noviembre - diciembre, 2020 g volumen 34, número 6

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(La historia se encuentra en la página 16).

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CONTENIDO El alcance de las oraciones... . . . .portada Editorial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .3 Dios es...

La justicia de Dios . . . . . . . . . . . . .4 El desafío de la cultura (parte #4a) . .10

Hermosas historias de la Biblia: Noé, un hombre justo . . . . . . . . . . . .18

Sección para padres Es necesario que ... yo mengüe . . . .22

Sección de cocina Taco a la cazuela . . . . . . . . . . . . . .27

Sección para jóvenes El camino que ella escogió Aprender a mirar a Dios (6d) . .28

Sección para niños Soyung tenía miedo . . . . . . . . . . . . .31 Actividad para niños . . . . . . . . . . . .34 Año nuevo . . . . . . . . . . . . . .contraportada

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Estimado lector: Me ha impresionado la importancia de

tener un oído espiritual en medio de tantas voces que se oyen en estos días (abril, 2020). El mundo entero está alarmado por la pande-mia. Sin duda, Dios está hablando de una forma extraordinaria. Hoy como nunca, es im-perativo percibir lo que él nos dice. El reto consiste en discernir su mensaje para la igle-sia, y para el mundo en general. ¿Tenemos el oído afinado para percibir lo que Dios nos está diciendo?

Jesús señaló que hay los que quieren oír y los que no quieren oír. Él enseñó por pará-bolas para que los que quisieran oír enten-diesen su mensaje. Por otra parte, los que no querían oír no les encontraban sentido a las palabras de Jesús porque su corazón era duro.

Oír, según lo que Jesús enseña, es más que percibir las palabras pronunciadas o leídas. Para que entendamos mejor lo que significa el oír, notemos la parábola de Mateo 7:24-27, la parábola tan conocida de los dos cimientos. La casa del hombre prudente no cayó cuando llegó la adversidad. Y dice Jesús que ese hom-bre es el que “oye estas palabras, y las hace”. El hombre insensato es el que “oye estas palabras y no las hace”. El primero sale ileso de la tormenta y el segundo termina en ruinas. Sencillamente, el verdadero “oír” es sinónimo de “hacer”. El que quiere oír, obe-dece lo que Dios manda. El que no quiere oír, tampoco desea obedecer.

Estamos en una época en que muchos no quieren oír, es decir, no quieren hacer lo que Jesús enseña en la Biblia. En el artículo

“El desafío de la cultura” se destaca la im-portancia de contar con un fundamento firme frente a una cultura que constante-mente cambia y procura exigir una lealtad a sus normas o tendencias. La iglesia está bajo el bombardeo de muchas voces que piden atención. Pero son voces que nos llevan a desviarnos y equivocarnos. Es sumamente im-portante afinar nuestro oído espiritual para oír “lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7).

En el artículo ya mencionado el hermano Gary dice: “Debemos permitir que la Biblia determine el estándar: lo que es normal y aceptable. Es imprescindible que continua-mente volvamos a la Biblia, la Palabra de Dios, y nos aseguremos de que ésta siga siendo ver-daderamente nuestro marco de referencia. Es fácil decir que la Biblia es nuestra guía. Esto lo dice la gran mayoría de los cristianos. Pero es indispensable asegurarnos de que, en realidad, la Biblia sea nuestro punto de referencia.… Una base en la Biblia nos ayuda a compren-der cuán rápidamente cambia lo normal y aceptable en nuestra cultura.”

¿Tienes el oído espiritual afinado para oír lo que el Espíritu les dice hoy a las iglesias? ¿Estás dispuesto a obedecer lo que dice? “Cualquiera, pues, que me oye estas pala-bras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca” (Mateo 7:24-25).

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La justicia de Dios

Los atributos de Dios nos ayu-dan a entender quién es y cómo actúa. Todo lo que Dios

hace proviene de lo que es. El que conoce a Dios comprenderá cuáles

cualidades de su naturaleza ponen de manifiesto la excelencia de lo que hace. Igualmente, al comprender la naturaleza de Dios, es decir sus atri-butos, sabemos de antemano qué

D. Eugenio Heisey

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Seguimos con el estudio de los atributos de Dios. Nuestro concepto de Dios es sumamente importante, porque nos va a influenciar en la reve-rencia y el respeto que tenemos por él. A la vez, es imposible conocer por completo a nuestro infinito Dios con nuestra mente finita y limitada. En nuestro estudio hemos visto que Dios es eterno, infalible, inmutable, omnisciente, omnipotente, omnipresente, y fiel. Seguimos ahora con un estudio del atributo de su justicia.

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hará. Lo que Dios hace respecto a su carácter es predecible. Es decir, siem-pre obra de conformidad con su naturaleza divina. Sus hechos siem-pre concuerdan con sus atributos. Esto se nota al estudiar su justicia.

Abraham dio testimonio de esta verdad de forma sobresaliente. Él, como amigo de Dios, conocía el carácter de Dios (Santiago 2:23). Cuando intercedía por su sobrino Lot que habitaba en la ciudad de Sodoma, Abraham dijo: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Génesis 18:25). ¿Por qué tenía Abraham la confianza de que Dios actuaría con justicia en este caso? Porque, conocía a Dios. Sabía que Dios por naturaleza es justo y que su justicia siempre resul-ta en acciones justas.

¿Qué quiere decir “la justicia de Dios”? Primero, es interesante notar de dónde proviene la palabra “justi-cia” tal y cómo la conocemos en el idioma castellano. En la época del Nuevo Testamento, se rendía culto a una diosa llamada Iustitia. Era la diosa de la venganza o del juicio. En Hechos 28:1-10 se relata la historia del apóstol Pablo en la isla de Malta donde una serpiente lo mordió. Los habitantes de la isla, al ver lo acon-tecido, creyeron que Pablo era homicida. Creían que, a pesar de haber escapado del peligro del mar,

no se escaparía de la venganza o del juicio de la diosa Iustitia.1

LA JUSTICIA DE DIOS, UN TANTO COMPLEJA

Pero en el contexto bíblico, la justicia es más compleja. En la Biblia española, se distinguen dos sentidos distintos en el uso de la palabra “jus-ticia”, aunque son significados sinó-nimos. Este hecho ha causado mucha confusión a muchos. ¿Cuáles son los dos sentidos? Uno se refiere al justo juicio de Dios, y el otro impli-ca una calidad moral de vida. Éstos, aunque son sentidos distintos, son conceptos inseparables. Con la ayuda de Dios queremos aclarar este atribu-to de Dios y ampliar nuestro conoci-miento y entendimiento al respecto.

LA JUSTICIA DE DIOS, UNA CALIDAD DE JUSTO JUICIO

Como ya vimos en el testimonio de Abraham, Dios es justo en sus juicios. En este sentido “justicia” se refiere a lo que es bueno y recto según lo establecido por la ley de Dios. Es decir, esta definición de jus-ticia se basa en la santa y perfecta ley de Dios. Este “justo juicio de Dios” según Romanos 2:5, da la retribu-ción a cada persona según merecen sus obras y sus intenciones. Es el pago o remuneración que recibimos según nuestros hechos. Con el justo

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juicio de Dios no cabe ningún capri-cho ni acepción de personas. Cada quién recibe su justo merecido. Este sentido de la justicia de Dios con-cuerda muy bien con la justicia que esperamos del gobierno. Hoy día lo conocemos como el debido uso del “derecho” según lo prescribe cada nación.

El Antiguo Testamento relata muchos ejemplos de este aspecto de la justicia de Dios. Lo notamos en el ejemplo de David. En la sentencia que Dios dictó sobre él cuando pecó con Betsabé, Dios no mermó la severidad de su juicio con David solamente porque él era un varón “conforme al corazón de Dios”. Dios ejecutó un juicio recto contra David basado en su santa ley.

