Nietzsche Como Lector Una Politica de La Lectura Por Nicolas Gonzalez Varela

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Nietzsche como Lector: una Política de la Lectura Por Nicolás González Varela Una mistificación dionisíaca: Borges afirmaba que a lo largo del tiempo nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o páginas y artículos, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Y finalizaba diciendo: los textos de esta íntima biblioteca personal no son forzosamente famosos. ¿Es necesario vigilar obsesivamente las lecturas de los pensadores? ¿Es productivo seguir el hilo rojo de Ariadna de la lectura al concepto? Habitualmente no se le exige confesarlas. Es en cierto sentido perjudicial, una suerte de pudor metodológico, ya que el conocimiento de lo que un autor lee facilita la inteligencia y el sentido profundo de lo que dicen. Un concepto novísimo, un giro sorprendente, una metáfora imprevista nos hace sospechar que sin aviso previo se está retomando la palabra de otro. La escritura es un velo que hace difuso el razonamiento que se despliega detrás y antes de lo que estamos leyendo. Al ser transpuesta la escritura por la vigilancia hermenéutica, aquella se convierte en un eco quebrado, en un jeroglífico de la razón por fin descifrado o la mera apariencia de una idea que ya no puede negar su génesis. Sólo si tenemos la posibilidad de encontrar el texto primordial de la cadena, puede el enigma de las fórmulas huérfanas despejarse y con ello redibujar la imagen total del filósofo. En ciertos pensadores esta tarea seculizadora (ya que aniquila el aura religiosa del Genius) se encuentra con múltiples problemas: resulta imposible, fácticamente o por la propia dinámica de su Stil, reconstruir la angustia de las influencias. Nadie más adecuado, para esta reconstrucción de la biblioteca imaginaria personal, que el filósofo Nietzsche. No tanto por su estilo antiacadémico premeditado, que cita muchos autores y pocas obras, sino por la obra filial de su hermana. Gracias a la previsión de Elisabeth se protegieron no sólo los manuscritos, el Nachlass nietzscheano, sino su importante biblioteca personal, incluyendo sus libros anotados de puño y letra. Como albacea responsable conservó no sólo sus libros personales, sino los recibos de compra de las librerías y talones de las bibliotecas públicas, patrimonio que se conserva hoy en el Goethe-Schiller Archiv de Weimar. En Nietzsche sucede muy fácilmente, gracias a sus constantes autointerpretaciones de su propia vida y obra, que tengamos la impresión que en realidad leía poco o nada al final de su vida. Sus biógrafos también quedaron despistados, ya que Nietzsche mismo se encargó de borrar toda huella remarcable, todo vestigio de inspiración. Como decía su primer admirador y hagiógrafo Georg Brandes “es algo notable que considere como absolutamente insensato que él, Nietzsche, pueda deberle algo a alguien, y se enoja ‘como un alemán’ contra todo autor que se le parezca en algo”. Parte del aura atrayente y núcleo duro del culto a Nietzsche, el Nietzschéisme, que consiste en considerarlo un adivinador, un visionario, un artista, un santo original e inactual. No hay duda que esta imagen mítica dionisíaca fue alimentada y construida por el mismo Nietzsche. Su propia filosofía critica con dureza la lectura como

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Nietzsche como Lector:una Política de la Lectura

Por Nicolás González Varela

Una mistificación dionisíaca:

Borges afirmaba que a lo largo del tiempo nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o páginas y artículos, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Y finalizaba diciendo: los textos de esta íntima biblioteca personal no son forzosamente famosos. ¿Es necesario vigilar obsesivamente las lecturas de los pensadores? ¿Es productivo seguir el hilo rojo de Ariadna de la lectura al concepto? Habitualmente no se le exige confesarlas. Es en cierto sentido perjudicial, una suerte de pudor metodológico, ya que el conocimiento de lo que un autor lee facilita la inteligencia y el sentido profundo de lo que dicen. Un concepto novísimo, un giro sorprendente, una metáfora imprevista nos hace sospechar que sin aviso previo se está retomando la palabra de otro. La escritura es un velo que hace difuso el razonamiento que se despliega detrás y antes de lo que estamos leyendo. Al ser transpuesta la escritura por la vigilancia hermenéutica, aquella se convierte en un eco quebrado, en un jeroglífico de la razón por fin descifrado o la mera apariencia de una idea que ya no puede negar su génesis. Sólo si tenemos la posibilidad de encontrar el texto primordial de la cadena, puede el enigma de las fórmulas huérfanas despejarse y con ello redibujar la imagen total del filósofo. En ciertos pensadores esta tarea seculizadora (ya que aniquila el aura religiosa del Genius) se encuentra con múltiples problemas: resulta imposible, fácticamente o por la propia dinámica de su Stil, reconstruir la angustia de las influencias. Nadie más adecuado, para esta reconstrucción de la biblioteca imaginaria personal, que el filósofo Nietzsche. No tanto por su estilo antiacadémico premeditado, que cita muchos autores y pocas obras, sino por la obra filial de su hermana. Gracias a la previsión de Elisabeth se protegieron no sólo los manuscritos, el Nachlass nietzscheano, sino su importante biblioteca personal, incluyendo sus libros anotados de puño y letra. Como albacea responsable conservó no sólo sus libros personales, sino los recibos de compra de las librerías y talones de las bibliotecas públicas, patrimonio que se conserva hoy en el Goethe-Schiller Archiv de Weimar. En Nietzsche sucede muy fácilmente, gracias a sus constantes autointerpretaciones de su propia vida y obra, que tengamos la impresión que en realidad leía poco o nada al final de su vida. Sus biógrafos también quedaron despistados, ya que Nietzsche mismo se encargó de borrar toda huella remarcable, todo vestigio de inspiración. Como decía su primer admirador y hagiógrafo Georg Brandes “es algo notable que considere como absolutamente insensato que él, Nietzsche, pueda deberle algo a alguien, y se enoja ‘como un alemán’ contra todo autor que se le parezca en algo”. Parte del aura atrayente y núcleo duro del culto a Nietzsche, el Nietzschéisme, que consiste en considerarlo un adivinador, un visionario, un artista, un santo original e inactual. No hay duda que esta imagen mítica dionisíaca fue alimentada y construida por el mismo Nietzsche. Su propia filosofía critica con dureza la lectura como

una falta de afirmación en la vida misma: “Otra listeza y autodefensa consiste en reaccionar las menos veces posibles y en eludir las situaciones y condiciones en que se estaría condenado a exhibir, por así decirlo, la propia ‘libertad’, la propia iniciativa, y a convertirse en un mero reactivo. Tomo como imagen el trato con los libros. El docto, que en el fondo no hace ya otra cosa que «revolver» libros –el filólogo corriente, unos doscientos al día, acaba por perder íntegra y totalmente la capacidad de pensar por cuenta propia. Si no revuelve libros, no piensa. Cuando piensa responde a un estímulo (un pensamiento leído), al final lo único que hace ya es reaccionar. El docto dedica toda su fuerza a decir sí y a decir no, a la crítica de cosas ya pensada; él mismo ya no piensa. El instinto de autodefensa se ha reblandecido en él; en caso contrario, se defendería contra los libros. El docto, un décadent. Esto lo he visto yo con mis propios ojos: naturalezas bien dotadas, con una constitución rica y libre, ya a los treinta años ‘leídas hasta la ruina’, reducidas ya a puras cerillas, a las que es necesario frotar para que den chispas «pensamiento»– Muy temprano, al amanecer el día, en la frescura, en la aurora de su fuerza, leer un libro; ¡a esto yo lo califico de vicioso!”” (Ecce Homo, Porqué soy tan listo, 8). Leer sería una actividad meramente reactiva y un vicio que puede llevarnos a estar “leídos hasta la ruina”. Esta constante autocomprensión de sí mismo, que ha servido de canon interpretativo a hagiógrafos y epígonos (un caso similar es el de Heidegger), coincide con la peculiaridad de su Stil, donde la forma táctica del ensayo aforístico no deja lugar al clásico aparato erudito de citas, ni al apéndice bibliográfico. Como señala en sus manuscritos póstumos “no se lo he puesto fácil a los que quieren sentir una satisfacción erudita, porque yo no contaba en definitiva con ellos. Faltan las citas.” (Nachlass, 19, 55) Aparecen aquí y allá algún autor mayor (de prestigio), ninguna obra y mucho menos autores menores o escolares. Cuando confiesa lecturas a la luz pública, como en Ecce Homo, su lista es arbitraria y limitada a obras de ficción (Molière, Corneille, Racine, Maupassant, Merimée, Stendhal, Byron, Shakespeare). Será esta la única lista confesional de Nietzsche sobre sus lecturas. El guerrero, ya armado con casco, pica, escudo y égida sobre el pecho, sólo reconoce recurrir a la lectura como mero pasatiempo entre las batallas de las ideas. El resultado es un rizo hermenéutico que refuerza la genialidad y originalidad absoluta de Nietzsche mismo, un verdadero Minerva filosófico, y como contrapartida para sus lectores la incomprensión de su diálogo íntimo con autores y obras. Como producto final Nietzsche sería un filósofo genial bien dionisíaco, un pensador original aislado, un eremita eminente y excepcional. El resultado no es otro que la incomprensión del mismo Nietzsche. Por supuesto, esta imagen es totalmente falsa. Nietzsche fue, en efecto, un enorme lector de libros, casi compulsivo. “Revolvió libros” no sólo en su juventud, sino durante toda su vida incluyendo su último año de actividad consciente.

Nietzsche y La Flair du Livre:

La dudosa confesión a sus lectores de Ecce Homo que “durante años no volví a leer nada ¡el máximo beneficio que me he procurado!” es falsa, confunde y conduce a la mala interpretación. Esta pintura impresionista de un filósofo vital y dionisíaco, reflexionando en las alturas de la soledad y pleno de inactualidad (sin influencias) se desmiente con sólo espiar detrás de los hombros de Nietzsche, hacia los anaqueles más recónditos de su biblioteca personal. La

cultura libresca de un miope contrastaba con Zarathustra. Ya de joven, Nietzsche fue un bibliómano obsesivo y lector voraz. De niño tuvo un interés desmesurado por los libros y su habilidad para leer y escribir la desarrolló en una edad muy temprana para la época. Según la biografía de juventud escrita por su hermana, Der junge Nietzsche, con cuatro años su padre le había no sólo enseñado a leer, sino que se sentaba a practicar en su estudio rodeado de libros. Este estudio, como lo reconocerá en escritos autobiográficos el propio Nietzsche, como en Aus meinen Leben de 1858, será su lugar favorito en su infancia. El lugar central que ocupaban los libros en el imaginario de Nietzsche lo demuestra el rol que jugaban en sus relaciones de amistad con sus amigos de infancia Wilhem Pinder, Gustav Krug, Paul Deussen y Carl von Gersdorff. Nietzsche no sólo les recomienda constantemente libros y le anuncia novedades editoriales, sino que discute los libros que adquiere y regala a sus amigos libros en sus cumpleaños y en Navidad. En esta época Nietzsche desarrolla un hábito malsano del cual no podrá desprenderse jamás: escribe sin citar fuentes o sin entrecomillado, llegando al borde del plagio. Además se derrumba la peregrina idea del catecismo nietzscheano de que su interés filosófico se reducía a la psicología y al arte, por el contrario: ya en Pforta compra o consulta textos de historia, no sólo clásicos escolares de la historia de Roma como Mommsen, sino le dedica particular atención a historiadores de la edad moderna y de la política contemporánea. Lee y transcribe a historiadores alemanes como Mundt, Menzel o Gervinus, o historiadores conservadores como Guizot o el torie Macaulay. En una carta a Elisabeth de noviembre de 1861 le indica como su deseo para regalos de Navidad una colección abigarrada de libros de historia sobre Alemania, la Reforma y en especial muchos sobre la Gran Revolución Francesa. Estudia con detenimiento filósofos de la historia como “el gran Herder”. En el Nietzsche lector aparece un obsesivo binomio que se mantendrá incólume en su derrotero intelectual: historia y política; política e historia. Le interesan los grandes líderes históricos, no sólo lee y escribe sobre Napoleón I (y también sobre el III), devora libros sobre Metternich, Castlereagh e incluso protagonistas políticos de las luchas sociales de la época: Blanqui, Blanc, Ledru-Rollin, Cavaignac (los protagonistas de la revolución de 1848). Nietzsche también adora la lectura colectiva o en conjunto, ya sea con su familia o amigos, una costumbre que se ha perdido: en 1864 menciona en una carta que él y Deussen han leído juntos un drama griego; en 1866 lee a Schopenhauer junto a von Gesdorff y Mushacke. En 1860 Nietzsche funda una asociación cultural con sus amigos, con el significativo nombre de Germania, importante en el desarrollo nietzscheano. Esta sociedad se centraba de nuevo en la cultura libresca: se obligaba a sus miembros a presentar cada mes un trabajo literario (poema, ensayo o composición musical) y los otros deberían evaluarle y escribir una crítica; además se recomendaban libros y revistas literarias. Las más importantes producciones de Nietzsche de ésta época, Fatum und Geschichte y Willensfreiheit und Fatum, fueron escritas para Germania. En 1865 empieza a adquirir una cantidad importante de libros para una ambiciosa biblioteca ideal que, debido a su situación financiera, nunca podrá completar. Asiste a subastas y remates de librerías y planea pagar su compra de libros con un crédito a diez años, como le confiesa a von Gersdorff. Durante estos vagabundeos por subastas y librerías de viejo fue donde se encontró con Schopenhauer. Otro autor importante en su desarrollo intelectual oculto, el socialista Friedrich A. Lange, lo descubrió gracias a la listas de novedades que le enviaban las librerías del lugar. Ya en Basilea como profesor de filología (1869-

1879) lee entre cinco y siete horas por día, en especial textos filológicos y relacionados con sus clases. Utiliza frecuentemente la propia biblioteca de la universidad y reclama a libreros de Alemania la lista de novedades y re ediciones. A partir de 1879 hasta el cúlmine de su vida activa, enero de 1889, Nietzsche comienza una vida nómada, sin dirección fija y con limitaciones económicas. Esta época es la más difícil de evaluar para conocer la dimensión e influencia de las lecturas de Nietzsche.

