Mostrarse, convencer, liderar

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1 Mostrarse, convencer, liderar Por Martín Sanzana, Mayo de 2005, entonces miembro de la Coordinación Nacional del Movimiento SurDA (El autor dejó hace años las filas de la Surda y no integra a la fecha ningún grupo o partido político. Este documento fue escrito para el debate interno de nuestra organización, y lo publicamos con su expresa disposición para ser publicado y difundido) Quiero comenzar por referirme a muy groso modo a algunas consideraciones sobre el mundo actual. Superando la crisis de los años 60’s y 70’s el capitalismo mundial ha evolucionado hacia lo que algunos denominan un modo de producción posfordista, cuyas características consideran unidades de producción flexibles y descentralizadas, con un fuerte componente del llamado trabajo inmaterial , es decir, la información, la comunicación y la inteligencia en la producción de valor, en lo que se ha llamado a grandes rasgos “sociedad del conocimiento”, que implica a su vez nuevas modalidades de explotación y nuevas categorías de “explotados”. La pobreza en las sociedades mas desarrolladas (y en Latinoamérica) ha dejado de ser atributo de los marginados, es decir, de aquellos que no acceden al sistema, y ha pasado en buena medida a ser consecuencia de la integración a la sociedad global. Los estados han cedido a la implementación de políticas neoliberales , donde lo actores mas relevantes en esta materia han el FMI y la OMC, lo que grafica la progresiva perdida de soberanía de los estados nación ante nuevas instituciones globales. Lo más destacado ha sido la aceleración de la concentración del capital y la producción en mega corporaciones transnacionales, que controlan de hecho gran parte del PIB mundial, y dirigen la economía saltándose las regulaciones estatales y controlando los mercados. El poder cada vez más se ha acumulado en una “hiper elite”, un verdadero clan banquero- petrolero que extiende sus ramificaciones financieras por sobre gobiernos, empresas, sociedades. La mayoría de la humanidad son los pobres: la globalización capitalista no ha resuelto aún qué hacer con los miles de millones de seres humanos que parecen estar de más en el planeta, los cuales son más considerados por sus hambrunas, migraciones y epidemias, que por su condición humana. El neoliberalismo ha sido una ideología que ha sustentado la idea de libre mercado como el único y máximo medio para el desarrollo económico y social. Ha sido también, un programa político de privatización y apropiación de capitales estatales, y de desestructuración de las resistencias sociales y democráticas al avance de los grandes poderes transnacionales. Sin embargo, aunque ha jugado un rol importante en la reestructuración del sistema, ha sido más una herramienta para incrementar la concentración del capital y asegurar el control de los mercados por parte de las grandes corporaciones, que el modo real de funcionamiento del capitalismo. Es decir, en el capitalismo actual “el libre mercado” sigue siendo utópico: hoy la característica principal es la libertad del gran capital para imponer sus propios términos de acumulación, directamente, mediante los trusts , monopolios, oligopolios, concentración y expansión corporativa, e indirectamente, usando las citadas instituciones globales (FMI, OMC) y los estados nacionales para bloquear la competencia, controlar mercados, y establecer regulaciones discrecionales a su favor. A su vez, la transformación del estado/nación bajo parámetros neoliberales ha sido desigual en las sociedades desarrolladas y en el Sur. En los países antes llamados “centrales” (los de la OCDE por ejemplo), incluido los Aquí hay anteriores planteamientos de la organización, así como ideas de otros compas que están en el debate. Obviamente, su uso en torno a una posición política es mi exclusiva responsabilidad.

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Documento escrito y presentado al Movimiento por Martín Sanzana en Mayo de 2005, entonces miembro de la Coordinación Nacional de la Surda. El autor dejó hace años las filas de la Surda y no integra a la fecha ningún grupo o partido político, manteniendo una activa participación en organizaciones sociales en la Región del Bio Bio, en especial en el movimiento San Pedro Mejor Comuna (www.sanpedromejorcomuna.cl/ ). Este documento fue escrito para el debate interno de nuestra organización, y lo publicamos con su expresa disposición para ser publicado y difundido

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Mostrarse, convencer, liderar

Por Martín Sanzana, Mayo de 2005, entonces miembro de la Coordinación Nacional del Movimiento SurDA∗