De igual modo, cuando el rey Acab fue acusado de homicidio contra Nabot, Dios no ejecutó su juicio con más severidad por ser éste un rey malvado que adoraba a los ídolos. Más bien, se ve la misma severidad del juicio de Dios contra Acab como contra David. Por otra parte, el arrepentimiento de parte de David revela los atributos de la bondad y misericordia de Dios. Su arrepentimiento fue aceptado por Dios y su pecado perdonado. Dios no puede negarse a sí mismo (2 Timo teo 2:13). Siempre actúa en

conformidad con sus atributos eternos y perfectos.

LA JUSTICIA DE DIOS, UNA CALIDAD MORAL DE VIDA

La “justicia de Dios” también significa “rectitud, santidad, y vir-tud”. Este aspecto de su justicia se basa en la gloria moral y espiritual de Dios ejemplificada tan claramen-te en la vida de Jesús cuando estaba aquí en la tierra. El carácter de Dios es recto y santo. Se aparta totalmen-te de la iniquidad.

Moisés testifica de Dios de esta forma: “Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto” (Deuteronomio 32:4). Los ángeles alrededor del trono de Dios aclaman este atributo moral de Dios al cantar día y noche: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:3). Dios es santo, apartado de todo lo que es malo y perverso. La justicia de Dios se manifiesta en que él es totalmente recto y santo.

DIOS ES APARTADO POR COMPLETO DE TODA INIQUIDAD

La palabra “iniquidad” viene del latín y significa “inequidad”; es decir, “sin equidad”. La equidad significa: “Cualidad que consiste en no favorecer en el trato a una persona de

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forma que perjudica a otra. La ine-quidad es todo lo contrario. De allí viene la palabra “iniquidad”. El carácter de Dios es misericordioso, imparcial, y totalmente equitativo.

En verdad, Dios es justo en todo sentido. Primero, su justicia es equi-dad, donde el juicio divino está en perfecta conformidad con su santa ley. En sus juicios, él trata a todos sin parcialidad y sin acepción de personas. En segundo lugar, la justi-cia de Dios tiene que ver con la rec-titud de su carácter de manera que se apega a su santidad y gloria moral. Los dos aspectos de la justicia de Dios se relacionan estrechamente, y a la vez, muestran una distinción significativa. Entender esta distin-ción, nos amplía el conocimiento del atributo de la justicia de Dios.

LA JUSTICIA DE DIOS EN LA VIDA DEL CREYENTE

¿Qué significa la justicia de Dios para nosotros que hemos sido “hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21)? Si el creyente ha sido hecho participante de la natura-leza divina (2 Pedro 1:4), ¿cómo se demuestra esta justicia en la vida práctica?

En las Escrituras abundan los pasajes que nos ayudan a hallar res-puestas a estas preguntas. Sólo en el libro de Romanos aparece la palabra

“justicia”, en sus variadas formas, unas 50 veces. La frase, “la justicia de Dios”, se usa con mucha frecuen-cia en este libro y sería interesante profundizarnos en el tema. Sin embargo, aquí nos limitaremos a solamente dos casos.

El primero se encuentra en Romanos 1:16-17: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío pri-meramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Más el justo por la fe vivirá.” Este texto pone el fundamento para el tema del libro de Romanos. Dice que el Evan gelio es el poder de Dios para salvación, y que este Evangelio revela su justi-cia. Luego, termina declarando esa verdad con el apoyo de una cita de Habacuc 2:4: “Mas el justo por su fe vivirá”. Recibimos la salvación por medio de la fe y esta salvación proporciona la justicia de Dios al que cree en él. (Véase también: Efesisos 2:9; Tito 3:4-5; Juan 3:16.)

Esto nos lleva al otro tema que trata el libro de Romanos, “la justi-cia que es por fe” (Romanos 9:30). No existe ninguna otra forma de que el hombre pueda llegar a ser

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justo. La ropa “resplandeciente” de que habla la Biblia, es “las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:8). Y esta justicia se recibe única-mente por fe. Por el lado contrario, nos dice Roma nos 10:3: “Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya pro-pia, no se han sujetado a la justi-cia de Dios”. Hay los que intentan ser “justos” procurando establecer su propia justicia. No se sujetan a la “justicia de Dios”. Es decir, no sien-ten su necesidad de una justicia divina y fuera de sus propios esfuer-zos. El contexto implica que tales personas son ignorantes del atributo o la virtud de esa justicia divina. La justicia de Dios no se alcanza por las obras de la ley, ni por el esfuerzo humano. Por esa razón, precisamen-te, necesitamos el poder de Dios para alcanzar la salvación. Cuando comprendemos que es por fe que recibimos la justicia de Dios, nos aclara de una vez que jamás podre-mos ser justificados por nuestras propias obras ni por nuestra deter-minación de lograrlo. Esta verdad se recalca en la historia del publicano que oraba afuera del templo: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). En realidad, éste es el men-saje del libro de Romanos.

Con esta breve introducción, concluimos que el tema del libro es

la justicia de Dios y que esta justicia hace su obra santa en nuestra vida por la fe en Cristo Jesús.

Como ya vimos, la justicia es un atributo inseparable de la santidad de Dios. En algunos casos, la Biblia menciona los dos términos juntos (Efesios 4:24; Lucas 1:75). Como el naranjo produce naranjas y no man-zanas, así el creyente produce, por el poder de Dios, el fruto de justicia y santidad en su vida. Dios mismo es la medida. Al obedecer y seguir sus instrucciones, nuestra vida andará de acuerdo con el patrón que vemos en la justicia de Dios. Este sentido de “justicia” aparece cinco veces en el capítulo seis de Romanos (6:13, 16, 18, 19, y 20). En cada versículo, la palabra “justicia” habla de una santa manera de vivir… una vida en conformidad con Dios mismo. La Biblia es clara en cuanto a lo que Dios espera de nosotros respecto a la santidad: 1 Pedro 1:14-15; Ro -manos 12:1-2; 2 Corintios 7:1.

También notamos que la justicia es todo lo contrario a la “iniquidad”. Romanos 6:19 dice: “Que así como para iniquidad presentasteis vues-tros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia”. Este versículo habla de fruto digno de la santificación; un

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enfoque en una vida santa. En el Sermón del Monte (Mateo 5, 6, 7), Jesús nos muestra que la justicia es la condición ética de la vida espiritual, conforme a la rectitud y veracidad de Dios. De tal justicia debemos tener hambre y sed (Mateo 5:6). Esta justi-cia es mayor que la de los escribas y fariseos (Mateo 5:20). Los hijos del Rey buscan primeramente el reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33). Tal justicia obedece la regla de oro que es el amor en acción, está llena de mise-ricordia y, como sal y luz en esta tie-rra, muestra la vida y el espíritu de Jesús. Ésta es la “nueva justicia”, la verdadera justicia de Dios.

Quizá, para comprender mejor lo que es la justicia de Dios, sería de ayuda ver lo contrario de la justicia. Como ya vimos, en un sentido es inequidad. También es “injusticia”. En 1 Juan 5:17 dice: “Toda injusti-cia es pecado”. El pecado es más que solamente una infracción a la ley. Todo lo bueno que debemos hacer como hijos de justicia y no lo hace-mos es injusticia y pecado. Cada oportunidad de ser un testimonio para Cristo que no aprovechamos es injusticia. Cuando no respondemos según el Espíritu de Jesús y según su santa voluntad, la carne reina y el resultado es lo contrario de la justicia de Dios. Es injusticia y pecado. La injusticia jamás puede glorificar a

Dios. Está destituida de la gloria de Dios (Romanos 3:23). La justicia de Dios viene por la fe, “y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23).

Notemos las palabras del apóstol Pablo: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:8-9). Esta meta del apóstol también debe ser nuestra. Como los héroes de la fe de Hebreos 11, podemos ser herederos “de la justicia que viene por la fe”. Escuchemos al apóstol Juan que nos dice: “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo” (1 Juan 3:7). Como dijo Jesús: “Bienaven turados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. ¿Tengo yo “hambre y sed” de esta justicia, la jus-ticia de Dios?

1 La deidad Iustitia llegó a ser el equivalente romano de Dice, la deidad griega. Y “Dice” es el término que se emplea en el Nuevo Testamento griego en el relato de Hechos 28.

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Mi padre nació en una comunidad rural en el estado de Indiana, EE.

