Nuevas tendencias enlacomunicación Audiovisual y Publicitaria

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Nuevas tendencias en la comunicación Audiovisual y Publicitaria códico -y tecnológico- sobre el mundo, nuestro presente carece de la dimensión simbólica que permita al sujeto dotar de sentido a su experiencia. Describir la manifestación de esta quiebra en el ámbito del discurso dominante de nuestro tiempo -el televisivo-: tal es el intento de esta ponencia. Jesús González Requena , t El dispositivo televisivo La Realidad I Lo Real Cierta institución emisora emite su programación para millones de individuos aislados en sus apartamentos urbanos. Y un extremadamente sofisticado dispositivo de retroalimentación (estudios de audiencias, audímetro ... ) le suministra información constante sobre el grado de éxito de su propuesta. Por lo demás, todo ello encuentra, de inmediato, una muy precisa transcripción económica: el éxito de audiencia se traduce en beneficio económico a través de la contratación publicitaria. Así pues, las industrias radiofónica y televisiva generan beneficios en cuanto venden a las empresas publicitarias espacios de emisión de publicidad. A través de este procedimiento, la programación se convierte en un proceso de creación-captación de espectadores de spots y cuñas publicitarias. Por ello, el valor económico de un segmento temporal de emisión puede establecerse en función de la cantidad y calidad (poder adquisitivo) de los espectadores que lo contemplan, ya que es este el factor que determina el precio de los espacios publicitarios. Así pues, la industria televisiva pivota toda ella sobre esta operación de intercambio: 57 , El dispositivo televisivo La hendidura que separa la realidad -el mundo en tanto categorizado, ordenado, previsible, inteligible, contingente; es decir, sometido al orden del signo, que es también el del número- de lo real-el ámbito de lo incategorizable, de lo caótico e imprevisible, de lo singular, azaroso yasignificante; es decir, de lo que escapa al orden del signo- se manifiesta en nuestra contemporaneidad como mucho más visible y angustiante que en tiempos pasados. Tal es la gran paradoja de nuestro tiempo: el que poseyendo más codigos, más aparatos discursivizadores y más saberes especializados, operativos, científicos, para configurar la realidad, nos encontremos, sin embargo, con que la trama de la realidad se nos descubre excepcionalmente frágil, amenazada por sombras y agujeros negros. Las ciencias de la naturaleza (¿pero este apacible nombre es válido todavía?) lo acusan insistentemente: objetos fractales, principio de indeterminación, teoría de las catástrofres, agujeros negros ... Pues, a pesar de tal riqueza discursiva, a pesar de tal poder l. Las empresas televisivas venden segmentos de tiempo- audiencia. 2. Las empresas publicitarias compran segmentos de tiempo-audiencia. Todo ello determina una bien precisa forma de integración del espectador en este proceso: paga la televisión viéndola,

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códico -y tecnológico- sobre el mundo, nuestro presentecarece de la dimensión simbólica que permita al sujeto dotarde sentido a su experiencia.Describir la manifestación de esta quiebra en el ámbito deldiscurso dominante de nuestro tiempo -el televisivo-: tales el intento de esta ponencia.

JesúsGonzálezRequena

, t

El dispositivo televisivo

La Realidad I Lo Real

Cierta institución emisora emite su programación paramillones de individuos aislados en sus apartamentosurbanos. Y un extremadamente sofisticado dispositivo deretroalimentación (estudios de audiencias, audímetro ... ) lesuministra información constante sobre el grado de éxito desu propuesta. Por lo demás, todo ello encuentra, deinmediato, una muy precisa transcripción económica: eléxito de audiencia se traduce en beneficio económico através de la contratación publicitaria.Así pues, las industrias radiofónica y televisiva generanbeneficios en cuanto venden a las empresas publicitariasespacios de emisión de publicidad.A través de este procedimiento, la programación se convierteen un proceso de creación-captación de espectadores despots y cuñas publicitarias.Por ello, el valor económico de un segmento temporal deemisión puede establecerse en función de la cantidad ycalidad (poder adquisitivo) de los espectadores que locontemplan, ya que es este el factor que determina el preciode los espacios publicitarios.Así pues, la industria televisiva pivota toda ella sobre estaoperación de intercambio:

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El dispositivo televisivo

La hendidura que separa la realidad -el mundo en tantocategorizado, ordenado, previsible, inteligible, contingente;es decir, sometido al orden del signo, que es también el delnúmero- de lo real-el ámbito de lo incategorizable, de locaótico e imprevisible, de lo singular, azaroso yasignificante;es decir, de lo que escapa al orden del signo- se manifiestaen nuestra contemporaneidad como mucho más visible yangustiante que en tiempos pasados.Tal es la gran paradoja de nuestro tiempo: el que poseyendomás codigos, más aparatos discursivizadores y más saberesespecializados, operativos, científicos, para configurar larealidad, nos encontremos, sin embargo, con que la tramade la realidad se nos descubre excepcionalmente frágil,amenazada por sombras y agujeros negros.Las ciencias de la naturaleza (¿pero este apacible nombre esválido todavía?) lo acusan insistentemente: objetos fractales,principio de indeterminación, teoría de las catástrofres,agujeros negros ...Pues, a pesar de tal riqueza discursiva, a pesar de tal poder

l. Las empresas televisivas venden segmentos de tiempo-audiencia.

2. Las empresas publicitarias compran segmentos detiempo-audiencia.

Todo ello determina una bien precisa forma de integracióndel espectador en este proceso: paga la televisión viéndola,

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Area 5inco n. 2alguien que demanda una imagen, ya sea visual o auditiva-y sólo secundariamente alguien que demandainformación-, lo que importa es, entonces, su deseo visual.Coherente con todo ello resulta la estrategia dominante delas campañas publicitarias en estos medios: campañas, en lamayor parte de los casos, no orientadas en términospropiamente informativos, sino básicamente seductores,interesadas, por ello, no tanto en transmitir determinadainformación sobre el producto, sino en construir unaimagen deseable de éste en la que el deseo del consumidorpotencial pueda ser capturado.y si resulta indudable que la televisión y la radiocontemporáneas producen efectos informativos nodesdeñables, todo parece indicar que la lógica de sufuncionamiento no es, propiamente, la de un medio detransmisión-información; es decir, de comunicación, sino,esencialmente, destinado a atrapar, o sea, a seducir la miradao el oído del espectador.Tal es pues la ecuación que rige este proceso: D = $. Nosencontramos, así, ante un dispositivo que captura el deseopara convertirlo en beneficio.El deseo encuentra así su más plena inscripción en el ordendel valor de cambio: deseo genérico, estadístico, que seintercambia por la más perfecta forma del valor económico,la más pura en su ser significan te, por tanto, también la másabstracta: el dinero.Lo que sustenta, pues, el dispositivo no es del orden de lasignificación -o de la información-, sino, propiamente,del orden del deseo. Y lo que lo articula, entonces, no estanto un proceso de circulación -de signos, deinformaciones- como uno de puesta en contacto visual oacústico, es decir, en suma, espectacular. O en otrostérminos: no es transitivo, no se orquesta sobre eldesplazamiento, la circulación de algo entre dos polos, sinoque es intransitivo, volcado a la constitución de un contactoinsistente y, en el límite, interminable.La unidad-programa hace ya mucho que ha dejado de ser, silo fuera alguna vez, la pauta del consumo televisivo. Por lodemás, todas las cadenas lo afirman de manera bienexplícita: ofrecen al espectador no uno u otro programa,