(El autor dejó hace años las filas de la Surda y no integra a la fecha ningún grupo o partido político. Este documento fue escrito para el debate interno de nuestra organización, y lo

publicamos con su expresa disposición para ser publicado y difundido) Quiero comenzar por referirme a muy groso modo a algunas consideraciones sobre el mundo actual. Superando la crisis de los años 60’s y 70’s el capitalismo mundial ha evolucionado hacia lo que algunos denominan un modo de producción posfordista, cuyas características consideran unidades de producción flexibles y descentralizadas, con un fuerte componente del llamado trabajo inmaterial, es decir, la información, la comunicación y la inteligencia en la producción de valor, en lo que se ha llamado a grandes rasgos “sociedad del conocimiento”, que implica a su vez nuevas modalidades de explotación y nuevas categorías de “explotados”. La pobreza en las sociedades mas desarrolladas (y en Latinoamérica) ha dejado de ser atributo de los marginados, es decir, de aquellos que no acceden al sistema, y ha pasado en buena medida a ser consecuencia de la integración a la sociedad global. Los estados han cedido a la implementación de políticas neoliberales, donde lo actores mas relevantes en esta materia han el FMI y la OMC, lo que grafica la progresiva perdida de soberanía de los estados nación ante nuevas instituciones globales. Lo más destacado ha sido la aceleración de la concentración del capital y la producción en mega corporaciones transnacionales, que controlan de hecho gran parte del PIB mundial, y dirigen la economía saltándose las regulaciones estatales y controlando los mercados. El poder cada vez más se ha acumulado en una “hiper elite”, un verdadero clan banquero-petrolero que extiende sus ramificaciones financieras por sobre gobiernos, empresas, sociedades. La mayoría de la humanidad son los pobres: la globalización capitalista no ha resuelto aún qué hacer con los miles de millones de seres humanos que parecen estar de más en el planeta, los cuales son más considerados por sus hambrunas, migraciones y epidemias, que por su condición humana. El neoliberalismo ha sido una ideología que ha sustentado la idea de libre mercado como el único y máximo medio para el desarrollo económico y social. Ha sido también, un programa político de privatización y apropiación de capitales estatales, y de desestructuración de las resistencias sociales y democráticas al avance de los grandes poderes transnacionales. Sin embargo, aunque ha jugado un rol importante en la reestructuración del sistema, ha sido más una herramienta para incrementar la concentración del capital y asegurar el control de los mercados por parte de las grandes corporaciones, que el modo real de funcionamiento del capitalismo. Es decir, en el capitalismo actual “el libre mercado” sigue siendo utópico: hoy la característica principal es la libertad del gran capital para imponer sus propios términos de acumulación, directamente, mediante los trusts, monopolios, oligopolios, concentración y expansión corporativa, e indirectamente, usando las citadas instituciones globales (FMI, OMC) y los estados nacionales para bloquear la competencia, controlar mercados, y establecer regulaciones discrecionales a su favor. A su vez, la transformación del estado/nación bajo parámetros neoliberales ha sido desigual en las sociedades desarrolladas y en el Sur. En los países antes llamados “centrales” (los de la OCDE por ejemplo), incluido los

∗ Aquí hay anteriores planteamientos de la organización, así como ideas de otros compas que están en el debate. Obviamente, su uso en torno a una posición política es mi exclusiva responsabilidad.

