No Es Prescindible Dios Para Tener Conocimiento - Descartes

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¿Es prescindible Dios para tener conocimiento en la epistemología cartesiana? Para poder responder a la pregunta, hace falta evaluar el método que desarrolla Descartes como una forma de garantizar el conocimiento. Me remitiré exclusivamente a las Meditaciones Metafísicas, específicamente a las primeras cuatro, tomando como eje central la tercera, que es la que habla acerca de la existencia de Dios. En la primera meditación, Descartes habla un poco del primer paso de su método, en el cual discierne si son falsas o verdaderas las opiniones que ha recibido a lo largo de su vida. En este sentido, Descartes afirma que no se podrá examinar una por una cada opinión para evaluar si es falsa, sino que tendrá que examinarse el fundamento de donde provienen dichas opiniones, pues es él el principio del edificio en el que se alzaron todas ellas. Citando a Descartes: “No será necesario probar que todas ellas [las opiniones] son falsas, a lo que tal vez nunca podría llegar; sino que, dado que la razón me persuade desde un principio que no debo negarme con más cuidado a otorgar crédito a las cosas que no son por completo ciertas e indubitables, que a las que nos parecen con evidencia falsas, será suficiente que yo encuentre el más mínimo motivo de duda para hacer que las rechace a todas” (Descartes, 1997, pág 165). Aquí Descartes dice que si nuestra razón nos persuade de que el fundamento de donde provinieron esas opiniones es verosímil (o sea, que parece verdadero) o evidentemente falso, se tendrá que poner en duda dicho fundamento y rechazar todas las opiniones; sin embargo, también Descartes apunta dos hechos importantes: el que nuestra razón nos persuade y el que hay algo evidente. Antes de examinar estos dos elementos, hace falta ver cuál es el primer fundamento que Descartes rechaza para poder conocer. Aquel fundamento del conocimiento que refuta Descartes son los sentidos: damos por sentado que todo lo que percibimos es cierto y que podemos conocer con tan sólo percibir, es decir, que podemos conocer con tan sólo nuestra relación con el mundo exterior, suponiendo que el mundo exterior nos muestra verdad y nos la imprime en la razón. No obstante, nuestros sentidos nos engañan, y muchas de las cosas que percibimos solamente parecen

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Comentario de texto acerca de la presencia de Dios como fundamento en la teoría de conocimiento cartesiana

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¿Es prescindible Dios para tener conocimiento en la  epistemología cartesiana?

Para poder responder a la pregunta, hace falta evaluar el método que desarrolla Descartes como una forma de garantizar el conocimiento. Me remitiré exclusivamente a las Meditaciones Metafísicas, específicamente a las primeras cuatro, tomando como eje central la tercera, que es la que habla acerca de la existencia de Dios.

En la primera meditación, Descartes habla un poco del primer paso de su método, en el cual discierne si son falsas o verdaderas las opiniones que ha recibido a lo largo de su vida. En este sentido, Descartes afirma que no se podrá examinar una por una cada opinión para evaluar si es falsa, sino que tendrá que examinarse el fundamento de donde provienen dichas opiniones, pues es él el principio del edificio en el que se alzaron todas ellas. Citando a Descartes: “No será necesario probar que todas ellas [las opiniones] son falsas, a lo que tal vez nunca podría llegar; sino que, dado que la razón me persuade desde un principio que no debo negarme con más cuidado a otorgar crédito a las cosas que no son  por completo ciertas e indubitables, que a las que nos parecen con evidencia falsas, será suficiente que  yo encuentre  el más mínimo motivo de duda para hacer que las rechace a todas” (Descartes, 1997, pág 165). Aquí Descartes dice que si nuestra razón nos persuade de que el fundamento de donde provinieron esas opiniones es verosímil (o sea, que parece verdadero) o evidentemente falso, se tendrá que poner en duda dicho fundamento y rechazar todas las opiniones; sin embargo, también Descartes apunta dos hechos importantes: el que nuestra razón nos persuade y el que hay algo evidente. Antes de examinar estos dos elementos, hace falta ver cuál es el primer fundamento que Descartes rechaza para poder conocer. Aquel fundamento del conocimiento que refuta Descartes son los sentidos: damos por sentado que todo lo que percibimos es cierto y que podemos conocer con tan sólo percibir, es decir, que podemos conocer con tan sólo nuestra relación con el mundo exterior, suponiendo que el mundo exterior nos muestra verdad y nos la imprime en la razón. No obstante, nuestros sentidos nos engañan, y muchas de las cosas que percibimos solamente parecen verdaderas. Asimismo, en la primera meditación, Descartes nos plantea el hecho de que podríamos estar soñando y que, debido a ello, todas las cosas que se nos representan en un aparente mundo exterior son falsas. ¿Cómo podríamos entonces diferenciar la vigilia del sueño? Aquí entra de nuevo el concepto de  evidencia que ya se había planteado anteriormente: Descartes dice que aún cuando en los sueños se nos representen cosas ficticias, esas cosas tienen algo de verdadero, pues son una mezcla de cosas corporales o extensas (manifiestas en el mundo) que poseen elementos claros y distintos, tales como cantidad o magnitud, su número o el tiempo que mide su duración. El que nosotros hayamos percibido esas cosas del mundo exterior y de esa manera hayamos podido representarlas en nuestros sueños, no quiere decir que la percepción haya sido la fuente directa del conocimiento de esas cosas, pues ya vimos que los sentidos nos engañan y que esas cosas que parecen de tal forma, pueden cambiar y parecer otra cosa. Sin embargo, nosotros podemos conocerlas porque al parecer hay elementos claros y evidentes que podemos formarnos de las cosas por medio de la razón y así construir una idea de esas cosas con una realidad objetiva de la cual no podemos dudar. Esos elementos claros y evidentes son los más simples, es decir, son aquellos que cuando examinamos y “deshacemos” una cosa compuesta, podemos detectar

