NOCHE DE DESEOS · 2020. 4. 30. · QUE FUERA DE NOCHE Por Itzel Chávez A Aimi no le gustaba la...

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CUENTOS con criaturas, calcetines y brujas NOCHE DE DESEOS Itzel Chávez • Lía Gutiérrez • Armando Toscano • Ángeles Rodríguez

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CUENTOS

c o n c r i a t u r a s , c a l c e t i n e s y b r u j a sNOCHE DE DESEOSItzel Chávez • Lía Gutiérrez • Armando Toscano • Ángeles Rodríguez

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La niña que no quería que fuera de noche Itzel Chávez

Criaturas escurridizas Lía Gutiérrez

El día que los calcetines atacaronArmando Toscano

Malos deseosLía Gutiérrez

BrujitaÁngeles Rodríguez

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LA NIÑA QUE NO QUERÍA QUE FUERA DE NOCHE

Por Itzel Chávez

A Aimi no le gustaba la noche, siempre que el sol

se estaba ocultando comenzaba a llorar. Entonces su

papá, un hombre barbón y muy paciente, le explica-

ba que esto sucedía por el movimiento de rotación.

Por eso, cuando en su país era de noche, en otro país

del otro lado del mundo, era de día. Pero a ella las

explicaciones no le bastaban. Odiaba la noche y era

muy testaruda. Lo había decidido: ¡haría que en su

país SIEMPRE fuera de día!

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A la mañana siguiente comenzó la investigación para

poner en marcha su plan. Buscó en los libros que

tenía en su habitación, también puso más

atención en el televisor, incluso, en la

escuela preguntó a su profesor. Nadie

tenía una respuesta. La noche pronto

comenzaría, y papá ya cocinaba

la cena.

Cuando todo parecía perdido, la niña no tuvo más

remedio que ponerse a jugar en su tableta. De pron-

to, una de esas fastidiosas publicidadades interrum-

pió su pantalla. Estaba a punto de cerrar el anunció,

cuando escuchó: «¿Cansada de tener que ir a dormir

todas las noches?, ¿preferirías que siempre fuera de

día? Entra y conoce el nuevo apagador universal».

Estaba asombrada, era justo lo que necesitaba.

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Miró a su alrededor, cuando vio que su papá seguía en

la cocina, se apresuró a tocar la pantalla. Comenzó un

video. Un personaje muy extraño, con cara de reloj,

le saludó: «¡Bienvenida! Esta aplicación te ayudará a

eliminar la noche. Es muy fácil, sólo sigue estos tres

sencillos pasos:

Con esto, la oscuridad no se meterá otra vez en tu

vida. Pero hay una advertencia…

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Selecciona el modo de día.

Coloca la tableta cerca de un apagador.

Enciendela luz de la habitación.

1.

2.

3.

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Aimi estaba tan emocionada de poner a prueba la

aplicación, que interrumpió el video y fue corriendo

a su habitación. Eran las ocho. Tenía que apresurarse

antes de que mamá volviera del trabajo. Encendió la

aplicación y siguió los tres sencillos pasos. Cual fue

su sorpresa, el cielo oscuro empezó a iluminarse. Y en

menos de cinco minutos resplandecía un sol brillante.

—¡Hija, ya llegué!— escuchó a su madre decir. Aimi

se ilusionó, pues aunque eran las ocho, esta vez no

tendría que ir a dormir. —¡Ya voy mami!— gri-

tó mientras bajaba a toda velocidad las escaleras

—¿Hoy sí vamos a jugar?— preguntó Aimi emocio-

nada. Su mamá estaba a punto de decirle que ya era

muy noche, cuando vió el sol por la ventana. —¡Qué

raro!— exclamó con sorpresa —seguramente salí

más temprano hoy—, y se pusieron a jugar.