El vicio impune de un vir obscurissimus:

Valéry Larbaud llamaba al arte de leer el “vicio impune”. ¿Es un vicio la lectura? ¿Es un trabajo vano o el mundo nos exige llegar y salir de un libro? Nietzsche parece ser un combatiente tenaz de esta idea ilustrada. Su pathos es claramente antilibresco, en el arte de leer no está la vida, leer ya no es vivir, como creía Flaubert. Leer, en el sentido de la Aufklärung burguesa, corrompe el pensar, corroe los espíritus libres. El pensionista Nietzsche lo tenía claro: “odio a los ociosos que leen… un siglo de lectores todavía –y hasta el espíritu olerá mal”. El hommo bourgeois y el doctus poeta eran símbolos del Büchernarr, el “loco de los libros”: un hombre decadente que no quiere ver y actuar en el mundo directamente, sino que depende de las palabras muertas de la página impresa. En esta senda anti-ilustrada de su filosofía del temperamento trágico, Nietzsche se autodefinía, en cartas o personalmente, con el irónico término latino vir obscurissimus. Parte de su propia autocomprensión consistía en presentarse a sí mismo y a su trabajo bajo la sombra vital de una especie de nuevo Baco-Dioniso: quería y pretendía ser un “macho oscuro”, un Zarathustra que no tejería “los calcetines del Espíritu” con prácticas librescas. Justamente quienes más malinterpretan su mensaje profético son los más doctos, los que no pueden superar ni elevarse del límite que le impone la pasiva lectura-placer. El carácter mismo de su filosofía dependía, de alguna manera, de esta íntima coherencia entre obra y existencia. Parte integral de esta mitología consistía en minimizar y despreciar la cultura libresca y la lectura sans phrase. Los primeros biógrafos y admiradores siguieron al pie de la letra esta mise en scène nietzscheana. Uno de los primeros hagiógrafos del ‘900, Henri Lichtenberg, que trabajó estrechamente en el Archiv con su hermana, concluye que “a Nietzsche no puede considerárselo ni un erudito, ni un sabio… El estado de su salud, y en particular de la vista, le prohibió casi completamente durante años enteros toda especie de lectura…” Ergo: todo lo que escribió Nietzsche puede considerarse la maravillosa producción introspectiva, no dialógica, de un Genius solitario e inspirado. El Genius se opone al Doctus, al mero erudito, esa figura patética generada por la burguesía. Si existe alguna fuente de influencia o inspiración será la de la naturaleza del instinto. El catecismo nietzscheano se mantuvo intacto hasta nuestros días: cualquiera de los libros sobre Nietzsche, ya interpretativos, ya biográficos, jamás han consultado las fuentes originales de su pensamiento, y mucho menos rastreado las marcas y huellas en su propio Nachlass o en los libros de su biblioteca personal. Se suceden así elipsis posmodernas e inferencias postestructuralistas que llegan al ridículo, como concluir que cuando menciona el término Dialektik discutía contra Hegel (Deleuze), cuando lo leyó poco o nada (a excepción de su Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte) y su objetivo central era el naciente socialismo y anarquismo; o que estaba profundamente influido por Spinoza (cuando lo conoció a través de manuales de segunda mano o de la

opinión de Goethe: jamás lo leyó directamente). Se encuentras parentescos con filósofos prestigiosos en el Olimpo académico y se obliteran las verdaderas influencias en el pensamiento de Nietzsche de los pensadores y escritores que realmente leyó y estudió con profundidad. Pero sigamos el derrotero poco transitado hacia la caverna del Nietzsche lector. Durante su período como profesor de filología y a la vez de instituto secundario, gracias a que se conservan sus informes semestrales, sabemos que leyó a Homero, Esquilo, Sófocles, Hesíodo, Platón (un autor que había empezado a leer con discontinuidad desde 1863, poseía volúmenes sueltos hasta que pudo adquirir la Sämmtliche Werke en ocho tomos), Demóstenes, Tucídides, Jenofonte, Aristóteles (había comprado las Werke en nueve volúmenes en 1868; curiosamente sólo enseñaba la Retórica). Esto en cuanto a su actividad y currícula meramente pedagógica, pero Nietzsche, un devorador de libros, no se quedó en esto. Las lecturas en horas de clase no eran todo el programa para los sufridos escolares. Como testimonian sus alumnos, importó de su experiencia de instituto en Pforta la llamada institución de la private Lesung (Lectura Privada). Textos cuya lectura y dominio personal se dejaban al buen criterio y autonomía del alumno, pero que ocasionalmente eran “comprobados” por el profesor. Y esto exigía mucho trabajo de búsqueda de texto, lectura e interpretación: “De vez en cuando pedí cuentas e información sobre lecturas privadas llevadas a cabo; y el éxito es tal que, al menos, a nadie en absoluto se le ha podido inculpar de falta de decidida aplicación… hay que resaltar laudatoriamente, por su espontaneidad y su amplitud, la lectura privada de los alumnos”, dice el propio Nietzsche en su informe de 1869. La obsesión por la lectura hizo que Nietzsche le propusiera en el semestre de invierno 1872/73 a los alumnos la siguiente lista de sugerencias de lectura: Esquilo, Sófocles, Eurípides, Homero, Hesíodo, Anacreonte, Aristófanes, Isócrates, Platón, Luciano, Plutarco. Nietzsche no aplicaba el, ni había optado en absoluto por vivir de acuerdo con la imagen del filósofo trágico y subversivo que tan grandiosamente gustaba de esbozar en sus libros y phamplets. Su método pedagógico levantaría la ira de Zarathustra. En el año sabático (1876-77) que se toma como interludio a su baja en la universidad, la actividad de Nietzsche y sus amigos en el balneario de Sorrento (Italia) se centra… ¡en la lectura!: junto a Paul Rée, Malwida von Meysenbug y un alumno, Albert Brenner, lee en grupo las lecciones de historia del conservador Burckhardt, Heródoto y Tucídides. Malwida lo cuenta en sus memorias: “Teníamos un surtido grande y excelente de libros, pero lo más hermoso entre toda esa variedad era un manuscrito tomado por un alumno de Nietzsche de las lecciones de Jakob Burckhardt sobre la cultura griega… Cuando acabamos las lecciones de Burckhardt, leímos a Heródoto y a Tucídides”. Las lecturas no se limitaban a ellos: se siguió con Platón político (Las Leyes), por supuesto historia con von Ranke (Historia de los Papas), además de los críticos moralistas franceses (Montaigne, La Rochefoucald, Vauvenarges, La Bruyére), literatura romántica (Stendhal), filósofos extraños y secundarios, como Afrikaan Spir (otra gran influencia en Neitzsche) e incluso el Antiguo Testamento. Al parecer era Rée (la más grande influencia intelectual muy poco reconocida en Nietzsche) quien elegía las lecturas y él mismo quien las leía para el grupo. La lectura en común en Villa Farinacci, así como la extraña idea de estar de vacaciones acompañado de kilos de libros, nos habla de la obsesión bibliómana y el rol que jugaban en la inspiración nietzscheana los libros. Cuando intenta curarse de sus migrañas y gastritis crónicas en Saint Moritz, viaja acompañado

por ¡libros!: “para mi reconstrucción intelectual llevo tres libros: algo nuevo de Mark Twain, el americano (me gustan más esas tonterías que las cosas sesudas de los alemanes), Las Leyes de Platón y… a Paul Rée”.

La máquina de leer y el loco de los libros:

Cuando Nietzsche deja su cargo de profesor ordinario de filología en Basilea, se lleva consigo una biblioteca personal básica a la casa materna en Naumburg. El resto de sus libros, un sustancial número, se los deja provisoriamente a la suegra de su amigo Franz Overbeck, Frau Rothpletz, que vivía en Zurich. Esta parte de su biblioteca será rescatada más tarde (1892) por su hermana Elisabeth e incluida en el Archiv. Antes de esto Nietzsche ya la había depurado, en 1878, vendiendo a libreros de viejo los ejemplares referidos a filología y enseñanza. Es entonces cuando Nietzsche deja la sedentaria Basilea y entra en una dinámica nómada, que le hará viajar con mucha frecuencia hasta el fin de su vida consciente. Sabemos que estos desplazamientos eran para él muy difíciles, y la dificultad no era otra que la enorme cantidad de libros de su biblioteca. Durante todo ese tiempo Nietzsche, como un caracol libresco, se traslada cargando, como menciona en una carta de 1883, ¡104 kilos de libros! Tal tara la traslada de su refugio en Sils-María, primero hasta Zurich y luego hasta Menton y Niza. En 1884 le vuelve a escribir desde Zurich a su madre sobre el engorroso problema de moverse con sus amados libros: “con este pie contrahecho que llevo conmigo, y me refiero a mis 104 kilos de libros, no seré capaz de huir muy lejos de aquí”. Una imagen poco dionisíaca del médico de la cultura y del nuevo filósofo del futuro. En 1881 Nietzsche se escapa del invierno suizo hacía la húmeda Génova (noviembre 1880-mayo 1881), excesivamente cargado deja a cargo de la dueña de la pensión un gran baúl conteniendo más libros; libros que en vida jamás volverá a buscar, algunos se perderán y otros serán de nuevo rescatados para el Archiv por su hermana Elisabeth. Durante los años 1885-1888, ante las complicaciones de moverse a través de los Alpes y el norte de Italia con tantos libros, Nietzsche, un lector agobiado, decide depositar libros en diferentes puntos clave de sus domicilios eventuales, incluyendo Génova y la casa de su madre en Naumburg. La mayor cantidad de libros la traslada a Niza, lugar desde donde refiere en cartas de 1885 que ha llegado con su Bücherkiste (cajón de libros con los famosos 104 kilos); en otra misiva a su madre de 1885 describe que está rodeado de “una gran cantidad de libros” y en 1888 informa que su Bücherkiste ha sido enviada en barco de Niza a Turín y que la expedición ya ha arribado. No es todo: sabemos que en este derrotero Nietzsche sigue adquiriendo libros, comprándolos por correo con mucha frecuencia y leyendo en bibliotecas públicas. Durante la última década de vida activa, Nietzsche vive en una pequeña pensión de la universidad de Basilea, constantemente agobiado por sus ingresos y gastos. Pese a las restricciones económicas, el ex filólogo adquiere una gran cantidad de libros, alrededor de cien en tres años (un libro nuevo cada dos semanas). Aparte de estos canales habituales, Nietzsche recibe libros de autores que le envían su propio ejemplar y de sus amigos por correo (especialmente de Overbeck y Gast). Contra sus propias sentencias y aforismos, contra la letra escrita, su espíritu es el de un bibliómano digno de la Ilustración. Una consideración práctica para creer que Nietzsche fue original, sin influencias y con poca lectura en sus años más productivos, proviene del hecho de sus frecuentes demencias pasajeras y