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Estados Unidos, la aplicación del “Consenso de Washington” (privatización, pago de la deuda, y superávit fiscal mediante reducción del gasto público, autonomía de los bancos centrales) ha sido mucho más lenta y mediatizada que por ejemplo en países de Latinoamérica y el sudeste asiático. Producto de sus propias formaciones sociales y su rol en la división internacional del trabajo y la riqueza, difícilmente puedan ser calificadas como sociedades o economías neoliberales, aunque tengan importantes elementos de ésta corriente. De hecho, las recetas neoliberales son mucho menos aplicadas en las grandes potencias actuales que en los países periféricos, partiendo por los Estados Unidos, cuyo gigantesco déficit fiscal incluso amenaza la estabilidad de los sensibles mercados financieros mundiales; o en China, donde la suerte (y el atractivo) del capitalismo está en las manos del Estado y en ningún caso de algún mercado. Las políticas neoliberales han sido buenas medidas para que los pobres sigan pagando a los ricos, pero su utilidad es para los poderosos es limitada. Vale la pena considerar el caso de las grandes corporaciones farmacéuticas, las cuales controlan investigación científica, producción y distribución de medicamentos, sobre las cuales parece bastante desacertado afirmar que actúen en base a la idea clásica de libre mercado, sobretodo cuando concentran, extorsionan y presionan para impedir la libre producción y circulación de los medicamentos, y se afirman en nuevas interpretaciones de la “propiedad” que las hacen dueñas del saber y la vida misma con exclusividad. Es dudoso que Microsoft, o el complejo militar industrial estadounidense y su parasitismo de las guerras norteamericanas, puedan ser calificadas de neoliberales en su posición y acción económica real. Las guerras actuales son una instrumento de intervención acción económica y política global formidable, sin dudas superior a los mercados o las políticas neoliberales. El mercado petrolero desde su génesis ha sido mas bien un oligopolio, cuyo funcionamiento hasta hoy es más cercano a un cartel que juega con las reglas de la geopolítica que a un “mercado libre”. Personas tan poco izquierdistas como George Soros (él mismo un magnate de la especulación) plantea que la “globalización capitalista es una grave amenaza para la democracia y el libre mercado”, por el poder ilimitado que adquiere la burbuja financiera, por sobre sociedades y regulaciones y en base a un crecimiento capitalista sin fundamento económico productivo. El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz (que fue funcionario del Banco Mundial) ha denunciado el rol arbitrario y de las instituciones globales hacia las economías del tercer mundo como instrumento para incrementar la primacía de las economías desarrolladas y la desigualdad de los términos de intercambio mundiales, para el control de la economía y sobretodo para posibilitar a las grandes empresas multinacionales expandirse “devorando” las economías y mercados locales y nacionales. Esto sólo indica que el neoliberalismo es parte de un proceso más complejo en la dinámica real de la economía y el poder capitalista actual, y su origen probablemente esté mas asociada a la estrategia de avasallamiento político, económico y cultural de la elite del poder mundial, es decir, a su ofensiva por salir de la crisis “pateando el tablero” keynesiano (pacto entre Capital y Trabajo), a que éste sea el carácter central del nuevo modo capitalista de producción, acumulación, y reproducción, como muchas veces se propone. Tal vez estemos entrando a un mundo posneoliberal. La relevancia de estos fenómenos radica en que actualmente está en discusión la verdadera configuración del capitalismo y sus principales tendencias de organización política, societal y económica. En ese marco es tema abierto si nos encontramos frente a un nuevo tipo de imperialismo unipolar, si se trata más bien de una situación de caos multipolar, o si emerge una nueva forma política de Imperio. Lo que es claro es que desde el pensamiento más consistente y avanzado nadie sostiene que se mantiene un viejo imperialismo nacional estructurado en torno a formas y sujetos clásicos de explotación y dominación, y más errado aún es insistir en que es un imperialismo fascista. Lo que indica que el capitalismo actual es

