Nueva Época Número 22-24 Número 22-24

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Nueva Época Número 22-24 julio 2013 - marzo 2014

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Nueva Época Número 22-24

ISSN 0041-8242

julio 2013 - marzo 2014

Núm

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Estructuras prehispánicas de planta circular en El SalvadorCarmen Morán y Luisa Ramos

El paisaje cultural de chocolate: los pipiles izalcos y los cambios semánticos del mundo atlántico, siglos XVI-XIXKathryn Sampeck

El Preclásico en los registros arqueológicos del valle de CiguateguacánVicente Genovez

La Geografía Sagrada de los Lagos en las Tierras Altas MayasTomas Barrientos, Edgar Carpio y Marlon Escamilla

Arqueología de TamaniqueMiriam Méndez

Caminos y rutas prehispánicas y coloniales entre el Valle del Panchoy y la Costa Sur de Guatemala

René Johnston Aguilar

La Cueva del León: el arte rupestre en una región de confines

Sébastien Perrot-Minnot, Philippe Costa y Ligia Manzano

Experiencias de la arqueología del rescate en El Salvador

Frabricio Valdivieso

Obrajes para beneficiar añil de los departamentos de San Vicente y La Paz

Heriberto Erquicia Cruz

Revisitando a Stanley Boggs. Apuntes para la arqueología salvadoreña: cuadernos de 1943 y 1944

Federico Paredes Umaña

Economía y parentesco en el Cantón Joya de CerénCarlos Benjamín Lara Martínez

Convocatoria

Invitamos a que nos envíen artículos y ensayos que aborden temas relacionados con las ciencias naturales y sociales, cultura, política y economía.

Estas colaboraciones son de vital importancia para la difusión de la agenda de investigación científica, cultural y política que se desarrolla en el campus universitario y en el país.

A continuación se detallan las normas para la publicación de textos:

1. Deben ser originales e inéditos. Será decisión de los comités de redacción la publicación de los trabajos.

2. Deben presentarse en dos versiones: electrónica e impresa.3. Los trabajos deben tener las siguientes características formales:

a. Oscilar entre 10 y 60 páginas incluidas imágenes, gráficos y anexos.b. Deberán ir escritos en Word, fuente Times New Roman pt. 12, a doble

espacio con sangrías y márgenes de 2.5 cm.c. Los subtítulos irán en negrita y enumerados.d. El título irá alineado a la izquierda y en negrita, con el nombre del autor

abajo en el mismo tipo de letra.e. Incluir un resumen de no más de 250 palabras y cuatro palabras clave.f. La bibliografía debe escribirse según el sistema de referencias Harvard.g. Las imágenes deberán entregarse además en documentos aparte en formato

*.jpg, *.bmp, *.php, *.gif o *.pdf.h. Los documentos deberán enviarse a cualesquiera de los correos

electrónicos: [email protected], [email protected].

También se pueden entregar en el local de la Editorial Universitaria, al nororiente de la Facultad de Odontología.

AutoridAdes universitAriAs

RectorIng. Mario Roberto Nieto Lovo

Vicerrectora AcadémicaMsD. Ana María Glower de Alvarado

Secretaria GeneralDra. Ana Leticia Zavaleta de Amaya

Fiscal GeneralLic. Francisco Cruz Letona

Presidente de la Asamblea General UniversitariaMSc. Carlos Armando Villalta

revistA LA universidAd

director: Dr. David Hernández

consejo editoriAL: Ing. Mario Roberto Nieto Lovo

MsD. Ana María Glower de Alvarado, Lic. Ernesto Deras, Dr. Julio Olivo

Granadino, Lic. Raymundo Calderón, Dr. Carlos Martínez, Dr. Raúl Azcúnaga,

Dr. Carlos Gregorio López Bernal.

comité internAcionAL de redAcción: Dr. Fernando Cerezal (España),

Dra. Magda Arias (Cuba), Dr. William R. Fowler (Estados Unidos).

Imagen de portada: Cuenca de cerámica tipo Catalina Rojo-sobre-Blanco

Kathryn Sampeck

Colaboraciones y contacto: Editorial Universitaria, Universidad de El Salvador, Final Av. Mártires 30 de Julio, Ciudad Universitaria, 2511-2035, 2226-2282.editorial.universitaria@[email protected]

ISSN 0041-8242

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Número 22-24, julio 2013 - marzo 2014

Edito

rial Universitaria

Universidad de El Salvador

Carta del director

Introducción: Ética y política en el quehacer arqueológico salvadoreñoRamón Rivas

Estructuras prehispánicas de planta circular en El SalvadorCarmen Morán y Luisa Ramos

El paisaje cultural de chocolate: los pipiles izalcos y los cambios semánticos del mundo atlántico, siglos XVI-XIXKathryn Sampeck

El Preclásico en los registros arqueológicos del valle de CiguateguacánVicente Genovez

La Geografía Sagrada de los Lagos en las Tierras Altas MayasTomas Barrientos, Edgar Carpio y Marlon Escamilla

Arqueología de TamaniqueMiriam Méndez

Caminos y rutas prehispánicas y coloniales entre el Valle del Panchoy y la Costa Sur de GuatemalaRené Johnston Aguilar

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La revista más antigua de El SalvadorFundada el 5 de mayo de 1875Director fundador: Doctor Esteban CastroDe publicación trimestral.

La Cueva del León: el arte rupestre en una región de confinesSébastien Perrot-Minnot, Philippe Costa y Ligia Manzano

Experiencias de la arqueología del rescate en El SalvadorFrabricio Valdivieso

Obrajes para beneficiar añil de los departamentos de San Vicente y La PazHeriberto Erquicia Cruz

Revisitando a Stanley Boggs. Apuntes para la arqueología salvadoreña: cuadernos de 1943 y 1944Federico Paredes Umaña

Economía y parentesco en el Cantón Joya de CerénCarlos Benjamín Lara Martínez

Nuestros Colaboradores

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Carta del director

Ofrecemos a nuestros queridos lectores este número temático de La Universi-dad, dedicado a la arqueología.

Como una continuación al número temático 14-15 de nuestra revista, esta edición ha estado bajo el cuidado y la coordinación del arqueólogo esta-dounidense Dr. William Fowler, de la Universidad de Vanderbilt, Estados Uni-dos, quien es considerado con justicia uno de los más competentes científicos de la arqueología y antropología mesoamericanas.

Es de gran trascendencia por ello el trabajo de Federico Paredes Uma-ña dedicado a Stanley Harding Boggs, el Padre de la Arqueología de El Salva-dor, un prohombre que abandonó su carrera académica en Harvard para dedi-car su vida entera al estudio científico de los grandes espacios arqueológicos del país como las ruinas del Tazumal, de San Andrés y de Cihuatán, así como por su labor en el Museo Nacional de Antropología. Es loable además reseñar sus intentos, en los años cincuenta, de crear un instituto dedicado a la investi-gación arqueológica en la Universidad de El Salvador (UES), donde por cinco años impartió asignaturas de arqueología a estudiantes y público interesado.

En estas páginas nuestros lectores podrán encontrar en la investiga-ción, “La Cueva del León: el arte rupestre en una región de confines” un ver-dadero trabajo de equipo, realizado por la licenciada Ligia Manzano de la Es-cuela de Artes de nuestra Universidad y los arqueólogos franceses Sébastien Perrot-Minnot y Philippe Costa.

Así también, el maestro Carlos Benjamín Lara Martínez, coordinador de la carrera de Antropología Sociocultural de la Facultad de Ciencias y Huma-nidades de nuestra Alma máter, nos ofrece una significativa descripción de la vida cotidiana de un sitio emblemático, con su ensayo “Economía y parentes-co en el Cantón Joya de Cerén”.

Hemos querido acompañar la edición de este número temático con la

edición príncipe de un opus magnum de la arqueología salvadoreña, por parte de la Editorial Universitaria, como es la obra “Joya de Cerén, patrimonio cul-tural de la humanidad 1993-2013”, del Dr. Payson Sheets de la Universidad de Colorado en Boulder.

Y ello con motivo de celebrarse el vigésimo aniversario de la Declara-ción por parte de la UNESCO del Sitio Joya de Cerén como patrimonio cultural de la Humanidad.

Aprovechamos asimismo este espacio para rendir agradecimientos infinitos al Dr. William Fowler y sus valiosísimos esfuerzos por hacer posible la edición en Editorial Universitaria de su libro Ciudad Vieja y de los números temáticos de “La Universidad” 14-15 y 22-23, dedicados a la arqueología cuz-catleca.

“HACIA LA LIBERTAD POR LA CULTURA”

David Hernández

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Ética y política en el quehacer arqueológico salvadoreño

Introducción: Ética y política en el quehacer arqueológico salvadoreño

¿Se hacen investigaciones arqueo-lógicas en nuestro país? ¿Quién hace esas investigaciones y para qué se hacen? ¿Qué relevancia tie-nen esos estudios para el país en general? ¿Bajo qué parámetros teó-ricos y pedagógicos se hacen? ¿En qué medida sirven para reforzar la enseñanza formal en los estudian-tes de educación básica y media? Estas son solo algunas de una serie de preguntas que me han entrete-nido durante los últimos años.

¿Muestra la instancia esta-tal encargada de velar por la con-servación del patrimonio tangible e intangible de nuestro país, el in-terés necesario por la investigación arqueológica o simplemente deja pasar los años, entretenida en ha-cer “inspecciones” a lo largo y an-cho de nuestro territorio nacional?

El Salvador es rico en vestigios ar-queológicos, lo que lo hace atrac-tivo no solo para el científico en estas áreas del conocimiento sino también para quien quiere profun-dizar en el estudio del pasado pre-hispánico.

Dentro de los lugares que contienen vestigios arqueológicos están los que se conocen como par-ques arqueológicos, que son espa-cios culturales en donde la gente puede llegar, debido a que han sido adecuados para el disfrute del visi-tante. Estos son Joya de Cerén (De-partamento de La Libertad), San Andrés (Departamento de La Li-bertad), Cihuatán (Departamento de San Salvador), Tazumal (Depar-tamento de Santa Ana), Casa Blan-ca (Departamento de Santa Ana). Hay otros que se han clasificado

Ramón Rivas Ph.D

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Ramón Rivas

como “sitios arqueológicos visita-bles” y que no están accesibles al público por las condiciones en que se encuentran. Estos son Cara Sucia (Departamento de Ahuachapán), Iglesia de Tacuba (Departamento de Ahuachapán), Santa Leticia (De-partamento de Ahuachapán), Igle-sia de Caluco (Departamento de Sonsonate), El Trapiche-Finca, San Antonio (Departamento de Santa Ana), Ciudad Vieja (Departamento de Cuscatlán), Tehuacán (Depar-tamento de San Vicente), Quelepa (Departamento de San Miguel) y la Gruta de Espíritu Santo Corinto (Departamento de Morazán).

Por su parte, el número de espacios arqueológicos inventaria-dos en el país suman 671 (según mapa de sitios arqueológicos de El Salvador elaborado por la enton-ces Concultura y CNR, noviembre de 2006). Por lo demás podemos afirmar que el número estimado de espacios arqueológicos en el país es de más de 900. Esto nos hace pensar que en nuestro territorio, de escasos 21.000 kilómetros cua-drados, cada kilómetro y medio en donde ponemos pie estamos pisan-do un espacio arqueológico. De ello, la necesidad de proteger, regular y promover el patrimonio cultural, a través de una Ley Especial de Cul-tura.

En cuanto a la investigación arqueológica, podemos decir que la

arqueología, por parte de naciona-les y extranjeros —salvo con algu-nas excepciones—, está mediatiza-da. Desde hace ya muchas décadas podemos observar estudios des-criptivos, en los cuales de una ma-nera automática se suman de una forma mecánica los materiales que se encuentran sin mayor preocupa-ción por la teoría que subyace a la práctica, la falta de preocupación por parte del arqueólogo de buscar la relación de la pieza encontrada y las comunidades que habitan en los sitios arqueológicos estudiados. Sería interesante preguntar al in-vestigador qué premisas epistemo-lógicas fundamentan sus estudios en a o b espacio arqueológico que estudia o ha estudiado.

En definitiva, podemos de-cir, a partir de los resultados que nos aportan muchas investigacio-nes arqueológicas, que tenemos un país marcadamente dividido en re-giones que se han estudiado más, se han trabajado más y son los que permanecen abiertos al público, además son precisamente esos si-tios arqueológicos más cercanos a San Salvador: San Andrés, Joya de Cerén, Cihuatán; en el occidente, pero también relativamente cerca de las grandes urbes nacionales: Tazumal y Casa Blanca. Se trata de sitios arqueológicos ampliamente estudiados y de los cuales aún hay mucho trabajo investigativo, algu-

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Ética y política en el quehacer arqueológico salvadoreño

nos de ellos más estudiados que otros, espacios arqueológicos que los arqueólogos curiosamente más los han definido a partir de las rela-ciones “estilísticas” y “tipológicas”, que no dicen mucho de la organi-zación social ni de las relaciones económicas y territoriales de estas sociedades ni de los grupos huma-nos que produjeron los restos en-contrados y mucho menos de los procesos históricos relacionados con las particularidades culturales presentes en estas regiones.

Durante el estudio de la arqueología aprendemos en base a los referentes bibliográficos y la experiencia de los expertos que el trabajo arqueológico presentado de esta manera resulta inútil a los docentes, a los estudiantes y en consecuencia, a las comunidades en general. Más bien este es ven-tajoso para quien investiga y para aquellas personas que de una u otra forma se han interesado en la colección de material arqueológi-co.

Es más, desde el punto de vista museográfico, estos estudios muestran un discurso que obede-ce solo a la visión del investigador quedándose muchas veces corto porque el espectador no logra esta-blecer una vínculo entre los objetos encontrados y la realidad que vive el visitante y el lugareño. En el caso del visitante se pregunta ¿quién lo

hizo?, ¿por qué lo hizo?, ¿con qué lo hizo? Son preguntas que dejan mucho que desear y que no ofrecen respuestas concretas al establecer una conexión visual e interpreta-tiva con los objetos. Es como que los investigadores generan conoci-miento, descubren conocimiento y se llevan ese conocimiento sin re-tribuirlo o devolverlo a la comuni-dad. Así ha sucedido a lo largo de la historia, contada y ya publicada, de la arqueología en nuestro país. La gente solo dice, si mire ahí hay rui-nas y no se más… Casos como estos escuché por parte de los poblado-res cercanos al sitio arqueológico como Joya de Cerén, en donde la misma comunidad que rodea este importante sitio con el estatus des-de 1993de Bien Cultural Patrimo-nio de la Humanidad, dado por la Unesco, lo único que sabe es que se trata de un importante lugar pero más nada. En definitiva, nosotros los arqueólogos no hemos podido con nuestros resultados investigativos dar los insumos necesarios para que sea comprendida de manera distinta nuestra historia cultural. Una historia convencional para el beneficio de otros Desde los primeros años de la Con-quista y, posteriormente, con la Co-lonia, en el marco de la construc-

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ción de un imaginario impuesto a la “nueva sociedad”, se negó de forma tajante y de manera deliberada la posibilidad del reconocimiento de las expresiones culturales edifica-das de las poblaciones originarias. Las historias así contadas fueron aquellas que justificaron la imagen del occidente civilizador. Más tarde, algunos elementos son tomados como referentes para la construc-ción de la naciente nación que des-pués de muchos traspiés, perpetuó aspectos del pasado que solo glori-fican, tal como sucede hasta el día de hoy, el proceso independentista, negando de esta manera las cul-turas locales conformadas por los denominados indios, negros y mes-tizos y perpetuando así la visión de la historia desde una perspectiva occidental de civilización.

David Joaquín Guzmán Martorell es un ejemplo de los in-telectuales que defendieron la idea de que lo peor que tenía El Salva-dor era la raza de los indígenas, pues estos en vez de trabajar para el desarrollo del país, con sus pé-simas y arraigadas costumbres y actitudes, obstruían toda iniciativa de desarrollo, que había que edu-carlos.

La nueva realidad en nues-tro país a nivel constitucional plan-tea la estructuración de la nación salvadoreña a partir del reconoci-miento de los pueblos que habitan

el territorio, haciendo a El Salvador un país pluricultural que conlleva, en primer lugar, al reconocimiento explícito de todo un conjunto de comunidades relacionadas directa-mente con los pueblos originarios. La realidad es diferente, pues, en el año 2014, muchas comunidades se debaten en esa lucha por ser ver-daderamente reconocidos. Hoy en día hay pueblos de origen nahua-pipil que son los únicos en el país, también existe un reducido grupo de familias, principalmente ubica-das en pueblos del occidente del país, que aún conservan su lengua originaria y muchas de sus cos-tumbres ancestrales: los afrodes-cendientes, los migrantes árabes, chinos, judíos, etc., cuyas historias y culturas particulares se expresan en la cotidianidad. En segundo lu-gar, está el deseo y ña lucha de los pueblos originarios, principalmen-te los nahua-pipiles y los mayas, de hacer realidad ese nuevo enfoque en la administración del patrimo-nio histórico-cultural al vincular directamente a las comunidades en la designación de su proceso histó-rico y los referentes culturales del mismo. Esta nueva realidad plan-tea necesariamente una reflexión sobre la práctica de la arqueología y su objeto de estudio, en relación al proceso de conocimiento donde se está generado y su transferencia hacia las comunidades.

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Hago referencia a esto por-que, en la actualidad, la reconstruc-ción del pasado plantea un nuevo manejo en el discurso del cono-cimiento sobre este pasado y los elementos materiales, manejados tradicionalmente por las investiga-ciones arqueológicas. Al año 2014, no basta con la designación dada por los especialistas, en este caso el antropólogo o el arqueólogo, para definir lo que es patrimonio histó-rico-cultural y su valoración hacia las comunidades, locales y nacio-nales, sino que son los hombres y las mujeres donde el patrimonio se encuentra quienes van a contribuir en las interpretaciones de lo que se considere patrimonio histórico-cultural. Ello permitirá, en última instancia, a la redefinición de los procesos históricos y la identifica-ción de estas comunidades huma-nas con su historia. Sin embargo este planteamiento no deja de te-ner una gran complejidad para su aplicación en la realidad concreta.

Esto nos lleva a reflexionar sobre dos puntos. El primero de ellos, es que con el reconocimiento de nuestro país como pluricultural se han abierto las puertas hacia el reconocimiento de pueblos que se encontraban excluidos del contexto que se reconocía como nacional, así como los procesos históricos que hacían posible tal reconocimien-

to; en segundo lugar, si se plantea que estas historias hasta hace poco eran parte de “otras” historias, cu-yos elementos patrimoniales tam-bién se veían como el patrimonio de los otros y no eran tomadas en cuenta en la estructuración del discurso de lo nacional, en la ac-tualidad esto implica una deman-da de producción de conocimiento tendiente a incluir todos aquellos elementos considerados por estas comunidades como su patrimonio histórico y cultural. Si esto es así, la arqueología necesariamente ten-dría que comenzar a trabajar hacia el interior de nuestras comunida-des sociales, es decir, trabajar con estos conglomerados humanos que no solo están demandando recono-cimiento, sino conocimiento sobre ellos mismos, pero un conocimien-to que pasa por el establecimiento de un diálogo entre las necesidades de las propias comunidades con su pasado y su inserción en el proceso histórico-social del presente.

Esto no es imposible, pues los pueblos que ahora habitan cer-ca de los sitios arqueológicos ya no se identifican con ese pasado prehispánico. Entonces, tenemos la tarea de hacer esa vinculación. Con ello lo que quiero manifestar es que las investigaciones ahora deben darse desde la perspectiva multidisciplinaria en donde la an-

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tropología y la historia jueguen un papel de primer orden. Los arqueó-logos debemos de tener en cuenta que nuestro quehacer investigativo no es ya una isla en donde solo los expertos en determinado sitio tie-nen cabida. Ya no podemos aceptar que un arqueólogo se apropie de determinado sitio arqueológico y con ello impida que otros se acer-quen a ese lugar. Una arqueología de esa índole debe ser aborrecida y por ende, puesta fuera de lugar. No hay que olvidar que el conoci-miento histórico juega un papel fundamental en la creación del sen-timiento, en la elaboración de sím-bolos de pertenencia y la creación de epistemologías que permitan la vinculación con los elementos de la construcción de la identidad social, de tal manera que la historia y su construcción, sujeta la experiencia y la práctica en la percepción que se da en la vida cotidiana supone una consciencia social enraizada con la historia.

El reconocimiento de las distintas identidades e imagina-rios colectivos que forman que se manifiestan en El Salvador y sus herencias históricas es un reto en la actualidad en nuestro país. Sin duda la arqueología tiene mucho que aportar para esto, por lo que se hace necesario plantear la discu-sión en el marco de esta nueva rea-

lidad en relación a nuevos enfoques y a la forma de aproximación de los aspectos que conforman la arqueo-logía, como son el posicionamiento del arqueólogo y los intereses de las comunidades. Se trata, en otras palabras de des-colonizar la arqueología y para ello se tiene que pasar por un en-foque ético-político; ético porque demanda un compromiso social del arqueólogo sobre su quehacer, y político porque tenemos que te-ner presente que toda construcción de la historia conlleva un discurso ideológico. Lo vuelvo a recalcar, las investigaciones arqueológicas de-ben estar orientadas a tener una utilidad social que trascienda del simple conocimiento de los contex-tos arqueológicos y sus cronologías por parte de un estrecho círculo académico e intelectual que convi-ve en nuestras universidades, mu-seos e institutos afines y que le dé lugar a lo que hoy conocemos como el ser salvadoreño. La utilidad so-cial de la arqueología salvadoreña pasa por situar a las comunidades originarias, en el marco de la cons-trucción de los referentes históri-cos que le son propios y particu-lares, pero que a su vez permiten nuestro reconocimiento como par-te de un colectivo. En definitiva considero que solo el

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reconocimiento de la historia vi-vida desde la época prehispánica, la Conquista, la Colonia y la época republicana, enfocado en la heren-cia cultural, que reúne la diversi-dad de las formas sociales y logros materiales que se han acumulado dialécticamente para construir las diversas expresiones identitarias, pueden responder a la necesidad estratégica de darle a la educación actual, en ese gran deseo de que los jóvenes se apropien de su cultura y la hagan suya, un contenido po-sitivo para la formación de la con-ciencia histórica sobre el pasado, el presente y el futuro de la educación en El Salvador. Por lo que en el ámbito educativo el contacto con las propuestas esco-lares en torno a la arqueología, su método y eficacia comunicativa... de aquellos contenidos proceden-tes de la investigación que aportan elementos a la formación de los es-colares, debería tener una presen-cia ineludible en toda reflexión que desde la arqueología se haga sobre la transmisión del conocimiento disciplinar, sea en un centro edu-cativo, en un museo, en la presen-tación de un yacimiento e incluso en un spot de la televisión y en re-vistas de turismo dentro y fuera de las fronteras. Qué hacer para que el Ministerio de Educación incorpore seriamente en la currícula un co-

nocimiento más amplio sobre las culturas prehispánicas en nuestro país y la importancia de la arqueo-logía, la antropología y la historia como ciencias claves para estimu-larla por medio de sus estudios que contribuyan a la apropiación de la identidad, esa identidad que tanto necesita nuestro país. Creo firmemente que la arqueolo-gía es un medio para hacer que los jóvenes se sientan orgullosos de su pasado pero esto se da solo cuando hay apoyo del Estado, de la empre-sa y naturalmente de las universi-dades donde se crea el conocimien-to. En síntesis la arqueología salva-doreña tiene que producir, por un lado, un conocimiento científico de la historia y, por el otro, ese cono-cimiento tiene que ser socialmente útil.

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Estructuras prehispánicas de planta circular ...

Estructuras prehispánicas de planta circular en El Salvador

Carmen Morán y Luisa Ramos

Resumen En el ámbito arqueológico se tiene la idea generalizada de que las estructuras circulares mesoamericanas son indiscutibles marcadores del período Postclá-sico (900-1525 d.C.), casi siempre relacionadas a la filiación tolteca o mexica-na y a la veneración de Quetzalcóatl (Navarrete, 1976; Smith, 1955), cuando en realidad estas estructuras existen desde el período Preclásico, lo que signi-fica que no necesariamente se adscriben a un grupo cultural específico. Si bien es cierto que la mayoría de estas estructuras, en el área meso-americana, está relacionada con el aspecto ceremonial (Pollock, 1936), no po-demos aseverar que todas ellas responden al culto de Quetzalcoatl, una dei-dad mesoamericana cuya veneración se generaliza para finales del período Clásico (Sodi & Aceves, 2002; Piña Chan & Dahlgren, 1987). Partiendo de estos planteamientos nos preguntamos ¿Pertenencen, las estructuras de planta circular registradas en el territorio salvadoreño para la época prehispánica, al período postclásico?, ¿son de filiación tolteca y de uso ceremonial para veneración de Quetzalcoatl? Para lograr responder a esta interrogante es necesario observar el re-gistro y comportamiento las estructuras de planta circular prehispánicas que se encuentran en territorio salvadoreño, tomando en cuenta para tal estudio, el significado del espacio, la arquitectura, el simbolismo, entre otros aspectos, que tuvieron este tipo de construcciones para los grupos culturales mesoame-ricanos.

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1. Planteamientos teóricos

1.1 La cultura Todos los grupos humanos, sin im-portar el lugar en que se encuen-tren o el tiempo en el que se desa-rrollen, se encontrarán inmersos dentro de una cultura. Geertz nos dice:

(La) cultura denota un esque-ma históricamente transmitido de significaciones representa-das en símbolos, un sistema de concepciones heredadas y ex-presadas en formas simbólicas por medios con los cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitudes frente a la vida” (Geertz, 2003, P.88).

De manera que la sociedad es un conglomerado humano organizado cuyos procesos de aprendizaje no son más que ejercitaciones simbó-licas. La comunicación humana es configuradora de procesos cultura-les y de producción simbólica, co-municación que se realiza a través de acciones expresivas que funcio-nan como señales, signos y símbo-los (Vallverdú, 2008). Estos con-glomerados humanos creadores de cultura, dejan evidencia de su existencia a través de diferentes ex-presiones materiales y objetos con

los cuales y mediante los cuales se relacionan (Bate, 1998; Mangino, 1990), ejemplo de ello es la cerámi-ca, pinturas, esculturas, arquitectu-ra entre otros.

1.2 El espacioBásicamente, el espacio es la rela-ción entre la posición de los cuer-pos. Nuestra comprensión del es-pacio viene dada por cada uno de los sentidos con que registramos la posición de dichos cuerpos. La ex-periencia espacial no es privilegio del arquitecto, es una función bio-lógica de todos, es una experiencia humana como otras, es un medio de expresión como otros (Pere, Montaner, & Oliveras, 1999). El significado del espacio, a menudo, se confunde con el de lu-gar, el espacio es más abstracto que el lugar, lo que en un principio es solamente un espacio, indiferen-temente, se va convirtiendo en lu-gar en la medida que se llega a co-nocer mejor, esto significa que se le comienza a dotar de valor (Tuan, 2003). Cada grupo cultural en di-ferente período tiene su propia concepción del espacio, según lo planteado por Muntañola (2001), en la actualidad el espacio tiene un significado muy individual a dife-rencia de la percepción del espacio en la antigüedad, ya que este poseía un significado social. La represen-

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tación arquitectónica era más com-plicada que la propia construcción de edificios: en esta se encontraba implícita mucha más intencionali-dad ya que la organización social se encontraba reforzada por el es-pacio. El ser humano construía un espacio-tiempo que reflejaba las relaciones sociales de tal manera que cuando cambiaba la sociedad, cambiaba también el espacio físico (Muntañola, 2001). 1.3 La arquitecturaDe acuerdo a Esteban, Borrás y Ál-varo (1996), la arquitectura es una actividad ligada a la cultura y a la organización social, por lo que a través del tiempo la percepción de la misma ha venido cambiando de acuerdo al contexto del que lo per-cibe, es por ello que no podemos dar un solo y único concepto de ar-quitectura. Muñoz (2007) nos dice que allí donde está el ser humano existe arquitectura ya que esta no es más que la forma en la que las perso-nas intervienen sobre la naturaleza para hacerla más habitable. Esta tendencia de humanización del en-torno es inherente al ser humano, pero la forma en la que se materiali-za y los resultados que se obtienen han variado mucho a lo largo de la historia debido a que son manifes-taciones culturales.

Al analizar las formas ar-quitectónicas de cualquier cultura, debe considerarse las circunstan-cias históricas en las que fueron creadas, así como el medio en que se produjeron, ya que estos ele-mentos permitirán comprender los diversos estilos o las expresiones formales y sus orígenes. He ahí la importancia del estudio de la ar-quitectura desde una perspectiva sociocultural, pues ella entraña va-lores testimoniales de los momen-tos que circunscribieron su con-cepción, por lo tanto, encierra el co-nocimiento del ser humano, de los procesos sociales y de su entorno en una época determinada (Álvarez, 2006; Mangino, 1990). Según Álvarez (2006), gra-cias al estudio de la arquitectura como un conjunto de valores y sím-bolos culturales, la percepción de la misma se hace más amplia, pues deja de estar apegada únicamente a contemplaciones estéticas y/o fun-cionales. Recordemos que una so-ciedad:

Se manifiesta en los objetos que fabrica, en el arte que produce, en el pensamiento que comuni-ca, pero también, se expresa en sus ciudades y edificios. En ellos podemos leer los intereses, los sueños y los anhelos de una ci-vilización” (Muñoz, 2007, p.14)

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Por lo tanto, se debe procu-rar percibir y entender las sensa-ciones arquitectónicas, pues cuan-do un edificio no logra comunicar ninguna de ellas, deja de ser arqui-tectura y se convierte en una simple construcción (Bassegoda, 1984).

1.4 La comunicación no verbal del ambiente construido

La comunicación no verbal es, en sentido general, la comunicación efectuada por medios distintos de las palabras (Rapopport, 1990). Este tipo de comunicación repre-senta ideologías materializadas en forma de ceremonias, objetos sim-bólicos, monumentos y sistemas escritos. Esta transformación hace posible extender una ideología más allá del grupo local y comunica el poder de una autoridad central a una población más amplia (DeMa-rrais, Castillo & Earle, 1996). Este tipo de comunicación puede ser palpable en las estructu-ras, Sanders (1990) afirma que un edificio es una unidad de significa-do cultural antes de ser un objeto de función práctica, de manera que, la función de una estructura tiene dos conceptos básicos y diferentes: primario (meramente funcional); y secundario (de connotación con-ceptual), esto es a lo que DeMarrais et al (1996), se refieren cuando sugieren que el concepto de mate-

rialización de la ideología está es-trechamente relacionado con la co-municación arquitectónica, es decir, el entorno construido se puede ver como un sistema para codificar in-formación. El proceso de codificación se realiza por medio de inductores de la conducta que son plasmados a través de características físicas en el ambiente construido, estos ele-mentos físicos pueden ser: tamaño, altura, color, materiales y decora-ción, una combinación particular de elementos se selecciona y se filtra a través de normas de visualización; en otras palabras, el ambiente cons-truido puede ser un medio de en-señanza que, una vez aprendido, se convierte en un recurso mnemotéc-nico, es decir, sirve como recorda-torio. El entorno construido sirve, pues, como un medio perenne de transmisión de significados que in-fluyen en el comportamiento de las personas, en los procesos de repro-ducción, de interacción y de trans-formación social, ya que a través de éste se crean y difunden ideologías que promueven intereses (Rapo-port, 1990). Las señales pueden consistir de cualquier clase de diferenciación y contraste que marquen los edificios de manera distintiva, lo que significa que, cuando estos elementos constructivos son únicos o diferentes, transmiten

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un mensaje más claro, no dejan lugar a dudas de su significado. Por ejemplo, en un lugar donde los edificios son de color, el elemento distintivo puede ser la ausencia del mismo; la diferencia también puede radicar en el tamaño, la forma, la decoración (o su ausencia), el grado de la modernidad o el grado de antigüedad, entre muchas otras señales. Este contraste, dentro de la comunicación no verbal, es de gran importancia debido a que los símbolos deben ser presentados en conjunto para lograr transmitir un significado, ya que éstos al contrastarse con otros logran transmitir información, objetivo que no se logra si estos se encuentran solos, es decir, si estas diferencias no son notables el significado es más difícil de leer (Leach, 1976; Rapoport, 1990).

1.5 SimbolismoLa palabra “símbolo” proviene del latín symbolum, que significa ima-gen o figura, que materialmente re-presenta un concepto moral o inte-lectual (Vallverdú, 2008). De acuerdo a Barba (2009), el ser humano en su necesidad de explicar los fenómenos que obser-va en la naturaleza, ha creado infi-nidad de símbolos que tienen for-mas y contenidos específicos, por lo tanto, el significado de los mismos

está directamente relacionado con la psiquis de las sociedades que los crearon, es decir, que los símbolos son parte del ser humano y es im-posible no hallarlos en cualquier situación existencial y en la psique del mismo, estos símbolos se trans-forman con el paso del tiempo y se adaptan a la realidad de los grupos sociales que los utilizan (Terán, 1982; Vallverdú, 2008). Mediante los símbolos (ma-teriales y visibles) el ser humano ha intentado siempre representar sus ideas (invisibles) y comunicar-las más allá de las limitaciones del lenguaje. Un símbolo puede ocultar y mostrar aquello que queremos expresar, un mismo símbolo tendrá un significado y una influencia di-ferente en diversas culturas puesto que es una construcción cultural re-sultado de la significación humana, un símbolo no necesariamente tie-ne un significado universalmente reconocible y no siempre se da una conexión obvia, natural o necesaria entre el símbolo y lo que simboli-za, pueden tener muchos niveles y significados, son cambiantes y su interpretación depende a menudo del contexto (Barba, 2009; Terán, 1982; Vallverdú, 2008). Si contemplamos la arqui-tectura como una forma de expre-sión cultural, como un producto de la abstracción humana, notaremos que implica una gran carga simbó-

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lica:De tal modo que estas construc-ciones se convierten por sí solas en la materialización de ciertas ideas, es decir, de símbolos. La expresión del hombre por me-dio de símbolos es una constan-te histórica y en este lenguaje de los símbolos la arquitectura ocupa un lugar primordial.” (Es-teban, Borrás & Zamora, 1996, p. 34).

1.6 El significado de la forma circular para diferentes culturas

Es preciso aclarar que se ha hecho referencia al significado de esta forma geométrica para diferentes culturas y no para una en especí-fico, pues consideramos necesario abordar la concepción de la figura circular por el ser humano en gene-ral, sin importar la parte del mundo en que este habitó o la cultura a la que perteneció. Hablamos simple-mente de la percepción del círculo por la psiquis humana. De acuerdo con la psico-logía analítica, el círculo o la esfe-ra es el símbolo del “sí-mismo” (el principio y el fin de algo: que inicia, muere y vuelve a comenzar; se re-fiere a un sistema cíclico). Hay una implicación psicológica profunda en el significado del círculo como perfección. Esta figura expresa la

totalidad de la psique en todos sus aspectos, incluida la relación entre el ser humano y la naturaleza. El círculo y la esfera se identifican con todo sistema cíclico (evolución, in-volución, nacimiento, crecimiento, muerte, etc.), significan totalidad (Cirlot, 2006; Jaffé, 1995). Para muchas culturas, el año significa un círculo cerrado ya que tiene un comienzo y un final, pero también tiene la particulari-dad de que puede renacer bajo la forma de un año nuevo, con cada nuevo año viene un tiempo nuevo y puro. Para otras culturas (socie-dades chinas antiguas), el círculo simbolizaba el cielo y la perfección, así como la eternidad. En Egipto y toda la cuenca oriental del Medi-terráneo, esta figura tenía un sig-nificado solar, en cambio para los grupos paganos de Europa tenía un significado mágico relacionado con la luna. Para Pitágoras la forma esférica era el más hermoso de los sólidos, y el círculo la más bella de las figuras planas. Para Platón el círculo era la más bella de las figu-ras ya que representaba las esferas concéntricas en las que evoluciona-ban los planetas. En la India y Me-dio Oriente la representación del círculo se expresa comúnmente en el arte visual de las imágenes reli-giosas que sirven como elementos de meditación (Barba, 2009; Beig-deber, 1995; Eliade, 1998).

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En las culturas antiguas americanas, como dan fe muchos de los cronistas españoles (Moto-linia, Torquemada, Gómara, entre otros), se repite mucho la idea de circularidad asociada al viento que se arremolina en el cielo y a todos los fenómenos naturales, anímicos y materiales. Al igual que en otras culturas del resto del mundo, la forma circular también se vincula a la idea del ciclo, reincidencia, to-talidad y vida (González, 2003; Po-llock, 1936). Los Sioux Oglala, un pue-blo perteneciente al grupo de los Teton-Lakotas, en el norte de Amé-rica, profesan que el círculo es sa-grado porque el gran espíritu hizo que todas las cosas de la naturaleza (el sol, el cielo, la tierra y la luna) fueran redondas, por esta razón, la humanidad debería considerar el círculo como sagrado, pues el sím-bolo del círculo forma el borde del mundo y, por lo tanto, el símbolo de los cuatro vientos que lo reco-rren. En consecuencia, es también el símbolo del año, porque el día, la noche y la luna se mueven en cír-culo por el cielo, por eso el círculo es un símbolo de todos los tiempos. Por todas estas razones es que los tipis de los oglala son circulares, sus campamentos son circulares y en toda ceremonia se sientan en círculo (Geertz, 2003). En la cosmogonía mexicana

del postclásico, el círculo significa-ba que el punto de partida era el mismo que el del final de la jorna-da, simbolismo expresado a través de una serpiente enrollada con la cola en la boca como símbolo de lo infinito y la eternidad, que no tie-ne principio ni fin. En la filosofía náhua, la superficie de la tierra es un gran disco que se encuentra en el centro del universo, el disco se expande como un anillo hacia los cuatro puntos cardinales y se pro-longa hasta donde las aguas que lo rodean se juntan con el cielo (Bar-ba, 2009; González, 2003).

2. La arquitectura mesoamericana

Tratar de comprender por comple-to la arquitectura mesoamericana prehispánica sería todo un reto ya que debemos estar conscientes de la importancia que juega el univer-so simbólico en la arquitectura, así como también, la influencia de la relación simbiótica entre el ser hu-mano y su entorno natural, es decir, la geografía y los elementos ecobio-lógicos de cada zona supeditan los recursos materiales con los que se puede contar y que, al mismo tiem-po, influyen en la creatividad de los constructores. Por otro lado, tenemos tam-bién el aspecto religioso, principal-mente si hablamos de un sistema

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teocrático, lo que significa, una so-ciedad cuya autoridad política son sus ministros o líderes religiosos, situación que se va a ver reflejado en la cultura material de la cual el espacio arquitectónico forma parte (Godoy, 2011; Gussinyer & García, 1993).

2.1 La concepción del espacio para las culturas mesoamericanas

El estilo de construcción prehispá-nico presenta un concepto de espa-cio muy diferente a la perspectiva habitual. Lo que se conoce como espacio exterior o espacio a cielo abierto, de acuerdo a los conceptos arquitectónicos actuales, fue para los pueblos mesoamericanos el espacio arquitectónico más impor-tante, su visión de lo habitable y del lugar en el cual la mayoría de acti-vidades se llevaban a cabo iba más allá del edificio. Dentro de la visión occiden-tal de arquitectura, la fachada es un límite entre el espacio interior y el exterior, funciona como una barrera que regula la interacción entre dos universos, el interno y el externo. En cambio, la arquitectura mesoamericana rompe con tales limitaciones que contraponen los espacios abiertos y los cerrados; el espacio abierto fluye, no puede di-vidirse por medio de cercas, muros o puertas, el conjunto arquitectóni-

co prehispánico incluye el paisaje circundante, es toda una vivencia espacial donde montañas, llanu-ras, accidentes topográficos y ve-getación están siempre presentes acompañando e interactuando con la arquitectura. Mangino (1990) llama a este diseño “de carácter or-gánico”, lo que significa que estas ciudades se encontraban integra-das a la naturaleza de sus entornos, estableciendo una armonía arqui-tectónica entre el medio ambiente que les rodeaba y los elementos ar-tificiales creados por el ser huma-no (Godoy, 2011; Gussinyer, 2001; Wurster, 2001).

2.2 Deidades mesoamericanas asociadas a la arquitectura circular

• Xiuhtecuhtli- Huehueteotl: deidad del fuego, uno de los primeros elementos en ser di-vinizado. Su culto y veneración tuvo gran importancia, por lo menos a partir de la última eta-pa del período preclásico. En otras áreas se le conoció con el nombre de Ixocozauhqui (el de rostro amarillo), Curicaueri y, en tiempos posteriores, se le llamó Huehuetéotl, que signi-fica el dios viejo (Fernández, 2006; León-Portilla, 2004).

• Las estructuras circulares rela-cionadas a esta deidad las po-

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demos encontrar en Cuicuilco, Tzintzúntzan, Guachimontones y algunos lugares en Jalisco y Nayarit (Beekman, 2008; Pohl, 2011).

• Quetzalcoatl: una de las fi-guras más polifacéticas de las religiones mesoamericanas, no es solo el nombre del más famoso rey-sacerdote tolteca, sino también el de una deidad de gran importancia entre los toltecas, aztecas-mexicas, los mayas y muchas otras culturas mesoamericanas. De acuerdo a Sodi y Aceves (2002) y Piña Chan y Dahlgren (1987), la re-ligión y culto a Quetzalcoatl se originó en Xochicalco, Morelos cerca del año 700 D.C. y tuvo su comienzo en la vieja deidad del agua, la serpiente-nube de lluvia.

• No en todos los lugares Quet-zalcoatl tuvo las mismas aso-ciaciones, en Teotihuacán la deidad estuvo más inclinada a la unión del agua de lluvia con el agua terrestre; mientras que entre los mexicas, los atributos y características de la deidad estaban relacionados con el viento y la lluvia; en cambio los toltecas, adoptaron el culto de Quetzalcoatl en asociación con Tlahuizcalpantecuhtli o lucero de la mañana (Solanilla, 1996).

• b.1) Quetzalcoatl- Ehecatl:

Quetzalcoatl como Ehecatecu-htli alude al viento que barre los caminos de los dioses de la lluvia y recorría los cuatro rumbos del cosmos. Los cro-nistas españoles cuentan que la mayoría de templos dedica-dos a Quetzacoatl eran de plan-ta circular para permitir que el aire, convertido en viento, pudiera circular dentro de los edificios y no chocar contra los ángulos de la pared (Arellano, 1987; Barba, 2009; Florescano, 1995).

2.3 Las estructuras circulares en Mesoamérica

Las estructuras circulares existen en el área mesoamericana desde el período preclásico; en torno a ello, Barba (2009) comenta que di-versos estudiosos se han ocupado de investigar si hay en realidad un grupo cultural al cual adjudicarle la autoría de dicha tradición arquitec-tónica. Muchos plantean que las es-tructuras de planta circular fueron introducidas a las Tierras Bajas Ma-yas por inmigrantes Toltecas dentro de lo que se conoce como “paquete de influencias mexicanas”. Sin em-bargo, los ejemplares del Preclásico Medio y Preclásico Tardío localiza-dos hasta ahora en la región de Tie-rras Bajas Mayas, le restan validez a

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dicho planteamiento. Otros autores, como, W. Krickeberg, apuntan a los Tuxtlas como creadores de este tipo de ar-quitectura; por otro lado se encuen-tran Paul Gendrop y G. Ekholm, quienes señalan sus inicios en la región Huasteca. Sin embargo, las evidencias más antiguas de cons-trucciones circulares registradas hasta el momento, se remontan al 1000 a.C. y aparecen en tres regio-nes específicas: la Costa del Golfo (Sitio La Venta), en el Occidente de México (sitios Guachimontones, El Arenal, San Felipe y El Campanillo), y en el sector B de Cuicuilco. En este sentido, la evidencia arqueo-lógica enmarca al grupo olmeca, en específico al asentamiento de La Venta en Tabasco, como entre los primeros en utilizar este tipo de diseño en su arquitectura a inicios del preclásico (1200 a.C.) (Barba, 2009). Partiendo de los ejemplos más antiguos de estructuras cir-culares conocidas, Barba (2009) sugiere que la arquitectura cir-cular, por lo menos en sus inicios, puede ser vista como una idea que trasciende fronteras, como un con-cepto con uno o varios orígenes y que, con el paso del tiempo se fue transformando y adaptando, aun-que no como una tradición creada por un grupo cultural específico en una época específica y que lue-

go fue difundido. Recordemos que en la historia de la humanidad se han observado semejanzas que no necesariamente han involucrado contacto entre culturas, diferentes sociedades y civilizaciones pueden percibir fenómenos naturales y de diversa índole otorgándoles expli-caciones análogas. Hay que tener presente que los símbolos y la cul-tura material son producto de las abstracciones mentales de grupos sociales, los cuales se encuentran influenciados por diversos factores como la geografía, la economía, la política y otros aspectos de cada época específica (Barba, 2009). Es bastante probable que las estructuras circulares surgie-ran, en un principio, como venera-ción e imitación de la naturaleza, ya que para mediados y finales del preclásico se logra observar una inclinación en la relación de este tipo de estructuras con el aspecto ceremonial y monumental (Barba, 2009). Recordemos que la natu-raleza fue en Mesoamérica objeto de devoción, por lo que sus repre-sentaciones en la cultura material fueron un factor de gran importan-cia al momento de diseñar. Es muy probable que las estructuras circu-lares formaran parte importante de los primeros centros urbanos como una imitación que el ser humano hizo de su entorno, principalmen-te relacionando elementos básicos

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e importantes de la naturaleza, al-gunas de las construcciones trata-ban de imitar las formas naturales de su entorno, como lo serían los volcanes o montañas, o es proba-ble que estuvieran ligadas hacia un culto relacionado con el fuego y/o la fertilidad (Barba, 2009). Susan Evans (2008) expli-ca que muchos de los poderosos fenómenos naturales que inspira-ron las creencias mesoamericanas pudieron llevar a dichas culturas a desarrollar algunas deidades a par-tir de elementos geofísicos y me-teorológicos, por ejemplo, la fuerza de algunos espíritus sagrados y po-derosos podía fácilmente habitar dentro de los volcanes activos, por lo que no es de extrañarse que las representaciones de estos se vieran reflejadas a través de las estructu-ras piramidales. En el período clásico, las construcciones circulares se ex-pandieron a lo largo del territorio mesoamericano, su uso fue más ge-neralizado y diverso (doméstico y ritual), al igual que su tamaño (Mo-rales, 1993). El aumento de estas edificaciones, probablemente, se debió a la dinámica política, eco-nómica y social de este período, lo que permitió un desarrollo regio-nal basado en el intercambio, tanto de bienes de consumo cotidiano y suntuario, así como pautas ideoló-gicas de tipo tecnológico, político y

religioso (Barba, 2009). Para el postclásico, la arqui-tectura circular observa una fuerte disminución en su construcción así como cambios en su forma y com-posición, efectos que se vislumbra-ban desde el período anterior y que se materializan durante esta época. La mayoría de estas estructuras vuelven a estar asociadas a una gran carga ritual que va de la mano con la transformación de la planta circular a la de tipo compuesto o mixta, es decir, la combinación de estructuras circulares con rectan-gulares o cuadradas; este tipo de planta, de acuerdo a Barba (2009), podría estar relacionada con el cul-to a la deidad Ehecatl-Quetzalcoatl, sin embargo, cabe destacar la pre-sencia y recuperación de elemen-tos relacionados con otras deida-des como Huehueteotl.

2.4 Función y distribución de las estructuras circulares en Mesoamérica

De acuerdo a Smith (1992), las fuentes etnográficas y etnohistó-ricas, así como algunos mayistas y mesoamericanistas, proponen cuatro posibilidades de uso para las estructuras circulares: templos, viviendas, temascales y almacenes o graneros. Por otro lado, Powis, Hoh-mann, Awe y Healy (1996), sugie-

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ren que las estructuras de planta circular también pudieron funcio-nar como observatorios astronó-micos, plataformas adosadas, edi-ficios públicos o recintos ceremo-niales. En cambio, Morales (1993) sostiene que, debido a su forma tan particular, aparte de las funciones mencionadas anteriormente, tam-bién pudieron servir como hornos, depósitos de agua, altares y puntos de referencia. Pollock, en su interesante investigación publicada en 1936, menciona que casi todas las estruc-turas circulares de Mesoamérica fueron altares de algún tipo o tem-plos públicos. Mientras que la co-existencia de muchas estructuras de planta circular con los comple-jos de conmemoración astronómi-ca y patios para el juego de pelota en distintos centros ceremoniales, sugiere la posibilidad de haber sido utilizadas durante la celebración de ritos especiales a los que probable-mente asistía un público relativa-mente numeroso (Pollock, 1936). Para el área maya, Quintal, Sierra, Vargas y Huchim (1999) aseguran que las construcciones circulares pueden haber tenido las funciones de semilleros, cocinas adosadas, pequeños talleres, corra-les, almacenes o graneros rurales, habitaciones temporales, hornos de alfarero, y colmenas.

Ciertamente, el uso y fun-ción de las estructuras circulares en Mesoamérica estuvo directa-mente relacionado con el lugar en el que se construyeron y con el gru-po cultural que se encargó de ha-cerlo. Arqueológicamente, la fun-ción de este tipo de estructuras va a estar determinada por: el mate-rial in situ asociado a la estructura, otras estructuras relacionadas y el tamaño y orientación de la estruc-tura en cuestión. Indudablemente, las variaciones que este tipo de es-tructuras presenten en cuanto a su tamaño, detalles arquitectónicos, localización y orientación van a de-pender de la importancia y funcio-nalidad que se les dio en su época (Morales, 1993). Dentro de las estructuras circulares hubo gran número de variaciones, inclusive hasta de for-ma ya que no todas ellas eran es-trictamente circulares, las hubo en forma de herradura, absidal, elípti-ca y compuesta. Es por estas varia-ciones que diferentes autores han propuesto varias tipologías (ver tabla 1) de acuerdo a diferentes criterios, entre ellos: las zonas in-vestigadas, la funcionalidad de las estructuras, la periodicidad, mate-riales constructivos, tipo de planta, entre otros.

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2.5 ¿Están todas las estructuras circulares relacionadas con Ehecatl-Quetzalcoatl?

Un aspecto bastante expandido en el área mesoamericana fue el culto a la deidad Ehecatl-Quetzalcoatl y la aparición de materiales relacio-nados con esta divinidad durante el clásico tardío lo demuestra. Si bien es cierto que muchos de los casos de arquitectura circular en Mesoamérica están relacionados con el culto a esta deidad, ya sea en su advocación de Estrella de la mañana o como Ehecatl, no se pue-de descartar una función diferente, principalmente porque este tipo de estructuras representan una larga tradición arquitectónica en casi toda Mesoamérica encontrán-doselas desde el preclásico (Barba, 2009; Morales, 1993). Por otro lado, existe cons-tancia de que el culto a Quetzal-coatl y sus diversas advocaciones incluye estructuras que no son ne-cesariamente circulares. Con lo expuesto anterior-mente, consideramos que no es pertinente asumir que toda estruc-tura circular está asociada al culto de Quetzalcoatl, ya sea en su advo-cación de Ehecatl o como «Estrella de la mañana». Muchas veces esta relación se asume independiente-mente de que existan materiales

asociados que confirmen tal aseve-ración. Si analizamos la edificación de construcciones circulares (y la cultura material asociada a las mis-mas) correspondientes a los tres períodos culturales, podemos se-ñalar que en algunas de ellas se ca-rece de evidencia material asociada con el culto a esta deidad, mientras que por el contrario, en lugares como Cuicuilco, Nayarit y Tzint-zuntzan, existe evidencia de asocia-ción de este tipo de estructuras con elementos relacionados a la deidad del fuego y/o sus diversas advoca-ciones, así como también, el culto a la tierra en sitios como La Venta (Barba, 2009), y de hecho, Pollock en su libro de 1936 sostiene que:

La unanimidad en la atribución de los templos redondos para el culto de Quetzalcoatl, dios del aire, es impactante, sin embargo Motolinia y Torquemada defi-nitivamente nos dicen que hay templos redondos para otros dioses, mientras que Sahagún en su descripción de las peque-ñas plataformas redondas [nos dice que] por lo menos dos de éstas están asociadas con deida-des que no son el dios del aire (Pollock, 1936, P.159).

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Imagen 1: Propuesta de clasificación de estructu-ras circulares prehispánicas en El Salvador

Imagen 2. Comportamiento de las estructuras circulares registradas en ter-ritorio salvadoreño

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3. Las estructuras circulares prehispánicas en El Salvador

Para El Salvador, lastimosamente, no contamos con suficiente infor-mación como para formar un pa-norama completo y detallado sobre este tipo de arquitectura ya que muy poco se han estudiado estas estructuras en nuestro país. Hasta la fecha se cuenta con un inventa-rio de aproximadamente catorce estructuras de planta circular (ver tabla 2) y cerca de seis estructuras que posiblemente sean circulares, la verdadera forma de algunas de estas últimas seguirá siendo una incógnita ya que su situación actual impide el estudio de las mismas (algunas se encuentran bajo el agua o ya no existen), en el caso de otras, la posibilidad de excavación aún es viable, por lo que en el futuro el re-gistro de estructuras de planta cir-cular podría aumentar.

4. Propuesta de clasificación de estructuras circulares prehis-pánicas en El Salvador

La siguiente propuesta de clasifica-ción (ver imagen 1) se basa en las características arquitectónicas que presentan las estructuras prehispá-nicas circulares que, hasta la fecha, han sido registradas en El Salvador. Consideramos que lo ideal habría sido basar nuestra clasificación en las funciones de dichas estructuras

pero dado que ese es un dato que no se conoce con certeza no pudo ser considerado para tal menester. Cabe aclarar que la nues-tra es una clasificación y no una tipología, ya que la muestra con la que contamos es relativamente pe-queña, pero esperamos que, en un futuro cercano, ésta pueda llegar a convertirse en una tipología. Para que la clasificación propuesta sea clara y se evite con-fusiones en la terminología, nos hemos basado en algunas concep-ciones arquitectónicas propuestas por Gendrop (1997), Barba (2009) y Valdés, Valladares y Díaz (2008), conceptos que se aplican perfecta-mente a la arquitectura mesoame-ricana. A continuación presenta-mos los conceptos en los cuales se basa nuestra clasificación:

Cimiento: es la parte de la es-tructura que sirve para susten-tar el edificio y repartir sus car-gas sobre el terreno; los cimien-tos pueden ser superficiales o profundos (Gendrop, 1997).Altar: es una estructura que, por lo general, se ubica en la par-te central de una plaza o patio (abierto o cerrado), y frecuen-temente está rodeada por otros edificios de mayores dimen-siones. También puede encon-trarse en las zonas aledañas o

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anexas de otras edificaciones, formando conjuntos. El altar puede estar edificado sobre plataformas bajas y, en algunas ocasiones, se acompaña de ban-quetas que sirven de acceso o se localizan en el área perimetral. En pocas ocasiones tienen plan-tas ovaladas, siendo la circular la forma que prevalece. Algunos ejemplares sobrepasan los 35 metros de diámetro y, por lo ge-neral, no exceden los dos metros de altura, suelen ser estructuras bajas. Los altares se encuentran directamente relacionados con la quema de incienso, inmola-ción de víctimas u ofrecimiento de algún otro tipo de sacrificio (Barba, 2009; Gendrop, 1997). Plataforma: superficie elevada, plana, lisa y horizontal que cons-tituye la cara superior de un te-rraplén sobre el cual se alza una o varias construcciones. Se trata de uno de los elementos básicos en la arquitectura mesoameri-cana, especialmente en exterio-res donde ostenta, a menudo, un carácter ceremonial. (Gendrop, 1997; Valdés et al, 2008).Estructura piramidal: en Meso-américa se denomina de esta manera a cualquier basamento monumental compuesto, ya sea de uno o de varios cuerpos, que usualmente son escalona-dos. La estructura puede ser de

base rectangular, redondeada o circular compuesta, y puede o no poseer templos, o restos de los mismos, en su nivel superior (Gendrop, 1997).

Le llamaremos estructura com-pleja a una construcción, ya sea de carácter religioso, residencial, administrativo u otro, que suele hacerse sobre alguna explanada, plataforma o basamento artificial y que posee paredes y techo (ya sea de materiales perecederos o no), que puede contener uno o varios cuartos, y que se encuentra provis-to de una o varias puertas de acceso (concepto propuesto por las auto-ras basándose en Gendrop, 1997). En las tablas 3, 4, 5 y 6 se presentan las estructuras de planta circular prehispánicas registradas en El Salvador ordenadas de acuer-do a nuestra propuesta de clasifica-ción, presentadas en orden crono-lógico.