UU. en el año 1921. En aquella época, el baloncesto era un deporte importante en la escuela pública a la que él asistió. Los compañeros envi-diaban a los talentosos que llegaban a formar parte del equipo deportivo de la escuela. Muchos jóvenes entre-

naban en su tiempo libre de la tarde con el objetivo de llegar a ser parte del equipo. Con todo, había un joven en la escuela que tenía un talento extraordinario. Mi padre lo observaba con asombro mientras el chico lanzaba al aro y encestaba vez tras vez. A pesar de su gran talento, no se permitió que formara parte del equipo de la escuela porque lo

En el número anterior de la Antorcha vimos la función de los músculos y los huesos en la iglesia. También notamos la tensión que sufre la iglesia cuando unos no ven con buenos ojos los dones de los otros. El apóstol Pablo le habla a la iglesia de Éfeso de un gran miste-rio oculto desde el principio del mundo (Efesios 3:9). Más adelante compara la conexión cercana entre los miembros de la iglesia con las coyunturas y los ligamentos del cuerpo humano. Pero su analogía más poderosa es la de la unión entre esposo y esposa. Dios desea buenos matrimonios. El enfoque principal de la carta se dirige a la importancia de un cuer-po bien unido. Dios utiliza la unidad, el amor, el compromiso, y la abnegación de los cre-yentes para dar a conocer este misterio a través de ellos. Su unidad y amor el uno por el otro tienen el propósito de demostrar la majestad de Dios. Tratemos de comprender la visión de Dios. Él desea que las personas que se acercan a nuestra iglesia vean algo tan convencedor, tan poderoso, tan único que se hace sentir su presencia.

El desafío de la cultura

Parte # 4

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habían visto fumar un cigarrillo des-pués de horas escolares.

Cuarenta años después, en la década de los ‘70, los relatos de mi padre resultaban casi increíbles para mí como joven. Mi mundo era com-pletamente distinto. Si bien aquel procedimiento era normal en los días de mi padre, a mí me parecía sumamente extraño, como si viniera de otro planeta. ¿Fumar después de horas escolares...? Cuando yo estu-diaba en la secundaria, la institución enfrentaba asuntos mucho más serios como el embarazo de adoles-centes, la violencia, y el abuso de estupefacientes. Más bien, el uso de las drogas era tan común en las escuelas públicas que contrataron personal solamente para monitorear el uso de narcóticos y evitar la sobre-dosis de sustancias ilegales. El fuma-do ya era tan común que ni pensa-ban en controlarlo. Al contrario, donde me crié, las escuelas tenían áreas de fumado donde los alumnos podían fumar y relajarse. Mi padre y yo nos criamos en el mismo país, pero la manera de pensar de la gente había cambiado drásticamente en cuestión de unas pocas décadas.1

En la época cuando mi padre era joven, los valores judeocristia-nos guiaban a la cultura en gran manera. Él asistió a una escuela pública, pero en aquel entonces se

acostumbraban todos los días la lec-tura de la Biblia y la oración antes de iniciar las clases. La cultura dic-taba que los ciudadanos honorables no fumaran. Sin embargo, en el mundo en que yo me crié, saliendo del movimiento hippie hacia finales de la década de los sesenta, el valor del fundamento bíblico se cuestio-naba. Más bien, en muchos casos, se desechaba la Biblia. Estos cam-bios afectaron en gran manera lo que se consideraba normal.

LA CULTURA Podemos describir la cultura

como la manera de la gente de pen-sar, comportarse, y trabajar en dado lugar y época. Todo pueblo tiene su cultura. La cultura dicta todo lo que la comunidad hace: el arte, las viviendas, el vestuario, y lo que se come. Lo que desayunaste hoy en la mañana probablemente indica la cultura en que te encuentras. Lo más probable es que la cultura te dice que así se hace. Es parte de tu cultura. La persona que se haya cria-do en otra cultura probablemente hallaría muy extraño tu desayuno.

Desde nuestro nacimiento, todos heredamos un cierto conjunto de normas culturales. Desde la infancia observamos la manera en que los demás responden a ciertas situaciones, cómo se visten, y qué

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comen. Lo que observamos llega a ser la norma para nosotros, aunque ni siquiera nos damos cuenta del proceso. Nuestra cultura llega a ser el punto de referencia desde el cual medimos la vida y juzgamos lo que es bueno o malo. Por lo tanto, es sumamente importante que el cre-yente analice cuidadosamente a la luz de la Palabra de Dios la cultura que le rodea y tome en cuenta el peligro de la tremenda influencia que puede ejercer en él.

LOS CAMBIOS EN LA CULTURA A simple vista, la cultura parece

estacionaria, pero lo cierto es que está cambiando constantemente. En algunos tramos de la historia, el cambio ha sido lento. Todo se man-tenía relativamente igual por muchos años, a veces aun por siglos. Hasta el día de hoy, existen lugares donde la influencia y el desarrollo occidental han tenido poco impacto en la cultura. Es fascinante observar lo poco que han cambiado esos lugares durante siglos. Las vivien-das, la alimentación, y la manera de vivir parecen las mismas de antaño. En cambio, en los países desarrolla-dos, el cambio ha ocurrido a veloci-dades vertiginosas.

El cambio cultural produce un impacto poderoso en nuestra vida, en lo que consideramos normal, en

nuestra manera de pensar, y en lo que consideramos bueno o malo. Estos cambios también producen un tremendo impacto en la iglesia.

Considera el principio bíblico del vestuario honesto, y la manera en que la cultura norteamericana ha cambiado en lo que se refiere al vestuario aceptable. A principios del siglo veinte, los trajes de baño de las mujeres tenían el cuello alto, las mangas largas, con faldas o cal-zones bombachos. En las playas de los Estados Unidos la ley prohibía cualquier cosa que cubriera menos. Se esperaba que las mujeres se cubrieran, y las que rehusaban hacerlo, cometían un delito. En 1908, se detuvo a la estrella de cine Annette Kellerman en una playa en Boston en el estado de Massa -chusetts, EE. UU., porque vestía un traje de baño de una sola pieza. En 1921, se detuvo a una nadado-ra en Atlantic City, en el estado de Nueva Jersey, EE. UU., por exhibi-cionismo. ¿Cuál fue su delito? Había bajado los calcetas de modo que exponía las rodillas.2

¿Cómo cambia la sociedad tan rápidamente su concepto de lo que es el pudor? Y, más específicamente, ¿cómo es que el cambio en la socie-dad haya cambiado tanto el concep-to de pudor del cristianismo fundamentalista? ¿Será que hemos

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cambiado junto con nuestra cultura? ¿Basamos nuestras interpretaciones en las normas de la sociedad que nos rodea? Lamentablemente, eso es lo que ha sucedido en muchos casos. Es un hecho; la cultura que nos rodea nos ha influenciado.

Veamos un ejemplo. Hace años, la gran mayoría de las mujeres que profesaban el cristianismo obedecí-an el mandamiento bíblico presen-tado en 1 Corintios 11:2-16 del cubrimien to de la cabeza. Por lo menos, muchas lo hacían durante los cultos. Sin embargo, hoy día se han construido razonamientos para explicar por qué no es necesaria esa práctica. Hoy, la ma yoría considera que la práctica de cu brirse la cabeza en obediencia al man dato bíblico es anticuada y vergon zosa. Ni siquiera el ámbito cristia no hoy día le da apoyo a tal práctica.

Ahora, consideremos por un momento un escenario distinto. Imaginemos que el mundo evangé-lico descubriera como importante y nuevo este mandamiento bíblico de cubrirse la cabeza. ¿Qué podríamos esperar? Probablemente veríamos nuevos libros a la venta para defen-der la enseñanza del velo de la mujer. Seguramente los oradores populares de la comunidad cristiana presentarían seminarios sobre “La relevancia sensacional del velo de la

mujer”. Las iglesias animarían a las mujeres a cubrirse la cabeza y hasta la manera de cubrirse mostraría la importancia que dieran a su uso. Llegaría a ser moda en las iglesias cristianas y su uso un símbolo de un cristianismo dinámico.