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como paga la radio oyéndola: a cambio de lo que ve, da sutiempo y su mirada. O en otros términos: paga con su deseo.Por este procedimiento, y a través del proceso devalorización que los estudios de audiencia objetivan, el deseodel espectador obtiene una exacta e inmediata valorizacióneconómica, en forma de beneficio que se realiza en lacontratación publicitaria.¿Cuál es, entonces, la índole de esa programación? Entérminos económicos -y tales son los que rigen incluso, losabemos, en las televisiones públicas-, no importa sucontenido, sino su tasa de éxito entre la audiencia.Y, de hecho, los procedimientos de estudio de las audiencias,en la misma medida que su diseño responde a las necesidadesde las industrias del sector, no se preocupan por averiguar silos procesos comunicativos propuestos por los diversosprogramas han resultado eficaces; es decir, si losdestinatarios han aceptado el contrato comunicativopropuesto por el programa y si han procesado lainformación que los mensajes comunicativos les ofrecían.Así, el audímetro, instrumento básico en estos estudios, nose ocupa del grado de atención del espectador, ni porsupuesto del grado de comprensión -de eficazdescodificación- de los mensajes que recibe, sino tan sólode si el televisor está encendido y cuál es el canal conectado.No importa, pues, que se cumplan las condiciones mínimasde atención y participación para garantizar un actocomunicativo, sino tan sólo cuándo se posa, y dónde, lamirada del espectador.Así, el contrato del que participa el espectador en estedispositivo no es, pues, un contrato comunicativo, escópico:un contrato que no reclama necesariamente de unaoperación de descodificación, ni de lectura, aun cuando éstapueda producirse, sino de contacto visual (muchas veces sinsonido, y sin procesamiento cognitivo).Un campo que, en lo esencial, prescinde de la significación,escapa al campo de los semiótico: basta con alimentar eldeseo del ojo.Pues 1.0 que importa, después de todo, no es otra cosa quecuantificar la medida en la que ha sido captado y retenido eldeseo del espectador. Si el espectador es, antes que nada,

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El discurso televisivo se manifiesta así como transparente. Elorden, la mercancía, en el momento que se ha impuesto,también ahí, como principio universal, parece, en ciertomodo, conducir a su propia negación: y la economía, ya nomás economía del uso, de la necesidad, se descubre,

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sino el conjunto de su programación. Y lo ofrecen, dicho seade paso, con todos los matices del discurso ~~ductor:insistentes declaraciones de amor, formulación expresa de lademanda de un incesante retorno al contacto visual. Que eldeseo del espectador es lo que importa -pues posee, sinduda una inmediata traducción en términos económicos, víala financiación publicitaria- se explícita una y otra vez.Un discurso, en suma, carente de clausura, interminable, enel que el par continuidad/fragmentación rompe toda unidaddiscursiva y violenta todo contrato comunicativo.Fragmentación sistemática en la que por otra parte seintegra el espectador a través del uso compulsivo del mandoa distancia generando una pauta de consumo de trozos, defragmentos siempre heterogéneos cuya incesanteyuxtaposición hace imposible todo régimen de significación.La significación se hace entonces aleatoria, siempredescoyuntada, dispersa en múltiples fragmentos inconexos.Entra, pues, en crisis la noción de «medio de comunicaciónde masas»: instalado el espectador en una sistemáticadescodificación aberrante (§), en una ruptura incesante delos contratos comunicativos propuestos por los sucesivosprogramas, la nueva pauta de consumo televisivo es,propiamente, la de un consumo de fragmentos, de trozos.Así, la institución televisiva, a la vez que proclamaincesantemente su identidad ( ellogotipo se expande yantropomorfiza a través de multitud de rostros que miran alos ojos del espectador proclamando una absoluta dedicacióna su deseo), se vacía como sujeto propiamente comunicativo,renuncia a afirmar su identidad comunicativa la de undestinador que se identifica por aquello que tiene que decir-para plegarse totalmente al deseo del espectador-o Seconstituye, pues, en espejo, en doble espectacular del deseode aquel.En tales circunstancias -y así son las que definen eldispositivo- ya nada puede circular. Pues la circulación, elintercambio, exige de dos lugares diferenciados y de dossujetos diferentes entre los que algo -una mercancía, unainformación, un símbolo- pueda circular. La imagenespecular nada puede dar al individuo que en ella se refleja,salvo el delirio, y con él -Dostoievski, en El doble, lo