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muy distinto al del periodo histórico anterior, y que ha alterado en forma radical las formas de vida social, económica y política existente. Por nuestros principios y proyecto debiésemos estar abiertos a esa discusión, en forma crítica, pero no suscribiendo de buenas a primeras las viejas ideas dominantes en la izquierda sobre “el modelo”, “el sistema”, y otros conceptos de contenido difuso. Al fin de cuentas, nuestra crítica a la izquierda tradicional va más allá de una evaluación de su “desempeño”, sino que sospechamos que actúa tratando de cambiar un mundo que ya no existe, y sustituirlo por otro que tampoco existe ya. Por su parte, Chile está inserto en los circuitos transnacionales de producción y acumulación del capitalismo global, principalmente mediante la producción y exportación de bienes primarios y alimenticios lo que le significa una inserción plena pero muy desigual a los procesos de intercambio, y sobretodo de generación de valor. Siguiendo una tendencia global, el país ha experimentado la reducción de la clase obrera industrial y los empleados estatales, y el crecimiento significativo de empleados privados adscritos al sector servicios, y más importante, la proliferación de trabajadores calificados y profesionales que trabajan por cuenta propia, o lo hacen bajo formas flexibles y temporales de contratación. Por su parte, la economía y empleo informal participan en forma integrada en la economía. Así, las transformaciones económicas y políticas vividas en las últimas décadas tanto en chile como en el sistema mundial han desestructurado los sujetos sociales preexistentes y generado nuevas dinámicas de trabajo y empleo, información y socialización, alterando profundamente los modos de vida social y pensamiento de las mayorías. La pobreza se ha reducido en su dimensión estadística pero han surgido nuevas formas de pobreza, ya no asociadas a la marginalidad, sino al tipo de integración de que son objeto muchos grupos y sectores sociales. Una mayoría abrumadora de los pobres en Chile tiene tele, muchos están accediendo a viviendas sociales, una porción significativa y creciente de sus hijos accederá a la educación superior (muchos en instituciones privadas), acceden al consumo via crédito en grandes almacenes, pueden pagarse una consulta por Fonasa (aunque no acceder a medicamentos ni tratamientos avanzados), y si cotizan para la jubilación la mayoría lo hace en AFP’s. Más aún, la pobreza vía precarización, endeudamiento y vulnerabilidad sanitaria y de previsión social ha alcanzado grandes contingentes de las llamadas capas medias. La pobreza y la riqueza extremas se han polarizado, dejando entremedio un campo de sociedad pauperizada donde la movilidad social existe pero no es vertical sino longitudinal y oscila entre distintas formas de integración, todas ellas precarizadas. La dictadura de las fracciones más reaccionarias y luego su conciliación de clase con las franjas más liberales de la burguesía han posibilitado que el poder social se mantenga en sus “fuentes originarias”, el capital financiero y el gran empresariado, el aparto militar, los conglomerados de información. El Estado ha reducido sus medios y áreas de intervención, pero sigue, a grandes rasgos, al servicio de los intereses capitalistas. La democracia civil se basa en un sistema político acotado a dos grandes bloques “balanceados”, y el carácter de la política misma ha devenido en neo-oligárquica, por la preponderancia de los circuitos fácticos de la nueva elite post-pinochetista en la toma real de decisiones, la llamada “democracia antipopular”. Esta elite reproduce una distribución del ingreso vergonzosamente desigual, donde el 10% más rico “se lleva” la mitad del producto interno bruto y el 20% más pobre no rasguña el 4%. Otras capas y fracciones sociales lentamente se han venido configurando y posicionando sus intereses en la sociedad chilena. A mediados de los 90 obtienen reconocimiento social los sectores “aspiracionales” emergentes, nuevas capas medias bajas y medias altas cuya existencia económica y social se encontraba plenamente integrada a las pautas de trabajo precario y terciarizado, consumo masivo vía acceso a créditos comerciales, y

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pautas culturales asociadas a los medios de comunicación de masas y la tecnología. Se les atribuyó con buenas razones un alto individualismo, apoliticismo, arribismo, inseguridad social, e integración al Chile post dictatorial. Lo que fue quedando de las capas medias tradicionales, reducidas a empleados estatales y sectores del profesorado, se ha centró en organización y demandas corporativas, definidas por una lucha de resistencia en defensa de ciertos beneficios sociales, mientras se reducen como sector social y merma su influencia política. Durante el gobierno de Lagos este proceso se ha acelerado, por la continua “flexibilización” del trabajo que ha requerido el crecimiento de una economía orientada hacia la exportación de productos primarios, la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral (que es una vía directa de integración de los sectores mas pobres a la economía), el permanente crecimiento de las matriculas de la enseñanza superior (sobretodo vía educación privada), y el incremento significativo de la dinámica de consumo y endeudamiento comercial. No sólo nuevos contingentes emergieron a la vida económica y social con nuevas condiciones, sino que remanentes de la clase media y el sector de empleados y obreros calificados se han reconvertido hacia nuevas modalidades de trabajo y empleo (y sub-empleo). Si bien los nuevos sectores han mantenido su adhesión a pautas individualistas y capitalistas de integración, su diversificación social y la propia tensión que impone la forma de vida precaria impuesta por el “modelo” ha motivado la emergencia de nuevas sensibilidades en su seno. Estos nuevos grupos sociales no se expresan bajo una incorporación activa al sistema político formal (partidos, sindicatos, gremios), ni tampoco mediante explosiones anti-sistémicas, sino que pese a la persistencia de sus contradicciones y el influjo del conservadurismo religioso, han permeado el sentido común dominante con su desconfianza de la clase en el poder, la aspiración a una igualdad de oportunidades, y el deseo de horizontalidad social y respeto de las libertades individuales y sociales. Aunque probablemente ya no estén seguros de que “integrarse más” les de mayor movilidad social, tampoco aspiran a otro modelo, sino a mejorar su vida y reducir la precariedad. Expresan, en este momento, un “progresismo” volátil, apoyado en la mayor apertura a los códigos del mundo globalizado, orientación que puede derivar hacia nuevas modalidades de apatía o adhesiones a liderazgos populistas o neototalitarios. El principal desajuste de la política imperante pasa en buena medida hoy porque el sentido común de la población es más progresivo y solidario que el que las elites políticas expresan, pero al mismo tiempo que las mayorías les niegan a esas elites una adhesión activa se refugian en sus grupos sociales particulares, reproduciendo una forma pasiva de ciudadanía. De ahí que fenómenos como Lavín o Bachelet, siendo reales, duran lo que dura su novedad, pero hasta ahora no logran estructurarse como proyectos políticos de renovación de sus respectivos sectores. El proyecto capitalista impulsado por el régimen militar y sus artífices civiles goza de excelente salud, pero la bancarrota del pinochetismo ha marcado la baja del proyecto partidista de la derecha más reaccionaria, y nuevamente se reabre la disputa por la hegemonía del sector. Producto de ello la elite capitalista ha sabido resguardar su autonomía política de la derecha partidista, y orientado sus objetivos en torno a asegurar las condiciones de gobernabilidad y acumulación económica. La Concertación se ha visto sorpresivamente beneficiada de una situación por la cual no luchó, pero que la ha ayudado a sobrellevar por ahora el agotamiento de su proyecto histórico, y ha reavivado las aspiraciones de sus grupos de poder de seguir usufructuando del aparato estatal. Ello, gracias también a la emergencia de nuevas figuras mediáticas, que respaldadas por la ciudadanía parecen haber neutralizado el lavinismo. Eso no significa que haya saldado su crisis, sino que más bien, la han postergado a nuevas circunstancias. De todas formas, sigue siendo la derecha, y dentro de ésta la UDI, el sector mas