5. Discusión sobre las estructu-ras circulares prehispánicas de El Salvador

Como ya lo hemos mencionado, en la antigüedad, el diseño arquitec-tónico no era el simple hecho de construir una edificación, impli-caba mucha más intencionalidad,

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era un medio por el cual se daban a conocer aspectos como la organiza-ción social y la religiosidad (Munta-ñola, 2001). Recordemos que este último aspecto fue fundamental en las comunidades mesoamericanas, y de hecho, las expresiones arqui-tectónicas de carácter religioso go-zaban de un simbolismo propio, se encontraban sujetas a un sistema de símbolos con los que manifes-taban su significado (Esteban et al. 1996), es decir, que para transmi-tir estos mensajes se recurría a la codificación de la información por medio de elementos constructivos únicos o diferentes (color, forma, tamaño, entre otros), la informa-ción se transmitía a través de los contrastes arquitectónicos. La transmisión clara y co-rrecta de la información podía lo-grarse, siempre y cuando, el ele-mento de contraste se encontrara dentro de un conjunto, de manera que, cuando las edificaciones eran únicas o diferentes y lograban so-bresalir del resto, transmitiendo así, un mensaje entendible por la comunidad (Rapoport, 1990). Cla-ramente lo expone Leach (1976) al decir que en un campo uniforme lo que importa son los límites, la aten-ción se enfoca en las diferencias, no en las semejanzas y, los marca-dores de tales límites son conside-rados de valor especial o sagrado. Esta discrepancia o contraste entre

la forma de las estructuras especia-les y las que la rodean es evidente en la mayoría de estructuras cir-culares reconocidas en El Salvador pues estas (a excepción de la E-11 y E-16 de Joya de Cerén) son de ca-rácter ceremonial y se encuentran inmersas dentro de sitios arqueo-lógicos cuya forma arquitectónica predominante es la rectangular y/o cuadrada, lo que confirma que las edificaciones circulares (registra-das en El Salvador) poseen un valor especial, es por ello que sobresalen. Un claro ejemplo de esto es la ar-quitectura del Grupo Tazumal, pues de trece estructuras registradas hasta el momento, solamente una de ellas era circular (estructura B1-6), la cual, dicho sea de paso, era de carácter ceremonial. Con respecto a la funciona-lidad de este tipo de estructuras en El Salvador, al igual que en el resto de Mesoamérica, se observa que la misma fue fluctuante, lo cual es co-herente si tomamos en cuenta que cada grupo cultural, en su propio tiempo, tiene su propia concepción del espacio (Muntañola, 2001), así como también, las circunstancias históricas en las que dichas edifi-caciones fueron creadas (Álvarez, 2006; Mangino, 1990), y no hay que olvidar que los símbolos ten-drían un significado, una influencia y una interpretación diferente de-pendiendo del contexto y del grupo

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cultural que los puso en practica; recordemos que los símbolos so-breviven al paso del tiempo, viéndo-se transformados a partir de la di-námica sociocultural de quienes lo utilizan (Barba, 2009; Terán, 1982; Vallverdú, 2008). Dichas variables de significado, tanto espacial como arquitectónico y simbólico, fueron evidentes a lo largo de los tres pe-ríodos culturales (preclásico, clá-sico y postclásico) en el territorio (ahora) salvadoreño dado que en el preclásico, la connotación de la ar-quitectura circular fue de carácter monumental y ceremonial, sin em-bargo, hasta la fecha se desconoce a qué tipo de ritual estuvieron rela-cionadas estas estructuras, aunque tomando en cuenta que para este período no se contaba con un pan-teón de dioses bien establecido y, conociendo que en otros lugares de Mesoamérica (La Venta y Cuicuilco) se veneraba la naturaleza (el fuego, la tierra, los volcanes), no descarta-mos que las estructuras de El Trapi-che (E3-1) y Los Flores (Montículos 10, 20 y 30) estuvieran ligadas a al-gún tipo de ritual relacionado a las fuerzas naturales. Para el período clásico, al igual que en el resto de Mesoaméri-ca, vemos una diversificación en la utilización de esta forma arquitec-tónica, ya que su uso estuvo relacio-nado con el aspecto tanto ceremo-nial como domiciliar. El aspecto do-

miciliar de esta forma arquitectóni-ca se observa en las estructuras 11 y 16 de Joya de Cerén, cuya función, dentro de los grupos domiciliares, fue la de cocina, lo que demuestra una variación en la concepción de la función de este tipo de estructuras para este período, este es un com-portamiento también observado en el área maya, y recordemos que la filiación cultural de Joya de Cerén es maya. Un ejemplo de recinto ce-remonial de la época clásica es la Estructura 1 de Nuevo Tazumal, cuya función estuvo ligada a even-tos comunitarios de carácter, muy probablemente, religioso (Shibata, 2005). Mientas que las estructuras C5-16, B7-4 y B7-6 y D5-8 de Lagu-na Seca, pudieron ser plataformas de habitación para familias de la eli-te, o bien pudieron ser templos co-munitarios (esta es la opción por la que Sharer (1998) se inclina más), como sucedió en otros sitios (San Dieguito y Los Gavilanes) que con-taban con barrios domiciliares los cuales poseían sus propios templos vecinales, algo muy característico del período posclásico, y recorde-mos que estas estructuras (Laguna Seca) funcionaron desde el período clásico hasta el 1250 d.C. aproxima-damente. Para el período postclásico, notamos un nuevo cambio en la uti-lización de este tipo de arquitectu-

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ra, ya que lo ceremonial vuelve a ser el tema principal (por lo menos esto indican las estructuras registradas hasta la fecha), ejemplo de ello son las estructuras P-28 y Peralta 4 de Cihuatán, la B1-6 de Tazumal y la E1-1 de Peñate. De las cuales pode-mos decir que, la estructura P-28 estuvo estrechamente relacionada con el culto a Quetzalcoatl (Amaroli & Bruhns, 2006), mientras que Pe-ralta 4 pudo haber estado vincula-da con ceremonias dedicadas a Xipe Totec. En cuanto a la filiación cul-tural de estas estructuras, es un aspecto que hasta la actualidad no se conoce con certeza, aunque se postula que El Trapiche pudo estar estrechamente relacionado con los olmecas, llevando a algunos inves-tigadores a comparar la estructura E3-1 con la estructura cónica de La Venta, en Tabasco (Sharer, 1978, 1998); mientras que la población de Los Flores, a pesar de haber teni-do contacto cultural con el oriente y el occidente del territorio, tuvo un desarrollo propio (Fowler & Ear-nest, 1985), por lo que el centro ceremonial al cual pertenecen los montículos 10, 20 y 30, pudo ser producto de una cultura propia de la cuenca El Paraíso. La estructura B1-6 de Tazumal presenta aspectos arquitectónicos que la relacionan con la cultura tolteca, aunque no se conoce con certeza la relación de

la estructura con alguna deidad en específico y, aún no se sabe si los monolitos “Chac Mool” (aparen-temente encontrados cerca de la estructura) están verdaderamente relacionados a ella. De ser así, pudo haberse tratado de una estructura relacionada a los sacrificios huma-nos aunque no se sabe si relacio-nados con Quetzalcoatl u otra dei-dad. Referente a la estructura E1-1 de Peñate, Sharer (1978) no ofrece más información sobre la misma, solamente se conoce que, de tre-ce estructuras ubicadas en el sitio, solamente ésta es circular y se en-cuentra relacionada con el aspecto ritual. En síntesis, la dinámica observada a través de esta investi-gación nos indica que la funciona-lidad de las estructuras circulares registradas para el territorio actual-mente salvadoreño sigue el mismo patrón observado en Mesoamérica (ver imagen 2), haciendo la acla-ración de que hubo ciertas zonas mesoamericanas que se caracteri-zaron por la presencia de estructu-ras circulares relacionadas a lo do-miciliar a lo largo de los tres perío-dos antes mencionados, así como zonas que se caracterizaron por la ausencia de dicha forma arquitec-tónica o que el uso de la misma fue estrictamente ceremonial durante los tres períodos culturales.

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6. Conclusiones

A lo largo de esta investigación, hemos comprobado que las estruc-turas circulares no son un rasgo creado (inventado) exclusivamen-te por una cultura específica en un período cultural determinado, como nos lo han hecho saber di-versos autores e investigadores como Navarrete (1976), Gendrop (1970), Smith (1955), Carmack (2001), entre otros, ya que estos tienden a adjudicar toda estructu-ra circular a la injerencia de grupos provenientes del centro de México, específicamente, grupos toltecas o mexicas. Postulan que este ras-go arquitectónico fue creado por estos grupos y se difundió al resto de Mesoamérica a partir del clásico tardío, invisibilizando de esta ma-nera, la creación arquitectónica de otros grupos culturales en diversas regiones mesoamericanas.

Hemos comprobado que las afirmaciones referentes a que la forma circular aparece tardíamen-te y por influencia mexicana o tol-teca no son completamente ciertas ya que encontramos estructuras circulares desde períodos tempra-nos (preclásico medio), de igual manera, no se puede adjudicar el culto a Quetzalcoatl (Echecatl) a cualquier estructura circular sin tener las pruebas suficientes para

ello, principalmente, si estas son tempranas, ya que el culto a Quet-zalcoatl se origina cerca del 700 d.C. en Xochicalco, Morelos (Sodi & Aceves, 2002; Piña Chan & Dahl-gren, 1987) y luego se dispersa por el área mesoamericana.

Con respecto a la relación cultural de las estructuras circula-res prehispánicas en El Salvador, se puede concluir que, las de aparen-te injerencia mexicana son: la B1-6 de Tazumal, la P-28, P-41 y Peralta 4 de Cihuatán (Valdivieso, 2007; Amaroli & Bhruns 2006). Mien-tras que las estructuras 11 y 16 de Joya de Cerén, pertenecieron a una sociedad de filiación maya (Sheets, 2002; Mobeley-Tanaka 1990). Y con respecto a la estructura E3-1 de El Trapiche, Sharer (1978) propone que, partiendo de los materiales asociados a la estructura, esta po-dría ser de filiación olmeca. Acerca del resto de estructuras incluidas en este trabajo, por la poca infor-mación que se posee, no podemos relacionarlas con algún grupo cul-tural específico.

Asimismo, hemos constata-do que, si bien la mayoría de estruc-turas circulares eran especiales, no todas estaban destinadas única-mente al uso ceremonial, pues he-mos percibido que a lo largo de los tres períodos culturales (preclá-sico, clásico y postclásico), en las

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diversas regiones de Mesoamérica (incluyendo a El Salvador), el uso de estas estructuras varió. Si bien es cierto que en el período preclási-co éstas tuvieron una connotación sagrada, fue porque representaban ciertas fuerzas de la naturaleza, a las cuales se les temía (o por lo me-nos se les tenía respeto); mientras que en el período clásico observa-mos una diversificación del uso de dicha forma arquitectónica ya que, por lo menos, en el Área Maya tuvo funciones domiciliares, de granero, apiario, cocinas adosadas, entre otras; es en el período postclásico que se retoma la forma arquitectó-nica circular para usoe mayormen-te ceremonial, principalmente re-lacionado al panteón mexicano (en algunas zonas su uso siguió siendo diverso), aclarando que, como bien lo menciona Pollock (1936), Barba (2009), Torquemada, Motolinia y Sahagún (en Pollock, 1936), no to-das las estructuras circulares cere-moniales fueron destinadas para el culto a Quetzalcoatl en su advoca-ción de Ehecatl, pues hubo edifica-ciones circulares dedicadas a otras deidades. Así como tampoco, todos los templos para Quetzalcoatl fue-ron redondos, ya que también los hubo de forma compuesta o mixta (Barba, 2009).

Basándonos en la teoría de contrastes arquitectónicos y la teoría del ambiente construido po-

dríamos concluir que, en general, las estructuras circulares prehis-pánicas registradas hasta la fecha en El Salvador poseen esta forma porque tuvieron cierto grado de importancia, fueron en algún sen-tido, especiales y es por ello que sobresalían del resto. Esto queda evidenciado en que la mayoría de ellas fueron de carácter ceremo-nial, la excepción se encuentra en las estructuras de Joya de Cerén, que fueron de carácter domiciliar, lo que probablemente se deba a la diversificación de este tipo de ar-quitectura observado en el perío-do clásico en Mesoamérica por las razones que ya mencionamos ante-riormente.

Por lo expuesto anterior-mente, queda demostrado que las estructuras de planta circular pre-hispánicas registradas en territo-rio salvadoreño no están adscritas solamente al período posclásico puesto que se las puede encontrar desde el período preclásico; no son únicamente de injerencia tolteca/mexicana dado que los ejemplares de El Trapiche, Los Flores y Joya de Cerén no presentan relación alguna con esta cultura; y no fueron exclu-sivas para uso ceremonial de culto a la deidad Quetzalcóatl dado que esta práctica inicia en épocas tar-días (700 d.C. (Sodi & Aceves, 2002; Piña Chan & Dahlgren, 1987)), asi-mismo, las estructuras 11 y 16 de

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Joya de Cerén fueron de uso domés-tico y las edificaciones circulares de El Trapiche y Los Flores fueron

erigidas antes de la instauración del culto a dicha deidad.

Tablas

Propuestas de clasificación y tipología de estruc-turas circulares en Mesoamérica

Investigador Año Área de estudio Tipología basada en:

Samuel Lothrop 1926 Baja América Central

Posibles funciones de las estruc-turas

H. E. D. Pollock 1936 Área mesoamericana

Ubicación, cultura, datación y po-sible función

Paulino Morales 1993 Tierras bajas mayas Características arquitectónicas

Quintal, Sierra, Vargas y Huchim 1999 Área maya Aspectos arquitectónicos y fun-

cionales

Elena Barba 2009 México, Belice y Guatemala Funcionalidad

Tabla 1. Diversas propuestas de clasificación y tipolo-gía de estructuras circulares en Mesoamérica

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Tabla 2. Resumen de estructuras circulares en El Salvador

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Tabla 3. Estructuras circulares del preclásico de acuerdo a clasificación propuesta

Tabla 4. Estructuras circulares del clásico de acuerdo a clasificación propuesta.

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Tabla 5. Estructuras circulares del Postclásico de acuerdo a clasificación propuesta

Tabla 6. Consolidado de estructuras de planta circular prehispánicas en El Salvador según períodos culturales y clasificación propuesta

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Resumen

Al momento de la Conquista española, el chocolate era una de las bebidas provenientes del cacao consumidas en Mesoamérica. El occidente del actual territorio de El Salvador era el corazón político de los Pipiles Izalcos, uno de los estados precolombinos más importantes del sur de Mesoamérica. La im-portancia y el poder político de los Pipiles Izalcos se basaba, tanto en tiem-pos previos como en los posteriores a la Conquista, en su participación en la producción mesoamericana de cacao. Debido a que el cacao gozaba de una creciente importancia en la economía colonial, la palabra ‘chocolate’, la cual aparece primero en la zona pipil, fue todavía más común durante la época co-lonial, hasta llegar a convertirse en una palabra de uso común a nivel mundial para designar productos que contienen cacao. Este cambio semántico llevó implicaciones económicas y sociales para los habitantes de los Izalcos, que se traducen en cambios en el asentamiento y en el uso de materiales culturales. En este ensayo se presentaran datos históricos y arqueológicos hasta el siglo XIX para localizar las consecuencias del destino del chocolate en el paisaje cultural de los pipiles-izalcos.

Palabras claves: chocolate, paisaje cultural, Pipiles, comercio colonial

El paisaje cultural del chocolate: pipiles izalcos y cambios semánticos en el mundo atlántico.

Siglos XVI-XIX

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Los Izalcos

Figura 1. Zona de los Izalcos.

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Cuando llegaron los españoles al occidente del actual territorio de El Salvador, en 1524, encontraron una de las principales regiones produc-toras de cacao del mundo. En aquel tiempo, los indígenas de Mesoamé-rica utilizaban el cacao en contex-tos sagrados, como ingrediente principal en comidas y bebidas y además, como moneda. Para entonces, la mayoría de mesoamericanos no se refería a la comida o a las bebidas de cacao con el nombre de ‘chocolate’. ¿Cómo se utilizó, entonces, la palabra ‘cho-colate’ para designar comidas y be-bidas de cacao? En este estudio su-giero que la zona del occidente de

El Salvador tuvo mucha influencia en este cambio semántico. A través de una investigación arqueológica de la zona de los Pipiles Izalcos y de su evidencia histórica, veremos que la carrera política-económica de los izalcos estaba muy relacio-nada a la del chocolate.

1. Investigaciones etnohistóricas y arqueológicasEl reconocimiento del valle del Río Ceniza realizado durante los años 1994 y 1995 estuvo enfocado en el Izalco colonial. El proyecto inves-tigó un área desconocida arqueoló-gicamente pero para la cual existen

Cuadro 1

Fecha Zona Geográfica Cantidad (cargas/año)

Valor (pesos)

1532 Ateos 6.67 24

1538 Izalco 333 1332

1549 Izalco 966 4830

1552 Puerto de Acajutla 22,000 242,000

1576 Caluco, Izalco, Nahu-lingo, Tacuscalco

50,000 500,000

1562-1615 Puerto de Acajutla 50,000 1,000,000

1638 Prov. de Guatemala 21,000 63,000

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asentamiento semi-nucleado

* asentamiento agregado

estructura aislado�acti�idad no residencial

munici�io asentamiento nucleado

N

sendero

linea de contorno a � metros

rio o �ue�rada

patron de asentamiento fase Lopez

patron de asentamiento fase Marroquin

patron de asentamiento fase Irarraga

Figura 2. Cambios en el patron de asentamiento por fase.

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muchos documentos históricos que pertenecen a la Conquista española y a los pipiles. Según los cambios en el material cultural, hemos definido varias fases culturales precolombi-nas e históricas. Antonio Fuentes y Guzmán fue el único cronista que incluyó dibujos de manuscritos pictóricos procedentes de Sonsonate y Gua-temala en su recopilación (Fuen-tes y Guzmán 1932-3). Fuentes dio prueba documental del uso preco-lombino del cacao como artículo de tributo o moneda. Se ve en sus dibujos una sola figura de un vaso de cacao. Los símbolos que son muy comunes en sus dibujos son el sis-tema de conteo para tributo y co-mercio. Se pueden observar cada uno de los incrementos: el círcu-lo para el uno; la bandera o pantli para veinte; el cabello o pluma (en nahua zontle) que representa cua-trocientos, y la bolsa de incienso, que representa ocho mil. El uso más común que se le dio a este sis-tema después de la Conquista fue para contar cacao. Al menos, estos documen-tos precolombinos indican que los izalcos ejercían el comercio y la recaudación de tributo, y el cacao era parte de estas actividades. Pa-rece que en el Postclásico Tardío, el cacao habitaba un espacio inter-

medio entre producto agrícola y moneda. También fabricaron otros bienes —tejidos de algodón y ha-chas de cobre— que se ocupaban como moneda precolombina, en lu-gar de productos agrícolas, y su uso era menos problemático.

2. Fase Irarraga (Postclásico Tardío A.D. 1100 a 1500)

¿Cómo era la zona de los izalcos un poco antes de la Conquista? A tra-vés de un reconocimiento de casi toda la zona del valle del Río Ceniza y de excavaciones limitadas tene-mos una buena idea de cómo fue el asentamiento Postclásico, designa-do como la Fase Irarraga. Las características de la cerámica indican que la población mantenía tradiciones culturales asociadas con los nahuas. El tipo cerámico más común fueron los cajetes y jarros con engobe rojo y bruñido. El tipo de cerámica Cata-lina Rojo-sobre-Blanco era casi ex-clusivamente cajetes con lados del-gados y encorvados, adornados con motivos geométricos como grecas y volutas. Otro tipo de cerámica co-mún en el Postclásico Tardío en la zona de los Izalcos fue Gines Café, que fue análogo al Grupo Joateca designado en Chalchuapa (Sharer, 1978). Los incensarios de este pe-ríodo eran espigados y unos eran del estilo Mayapán, con efiges de

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animales (monos) y dioses, parti-cularmente del Xipe Totec. En la Fase Irarraga, el asen-tamiento fue más extensivo que en la fase anterior (el Postclásico Temprano). Los asentamientos de esta fase estaban colocados en zonas con acceso al control del agua, como vados. Además, se ob-serva más continuidad en los pa-trones de asentamiento de la Fase Irarraga con las fases siguientes que con las anteriores. El patrón de asentamiento fue en pequeños asentamientos distribuidos uni-formemente, sin grandes centros de población. Habían unos asen-tamientos más grandes que otros, pero las grandes urbanizaciones no dominaban el paisaje cultural de los Izalcos. Este patrón es semejan-te al de las zonas nahuas del Méxi-co central y lo que el historiador James Lockhart nombró "celular". El historiador James Loc-khart propuso que el mundo nahua era una unidad en varios aspectos, antes y después de la Conquista es-pañola. Una zona extensa ocupaba los mismos conceptos políticos, económicos y sociales. El alcance de estas similitudes llegó mucho más allá de México, ya que los Pipi-les Izalcos ocuparon la misma ter-minología y los mismos principios de organización. Algunos de los principios

nahuas fueron la simetría y la in-dependencia. La unidad política de los nahuas era el altepetl, y cada uno de ellos tenía su territorio, templo, dioses especiales, consejo y líder (tecutli o tlatoani). Cada alte-petl era independiente, y sus partes constitutivas (los calpolli) replica-ron la independencia del altepetl. Lockhart llamó este sistema “celu-lar”, ya que cada componente tiene la capacidad ser independiente. Las preferencias nahuas a favor de la simetría y la inde-pendencia provocan un patrón de asentamiento esparcido, ya que los asentamientos se ubicaban en intervalos iguales. Un ejemplo de este concepto “celular” es un pe-queño templo encontrado cerca de Sonsonate. Normalmente, un tem-plo está ubicado en el asentamien-to principal, rodeado por casas de la elite y edificios de gobierno. En este caso, no encontramos otras estructuras más que el templo. El objetivo de la colocación aislada es proveer de un acceso igualitario a toda la comunidad. La independencia del al-tepetl se encarnó en el templo, por medio del requisito de movimiento a través del altepetl para realizar las actividades esenciales. Toda la gente, sin importar su rango, tenía que pasar al espacio y paisaje del altepetl para usar el templo. Los ritos y ceremonias no estaban colo-

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cados en una villa o capital porque eran parte del paisaje pipil. La je-rarquía política creó una red de po-der penetrativo en todo el paisaje. A través de ello la elite pudo man-tener su poder sin la necesidad de observar el templo constantemen-te. La unidad política tal vez ocu-rrió no porque todo el poder estaba concentrado en un solo lugar, sino porque no lo estaba; todos los ele-mentos de la vida social, política, y económica —callialli (hogar), cal-polli y altepetl— eran mantenidos por la jornada a través del paisaje izalco. Los datos arqueológicos de la Fase Irarraga sugieren que fue la temporada de la llegada de los pipi-les, y por otro lado, los manuscritos pictóricos indican que la zona esta-ba asociada con el cultivo de cacao. Era un período de crecimiento de población que tenía vínculos con los nahuas.

3. La Conquista españolaAunque Pedro de Alvarado, el con-quistador de Guatemala, no men-cionó el cacao o el chocolate, los colonistas posteriores lo identifica-ron como un producto especial de la zona. Las referencias más tem-pranas de este producto son una carta escrita por el jesuita Pedro de Morales y la Relación Geográfica de Zapotitlán, los dos escritos en 1579.

Morales y la relación geográfica identificaron el ‘chocolate’ como una bebida de cacao sazonada con achiote. Los dos dijeron que el cho-colate fue inventado en Guatemala (Swanton et al., 2010). Cronistas anteriores, como García de Palacio (1985) y Mo-tolinía (1903), discutieron el ca-cao primeramente como moneda ya que (según Motolinía ) “…es la principal moneda que por toda la Nueva España se trata” (Motolinía 1903:210). Los cronistas mejicanos no ocuparon la palabra chocolate como referencia a bebidas o comi-das de cacao hasta alrededor de 1580. Aquí se ve el manuscrito del Doctor Francisco Hernández ocu-pando la palabra chocolatl. El cacao fue la primera fuente monocultural de riqueza para los encomenderos del sur de Mesoamérica, y la fecha de 1580 se podría ver una revolu-ción en su producción, pues en ella se ve el cambio en los niveles de tri-buto y exportación. Durante varios años la can-tidad de cacao que salía de Acajutla fue alrededor de un billón de gra-nos de cacao. Los izalcos subieron a la gloria del mundo colonial tem-prano por sus ganancias, pero al mismo tiempo cayeron al abismo por el abuso contra la población indígena (Fowler 1981). La década de 1575 a 1585 se reformó el tribu-

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Figura 3. Cuenca de cerámica tipo Catalina Rojo-sobre-Blanco.

Parroquia Anexos Hacien-das

Familias Perso-nas

Renta

Nahuizalco 3 1 1424 4692 1462Sonsonate 4 14 844 3654 2030Caluco 3 2 378 1815 1293 pesos, 2

realesIzalco (2): Do-lores y Asun-ción

1845 5667 1200(D), 1009 (A)

Guaymoco 4 2 501 2024 1382 pesos, 5 reales

San Salvador 6 23 1857 11,450 4215Escuintla 2 8 654 2050 2200

Cuadro 2. la población y ingresos de las parroquias de los Izalcos 1768-1770. Según Cortés y Larraz [1958(1):299-300].

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to en cacao hasta niveles más bajos (pero todavía formidables). Esta evidencia lingüística sugiere que el movimiento de la palabra 'chocolate' inició en el sur (en Guatemala) y propagó al norte (a México). La region de Suchitepe-quez y los Izalcos juntos formaron el fuente de cacao incomparable en toda Mesoamérica y fue en este momento que un producto indíge-na se agregaba a la lengua común.

4. Fase López (Conquista española, A. D. 1500 a 1580)

Durante las décadas de la Conquis-ta española y las siguientes, el pa-trón de asentamiento en la zona de los Izalcos fue más nuclear que an-tes, posiblemente un resultado del proceso de congregación. Las ciudades españolas son distinguidas por sus trazas rectas y solares cuadráticos. La ciudad fue el centro de comercio y poder po-lítico. Mucho más que estas nuevas ciudades españolas, otros asenta-mientos que se formaron fueron más nucleares que los postclásicos. Además, la cantidad de sitios eran bajos —parecía producto de la des-población resultante de las guerras de conquista y pandemias de enfer-medades del Mundo Viejo—. Gene-ralmente, el patrón de asentamien-to de esta fase replicó los patrones anteriores, pero en un área mucho

más restringida. Lo más impresio-nante es la continuación de la pre-ferencia por lugares especialmente situados para el control de agua. Un asentamiento nombrado Pancota tiene estructuras alineadas simétricamente por cimas de cerros naturales. Se encuentran acequias rodeando al fondo de los cerros. Desde el cerro más grande se mira la planicie cercana a Nahulingo y al sur. Este lugar está situado para ver el movimiento en una parte del valle que siempre estaba poblado y donde los españoles colocaron sus villas y pueblos (Figura 3). Hasta el siglo XVIII, esta zona tenía cacaotales. La cerámica típica de esta fase lleva diseños muy semejantes a los de Catalina Rojo-sobre-Blanco, pero con pastas distintivas. Cajetes de molcajete se miran frecuente-mente y asas de efigie por cántaros. Los artículos más raros son incen-sarios espigados en forma de vaso y el tipo cerámica de Vajilla (ware) de Mica de Guatemala. Mientras el uso de la pala-bra 'chocolate' florece, la población indígena disminuía, pero siempre reproducía la organización del Postclásico. Es asombroso que una población tan baja, como lo indican los restos arqueológicos, produ-cían el aumento astronómico del cultivo y uso de cacao, como es in-dicado por documentos coloniales.

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Figure 4. Rerum Medicarum del Dr. Francisco Hernández. Imagen cortesia de la biblioteca John Carter Brown por la Universidad de Brown.

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5. El apogeo de cacao en Los Izalcos

Durante los finales del siglo XVI hasta el medio del siglo XVII se ve la palabra ‘chocolate’ en obras po-pulares de Europa, pero todavía no en el uso común. Un buen ejemplo es el holandés Johannes de Laet (1640), quien escribió varias obras que trataron de las Américas. En el volumen de 1640, escrito en fran-cés, ocupó ‘chocolate’ para desig-nar una bebida de cacao. La frecuencia del uso de la palabra se incrementó en las Américas también. José de Acosta y el Calepino o Diccionario de Mo-tul ocuparon la palabra ‘chocolate’ (Kaufman and Justeson 2007:222). Ciudad Real (1873:295-296), en 1586, afirmó que el cacao es la “moneda minuta” de toda Nueva España, y los españoles ocuparon el cacao como moneda igual que los indígenas. En un sistema de competición entre monedas, el ca-cao funcionó igual que el maravedi. El cacao todavía ocupaba ambos papeles, de comida y moneda, pero la palabra de chocolate empezó su dominancia del mundo semántico relacionado a bebidas y comidas. Después de 1580 se redujo la producción de cacao en los Izal-cos (Escalante 1991; Fowler 1981). Según los datos documentales, en el momento en que el comercio mundial comenzaba a aceptar su

producto, Los Izalcos dejaba de ser el centro de producción. Sin embar-go, los datos arqueológicos devuel-ven otra perspectiva.

6. Fase Marroquín (1580 a 1650)En la Fase Marroquín el asenta-miento se distinguía por el creci-miento de los pueblos y el regreso al patrón de asentamiento esparci-do en el campo, semejante a los del Postclásico. Aunque los españoles estaban incrementando su poder en las ciudades, los pipiles que vi-vían en el campo demostraban que su control no era absoluto. Además, los artefactos de esta fase son distinguidos por el contrabando, más que todo en la cerámica porcelana Ming. La por-celana es la evidencia arqueológi-ca del intercambio con el Oriente a través los galeones de Manila. El comercio intercolonial estaba pro-hibido, pero parece que todos es-tratos de la sociedad de la zona de los Izalcos estaban muy involucra-dos en el comercio marítimo. El ca-cao todavía fue una clave a ganan-cia, aunque empezando en 1625 otros centros de producción como Guayaquil y Venezuela empezaba a dominar el comercio mundial en cacao (Escalante 1991(2):40). En efecto, la producción de cacao se trasladó de manos indígenas con una larga tradición en su cultivo a

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Figura 5. Vista desde sitio Pancota, rumbo al oeste.

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productores dirigidos por los euro-peos, pero esta ampliación del mer-cado incrementó las oportunidades para los inhabitantes de los Izalcos, al mismo tiempo que su sistema de producción era menos opresivo. Durante el siglo XVII tardío hasta principios del siglo XIX (en otras palabras, el siglo XVIII largo) se utiliza la palabra ‘chocolate’, ocu-pada por europeos, para referirse a varias comidas y bebidas. El cho-colate volvió a ser una necesidad diaria en vez de un artículo de lujo. En realidad, el chocolate ganaba un sentido político para los ingleses, ya que las casas de chocolate fueron asociadas con los loyalistas y las de café, con los revolucionarios. Des-púes del apogeo del comercio de galeones de Manila, los habitantes de los Izalcos no dejaron el cultivo de cacao, pero tampoco intentaban a dominar el comercio. El rechazo a este papel parecía una forma de resistencia al fantasma del pasado dorado de cacao (Escalante 1991). Los Izalcos mantenían el cultivo de cacao, indicado por los esfuerzos indígenas por mantener control de los cacaotales en el siglo XVIII, y los granos todavía servían de moneda minuta en Guatema-la hasta el principio del siglo XIX (García de Palacio 1985:21, nota 9 de Squier). La relación de produc-ción de cacao en los izalcos y el co-mercio mundial en chocolate se in-

virtió: mientras uno se disminuía, el otro se incrementaba. La pala-bra ‘chocolate’ ganaba dominancia para indicar bebidas y comidas de cacao al mismo tiempo que el cacao se convirtía de doble espacio se-mántico (de comestible y moneda) a uno solo: el de comestible.

7. Fase Shupan (1650 a 1825)Las características de la Fase Shu-pan son peor definidas que otras fases. La cerámica de esta fase se está estudiando todavía, pero po-demos decir que observamos la presencia de porcelana oriental del siglo XVII y pocos tiestos de pearl-ware, la cerámica pasta blanca de Inglaterra del siglo XVIII. El patrón de asentamien-to demuestra la dominancia de la hacienda indicado por varios sitios pequeños regados por el campo. El movimiento a independencia polí-tica estaba también un movimiento a propiedad privada.

8. ConclusionesEl asentamiento en los Izalcos era concentrado, pero siguía tradicio-nes precolombinas. Durante de su máxima producción, la palabra ‘chocolate’ avanzó a un uso mas allá de Gua-temala. El cacao fue icónico como bebida pipil, que fue comestible y moneda, además, otros empezaron

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a ocupar su nombre. Despúes de la producción máxima en los Izalcos, los izalqueños mantuvieron sus enlaces con comercio mundial, y el cacao entró a la cocina europea. Al mismo tiempo que la palabra cho-colate cambiaba para indicar un producto comestible común, el pa-siaje cultural de los Izalcos se con-vertía al cultivo de una mercadería con dominancia de las haciendas. Este cambio marginaba a los mis-mos indígenas, quienes permitían su producción. Es decir que la ca-rrera de chocolate está inscrita en el paisaje cultural de los Izalcos.

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El Preclásico en los registros arqueológicosdel valle de Ciguateguacán

Vicente Genovez

En el presente artículo, el autor presenta una revisión de los registros ar-queológicos en el Valle de Ciguateguacán sin perder la perspectiva histórica y aquellas actividades humanas que han incidido en la existencia o no de dichos registros.

La abundancia de registros gracias a los trabajos realizados después de los Acuerdos de paz, los relatos populares y hallazgos fortuitos de los que mu-chas personas dan cuenta, son motivos suficientes para futuras investigacio-nes en la zona.

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Hablar de la arqueología de Santa Ana, considerada durante muchos años la segunda ciudad sal-vadoreña (Figura 1), me resulta un ejercicio inevitablemente nostálgi-co y casi autobiográfico. Allí, des-de corta edad –en alternancia con las márgenes de la cercana Laguna Cuscachapa y la línea férrea en la vecina “Ciudad del Río de Jade”- ex-perimenté esos sentimientos pro-vocativos que supone encontrar tiestos y “piedras de rayo” a flor de tierra; en este caso, en las calles polvorientas de los viejos barrios y la periferia de la urbe santaneca. Esas calles de terracería y aquellos solares baldíos como escenarios para una infancia sesentera entre baladas en español o canciones de Los Beatles y una adolescencia con música disco como “banda sono-ra”, de “siglo pasado”, típicas de la época; es decir, sin más sobresaltos que eventuales golpes de Estado, la publicidad “azul” de los regímenes militares o la propaganda verde de la oposición, una guerra con Hon-duras, encerronas por toques de queda, abiertos fraudes electorales y frecuentes manifestaciones po-pulares con desenlaces violentos. De cualquier manera, el in-terés particular por la arqueología nacional y mesoamericana germi-nó y creció en aquel contexto, hasta devenir en lo que soy ahora mismo: un aprendiz de científico social, con la mixtura resultante de escuela fo-ránea y el ejercicio profesional den-tro del país y la región. Una expe-

riencia por la que debo agradecer a mis maestras y maestros, com-pañeras y compañeros colegas en Guatemala y El Salvador, con quie-nes he tenido el privilegio de hur-gar la tierra e imaginar el pasado desde la evidencia en el presente; a mi familia, compañeros de faena y los siempre solidarios excavadores en los proyectos, por tanta vivencia humanizada. Durante años he escuchado historias sobre fortuitos hallazgos arqueológicos en la Ciudad More-na; historias, casi todas ellas, vin-culando tiestos, vasijas y “caritas”, a veces huesos presuntamente hu-manos que luego degeneraban en tumbas y tesoros, sustentando –diacrónicamente- leyendas o cuen-tos fantásticos de fuerte arraigo po-pular: ollas con “pisto” en los patios de casonas y campos sembrados, figuritas de oro entre danzantes lu-ces azules de medianoche, pueblos sumergidos bajo las aguas de las la-gunas o los relatos evocadores del bandolero “Partideño”, …“un tipo originalísimo de quien se refiere multitud de rasgos ingeniosísimos, y cuyos tesoros es fama dejó escon-didos en una cueva, que cada pue-blo de esta República (El Salvador) pretende poseer en sus dominios” (Barberena 1998: 138). Vecinos de barrio, campesi-nos de las cercanías a la ciudad, fa-miliares, amigos y ciudadanos san-tanecos con la más variada gama de oficios, dieron cuenta o me mostra-ron alguna vez –en aquellos años

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Figura 1. Centro histórico de la Ciudad de Santa Ana, visto desde el poniente.

Figura 2. Ciguateguacán (Santa Ana) entre los pueblos mencionados en la Relación Marroquín, 1532 (Segmento de mapa presentado por Amaroli 1991: 49).

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distantes- diversos fragmentos de objetos que ahora identifico como materiales preclásicos, particular-mente las conocidas figurillas feme-ninas modeladas en terracota clara, con rasgos faciales punteados o a pastillaje y en aparente estado de gestación. No pretendo hablar aquí enfáticamente de esta clase de figu-rillas, ni de las historias como tales, pero me parece importante decir que de aquellos hallazgos fortuitos, la mayoría habrían correspondido con la ocupación formativa del va-lle de Ciguateguacán, antigua no-minación nahuat (o eso es lo que creemos) del poblado que los con-quistadores españoles encontraron en el lugar que hoy ocupa la ciudad de Santa Ana (Figura 2). Ciguateguacán, con inicial “C” y “g” intercalada, es solamen-te una de varias escrituras que al nombre se ha dado a lo largo del período colonial, manifestación ésta que corresponde a la versión aparecida en la relación Marroquín, “una serie de testimonios tomados por el obispo licenciado Francisco Marroquín a los 57 encomenderos en la Villa de San Salvador” en 1532 (Amaroli 1991: 44). El documento fue encontrado en el Archivo Ge-neral de Indias, Sevilla, España y paleografiado por el historiador guatemalteco Francis Gall (Loc.cit). Entre otras versiones del término, que algunos han traducido como “Lugar de Sacerdotizas”, también se tiene Cihuatehuacán, Ciguateocán, Ziguateocán o Sihuatehuacán. Des-

de la segunda mitad del siglo XVI, la administración colonial le llamó Santa Ana Grande, para luego evo-lucionar a Santa Ana, como hoy se le conoce (Barberena 1998, Barón Castro 1978, Cortés y Larraz 2000 –véase Figura 3-, García de Palacio 2000, Lardé y Larín 2000, Ministe-rio de Obras Públicas de El Salva-dor 1985, entre otras fuentes). Esta ciudad, también cabe-cera municipal y departamental de unidades político-administrativas homónimas, se encuentra en la zona occidental de El Salvador, en un valle con declive hacia el norte que conforma apenas una parte del relativamente extenso paisaje que delinea el graben o fosa central del país, escenario de continua e inten-sa ocupación humana, sustentando grandes zonas arqueológicas pre-hispánicas y coloniales en los sec-tores de San Lorenzo, Chalchuapa y la cuenca media del Lempa. La ciudad descansa, en términos vul-gares y orden descendente desde la superficie, sobre un lecho confor-mado por suelos arcillosos, cenizas volcánicas y roca madre. El subsue-lo corresponde a la formación geo-lógica San Salvador, constituida en-tre el Pleistoceno y el Cuaternario reciente u Holoceno (esto es, entre dos millones y cien mil años antes del presente); tiene un manto de to-bas poco compactas y piroclásticos (pómez y basalto) que descansan sobre lavas andesíticas y basálticas fracturadas, con escorias y lapilli (PLAMDARH 1981, cit. pos. López

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Figura 3. Mapa de Santa Ana, mostrado en la obra de Cortés y Larraz (2000) hacia finales del siglo XVIII.

Figura 4. Sector oeste del sitio Finca Rosita, Ciudad de Santa Ana. La estructura mayor está cubierta por árboles que sirvie-ron anteriormente como sombra para arbustos de café.

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y Retana 2007). Hay sectores con gruesos estratos de tierra blanca o cenizas volcánicas relativamente jóvenes, procedentes de la caldera de Coatepeque; sus explosiones a gran escala, ocurridas probable-mente hace más de 30,000 años y que darían origen al lago homóni-mo, depositarían la tefra que hoy puede observarse en casi cualquier parte de la zona. “Las coladas vol-cánicas, particularmente extensas alrededor de Santa Ana,…se des-integran en una textura granular fina para dar suelos margosos que cubren las laderas medianas y ba-sales de la mayor parte del sistema volcánico;”…(Browning 1998: 51). Viene al caso tal mención, debido a que casi todos los rasgos arqueológicos del Formativo regis-trados en la ciudad y sus alrededo-res, están asociados estratigráfica-mente a dicha tefra y a las capas arcillosas superyacentes. Estos estratos sustentaron las ocupacio-nes locales, soportando muchas de las estructuras arquitectónicas alguna vez identificadas y alojando decenas de botellones o depósitos subterráneos, elementos de uso generalizado por muchos grupos mesoamericanos durante el perío-do Preclásico, quizá como basure-ros y espacios funerarios. Los registros prehispánicos en el valle de Ciguateguacán han permanecido, durante mucho tiem-po, a la sombra de lo que Chalchua-pa ofrece como zona arqueológica, debido a la monumentalidad de su

arquitectura y la complejidad de la sociedad que allí habitó durante el Preclásico: Boggs puso a la vista del público las estructuras restauradas de Tazumal en los años de 1940 y 1950; Sharer y colaboradores rea-lizaron uno de los más importantes trabajos sistemáticos en Chalchua-pa durante los años de 1960 y 1970 y Fowler Jr. excavó en El Trapiche pocos años después (Cobos 1998, Fowler Jr. 1995, Sheets 1984, entre otras síntesis). Arqueólogos japo-neses continúan, desde 1995, con otros proyectos en la zona, mien-tras la Dirección Nacional de Patri-monio Cultural sostiene interven-ciones diversas allí desde hace mu-chos años, con el apoyo de técnicos conservacionistas (muchos de ellos originarios de la localidad) y una nueva generación de arqueólogos nacionales, integrados a la institu-ción o como consultores especiali-zados. Chalchuapa es un referente para El Salvador y Mesoamérica en cuanto a cultura prehispánica y co-lonial. Un factor determinante en el desconocimiento generalizado de los centros preclásicos en los alrededores de la ciudad de Santa Ana, es el hecho de que grandes fincas de café se mantuvieron rela-tivamente inalteradas hasta finales de los años sesenta y setenta del siglo XX, albergando sectores con importante evidencia arquitectó-nica ceremonial y doméstica del Formativo (Figura 4). Estas con-diciones, lastimosamente para la

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arqueología y la conservación del medio local, habrían de cambiar en poco tiempo desde entonces, pues el país experimentaría un fuerte crecimiento de los contextos urba-nos y se vería social y políticamen-te convulsionado en las décadas siguientes. Hacia finales de la década del setenta, miembros del Depar-tamento de Arqueología del Museo Nacional “David J. Guzmán” acota-ban, en una sección del Atlas de El Salvador, que “durante los últimos quince años (es decir, en la década de los años sesenta y setenta del si-glo anterior), se ha recopilado más información sobre el Preclásico que toda su historia previa, debi-do, casi enteramente, a descubri-mientos al azar producidos por el aumento de actividades agrícolas y de construcciones…; (así como por) la expansión metropolitana de San Salvador y Santa Ana; y las recientes extensiones de la red de carreteras nacionales” (Ministerio de Obras Públicas 1979). Es oportuno considerar que las observaciones de aquellos arqueólogos, para entonces, co-rrespondían con las consecuencias –a largo plazo- de las transforma-ciones que el país experimentó en la década del cincuenta, cuando los altos precios del café, el azúcar y el algodón en el mercado interna-cional, así como la consiguiente in-versión en carreteras y otras obras de infraestructura para procesar o movilizar aquellos productos, cam-

biaron la fisonomía del territorio nacional, tanto en lo rural como en lo urbano. Además, con la dinámica que implicó su posterior participa-ción en el Mercado Común Centro-americano, el Estado salvadoreño generó proyectos de inversión para la agricultura, el comercio y la in-dustria de exportación en la década del sesenta. Es preciso recordar, sin embargo, que con el continuo vai-vén de precios en los productos de monocultivo en los años venideros (que no permitía emplear tanta mano de obra en el campo como antes), el conflicto con Honduras en los albores de los años setenta, así como la sostenida motivación gubernamental para invertir en in-dustria alrededor de las ciudades mayores, muchas personas migra-ron hacia los centros urbanos en busca de mejores condiciones de vida, presionando a las entidades gubernamentales para construir colonias en la periferia urbana o invadiendo terrenos cercanos a los barrancos. En un clima de creciente insatisfacción social y efervescen-cia política, fueron construidas pre-sas hidroeléctricas, se incrementó la infraestructura portuaria y ma-rítima, crecieron las colonias resi-denciales populares y los edificios multifamiliares, así como carrete-ras y autopistas para unir la zona metropolitana de San Salvador con otros puntos de desarrollo en el país (véase figura 5). Para el caso que nos in-

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teresa, fueron precisamente las construcciones de colonias como El Palmar, San Luis, IVU, España, Lamatepec y El Molino, entre otras, así como el crecimiento de la aldea San Antonio y los trabajos de la au-topista Santa Ana-San Salvador, los proyectos cuya ejecución pondrían en evidencia la extensa presencia de restos preclásicos en la ciudad de Santa Ana y sus alrededores; aunque no habrían generado sufi-ciente interés o no hubo capacidad institucional en aquel entonces para materializar la posibilidad de estudiar sistemáticamente la zona, con el agravante de no disponer to-davía de una ley especializada para ello. No fue sino hasta en el período

del conflicto armado interno, en la década de los ochenta, cuando la mayoría de reportes de destrucción o registros oficiales de estos sitios abundarían, con anotaciones so-bre intenso saqueo en estructuras monumentales, antes desconocidas por la arqueología oficial. El fenómeno puede inter-pretarse en términos de coyuntura, con muchos depredadores aprove-chando el caos social e institucional imperante y el consecuente aban-dono relativo de las haciendas y las fincas de café. Estas propiedades, antes muy productivas, degenera-ron en tierras de bajo perfil laboral, pues pronto serían fragmentadas para evitar la intervención estatal

Figura 5. Autopista Santa Ana-San Salvador y centro comer-cial en los alrededores de los sitios Finca Rosita, Arizona y San José, antes fincas cafetaleras al sur de la ciudad de Santa Ana.

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por las políticas de reforma agraria o el asedio popular por los espacios y los recursos de supervivencia en la periferia urbana santaneca (leña, madera, fruta de estación, piedra para construir, agua para uso do-méstico, etc.). Las lotificaciones –autorizadas o ilegales- abundaron desde entonces a la fecha y, con ello, los problemas para proteger y conservar los sitios arqueológi-cos, rescatando –en ciertas ocasio-nes- solamente algunas estructuras mayores; la mayoría de ellas, que sepamos, erigidas durante el Pre-clásico. En este escenario, se ha sa-bido de tres sitios con construccio-nes masivas: San Antonio, Carcagua y Finca Rosita (sectores suroeste, noreste y sur de la ciudad, respec-tivamente); aunque algunos otros como Cantarrana (al suroeste), Ari-zona, Santa Teresita y Sinaí (al sur) han mostrado evidencia de activi-dad doméstica entre los cafetales que todavía sobreviven, pudiendo ser –en poco tiempo- intensamente abordados como objetos de rescate, debido a la inminente construcción de nuevas colonias sobre el sector. El área de las actuales urbanizacio-nes Loma Linda, San Miguelito, Jar-dín, El Trébol, Minerva y Altos del Palmar, entre otras, habrían estado fuertemente vinculadas a las áreas de sostén de las antiguas comuni-dades de Preclásico o Formativo hacia la parte meridional de Santa Ana. Después de los Acuerdos

de Paz en 1992, prácticamente to-dos los arqueólogos en actividad dentro del país hemos intervenido una o más veces en la zona, debi-do al constante crecimiento de la ciudad y las consecuentes acciones de rescate y salvamento. Algunos profesionales han desarrollado re-cientes investigaciones con los ras-gos y los materiales arqueológicos de estos sitios, sumando elemen-tos a la cada vez mejor conocida secuencia ocupacional durante el Preclásico, proponiendo un lapso de 800 años para esta comunidad, entre algún momento de la segun-da mitad del Preclásico Medio (600 a 400 antes de Cristo) y finales del Formativo Tardío (400 antes de Cristo a 200/250 después de Cristo), correspondientes a las fa-ses regionales Kal, Chul y Caynac, presentadas por Sharer y colabo-radores a partir de sus trabajos en Chalchuapa (Sharer 1978). Otros colegas (v.g. Miriam Méndez, comu-nicación personal), quienes han re-visado algunos lotes cerámicos de Finca Rosita, me planteaban hace algún tiempo sus sospechas sobre la presencia de materiales cerámi-cos más tempranos (es decir, más antiguos), que bien podrían incluir-se en los correspondientes a la fase Colos (900 a 650 antes de Cristo). Erquicia (2000) ha docu-mentado, basándose en el trabajo suyo y en el de otros colegas en el sector, decenas de botellones en los sectores de Sinaí, San José, San Miguelito, Arizona, Aldea San An-

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tonio y Carcagua. En este último, Valdivieso reportó más de veinte de ellos (Figura 6). Gallardo efec-tuó amplios sondeos al sur del sitio Arizona y San José, proporcionan-do datos sobre la extensión del área doméstica asociada a Finca Rosita (Figura 7). Luis Martos, arqueólogo mexicano que colaboró con noso-tros en 1998, ha hecho el comenta-rio acerca de la similitud del centro monumental de este sitio con otros del área olmeca (por cierto, existen algunos objetos con rasgos de este estilo en colecciones privadas de la zona), mientras otros profesionales comentan sobre el parecido de al-gunas estructuras grandes de San-ta Ana con la E-3-1 de Trapiche en Chalchuapa. A pesar de mi limitada ex-periencia en el sector, me parece que hay suficientes elementos o evi-dencias para motivar nuevos traba-jos que propongan la existencia de un cacicazgo satélite a Chalchuapa o de un estado temprano paralelo a éste en la zona de la actual ciudad de Santa Ana. Las referencias de los viejos registros nos sugieren sitios con varios montículos entre uno y quince metros de altura, y hasta se-senta metros de diámetro, algunos formando plazuelas. La cerámica es básicamente la misma que la ob-servada en Chalchuapa; las figuri-llas de terracota (Figura 8) tienen atributos similares a los documen-tados por Dahlin (1978) en aquella zona, correspondientes a los com-plejos Xiquin y Tat; y la considera-

ble cantidad de depósitos subte-rráneos, revelan –en conjunto- una vida intensa en la zona durante el Preclásico. Será difícil comparar ele-mentos arquitectónicos y analizar la distribución espacial de la evi-dencia existente sobre el Formativo o Preclásico en Santa Ana y sus al-rededores, pues no conocemos muy bien las dimensiones originales de los sitios. Los registros siguen siendo escasos todavía como para percibir que la tarea sea sencilla. En ese afán de reconstruir la histo-ria de las antiguas sociedades que habitaron el lugar donde la ciudad está asentada, podríamos experi-mentar muchas decepciones, prin-cipalmente por las sorpresas que el conocimiento de los fenómenos de transformación espacial del paisaje a lo largo de los últimos cinco si-glos pueda darnos. El reto, sin em-bargo, es interesante; sobre todo el de proteger lo poco que queda para obtener más información acerca de dichos sitios. El papel que las autorida-des municipales jueguen en esta dinámica es importantísimo: no se debiera otorgar licencias de cons-trucción o alteraciones amplias del subsuelo en la periferia de la ciu-dad (colonias, fábricas, parqueos, centros comerciales, etc.), sino has-ta que los peritos del Estado en el rubro de patrimonio cultural ma-nifiesten su opinión técnica favora-ble para ello. Algunas experiencias han sido satisfactorias en años an-

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Figura 7. Croquis del sec-tor monumental de Finca Rosita. La Estructura 1 al-canza los 13 m. de altura y más de 50 m. de largo (Martos 1998).

Figura 6. Depósitos subterráneos en un sector de Carcagua, al noreste de Santa Ana. Un proyecto de rescate en el lugar permitió localizar y registrar algunos más a finales de los años noventa (Valdivieso 1999).

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teriores, pues ciertos espacios con evidencia prehispánica mediana-mente conservados en la zona, al-canzaron ese estatus por la acción de la alcaldía local, coordinada con el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA) y la actual Secretaría de Cultura del país, ope-raciones respaldadas por la –ahora sí- vigente Ley Especial de Protec-ción al Patrimonio Cultural de El Salvador y su Reglamento, con de-cretos de 1993 y 1996. Hubo que superar dificultades legales, debi-do a las comprensibles razones de propietarios de terrenos y ejecu-tores de proyectos de infraestruc-tura; pero los esfuerzos han valido la pena. En ciertos casos ha habido colaboración de muchas maneras por parte de todos ellos, por lo que

es oportuno agradecerles también esos gestos incidentes. Debemos buscar en archi-vos diversos, que nos den luces sobre la presencia de estos grupos monumentales dentro de las pro-piedades santanecas a lo largo del tiempo; hacer, incluso, “encuestas arqueológicas” a varias generacio-nes de habitantes santanecos, con la esperanza de que los relatos po-pulares nos lleven a más puntos de encuentro con las evidencias pre-hispánicas del Preclásico en el valle de Ciguateguacán, o para que nos amplíen información existente de los sitios ya registrados. En ese sen-tido, intentaremos hacer prontas gestiones para iniciar un proyecto de revisión documental y/o biblio-gráfica sobre el uso de la tierra en la

Figura 8. Figurilla de terracota encontrada durante un salvamento arqueológico en Finca Rosita, 1998 (Dibujo de Fabricio Valdivieso).

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zona, involucrando estudiantes en varias carreras de ciencias sociales. Las expectativas son muchas.

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La geografía sagrada de los lagos en las Altas Tierras Mayas

Tomas Barrientos, Edgar Carpio y Marlon Escamilla

Resumen

Para los antiguos Mayas y otros pueblos prehispánicos mesoamericanos, los cuerpos de agua fueron lugares con un alto significado simbólico, mitológico y religioso. En este estudio se presenta evidencia arqueológica que se ha re-gistrado en varios de los principales lagos en las Tierras Altas Mayas (Güija, Amatitlán y Atitlán), en especial lo referente al arte rupestre y a los objetos recuperados de contextos subacuáticos, con el objeto de definir un tipo parti-cular de paisaje sagrado que tuvo gran relevancia para los antiguos habitantes de la región. Es de particular interés la combinación de cuerpos de agua con volcanes; un paisaje asociado al concepto del “corazón de la tierra” y el “co-razón del agua” que evoca relatos mitológicos de creación y que fue utilizado como centro de peregrinaje y como centro de conexión entre los seres huma-nos y los dioses que controlaban la naturaleza.

Palabras clave: Maya, Tierras Altas, Lagos, Arte Rupestre, Paisaje sagra-do, Atitlán, Amatitlán, Güija, Mejicanos, Igualtepeque, Chuk’muk

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1. IntroducciónLa presencia del ser humano en el planeta ha dependido desde siem-pre del agua como fuente de vida y desarrollo. Las costas de los mares y las orillas de lagos y ríos fueron elegidas como zonas de abundan-tes recursos y por lo tanto lugares ideales para los asentamientos hu-manos. Los sitios arqueológicos asociados a lagos suelen encon-trarse en sus orillas e incluso su-mergidos. En otros casos, los sitios arqueológicos no corresponden a asentamientos, sino a lugares de actividad ritual en la forma de de-pósitos de artefactos que fueron arrojados intencionalmente como parte de ofrendas, o simplemente como desechos. La interacción entre los asentamientos humanos y los cuer-pos de agua ha hecho que los cuer-pos de agua se conviertan en parte del paisaje cultural de muchas cul-turas. Como paisaje cultural se en-tiende, según Sauer [1925], como la construcción por parte de una so-ciedad que modifica la percepción de un paisaje natural. La geografía sagrada se define también como un tipo de paisaje cultural, que en este caso toma rasgos naturales y los in-terpreta como elementos sagrados. En Mesoamérica, la geografía sa-grada ha sido muy importante para definir las montañas, cerros, volca-

nes, cuevas y cuerpos de agua como lugares íntimamente asociados con el mundo sobrenatural, por lo que tuvieron una fuerte actividad ritual en la época prehispánica. El presente estudio tiene como objetivo adentrarse en el sig-nificado y función que tuvieron los lagos como elementos importantes de la geografía sagrada mesoame-ricana en tiempos prehispánicos, y para ello se tomarán como ejem-plo algunos casos de los lagos que se encuentran el las Tierras Altas Mayas, ubicados hoy en día en los países de Guatemala y El Salvador. Se propone entonces que los lagos en Mesoamérica representaron fí-sicamente conceptos cosmológicos, por lo que se convirtieron en víncu-los entre el mundo natural y sobre-natural. Por lo tanto, la creación de una geografía sagrada asociada a los lagos los ha definido como luga-res sagrados con un alto contenido simbólico. La propuesta se basa prin-cipalmente en la presencia de una considerable cantidad de elemen-tos simbólicos asociados a los la-gos de las Tierras Altas Mayas, la cual se expresa en distintas formas de arte rupestre, la presencia de depósitos subacuáticos y algunos contextos funerarios descubiertos en sitios arqueológicos ubicados en sus orillas. Por lo tanto se presenta-rá dicha evidencia como base para

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formular algunas interpretaciones que pueden explicar su significa-do, especialmente para entender la función simbólica y ritual que tu-vieron los lagos en esa región y en los diferentes períodos de su ocu-pación prehispánica.

2. Los lagos en las Tierras Altas Mayas

Todos los lagos en esta región tie-nen un origen volcánico-tectónico, por lo que han sido el resultado de grandes erupciones en el pasado. Además, estos lagos se caracteri-zan por estar rodeados de cerros y volcanes, los cuales se integran como parte fundamental del paisa-

je. La presencia de islas es también común, las cuales generalmente tienen evidencia de ocupación pre-hispánica. En Guatemala, los lagos que presentan considerable evidencia arqueológica son Atitlán, Amatit-lán y Güija, aunque hay bastantes restos arqueológicos en las orillas del lago de Izabal [Bronson 1992, 1993; Calderón 1980; Chang 1992; Fialko 1982; Hermes 1981; Rodri-guez 1980; Rosal 1979; Saenz de Tejada 1983; Santa Cruz 1983; Val-dés 1979; Vega de Zea 1984; Velás-quez 1995], así como restos suba-cuáticos coloniales [Torón 2003]. En El Salvador, los lagos con evi-

Figura 1. Ubicación de los principales lagos en el Área Maya

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dencia arqueológica son Güija, Coa-tepeque e Ilopango [Escamilla et al. 2005, 2006; Valentini et al. 2011: 18-26, 41-48, 64-73]. Para efectos de este estudio, solamente se pre-sentará la información relevante en cuanto a la interpretación simbóli-ca de los lagos, por lo que se limita a los lagos de Atitlán, Amatitlán y Güija (Figura 1).

3. Lago de AmatitlánEste lago, ubicado a 28 kilómetros al sur de la ciudad de Guatemala, constituye con sus 14 kilómetros de longitud el depósito de agua más grande cercano a la ciudad (Figura 2). Por esta razón ha sido siempre punto de atracción turística. En él se han practicado deportes acuáti-cos entre los que destacan el remo y la navegación a vela. Posee fuen-tes termales en ciertos sectores de-

Figura 2. Ubicación del Lago de Amatitlán en referencia a la ciudad de Guatemala

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Figura 3. Pintura El Diablo Rojo, Amatitlán (Foto: Edgar Carpio)

Figura 4. Sitios arqueológicos de Amatitlán: A) Dia-blo Rojo, B) Ama-titlán, C) Contreras, D) Mejicanos.

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bido a una posible conexión con el cercano volcán de Pacaya ubicado más al sur. En las últimas décadas el lago se ha degradado considerable-mente debido a la contaminación producida por la deposición de de-sechos industriales y aguas negras procedentes del Río Villalobos. Ha habido múltiples esfuerzos por sal-var al lago y a nivel gubernamental, se creó una entidad que se encar-ga de esta tarea. Para ello organiza festivales anuales con campañas como “Saludemos al lago de Ama-titlán” que se celebra a comienzos del mes de diciembre. Asimismo, se han colocado sistemas de filtración y se realizan limpiezas constantes para retirar el exceso de algas. En los alrededores del lago de Amatitlán se han reportado nu-merosos sitios arqueológicos, tanto en el lado de Villa Canales como en Amatitlán, incluyendo el sitio Dia-blo Rojo en la aldea Laguna Seca, que posee una pintura rupestre de estilo Olmeca que se fecha para el Preclásico Medio (Figura 3). Hacia mediados de los años cuarenta, el arqueólogo Edwin Shook realizó un reconocimiento en los alrededores de Amatitlán y reportó varios sitios que ubicó temporalmente en los períodos Preclásico Tardío y Clási-co Temprano y Tardío (Figura 4). En la década del cincuenta se ini-ciaron las exploraciones subacuá-ticas en el lago y se recuperó una

gran cantidad de objetos cerámicos y de otros materiales que fueron considerados como parte de ofren-das dedicadas al lago, como parte de ceremonias llevadas a cabo du-rante la época prehispánica [Mata y Medrano 2011] (Figura 5). Uno de los puntos más relevantes se encuentra asociado al sitio arqueo-lógico Mejicanos, el más grande e importante del período Clásico en Amatitlán (Figura 6). Aquí, el ar-queólogo Stephan Borhegyi, Gui-llermo Mata y otros buzos aficio-nados recuperaron innumerables objetos, principalmente cerámicos, que habían sido depositados en el fondo del lago como parte de ofren-das al mismo [Mata 2002; Borhegyi 1959, 1960]. Esto ha sido interpretado como un culto al lago por su impor-tancia como fuente de vida y por el simbolismo de estas fuentes acuá-ticas, asociado a la cosmovisión de los pueblos antiguos. Los objetos depositados en el lago en diferen-tes puntos se cuentan por cientos y ponen de manifiesto una actividad ritual que tuvo una larga duración. Entre estos se cuenta con brace-ros en forma de cuencos y también de forma tubular, que son los más característicos (Figura 7). Se han encontrado vasijas de distintas for-mas, incluyendo las que tienen de-coración con picos o espigas, tam-bién muy propias de Amatitlán (Fi-

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Figura 5. Ubicación de depósitos subacuáticos en Amatitlán

Figura 6. Vista del lago de Amatitlán desde Mejicanos (Foto: Edgar Carpio)

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Figura 7. Braseros tubulares y de otros estilos recuperados en el Lago de Amatitlán, exhibidos en el Museo Popol Vuh (Foto: Edgar Carpio)

Figura 8. Vasijas con decoración de espigas proveniente del Lago de Amatitlán, exhibidas en el Museo Popol Vuh (Foto: Edgar Carpio)

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Figura 9. Incensarios con estilo teotihuacano provenientes del Lago de Amatitlán, exhibidos en el Museo Popol Vuh (Foto: Edgar Carpio)

gura 8), así como objetos cerámicos de tradición foránea como aquellos de estilo teotihuacano, correspon-dientes al período Clásico Tempra-no (Figura 9).

La cerámica en general es de color negro, aunque puede ser que este color se deba al tiempo de permanencia bajo el agua que posee fuentes termales asociadas al volcán de Pacaya, distante unos 8 kilómetros. El mismo fenómeno de deposición de ofrendas ocurre en otros puntos del lago de Amatitlán, tanto en la playa sur como en la norte; sin embargo es en Mejicanos donde se concentró la mayoría y

donde aparecen esos elementos de estilo foráneo. Asimismo en la porción de tierra firme del sitio, se localiza uno de los conjuntos más importantes de arte rupestre de las Tierras Altas de Guatemala, el cual posee características singulares [Carpio 2009, 2010; Carpio y Román 1999, 2000, 2002]. Este arte rupestre es común encontrarlo asociado a cuerpos de agua y a la cercanía de volcanes, tal como ocurre en Atitlán y otros lugares de Mesoamérica como Teotenango en el valle de Toluca y la zona del Altiplano Central mexicano [Piña Chan 2000].