describió admirablemente-, la aniquilación del sujeto.El spot publicitario se revela entonces como un materialejemplar para entender la lógica de ese dispositivo, en suconfiguración a la vez discursiva y económica. Con su merapresencia realiza el acto económico que sustenta la televisiónmoderna. Y lo hace a través de una interpelación que sedirige explícitamente al deseo del espectador: unainterpelación que ha renunciado a toda pretensión de verdad(y que por tanto ya no puede decir ninguna mentira) paraexhibirse como pura interpelación seductora. El objetopublicitario, fetiche ejemplar de nuestro fin de siglo, memira a través de los ojos del modelo -que no actor-publicitario: yo soy tu deseo, yo tengo, yo soy, lo que túdeseas.Nada, pues, que ocultar: la televisión moderna exhibe en lasuperficie de su discurso la lógica de su dispositivo. Ejemploperfecto, pues, de la emergencia de la lógica económica en elespacio de los discursos que se ha impuesto en nuestro fin desiglo: el spot exhibe su dimensión económica a la vez querenuncia a toda axiología. Yal hacerla, tiende a excluir todaideología. De hecho -Marx supo anunciarlo, aunque estose recuerde hoy bien poco-, el capitalismo moderno ya noprecisa de una ideología que lo justifique en el planoaxiológico, dado que ha renunciado a dotar de coartadaaxiológica a su orden económico.Ha optado, en cambio, por afirmarse en el plano de supropia inmanencia: renunciando a articular un ámbito devalores axiológicos, transcendentes, parece no precisar deotros valores que los que el mercado mismo configura. Se hahecho pues, parece que definitivamente, inmanente ytransparente.

Discurso televisivo: lo transparente y lo siniestro

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finalmente, como economía del deseo. Pues sobre el deseo sesostiene el mercado en el Occidente opulento. Y así, elcapitalismo, en su fase narcisista, incorpora el actopublicitario en la fabricación misma del objeto: su diseño loconstituye, desde el primer momento, en fetiche destinado agarantizar el deseo del comprador.El mercado de las mercancías se descubre, así, mercado delos fetiches, y el intercambio de mercancías, perdido elhorizonte de la necesidad, se convierte en intercambio deespejismos.En este universo, plenamente narcisista, los espejos reflejanel deseo configurando un espacio clausurado de seducción.Lo real se teme, pero sobre todo reconforta, en tanto sesitúa más allá de sus fronteras, como la muestra el siempreexcitante espectáculo informativo: miles de cuerpos extrañosque se agolpan en las fronteras de la opulencia amenazandoirrumpir con toda la violencia de su miseria. Carentes, desdeluego, de todo look, y de todo light.Pero, como no podía ser de otra manera, lo real está tambiéndentro. Y los espejismos del deseo, cuando no estánestructurados por un universo simbólico -Freud hablabade sublimación-, terminan por fracturarse. Por sushendiduras, siempre hirientes, irrumpe el espectáculofotográfico de lo real.El discurso informativo de los medios de comunicaciónmodernos hace ya tiempo que no configuraun mundointeligible, reconocible -uno que permitiera al sujeto,reconocerse, tomar posición, intervenir, ser-o Ofrece, encambio, una ensalada de noticias, de fragmentos del mundo,incapaces de construir un universo narrativo constante yreconocible: el presente del discurso informativo deactualidad carece de dimensión narrativa. Como si el tiempose hubiera descoyuntado, explotado en multitud defragmentos dotado cada uno de ellos de diferente ritmo, y eldiscurso -el del telediario, por ejemplo- se vieraamenazado también de descoyuntarse al tratar de rendircuentas de todo ello.Perdida, pues, toda noción unitaria del tiempo -tal es lacondición posmoderna-, el presente que el discursoinformativo produce no puede ya ser bisagra entre el pasado