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políticamente regresivo y socialmente oligárquico, aunque una fracción de la Concertación se haya unido a ese selecto Club. El campo de la izquierda tradicional se ha visto momentáneamente fortalecido por su casi 10% en las últimas elecciones municipales, por la muerte de Gladys Marín y por las movilizaciones ciudadanas contra Bush. La debilidad política de las nuevas opciones, como Attac, Surda, y el carácter tradicional de Fuerza Social refuerzan la opción de izquierda bajo hegemonía del PC. Con todo, la reconfiguración de la escena política y del pacto de gobernabilidad fraguado a fines de los 80 no se ha detenido. Como hipótesis podríamos decir que la llamada transición ya terminó (si es que alguna vez existió). Ciertamente sobre la nueva etapa seguirán incidiendo situaciones originarias del golpe de estado y del fin de la dictadura, en la medida que fueron situaciones constituyentes de la política y los actores actuales, pero nadie plantea que fin de la transición sea igual a democracia plena, sino la normalización de una cancha política dominada por la burguesía. Será el arribo al poder de Bachelet, una figura marginal en el proceso de la transición la que marcará el fin de esa etapa, y la traslación de la lucha política de los poderosos hacia un nuevo eje: cómo gobernar cediendo en apariencia más espacios pero sin ceder poder. Es que la gobernabilidad dependerá de la capacidad del poder en velar la contradicción creciente y determinante entre mayorías y elite. Lo que más cuidarán es que ninguna corriente social significativa tenga expresión propia en la política formal. Una política no-electoral para la coyuntura Más allá de la articulación hacia izquierda y Concertación, es evidente que en nuestro proyecto estratégico estamos absolutamente solos. Por otra parte, esta coyuntura se ha vuelto un desafío importante, pues el marco político conspira contra nosotros, nos invita a ser sumados y actuar con la lógica de política tradicional. Para colmo, el sujeto social que le puede dar viabilidad a nuestro proyecto “no calza” con ninguno de los campos pre-establecidos. Tanto es gente que apoya honestamente a la Concertación, como gente valiosa que tiene un genuino compromiso de izquierda, como muchos que no se sienten convocados por la política imperante. Si nuestro vínculo con ellos se basa en la confianza, en la cooperación, en una sensibilidad común, la política existente nos obliga a dividirnos, segmentarnos, excluir. La política imperante nos presiona para que elijamos ya, pues “no se puede” estar con todos a la vez, y que elijamos de lo que hay, cuando hoy el sujeto que queremos articular, esa nueva mayoría potencial, no está definido principalmente por su opción electoral. Al parecer nuevamente nos tocará asistir una disputa electoral donde una mayoría social ejerce cierta incidencia pero sólo alcanza a bloquear al pinochetismo y la derecha “dura”, a favor de un gobierno de fracciones burguesas menos reaccionarias, y una izquierda persistente pero aislada que no encuentra ni proyecto ni medios de incidencia nacional real. Es probable que las mayorías sociales hasta ahora estén en mayor grado siendo convocadas a una participación política en torno a la adhesión y voto por Bachelet, sin poder alterar el proyecto dominante. La Concertación se ha mantenido exitosa desde el 88 en articular la alianza de clases dominantes, capturando y utilizando en forma subordinada el respaldo de capas medias y pobres para pactar mejores términos de conducción y cogobierno con las fracciones del poder oligárquico. Aunque la derecha ha pugnado por reconfigurar esa alianza y su posición en ella, capturando nuevos contingentes sociales, a grandes rasgos la alianza de clases dominante se mantiene (entendiendo sin embargo que las propias capas y fracciones sociales siguen transformándose y evolucionando políticamente y demandarán en algún momento mayores ajustes). La política de la clase dominante es evitar que esos ajustes impliquen algún riesgo a su control político.