Si éste fuera el caso de la cultura cristiana, ¿crees que las iglesias que todavía lo practican estarían luchan-do por mantener la práctica de un cubrimiento adecuado para la mujer cristiana?

LA HONRADEZ CULTURAL No siempre somos honrados res-

pecto a la influencia que la cultura tiene en nuestra iglesia y en nuestra vida. Muchas veces no hemos reco-nocido lo rápido que cambian las normas de la sociedad y la gran influencia que tienen esos cambios en las decisiones que tomamos. Casi toda iglesia declara que su funda-mento es la Biblia. Igualmente, los seminarios y libros cristianos preten-den estar fundamentados en la Biblia. Es más, muchos de ellos afir-man que la Biblia es infalible. Sin embargo, a pesar de esta afirmación religiosa, la gran mayoría en la vida diaria vive de manera casi idéntica a la cultura en derredor. Disfrutan de las mismas diversiones. Abrazan los mismos valores respecto a la política, la familia, la educación, y el dinero.

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Los índices de divorcio entre los que se dicen cristianos son prácticamente iguales a los de la sociedad que los rodea. Está claro; la cultura, y no las enseñanzas de la Biblia, establece la pauta para el cristianismo hoy día. Lo cierto es que nuestro concepto de lo que significa seguir a Jesús y obe-decer los mandamientos bíblicos se ve influido significativamente por los libros que el cristianismo moderno produce. Igual mente, cuando segui-mos la vida de muchos líderes reli-giosos y escuchamos sus enseñanzas, su influencia nos afecta gradualmen-te en lo que significa seguir a Jesús. Pero, ¿son confiables?

Propongo que hay tres campos que debemos considerar honrada-mente en lo que se refiere a la cultura:

1. Somos influenciados por lo que la cultura considera normal y aceptable. La cultura nos presiona de muchas maneras. Algunos son tentados con las modas que les lla-man la atención. Tienen que estar cambiando constantemente sus prác-ticas para seguir los cambios de la cultura que los rodea. Otros desarro-llan una postura de oposición a la cultura popular de tal modo que tampoco es bueno. Éstos llegan a temer tanto la cultura popular que su objetivo principal es siempre hacer todo lo contrario de lo que hace la

sociedad. Ninguna de estas tenden-cias representa la manera correcta de abordar el tema. Sin embargo, lo cierto es que normalmente la cultura tiene un efecto sobre nosotros, y nos lleva a actuar de una u otra manera.

2. Lo que hoy se considera normal para mañana habrá cam-biado. La cultura occidental nos ha sometido a cambios sin precedentes. Supongo que podemos decir que nunca en la historia han ocurrido tantos cambios culturales en tan poco tiempo. Recientemente, el gobierno francés intentó prohibir que la mujer musulmana vistiera el traje de baño “burkini” que cubre totalmente el cuerpo excepto la cara, las manos, y los pies. Si bien la razón detrás de la oposición france-sa al uso del burkini tiene que ver más con religión que con un ataque directo al pudor, el gran cambio en una cultura que trata de prohibir la modestia resulta abrumador.

A principios del siglo veinte, la mujer podía terminar detenida por las autoridades por no cubrirse las rodillas. En cambio, en 2016 a una mujer musulmana en Nicea, Francia, se le obligó a quitarse una parte de su vestimenta. El comunicado oficial que recibió decía que “su vestuario no respetaba los buenos valores y el secularismo”.3 Aunque ésta sea una

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situación extraña que provenga en parte de la preocupación por los extremistas musulmanes y el terroris-mo, es difícil imaginar un cambio de pensar tan drástico. Hoy se ve como algo común y corriente que las per-sonas se vistan de forma que hubiera sido ilegal según las normas de hace unas cuantas décadas. Por lo tanto, si tu punto de referencia es el estándar moral de la sociedad a tu alrededor y lo que ésta considera “normal”, estás a la deriva. Lo “normal” siempre esta-rá cambiando.

3. Debemos permitir que la Biblia determine el estándar; lo que es normal y aceptable. Es imprescindible que continuamente volvamos a la Biblia, la Palabra de Dios, y nos aseguremos de que ésta siga siendo verdaderamente nues-tro marco de referencia. Es fácil decir que la Biblia es nuestra guía. Esto lo dice la gran mayoría de los cristianos. Pero es indispensable asegurarnos de que, en realidad, la Biblia sea nuestro punto de refe-rencia. La tendencia de toda iglesia es cambiar con el tiempo. Existe un peligro en creer que las normas de conducta que la iglesia ha estableci-do basten para contrarrestar este cambio. Sin duda, es importante establecer ciertas normas, pero solamente un enfoque persistente

en los principios de las Escrituras nos capacitará para contrarrestar los cambios que la cultura procura dictar. Una base en la Biblia nos ayuda a comprender cuán rápida-mente cambia lo normal y acepta-ble en nuestra cultura.

Hace pocos años, el entreteni-miento visual se difundía principal-mente por medio de la televisión. Si la iglesia quería contrarrestar la invasión del entretenimiento, podía hacerlo por medio de no tener el televisor en la casa. Pero esos días han quedado atrás. Hoy podemos conectarnos al mundo del entreteni-miento de muchas formas y con todo tipo de dispositivos. Una norma en contra de la televisión no proporciona la misma protección que en el pasado.

La cultura cambia. Para que la iglesia sobreviva y sea efectiva, ten-drá que hacer más que crear nuevas normas. También tendrá que ense-ñar sobre los cambios a su alrededor. Tendrá que examinarlos, utilizando los principios bíblicos como punto de partida. Que sea la Palabra de Dios lo que establezca lo que es bueno y lo que es malo.

Conclusión Dios nos ha llamado a ser sal y

luz en este mundo. Sin embargo, muchas veces nos enamoramos

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Hace muchos años, un domingo por la mañana, un grupo de estudiantes universitarios caminaba junto a un riachuelo que desemboca en el río Potomac, cerca de Washington, ciudad

capital de los Estados Unidos. Los ocho jóvenes buscaban un sitio solitario en el bosque para pasar el día jugando a las cartas. Cada uno llevaba una botella de licor en el bolsillo. Por otra parte, todos tam-bién eran hijos de madres piadosas que oraban por ellos. Mientras caminaban junto al riachuelo, oyeron las campanas de una iglesia que repicaban a una distancia de unos tres kilómetros. El tintineo de las campanas resonaba con claridad en los oídos de los muchachos, como si estuvieran muy cerca de la iglesia.

De repente, uno de los muchachos que se llamaba Jorge, se detu-vo. Le dijo a uno de sus amigos que no iba a seguirlos más y que vol-vería al pueblo para asistir a la iglesia. Su compañero, cuando oyó

EL ALCANCE... (viene de la portada)

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tanto de la sociedad a nuestro alre-dedor que nuestra luz se vuelve opaca. Y cuando llegamos a ser como la cultura que nos rodea, ya no ofrecemos la bella alternativa que Dios nos ha llamado a exhibir. El intento de separarnos del mundo

mientras procuramos al mismo tiempo rescatar almas del mun do para Cristo exige mucho discerni-miento espiritual. No toda iglesia ha logrado hallar el equilibrio espiritual a esos dos objetivos cris tianos.

1 El autor observa un gran cambio cultural entre la época en que su padre era joven y cuando él mismo era joven. Sin embargo, desde ese momento, la cultura ha cambiado respecto al tabaquismo, y hoy ocurre con menos frecuencia debido a consideraciones de salud. La cultura cambia constantemente. 2 Chris Wild, <http://mashable.com/2015/05/27/swimsuit­police/#39ioed6Ggkqm>, visitado el 31/8/16.3 Ben Quinn, .<http://www.theguardian.com/world/2016/aug/24/french­police­make­woman­remove­burkini­on­nice­beach>, accessed on 9/1/16.

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aquello, llamó a los demás muchachos y dijo: —Vengan, muchachos, vengan. Parece que nuestro amigo Jorge se

está volviendo religioso. Tendremos que ayudarlo. ¿Por qué no lo bau-tizamos en el río?