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y el futuro -el pasado se ha vuelto dudoso, y del futuronadie quiere saber nada-, se convierte, por ello, enhendidura.y sin duda hay en todo ello algo poderosamente excitante: larealidad, confusa y desarticulada, carente de densidadsemántica, de cohesión discursiva, se afirma tan sólo en suincesante mutación, en el vértigo de su aceleración quedesprende, en el espectador, un cierto goce.Así, el mundo, la realidad, se presenta fragmentada,incoherente, rota, tendencialmente, opaca; es decir,ininteligible, inmanejable. Lo real es, por tanto, lo que aquíapunta.Y, así, lo real tan sistemáticamente excluido de regionesenteras del discurso televisivo dominante, terminaretornando por esta hendidura para alimentar el otro granespectáculo, el espectáculo informativo: el de la corrupción,lo siniestro, el crimen, el suicidio, la guerra y la catástrofe.Espectáculo incesante de un mundo fragmentado,despedazado, discursivamente quebrado, roto, en el queproliferan toda suerte de matanzas y siniestros. Se nos ofrece,en suma, algo que bien podríamos identificar como elcuerpo fragmentado del mundo.

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De la transparencia a la pornografía

La exigencia de transparencia informativa es sin duda una delas más poderosas conquistas de nuestra civilización. Laexigencia de que las instituciones hablen -con sus palabras,sus gestos, y sus actos, con sus signos, en suma- un únicodiscurso, que se comprometan con él hasta permitir que susposibles contradicciones emerjan a la luz pública, tal es sinduda condición inexcusable del sistema democrático. Pues laparticipación del conjunto de los ciudadanos en la cosapolítica precisa de la eliminación de los dobles discursos, delas zonas de sombra en las instituciones, de los temas,negociaciones y pactos secretos.Pero esta transparencia discursiva, esencial a la democracia,no debiera ser confundida con otra transparencia,eminentemente visual, sobre la que se asientan cada vez más

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intensamente los grandes espectáculos de los medios decomunicación.Es muy diferente formular la exigencia de que los discursosde las instituciones sean crisralimos que afirmar el derecho averlo todo. Pues un cierto deslizamiento tiene lugarentonces, que se manifiesta especialmente en los diferentessentidos que, en uno y otro contexto, cobra la palabraderecho. El primero supone la materialización social de unaconquista civilizatoria: una ley que apunta a humanizar elpoder, a hacerla accesible y vigilable. El segundo, en cambio,afirma un deseo desligado de toda ley y, por tanto,netamente imaginario: verlo todo, que nada se resista a lamirada, que todo, en suma, sea visualmente penetrable. Esaquí, sin duda, donde el espectáculo informativo muestraformar parte del mismo proceso histórico en el que hasurgido la pornografía: la obscenidad (definible como lamostración -la puesta en escena- pública de lo íntimo) essin duda el común denominador; no es menor laprofanación visual del cadáver desgarrado en el espectáculoinformativo que la profanación del cuerpo desnudo en elespectáculo pornográfico. Lo que importa en cualquier casoes lo que en el cuerpo hay de socavado, el agujero -quesiempre es, de alguna manera, negro, siniestro-, lahendidura, el desgarro.La condena del deseo de verlo todo es la imposibilidad decomprender nada y, en esa misma medida, la aniquilacióndel sujeto que negando la ley -el principio de realidad- seentrega al vértigo de la profanación escópica. Yes que laposibilidad de comprensión pasa por el orden simbólico, esdecir, por la aceptación, en el orden del lenguaje, de uncierto misterio, de cierta cifra simbólica necesaria parasustentar el universo de significantes que permitenformalizar el mundo, tejer la realidad.En los campos más variados de nuestro paisaje urbano, loradical/cinema/fotográfico se impone cada vez másautónomo de todo orden discursivo: en los diarios deinformación, en la prensa amarilla, en las revistas delcorazón, en la información televisiva ... se acredita el triunfodel proyecto naturalista que trazara la literatura del XIX Yque se prolongará en figuras como Zola, Dostoievski,