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Después de unas horas, mamá, un poco desesperada,

miró su reloj. No funcionaba, los números se mo-

vían sin parar. Papá, luego de haber hecho dos pas-

teles, una pasta y una pizza, extrañado decía —¡Ca-

ray, cómo me ha rendido este día!— y cuando quiso

consultar la hora, lo mismo le ocurrió. Nadie podía

ver un reloj.

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Tras un par de días, todo se volvió una verdadera pe-

sadilla. Sus padres comenzaron a transformarse en

unos seres gruñones y gritones, y cada día, se arru-

gaban más. En cambio, ella parecía hacerse más y

más chiquita. —Oh oh, esta no fue buena idea— dijo

Aimi mientras corría a su habitación para apagar la

tableta. Pero nada funcionó. Así que fue por un poco

de agua, —Un pequeño sacrificio por el bien de la

familia— dijo Aimi, mientras vertía un chorro de

agua en la tableta. Salieron chispas y un gran estalli-

do apagó todas las luces. Incluído el sol.

Una oscuridad silenciosa comenzó a invadir su habi-

tación, pero esta vez a Aimi no le molestó. Sintió una

calma dulce que la abrazaba. Se acurrucó sobre su

cama y cerró sus ojos para entregarse a los sueños.

Esa noche, durmió como un lirón.

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CRIATURAS ESCURRIDIZAS Por Lía Gutiérrez

La luna comenzaba a abrirse paso entre las nubes. La

mudez de las horas acompañó su aparición. De repente,

un grito agudo interrumpió la noche. Era Mariquita que

había vuelto a ver aquello debajo de la cama. Se paró

de golpe y saltó fuera de la cama lo más lejos que pudo.

No fuera que la cosa aquella la tomara por el tobillo al

bajarse. Entonces recorrió agitada el largo pasillo que la

separaba del cuarto de su madre.

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Del otro lado de la puerta se encontraba la mamá de

Mariquita, quien había escuchado los pasos apresurados

de su hija y sabía que venía a despertarla otra vez con la

misma historia:

—¡Mamá!, hay un humano bajo la cama.

—Ya te dije que los humanos no existen— dijo su madre

torciendo los ojos.

—¡Sí yo lo vi!, son delgados, resbalosos y tienen cinco

dedos en cada mano… bastante feítos.

La madre entonces se preocupó, no sabía por qué últi-

mamente Mariquita se había vuelto tan miedosa. Y lo

peor es que cada vez sacaba mejores historias. No sabía si

mandarla con un especialista o a un concurso de peque-

ños escritores. La admitió una vez más en su cama, pero

no sin antes advertirle que para la siguiente ocasión

cerraría la puerta de su cuarto con llave.

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Al día siguiente la pobre Mariquita estuvo todo el tiempo

con los ojos empiyamados, pensando en esos horribles

humanos. ¿En dónde vivían?, ¿de qué se alimentaban?,

¿por qué sólo aparecían de noche? Si tan sólo su madre

pudiera verlos también…

Esa misma noche pasó lo mismo. Pero esta vez no estaba

bajo la cama, sino dentro del armario…podía olerlo. Se

paró sigilosamente en medio de la oscuridad para en-

cender la luz. Contuvo la respiración y abrió la puerta

del armario.

Ahí estaba el humano, hecho un ovillo. La miraba desde

abajo con los ojos fijos como de vidrio.

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—¡Ahhhhhhhh!— gritaron los dos al verse.

Cuando se les acabó el aliento, se volvían a mirar, lue-

go recobraban el aire y de nuevo volvían a gritar. Y así

estuvieron durante cinco minutos. Por fin Mariquita se

animó a decirle:

—¡¿Qué haces en mi armario?!

—¿«Tu armario»? ¡ja! Éste es mi armario y mi habita-

ción también— respondió el humano, que en realidad

era un niño.

Mariquita estaba muy confundida, pero lo dejó hablar.

—Hace tres días que te veo dormir en mi cama— re-

clamó el niño— y entonces yo me tengo que esconder

debajo. Hasta mi hermanito se río de mí cuando le dije

que había un monstruo durmiendo en mi cama.