Al instante, los muchachos ya habían acorralado a Jorge y empeza-ron a amenazarlo. No tenía opción; si no quería una zambullida en las aguas frías, tendría que seguir con sus amigos. Jorge respondió con calma y escogiendo con cuidado cada palabra dijo:

—Chicos, sé muy bien que ustedes pueden sumergirme en el agua y hasta ahogarme si lo desean. No me opongo si lo quieren hacer. Pero les ruego que primero me escuchen, y después hagan lo que les parezca mejor.

”Ustedes saben que mi casa queda a unos 300 kilómetros de aquí. Pero lo que no saben es que mi madre es inválida. Pasa en cama sin poder hacer nada. Desde mi infancia, ha guardado cama. Yo soy el menor de mis hermanos. Mi padre no tenía los recursos para pagar mi educación superior. Así que, mi profesor de la secundaria, un amigo de mi papá, ofreció costear mi educación. Para eso, tuve que dejar mi casa y venirme a este lugar lejano. En un principio, mi madre se opuso a la idea. Tanta fue la tensión que ella enfermó y quedó al borde de la muerte. Después de largas consideraciones y mucha oración, mi mamá accedió. En seguida empecé a hacer los preparativos para salir. Mi madre no profirió ni una palabra respecto al tema durante el tiempo de los preparativos. Pero, cuando llegó el día de mi partida, me habló diciendo:

”‘¿Ya tienes todo listo, hijo?’ me preguntó. ”‘Sí, Mamá. Todo está listo. Sólo estoy esperando que pasen por

mí para llevarme a la estación de tren.’ ”‘Hijo, te ruego que te arrodilles aquí, junto a la cama’, suplicó mí

mamá. Luego puso las manos sobre mí, su hijo menor, y oró por mí.

EL ALCANCE...

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(Continúa en la página 20).

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¿Recuerdas lo que pasó con Abel, el segundo hijo de Adán y Eva? Ya sabes que su hermano Caín lo mató. Adán y Eva se entristecieron mucho por lo sucedido. Pero Dios les dio otro hijo. A este hijo lo

llamaron Set. Cuando Set creció y llegó a ser hombre, se casó y también tuvo hijos.

Pasaron los años y la tierra se llenaba de gente. De la familia de Set nació un varón llamado Enoc. Enoc obedecía a Dios. Él caminaba con Dios. Un día, Enoc desapareció. ¡Qué extraño! De pronto, los hijos de Enoc no lo volvieron a ver. ¿A dónde se fue? Enoc se fue al cielo. Pero no había muerto. Dios vio que Enoc era un hombre justo y bueno, y decidió llevárselo a vivir con él en el cielo. Y lo llevó sin que tuviera que morir.

Un hijo de Enoc se llamaba Matusalén y vivió muchos años. Vivió 969 años. Es posible que nunca haya existido otra persona que viviera tantos años.

La familia de Adán continuó creciendo, haciéndose cada vez más grande. La tierra se estaba poblando de gente. Lo triste fue que la mayoría de las per-sonas no obedecían a Dios. No querían hacer lo bueno, ni lo justo. Sólo pensaban lo malo, y lo hacían.

Dios buscaba a un hombre justo a quién le podía encargar su plan, y halló a Noé. Ese hombre tenía tres hijos. Noé y sus hijos obedecían a Dios. No hacían lo malo como la mayoría de los demás.

Dios miró la maldad de los hombres. Él vio que ellos sólo hacían lo malo. Dios sintió gran dolor en el corazón. Se arrepintió de haber hecho al hombre. Él vio que no querían hacer lo bueno y decidió destruirlos.

Un día, Dios le habló a Noé y le dijo: —He decidido destruir a la gente. Veo que son muy malos. Pero te voy a

salvar a ti y a tu familia. ¿De qué manera pensaba Dios destruir a la gente mala que había en la

tierra? Él mandaría un diluvio. ¿Sabes qué es un diluvio? Un diluvio es cuando llueve mucho y los ríos se desbordan haciendo grandes inundaciones. Este diluvio iba a ser tan grande que toda la tierra se iba a inundar. Pero, ¿cómo pensaba Dios salvar a Noé y a su familia? Él tenía un plan y se lo explicó a Noé, diciendo:

—Construye un arca grande. Después, tú y tu familia entran con animales

NOÉ, UN HO

HERMOSAS HISTOR

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OMBRE JUSTO

RIAS DE LA BIBLIA

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de toda clase. Pues, voy a enviar un gran diluvio sobre toda la tierra.

¿Hizo Noé caso a lo que Dios le dijo? Sí, él creyó a Dios; hizo todo lo que Dios le mandó hacer. Él y sus hijos cortaron mucha madera y comenzaron a construir el arca. Tardaron muchos años en hacerlo.

¿Cómo sería gastar muchos años construyendo un barco grande en tierra seca? Pero Noé creyó a Dios y perseveró fielmente hasta terminar el arca.

¿Cómo era el arca que hizo Noé? Tenía sólo una ventana. Tenía una puerta a un costado. El arca medía unos 140 metros de largo, 23 metros de ancho, y 14 metros de alto. Tenía tres pisos y mucho campo para los animales. ¿Puedes imaginarte una construcción tan grande? El arca era lo suficiente grande para alojar a Noé y su familia, y a todos los animales que Dios quiso conservar con vida. El arca sirvió de refugio para la familia de Noé y los animales que Dios trajo al arca. Éstos se salvaron de ahogarse a causa del diluvio.

Génesis 5 y 6

Tomado y adaptado de Hermosas historias de la Biblia © 2008 Usado con permiso de Publicadora Lámpara y Luz, Farmington, NM

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”Repaso mentalmente aquella escena vez tras vez. En realidad, los recuerdos de aquel momento me llenan de gozo, pues fue un momen-to muy especial. Todavía recuerdo las palabras exactas de lo que me dijo en aquel momento, y supongo que podré repetirlas hasta el últi-mo día de mi vida. Esto es lo que me dijo:

”‘Hijo precioso, tú no sabes… no puedes entender la agonía que sufre el corazón de la madre que se despide por última vez de su hijo menor. Cuando salgas hoy de casa, habrás visto por última vez a tu madre en esta vida, tu madre que te ama como ningún otro ser humano puede amarte. Tu papá no tiene los recursos para que tú

puedas venir a casa de vez en cuando. Sin duda, no estaré con vida cuando regreses después de dos años. Me queda poco tiempo. De ahora en adelante, estarás en un lugar lejano donde no tendrás el con-sejo de una madre amorosa que pueda ayudarte cuando te encuentres en situaciones difíciles. Hijo, busca el consejo y la ayuda de Dios. Y

EL ALCANCE...

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una cosa más, todos los domingos por la mañana, entre las diez y las once, estaré orando por ti durante una hora. Dondequiera que te encuentres a esa hora, cuando oigas que suenan las campanas de una iglesia, acuérdate de esta habitación donde tu madre moribunda esta-rá combatiendo por ti en oración. Levántate, hijo, ya viene la carrosa. Dame un beso, por favor… Adiós, hijo.’

”Muchachos, no espero nunca más ver a mi madre aquí en esta vida. Pero quiero decirles algo… He tomado la decisión que voy a encontrarme con ella en el cielo, por la gracia de Dios.

Cuando Jorge dejó de hablar, había lágrimas en sus ojos. Levantó la vista y miró a sus compañeros. Todos tenían lágrimas en los ojos.

El círculo que los muchachos habían formado se abrió y Jorge pasó por en medio de ellos y se encaminó hacia el pueblo para asistir a la iglesia. Jorge había tomado una postura firme en medio de una situación sumamente difícil.

Pero la historia no termina allí. Los muchachos estaban impresiona-dos por las palabras de Jorge y por su valor de hacer lo correcto frente a la presión de grupo. En seguida, todos decidieron acompañarlo a la iglesia. Mientras caminaba hacia el pueblo, uno a uno sacó su botella de licor y la vació. Aquella sería la última vez que salieran para entregarse a los vicios.

