fragata. Dos lanceros custodian la entrada. Se inclinan ante la mujer y golpean la armadura de su pecho con el puño cerrado al tiempo que dirigen inexpresivas miradas al joven que, sin detenerse, contempla desconcertado la escena.

—Señora —balbucea—. ¿Por casualidad se os ha olvidado añadir algún título a vuestro nombre?

—Uno sin importancia —replica, sacudiendo una mano en el aire con desgana mientras que con la otra va desabrochando una por una las hebillas del gambesón.

Caminando delante de él, le sirve de guía por el navío que, pronto descubre, el joven conoce como la palma de su mano. No malogra el momento con una cháchara innecesaria. Se mantiene en silencio, tomando nota discretamente de cómo su acompañante va rozando con las manos todo lo que queda cerca de ellas, de la forma en que examina cada detalle y la velada tristeza que va abriéndose camino por su semblante. Pasean por la cubierta, bajan hasta la bodega, recorriendo de extremo a extremo el sollado, y vuelven a ascender para detenerse en el castillo de popa.

La mujer se apoya en el timón, mientras que el joven se acoda en la borda dándole la espalda.—Son como dos hermanos gemelos que hubieran vivido separados —dice, alzando la cabeza

hacia el palo de mesana y escudriñando los aparejos y la vela que se halla recogida. Su rostro está serio, pero en sus ojos aún queda rastro de la emoción que había en ellos poco antes de embarcar—. Visten ropajes diferentes, peinados diferentes, tienen vidas diferentes. Pero sus cuerpos, sus rostros, son idénticos. Lo mismo ocurre con éste y el barco en el que yo navegué. ¿No es increíble?

La mujer frunce el ceño y medita en silencio durante unos segundos.—Te contaré una historia —dice, acercándose al joven con las manos en la espalda—. Hace

un tiempo, vivió en estas tierras uno de los mejores armadores navales que han existido en los mares al sur de Parvilian. De su astillero salieron buques que fueron a engrosar las armadas más poderosas de los Reinos Marinos de Quart. Se llegó a decir que ninguno de sus barcos se había hundido jamás. —Se encoge de hombros y sonríe—. Exageraban, claro, pero es lo que ocurre cuando la fama se convierte en leyenda. Un día hombres enviados por un importante clan del este se presentaron ante él. Querían los mejores barcos para su flota. Querían sus barcos. Pero el armador había oído hablar del aquel clan, de lo que hacían, de qué utilidad daban a los buques que compraban. —Se peina los cabellos con un gesto lento y distraído—. Para el armador, cada nave que construía era como un hijo nacido de sus entrañas, así que no quiso entregar ninguno de sus vástagos a aquellas gentes.

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El joven sigue atentamente sus palabras. La mujer percibe que su respiración se ha hecho más lenta, que sus párpados se han entornado, que sus diáfanos ojos se han vuelto extrañamente gélidos.

—Una tarde, cuando el armador regresó a su casa —continua con relajada naturalidad la mujer—, descubrió que unos hombres habían entrado por la fuerza. Su servidumbre había sido masacrada, su hija de trece años violada, torturada y asesinada delante de su mujer, a la que antes habían cortado las manos y la lengua. A los pocos días, los representantes de aquel clan del oeste regresaron. «Nadie rechaza a los Oren», le dijeron, «¿Has aprendido la lección?». —La mujer asiente en silencio—. Verdaderamente la había aprendido, aunque no dio los frutos que esperaban. —Sus labios se tuercen con una desvaída crueldad antes de continuar—. El armador dejó de construir barcos y en su lugar se empleó con empeño en encontrar a alguien, lo suficientemente fuerte y loco, capaz de emprender la venganza para la cual él no estaba capacitado.

La mujer detiene su narración. Lo hace porque ha visto en las pupilas de muchacho un destello que ha calentado su mirada, derritiendo el hielo que la encarcela. Lo interpreta como una fugaz llamarada de furia, pero no tarda en intuir su verdadero significado y esboza una maliciosa sonrisa.

«¡Ah! ¡El amor!», piensa. «¡Cuan semejante al odio puede llegar a ser!».—Y lo encontró. —Aguarda un momento. Quiere deleitarse con la belleza de esos ojos como

gemas que no pueden ocultar la emoción que los embarga—. Pero eso tú ya lo sabes, ¿verdad, loveriano?

Una leve sombra de culpabilidad cruza por el rostro del muchacho, que inclina la mirada con respeto y vergüenza.

—Con la condición de que serían empleados para acabar con el clan del este, a esa persona le hizo entrega el armador de dos de sus mejores buques de guerra —relata la mujer, sin que sus labios pierdan la bella curva de una sonrisa astuta.

—El Reina del Abismo y el Incansable —murmura el muchacho.—Y una de las tres fragatas que habían sido construidas para la armada del reino en el que

habitaba —prosigue, cada vez más satisfecha.—El Dragón de Sangre —apunta el joven, y las palabras parecen volverse de cristal en su

boca.—La segunda, el Dragón de Agua, ya había sido confiada a la familia real de Nenan Talia.

La tercera...—El Dragón de Fuego.—Se perdió para siempre en los mares del Muro del Gigante, con el armador como único

tripulante —concluyó.El muchacho se aparta de la borda, contra la que ha estado recostado hasta el momento, y se

dirige al palo de mesana. En su avance pasa cerca del timón y con la punta de los dedos roza la pulida madera con la que está construido. Se detiene junto al mástil y posa su mano sobre él.

—Tres fragatas gemelas.—Tres hermanas —ratifica la mujer—. Has venido hasta aquí sabiendo lo que ibas a hallar,

¿no es así? —insinúa con calma—. Sabías que, cuando no navega, el Dragón de Agua está siempre atracado en este puerto. Querías verla, comprobar con tus propios ojos lo que te habían contado. Constatar las semejanzas con el barco que en realidad buscas, el que ansías encontrar. ¿Me equivoco?

El joven mueve la cabeza en una lenta negación. La mujer observa su figura y percibe con una nitidez casi palpable el cansancio que la impotencia ha hecho arraigar en sus miembros; la desilusión, el pesimismo que le envuelve como una aciaga aura, y una vieja y olvidada sensación conmueve su curtida alma de soldado.

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Se aproxima al muchacho con el deseo de consolarle, pero no es su natural instinto de cazadora el que la empuja hacia él, sino otro muy diferente, innato y atávico, arraigado en la carne de las mujeres desde el comienzo de los tiempos, y que creía había sido extirpado de su ser junto con su pasado de adolescente casadera.

—Claro que no —dice mientras sus dedos acarician con maternal ternura los cortos cabellos del joven—. Aunque ni siquiera es un barco lo que tratas de encontrar.

El muchacho ha cerrado los ojos, dejándose consolar dócilmente. Sus manos se deslizan por la superficie del mástil con un gesto laxo y amoroso.

—Persigo a un hombre —murmura—. Uno que ha vendido su alma a cambio de una venganza.

—¡Ah! —suspira la mujer, y sus azules y profundos ojos destellan de placer—. Esos son los que nunca se dejan atrapar.