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Figura 10. Ejemplos de arte rupestre de Mejicanos: maquetas de piedra con cavidad superior (arriba), rostro antropomorfo y cavidad (abajo) (Fotos: Ed-gar Carpio)

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Figura 11. Petrograbado “Hombre de Monte Sión”, Sector 5 de Mejicanos (Foto: Edgar Carpio)

Figura 12. Ubicación del Lago de Atitlán

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Los elementos rupestres del sitio Mejicanos incluyen: ma-quetas de piedra, cavidades, esca-linatas, rostros antropomorfos y zoomorfos y figuras antropomorfas y zoomorfas (Figura 10). En mu-chos casos todos estos elementos se combinan en conjuntos roco-sos, que adquieren una connota-ción especial como lugares para la práctica de rituales. Estos conjun-tos suelen estar asociados a rasgos arquitectónicos. El conjunto deno-minado “Hombre de Monte Sión” posee todos estos rasgos, lo que lo convierte en uno de los lugares de ritual o altares más representati-vos del sitio Mejicanos (Figura 11). Las excavaciones efectuadas en las cercanías proporcionaron material fechado para el período Clásico Temprano, mismo período de las ofrendas al lago.

Por todo lo anterior se co-sidera que el paisaje (lago y vol-canes) debió jugar un papel muy importante en el imaginario de los habitantes de Mejicanos, aspecto que se refleja también en el arte ru-pestre. Dichos elementos debieron formar parte de espacios creados y acondicionados para la práctica de rituales fundamentales dentro de la espiritualidad de los habitantes del lugar en la Época Prehispáni-ca. Estas formas de representación tienen, sin lugar a dudas, un origen distante y un sustrato mesoame-

ricano, como se aprecia en otros lugares y culturas ubicados en la cercanía de fuentes de agua y vol-canes, aunque adquieren particu-laridades dentro de la cosmovisión regional. Los altares de piedra de Mejicanos refuerzan el sentido de espiritualidad y la combinación entre las fuerzas de la naturaleza, las creencias y las manifestaciones culturales de estas sociedades an-tiguas. Todo esto en combinación con la práctica de depositar vasijas al lago, hacen de Mejicanos un sitio de culto y peregrinaje en un punto estratégico de la geografía de las Tierras Altas de Guatemala.

4. Lago de AtitlánEl lago de Atitlán se ubica actualmente en el departamento de Sololá, y constituye una cuenca de origen volcánico que se formó por la explosión de un antiguo volcán conocido como Los Chocoyos hace 85,000 años. El lago se encuentra a 1,560 msnm y mide aproximadamente 130 km2, con una profundidad que puede sobrepasar los 350 m. El lago está rodeado en su lado sur por los volcanes Tolimán, Atitlán y San Pedro, y la cuenca mide un total de 548 km2 (Figura 12). La ocupación prehispánica en el lago esta evidenciada por la presencia de varios sitios arqueológicos en sus orillas, donde destaca Semetabaj

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Figura 13. Ubicación de los principales sitios arqueológicos del Lago de Atitlán (Mapa realizado por Carlos Alvarado, CIAA-UVG)

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en su orilla noreste, Chuk’muk en su orilla sur y Chuitinamit al pie del volcán San Pedro (Figura 13). Las investigaciones ar-queológicas iniciaron en la Cuenca del Lago de Atitlán en 1910, con las excavaciones de Carlos Luna en el sitio de Chuitinamit [Luna 1910]. Posteriormente fueron importan-tes las investigaciones de Samuel Lothrop entre 1928 y 1932, como parte de los estudios patrocinados por el Instituto Carnegie de Was-hington [Lothrop 1933]. A partir de la década de los años cuarenta, Edwin Shook registró la mayoría de sitios en la cuenca, aunque no hubo investigaciones sistemáticas hasta la década de los setenta por parte de Sandra Orellana [Orellana 1973, 1984, 1999]. En 1978, Edwin Shook y Marion Popenoe llevaron a cabo excavaciones en el sitio de Seme-tabaj y un año más tarde apareció accidentalmente una tumba en el mismo sitio. Las investigaciones se reanudaron en el lago hasta 1993, con un proyecto de la Universidad Texas A & M [Bruchez 1994, 1995; Bruchez y Carlson 1994] y en 1994 por el Proyecto de Arqueología Subacuática Agua Azul [Barrien-tos y Benítez 1997; Chinchilla et al. 1995]. En época más reciente, des-taca el descubrimiento e investiga-ciones en Samabaj a partir de 1998 [Samayoa 2000; Benítez 2003], las investigaciones en Semetabaj a

partir de 2003 y los proyectos de salvamento en Chuk’muk a partir de 2007 [Amarra et al. 2008; Salalá 2008; Chocano 2009b; Marroquín et al. 2009; Aguilar y Aguilar 2010]. Como resultado de las in-vestigaciones llevadas a cabo hasta hoy en día, se sabe que en el lago de Atitlán hubo mucha actividad ritual en forma de ofrendas depositadas en el lago, evidenciada por depó-sitos de piezas cerámicas y líticas ubicados mayormente en la playa sur, entre los poblados de Santia-go Atitlán y San Lucas Tolimán. Las ofrendas fueron depositadas a poca distancia de la orilla, posiblemente para que fueran observadas por los habitantes de las comunidades pre-hispánicas, especialmente durante el período Clásico Temprano. Como parte de las ofrendas cerámicas se encuentran cántaros y otras piezas de carácter utilitario, pero destaca un tipo especial de brasero o incen-sario en forma de cuencos con base pedestal, en cuyo pedestal presen-tan decoraciones espigadas y dise-ños calados en forma cruciforme o con elementos de cinco puntos (Figura 14). En el borde del cuen-co también suelen presentar cuatro figuras aplicadas, generalmente en forma de aves. De acuerdo con los estudios iconográficos realizados en otras regiones del área Maya, estos incensarios se puede inter-pretar como representaciones de

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ceibas y sus diseños calados repre-sentan el “quinqunx” o universo cuatripartito, en el cual se repre-sentan las cuatro esquinas del cos-mos cuadrangular y su centro. Las aves en la parte superior de los in-censarios bien pueden simbolizar las aves celestiales que habitan en la parte superior del cosmos. La ocupación prehispáni-ca en el lago de Atitlán se remonta hasta el Preclásico Medio, ya que se ha encontrado cerámica de este pe-ríodo en Semetabaj. Llama mucho la atención que la tumba descubier-ta en el sitio también corresponde a esta época, indicando que esta fue desde un principio una de las regiones más importantes de las Tierras Altas Mayas [Popenoe de Hatch 2007]. La tumba fue cavada dentro del talpetate, a manera de cueva, y contaba 4 osamentas y una ofrenda de 27 vasijas (Figura 15). El sitio fue abandonado durante el Preclásico Tardío y reocupado en el Clásico Temprano. Su arquitectura comprende 17 estructuras de ba-rro que conforman una plaza cere-monial de 300 x 700 m, algunas de las cuales sobrepasan los 10 m de altura [Rick y Escobar 2006] (Figu-ra 16). El principal centro ceremo-nial durante el Preclásico Tardío fue Samabaj, que se ubicaba sobre una isla en la parte sur del lago. Ac-tualmente se encuentra sumergido,

a 17 m de profundidad, y fue descu-bierto en 1998 por Jorge Samayoa. Desde entonces se ha investigado, definiendo 11 grupos de estruc-turas y 10 altares y estelas lisos [Linares 2009; Linares y Medra-no 2009; Medrano 2009a, 2009b]. Se cree que la isla pudo tener una función ceremonial, posiblemente como centro de peregrinaje, la cual fue inundada como consecuencia de una catástrofe a finales del pe-ríodo Preclásico. Es posible tam-bién que dicho evento haya propi-ciado un aumento considerable en la actividad ritual del lago, espe-cialmente las ofrendas en forma de incensarios elaborados y otro tipo de objetos asociados a deidades y símbolos acuáticos que han sido fe-chados para el Clásico Temprano. Tras el hundimiento de Samabaj, Chuk’muk se convirtió en el principal asentamiento del lago. Este sitio se encuentra a pocos ki-lómetros al este de Santiago Atitlán y pudo contar con más de 100 es-tructuras residenciales (Figura 17). Hoy en día gran parte del sitio ha desaparecido por la presencia de varios proyectos de urbanización, y todavía se sabe poco de su crono-logía. No obstante, los proyectos de salvamento han localizado contex-tos funerarios en la forma de en-terramientos múltiples, los cuales son poco comunes en la región. Su ocupación principal data del Clási-

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Figura 14. Incensarios con pedestal calado, provenientes del Lago de Atitlán (Fotos: Tomás Barrientos, Jocelyne Ponce)

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Figura 15. Foto y dibujo de la tumba encontrada en Semetabaj (Dibujo: Alfredo Román)

Figura 16. Montículos en Semetabaj (Foto: Luisa Escobar)

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Figura 17. Estructura residencial en Chuk’muk (Foto: Tomás Barrientos)

Figura 18. Vasijas del complejo Solano encontradas en entierros de Chuk’muk (Fotos: J. Ponce)

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co Temprano, y es notable la pre-sencia de cerámica del Complejo Solano, con tipos muy diagnósticos como Esperanza Flesh y formas como vasos cilíndricos trípodes, “cremeros” o picheles y “floreros” [Popenoe de Hatch 2003] (Figura 18). También ha llamado la aten-ción la presencia de ofrendas fu-nerarias con vasijas que presentan rasgos de estilo teotihuacano, es-pecialmente un vaso trípode con un motivo cruciforme y una vasija con una efigie del dios “tuerto” (Figura 19). Estos objetos evidencian fuer-tes contactos con la región costera de Tiquisate, que es ampliamente conocida por la presencia de vasijas con estilo teotihuacano. Aunque los incensarios depositados en el lago corresponden a la época de mayor auge de Chuk’muk, my pocos de es-tos presentan elementos teotihua-canos, indicando así que correspon-den a un estilo muy local. Chuk’muk es un sitio con un asentamiento muy disperso, aunque su plaza ceremonial está bien defi-nida y fue registrada por Lothrop como un sitio distinto, denominado Xikomuk (Xek’muk) (Figura 20). De acuerdo con las investigaciones re-cientes, se ha propuesto que ambos son parte de un mismo asentamien-to y que lo que se ha conocido como Chuk’muk corresponde a un área residencial y Xek’muk pudo ser la parte ritual y administrativa.

Cabe destacar que en los al-rededores de Xek’muk se ha regis-trado bastante arte rupestre, que incluye pequeñas escalinatas talla-das en piedras, cavidades y otros petrograbados con formas antro-pomorfas y zoomorfas [Chocano 2009a; Martínez 2009] (Figura 21). Destaca la presencia de una pin-tura realizada en color rojo sobre una piedra de más de 3 m de alto, la cual parece representar figuras de animales [Costa 2010; Guiro-la y Sacayón 2010; Hernández y Núñez 2010] (Figura 22). Lamen-tablemente el crecimiento urbano en esta parte del sitio ha destruido casi por completo todo el arte ru-pestre [Martínez 2007], incluyendo la pintura, la cual fue removida de su lugar original y trasladada a un área donde se espera instalar un museo regional. Chuk’muk fue abandona-do a finales del período Clásico, seguramente cuando se construyó el sitio de Chiya’ o Chuitinamit en la cima de un cerro en las faldas del volcán San Pedro (Figura 23). Este cambio de ubicación pudo ser parte de la tendencia general que se dio en esa época, en la que los asentamientos buscaron sitios de-fensivos. Chuitinamit fue entonces una verdadera fortaleza, que según las crónicas indígenas y españolas, nunca pudo ser conquistada. Aun-que el sitio no ha sido excavado sis-

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Figura 19. Vasija trípode estilo teotihuacano, con motivo cruci-forme (izquierda) y fragmento de vasija con efigie del dios “tuer-to” (derecha), provenientes de entierros de Chuk’muk (Fotos: Jocelyne Ponce).

Figura 20. Vista del sitio Xek’muk, con el volcán San Pedro al fondo (Foto: Tomás Barrientos).

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Figura 22. Arriba: Pintura rupestre de Chuk’muk. (Foto: Tomás Barrientos) Abajo: registro fotográfico de la pintura (FLAAR) y dibujo por Philippe Costa.

Figura 21. Petrograbados de Chuk’muk. Escalinata (izquier-da) y cavidad zoomorfa (derecha) (Fotos: Tomás Barrientos).

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Figura 24. Esculturas trapezoidales provenientes de Chuitinamit (Fotos: To-más Barrientos) Izquierda: Museo Rossback, Chichicastenango; Centro: Sota-no Museo Nacional de Arqueología y Etnología; Derecha: Municipalildad de Santiago Atitlán.

Figura 23. Cerro donde se ubica el sitio de Chuitinamit (Foto: Tomás Barrientos).

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temáticamente, llama la atención la presencia de varios petrograbados zoomorfos y la presencia de escul-turas de forma trapezoidal con ros-tros de serpiente, las cuales bien pueden representar los volcanes que rodean el lago (Figura 24). La evidencia encontrada tanto en depósitos subacuáticos como en los sitios arqueológicos ubicados en sus orillas, indica que el lago de Atitlán fue un paisaje cul-tural de gran relevancia para sus habitantes y posiblemente para otras poblaciones, tal como se ob-serva por la gran cantidad de arte rupestre en sus orillas, especial-mente en Chuk’muk. La presencia de volcanes a su alrededor fue se-guramente importante para esta-blecer su simbolismo, tal como se pudo representar en las esculturas de Chuitinamit. Vale la pena indi-car que en las orillas de este lago crece un tipo de cañas conocido como tul, el cual originó el nom-bre de tulán o tollan, que según la mitología mesoamericana, es un lugar de origen o creación para las poblaciones postclásicas (Figura 25). Por otro lado, la presencia de un asentamiento sumergido como lo es Samabaj, refleja que en su historia prehispánica sucedieron grandes catástrofes, las cuales pu-dieron generar crisis emocionales y conflictos ideológicos para sus pobladores. Esto parece haber pro-

vocado un incremento sustancial en la actividad ceremonial durante el Clásico Temprano, representado en la elaboración de objetos con un alto simbolismo cosmológico. Por estas y otras razones, el lago de Atitlán tuvo que ser un importante lugar de peregrinaje, en el cual se evocaban imágenes de creación y de destrucción, las cuales han sido fundamentales para la mitología mesoamericana.

5. Lago de GüijaEste es uno de los tres lagos ubica-dos en El Salvador, el cual se ubica en el departamento de Santa Ana. Cuenta con un área de 44 km² y se encuentra a 435 msnm, contando con una profundidad máxima de 20 m. Su entorno se caracteriza por estar rodeado de una formación geológica llamada los volcanes de Güija, la cual consta de volcanes geológicamente recientes y mese-tas de lava (Figura 26). El lago po-see algunas islas pequeñas, la ma-yor de las cuales es la Isla Teotipa (también llamada Isla Tipa). Esta y la isla de Igualtepeque, vuelven a ser península cuando el nivel del agua baja en la estación seca.

La utilización del lago y sus alrededores en las épocas prehis-tórica e histórica temprana ha sido atestiguado por hallazgos esporá-dicos de artefactos, restos de es-tructuras y por antiguos relatos es-

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Figura 25. Tul que crece en las orillas del Lago Atitlán (Foto: Tomás Barrientos).

Figura 26. Lago de Güija (Foto: Marlon Escamilla)

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critos [Amaroli 1979]. En términos culturales, el lago de Güija consti-tuye una zona arqueológica locali-zada en el extremo noroeste de El Salvador. Actualmente se conoce de nueve sitios cerca de sus riberas, de los cuales pueden considerarse de mayor importancia Igualtepeque, Azacualpa y El Cofre [Escamilla, et al. 2005].

Azacualpa fue investigado por Stanley Boggs en 1942, obser-vando un total de 27 estructuras sobre la meseta de Azacualpa, las que incluían 16 plataformas resi-denciales (menores de 60cm de al-tura) y 11 estructuras con arquitec-tura monumental (Figura 27). En el año 2000, Paul Amaroli, de la Fun-dación Nacional de Arqueología (FUNDAR), hizo recorridos a solici-tud de la Alcaldía de Metapán para evaluar el sitio, lo que resultó en el fechamiento de El Cofre y Azacual-pa para a la fase cultural Guazapa, del período Postclásico Temprano (900-1200 d.C.) [Ibíd.].

El lago de Güija posee el sitio arqueológico con mayor con-centración de arte rupestre en El Salvador, el cual es denominado Igualtepeque o Cerro de las Figu-ras. El sitio fue registrado por Stan-ley Boggs en su recorrido del lago en 1942, quien lo describió como una península que se convierte en isla cuando crece el nivel del lago, y que fue extensivamente modifi-

cada en la antigüedad con terrazas, una pirámide, una muralla y pla-taformas. En la playa del extremo norte de la península, Boggs notó la presencia de docenas de piedras con petrograbados, los cuales fue-ron posteriormente documenta-dos por Andrea Stone a finales de los noventa, encontrando más de 200 elementos en unas 80 piedras [Ibíd.] (Figura 28).

Por encontrarse en las ri-beras de un cuerpo de agua, el arte rupestre de Igualtepeque muestra un fuerte vínculo con el elemento agua, demostrado en las manifesta-ciones gráficas zoomorfas de peces, así como espirales y círculos con-céntricos los cuales son símbolos asociados con el agua (Figura 29). Por otro lado un buen porcentaje del arte rupestre de Güija exhibe manifestaciones abstractas las cua-les se pueden asociar o vincular con estados alterados de consciencia, es decir, con estados producidos por el consumo de sustancias alu-cinógenas, la cual era una práctica relativamente común de las distin-tas sociedades mesoamericanas y muchas veces asociadas a prácticas chamanísticas. Por lo tanto se cree que el sitio era utilizado como un espacio sagrado de peregrinaje en el cual se pudieron haber desarro-llado algún tipo de festividades ri-tuales asociadas a prácticas chama-nísticas y/o al sacrificio humano.

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Figura 27. Estructura principal en el sitio Azacualpa (Foto: Marlon Escamilla)

Figura 28. Concentración de petrograbados en Igualtepeque (Foto: Marlon Escamilla)

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Figura 29. Petrograbados antropomorfos y zoomorfos de Igualtepeque (Fotos: Marlon Escamilla)

Figura 30. Dibujo de la placa de jade de Güija (Amaroli y Houston 1988)

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Figura 31. Una de las efigies cerámicas de Xipe To-tec procedentes de Güija (www.fundar.org.sv)

Figura 32. Una de las posibles efigies estilizadas de Tlaloc en Igualtepeque (Foto: Marlon Escamilla)

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De los hallazgos arqueoló-gicos en el Lago de Güija destaca la placa de jade encontrada por el buzo Ernesto Ferreiro Rusconi en 1983, quien realizaba trabajos de remoción del sedimento cerca de la península de Igualtepeque. La placa fue encontrada a una profundidad de 3 m y mide 8.5 cm de largo por 6.5 cm de ancho, con un grosor de 0.6 cm. Presenta incisiones excep-cionalmente finas que representan en un lado un personaje de perfil izquierdo exhibiendo ornamenta-ción corporal como un elaborado tocado, orejeras, collar entre otros. El otro lado contiene un texto glífi-co, cuyo estilo sugiere que fue rea-lizada durante el Clásico Temprano [Amaroli y Houston 1988; Escamil-lla et al. 2005] (Figura 30). Stanley Boggs (1976) también reporta la existencia de dos estatuas cerámi-cas del dios Xipe Totec, que parecen haber sido encontradas por buzos bajo el agua, a poca distancia de Igualtepeque (Figura 31)

Al igual que Azacualpa y El Cofre, Igualtepeque parece haber sido ocupado también en la Fase Guazapa, tal como lo sugiere el uso de “lajas” de lava vesicular y repello de cal confeccionada con conchas quemadas. Por lo tanto parece que el Lago de Güija fue una zona de especial interés en este momento, ya que es posible que por lo menos dos sitios adicionales (Isla Teotipa

y El Tule), también pertenezcan a esta fase (Amaroli 1979). Cabe mencionar que la fase Guazapa se ha asociado con la llegada de gru-pos de posible origen mexicano, por lo que es relevante la presen-cia de por lo menos dos posibles representaciones gráfico-rupestres estilizadas del dios Tlaloc, asociado a la lluvia. (Figura 32).

La evidencia arqueológi-ca que se encuentra en el área del Lago de Güija apunta hacia la exis-tencia de un paisaje cultural que refleja la relación del ser humano con el medio acuático y la acción antrópica que puede ejercer. Por lo tanto, la definición de un paisa-je arqueológico caracterizado por la interacción tierra-agua da una nueva perspectiva de investigación, donde los sitios bajo el agua y los sitios en tierra tienen la misma de-finición desde la diversidad de los materiales culturales y desde su ubicación como parte de un paisaje integral [Escamillla, et al. 2005]. En cuanto a la funcionalidad de sitios como Igualtepeque, la evidencia también apunta hacia su uso como un posible lugar de peregrinaje o como lugar para la realización de ceremonias que incluían ofrendas y hasta sacrificios humanos.

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Figura 33. Procesiones acuáticas del “Niño” de Amatitlán (Fotos: Edgar Carpio)

Figura 34. “Silla del Niño” en Amatitlán (Fotos: Edgar Carpio)

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6. Ceremonialismo contemporáneo asociado a lagos en Mesoamérica

Dentro de las actividades más rele-vantes que se realizan actualmente en el Lago de Amatitlán se cuenta con la Procesión Acuática del Niño, que se lleva a cabo el día 3 de Mayo, día de la Santa Cruz. Esta procesión se practica desde hace más de 50 años y recientemente fue declarada como Patrimonio Cultural Intangi-ble por el Ministerio de Cultura de Guatemala. La imagen del Niño de Amatitlán es colocada en una bar-caza especial y es acompañada de numerosas lanchas de pasajeros, otras de remos y algunas lanchas particulares (Figura 33). La proce-sión efectúa un recorrido por toda la playa sur del lago, visitando los altares que los propietarios de cha-lets y otras viviendas colocan espe-cialmente para honrar a la imagen.

En el cortejo se incluye una banda musical que va anunciando la proximidad de la barcaza y los lugareños responden con fuegos artificiales. El recorrido concluye en las inmediaciones del lago en el lugar denominado “La Silla del Niño”. Esta formación rocosa una probable columna basáltica, posee una cruz de metal y a ella se fija la imagen y permanece en ese lugar por espacio de 6 horas (Figura 34). Los feligreses deben hacer el reco-rrido desde la playa para visitar la

imagen. Al final de la tarde la ima-gen regresa a la playa principal vi-sitando previamente los chalets de la parte norte que nuevamente la saludan con fuegos artificiales. La actividad concluye con el retorno de la imagen a la iglesia parroquial en una procesión terrestre.

Curiosamente, desde la Silla del Niño se obtiene la mejor vista del sitio Mejicanos, pues éste se puede apreciar en toda su exten-sión, desde la Acrópolis o Sector 1, hasta el Campamento Monte Sión o Sector 5. En Mejicanos también existe una silla de piedra que tiene un petrograbado zoomorfo en la parte del espaldar (Figura 35). Di-cha silla está orientada al norte ha-cia donde se ubica La Silla del Niño. Esta coincidencia hace considerar que existió una conexión de rasgos del paisaje vinculados a la cosmo-visión de los grupos que allí habi-taban, lo que le confiere un signi-ficado especial al lago como rasgo relevante del paisaje, relacionado con la actividad y vida cotidiana de sus pobladores. Otro foco de ritualismo asociado a los lagos se encuentra en la Laguna de Chicabal, que se encuentra en San Martín Chile Ver-de, Quetzaltenango. Esta laguna se constituye en uno de los lugares sagrados con mayor actividad con-temporánea, ya que recibe cientos de visitantes y feligreses cuando se

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Figura 35. Silla de piedra con petrograbado zoomorfo en Mejicanos(Foto: Edgar Carpio)

Figura 36. Ceremonia en la Laguna de Chicabal(Foto: Camtur-Guatemala)

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cumplen 40 días después de Sema-na Santa, con el objeto de partici-par en las ceremonias de la Roga-tiva para la Lluvia. Los alrededores de la laguna cuentan con más de 25 altares, cada uno con un significado especial (www.lagunadechicabal.com , Figura 36)

7. ConclusionesLos datos presentados con ante-rioridad sirven de muestra para resaltar la existencia de un com-plejo simbólico muy bien definido para los pueblos prehispánicos de Mesoamérica, con un énfasis par-ticular en las comunidades que se asentaron en los alrededores de los lagos de origen volcánico.

En primer lugar resulta in-teresante que los cuerpos lacustres presentan complejos de arte ru-pestre, generalmente petrograba-dos, los cuales se asocian espacial y temporalmente con actividades ri-tuales tanto terrestres como acuá-ticas. Así, sitios como Mejicanos, Chuk’muk e Igualtepeque contie-nen distintos tipos de arte rupes-tre, cuyo fechamiento corresponde con los depósitos subacuáticos o sitios arqueológicos cercanos.

Asimismo, cabe resaltar que hay muchos elementos comu-nes en estos sitios, especialmente la presencia de un entorno natural de cerros y volcanes. En cuanto al arte rupestre, las maquetas es-

tán presentes tanto en Amatitlán como Atitlán, así como el simbolis-mo asociado a ceibas y elementos cruciformes. No obstante, una de las similitudes entre los tres sitios presentados es que los complejos rituales y simbólicos se han fecha-do para períodos con fuerte in-fluencia proveniente del Altiplano Central de México. Para Amatitlán y Atitlán, las ofrendas subacuáti-cas y sitios principales correspon-den al momento de la influencia teotihuacana (Clásico Temprano), mientras que Güija tiene su prin-cipal ocupación para el Postclásico Temprano, momento de migracio-nes o influencias asociadas a la ex-pansión tolteca. Este aspecto hace necesario considerar si el simbolis-mo lacustre tiene su origen en las culturas del altiplano mexicano, en especial los mitos de origen asocia-dos al lugar mítico de tula o tollan. En cuanto al aspecto sim-bólico, se pueden sugerir algunas ideas que se relacionan con la geo-grafía sagrada lacustre y que son importantes para comprender la interacción entre tierra y agua, que es tan clara en estos paisajes. Uno de los elementos que nos ayudan a entender este simbolismo es la pre-sencia de cruces o cuadrifolios, los cuales son comunes en la iconogra-fía de las Tierras Bajas Mayas [Egan 2011; Houston et al. 2005; Lacade-na 2006; Looper 2000; Reents-Bu-

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det 2001]. Estudios recientes han definido estos signos como porta-les hacia mundos acuáticos, que en su forma glífica se han traducido como pan ha’ [Finamore y Houston 2010]. Por lo tanto, los lagos bien pudieron haber simbolizado por-tales hacia un mundo sobrenatural de naturaleza acuática. Pero, ¿qué exactamente simbolizaba el agua de los lagos? Tradicionalmente se ha asocia-do el agua con el inframundo o el Xib’alb’a, mencionado en el Popol Vuh, pero un análisis minucioso de estas propuestas revela que la asociación entre agua y Xib’alb’a es bastante débil. De forma alterna, se propone que los lagos represen-taban el “agua primordial” que se menciona como uno de los elemen-tos del cosmos que son anteriores a la creación del mundo y la hu-manidad. Así, si se toma como re-ferencia el Popol Vuh, es claro que los K’iche’s definieron al “Corazón del Cielo” y el “Corazón de la Tie-rra”, pero también se habla del “Co-razón del Agua” o el “Corazón del Lago”, denominado uq’ux cho uq’ux palo. Estas aguas primordiales eran la morada de los dioses creadores Tz’aqol, B’itol, Tepew y Q’uqumatz (la serpiente emplumada), quienes fueron responsables de formar el mundo que conocemos.

Por lo tanto, los lagos con-formaban un paisaje que evocaba la

creación, ya que el lago era la mo-rada de estos dioses, y los cerros y volcanes que los rodean represen-taban al Corazón de la Tierra, de donde nació el fuego y otros ele-mentos. A eso se puede agregar la presencia de tul en sus orillas, que los definen como verdaderos tulas o tollanes, los lugares de origen mí-tico que tanto mencionan los pue-blos postclásicos. Ante la presencia de pai-sajes con tal simbolismo, resulta claro que estos fueron espacios de peregrinaje para las poblaciones prehispánicas del área Maya y toda Mesoamérica. La geografía sagra-da de los lagos evocaba entonces la creación y la vida a través de las deidades que los habitan, pero si se toma en cuenta el carácter dual de la ideología mesoamericana, estas deidades también eran las que pro-vocaban destrucción y causaban muerte. A este respecto resulta de gran importancia la evidencia en-contrada en el Lago de Atitlán, don-de su sitio ceremonial del Preclási-co Tardío, Samabaj, fue inundado por una catástrofe natural. Por lo tanto, la actividad ceremonial en los lagos se asocia a la oposición de vida y muerte, que era constante-mente negociada por las deidades que las controlaban. Es por ello que la actividad ritual se intensificó en ciertos momentos, tanto por las poblaciones locales como por pe-

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regrinos provenientes de otras re-giones, en su búsqueda por agradar y apaciguar a las deidades que con-trolaban las fuerzas naturales. Esto se refleja hoy en día en las ceremo-nias llevadas a cabo en la Laguna de Chicabal, y también puede verse claramente el papel que se le da al agua como destructora de creacio-nes anteriores, tal como se mencio-na en el Popol Vuh y la Leyenda los Cinco Soles.

A manera de síntesis, se propone entonces que en la Meso-américa prehispánica los lagos fueron portales entre los seres humanos y los dioses que contro-laban la naturaleza. Su geografía sagrada jugó entonces un papel central como fundamento para la cosmovisión y los mitos de crea-ción, convirtiéndose en lugares de peregrinaje. La arqueología de los lagos proporciona distintos tipos de evidencia de rituales y ofrendas que reflejan la preocupación de sus habitantes para mantener el balan-ce de la naturaleza y la protección contra desastres. Hay que recordar que las investigaciones en estos lagos aún son bastante limitadas y quedan muchas interrogantes que respon-der. Las interpretaciones prelimi-nares y tentativas presentadas en este estudio constituyen la base para enfocar investigaciones futu-ras, que deben procurar recuperar

más datos y evidencias arqueológi-cas. Se recomienda poner atención en la relación que existe entre el simbolismo de los lagos y los mi-tos e iconografía provenientes del Altiplano Central de México, lo que requiere una revisión de las fuen-tes etnohistóricas y los reportes de arte rupestre y actividades rituales en los sitios lacustres de esa región. También resulta importante cues-tionar si el concepto del agua y el significado de la geografía sagrada de los cuerpos de agua fue el mis-mo en todas las regiones mesoame-ricanas, o si pueden definirse varia-ciones significativas en el mismo. Finalmente, hay que tomar en cuenta que los lagos todavía representan lugares sagrados im-portantes para varias comunidades mesoamericanas, por lo que debe estudiarse de mejor forma la con-tinuidad que existe en cuanto a la actividad ceremonial lacustre. A este respecto resulta importante ampliar la recopilación de datos etnográficos asociados, en especial tradiciones orales y rituales con-temporáneos que ayuden a enten-der el significado de los lagos en las Tierras Altas Mayas.

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2011 Informe Final, Proyecto de investigación y desarrollo re-gional Arqueología Subacuá-tica en El Salvador. Escuela de campo para la formación de recursos humanos en la región y creación del Mapa Arqueológico Subacuático de El Salvador. Entregado al De-partamento de Arqueología. Dirección Nacional de Patri-monio Cultural, Secretaría de Cultura de la Presidencia.

Vega de Zea, Lilian1984 Cerámica arqueológica de

Santa Rosa, Izabal. Tesis de Licenciatura, Área de Ar-queología, Escuela de Histo-ria, Universidad de San Car-los de Guatemala

Velásquez, Juan Luis1995 Nuevas evidencias de la ocu-

pación de la cuenca del Lago de Izabal, Río Dulce y el este del Río Polochic. Tesis de Li-cenciatura, Área de Arqueo-logía, Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala.

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Resumen

Desde el año 2007, se han realizado en la zona montañosa del municipio de Tamanique una serie de registros de sitios arqueológicos asentados estratégicamente sobre laderas y cimas de cerros. En el año 2007, se re-gistraron cuatro asentamientos (El Cabro, El Tecolote, El Güiligüishte y El Campo), mientras que en el año 2011 se ubicaron 11 más. Dichos sitios varían en tamaño según la extensión de cada planicie además de haber-les designado nombres distintos a cada uno de estos, generalmente el nombre con el que los habitantes de la zona reconocen cada lugar. Sin embargo, según su ubicación respecto uno de otro sitio así como otras características que parecieran ubicarlos al menos a varios de ellos en una misma temporalidad, se está analizando la opción de ver a estos sitios como un complejo de asentamientos contemporáneos relacionados e identificados por intereses comunes que aún están pendientes de cono-cer debido a la superficialidad de las investigaciones hasta el momento realizadas, las cuales se limitan al registro de estructuras y de material diagnostico en superficie. Lo importante es poder plantear la hipótesis inicial consistente en la estrecha relación existente entre algunos de es-tos asentamientos, los cuales se regirían por un sitio mayor que jugaba el papel de centro rector: Acahuaspán.

Arqueología de Tamanique, La libertad

Miriam Méndez

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1. IntroducciónLa Cordillera del Bálsamo representa una fuente importante de información respecto a los pueblos prehispánicos que allí se asentaron, los mismos que probablemente participaron en la dinámica socio-política que se vivió durante el Posclásico Temprano. Por lo anterior y en un afán de aportar a esta poca investigada zona geográfica del país, es que se ha iniciado un proyecto que buscará principalmente responder a ciertas interrogantes relacionadas con la filiación étnica de estos grupos sociales. A continuación se presentan los antecedentes a partir de los cuales surge el proyecto «Arqueología de Tamanique, La Libertad», además de la descripción de cada sitio arqueológico registrado hasta el momento, apreciaciones preliminares de los mismos, así como las proyecciones que a futuro se pretenden alcanzar y que además de incluir a los sitios hasta el momento registrados, permitan identificar otros aún sin registro. Estos, en conjunto, contribuirían a dilucidar algunos aspectos que hasta el momento no se tienen muy claros respecto a los grupos humanos que habitaron la zona en la época prehispánica.

2. AntecedentesEl municipio de Tamanique ha sido objeto de investigación en los últi-mos años, dando como resultado el registro de varios sitios arqueoló-gicos. Es así que en el año 2007 se hace reconocimiento arqueológico dentro de la Cooperativa San Isidro ubicada al centro del municipio, en donde se registran en esa ocasión, 4 sitios: El Cabro, El Campo, El Güi-ligüishte y El Tecolote. En ese mo-mento se planteó la hipótesis de que estos asentamientos prehispánicos podían estar estrechamente relacio-nados con otro ubicado sobre la cima del cerro El Cabro, el cual, a pesar de no haberse podido visitar en ese momento, era observable desde los sitios antes mencionados [Figura 1]. Más recientemente, en el año 2010, nuevos reconocimientos en la zona a cargo del arqueólogo Marlon Escamilla, llevaron a la iden-tificación de otros 2 asentamien-tos: Miramar (ubicado dentro de la Cooperativa Acahuaspán) y El Pan-teoncito (dentro de la Cooperativa San Isidro). No es sino hasta el año 2011 y como parte de su trabajo de tesis de maestría, que a la autora le fue posible contactar con miembros de la Cooperativa Acahuaspán, a fin de solicitar los permisos necesarios para ingresar a sus tierras y poder de esta manera conocer y registrar el sitio al cual se ha denominado Aca-huaspán.

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Figura 1. Parte del cuadrante de La Libertad, mostrando la delimitación del área de estudio así como los princi-pales elementos orográficos que lo componen.

Figura 2. Imagen satelital mostrando los sitios arqueológicos has-ta el momento registrados en el área de estudio.

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En el mismo año, en los me-ses de agosto y septiembre gracias al aviso y a la guía de los ciudada-nos de la Cooperativa San Isidro y del cantón Buenos Aires, se han podido visitar otros sitios arqueoló-gicos los cuales se han denominado: El Zapote, El Cañal, Mirador, Loma Linda, Cuyanigua I, II, y III, La Loma I y II, y Buenos Aires [Figura 2]. Aunado a lo anterior, den-tro del Departamento de Arqueo-logía, existen otros sitios registra-dos con anterioridad, los cuales se deben tomar en cuenta para el análisis global del área, estos son: El Peñón de Cinacantan, Piedra del Letrero, Piedra Herrada.

3. Ubicación y descripción geográfica

El área de estudio forma parte de la cadena montañosa conocida como Cordillera del Bálsamo, la cual se ex-tiende:

«…a lo largo de la mitad sur del territorio de El Salvador, en los departamentos de La Libertad y Sonsonate. Es una región de relieve irregular y muy escarpado, configurada por colinas que en el sector costero, descienden casi pa-ralelas desde los 1500 metros de elevación sobre el nivel del mar, hasta prácticamente el nivel cero» [Erazo, 2003:36].

El municipio de Tamanique forma parte de dicha cordillera y presenta una topografía típica de la misma, la cual consiste en terrenos montañosos donde predominan formaciones rocosas que alcanzan tamaños considerables. En sus par-tes medias y altas presentan una serie de extensiones alargadas y planas, así como grandes acantila-dos y depresiones entre cada uno, dificultando el acceso a los mismos. En las partes bajas existen algunas quebradas que fluyen hacia el sur, así como muchos ríos entre los cua-les se encuentran los ríos Sunzal, El Palmar, Las Hormigas, Grande o San Vicente, entre otros. Además se cuenta con abundantes nacimien-tos de agua que proporcionan lí-quido durante todo el año, tanto en las partes altas como en las partes bajas de las lomas y cerros; entre estos últimos se encuentran: loma El Cabro, loma El Tecolote o El Pital, cerro Cenizo, cerro Redondo, loma El Tablón, entre otros [Ver Figura 1].

4. Descripción de cada sitio arqueológico registrado

A continuación se describe cada uno de los sitios registrados hasta el momento dentro de este proyec-to, aclarando, sin embargo, que la evidencia arqueológica no se limi-ta a ese municipio sino más bien se extiende más allá del mismo, te-

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niendo evidencia de otros asenta-mientos prehispánicos en los mu-nicipios aledaños como Chiltiupán, Comasagua y La Libertad. El Cabro. Ubicado dentro de la coo-perativa San Isidro, municipio de Tamanique, en las faldas del cerro El Cabro, con una elevación de 300 m s.n.m. Acá se han identificado un total de 17 estructuras visibles, conformando 5 grupos de estructu-ras que incluyen montículos, terra-zas y una plataforma circular aso-ciada a uno de los montículos. En-tre el material cultural registrado se encuentran fragmentos de obsi-diana incluyendo una punta de pro-yectil bifacial, fragmentos de meta-tes, asas de comal, fragmentos de cerámica tipo Las Lajas, fragmento de cerámica tipo Espiga. El sitio se encuentra a una distancia de 400 m aproximadamente de Acahuaspán, y a unos 650 m del sitio El Campo. El Güiligüishte. Ubicado en las fal-das del cerro El Tecolote dentro de la cooperativa San Isidro, a 265 m s.n.m. En este sitio se han identi-ficando un total de 10 estructuras visibles conformadas en su mayo-ría por montículos y solamente dos plataformas distribuidas en dos lí-neas paralelas de norte a sur, 270 m al sureste de El Tecolote, y unos 340 m al este de El Campo. Dentro

del material cultural registrado se encuentran fragmentos de navajas prismáticas, fragmentos de asas, fragmentos cerámicos con decora-ción de pequeños círculos incisos, una bola lítica de 9 cm de diámetro, una mano de metate tubular.

El Tecolote. Ubicado en las faldas del cerro El Tecolote, dentro de la cooperativa San Isidro, se han identificado un total de 9 estruc-turas entre montículos y terrazas distribuidas de norte a sur, a una altura de 310 m s.n.m. Este se sitúa al Noreste del sitio Güiligüishte, a unos 260 m de El Campo. Entre el material cultural registrado se en-cuentran, fragmentos de manos y metates, una escultura lítica pro-bable del tipo Bálsamo, fragmentos de asas y cuerpos no diagnósticos, así como dos pequeños fragmentos de navajas prismáticas que fueron reutilizadas como pequeñas puntas de proyectil.

El Campo. Ubicado en las faldas del cerro El Tecolote dentro de la coo-perativa San Isidro a una altura de 280 m s.n.m. Aquí se identificaron 7 estructuras visibles entre mon-tículos y plataformas de tamaño variable dispersos de norte a sur, y una pequeña plaza central. Este se encuentra ubicado a unos 260 m aproximadamente al suroeste del

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sitio arqueológico El Tecolote. El material cultural registrado consis-te en fragmentos cerámicos, frag-mentos de obsidiana, y fragmentos de metates.

Acahuaspán. Se encuentra ubicado dentro de la cooperativa del mis-mo nombre, en la cima del cerro El Cabro, municipio de Tamanique, a una altura máxima de 535 m s.n.m. Las estructuras entre terrazas, pla-taformas y montículos bajos , en-tre otros de mediano tamaño, se distribuyen abarcando lo largo y ancho de la cima del cerro, el cual fue modificado con una serie de terrazas (al menos 10) que alcan-zan una altura aproximada de 3 m. Sobre ellas fueron construidas las plataformas y los montículos, mu-chos de estos alargados, ubicados justo a la orilla de los precipicios. En cuanto a la extensión del asenta-miento, el mismo abarca una longi-tud aproximada de 1 km, cubriendo casi la totalidad de la cima del cerro (como suele suceder en los otros sitios registrados en la zona) por unos 50 a 100 m de ancho, esto va-ría según el lugar en que se esté de la cima. El material registrado en la superficie es poco, limitándose a fragmentos cerámicos —en su ma-yoría no diagnósticos, a excepción de uno que podría tratarse del tipo cerámico Las Lajas—, fragmentos de navajas prismáticas, manos y

metates. El sitio se ubica a 1.39 km del sitio arqueológico Miramar, re-gistrado en el año 2010 por el ar-queólogo Marlon Escamilla.

El Zapote. Este sitio se ubica en una planicie del lugar conocido como Montaña El Zapote dentro de la cooperativa San Isidro, a 400 m s.n.m, unos 2.18 km al norte de Aca-huaspán. Se conforma de tres mon-tículos alargados que rodean una pequeña plaza central. Frente a los montículos se observa lo que apa-renta formar parte de algún piso de piedras en relativo buen estado de conservación. No se observó mayor cantidad de material cultural, sola-mente algunos cuantos fragmentos de cerámica no diagnóstica y obsi-diana.

El Cañal. Ubicado a unos 250 m, aproximadamente, al este del sitio El Zapote, sobre una pequeña pla-nicie, siempre dentro de la coope-rativa San Isidro, a 407 m s.n.m. Se compone de al menos tres montí-culos.

Mirador. Ubicado al norte de la coo-perativa San Isidro, en terrenos que hoy se utilizan para el cultivo del café, a una altura de 755 m s.n.m. En la parte plana de una pequeña loma se ubican al menos 11 estruc-turas, en su mayoría montículos

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Figura 3. (Arriba) Imagen satelital mostrando los sitios arqueológicos ubicados dentro de las cooperativas San Isidro y Acahuaspán. Figura 4. (Abajo) Estructura circular en sitio arqueológico El Tecolote.

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alargados y un par de plataformas. No se observó mayor cantidad de material cultural, simplemente al-gunos pequeños fragmentos de cerámica no diagnóstica. Este sitio se encuentra unos 4.7 km al norte de Acahuaspán, y unos 1.58 km al norte del sitio El Panteoncito regis-trado en 2010 por Escamilla.

Loma Linda. Ubicado en el cantón Buenos Aires del municipio de Ta-manique, a una altura de 177 m s.n.m. Se conforma de dos sectores (este y oeste) separados por el río Hormiga. El sector este está com-puesto por al menos 6 montículos pequeños asentados sobre lo que pareciera ser una plataforma artifi-cial. En el sector oeste, se observan al menos 3 montículos, además de dos plataformas en las cuales se re-gistró material cultural disperso en mediana densidad. Luego, tanto al sur como al norte, se observan al-gunas plataformas bajas dispersas. Entre el material cultural observa-do, se tiene un cuchillo bifacial, dos pequeños fragmentos de navajas prismáticas que fueron reutilizadas como pequeñas puntas de proyec-til, fragmentos de manos y metates.

Cuyanigua I. Ubicado en el cantón Cuyanigua, del municipio de Ta-manique, a una altura de 290 m s.n.m. Se observaron tres montícu-

los alargados dispuestos en torno a una pequeña plaza. Se encuentra a unos 900 m aproximadamente al noreste del sitio Loma Linda.

Cuyanigua II. Ubicado unos 300 m al noreste del sitio anterior, con una altura sobre el nivel del mar de 316 m. Se compone de al me-nos un montículo, aunque según el guía existen dos más, los cuales no pudieron observarse debido a la espesa vegetación; sin embargo, sí pudo observarse material cultural disperso en superficie aunque en baja densidad.

Cuyanigua III. Ubicado unos 550 m aproximadamente hacia el sur del sitio anterior, con 280 m de altura sobre el nivel del mar. Este consiste de al menos 4 montículos, uno de los cuales ha sido destruido en un 70 % debido a la extracción de tie-rra y piedras. No se observó mayor cantidad de material cultural, so-lamente unos cuantos fragmentos cerámicos no diagnósticos.

La Loma I. Ubicado en el lugar co-nocido como La Loma, en el muni-cipio de Comasagua. El sitio se con-forma de dos montículos alargados de aproximadamente unos 10 m de largo por unos 5 m de ancho y 1.50 m de altura, a 427 m s.n.m. Uno de ellos (el más grande), presenta alto

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Figura 5. (Arriba) Estructura del sitio arqueológico Güiligüishte.

Figura 6. (Abajo) Estructura en el sitio arqueológico El Tecolote, en donde se registró in situ, una escultura lítica de las denominadas Bál-samo.

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Figura 7. (Arriba) Estructura de sitio arqueológico El Campo.

Figura 8. (Abajo) Vista del sitio arqueológico El Zapote, con partes del piso original frente a una de las estructuras.

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Figura 9. Montículo en el sitio arqueológico Mirador.

Figura 10. Izquierda, montí-culos en el sitio arqueológico Loma Linda; abajo, se observa parte de la plataforma artifi-cial sobre la que se construye-ron los montículos.

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grado de destrucción —en un 40% aproximadamente—. No se ob-servó mucho material cultural en superficie, solamente unos pocos fragmentos cerámicos no diagnós-ticos. Este sitio se ubica a 1.3 km aproximadamente al este de Loma Linda.

La Loma II. Este sitio ubicado unos 150 m al suroeste del sitio anterior, se conforma de al menos una pe-queña plataforma rectangular aso-ciada a fragmentos cerámicos en mediana densidad. Las dimensio-nes de la misma son de 4 m de largo por unos 3 m de ancho, aproxima-damente. Se localiza a 388 m s.n.m.

Buenos Aires. Ubicado en el cantón Buenos Aires, municipio de Tama-nique, a 259 m s.n.m. Se observan al menos 3 montículos de aproxi-madamente 6 m de largo por 3 m de ancho y 1 m de alto. Además de dos posibles plataformas cuadra-das. En dos de los montículos se observan unas trincheras muy bien hechas, que cortan el centro de las estructuras dejando visible el ma-terial del que están construidas. No se sabe cuándo, quienes ni con qué objetivo fueron hechas estas trin-cheras, solamente se presume, por información del guía, que pudieron hacerlas entre el 2010 y 2011. Se observó muy poco material cultu-

ral en superficie, el cual consiste en fragmentos de cerámica no diag-nóstica y fragmentos de navajas prismáticas. Se localiza unos 900 m al suroeste de Loma Linda.

El tamaño de las estructuras de to-dos los sitios varía; sin embargo, existen algunas que alcanzan ma-yores dimensiones, especialmente en El Cabro y Acahuaspán, donde se registran algunas estructuras de 15 m de largo por unos 2 m de altu-ra, mientras que la mayoría oscila entre los 5 y 10 m de largo por 1.5 m de altura.

5. Otros sitios registrados en la zona

El Zonte. Ubicado en la playa del mismo nombre, en la jurisdicción del municipio de Chiltiupán, de-partamento de la Libertad. Acá se identificó, en 1998, un entierro que ha sido interpretado como parte de una aldea maya que existió entre el 650 y 850 d.C. [Gallardo, 2009].

Peñón de Cinacantan. Ubicado en el cantón y el caserío Tarpeya del mu-nicipio de Tamanique.

El sitio arqueológico-históri-co Cinacantan, principalmen-te consiste en los restos de un sitio prehispánico del perío-do posclásico tardío [1200-1525 d. de C.], que tuvo con-

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Figura 11. Montículo en el sitio arqueológico La Loma 1.

Figura 12. Arriba, vista de algunas de las terrazas y montículos en sitio arqueológico Acahuaspán; abajo, vista en perfil de una de las terrazas.

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Figura 13. (Arriba) Imagen tomada desde el sitio Acahuaspán, desde donde se tiene una buena visibilidad hacia tres de los sitios registrados en la zona (El Güiligüishte, El Tecolote, El Campo).

Figura 14. (Abajo) Vista de norte a sur de la cima del cerro El Cabro en donde se extiende el sitio arqueológico Acahuaspán.

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Figura 15. Plano parcial del sitio arqueológico Acahuaspán (extremo norte).

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tacto con los españoles de la Villa de San Salvador por un hecho de guerra documenta-do en los archivos [Erquicia, 2008:520].

El Sunzal [Ficha de registro 18-1].Ubicado en la cuenca oeste del río Sunzal, a la altura del kilómetro 44 de la carretera Litoral. El sitio cubre un área aproximada de una manzana conformado por al menos 3 montículos en malas condiciones, debido tanto a factores antrópicos como naturales. Se describe la pre-sencia de fragmentos cerámicos en superficie en alta densidad.

Piedra Herrada [Ficha de registro 18-7]. Ubicado en el caserío San José Guadalupe, jurisdicción de Comasagua, está compuesto por dos grandes rocas con arte rupes-tre abstracto, aunque se pueden identificar algunas representacio-nes antropomorfas y zoomorfas, figuras esquemáticas, líneas de de-presiones circulares y una posible punta de flecha.

Peña del Letrero [Ficha de registro 18-12]. Se encuentra ubicado en el municipio de Chiltiupán, al este del río Zonte. Se trata de una roca con petrograbados.

Miramar. Ubicado dentro de la coo-perativa Acahuaspán:

[...]sobre una corta y angos-ta planicie alta de la loma El Cabro… está conformado por 14 montículos con una dis-tribución espacial… determi-nada por la topografía de la lengüeta… —en el sitio— se logró identificar cerámica postclásica [Escamilla, 2011: 73, 74].

Panteoncito. El sitio se ubica dentro de la cooperativa San Isidro:

Sobre la parte alta y en el sector norte de la loma El Cabro… está conformado por 21 estructuras que se encuentran divididas en sie-te grupos… a lo largo de dos ejes, un eje largo orientado de norte a sur y un eje corto orientado de este a oeste… acerca de la cerámica, se lo-gró identificar algunos ties-tos del tipo cerámico Las La-jas [Escamilla, 2011: 75].

6. Descripción de elementos característicos

Como resultado del registro de si-tios en el área, se han identificado ciertos elementos espaciales. Estos se asocian al período posclásico, debido a la realidad conflictiva que vivían las sociedades en Mesoamé-

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rica y específicamente en el actual territorio salvadoreño, el cual pre-senciaba la llegada de gente prove-niente del centro de México de fi-liación tolteca, que se encontraban con la población nativa [Fowler, 2011]. A continuación se enume-ran los rasgos más importantes observados en los sitios arqueoló-gicos registrados y que tienen que ver con ubicación, distribución es-pacial, elementos naturales y/o ar-tificiales (que pueden relacionarse con intenciones defensivas) y cul-tura material.• Ubicación de los asentamientos

en la cima de cerros y lomas, así como en planicies situadas en las partes medias de dichas elevaciones y rodeadas por ba-rrancos o quebradas, abarcan-do y aprovechando al máximo la totalidad del espacio plano con el que cuenta cada asenta-miento.

• Otro rasgo distintivo es la visi-bilidad que existe entre los si-tios, lo que permite una buena comunicación entre la mayor parte de estos.

• El tipo y la distribución de es-tructuras —especialmente en el sitio Acahuaspán, el cual pre-senta una serie de terrazas— pudieron haber tenido una do-ble función: la de acomodar el espacio para la construcción de las estructuras por un lado, y

por otro, como elemento defen-sivo en momentos de amenaza, las cuales podrían haber com-plementado a los montículos alargados ubicados a la orilla de los precipicios que rodean los lados este y oeste del sitio.

• Cierto tipo de estructuras como las circulares y los montículos alargados, característicos de la influencia nahua-pipil que pueden observarse también en otros sitios correspondientes al posclásico temprano [Fowler, 2011].

• Cerámica identificada como de los tipos cerámicos Las Lajas y Espigas.

• Cuchillo bifacial, así como pun-tas de proyectil a partir de frag-mentos de navajas prismáticas.

• Esculturas líticas tipo Bálsamo, de las cuales una probablemen-te tenga relación con el contex-to arqueológico en el que se registró.

7. Observaciones preliminares (comparación con otros sitios clásicos y posclásicos)

En base a la cantidad de sitios has-ta la fecha registrados, podría pen-sarse en una actividad fuerte en cuanto a ocupación poblacional en esta parte de la Cordillera del Bál-samo, la misma que podría preli-minarmente ubicarse dentro del

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posclásico temprano. Sin embargo, por el momento no es posible ase-gurar con total certeza que estos sitios sean exclusivamente de ese período, ya que habría que tomar en cuenta la evidencia de otros si-tios arqueológicos (Yichkuhuatan, en las tierras altas occidentales de Guatemala [Borgstede,2006]; la región Huista-Acateco en las mon-tañas Cuchumatanes de Guatemala [Borgstede y Mathieu, 2007]; Santa Rosa, en los altiplanos de Guate-mala [Robinson, 1993]), que pre-sentan elementos particulares de ubicación geográfica, distribución espacial y sistemas constructivos. Estos elementos hacen pensar en estrategias defensivas pero que no son exclusivas de este período cultural, ya sea porque presentan continuidad desde épocas anterio-res —es decir, del clásico al post-clásico— o por que corresponden exclusivamente al clásico. De ahí que se vuelve necesaria una inves-tigación más profunda, especial-mente en aquellos asentamientos cuyas características relacionadas a aspectos de planificación urbana o ubicación no concuerdan con las que se consideran como típicas del postclásico, que incluya además as-pectos relacionados con el material cultural asociado. Este sería el caso del sitio Loma Linda, el cual se ubi-ca junto a dos ríos en una planicie, a tan solo 177 m s.n.m., sin mayores

evidencias de elementos pensados en la defensa del mismo, pero en donde se registra lítica específica-mente obsidiana, característica del postclásico temprano. En ese sentido, la investiga-ción recientemente iniciada busca responder algunas interrogantes surgidas en la medida en que se han ido identificando nuevos asen-tamientos relacionados con temas de temporalidad de los sitios, mo-vimientos migratorios, patrones de asentamiento y filiaciones étnicas, enfocado esto último a comprender mejor la dinámica migratoria de los pueblos pipiles, si fuera el caso que todos los sitios pertenecieran a ese período cultural; de lo contrario, a entender los procesos de interac-ción e influencia ideológica entre diferentes culturas asentadas en una misma zona geográfica. Esta alternativa se vería reforzada por lo propuesto por algunos autores como Fowler [1984], quien plan-tea que otros sitios del postclásico temprano como Cihuatán, ubicado en la Cuenca del Paraíso, mantuvie-ron «…conexiones comerciales con las poblaciones de la costa al sur y con las tierras altas de Guatemala al oeste» [Fowler, 1984: 35].

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Figura 16. (Arriba) Muestra del tipo cerámico Las Lajas registrada en el área ar-queológica de la cooperativa San Isidro. Figura 17. (Abajo) Fragmento de cerámica tipo Espigas registrado en el área ar-queológica de la Cooperativa San Isidro.

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Figura 18. (Arriba) Punta de lanza registrada en el área arqueológica de San Isi-dro; izquierda cuchillo bifacial y fragmento de proyectil registrado en el sitio ar-queológico Loma Linda. Figura 19. (Abajo) Figurilla lítica de estilo Bálsamo registrado en el sitio arqueo-lógico El Tecolote.

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8. Acahuaspán como centro rector: ¿por qué?

En general, se observan similares características en los sitios hasta el momento registrados; sin embar-go, uno de ellos parece tener otros atributos que lo hacen diferente y que podrían significar que el mismo tuvo funciones diferentes al resto, que parecen limitarse a actividades domésticas y de vigilancia. Dichos atributos podrían catalogarse en dos áreas: una, pensando en tér-minos principalmente defensivos, si se toma en cuenta la definición que aparece en Borgstede [2007] que se refiere al «…degree to which a place is capable of protecting itself agains to with standing an attack…» [Borgstede et al, 2007: 195]. En ese sentido, se podría pensar en un si-tio elite que buscaba resguardar a una posible casta sacerdotal así como a los templos de cualquier ataque del que pudieran ser objeto. Esto se apoya en los siguientes ele-mentos:• Ubicación estratégica y ‘privi-

legiada’ en la cima del cerro El Cabro respecto a los sitios que lo rodean (El Cabro, El Tecolote, etc.), lo que dificulta el acceso debido a las características to-pográficas del mismo, volvién-dolo un sitio naturalmente de-fensivo.

• La capacidad de comunicación y visibilidad con otros sitios

cercanos (asumiendo que estos fueran contemporáneos), que le permitiría estar actualizado en cuanto a posibles ataques desde las zonas bajas al tener la capacidad de ampliar el rango de visibilidad en conjunto.

• El tipo de construcción obser-vado en el sitio en donde so-bresale una serie de terrazas sobre las cuales se acomodan otras estructuras generalmen-te montículos y plataformas. Algunos de estos montículos se ubican justo a las orillas de los acantilados que corren a cada lado del sitio; dichos montí-culos son alargados y podrían perfectamente haber funciona-do como barreras defensivas. Tal como lo menciona Borgste-de «Improving site defensibili-ty may have also played a role. Specifically, structures (walls, pyramids, platforms) and spa-ces (plazas, causeways) may have been organized to direct attackers along specific routes where they would be vulnera-ble to the site's defenders. Infe-rring whether this was the case at particular sites requires an assessment of site organization that goes beyond purely ideolo-gical, cosmological, and social principles» [Borgstede et al, 2007:197].

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La otra función que se plantea haya tenido el sitio está relacionada con la administración político-religiosa que pudo tener sobre el área en la que se ubica. Esto se basa fun-damentalmente en el patrón de asentamiento que incluye la exten-sión que abarca y que sobrepasa las dimensiones de los otros sitios hasta el momento registrados, la cantidad, la naturaleza, el tamaño y la ubicación de las estructuras que según el conteo hasta el momento realizado, supera las 50, el material cultural registrado en las faldas del cerro que parece ser producto del lavado desde la cima, y que perte-nece a tipos utilizados para activi-dades religiosas.

9. Planes a futuroDebido a la notable densidad de asentamientos prehispánicos den-tro de un espacio geográfico rela-tivamente reducido, se ha pensado en la necesidad de darle continui-dad al proyecto de investigación, para que además del registro de sitios arqueológicos —como hasta el momento se ha hecho—, se pro-fundice y se enfoque en fortalecer la información que hasta el mo-mento se tiene de esta parte de la Cordillera del Bálsamo, que en el pasado ha sido poco estudiada. En ese sentido, se ha planteado una investigación que a futuro busque responder algunas interrogantes

surgidas y que tienen que ver con:

• La división jerárquica entre los sitios, en el sentido de buscar evidencias que indiquen dife-renciación de estatus entre la elite y la población común, ya que solamente con los recorri-dos superficiales y el poco ma-terial cultural observado —a excepción de Acahuaspán— no se ha podido identificar con certeza zonas ceremoniales y residenciales de elite.

• La temporalidad de los sitios, tratando de comprender me-jor si estos fueron habitados simultáneamente; y si ese fue-ra el caso, si se trata de un solo sitio con grupos principales in-dependientes, si presentan una secuencia cronológica desde el clásico o si se trata de asenta-mientos sin ocupaciones pre-via. Además debe investigarse el rango de ocupación dentro del postclásico, en el sentido de poder identificar cuáles de estos sitios estaban vigentes al momento de la conquista espa-ñola.