Pero la historia del alcance de las oraciones de una madre piadosa tampoco termina allí. Cada uno de los ocho muchachos le entregó su vida a Dios, y él transformó a cada uno en un hombre de fe. No podemos medir el alcance de esas oraciones, ni tampoco se puede medir la influencia piadosa que cada uno de esos hombres ejerció de aquel día en adelante, gracias a una madre que oraba por su hijo.

“Bible Models” De Quests and Conquests

EL ALCANCE...

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“Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). ¡Qué declaración tan extraña! ¿Que yo mengüe... cuando vivimos en una época en que el lema para la vida exitosa es superarse? Sin embargo, lo que declaró Juan el Bautista aquel día cuando vio a Jesús en el desierto junto al río Jordán fue de suma importancia. Fue importante para el éxito de su propio ministerio y para el beneficio del reino de Dios. Además, es el testimonio que debe brotar del corazón de cada creyente...aun en este siglo 21.

La Palabra de Dios nos advierte que el enemigo no quiere que esto suceda. Él emplea cualquier estrategia para desviarnos. ¿Cómo debe el hijo de Dios enfrentar esos ataques que procuran debilitarlo? ¿Cómo podemos hacer que Cristo crezca en nuestra vida y que nosotros disminuyamos?

Primero, recordemos que el hecho de que otros tengan una buena opinión de nosotros no es ninguna prueba de que tenemos la aprobación de Dios. El apóstol Pablo escribió a la iglesia de Gálatas de esta forma: “Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña” (Gálatas 6:3). A la iglesia en Corinto le advirtió del peligro de la idea de creerse fuerte: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). A los creyentes romanos les advierte en cuanto a la tendencia humana hacia la vanidad: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3).

Es necesario que . . . yo mengüe

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Nuestro enemigo Satanás sabe que el lema de Juan el Bautista es un principio fundamental para el cristiano. Es una verdadera característica del reino de Dios. Debido a esto, él nos ataca con toda clase de asechanzas para desviar nuestro enfoque, y finalmente, nuestro rumbo.

Según parece, Satanás sabe cuáles son nuestras debilidades; pues, diseña sus tácticas para atacar los campos débiles de nuestra vida. Trata de confundirnos de modo que, si no nos hace tropezar de una forma, nos hace caer de otra. Veamos un ejemplo de esa persistencia del enemigo de nuestra alma.

Durante el siglo 20, cuando dominaba el régimen comunista en la antigua Unión Soviética, los creyentes fieles de la iglesia registrada sufrieron persecución por muchos años. Muchos fueron encarcelados y otros expatriados. Incluso, muchos murieron por su fe. Sin embargo, algunos sobrevivieron a la persecución. El régimen comunista colapsó a principios de la década de 1990, después de casi 70 años de opresión, y la persecución mermó en ciertos sentidos. Sin embargo, muchas familias cristianas emigraron a los Estados Unidos en busca de más libertad.

Estos creyentes, después de vivir en los Estados Unidos por un tiempo, ya en una nación que consideraban que era cristiana, notaron una nueva estrategia de parte del enemigo contra ellos. Se dieron cuenta de que lo que el régimen comunista no pudo lograr por la fuerza para debilitar a los creyentes, ahora el materialismo y la vida fácil sí pudieron. El enemigo había empleado nuevas tácticas para tratar de destruirlos. Los padres notaron cómo algunos de sus hijos cedían a las influencias del mundo. Ya no eran perseguidos por su fe, sino que se encontraban atacados con las presiones de una sociedad en que dominaban la prosperidad y la vida fácil.

¿Dónde nos encontramos nosotros? ¿Cómo podemos percibir los peligros de hoy que amenazan con hacernos grandes a nosotros y menguar a Jesús? ¿Cuáles son los verdaderos peligros? ¿Cómo podemos ofrecer la resistencia adecuada a las estrategias del enemigo? Analicemos a continuación algunas medidas de presión que el enemigo emplea hoy día contra los hijos de Dios.

El deseo de llegar a la fama Jesús nos advierte: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen

bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Lucas 6:26). Cuando hablan bien de nosotros, debemos tener mucho cuidado de no caer en el orgullo o la arrogancia. Tendemos a buscar la aprobación de la gente y a enaltecernos cuando otros hablan bien de nosotros. Debemos guardarnos de la tendencia a sentirnos satisfechos cuando otros hablan bien de nosotros.

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La obediencia selectiva El apóstol Santiago nos recuerda: “al que sabe hacer lo bueno, y no lo

hace, le es pecado” (Santiago 4:17). Para servir a Dios, no debemos conformarnos con el camino más fácil. La vida presenta desafíos reales y no podemos darnos el lujo de escondernos cuando todo se vuelve difícil. Al contrario, las dificultades son para nuestro bien, aunque tendemos a evitarlas. Aprendamos del ejemplo de la mariposa que sale de la crisálida. Si no tuviera que luchar para salir de la crisálida, no tendría las fuerzas para sobrevivir. Igualmente, las dificultades nos hacen más fuertes para que podamos sobreponernos a las dificultades más adelante. “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27).

La falta de una buena relación con Dios Dios ha prometido estar con sus hijos. ¿Por qué no aceptar su oferta? Él

prometió: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5). Con él, nunca estaremos solos. Por otra parte, aunque tengamos el apoyo de muchas personas, si nuestras decisiones no las tomamos bajo la dirección de Dios, nos perderemos la bendición que él tiene reservada para nosotros. El reto es mantener una estrecha relación con Dios por medio del estudio de su Palabra y de la oración.

La vergüenza Quizá luchamos con la pregunta: ¿A quién le gustaría adoptar una

actitud firme en medio de la presión de grupo solo? ¿A quién le agrada tener que decir “No” cuando los amigos dicen: “Hagamos...”? Nuestra tendencia es evitar lo que nos da pena o vergüenza. Sin embargo, siempre es correcto hacer lo que agrada a Dios, y nunca es correcto hacer lo que no le agrada. Recuerda las palabras de Jesús: “Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8:38).

El temor a la persecución El hombre carnal piensa así: Debe de haber alguna manera de llegar al cielo

sin tener que pasar por tantas dificultades, inconveniencias, y malentendidos. El apóstol Pablo alude a este modo de pensar en sus instrucciones a Timoteo: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Aunque no suframos persecuciones como

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sufrió el apóstol Pablo, constantemente sufrimos la presión a desviarnos del verdadero camino del discipulado.

Un desprecio por lo que otros tienen que decirnos La verdadera vida cristiana tiene que partir de un encuentro personal con

Cristo en arrepentimiento y fe. También es necesario abrazar la verdad para nosotros mismos. Luego, podemos aprender mucho de la sabiduría de los que tienen más años en la vida cristiana. No es necesario que cada generación se lleve los mismos golpes. Tampoco debemos limitarnos a repetir lo que otros siempre han hecho sin saber por qué se practica. Esto sólo se convierte en tradiciones y ritos sin sentido. Sin embargo, las experiencias de los piadosos ancianos de fe nos pueden servir de mucha ayuda. El apóstol Pablo nos indica que ser constantes en la vida cristiana y aprender lo que nos enseñan los fieles es muy importante: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (2 Tesaloni censes 2:15). Dios espera que la generación nueva aprenda de la generación vieja. “Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos; pues nosotros no andu vimos desordenadamente entre vosotros” (2 Tes a lon i censes 3:7). “Las ancianas, asimismo, sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes” (Tito 2:3-5). 

El amor por el placer Jesús nos dice que las riquezas y los placeres de la vida pueden ahogar la

buena semilla del reino (Lucas 8:14). El amor por los placeres puede quitar lo que Dios tiene para nosotros. La recreación excesiva y la búsqueda de placeres pueden convertirse en el ladrón que nos despoje de las riquezas y los tesoros espirituales que Dios tiene reservados para nosotros.

El amor por las riquezas ¿Será que no hemos calculado bien las presiones negativas que vienen con

las riquezas? (Mateo 13:22). ¿Será que no hemos tomado en serio las palabras de Jesús cuando dice: “Porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15)? ¿Se nos ha olvidado que “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Timoteo 6:9)? La tentación de buscar la vida cómoda y engrosar una cuenta bancaria es muy real.