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fácilmente y sin dudar de ellos. Por ejemplo, una cosa clara y evidente sería el que un cuadrado tiene cuatro lados; aún cuando ese cuadrado fuera de cierto color o estuviera unido a otra figura, uno de los elementos más simples de su composición es el número de sus lados, pues, por medio del raciocinio, nosotros podemos formarnos una idea del cuadrado a partir de sus elementosAsí es como Descartes concluye que las ciencias tales como la Geometría o la Aritmética se encargan de examinar los elementos más simples, claros y evidentes de todas las cosas compuestas. De esta manera, aunque uno esté dormido o despierto, esas cosas que son claras y evidentes lo serán siempre tanto en vigilia como en sueño, porque pareciera que no depende de nosotros esa claridad y evidencia; este último punto lo veremos más adelante.

Ahora bien, Descartes plantea la posibilidad de que exista una divinidad que nos ha engañado en todo, haciendo pasar lo verdadero por falso. Esta divinidad, que es nombrada como un “genio maligno”, se encargó de engañar de tal forma al sujeto poniendo como “posibilidad” el que todo el mundo exterior no exista realmente, sino que sea una ilusión. Sin embargo, no puede ese genio maligno engañar al sujeto de que no existe, puesto que el sujeto está siendo persuadido del engaño y al ser persuadido está pensando, además de que el sujeto se piensa a sí mismo como algo, y al hacerlo existe. Por lo tanto, Descartes concluye con la proposición de  “yo soy, yo existo”, de donde resulta la fórmula cartesiana del cogito ergo sum, “pienso, luego existo”. De esta manera, el pensamiento es algo verdadero y evidente, así como todas las capacidades que dependen de él, tal como la imaginación, que es la representación de las imágenes del mundo, o como el sentir, que a pesar de estar ligado a las percepciones (a lo corporal), sigue formando parte del pensamiento, puesto que el alma y el cuerpo son una unidad para Descartes. Se puede decir entonces que las percepciones también forman parte del pensamiento; no obstante, los juicios que hacemos a través de ellas pueden ser erróneos, ya que somos seres imperfectos que tendemos a errar. Cuando percibimos algo, emitimos un juicio de que eso que percibimos existe; aun cuando ese juicio pueda ser erróneo, es decir, que todavía pueda caber la posibilidad de que eso que creemos que existe no exista realmente (dentro del escepticismo del “genio maligno”), el hecho de que juzgamos algo nos hace pensar en ese algo, y el que podamos pensar en algo es prueba de que existimos.

Se podría decir hasta aquí que el sujeto es una cosa que piensa y, por tanto, que existe; es decir, es una sustancia pensante. El hecho de que sea una cosa que piensa es un hecho verdadero: esto es posible distinguirlo claro y distintamente. En este punto, Descartes habla como tal de las ideas, poniendo como una de sus propiedades el que ellas por sí mismas son verdaderas, así como también las afecciones y la voluntad, que forman parte del pensamiento, tampoco son falsas. Los únicos que pueden ser errados son los juicios, como aquel juicio de que todas las ideas en el sujeto son similares a las cosas del mundo exterior. Cabe decir que, a pesar de que no es muy explícito Descartes en ello, una de sus pretensiones más importantes en la “Tercera Meditación” es hacer una distinción entre tres tipos de ideas: las ideas adventicias, las ideas facticias y las ideas innatas. Las ideas adventicias son todas aquellas que el sujeto se forma a partir de sus sentidos, es decir, cuando entra en contacto con las cosas del mundo exterior y se forma representaciones o imágenes de