• Tener una idea del tipo de in-fluencia cultural a la que estu-vieron expuestos los mismos, es decir, si se trata de sitios en los que se asentaron poblacio-nes migrantes con una tradi-

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Arqueología de Tamanique

ción nahua-pipil, o si fue más bien una migración de tipo cultural-ideológica a través del comercio con los grupos autóc-tonos que habitaban esta zona.

• Finalmente, de comprobarse la ubicación de los sitios dentro de la Fase Guazapa, cual fue el rol que estos jugaron dentro de la dinámica de expansión de los pueblos nahua-pipiles en lo que hoy es El Salvador en el sentido de comprender las relaciones de estos con otros sitios de la misma Cordillera, de la zona costera y de los valles internos.

10 . AgradecimientosDeseo agradecer a las siguientes personas por su invaluable colabo-ración y guía en diferentes momen-tos dentro de esta investigación: don Juan Castillo, miembro de la Cooperativa San Isidro; don Nelson y don Rutilio García, miembros de la Junta directiva de la cooperati-va San Isidro; don Gregorio Flores, presidente de la cooperativa Aca-huaspán; don Manuel Monterrosa, vecino del cantón Buenos Aires, Ta-manique; Lic. Shione Shibata, coor-dinador del Departamento de Ar-queología de la Secretaría de Cultu-ra de la Presidencia; Msc. Roberto Gallardo, técnico, Coordinación de Arqueología; Lic. Julio Alvarado,

técnico, Coordinación de Arqueolo-gía; Dr. William R. Fowler, Vander-bilt University; a los estudiantes de la Universidad Tecnológica de El Salvador: Edgar Cabrera, Alex Rive-ra, Héctor Mata, Leo Salazar, Rebe-ca Galdámez, y al Lic. Paul Amaroli, arqueólogo, Fundación Nacional de Arqueología (FUNDAR).

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Resumen

Esta es una investigación que trata sobre algunas rutas y caminos prehispá-nicos que estuvieron localizados entre la región y valle del Panchoy en el que estuvo asentada Santiago de Guatemala, capital del Reino de Guatemala (hoy Antigua Guatemala), y ciertas poblaciones asentadas en la Costa Sur y en los alrededores de los volcanes de Fuego y Agua. En esa región aún se localizan muchos pueblos fundados (y otros por descubrir) por reducciones en asenta-mientos prehispánicos o cerca de estos. Es, además, una investigación etnohistórica y arqueológica que trata sobre el asentamiento prehispánico y el posterior pueblo colonial localizado en una estratégica ruta. Ese sitio servía para el control del intercambio comer-cial entre el Altiplano y la Costa Sur. Es un estudio de cómo las mismas rutas prehispánicas fueron utilizadas posteriormente como caminos coloniales. En ella se asentaron varios pueblos coloniales que ya desaparecieron, así como el camino. Para esta investigación, y como ejemplo, se utilizó el desaparecido pueblo de San Pedro Aguacatepeque, cuyos vestigios se localizan en las faldas del Volcán de Fuego. En él se presentan brevemente algunos de los procesos socioculturales documentados desde la época prehispánica y colonial; su es-tratégica localización para el control del comercio; su posición como pueblo fronterizo entre las etnias Kaqchiquel y Pipil: fundación y desarrollo como pueblo colonial y las posibles causas de su desaparición en el siglo XIX.

Caminos y rutas prehispánicas y coloniales entre el Valle del Panchoy y la Costa Sur de Guatemala

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1. IntroducciónEste es un breve estudio de cómo algunas de las rutas prehispánicas mencionadas fueron utilizadas du-rante la Conquista y posteriormen-te, como caminos coloniales. Estas estratégicas rutas sirvieron para el control del comercio y en ellas hubo asentamientos prehispánicos, algu-nos de los cuales fueron posterior-mente utilizados como reducciones coloniales. Muchas de estas rutas y pueblos aún perviven, pero otros fueron desapareciendo por razones particulares a cada una de ellas. Sobre la construcción de vías de comunicación la Recopila-ción de Leyes de Indias dice así:

…que los Virreyes y Presidentes manden abrir caminos, hacer puentes donde conviniere y re-partir las contribuciones, para el uso y comercio de las poblacio-nes… (Libro III, título III ley III y Libro IV títulos XV-XVII).

En parte, es cierta esta aseveración, pero no totalmente. La evidencia nos indica que desde el primer mo-mento en que pusieron pie los eu-ropeos utilizaron los caminos y ru-tas que existían desde muchísimos años antes, tal vez milenios. Un término que es bueno aclarar es el del Camino Real. Estos eran todos aquellos caminos que a lo largo del periodo español reci-bieron este nombre en el contexto

de la integración territorial de toda la América española, era el camino que por su importancia y su utili-dad articulaba todo el territorio y recogió todo el bagaje legal y cul-tural peninsular y americano. Un ejemplo es el Camino Real que co-nectaba a la ciudad de México con Guatemala y sus ramales (Pérez Aguilera, 2001; 310-320). Poco después de la Conquis-ta, los españoles decidieron reducir a la población indígena dispersa fundando pueblos, y así facilitarse el adoctrinamiento religioso y la administración política. Es proba-ble que algunos pueblos hayan sido fundados en lugares donde desde la época prehispánica ya existía po-blación, vías de comunicación y al-guna organización social y agrícola. Originalmente fueron muchos los asentamientos erigidos en distin-tas regiones, algunos sobrevivieron hasta la actualidad y otros, por dife-rentes causas, desaparecieron. La fundación de asenta-mientos humanos nunca ha sido al azar, se asientan en un sitio que cumple ciertas necesidades, tales como la adquisición o producción de recursos necesarios para la su-pervivencia. La administración co-lonial española lo reconocía y está, como vimos antes, perfectamente legislado en la Recopilación de Leyes de Indias.

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El proceso de estableci-miento de los pueblos y ciudades que fundaron los españoles fue similar, ya que hubo continuidad de adaptación de las civilizaciones precolombinas y coloniales en esa región Kaqchiquel de Guatemala, en lo que respecta a los patrones de asentamiento y adaptación humana a un mismo ambiente. La organización de las re-ducciones se llevó a cabo debido a la introducción del proceso social de congregación, distinto a los pa-trones dispersos prehispánicos. En la mentalidad europea colonial es-pañola de la época, la idea general de todo lo "colonial" era diferente a los patrones de asentamiento dis-persos de los indígenas. Los coloni-zadores españoles escogieron para ubicar la mayoría de sus pueblos y ciudades de acuerdo a sus propias leyes para su asentamiento estable-cidas en la Recopilación de Leyes..., en lugares con suficiente tierra pla-na, donde podían acomodar la igle-sia, la plaza y lograr un trazo reticu-lar y que además tuviera suficientes recursos de mano de obra humana, acuíferos y tierra plana en sus alre-dedores para desarrollar agricultu-ra y ganadería. Esto no fue una in-novación, estos tipos de ubicación fueron seleccionados a través del tiempo desde la Época Precolom-bina, existiendo una continuidad de adaptación al medio ambiente

demostrada por la ubicación de los asentamientos.

2. El pueblo de San Pedro Aguacatepeque La bibliografía colonial re-fuerza y apoya la discontinuidad en cuanto a la ubicación de algunos asentamientos pero de otros no. Tal es el caso, y como ejemplo, se utili-za el caso del pueblo de San Pedro Aguacatepeque. Este pueblo, hoy desaparecido, se encontraba locali-zado en una ruta, hoy también des-aparecida, que comunicaba al valle del Panchoy y a la ciudad de San-tiago de Guatemala en una ruta que iba por las faldas del Volcán de Fue-go en dirección hacia la Costa Sur. San Pedro fue establecido en un si-tio prehispánico que pervivió desde el Preclásico hasta la Conquista. La situación geográfica del pueblo era privilegiada ya que se encontraba localizado sobre una importante ruta de intercambio comercial y cultural de corta y larga distancia entre el Altiplano y la Costa Sur. Por la Costa Sur se conectaba con las principales rutas de comercio de larga distancia de toda Mesoaméri-ca y más allá; hacia Kaminaljuyú y Tierras Bajas hacia el norte. Por lo que debió estar en posición de con-trolar el paso del comercio sobre esta importante ruta. Lo anterior es fundamen-tal para entender la localización e

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Figura 1: Barranca Honda está cerca de San Pedro y por ser un obstáculo natural, se propone como frontera entre Kaqchiqueles y Pipiles ya que lo empinado de las laderas lo hacen un sitio de fácil defensa.

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importancia que tuvo durante su historia. El pueblo colonial fue fun-dado en la misma localización que tuvo antes de la Conquista. El área que ocupan los restos y artefactos es bastante extensa. Sobre la super-ficie hay una gran cantidad de ar-tefactos (cerámica, piedra labrada, etc.) y montículos que indican que ese sector fue ocupado posiblemen-te desde el Preclásico hasta la Colo-nia. Robinson (1992 y 1993) repor-tó una gran cantidad de estructuras y caminos coloniales y prehispáni-cos en el área, entre ellos el de San Pedro Aguacatepeque. Es posible que en la época prehispánica San Pedro Aguacate-peque haya sido un pueblo fron-terizo, ya que, como vimos, era un pueblo Kaqchiquel y por lo tanto dependiente de Iximché. Por su posición geográfica, cerca debieron haber quedado los linderos pipiles, cuya capital era Escuintla (también conocida como Escuintepeque, Iz-cuintepéc o Izcuintepéque), conoci-dos enemigos de los Kaqchiqueles. Las pugnas entre estas dos etnias por el control de esta estra-tégica región debieron de ser conti-nuas a lo largo de su historia. Según Polo Cifuentes (2009: 125-129) en el Título de Alotenango se indi-ca que el territorio de Alotenango perteneció a los pipiles hasta que los Kaqchiqueles se los arrebataron durante su guerra de expansión al-

rededor de principios del siglo XVI. Esta guerra se dio por el deseo de estos últimos por controlar tierras productoras de cacao en la Costa Sur y el paso obligado hacia el alti-plano entre los volcanes de Agua y Fuego. Los problemas por la tenen-cia de la tierra entre las dos etnias eran muy comunes y no terminaron con la Conquista. Hubo problemas hasta el siglo XVII, por ejemplo, en 1705 los pipiles quisieron invadir las tierras de Alotenango, pero la Corona lo impidió (AGCA A1.24 leg. 1574 exp. 10218 fol. 92). El título de Alotenango (2009) trata precisamente sobre eso, es un extenso documento so-bre conflictos y títulos de tierra a mediados del siglo XVI. En 1565 los señores indígenas de Alote-nango se quejaron ante las autori-dades españolas que los indígenas pipiles de Escuintepeque estaban invadiendo sus tierras. En él, las autoridades coloniales trataron de establecer los linderos territoria-les que pertenecían a cada una de las etnias para evitar conflictos y aclarar el territorio y los tributos de las encomiendas. Se explica que en ese momento la frontera y los mojones que las separaban a am-bas etnias estaba localizado desde hacía muchos años sobre el Camino Real en un sitio llamado Xeococó o Silosuihuil «mucho antes que estas tierras fueran conquistadas por los

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españoles»; aunque no dice en qué lugar estaban localizados esos mo-jones, es posible que estuvieran ha-cía el sur de dicho sitio. Este lugar era considerado el lindero de los Kaqchiqueles y para ello se utilizó el ejemplo que para la revuelta de los Kaqchiqueles contra los espa-ñoles en 1524, los señores Sinacán y Sequechul hasta allí enviaron sus tropas, y «porque hasta allí tenían terminó los señores de Escuintepec y de Tecpán Guatemala». Los Kaq-chiqueles tenían cuatro gobernan-tes, pero solo dos ellos (Sinacán y Sequechul) ejercían el verdadero poder. El Ahpozotzil o gobernante principal de los Kaqchiqueles des-de 1521, cuyo verdadero nombre en Kaqchiquel era Cahí Imox y fue conocido por los cronistas españo-les como Sinacán o Zinacán. Apoyó a los españoles en la conquista de Utatlán y a someter a la población Quiché y a la conquista de la Costa Sur (incluyendo a Panacatán o Es-cuintepeque) y Cuscatlán. Cuando Pedro de Alvarado regresó a Ixim-ché ante sus desmedidas exigencias de metales preciosos y abusos a la población, organizó la sublevación de su pueblo entre agosto de 1524 hasta mayo de 1530, y otra que fi-nalizó en 1525, año en que fue atra-pado y posteriormente ahorcado, hasta 1540. En otro documento locali-zado en el Archivo General de Cen-

troamérica (AGCA A1.24 leg. 1574 exp. 10221) refuerza la hipótesis que cerca de San Pedro quedaba la frontera entra ambas etnias, ya que el siguiente pueblo en esa ruta, el de Magdalena Malacatepeque, localizado a una legua de distan-cia, era un pueblo pipil. Lo que re-fuerza, la hipótesis que el Barranca Honda pudo haber sido una fronte-ra natural. No se conoce la fecha de la fundación del pueblo colonial, pero debió de ser fundado poco después de la conquista. Vázquez dice que en 1539:

Por la parte de la costa salía (un franciscano) a recoger indios por los montes, de que pobló Alotenango en el primer sitio que tuvo y el de San Pedro Xeoh (¿San Pedro Aguacatepeque?) ya que según el Título de Alo-tenango a esa región en la épo-ca prehispánica se le llamaba Xeococó (Recinos, 2001: XV ) en su antiguo suelo….ya que los pueblos de (menciona a varios) Alotenango y sus anexos… eran cacaotales de los señores de Tecpán-Goathemala y Tecpana-titlán.

Los cuales son Iximché y Sololá, res-pectivamente (Vázquez, tomo: 1 87, 111,128; tomo IV: 34).

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2. Rutas y caminosAsí vemos que la ciudad de Santiago de Guatemala y la Nueva Guatemala de la Asunción (como muchas otras ciudades y pueblos a lo largo de toda la América española) fueron fundadas precisamente en sitios en las que ya había caminos prehispá-nicos y que formaban parte de nu-dos o rutas de comercio perfecta-mente preestablecidas. En el Reino de Guatemala, lo mismo que otras, estas dos ciudades fueron funda-das en la misma localización en que estuvieron asentamientos prehis-pánicos. En las áreas que ocupan hay evidencia de muchos restos prehispánicos, en sobre la superfi-cie hay una gran cantidad de arte-factos y montículos que indican que esos sectores fueron ocupados por lo menos desde el Preclásico. En la capital de los Kaqchiqueles, Ixim-ché, se fundó la primera ciudad de Guatemala y la segunda, Santiago de Guatemala en Almolonga, sobre un sitio habitado desde el Preclá-sico (Pompeya) y en una impor-tante ruta prehispánica; Escuintla se localiza en o cerca de lo que fue Izcuintepeque; Santa Lucía Cotzu-malguapa en el sitio de la civiliza-ción Cotzumalguapa y posteriores pueblos pipiles y Kaqchiqueles, etc., hay muchos otros como estos. La situación geográfica del Valle del Panchoy (en el que está asentada la ciudad de Antigua Gua-

temala) era privilegiada ya que se encontraba localizado sobre una importante ruta de intercambio co-mercial y cultural de corta y larga distancia entre el Altiplano y la Cos-ta Sur. Conectaba con las principa-les rutas de comercio de larga dis-tancia; hacia Kaminaljuyú y Tierras Bajas hacia el norte y hacia el sur la ruta que iba hacia la costa y hacía el resto de Mesoamérica. Por lo que debió estar en posición de controlar el paso del comercio. El intercambio a larga dis-tancia fue aquel que se llevaba a cabo entre distintas zonas alejadas entre sí, tal es el caso de la parte más meridional de Centroamérica y el Altiplano mexicano. Una de estas rutas, de eje este oeste, pasaba por la costa del Pacífico. Por otro lado, Hatch y Shook opinan que hubo evi-dencia de intercambios en la Costa Sur desde el Preclásico. Señalan que la distribución de las grandes escul-turas preclásicas de estilo olmeca y maya tuvieron un patrón linear a lo largo del pie de las montañas, lo que sugiere que en el Preclásico, estos marcaban una ruta de comunica-ción e intercambio, y que, cada uno de los sitios en que se encuentran dichos monumentos estaba situado cerca de un pasaje montañoso que comunicaba la Costa con el Altipla-no, situación en la que se encuentra el pueblo bajo estudio (Popenoe de Hatch y Shook 1999: 179-182).

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Figura 2: Detalle del Lienzo de Quaquecholan (Assen-berg) en que se pueden ver(al centro) el Volcán de Fuego y los caminos a sus alrededores que se utiliza-ron en la conquista.

Figura 3: Mapa de 1598 (AGI) del camino de Santiago de Guatemala al Mar del Sur

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Las otras rutas son aquellas que la unían al Altiplano y por las cuales se intercambiaban productos locales y también minerales como jade, serpentina, hematita especular y cinabrio; y en dirección opuesta, cacao, maíz, algodón, pescados y frutas. Estas se daban a través de corredores naturales, tales como las barrancas formadas por las montañas y los ríos que bajan del Altiplano hacia la costa. No se sabe exactamente por dónde pasaban las rutas pre-hispánicas, pero es posible que es-tas hayan sido aproximadamente las mismas que se utilizaron para la Conquista y se continuaron utili-zando durante la Colonia. En el lienzo de Quaquecho-lan (Akkeren: 2001 y Assenberg 2004)) aparecen algunas de esas rutas, que evidencian que ya exis-tían desde la época prehispánica. Rud Van Akkeren concuerda que fueron las utilizadas para la Con-quista. Las ciudades y mercados de la cuenca de México se mantenían en contacto con la costa del Pací-fico y el Altiplano de Guatemala, a través de mercaderes que viajaban en largas caravanas con objetos de intercambio comercial y cultural. Fueron estos mismos caminos los que fueron utilizados por los con-quistadores de Guatemala de antes, durante y después de la llegada de

los europeos. Los españoles fueron guiados y acompañados por guías mesoamericanos que los conocían muy bien. En un mapa de 1598 (AGI) se ve el camino de Santiago de Gua-temala, pasando por el Volcán de Fuego hacia Escuintepeque y al puerto de Iztapa en el Mar de Sur, hoy conocido como el Océano Pa-cífico. Este fue el camino que utili-zó Alvarado para la Conquista de la Costa Sur y Cuscatlán. De las rutas que comuni-caban a San Pedro Aguacatepeque hay poca referencia histórica, pero existen algunos documentos en que se hace alguna referencia al respecto, todos ellos los describen como de tránsito difícil, en especial en la época de lluvia, a causa de los numerosos ríos, barrancas, bos-ques espesos y numerosos anima-les. Esta situación ha de haber sido común en todos los demás caminos del Reino en esa época. Por ejemplo, la ruta entre Santiago de Guatemala, la zona de Cotzumalguapa y la Costa Sur está descrita por varios cronistas, en-tre ellos, Antonio de Ciudad Real, desde antes de Larraz a mediados del siglo XVIII, y en otros documen-tos etnohistóricos, 1586; Fuentes y Guzmán a finales del siglo XVII, Alonso Crespo en 1740, Pedro Cor-tés y Fuentes y Guzmán describen el camino de Alotenango hacia la

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Figura 4: Fuentes y Guzmán: dibujo del valle de Santiago y sus pueblos periféricos (1993: TII, p. 75). En la parte superior (Sur) el Mar del Sur (Océano Pacífico). Abajo Santiago, más arriba Alotenango y un poco más arriba, al costado izquierdo del Volcán de Fuego, San Pedro Aguacatepe-que. Hacia el sur Escuintla hacia y hacia el poniente los pueblos que es-taban en las faldas del volcán de Fuego y más adelante la región de Santa Lucía Cotzumalguapa.

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costa, citándolo, dice:En tiempo de lluvia quedaban anegados y pantanos y con ba-rrancos y robaderos muy pe-ligrosos, sin embargo con el cuidado de los antiguos con-quistadores se arregló este ca-mino desde la ciudad de Guate-mala hasta las playas de la mar del Sur y puerto de Iztapa por el año de 1539. Por él en carros se conducía toda la carga a aquel puerto y por allí se transporta-ron muchos de los pertrechos y víveres de la armada del Pedro de Alvarado.

Ello indica que el camino ya existía antes de la Conquista y que fue una amplia carretera, por lo menos del ancho de una carreta, y no una ve-reda, como se podría suponer. Si-gue describiendo el cronista que la carretera la mantenían los españo-les limpia y en buenas condiciones. En 1838 John Stephens hizo un viaje de la Antigua Guatemala hacia la boca costa. Pasó por Alote-nango y por el camino que iba por las faldas del Volcán de Fuego hacia Escuintla. No menciona el pueblo de San Pedro Aguacatepeque pero sí describe el mal estado y abando-no del camino. Dice que el camino estaba casi destruido por las erup-ciones del volcán, la gran cantidad de piedras pequeñas y grandes, ce-niza, arena y materia vegetal que lo

cubrían casi totalmente. Con ello se deduce que el camino hacia la Cos-ta Sur ya no recibía mantenimiento y este y el pueblo ya estaban prácti-camente abandonados. Lo anterior lo confirma un documento de 1837 (AGCA B95.1 leg. 1398) en el que se reafirma lo aseverado por Stephens sobre el abandono de la antigua ruta que rodeaba el Volcán de Fuego y que ya no existía el pueblo de San Pedro Aguacatepeque. En esos años, el gobierno del Estado de Guatemala estaba tratando de reparar las vías de comunicación terrestres. Den-tro de un estudio sobre la posibili-dad de reparar la vía que conducía de Mixco hacía Escuintla está un in-forme sobre el reconocimiento del camino que iba de Alotenango para Escuintla. En él hay un dibujo del camino y una descripción con cierto detalle del estado y lo que había en él. Entre la descripción de lo difícil del paso, la montaña, las barrancas, no habla de restos de San Pedro Aguacatepeque, pero sí de ‘piedras labradas’ en lo que se considera el sitio adonde está el pueblo colonial y los vestigios prehispánicos. Este debió ser el camino prehispánico que describió Fuentes y Guzmán y que amplió y utilizó Pedro de Alva-rado. Para ilustrar la posible loca-lización de los caminos (Ilustración 5) se presenta la probable situa-

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Figura 6. Mapa de posibles rutas prehispánicas y coloniales que comunicaban a San Pedro Aguacatepeque con la ciu-dad de Santiago de Guatemala la Costa Sur y los pueblos en los alrededores del volcán de Aguas y de Fuego.

Figura 5: Mapa del camino prehispánico/colonial entre Alotenango y Escuintla

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ción geográfica de algunos pueblos coloniales en el Altiplano Central, Santiago de Guatemala y las rutas que los unían. Algunas están des-critas en documentos coloniales, otras se encuentran en la biblio-grafía descrita y algunas más son aportación de la tradición oral y el reconocimiento del terreno que he efectuado a través de los años. Por lo tanto, las rutas que están seña-ladas no todas son exactas y única-mente se presentan como posibles referencias. Los puntos verdes repre-sentan la localización geográfica de los pueblos coloniales; los núme-ros en azul identifican el nombre del pueblo; y la línea punteada roja las rutas coloniales y prehispáni-cas. En el centro del mapa están los volcanes de Agua (lado derecho) y Fuego y Acatenango (del lado iz-quierdo). Al norte del de Agua el valle del Panchoy; al sur Escuintla y al sur poniente la zona de Cotzu-malguapa. Al poniente del Volcán de Agua está el pueblo de San Pe-dro Aguacatepeque. Hacia el nor-poniente estaba la ciudad de San-tiago de Guatemala. En dirección norte del sitio existían caminos que comunicaban a la región Kaqchiquel de Xeococó, nombre con el que los Kaqchique-les denominaban a región entre el Volcán de Agua y el Volcán de Fuego, con el altiplano y más allá.

Por ejemplo, estaba comunicado con Iximché y la zona Quiché por el camino que iba (y que aún exis-te) hacia lo que fueron los pueblos coloniales de Ciudad Vieja (3), Pa-rramos, Chimaltenango, Patzicía, Patzún y Iximché. En dirección norte de Alotenango, pasando por San Miguel Dueñas (18) y hacia el poniente de este pueblo, por la ladera norte del Volcán de Acate-nango, había una ruta que comu-nicaba a este pueblo, y por lo tanto también a Santiago de Guatemala, con Yepocápa y Santa Lucía Cotzu-malguapa. Dueñas se comunicaba directamente con los sitios Kaqchi-queles de lo que es hoy San Andrés Itzápa y Parramos. Por el lado norte del Vol-cán de Agua, las rutas prehispáni-cas comunicaban a Xeococó con Almolonga y el Panchoy. Esta ruta posiblemente pasaba por lo que es hoy la calle principal y el cami-no que comunica a los pueblos de Ciudad Vieja (2), San Miguel Esco-bar (lugar en el que estuvo la ciu-dad de Guatemala, posteriormente destruida por el deslave del Volcán de Agua en 1541, marcada con el 3 en la Figura 6), donde está loca-lizado el sitio Preclásico de Pom-peya, y que sigue hacia San Pedro Las Huertas (número 5). De este último pueblo salían dos posibles rutas prehispánicas. Una se dirige al sur, por un

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camino que pasaba por el desapa-recido pueblo colonial de San Bar-tolomé Carmona, en lo que es hoy la Finca Carmona, y de allí, hacia el oriente, subiendo por las ladera sur del cerro del Cucurucho había una ruta que iba hacía Amatitlán y otra hacia el sur, donde hoy está ubica-do el pueblo de Santa María de Je-sús (21) y que baja hacia Palín (22). Estas debieron ser rutas también muy importantes porque comuni-caban a esta parte de la región Kaq-chiquel con los Pokomám. También hacia el norte, otra iba hacia la zona Kaqchiquel de Chimaltenango y al nororiente hacia Kaminaljuyú.

3. Algunas consideraciones finales

La creación de las redes comercio y de distribución de mercaderías a corta y larga distancia fueron fun-damentales para el surgimiento de la civilización maya y posterior-mente, para la Conquista y la Colo-nia. Estas rutas de intercambio no solo se utilizaron para comerciar bienes, sino que también fueron rutas de intercambio de personas y de ideas. A través de estas rutas se difundió a través de toda Meso-américa los rasgos que cada cultura tenía en común, pero que también los diferenciaba entre sí, tanto en la época prehispánica como en la colonial. Muchas de estas fueron

después utilizadas por la Conquis-ta, la Colonia y, aún hoy, se siguen usando. Por lo tanto se puede decir que hay continuidad. Las rutas de intercambio fueron establecidas desde una épo-ca muy temprana del Preclásico Formativo. Estas rutas continua-ron en uso a través de los distintos periodos hasta llegar al Postclásico Terminal, rutas que fueron amplia-das y mejoradas o abandonadas de acuerdo al auge o decadencia de cada uno de los centros o nudos de distribución. Desde el punto de vista de las mayas, se puede decir que la im-portancia principal de estas rutas fue la creación de lo más elemental y aglutinante de su civilización: la ideología, razón de ser y de iden-tidad de esa civilización. Situación que también se aprovechó para la Conquista y Colonia, y en ellas se construyeron las ciudades y los pueblos. Al transitar los caminos prehispánicos se descubre que su trazo era lógico y por ello fueron utilizados por tantos siglos. Gene-ralmente tienen: pendientes suaves donde es posible, están localizados donde el paso de los ríos son más estrechos, y los asentamientos hu-manos se localizaban en lugares estratégicos, tanto para su defensa como para el aprovechamiento de los recursos naturales.

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La Cueva del León, Chalatenango: Arte rupestre en una región de confines

Sébastien Perrot-Minnot, Philippe Costa y Ligia Manzano

Resumen

Los pueblos que ocupaban las montañas de Chalatenango en el momento de la llegada de los españoles y antes de este suceso, siguen envueltos en las nie-blas de la historia. La información brindada al respecto por las fuentes etno-históricas es muy limitada; no obstante, provee valiosos indicios que pueden ayudar a determinar la afiliación cultural y lingüística de los autores del arte rupestre de la Cueva del León. Por medio de una alianza entre la Universidad de El Salvador, la Di-rección Nacional de Patrimonio Cultural y el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, se realizó una visita al sitio de la Cueva del León en febrero de 2010 para investigar un aspecto particular del patrimonio prehispánico de La Montañona: el arte rupestre.

Palabras claves: Arte rupestre, petrograbados, Postclásico

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Perrot-Minnot, Costa y Manzano

1. IntroducciónLa superficie de la República de El Salvador es la más pequeña de Cen-troamérica; sin embargo, revela, en sus 21,041 km2, poderosos contras-tes geográficos; algunos de ellos se pueden apreciar al viajar de San Salvador al departamento de Cha-latenango, pasando de los llamados «valles internos» —limitados al sur por la cadena volcánica— a las imponentes «montañas del norte», que en ciertos lugares evocan una verdadera muralla (sobre las uni-dades topográficas de El Salvador, ver Williams [1955]). Estas montañas, que cubren la mayor parte del departamento de Chalatenango, se yerguen en la frontera con Honduras, culminando en el Cerro El Pital (2,730 m s.n.m.), el punto más elevado de El Salva-dor. Son constituidas esencialmen-te por rocas volcánicas, pero cabe mencionar también la presencia de reducidas bolsas de rocas sedimen-tarias (como las calizas, el cuarzo y las areniscas) e intrusivas (como los granitos y las dioritas). La topo-grafía muestra a menudo pendien-tes abruptas y valles encajonados, flanqueados por riscos. Las montañas del norte, una de las regiones más lluviosas de El Salvador, son surcadas por numerosos ríos (permanentes o temporales), siendo los más impor-tantes el río Lempa —que atraviesa

el país antes de echarse al Océano Pacífico— y uno de sus tributarios, el Sumpul. A pesar de la actividad agrí-cola y ganadera, el área ha conser-vado grandes extensiones de un bosque húmedo subtropical, donde se reconoce una notable diversi-dad de árboles (entre los cuales se pueden mencionar los chaparros, conacastes, nances, guayabos y pi-nos). En estos bosques hormiguea una fauna que comprende venados de cola blanca, conejos, gatos de monte y múltiples especies de aves, reptiles e insectos. Cabe notar que diferentes proyectos ambientalis-tas y ecoturísticos se están desa-rrollando en las montañas de Cha-latenango, como por ejemplo en la mancomunidad de La Montañona, que une a los municipios de Chala-tenango, Comalapa, Ojos de Agua, El Carrizal, La Laguna, Las Vueltas y Concepción Quezaltepeque. La riqueza de La Monta-ñona no es solamente natural sino que también cultural. Al respecto, un importante pero todavía poco estudiado legado arqueológico des-cansa en esta verde y accidentada comarca. Dicho legado proporciona llaves para el conocimiento de la historia de los antiguos indígenas en una región que, como lo vere-mos en más detalle a continuación, ya se situaba en el paso de fronteras antes de la llegada de los conquista-

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Figura 1. Localización de la Cueva del León y otros sitios con arte rupestre en El Sal-vador. Mapa de Philippe Costa.

Figura 2. Ubicación del sitio de la Cueva del León en la hoja «Chalatenango 2458 III» del Instituto Geográfico Nacional “Ing. Pablo Arnoldo Guzmán”. Fuente: Ficha de Sitio Arqueológico elaborada por el Programa Binacional de Desarrollo Fronterizo Honduras-El Salvador [2005].

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dores españoles a las tierras salva-doreñas (en 1524). Decidimos investi-gar un aspecto particular del patrimonio prehispánico de La Montañona: el arte rupestre. Es así que el 7 de febrero de 2010, realizamos una visita al sitio de la Cueva del León, un abrigo rocoso cubierto con petrograbados, ubica-do en el municipio de Concepción Quezaltepeque, cerca del caserío La Montañona [Figuras 1, 2]. El estu-dio de las manifestaciones gráfico-rupestres se efectuó con la autori-zación de la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural de El Salvador y en el marco de la cooperación científica entre la Universidad de El Salvador y el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA) del Ministerio francés de Asuntos Exteriores. En dicha vi-sita nos acompañaron el Sr. Hugo Chávez, técnico del Departamento de Arqueología de la Secretaría de Cultura de El Salvador, y un miem-bro de la comunidad local, el Sr. Juan Carlos Calderón. Se procedió a medir el abri-go de la Cueva del León y a sacar fo-tografías a color y con escala de los petrograbados, en la perspectiva de un dibujo, retomando un método que hemos usado con éxito para va-rios otros sitios rupestres del país [cf. Costa, 2007; Perrot-Minnot, Costa y Manzano, 2009; Perrot-Min-

not, 2010]. Como en anteriores ocasiones, nos interesamos espe-cíficamente por la definición de es-tilos rupestres y el aporte del arte rupestre en la definición de entida-des culturales prehispánicas. Estas cuestiones revisten una dimensión particular en una región de antiguas fronteras. Luego de haber expuesto algunos datos etnohistóricos refe-rentes al actual departamento de Chalatenango, presentaremos una síntesis de las diversas investiga-ciones que ya se llevaron a cabo sobre el rico arte rupestre de la región, antes de abordar el estudio del sitio y los petroglifos de la Cue-va del León.

2. Datos etnohistóricosEn muchos aspectos, los pueblos que ocupaban las montañas de Chalatenango en el momento de la llegada de los españoles y antes de este suceso, siguen envueltos en las nieblas de la historia. La infor-mación brindada al respecto por las fuentes etnohistóricas es muy limitada; no obstante, provee va-liosos indicios que pueden ayudar a determinar la afiliación cultural y lingüística de los autores del arte rupestre de la Cueva del León. Para entender bien los tes-timonios etnohistóricos, es preci-so tener en mente lo que fueron la

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conquista del señorío de Cuscatlán y sus consecuencias. En 1524, al frente de un ejército compuesto de tropas españolas y fuerzas auxilia-res indígenas, el capitán Pedro de Alvarado incursionó en el territorio de los pipiles de Cuscatlán y tomó su capital epónima, la ciudad de Cuscatlán. Así cayó un estado bien organizado que se extendía en unos 7,000 km2 y se podía comparar con los grandes estados mayas proto-históricos de las tierras altas de Guatemala; de hecho, se sabe que a la víspera de la conquista española, los cuscatlecos estaban en guerra contra los mayas kaqchikeles de Iximché [Amaroli, 1986; 1991]. Los conquistadores ibéri-cos fundaron una primera «Villa de San Salvador» en 1525, tal vez en el lugar de la antigua Cuscatlán. Pero debido a una sublevación de la pro-vincia pipil, esta localidad fue aban-donada, y tras la pacificación lleva-da a cabo por un primo de Pedro de Alvarado (Diego de Alvarado), una nueva Villa de San Salvador (desig-nada posteriormente como Ciudad Vieja) fue fundada en 1528, a 8 km al sur de Suchitoto. Diecisiete o die-ciocho años más tarde, la tercera Villa de San Salvador fue estableci-da donde se encuentra la actual ca-pital de la República de El Salvador. Luego de la campaña lleva-da a cabo por Diego de Alvarado, los españoles empezaron a con-

signar informaciones acerca de los pueblos tributarios de la nueva provincia de San Salvador, a veces llamada «San Salvador de Cuscat-lán». La extensión de dicha provin-cia, en 1528, debía corresponder aproximadamente a la del antiguo Estado de Cuscatlán, a la excepción de unos pueblos adicionales [Ama-roli, 1991: 44]. Una relación escrita por el obispo de Guatemala Francisco Ma-rroquín (1532), y mediante la des-cripción de los pueblos encomen-dados de la provincia de San Salva-dor, así como la relación escrita por Alonso López de Cerrato en ocasión de la realización de la primera ta-sación (en 1548), muestran que en el actual departamento de Cha-latenango cohabitaban poblados pipiles y «chontales». Este último término significa «extranjeros» en nahuat y se refería en este contex-to a las poblaciones no cuscatlecas, es decir, chortis o lencas [Amaroli, 1991; Stanislawski, s. f.]. Cuando Marroquín redactó su informe, en 1532, el territorio chalateco ya formaba parte de la provincia de San Salvador [Figura 3]. En la época prehispánica, sin embargo, el mismo territorio pare-ce haber permanecido en su mayor parte fuera del Estado de Cusca-tlán; Amaroli [1991: 61] indica que:

Nada se sabe acerca de las re-laciones entre Cuscatlán y sus

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Figura 3. Pueblos tributarios de la Villa de San Salvador, en 1532, con el número de casas [Amaroli 1991].

Figura 4. Paisaje en el área de la Cueva del León. Foto: Sébastien Perrot-Minnot.

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vecinos chontales, es decir, los pueblos chortís del norte y los pueblos lencas del este y el no-reste. Se supone que la organi-zación social de los lencas no sobrepasaba el nivel de comu-nidad y no tenía integración regional. Quizás por tal razón a los españoles les fue tan difícil conquistarlos. En 1532, varios pueblos lencas se encontraban en guerra y, en muchos casos, sus encomenderos no se habían atrevido a visitarlos. La mayoría de los centros Chortis también se encontraban en guerra, he-cho interesante en vista de la supuesta subyugación de Citalá, apenas dos años antes.

En el caso particular del pueblo de Quezaltepeque (el actual pueblo de Concepción Quetzaltepeque, en la jurisdicción del cual se encuentra el sitio de la Cueva del León), se trataba, en el tiempo de la Relación Marroquín, de un asentamiento chontal en estado de guerra [Ama-roli, 1991: 47], aunque el topónimo sea nahuat. Lardé y Larín [2000: 124] escribe que el pueblo de Con-cepción Quezaltepeque «está situa-do en un área geográfica ocupada desde tiempos inmemoriales por tribus lencas, pero influenciadas en épocas más recientes por los chor-tis, pipiles y ulúas». La Cueva del León está ubicada al suroeste del

referido municipio, apenas a una docena de kilómetros del antiguo pueblo pipil de Chacalingo [Fowler, 1989: 172; Figura 3]. Como lo ve-mos, la Cueva del León, especial-mente si se confirma su datación postclásica, ofrece una excelente oportunidad para estudiar el arte rupestre en un contexto de fronte-ras culturales y políticas. Cabe notar que al final de la época precolombina, esta comarca de confines y turbulencias tenía, de hecho, una débil densidad de po-blación. Fowler [1988: 112] estima que en el momento de la Conquis-ta, entre 36,000 y 53,000 personas vivían en las Montañas del Norte (Chalatenango, Cabañas y Mora-zán) pero estas cifras deber con-siderarse tomando en cuenta las drásticas bajas demográficas con-llevadas por las epidemias esparci-das por los españoles a principios del siglo XVI (y que precedieron la llegada de los conquistadores ibéri-cos).

3. Antecedentes del estudio del arte rupestre en Chalatenango

La primera mitad del siglo XX se caracterizó por el establecimiento y la publicación de inventarios de sitios arqueológicos de la República de El Salvador. Esta tendencia con-tinuó, en cierta forma, los esfuerzos

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que se dieron a finales del siglo XIX para definir y registrar con preci-sión los límites y diversos aspectos del territorio salvadoreño (en estas empresas geográficas participaron investigadores que tenían también un notable interés por la historia y la arqueología, como en el caso de Santiago Barberena). En su Índice provisional de los lugares del territorio salvadore-ño en donde se encuentran ruinas u otros objetos de interés arqueoló-gico, Jorge Lardé [1926: 216, 217] incluye tres sitios de arte rupestre del departamento de Chalatenan-go: Cotei (petrograbados), El Fraile (petrograbados) y la Cueva del Er-mitaño (pinturas). Al igual que la Cueva del León, Cotei se encuentra en una colina de la jurisdicción de Concepción Quezaltepeque. El mismo año del índice de Lardé sale una «Lista de sitios ar-queológicos de El Salvador», publi-cada por Samuel K. Lothrop. El in-vestigador de la Instituto Carnegie (Washington) menciona, en Chala-tenango, las manifestaciones grafi-co rupestres del Cerro de la Peña. En 1944, John Longyear (con la colaboración de Stanley Bo-ggs, y basándose en observaciones de campo, testimonios y trabajos anteriores) publica el inventario arqueológico más rico que se haya realizado hasta entonces, clasifi-cando los sitios por departamento.

Para el de Chalatenango, reporta va-rios sitios rupestres: Cotei, El Fraile, la Cueva del Ermitaño y el Cerro de la Peña [Longyear, 1944: 76]. De los tres primeros sitios, Longyear dice tener la información de Jorge Lardé, mientras los datos sobre el Cerro de la Peña provienen del Prontuario geográfico, comercial, estadístico y servicios administrativos de El Sal-vador, del general José Tomás Cal-derón [1939]. A estas obras de inventario hay que agregar las misiones del Museo Nacional, llevadas a cabo en los años sesenta y cuyo propó-sito era el registro del patrimonio rupestre de El Salvador. Muy poco fue publicado al respecto [cf. Muna, 1963-1967 : 77, fig. 1-7]. En la Cue-va del Ermitaño, Coladan [1999] se-ñala una inscripción que se refería a una misión efectuada en el sitio por un equipo del Museo Nacional en 1965. En las décadas setenta y ochenta, las referencias al arte ru-pestre de Chalatenango se hicieron más escasas. Los trabajos de campo eran entonces obstaculizados por los efectos del conflicto interno, particularmente sensibles en las Montañas del Norte. Sin embargo, en 1979, en una bibliografía anota-da sobre el arte rupestre del México oriental y Centroamérica, Matthias Strecker menciona los lugares ru-pestres de Chalatenango que había

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señalado Lardé [1926], llamando la atención de más investigadores. Entre estos investigado-res están Elisenda Coladan y Paul Amaroli, quienes estudiaron juntos varios sitios rupestres de El Salva-dor durante los años noventa. En Chalatenango, visitan la Cueva del Ermitaño, en 1998, y concluyen que las pinturas del lugar son «bastan-te originales» [Coladan y Amaroli, 2008: 166; Coladan 1998, 1999]. En 2000, el historiador Jorge Lardé y Larín (hijo de Jorge Lardé) publica el libro El Salvador, historia de sus pueblos, villas y ciu-dades, donde presenta diversas in-formaciones geográficas, etnológi-cas, históricas, arqueológicas de los municipios de El Salvador, haciendo mención de varios sitios de arte ru-pestre. En la sección dedicada a la jurisdicción de Concepción Quezal-tepeque, se refiere a un «petrogra-bado que asemeja una puerta» en la «falda Oeste del cerro Cotei» [Lardé y Larín 2000: 125]. Los años 2000 se caracte-rizan por un notable desarrollo de los estudios sistemáticos del arte rupestre en El Salvador. En 2004 y 2005, en el marco del proyecto «Historia de las Artes Plásticas en El Salvador», investigadores de la Universidad de El Salvador (entre los cuales, Ligia Manzano y Fabio Amador) visitan, en el departa-mento de Chalatenango, los sitios

rupestres de la Cueva del Ermitaño y El Tablón (petrograbados). En 2006 y 2007, expertos del Departamento de Arqueología del extinto Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (Concultura), la Universidad de El Salvador y la Universidad Tecnológica de El Sal-vador, estudian diversos sitios ru-pestres chalatecos, incluyendo la Cueva del Ermitaño, el Cerro de la Peña, El Tablón, Las Huertas, Loma Colorada y la Cueva del León (que Ligia Manzano, visita en 2007); parte de estas investigaciones se llevan a cabo en el marco del Pro-yecto Arte Rupestre de El Salvador (PARES), que en sus distintas eta-pas asoció el Departamento de Ar-queología con las dos casas de es-tudios antes mencionadas [Manza-no y Pérez, 2006; Escamilla, 2007; EDH, 2-3-2006]. En un artículo dedicado a las manifestaciones gráfico-ru-pestres de las Montañas del Nor-te, Marlon Escamilla [2007] indica que no se encontró material cultu-ral «como fragmentos cerámicos o líticos» en El Tablón ni en la Cueva del Ermitaño, de tal manera que re-sulta difícil pronunciarse sobre la temporalidad de estos dos impor-tantes sitios. A propósito de la Cueva del Ermitaño, el sitio rupestre que más notoriedad adquirió en el departa-mento de Chalatenango, sus repre-

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sentaciones de manos fueron estu-diadas en el marco de una tesis de maestría en Historia del Arte, pre-parada por Félix Alejandro Lerma Rodríguez en la Universidad Nacio-nal Autónoma de México (UNAM), en 2009. Este autor sugiere como hipótesis un fechamiento al Clási-co Tardío o al Postclásico Tempra-no de las pinturas de la Cueva del Ermitaño [Lerma Rodríguez, 2009: 36]. A estas investigaciones hay que sumar las del estudiante en Arqueología (de la Universidad Tecnológica de El Salvador) Ismael Crespín, quien en 2006, visitó 7 si-tios con arte rupestre del área de la mancomunidad de La Montañona (la Peña Blanca, el Cerro Vivo, el Tablón, las Huertas, los Naranjos, el Sicahuite y la Cueva del León), en-focando su interés en la iconografía y el simbolismo de las manifesta-ciones gráficas [Crespín, 2006]. El sitio de la Cueva del León fue también registrado en 2005, por el Programa Binacional de De-sarrollo Fronterizo Honduras-El Salvador, apoyado por la Unión Eu-ropea. La ficha correspondiente es-tipula que «no se encontró material arqueológico en superficie, en una prospección de 100 m de diámetro de las rocas con grabados». En síntesis, constatamos que el arte rupestre de Chalatenan-go ha sido objeto de pocas investi-

gaciones, lo que se podría explicar al menos parcialmente por los pro-blemas generados por la guerra in-terna en las décadas de los setenta y ochenta, y por las dificultades de acceso a los sitios, en una región rural donde, hasta hoy, las infraes-tructuras han permanecido muy limitadas. En la mayoría de los ca-sos, las investigaciones sobre sitios rupestres chalatecos se realizaron en el marco de proyectos más am-plios, que abarcaban sitios de otros departamentos y buscaban el esta-blecimiento de inventarios arqueo-lógicos. Hasta la fecha, muy poco se sabe de la cronología, la afiliación cultural y el significado de los pe-trograbados y los pictogramas.

4. Contexto geográfico y características generales del Sitio de la Cueva del León

La Cueva del León es en realidad un abrigo rocoso situado a menos de 500 m de la cancha de fútbol del caserío La Montañona. Se encuen-tra en una altitud de 1,300 m s. n. m, y sus coordenadas son: 14o 07’ 32,3’’ de latitud norte y 88o 55’ 0,6’’ de longitud oeste. El abrigo está localizado en la parte superior de un cerro, y en la abrupta falda de una quebra-da en el fondo de la cual corre un riachuelo durante la temporada llu-viosa [Figura 4]. Esta información

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Figura 5. El abrigo rocoso de la Cueva del León. Foto: Sébastien Pe-rrot-Minnot.

Figura 4. Paisaje en el área de la Cueva del León. Foto: Sébastien Perrot-Minnot.

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topográfica podría ayudarnos a en-tender la función y el significado de las manifestaciones gráfico rupes-tres; las mismas, efectivamente, es-taban ubicadas en un área de rup-tura del paisaje y aparentemente, a cierta distancia de cualquier asen-tamiento. Cabe agregar que frente a la Cueva del León, al otro lado de la quebrada, se yergue un cerro cuya cumbre es dividida en dos, ofre-ciendo un punto de referencia para observaciones del cielo. En El Sal-vador, diversos sitios de arte rupes-tre se encuentran en las pendientes de valles encajonados y quebradas [Perrot-Minnot, Costa y Manzano, 2009, para los casos de los sitios de El Letrero y Las Caritas, en el de-partamento de Ahuachapán]. La Cueva del León tiene una longitud de 24.5 m, una altura de 4.3 m y una orientación gene-ral noreste-suroeste. Su pared es irregular y presenta varias grietas [Figura 5]. El análisis de un frag-mento de roca de la Cueva del León, efectuado en mayo de 2010 por el Centro de Investigaciones y Aplica-ciones Nucleares de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Uni-versidad de El Salvador, revela que la roca es de origen volcánico y que contiene aluminio, silicio, potasio, calcio, escandio, titanio y vanadio (según el informe de Luis Ramón Portillo, analista responsable). El paredón muestra, en superficie, di-

ferentes tonos de beige, café, gris y rosado morado. La Cueva del León exhibe grabados en una franja de 13.50 m de largo y hasta 1.30 m de alto, con respecto al nivel actual del piso. Los grabados ocupan cinco sectores de superficie relativamente lisa (que designaremos como los paneles 1 a 5, del noreste al suroeste), delimi-tados por la morfología de la pared y situados a diferentes alturas. Las manifestaciones gráfico-rupestres están en un estado de conservación precario, por la erosión de la roca, la presencia de líquenes, rayas de machetes (en el panel 5) y algunos trazados modernos de color negro, ejecutados para realzar la figura de un “león”, en el panel 1 (Figura 6). Según nuestro guía, Juan Carlos Calderón, habitante del caserío La Montañona, no se tiene memoria de pinturas rupestres. La misma persona nos explicó que los miem-bros de la comunidad relacionan los enigmáticos grabados de la Cue-va del León con los antiguos indíge-nas. Lamentablemente, no pudi-mos observar ningún otro tipo de vestigio arqueológico en las inme-diaciones del sitio. Según el señor Calderón, hace 10 años, un norte-americano realizó una excavación en un pequeño abrigo ubicado a unos 20 m de la Cueva del León, más arriba, en la falda de la que-

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Figura 6. Motivo grabado realzado de negro en la época moderna e interpretado como la figura de un león. Foto: Sébastien Perrot-Minnot.

Figura 7. Cavidad pequeña evocando un nicho, cerca de la Cueva del León. Foto: Sébastien Perrot-Minnot.

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Figura 8. Los petrograbados de la Cueva del León. Dibujo: Philippe Costa.

Figura 9. Petrograbados del panel 1. Dibujo: Philippe Costa.

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brada; habría hallado algunas figu-rillas allí. En dicho lugar se ven una reducida anfractuosidad (de 50 cm de alto) así como una cavidad tal vez artificial, evocando un nicho [Figura 7]. A unos kilómetros de la Cueva del León, en un terreno par-ticular del caserío Brisas de la Paz (conocido también como El Ca-malote), observamos un grupo de montículos bajos revestidos de pie-dras escogidas. Pero no encontra-mos en la superficie vestigios diag-nósticos que nos permitan fechar el sitio.

6. Los petrograbados de la Cueva del León

Las representaciones gráfico-ru-pestres de la Cueva del León solo consisten (según lo que se puede ver hoy) en una veintena de moti-vos grabados, claramente delimita-dos y distribuidos en cinco paneles, en una franja horizontal (Figura 8). No se observan aquí la densidad, la abundancia y la complejidad que caracterizan los grabados de otros sitios rupestres de El Salvador, tales como los de la Pintada de Titihuapa (San Vicente) o de la Pintada de San José Villanueva (La Libertad). El panel 1 (Figura 9) inclu-ye las representaciones que dieron su nombre al sitio; se aprecia una serie de rostros hoy interpretados

como los de un león. La técnica del grabado es la de la abrasión, con-sistiendo los petroglifos en surcos poco profundos. Al observar los motivos en detalle, se pueden iden-tificar cinco pares de ojos (bajo la forma de círculos con un punto en el centro) y un rostro de un estilo distinto, abajo a la derecha. En el mismo, los ojos son marcados por simples puntos en lugar de círcu-los concéntricos; además, el rostro es erizado con línea pequeñas que podría representar el cabello. En-tre todas las caras de este panel, la más grande y mejor conservada –la segunda partiendo de la izquier-da- muestra un par de círculos con-céntricos, que conforman los ojos, y un ovalo aplastado y rayado que se interpreta como la boca con su dentadura. En cada lado de la boca, volutas podrían figurar bigotes. Esta cara, y las demás con los pares de ojos en forma de cír-culos concéntricos, se asemejan a petrograbados de los sitios de El Letrero, en el departamento de Ahuachapán [Perrot-Minnot, Cos-ta y Manzano 2009], y del lago de Güija, en el departamento de Santa Ana [A. Stone 1998]. En estos úl-timos sitios, las manifestaciones grafico rupestres fueron atribuidas al Postclásico (900-1524 d. C.). El motivo en cuestión recuerda las re-presentaciones del dios mexicano de la lluvia y el relámpago, Tlaloc,

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Figura 10. Panel 2. Foto: Philippe Costa.

Figura 11. Petrograbados del panel 2. Dibujo: Philippe Costa.

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cuyo culto en la Mesoamérica sur-oriental tuvo su auge durante el Postclásico Tardío (1200-1524 d. C.). El panel 2 (Figuras 10, 11) presenta el estado de conservación más crítico; exfoliaciones han pro-vocado la desaparición de parte de los petrograbados. Los grabados han sido ejecutados por abrasión y están constituidos por surcos poco profundos, pero homogéneos, a la diferencia de los grabados del pa-nel 1, donde cada rostro presenta cierta diferencia de profundidad de los surcos. El panel 2 muestra dos mo-tivos. Uno es abstracto y se compo-ne de un elemento rectangular y de una línea terminada por una volu-ta. El otro, compuesto por líneas curvas y rectas, parece representar una cabeza de reptil (¿serpiente?) de perfil, con una espiral en el ojo y la boca abierta hacia la izquierda. Este último motivo se puede com-parar con representaciones repti-les de varios otros sitios rupestres de El Salvador, Honduras [cf. D. Sto-ne 1957: 91, McKittrick 2008: 182, 183, 189] y Guatemala [cf. Mata Amado 2004, Perrot-Minnot 2007, Robinson 2008]. En El Salvador, di-cho motivo recuerda especialmen-te petrograbados de El Letrero, en la sierra costera de Ahuachapán, Igualtepeque, en el lago de Güija, y la Piedra Labrada de Zacatecolu-

ca, en la planicie costera central de El Salvador; en estos tres lugares, se propuso para las referidas re-presentaciones un fechamiento al Postclásico [cf. A. Stone 1998, Co-ladan y Amaroli 2008: 167, Perrot-Minnot, Costa y Manzano 2009]. El panel 3 (Figura 12), si-tuado muy cerca (a menos de 60 cm) del panel 2, y en una posición central con respecto al conjunto de los petrograbados de la Cueva del León, revela una figura zoomorfa parada sobre una línea horizontal que se podría identificar como un piso, y debajo de esta línea, a la de-recha, un motivo abstracto. La téc-nica utilizada aquí es distinta a la que observa en los dos paneles pre-cedentes, ya que los grabados han sido obtenidos picoteando la super-ficie de la roca con una herramienta punzante, para delinear los motivos. Se trata de una técnica poco usual en el arte rupestre El Salvador, a la diferencia de la abrasión. La figura zoomorfa del pa-nel 3 está erguida en dos patas, con las manos levantadas hacia un tipo de disco aplanado de contorno pi-coteado. Esta criatura muestra una cola en forma de voluta y lo que podría ser un falo desproporcio-nado. El conjunto podría constituir una escena de orante. La figura zo-omorfa y la técnica empleada, con una herramienta punzante, recuer-dan otros sitios rupestres, ubicados

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Perrot-Minnot, Costa y Manzano

Figura 12. Petrograbados del panel 3. Dibujo: Philippe Costa.

Figura 13. Petrograbados del panel 4. Dibujo: Philippe Costa.

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en la orilla del Río Lempa, como los de la Pintadota Las Brisas, en el de-partamento de Usulután [Jarquín y Martínez 2007]. El panel 4 (Figura 13) re-presenta dos figuras muy pareci-das, con un aspecto antropomorfo y/o zoomorfo. La figura de la dere-cha es un poco más grande que la otra, y está sobre una doble voluta. La técnica de grabado es la misma que la del panel precedente. Ambas figuras están com-puestas por dos elementos cerra-dos y redondeados, para la cabeza y la panza, y líneas sencillas, para los brazos y las piernas (o las pa-tas), en posición abierta. La doble voluta debajo del individuo de la derecha podría ser una cola, pero también, un símbolo del agua. Esta última interpretación acreditaría la identificación de las dos figuras como ranas. Las representaciones del panel 4 recuerdan varios moti-vos de la Cueva Pintada de Ayasta (en el departamento de Francisco Morazán, Honduras), mostrando animales y tal vez chamanes con atributos zoomorfos [Rodríguez Mota, Figueroa y Juárez Silva 2003; Rodríguez Mota 2007]. Los dos in-dividuos de la Cueva del León se comparan también con pictogra-mas de Yaguacire, en el departa-mento de Francisco Morazán, en Honduras; según McKittrick [2008: 180], estos pictogramas podrían

representar a guerreros o cazado-res. La posición de las dos figu-ras del panel 4, una a la par de la otra, expresa tal vez una secuencia, la evolución de una entidad desde su forma más pequeña hacia su for-ma más desarrollada. Tal secuencia se encontraría en el sitio de Las Bri-sas, con la asociación de un par de motivos zoomorfos [Jarquín y Mar-tínez 2007]. El panel 5 (Figura 14), a la extrema izquierda del campo gra-bado de la Cueva del León, repre-senta dos seres zoomorfos para-dos, parecidos uno al otro pero de tamaños distintos (siendo el de la izquierda más grande). La técnica de grabado es la misma que en los paneles 3 y 4. El tamaño de la panza de la criatura de la izquierda hace pen-sar en un animal embarazado. Este tema aparece en las pinturas ru-pestres de la Casa de las Golondri-nas, en el departamento de Sacate-péquez, en Guatemala [Robinson 2001]; y en el sitio ya menciona-do de Yaguacire, en Honduras, los pictogramas incluyen la represen-tación de una mujer embarazada [McKittrick 2008: 181]. El tema constituye una referencia al con-cepto más general de fertilidad. La figura de la derecha, en el panel 5 de la Cueva del León, es más difícil de interpretar, por sus

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Perrot-Minnot, Costa y Manzano

Figura 14. Petrograbados del panel 5. Dibujo: Philippe Costa.

diversas excrecencias. Algunas de las mismas podrían representar patas, un pico y una cola. El panel 5 expresa posible-mente, al igual que el panel 4, algún tipo de secuencia. Se nota una cruz al lado de-recho del panel. Se trata talvez de una herencia del período colonial o moderno, durante los cuales cruces han sido plasmadas sobre sitios ru-pestres, para bendecir lugares don-de se celebraban antiguos ritos pa-ganos. Tales cruces se encuentran, por ejemplo, en La Koquinca, en el departamento de Morazán. Sin em-bargo, en la Cueva del León, un ori-gen prehispánico del petrograbado no puede ser excluido.

Conclusión

La Cueva del León ilustra, a su ma-nera, la riqueza del arte rupestre de las Montañas del Norte de El Salvador, y especialmente la del departamento de Chalatenango. Aunque no muestre una profusión de petroglifos, los mismos revelan una interesante variedad técnica e iconográfica. Las manifestaciones grafi-co-rupestres de la Cueva del León son bastante originales y difícil-mente se podrían comparar con las de otros lugares de Chalatenan-go. No obstante, hemos señalado analogías consistentes (incluso, en términos de asociaciones de moti-

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vos) con varios sitios rupestres, y en particular, con El Letrero, en El Salvador, y Yaguacire, en Hondu-ras. Lamentablemente, hasta la fe-cha, no ha sido posible asociar las representaciones rupestres de la Cueva del León con otros tipos de vestigios, para lograr una datación. Sin embargo, nuestro estudio com-parativo apuntaría hacia un fecha-miento al Postclásico. El hecho de que la Cueva del León haya estado aparentemente alejada de cualquier asentamien-to humano se relaciona quizás con su carácter sagrado. Pudo fungir como lugar de peregrinación. Por otra parte, es interesante notar que ciertos templos de los lencas del si-glo XVI se habrían encontrado fue-ra de los pueblos [Chapman 1978: 27]. La iconografía de la Cueva del León parece referirse al agua y a la fertilidad, pero podría también revestir un significado sociopolí-tico, en una zona montañosa y al paisaje parcelado que se partían, en el Postclásico, los pipiles y los “chontales” (lencas y chortís). Las antiguas divisiones políticas y cul-turales de esta zona de confines y fronteras parecen reflejarse en la diversidad de los estilos rupestres de las Montañas del Norte, así como en las analogías que se pueden es-tablecer con diferentes áreas cul-turales (pipiles, lencas, mayas…),

mesoamericanas y no mesoameri-canas. En la iconografía rupestre de la Cueva del León, ciertos motivos, como la cabeza de serpiente o la fi-gura evocando a Tlaloc, podrían ha-ber constituido símbolos de poder, distintivos de una dinastía local. Como lo expresa muy acer-tadamente Jean Clottes [2009]: “La primera [función del arte rupestre] es la afirmación de una presencia, que se trate de un individuo o de un grupo constituido, cuyos símbolos pertenecen a la tribu o al clan, del los cuales refuerzan el poder y la cohesión. Estos símbolos, estos sig-nos, humanos o animales, marcan las fronteras naturales y el terri-torio tradicional, al mismo tiempo que dan un sentido al paisaje”. En varias partes del mun-do, como por ejemplo en Costa Rica [Hurtado de Mendoza y Gómez Fa-llas 1984; Fonseca y Acuña Coto 1986; Zilberg 1986], se realizaron estudios profundizados sobre la relación entre el arte rupestre y la problemática de las fronteras terri-toriales, sociales y simbólicas. En el caso del arte rupestre de Chala-tenango, Lerma Rodríguez [2009: 35] evoca la posibilidad de que los creadores de las pinturas de la Cueva del Ermitaño “estuvieron dotando de significado a un espa-cio dotado de una frontera natural”. Sería pertinente desarrollar tales reflexiones en El Salvador, un país

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Perrot-Minnot, Costa y Manzano

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Experiencias de la arqueología del rescate

Experiencias de la arqueología del rescate en El Salvador

Fabricio Valdivieso

Resumen

A consecuencia de los daños ocasionados por los terremotos del 2001 a diver-sos inmuebles en el área central de Santa Tecla, se realizaron una serie de traba-jos que dieron como resultado importantes hallazgos en la Iglesia Inmaculada Concepción, en el Colegio parroquial homónimo y en residencias en el Centro Histórico de Santa Tecla. También se da cuenta en el presente artículo de los hallazgos encontrados en la Iglesia El Rosario, del centro de San Salvador y en un sitio arqueológico prehispánico: Tazumal. Todos estos hallazgos responden a la época republicana de El Salva-dor y refieren importante información sobre el comercio y la industria de aquella época, y en el caso de las iglesias, acerca del patrón funerario de los primeros años de la república, entre otros.