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La presión de transigir La presión de transigir las directrices bíblicas para la vida santa también es

real. Necesitamos de la gracia de Dios para perseverar en la verdad. Podrán venir tiempos difíciles de persecución que pondrán a prueba nuestra fe. Debemos prepararnos y orar para que Dios nos ayude a que sean hallados en nosotros “oro, plata, piedras preciosas” y no materiales perecederos de madera, heno, y hojarasca (1 Corintios 3:12). El convenio que ofrece el enemigo viene disfrazado. Parece atractivo y conveniente. Y si el enemigo no logra lo que desea con algún convenio negociado, pueda que use el método de la ridiculización. Se ha dicho que debemos temer más el dedo de burla que nos apunta que el arma de fuego. Que Dios nos ayude.

Conclusión Comprometámonos a vivir según los valores del reino. Regocijémonos en

la salvación eterna que tenemos a nuestro alcance por medio de la sangre de Jesús. Desechemos cualquier rasgo de orgullo y autoexaltación en nosotros. Vivamos cada día con el gozo que manifiesta el hombre que encontró el tesoro en el campo. “Y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mateo 13:44). Cuando Cristo halla en nosotros la sabiduría y el valor de resistir la apostasía porque con humildad y valentía aceptamos la Palabra de Dios tal y como nos instruye, podemos también unirnos con Juan el Bautista en el lema de su vida: “Es necesario que él [Jesús] crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).

Paul L. Miller Calvary Messenger

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RReessppuueess ttaass :: AAcc tt ii vv iiddaadd ppaarraa nn iiññooss

5 - El vecino dijo que él... 1 - El papá de Soyung... 3 - La mamá dijo que... 4 - El vecino dijo que era... 2 - Soyung se encontraba...

4 - Los misioneros le... 3 - La corriente del río... 2 - Soyung se llevó consigo... 5 - Soyung llegó a creer en... 1 - La mamá envió a...

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Precaliente el horno a 175º C. Engrase con aceite vegetal una cace-rola cuadrada. En una olla, sofría la

carne molida por unos 5 ó 6 minu-tos. Luego añádale la cebolla, el ajo, y los condimentos, y cocine de 6 a 8 minutos a fuego lento. Ahora añáda-le la mitad de la salsa de tomate. En la cacerola, cubra el fondo con las tortillas fritas. Vierta encima los fri-joles molidos mezclados con la otra mitad de la salsa de tomate, y luego, la carne molida. Para terminar, rocíe el queso encima. Hornee de 15 a 20 minutos o hasta que el queso se derrita. Al servirlo, puede adornar con tomate picado en cubitos, lechu-ga picada, aceituna en rodajas, nati-lla, yogurt natural, etc.

Ingredientes:

Preparacio´n:

1 cucharada de aceite vegetal ½ kilo de carne molida 1 taza de salsa de tomate, tipo ran-

chera o básica ½ taza de cebolla picada finamente 2 dientes de ajo picados 1 ½ taza tortillas fritas de bolsa,

(chips) 1 taza de frijoles molidos 1 ¼ taza de queso molido o rallado

Condimentos al gusto (orégano, comino, pimienta)

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Pasaron unos dos años. Llegó el domingo, y como sucedía muchas veces, Jacob no se encontraba en

casa. Sara vistió a los niños para ir al culto, ansiosa de estar otra vez con los hermanos de la iglesia para celebrar otro culto de adoración en el día del Señor.

Sara ya estaba lista para salir al camino y esperar que sus padres la recogieran para ir con ellos al culto.

—Gracias, Papá —le dijo a su padre mientras le entregaba a Rebeca a su madre antes de subir al carruaje. Santiago se bajó de un salto, levantó a Samuel y lo subió al carruaje. Entonces se pusieron en marcha.

—No es necesario que salgas a la calle con los niños, Sara —le dijo su madre—. Espéranos en la casa hasta que pasemos por ti.

EL CAMINO QUE ELLA ESCOGIÓ

Aprender a mirar a Dios

Capítulo 6d

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—Lo que quisiera es que mi esposo me llevaría al culto —dijo Sara tristemente—. Pero no tenemos un carruaje; y ahora ni siquiera tenemos caballo.

Recientemente, Jacob había vendido el caballo que usaba para subir a las montañas a su lugar de trabajo. Decía que compraría un automóvil tan pronto como pudiera ahorrar el dinero.

—Llevarte al culto no nos incomoda en lo más mínimo —agregó la madre de Sara.

Sara miró a Samuel. Él siempre se alegraba de ir al culto con los abuelos. Se veía muy alegre sentado en el piso entre los tíos Santiago y David. Las tías altercaban amablemente sobre quién había de cargar a la pequeña Rebeca mientras la abuela, con un aire de satisfacción, sostenía a la bebé sonriente en su regazo.

—El carruaje está lleno —observó David—. Tal vez deberíamos conseguir un automóvil como los que vemos pasar por Germantown de vez en cuando.

Sara notó el guiño en los ojos del papá, y entonces Santiago exclamó: —¡Tal vez lo tengamos a tiempo para ir al culto el próximo domingo! Mientras los hermanos de Sara charlaban sobre el anuncio tan sorpresivo,

Sara se volvió con curiosidad hacia Santiago. Él, con una voz que acusaba emoción, explicó:

—De hecho, Papá ha decidido comprar un coche con motor; un coche que no necesita de caballos de tiro. Por cierto, ¡ya lo encargó!

—Eso parece una buena idea —dijo Sara—. Me he preguntado cuánto tiempo pasará hasta que ustedes hagan el cambio... Muchos ya tienen su coche.

—Desde que compramos el tractor —añadió el padre—, no necesitamos de los caballos para hacer las labores de campo. Y un coche parece práctico para no tener que alimentar estos caballos. Parece una buena invención, y seguramente más cómodo, especialmente cuando hace mal tiempo.

—Jacob vendió el caballo y quiere comprar un automóvil tan pronto como pueda —le dijo Sara a su familia—. Dice que así puede viajar más rápido y con menos costo.

Pasaron unos días. Un día, de repente Jacob apareció con mucho dinero. Compró un automóvil y se lo presentó a Sara y los hijos con orgullo. Después le preguntó a Sara:

—¿Te conviene ir de compras el sábado? Tengo libre todo el día y me gustaría llevarte.

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—Necesitamos víveres y otras cosas tan pronto como tengamos suficiente dinero para comprarlos —contestó Sara, pensando en las muchas cosas que hacían falta.

—Está bien —respondió su esposo amablemente—. Haz una lista, y compraremos todo lo que necesites. Los niños probablemente necesitan ropa. Creo que iremos a la ciudad, porque hay cosas que quiero comprar que no podemos conseguir aquí en el pequeño pueblo de Germantown.

Sara asintió con la cabeza sin decir una palabra. —¿Quieres llevar a los niños? ¿O mejor los dejamos con mi madre?

—preguntó Jacob. —Estoy segura de que a Samuel le encantaría acompañarnos, sobre todo

ahora que tenemos el automóvil —respondió Sara—. Y yo sé que a Rebeca también le gustaría ir antes que quedarse en algún lugar. En el automóvil será más fácil llevar a los niños.

—Es una comodidad maravillosa. No sé por qué nunca pensé en inventar un carruaje sin caballo. ¡Imagínate el dinero que tendríamos si yo hubiera sido el inventor! —dijo Jacob con una sonrisa.

—Jacob, tú ganas bastante —dijo Sara modestamente, sin mencionar que muy poco de ese dinero se usaba para suplir siquiera las necesidades más básicas. Con el salario que Jacob gana, reflexionó, nunca deberíamos pasar ninguna necesidad. Si tan sólo dejara de tomar y desperdiciar el dinero jugando a las cartas con los compañeros de trabajo...