sus problemas de vista. Sus problemas de salud incluían migrañas, problemas estomacales (gastritis) y quizá los más decisivos, severos problemas oculares que le llevaron a utilizar lentes con 3 dioptrías de miopía en los últimos años de vida activa: “el tormento en y sobre los dos ojos es despiadado” comenta en una carta a su amigo Carl Fuchs. En otra carta a Marie Baumgartner le escribe algo similar: “¡Imagínese que mis ojos, prácticamente de modo repentino, se han debilitado tanto que casi no puedo leer en absoluto!”. A su madre le cuenta en agosto de 1877 que “recién levantado del lecho de enfermo, ojos dolientes… ceguera cualquier día inevitable; dolores diarios de ojos; lo máximo hora y media al día para leer y escribir.” Era habitual en las cartas de Nietzsche que éste hablara de sus “tres cuartos de ceguera”. Una y otra vez volvía la tentadora imagen dionisíaca del filósofo del martillo obligado por su ineludible fatum: “Mis ojos, por sí solos, pusieron fin a toda bibliomanía, hablando claro: a la filología: yo quedaba ‘redimido’ del libro, durante años no volví a leer nada ¡el máximo beneficio que me he procurado! El mí-mismo más profundo, casi sepultado, casi enmudecido bajo un permanente tener-que-oír a otros sí mismos (¡y esto significa, en efecto, leer!), se despertó lentamente, tímido, dubitativo, pero al final volvió a hablar.” (Ecce Homo, Humano, demasiado humano, 4). Más allá de sus problemas de miopía y jaquecas, que a veces le permitían unas horas diurnas de trabajo intelectual, todos los allegados de Nietzsche coinciden en que era un quema-libros, lector ávido y voraz. Meta von Salis, que conoció personalmente a Nietzsche en la segunda mitad de las década de 1880, afirma que “Nietzsche está poseído por ‘le flair du livre’ y lee mucho a pesar de sus problemas de vista”. Cuando el estado de su vista no se lo permite, la adicción libresca de Nietzsche, como Borges, le empuja a procurarse que otros le ayuden en la lectura. En los Nachlass muchas veces Nietzsche anota, como reflexión cruel, la necesidad de que otros le leyeran textos. En rápida sucesión su madre Franziska, su hermana Elisabeth, su fiel Peter Gast (Köselitz) leen para él. Cuando la ocasión lo permite otros íntimos como von Gersdorff, Rée, Romundt, Meta von Salis y Resa von Schirnhofer se ofrecen con generosidad para leer para Nietzsche. Su propia decisión de ser un anacoreta limita que su familia y amigos puedan acercarse y ayudarlo en sus lecturas. Hasta tal punto llegó la necesidad insatisfecha de Nietzsche por la lectura que en una carta a su madre y a su amigo Overbeck les comenta que ha soñado con que han inventado una Lesung Maschine (máquina de leer) y agrega “ahora mis amigos deberían inventar una ‘máquina de leer’: de lo contrario estaré por debajo de lo que puedo lograr y no seré capaz de adquirir suficiente alimento intelectual”. La importancia de los libros en su propia formación filosófica lo resume Nietzsche con la metáfora vital de la alimentación… Cuando no hay conocidos, Nietzsche recurre a extraños que por una paga lean para él: por ejemplo en 1883 contrata los servicios de lectura de la viuda de un pastor alemán que ha vivido muchos años en Estados Unidos, y no sólo le lee y toma dictados, sino le traduce del inglés autores que Nietzsche no puede entender; en 1885 emplea a “una dama alemana de la ciudad de Meiningen” que le leerá y copiará sus dictados muchas semanas en su “casa-perrera ideal” en Sils-María. El hecho es que Nietzsche lee entonces muchísimo, y en su intimidad le asusta la idea de no leer lo suficiente en cantidad y calidad. Pese a sus declamaciones dionisíacas, “solamente las ideas que se tienen caminando tienen algún valor” (Götzen-Dammerung oder wie man mit dem Hammer philosophirt, 1888) o sus profession de foi en Ecce Homo, “Estar sentado el menor tiempo posible; no dar

crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre… ningún pensamiento en el cual no celebren una fiesta también los músculos”, en la realidad su práctica en nada se modificó desde su tierna infancia. Siguió poseído por la enfermedad erudita del libro, por le flair du livre. Nietzsche permanecía sentado y leyendo sobre un escritorio mucho más tiempo de lo que supone la hagiografía heroica del Nietzschéisme. Se deduce del tamaño increíble de su biblioteca personal, del número de libros que compró, pidió a préstamo o alquiló, de su práctica de anotar con profusión sus libros y especialmente en el largo número de citas, resúmenes, extractos y referencias a libros que se encuentran en su Nachlass. Podemos incluso dar un paso más: muchos conceptos claves de Nietzsche fueron escritos por primera vez en los márgenes de un libro. Y esto nunca fue tan intenso como durante su más importante período de desarrollo intelectual, de 1880 en adelante. Si como él mismo decía en varios libros “la carne del culo es el auténtico pecado contra el Espíritu Santo”, podemos afirmar que Nietzsche vivió y murió como un pecador sin arrepentimiento.

De la biblioteca a la librería:

El testimonio documental más antiguo de un intelectual en el interior de una librería es el del enigmático Zenón de Citio, el Estoico. En uno de sus fragmentos cuenta que estando en una librería de Atenas se enteró de la existencia del historiador, militar y filósofo griego Jenofonte al escuchar leer un párrafo de su nuevo libro, Memorables, por un empleado. Las librerías como nervios culturales (informales) nacieron en Grecia, se importaron a Roma y se expandieron por el Imperium. Allí la librería era no sólo un punto de venta sino sala de lectura, de declamación, lugar de reunión de los intelectuales que discutían la agenda literaria y por supuesto, como nos cuenta Zenón, plataforma ideal para el lanzamiento de novedades. En Roma la fórmula se perfeccionó: los más jóvenes, con vocación literaria, se reunían a escuchar cómo los viejos clientes de la librería peroraban entre los libros (en realidad rollos) que, cuidadosamente colocados, se alineaban encima de ellos. La puerta de la librería, una típica tabernae, estaba cubierta de inscripciones anunciando las obras en venta; si el caso lo requería a veces el primer verso o línea del libro se reproducía bajo un busto más o menos realista del autor. La publicidad se desplegaba en las columnas vecinas, acompañada del clásico voceo. El rollo de papiro era el medio dominante para la publicación de libros. Las ediciones también variaban según el poder adquisitivo del lector: los libros más caros se escribían en papiros de colores, guardados en cajas con tapas de marfil y cubiertas de seda de tonos brillantes. Las librerías estaban estratégicamente ubicadas, naturalmente, muy cerca del poder y de la elite político-cultural: primero tímidamente en la vecindad del Foro; ya en tiempos de Cicerón en el Foro mismo, más tarde a lo largo del Argiletum (una de las calles más importantes del centro, unía el Foro romano con el distrito de Subura… ¡el barrio de César!). Argiletum fue conocida como “la calle de los libros” y tenemos testimonios de visitas y anécdotas en Horacio, Marcial y Séneca. Después las librerías siguieron la huella de las bibliotecas públicas de Augusto y los edificios oficiales más importantes, como la Basilica Aemilia. Los libreros-editores más importantes, los Sosii, que fueron los “editores” de Horacio, se transformaron en un importante grupo cercano al poder imperial. Como grupo editorial se establecieron ya en el imperio tardío

cerca de la estatua de Vertumnio, a la salida de la Vicus Tuscus. No sólo esa moda llegó de Grecia: cuando el rey de Pérgamo, que tenía una magnífica biblioteca pública con 200.000 ejemplares, envió a Roma a su enviado, Crátes de Mallos, éste dio una serie de conferencias que estimularon a los políticos a crear librerías públicas similares, tanto privadas como estatales. El cónsul Lúculo, conquistador de Asia Menor, inició la moda: era un bibliómano obsesivo pero generoso; su villa en Tusculum, cercana a la de Cicerón, contenía una imponente biblioteca, producto de sus saqueos militares, en su mayor parte tomada al rey Mitrídates de Ponto. Puso a disposición del cenáculo intelectual romano su patrimonio libresco y su biblioteca se transformó en un hogar literario, donde se podría leer y debatir. Cicerón cuenta que en una de esas reuniones de lecto-debate encontró al joven Catón. Por el lado del estado los romanos también expandieron la fórmula griega de la biblioteca pública gracias a Julio César. Invitado por Cleopatra visitó la mítica biblioteca de Alejandría. Al volver le encargó a Varrón que organizara la primera biblioteca pública de Roma, con dos salas, una para libros griegos y otra para latinos. Su plan quedó inconcluso por su asesinato, pero lo continuó su sobrino nieto Octaviano, el emperador Augusto, quién creó no una sino dos. Las bibliotecas romanas servían tanto como sala de lectura como de conferencias, presentación de libros y lecturas públicas, pero sólo eran circulantes y a préstamo para el emperador y sus íntimos. La costumbre cultural prosperó y en todo el imperio se habilitaron bibliotecas públicas, algunas cercanas a las termas (centros socioculturales de masas) e incluso en lugares banales, como en Tívoli, un lugar de veraneo para la aristocracia, que tenía una biblioteca pública con libros a préstamo. Roma inaugurará un Complex cultural que ya nunca nos abandonará en Occidente: el circuito culto del editor-librería comercial-biblioteca estatal. Con Nietzsche asistimos a una recuperación de la antigüedad clásica en clave teutónica, pero no en cuanto tal, ni siquiera in toto. De la decadencia milenaria de Occidente se rescata la Grecia trágica pero se excluye con repugnancia Roma, sinónimo de espíritu utilitario: “un pueblo que, a partir de una vigencia incondicional de los instintos políticos, cae en una vía de mundanización extrema, cuya expresión más grandiosa, pero también más horrorosa, es el Imperium romano” (GT, 21, I). El pecado del mundo romano es el exceso de mundanización y esto incluye, por supuesto, la superestructura cultural-literaria. Nietzsche sigue la tradición reaccionaria (que llamaba a los jacobinos los “nuevos romanos”) y el clima ideológico de su tiempo, de Kleist a Fichte concluyendo en Wagner. Aunque estamos en presencia de un motivo ideológico de extraordinaria vitalidad en todo el ‘900 (piénsese en Heidegger). Si bien Nietzsche aborrece la romanitá y la herencia latina, una mera completitud de la decadencia iniciada por Sócrates en Grecia, sin embargo en su vida práctica terrestre se comportaba como un romano culto y hacía amplio “uso” de las instituciones inventadas y perfeccionadas en la Roma imperial: librería y biblioteca pública.

Sobrealimentación libresca de un dionisíaco:

Nietzsche podría haber repetido aquellas palabras de Giacomo Casanova “pasé ocho días en esta biblioteca, de donde no salía más que para volver a casa, en la que no pasaba más que la noche y el tiempo necesario para las comidas, y puedo contar aquellos ocho días entre los más felices de mi vida…”. Ya en su

sketches autobiográficos de juventud, Nietzsche confiesa que cuando visitaba a su abuelo materno cada verano, su actividad favorita era utilizar el estudio y revolver en la librería de su casa. Esta librería la utilizó con frecuencia hasta su adolescencia, leyendo y tomando notas allí o incluso llevándose libros a préstamo. Más adelante el joven Nietzsche frecuenta y hace un uso intensivo de librerías académicas y especializadas tanto en Pforta, Bonn y Leipzig. En Pforta podemos ver su enorme interés, que nunca abandonará, por el pastor-filósofo Ralph Waldo Emerson, uno de los autores más influyentes en su desarrollo intelectual. Emerson fue el primer encuentro con un filósofo, mucho antes que su estudio de Platón y Schopenhauer. Leyó la traducción en alemán Die Führung des Lebens (La conducta de la vida, 1860), aparecida en 1862 y adquirida por Nietzsche como novedad en una librería. Emerson será su lectura (y re-lectura) favorita hasta el final de su vida activa. Su biblioteca personal contiene cuatro libros en traducción alemana y ensayos en inglés aparecidos en la revista Atlantic Monthly que Nietzsche se hacía traducir. Además de estudiar historia de la literatura, obras sobre Shakespeare y Esquilo, asumió una creciente obsesión por perfeccionar su propio estilo literario. Repetidamente pide para leer Die Technik des Dramas (Técnica del Drama, 1863) un manual de moda en la época, obra del escritor nacionalista y filólogo Gustav Freytag, donde explica su sistema, la famosa pyramidalen Aufbau. Ya en Bonn no sólo frecuentaba bibliotecas y librerías, sino que visitaba las tumbas de Schumann, Schlegel y del patriota antisemita Ernst Moritz Arndt, el reaccionario antinapoleónico, llevando como homenaje una corona de flores. Sabemos que Nietzsche fue un estudiante muy flojo, regular (no sigue ningún curso con asiduidad), sus intereses se alejan de la currícula universitaria y sus preocupaciones empiezan a pasar por la política y la historia. Se asoció a la Gustavus-Adolphus Union, una asociación político-religiosa protestante, donde dio una curiosa conferencia sobre los eclesiásticos alemanes en Estados Unidos. En la misma época, en la asociación estudiantil que había cofundado, Franconia, leyó una conferencia pública sobre los poetas políticos alemanes del siglo XIX que lamentablemente se ha perdido. Ambas conferencias tenían un espíritu reaccionario, promonárquico y antidemocrático profundo. Además en Bonn tocó levemente a Hegel, sin profundizarlo y sin entenderlo en su complejidad y también descubrió a su amigo-enemigo, el teólogo David Friedrich Strauss. Como le dice en una carta a su amigo Mushacke en 1865 “si tengo poco apetito, tomo una píldora de Strauss, ‘La mitad y la totalidad’, por ejemplo…”. De Strauss compró y leyó con detenimiento su Lessings Nathan der Weise (“El camino del ‘Nathan’ de Lessing, 1865); por supuesto el ya nombrado Die Halben und die Ganzen (“La mitad y la totalidad”, 1865) y el más famoso de sus textos: Das Leben Jesu, kritisch bearbeitet (“La vida de Jesús, críticamente examinada”, 1835). Finalmente el Nietzsche maduro tendrá en su biblioteca personal… ¡todos los libros de Strauss! A Strauss lo lee cuando vuelve a su casa a dúo con su hermana Elisabeth.En Leipzig Nietzsche repite las mismas prácticas librescas: asiste con desgano a los cursos, su compromiso con la carrera de filología es más bien laxo y ocasional. En lo específicamente filosófico Nietzsche no fue productivo en esta etapa de Leipzig, porque se enfrascaba una y otra vez en leer con obsesión o en la neurótica búsqueda de libros. Sus verdaderas pasiones hay que buscarlas más en sus lecturas y visitas a bibliotecas y librerías. Le interesan otras cosas y las encuentra no en el claustro, no en las materias que cursa sino en el vagabundeo