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Fabricio Valdivieso

1. El hallazgo de un obispo en Inmaculada Concepción

Después de que el terremoto de 1854 desolara la ciudad capital, la iglesia parroquial Inmaculada Concepción, en Santa Tecla, se pen-só como una nueva catedral. Este nuevo templo fue fundado aquel mismo año por el segundo Obispo de San Salvador Tomás Pineda y Saldaña, quien en 1875 fuese ente-rrado frente al Altar Mayor. Los restos del Obispo fue-ron encontrados a consecuencia de los daños ocasionados al inmueble por los terremotos del 2001. Este inusual hallazgo requirió de inter-vención arqueológica, lo que per-mitió registrar la modalidad de en-terramiento fúnebre de uno de los personajes más célebres de la época republicana. Los restos aún vestían sus ornamentos, y yacían en un lujo-so féretro de vidrio y madera, en el interior de una bóveda. Este importante registro documental representa una sec-ción del informe final elaborado a consecuencia de los rescates ar-queológicos realizados por el au-tor en la ciudad de Santa Tecla, una de las zonas más afectadas por los siniestros naturales acaecidos en 2001.

1.1 Antecedentes inmediatos y generalidades

El sábado 13 de enero del 2001, a las 11:35 de la mañana, un fuerte terremoto de 7.6 grados Richter, con 45 segundos de duración hace sentir su fuerza en todo el territorio salvadoreño y países vecinos, afec-tando gravemente 172 municipios de la nación. Un mes después, el 13 de febrero, la desgracia se agudiza con un segundo terremoto de 6.6 grados Richter. Con 20 segundos de duración, este segundo sismo oca-sionó más daños a las ya deteriora-das estructuras. Tal destrucción fue más evidente en casas y edificios públi-cos de construcciones de adobe y bajareque, así como en las monta-ñas, donde cuantiosos derrumbes sepultaron personas y viviendas. En Santa Tecla se tiene el infausto episodio vivido en la colonia Las Colinas, en donde un alud de tierra proveniente de las montañas al sur que conforman parte de la Cordi-llera del Bálsamo, cayó sobre gran cantidad de hogares y soterró a casi medio millar de personas. El patrimonio cultural reci-bió también su parte en pérdidas, puesto que muchos templos católi-cos con más de cien años de anti-güedad colapsaron, mientras que en otros casos sufrieron tal daño

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Experiencias de la arqueología del rescate

que sus encargados se vieron obli-gados a derribarlos, pretendiendo evitar con ello consecuencias más lamentables y dar inicio con las ta-reas de reconstrucción. Santa Tecla es una de las ciudades mayormen-te afectadas por el sismo. Muchas edificaciones del centro histórico datan del siglo XIX y principios del XX. En San Tecla, el templo Concepción fue evaluado por inge-nieros estructurales, quienes el 17 de enero lo clasificaron con bande-ra roja. Por ello, el Padre Rogelio Esquivel, cura párroco de este, opta por derribarlo y comenzar un pro-yecto de reedificación. Para el día 22 de febrero, el antiguo templo Inmaculada Con-cepción se encontraba completa-mente demolido, a excepción de la torre del campanario construida en la década de los setenta del siglo XX. Sin embargo, mientras se reali-zaban los trabajos de remoción de escombros el tractor arrancó acci-dentalmente un pedazo de la parte superior de una bóveda de ladrillo, localizada en el sector que ubicaba frente al altar mayor los restos del Ilmo. Obispo Dr. Tomás Miguel Pi-neda y Saldaña. Los restos estaban conformados por fragmentos óseos entremezclados con tela en regular estado de conservación, y la combi-nación de fragmentos de madera y vidrio. Este material se encontra-

ba depositado en el interior de un ataúd no muy visible debido a las limitaciones de la perforación acci-dental. Los responsables avisaron de inmediato al Instituto de Medi-cina Legal, quienes remitieron el caso al entonces Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (Concultu-ra), hoy Secretaría de Cultura de la Presidencia. El día 27 de febrero se pre-sentaron al sitio dos arqueólogos de la Unidad de Arqueología de Concultura, quienes constataron que efectivamente se correspon-día a un entierro. Se trataba de un cuerpo en el interior de un féretro, y este mismo en el interior de una bóveda de ladrillo. Inmediatamente se realizó un rescate arqueológico con limi-tantes de tiempo y recursos extre-madamente reducidos. Se extendió la excavación y la limpieza del ras-go con la colaboración de un obrero destacado en la zona, y con ello se obtuvo un mejor detalle del rasgo en su contexto y se identificaron los limites del entierro. Se tomaron alturas y medidas y se obtuvieron fotografías, al mismo tiempo en que se obtenían dibujos, que no pasaron de ser sucintos debido a la presión de los encargados por libe-rar cuanto antes la zona de trabajo. Se dedicaron únicamente seis escasas horas de ese mismo día para rescatar cuanto antes aquellos

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restos arqueológicos. Por tratarse de una iglesia se creía en la posibili-dad de encontrar más entierros, lo que conllevó a denominar el rasgo como Entierro 1. En este rescate, las herra-mientas utilizadas fueron una cá-mara Fuji Work Record y otra Ca-non EOS Kiss, cordel, nivel de pita, brújula, cintas métricas de cinco y 50 metros, cuchara para excavar, escobillas, plumones marcadores, bolsas plásticas transparentes, ca-jas de cartón para clasificación y almacenaje, libreta de campo, cla-vos y cordel. También se consideró necesaria la ayuda del tractor para la realización de calas de prueba de manera inmediata. De este modo se tomaron los datos para luego ex-traer los restos y colocar los restos ya clasificados en las cajas. Se al-macenó vidrio, metal, madera, tela, yeso, osamentas, y otros. Finalmen-te se elaboró un reporte técnico, y los restos fueron entregados a la parroquia.

1.2 Entierro 1: la tumba de un Obispo

El entierro está conservado en un 70 %, su estado es de regular a pé-simo, debido a que la humedad que prevalece en los suelos del llano de Santa Tecla contribuye a que el ma-

terial orgánico depositado en este se desintegre en menor tiempo que en otros sitios. En este sentido, se tienen suelos cuyo material orgá-nico es altamente vulnerable a su contacto. La bóveda en que descan-saba el féretro contribuyó a aislar buena parte de la humedad, permi-tiendo que el ataúd y su contenido relativamente se conserven. El entierro se compone de tres partes:

a. Bóveda: recámara en la cual se deposita el ataúd.

b. Féretro: caja donde se deposita el cuerpo u osamentas.

c. Osamentas: los componen los huesos cubiertos por los orna-mentos.

Los restos de ornamentos y los vestigios humanos eran casi inde-cifrables debido al mal estado de conservación. La tela que envolvía el cuerpo presentaba un estado de conservación de regular a pésimo, tanto que en ciertos casos se des-integraba al pretender extraerla. También los huesos se presentaban en malas condiciones; se percibían algunos huesos largos (como costi-llas y fragmentos de extremidades) y huesos irregulares en menor den-sidad. Las osamentas se extrajeron en bulto junto a los ornamentos. Se utilizó para ello una lámina que, co-

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Experiencias de la arqueología del rescate

locada bajo el cuerpo, se introdujo lentamente a manera de pala. Pos-teriormente se colocaron en dos cajas. Mientras tanto, el féretro presentaba un 75 % de conserva-ción. Este estado de conservación favorable se debía en parte a la na-turaleza de los materiales, cuyos componentes permiten explicar la originalidad de su forma. Se trata-ba de una lujosa urna fúnebre de vidrio y madera, con detalles de-corativos exteriores elaborados en yeso y forros de tela sobre la ma-dera, como parte de la decoración. El cierre del féretro era un candado muy propio de la época. Los vidrios se encontraron fragmentados, en su mayoría sobre las osamentas. La madera por su parte se percibía semidescompuesta debido a la hu-medad del suelo, pero aún en buen estado. En cuanto a la bóveda, esta se encontraba en un 90 % bien con-servada, a excepción del golpe acci-dental proporcionado por el trac-tor que la encontró. Dicho golpe le extrajo un gran pedazo de su parte superior, lo que le permitió el con-tacto con la superficie o exterior. Al observar los atributos de la tumba y su contexto, a prime-ra vista, es posible confirmar que efectivamente se trata de un per-sonaje importante. Ahora bien, se tiene una placa fúnebre que reza en

latín el nombre del Obispo Tomás M. Pineda y Saldaña, y está locali-zada esta en la otrora primera co-lumna del lado norte en el interior del templo, casi frente del ya reti-rado altar mayor. Del mismo modo, se tienen datos provenientes de fuentes documentales que indican que el obispo fundador del templo, Tomás Pineda y Saldaña, mani-fiesta su deseo de dormir el sueño eterno a los pies de la Virgen Pu-rísima. Además, se ha confirmado que esta persona fue enterrada en un cajón de cristal, madera y zinc. Este dato fue comprobado, ya que fue la única tumba existente frente al altar mayor, y posee las mismas características proporcionadas por las fuentes documentales. En otras palabras, Tomás Pineda y Saldaña fue sepultado frente al altar mayor de «su templo»; también fue el úni-co sacerdote cuyo sepelio es regis-trado en este templo. De este modo, queda claro que el entierro encon-trado refiere al segundo Obispo de El Salvador Dr. Tomás Miguel Pine-da y Saldaña, quien falleció la no-che del 6 de agosto de 1875, y fue sepultado el día 8 del propio mes. Por las características del hallaz-go, el obispo Saldaña tuvo honras el día de su sepelio, siendo en este sentido muy admirado y querido por la sociedad del siglo XIX.

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Datos técnicos

Condiciones: El entierro se localiza a 196° AZ y a 29.80 metros de la arista de la pared oeste de la capilla de la parroquia. Su orientación es la misma que tenía el desapareci-do templo en forma de cruz latina. Se trata de un entierro cuyas osa-mentas se presentan en depósito indirecto, de carácter primario, en posición decúbito dorsal extendi-do, en estado de conservación que tiende de lo regular a pésimo, hasta el grado de pulverulencia húmeda, envueltas en su hábito que envuel-ve al individuo. Se localizaron en el interior de un féretro asentado en el interior de una bóveda.

Bóveda: Sus materiales construc-tivos comprenden argamasa de cal y ladrillo rojo. La base o suelo inte-rior se compone de baldosas rojas de 20 por 20 cm a cada lado, con 3 cm de grosor. Las paredes interio-res fueron construidas de modo que se cierran en forma de arco o bóveda. Todo el espacio mide 2.40 m de largo con 80 cm de ancho, con profundidad de 80 a 100 cm aproximadamente.

Féretro: El arranque del féretro se tiene a 80 cm de profundidad. Se compone de vidrios transparentes planos, madera, forro de tela y yeso decorativo que circunda su exterior. Ninguno de los vidrios se recuperó completamente, algunos estaban sobre las osamentas. Estos vidrios conformaron la parte superior del féretro. Algunos fragmentos largos de los vidrios laterales aún per-manecían in situ con relación a su posición original, es decir, la misma posición que tenía al momento en que el obispo fue sepultado. Algu-nos vidrios tenían de ancho 21.5 cm y un largo variable que lógica-mente no excede las dimensiones del ataúd. Sobre el cuerpo se encon-tró un madero largo de 20 cm de ancho y 200 cm de largo, el cual fue parte de la sección superior del mueble, lo que da lugar a creer que este formó aparentemente el punto de intersección de las hojas de vi-drio laterales para que esta luciera como paredes de vidrio recto con-vergentes, conformando así la tapa del ataúd. La tela que forra los exte-riores de madera se encuentra en pésimo estado de conservación, en el cual difícilmente se perciben algunos dibujos de flores, con un desgastado color rojo. No fue posi-ble identificar este tipo de tela.

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Como se menciona en lí-neas anteriores, en la madera se percibe una decoración de yeso al contorno exterior, color dorado, con ligeros relieves en pésimo es-tado de conservación. Se encuentra también, en el lado norte del mue-ble, un candado con cerradura al centro que enganchaba al mismo tiempo dos argollas de roscas que se atornillaban al madero, para ce-rrar el ataúd. El resto de la madera que conformaba la base del féretro se encontraba en regular estado de conservación. Se dejaba ver la ma-nera en que esta sujetaba los vi-drios que conforman las paredes laterales y sirven como mostrador. El fragmento más grande de la pie-za mide 43 cm de ancho por 1.86 de largo. Las piezas laterales de la par-te inferior del féretro son planas y divergentes. Entre la madera se encuen-tran artefactos metálicos como cla-vos forjados que por lo general mi-den 7 cm de largo. Se recuperaron 20 muestras en regular estado de conservación.

Otro detalle adjunto al féretro: Cabe agregar que en el exterior del fére-tro y al interior de la bóveda, en la esquina suroeste, se encontró una botella de vidrio adherida a una base de argamasa, la cual presun-

tamente pudo contener vino. Esta botella mide 21.5 cm de largo con 6.5 cm de diámetro máximo y 2 cm diámetro mínimo.

Cuerpo y ornamentos. Tal como se menciona en otras líneas, el cuerpo se encuentra in situ en el interior del féretro, dentro de sus orna-mentos, con orientación este-oeste. Sobre los ornamentos yacen frag-mentos de vidrio largos y algunos pequeños en escombro, como par-te del féretro colapsado; cubren y presionan los restos óseos. La presión del vidrio sobre los orna-mentos propició una conservación favorable en los colores y formas de los tejidos, ya que el mismo cristal le protegió de otros contactos den-tro del lecho. En otros casos estos textiles se encontraron en mal esta-do de conservación, a tal grado que al pretender extraerlos se rompen, quedando en los dedos del arqueó-logo. Por esta razón se hace suma-mente necesario tener a la mano al-gún consolidante adecuado al caso, y tecnología apropiada, cosa que no fue posible por la escasez de tiem-po para conseguirlos. Es común, aun en nuestros días, enterrar sacerdotes con sus ornamentos. Por lo general, los sa-cerdotes son vestidos con un alba o sotana, luego la estola y sobre esta, la casulla. Algunos obispos se los entierra con mitra, pero en este

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caso Tomás Pineda y Saldaña no fue enterrado con mitra. Se cree que probablemente fue sepultado con solideo, aunque no fue reconocido debido al alto grado de descompo-sición del material. Los restos de los ornamen-tos muestran lentejuelas metálicas, hilo metálico, malla decorativa y un traje elaborado con un material similar al terciopelo, detalles que se conservaron por encontrarse debajo del vidrio que ligeramente los protegía. La tela muestra dibu-jos de flores tejidas. El fondo de la misma se percibe de color rojo y café. Aparecen también restos del calzado, específicamente el tacón y parte de la suela. En cuanto a los huesos, la mayoría están, como se mencionó, entre la tela de la indumentaria, de regular a pésimo estado de con-servación debido a la humedad del suelo de la zona. Gran parte de los huesos se caracterizan por ser lar-gos, y otros irregulares.

Destino de los restos del Obispo

En marzo de 2001, los responsa-bles informan que los restos fue-ron incinerados y colocados en una pequeña caja especial para trasla-darlos a Catedral Metropolitana, y luego serán trasladados a la nueva Iglesia Concepción para ser ente-rrados nuevamente. Todo ello se da

bajo la autorización del Arzobispa-do de San Salvador, a cargo de Mon-señor Saenz Lacalle.

Calas de prueba

Paralelo al rescate del Entierro 1 se realizan dos (2) calas de prueba en sectores estratégicos en el área que ocupó el antiguo templo, donde se sospecha que pueden existir más restos o rasgos de interés. Entendemos el término «cala de prueba» como una exca-vación no controlada, realizada con el fin de detectar restos materiales o suelos culturales que ameriten observación arqueológica. Se opta por desarrollar calas en lugar de sondeos arqueológicos formales, debido a las limitantes de recursos y tiempo. La cala determinará la zona de mayor interés, en donde el arqueólogo pondrá en práctica la técnica, y cuyos sectores figuraran como unidades arqueológicas que permitirían la integración de los elementos dentro de un contexto espacio-tiempo mediante normas científicas. En este caso se justifica la utilización de calas por tratarse de un rescate arqueológico con limi-tantes extremas.

Cala 1. Por falta del recurso huma-no y la escasez de tiempo, esta cala, al igual que la Cala 2, se excavó con

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el auxilio de un tractor como única herramienta disponible, el cual fue monitoreado minuciosamente por el arqueólogo. De este modo se ex-cavaron siete (7) metros hacia el sur del Entierro 1, y cinco (5) metros hacia el oeste, con una profundidad de 175 cm. Aquí se identificó un es-trato de tierra café clara, compacta, limosa y fina, la cual serviría como relleno o terracería. Entre esta tie-rra se perciben dos huellas con cor-te perfectamente definido, de color negro, húmedo, revuelto, limosa y suave, semiconsistente. Se cree que esta última es la huella dejada por los pilares del templo. Esta cala per-mite concluir que el sector central del templo carece de otro entierro, siendo el de Tomás Pineda y Saldaña el único.

Cala 2. La Cala 2 se realiza con el auxilio de un tractor, en el sector localizado bajo la torre del campa-nario moderno. En el primer nivel de esta torre yacían en sus paredes y en el piso siete placas fúnebres, que más adelante expondremos. Se sospecha, entonces, que es posible localizar más entierros, entre ellos el del Gral. Nicolás Angulo (1809 - 1879). Esta cala únicamente con-tiene tierra de relleno o terracería parecida a la de la Cala 1 (café cla-ro, compacta, limo, fina), lo que nos permite creer que los restos de las

personas ahí enterradas fueron en algún momento removidos hacia otro sitio. Probablemente se extra-viaron, o bien esas placas fueron puestas en ese lugar provenientes del puesto original. Si el caso es que siempre estuvieron ahí, es posible que los cuerpos fueran removidos cuando construyeron la torre del campanario en los años setentas del siglo XX.

Placas:

1º pilar al norte, de cara al sur, fren-te al altar mayor: En latín: Thomas M. Pineda et Salda-ña (sin fecha).

Bajo la torre del campanario:• Nicolás Angulo (1809 - 1879)• Da. Ángela González de Traba-

nino• Juan J. Saldaña (1878)• Juana Francisca Velázquez

(1880)• Gertrudis P. y Saldaña (1865)

(Primer entierro en el templo)• Carlos Portillo Velis• Francisco Escolán (1871)

Gratitudes: • León XIII - Ocaso del Siglo IX.• Juan Pablo II - Ocaso del Siglo

XX.

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2. Hallazgos arqueológicos en Colegio Parroquial Inmaculada Concepción

Los trabajos de demolición en la Parroquia Inmaculada Concepción continuaron, de modo que el día 16 de abril de 2001 se notificaron nue-vos hallazgos en el sector ocupado por el Colegio Parroquial Inmacu-lada Concepción, en la esquina su-roeste. El nuevo hallazgo arqueoló-gico se debe a una excavación reali-zada por el tractor que nivela dicha área, de la cual se obtuvieron datos de lo que fue un basurero proba-blemente de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El 17 de abril del mismo año se presentó el arqueólogo al sitio y logró recuperar una regular muestra de material, como bote-llas (completas y fragmentadas), fragmentos de vidrio, una paila de metal, huesos, entre otros. También se hicieron dibujos y fotografías. En esta ocasión no fue posible realizar un rescate arqueológico adecuado debido a los avanzados trabajos de reconstrucción en la zona y a la carencia de recursos. Sin embar-go, los rasgos registrados, grosso modo, enriquecen el conocimiento que se tiene de los depósitos de de-sechos sólidos de aquella época, y la morfología en determinados ar-tefactos. Todos estos restos están asociados a ladrillos de barro coci-

do y piedras de diversos tamaños revueltas en tierra negra. El depósito subterráneo, o «basurero», se percibe a 130 cm desde su boca o abertura (cuyo diámetro tiene 2.47 cm), con pro-fundidad de 0.80 cm (2.70 cm de diámetro) con base o fondo aun in-definido.

Material recuperado

a) Huesos. Se tiene un total de 19 fragmentos posiblemente de ani-mal (?), entre los cuales figuran ocho fragmentos irregulares, cinco largos, dos planos y cuatro irreco-nocibles.b) Porcelana. Se tiene un total de 5 fragmentos, entre los que figuran tres bordes de tazas con decora-ción, una base anular y un cuerpo decorado.c) Metal. Se obtiene la muestra de una paila completa, con decoración azul en el borde, semi oxidada y craquelado.d) Botellas. Estas posiblemente contenían vino, ginebra, cerveza, u otros licores.

• Se tienen 7 botellas comple-tas, en cinco tipos diferentes. Una de las botellas es de ce-rámica y el resto son de vi-drio. Estas tienen una altura

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máxima de 28 cm con un mí-nimo de 8 cm, con un ancho de 9 cm máximo y un 5 de mínimo.

• Se tiene una botella de vi-drio, completa fragmentada.

• También se recuperan 11 ba-ses diferentes: nueve son de vidrio, con 8 cm de diámetro máximo y 6 cm de diámetro mínimo. Dos de estas bases contienen papel tornasol, con 3 cm de diámetro máxi-mo con 6 cm de diámetro mínimo. Se tiene 2 de bases elaboradas en cerámica, con 8 cm de diámetro máximo.

• Se obtienen 4 boquillas, to-das de diversa forma, con 2 cm de diámetro mínimo y 3 máximo.

• También se recuperan 11 cuerpos fragmentados, cua-tro de cerámica y siete de vi-drio, pertenecientes a cinco tipos distintos de botellas.

e) Vasija. Se tiene 1 fragmento de vidrio de considerable tamaño, aparentemente forma parte de un plato frutero, con decoración en re-lieve. Sus medidas son de 24 cm de largo con 6 cm de alto.

f) Fragmento desconocido. Se recu-peró un fragmento de un hueso de-corado (?).

Conclusiones preliminares

Se cree que este hallazgo es un basurero de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Dicho lugar fue ocupado primeramente por el Colegio Tridentino, luego el Colegio Champagnat, seguido por el Colegio San José y finalmente por el Colegio Parroquial Inmaculada Concepción hasta nuestros días. La hipótesis es que posible-mente, en la época del Colegio Tri-dentino, antes de la colocación de la primera piedra para su edificación el 2 de septiembre de 1858, fue uti-lizado este espacio como basurero. Se cree así, puesto que la tierra ne-gra que forma el segundo estrato y al mismo tiempo el contenido del depósito, luce como una capa que en un tiempo formó parte de una superficie plana (el suelo natural). Sobre esta se colocó una capa de tierra para compactar y dar espa-cio para la nueva estructura. Sin embargo las conclusiones quedan abiertas a futuras investigaciones. En la temporada de excava-ción arqueológica de 1999, realiza-da en el Templo Santiago Apóstol en Chalchuapa —el cual data des-de el siglo XVII y contiene rasgos del siglo XIX— fue posible encon-trar un basurero en el sector Este del mismo, bajo la antigua bodega. Este basurero tiene una forma dife-

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rente al del Colegio Parroquial In-maculada Concepción, sin embargo los materiales contenidos son muy similares, excepto que los del tem-plo Santiago Apóstol contiene ma-yor cantidad de restos orgánicos que materiales sólidos. En aquella ocasión también se encontró, entre vidrios, cerámica, porcelana, hue-sos, monedas de plata, metales no identificables y una botellas muy parecidas a las aquí encontradas.

3. Arqueología en las residencias del Centro Histórico de Santa Tecla

El día 24 de abril de 2001 se rea-lizaron recorridos en algunas re-sidencias que en ese momento se encontraban en labores de recons-trucción, para lo cual se tuvo que perforar el suelo y preparar la co-locación de zapatas que se utiliza-rían en las nuevas estructuras. Se tiene el reporte de dos residencias en las cuales se presenta material enterrado y acumulado, sumado a otros hallazgos tenidos en varias residencias de la zona , los cuales no fueron registrados por los ar-queólogos.

Nutrivid (Clínica Naturista), 4° Av. norte, # 3 - 10

Se desconoce el antecedente his-

tórico de esta residencia. Cerca de la entrada principal de esta casa se localizó una concentración de ma-terial en baja densidad, a 90 cm de profundidad en un diámetro de 90 cm. Se tienen ocho fragmentos me-tálicos desconocidos, tres fragmen-tos cerámicos, un fragmento de bo-tella y un tintero fragmentado.

Venta de Plátano y Banano, calle Daniel Hernández, # 2-5, al sur de la Parroquia Concepción

Se trata de una residencia que ante-riormente fue ocupada por alguien de la alta sociedad. Sin embargo, se desconocen sus antecedentes históricos. Aquí se tiene nota del hallazgo de un plato de porcelana y una base de vidrio. También se notifica la presencia de restos de candelabros metálicos que no pu-dieron recuperarse.

4. Armas en Nuestra Señora de la Asunción de Ahuachapán

Antes de empezar a excavar en Nuestra Señora de la Asunción, en Ahuachapán, se sabía de un mito re-lacionado con ciertas armas ocultas en el interior de la parroquia: «Se dice que un día se ocultaron armas en la casa parroquial del templo», comentaban el Dr. Horacio Magaña y el Padre Carlos Álvarez. El dato

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era solo una fracción de la tradición oral que no muchos conocían, cuya minúscula referencia poco definía la historia aún no escrita. Percatan-do en el curioso mito, el siglo XX ha-bía dejado algunos recuerdos. Habían pasado ya cuatro temporadas de intervenciones ar-queológicas, desarrolladas duran-te los trabajos de restauración del histórico templo a raíz de los daños ocasionados por los terremotos de 2001. Aquella época de investiga-ciones dejó un exquisito mosaico de hallazgos e información cultural que entrelazan la fuente documen-tal con la evidencia material. Lo an-terior permitió la elaboración de un importante informe arqueológico y texto denominado «Una Visión del Pasado desde Nuestra Señora de la Asunción de Ahuachapán», docu-mento inédito ahora localizado en el Departamento de Arqueología de la Secretaría de Cultura y en algunas bibliotecas nacionales. Aquel infor-me resume muchas horas de lectura y archivos, mesas de análisis, escri-torio y actividad en campo. El estu-dio fue la búsqueda de una prudente interpretación que detallase la his-toria local a través de los artefactos y rasgos arqueológicos. En principio, la investiga-ción giraba en torno a los hallazgos de restos óseos que apuntaban a un cementerio colonial —posterior-mente, republicano— suscitados

en templos anteriores al actual, en la misma área. Así se sumaba el hallazgo de cerámica, vidrio y por-celana del siglo XIX que se eviden-ciaban como parte del ripio y la mezcla de una antigua modalidad constructiva de aquel viejo siglo, de cuyo suelo emerge el inmueble que ahora conocemos. Pero por su lado, en otras investigaciones se había ya suscitado el hallazgo de restos de un antiguo asentamiento indígena del periodo preclásico, localizado bajo los entierros republicanos en la nave central de la iglesia. La historia de esta limitada área se remonta a épocas lajanas. Tras toda esta rica informa-ción no sospechábamos que luego, entre el enlace de épocas fundidas en un solo espacio en las entrañas del templo, fue en la última tempo-rada de excavación cuando acontece el inesperado hallazgo. Se trataba de un considerable lote de armas y municiones en el contexto arqueo-lógico de una época muy recien-te. Sin precedente alguno más que aquel conocido rumor de las armas, la arqueología abriría nuevamente un viejo expediente que traería a la luz algunos hechos suscitados en el corazón del siglo XX, incorporando la historia del templo en la cotidia-nidad política de aquella convulsa época. Con este relevante hallazgo se cierra la quinta temporada de

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investigaciones arqueológicas en Nuestra Señora de la Asunción de Ahuachapán. Y fue así, a no más de tres generaciones, como se logra constatar que aquel ‘mito’ de las armas ocultas fue siempre una ver-dad.

El hallazgo

Durante la tarde del 13 de octubre de 2003 transcurrían las excavacio-nes de reconocimiento de rasgos culturales y registro de suelos en el pequeño jardín de la casa parroquial del templo. A menos de 30 cm de la superficie, uno de los trabajadores encontró una munición no detona-da calibre 7 mm, lo cual fue motivo suficiente para concentrar nuestro interés en el reducido espacio don-de estaban algunas macetas. Tomando con seriedad aquel rumor de las armas, se trazó una cuadrícula de excavación que cubría 4.15 m de largo con 1.43 m de ancho, al contorno del hallazgo. Para realizar esta excavación fue indis-pensable contar con la colaboración de un buen amigo y colaborador del Departamento de Arqueología, Lic. Giovanni Zaghini, especialista en ar-mas, quien incorporó un detector de metales al rastreo de estas eviden-cias y con su conocimiento aportó importante información para el re-gistro de material armamentístico,

lo cual permitió nutrir la interpreta-ción del hallazgo. De este modo, la excavación logró detectar, primeramente, ocho fusiles de 1.23 cm de largo, coloca-dos de cuatro en cuatro en direccio-nes contrarias (este-oeste y oeste-este). Debido a la acidez del suelo, los fusiles se encontraban en pési-mas condiciones de conservación: carecían de sus partes de madera (como la culata), lo cual ofrece una referencia anticipada del tiempo en que debieron permanecer enterra-das. Estas armas aún conservaban las alzas de mira regulables y las argollas en las que se enganchaba el portafusil (correa); aún eran no-torias las puntas de mira y el engan-che para la bayoneta. De antemano se constató que se trataba de fusi-les de cerrojo con cargador interno para almacenar cinco cartuchos de tiro 7 mm. El cerrojo estaba a 90 grados del fusil, al tiempo en que es-tos se encontraban cerrados. Estos fusiles, al momento de enterrarse, fueron depositados sobre abundante munición. Esta se econtraba en cajas de cartón, cuyos restos aún se estaban adheridos a los cartuchos. Dichas cajas conte-nían 20 cartuchos cada una. El esta-do de conservación de los cartuchos supone un alto grado de oxidación, mientras que otros todavía se perci-ben intactos. En el mismo contexto, con-

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tiguo a los fusiles en el sector oeste, se encontró otro lote de munición de 7 mm depositado a granel. Con-secuentemente, a 85 cm de distan-cia hacia el sector este se obtuvo un tercer lote de municiones también depositado a granel. La munición encontrada nunca fue detonada. Es curioso que en este último rasgo, entre los cartuchos de munición, se encontró una rasuradora metálica de dos piezas y una interesante me-dallita de la Virgen de la Milagrosa. Al concluir la excavación se contabilizó un total de 1,391 cartu-chos de munición de 7 mm, sumado a los ocho fusiles de cerrojo, cada uno con sus accesorios —la placa de culata y gancho de cincheta trasera. El análisis de Zaghini nos permite considerar que estos fusi-les son de manufactura española de la fábrica Oviedo, cuyos modelos se produjeron entre 1909 y 1910, utili-zados en la primera mitad del siglo XX.

Datos del fusil. El Oviedo realmente se conoce como Mauser Español. En esta versión, España tomó como base el fúsil Mauser Alemán produ-cido en 1893, siendo este último el precursor del cerrojo. La diferencia entre el Mauser Alemán y el Mau-ser Español es determinada por la posición del cerrojo, un dato muy importante que nos permite algu-

nas interpretaciones que se detallan más adelante. El Mauser Español es un arma utilizada en la guerra civil española, preámbulo de la segunda guerra mundial, siendo estos los más robustos y avanzados de su época. Este fusil era muy preciso y potente, algo muy importante para la infantería. Los Mauser constitu-yen un sistema de repetición para cinco cartuchos y uno en la recá-mara. Sus partes principales son un cañón de tres cuerpos escalonados, unidos por medio de roscas al cajón de los mecanismos de alimentación en su interior, el mecanismo de dis-paro y los elementos de seguridad y puntería, y finalmente la caja y el guardamano de madera. Estos mo-delos pueden apreciarse en el Mu-seo Militar en San Salvador. El Mauser Alemán era el arma oficial utilizada por el ejercito de El Salvador en la primera mitad del siglo XX, mientras que el Mauser Español u Oviedo, era distribuido en países como México, Brasil y Uru-guay; en América Central lo utilizó Guatemala. De este modo, la posición del cerrojo ha permitido reconocer la fábrica del fusil, siendo este un Oviedo, y según algunas referencias podría tratarse de un arma pertene-ciente al ejército guatemalteco.

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Otros hallazgos posiblemente relacionados

Hemos de señalar también otro hallazgo relacionado a la época de las armas. Se trata de una recámara subterránea localizada bajo la sa-cristía de la misma casa parroquial, a pocos metros del jardín. Consis-te en una curiosa habitación cuya profundidad oscila los 3.81 m, en un área de 2.5 m de largo que corre de norte a sur, y 1.30 de ancho, de este a oeste. Esta oscura recámara se presenta como una bóveda de cañón sostenida por columnas con detalles arquitectónicos ornamen-tales, y cuya área total le componen tres espacios formando una T. A dichos espacios les denominamos ‘ala norte’, ‘ala sur’ y ‘centro’. Una de las paredes en el ala norte contiene dos nichos cuya fun-ción es desconocida, los que apa-rentemente sugieren escondrijos. En la misma ala se tiene una per-foración o pequeño pozo en cuyo interior encontramos un antiguo candelabro decorado con una cruz soldada en hierro. Este artefacto sugiere doble funcionalidad: cruz y candelabro. Mientras tanto, en el ala sur, en la parte superior de la bóveda se tiene un orificio que traspasa la pared hacia el exterior, y sugiere un respiradero o entrada de aire. Nadie pudo proporcionar información relacionada con esta

habitación, por ello permanece completamente desconocida su función. Algunos creemos que se trata de un escondite. Su construc-ción es similar a los estilos arqui-tectónicos eclécticos de la primera mitad del siglo XX. Se reporta que en aquella época, por los años 30, se realizaron algunas remodelacio-nes al inmueble, las cuales posible-mente dieron lugar a la construc-ción de este espacio sin que fuese divulgado. Curiosamente, tanto su estilo arquitectónico y constructi-vo, como las fuentes orales y docu-mentales relacionadas a las remo-delaciones del templo, nos sugie-ren que esta habitación data de la misma época de las armas: primera mitad del siglo XX. Surge así una pregunta más compleja, ¿las armas, la recámara o escondite y el templo son un con-junto? Las preguntas pueden que conduzcan a considerar el papel ju-gado por la iglesia, o por los encar-gados de esta iglesia, en la primera mitad del siglo XX.

Recámara y armas: una interpreta-ción del hallazgo

En conversación personal con el Dr. Horacio Magaña, ahuachapaneco de distinguido abolengo, en cuan-to al yacimiento de fusiles y muni-ciones en la parroquia del templo,

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comenta que siempre se ha creído que este armamento se depositó en consecuencia a la rebelión en contra del Gral. Maximiliano Her-nández Martínez, del 2 de abril de 1944. Agrega el Dr. Magaña que en aquel momento se realizaron mo-dificaciones al templo, lo cual po-siblemente tenga también relación con la construcción de la recámara localizada en el sector de la sacris-tía. Ahondando un poco más en la traición oral, fue posible que este material fuera detectado en los años cuarenta del pasado siglo, por el entonces párroco del templo Padre Francisco Echevarria, Misio-nero Josefino, quién fungió entre las fechas comprendidas del 11 de diciembre de 1942 al 1 de febrero de 1953. Posiblemente para evitar cualquier dificultad con las autori-dades de la época, el padre Echeva-rria decidió sepultar el armamento. Desde aquel momento existió el rumor de la presencia de armas en el sector del jardín de la casa parro-quial. La tradición oral no especi-ficó nunca mayores datos sobre la procedencia de estas armas, ni la cantidad y cualidades. Con este hallazgo puede tenerse una posible referencia en cuanto a la funcionalidad de la recá-mara: ¿se trataba de un escondite?.

Para explicar la presencia de este armamento, deberemos retomar documentos de la época y con ello concebimos algunos su-puestos que permitan posibilidad para esclarecer el hecho. De este modo, partiendo de los argumentos de la tradición oral, tomaremos otras fechas que sugie-ren posibilidades. Consideraremos el 2 de diciembre de 1944, tomando en cuenta el año de referencia se-ñalado por el Dr. Magaña. Durante aquella época en el siglo XX, El Sal-vador se fundía en el espectro po-lítico acarreado tras la caída de la dictadura martinista. El transcurso de aquel 1944, luego de numero-sos incidentes políticos, la pugna y la inconformidad llevó al país a su crisol, luego que el Coronel Osmín Aguirre y Salinas conquistara el po-der. Los principales periódicos del 2 de diciembre de 1944, redactan la alarmante noticia referente a al tiroteo suscitado la noche anterior, entre las 10:30 y 12:00, que sem-bró intranquilidad en San Salvador. Se vivía un ambiente de inseguri-dad política en la región. Un grupo de revolucionarios encabezados por el Dr. Arturo Romero, desde Guatemala, pretendían derrocar al entonces presidente salvadore-ño. De este modo se rumoraba que desde el vecino país saldría una in-vasión. En respuesta, el Presiden-te Aguirre estableció una base de

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operaciones militares en Santa Ana y minó la carretera que de la ciudad de Ahuachapán conduce a la misma. Hecho esto, los revolucionarios que venían de Guatemala entraron por Ahuachapán. La historia escribe, para aquel 2 de diciembre, una san-grienta batalla en los llanos del Es-pino, contiguo a la ciudad, en la que tropas de refuerzo lograron aplacar a los revolucionarios. Aquello termi-nó en numerosas muertes. El llano fue el escenario donde se vivió uno de los más duros episodios bélicos que el siglo XX recordaría para esta ciudad. Ahora bien, otras referen-cias nos indican que Guatemala uti-lizaba fusiles españoles Oviedo, si-milares a los encontrados en la casa parroquial del templo a Nuestra Se-ñora de la Asunción, mientras que en El Salvador el arma oficial del ejército era el fusil Mauser de origen alemán, muy similar al Oviedo, con la diferencia determinada por el án-gulo del cerrojo, como se ha dicho en párrafos anteriores. Se desprende la posibilidad de que, por tratarse de una ciudad fronteriza con Guatema-la, y en adición a la inestabilidad po-lítica de la época, así como al papel de la iglesia en aquel contexto, esta cámara fue construida años antes, durante las restauraciones señala-das por el Dr. Magaña, posiblemen-te con algún objetivo relacionado al caos político de aquellos años.

Para algunos analistas, la iglesia evitaba cualquier dificultad que pudiera ocasionar confronta-ción con el gobierno y los militares. Debido a ello, se reprimía todo in-tento discordante dentro del clero que fuese en contra del capitalismo y de la clase gobernante cafetalera. Posiblemente eso motivó a que se escondieran esas armas, y así evitar cualquier problema con las autori-dades de la época. Puede que aque-llos incidentes tuvieran relación con estas armas. Si estas fuesen armas de uso exclusivo del ejército de Gua-temala o aquel país era uno de los receptores de este armamento, la pregunta será: ¿porqué se encon-traron estas armas en el interior de una iglesia salvadoreña?, ¿decomi-so?, ¿reserva?, ¿deshecho? Las ver-daderas intenciones —con un tinte escéptico, aunque se cuente con evi-dencias escritas— quedará solo en la memoria de los protagonistas.

5) Exhumación y arqueología de rescate a los restos del Prócer In-dependentista Gral. Manuel José Arce

Muerte de un prócer

Según La Gaceta del Salvador co-rrespondiente al 17 de diciem-bre de 1847, el Gral. Manuel José Arce murió el día 14 de diciembre

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del mismo año en la casa del Gral. Fermín Paredes, ubicada frente a la Administración de Rentas, en el barrio La Vega de San Salvador, a la edad de 60 años. Los restos mortales del Gral. Manuel José Arce fueron se-pultados frente al Altar Mayor del antiguo templo La Merced. El ac-tual templo La Merced, donde se ubicó la tumba del Gral. Manuel José Arce, se localiza en la 10ª Av. Sur y 6ª calle oriente, en el centro histórico de San Salvador. La edición del 5 de sep-tiembre de 1978 del periódico El Diario de Hoy publica que los restos del Gral. Manuel José Arce fueron exhumados, sin que el reportero lograse conseguir mayor informa-ción referente a motivos o técni-cas utilizadas. Las fotografías de aquella exhumación, archivadas en la Secretaría de Cultura, poseen fe-cha de los meses abril y mayo del mismo año. Este entierro de 1978 se localizaban en el sector Sureste de la actual iglesia. Para esa fecha, esos restos fueron trasladados a una capilla edificada en el sector sur del templo, la que luego fue co-nocida como «Capilla Cívica», fren-te al Cristo Crucificado. Durante los últimos años, esta capilla contuvo una lápida fúnebre alusiva al pró-cer. No se tiene dato de alguna exhumación realizada a los restos

antes de 1978. Tampoco se tienen notas de interés científico tomadas de la exhumación de ese mismo año. Habrá que considerar que aquella exhumación de 1978 pudo ser la primera intervención a los restos del prócer desde 1847. Par-tiendo de ello, alguna nota nos pu-diese dar a conocer si estos restos estuvieron siempre desde 1847, en el lugar antes mencionado. De ser así, con la presencia de un arqueó-logo en aquel momento, se hubiera obtenido nota de anteriores inter-venciones, saqueos, o en caso de encontrarse in situ, se tendría un patrón de enterramiento, modali-dades funerarias, forma y naturale-za del féretro, vestimenta, posición de objetos, orientación del entie-rro, materiales y naturaleza de los artefactos contenidos tanto en el interior del féretro como en el in-dividuo. Con el interés de conocer patrones funerarios y registrar me-diante la técnica arqueológica todo detalle de la célebre tumba, la figu-ra de «exhumación» adoptó el tono de «rescate arqueológico», como se expone a continuación.

Actividades de exhumación

La Unidad de Arqueología, por me-dio de la entonces Coordinación de Investigaciones de Concultura,

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conformó un equipo de trabajo para el rescate de muestras de in-formación cultural contenidas en el entierro. Este equipo se compu-so de la siguiente manera: para el trato del material óseo se requirió del paleontólogo Dr. Mario Romero, quien a la vez dirigía la Coordina-ción de Investigaciones de Con-cultura; para la consolidación del material se contó con la asistencia de la Arq. Alejandra González, en-tonces era miembro del Taller de Restauración del Museo Nacional de Antropología ‘Dr. David J. Guz-mán’. El levantamiento fotográfico y el registro del material en gabine-te estuvo a cargo el Sr. José Concep-ción Torres, miembro de la Coor-dinación de Registro e Inventario. El registro escrito, análisis de los restos in situ, selección del mate-rial de interés cultural y dirección de la exhumación estuvo a cargo el Lic. Fabricio Valdivieso. Los restos del Gral. Manuel José Arce fueron exhumados el 4 de septiembre de 2002. Fue esta la se-gunda exhumación conocida, como se menciona en líneas anteriores. Durante toda la actividad, el equipo de exhumación estuvo rodea-do por una elegante escolta o guardia de honor conformada por cadetes de la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios, quienes se aposta-ron al contorno del área de actividad y sector de la sepultura, hasta el acce-

so al templo. A pesar de que la informa-ción cultural en esta ocasión recu-perada es mínima, aún es posible conocer algunos aspectos útiles a la ciencia. Entre estos aspectos se tienen artefactos contenidos en el cuerpo: tela, que permitirá cono-cer texturas, decoración, coloran-tes utilizados en la época, influen-cias comerciales de otros países en cuanto a textiles, entre otros. Así también se tienen restos de me-tales que permitirán conocer algo referente a esta industria y sus ca-racterísticas: cueros, sus acabados, funcionalidad y decoración; ma-dera, naturaleza de la misma y sus utilidades; y otros que compren-den tanto parte de la vestimenta, como del resto del primer féretro. Además, las muestras del mismo cuerpo pueden proporcionar datos sumamente importantes: análisis de ADN, patologías, estatura, nutri-ción, entre otras cosas. Este rescate se aplica, prác-ticamente, a un entierro de secun-dario, indirecto, contenido en un féretro y bóveda construidos en los años posteriores a 1970.

Investigación:

El objetivo de la investigación con-siste en aprovechar la oportuni-dad de registrar datos culturales

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y tomar muestras de osamentas para futuros análisis que puedan enriquecer el acervo tenido en tor-no al prócer Gral. Manuel José Arce y su época. Asimismo, se pretende disponer de las muestras mismas cuando la ocasión lo requiera. El procedimiento seguido se detalla de la siguiente manera: 1. Excavación hasta el nivel del fé-

retro (en este caso apertura de la bóveda mortuoria).

2. Identificación de materiales cul-turales y selección del mismo.

3. Limpieza superficial del mate-rial seleccionado.

4. Clasificación.5. Consolidación con Paraloid

B-72 en thinner, aplicado super-ficialmente con brochuelo. Úni-camente se aplica consolidante a las muestras óseas y metales, puesto que la tela tendrá otro procedimiento de laboratorio.

6. Embalado de cada muestra, uti-lizando papel aluminio.

7. Traslado de las muestras al Mu-seo Nacional de Antropología “Dr. David J. Guzmán”.

8. Levantamiento fotográfico del material.

9. Segundo tratamiento de conso-lidación del material, en gabine-te.

10. Presentación de informe técni-co.

Detalle:

La exhumación inició a las 9: 00 a.m. del día 4 de septiembre de 2002, aún sin la presencia del equipo de rescate de Concultura. Este último se presentó media hora después. Se requirió de dos trabajadores, quienes al iniciar los trabajos en el piso quebraron cuatro ladrillos al Norte y cinco al Este, correspon-dientes a la Capilla Cívica. Con esto último se logró mostrar dos (2) de las cuatro (4) tapaderas de cemen-to que cerraban la bóveda que con-tuvo el féretro, que posteriormente fueron levantadas. Cabe señalar que los trabajadores, en su inicio, quebraron la lápida mortuoria que hace alusión a los restos del prócer, antes de la presencia del equipo de rescate. La referida lápida fue recuperada por los miembros del equipo y posteriormente llevada a las instalaciones del Museo Na-cional de Antropología ‘Dr. David J. Guzmán’ para su restauración y resguardo. Al observar los restos que yacían en el interior de la bóveda, se logró constatar que estos refie-ren a un entierro secundario, indi-recto, cuyas osamentas se perciben envueltas en tela y otros materiales que componen parte de la indu-mentaria del individuo, rasgo que se denomina ‘bulto’. El bulto se en-cuentra en el interior de un féretro

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moderno putrefacto que colapsó sobre los restos. El féretro se loca-liza en el interior de una bóveda de cemento, la cual contiene una lige-ra fuga de agua. El agua, obviamen-te, fue el acusante del acelerado proceso de putrefacción del féretro, a la vez que contribuyó al deterio-ro del contenido en bulto al que se hace referencia. Esto permitió que el material óseo se pulverizara, el metal se oxidara aceleradamente, y el cuero y la tela se pudrieran. Sin embargo, se extrajeron muestras en pésimo estado de conservación. Se separaron los restos del féretro y se seleccionó el material útil para muestreo, según el procedimiento. La mayor parte del material óseo, tanto pulverizado como se-micompleto, se colocó en un féretro lujoso, para su traslado a la funera-ria La Auxiliadora, en San Salvador, y luego inhumarlos en el Monu-mento Conmemorativo a los Pró-ceres Independentistas, localizado en el Complejo Cultural Recreativo San Jacinto. En este nuevo féretro se tiene un revestimiento metálico en su interior, el cual permitirá que los restos del prócer se conserven por mucho más tiempo. Así tam-bién se dejaron restos de tela, que fueron llevados por personal de la funeraria, posiblemente para ente-rrarlos junto al nuevo féretro. Las evidencias cultura-les fueron pocas, si consideramos

la posibilidad de atuendos de un general de la época y prócer de la nación. Lo anterior puede deberse a que en la primera exhumación o mucho antes posiblemente, se ex-trajo la mayor riqueza del material contenido en el referido entierro y fue repartido entre particulares. Luego de la exhumación, se dio un acto en honor al prócer.

Material recuperado como muestras para análisis

El material recuperado contiene las pruebas mínimas que identifican visualmente su naturaleza o forma.

Indumentaria:11 fragmentos de tela8 fragmentos que en primera ins-tancia aparentan restos de cuero2 tacones de calzado4 restos de capona1 fragmento de fibra no identifi-cada

Metales:25 clavos1 botón4 fragmentos no identificados4 fragmentos que aparentan alambres

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Hueso:1 falange1 fragmento de hueso largo

El total de materiales recuperados asciende a 62 muestras. Fueron fotografiadas para el registro de la Unidad de Arqueología. Asimismo se recupera tam-bién la placa fúnebre elaborada en mármol, la cual se presenta com-pleta-fragmentada en ocho partes. Las medidas de la placa son: 1.24 cm de largo con 64 cm de ancho.

Conclusiones preliminares

Según las muestras recuperadas, es notable que este individuo porta-ba indumentaria de lujo. El tipo de botón, de aproximadamente de 1 pulgada de diámetro, parece perte-necer a un traje con cierres suntuo-sos. También, los restos de caponas sugieren cierto rol en la sociedad. La localización en el inte-rior de un templo católico cuyos antecedentes datan del siglo XIX, identifican a este individuo como un personaje de importancia. Las fuentes históricas, la lápida y el carácter de la indumentaria del individuo parecen corresponder al Gral. Manuel J. Arce. Pruebas de ADN lograrían reconocer con certe-za la identidad de este individuo.

La investigación a través de los restos materiales del prócer Gral. Manuel José Arce, quien fue el primer Presidente de Centroaméri-ca, queda abierta a quienes intere-sen conocer a fondo su historia y su tiempo.

6. Dr. José Matías Delgado y her-manos Aguilar en Iglesia El Rosario

Esta investigación intenta demos-trar la veracidad de la existencia de los restos mortales de los próceres Dr. José Matías Delgado y los her-manos Vicente Aguilar y Nicolás Aguilar en el interior de la iglesia El Rosario, en donde se suponen sepultados. Este templo se ubica en el sector Este de la Plaza Libertad, en el Centro Histórico de San Salva-dor. El objetivo de la investigación consiste en localizar dichos restos pretendiendo luego una exhuma-ción, como parte de un mandato presidencial durante el año 2002. Antes de ejecutar cualquier intervención de suelos se realizaron investigaciones preliminares, que consistían en localizar y abordar toda fuente directa de información como documentos y entrevistas que puedan referir datos precisos del lu-gar de enterramiento en el interior del templo. El día 15 de agosto de 2002,

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una comisión dirigida por el autor en compañía del Arq. Rubén Mar-tínez, diseñador y constructor del actual templo El Rosario, realizan una inspección técnica al referido inmueble. En aquella ocasión, la comitiva logró entrevistarse con el Padre Antonio, párroco de la igle-sia, y con el Padre Gregorio, quienes los acompañaron en un recorrido por el templo. Los padres mostra-ron algunas lápidas removidas del templo predecesor al actual, ubica-das actualmente en una recámara ubicada en el sector noreste de la Iglesia. En primera instancia se constató que de las lápidas mostra-das, una es alusiva al Centenario del Grito de Independencia, colocada el 11 de noviembre de 1911, la cual conmemora al Dr. José Matías Del-gado. Así también se tiene otra lá-pida fragmentada que refiere a los restos mortales de Nicolás Aguilar, quien murió en 1818. Del mismo modo se percibe otra lápida frag-mentada que hace referencia en la-tín al tercer Obispo del Salvador, Dr. Cárcamo y Rodríguez, sepultado en el referido templo hacia 1885. Según el Arq. Rubén Mar-tínez, en los trabajos de construc-ción realizados entre 1964 y 1971 se encontró, a escasos 100 cm de profundidad aproximada, una bó-veda que contenía un féretro. Este rasgo se localiza en un lugar no cla-

ramente determinado en el interior del templo, contiguo a las paredes del sector Sureste. El Arq. Martínez afirma haber presenciado en el in-terior del ataúd, restos de calzado y tela putrefacta. Se prohibió que fuese tocado por los trabajadores y se dejó todo en su lugar para luego enterrarlo y continuar con la edifi-cación del templo sin que el rasgo fuese alterado. Los datos recuperados del entierro encontrado en febrero del año 2001 en la demolida Iglesia In-maculada Concepción de Santa Te-cla, el cual correspondía al segundo Obispo de El Salvador Dr. Miguel Tomás Pineda y Saldaña, sepulta-do en 1875, refieren a un patrón de enterramiento que consistía en un féretro contenido en una bóve-da. Dicho féretro se localizaba a un metro de profundidad aproximada, dato muy similar al proporcionado por el Arq. Martínez. Lo anterior hace creer que lo encontrado en los trabajos de construcción del templo pueda referir a los restos del tercer Obispo de El Salvador Dr. Cárcamo y Rodríguez, sepultado en el segundo templo edificado en el área, lo cual consta mediante fuen-tes documentales y en la misma lápida aquí localizada. O bien pue-de tratarse de otro personaje de la época cuya lápida, en caso la hubo, haya desaparecido. Algunas fuentes señalan

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que a raíz de las batallas que tuvo el gobierno de Gerardo Barrios y Rafael Carreras, los restos del Gral. Bracamonte fueron enterrados en el atrio del primer templo edificado en el área. El primer templo, denomi-nado Iglesia Parroquial, fue uno de los edificios que más dominaba la urbe de 1811. Este edificio se ubicaba al oriente del otrora Plaza Mayor o Plaza de Armas, hoy Plaza Libertad. Esta Iglesia Parroquial fue edificada por el Dr. José Matías Delgado, la cual se admira en una estampa francesa publicada en los viajes de Enault. Este templo fue llevado al grado de Catedral el 1º de octubre de 1843, momento en el cual el Dr. Jorge Viteri y Ungo, pri-mer Obispo de El Salvador, ofició una misa. Este antiguo inmueble se edificó en forma de cruz latina, con dos torres: una para el campanario y otra para el reloj. Aparentemente este templo abarcaba toda la man-zana donde hoy se encuentra la Iglesia El Rosario. La Iglesia Parroquial se dañó en el terremoto del 16 de abril de 1854, debido a un golpe ocasio-nado por la torre —que durante un breve tiempo lució adornada por un nuevo reloj traído de Europa hacía apenas un año— llevando a su caída gran parte de la contemporánea es-tructura. Luego del siniestro, a crite-

rio de los eclesiásticos, la arruinada catedral aun brindaba seguridad. Temporalmente se podían guardar en su interior parte del mobiliario y algunas cosas de los demás templos dañados, entre imágenes y alhajas. Mientras tanto, las misas se daban provisionalmente en una ermita de teja localizada en la Plaza Mayor. Este templo ya había soportado los terremotos de 1815, 1831 y 1839. Luego de 1854, el templo fue res-taurado por el gobierno, hasta el te-rremoto del 19 de marzo de 1873 el cual propició su demolición. Hoy día no se cuenta con los planos originales de aquel an-tiguo templo, como tampoco se tienen los planos de los templos que le prosiguieron. Los templos posteriores ocuparon la porción norte de la cuadra donde lució el primero. Un plan de investigación consistiría, en primera instancia, en comprender las dimensiones y la orientación del antiguo primer templo dentro del área que ocupó, y con ello pretender localizar los entierros dentro del mismo. A su vez, se hace necesario comprender las construcciones de los templos que le procedieron, considerando así la remoción de contextos que dieron paso a dichas edificaciones. Nicolás Aguilar, según fuen-tes históricas, fue enterrado en una fosa abierta en la capilla mayor de aquel primer templo, en septiem-

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bre de 1818. Vicente Aguilar fue sepultado en la nave derecha de la misma iglesia, en abril de 1818. El Dr. José Matías Delgado, según al-gunos historiadores, fue enterrado al pie del altar mayor del mismo templo, en noviembre de 1832. No se percibe en el actual templo una lápida que refiera a los restos del Dr. José Matías Delgado y a Vicente Aguilar. Si los restos existiesen, no tenemos datos precisos de la locali-zación de los mismos en el terreno donde antes estaba la primera ca-tedral, comprendida hoy tanto por la Iglesia El Rosario como por el ex colegio Fray Martín de Porres, en el sector Sur del mismo, y algunos co-mercios en el sector Este de la cua-dra. Por otro lado, la remoción de suelos para los trabajos de terra-cería que dieron lugar a la construc-ción de establecimientos comer-ciales y la actual Iglesia El Rosario, permite dudar de la existencia de dichos restos. Además, se descono-cen datos precisos de la vestimenta o rasgos físicos particulares de los individuos al momento de ser en-terrados. Esto último garantizaría la identificación de los restos de determinado personaje, evitando cometer un falso histórico. Lo ante-rior se da considerando que en este espacio también fueron enterrados otros eclesiásticos o personajes dis-tinguidos en diversos tiempos.

En conclusión, no se consi-deró conveniente realizar una exca-vación sin antes poseer las pruebas suficientes que garanticen la exis-tencia y localización de los cuerpos en el referido inmueble, de lo cual se carece. Los estudios magnéticos en el área pueden identificar ano-malías en el subsuelo, lo cual sería normal puesto que las iglesias de la época fungieron como cemente-rios. Así también, dichas anomalías no garantizarían que estas tratan en realidad, de un entierro.

7. Arqueología de épocas republicanas en sitios prehispánicos

Durante los años 2004 y 2007, la es-tructura B1-2 de Tazumal, en Chal-chuapa, fue objeto de intervención arqueológica intensiva y restaura-ción. Estas intervenciones, dirigi-das por el autor, pretendían definir sistemas constructivos indígenas y diferenciarlos de las restauracio-nes en cemento realizadas durante la década de 1950. Las primeras in-tervenciones, a mitad de siglo, fue-ron dirigidas por Stanley H. Boggs. De este modo, se requirió demoler de manera manual y controlada las viejas estructuras de hormigón, pretendiendo no dañar las estruc-turas arqueológicas prehispánicas

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de su interior. Lo anterior es parte del proceso deconstructivo. Las restauraciones de la década de 1950 fueron elabora-das directamente sobre las cons-trucciones originales. Hubo que definir con precisión la construc-ción moderna de la arqueológica. El sistema constructivo moderno utilizó piedra embonada con ce-mento y lodo, y en ocasiones, pie-dras de menor tamaño que simulan pasillos empedrados y muros ori-ginales. La colocación de piedras permitió aumentar el volumen del edificio, y luego le fue colocado el revestimiento de cemento. A este sistema constructivo realizado en los años cincuenta le reconocemos como ‘falsos arquitectónicos’. Estos últimos serán todas aquellas inter-venciones constructivas modernas aplicadas sobre las construcciones prehispánicas.