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Lo cierto es que en el escenario nacional está instalada la disputa presidencial, y ello nos presiona a una definición de en el campo de qué candidatura estamos, y que política impulsamos. Nuestro debate sobre ello debe ser abierto, aspirar al convencimiento, y sobretodo saber escuchar. Nos toca enfrentar esta coyuntura en un momento crítico de nuestra organización, donde ya es imposible superar el estancamiento y los retrocesos simplemente siguiendo las prácticas y políticas anteriores, aunque algunas hayan sido “exitosas”, por lo que la forma de enfrentar esta situación marcará también los rumbos para los próximos años. Es toda una revisión del marco táctico y de nuestra propia estrategia la que se confunde con una opción coyuntural. Hemos llegado a este momento habiendo participado de gran parte de las luchas sociales y políticas de los años de “democracia”. Ganamos por nuestro propio desempeño un lugar en el mundo social organizado, la izquierda y el mundo progresista. También nos equivocamos y perdimos, y descubrimos que teníamos limitaciones. Para potenciar el carácter avanzado de nuestra propuesta, nacida rebelde a contracorriente del “fin de la historia”, hoy hace falta volver a “apropiarnos del presente”. Para hacer del Bicentenario un hito en el camino de una fuerza social transformadora que se apodera del futuro, debemos atrevernos a profundizar el camino de innovación y pensamiento crítico, ajustarnos a las condiciones sociales imperantes, y alcanzar así una mayor capacidad de incidencia política. Nos toca ahora retomar “la hebra” de una política revolucionaria para las actuales condiciones. En el área de las opciones electorales, dado que nuestra maniobra del Frente Amplio se sepultó con la caída de la candidatura de Lavanderos, nos queda la difícil tarea de evaluar una alianza con el campo de la candidatura del Podemos, Bachelet, alguna otra (¿Huilcamán?), o simplemente desechar un pacto nacional y omitirnos de cualquier candidatura. La evaluación de cual debe ser nuestra política, y desde qué campo es posible llevarla a cabo en mejor forma es la medida que orientará la alianza más adecuada. Lo primero que hay que resaltar es que nuestro desempeño en esta coyuntura no será medido en términos electorales. Lo que buscamos es desde donde impulsar una política propia, y nuestra acumulación no estará dada por si superamos el 5% con el Podemos, o logramos mayoría en primera vuelta con la Bachelet, y ni siquiera por contabilizar los blancos, nulos y no inscritos. Nuestra acumulación en esta coyuntura pasa principalmente por proyectar un perfil político, no solo ante el mundo político sino frente a la gente y en las localidades. O sea, lo que hagamos no constituye una política electoral, otra cosa es definir si debemos tener una. En ese sentido parece razonable asumir como política electoral que debemos prepararnos para participar con candidaturas propias en las elecciones municipales del 2008, en las parlamentarias del 2009, y en las presidenciales del ¿2010? Pero entonces en esta coyuntura a lo que más debemos aspirar no es a “poder protestar” con el voto, ni sumarnos al “voto útil”. En estricto rigor, ni siquiera estamos obligados a ir a votar. Dada nuestra limitada fuerza lo central es posicionar lo más posible una forma distinta de ver la política, el proyecto de una sociedad mejor, una generación de líderes políticos de nuevo tipo. Es hacernos visibles en esos términos para las mayorías más progresistas (en el sentido que aspiran a mejorar sus condiciones de vida y ciudadanía) y el activo político y social que siente la necesidad de una nueva política pero se ve constreñido a sumarse a más de lo mismo. No es efectivo que este año no se juegue nada para nosotros: por el contrario, está en disputa “en caliente” el carácter de la fuerza que queremos constituir, y en juego qué política orientará nuestro trabajo en los próximos años. Además la maniobra que hagamos no debe adquirir el status de política de alianzas para el periodo: estamos de constituir un nuevo sujeto político, abrir un nuevo campo, no podemos amarrarnos a cualquiera de las opciones establecidas, pues aspiramos a alterarlas. Enfrentar la coyuntura desde la perspectiva