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—¿Y yo te doy miedo?, dicen cosas horribles de ustedes

los humanos—

—¿Ah sí? ¿Cómo qué?— quiso saber el niño.

Y sin darse cuenta, se les pasaron las horas de la noche

conversando de lo que pensaban uno del otro. Hablaron

de lo que comían, de cómo era el lugar donde vivían y

qué hacían en sus tiempos libres.

Después de una larga conversación y algunos juegos que

conocían en sus respectivos mundos, el día siguiente en-

tró por la ventana. Entonces, el niño desapareció con los

primeros rayos del amanecer. Mariquita en ese momen-

to se preguntó si todo había sido producto de su imagi-

nación. O tal vez había sido un sueño, uno muy parti-

cular. Lo que es cierto es que nunca más lo volvió a ver.

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Una semana después, la luna salió de nuevo. Mariquita

abrió sus ojos enormes como dos platos. Se paró de gol-

pe y saltó fuera de la cama. Recorrió el largo pasillo de la

casa hasta la habitación de su madre.

—¡Mamá! Hay un…

—Ya te he dicho mil veces que los humanos no…

—Un grillo… hay un grillo bajo la cama que no me

deja dormir.

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EL DÍA QUE LOS CALCETINES ATACARON

Por Armando Toscano

Los calcetines de toda la vida, esas pequeñas fundas

apestosas que van en los pies y te pones sin preo-

cupación, a diario. Esas bestiecillas, suaves y cómo-

das, habían atacado a Matías esa noche. Él los había

descubierto in fraganti, por mero accidente, y ahora,

tenía que aprender a vivir con miedo. ¡No se sentía a

salvo ni en su propio cuarto!

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Todo había sucedido una fatídica noche en la que

Matías había cenado demasiado y no podía dormir.

A las diez su casa era una tumba, como todos dor-

mían temprano, se apagaban los sonidos habituales y

reinaba el silencio. Entonces, el niño podía escuchar

todos los ruidos nocturnos de la casa: las burbujas

de la pecera, el tic-tac del reloj en la sala, el ronquido

de su padre y la gente que pasaba por la calle. Pero

esa noche, lo que Matías había escuchado era dife-

rente. Era el sonido de algo que se arrastraba en el

piso, algo suave y peludo, pero muy chiquito.

Lo primero que hizo Matías fue taparse con la co-

bija. Cuando tomó valor, decidió asomarse al piso,

donde provenía el ruido, y fue ahí que lo descubrió.

Era uno de sus calcetines favoritos caminando. Sí,

¡CA-MI-NAN-DO!, con unos pequeños piececitos

que estaban entre las costuras.

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El solitario calcetín, iba contoneándose muy galante ha-

cía la puerta del patio; y Matías, feliz de haber encontra-

do al otro par de sus calcetines favoritos, lo siguió para

volverlo a meter en el cajón, junto con su hermano.

Ahí, en pleno pasillo, iba el calcetín caminando y

el niño detrás de él. Pronto, Matías empezó a des-

esperarse, ya que, como podrás imaginarte, los cal-

cetines caminan ¡muy, muy lento! Pero, estoico, y

muy curioso, el niño resistió hasta que el calcetín

llegó a su destino final: la puerta que daba el patio.

Y sin hacer ruido, se escabulló detrás de la lavado-

ra, donde lo vio todo.

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¡Había un mitin eufórico de calcetines en su patio!

Los había de todo tipo: de gatos y perros, de rombos

y círculos; de seda y algodón; largos y cortos; blancos

y negros; incluso, Matías juraba que había visto ¡unos

que brillaban en la oscuridad! Pero eso sí, todos sin

pareja. El niño reconoció a varios que se le habían

perdido algún tiempo atrás, como el de dinosaurios,

que era de sus favoritos cuando tenía 4 años.