Deconstrucción

Como primer paso para iniciar la deconstrucción de una estructura arqueológica compuesta de cemen-to se organiza un adecuado plan de intervención, el cual tiene como objeto prioritario reconocer ras-gos arquitectónicos de naturaleza arqueológica, o llamados también ‘originales’, y diferenciarlos de los rasgos arquitectónicos edificados

en virtud a las primeras interven-ciones realizadas en la década de 1950, o falsos arquitectónicos. Esto significa que identificaremos pri-mero los falsos arquitectónicos de las evidencias originales, preten-diendo no destruir estos últimos, y dejarlos intactos para el registro, estudio y posterior consolidación y restauración. De este modo se re-moverá el cemento y los materiales constructivos modernos aquí con-tenidos, hasta localizar las eviden-cias indígenas. Habremos de reco-nocer aquí dos sistemas construc-tivos de dos épocas muy distantes: prehispánica y mitad del siglo XX. Una vez hemos reconocido lo original de lo falso, damos inicio con el registro de los mismos. Lue-go, la investigación se torna hacia el estudio arqueológico de las evi-dencias prehispánicas acaecidas, comparándolas con el registro de resultados documentales emana-dos de las primeras intervenciones en 1950. De este modo se solven-tan dudas, y se actualiza la infor-mación, dando lugar a nuevas in-terpretaciones. En nuestro caso surgieron también nuevos aportes sustentados por el hallazgo de evi-dencias antes no percibidas. Siendo así, el procedimiento deconstructi-vo de una estructura arqueológica evoca el estudio del procedimiento arqueológico aplicado por los pri-

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meros arqueólogos que intervinie-ron el sitio. Es decir, a través de la arqueología moderna se estudia-rán y entenderán los procedimien-tos arqueológicos realizados a mi-tad del siglo XX: arqueología de la arqueología. De este modo se pre-tenden identificar técnicas arqueo-lógicas utilizadas en el pasado, em-pleo del concreto en la arqueología incipiente en El Salvador y motivos que condujeron a las interpretacio-nes antes tenidas, así como corro-borar datos relacionados al estado de conservación de la estructura en su parte interior, y la búsqueda de precisión hacia las teorías antes sostenidas, en base a las pruebas ahora suscitadas.

Excavación

El proceso deconstructivo de la es-tructura B1-2 inicia en la parte su-perior de la misma. En este sector se requirió delimitar con pita cua-tro trincheras y registrar el proce-dimiento en los diarios de campo digitales. Las cuatro trincheras fue-ron ubicadas mediante dibujo en planta, y orientadas de acuerdo a la posición de la estructura y su des-viación de 10° del norte magnético. El total de la excavación compren-de 19.10 m de ancho máximo este-oeste, y 19.20 m de largo máximo norte-sur. El material arqueológico

recuperado se clasifica en relación a la trinchera en que se encuentra, por estratos y por la naturaleza ar-queológica del material: obsidiana, lítica, cerámica, misceláneos y ba-sura moderna. Los primeros centímetros excavados demostraron la existen-cia de abundante material arqueoló-gico revuelto, entre los que se tienen fragmentos cerámicos de diversas épocas prehispánicas, incluyendo plomizos del tipo Tohil, restos de vasijas del tipo Púas, fragmentos con engobe rojo y una interesan-te cuenta de barro, así como restos de piso fuera de contexto. Se tienen también obsidianas y puntas de fle-chas, y abundante basura moderna como canicas, plásticos, vainas de tiro, monedas de diferentes años y países, corcholatas, vidrios y otros materiales dejados por turistas u otros visitantes a lo largo del siglo XX. El turista solía subir a la estruc-tura, ver las montañas desde los alto y descansar en el césped, el cual le cubrió durante los últimos cincuen-ta años. Todo este material es parte del primer estrato de humus revuel-to con otras tierras provenientes de antiguas intervenciones. A lo largo y ancho de la par-te superior de la estructura, una vez limpio, pueden observarse algunas antiguas intervenciones las cuales parecen haber sido ocasionadas por saqueadores y por las excavaciones

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arqueológicas de los años de 1950. Estas intervenciones dañaron par-cialmente los rasgos arquitectóni-cos de naturaleza prehispánica aquí contenidos. Cabe señalar que los restauradores de los años de 1950, en ocasiones colocaron un recubri-miento de mezcla a base de lodo so-bre el sistema constructivo original, lo cual permite identificar o rastrear aquellas antiguas intervenciones. Asimismo, creemos que algo de la basura moderna localizada en las antiguas trincheras fue colocada adrede para indicar las interven-ciones de la época. Así se reconocen también falsos arquitectónicos a los costados del escombro de la estruc-tura prehispánica. La mayoría de basura mo-derna encontrada en el humus co-rresponde a restos de empaques de golosinas, prendas, juguetes, mone-das y otros materiales dejados por los visitantes durante la historia del parque. Como nota aparte, en una ocasión durante estas interven-ciones se encontró un muñeco de plástico de los clásicos indios nor-teamericanos, el cual cualquier niño salvadoreño de hace treinta años —como el autor— logró conocer en la infancia, y cuya industria parece ahora haber desaparecido. Por tra-tarse de un indio encontrado en el estrato de humus de esta estructura prehispánica, el hallazgo fue motivo de bromas.

Volviendo a la historia re-ciente de este edificio, según la tradición oral, en los años de 1980, durante el conflicto armado, en Ta-zumal fue instalada una estación militar, por lo que podemos supo-ner el motivo por el cual yacen res-tos de vainas de balas e incluso un fragmento de antena de radio y ba-terías. En el sector norte, aproxi-madamente a los 1.80 m de profun-didad y bajo los muros edificados en virtud a las restauraciones de la década de 1950, se encontró un cu-rioso fragmento de lápiz en pésimo estado de conservación, el cual aún conservaba el grafito y la madera con pintura amarilla, similar a los lápices que actualmente solemos usar. Este lápiz posiblemente fue utilizado para las anotaciones de la época, no se sabe si por algún obre-ro o por el mismo arqueólogo Stan-ley H. Boggs; quién sabe. Lo cierto es que estos hallazgos son el rema-nente que el siglo XX deja en uno de los primeros parques arqueológi-cos de El Salvador.

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8. Algunas apreciaciones finales y otros casos

En cuanto a los materiales de épocas de la República

El derrumbe de antiguas residen-cias e inmuebles con valor histó-rico, luego de los terremotos del año 2001 y la restauración de los inmuebles históricos realizada a raíz de los referidos siniestros, lo-graron evidenciar un alto potencial arqueológico contenido en su sub-suelo. El grueso de este potencial lo constituye abundante material fragmentado del siglo XIX y princi-pios del siglo XX. Entre artefactos se tienen cerámicas, porcelanas, metales, vidrios, botellas, y hasta restos de una cajetilla de cigarrillos curiosamente conservada, encon-trada bajo el suelo de relleno en el Palacio Nacional, en el centro de San Salvador, entre otros hallazgos presenciados por este investigador. El material proveniente del subsuelo de residencias e inmue-bles históricos de nuestras ciuda-des, con el análisis hacia el arte-facto mismo y su contexto, son una ventana que nos llevará a conocer rubros arqueológicos aún vírgenes de estudio dentro del campo de la economía, industria. En otras partes del mun-do, los arqueólogos irrumpen con

sus investigaciones en lugares no usuales a su profesión, como anti-guos rellenos de basura o depósitos de maquinaria vieja desechada. En el caso de los rellenos, sería labor del arqueólogo aplicar su proce-dimiento, por lo general mediante una excavación, para luego ordenar el material recuperado, clasificán-dolo y registrándolo. El caso común es encontrar lo más antiguo en lo más profundo de la excavación, de tal modo que cada nivel de pro-fundidad indicará una época, con modas y tipos diferentes. A medida que se clasifica el material conteni-do y una vez ubicado en determina-da época, estos arrojan importante información en el campo del co-mercio y la industria. Por ejemplo, se pueden encontrar botellines de perfumes, estos pueden clasificar-se e inducir cuál fue el más acep-tado por los consumidores en la década de 1920, y por qué fue así. Lo mismo con determinadas mar-cas de otros artefactos como lico-res, frascos de medicinas o tónicos, o hasta electrodomésticos y otros enseres. Luego se toman algunos de estos artefactos y pasan a estu-diarse en los laboratorios, tratando de responder otras interrogantes. Es común el hallazgo de fragmen-tos de vidrio que formaron parte de vajillas o botellas, estas últimas también las hay de cerámica las cuales hacen posible que otros in-

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vestigadores realicen taxonomías de materiales utilizados en la in-dustria del siglo XVIII y XIX. Es curioso también darnos cuenta de las posibilidades de con-servación de determinados utensi-lios, una vez que estos se encuen-tran aislados de la superficie, en-terrados bajo los cimientos de una casa, por ejemplo, fungiendo como basureros. Así se han dado casos en los que se encuentran plásticos, canicas, papel aluminio, restos de llantas, restos de juguetes, propa-gandas publicitarias, sistemas de cañerías o cables y alambres anti-guos, tapones, metales entre otros, como parte del ripio localizado bajo suelos de relleno de urbani-zaciones construidas hace más de cincuenta años. En nuestro país es curioso encontrar en edificaciones de finales del siglo XIX (donde al mismo suelo de relleno se le mez-claban ripios que incluían fragmen-tos de botellas, porcelanas y hasta huesos de animales comestibles) todo ello posiblemente para soli-dificar la mezcla. Estos fragmentos no solo nos proporciona un vistazo de lo que fue la vida doméstica de la época, también nos permite co-nocer el comercio tenido con otros países en cuanto a la importación de productos. Por ejemplo, se tie-nen botellas de cerveza provenien-tes de Europa y elaboradas en cerá-mica, se incluyen algunos fragmen-

tos de vajillas con el sello de la casa que las elabora, muchas de estas provenientes de casas inglesas. Al-gunas imágenes en porcelana re-flejan escenas domésticas del siglo XVIII y otras variadas decoraciones de un gusto exquisito. Se cita tam-bién el caso de una botella de salsa Inglesa encontrada bajo el suelo en el templo Santiago Apóstol, Chal-chuapa, la cual, por el contexto en el que se encuentra y por la forma de la botella, suponemos que via-jó hasta aquí por todo el Atlántico a fines del siglo XIX. Posiblemente sea la botella de salsa inglesa más antigua en nuestro país, dándonos un parámetro de la introducción de este producto a nuestras tierras. En nuestro país se tienen curiosos casos, como el particular hallazgo de antiguas monedas de plata del siglo XIX, que aconteció nuevamente en Santiago Apóstol en el año 1998. A estas clasifica-ciones pueden agregarse la gran cantidad de fragmentos metálicos encontrados: clavos, hierros no identificables, restos de candela-bros o antiguas latas de alimento en pésimo estado de conservación, entre otros. El análisis de la industria de aquellos años a través de los res-tos materiales, puede ofrecer a las actuales empresas un panorama histórico de determinados produc-tos y su aceptación en el tiempo,

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y así disponer de estos datos a su provecho. De igual modo, estos da-tos permiten conocer un modelo de vida cotidiana en una sociedad de consumo poco antecesora a nues-tra época.

En cuanto a la arqueología en las iglesias

Durante la década de 2000, en El Salvador se realizaron numerosas intervenciones arqueológicas en el interior de iglesias, edificadas estas en diferentes épocas, compilando valiosa información, útil a su vez para compararlas con algunas fuen-tes históricas documentales. Esta información se acompaña de un rico muestrario de artefactos recu-perados y utilizados por la antigua sociedad, que pasan a exhibición en museos estatales para el goce de todos o se mantienen resguardados en los depósitos de la Secretaría de Cultura para futuras exposiciones. En cuanto a los hallazgos en iglesias, por lo general, el patrón funerario ha sido el de mayor pre-sencia. Se tienen casos que permi-ten señalar un número estimado de entierros, hasta el grado de sobre-pasar los 200 individuos en un área reducida o definida por los limites estructurales del inmueble. Tal es el caso del templo Nuestra Señora de la Asunción en Ahuachapán, donde

los entierros se extienden por deba-jo de la casa parroquial adyacente a este inmueble. Lo anterior indica que el templo y su atrio, como área de entierros, fue más amplia en otras épocas. El espacio hoy es ocu-pado por la referida parroquia. Se sabe que las áreas ocupa-das por los templos coloniales o re-publicanos fungieron como cemen-terios. Es de gran valor conocer la tradición mortuoria de esta antaña sociedad y su transformación en el tiempo: modos de enterramiento, ofrendas y costumbres, anatomías, patologías y acontecimientos en la zona, entre otros. La actividad arqueológica en El Salvador ha proporcionado muestras interesantes de patrones de enterramientos y artefactos ex-traídos de templos, véase el caso de Santiago Apóstol en Chalchuapa, Nuestra Señora de la Asunción en Ahuachapán, las iglesias coloniales de Virgen de la Asunción en Izalco, San Juan Bautista de Nahuizalco, San Pedro y San Pablo Apóstol de Caluco, San Pedro Apóstol en Me-tapán, San Miguel Arcángel de Ilo-basco, El Pilar en San Vicente, entre otras. En otros casos se han en-contrado restos de antiguos em-pedrados sugiriendo anteriores atrios. Así también se han encon-trado componentes estructurales que aportan información en cuanto

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a sistemas constructivos. Los datos relacionados a sistemas constructi-vos ofrecen una alternativa de apli-cación en tiempos modernos, pues-to que mucha de esta información no fue documentada por sus cons-tructores, dejando que el tiempo, y con este las nuevas modalidades constructivas, contribuyesen a que este conocimiento se olvidara. Entre las curiosidades en-contradas se tuvo en una ocasión, en el templo a Nuestra Señora de la Asunción en Ahuachapán, el ha-llazgo de una botella contiguo a un entierro colectivo compuesto de tres cuerpos: dos adultos y un infante, en cuyo interior se encon-tró un mensaje con el nombre de los individuos y el motivo de su muerte, fechado hacia el siglo XIX. Cabe señalar aquí también, el oca-sional hallazgo de piedras de moler incrustadas en las paredes de la estructura, cuya última construc-ción sobrepasa los cien años. Estas piedras de moler fueron utilizadas como parte del material constructi-vo. Otro caso interesante es el hallazgo de catacumbas clausura-das en la Basílica de El Pilar en San Vicente, en el año 2003, cuyas pare-des nos muestran grafitos y leyen-das mortuorias que datan desde principios del siglo XIX hasta prin-cipios del siglo XX. Esto último es una muestra clara de una idiosin-

crasia popular de la época. Desde su clausura, pocos sabían, a manera de mito, que en cada misa al reco-rrer el pasillo central hacia el Altar Mayor del templo tenían bajo sus pies estas catacumbas, cuyo diseño arquitectónico y sistema construc-tivo hace verso con la totalidad de la estructura del siglo XVIII, algo muy singular de la época. Incluso el subsuelo de nuestra Catedral Metropolitana nos enseñó en una ocasión el cu-rioso hallazgo de un entierro co-lonial, siendo muy probable que este se refiera a un eclesiástico del antiguo Monasterio de Santo Do-mingo. Este rasgo se acompañaba de ofrendas compuestas de vasijas, cuya decoración y forma presentan motivos nativos, sugiriendo con ello una costumbre indígena en ri-tuales cristianos hacia un persona-je anónimo de la época. En otras oportunidades y en otras Iglesias, se han encontra-do suelos culturales que sugieren actividades realizadas en periodos prehispánicos en el mismo lugar del actual templo. Poco a poco estos hallazgos dan las pruebas con las cuales tan-to arqueólogos como historiadores, antropólogos u otros especialistas perfilan un nuevo rostro a sus in-quietudes, demostrando del mismo modo un panorama más amplio del accionar de estas disciplinas y pro-

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piciando paulatinamente el desa-rrollo de las mismas en El Salvador.

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Obrajes para beneficiar añil en San Vicente y La Paz: Reconocimiento y registro de sitios arqueológicos históricos

de El Salvador

Heriberto Erquicia

Resumen

El descubrimiento de añil en los territorios hispanoamericanos, fue de gran interés comercial para España; así, el tinte que se obtenía del xiquilite se en-contraba entre los productos de mayor aprecio para la exportación durante la época colonial, a tal grado que llegó a conocerse como el ‘oro azul’. Durante los siglos coloniales en la provincia de San Salvador, el añil se convirtió en el principal producto de exportación hasta el fin de la época. A mediados del siglo XVIII, dicha provincia contaba con un estimado de más de seiscientos obrajes que servían para beneficiar el añil. Esta tercera fase del proyecto re-gistró y documentó más de una docena de obrajes de añil de la época colonial y primera mitad del siglo XIX, localizados en la zona paracentral de El Salva-dor específicamente en los departamentos de La Paz y San Vicente.

Palabras claves: arqueología colonial, obrajes de añil, El Salvador.

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Agua, y Pilas con primor, Puntero que bien lo entienda, Mucho aseo, con yerba buena,

Producen la tinta flor.

(Juan de Dios Del Cid, 1641)

A manera de introducción

El descubrimiento del añil en los territorios hispanoamericanos fue de gran interés comercial para Es-paña; así el tinte que se obtenía del Xiquilite se encontraba entre los productos de mayor aprecio para la exportación durante la época colonial, a tal grado que llegó a co-nocerse como el ‘oro azul’. Durante los siglos coloniales en la provincia de San Salvador, el añil se convir-tió en el principal producto de ex-portación hasta el fin de la época. A mediados del siglo XVIII, dicha provincia contaba con un estimado de más de seiscientos obrajes que servían para beneficiar el añil. Este artículo es consecuen-cia de la investigación denomina-da Proyecto de Registro y Recono-cimiento de Sitios Arqueológicos Históricos de El Salvador FASE III-2011, basada en la continuidad del registro y el reconocimiento arqueológico de sitios históricos de El Salvador [Erquicia: 2008, 2009, 2009a, 2009b, 2010, 2011]; proyecto de la Dirección de Inves-

tigaciones de la Vicerrectoría de In-vestigación de la Universidad Tec-nológica de El Salvador UTEC. La Fase III-2011 del pro-yecto consistía en documentar los obrajes de añil de la Zona Paracen-tral de El Salvador, más bien los que se encuentran concentrados en las antiguas haciendas añileras de los actuales departamentos de La Paz y San Vicente. La investigación se enmarca en el estudio de los sitios arqueológicos históricos, que están referenciados por las fuentes etno-históricas, documentales, archivos y la oralidad; los cuales se recono-cieron y evidenciaron en el campo a través de las técnicas de la meto-dología de campo en arqueología. De manera que la técnica de investigación parte de las fuen-tes documentales y la técnica de la prospección superficial. La investi-gación consistió en un estudio de carácter exploratorio y descriptivo que, por medio de visitas de cam-po, obtuvo el registro fotográfico, la ubicación, el mapeo preliminar, la descripción y el análisis de los da-tos obtenidos en campo. Para la presente investi-gación definimos la arqueología histórica como el estudio en el que convergen dos ciencias sociales, la arqueología y la historia. Una, estu-diando e interpretando los restos materiales dejados por las socie-dades del pasado y la otra, com-

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plementando la investigación y la interpretación por medio de docu-mentos escritos desde la sociedad que construyó los restos materiales y que la arqueología encuentra en el presente. Como se acotó anterior-mente, en este estudio se determi-nó reconocer y documentar obrajes de añil de la zona paracentral de El Salvador (La Paz, San Vicente). Por ello se elaboró un marco, basado en el conocimiento de la historia, producción y comercialización del añil en el Reino de Guatemala (Pro-vincia San Salvador), pues se pre-tendía documentar los restos de los obrajes coloniales. El registro arqueológico se elaboró del 6 de junio al 12 de julio de 2011. Se visitaron más de una veintena de lugares previamente propuestos por este proyecto como posibles zonas de hallazgo de los inmuebles históricos; de los cuales 16 arrojaron datos e información de vestigios arqueológicos en don-de se mostraban los restos de an-tiguos obrajes que en su momento sirvieron para la producción de tin-ta de xiquilite o añil. Dichos sitios históricos, se encuentran ubicados en los municipios de San Vicente, Tecoluca, Zacatecoluca, San Juan Nonualco, San Sebastián y San Idel-fonso.

Tipología de los obrajes para beneficiar añil

Vasijas, canoas, bateas, peroles u ollas se sustituyeron por las pilas o piletas, las cuales estaban cons-truidas en mampostería [Aguirre, 2009], muchas veces de calicanto y ladrillo de barro cocido, general-mente formaban juegos de tres pi-las. Las instalaciones en donde se lleva a cabo el beneficiado de añil, se denominan obrajes. Dichas in-fraestructuras necesitan estar cer-ca de fuentes de agua, pues las ac-tividades de beneficiar demandan de este recurso en abundancia. Las fuentes documentales e historiográficas, así como los estu-dios arqueológicos y etnográficos nos muestran una ‘tipología’ o más bien una serie de características en las cuales se pueden clasificar algu-nos de los obrajes documentados en esta fase de investigación, para ello es importante mencionar esos estudios en donde se aborda dicha temática. Según Amaya, los ejempla-res de obrajes de añil de los cuales se ha obtenido documentación son de tres tipos:

Obrajes de pilón. Estos con-sisten en una sola pila grande hecha de mampostería [Ama-ya, 2006], los cuales parecen ser muy escasos, pues fueron prohibidos por la autorida-

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des coloniales. Obrajes reales. Se refiere es-tructuras que constan de tres pilas en desnivel. Obrajes hidráulicos. Se sitúan en las grandes haciendas añi-leras, se trata de complejas estructuras que pueden con-tar con cinco a siete pilas de gran tamaño y contienen una canaleta para rueda hidráu-lica [Batres, Batres, Garnica, Martínez y Valle, 2005].

Por su parte, Aguirre [2009], basa-do en un registro etnográfico y las descripciones de Moziño [1976], presenta para el territorio mexica-no, tres tipos de obrajes: el artesa-nal —probablemente de una sola pila o pilón— los obrajes simples, los de tres pilas escalonadas —que Amaya denomina obrajes reales— y los obrajes con rueda de molino hi-dráulicas, o con ruedas horizontales tipo Catarina, que vendrían a ser los obrajes hidráulicos. Desde la arqueología se han documentado en El Salvador varios obrajes para la producción de tinta de añil, por ejemplo en San Gerardo [Valdivieso, 2005] y en las vertien-tes del río Torola [Valdivieso, 2009], todos del departamento de San Mi-guel. El mejor registro y documenta-ción que se tiene hasta el día de hoy es el obraje de añil hidráulico que se excavó en el sitio arqueológico de

San Andrés en el Valle de Zapotitán, La Libertad, a mediados de la déca-da de 1990 [Amaroli, 1996; Gallar-do, 1997].

Los obrajes de añil documentados

Achichilco I

El sitio Achichilco I, se ubica a 5 km al Sureste de la ciudad de San Vicen-te, en el cantón y caserío Llanos de Achichilco, del municipio y departa-mento de San Vicente, a unos 370 m sobre el nivel del mar. La hacienda Achichilco es mencionada en la Descripción del Estado General de la Provincia de San Salvador: Reyno de Guatemala (año de 1807), elaborada por el Co-rregidor Intendente de la Provincia de San Salvador, Don Antonio Gu-tiérrez y Ulloa [1962]. Como parte de las haciendas del Partido de San Vicente de la Provincia de San Sal-vador, la Hacienda Achichilco apa-rece como hacienda extraviada del Camino Real a 1 ½ leguas al este de San Vicente, la cual pertenece a Don Francisco Merino. En cuanto a su clima es de regular tempera-mento, pero cálida; se encuentran en ella varios ranchos (de campe-sinos), los cuales están dedicados en su totalidad al cultivo del añil, maíz, frijol (granos básicos) y otras semillas [Ibíd.], que probablemente se refiere entre ellas a la mostaza

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o semilla del xiquilite. Por su parte, Santiago Barberena [1998], en su texto de Monografías Departamen-tales, elaborado entre 1909 y 1914, menciona a la Hacienda Achichilco como una de las más valiosas del de-partamento de San Vicente todavía para el primer cuarto del siglo XIX y menciona que su propietario es Don Octavio Miranda. El sitio consiste en dos obrajes de añil (Figuras 1 y 2), del tipo que Amaya [2006] describe como ‘real’ o del tipo ‘simple’ según la descripción de Aguirre [2009]. Uno, el que se encuentra en mejo-res condiciones, presenta tres pilas escalonadas, la del cocimiento o remojo, la del batido y la del seca-do; según las descripciones descri-tas en el manual de Moziño [1976] de finales del siglo XVIII. El otro obraje presenta solamente dos pi-las escalonadas y una está cortada por la calle de acceso vecinal a va-rios inmuebles del sector. Lo más probable es que era muy parecido al anterior, pues se pudo documen-tar que este último habría perdido una de las pilas al derrumbarse una parte del terreno que va hacia el río Achichilco. Además, del primer obraje podía observarse los restos de una larga canaleta que conducía un flujo de agua hacia las piletas, para el proceso de beneficiar añil. Por su parte, los obrajes se encuen-tran en un estado de conservación

regular; el primero (el que presen-ta las tres pilas) se encuentra mejor pues conserva aún sus paredes y al-gunos de sus repellos; el segundo, como se mencionó, perdió una de las pilas y fue cortado por una calle vecinal. El sistema constructivo de los obrajes es de calicanto, es decir, están construidas sus paredes con piedra y argamasa hecha de cal; además de utilizarse otro elemento para su construcción, ladrillos de barro cocido.

Achichilco II

El sitio Achichilco II, se ubica a 5 km al Sureste de la ciudad de San Vicen-te, en el cantón y caserío Llanos de Achichilco, del municipio y depar-tamento de San Vicente; se sitúa al Sur del río los Tempates y al Este del puente de la vía férrea, a unos 412 m sobre el nivel del mar. El sitio consiste en los res-tos de un obraje de añil con ruedas, el cual habría funcionado a partir de energía hidráulica (Figura 3). Obraje conocido como hidráuli-co, el cual consta de varias piletas (por lo menos cuatro), se pueden observar dos líneas de piletas es-calonadas o en desnivel, así como una pequeña pileta para el proce-so de secado. Entre cada pila de batido hay un espacio o cárcamo como los descritos por Aguirre (2009), donde se instalaba la rue-

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da del molino que era movida por la energía hidráulica a través de un canal de agua que en su momento se documentó con un largo de más de 20 m. Por su parte, el obraje se encuentran en mal estado de con-servación, pues sobre la estructura colonial existen varias viviendas de los pobladores actuales; muchos de los espacios de las antiguas piletas son reutilizados, algunos como le-trinas. Otros, como la canaleta que llevaba el agua hacia el cárcamo que hacía mover la noria o rueda, han sido modificados para diferen-tes usos, y por último los restos de material constructivo mejor con-servados son reutilizados para la edificación de las nuevas viviendas. El sistema constructivo del obraje es de calicanto, piedra y argamasa hecha de cal; además algunas de sus paredes están elaboradas con ladrillos de barro cocido.

Achiotes I

El sitio Achiotes se ubica a 6.5 km al Sureste de la ciudad de Tecoluca, en el cantón y caserío San Andrés Achiotes, del municipio de Tecolu-ca y departamento de San Vicente; se sitúa al Norte del río Los Achio-tes o San Jacinto, a unos 120 m so-bre el nivel del mar. La hacienda Achiotes es mencionada hacia la primera déca-da del siglo XIX por el Intendente

de San Salvador Gutiérrez y Ulloa [1962]. Ulloa la ubica como par-te de las haciendas del Partido de San Vicente de la Provincia de San Salvador y describe que se encuen-tra extraviada del Camino Real; así Achiotes aparece como hacienda localizada a 5 leguas al Este de la cabecera de San Vicente, en la cual se cultiva añil y otros frutos; y su propietario era Pedro Velázquez [Ibíd.]. El sitio consiste en los res-tos de un obraje de añil (Figura 4), que presenta dos pilas con un pe-queño desnivel, el cual pareciera representar un obraje de los de tipo real o simple, aunque de dos pilas escalonadas (por lo que se pudo observar en campo), y no de tres como muestra alguna de la literatu-ra [Amaya, 2006; Aguirre, 2009] ya citada por esta investigación. Las pilas del obraje están construidas de calicanto, piedra y argamasa de cal. Se encuentra en mal estado de conservación, pues apenas se logra identificar sus paredes, más bien los cimientos son los que están más visibles.

Achiotes II

El sitio Achiotes II se ubica a 14.3 km al Sureste de la ciudad de San Vicente, sobre el cerro Buena Vista, en el cantón San Juan Buena Vista

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y caserío El Cerro, del municipio y departamento de San Vicente; se sitúa al Norte del río Los Achiotes o San Jacinto, a unos 590 m sobre el nivel del mar. El sitio Achiotes II consiste en los restos de un obraje de añil, que presenta dos pilas con un des-nivel. Representa un obraje de los de tipo real o simple, aunque de dos pilas escalonadas y no de tres (Figura 5). Las pilas del obraje es-tán construidas de calicanto, piedra y argamasa de cal. Se encuentra en muy mal estado de conservación, pues apenas se logra identificar sus paredes, pues está en constante de-terioro porque sobre dicho obraje circula el agua de la quebrada El Guayabo, la cual en época de lluvias tiene un flujo constante del agua que baja de la montaña. El Marquesado I

El sitio El Marquesado I se ubica a 6.8 km al Sureste de la ciudad de San Vicente, en el caserío Rincón del Sapo del cantón San José Río Frío, del municipio y departamento de San Vicente; se sitúa al Este del río Frío, a unos 380 m sobre el nivel del mar. La hacienda el Marquesado aparece mencionada hacia la pri-mera década del siglo XIX por el In-tendente de San Salvador Gutiérrez y Ulloa [1962]. Ulloa la ubica como

parte de las haciendas del Partido de San Vicente de la Provincia de San Salvador y describe que se lo-caliza a 5 leguas al Sur de la cabece-ra de San Vicente; la describe como una hacienda de añil, de los herede-ros de Don Pedro Vidaurre [Ibíd.]. Por su parte Barberena [1998], a inicios del siglo XX, describe la Ha-cienda El Marquesado como una hacienda valiosa, propiedad del Doctor Luis Velasco. El sitio consiste en los res-tos de un obraje de añil del tipo hidráulico (Figura 6), presenta al menos unas cinco pilas y un cárca-mo en donde se encontraba la rue-da que giraba a partir de la energía hidráulica. Esta llegaba a partir de una canaleta que tenía una ex-tensión de por lo menos 9 m. Una pileta alargada se muestra en la parte superior de las demás pilas, la que probablemente servía como pila de secado. Las pilas del obra-je están construidas de calicanto, piedra, cantos rodados, argamasa de cal y ladrillos de barro cocido. Se encuentra en regular estado de conservación, y es uno de los obra-jes más grandes que se ha logrado documentar por este proyecto.

El Marquesado II

El sitio El Marquesado II se ubica a 5.8 km al Sureste de la ciudad de San Vicente, en el caserío y cantón

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La Joya, del municipio y departa-mento de San Vicente; se sitúa al Norte del río La Joya o Caliente y entre el del río Frío y río Grande, a unos 300 m sobre el nivel del mar. El sitio consiste en los res-tos de un obraje de añil de los de tipo real o simple (Figura 7), que posee un conjunto de dos pilas es-calonadas y una pequeña pila que servía como recipiente de secado. Además se muestra una canaleta que llevaba el agua a la primera pila de remojo. Las pilas del obraje es-tán elaboradas de calicanto, piedra, cantos rodados y argamasa de cal. Se encuentra en regular estado de conservación, pues todavía guarda elementos constructivos que ser-virían para entender su funciona-miento.

El Marquesado III

El sitio El Marquesado III se ubica a 8.3 km al Sureste de la ciudad de San Vicente, en el caserío Río Gran-de del cantón San José Río Frío, del municipio y departamento de San Vicente; se sitúa al Oeste del Río Frío, a unos 200 m sobre el nivel del mar. El sitio consiste en los res-tos de un obraje de añil de los de tipo real o simple (Figura 8), el cual contiene dos pilas escalonadas en desnivel, una que probablemente habría servido para cocimiento o

remojo y la otra para el batido. En la visita de campo no se logró iden-tificar otra pila que sirviera para el proceso de secado. Las pilas del obraje están elaboradas de calican-to, cantos rodados y argamasa de cal. Se encuentra en regular estado de conservación.

Concepción Ramírez I

El sitio Concepción Ramírez I se ubica a 0. 8 km al Sureste de la ciudad de Tecoluca, en el caserío y cantón La Esperanza, del municipio de Tecoluca y departamento de San Vicente; se sitúa al Este del río Bra-vo o El Palomar, a unos 200 m sobre el nivel del mar. La hacienda Concepción Ramírez es mencionada por Gu-tiérrez y Ulloa [1962], este la ubi-ca como parte de las haciendas del Partido de San Vicente de la Provin-cia de San Salvador y describe que se localiza a 3 leguas al Sureste de la cabecera de San Vicente; la des-cribe como una hacienda en donde se cultiva y se cosechan algunos granos y semillas; su temperamen-to es cálido y pertenece al señor Marqués de Ayzinena [Ibíd.]. Bar-berena [1998], a inicios del siglo XX, describe la Hacienda Ramírez como una hacienda valiosa del de-partamento de San Vicente, propie-dad de don José María Ramírez. El sitio consiste en los res-

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tos de un obraje de añil que en otra época habría contado con ruedas de molino hidráulico (Figura 9). Contiene dos juegos de pilas esca-lonadas en formación horizontal y no en desnivel vertical como los obrajes mencionados por Aguirre [2009] para Michoacán, México y otros documentados por este pro-yecto. Más bien, este obraje es muy similar al reportado, documenta-do y excavado por Amaroli [1996] y Gallardo [1997] en San Andrés, La Libertad. Así, cada juego de pila consiste en una pila de remojo y otra de batido en una posición o ni-vel inferior. Las pilas del obraje es-tán elaboradas de calicanto, piedra, cantos rodados, ladrillo de barro cocido y mortero de argamasa de cal. Se encuentra en regular estado de conservación.

Concepción Ramírez II

El sitio Concepción Ramírez II se ubica a 1 km al Sureste de la ciudad de Tecoluca, en el caserío y cantón La Esperanza, en un lugar conocido como Las Plazuelas, del municipio de Tecoluca y departamento de San Vicente. Se sitúa al Sur del río Bravo o El Palomar, a unos 200 m sobre el nivel del mar. El sitio consiste en los restos de un obraje de añil que habría con-tado con ruedas de molino hidráu-lico (Figura 10). Contiene por lo

menos dos juegos de pilas escalona-das en desnivel vertical como otros documentados por este proyecto. Cada juego de pila consiste en una pila de remojo y otra de batido en una posición o nivel inferior. Las pilas del obraje están elaboradas de calicanto, piedra, cantos rodados, y se observan algunos ladrillos de ba-rro cocido; todos se juntan entre sí por medio de mortero de argamasa de cal. Se encuentra en muy mal es-tado de conservación, pues en algu-nas partes ha perdido parte de los cimientos.

San Marcos

El sitio San Marcos se ubica a 12.5 km al Sureste de la ciudad de Zaca-tecoluca, en el caserío y cantón San Marcos de la Cruz del municipio de Zacatecoluca y departamento de La Paz. Se sitúa sobre las corrientes del río El Espino, a unos 20 m sobre el nivel del mar. Según Gutiérrez y Ulloa [1962], a inicios del siglo XIX, San Marcos era una hacienda en donde se beneficiaba añil, se criaba gana-do y se cosechaban granos básicos. Dicha hacienda se localizaba a 3 le-guas al Sureste de Zacatecoluca; de temperamento cálido, esta tempera-tura era llevadera gracias a que en el lugar circundaban los ríos Apante y Espino. El propietario de la Hacien-da San Marcos era el Sr. Marqués de

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Ayzinena. Por su parte Ignacio Gó-mez [1992], en su obra Estadística General de la República de El Salva-dor (1858-1862), en el apartado de Notas, describe sobre el pueblo de Santa Lucía Zacatecoluca que para este momento —mediados del siglo XIX—, existen muchas haciendas abandonadas, las cuales están re-ducidas a escombros, entre las que menciona la hacienda San Marcos. El sitio consiste en unos pequeños restos de paredes de un antiguo obraje para la producción de tinta de añil (Figura 11). Dichos restos están elaborados de ladrillo de barro cocido, algunas piedras y se encuentran adheridos con arga-masa de cal. La conservación y esta-do de los cimientos de lo que fueron unas pilas de obraje, se encuentran en muy mal estado de preservación, pues la corriente constante del río El Espino, fluye por sobre los restos arquitectónicos.

Jalponga

El sitio Jalponga se ubica a 4.2 km al Sur de Santiago Nonualco, en el ca-serío y cantón Concepción Jalponga del municipio de Santiago Nonualco y departamento de La Paz. Se sitúa sobre el costado Sur del río Huisco-yolapa, en el lugar conocido como Los Obrajes, a unos 40 m sobre el nivel del mar.

Según la referencias de Gu-tiérrez y Ulloa [1962], la Hacienda Jalponga o Jalponga Nueva, a inicios del siglo XIX, pertenecía a Doña Do-rotea González. En dicha estancia se criaba ganado y se cultivaba añil, maíz y otros frutos. Esta hacienda se localizaba a 3 leguas al Oeste de Zacatecoluca, fuera del Camino Real. Gómez [1992], para mediados del siglo XIX, afirma que el río Guis-cuyulapa, servía a los obrajes de las haciendas de añil de Jalponguita y Jalpongon (Jalponga Nueva) y para regar las fértiles tierras en donde se cosechan maíz, frijol arroz, caña de azúcar entre otros productos. El sitio consiste en los res-tos de un obraje para beneficiar añil (Figura 12). Gracias a que se ubica en un lugar poco accesible —pues está en un ‘paredón’, a la orilla del río Huiscoyolapa— se ha desborda-do parte de la tierra de dicha pared. Se pueden observar los muros de al menos dos pilas del obraje; sin em-bargo no está clara su conformación, pues buena parte de su estructura parece estar dentro o cubierta por el nivel superior de del denominado paredón. El sistema constructivo es de calicanto, pues sus muros están elaborados de piedra con mortero de cal. En cuanto a su estado de de-terioro, presenta varias de las pilas en mal estado de preservación.

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Rosario

El sitio Rosario se ubica a 2.4 km al Sureste de San Idelfonso, en el caserío El Rosario y cantón Cande-laria Lempa del municipio de San Idelfonso y departamento de San Vicente. Se sitúa en la actual Ha-cienda El Jocote, muy cerca de la quebrada El Zancudo, a unos 120 m sobre el nivel del mar. Esta hacienda Rosario, apa-rece mencionada por Gutiérrez y Ulloa [1962] como una hacienda extraviada del Camino Real, la cual se encuentra a 5 leguas al Norte de San Vicente. En dicha propiedad se siembra añil, granos básicos y otras semillas, es de temperatura cálida y seca. Sus propietarios son los here-deros de Juan Francisco Quintanilla. Barberena [1998] informa que ha-cia la primera década del siglo XX, la hacienda El Rosario posee unas 20 caballerías y para este tiempo, un siglo después, es propiedad de los usufructuarios de Atanasio Pineda. El sitio consiste en los res-tos de un obraje para beneficiar añil (Figura 13). Consta de dos pi-las que pueden observarse en la superficie, una está completa y la otra se encuentra muy deteriorada, al punto que no se pudieron definir sus dimensiones. Los materiales constructivos de dichas pilas se ba-san en piedra consolidada con ar-gamasa hecha de cal. Se encuentra

muy cerca de la orilla de la quebra-da El Zancudo.

La Labor I

El sitio La Labor I se ubica a 3.4 km al noroeste de San Sebastián, en el caserío y cantón San José La Labor del municipio de San Sebastián, de-partamento de San Vicente. Se sitúa muy cerca de la quebrada El Pito, a unos 750 m sobre el nivel del mar. La descripción que se en-cuentra de esta hacienda es muy corta, pues Gutiérrez y Ulloa [1962] menciona que en dicha estancia se cultiva añil, maíz y otras semillas; y se ubica a 3 leguas y media al No-roeste de la cabecera de San Vicen-te. Pertenece la propiedad Don An-tonio Guzmán y socias. El sitio consiste en los res-tos de un obraje para beneficiar añil (Figura 14). Consta de dos pi-las del tipo real o simple escalona-das, formando un desnivel para que la pila de remojo suceda a la de ba-tido y despida el agua sobrante por medio de un canal de desagüe. Un elemento de mucho interés de este obraje es que su sistema construc-tivo es muy diferente a los descri-tos por esta investigación, pues las pilas (2) se encuentran excavadas dentro de una formación natural de talpetate; sus muros fueron es-culpidos dentro de la formación natural y el desnivel lo obtuvieron

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gracias al desnivel de la formación del material original. A escasos 8 m al Este del obraje se encuentra otra pila que fue labrada de la misma manera dentro de la formación de talpetate. Este rasgo asilado, pudo haberse tratado de un tipo de pilón artesanal, como los ya menciona-dos por Amaya [2006].

Labor II

El sitio La Labor II, se ubica 4 km al Noroeste de San Sebastián, en el ca-serío y cantón San José La Labor del municipio de San Sebastián, depar-tamento de San Vicente. Se sitúa a 2 km al Oeste del sitio La Labor I, muy cerca de la quebrada La Bruja, a unos 760 m sobre el nivel del mar. El sitio consiste en los res-tos de un obraje para beneficiar añil del tipo hidráulico (Figura 15). Consta de dos juegos de pilas colo-cadas en batería escalonada y en el centro de ellas un cárcamo en donde se encontraba la rueda que giraba a partir probablemente de energía hidráulica. En la esquina Noreste del obraje se encontraba el depósito de forma rectangular don-de se situaba el secado. Sus mate-riales de construcción son a partir de piedra con argamasa de cal, una forja de calicanto. Su conservación es medianamente buena, pues aún conserva muchas de sus paredes con repello.

El Paraíso

El sitio El Paraíso se ubica a 2.7 km al Noreste de San Sebastián, en el caserío Los Mejía y cantón El Paraí-so del municipio de San Sebastián, departamento de San Vicente. Se sitúa muy cerca de la quebrada La Charcaca, y del Ojo de Agua de los Méndez, a unos 540 m sobre el ni-vel del mar. El sitio El Paraíso no ha po-dido adscribirse a una hacienda de-terminada, como ha sucedido con los demás obrajes de producción de añil estudiados por este proyec-to de investigación. Sin embargo, es importante poder resaltar que el obraje de añil documentado en El Paraíso pertenece a otros muchos obrajes que dedicaron su produc-ción a la obtención de la tinta del xiquilite en el pueblo de San Sebas-tián a inicios del siglo XIX. Así, en Gutiérrez y Ulloa [1962] aparece San Sebastián como un pueblo nu-meroso de ladinos, en el que algu-nos de sus pobladores se dedica-ban a la cosecha de añil y por ende a la producción del mismo. El sitio consiste en los res-tos de un obraje para beneficiar añil, del tipo real o simple de dos pilas, una de remojo y la otra de batido, en posición escalonada una de la otra (Figura 16). Sus materia-les de construcción son piedra con argamasa de cal, edificada con ca-

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licanto. Su conservación es mala, pues aún se encuentra en un des-nivel de unos 40 grados, lo que lle-va a un deterioro por parte de los deslaves que ocasiona la época de lluvias.

Consideraciones finales

La historia de la extracción, comer-cio y exportación de la tinta de añil ha estado arraigada a la sociedad salvadoreña desde los tiempos coloniales. La provincia colonial de San Salvador que incluía doce de los actuales departamentos, a excepción de Ahuachapán y Son-sonate, era la región más rica en producción de tinta del Reino de Guatemala. Según Manuel Gálvez Corral [1936], durante la segunda mitad del siglo XVIII, en la Provin-cia de San Salvador habían unas 267 haciendas, las cuales contenían 618 obrajes para beneficiar añil; así a inicios del siglo XIX, existían 447 haciendas de tinta y ganado, según lo refería el Intendente de la Provincia de San Salvador Antonio Gutiérrez y Ulloa [1962]. Esta tercera Fase del Pro-yecto registró y documentó 17 obrajes de añil de la época colonial y primera mitad del siglo XIX, loca-lizados en la zona paracentral de El Salvador, específicamente en los departamentos de La Paz y San Vi-cente. Muchos de ellos pueden defi-

nirse como artesanales o de pilón, reales de tres o dos pilas, en desni-vel e hidráulicos, con variedad en el proceso de producción vertical u horizontal, los cuales parecen ser más escasos para las muestras es-tudiadas de México y Guatemala, pero que para El Salvador aparecen con más regularidad. De la mayo-ría —16 de 17— de los obrajes re-gistrados por esta investigación se encuentran dentro de las áreas de acción de 8 haciendas, las cuales aparecen mencionadas en la obra citada de Antonio Gutiérrez y Ulloa [1962] Estado General de la Provin-cia de San Salvador: Reyno de Gua-temala (1807), por lo tanto se de-duce que son parte de los muchos obrajes que las haciendas añileras poseían. Desde la arqueología his-tórica, investigar los restos de los obrajes de añil coloniales es funda-mental para comprender la econo-mía de las haciendas, los procesos territoriales y sociales de la Provin-cia de San Salvador, es tratar de en-tender las dinámicas de una socie-dad dividida en castas y de carácter multiétnico que estaba por iniciar una nueva era en el siglo XIX.

Bibliografía

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Revisitando a Stanley Boogs...

Revisitando a Stanley Boggs. Apuntes para la arqueología salvadoreña: cuadernos de 1943 y 1944

Federico Paredes Umaña

Resumen

Esta serie de textos inéditos de Stanley Boggs es el resultado del trabajo combinado de la búsqueda de sus cuadernos de campo en las bibliotecas del Museo Peabody de Harvard y su motor de búsqueda en línea, así como en el Middle American Research Institute (MARI) de la Universidad de Tulane. Los relatos que se presentan se han extraído de sus cuadernos arqueo-lógicos, fechados entre los años 1943 y 1944. Para entonces, Boggs ya habia sido comisionado para excavar el importante sitio de Tazumal, y sin embargo, aún dedicaba su tiempo libre a realizar viajes por el interior del país con el fin de identificar zonas con potencial arqueológico para el trabajo futuro. Boggs acompañaba sus notas de campo con registros fotográficos en blanco y negro. Afortunadamente una parte de estos registros está disponible para su consulta en línea, lo cual ha facilitado el trabajo de investigación. Otro factor que ha posibilitado el presente trabajo es que las notas de campo y las fotografías son fácilmente cotejables, permitiendo la edición de textos e imá-genes. Esta compilación de escritos de Boggs comprende una selección de sus reportes de viajes en la república de El Salvador, algunos de ellos en com-pañía del arquitecto Augusto Baratta; otros de sus acompañantes por aquel entonces fueron Rubén Aráus, director de la escuela de música de El Salvador y Salvador Sánchez Aguillón, del Museo Nacional.

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Federico Paredes Umaña

Los apuntes de Boggs son, junto a sus fotografías, auténticos registros y aportes para la investigación ar-queológica de El Salvador. La posi-bilidad de que vean la luz editorial después de más de medio siglo de permanecer lejos de los ojos de los estudiosos, es en sí misma prome-tedora, tanto para el disfrute de la sociedad salvadoreña en general, como para las nuevas generaciones de estudiosos, quienes podrán re-pasar de la mano de Boggs, viajes a través de un El Salvador de cabalga-tas y vías férreas que ya se nos des-dibuja en pleno siglo XXI. Tan importante fue para Bo-ggs dejar registro de sus hallazgos, que utilizaba un tipo de cuadernos de campo que fabricaba copias al carbón de todas su páginas. Es así como a partir del vínculo de Boggs con el Instituto Carnegie de Was-hington, algunas de sus notas final-mente fueron depositadas en ins-tituciones académicas en Estados Unidos. Algunas copias al carbón de sus cuadernos tempranos llegaron a Harvard; otra parte de sus archi-vos se depositó en la Universidad de Tulane antes y después de su fa-llecimiento en diciembre de 1991. Buena parte del trabajo de Boggs también se conserva en los archivos del Museo Nacional de antropología (MUNA) en San Salvador y continúa siendo imprescindible para la histo-ria de la arqueología nacional.

En el año 2007 pude via-jar a la ciudad de Boston para fo-tografiar las copias al carbón de los cuadernos de 1943 y 1944. Recientemente Margarita Cossich obtuvo permiso de fotografiar no-tas originales y algunas copias al carbón, alojadas en el MARI de la Universidad de Tulane; entre ellas sus cuadernos fechados entre 1942 y 1949. La asistencia de Rocío He-rrera Reyes, estudiante avanzada de la carrera de arqueología de la Universidad Tecnológica de El Sal-vador, permitió transcribir los tex-tos para su posterior traducción del inglés. Además, entre los años 2010 y 2011, Herrera Reyes ha conduci-do nuevas exploraciones en la loca-lidad de la Colonia Santa Marta en Sonsonate. Esta localidad figura en-tre los sitios reportados por Boggs en 1944, cuya descripción se inclu-ye en este trabajo. Los datos de los recorridos de Reyes son parte de su trabajo de tesis de licenciatura y no se incluyen aquí. Finalmente deseo agrade-cer la ayuda del Dr. E. Wyllys An-drews V y del Dr. Marcello Canuto por facilitar las consultas de los materiales alojados en el Middle American Research Institute.

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Notas inéditas de Stanley Boggs 1943

1. Tehuacán

Durante una visita a la Hacienda "La Purísima Concep-ción" Cerca de Tecoluca en el Dpt. De San Vicente, fui in-vitado a la adyacente Hda. Tehuacán (anteriormen-te llamada la Hda. Opico). Esta Hacienda es de fácil acceso ya sea por tren (a la estación"Tehuacán") o en carro. Por desgracia, se ha sabido por mucho tiempo que esta es una gran ruina arqueo-lógica, pero esto no ha evitado la destrucción de gran parte de la ruina. Don José Sagrera y yo cabalgamos gran parte de la zona que se dice posee ruinas. En la actualidad, las ruinas se encuentran en la zona conoci-da localmente como el Valle del León de piedra. Las líneas de cantos rodados en algunos puntos indican te-rrazas pero los montículos situados en estas terrazas han sido en su mayoría destrozado por la práctica moderna de robo de piedra. Me ha sido imposible localizar los restos del Juego de Pelota menciona-dos en la literatura. Le preguntamos a varios residentes locales sobre el León de Piedra y nos dirigieron a una gran roca volcánica en unos pastos. Esta roca tiene dos pictografías, ambas representan, un ani-mal de cuatro patas de cola larga. Una de estas [ver foto 43-16-39] es claramente un mono, y está en el lado E de la roca. La otra está en la parte superior de la piedra, puede o no representar un león o tigre (foto 43-16-38c). En cualquier caso, este Petroglifo probablemente no es el verdadero "león de piedra" de Squier, que parece haber sido una losa. Tehuacán debería ser prospectado y excavado con trin-cheras antes que sea completamente destruido, pero dudo que excavaciones de gran proporción sean fructíferas.

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Federico Paredes Umaña

Figura 1. Fotografías de Stanley Boggs tomadas del sitio http://via.lib.harvard.edu/via/deliver/advancedsearch?_collection=via Fotos protegidas por copyright, dispo-nibles solo para investigación. Para más información sobre regulaciones de copyright, o para obtener imágenes de mejor calidad para publicación, ver clausulas de la Har-vard University Library Visual Information Access.

Compilación y traducción :

Federico Paredes Umaña,

PhD candidate Universidad de Pennsylvania

Transcripción del ingles original:

Rocío Herrera Reyes

Este documento se finalizó en abril de 2010

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Viaje a Sonsonate en febrero de 1944

Viaje que hice con Don Rubén Araus, director de la escuela de música de El Salvador, Don Augusto Baratta, director del Museo Nacional y don Salvador Sánchez Aguillón, Sec. del Museo. Fue a través de Colón y la nueva carretera a Sonsonate. Araus, originario de Sonsonate, me mostró una colección de cerámica de las ruinas de Tacuzcalco, cerca de Sonsonate, Nahuilingo y la zona de Acajutla y pensamos que podríamos ir a buscar las monumentales "cabezas de piedra ", descritas por Habel en esta zona. La nueva carretera pasa cerca, pero no avista las ruinas en torno a Armenia. A corta distan-cia al E de Sonsonate, justo antes de entrar en la Colonia Sta. Marta de la ciudad, nos detuvimos en una fábrica de velas, Araus dijo que en el corte del camino, pasando la fábrica, se hallaron muchas cabezas de figurillas y ollas policromadas. Le preguntamos al director de la fábrica si sabía de la existencia en este lugar de material antiguo o si tenía materiales antiguos en su posesión. Negó cualquier conocimiento de este tipo de cosas, pero Araus nos aseguró que se trataba de una mentira, que él, Araus, había en realidad visto el material en posesión de este hombre dos semanas antes. Probablemente el director de la fábrica tenía miedo que el museo quisiera hacerse con su colección. Yo vi unos pocos tiestos lisos en la superficie en el lugar indicado, pero sin evidencia de montículos.

La siguiente parada fue en la casa de don Francisco Chacón en la Colonia Santa Marta de Sonsonate. El Sr. Chacón, en su jardín - patio, tenía una gran cabeza de piedra tallada, de forma ovalada, que media de 70 cm. de ancho y 70 de alto y 36cm. en máx. de espesor. Una foto [# 44-16-49] de la cabeza fue tomada.

Los lados y el reverso no tienen talla. El frente posee talla en bajo relieve del bien conocido tipo cabeza de jaguar, altamente estilizado; dicho tipo puede ser culturalmente de filiación pipil. Desde aquí, manejamos unos cuantas cuadras al norte, a un terreno en el que existían algunos montículos cerca de la línea del tren Izalco-Sonsonate.

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Federico Paredes Umaña

Figuras 2 y 3. Fotografía de Stanley Boggs tomada del sitio http://via.lib.harvard.edu/via/deliver/advancedsearch?_collection=via Foto protegida por copyright, disponible solo para investigación. Para más información sobre regulaciones de copyright, e imá-genes de mejor calidad para publicación, ver cláusulas de la Har-vard University Library Visual Information Access.

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Revisitando a Stanley Boogs...

Sitio Colonia Santa Marta:

Dos montículos vistos en la Col. Sta. Marta de Sonsonate, uno en tierras pertenecientes a don Francisco Chacón, y el otro, un poco al SO del prim-ero, parcialmente en las tierras del señor Gerardo Pérez, y en tierras de un soldado del ejército. Chacón parece frecuentar el sitio, Pérez y el soldado vienen poco por aquí, uno puede manejar directamente hacia el sitio. Uno de los montículo se orienta E-W y el otro, el más grande, se orienta N-S como lo muestra este boceto(Figura 3):

El Montículo 1 muestra una larga trinchera que lo corta, penetrando en el adobe que lo conforma. Chacón declara que la cabeza de piedra en su casa se encontró en esta trinchera. Ninguno de los montículo fue medido, pero juzgo que ambos tienen unos 25 pies de Alto (7.62 m), 60-80 pies de largo (18- 24 m). El montículo 2 debe ser unos 15-20 pies (4.5- 6 m) más largo y tal vez 10-15 pies (3- 4.5 m) más ancho que el montículo 1.También es más plano en su parte superior. Desde este sitio nos fuimos a Sonsonate, vimos al alcalde, quien adujo sa-ber muy poco de ruinas en el area, recogimos al hermano de Araus y fuimos al S de Sonsonate para visitar una ruina no reportada previamente (haci-enda San Ignacio).

Compilación y traducción :

Federico Paredes Umaña,

PhD candidate Universidad de Pennsylvania

Transcripción del ingles original:

Rocío Herrera Reyes

Este documento se finalizó en abril de 2010

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Federico Paredes Umaña

Finca Santa Teresa

Acompañado por el propietario de esta finca, Sr. Don. Guill-ermo Battle de Santa. Ana, Srs. Baratta y Aguillón del Museo Nacional de El Salvador a principios de 1943, visité una ruina de considerable extensión en una Finca de café. La Finca Santa Teresa se ubica entre 8-10 millas aereas (12-16 km aereos) al SE de Santa Ana en una zona de terrenos en pendiente Norte y Este, ahora mucho más cortada por sus serpenteantes arroyos. Esta área debe haber sido en el el pasado una de las principales vías del valle de Santa Ana al de Zapotitán. Ya que no hay colinas altas que interrumpan en la actualidad, tanto Car-reteras como la línea férrea de El Salvador R. R. Co. utilizarn este "paso". A la finca se puede llegar en auto a través de la carretera Pan-Americana, tomando un desvío cerca del km 57, y tomando una cal-le de finca de cerca de 6 km. más o menos hasta la casa de la fin-ca. A corta distancia (cerca de 1 km) antes de llegar a la F. Sta. Teresa, en el lado N de la carretera, se pasa un montículo que ha sido muy daña-do. En la propia finca, a ½ km de la casa, se puede ver en las plantaciones de café un grupo de unos 10 montículos. Por desgracia, tantos árboles cubren estos montículos que ni su número ni su trazo puede ser fácilmente determinado.

A continuación se muestra un esquema del trazo que creo haber visto:

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Revisitando a Stanley Boogs...

Pequeños montículos cuyo trazo no me es posible adivinar yacen al Norte. El Montículo 1 es bastante grande, tanto como el Montículo 5 de San An-drés o el Montículo 1 de El Trapiche, es decir, alrededor de 65-70 pies (19- 21 m) de alto, y alrededor de 150-200 pies de base (45- 60). En su esquina NW se ha excavado un agujero que muestra el mortero de adobe de su con-strucción. Al parecer, una espiga horizontal con la talla de un jaguar de piedra fue encontrado en dicho agujero, y luego llevado a la Finca. Se tomó fotografía del Monticulo 1, ver [# 43-16-10, 40].

La cabeza de piedra está tallada en bulto más que la mayoría de este estilo en El Salvador y se diferencia también en tener un pequeño rostro humano emergiendo de la boca del jaguar [ foto # 43-16-43].

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Federico Paredes Umaña

Otros objetos encontrados en esta finca, no necesariamente en las propias ruinas, se ven en las fotos [# 43-16-41,42,44].

Los montículos 2 y 3 son largos, de mediana estatura (c. 30-35 pies o entre 9 -10 m) y no han sido excavados. Los montículos pequeños son todos de baja altura, de 3-5 pies ( entre 1- 1.5 m), y en la actualidad de contornos irregulares, probablemente debido al cultivo de café. Este sitio es muy digno de investigación, a pesar de que su localización es algo remota, los excavadores podrían vivir en la casa de la finca.

Compilación y traducción :

Federico Paredes Umaña,

PhD candidate Universidad de Pennsylvania

Transcripción del ingles original:

Rocío Herrera Reyes

Este documento se finalizó en abril de 2010

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Economía y parentesco en Joya de Cerén...

Economía y parentesco en el Cantón Joya de Cerén

Carlos Lara Martínez

Resumen

El material que pongo a consideración del lector es una síntesis de algunos as-pectos centrales de mi investigación sobre el cantón Joya de Cerén, la cual se llevó a cabo en los años de 1996-1997, con el apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA), ahora Secretaría de Cultura, y la UNESCO, con el objeto de que esta investigación sirviera de base para el impulso de determinados proyectos de desarrollo cultural en esta área. En este artículo, me interesa resaltar determinadas características de la estructura social de este cantón, en particular la estructura económica que prevalecía en 1996-97 y el sistema de los grupos domésticos, pues estos as-pectos son esenciales para definir el tipo de comunidad que se construyó en Joya de Cerén a finales del siglo XX.

Palabras clave: Antropología, antropología económica, parentesco.

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Carlos Lara Martínez

1. El cantón Joya de Cerén

Joya de Cerén pertenece al munici-pio de San Juan Opico, en el depar-tamento de La Libertad, en la zona central de El Salvador. Está com-puesto oficialmente por cinco case-ríos (o unidades menores): la Colo-nia Joya de Cerén, que constituye el centro del cantón y cuatro caseríos periféricos: Plan del Hoyo, La Ran-chería, Estación Bandera (parte) y Agua Zarca. Existen tres caseríos más que no han sido incorporados a los documentos oficiales: El IRA, que se ubica en los alrededores del sitio arqueológico Joya de Cerén, Sta. Bárbara y la colonia El Progreso, de reciente creación. De acuerdo con los datos proporcionados por promotores de salud, el cantón Joya de Cerén con-taba en 1996 con 5834 habitantes, lo que representaba el 11.28 % de la población total del municipio de Opico. Esta población habitaba 680 viviendas, por lo que se puede esti-mar una relación de 8.57 personas por vivienda. La Colonia Joya de Cerén estaba compuesta en 1996 por 304 viviendas, las cuales man-tenían un asentamiento compacto, pues inicialmente fue diseñada por los técnicos del Instituto de Coloni-zación Rural en la década de 1950; pero los caseríos periféricos, excep-to la recién creada colonia El Pro-greso, mantenían un asentamiento

de tipo disperso.