por librerías. En una de ellas, en la librería Rohn, ocurre un encuentro que hará historia, como cuenta en una carta: “Creo que no será difícil imaginar la impresión… que tenía por fuerza que causarme la lectura de la obra principal de Schopenhauer. Encontré un día este libro por casualidad en la librería de viejo del anciano Rohn. Ignorándolo todo sobre él, lo tomé en mis manos y me puse a hojearlo. No sé que Daemon me susurró: ‘Llévatelo a casa’. Ocurrió, en cualquier caso, contra mi usual costumbre de no precipitarme en la compra de libros. Una vez en casa me arrojé con el tesoro recién adquirido a un ángulo del sofá y comencé a dejar que aquel Genius enérgico y sombrío influyera en mí.”Se trataba de una edición usada del principal libro del filósofo Arthur Schopenhauer, Die Welt als Wille und Vörstellung (“El mundo como voluntad y representación”), Nietzsche tenía veintiún años y será desde ese momento schopenhauerienne durante una década. El reaccionario Schopenhauer (crítico a la idea de progreso, a la cual contrapone la inmutable realidad aristocrática de la Natur) representaba a sus ojos “una seriedad fuertemente viril, un rechazo de lo vacío, insustancial, y una inclinación a lo sano y sencillo. Schopenhauer es el filósofo de un clasicismo redivivo, de un helenismo germánico, Schopenhauer es el filósofo de una Alemania regenerada.” Hellas y Bismarck podían lograr una síntesis magnífica e insuperable y ser la expresión más fuerte e inactual de su tiempo. Por supuesto todos los libros de Schopenhauer serán incorporados a su biblioteca personal, estudiados en detalle, profusamente anotados. Además Nietzsche trató de leer (y comprar) todos los estudios o monografías sobre su maestro. Nietzsche no sólo pide a préstamo libros sino incluso partituras musicales por ejemplo (como está testimoniado en el Goethe-Schiller Archiv de Weimar) de la Leihbibliothek, una biblioteca de alquiler de libros muy costosos (una moda que subsistirá hasta finales del siglo XIX y que utilizará Marx en Londres), parte de la librería comercial Domrich, en Naumburg su ciudad natal. Nietzsche pagaba una cuota mensual para tener acceso a ella, tal como se conserva el recibo fechado en marzo de 1868. La Leihbibliothek es citada en muchas cartas de Nietzsche además se conservan listas personales de libros alquilados, así como boletines de suscripción con las novedades editoriales. En cuanto a su educación de bachiller en Pforta, Nietzsche no sólo utilizó la biblioteca del instituto durante sus años escolares (además de pedir prestados libros a sus profesores), sino que siguió haciéndolo durante su madurez. Su estadía en Leipzig fue decisiva en el desarrollo de su pensamiento político: allí participó apoyando en las elecciones al candidato de la derecha Stephani, un político pro-prusiano. Allí fue donde confesó sus afinidades políticas, en carta a su madre y hermana: “Soy un fanático prusiano…”. Allí fue donde se hizo admirador incondicional de Bismarck: “posee valor y una coherencia implacable…” Nietzsche lleva una vida libresca que complementa frecuentando los cafés literarios como el famoso Caffé Kintschy o el Théâtre donde, según su propia confesión, leía todos los periódicos y revistas culturales, discutía con amigos, para o bien encerrarse en la biblioteca o bien merodear las librerías. Nietzsche utiliza las bibliotecas de la ciudad con obsesión e intensidad. Especialmente la biblioteca universitaria, como es lógico, pero además visita con frecuencia y saca a préstamo libros de la Stadtbibliothek (referidas en sus cartas como la Rathbibliothek). Asombra la frecuencia y el tiempo que pasa en ella: disciplinadamente trabaja en este lugar los lunes, miércoles y sábados por la tarde, leyendo y tomando notas en sus Nachlass.

El uso de la biblioteca de la universidad fue todavía más riguroso, Nietzsche mismo confiesa con orgullo a su madre y hermana en una carta de pedir a préstamo libros… ¡todos los días! Lamentablemente no hay documentación sobre este período de qué libros y autores prefería el joven Nietzsche. Cuando está de vacaciones o cuando tiene que hacer el servicio militar obligatorio y regresa a Naumburg lamenta el alejamiento de las bibliotecas públicas de Leipzig, y le comenta a su amigo Mushacke que “tengo sed como la del ciervo bíblico por esa gran ciudad y sus bibliotecas”. Ya en su madurez, en la década de 1880, cuando le era dificultoso viajar con continuidad a Alemania, muchas veces acudía exclusivamente Leipzig con el objeto de visitar las bibliotecas públicas y realizar compras de libros. Gracias al servicio de novedades de librería hace su otro gran descubrimiento filosófico: el manual de historia del materialismo de Friedrich Albert Lange, el socialista-liberal, titulado Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart (“Historia del Materialismo y crítica de su significado en el presente”, 1866). Nietzsche se había abonado a un servicio de novedades literarias, como le cuenta a su hermana en una carta de 1868, donde uno seleccionaba temas de preferencia; la librería le enviaba a domicilio los libros interesantes y el cliente devolvía por correo los ejemplares que no adquiría. Lange le causó una conmoción Espíritual como le cuenta a su amigo Mushacke el mismo año que compró el libro, 1866: “la obra filosófica más importante del último decenio es, sin duda, la de Lange… sobre la que podría escribir un discurso laudatorio de un montón de páginas. Kant, Schopenhauer y este libro de Lange. No necesito más.” Lo curioso era que primero Lange no era un filósofo de cátedra, ni un especialista académico: era un outsider, simple profesor de secundaria y periodista de la izquierda burguesa. Compró ejemplares del manual de Lange y se lo regaló a sus amigos íntimos. Como buen bibliómano Nietzsche no sólo leyó y releyó, anotó y escribió resúmenes del libro, sino que… ¡compró las cinco ediciones ampliadas desde 1866 hasta 1887! Además adquirió todos los libros escritos por Lange, incluso los tratados políticos, como Die Arbeiterfrage in ihrer Bedeutung für Gegenwart und Zukunft (“La cuestión obrera y su significado para el presente y el futuro”, 1865), aunque ante sus lectores y admiradores jamás podría haber reconocido su admiración y deuda intelectual por un décadent socialista-liberal. Por supuesto su vida práctica, sus oficios terrestres se contradecían de manera chocante con su pathos trágico, ya que en la misma época Nietzsche sostenía en una carta a su amigo Deussen que “a mi estómago cerebral le fastidia la sobrealimentación. Mucho leer embota de modo lamentable la cabeza. La mayoría de nuestros sabios serían más valiosos inclusos como sabios de no ‘saber’ tanto. No comas platos demasiados pesados.” Y a von Gersdorff le señala que “los cien libros que hay sobre mi mesa son otras tantas tenazas que esterilizan el nervio del pensamiento autónomo.” La hybris libresca de Nietzsche jamás lo abandonará.

Un animal cultural enfermo: El pastor que filosofaba, Ralph Waldo Emerson, que tendría tanta influencia en Nietzsche, poseía una máxima que decía “hay que ser inventor para leer como es debido.” El poder de la lectura, de la lectura profundis, la lectura que busca más allá del mero pasatiempo, del puro placer, giraba en esta potente cualidad que es la acción de inventar. Para Emerson, como para Nietzsche, leer es inventus, una actividad que halla y descubre ideas y continentes teóricos a través de un diálogo con el libro/autor. Un diálogo tortuoso que implica primero

descubrir y llegar al autor y luego sumergirse en sus intenciones escritas. Nietzsche mismo recomienda su propio método de lectura a sus seguidores en su libro Aurora: “Interrupción. Un libro como éste no se ha escrito para ser leído deprisa, de un tirón, ni en alta voz. Hay que abrirlo muchas veces, sobre todo mientras paseamos o viajamos. Es necesario poder sumergirse en él, mirar luego a otra parte y no encontrar a nuestro alrededor nada de lo que nos es habitual.” Nada de la lectura veloz, en diagonal, sesgada: la metáfora más cercana a la experiencia nietzscheana es la inmersión en el mismo texto, la indiferenciación entre lector y texto, la lentitud como contra táctica anti ilustrada. Pero este diálogo secreto no sólo es una guía invaluable para poder seguir la huella de las influencias y paternidades literarias (lo que tendría un mero valor de anticuariado), sino además nos descubre aristas e intereses intelectuales, permite descifrar cuáles eran sus objetivos estratégicos. Por supuesto, la orientación general del pensamiento nietzscheano se manifiesta en primer lugar en sus obras y en sus declaraciones públicas, esta es la base científica mínima de toda interpretatio. Pero como situación hermenéutica conviene modularla, matizarla, urbanizarla, amueblarla gracias al conocimiento no sólo de su Nachlass sino en especial de sus lecturas furtivas. Las prácticas literarias de Nietzsche, poco estudiadas o ignoradas por el Nietzschéisme, apuntan al trasfondo más medular y estratégico de su propia filosofía. En 1867/68 Nietzsche planea irse a París, para estudiar en profundidad, pero lo que más le atrae de la ciudad es su estupenda biblioteca pública: “me gustaría mucho, por ejemplo, ir a París a comienzos del año próximo y trabajar allí un año en la biblioteca”, le confiesa a su amigo Deussen. En todas sus cartas de la época a amigos o a su familia habla del placer que sería vivir un año sabático disfrutando de la cultura parisina y en especial de la biblioteca nacional y del circuito de librerías: “nada deseo tanto en estos momentos como ver traducidas a realidad las hermosas imágenes de la vida parisiense.” La “biblioteca” que fascina y embelesa a Nietzsche no es otra que la famosa y monumental Bibliothèque Nationale, heredera lejana de la librairie de Charles V, creada a partir de la expropiación revolucionaria de la Bibliothèque du Roi, paradójicamente una institución jacobina y republicana par excellence. ¡Nietzsche admira una de las instituciones más emblemáticas de la democracia de masas! Ya en esa época había sido profundamente reformada, institucional y arquitectónicamente, siendo una de las mejor provistas del mundo junto con la del British Museum. Frustrado este proyectado año de trabajo intelectual Nietzsche es convocado al servicio militar prusiano en 1867, donde no deja de tener raros hábitos de ratón de biblioteca. En una pequeña mesa de trabajo improvisada en las barracas del cuartel prepara un entorno amigable para leer y escribir, incluso coloca un retrato de Schopenhauer a la vista. La milicia no es obstáculo para su pasión lectora: se lleva una buena provisión de libros recién comprados, estudia y anota los Parerga und Paralipomena de Schopenhauer (la edición en dos tomos de 1851, adquirida en 1865), su inseparable manual del socialista-liberal Lange, el estudio de vulgarización sobre Kant, Immanuele Kant, Entwicklungsgeschichte und System der kritischen philiosophie (“Emanuel Kant, desarrollo histórico y sistema de su filosofía crítica”, 1860) de Kuno Fischer (autor casi completo en su biblioteca personal), además de lecturas literarias como el poeta romántico Lord Byron. El prototipo del Byronic hero será un paradigma inspirador a su radicalismo aristocrático hasta el fin de sus días. Incluso durante su vida como soldado seguía clamando contra la cultura

libresca de la Ilustración, esa enfermedad decadente y mortal iniciada por Sócrates, y veía en la autoritaria disciplina prusiana “una llamada constante a la energía de un hombre… un antídoto eficaz contra la manía erudita, pedante, fría, estrecha de miras…, esa manía contra la que lucho cuantas veces tengo la desgracia de encontrarme” le cuenta con orgullo a su amigo Mushacke. Su motto preferido de esta época de su vida, “Esto llevo grabado en el corazón: en el intelecto, lo mejor es el instinto”, no se correspondía con su vida práctica. Como un patético erudito Nietzsche continuó frecuentando librerías y libreros, bibliotecas académicas y públicas entre 1870 y 1880, a pesar que en la intimidad odiaba al homo literatus: “he de contemplar a diario toda esa laboriosidad de topos, los buches llenos y la mirada ciega, la alegría del gusano apresado y la indiferencia frente a los problemas urgentes de la vida.”