Lautrernonr, Poe, Rimbaud, Baudalaire, Münch, Joyce,Lovecrafi, Becker, Genet, Mishima, Llovet Gracia,Fassbinder, Zulavski, Tarkowski ... , aunque necesariamentede las buenas intenciones de quienes lo protagonizaron ensus orígenes: al margen de todo discurso, o manteniendo lapresencia de éste tan sólo como coartada, la imagenfotográfico/fílmico/electrónica se entrega a un usopuramente espectacular y, en la misma medida,semánticamente vacío -asignificante- y visualmentepornográfico.Pero adviértase que la pornografía de la que ahora hablamospoco tiene en común con la que, en otro contexto, seidentificara como género literario. Pues no concede lugar alas palabras ni al relato: todo en ella es mostración delcuerpo en su inmediatez y en su brutalidad. Los cuerposabiertos, desgarrados, despedazados, fragmentados por elplano detalle, de los que se alimenta el espectáculopornográfico -en televisión, bajo la coartada de loinformativo, en las salas X, ya sin coartada alguna, perotambién en multitud de espacios intermedios- imponen supresencia al margen de todo orden discursivo, a modo dehechos brutos, maté ricos, primarios. En el límite, sometidosa la economía del inserto y del plano detalle, los cuerposdesgarrados resultan finalmente irreconocibles: y la imagen,finalmente, se vuelve ininteligible.El porno duro, en su afán desmedido por ver, en su forma,siempre excesiva, de acercarse al objeto de su mirada,demuestra hasta qué punto carece de sentido demandartransparencia -visual- al mundo. La demanda-narcisista- de poder verlo todo conduceinexorablemente a la más extrema opacidad y, por ello,amenaza colapsar la realidad, extinguir la vitalidad de sutejido. Y, en ese mismo movimiento, aniquilar al sujetoque mira.

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El pomo-terror

La ausencia de toda sutura simbólica, el vacío en ladimensión de la palabra, la imposibilidad misma del relato

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-el relato es por antonomasia el ámbito de la palabrasimbólica- se manifiesta entonces, más allá del espaciodiscursivo y objetual de la razón tecnológica (esa razóninstrumental que tan pertinentemente describiera Adorno),en los ámbitos de los discursos audiovisuales, fotográficos,fílmicos, televisivos, con rasgos insistentemente psicóticos.Repitámoslo: en esos terrenos donde el control de la razóntecnológica cesa, en los ámbitos de la representación y elarte, la realidad parece haber estallado, haber perdido sutejido discursivo e imaginario: los discursos se descubrenfragmentados, rotos, cuando no sometidos a la aleatoriedadviolenta del mando a distancia; los relatos se hipertrofian demanera culebrónica, instalándose fuera de toda restriccióncódica y, por ello, de todo patrón de verosimilitud, cuandono se disuelven en una sostenida incertidumbre. Se imponelo aleatorio, lo azaroso, lo asignificante, en un paranoicoespectáculo de lo real-paranoico, porque el espectador delo radical fotográfico se inmuniza de lo que polariza sumirada en la asepsia confortable de la sala cinematográfica o,mejor aún, en la cotidiana clausura espacial de su cuarto deestar: las huellas de lo real quedan siempre retenidas tras unapantalla que inmuniza de toda contaminación-oSe ha pensado poco el devenir de la industriacinematográfica de los últimos años. N o se ha reparado enque ya sólo existe un género, el cine comercial de nuestrotiempo: esa mixtura de pomo-terror que ha instaladotambién su presencia en una amplia banda deprogramaciones televisivas.Nada tan revelador, sin embargo, como este moderno cinede terror: Psicosis (y 2, 3), Alien, Sonámbulos, Stalker,Sacrificio, Posesión, Robocop, La mosca, Videodromo, Lamatanza de Texas, Blue velvet, El exorcista, Los pajaros,Pesadilla en Elm Street (y 2,3,4), Twin Peaks... Relatostodos ellos cuyo suspense se desplaza del plano narrativo (dela tensión en la demora de cierto suceso) al plano escópico(a la tensión en la demora de determinada imagen). Losiniestro invade la imagen a la vez que el universo narrativoexperimenta un proceso de descomposición, unresquebrajamiento de su estructura de verosimilitud que, enel interior mismo de los filmes, es explícitamente

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identificado como psicótico -la locura se ha convertido,finta final de la paradoja, en el gran tema de este siglo en elque se percibe el agotamiento de la episteme enciclopedista.