De repente, a Sara le asaltaron las dudas. ¿De dónde ha salido todo ese dinero? Estaba segura de que no provenía del salario de Jacob, y él no tenía ningún ahorro. ¿Debería preguntarle? No, eso no cambiaría nada; no haría más que enojarlo. Aunque satisfecha de poder comprar las cosas necesarias, su alegría fue moderada. ¿Sería posible que la esposa y los hijos de un pobre talador, carentes de las cosas más básicas, estuvieran disfrutando del dinero de una apuesta que su esposo había ganado? Le dolía en el corazón al pensar en ello. Buscó con seriedad la voluntad de Dios en cuanto a su respon sa bi -lidad en gastar dinero inesperado que su esposo había adquirido misteriosamente.

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(continuará en el siguiente número)—Mary Miller

Reimpreso y adaptado con permiso de: Rod and Staff Publishers, Inc. Crockett, Kentucky, EE.UU. Derechos reservados

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Soyung era un niño de la China de unos diez años. El pobre chico estaba triste, sentado en su casa en el rincón oscuro más lejos de la puerta. Su casa no era de madera, ni de bloques, ni de láminas de zinc. Las paredes

estaban hechas de petates. Hace muchos años, los chinos tejían petates de zacate. El petate se usaba de

varias maneras. Se extendía en el piso para dormir. Se usaba para cubrir la entrada de la casa. Algunos se usaban hasta como velas para los barquitos. Y en la casa de Soyung, se fijaban a un marco de madera para formar las paredes.

Soyung se encontraba acurrucado entre la pared de petates de su casa y la pata del búfalo que vivía en la casa con la familia. El niño temblaba esa tarde, pero no de frío, pues hacía calor. Tiritaba de miedo, aunque no sabía que lo que sentía era miedo.

Hacía un rato, mientras Soyung comía arroz, de pronto oyó que la mamá discutía al lado afuera de la casa con un vecino. El vecino hablaba en voz alta, mientras la mamá de Soyung le contestaba en voz baja.

—Escuche, señora —vociferaba el vecino—. Sé que es una buena mujer y no deseamos hacerle ningún mal. Pero un demonio anda rondando esta casa. Nosotros no somos culpables de ese mal. Recuerde que su esposo padecía de esa enfermedad. Ahora es su hijo. ¿Qué va a hacer? No queremos contagiarnos de lepra. Tiene que echarlo de la casa.

A punto de llorar, la mamá respondió: —Pero, ¿qué hago? No sé qué hacer.

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Soyung tenía miedo

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—Eso es fácil. Envíelo lejos de aquí. ¿Qué hizo el padre del niño cuando contrajo la enfermedad?

—Usted sabe lo que hizo —contestó la mujer—. Se subió a uno de los barqui-tos junto al río y se dejó llevar por las aguas. No lo he vuel-to a ver. Me dijeron que unos extranjeros se lo llevaron. Murió entre extranjeros y dioses extraños. Era algo terrible, verda-deramente terrible.

—Aunque sea terrible, es lo mejor

para el pueblo. Escuche mi consejo. Eche al niño al río en un barquito, y pronto. —Pero ya intenté echarlo. Cuatro veces lo eché a la calle y siempre

regresa. ¿Cómo puedo castigarlo cuando regresa a la casa agotado, lleno de lodo y lágrimas?

—Mujer, no queremos ser crueles. Pero ¿no es mejor que muera uno y no todos? Súbalo a un barquito y que se vaya, o de lo contrario nosotros lo despediremos… bajo el agua.

El día siguiente, antes del amanecer, Soyung oyó que su mamá pilaba el arroz. Cuando amaneció, llamó a los otros tres niños para que desayunaran. Después los mandó al campo para pastar el búfalo.

Al ver la forma extraña en que actuaba su mamá, Soyung comenzó a sen-tir miedo de nuevo. Sin embargo, la miró a la cara y se sintió mejor. Salió a jugar con la gallina amarilla.

Después de un rato, la mamá salió, llamó a Soyung y le dio un pequeño bulto.

—Soyung, toma este arroz. Te lo comes si te da hambre. Ven. 32

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Soyung no quería ni pensar en el río. Dentro de sí, clamaba: “Solo no, Mamá. Solo no.” Pasaron por el pueblo hasta llegar al río. En ese momento, la gallina de Soyung salió del arrozal. Los había seguido desde la casa. Soyung la alzó y la apretó contra su cuerpo.

A la orilla del río los barcos se mecían sobre las aguas caudalosas. La mamá bajó al río, se dio vuelta, extendió los brazos y dijo:

—Ven, hijo. Ayudó a Soyung a subir al barquito más cercano. Soltó las amarras del

barquito y en seguida la corriente lo arrastraba río abajo. El barquito se alejaba rápidamente, separando cada vez más a Soyung de su mamá. Las lágrimas corrían por la cara de Soyung. Asustado y temeroso, enterró la cara entre las plumas de la gallina amarilla.

Unos pocos días después, unos misioneros hallaron a Soyung en el barqui-to que flotaba a la deriva río abajo. Tenía frío, estaba mojado y medio muerto de hambre. El miedo lo paralizaba; tenía mucho temor de los misioneros. Años atrás, ellos habían establecido un hospital y un albergue para los que padecían de la lepra. Los misioneros atendieron a Soyung allí. Él tenía mucho miedo y al principio creyó que la medicina era veneno. Pero al poco tiempo, se dio cuenta de que la medicina en realidad le ayudaba a sanar.

Pasaron los años, y Soyung se hizo hombre. Nunca logró curarse completamente de la lepra. Pero Soyung ya no estaba tan enfermo. Estaba muy contento. Tenía una huerta donde sembraba y mientras trabajaba, él cantaba. Y cuando se reunían en la iglesia con los otros cristianos, cantaba con mucha gratitud y reverencia:

“En la cruz, en la cruz, do primero vi la luz, Y las manchas de mi alma yo lavé; Fue allí por fe do vi a Jesús, Y siempre feliz con él seré.”

Pasó mucho tiempo y Soyung al fin logró enviarle un mensaje a su mamá. Le contó de su nueva vida y de la gran alegría que Jesús había puesto en el corazón. ¿Y la gallina amarilla? Todo el tiempo que vivió, fue la inseparable mascota de Soyung.

Missionary Stories Theresa Worman

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____ El vecino dijo que él y los demás del pueblo echarían a Soyung al río.

____ El papá de Soyung se había ido y seguramente había muerto de la lepra.

____ La mamá dijo que había echado a Soyung ya cuatro veces de la casa.

____ El vecino dijo que era mejor que Soyung muriera antes que todo el pueblo.

____ Soyung se encontraba en un rincón de la casa.

**************************************** ____ Los misioneros le dieron medicina a Soyung. ____ La corriente del río llevó a Soyung lejos de la mamá. ____ Soyung se llevó consigo a la gallina amarilla. ____ Soyung llegó a creer en Dios. ____ La mamá envió a Soyung solo por el río en un barquito.

(Las respuestas se encuentran en la página 26).

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Numera de 1 a 5 las oraciones en cada sección según el orden en que sucedió en la historia.

VERSÍCULO DE MEMORIA “En ti el huérfano alcanzará

misericordia” (Oseas 14:3).

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Jireh“El Señor proveerá”

Génesis 22:14

Jehová -

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Año nuevo, ¡bienvenido! Celebro tu aparición,

Porque debes ser tenido Por preciado y alto don. El Padre eterno te envía En prueba de su bondad;

Y yo quiero cada día mostrarle Con alegría constante fidelidad. No sé lo que en ti me espera,

Si poco o mucho tendré. Mas venga lo que Dios quiera,

Con su gracia mi carrera Hasta el cielo seguiré.

Si enfermedad me visita; Si disfruto de salud;

En mi placer o en mi dolor De su bondad infinita Seguiré con plenitud.

Año nuevo, sé que vienes Enviado con amor.

Y en todas tus horas

Tienes ricos inefables bienes Que puso en ti mi Señor.

Quiero aprovechar los dones Que mi Dios ha puesto en mí,

Obrando santas acciones Por las ricas bendiciones Que atesoras para mí.

Te empiezo, mas no adivino Si te podré terminar. Pero si no te termino,

Sirviendo a mi REY divino, Quiero la muerte encontrar.

Si te veo terminado, Es mi humilde aspiración Haberte bien empleado Para gloria del amado Autor de mi salvación.

Autor desconocido

Año Nuevo