1.1 Historia local

Para comprender la estructura so-cial de esta comunidad, es necesa-rio estudiar su desarrollo histórico, el proceso a través del cual la co-munidad ha venido construyendo sus principales sistemas sociales y culturales, ya que este proceso es responsable de la configuración del cantón. La referencia más remota que tenemos de un asentamiento humano en la zona que hoy conoce-mos como cantón Joya de Cerén, es la aldea de agricultores del 600 D.C., estudiada por un equipo de investi-gadores de la Universidad de Colo-rado. Lo novedoso de este trabajo consiste en el estudio detallado de las unidades residenciales y la vida cotidiana que se desarrollaba en su interior. Payson Sheets (1992), el arqueólogo encargado de esta in-vestigación, verifica que los grupos domésticos constituyen elementos centrales de la organización eco-nómica y social de esta comuni-dad, pues representan unidades que desarrollan diversas funcio-nes sociales, como la producción y distribución de bienes y servicios, la reproducción biológica, social y cultural de la comunidad, y la trans-misión de los bienes materiales. Es-

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tas funciones las llevan a cabo los grupos domésticos, precisamente porque las sociedades campesinas mesoamericanas no eran socieda-des basadas en la descendencia uni-lineal, por lo que los conceptos de clan y linaje no son pertinentes, sino que su sistema de parentesco era predominantemente cognático (re-conocían las líneas de descendencia paterna y materna). Este tipo de so-ciedades tiende a favorecer las uni-dades residenciales, como los gru-pos domésticos, antes que unidades de tipo parental, en la organización de sus relaciones sociales. Este ele-mento estructural sigue constitu-yendo, aún a finales del siglo XX, un aspecto clave de la estructura social del cantón Joya de Cerén, no obstan-te que los grupos domésticos han experimentado fuertes transforma-ciones a lo largo del tiempo. Sheets y su equipo de inves-tigadores también mostraron otros aspectos de la vida material y so-cial de esta comunidad del 600 D.C., como el hecho de que sus viviendas habían sido construidas con bahare-que y adobe, elementos constructi-vos que en la actualidad pueden ob-servarse en el cantón Joya de Cerén. Estas viviendas constituían com-plejos residenciales cuyas unidades cumplían funciones diversas. En general, las viviendas de la aldea del 600 D.C. se componían de al menos tres estructuras separadas por dos

o cuatro metros de distancia, siendo la estructura principal el domicilio, donde el grupo familiar comía, dor-mía y trabajaba haciendo vasijas y fibra de algodón. Otra estructura era utilizada como bodega y la ter-cera estructura, la única estructura circular, constituía la cocina, pues en ella se encontró las tres piedras que formaban el fogón. En algunas viviendas se encontró una cuarta es-tructura que destinaban como taller de trabajo. A la par de estas estructu-ras, Sheets encontró el desarrollo de una actividad agrícola, basada en el cultivo de maíz y frijol, base de su alimentación, pero que tam-bién incluía la producción de yuca, chile, cacao, agave y algodón. Esta actividad agrícola estaba orientada a la satisfacción de las necesidades básicas del grupo doméstico, pero los pequeños agricultores también generaban un excedente económico que utilizaban para el intercambio con otras poblaciones, como San Andrés. En el año 600 D.C., aproxi-madamente, el volcán Caldera des-truyó esta aldea campesina, ente-rrando sus viviendas con cenizas volcánicas. Después de este acon-tecimiento, no tenemos más datos sobre asentamientos humanos en el Período Clásico, pero es posible que la zona haya sido poblada nue-vamente al pasar el peligro.

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A partir del 900 D.C. se re-gistran las migraciones pipiles a El Salvador. Estas poblaciones llega-ron del centro de México, introdu-ciendo a estas tierras la tradición nahuat-tolteca. La presencia nahuat-pipil en la zona de Opico ha sido docu-mentada por el trabajo del arqueó-logo William Fowler (ver El Salva-dor. Antiguas Civilizaciones, San Salvador, 1995: 165). En efecto, en el Postclásico la mayor parte de las regiones central, paracentral y occidental de El Salvador, estaban habitadas por poblaciones de ori-gen nahuat. Estas, sin embargo, no desplazaron completamente a las poblaciones que ya estaban asenta-das en el área. Ya en el siglo XX, el cantón Joya de Cerén surge en 1954 en el marco de un proyecto de reforma agraria impulsado por el Instituto de Colonización Rural (I.C.R.). A principios del siglo XX, lo que ahora conocemos como cantón Joya de Cerén formaba parte de la hacienda San Andrés, propiedad del Dr. Francisco Dueñas. Esta ha-cienda abarcaba 5509 Ha., de las cuales el Dr. Dueñas en 1942 ven-dió 3309 Ha. a la Junta Nacional de Defensa Social, con el objeto de que este organismo llevara a cabo proyectos sociales de tipo agrario. De acuerdo con el documento de compra-venta, estas tierras esta-

ban cultivadas con caña de azúcar y granos básicos. Entre 1942 y 1954, el go-bierno de El Salvador no impulsó ningún proyecto en estas tierras, pero los funcionarios arrendaban las tierras a bajos costos. Esta polí-tica atrajo población campesina a la zona, la cual se asentó en las orillas del río Sucio. El 4 de Septiembre de 1954 el Instituto de Colonización Rural repartió las primeras 80 viviendas, con lo cual dio inicio a la organiza-ción de la Colonia Joya de Cerén y al cantón que lleva el mismo nom-bre. Plan del Hoyo y La Ranchería ya existían, pero las tierras que utilizaron para la Colonia Joya de Cerén eran cañales, en donde no vivía nadie. Posteriormente, se lle-varían a cabo otras dos etapas que ampliarían la colonia. De acuerdo con mis informantes, las personas que poblaron Joya de Cerén eran en su mayoría del municipio de Opico, y muchos de ellos residían en los ranchitos de los alrededores. El proyecto del Instituto de Colonización Rural contemplaba el desarrollo integral de la comuni-dad, no solo en el aspecto econó-mico sino también en un sentido social y cultural. Esta política de-mostró haber alcanzado un obje-tivo de gran trascendencia: hasta el momento en que se realizó esta investigación (1996-97), y sobre

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todo a lo largo de la década de los ochentas, Joya de Cerén ha sido una comunidad socialmente estable. El primer elemento que de-bemos destacar del proyecto Joya de Cerén es que los beneficiarios debían constituir grupos familia-res, es decir, los solares y las pro-piedades agrícolas se distribuían bajo el concepto de “bien de fami-lia”. En este sentido, eran los gru-pos familiares más que los indivi-duos los que se concebían como los beneficiarios del proyecto. Desde el punto de vista eco-nómico, el I.C.R. creó una asociación cooperativa que denominó “Finca de Beneficio Proporcional”. El ob-jetivo era mejorar las condiciones de vida del campesino por medio de la organización comunitaria. La tierra le pertenecía al I.C.R. y este la adjudicaba a la comunidad a través de la creación de una cooperativa de producción. La mayoría de los trabajadores de Joya de Cerén for-maban parte de esta cooperativa. El cultivo principal era la caña de azúcar, pero también se producía maíz y frijol, estos últimos básica-mente para la subsistencia. Los agricultores recibían un salario por el trabajo que reali-zaban en las tierras del I.C.R. y reci-bían dividendos al finalizar la zafra. El maíz, comentaba un informante, “se amontonaba todo y se daba a según uno hubiera trabajado”.

Sin embargo, después de algunos años de trabajo (alrededor de 1961) los propios campesinos pidieron la disolución de la coo-perativa y que se repartieran las tierras entre los miembros de la comunidad. Efectivamente, el I.C.R. parceló las tierras de la comunidad y repartió de 2 a 3 manzanas por jefe de familia, dependiendo de lo quebrado del terreno. Estas tierras las vendió a un precio de C3000 ($1200) por lote, pagaderos en 20 años. Originalmente, estas tierras no podían ser vendidas por parte de los nuevos propietarios, pero después modificaron la ley, de ma-nera que los propietarios podían vender sus parcelas si así lo desea-ban. De esta manera, Joya de Cerén se convirtió en una comunidad de pequeños propietarios. Estos pequeños agriculto-res continuaron produciendo caña de azúcar, pero a medida que pasa-ba el tiempo la producción de maíz y frijol fue cobrando mayor impor-tancia. “En aquel tiempo, señala Doña Celina, casi todos trabajaban en los cañales, porque muy pocos hacían milpa, hoy ya hay más milpa que caña, y otros han vendido”. Cuando pregunté por qué se había disuelto la cooperativa, todos los antiguos socios y sus hi-jos insistieron que los agricultores solo recibían una pequeña parte de las utilidades, ya que la mayor parte

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de las ganancias desaparecían. Al-gunos pobladores responsabilizan de este hecho a las autoridades del I.C.R., mientras que otros señalan a los directivos de la cooperativa, que eran de la propia comunidad. Pero existe otro elemen-to que jugó un papel central en la disolución de esta cooperativa, me refiero a la valoración de la propie-dad colectiva. Excepto unos pocos informantes, la mayoría de peque-ños agricultores prefieren la pro-piedad privada, que en el contexto de la economía campesina es de carácter familiar, a la propiedad co-lectiva. Como señaló un informan-te: “yo prefería lo propio, porque ahí uno decide”; es decir, la prefe-rencia por la propiedad privada tie-ne que ver con la capacidad de de-cisión sobre lo que se va a producir, y aquí hemos visto que cuando los pequeños agricultores adquirieron la capacidad de decidir optaron por la producción de granos básico an-tes que por continuar produciendo caña de azúcar. Pero, el proyecto del I.C.R. no se limitó a la creación de coope-rativas, sino que también buscaba generar una organización social que garantizara el desarrollo inte-gral de la comunidad. En este sen-tido, el I.C.R. fomentó el desarrollo de prácticas comunitarias que con-tribuyeron a mejorar la calidad de vida de los miembros del cantón.

Se creó una Directiva Cen-tral de la comunidad, que se en-cargaba de coordinar todos los trabajos que contribuían al mejo-ramiento social de la comunidad. Se realizaban asambleas generales todas las semanas, en las cuales se discutían los problemas más ur-gentes, estableciéndose un sistema en el que las decisiones las tomaba la mayoría. El I.C.R. instaló una unidad de salud y una escuela pública, que en su tercer año de funcionamien-to cubría cinco grados. También se contrató a una trabajadora social, con el objeto de introducir nue-vos patrones de comportamiento e inculcar un espíritu comunitario entre los pobladores. A todos es-tos proyectos contribuyó un grupo de norteamericanos y europeos que llegaban a través del Progra-ma Latinoamericano de American Friends Service Committe, con sede en Pennsylvania. Por último, los po-bladores promovieron y trabajaron en la construcción de la iglesia de la comunidad, para lo cual el I.C.R. cedió un terreno de 2247.3 m2 por C10 ($4.00). En síntesis, a lo largo de este período de más de 40 años Joya de Cerén se convirtió en una comunidad de pequeños propieta-rios. Es interesante resaltar que si bien la base fundamental de esta economía era la producción de caña

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de azúcar, al desaparecer el siste-ma de propiedad colectiva, es decir, cuando los pequeños agricultores adquirieron capacidad de decisión sobre su propio proceso producti-vo, la caña de azúcar pasó a un se-gundo plano y el cultivo de maíz y frijol (la milpa) se constituyó en la base del sistema económico de Joya de Cerén. Esto queda aún más cla-ro al revisar el sistema económico de Joya de Cerén a finales del siglo XX.

1.2 Economía

De acuerdo con mis propios datos, actualmente el 84 % de los jefes de familia de Joya de Cerén mantienen la agricultura como la actividad económica principal. El 64.2 % de los jefes de familia son propietarios de tierra, y solo un 29.9 % de los agricultores declaró que cultiva en tierras ajenas. Mis datos señalan que en Joya de Cerén predomina la peque-ña propiedad privada. El 32.60% de las propiedades del cantón están constituidas por dos man-zanas. Las propiedades de una manzana representan el 26.08 % y las propiedades de 1/4 y 1/2 manzana constituyen el 19.56 % de las propiedades del cantón. Las propiedades que van de 2 1/2 a 6 manzanas representan el 13.04 %. Algunos lugareños me señalaron a

personas que poseen propiedades que exceden las que se han consi-derado aquí, incluso un señor hizo referencia a un propietario que tie-ne 30 manzanas. Pero es claro que la mayor parte de las propiedades en Joya de Cerén no exceden las 2 manzanas. La información obtenida en el Centro Nacional de Tecnología Agropecuaria y Forestal (CENTA) de San Juan Opico, corrobora esta conclusión. Según esta institución, las propiedades cultivadas en Joya de Cerén oscilan entre 0.5 y 9.5 manzanas. El CENTA señala que en-tre las propiedades cultivadas con maíz y frijol predominan las de una manzana, las cuales representan el 39.62 % del total de las propieda-des milperas (cultivadas con maíz y frijol) del cantón. Las propie-dades de 0.5 manzanas represen-tan el 22.64 % de las propiedades milperas, mientras que el resto de propiedades cultivadas con maíz y frijol (37.73 %) oscilan entre 1 1/2 y 3 manzanas. En cuanto a las tierras ca-ñeras, el CENTA registra que la ma-yor cantidad de propiedades son de 2 manzanas (41.56 %). El segundo lugar lo ocupan las propiedades de una manzana (22.28 %), y el tercer lugar en importancia lo ocupan las propiedades de 3 manzanas, que representan el 16.26 %. Única-

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mente se registra una propiedad de 9.5 manzanas. Esta información muestra que las propiedades cañe-ras tienden a ser ligeramente más extensas que las milperas, posible-mente por la calidad comercial de la caña de azúcar. El lector habrá notado que entre mis datos y los del CENTA existen ligeras diferencias. Esto se explica porque el CENTA ha dividi-do las propiedades cultivadas con maíz y frijol y las que están culti-vadas con caña de azúcar, mientras que mis datos hacen referencia a la estructura de la propiedad, inde-pendientemente si están cultivadas o no o con qué producto. Con respecto a las tierras alquiladas, también encontramos la misma tendencia. El 42.30 % de los arrendatarios renta una manza-na, el 23.07 % arrienda entre 1/4 y 1/2 manzana, y el 19.23 % arrien-da 2 manzanas. En otras palabras, el 84.6 % de los arrendatarios no alquila más de dos manzanas. De acuerdo con la clasi-ficación elaborada por la CEPAL-FAO-OIT (1973), las propiedades de este cantón pueden ubicarse en los rubros de microfinca y propie-dad subfamiliar, lo que indica que la producción obtenida en estos minifundios no logra satisfacer en su totalidad las necesidades de los grupos familiares. Pero mis datos muestran que la agricultura sigue

constituyendo la fuente principal de ingresos de esta población. Con una encuesta sobre condiciones socioeconómicas que se aplicó a este cantón, se ha logra-do corroborar que estos pequeños agricultores producen principal-mente maíz y frijol. De acuerdo con mis propios datos, el 72.65 % de los agricultores de Joya de Cerén están dedicados a la producción de estos granos básicos. Los productores de caña de azúcar representan el 11.36%, mientras que los produc-tores de verdura sólo constituyen el 5.60%. Por lo demás, en el can-tón se cultiva sorgo o maicillo (3.45 %), fruta (2.30 %) y arroz (2.30 %). Estos datos confirman la tendencia que ya habíamos apun-tado en la reconstrucción de la historia local, en el sentido que los agricultores de Joya de Cerén al convertirse en pequeños propie-tarios se transformaron en milpe-ros (productores de maíz y frijol), pasando a un segundo plano la producción de caña de azúcar, que ocupaba el primer lugar cuando se constituyó la primera cooperativa de producción (1954-1961). Si observamos este fenó-meno por caserío, nos percatamos, sin embargo, que es en la colonia Joya de Cerén, centro del proyecto del Instituto de Colonización Ru-ral, donde se mantiene la mayor cantidad de productores de caña

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Cuadro 1El ciclo agrícola en Joya de Cerén

Enero Febrero Marzo Abril Mayo JunioCosecha y siembra de la caña de azúcar

Cosecha y siembra de la caña de azúcar

Siembra del maíz

Julio Agosto Septiembre Octubre Noviembre DiciembreSiembra del frijol

Cosecha de maíz y frijol

Cosecha y siembra de la caña de azúcar

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de azúcar (29.41 % de los agricul-tores de ese caserío), mientras que en los demás caseríos, por ejem-plo, La Ranchería y Plan del Hoyo, el número de cañeros disminuye. En La Ranchería solo un 11.11 % de los agricultores produce caña de azúcar, y en Plan del Hoyo nadie cultiva caña. Pero, aún en la colonia Joya de Cerén el incremento de los milperos ha sido importante, pues actualmente los productores de caña de azúcar solo representan el 29.41% de los agricultores de este caserío. Esto confirma la tendencia que en Joya de Cerén los pequeños agricultores continúan favorecien-do la práctica de la economía de subsistencia. Es importante señalar que las tierras de este cantón presen-tan un buen nivel de productividad. Esto puede observarse en el caso de la caña de azúcar, ya que en Joya de Cerén se cosecha como media 100 toneladas (tn.) por manza-na, cuando la media nacional para la caña de plantación es de 76.88 tn. por manzana y la de la caña de mantenimiento es de 61.32 tn. por manzana. En el caso del maíz híbri-do (en Joya de Cerén se cultiva maíz híbrido del tipo H-5), se produce de 50 a 60 quintales por manzana. Esto demuestra que las tierras de este cantón conservan un buen ni-vel de productividad. El ciclo agrícola puede esta-

blecerse según el Cuadro 1. Si observamos el ciclo agrí-cola, constatamos que al igual que en el resto del territorio nacional, el maíz se siembra al inicio de la época lluviosa, en el mes de mayo, aprovechando los cuatro o seis me-ses de invierno. Los agricultores declararon que cultivan la semilla H-5, aunque algunos indicaron que utilizan la H-3. Estos datos hay que tomarlos con cautela, pues fre-cuentemente el pequeño agricultor compra semilla híbrida en un año determinado (un año de bonanza, por ejemplo) y después continúa sembrando la misma semilla por varios años, por lo que esta pierde la calidad de semilla mejorada. La milpa se abona en cua-tro ocasiones: en el mes de mayo, en el mes de junio, en julio y en septiembre, este último con el ob-jeto de incrementar la cosecha de frijol. Los fertilizantes más usados por los agricultores son el sulfato de amonio y los «formulados». Un informante estableció las siguien-tes cantidades para una manzana de milpa: en la primera aplicación de abono (mes de mayo) se utilizan dos sacos de fórmula; en la segun-da aplicación (junio) se ocupa un saco de fórmula y uno de sulfato; en la tercera aplicación (julio) se con-sumen dos sacos de sulfato; y en la cuarta aplicación (septiembre) solo se utiliza un saco de fórmula.

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La aplicación de estos fertilizantes implicó un costo de producción de ¢1285 ($147.70 U.S.) para 1995. A los 90 días de haber sembrado el maíz, los agricultores doblan las varas, con el objeto de proteger a las mazorcas de la lluvia, que pueden dañarse si les continúa cayendo el agua directamente. En el mes de agosto, se recoge la cosecha de maíz. En este mes, se siembra el frijol, en las mismas tierras que se ha cultivado el maíz. En estas mismas tierras se cultiva pipián (o calabaza pequeña), ayote (o calabaza grande) y pepino. La cosecha de maíz y frijol se recoge en noviembre. Las vainas de frijol se ponen a secar y luego se aporrean para obtener el grano. Algunos agricultores siembran maíz por segunda vez, pero la segunda cosecha nunca produce tanto como la primera. Antes de sembrar el maíz muchos agricultores queman los terrenos, con el objeto de dejar-los limpios y listos para la activi-dad agrícola. En el mes de junio se deshierba la milpa, para lo cual se aplica Gramoxone y Edonal. La aplicación de estos herbicidas trae consecuencias graves para la tierra. Indudablemente, reduce el tiempo de trabajo de los agricultores, pero incrementa los costos de produc-ción e introduce en las tierra sus-tancias tóxicas que no son biode-

gradables, las cuales dañan tanto al ecosistema como a los seres huma-nos que consumen estos productos. Para combatir a los insectos que perjudican la milpa, como el gusano tronconero, utilizan diver-sos productos tóxicos, como Sagás, Volatón granulado, Tamarón y Lac-nate. Estas sustancias dañan tanto al ecosistema como las anteriores. De acuerdo con nuestros informan-tes, en una manzana cultivada con maíz y frijol se puede aplicar un li-tro de Sagás (en dos fumigadas) y 10 libras de Volatón granulado (o pueden ser 20 libras si la plaga está muy fuerte). Sin embargo, es importante señalar que los lugareños comien-zan a cobrar conciencia de las con-secuencias negativas de la aplica-ción de tanto agroquímico. En una plática que se llevó a cabo esperan-do el inicio de una asamblea, algu-nos agricultores de Joya de Cerén sostenían que la tierra ahora pro-duce menos por «tanta cosa que se le echa», refiriéndose a los herbici-das, los insecticidas, e incluso los fertilizantes. Un agricultor señaló que cerca del cantón «hay personas que están cultivando naturalmen-te, sin tanta porquería, y cosechan más que nosotros», concluyó. Esto indica que hay cierta preocupación entre los pequeños agricultores por la utilización excesiva de agro-químicos.

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Un caso especial es la plaga de la roya, que en estos momentos está atacando al cultivo del frijol. Esta plaga se originó en los plantíos de papaya y sandía, por lo que los agricultores dejaron de sembrar estas frutas. Ahora, se ha extendi-do al cultivo del frijol, provocando una reducción significativa del ren-dimiento de este grano. Algunos agricultores están obteniendo úni-camente entre 4 y 2 qq. por su co-secha, lo que les obliga a comprarlo en el mercado. Hasta este momen-to, no se ha podido controlar esta plaga. Con respecto a los instru-mentos de trabajo, muchos agri-cultores de Joya de Cerén conti-núan utilizando los instrumentos que tradicionalmente se han usado desde la época de la Colonia. El chuzo (un palo largo con punta de hierro), la cuma (una especie de guadaña con palo corto) y el ma-chete, constituyen los principales instrumentos para el desarrollo de las actividades agrícolas de al me-nos más del 50 % de los agriculto-res. Únicamente el 19.4 % de los pequeños agricultores de Joya de Cerén utilizan arado o tractor para sus actividades agrícolas. Según nuestros informantes, algunas per-sonas de la comunidad se dedican a arar las tierras y a jalar el maíz y el frijol. Por arar la tierra con arado tirado por bueyes cobran C 150.oo

($ 17.24 U.S.) por manzana, y por jalar el maíz y el frijol cobran C 5.oo ($ 0.57 U.S.) por carga (una carga transporta dos redes, que es igual a 4 qq.). Es importante resaltar que en Joya de Cerén no predomina el sistema de mano vuelta, (sistema de ayuda mutua entre dos o más agricultores), como se ha observa-do en otras comunidades del área mesoamericana. Solo un 28.4 % declaró practicar este sistema, el cual se realiza normalmente en-tre grupos domésticos que forman parte de la misma familia. Sin embargo, la fuerza de trabajo que utilizan los agricultores es principalmente familiar. Esto significa que la mayoría de los agri-cultores utilizan como fuerza de trabajo a los miembros de su propio grupo doméstico, lo que les permi-te reducir los costos de producción. Esto es válido para las actividades relacionadas con la producción de maíz y frijol, en la producción de caña de azúcar se utiliza básica-mente fuerza de trabajo asalariada. Sin embargo, el hecho que la mayor parte de los pequeños agricultores no practiquen la mano vuelta ocasiona que una parte de ellos se vean obligados a contratar fuerza de trabajo, incluso en la pro-ducción de granos básicos, pues no siempre cuentan con la fuerza de trabajo que necesitan al interior de

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su grupo doméstico, sobre todo si se toma en cuenta que un sector de la comunidad, principalmente los jóvenes, buscan trabajo en el área de la industria y los servicios. En efecto, de acuerdo con nuestros da-tos, el 36.8 % de los pequeños agri-cultores utiliza fuerza de trabajo ajena o de la comunidad, es decir, asalariada. Nuestros informantes cal-culan el valor de la fuerza de traba-jo agrícola en C 25.oo ($ 2.87 U.S.) por tarea (para 1995), aunque en algunas actividades, como cuando doblan las varas de maíz, se paga ¢ 20.oo ($ 2.29 U.S.) por tarea. A estos salarios hay que agregarle la obligación del contratista de pro-porcionar el alimento a los trabaja-dores, principalmente el almuerzo. Con base en los datos que obtuve en el campo, se puede es-tablecer que los agricultores des-tinan, como media, 21.44 quintales al año de maíz y 4.72 quintales al año de frijol para el consumo de un grupo doméstico de 8 personas, que constituye la media de las vi-viendas en Joya de Cerén. Si toma-mos las estimaciones de producti-vidad del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) para el maíz híbrido en la cosecha 1995-1996, según las cuales en una manzana se obtiene como media 56.99 quin-tales, se puede hacer las siguientes consideraciones: al menos en teo-

ría, los agricultores que producen en menos de media manzana des-tinan toda la producción de maíz a la subsistencia de su grupo domés-tico. Los que cultivan en 1/2 man-zana (22.64 % de los productores de maíz y frijol, de acuerdo con los datos del CENTA) solo pueden destinar al comercio 7 quintales de maíz. Los agricultores que cultivan una manzana de maíz (39.62 % de los milperos) destinan el 37.62 % de su producción de maíz a la sub-sistencia, lo que les permite comer-cializar con el resto de la produc-ción, 35.55 quintales al año. Los demás milperos (37.73 %) tienen propiedades de 1 ½ a 3 manzanas, lo que les da mayor capacidad de comercialización con el maíz. El frijol se cultiva en ex-tensiones más reducidas, normal-mente los agricultores solo culti-van media manzana, pero el precio por quintal es más del doble que el del maíz, lo que proporciona un margen considerable para la co-mercialización de este producto. Si dejamos por el momento de lado el problema de la roya, en media man-zana un agricultor puede obtener 6.4 quintales de frijol. Esto supone que la mayor parte de los milperos solo puede destinar al comercio 1.68 quintales de este grano. De acuerdo con nuestros informantes, los camiones llegan a la comunidad a comprar el maíz y

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el frijol. Un elemento que favorece a los agricultores de Joya de Cerén, es el hecho de que la mayoría tiene graneros en su casa para almacenar la cosecha de maíz y frijol, lo que les permite esperar el momento en el que los precios les sean más favo-rables. En el año 1995, el quin-tal de maíz se vendió a ¢ 90.oo ($ 10.34 U.S.) y el de frijol a ¢ 250.oo ($ 28.73 U.S.). En consecuencia, un agricultor que produjo una man-zana de maíz obtuvo por la venta de este producto un monto de ¢ 3199.50 ($ 367.75 U.S.), partiendo del supuesto que cosechó 56.99 quintales. Si este mismo agricultor cultivó media manzana de frijol, y obtuvo una cosecha que le permitió comercializar 1.68 quintales, este agricultor consiguió un monto adi-cional de ¢ 420 ($ 48.27 U.S.). En total, un agricultor que cultivó una manzana de milpa pudo obtener en 1995 por la comercialización del excedente de la producción de maíz y frijol un monto de ¢ 3619.95 ($ 416 U.S.).

Si a esta cantidad le resta-mos los costos de producción:

se obtiene un beneficio de ¢1684.70 ($193.64 U.S.). Es conveniente aclarar que en los costos de producción del maíz y del frijol solo he querido contemplar los que son comunes a todos los agricultores, es decir, los que pueden considerarse como in-dispensables desde el punto de vis-ta de la cultura local. Sin embargo, estoy cons-ciente que existen otras variables que incrementan los costos de pro-ducción de algunos agricultores. En primer lugar, el 29.9 % de los agricultores arriendan tierras para realizar sus actividades agrícolas. En 1995, la renta de la tierra era de ¢ 800 ($ 91.95 U.S.) por manzana, aunque, por supuesto, se podían encontrar tierras más baratas o más caras, dependiendo de lo plano

- fertilizantes : ¢1285.00 ($147.70 U.S.)

- herbicidas : ¢ 183.00 ($ 21.03 U.S)

- insecticidas : ¢ 246.00 ($ 28.27 U.S.)

- alquiler de arado : ¢ 150.00 ($ 17.24 U.S.)- transporte del maíz a la casa del agricultor : ¢ 71.25 ($ 8.18 U.S.)- total :

¢1935.25 ($ 222.44 U.S.)

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del terreno. Incluso, entrevisté un agricultor que producía en tierras ajenas, pero el propietario, que era su vecino, no le cobraba, le permi-tía producir sin costo alguno. Pero, es claro que la renta de la tierra es un costo de producción indispensa-ble para un sector de los agriculto-res de Joya de Cerén, lo cual reduce el beneficio que los arrendatarios pueden obtener en la comercializa-ción de su producto. Otro factor importante son los intereses que los agricultores deben pagar al banco, básicamente al Banco de Fomento Agropecuario. En 1995, los intereses estaban al 21 %, y el crédito debía pagarse en un plazo de 9 meses. Si se toma el cálculo sobre costos de producción presentado más arriba como el cré-dito solicitado por los agricultores, se puede estimar que los intereses bancarios representan un costo de ¢ 406.40 ($ 46.71 U.S.). Esto reduce aún más el beneficio de los agricul-tores, no obstante que no todos los agricultores toman el crédito ban-cario. Un tercer factor que nor-malmente se toma en cuenta es la contratación de fuerza de trabajo asalariada. Este factor, como ya se indicó, no afecta a todos los agricul-tores de Joya de Cerén, pues el 64.2 % utiliza fuerza de trabajo familiar. Esto ayuda a que los agricultores, sobre todo los que cultivan una o

menos de una manzana, no sigan reduciendo sus beneficios. Por último, la adquisición de semilla mejorada no se puede tomar como un costo de produc-ción fijo, pues los agricultores no renuevan todos los años la semilla. En realidad, la compra de semilla mejorada es irregular, ya que de-pende del ingreso que el agricultor haya tenido el año anterior. En síntesis, la comercializa-ción del excedente de la producción de maíz y frijol proporciona los fon-dos necesarios para cubrir los cos-tos de la producción del siguiente año, con lo que se garantiza la con-tinuidad del proceso, pero no al-canza para ampliar la producción o generar capital. Únicamente se ob-tiene un pequeño monto que debe ser destinado al consumo familiar. Esto es particularmente cierto para los agricultores que cultivaban una o menos de una manzana (62.26 % de los milperos), el resto de los agricultores pueden conseguir me-jores beneficios, pero difícilmente logran generar un capital que pue-da ser reinvertido en la producción. Los beneficios no alcanzan más que para satisfacer las necesidades bá-sicas de los grupos domésticos. Alguien podría argumentar que el año 1995 fue un año parti-cularmente negativo para el pe-queño agricultor, y que la situación podría mejorar en los próximos

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años. En efecto, en el año 1996 los precios del maíz y del frijol mejora-ron (maíz: ¢ 125 -$ 14.36 U.S.- por quintal; frijol: ¢ 600 -$ 68.96 U.S.- por quintal, al menos hasta junio de 1996). Además, los intereses de los créditos agrícolas disminuyeron. Sin embargo, también los costos de producción se incrementaron, por lo que esencialmente la situación siguió siendo la misma. A partir de este análisis, se puede concluir que la producción de maíz y frijol en el cantón Joya de Cerén tiene como propósito sa-tisfacer las necesidades alimenti-cias de los grupos domésticos. No se busca incrementar el beneficio económico, en el sentido de una economía de lucro, sino únicamen-te garantizar la supervivencia de los miembros de las familias de los agricultores. Sin embargo, en este propósito la milpa suele ser suma-mente efectiva, pues a pesar de las fluctuaciones del sistema económi-co nacional y mundial, los agricul-tores garantizan el sustento diario a través del maíz, el frijol y deter-minadas verduras (ayote, pipián, pepino y güisquil, este último es producido en sus casas). Esta es la razón por la cual la agricultura de subsistencia continúa constituyen-do la base del sistema económico en Joya de Cerén.

1.3 La caña de azúcar

Como pudo observarse en el esque-ma del ciclo agrícola de Joya de Ce-rén, la cosecha de la caña de azúcar se lleva a cabo en los meses de di-ciembre, enero y febrero. En estos tres meses muchos trabajadores se contratan en la zafra para comple-mentar los ingresos que han ad-quirido a través de la milpa. Otros, los productores de caña de azúcar, alrededor de 65 jefes de familia, re-cogen su producto y lo venden a los ingenios. La caña de azúcar es un cultivo semiperenne, la planta pue-de mantenerse hasta por 13 años, aunque los agricultores consideran que después de ocho años el rendi-miento de la planta comienza a de-crecer. No obstante, muchos cañe-ros mantienen sus cultivos por diez o trece años, pues no cuentan con los suficientes ingresos para cam-biar el cultivo cada ocho años. A pesar de esto, como mencionamos más arriba, la productividad de los plantíos de caña de azúcar en Joya de Cerén sobrepasa la media nacio-nal. Al igual que en el cultivo del maíz y el frijol, los agricultores uti-lizan fertilizantes para incrementar los rendimientos de la caña de azú-car. En general, se aplican 3 sacos de formulado en el mes de mayo y tres sacos de sulfato de amonio en

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el mes de julio. También se utilizan herbicidas para limpiar los terre-nos. Los costos de producción por manzana para 1995, pueden calcularse de la siguiente mane-ra:

Fuerza de trabajo : ¢2,000.oo ($229.88 U.S.)

¢25 por tarea Transporte :

¢2,400.oo ($275.86 U.S.) -¢30 por tonelada-

Semilla : ¢ 174.94 ($20.11 U.S.)

Fertilizantes : ¢1,065.oo ($122.41 U.S.)

Herbicidas : ¢ 61.oo ($ 7.01 U.S.)

Tractor : ¢ 20.oo ($ 2.29 U.S.)

Intereses Bancarios (21%): ¢1,211.64 ($139.26 U.S.)

Total : ¢6,932.58 ($802.45 U.S.)

En relación a este cálculo habría que hacer algunas aclaraciones. Para una manzana se utiliza 11.42

toneladas de semilla, lo que repre-senta un costo de ¢ 1749.94. Dado que normalmente los agricultores cambian el cultivo cada 10 años, el cálculo que se obtiene es de ¢ 174.99 por año. Lo mismo se pue-de decir del tractor. Es importante tomar en cuenta que en el caso de la caña de azúcar los surcos no pue-den abrirse con arado. Los cañeros se ven obligados a alquilar tractor cada vez que van a sembrar, es de-cir, cada 10 años (como media), lo que da un costo de ¢ 20 por año. Dado que en 1995 por una tonelada de caña de azúcar los in-genios pagaron ¢ 122.oo ($ 14.02 U.S.), es decir, por 100 toneladas un productor de caña de azúcar reci-bió ¢ 12,200 ($ 1402.29 U.S.), el be-neficio que los cañeros obtuvieron de la cosecha de este producto en el año agrícola 1995-1996 puede estimarse en ¢ 5,267.42 ($ 605.45 U.S.) por manzana. Como vimos anteriormen-te, el 22.28 % de los cañeros desa-rrollan su actividad en una manza-na, por lo que el beneficio de estos cañeros fue de ¢ 5,267.42. Pero la mayoría de los cañeros (41.56 %) cultiva dos manzanas, por lo que sus ganancias en 1995 ascendieron a ¢ 10,534.84 ($ 1,210.90 U.S.). Por último, el 16.26 % cultiva 3 man-zanas, es decir, este sector obtu-vo un beneficio de ¢ 15,802.26 ($ 1,816.35 U.S.).

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Un problema de gran tras-cendencia para los cañeros es el costo del transporte, que está rela-cionado con la distancia a la que se encuentra el ingenio que les com-pra la caña. Anteriormente, los ca-ñeros de Joya de Cerén entregaban su producto al ingenio estatal Chan-mico, que se encuentra ubicado en el mismo municipio de San Juan Opico. Sin embargo, a principios de 1994 el Instituto Nacional del Azúcar de El Salvador (INAZUCAR) decidió cerrar este ingenio, pues los técnicos de esta institución con-sideraron que el ingenio Chanmico no es rentable, ya que está ubicado en una zona (municipios de San Juan Opico, Ciudad Arce y Quezal-tepeque) que no produce suficiente caña para moler. Por esta misma razón, el gobierno de El Salvador decidió trasladar este ingenio al oriente del país, para activar en esa zona un polo de desarrollo en torno a la producción de la caña de azú-car. La decisión no fue del agra-do ni de los cañeros de la zona ni de los trabajadores de este ingenio, muchos de ellos originarios del cantón Chanmico. Los primeros se sintieron afectados por el incre-mento al costo del transporte, ya que al cerrar el ingenio Chanmico se vieron obligados a vender su caña al ingenio El Angel o al San Francisco, lo que representa un

incremento del 30 % al costo del transporte. Por su parte, los tra-bajadores del ingenio perdían su empleo: "alrededor de 500 familias serán afectadas", declaró el repre-sentante de los trabajadores a La Prensa Gráfica. Además, de acuer-do con la Ley de Privatización de los Ingenios y las Plantas de Alcohol, los cañeros de la zona tenían la posi-bilidad de adquirir determinadas acciones del ingenio Chanmico, lo que les permitiría mantener cierto control sobre la comercialización de su producto. Con la decisión de trasladar este ingenio al oriente del país esta posibilidad se desvanecía. Los cañeros de la zona y los trabajadores del ingenio, se organi-zaron para impedir que el gobierno trasladara este ingenio. Se exigía el cumplimiento de la Ley de Pri-vatización de los Ingenios..., según la cual los ingenios debían ser pri-vatizados en su lugar, con el objeto de beneficiar a los habitantes de la zona, cañeros y trabajadores, quie-nes tendrían acceso a las acciones del ingenio. La ley establecía que la venta de las acciones debía mante-ner la siguiente proporción: el 55% de las acciones debía quedar en manos de los cañeros de la zona, el 15 % en manos de los trabajadores del ingenio, y el 30 % restante se vendería a inversionistas privados. Para llevar a cabo este plan, el go-bierno aportaría el 90 % del capital

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que se necesita para comprar las acciones de los cañeros y los traba-jadores del ingenio, el cual se paga-ría en un plazo de 12 años. Sin embargo, de acuerdo con los cañeros y los trabajadores del ingenio, en este proceso de pri-vatización se interpusieron intere-ses económicos que desvirtuaron el proyecto inicial. El 8 de marzo de 1996, la Asamblea Legislativa con 51 votos aprobó la reforma a la Ley de Privatización de Ingenios y Plantas de Alcohol, autorizando el traslado del ingenio Chanmico al oriente del país. "Ya verá Ud.”, me decía un cañero de Joya de Cerén, “como la producción de caña decae después de esta decisión". Actualmente (1996), los cañeros de Joya de Cerén y de toda la zona de influencia del ingenio Chanmico tienen que vender la caña al ingenio El Angel o al San Francisco. «El problema no es úni-camente el transporte», aseguraba un cañero de Opico, «sino que ellos no pagan la calidad de la caña, por-que aquí se produce una caña de calidad, que le da hasta dos quinta-les de azúcar, y ellos la quieren pa-gar como caña común y corriente». Esta es la razón por la cual para los cañeros es tan importante lograr cierto control sobre el ingenio al cual van a vender su producto. Sin embargo, últimamen-te han surgido nuevas esperanzas

para los cañeros de esta zona. Al parecer, los agricultores de oriente se han convencido que es más ba-rato montar un nuevo ingenio en aquellas tierras que trasladar el in-genio Chanmico. De ser así, este in-genio podría reiniciar su actividad en los próximos años. Otro problema que afecta a los cañeros de Joya de Cerén es la práctica de quemar los cañales. Los productores de caña no han detec-tado a los responsable, «son manos traviesas», afirma un cañero, con lo cual demuestra su ingenuidad ante este grave problema. En todas las épocas de za-fra personas desconocidas queman algunos cañales de la zona. Esto obliga a los agricultores afectados a levantar la cosecha lo antes posible, pues una vez la caña ha sido que-mada no puede permanecer más de quince días en pié. Además, debe venderse rápidamente, ya que cada día pierde peso y se corre el riesgo de que la caña se arruine, «se chu-queya», dicen los cañeros, y una vez arruinada ya no la aceptan en el ingenio, porque arruina la caña buena. Los ingenios tienen sus agrónomos de campo, estos visitan las comunidades y establecen la fe-cha en la que será entregada la caña de cada productor. Lo ideal es cor-tar la caña en la fecha establecida, pues la caña pierde peso una vez

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que ha sido cortada. Sin embargo, cuando queman la caña de un agri-cultor este se ve obligado a venderla de inmediato, pero el ingenio no se la recibe pues tiene una lista bastan-te amplia de cañeros que debe de atender. Entonces, entran en acción los intermediarios. En su desespe-ración, los agricultores venden la caña a bajos precios a determinados sujetos que ya tienen contacto con los trabajadores del ingenio, garan-tizando de esta manera que el pro-ducto va a ser recibido. Lo curioso de este proceso es que el único que realmente pier-de con la quema de los cañales es el productor directo. Tanto los inter-mediarios como los trabajadores de los ingenios salen ganando, pues obligan al cañero a vender el pro-ducto por debajo de su valor. Esto permite que los intermediarios y los trabajadores del ingenio puedan apropiarse de una parte del valor de la caña de azúcar. Es posible que esta práctica sea promovida por los intermediarios y los trabajadores de los ingenios que obtienen ganancias dañando al productor de caña de azúcar. Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes es claro que el cultivo de la caña de azúcar re-presenta una fuente de ingresos de gran trascendencia para los pobla-dores de Joya de Cerén, tanto para los cañeros como para aquellos que

se contratan en la zafra. Además, los cañeros han venido mejorando su producción (la producción de 1995-96 representa el doble de la producción de 1958-59), por lo que en este rubro los pequeños agricul-tores mantienen una actitud más empresarial que en la producción de granos básicos. La inversión en fertilizantes y semilla mejorada ha incrementado el rendimiento de la caña de azúcar, elevando los benefi-cios por manzana. Aunque esta in-versión sigue siendo limitada, pues buena parte de los ingresos se des-tinan al consumo familiar o a la am-pliación de las relaciones sociales, a través de reuniones, festividades, eventos sociales o la simple convi-vencia, es claro que la producción de caña de azúcar es la actividad agrí-cola que más se acerca a una diná-mica de acumulación-reinversión.

1.3 Las asociaciones cooperativas

A pesar de los conflictos que desar-ticularon las cooperativas en la dé-cada de los cincuenta, en 1976 un grupo de agricultores organizó una nueva asociación cooperativa. Esta nueva cooperativa estaba consti-tuída originalmente por 69 socios, pero a raíz de determinados con-flictos internos se redujo el número de socios a 50. La cooperativa está organi-

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zada de la siguiente manera:

Directiva:- un presidente- un vicepresidente- un secretario- un tesorero- un vocal- dos suplentes

También cuenta con una junta de vi-gilancia, un comité de crédito, encar-gado de tramitar los créditos banca-rios, y un comité de educación, que se encarga de impartir educación cooperativa a los asociados. La cooperativa cuenta con 67 manzanas, pero las tierras per-tenecen a sus asociados. La can-tidad de tierra por asociado es irregular, algunos poseen 1/2, 1, 2 ó 3 manzanas. Solo una manzana pertenece a la cooperativa, en la cual se encuentran ubicadas las ofi-cinas. Los miembros de la coopera-tiva siembran maíz, frijol y caña de azúcar. En realidad, los asociados determinan lo que van a sembrar en sus parcelas, únicamente tienen que entregar una programación de las actividades agrícolas del año. Las principales funciones de la cooperativa son comprar los insumos a precios más cómodos y tramitar el crédito con el Banco de Fomento Agropecuario (BFA). El año 1995 el banco otorgó a la cooperativa un interés del 20 %, lo

que en realidad no representa una reducción significativa del crédi-to agrícola. Sin embargo, en otros años la cooperativa ha logrado mejores concesiones por parte del BFA. Otra asociación cooperati-va que tiene incidencia en Joya de Cerén es la cooperativa San Andrés, la cual está ubicada principalmente en el vecino municipio de Ciudad Arce, pero cuenta con once aso-ciados en el caserío Plan del Hoyo. Esta cooperativa surgió en 1980 como producto de la reforma agra-ria que impulsó la Democracia Cris-tiana, sin embargo desde esa fecha hasta la actualidad ha ido perdien-do membresía. La cooperativa San Andrés es de gran trascendencia para el cantón Joya de Cerén, pues en esta asociación se contratan muchos agricultores para complementar sus ingresos. La cooperativa San Andrés cuenta con 283 miembros y 265 hectáreas. En estas hectáreas, los asociados siembran cítricos (60 manzanas), café (150 manzanas) y el resto lo tiene cultivado con caña de azúcar. Cada asociado recibe una pequeña parcela para cultivar su milpa. Por último, hay que men-cionar que en el período en el que se llevó a cabo esta investigación estaba surgiendo una nueva asocia-ción cooperativa, denominada "Sol

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Naciente". Por el momento, sus miembros no han definido el carác-ter de esta cooperativa ni el tipo de proyectos que va a llevar a cabo. Es importante resaltar que a pesar de la presencia de estas asociaciones cooperativas, la opi-nión de los pobladores de Joya de Cerén no es favorable al desarrollo del cooperativismo. El 65.7 % de los jefes de familia considera que no se han beneficiado con la consti-tución de las asociaciones coopera-tivas. Las razones de esta posición ya las he abordado en el apartado sobre la historia local de Joya de Cerén, y pueden sintetizarse de esta manera: 1) mal manejo de fondos por parte de los directivos de las asociaciones cooperativas o los representantes de la sociedad nacional; 2) alta valorización de la propiedad privada.

1.4 Otras actividades económicas del Cantón

De hecho, en el cantón Joya de Ce-rén existen otras actividades eco-nómicas que complementan los ingresos de los pequeños agricul-tores. Estas actividades se enmar-can en la dinámica de la economía de subsistencia que predomina en Joya de Cerén. La primera actividad que se debe tomar en cuenta es la ganade-ría, pues existe un número conside-

rable de jefes de familia que prac-tican esta actividad económica. De acuerdo con mis propios datos, el 23.9 % de los jefes de familia prac-tican la actividad ganadera. En la comunidad puede ob-servarse una ganadería a pequeña escala. La mayor parte de los agri-cultores que posee ganado cuenta con 4 y 6 cabezas, aunque existen personas que tienen de 15 a 18 ca-bezas, tanto de ganado de engorde como lechero. La mayoría de estos pequeños ganaderos tienen sus propios potreros, aunque hay quie-nes comparten los potreros con otros ganaderos y otros más que alquilan tierras para pastoreo. Otra actividad económica que debe mencionarse son las pe-queñas tiendas que se encuentran por todo el cantón. Estas tiendas están ubicadas en las casas de los propietarios y únicamente cuentan con los artículos básicos que debe tener cualquier establecimiento de esta naturaleza, como gaseosas, productos Diana (golosinas), jabón, azúcar, sal, pan dulce, y en algunas ocasiones cervezas y otros tipos de producto. La mayor concentración de tiendas y las de mayores dimen-siones se encuentran en la colonia Joya de Cerén, caserío central del cantón. Es interesante observar que estas tiendas son atendidas por las mujeres y los niños de los

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grupos domésticos de la comuni-dad. De hecho, las señoras super-visan las tiendas como si se tratase de una extensión de sus labores do-mésticas. Como las tiendas están ubicadas en sus propios hogares, no les resulta difícil pasar de la cocina, la limpieza o la atención al bebé, a la venta de gaseosas o golo-sinas. Nuevamente, esta actividad económica debe enmarcarse en la economía de subsistencia que pre-domina en el cantón Joya de Cerén. La crianza de animales do-mésticos es una actividad caracte-rística de la economía de subsis-tencia. En el cantón Joya de Cerén casi todos los hogares cuentan con aves de corral, gallinas y pollos. De acuerdo con la información propor-cionada por el CENTA de San Juan Opico, el 14.85 % de las casas cuen-ta con 12 aves; el 12.87 % cuenta con 10 aves; el 11.88 % mantiene 15 aves; y el 9.90 % mantiene 13 aves. El resto de los hogares man-tiene menos de 10 aves de corral. También se observa la crianza de cerdos. Esta es más li-mitada que la de aves, pues el cer-do consume más grano (maicillo y maíz). Según los datos del CENTA, el 34.05 % de los hogares que cría cerdos mantiene únicamente 2 cer-dos; el 20 % mantiene 3 cerdos; el 18.37 % solo tiene un cerdo; y el 16.75 % cuenta con 4 cerdos. Son muy pocos los hogares que man-

tienen 8 cerdos, estos únicamente representan el 1.62 % Tanto la ganadería como las pequeñas tiendas y la crianza de animales domésticos, son activida-des que complementan el ingreso de los pequeños agricultores. Sin embargo, el desarrollo de la econo-mía monetaria obliga a las familias rurales a buscar un salario que les de cierta capacidad de compra y de movilidad en la sociedad nacional.

1.5 El trabajo asalariado

El trabajo asalariado es un rubro de gran trascendencia para garantizar la supervivencia de los pobladores de Joya de Cerén. De acuerdo con mis datos, el 38.80 % de los jefes de familia realizan algún tipo de tra-bajo asalariado. De este 38.80 % (264 jefes de familia), el 34.61 % se contrata en labores agrícolas, prin-cipalmente en la zafra, pero tam-bién en diversas tareas agrícolas en la cooperativa San Andrés o, final-mente, se contratan en las milpas de los agricultores que necesitan fuerza de trabajo asalariada. Como ya se indicó anteriormente, el sala-rio en el área agrícola es de ¢ 25.oo por tarea, aunque algunas labores consideradas más simples pueden pagarse a ¢ 20.oo por tarea. El 26.92 % de los jefes de familia que trabajan asalariada-mente, 71 personas, declararon ser

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empleados. Este constituye un ru-bro sumamente amplio que abarca tanto al sector de la industria como al de los servicios. Los salarios son variados, encontramos desde ¢ 750 ($ 86.20 U.S.) hasta ¢ 2,000 ($ 229.88 U.S.) por mes. Dado que al principio de este artículo se había establecido que el 83.6 % de los jefes de familia se dedican a la agricultura como ac-tividad económica principal, entre los cuales hay un sector de peque-ños propietarios (64.2 %) y otro de arrendatarios (29.9 %), es válido suponer que los jefes de familia que se incorporan al trabajo asalariado lo hacen como una actividad com-plementaria, es decir, solo dedican al trabajo asalariado el tiempo que les queda después de haber reali-zado las actividades en sus propios cultivos. El carácter cambia cuando analizamos el trabajo asalariado que desempeñan otros miembros del grupo familiar. En efecto, el 37.31 % de los encuestados (254 jefes de familia) declaró que en su grupo familiar existe al menos un miembro que trabaja asalariada-mente. Este puede ser un hijo, una hija, un yerno o un hermano. Los datos indican que el 77.27 % de es-tos trabajadores se encuentra entre los 18 y los 28 años de edad. Estos jóvenes son mayoritariamente sol-teros (72.72 %), y solo un pequeño

porcentaje está casado o acompa-ñado. Es curioso constatar que a diferencia de los jefes de familia que se contratan asalariadamente, estos jóvenes solo en un pequeño porcentaje (12 %) se contratan en labores agrícolas. En otras pala-bras, estos datos muestran la ten-dencia que los miembros maduros de la comunidad son los que desa-rrollan las actividades agrícolas, ya sea en sus propios cultivos o con-tratándose asalariadamente, mien-tras que los miembros más jóvenes buscan otros tipos de trabajo, en el sector de los servicios o en la in-dustria. El 88 % de estos jóvenes (223 personas) ya no ven el tra-bajo asalariado como una activi-dad suplementaria o adicional a la producción agropecuaria, sino que se incorporan a los sectores de los servicios y la industria a tiempo completo, dejando de lado el traba-jo agrícola y pecuario. Si se toma el porcentaje de la población eco-nómicamente activa (PEA) que el V Censo de Población de 1992 pro-porciona para el municipio de Opi-co como válido para el cantón Joya de Cerén, podemos afirmar que la PEA representa el 32.16 % (1876 personas) de la población total del cantón. Esto indica que el sector que ya no se dedica a labores agro-pecuarias representa únicamente el 11.88 % de la población econó-

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micamente activa de este cantón. Si bien este sector repre-senta un elemento de transforma-ción de la dinámica socioeconómica del cantón, pues es un sector que ya no se encuentra integrado al traba-jo agrícola y pecuario, en el contex-to del sistema económico global de la comunidad cumple una función específica: la de complementar el ingreso de los grupos domésticos de los pequeños agricultores, pro-porcionándoles liquidez, lo que les da cierta capacidad de movimiento en la economía monetaria nacional. En otras palabras, en el contexto del grupo doméstico (o la econo-mía familiar) este sector constituye una fuente de ingresos adicional que complementa el ingreso obte-nido con el trabajo agrícola. Recordemos, además, que el trabajo en la industria y los ser-vicios no es un trabajo estable; si bien existe un pequeño sector que sí cuenta con un contrato perma-nente de trabajo, muchos de los que se contratan en estas áreas mantienen una posición de subem-pleados, lo que impide que estos rubros desplacen a la agricultura como base de la economía de Joya de Cerén. También debemos consi-derar el ingreso que los grupos domésticos obtienen de los fami-liares que residen en EEUU. De acuerdo con mis datos, el 28.78 %

de los grupos domésticos de Joya de Cerén cuentan con al menos un familiar residiendo en los Estados Unidos, no obstante que en mi tra-bajo de campo he podido corrobo-rar que varias familias cuentan con 2 o 3 familiares. Estos inmigrantes residen principalmente en Los An-geles (68.42 %), aunque también viajan a San Francisco (21.05 %), Texas y México. El 83.33 % de estos inmigrantes salió de Joya de Cerén entre los 20 y 30 años de edad, lo que corrobora la tendencia de los jóvenes a buscar nuevos tipos de trabajo. De los hogares con familia-res en el extranjero, el 36.84 % (72 hogares) recibe ayuda económica, la mayor parte de ellos entre $100 U.S. y $200 U.S., lo que representa un ingreso importante para estos hogares. El 50 % de estos grupos domésticos destina estos ingresos al consumo diario de la familia, aunque el 25 % lo invierte en la ac-tividad agrícola y el 12.5 % lo uti-liza para la educación de sus hijos. El 12.5 % restante declaró usarlo para pagar deudas, lo que no per-mite determinar el destino final de esta última categoría de remesas. Por último, debo seña-lar que existen algunas personas que han logrado una posición so-cioeconómica que está por encima del resto de la comunidad. En el cantón hay algunos maestros que

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trabajan en el Ministerio de Edu-cación, los cuales no solo perciben un salario superior al grueso de la comunidad sino que también go-zan de una posición de prestigio que los coloca entre las personas más importantes del cantón. Esta posición va a ser aprovechada en las contiendas políticas. También hay algunos pequeños empresa-rios, como el dueño de las ruedas mecánicas que se colocan en las fiestas de la comunidad, los dueños de los molinos de maíz, el dueño del conjunto musical Joya de Cerén y el dueño de un autobús de pasaje-ros, quienes perciben ingresos su-periores al resto de la comunidad. Estas personas poderosas residen en la colonia Joya de Cerén, el ca-serío central, donde se encuentran las mejores condiciones de vida del cantón (mejores viviendas, acceso a los servicios básicos, etc.).

2. La economía de Joya de Cerén en 1996-97

A lo largo de este trabajo se ha ob-servado que los pobladores de Joya de Cerén utilizan diferentes fuentes de ingreso para garantizar la sub-sistencia y mejorar, en la medida de sus posibilidades, las condiciones materiales de vida de sus grupos domésticos. La agricultura de sub-sistencia (identificada principal-mente con la producción de granos

básicos) constituye la base del sis-tema económico local. Por medio de esta actividad los agricultores obtienen la base de la dieta diaria de sus grupos familiares. En el contexto de la econo-mía capitalista que domina el pano-rama nacional, en el cual los peque-ños agricultores no tienen control sobre la dinámica de los precios y el costo de la vida, la producción de maíz, en asociación con el frijol y determinadas verduras, es decir, lo que se denomina la milpa, crea una base que permite amortiguar las fluctuaciones de la economía de mercado. A partir de esta base de subsistencia, que tiene su origen más remoto en la época prehispá-nica, los agricultores, pequeños propietarios y pequeños arrenda-tarios, pueden desarrollar otras actividades que complementan el ingreso y que les permite enfren-tar de mejor manera el medio so-cioeconómico. Pequeño comercio local (tiendas), ganadería a pequeña es-cala y crianza de animales domésti-cos, constituyen prácticas que con-tinúan la lógica de la agricultura de subsistencia. Incluso la producción de caña de azúcar está integrada a la economía de subsistencia, aun-que los cañeros son los que más se acercan a una lógica empresarial (acumulación-reinversión), pero, finalmente, los beneficios de su

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producción se destinan al consu-mo familiar y a financiar los even-tos sociales de la comunidad. Así, con base en el sistema de pequeña propiedad privada se desarrolla la economía de subsistencia. Cuando hablo de una eco-nomía de subsistencia me refiero a un tipo de economía cuya lógica de producción tiende más a la satisfac-ción de las necesidades básicas de los productores y sus grupos fami-liares que al incremento constante de beneficios, que desarrolla un proceso de reinversión y capitali-zación. No se trata de una econo-mía aislada que opera al margen de la economía monetaria dominante, pues como se ha podido observar los agricultores de Joya de Cerén están integrados a la dinámica de la sociedad capitalista salvadoreña. La economía de subsisten-cia se caracteriza, por la actitud del productor de trabajar con el obje-tivo de obtener lo necesario para garantizar la subsistencia de su grupo familiar. El productor puede generar un excedente pero este no entra en una lógica de creación de capital (acumulación-reinversión) sino que se destina al consumo de la familia y al desarrollo de las rela-ciones sociales (reuniones sociales, festividades, etc.). Únicamente se invierte en la producción lo equiva-lente a los costos de la producción del siguiente año. De esta mane-

ra, la economía de subsistencia o economía campesina es un tipo de economía que funciona sin acumu-lación. Esto es válido, en el caso de Joya de Cerén, para la producción de granos básicos, pero también lo es en alguna medida para la caña de azúcar. Se entiende entonces que la economía de subsistencia está in-tegrada a la lógica de la economía monetaria de carácter macrosocial. Y es más, podría irse más lejos y afirmar que la economía capitalista (de tipo empresarial) utiliza la eco-nomía de subsistencia para incre-mentar sus beneficios, sobre todo a través del proceso de comerciali-zación de sus productos, pero tam-bién porque la economía de subsis-tencia permite reducir los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo que utilizan las empresas capitalistas. En este sentido, la eco-nomía de subsistencia resuelve un problema que la economía empre-sarial no podría resolver: mantiene a una amplia población de subem-pleados que el sistema nacional no puede absorber. Pero sería demasiado uni-lineal afirmar que la economía de subsistencia se mantiene solo por los beneficios que la economía em-presarial obtiene de ella. En reali-dad, los pequeños agricultores han desarrollado una actitud de resis-tencia frente a la imposición de la

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economía empresarial como mo-delo único de la sociedad nacional. Esta actitud de resistencia quedó documentada en la reconstrucción de la historia local, pues a pesar de que las tierras en Joya de Cerén eran casi totalmente cañeras y que los pequeños agricultores recibie-ron asesoría técnica para obtener mayores beneficios con la produc-ción de la caña de azúcar, éstos sus-tituyeron este producto por maíz y frijol. Por otra parte, actualmente la producción de caña de azúcar se ha incorporado a la lógica de la subsistencia. Esto me hace pensar que la economía de subsistencia no es únicamente el producto de "las condiciones objetivas" que el sis-tema económico nacional impone, sino también, y fundamentalmen-te, de la actitud de los pequeños agricultores frente al proceso de producción, es decir, de las expec-tativas y los objetivos que los pe-queños agricultores tienen en re-lación a las actividades económicas que realizan. Este punto es de gran tras-cendencia, pues normalmente los investigadores solo enfatizan “las condiciones objetivas” de la diná-mica socioeconómica, olvidando el sistema de valores y concepciones culturales, pues suponen que este se deriva automáticamente del pri-mero. Lo que me interesa enfati-

zar en este trabajo es que entre las condiciones técnicas y sociales, por un lado, y el sistema de valores cul-turales, por el otro, existe una rela-ción dialéctica, que puede definirse como una relación de interdetermi-nación, según la cual ambos aspec-tos se condicionan mutuamente. Así, si bien la economía empresarial saca ventaja de la per-manencia de la economía de sub-sistencia en Joya de Cerén, esta representa una opción cultural que tiene que ver con el estilo de vida de estos sujetos sociales. En pocas palabras, la economía empresa-rial supone la subordinación de la vida social a los intereses económi-cos, mientras que la economía de subsistencia valora la vida social (reuniones sociales, convivencia, festividades religiosas y profanas, etc.) por encima de las condiciones materiales de vida. Esta opción de vida (la de la economía de subsis-tencia) supone invertir mayores esfuerzos y recursos en el desarro-llo de las relaciones sociales antes que en el incremento de los bene-ficios económicos; o, dicho de otra manera, los pequeños agricultores de Joya de Cerén prefieren invertir más en el capital social de sus pa-rientes y su comunidad, que en el capital material. Pero también hemos visto que los pobladores de Joya de Ce-rén combinan la economía de sub-

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sistencia con el trabajo asalariado. El trabajo asalariado lo realizan dos tipos de sujeto social: los propios agricultores, quienes se contratan asalariadamente en ciertas épocas del año, como en la zafra y en otras actividades, cuando no tienen tra-bajo en sus cultivos; y aquellos su-jetos, principalmente los jóvenes, que se incorporan a los sectores de los servicios y la industria a tiempo completo. Con base en esta informa-ción, se puede concluir que los agri-cultores de Joya de Cerén son ac-tualmente semi-campesinos, pues combinan la economía campesina (o de subsistencia) con actividades propias de la economía empresarial capitalista. Sin embargo, el carác-ter semi-campesino no debe verse únicamente al nivel de los indivi-duos, sino que debe enmarcarse en la división del trabajo al interior del grupo doméstico, es decir, del gru-po de personas que residen en una misma vivienda, pues es ésta la uni-dad de consumo. Esto quedará aún más claro en el siguiente apartado. Algunos autores, como Lui-sa Paré (1977) y Cabarrús (1983, 1985), han acuñado el concepto de semi-proletariado agrícola, para referirse a estos agricultores que producen bajo una lógica de subsis-tencia pero que al mismo tiempo se contratan asalariadamente. Yo pre-fiero utilizar el concepto de semi-

campesino pues, como ha quedado demostrado en este trabajo, la base del sistema económico sigue sien-do la economía de subsistencia. Es importante señalar que el carácter semi-campesino no hace referencia a un estado pasajero o de transición, sino que se refiere a una condición estable (o estructu-ral) del capitalismo dependiente en El Salvador. En esencia, representa una estrategia a través de la cual los pequeños agricultores logran man-tener la economía de subsistencia en condiciones que les son adver-sas, esto es, en una sociedad domi-nada por una economía monetari-zada, de carácter empresarial. De lo contrario, si solo se dedicaran a la economía de subsistencia, no po-drían sobrevivir en las condiciones actuales o sobrevivirían muy mal.