El niño no comprendía muy bien lo que pasaba, y

se talló los ojos varias veces para comprobar si es-

taba despierto. Miró de nuevo. Todos los calceti-

nes perdidos estaban reunidos, hablando en señas.

Cargaban planos y señalaban con entusiasmo de

rebelión, los esquemas detallados de sus planes. ¡El

horror!, aparentemente, estaban planeando la con-

quista del planeta.

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Matías, naturalmente, se exaltó muchísimo, tanto,

que sus piernas comenzaron a temblar. Tenía que sa-

lir de ahí. Así que comenzó a dar pasos sigilosos para

alejarse. No había avanzado mucho cuando pisó un

trozo de galleta, e hizo un ruidoso ¡crac!, como in-

vitando a los calcetines a verlo. De inmediato, ellos

voltearon en esa dirección.

Los calcetines, al verse sorprendidos, corrieron ha-

cía Matías. Aunque bueno, su manera de correr no

era lo mas rápido del planeta. Por lo que Matías, con

tranquilidad, pudo darse media vuelta y llegar a su

cuarto. Entró deprisa, cerró la puerta y la tapó por

abajo con toallas, playeras, y hasta un zapato. ¡Nin-

gún calcetín podía colarse por ahí!

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Matías aguzó el oído para ver si podía escuchar a

aquellas malvadas bestias por atrás de la puerta, y

acercó su oreja lo más que pudo. Hasta que empezó a

escuchar unos suaves pasitos detrás de él. Entonces,

recordó que justo en su cuarto había un cajón lleno

de calcetines. Giró su cabeza hacia ellos, sabía que

estaba perdido. Respiró hondo, se armó de valor y

les dijo lo más serenamente que pudo:

—¡Me rindo! por favor no me ataquen, juro que ja-

más diré nada sobre lo que vi esta noche. Además,

nunca volveré a buscar un calcetín perdido, no in-

terrumpiré en sus planes, ¡lo juro!— Los calcetines

parecieron deliberar señalándose entre ellos y luego

a Matías, y, sin más, volvieron a su cajón.

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Desde esa noche, Matías siempre siente un poquito

de miedo cuando voltea a ver al cajón donde están

esos pequeños monstruos. Están ahí, en cada casa,

conspirando en parejas entre la oscuridad. Y esca-

pando siempre de a uno, para que nadie sospeche.

Saben todos nuestros secretos, o al menos, los que

revelamos cuando los traemos puestos.

Matías también tiembla de miedo cuando su mamá

le pide que vaya a colocar un nuevo calcetín despa-

rejado al clóset, en esa masa amorfa donde los tie-

ne amarrados unos con otros. Entonces, se limita a

hacer la tarea a medias y deja a los calcetines recién

llegados un poco flojos, o incluso sueltos, para no

incumplir el pacto que esa noche le salvó la vida.

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MALOS DESEOS Por Lía Gutiérrez

Encontré fotos de ellos dos en el teléfono. Estaban

muy sonrientes y con el cabello mojado afuera de un

carro. Cuando la invité, ella me dijo que no podía ir

porque estaba enferma. Y él me comentó alguna vez

en una fiesta que ella le parecía insípida y antipática

cuando le conté lo que sentía por ella. Y ahora esto.

Dicen que escribir puede ser liberador en estos ca-

sos, pero para mí puede ser un riesgo.

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Lo explicaré una sola vez, aunque sé de antemano

que nadie va a creerme. Resulta que puedo escribir

cosas que después se hacen realidad. Sí, ya sé cómo

se ve, pero es cierto. Lo supe por primera vez en el

último año de primaria, cuando no había estudiado

para el examen de inglés y escribí en el cuaderno de

biología cuánto deseaba que el profesor faltara por

alguna causa. Esa misma mañana, nuestro maestro

titular nos anunció que Mr. Henderson no vendría

pues había amanecido gravemente enfermo, pero

que «afortunadamente» había dejado los exámenes

en su escritorio el día anterior. Obtuve tan malas no-

tas que mis padres me castigaron sin salir con mis

amigos toda la semana.