Un bibliómano fugitivus errans: Nietzsche odia el mundo culto mientras no puede concebir otra forma alternativa de alimento Espíritual que encerrarse a leer libros y ser el topo más obsesivo entre los topos. En esta época, 1868, conoció a Richard Wagner, “la más viva ilustración de lo que Schopenhauer llama un Genius”, por supuesto en un café literario bourgeois, con quién compartió su Weltanschauung política, gustos estéticos, lecturas, libros y la idea que el erudito burgués no es otra cosa que un “mozo de comedor filosófico”. La influencia de las lecturas fisiológicas sobre Kant de Kuno Fischer más la preeminencia en Schopenhauer del principio aristocrático de la naturaleza, lo empujan a intentar estudiar ciencias naturales hacia 1869, un faceta poco conocida o minimizada por el Nietzschéisme. Como le comunica a su amigo Rohde: “me entraron ganas de proponerte estudiar juntos Química.” Su obsesión por la lectura lo llevó a decisiones extremas y bizarras, como elegir ciudades para vivir de acuerdo a la presencia o no de buenas bibliotecas y librerías. El norte de su brújula nómade lo marcaba no tanto el instinto, sino la provisión de buenas librerías… Tal es el caso de su elección por pasar los cuarteles de invierno en Turín, ciudad que elogia por sus bien provistas librerías, como le comenta en carta a su hermana. Uno de los argumentos para rechazar la invitación de Elisabeth, aka Lama, de irse a vivir a la colonia alemana en Paraguay era que justamente que ese país tan atrasado carecía de librerías estilo europeo o buenas bibliotecas públicas: “la carencia de grandes librerías no ha sido destacada suficientemente… mi querida ‘Lama’, olvídense de mí, de este pobre animal cultural enfermo, tu hermano, si me permiten la broma.” Nietzsche hace suya, en los Nachlass de 1888, la frase libresca de Cicerón que dice si hortum cum bibliotheca habes, nihil deerit (“Si tienes un jardín con biblioteca, no necesitas de nada más”, extraído de Epistularum ad familiares liber nonu). Por supuesto: Nietzsche compró libros de Cicerón desde muy joven, muchos por las necesidades escolares de su secundaria en Pforta; su primera adquisición fue en 1861. Las librerías y bibliotecas fueron un elemento clave de sus lecturas y descubrimientos intelectuales, y la calidad de ellas se constituyó en un importante factor para decidir sus viajes o lugares de residencia. Ocasionalmente el topo Nietzsche lleva esta máxima ad absurdum: antes de visitar una ciudad investiga obsesivamente qué librerías y bibliotecas posee y si son adecuadas para su alimentación filosófica. Así en 1887 le consultará a Overbeck sobre un viaje: “necesito un lugar que tenga una gran biblioteca

completa para mi próxima obra: he pensado en Stuttgart. Me han enviado las normas muy liberales de la biblioteca de la ciudad.” Cuando necesita un libro y no lo tiene encima se desespera y recurre a sus amigos o familiares. Al mismo Overbeck le escribe angustiado “necesito pronto uno de mis libros de los cajones de Zürich: es el de Spir, ‘Pensamiento y Realidad’,… son dos tomos…” Al mismo Overbeck le solicita sacar a préstamo de la Lesergesellschaften, la sociedad de lectura muy común en la época, revistas científicas y culturales y por supuesto libros de sus bibliotecas personales o de públicas. Cuando pasa unos días en 1887 con su hermana Elisabeth en Coira (Chur) en Suiza, considerada la ciudad más antigua del país, escribe “la biblioteca en Chur, con cerca de 20.000 volúmenes, alcanza para mi educación” y a continuación discute sobre tres libros que leyó allí. Durante sus últimos cuatro años de actividad consciente Nietzsche utilizará con profusión bibliotecas de Niza, Leipzig, Coira (Chur), Venecia, Turín, Zurich e incluso la insignificante biblioteca del Hotel Alpenrosen en Sils-Maria, su base de operaciones. Además utilizaba de manera no prevista las bibliotecas públicas, si existían, de los lugares que visitaba por primera vez. Y por supuesto, vagabundeaba en busca de librerías de viejo, paseos que le hicieron descubrir autores como Schopenhauer o el mismo Dostoievsky. Como buen Büchernarr, “loco de los libros”, a Nietzsche le encantaba y mantenía estrecho e íntimo contacto con los libreros durante toda su vida. Coherencia: para un adicto al libro el mejor amigo es el dueño de la librería… Ya cuando era un joven adolescente sus paseos preferidos consistían en largas y agotadoras visitas a librerías. Su hermana Elisabeth lo recuerda en la biografía Der Junge Nietzsche de 1912: “durante unas vacaciones de verano en las cercanías de la ciudad, Fritz [Nietzsche] emprendió algunas expediciones a las librerías de Leipzig, en la cuales estaba inmensamente interesado”. La misma anécdota de estas expediciones librescas la recordará Nietzsche en uno de sus sketches autobiográficos de juventud, su primera autobiografía titulada Aus meinem Leben (“De mi vida”, 1858): “También me agradó mucho el viaje a Schönenfeld, junto a Leipzig, sobre todo porque, precisamente, podía acercarme cada día a Leipzig a revolver en librerías y tiendas de música.” Recordamos que, cuando empezó a estudiar en Leipzig en 1866, Nietzsche planifica con seriedad el plan de adquisición de una sustancial biblioteca personal, compra pensada en bloque y de una sola vez, un plan que colapsa debido a su pobre estado financiero. De todas maneras, continúa comprando libros de manera individual, adquisiciones que comenzaron en Leipzig, muchas en librerías de segunda mano. Su primer contacto personal con el propietario de una librería fue en Leipzig, en la librería de viejo Rohn, donde descubrió al viejo Schopenhauer en 1865. Su segunda relación más duradera fue con la famosa librería Domrich (gracias a sus servicios de novedades editoriales descubrió al influyente socialista liberal Lange); en ésta comprará muchos de sus libros. El contacto íntimo con el Buchhändler Julius Domrich continuó a lo largo de toda su vida (incluso aparece en su autobiografía). Desde la casa de su madre en Naumburg se hacía enviar las últimas novedades; se conservan cartas y facturas de sus envíos desde 1862; incluso utilizará su biblioteca de alquiler, la Leihbibliotek, como ya señalamos. Parte de esta nueva infraestructura de lectura se debía a la revolución de las prácticas de leer producidas en el siglo XVIII por el ascenso del capitalismo y la influencia ilustrada. Entre otros cambios radicales apareció la reducción del precio del libro, el triunfo del formato pequeño, los gabinetes literarios y las

cámaras de lectura en librerías que permitían leer sin comprar. Además se multiplican las asociaciones de lectura por toda Europa (books-clubs, Lesegesellschaften, cámaras y kabinetts de lectura), así como las modalidades de librerías de préstamo (circulating libraries, Leihbiblioteken). Esto genera una nueva figura, el llamado lector “extensivo”, la encarnación del “furor por leer”, que consume impresos numerosos y diversos, los lee con rapidez y avidez, espera la novedad editorial y ejerce su respecto una actividad crítica que ya no sustrae más ningún dominio a la duda metódica. El lector “extensivo” es, en el plano de las prácticas, la aparición de los que los contemporáneos llamaban la Leserwut, la rabia de leer tan temida por los poderes establecidos, que llegan a prohibir las Lesergesellschaften y Leihbiblioteken de las que se aprovechó Nietzsche. La “rabia de leer” es denunciada incluso por los filósofos muy en el talante antimodernista nietzscheano como “narcótico” que aparta de la vida, como lo hace el mismo Fichte. Incluso la medicina de la época considera a la Leserwut como causa principal de los desarreglos de la imaginación y la sensualidad. Nietzsche, aunque ideológicamente luche contra ello en lo exotérico, es un lector “extenso”, un poseso de la lectura, un animal poseído por la Leserwut. Pero continuemos con sus relaciones con las librerías. Como señalamos la librería Domrich le enviará regularmente a Nietzsche paquetes de libros con novedades de su interés con opción de devolución (al estilo de un Club de Lectores moderno). Cuando no se encuentra en Naumburg, a través de su hermana Elisabeth sigue manteniendo el contacto vital y adictivo con la librería de Leipzig. Ya nombrado profesor ordinario de filología en Basilea, en 1869, Nietzsche continúa manteniendo una relación estrecha y regular con librerías y, por supuesto, comprando libros. A modo de ejemplo, a lo largo del año 1875, año en el que parece haber comprado más libros en su vida según la documentación en el Archiv de Weimar, Nietzsche adquirió entre ejemplares nuevos y de segunda mano entre setenta y cien libros. En la década de profesor de filología (1869-1879) mantiene un contacto intenso epistolar con el librero anticuariado de Leipzig Alfred Lorenz, al que le ordena muchos pedidos de compras, tantos que tendrá una gran deuda por saldar por compras de cajones de libros que liquidará recién en 1885. A partir de 1880 muchos de los libros que empieza a adquirir o tomar a préstamo ya son en francés, lo que preanuncia el giro hacia el Nietzsche “moralista” interesado en les moralistes français (Montaigne, Pascal, La Bruyère, La Rochefoucauld, Chamfort et altri). Orientación en sus lecturas efectuada bajo la presión del influyente filósofo darwiniano Paul Rée… Estas compras de textos en francés las empieza a realizar en la hiperburguesa Riviére francesa, en Niza, en la que vivirá en sus cuarteles de invierno entre 1883 y 1888. Durante esta época comenzará a escribir Also spracht Zarathustra. Un poco más tarde descubrirá en Turín una librería trilingüe, llamada Löscher, de la cual se hará cliente fiel, suficientemente buen cliente como para que su dueño lo conozca personalmente y le presente incluso el círculo literario turinés. A su madre Franziska le comenta el hallazgo en una carta de 1888: “Ayer un filósofo local, Professor Pasquale D’Ercole, me hizo una visita bien formal. Él, que es ahora el decano de la facultad de filosofía en la Universidad de Turín, escuchó en la librería Löscher que yo estaba en la ciudad.” Aparte de estas librerías selectas, Nietzsche usa con frecuencia las que encuentra a su paso de fugitivus errans, sigue pidiendo y ordenando libros vía catálogos por correo, se suscribe a boletines de novedades y pregunta

recomendaciones de libros y autores nuevos a sus íntimos. A su hermana Elisabeth le pide en 1880: “si, mi querida hermana, al leer Revue des deux mondes ves un libro que se recomienda encarecidamente, escríbeme por favor la novedad, te estaré muy agradecido.” La Revue des Deux Mondes era (es) una publicación bimestral político-literaria, fundada el 1 de agosto de 1829 por Prosper Mauroy y P. de Ségur-Dupeyron. Entre otros famosos escriben en ella Alexandre Dumas, Alfred de Vigny, Honorato de Balzac, Sainte-Beuve, Charles Baudelaire. Por ejemplo en el numero 2, janvier-février de 1880 los artículos hablan del salón literario de Mme. Necker, la represión a la libertad de prensa del Zar, el debate sobre la libertad de enseñanza (tema que obsesionará a Nietzsche), las prácticas parlamentarias, sobre la Fraternité en la ciencia social moderna, la situación agrícola y ¡la historia del socialismo en China! Además se suscribe a revistas científicas “duras” en su intento por encontrar fundamentación en las ciencias naturales al principio del eterno retorno. Recibe por abono los Philosophische Monatshefte, y si le interesan número atrasados no cesa de buscarlos con desesperación en bibliotecas, como por ejemplo en Basilea. A su amigo Overbeck le escribe en 1881: “¿Están en la sociedad de lectura (o en la biblioteca pública) de Zürich los Philosophische Monatshefte Necesito el tomo 9, año 1873, así como el del año 1875. Además necesito la revista Kosmos, tomo I.” La revista filosófica Philosophische Monatshefte (“Entregas filosóficas mensuales”) editada en Leipzig, estaba dirigida por el filósofo Julius Bergmann (un seguidor del influyente y hoy olvidado Hermann Lotze) y era uno de los órganos culturales principales de los neokantianos. Nietzsche estuvo muy influenciado por todo el neokantismo, que básicamente era un intento de superar a Hegel. La pretensión de recuperar el pensamiento del Kant de la Crítica de la Razón pura, sobre todo la teoría del conocimiento kantiana, en especial la epistemología o teoría del conocimiento. El neokantismo se proponía servir de fundamento teórico a las ciencias particulares (física, química, biología, etc.), con un impresionante desarrollo en la Alemania de finales del ‘800. Se trata, por tanto, de una interpretación psicofisiológica del pensamiento kantiano, según la cual la epistemología es una fisiología de los sentidos y un intento de amalgama del materialismo y el idealismo sin renunciar a la dimensión metafísica. Pero además la revista tenía muchos artículos sobre filosofía política, la mayoría de crítica a Marx. En esta revista que estudia a Kant en clave fisiológica Nietzsche leyó y anotó a neokantianos como Adolf Fick, Helmholtz, Otto Liebmann, Eduard Zeller o Kuno Fischer. Por supuesto Nietzsche se compró todos los libros de esta corriente, que fueron meticulosamente leídos y anotados. La otra revista es Kosmos, una publicación cuyo insólito subtítulo rezaba Zeitschrift für einheitliche Weltanschauung auf Grund der Entwicklungslehre in Verbindung mit Charles Darwin und Ernst Häckel sowie einer Reihe hervorragender Forscher auf den Gebieten des Darwinismus (“Revista para una cosmovisión unitaria sobre la base de la teoría de la evolución, en contacto con Charles Darwin y Ernst Häeckel, así como una serie de destacados investigadores en el campo del darwinismo”, todo sic). La editaba un comité dirigido por los doctores Otto Caspari, Gustav Jäeger y Ernst Krause y demuestra el enorme interés de Nietzsche por una corriente de la filosofía en Alemania hoy olvidada, la Naturphilosophie.