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esas cosas que le dejan un conocimiento empírico del mundo. Las ideas adventicias están directamente relacionadas con la sustancia pensante del sujeto (el alma) y hacen referencia únicamente a sustancias finitas. Por otro lado, las ideas facticias son aquellas constituidas a partir de la imaginación, es decir, derivan de las ideas adventicias, ya que una vez que se percibió una cosa con los elementos que la conforman, es posible hacerse una imagen de esa misma cosa posteriormente en la imaginación. Si, por ejemplo, el sujeto se imagina un león con alas de pájaro y cola de caballo, a pesar de que es algo completamente irreal, contiene elementos de cosas que ya previamente estaban contenidas en las ideas adventicias formadas al percibir dichas cosas. La combinación de los elementos de, en este caso, las partes de cada animal, no hace a la idea ser falsa; la idea sigue teniendo transmisión de verdad porque representa partes claras y distintas de esos animales que nuestra razón captó como imágenes y posteriormente mezcló en la imaginación. Por último, las ideas innatas son aquellas que se encuentran en la mente, independientemente de las percepciones o experiencias del sujeto. Dentro de estas ideas, hay principios innatos que son verdades universales, como lo pueden ser las proposiciones de las matemáticas o, en general, de las ciencias duras. Las ideas innatas no se presentan de forma contingente o actual al sujeto, es decir, no es que siempre estén en la mente y que en cualquier momento el sujeto pueda disponer de ellas, sino que más bien se encuentran de forma potencial, o sea, están contenidas en la naturaleza de la mente y pueden desarrollarse por el hecho de que somos una sustancia que piensa. Para Descartes, la idea innata más fundamental, principio de todas las demás ideas, es la de Dios. Dios es, según la descripción de Descartes, una sustancia infinita, pensante, eterna, omnisciente, omnipotente, creador de todas las cosas. Siendo creador de todas las cosas, Dios engendró al sujeto, en el cual dispuso la capacidad de pensar, y, al tener el sujeto dicha capacidad de pensar, Dios pudo depositar en él las ideas innatas, que están contenidas en la mente de forma potencial. Así, Dios depositó en el sujeto la idea de Dios, a partir de la cual se presentan todas las demás ideas innatas, que hacen referencia a las sustancias. Las ideas que muestran sustancias, las cuales no pueden apreciarse mediante los sentidos, tienen más realidad objetiva que las que sólo representan accidentes, que sí se pueden apreciar mediante los sentidos. La realidad objetiva de la idea hace referencia a que lo representado no depende del sujeto, sino de lo que ello es, es decir, tiene que ver con los elementos claros y distintos. Así, la idea de Dios tiene más realidad objetiva que las ideas que representan sustancias finitas, es decir, las ideas adventicias y facticias.

En este punto, se llega con facilidad a la noción de causalidad. Descartes dice que el efecto siempre toma su realidad de la causa, la cual se la transmite directamente al efecto. De ahí, Descartes plantea que no puede hacerse algo de la nada, sino que el efecto tiene que ser resultado de algo más perfecto y con más realidad. Nosotros somos imperfectos y no poseemos más realidad que todas las demás cosas ni poseemos la realidad de todas las cosas, es decir, no pudimos haberlas creado. Asimismo, las ideas adventicias y facticias que tenemos de las cosas no pudieron haber sido totalmente creadas por el sujeto1, pues, como ya se dijo, el sujeto no posee más realidad que todo, sino que tuvo que haber sido puesta por una causa que sí

1 Sólo el contenido de esas ideas es creado por el sujeto, pero la idea en sí misma en su claridad y distinción no pudo haber sido creada por él, ya que partíamos del hecho de que las ideas en sí mismas son siempre verdaderas, y el sujeto en sí mismo es siempre falible, pues es imperfecto.