Un tiempo después lo confirmé cuando mi hermano

mayor vendió mi colección de tazos para comprarse

dos latas de cerveza, ¡dos latas de cerveza! Entonces

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escribí en una hoja simple de papel que deseaba ver

su patineta hecha mil trozos. Solamente olvidé espe-

cificar que fuera sin él encima. Duró una semana en

el hospital y dos sin ir a la escuela.

Así es de fácil y simple. A veces es tan efectivo que

ni siquiera tengo que terminar la frase, se cumple

automáticamente cuando la idea está lista. «¿Y por

qué no escribes que te sacas la lotería o que Karla

vuelva contigo?» Me preguntó una vez en la secun-

daria el inútil de Manolo creyéndose muy astuto. Y

le dije la verdad: porque sólo funciona con los malos

deseos. Tampoco Karla, mi novia de la secundaria,

quería darme crédito, tuve que hacer que muriera

su hámster para que me creyera. No es ningún don

ni talento, como ella decía. Es un verdadero fastidio,

tengo que tener cuidado con lo que deseo por es-

crito. No quiero desatar una catástrofe mundial, no

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soy tonto, no estoy buscando problemas, de ésos ya

tengo bastantes. «Es una suerte que esta condición

la tenga yo, que soy tan noble y tan bueno», me dijo

Karla cierta vez. Pero no soy tan bueno, ni tan noble

tampoco. Si supiera que fue por mí que no funcionó

lo de Rogelio… sin embargo, se hizo otro novio poco

tiempo después.

Ahora me encuentro pensando cómo diablos podría

escribir uno de mis proféticos mensajes para armar-

les una escenita a la ex chica de mis sueños y a quien

se decía mi mejor amigo de forma que el resultado

final sea positivo para mí. Después de todo, el bien y

el mal son relativos.

—¿Cómo pudieron mentirme así?—

A veces sólo quisiera desap

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BRUJITAPor Ángeles Rodríguez

El día que cumplí 10 años me escondí detrás del au-

ditorio. En ese lugar podría jugar con los dedos de

mis manos como personajes y no sería molestada

por mi enemigo: Lissandro, el abusón; ni por ningu-

no de mis compañeros.

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Imaginaba que un dragón se tragaba a aquel chico.

La criatura era mía. En mi historia, yo era la mejor

alumna de una extraordinaria bruja. El chico quiso

combatir, pero el dragón arrojó llamas y después se

lo tragó. Entonces detuve mi juego. Sentí como si

alguien me observaba, pero al voltear nadie estaba

ahí. Sólo vi unas cuantas ramas de un árbol moverse.

¡Odiaba a Lissandro! Cambiaba mi nombre de «Mó-

nica» a «Monarca de las horrendas». Un día arrojó

chocolate derretido en mi mochila; otro, puso pintu-

ra café en mi asiento, y al no darme cuenta, manché

todo mi trasero. Nadie se hizo responsable, nadie vio

nada, todos fingieron ignorar al culpable. ¡Sabía que

era él! Pero no tenía pruebas, y, tristemente, aunque

las hubiera tenido, mi temor era tan grande que no

me habría atrevido a señalarlo.

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Muchas veces lloré antes de llegar a mi casa para que

mis papás no lo notaran. La única que me daba con-

suelo era una gata negra que me esperaba una cua-

dra antes de mi hogar. A diario la acariciaba, ella

miraba mis lágrimas con sus enormes ojos ámbar, y

sólo el día antes de mi cumpleaños, le conté mi pe-

sar: quería morirme, no quería volver a la escuela,

pero no tenía pretexto para faltar. Levanté a la gata

y con su lomo sequé mi llanto. Ella ronroneaba, yo

no dejaba de jurar venganza. A pesar de su consuelo,

sentí vergüenza.