De hierro como una máquina de escribir:

En medio de este furor de lectura Nietzsche toma una decisión bien moderna: decidirá comprarse un aparato mecánico recién aparecido en el mercado que le ayudará a completar su libro Die fröhliche Wissenschaft (“La Gaya Ciencia”): la máquina de escribir, las Notebooks del siglo XIX… Le escribe entusiasmado a su amigo Köselitz en 1881 “estoy en contacto con su inventor, es un danés que vive en Copenhague…”. Se carteaba con el inventor e incluso recibió pruebas de la tipografía en postales. Por cierto Nietzsche se equivoca: la Schreibkigel, como le llamaba a la máquina de escribir, ya había sido “inventada” y construida diez años antes en América por L. Sholes y desde 1873 producida en serie por Remington, una fábrica de armas y máquinas de coser. Nietzsche se había familiarizado en Basilea y Zürich (gran centro financiero) con la máquina de escribir Remington, Model 2, pero le había resultado muy pesada y voluminosa. Lo cierto es que Nietzsche, ya sea por nacionalismo europeo o por comodidad, prefirió comprarse el modelo danés porque al parecer era más rápido, silencioso, preciso, ligero y cómodo para trasladarlo en su errancia bohemia. El “inventor” era un pastor llamado Hans Rasmus Johan Malling Hansen (1835-1890), que tuvo la idea al quedar impresionado por la velocidad con la que escribían sus alumnos con sólo dos dedos. Hansen imaginó que podrían escribir más rápido si todos sus dedos fueran utilizados a la vez, y en dos años diseñó un extraño pero elegante aparato llamado “Malling-Hansen Writing Ball”. Su amigo Paul Rée le llevó la máquina, pagada por su hermana Elisabeth, un modelo 1878, con el número serial 125. Esta máquina fue elegida el producto del año en 1878. Su forma era convexa, en forma de máquina de escribir que funcionaba de arriba (un teclado semiesférico de 52 teclas de latón) y hacia abajo (portapapel con un sistema que desplazaba impulsado por electricidad). Tenía buenas prestaciones y Nietzsche se quejará en muchas cartas de sus problemas mecánicos… debido a un accidente cuando la transportaba a Génova, a causa del cual fue mal arreglada y nunca más funcionó bien. Hay especulaciones si el medio de escritura mecánica no fue modificando el propio Stil del filósofo.Un amigo compositor reconoce que su estilo ha cambiado, de lo retórico a lo telegráfico, desde que utiliza la máquina, a lo que Nietzsche responde: “Tienes razón… nuestro equipamiento para escribir participa en la formación de nuestros pensamientos." Nietzsche llegó a mecanografiar 60 manuscritos, entre cartas, poemas y notas. Y será el primer filósofo en utilizar una Schreibkigel… Encantado con su Notebook mecánica, Nietzsche le dedicó incluso un poema el 16 de febrero de 1882:

“La máquina de escribir es como yo: de

hierro

y fácilmente retuerce nuestros viajes.

Paciencia y tacto se requieren en abundancia

Así como finos dedos, para usarla”

Lector obsesivo, puntual y dialógico:

Nietzsche siempre estuvo obsesionado por edificar su biblioteca personal ideal y le dedicó a la tarea muchos esfuerzos, de los que nos quedan muchas

huellas, no sólo su propio testimonio en cartas y en el Nachlass, sino muchos documentos materiales. Fue su hermana Elisabeth quién conservó todas las facturas de compras, los catálogos de novedades de librerías, las listas con préstamos de las bibliotecas e incluso una costumbre nietzscheana propia de un “Loco de los libros”: listas ideales de adquisición de ejemplares. Nietzsche borroneaba su catálogo personal y además listaba los libros potenciales a ser adquiridos en sus librerías preferidas. En el Archiv Weimar se pueden estudiar estas curiosas enumeraciones, estas check-lists. La más antigua data de 1858/1859 (¡cuando tenía once años!), jamás publicada, escrita por su hermana, con un listado que contiene treinta títulos, a la que el propio púber Nietzsche le agregó de su propio puño y letra tres libros más. En 1861/1862 Nietzsche hizo una nueva lista (la cuarta) bajo el título Bibliothek. Una quinta lista, con el título Meine Bücher, está datada en 1863 y contiene ya sesenta títulos (muchos sobreviven hoy en la biblioteca personal conservada en Weimar). Ya en esta época Nietzsche estudiaba lejos de casa, en Pforta, por lo que dividió su biblioteca físicamente entre Pforta y Naumburg. La sexta y séptima lista se refiere a los libros que ya poseía en estos dos lugares. Al mismo tiempo que tenía esta neurótica costumbre de clasificar y catalogar sus libros (así como planificar sus próximas adquisiciones) Nietzsche desarrolló paulatinamente unos hábitos de lectura profunda complejos. El joven Nietzsche raramente realizaba anotaciones en sus libros, por lo que su manera de “leer” en su juventud diferirá notablemente de sus prácticas en la edad joven y madura. En particular el que podríamos llamar middle Nietzsche (1869/1880) tiene un hábito que lo sumerge en un diálogo frenético con el texto y el autor. Sus libros y revistas están golpeados, manipulados, manoseados intelectualmente y la relación dialéctica se expresa en subrayados de colores (interlineados y marginales), marcas de exclamación y sorpresa, marcas de cuestionamiento, notas benes (NB) en los márgenes, postskriptum (PS) en los finales de capítulos y libros, y lo más importante, reacciones en lo márgenes o en los espacios superiores e inferiores de la página. Reacciones que van desde un simple signo a extensos comentarios, algo inexistente en el Nietzsche anterior. El hábito de lectura juvenil era más bien oblicuo y en diagonal, con las mínimas anotaciones posibles y muy formales, seguramente relacionadas con sus trabajos escolares. Nada de debate, discusión o intercambio dialéctico en busca de síntesis. Pero en el joven Nietzsche se puede ver que los autores que más le influenciarían ya contienen anotaciones y formas primitivas de diálogo: son libros muy exclusivos, restringidos a tres autores. Son el pastor que filosofaba, Ralph W. Emerson (dos libros, Die Führung des Lebens y Versuche, con muchas anotaciones y subrayados); por supuesto Schopenhauer (algunas anotaciones en Die Welt als Wille und Vorstellung) y del poeta romántico húngaro Sándor Petöfi (pequeñas marcas en algunos poemas), del que intentó musicalizar algunos poemas en una serie de Lieds tituladas Nachspiel, Ständchen, Unendlich y Verwelkt. A partir de 1868 aproximadamente Nietzsche comienza modificar sus hábitos de lectura y el número y variaciones de sus anotaciones crece en progresión geométrica, posiblemente a causa de su doble exigencia de profesor universitario y docente de instituto en Basilea. Pero también a que comienza su intento fallido de transformarse en un filósofo autodidacta. Con sólo examinar los libros más usados entre 1869 y 1879 podemos deducir que Nietzsche se va haciendo un lector profundo, puntual e interactivo. Muchos de sus libros contienen decenas de anotaciones por página (muchas en interlíneas y en los

márgenes) cubriendo capítulos completos. Las anotaciones más extensas en los márgenes nos muestran que Nietzsche entra en una especie de dialéctica (la raíz etimológica de diálogo) con el autor como si estuviera presente. Conversación en el que es frecuente el uso de palabras coloquiales como Nein!, Ja!, Gut!, Sehr Gut!, Bravo!, Warum?, Falsch, ecco., por ejemplo. Ocasionalmente largos comentarios se extienden en el margen o en especial en la parte inferior de la página. Desafortunadamente muchos de sus libros fueron re encuadernados por su hermana Elisabeth cuando se trasladó a Weimar, ya que tenían un uso muy intensivo, y la nueva encuadernación cubrió parcialmente algunos de estos valiosos diálogos. Otra sorpresa es que Nietzsche como lector estaba mucho mejor informado y era más tolerante con los que diferían con sus ideas que lo que muestran sus obras exotéricas. El Nietzsche lector es más humanista y comprensivo que el Nietzsche dionisíaco público. A modo de ejemplo: cuando lee al filósofo, político y economista inglés representante de la escuela económica clásica y teórico del utilitarismo John Stuart Mill, o al historiador y publicista irlandés William Edgard Hartpole Lecky, o a los famosos hermanos Goncourt, aniquilados con rudeza por su martillo crítico en sus libros, sus textos están pesadamente anotados y con positivas exclamaciones y contienen pocas palabras o comentarios negativos. En el Nietzsche maduro las anotaciones y marcas están hechas en lápiz de grafito negro; en algunas ocasiones utiliza lápiz de color azul o rojo; en su juventud no dudaba en utilizar tinta azul o marrón, arruinando el libro. También es visible una característica de Nietzsche: el retornar, una y otra vez, sobre sus autores preferidos, la re lectura obsesiva, justamente él que odiaba al docto por revolver libros, por lo que se acumulan marcas de diferente tipo y color (como en el caso del manual sobre historia del materialismo del socialista liberal Friedrich Lange, donde se pueden calibrar hasta cinco o seis re lecturas). La datación es difícil, Nietzsche no fecha sus lecturas (hay que reconstruirlas indirectamente a través de su correspondencia y el Nachlass) ni la adquisición del texto, así como tampoco figura su nombre, ni usa Ex libris. En sus libros en francés muchas marcas y exclamaciones están en ese idioma. Ocasionalmente Nietzsche utiliza invectivas y malas palabras, como Esel (culo) y Vieh (vaca). Las anotaciones también tienen una característica de su filosofía de la lectura lenta: raramente aparecen al inicio del libro, posiblemente esperando juzgarlo de manera más objetiva después que despliegue el autor los argumentos completos. Muchos de los libros personales de Nietzsche nunca fueron leídos, aunque pareciera que sí si seguimos al pie de la letra sus cartas o manuscritos. Los casos más conocidos son nombres lustrosos: Kant, Spinoza o Hegel. Algunos conservan el pliego sin cortar; otros apenas fueron ojeados, sólo conservan marcas físicas insignificantes (página doblada) y un lomo intacto.