Desideologización

Así pues, las programaciones radiofónicas o te!evisivas sevacían de ideología; lejos de sustentar -es aquí donde hafracasado históricamente la posición de la sociología críticaante los «medios de comunicación de masas»-, tiende avaciar e! universo de ideologías, sistema de valores, etc.: todose convierte en -y es reducido a- espectáculo, valor decambio visual, escópico.La tarea de los programadores, desde esta perspectivaeconómica, consiste en valorizar su tiempo de emisión:conseguir aumentar la audiencia, conseguir capturar e! deseode! espectador.Estas empresas, para ser eficaces, precisan de cierto saber y entanto tal promueven la investigación: necesitan establecer e!valor de los segmentos tiempo-audiencia. Estudios demercado.Obsérvese la calidad de este saber: no es un saber explicativo,que aumente nuestra comprensión de! fenómeno, sinopuramente constatativo y, aún más, puramente económico:en ausencia de moneda que medie en e! proceso y establezcaautomáticamente e! valor de los segmentos, es necesarioaveriguar este valor para la realización de los intercambios.Se trata, pues, no de investigación teórica, sino de estrictapráctica empresarial tendente a establecer e! valor de cambiode las mercancías que se intercambian en este mercado.Es este un conocimiento puramente descriptivo y puramenteoperativo, totalmente determinado por los intereseseconómicos.En un momento dado de este proceso, este valor, por suequivalencia en deseo, se convierte en e! valor único. En lamedida en que e! individuo es concebido como sujeto deseo,consumidor de objetos de deseo (sujeto económicamenteinmanente, no trascendente).y por este camino, el ciudadano (convertido en espectador

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Nos encontramos, pues, ante una crisis de la dimensiónsimbólica de los discursos. Y, en su ausencia, los discursos dela ciencia y de la tecnología, como los de los medios decomunicación y los del sentido común, se funcionalizan,limitan su ámbito semántico a criterios de estricta eficacia yse vacían progresivamente de toda la dimensión detranscendencia.Quizá sea este el precio histórico de la universalizaciónabsoluta del mercado capitalista (de la conversión de todoobjeto -pero también de toda imagen y de todo discurso-en mercancía), de su irrefrenable tendencia a lahomogeneización y a la intercambiabilidad absolutas.Pero sería ingenuo adoptar una explicación puramenteeconomicista, pues no es menos cierto que esauniversalización del orden de la mercancía manifiesta bien lapasión de dominio que late en el sujeto cartesiano, herederodirecto del perspectivista: ese sujeto se afirma focalizando elespacio y dominándolo a través de la geometría.En ese mismo movimiento de dominio, el sujeto terminapor situarse en el filo del delirio: la demanda de un mundotransparente, carente de toda opacidad, plenamenteinteligible -y, a la vez, totalmente apropiable- lleva, enúltimo extremo, a una fantasía de omnipotencia -el temadel progreso indefinido ha sido su cobertura- cuya otracara latente es una actitud de rechazo paranoide de lo real.La demanda de transparencia absoluta, de totalasequibilidad, conduce, inevitablemente, a la suspensión detodo secreto -de todo misterio, de todo símbolo y, por ellomismo, de todo valor axiológico, de todo ámbito detranscendencia- y también, de toda ley.Y así, el ensimismamiento del sujeto en el espejo narcicista seconvierte en el inevitable punto de llegada. Son de sobra