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tuviera tanta realidad como la que el sujeto concibe de todas las cosas. Esta causa no transmite nada de su realidad actual o formal, es decir, aquella realidad que concibe el sujeto de algún accidente o fenómeno que puede percibir (realidad material), sino que transmite su realidad objetiva (de las sustancias infinitas). Aún así, no hace falta que la causa tenga que transmitir la realidad formal, pero sí es indispensable que transmita la realidad objetiva, pues es intrínseca a las ideas. Descartes llega a la conclusión de que la causa de esas ideas que posee más realidad objetiva es la idea de Dios, y que las ideas que tenemos como seres imperfectos (ideas adventicias y facticias) son ideas menos perfectas que parten de esa idea principal, que es perfecta. Nosotros podemos formarnos juicios de las ideas que tenemos de las cosas a partir de lo que percibimos en los objetos, es decir, podemos tener una idea de los objetos con su realidad formal o material. Sin embargo, como ya se había dicho, esos juicios pueden ser erróneos y, como parten de nosotros, que somos seres imperfectos y falibles, es muy probable que fallen. Pero las cosas que son claras y distintas en las ideas de los cuerpos, como por ejemplo la extensión, la figura, la situación y el movimiento, no están en el sujeto formalmente (o sea, materialmente), pues el sujeto es una cosa que piensa, sino que más bien están en él de manera objetiva y eminente, pues todas ellas (extensión, figura, situación, movimiento, magnitud…) son modos de la sustancia y el sujeto es una sustancia que piensa, así como también las cosas del mundo son sustancias, aunque sólo extensas, no pensantes. Por ello, las cosas claras y evidentes de las ideas que representan las cosas del mundo exterior, están contenidas en la naturaleza de la mente del sujeto y no han podido ser creadas por él en sí mismas, es decir, las ideas adventicias y facticias necesariamente dependen de las ideas innatas, cuyo principio es la idea innata de Dios. De este modo, estas ideas tuvieron que haber sido creadas por Dios, que es sustancia infinita, pensante, perfecta y causa de todas las cosas y, por tanto, tuvieron que haber sido depositadas o transmitidas por Él en su efecto, que es el hombre.

Ahora bien, retomemos pues los argumentos más relevantes expuestos con anterioridad. Dios depositó en nosotros las cosas claras y evidentes de las ideas, o, en concreto, las ideas en sí mismas, siendo que su claridad y evidencia no depende de nosotros. La claridad y la evidencia son elementos de la realidad objetiva de las ideas, que es transmitida a ellas por Dios, cuya idea posee más realidad objetiva que todas las demás ideas. Nosotros podemos tener ideas que sólo representen la realidad formal o material de las cosas del mundo exterior a través de las percepciones y hacer juicios a partir de ello (ideas adventicias y facticias); sin embargo, los juicios surgidos de estas ideas pueden ser erróneos, pues se basan en los sentidos. Mientras que las ideas que representen la realidad objetiva de las cosas (donde está contenida su claridad y evidencia en cualidades como magnitud, movimiento, situación, figura, etc.), se basa en sustancias infinitas, no en sustancias finitas, es decir, apela al entendimiento no a las percepciones. Y como el entendimiento es el atributo que Dios da al hombre (pues Dios también es una sustancia pensante y transmite a su efecto, o sea el hombre, el pensamiento y, por tanto, transmite el entendimiento, capaz de distinguir lo evidente o lo verdadero) que lo diferencia de las cosas del mundo exterior, pues ellas sólo son sustancias extensas, entonces se dice que los juicios que se emitan a partir de tales ideas no serán falsos o erróneos, sino verdaderos. Ahora, el conocimiento pretende indagar la verdad de las cosas; nosotros, como somos seres imperfectos y emitimos juicios que pueden ser erróneos, tendríamos que primero discernir, según el método cartesiano, cuáles son

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los juicios falsos y cuáles los verdaderos. Siendo que los juicios vienen de las ideas que tenemos, tendríamos que indagar esas ideas y tratar de llegar a las cosas más simples, claras y evidentes de su contenido, es decir, su realidad objetiva en sí, la idea en sí misma. Y esas cosas claras y evidentes de las ideas tienen que provenir de una idea que sea más perfecta y que posea más realidad, penetrando aún más allá de las ideas adventicias y facticias, las cuales aún dependen de los sentidos (que pueden ser falibles o engañosos). Esa idea más perfecta y con más realidad sólo puede ser la idea de Dios. Como ya se dijo, nosotros, para conocer, necesitamos hacer primero una distinción entre lo falso y lo evidente (que es verdadero); pero no podríamos hacer esa distinción si no fuera real eso evidente, y eso evidente sólo puede ser real a partir de la idea de Dios, y la idea de Dios sólo puede ser real si Dios existe, por lo tanto, se necesita a Dios para conocer. Lo evidente no puede depender del sujeto, ya que, como ya se dijo, el sujeto es falible e imperfecto, por lo que no siempre posee evidencia, así que, necesariamente lo evidente se remite a algo que sea más perfecto, y ese algo más perfecto sólo es Dios. De esta manera, queda demostrado que en la epistemología de Descartes no puede ser prescindible Dios, pues la idea innata de Dios es fundamento de las demás ideas que pueda tener el sujeto.

BIBLIOGRAFÍA:

René Descartes. (1997). Meditaciones Metafísicas. Madrid: Gredos.