Ceremonial de la contradicción:

Una de las principales peculiaridades cuando leemos a Nietzsche (a excepción de Zarathustra), a pesar de tener formación académica y haber sido formalmente un catedrático, es la desaparición voluntaria de todo aparato erudito de citas y bibliografía. Es una estrategia discursiva que directamente apunta a la Modernidad y al modo de expresión del Sokratismus y su figura intelectual decadente: el Docto, el philólogos. Además es reflejo de su creencia ideológica vitalista, de raíz schopenhauerianne, que lo escrito es simplemente

una expresión de la personalidad completa de un pensador o viceversa, la personalidad y actitud de un filósofo es su mejor obra, son ideas-personas. Una tercera razón para este rasgo inusual es la profunda repulsa de Nietzsche por el pensamiento abstracto, puramente teórico y textual, la forma ilustrada de argumentar y expresar ideas. Sin citas, sin aparato bibliográfico, Nietzsche hace surgir entre líneas a muchos autores y a pocas obras específicas. Esta larga y rica lista de nombres es un hábito poco frecuente en los demás filósofos, de tal forma que pocos libros y muchos autores aparecen una y otra vez en sus obras. Por supuesto la lista, tanto positiva como negativa, de autores se va modificando a lo largo del tiempo pero el diálogo, el intento dialéctico con grandes, medianos y mediocres pensadores jamás se detiene. Como lo dice melodramáticamente en su libro de 1879, Vermischte Meinungen und Sprüche, “para poder hablar con algunos muertos, no solamente he sacrificado carneros, sino que tampoco he escatimado mi propia sangre. Cuatro parejas de hombres no han rechazado mis sacrificios: Epicuro y Montaigne, Goethe y Spinoza, Platón y Rousseau, Pascal y Schopenhauer. Con ellos es con quienes necesito conversar cuando paseo solitario a lo largo de mi camino; por ellos quiero darme y quitarme la Razón, y los escucharé cuando ante mí, se den y se quiten la Razón unos a otros… en estos ocho ojos fijo mis ojos y veo sus ojos fijos en mí.” La misma metonimia dionisíaca aparece en una carta a su madre Franziska en 1885, donde afirma que él “exclusivamente se comunica con hombres muertos”, aunque como veremos muchas influencias sobre Nietzsche provenían no de gloriosos y reconocidos clásicos de la Academia sino de publicistas contemporáneos e incluso personas cercanas a él. La tarea de hacer “visibles” estos autores de segundo nivel o vulgarizadores, empresa que comenzó Mazzino Montinari, es una contribución decisiva a nuestra comprensión del verdadero Nietzsche, y no del modélico filósofo proteico (falso y atextual) del Nietzschéisme. Y esto se magnifica si tomamos en consideración que el rentista Nietzsche fue un pensador que a partir de 1879 se transformó en un anacoreta voluntario, que en su soledad planificada redujo dramáticamente su diálogo interpares (incluso su existencia social se redujo a casi cero). Sus viejas relaciones sociales se trasladaron a sus libros y la correspondencia con su hermana Elisabeth y un grupo muy pequeño de conocidos. Esto potencia e incrementa la necesidad y el valor extraordinario que para Nietzsche adquirió ese “diálogo con los muertos”. El “otro” nietzscheano de su época madura era en casi todos los casos un interlocutor impreso en papel. La visión general del Nietzschéisme, y la hagiografía más común, obturada por esta peculiaridad casi única de Nietzsche (y hay que decirlo, a veces alimentada por la falsa auto interpretación del mismo Nietzsche), es que es un self-made-philosopher, que ha creado por sí mismo sus pensamientos con total originalidad. Lo cierto es que a través de sus lecturas es posible llegar a una conclusión muy diferente: los escritos nietzscheanos están profundamente influenciados por sus lecturas (muchas vergonzosas, inconfesables), incluso en sus libros en apariencia más maduros e independientes o en los canonizados por el Nietzschéisme. Recordemos que el catecismo del Nietzsche francés es muy limitado, sólo reconoce arbitrariamente como técnicamente maduros y académicamente aceptables unos pocos textos: el fragmento póstumo “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, la Segunda Intempestiva (“De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la

vida”), algunos aforismos de Más allá del bien y del mal o de El crepúsculo de los ídolos. A modo de ejemplo, el libro de 1886, Jenseits von Gut und Böse, contiene nada más ni nada menos que 107 diferentes nombres de personas, la gran mayoría libros que ha leído y que no cita; en la Zur Genealogie der Moral (1887) se puede comprender, conociendo lo que Nietzsche leía contemporáneamente, como un largo diálogo (a través de la lectura) y de respuesta a la nueva corriente de pensamiento llamada English Psychology, un desarrollo de muchas tesis de Paul Rée y de muchos aportes impensables que provienen de su lectura de historia del derecho (en su biblioteca personal Nietzsche poseía muchos textos de estas materias y al menos diez libros sobre esa temática se encuentran profundamente subrayados/comentados). Götzen-Dammerung (editado en 1889, pero escrito en 1888), libro donde según Nietzsche se encontraba su filosofía en estado puro, se divide en dos partes: la primera con una exposición de su pensamiento y una segunda parte cuyos capítulos “Die ‘Verbesserer’ der Menschheit”, “Streifzüge eines Unzeitgemäßen” y “Was ich den Alten verdanke” son esencialmente discusiones de las lecturas del propio Nietzsche. El famoso Der Antichrist (editado en 1895 pero escrito en 1888) habría sido un libro muy mediocre si Nietzsche no hubiera leído/dialogado con Jacolliot, Strauss, Renan, Wellhausen, Tolstoi, Dostoievsky, más todos los libros sobre historia de las religiones (budismo, cristianismo), San Pablo, Lutero y por supuesto la Biblia misma. Nietzsche era un verdadero “reactivo” en su práctica de la lectura y podríamos afirmar, con sus propias palabras, que “si no revuelve libros, no piensa.”

Contra la lectura ilustrada:

Como hemos visto Nietzsche tiene profundas objeciones a la práctica de lectura tal como aparece impuesta por la Modernidad burguesa. La mejor expresión de su posición filosófico-política reaccionaria contra la revolución de la lectura en el siglo XVIII se encuentra en el Vorrede de su libro Jenseits von Gut und Böse (1886), donde las razones más profundas de esta Kulturkritik son explicitadas: “La lucha contra la opresión cristiano-eclesiástica durante siglos ha creado en Europa una magnifica tensión del Espíritu (Spannung des Geistes), como no la había habido antes en la Tierra: con un arco tan tenso nosotros podemos tomar ahora como blanco las metas más lejanas. Es cierto que el hombre europeo siente la tensión como un estado de necesidad; ya por dos veces se ha hecho, con gran estilo, el intento de aflojar ese arco, la primera por el jesuitismo (Jesuitismus), y la segunda por la Ilustración democrática (die demokratische Aufklärung) a la cual le fue dado de hecho conseguir, con ayuda de la ‘Libertad de Prensa’ (der Pressfreiheit) y de la lectura de periódicos (Zeitunglesens), que el espíritu no se sintiese ya tan fácilmente a sí mismo con ‘Necesidad’ (Noth) –Los alemanes inventaron la pólvora, ¡todos mis respetos por ello!, pero volvieron a errar, inventaron la Prensa– Mas nosotros que no somos ni jesuitas, ni demócratas (noch Demokraten), nosotros los buenos europeos y espíritus libres, muy libres…” Esta crítica al estilo de lectura burgués, universal y formal, decadente y que conduce a la corrupción instintiva, cuya quintaesencia es la lectura de periódicos y revistas y la forma literaria el ensayo erudito, es un tema recurrente y obsesivo en Nietzsche desde su juventud. Lo repite y reformula en sus libros,

en sus conferencias, en su correspondencia y en su Nachlass. Si buscamos su raíz más antigua este prejuicio no es más que una herencia de su rígida educación luterana. En su paso por la Escuela Real de Pforta, la Schulpforta, Nietzsche sufrió el severo sistema de vigilancia y censura, donde estaban prohibidas las lecturas de diarios y revistas (inspectores ad hoc se dedicaban a la tarea), un sistema de internado clerical y conservador que era muy parecido a las instituciones militares prusianas de cadetes (sistema que Nietzsche recordaba después con horror como una “rígida y coactiva ordenación del tiempo”). Un segundo elemento de su crítica, mucho más político, es el que se deduce de su diagnóstico general de la Civilisation y de la formación burguesa basada en la expansión y universalidad, que produce una figura morbosa: el Docto, el filisteo, el erudito como contracara horrenda del Genius. Como resume en Ecce Homo: “El docto (Gelehrte), que en el fondo no hace ya otra cosa que ‘revolver’ libros… acaba por perder íntegra y totalmente la capacidad de pensar por cuenta propia. Si no revuelve libros, no piensa. Responde a un estímulo (un pensamiento leído) cuando piensa, al final lo único que hace ya es reaccionar.” La acción vitalista debe preceder a la comprensión lectora; la lectura debe tener un inicio y un fin en una acción real: “el hombre teórico no es el hombre de acción, cree en la causalidad, le gusta el conocimiento lógico.” La contrapartida es el patético y optimista theoretischen Menschen. Con la misma razón vitalista exclama en La Gaya Ciencia que “Solamente las ideas que se tienen caminando tienen valor.” Los lectores modernos, las masas lectoras, se encuentran en una especie de adicción, de trance similar al de una borrachera: leen para poder pensar “algo”. A esta forma décadent de leer, una antidionysische Tendenz, Nietzsche le opone su propio método, su lector potencial e incluso su propio Stil que intenta quebrar la lectura impersonal de la Volksbidung moderna, la ilustración democrática que propone educación para todos, libros para todos. Para Nietzsche se deber organizar una “verdadera república platónica”, cuya esencia sea “la organización del Estado de lso Genios” y cuya forma es una dictadura. Comentario extenso merecería el enorme desprecio de Nietzsche por la prensa y la escritura periodística: el decadente y resentido “Socratismo” en Occidente es sinónimo de prensa, en realidad de “prensa judía”, como concluye su ensayo Sócrates und die griechische Tragoedie de 1871: “quien no comprenda como Germano la seriedad de esa pregunta (sobre la muerte del drama), es víctima del Socratismo de nuestros días, el cual, desde luego, ni es capaz de producir mártires, ni habla el lenguaje de ‘el más sabio de los helenos’, quien ciertamente no se jacta de saber nada, pero en verdad no sabe nada. La prensa judía (jüdische Presse) es ese Socratismo: no digo una palabra más.” El Sokratismus es para Nietzsche “…insensible hacia el futuro del arte germánico.” La conclusión es que la Ilustración “desprecia al Instinto: cree sólo en razones.” Y la misma lectura se contamina con esta degeneración. Aparte de su momento destructivo, Nietzsche propone ideas positivas, aristocráticas, que enlazan con su intento de salvar la Cultura. En algún momento se plantea recolectar meditaciones y notas para escribir un trabajo didáctico de cómo leer bien. Algo del proyecto de manual de lectura queda en su temprana obra de 1878, Menschliches, Allzumenschliches (Humano, demasiado humano), donde escribe una sección titulada “El arte de leer”, donde aclara que simplemente se trata “del deseo de comprender sencillamente lo que el autor dice… toda la ciencia no ha conseguido la continuidad y la estabilidad sino porque el arte de leer bien (die Kunst des richtigen Lesens), es decir la filología,

ha llegado a su apogeo.” En otro capítulo, titulado “El lector”, Nietzsche señala la importancia del carácter en la lectura correcta, una idea profunda y de largo alcance que luego desarrollaremos. La mala recepción de sus libros, la carencia de lectores o los malentendidos con sus contemporáneos influyeron en que creciera la importancia de que sus potenciales lectores leyeran correctamente, como advierte en el epílogo de Die fröhliche Wissenschaft: “mientras lentamente, muy lentamente, trazo, para terminar, este negro signo de interrogación, con intención de recordar una vez más al lector las virtudes del verdadero acto de lectura –¡cuán olvidadas y desconocidas, ay!...” (La Gaya Ciencia; 383). Nietzsche retorna una y otra vez a recordar que la lectura es un arte muy peculiar: “Tanto mi libro como yo somos amigos de la lentitud… No en vano he sido filólogo, y tal vez lo siga siendo. La palabra ‘Filólogo’ designa a quien domina tanto el arte de leer con lentitud que acaba escribiendo también con lentitud…El arte al que me estoy refiriendo no logra acabar fácilmente nada; enseña a leer bien, es decir, despacio, profundizando, movidos por intenciones profundas, con los sentidos bien abiertos, con unos ojos y unos dedos delicados. Pacientes amigos míos, este libro no aspira a otra cosa que a tener lectores y filólogos perfectos. ¡Aprended, pues, a leerme bien!” (Prólogo a Aurora, 1886).