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de la radio y de la televisión, de las campañas electorales-de las que participa de manera prácticamente exclusiva através de estos mismos medios-, que ve y vota -dosformas equivalentes de retroalimentaci6n-) ya no esdefinido por un discurso ético, filosófico o ideol6gico, sinotan s610 por un discurso econ6mico, en tanto consumidor-espectador medio; definido, en suma, por el mercado, en suidentidad estrictamente econ6mica.Cada vez más intensamente, los medios televisivos yradiof6nicos, tienden a absorber la totalidad del espacio delo cultural. Ahora bien, en la medida en que tal absorci6ntiene lugar, lo que se absorbe finalmente es el propio espaciosocial, en tanto espacio de interacci6n ciudadana.Y dad~, por otra parte, la configuración espectacular de lainterpelación radiof6nica y televisiva dominantes, terminapor sancionarse la constitución del espectador encomprador-consumidor de mercancías audiovisuales y,simultáneamente, su desvanecimiento en tanto ciudadanoidentificado por su participaci6n interactiva en el espaciosocial.Entra así en crisis la noción misma de ciudadano tal y comofuera configurada por la ilustraci6n, prosiguiendo elproyecto del humanismo renacentista: un sujeto de derecho,protagonista activo de la cosa pública. La sociedad civilconstituía entonces el espacio social donde este ciudadano sedesenvolvía, donde, a través del intercambio de la palabra,influía en lo político, en la busca del consenso. Sin duda,todo esto, tal y como la propia ilustraci6n vino a definirlo,no lleg6 nunca a realizarse plenamente, pero no por ello dej6de influir eficazmente en las sociedades occidentales. Sueficacia era, en cierta medida, la del mito: el mito mismo dela modernidad. Puede confirmarse la eficacia de este mitoincluso en sus manifestaciones más parad6jicas, comoaquella que condujera a Marx a proclamar la más aceradacrítica al orden existente: utilizaci6n de ese mito comocobertura ideol6gica, no por ello dejaba de apelar a su vez aese mito para hacer visible la ausencia de su realizaci6n y,así, denunciar al orden social existente.Es necesario, pues, reconocerlo: la noci6n de ciudadano espropiamente una noción que se soporta sobre una

disminuci6n axiol6gica.Pero ya no vivimos en la modernidad, y parecen extinguidossus mitos, vivimos ahora en la posmodernidad. Y ésta pareceno conceder lugar alguno a los valores axiol6gicos.

La posmodernidad: crisis de la dimensión simbólica

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conocidos sus «valores» (pero en tanto valores noaxiológicos): individualismo, acumulación de objetos, look,light, diseño, seducción, placer. Podemos, también, deducirsus contravalores, todo aquello que se rechaza comointolerable: e! trabajo, e! sacrificio, e! cuerpo, la ley, e!compromiso (que es siempre, para ser algo, compromiso conla palabra), la verdad, la demora de! placer ...Inarticulable e! mito, extinguido e! símbolo, insimbolizablela experiencia de! tiempo, ¿qué sucede entonces con e! deseocuando no puede ser simbolizado -sublimado-, ninarrado, temporalizado -demorado-? Que queda pegadoal espejo, encerrado en la espiral narcicista, dua!.Ausente lo simbólico, cerrado e! horizonte histórico, laposmodernidad vive una suerte de supresión de! tiempo. Noestando ya a la puerta de ningún futuro, e! presente, vaciadode sentido histórico, se expansiona integrando de maneradesordenada y simultánea todos los pasados, intenta asíafirmarse, precariamente, como era de la conservaciónuniversal -aun cuando lo que conserva, dado que no lograinscribirlo en ningún proyecto histórico, adquiere e! estatutode cadáver-o El tiempo de la posmodernidad es estepresente a la vez expandido y detenido, desmembrado en lostiempos microscópicos e irre!acionables entre sí de ladescomposición de los objetos que acumula, pues lo queacumula son restos, objetos erosionados y troceados, basurade! sentido.Pero, y no puede ser de otra manera, por más que la realidadcrece, por más que e! orden de! signo funcional-íntimamente solidario al orden de la mercancÍa- proliferacomo proliferan sus intervenciones sobre la materia, lo real,evidentemente, sigue ahí aun cuando sus fronteras resultenmás o menos desplazadas, y su radical opacidad contrastaviolentamente con los discursos de la transparencia.El efecto es, pues, inevitable: carente de cohesiónsimbólica, la realidad se descubre quebradiza, fragmentadao, incluso, rota.y cuando e! espejo se quiebra, termina por retornar bajo laforma de lo siniestro.Tal es, después de todo, la dialéctica de la psicosis, cuyosesgo define e! color de nuestra posmodernidad.

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El dispositivo televisivo, en Área 5. Revista de Comunicación Audiovisual y Publicitaria, nº 2, Madrid, 1993.

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