3. La dinámica de los grupos domésticos

En este apartado me propongo es-tudiar un aspecto esencial de la estructura social del cantón Joya de Cerén, el sistema de los grupos domésticos. Para estudiar este siste-ma, considero necesario analizar a profundidad sus elementos cons-titutivos. Estos elementos pueden reducirse a tres variables: la base material de los grupos domésticos, su composición social, que abarca

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los tipos de familia y su organiza-ción interna, y el sistema de normas y valores, que rige la vida familiar y las relaciones entre los parien-tes. A partir del examen de estos tres elementos, se puede precisar el papel que los grupos domésticos juegan en la sociedad local de Joya de Cerén, es decir, las funciones que cumplen en el contexto de la socie-dad global.

3.1 La base material de los grupos domésticos

El grupo doméstico es ante todo un grupo residencial, está compuesto por un conjunto de individuos que habitan un espacio común. En con-secuencia, la base material de los grupos domésticos está constituída por la vivienda y sus implementos. En Joya de Cerén, el 92.6% de los jefes de familia son propieta-rios de la vivienda en la que viven. La mayor parte de las viviendas han sido construídas con adobe (36.8%). Le sigue el tipo mixto (29.4%) y el bloque (13.2%). Por último, se pueden observar las vi-viendas de bahareque (8.8%) y los ranchos (2.9%), sobre todo los de cartón y plástico. El adobe es un tipo de cons-trucción que ya se encuentra en la época prehispánica, pero se ex-tiende y se perfecciona en la época colonial. Actualmente, el adobe se

sigue utilizando en la construcción de las viviendas de las áreas rura-les, principalmente de personas de escasos recursos. Los lugareños preparan los ladrillos de adobe para ser utiliza-dos en la construcción. Estos ladri-llos se preparan con barro, tierra limpia y cierta cantidad de arena. La mezcla se elabora en un hoyo que se ha abierto previamente. Ahí se va agregando el agua hasta que se crea un lodo con cierta consis-tencia. A esta mezcla se le agrega paja o zacate, lo que es útil para que el lodo adquiera mayor consis-tencia. También se puede agregar aceite quemado para que la mez-cla se vuelva más resistente. Esta mezcla se coloca en moldes de ma-dera para formar los ladrillos. Los moldes deben mojarse previamen-te pues de lo contrario el adobe se pega al molde. Una vez que los la-drillos están listos, se dejan al aire libre, al sol y luego en la sombra, para que se sequen. El tiempo que se tardan en secarse puede ser de 2 a 3 semanas. Las construcciones de ado-be tienen una base de piedra que también se fija con este tipo de mezcla. Sobre esta base se colocan los ladrillos de adobe para levantar las paredes. Estas paredes pueden recubrirse con cal o cemento, con el objeto de evitar que se erosionen. Diversos arquitectos coinciden que

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el adobe tiene una vida corta, pues no resiste las inclemencias del cli-ma. Tampoco resiste los sismos, las paredes tienden a desmoronarse hacia adentro, poniendo en peligro la vida de los que habitan este tipo de vivienda. Otro sistema constructivo que tiene su origen en la época pre-hispánica es el bahareque. El baha-reque ha perdido presencia en Joya de Cerén, únicamente el 8.8 % de las viviendas del cantón han sido construídas con este sistema. El bahareque consiste en un entramado o tejido de caña brava, vara de castilla, bambú o tablas de madera, que se levanta sobre un ci-

miento o muro de piedra o ladrillo. Este cimiento puede ser de 0.60 a 0.80 cms. El entramado debe fijar-se bien en los extremos para que no se desarme. Puede ser reforzado con alambre espigado con el objeto que el lodo quede más fijo. La armazón se rellena con una mezcla de lodo formando así las paredes de la vivienda. Estas paredes pueden ser repelladas con cal o cemento, lo que evita las filtraciones de agua y el paso de insectos. Estas viviendas son su-mamente frescas y resistentes a los movimientos telúricos. Los ranchos representan únicamente el 2.9 % de las vivien-

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Figura 1 (arriba): Vivienda 1. Figura 2 (abajo):En este esquema se maneja la siguiente simbología: ∆ significa hombre; Ο significa mujer; el signo = representa una relación de matrimonio; cuando dos o más sujetos están unidos directamente por una línea horizontal es porque son hermanos; bajo la línea vertical que sale del signo = se en-cuentran los hijos de una pareja y sus esposos o esposas. Los signos que están enmar-cados en las líneas cortadas representan a los miembros de un grupo doméstico, es decir, a los que viven bajo un mismo techo.

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Figura 3.

Figura 4.

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Figura 5.

Figura 6.

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das del cantón. Es un tipo de cons-trucción muy sencillo que se hace a base de cartón y plástico. Los ranchos de paja son muy escasos en este cantón. Estas viviendas son habitadas por las familias más po-bres de la comunidad. Por último, tenemos los sis-temas constructivos modernos, el tipo mixto y el bloque. El tipo mix-to es el segundo en importancia en Joya de Cerén, 29.4 %. Consiste en la combinación de ladrillo rojo y ce-mento, con vigas de concreto en los extremos que soportan la estruc-tura. Las construcciones de blo-que representan el tercer sistema constructivo en importancia, 13.2 %, y consiste en la construcción

de paredes de ladrillo de concreto con varas de hierro intercaladas, en donde el peso de la estructura re-cae sobre las paredes. Estos sistemas han ido ga-nando terreno en Joya de Cerén, principalmente porque son más resistentes y duraderos que los an-teriores. Sin embargo, no se debe perder de vista que estos sistemas constructivos modernos constitu-yen símbolos de poder económico y social al interior de la comuni-dad. En efecto, las personas que tienen mayor capacidad económica sustituyen sus viviendas de adobe o bahareque por sistema mixto o bloque, indicando de esta manera el nivel socioeconómico que han

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Figura 5. Vivienda 4

Figura 6. Esta es la vivienda de una fami-lia nuclear: el padre, la madre, un niño y una niña.

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alcanzado. Es por ello que no nos debe extrañar que estos sistemas constructivos modernos predomi-nen en la colonia Joya de Cerén, ca-serío central de este cantón, donde residen las familias con mayor po-der social, mientras que a medida que uno avanza hacia los caseríos periféricos (La Ranchería, Plan del Hoyo, Agua Zarca) las viviendas de adobe y bahareque adquieren mayor presencia. Así, los sistemas constructivos indican poder econó-mico y social al interior del cantón. En términos generales, se puede establecer la siguiente va-loración cultural en los sistemas constructivos de Joya de Cerén:

De inferior a superior: rancho ---> bahareque ---> adobe ---> mixto y bloque.

Es lógico, entonces, que los pobla-dores de Joya de Cerén tiendan a sustituir los sistemas constructivos tradicionales por los modernos. De cualquier manera, es interesante constatar que los lugareños ya se han apropiado de las técnicas para construir por sí mismos sus vivien-das con sistema mixto o de bloque. Ahora bien, es importante conocer la distribución interna del espacio en las viviendas de Joya de Cerén, para ello tomaré cuatro vi-viendas, dos en la colonia Joya de

Cerén y dos de Plan del Hoyo.

• Viviendas en la colonia Joya de Cerén (Figura 1)

En esta vivienda habita una fami-lia ampliada, esto es, se observa la asociación de dos familias nuclea-res, la familia de los padres (hogar 1) y la familia de la hija del padre (hogar 2). Esta situación puede representarse como lo muestra la figura 1. Aunque cada uno de los hogares funciona con cierta auto-nomía, mantienen entre ellos una práctica constante de ayuda mutua. La familia de la hija entra y sale de la casa de los padres de la madre como si fuera su propia casa, hacen uso de la cocina del hogar 1 e inter-cambian alimentos. Es interesante observar que la cocina está separada por tres metros del resto de la casa. Un se-ñor comentó que ellos construyen la cocina por separado porque así evitan que el humo penetre en sus residencias. Una bodega también ha sido construída a dos metros de distancia del resto de la vivien-da. El lavadero queda contiguo al corredor. En este lavadero está la pila, donde se bañan los miembros de la familia. El corredor está delimita-

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do por un muro de 60 cms de alto. Este corredor sirve como un espa-cio de convivencia cotidiana de los miembros del grupo doméstico o simplemente para pasar el rato, so-bre todo para evitar el calor que ca-racteriza a los climas tropicales. En el patio de la casa, encontramos di-versos tipo de árboles frutales. La milpa está a media hora de camino. La Vivienda 2 (figura 3) también ilustra un caso de familia ampliada. El padre dividió el te-rreno (1,000 m2) en dos, dándole una mitad a un hijo que tuvo en su primer matrimonio. En el hogar 1 también existe una situación de fa-milia ampliada, pues la madre y su hijo conviven con la familia de la hija de la madre. De acuerdo con la madre, su hija y su familia se fue-ron a vivir con ella porque después que murió su marido ella se sentía demasiado sola. La composición de esta vi-vienda tambie´n se representa en la figura 4. Esta vivienda fue construí-da por el Instituto de Colonización Rural, por lo que su construcción responde más a patrones urbanos que a los patrones de la cultura lo-cal.

• Viviendas en Plan del Hoyo En esta vivienda habitan cinco per-

sonas, el padre, la madre, dos hijas y una nieta. Nuevamente, la cocina se encuentra a tres metros de la cons-trucción principal de la vivienda. El lavadero-baño está a 7 ½ metros de la construcción principal. La le-trina queda a 10 m de distancia del lavadero-baño. En la bodega de la construc-ción principal tienen dos silos para almacenar el maíz. El maíz que no ha sido desgranado se guarda en un granero que se encuentra en el patio de la casa. En este patio hay árboles frutales. La milpa está a 40 minutos de la casa. La cocina está también ubi-cada a 3 metros de la construcción principal. La concepción del espa-cio que muestran estas viviendas responde a las necesidades econó-micas y a los principios de socia-bilidad de la cultura local. En su interior, se desarrollan los tipos de familia que garantizan la subsisten-cia de los pobladores. Llama la atención cierta analogía que estas viviendas man-tienen con los complejos habitacio-nales del 600 D.C. estudiados por Payson Sheets y su equipo de cola-boradores. Exceptuando la casa 2, que es la única diseñada con base en los criterios de los técnicos del Instituto de Colonización Rural, en las demás viviendas la cocina

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aparece como una unidad autóno-ma con una función específica. Lo mismo podría decirse de las bode-gas de las viviendas 1 y 4. En este sentido, se puede observar cierta tendencia a construir “complejos habitacionales” cuyas funciones mantienen autonomía física. Además, las viviendas 1 y 4 presentan corredores en las facha-das principales, los cuales constitu-yen espacios para estar o descan-sar. Estos corredores cumplen una función importante en la socializa-ción de los miembros del grupo do-méstico y de estos con otros grupos domésticos de la comunidad. Este es otro elemento de continuidad con los complejos habitacionales del 600 D.C. Pero, a diferencia de las unidades residenciales del 600 D.C., en las cuales los campos de maíz (o milpas) estaban a la par de las viviendas, en la actualidad en los patios de las casas encontramos árboles frutales, y las milpas están ubicadas a 30 o 40 minutos de ca-mino. Estas comparaciones nos llevan a la conclusión que las uni-dades residenciales de Joya de Cerén mantienen determinados elementos de continuidad cultural con su pasado lejano, a la vez que existen elementos de ruptura o dis-continuidad cultural. Ahora, es importante revi-

sar los objetos que se encuentran al interior de estas viviendas, pues estos objetos nos darán una visión más clara del nivel y del estilo de vida de los pobladores del actual catón Joya de Cerén. En primer lugar, hay que establecer la diferencia entre la co-lonia Joya de Cerén y el resto de los caseríos del cantón. En general, la colonia Joya de Cerén presenta un nivel de vida superior al resto de los caseríos, lo que puede obser-varse a través del tipo de vivienda y de los objetos que poseen en sus casas. Pero al interior de la colo-nia Joya de Cerén también hay di-ferencias. Las principales calles de esta colonia están pobladas por las familias que cuentan con las condi-ciones de vida más elevadas, mien-tras que en las zonas periféricas viven familias de escasos recursos. Esta distribución del espacio sigue el patrón colonial de asentamien-to, según el cual en el centro de los poblados se establecían las familias más poderosas, mientras que en las periferias se ubicaban las familias menos beneficiadas. El mobiliario de las vivien-das de Joya de Cerén es sencillo. Se trata de una estufa, de leña o de gas, una mesa de comedor, sillas, mesas de noche, camas, roperos y gavete-ros. En la colonia Joya de Cerén y el caserío El Ira pueden observarse varias casas con estufa de gas, aun-

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que predomina la cocina de leña. En los caseríos periféricos es mu-cho más difícil observar una casa con estufa de gas. En general, una vivienda consume 4 pantes de leña al año. Un pante es un bulto de leña cor-tada de una vara de alto por cuatro varas de largo, que se vende a ¢300 ($34.48 U.S.), es decir, en un año una familia gasta ¢1200 ($137.93 U.S.) en leña. Un informante co-mentó que para hacer fuego se uti-liza el pepeto. Existen tres tipos de pepeto: el pepeto blanco, que es el más blando y más fácil de cortar, el pepeto rojo y el negro. Este último es el más difícil de cortar, hay que hacerlo con cuña y almágana, pues solo con hacha no se puede cortar.

En la colonia Joya de Cerén, muchas casas ya no tienen piedra de moler (para triturar el maíz) pues llevan el maíz a los molinos, que cobran ¢0.50 ($0.05 U.S.) por moler 2 quintales; pero en los ca-seríos periféricos (Plan del Hoyo, La Ranchería, Agua Zarca) las se-ñoras tienen molinillos manuales o eléctricos y piedras de moler. La técnica actual consiste en que ya cocido el maíz, primero lo muelen en el molinillo (manual o eléctrico) y después lo terminan de moler en la piedra, pues de esta manera la masa queda más fina. Este instru-mento (la piedra de moler), que de acuerdo con Rafael Cobos (1997: 35) constituyó la herramienta de subsistencia más importante de las

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unidades domésticas de Mesoamé-rica en la época prehispánica, sigue desempeñando un papel importan-te en la vida doméstica de los case-ríos periféricos de Joya de Cerén. Como en el 600 D.C., estas piedras de moler se componen de una plancha de piedra (metate) y una pieza de piedra alargada y cir-cular, que se denomina mano. El metate mide 0.50 cms de largo y 0.36 cms de ancho, y en esta plan-cha se coloca el grano de maíz coci-do o la masa pasada por el molinillo manual o eléctrico. El metate no se coloca di-rectamente en el suelo, como en otros lugares de mesoamérica, sino que se asienta sobre unos troncos de madera en forma de Y, denomi-nados horquetas. Dos horquetas sostienen el metate, la primera es la más corta, mide 64 cms, mien-tras que la posterior mide 74 cms, de tal manera que el metate queda en posición inclinada hacia abajo. La persona que va a moler el maíz (siempre es una mujer) se

coloca detrás de la horqueta más larga. Sujeta la mano y la hace gi-rar sobre el metate, al mismo tiem-po que se desplaza hacia delante y hacia atrás, tirando hacia el frente la masa ya molida. La posición del metate, inclinada hacia abajo, per-mite que se aproveche el peso del cuerpo de la señora que está mo-liendo, el cual ayuda a hacer pre-sión para que la masa salga más fina. Esta técnica es más o menos similar a la utilizada hace 1400 años. Pero los implementos do-mésticos también incluyen el uso de aparatos eléctricos. Estos se concentran en la colonia Joya de Cerén, aunque también pueden ob-servarse en los caseríos periféricos. El aparato eléctrico que mayor presencia tiene en Joya de Cerén es el televisor. El 32 % de las viviendas del cantón (218 ca-sas) cuentan con este aparato. El televisor es un medio a través del cual se transmiten los valores de la sociedad urbana dominante, por

CUADRO IITIPOS DE FAMILIA EN JOYA DE CEREN

Familias nucleares 68.52%Familias nucleares incompletas 9.26%Una familia nuclear y una familia nuclear incompleta

12.26%

Fragmentos de familias nucleares 9.26%

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lo que debe considerarse como un medio de transformación cultural. Es también un medio de sociali-zación, pues parientes, amigos y trabajadores, se reúnen en torno a la televisión para disfrutar de un programa determinado, sobre todo si se trata de un partido de fútbol. En Joya de Cerén, la mayoría ve los canales 2, 4 y 6, pues los demás no se captan muy bien. El segundo aparato eléc-trico más extendido es el aparato de música, el cual forma parte de los implementos domésticos del 28.1% de las viviendas. Este apa-rato es fundamental para la realiza-ción de fiestas y reuniones sociales. Constituye, por lo tanto, un medio de interacción social. Los otros aparatos eléctri-cos de importancia son la refrigera-dora, que está presente en el 15.7% de las viviendas, y la licuadora, 14.4 %. A pesar que estos últimos dos aparatos pueden considerarse indispensables por un sector so-cial medio de la sociedad urbana, en Joya de Cerén el televisor y el aparato de música son más indis-pensables que la refrigeradora y la licuadora, posiblemente porque aquellos están más directamente involucrados con el desarrollo de las relaciones sociales. Por lo demás, en las vivien-das de Joya de Cerén pueden en-contrarse diversos tipos de ollas y

sartenes, la mayoría de las cuales son de metal, pero también hay de barro. Vasos, platos y recipientes de plástico son comunes en estas casas. Las mujeres suelen trans-portar el agua en cántaro de plásti-co.

3.2 La composición de los grupos domésticos

Los grupos domésticos están cons-tituídos por un conjunto de perso-nas que se consideran parientes entre sí. Este conjunto de personas establecen diferentes tipos de fami-lia. En Joya de Cerén, he clasificado los grupos familiares en tres tipos:

1- Familia nuclear: es la constituí-da por un padre, una madre y sus hijos e hijas.

2- Familia nuclear incompleta: es la que carece de alguno de los tres elementos de la familia nu-clear, es decir, no cuenta con el padre o con la madre o con los hijos e hijas.

3- Familia ampliada: es la formada por la asociación de dos o más núcleos familiares. Existen tres subtipos de familia amplia-da: 3.1 La constituída por dos

familias nucleares 3.2 La constituída por una

familia nuclear y una familia nuclear incompleta

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3.3 La constituída por frag-mentos de familias nuclea-res.

Para determinar el peso de cada uno de estos tipos de familia en la comunidad Joya de Cerén, se aplicó una encuesta en la que se entrevistó a las señoras de la casa, es decir, las que están encargadas de la organización de las labores domésticas. Los resultados de esta encuesta son los siguientes: El cuadro II muestra que en el momento en el que se aplicó la encuesta, la mayor parte de los gru-pos domésticos estaban constituí-dos por familias nucleares. Solo el 21.52 % de los grupos domésticos pueden considerarse familias am-pliadas, básicamente de los tipos una familia nuclear + una familia nuclear incompleta y asociación de fragmentos de familias nucleares. La asociación de familias nucleares completas es muy escasa, de hecho no aparece en la muestra. Esto no quiere decir que no exista pero su nivel de representatividad es muy bajo. Esto indica que la familia am-pliada es un tipo de asociación que se constituye para proteger eco-nómica y socialmente a las fami-lias nucleares incompletas, ya sea porque éstas representan nuevas parejas que inician su vida marital o porque constituyen familias que carecen de la presencia del padre

o, finalmente, porque alguno de los padres ha quedado viudo. Por último, las familias nu-cleares incompletas representan un pequeño sector de los grupos domésticos de Joya de Cerén. Estos grupos normalmente carecen de la presencia del padre. El 45.5 % de los hogares (309 hogares) declaró que cuando se casaron (o se acompañaron) se fueron a vivir a la casa de sus pa-dres, la mayoría a la casa de los padres del hombre (viripatriloca-lismo) pero algunos a la casa de los padres de la mujer (uxoripatriloca-lismo). Esto crea una situación ini-cial de familia extensa. Esta situación da la pauta para interpretar los tipos de familia de estos 309 hogares, no como ti-pos fijos de familia, sino como tipos dinámicos que tienden a cambiar en diferentes momentos de la vida de los grupos domésticos. En efecto, las parejas ini-cian su vida conyugal en una situa-ción de familia ampliada, del tipo una familia nuclear + una familia nuclear incompleta. Algunas pare-jas prolongan la convivencia con el núcleo paterno aún después de te-ner su primer hijo, pero la mayoría ponen su propia casa. Normalmen-te, las parejas viven en la casa pa-terna por uno o dos años, mientras logran reunir lo suficiente para in-dependizarse. A partir de este mo-

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mento, la nueva pareja constituye una familia nuclear, la cual se man-tiene hasta que los hijos crecen y se comienzan a casar. Esta es una de las razones por la cual el 68.52% de los grupos domésticos son familias nucleares, pues la mayor parte del tiempo permanecen en este tipo de familia. Una vez que el primer hijo se casa (o se acompaña) se estable-ce de nuevo la familia ampliada. Si por alguna razón el matrimonio de una de las hijas falla o simplemente tiene hijos sin establecer una rela-ción estable, ella y sus hijos se rein-tegran al hogar paterno. Finalmen-te, si alguno de los padres queda viudo o ya son de edad avanzada, alguno de los hijos (con su familia) se hace cargo de ellos. Esta, por supuesto, es una reconstrucción ideal que única-mente pretende identificar la ten-dencia general en el desarrollo de este 45.5 % de los grupos domés-ticos de Joya de Cerén. De esta re-construcción ideal se desprenden dos puntos: (i) los grupos domés-ticos atraviesan por un ciclo de de-sarrollo (Arizpe, Lourdes: 1973) a través del cual pasan de un tipo de familia a otro; y (ii) la familia am-pliada es un mecanismo que solu-ciona las deficiencias de la familia nuclear incompleta, en un tipo de economía en el que la fuerza de tra-bajo es clave para el sostenimiento

del grupo familiar. Este es el fun-cionamiento de los grupos domés-ticos en el marco de la sociedad campesina tradicional. Pero en Joya de Cerén, el 51.5 % de los hogares declararon que cuando se casaron (o se acom-pañaron) se fueron a vivir a su pro-pia casa, marcando independencia de sus padres. Esta tendencia a la neolocalidad rompe con el ciclo de desarrollo del grupo doméstico tal y como se ha expuesto más arriba. En efecto, la neolocalidad repre-senta la tendencia del capitalismo contemporáneo y, por tanto, la inci-dencia de este sistema en el cantón Joya de Cerén, mientras que la pa-trilocalidad, masculina o femenina, representa la sociedad campesina tradicional. Así, el carácter semi-campesino de este cantón también se observa en la composición de los grupos domésticos, pues en la comunidad se encuentran las dos dinámicas, la dinámica capitalista (neolocal) y la dinámica campesina (el ciclo de desarrollo del grupo do-méstico). Sin embargo, debemos ale-jarnos de una interpretación sim-plista basada en una concepción de evolución unilineal, con base en la cual alguien podría pronosticar que en un futuro cercano el patrón de residencia neolocal desplazará completamente al patrón campe-sino mesoamericano. Como ya se

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señaló en un apartado anterior, el carácter semicampesino de estos pequeños agricultores representa una condición estable que forma parte no sólo del sistema social lo-cal sino también del sistema nacio-nal. De la misma manera, el patrón actual de residencia debe enten-derse como un patrón ya estabiliza-do, que se basa en un movimiento dialéctico que combina el patrón neolocal, fundado en la familia nu-clear, y el patrón campesino meso-americano, fundado en el ciclo de desarrollo del grupo doméstico. Piénsese, por ejemplo, en una pareja que cuando se casa o se acompaña decide instalar su propia casa totalmente independiente de la casa de sus padres (patrón neo-local), pero cuando sus hijos crecen y contraen matrimonio (o simple-mente se acompañan) uno o más de éstos decide permanecer en la casa paterna por un tiempo deter-minado, reestableciendo el ciclo de desarrollo del grupo doméstico. Así, la neolocalidad no es un patrón cultural irreversible, sobre todo to-mando en cuenta que la escasez de recursos económicos pueden obli-gar a los agricultores a retornar al patrón campesino mesoamericano. Una solución muy común en Mesoamérica es la que podemos observar en las viviendas 1 y 2 del apartado anterior. Dos hogares vi-ven en el mismo terreno en vivien-

das independientes, pero compar-tiendo un espacio común (el patio y en repetidas ocasiones la cocina y la bodega) y diversos elementos del consumo diario. La cercanía física y parental se traduce en una dinámica constante de solidaridad y ayuda mutua. Este es el tipo de fa-milia que Alfonso Villa Rojas (1987) denomina “familia múltiple”, pues aunque comparten espacios comu-nes e intercambian diversos bienes no constituyen una unidad de con-sumo, sino que cada uno mantiene su autonomía económica.3.3 Grupo doméstico y sistema

de parentesco

La importancia del grupo domés-tico en la estructura social de este cantón queda más clara si examina-mos el tipo de sistema de parentes-co que predomina en la comunidad. En general, puede afirmarse que los pobladores de Joya de Cerén tien-den a buscar cónyuge al interior de su cantón o en las comunidades ale-dañas. Esta tendencia endogámica o localista favorece la preservación de las normas de comportamiento de la comunidad. En Joya de Cerén, como en toda Mesoamérica, no existe (y nunca existió, al menos al nivel de las comunidades campesinas) una organización basada en un sistema de grupos de descendencia unili-neal (agnática o uterina), sino que

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más bien el parentesco que ha pre-valecido es fundamentalmente cog-nático, pues se reconocen ambas lí-neas de descendencia, la del padre y la de la madre. Si bien la línea pa-terna (patrilinealismo) tiende a ser más importante que la línea mater-na, siempre existe la opción de afi-liarse al grupo de solidaridad que deriva de la línea de descendencia materna. Este tipo de parentesco puede definirse como un sistema ambilineal, pues crea una red ambi-gua de solidaridad, en la cual nun-ca se establecen los límites exactos del grupo, de tal manera que un pa-riente puede o no sentirse obligado a ayudar a otro pariente. En este contexto, el gru-po de residencia adquiere mayor trascendencia para el sistema de relaciones sociales de la comuni-dad que el grupo de descendencia. Como lo señala Lourdes Arizpe a propósito de Zacatipan, una comu-nidad nahuat de la Sierra Norte de Puebla, en México:

La relación de parentesco que se recalca en Zacatipan es la ac-tual hacia los miembros en vida del grupo de parentesco. La identidad social que reciben los individuos de su grupo de des-cendencia en sociedades unili-neales la derivan en Zacatipan del grupo de residencia con que habitan. Y este no tiene que ser patrilineal. El cirterio de resi-

dencia, por tanto, tiene priori-dad sobre el de descendencia" (1973:1188).

Un fenómeno similar ha sido ob-servado por el Dr. Payson Sheets (1992) en la comunidad de Joya de Cerén del 600 D.C. El arqueólogo norteamericano ha desarrollado lo que él denomina la arqueolo-gía doméstica, es decir, aquel tipo de investigación arqueológica que centra el análisis en el grupo do-méstico, de carácter residencial, ya que este también constituía, en aquella época, la célula de la es-tructura social de las comunidades campesinas. Estos grupos residenciales (o grupos domésticos) mantienen sus relaciones de solidaridad apo-yándose en la parentela personal, esto es, constituyen grupos de pa-rentesco que únicamente son idén-ticos para los hermanos, siendo el punto de referencia ego y no un an-cestro o antecesor común, como en el caso de los grupos de descenden-cia unilineal. De aquí se deriva el carácter difuso de sus límites, pues el grupo de parentesco varía en función de ego, o sea, en función del individuo que se toma como refe-rencia, lo que supone que el grupo de parentesco nunca es el mismo para todos los miembros que com-ponen una parentela determinada. Esta es la razón por la cual

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este tipo de parentesco necesita un factor adicional que concretice al grupo en el que se desenvuelven las relaciones de cooperación, y elimine o, al menos, disminuya, el carácter difuso de sus límites. En Mesoamérica, y en particular en Joya de Cerén, este factor adicional está representado por el grupo do-méstico.

3.4 La organización de los grupos domésticos

El sistema de autoridad está defini-do en virtud de dos principios fun-damentales: la supremacía mascu-lina y la jerarquía de los grupos de edad. La máxima autoridad de la familia es el padre, excepto en aquellos hogares donde este se en-cuentra ausente. En Joya de Cerén, el 70.6 % de los hogares cuenta con el padre como jefe de familia, mien-tras que en el 26.5 % este rol es asumido por la madre. El jefe de fa-milia es el que toma las principales decisiones dentro del hogar, sobre todo las que tienen que ver con la subsistencia de sus miembros. En estas decisiones, participan todos los miembros del grupo doméstico, sobre todo la madre. Esta, inclu-sive, puede presionar para que se tomen determinadas decisiones, pero "a final de cuentas”, señala una

informante, “es el hombre el que decide". Este principio de autori-dad masculina se combina con otro principio, el de la jerarquía de los grupos de edad, según el cual los mayores tienen autoridad sobre los menores. De acuerdo con este segundo principio, los hijos deben respetar y obedecer a los padres, pues estos son los encargados de enseñar a aquellos los valores y las normas de comportamiento con base en los cuales deben regir su vida social. Asimismo, los herma-nos menores deben obedecer a los hermanos mayores, aunque este principio decae a medida que los niños van creciendo. Los abuelos son respetados por el conocimien-to que han acumulado a lo largo de su vida y, en este sentido, tam-bién participan de la educación de sus nietos, pero esta función recae principalmente en los padres. Por último, los tíos también participan en la educación de los menores, principalmente si estos viven en la misma casa. Sin embargo, el aspec-to punitivo de la educación es asu-mido básicamente por los padres. Así, el sistema de autori-dad, basado en la supremacía mas-culina y la jerarquía de los grupos de edad, es efectivo no solo para garantizar la subsistencia de los miembros de los grupos domésti-cos sino también para transmitir

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las normas y los valores sociales de la comunidad. Sin embargo, el proceso de apertura de la comunidad a la di-námica de la sociedad nacional y mundial, el llamado proceso de glo-balización, ha afectado en primer término al principio de autoridad de los grupos de edad, antes que al principio de autoridad masculi-na, pues los jóvenes cuestionan las enseñanzas y los estilos de vida de los adultos. En Joya de Cerén, ya se observa la formación de ciertos grupos de jóvenes que amenazan la estabilidad de la vida social del can-tón, sobre todo en el caserío central (la colonia Joya de Cerén), quienes generan comportamientos sociales

que transforman la dinámica socio-cultural de la comunidad. Pero a pesar de este conflic-to entre jóvenes y adultos, la uni-dad del grupo doméstico se man-tiene en función de este principio de autoridad de los grupos de edad. Como lo ha señalado Mounsey Tag-gart (1975) a propósito de una co-munidad nahuatl de la Sierra Norte de Puebla, en México, la unidad del grupo normalmente se mantiene a través de una relación vertical, que puede ser entre los padres (o alguno de ellos) y los hijos o entre los abuelos (o alguno de ellos) y los nietos, pero cuando hace falta este elemento jerárquico el grupo se dispersa.

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La relación entre los her-manos no es lo suficientemente fuerte para mantener la unidad del grupo; además, normalmen-te estos tienden a crear su propio grupo doméstico. Esto en ningún momento pretende negar las re-laciones de solidaridad (o flujo de bienes y servicios) que existe entre los hermanos, pero al casarse, estos se concentran en su propio grupo doméstico, a menos que se asocien como fragmentos de familias nu-cleares (como producto de fracasos matrimoniales o por fallecimiento del cónyuge o por cualquier otra razón). Incluso las relaciones de solidaridad son más fuertes en-tre padres e hijos o abuelos y nie-tos que entre hermanos. Cuando la relación es vertical los bienes y servicios pueden fluir en una úni-ca dirección (de padres a hijos, por ejemplo, o al revés) pero cuando la relación se establece entre herma-nos los bienes y servicios deben fluir en ambas direcciones y en cantidades más o menos equivalen-tes, pues de lo contrario la relación puede romperse. La herencia también se de-fine al interior del grupo domésti-co. Teóricamente, las propiedades y los bienes se dividen en partes iguales entre todos los hijos, sin establecer distinciones de género. Sin embargo, dado que la agricultu-

ra es una actividad completamen-te masculina, las mujeres tienden a quedar excluídas del reparto de propiedades agrícolas. Además, el hecho que normalmente las mu-jeres sigan a sus maridos favore-ce que ellas reciban menos bienes que sus hermanos varones, pues las mujeres gozan de la herencia de sus cónyugues. La fragmentación de las propiedades agrícolas repercute negativamente en la producción agrícola y pecuaria del cantón, pues en cada generación que pasa el pe-queño agricultor cuenta con menos tierras para cultivar. Esto impulsa a determinado sector de las nuevas generaciones a buscar nuevas fuen-tes de ingreso. Desde el punto de vista de la actividad económica, en el grupo doméstico prevalece una división del trabajo basada en las diferen-cias de género y de grupos de edad. La función económica, es decir, la responsabilidad de garantizar la satisfacción de las necesidades ma-teriales de los miembros del grupo doméstico es, ante todo, una res-ponsabilidad masculina. El 60.3 % de las señoras entrevistadas decla-ró que las mujeres de su grupo do-méstico no realizan ningún trabajo remunerado. Unicamente el 26.5 % consideró que en su grupo do-méstico las mujeres realizan activi-dades remuneradas, mientras que

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el 13.2 % se negó a responder. En otras palabras, la mayor parte de las mujeres de la comuni-dad están dedicadas a las labores domésticas. Esto queda aún más claro al revisar las respuestas que dieron las señoras a la pregunta, ¿Qué actividad realiza?. El 77.9 % respondió: doméstica. Mantener la casa limpia y ordenada, lavar la ropa, cocinar, darle de comer a los animales domésticos, moler el maíz, cuidar a los niños pequeños, son algunas de las principales acti-vidades que día tras día realizan las mujeres de Joya de Cerén. Las mujeres que se incorpo-ran a las actividades remuneradas, se contratan en las fábricas, princi-palmente en las maquiladoras, o en el comercio, ya sea en el comercio formal o en el informal, o en el ser-vicio doméstico. Solo conozco una señora que es maestra del Ministe-rio de Educación, que por supuesto goza de mayor estatus que el resto de las señoras. Pero a la actividad agrícola no se incorpora el géne-ro femenino, esta es una actividad completamente masculina. El género masculino se in-volucra en diferentes tipos de acti-vidad económica, como se ha podi-do constatar en el capítulo anterior. La mayor parte de los jefes de fami-lia son agricultores. Estos entrenan a sus hijos en las labores del campo. Mientras el niño es un infante per-

manece al lado de su madre, pero a medida que va creciendo se incor-pora a la escuela y acompaña a su padre en las labores agropecuarias. De hecho, el director de la escuela señala que en Joya de Cerén la de-serción escolar es principalmente temporal, los niños se ausentan en las épocas de siembra y cosecha. Los jóvenes continúan con las labores agropecuarias, pero una cantidad considerable de ellos se han incorporado a los sectores de los servicios y la industria, ya sea en El Salvador o en los Estados Uni-dos. Desde la perspectiva del grupo doméstico, esta diversidad de las fuentes de ingreso constituye una división interna del trabajo: la mayor parte de los jefes de familia y de los miembros más adultos del grupo, se dedican a las labores agrí-colas y pecuarias en sus propias tierras o en tierras arrendadas, ob-teniendo así la base de la subsisten-cia del grupo. Estos mismos sujetos se contratan asalariadamente en labores agrícolas, como la zafra, los cultivos de la cooperativa San An-drés o en las milpas que requieren fuerza de trabajo asalariada. Entre los jóvenes, el 80.21 % de la Pobla-ción Económicamente Activa que se encuentra entre 10 y 29 años, se dedica a la producción agrícola y pecuaria, pero un 19.79 % está incorporado a tiempo completo en

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los sectores de la industria y los servicios. Por último, el 10.59% de los hogares recibe ayuda de los fa-miliares que residen en los Estados Unidos. En conclusión, se puede es-tablecer que el carácter semicam-pesino de la población de Joya de Cerén se vuelve más claro cuando se sobrepasa el nivel del individuo y se observa el funcionamiento del grupo doméstico, pues es este el que adquiere la condición semi-campesina en toda su dimensión. En este sentido, el grupo doméstico no constituye una uni-dad de producción, pues sus ele-mentos están integrados a diversas ramas de la economía. Únicamente cuando trabajan en sus propios cul-

tivos se pueden considerar unida-des de producción, ya que como se estableció en el apartado anterior el 63.2 % de los jefes de familia uti-liza fuerza de trabajo familiar en las labores agrícolas. Pero si partimos de la condición semicampesina de los grupos domésticos de Joya de Cerén, concluiremos que estos no constituyen unidades de produc-ción sino solamente unidades de consumo.

4. La solidaridad social

El grupo doméstico es la unidad primaria en la que se desenvuel-ven las relaciones de cooperación y ayuda mutua entre los pobladores de Joya de Cerén. Como se ha indi-

Figura 7. Esquema de parentesco de tres grupos domésticos.

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cado más arriba, al interior del gru-po doméstico existen dos tipos de relaciones sociales: las relaciones verticales, relaciones de autoridad, y las relaciones horizontales, entre sujetos que ocupan más o menos la misma posición de poder. Las relaciones de solida-ridad se desarrollan, en primera instancia, a través de las relaciones verticales, es decir, entre sujetos que ocupan posiciones de poder asimétricas, como las relaciones entre los padres y los hijos o los abuelos y los nietos. Entre ellos se establece un tipo de transacción basada en la lógica del don, en la cual el donante ofrece incondicio-nalmente un bien o un servicio a alguien, cuidándose de no hacer explícito cualquier propósito ins-trumental que se tenga. Estas re-laciones tienen un fuerte contenido altruista, los bienes y los servicios pueden fluir en una única dirección por largo tiempo, e incluso indefi-nidamente, mientras que el bene-ficiado no está obligado a devolver los bienes y servicios recibidos. El beneficiado puede hacerlo, pero esto normalmente depende de sus posibilidades y de las necesidades reales del donante. En muchas ocasiones, sin embargo, el donante espera que la retribución no se de en objetos materiales sino en con-vivencia, lealtad y apoyo moral. En este sentido, el don es un tipo de

transacción económica en la cual la dimensión social es más importan-te que el beneficio material. En Joya de Cerén, el hecho que alguien de los hijos se haga cargo de los padres representa un tipo de retribución por los bienes y servicios recibidos. Asimismo, las remesas que llegan a determinados hogares constituyen otra forma de retribución. De alguna manera, los hijos se sienten obligados a devol-ver los bienes y servicios recibi-dos por parte de sus padres, aún y cuando estos no sean equivalentes cuantitativamente ni correspondan en el tiempo. Entre los hermanos se esta-blece un tipo diferente de relación de solidaridad. En este caso, la re-lación es de reciprocidad, en la cual el flujo de los bienes y los servicios corre en ambas direcciones, en can-tidades más o menos equivalentes y correspondiéndose en el tiempo. La relación entre los her-manos es delicada, pues cualquier intento de abuso puede romper esta relación. Sin embargo, siem-pre existe un grupo de hermanos (que incluye a sus grupos familia-res) que mantienen relaciones de cooperación y ayuda mutua, aún después de haber fallecido los pa-dres. Normalmente, los hermanos se dividen en subgrupos o grupos más pequeños, de 3 a 5 hermanos y hermanas, en los cuales se desa-

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rrollan las relaciones de solidari-dad. El hecho de vivir cerca unos de otros o en la misma comunidad es de suma importancia, pues el contacto físico constante crea la so-lidaridad cotidiana. Esta relación entre los her-manos y sus grupos familiares, constituye la base de la familia am-pliada, más allá de los límites del grupo doméstico. Esta, por supues-to, incluye la familia de algunos pri-mos hermanos e incluso primos en segundo grado, pero la base es la relación entre los hermanos y sus grupos familiares. Otra relación social de tras-cendencia es la relación entre ve-cinos. Un informante señaló que él ha mantenido relaciones de co-operación con sus vecinos más que con su propia familia. Uno de los vecinos le está dando terreno para cultivar y no le cobra nada. Tam-bién puede ir donde cualquiera de sus vecinos a pedirles prestada una bolsa de abono. Otro informante indicó: "las personas aquí se ayu-dan, esa es la diferencia entre lo rural y lo no rural. Allá en San Sal-vador la gente vive tan preocupada, una vida de tensiones, de preocu-paciones, eso no es vida, el vecino no sabe si Ud. se murió. Siempre son los mismos problemas, políti-cos y económicos. Pero aquí la ayu-da es más espontánea…". Las rela-ciones de vecindad complementan

las relaciones de solidaridad que se establecen al interior del grupo do-méstico y entre grupos domésticos emparentados. Otra relacion social que normalmente se toma en cuenta en el sistema de solidaridad de una co-munidad rural es el compadrazgo. En Joya de Cerén, el 73.5 % de las encuestadas aceptaron mantener relaciones de compadrazgo. Esta relación social se establece cuando los padres de un niño o niña buscan a una pareja de personas adultas para que sean el padrino y la ma-drina de su hijo o hija. El aspecto central de esta relación social no es tanto la relación entre el padrino o madrina y su ahijado o ahijada, sino la relación que se establece entre los padrinos y los padres de aquéllos. Entre ellos se denominan compadres. Existen diversos tipos de compadrazgo: de bautizo, de primera comunión, de matrimonio, y otros más. Estas relaciones socia-les crean una red de cooperación y ayuda mutua que se extiende más allá de los límites del cantón. Por último, debe conside-rarse las asociaciones voluntarias que los pobladores de Joya de Ce-rén han creado. En primer lugar, debemos señalar la existencia de diversas organizaciones religiosas, tanto católicas como protestantes. La religión predominante en el can-tón es el catolicismo, pero existen

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cuatro iglesias protestantes: Testi-gos de Jehová, Asambleas de Dios, Príncipe de la Paz y Adventistas del Séptimo Día. Los fieles más comprometi-dos con la iglesia católica se reúnen todos los miércoles para planificar las actividades que se van a impul-sar en la semana. Son alrededor de 60 personas que pertenecen a los diversos sectores del cantón. Entre ellos, se encuentran el pastor natu-ral, máxima autoridad católica en Joya de Cerén, los apóstoles, los ca-tequistas, los encargados del coro y la liturgia, y las rezadoras. Por su parte, los encarga-dos de cada uno de los sectores, que corresponden a los caseríos del cantón, han organizado grupos de oración que se reunen todos los jueves. En estas sesiones los fieles leen la Biblia, reflexionan sobre te-mas religiosos que el encargado ha preparado, y hacen oración. A pesar que las organiza-ciones católicas mantienen un con-tenido jerárquico, por su inserción en una institución tradicionalmen-te verticalista, al interior de es-tos grupos se desarrolla un fuerte sentido de solidaridad y coopera-ción, que se manifiesta ayudándo-se cuando alguien está enfermo o cuando tienen otro tipo de necesi-dad. Aunque no todas las familias están emparentadas, en el grupo católico de la colonia Joya de Cerén

predominan tres grupos domésti-cos que mantienen relaciones de parentesco entre ellos (figura 7). Las figuras que están pinta-das de negro representan a miem-bros de estos grupos domésticos fueron miembros de la antigua di-rectiva de la iglesia católica de la colonia Joya de Cerén y miembros del grupo de jóvenes de esta misma iglesia. Actualmente, forman parte del grupo que planifica y organiza las actividades católicas. El hecho de ser parientes y pertenecer a la misma organización religiosa in-tensifica las relaciones de solidari-dad y ayuda mutua entre ellos. Las iglesias protestantes son organizaciones más pequeñas que están constituídas únicamente por dos o tres grupos domésticos. Estas iglesias tienden a desarrollar fuertes relaciones de cooperación económica y social entre sus miem-bros. En Joya de Cerén, se han organizado dos Asociaciones de Desarrollo Comunitario (ADES-CO). No todos los directivos de es-tas asociaciones son parientes, sin embargo, es claro que los miem-bros de los grupos domésticos y las familias ampliadas apoyan a sus familiares en la contienda política. Pero, en general, puede afirmarse que las relaciones de solidaridad son más intensas al interior de las organizaciones religiosas que de

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las organizaciones políticas, po-siblemente porque aquéllas son más estables que las ADESCO y que cualquier organización política. Por último, debemos con-siderar la constitución de asocia-ciones juveniles, como el grupo JUVENS, que se dedica a organizar las fiestas bailables del cantón. En-tre los miembros de esta asocia-ción juvenil también se desarrollan relaciones de cooperación y ayuda mutua. De la misma manera, los equipos de fútbol constituyen or-ganizaciones que promueven rela-ciones de amistad, a través de las cuales se desarrollan las relaciones de solidaridad. En síntesis, se puede es-tablecer que el sistema de solida-ridad del cantón Joya de Cerén se construye, en primera instancia, sobre la base del sistema de los grupos domésticos.

5. Grupos domésticos y estructura social en Joya de Cerén

El estudio del sistema de los gru-pos domésticos en Joya de Cerén ha mostrado que estos constituyen el elemento clave a partir del cual se estructura el cantón. Como ya lo ha señalado Lourdes Arizpe (1973, 157), estos grupos domésticos se definen bá-sicamente por la combinación de

dos factores: la residencia y el con-sumo. Los miembros del grupo do-méstico son todos los que habitan en una misma vivienda y por tanto, constituyen una unidad de consu-mo. En Joya de Cerén el gru-po doméstico no constituye una unidad de producción, pues sus miembros están integrados a dife-rentes ramas de la economía. En otras palabras, en Joya de Cerén el hecho que el grupo doméstico no constituya una unidad de produc-ción sino únicamente una unidad de consumo, responde al carácter semicampesino de la comunidad. Esta conclusión se ve refo-zada por el dato proporcionado en el apartado anterior, en donde se señala que el 63.2 % de los jefes de familia utilizan fuerza de trabajo familiar en sus labores agrícolas de subsistencia, o sea, en la milpa y las demás actividades que constituyen la economía de subsistencia. De aquí se desprende que el grupo do-méstico constituye para la econo-mía de subsistencia una unidad de producción y de consumo, pero el carácter de unidad de producción lo pierde a medida que sus miem-bros se incorporan a la economía capitalista nacional. Sin embargo, el grupo do-méstico no se limita a estas dos funciones básicas (la de residen-cia y la de consumo). Como hemos

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visto a lo largo de este capítulo, el grupo doméstico cumple múltiples funciones. Esta es una caracte-rística que diversos antropólogos (Jack Goody, 1958; Lourdes Arizpe, 1973; Mounsey Taggart, 1975; Pay-son Sheets, 1992) han observado en el área mesoamericana, tanto en la época prehispánica como en la actualidad. En concreto, además de constituir una unidad residencial y de consumo, los grupos domés-tico de Joya de Cerén cumplen las siguientes funciones: a partir de ellos se verifica la reproduccion biológica de los miembros de la co-munidad; se organizan las relacio-nes de solidaridad y ayuda mutua; se transmiten los bienes y las pro-piedades de generación en genera-ción; y se transmiten los valores y las normas culturales que orientan la vida social de sus miembros. Esta multifuncionalidad provoca que los grupos domésticos se constituyan en el elemento estructurante de la comunidad en tanto que totalidad social. Ahora bien, el carácter se-micampesino de la comunidad se manifiesta no solo en el hecho que el grupo doméstico ha dejado de ser una unidad de producción, sino también en la composición misma del grupo doméstico, pues no to-dos experimentan el llamado ciclo de desarrollo del grupo doméstico

(ciclo de transición de un tipo de-terminado de familia ampliada a la familia nuclear, y de esta a otro o el mismo tipo de familia ampliada). El 51.5 % de los grupos domésticos de Joya de Cerén rompen con este ciclo de desarrollo al optar por un patrón neolocal de residencia. Esta combinación de ciclo de desarrollo del grupo doméstico y neolocalis-mo, sin embargo, no es necesaria-mente un estado de transición, sino que puede constituir una condición permanente de la comunidad. Por último, quisiera insis-tir que el sistema de los grupos domésticos de Joya de Cerén man-tiene elementos importantes de continuidad cultural, que puede observarse tanto en la construc-ción de sus viviendas como en la dinámica de estos grupos. El hecho de constituir la unidad estructu-rante de la comunidad, representa en sí mismo un patrón sociocultu-ral que proviene del 600 D.C. Esto no nos impide observar los puntos de ruptura o transformación que han experimentado a lo largo del tiempo, como producto de la intro-ducción de la cultura española y de su incorporación al capitalismo contemporáneo.

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6. Conclusión

A manera de conclusión, podemos establecer que si bien el cantón de Joya de Cerén ha experimentado fuertes transformaciones socio-culturales a lo largo del tiempo, esta comunidad también presenta importantes continuidades en su dinámica económica y en su es-tructura social con respecto a la co-munidad del 600 D.C. estudiada por Payson Sheets y su equipo de cola-boradores. A nivel económico, el pre-dominio de la economía de sub-sistencia muestra una continuidad sociocultural con respecto a la comunidad del 600 D.C., ya que la agricultura de subsistencia consti-tuía en aquél entonces la base de la supervivencia de las poblaciones que residían en lo que hoy conoce-mos como Joya de Cerén. A finales del siglo XX, los pequeños agricul-tores de Joya de Cerén siguen de-sarrollando la agricultura de sub-sistencia, basada en la producción de granos básicos a pequeña escala, pero esta lógica de subsistencia se ha extendido a otras ramas de la economía, como el comercio a pe-queña escala, la ganadería e incluso ha influenciado la producción de caña de azúcar. A nivel de la dinámica de los grupos domésticos, también ob-servamos importantes continuida-

des socioculturales, sobre todo en lo que hemos denominado el ciclo de desarrollo del grupo doméstico, el cual combina diferentes tipos de familia ampliada con la familia nuclear. Este ciclo de desarrollo del grupo doméstico sigue consti-tuyendo un elemento central de la estructura social de Joya de Cerén, ahora entrelazado con el neoloca-lismo, propio de la sociedad capita-lista nacional. Pero además es importante resaltar que los grupos domésticos continúan representando el núcleo de la estructura social de Joya de Cerén. Al igual que la comunidad campesina del 600 D.C., el cantón de Joya de Cerén de finales del si-glo XX se estructura en función de los grupos domésticos, los cuales condicionan no solo la vida econó-mica, sino también la solidaridad y la ayuda mutua entre los miembros de la comunidad, la dinámica de la vida política y la organización de las iglesias. Es importante resaltar que cuando hablamos de continuidad sociocultural no estamos hablan-do de una entidad estática o de elementos fijos que permanecen a través del tiempo, sino de procesos que se originan en un momento determinado y que se siguen de-sarrollando a través del tiempo, a través de diversos sistemas socia-les, pero que mantienen un hilo de

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continuidad con el pasado, en este caso con un pasado lejano. Tanto la agricultura de subsistencia como la dinámica de los grupos domésticos tienen su origen en la época prehis-pánica, pero a través del sistema colonial y del capitalismo contem-poráneo se continúan desarrollan-do, constituyendo elementos cen-trales de la estructura social de las poblaciones campesinas de finales del siglo XX.

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Domésticos de una Comunidad de Habla Nahuatl de Puebla, México, INI/CONACULTA.

Villa Rojas, Alfonso:1987 Los Elegidos de Dios. Etno-

grafía de los Mayas de Quintana Roo, México, INI.

Warman, Arturo:1972 Los Campesinos, Hijos Pre-

dilectos del Régimen, México, Ed. Nuestro Tiempo.

1976 ...Y Venimos a Contradecir. Los Campesinos de Morelos Y El Estado Nacional, México, SEP/CIESAS.

Wolf, Eric: 1967 Pueblos y

Culturas de Mesoamérica, Méxi-co, ERA.

1971 Los Campe-sinos, Barcelona, Ed. Labor.

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La Universidad / 22-24 (julio 2013 - marzo 2014)

Carlos Lara Martínez

1972 Las Luchas Campesinas del Siglo XX, Ma-drid, Siglo XXI.

1994 Europa y la Gente Sin Historia, México, FCE.

Ramón RivasInvestigador salvadoreño. Doctor en Antropología Social y Cultural por la Uni-versidad de Nijmegen. Ha realizado investigaciones socioantropológicas en Centroamérica, la Costa del Caribe de Honduras y de Nicaragua. También ha trabajado en comunidades indígenas en la selva amazónica de Bolivia. Ha sido Director de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura de la Presidencia y docente en universidades de Holanda, Nicaragua y El Salvador.

Kathryn SampeckEs profesora y catedrática de Antropología en la Universidad Estatal de Illi-nois, Normal, Illinois. Recibió el Doctorado en Antropología de la Universidad de Tulane, Nueva Orleans, Louisiana. Ha trabajado en Bolivia, El Salvador y el estado de Tennessee, EE.UU.

Carmen Morán Licenciada en Arqueología por la Universidad Tecnológica de El Salvador, don-de se ha desempeñado como Docente. Actualmente labora como técnico en la Dirección de Arqueología de la Secretaría de Cultura de la Presidencia. Ha par-ticipado como ponente en diversos seminarios, foros, congresos y coloquios en Guatemala y El Salvador. Ha publicado artículos en revistas y boletines de Perú y El Salvador.

Luisa RamosLicenciada en Arqueología en el año 2012 por la Universidad Tecnológica de El Salvador, donde se desempeña como Docente, sus investigaciones involu-

Nuestros colaboradores

cran las temáticas de Arqueología y Patrimonio Cultural. Ha participado como ponente en diversos foros, congresos y coloquios en Guatemala y El Salvador. Ha publicado artículos en revistas y boletines de Perú y El Salvador.

Tomas Barrientos Actualmente se desempeña como director del Departamento de Arqueología de la Universidad del Valle y del Centro de Investigaciones Arqueológicas y Antropológicas de la misma institución. También es codirector del Proyecto Regional Arqueológico La Corona. Ha trabajado en las diferentes regiones ar-queológicas de Guatemala, incluyendo el Proyecto de Arqueología Subacuáti-ca Agua Azul, en el lago de Atitlán.

Edgar Carpio Actualmente funge como coordinador de Práctica de Campo en el Área de Arqueo-logía de la Escuela de Historia en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Tam-bién ha realizado investigaciones en el Altiplano Central de Guatemala por más de 25 años, incluyendo el sitio Mejicanos en el Lago de Atitlán, donde ha trabajado desde 1999.

Marlon EscamillaMarlon Escamilla es alumno del programa de doctorado en Antropología de Vanderbilt University, USA; y catedrático de la Escuela de Antropología de la Universidad Tecnológica de El Salvador. Por más de una década formó parte del equipo de investigadores del Departamento de Arqueología de El Salvador dirigiendo proyectos de investigación arqueológica en diferentes áreas del país. Sus intereses académicos están enfocados en la arqueología del paisaje, la antropología del movimiento, migraciones, arqueología subacuática y el es-tudio del arte rupestre.

Miriam MéndezLicenciada en Arqueología en el año 2006. Desde el 2007 al 2010 se desempeñó en ese campo como consultora, y a partir del 2011 a la fecha, funge como técnico en el Departamento de Arqueología de la Secretaría de Cultura de la Presidencia. Ac-tualmente se encuentra terminando su trabajo de tesis de Maestría en Desarrollo Local.

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René Johnston AguilarInvestigador y profesor guatemalteco, licenciado en Arqueología y en Historia por la Universidad del Valle de Guatemala, con estudios de Administración de Empresas en la Universidad Landívar, además, ha estudiado doctorado y obtenido el Título de Estudios Superiores de Historia Moderna en la Univer-sidad de Navarra. Su tema de especialidad es el periodo Postclásico Tardío y Colonial.

Federico Paredes UmañaArqueólogo salvadoreño. Actualmente es becario del Programa de Becas Posdoc-torales en la UNAM.

Sébastien Perrot-Minnot Investigador asociado al Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA, Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia) y Director Pedagógico de la Alianza Francesa de Guatemala. Participó en investigaciones arqueoló-gicas en Francia metropolitana, la Guayana Francesa, Chile, Guatemala y El Salvador.

Philippe CostaEstudiante de doctorado en arqueología de la Universidad de Paris 1 (Pan-théon-Sorbonne). Investigador asociado al Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA). Actualmente dirige el Proyecto “Reconocimien-tos y Contextualización del Arte Rupestre Salvadoreño 2011” por parte del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA), Embajada de Francia en El Salvador y la Universidad de El Salvador. Posee una maestría en Restauración de Monumentos, Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC).

Ligia ManzanoDocente de la Escuela de Artes de la Universidad de El Salvador. Fue Codi-rectora del Proyecto “Reconocimientos y Contextualización del Arte Rupestre Salvadoreño 2011” por parte del Centro de Estudios Mexicanos y Centroame-ricanos (CEMCA), Embajada de Francia en El Salvador y la Universidad de El Salvador. Participación como docente investigador en el proyecto del CIC-UES “Historia de las Artes Plásticas en El Salvador. Fase de Preconquista”, sobre la

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Expresión de la Gráfica Rupestre en 2004.

Fabricio ValdiviesoArqueólogo salvadoreño, especialista en estudios mesoamericanos. Es parte de la primera promoción de arqueólogos formados en El Salvador por la Universidad Tecnológica (UTEC). Posee estudios y otras capacitaciones en Estados Unidos y Ja-pón. Ha dirigido más de una veintena de proyectos arqueológicos. A su vez ha tra-bajado como consultor especializado en proyectos de desarrollo para el patrimo-nio cultural de El Salvador. Su trabajo le ha permitido impartir múltiples ponencias tanto en su país natal como en el extranjero. Entre los años 2002 al 2008 dirigió eficientemente el Departamento de Arqueología de la entonces CONCULTURA.

Heriberto Erquicia CruzArqueólogo por la Universidad Tecnológica de El Salvador y Maestro en Cien-cias Sociales por la FLACSO-Guatemala. Es miembro de número de la Acade-mia Salvadoreña de la Historia. Actualmente trabaja como investigador y do-cente en la Dirección de Investigaciones de la UTEC, y es consultor en trabajos de investigación arqueológica y patrimonio cultural.

Carlos Benjamín Lara MartínezMáster en Antropología Sociocultural, estudió en la Escuela Nacional de An-tropología e Historia de México y en la Universidad de Calgary, Canadá, y ac-tualmente está integrado al programa de Doctorado del Instituto de Investiga-ciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es el fundador de la Licenciatura en Antropología Sociocultural de la Universidad de El Salvador y desde 2005 se desempeña como coordinador de ese progra-ma académico.