Aquel cumpleaños, al regresar al salón, comencé a

hacer varios garabatos en mi cuaderno. Poco des-

pués el resto de mis compañeros llegó; los sentía: to-

dos me miraban. Estaban aburridos y querían diver-

tirse. Lissandro se acercó.

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—En el receso hicimos una encuesta: nadie te quiere—

dijo Lissandro.

Se escuchaban murmullos a mi alrededor, murmu-

llos que eran como garras.

—Ya no vengas. Si mañana vienes ahora sí te vamos

a apedrear.

—¡Te maldigo!— se me ocurrió decir. Yo estaba a

punto de llorar.

Él y los demás reían. Las muchachas parecían admi-

rar al patán ese.

—Lancé un hechizo para que llores, llores mucho—.

Cuando dije esto todos apretaron el entrecejo, algu-

nos con una extraña mueca de diversión.

—Pues ve, aquí sigo, feliz.

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—Es que falta mi maestra. ¡Ella te va a castigar cuan-

do venga! Y quizás a todos— quise remediar, atemo-

rizarlos. Sólo quería que me dejaran sola.

Entonces él me empujó. Los demás hicieron lo mis-

mo. «Que venga», dijo. Después el resto de mis com-

pañeros repetía: «Que venga, que venga».

De repente una ráfaga estrelló la puerta contra la pared y

un montón de papeles voló dentro del salón. Se veía tie-

rra entrar y salir, y entre ella, distinguí algunos destellos.

Mi cabello se movía con fuerza y los idiotas callaron.

Un horrible lloriqueo se escuchó fuera del salón. Para

asombro de todos, con paso elegante y tardío entró

quien fingiría ser mi maestra bruja: la gata color ne-

gro. Subió de un brinco al escritorio y ahí, como si

estuviera en un espacio en soledad, comenzó a lim-

piarse su pata izquierda.

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—¡Ésa es la maestra de Mónica!— dijo uno de mis

compañeros, lo que causó la carcajada de todos.

Lissandro se acercó a ella, se inclinó y con una gran

sonrisa dijo: «Es horrible y tonta como Món…».Pero

la gata lo interrumpió. Levantó su garra afilada, la

izquierda, y la clavó en uno de sus pómulos. Des-

pués, la felina sólo se hizo un poco para atrás para

continuar con su limpieza.

El chico, de una forma rápida, fue por el borrador

del pintarrón y lo levantó como si fuera a arrojárse-

lo. Yo corrí hacia ellos. No quería que la lastimara.

La gata fijó en él sus ojos ámbar, enormes, como los

había fijado un día antes en mí. Lissandro no podía

dejar de mirarla, tiró el borrador a un lado, se tapó

la cara y comenzó a llorar. Parecía que algo notó en

aquellos ojos.

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—¡No! ¡Que no me vea! ¡No quiero ver!—

gritaba angustiado.

La gata, tal vez cansada de todo el ajetreo que causó

su visita, agrandó sus pupilas y, en medio de un pe-

noso maullido, fue desvaneciéndose hasta volverse

polvo y salió volando por una ventana en forma de

espiral, para después mover las ramas de un árbol

que estaba afuera.

Lissandro no volvió a ir a clases. Tenía crisis nervio-

sas. Decían que hablaba mucho de un dragón, de un

gato y de un castigo. Aunque tuvo su merecido, no

puedo dejar de sentir pena por él, porque yo también

conocía el miedo. Pienso que yo sería igual que Lis-

sandro si disfrutara de su sufrimiento. Tal vez la gata

me favoreció hechizándome de ese otro modo a mí.

Page 33: NOCHE DE DESEOS · 2020. 4. 30. · QUE FUERA DE NOCHE Por Itzel Chávez A Aimi no le gustaba la noche, siempre que el sol se estaba ocultando comenzaba a llorar. Entonces su papá,

Forma parte de los cuentos publicados por El Moco, si lo lees se te pega. Escrita por varios autores. Es una publicación gratuita editada en abril de 2020 en Guadalajara, Jalisco, México, para distribución digital.

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