Lectura: un ars elitista y aristocrático:

En realidad lo que está en juego no es algo meramente individual, sino la cuestión más seria y decisiva de todas: recuperar la esencia germana de la corrupción del Sokratismus bimilenario: “Hay un lector que no lee en su totalidad cada una de las palabras (y mucho menos cada una de las sílabas) de una página –antes bien, de veinte palabras extrae al azar unas cinco y ‘adivina’ el sentido que presumiblemente corresponde a esas cinco palabras…”, y agrega más adelante que “¡Y nada digamos del alemán que lee libros! ¡De qué manera tan perezosa, tan a regañadientes, tan mala lee! Que pocos alemanes saben y se exigen a sí mismos saber que en toda frase buena se esconde arte –¡arte que quiere ser adivinado en la medida en que la frase quiere ser entendida! Un malentendido acerca de su tempo, por ejemplo: ¡y la frase misma es malentendida! No permitirse tener dudas acerca de cuáles son las sílabas decisivas para el ritmo, sentir como algo querido y como un atractivo la ruptura de la simetría demasiado rigurosa, prestar oídos finos y pacientes a todo staccato, a todo rubato, adivinar el sentido que hay en la sucesión de las vocales y los diptongos y el modo tan delicado y vario como pueden adoptar un color y cambiar de color en su sucesión: ¿quién entre los alemanes ‘lectores de libros’, está bien dispuesto a reconocer tales deberes y exigencias y a prestar atención a tanto arte e intención encerrados en el lenguaje? La gente no tiene, en última instancia, precisamente ‘oído para esto’: por lo cual no se oyen las antítesis más enérgicas del estilo y se derrocha inútilmente, como ante sordos, la maestría artística más sutil… El alemán no lee en voz alta, no lee para el oído, sino simplemente con los ojos: al leer ha encerrado su oído en el cajón. El hombre antiguo cuando leía –esto ocurría bastante raramente– lo que hacía era recitarse algo a sí mismo…” (Jenseits von Gut und Böse, 192; 246; 247) Nietzsche considera que la lectura adecuada requiere no sólo métodos (una ingeniería cultural burguesa) sino un carácter especial por naturaleza, las naturalezas fuertes (que poseen una Tendenz instintiva fuerte) pueden

sumergirse en los textos como los antiguos griegos: “¿Para qué los griegos? ¿para qué los romanos? –Todos los presupuestos de una Cultura docta (gelehrten Kultur), todos los métodos científicos ya estaban allí, se había estatuido el gran arte, el incomparable arte de leer bien (gut zu lesen)– ese presupuesto de la tradición de la Cultura, de la unidad de la ciencia…” (Der Antichrist; 59). Para Nietzsche la lectura apropiada demanda dos cualidades: la primera como ya vimos es lentitud, cuidado, predisposición a que a través de ella estemos predispuestos para la comprensión y la decisión (todas características vitales del Genius, del homo schopenhauer, de los buenos europeos, de los espíritus libres, del Übermensch). Lo de la lentitud se relaciona no sólo con los hábitos filológicos, sino con una distinción aristocrática que Nietzsche nunca abandonará: el elogio del Otium, la nobilísima Oisiveté de las clases superiores. Leer “lento” significa sin prisa, sin demandas externas (meritocráticas) y sin cálculo ni utilidad final, salvo el de mejorar el propio carácter y contribuir a la generación de genios. Sólo una pequeña porción de hombres poseen esta cualidad tan elitista de lectura, una ínfima minoría que por definición puede darse el lujo de detentar semejante vida Espíritual, semejante indiferencia por el día a día. El Gelehrte burgués, prototipo de la lectura moderna como un proletario de la cultura, es un mero “instrumento de transmisión”, una “máquina inteligente”, un praktikon, una organa poietika que ha perdido irremediablemente el arte lector. El segundo lugar, pero de tanta importancia como la primera cualidad, es el del compromiso personal-existencial con la lectura (y cierto entrenamiento). En teoría para Nietzsche es simple; en la práctica es muy difícil y raro. El compromiso personal (que también es una exigencia de su propia filosofía) con lo que se lee, señalado en su libro autobiográfico Ecce Homo, exige presencia de ánimo, implicación personal y “rumiar”, rumigare, el texto, “masticar” el libro por segunda vez (tal como el propio Nietzsche hacía). Los lectores dionisíacos deberán alimentarse de libros en dos etapas, primero consumirlos como cualquier lector moderno y luego realizar la “rumia”. La lectura intensa sería regurgitar el material teórico semidigerido y volverlo a masticar para deshacerlo y agregarle la “saliva” del carácter. La última cualidad para practicar el arte de leer, die Kunst des richtigen Lesens, es de origen romántico-aristocrática: se trata de tener coraje y audacia, un actitud inactual y pesimista que mira al mundo tal cómo es. El modelo no es Platón (primer décadent de estilo) sino, nos dirá Nietzsche, Tucídides o Maquiavelo, quienes tienen “la voluntad incondicional de no dejarse embaucar por nada y de ver la razón en la Realidad, –y no en la Razón, y menos aún en la ‘Moral’…” No es aquí el lugar para señalar la radical valencia política del combate de Nietzsche contra el nominalismo (una querelle de los conservadores y reaccionarios de su época contra la filosofía de la revolución francesa). El arte de leer para Nietzsche debe ser una nueva cultura realista “ese inestimable movimiento en medio de la patraña de la Moral y del Ideal propia de las escuelas socráticas…” Realismo, dureza de carácter, ascetismo, objetividad fuerte y rigurosa, genio que no huye al ideal, instinto, valor frente a la realidad: tal el arte dionisíaco de leer correctamente. Y nunca modificó estas opiniones.

Leer como una Vaca:

En el Vorwort de Der AntiChrist (1888), Nietzsche retorna sobre sus criterios de lectura y su distinción aristocrática sobre su lector ideal: “Este libro es para los menos (den wenigsten). Tal vez no viva todavía ninguno de ellos. Serán, sin duda, los que comprendan mi Zarathustra… Las condiciones en que se me comprende, y luego se me comprende por necesidad –yo las conozco muy exactamente. Hay que ser honesto hasta la dureza (Härte) en cosas del Espíritu incluso para soportar simplemente mi seriedad (Ernst), mi pasión (Leidenschaft). Hay que estar entrenado en vivir sobre las montañas –en ver debajo de sí la miserable charlatanería actual acerca de la Política y del Egoísmo de los Pueblos. Hay que haberse vuelto indiferente, hay que no preguntar jamás si la verdad es útil, si se convierte en una fatalidad para alguien… Una conciencia nueva para verdades que hasta ahora han permanecido mudas. Y la Voluntad de Economía de Gran estilo (Wille zur Ökonomie großen Stils): guardar junto a la fuerza propia, el entusiasmo propio… El respeto por sí mismo; el amor a sí mismo; la libertad incondicional frente a sí mismo… ¡Pues bien! Solo ésos son mis lectores, mis verdaderos lectores, mis lectores predestinados (vorherbestimmten Láser): ¿qué importan el resto? El resto es la mera Humanidad (Menschheit) –Y hay que ser superior a la Humanidad (Menschheit) por Fuerza (Kraft), por la altura del Alma (Höhe der Seele), –por desprecio…” La recta lectura es atributo natural de los “menos”, los llamados a dominar, a los cuales Nietzsche luego determina con precisión filológica: “El Orden de Castas (Ordnung der Kasten), que es la Ley suprema, dominante (dominierende Gesetz), es tan sólo la sanción de una Orden de la Naturaleza (Natur-Ordnung), de una legalidad natural de primer rango, sobre la que ningún capricho, ninguna ‘Idea Moderna’ (‘moderne Idee’) tiene poder. En toda sociedad sana se distinguen, condicionándose recíprocamente, tres tipos de diferente gravitación fisiológica (physiologisch verschieden-gravitierende Typen), cada uno de los cuales tiene su propia higiene, su propio campo de trabajo, su propia especie en cuanto a sentimiento de perfección y su propia especie de maestría. Es la Naturaleza, no Manú, la que separa entre sí a los preponderantemente Espírituales, a los preponderantemente fuertes de músculos y de temperamento, y a los terceros, que no destacan ni en una cosa ni en la otra, los Mediocres, –esto últimos son el gran número; los primeros, la selección. La Casta Suprema –yo la llamo ‘Los Menos’ (Die oberste Kaste – ich nenne sie die Wenigsten)– tiene también, por ser la perfecta, los privilegios de los menos: entre ellos está el de representar en la Tierra la Felicidad, la Belleza, la Bondad. Sólo a los hombres más Espírituales les está permitida la belleza, lo Bello: sólo en ellos no es debilidad la bondad. Pulchrum est paucorum hominum (Lo bello es cosa de pocos hombres): el Bien es un privilegio (das Gute ist ein Vorrecht).” (El Anticristo; #57). Si el bien es un privilegio, anterior a toda adquisición social, ya sea legal, meritocrática o de formación, la lectura como arte sólo es posible en la pequeña minoría de espíritus aristocráticos, los Übermensch, que “por ser los más fuertes (als die Stärksten) encuentran la felicidad donde otros encontrarían su ruina: en el laberinto, en la dureza consigo mismos y con otros, en el experimento; su placer es el autovencimiento: el ascetismo se convierte en ellos en Naturaleza, Necesidad, Instinto (Natur, Bedürfnis, Instinkt)… Ellos son la ‘Especie’ (Art) más venerable de los hombres… Dominan (Sie herrschen) no porque quieran, sino porque son (sind), no tienen libertad para estar en segundo lugar. El Orden de Castas, la Jerarquía (Rangordnung), lo único que hace es formular la Ley Suprema de la Vida

misma, la separación de los tres tipos de hombres es necesaria para la conservación de la sociedad, para la posibilitación de tipos superiores y supremos (zur Ermöglichung höherer und höchster Typen) –la desigualdad (Ungleichheit) de Derechos es la condición primera para que llegue a haber Derechos. Un Derecho es un privilegio. En su Ser como Especie (Art Sein) tiene cada individuo su privilegio.” La lectura dionisíaca (así como el buen estilo) se reserva a esos hombres especiales designados por la Naturaleza y su jerarquía. Nietzsche utiliza el concepto Naturbestimmung, para definir a esos seres superiores que forman una nueva Especie (Art) que los hace “máquinas inteligentes”, intelligente Maschinen, espíritus profundos, tieferen Geistes, y a los que Nietzsche quiere recordarles su descendencia aristocrática, sus privilegios en decadencia. Los hombres de excepción (Ausnahme-Mensch) son los que, haciendo un trabajo mayéutico y de entrenamiento riguroso, podrán adquirir tanto el arte de leer “movidos por intenciones profundas” como asumir su rol en la Gran Política “ya que es sencillamente su deber”. El ejemplo de cómo deberían leerse sus libros, dirigido a estos tierfen Geistes, Nietzsche únicamente lo hace explícito en una de sus obras, Zur Genealogie der Moral (1887). En su Vorrede, Nietzsche cansado de tanta exégesis demasiado libre, hastiado de tanto admirador bizco advierte: “Si este escrito resulta incomprensible para alguien y llega mal a sus oídos, la culpa, según pienso, no reside necesariamente en mí. Este escrito es suficientemente claro, presuponiendo lo que yo presupongo, que se hayan leído primero mis escritos anteriores y que no se haya escatimado algún esfuerzo al hacerlo: pues, desde luego, no son fácilmente accesibles. En lo que se refiere a mi Zarathustra, por ejemplo, yo no considero conocedor del mismo a nadie a quien cada una de sus palabras no le haya unas veces herido a fondo y, otras, encantado también a fondo: sólo entonces le es lícito, en efecto, gozar del privilegio de participar con respeto en el elemento alciónico (halkyonischen Element) de que aquella obra nació, en su luminosidad, lejanía, amplitud y certeza solares. En otros casos la forma aforística (die aphoristische Form) produce dificultad: se debe esto a que hoy no se da suficiente importancia a tal forma. Un aforismo, si está bien acuñado y fundido, no queda ya ‘descifrado’ por el hecho de leerlo; antes bien, entonces es cuando debe comenzar su interpretación (Auslegung), y para realizarla se necesita un Arte (Kunst) de la misma. En el tratado tercero de este libro he ofrecido una muestra de lo que yo denomino ‘interpretación’ en un caso semejante: ese tratado va precedido de un aforismo, y el tratado mismo es un comentario de él. Desde luego, para practicar de este modo la lectura como arte se necesita ante todo una cosa que es precisamente hoy en día la más olvidada –y por ello ha de pasar tiempo todavía hasta que mis escritos resulten ‘legibles– una cosa para la cual se ha de ser casi vaca y, en todo caso, no ‘hombre moderno’: el rumiar (das Wiederkäuen)…” La referencia un poco enigmática al momento “alciónico” tiene una alusión muy concreta: los alciónidas son, según Nietzsche, ateos, reaccionarios de las ideas modernas, antimetafísicos y antiidealistas. En palabras suyas, son los heraldos de la llegada de los hombres superiores, de la nueva raza de Übermensch. Nietzsche utiliza el nombre de alciónidas porque ejercen el papel de mensajeros de la diosa marina griega Alcyone ("la reina que ahuyenta tormentas") y producen el efecto de presagiar la mar serena y el buen tiempo para la cultura alemana, renovada según la jerarquía aristocrática de la Natur. Mensajeros de Alcíone, los alciónidas (también conocidos como martín

pescadores) alejan las nubes del cielo alemán, apolíneo, socrático e idealista. Alciónidas son Schopenhauer, Wagner, el mismo Nietzsche, Zarathustra… El martín pescador es un ave que se alimenta de peces débiles que captura dentro del agua y su peculiaridad radica en la sustancia que recubre su plumaje y que le permite reiniciar el vuelo tras haberse sumergido en el agua. Pueden “sumergirse” en las aguas pútridas de la Cultur alemana décadent sin que ello interfiera en su misión, sin infectarse y levantar el vuelo político-filosófico. Y pueden, obviamente, “sumergirse” en los propios textos de Nietzsche… y poseer el arte de leer bien. Si el Nietzschéisme y el posmodernismo en general, lo hubieran entendido, nos habríamos ahorrado muchas pésimas interpretaciones. Pese a los esfuerzos del propio Nietzsche, todavía hoy entre su admiradores y hagiógrafos hay muchos lectores modernos y pocas vacas.

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* Introducción al libro “Nietzsche y la Política”, de próxima aparición.