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de con quien tengo que “contraer matrimonio” es equivocado, se trata más bien pensar en con quien “salgo hoy”. O sea, tener una política de alianzas selectiva y eficaz, que resguarde nuestra autonomía. Y en esa línea como se ha señalado otras veces nuestro arco de alianzas “políticas” en este periodo puede ir desde la Concertación hasta los sectores más “a la izquierda” del espectro político. En este periodo el destino de nuestra alternativa esta ligado a la posibilidad de una crisis de la Concertación como opción de mayorías y la recomposición del campo político de las clases y fracciones en el poder. No es un problema de si nos gusta o no la Concertación, es una hipótesis acerca de la viabilidad de incidir, y sobretodo aprovechar una eventual crisis política en algunos años más. Eso significa que tenemos que priorizar el trabajo de articulación hacia la disrupción de ese conglomerado, no tanto desde sus cúpulas como desde sus bases de apoyo. En segundo lugar, y esto es crucial, hay que avanzar en la constitución del bloque social, de la alianza de clases y fracciones sociales que contiene ya el embrión de una formación social y política distinta. O sea, la lucha central no pasa tanto por pedirle ni “quitarle” al Estado, sino más bien por ganar espacios e incidencia social, mediante formas de lucha, ideas, sensibilidades, liderazgos, y la articulación real entre sectores distintos pero que puedan compartir ciertos intereses políticos comunes. Ahí es fundamental ir identificando los sujetos y capas sociales “clave”, es decir, aquellos que pueden hacer más lazos sociales, los que pueden comunicar más ideas, los que pueden sostener más experiencias de transformación, en fin, los que sostienen históricamente la mezcla. A modo de hipótesis cabe decir que parece muy probable que si durante los 60 y 70 fueron los estudiantes quienes jugaron un rol de argamasa política-social muy importante, hoy mas bien producto de la tendencia global al trabajo inmaterial sean las diversas capas de profesionales y técnicos superiores las que puedan articular mejor el tejido social de la multitud. Y en tercer lugar tenemos que retomar una política fuerte hacia los convencidos, hacia la izquierda, retomar la ofensiva en una lucha ideológica fraternal pero incesante, pues la renovación de este campo, el crecimiento de un nuevo paradigma de transformación social y política es fundamental para articular el bloque social y el sujeto político que puede sostener los grandes cambios que Chile necesita y que los grupos de poder combatirán a toda costa. Sobre la candidatura de Bachelet es necesario comentar algunas cosas. Allí no hay solo “ciudadanos”, sino también una corriente de poder transversal, que desde los barones del PS hasta sectores empresariales, pasando por Expansiva y Lagos, aspira a utilizar a Bachelet para ganar posiciones, asegurar la gobernabilidad, y mantener su acumulación de influencia y capital. Es el poder establecido que acecha bajo la sombra de “lo nuevo”, asegurándose una garantía de continuidad en las principales políticas que los benefician. Marco Enríquez ha señalado que hasta ahora Bachelet es atractiva para la gente en tanto parece “menos de lo mismo”, sin ser realmente una política distinta. Si gobierna no parece tener mucho espacio de maniobra para una política profunda de avances democráticos y sociales, y parece estar bien amarrada al crecimiento económico y la reducción de la pobreza mediante focalización del gasto social. La paradoja es que aunque esas perspectivas de reforma no pasan por ahora de un “estilo” distinto, por despolitización o pragmatismo la gente cederá su voto por ese cambio mínimo. Parece evidente que ella no impulsará “un gobierno de izquierda”, sino más bien en muchos campos de continuidad, sobretodo en priorizar el crecimiento económico. Pero el problema real no es que promueva el crecimiento económico, sino que mantenga este crecimiento en torno a una economía de sobre explotación de los recursos naturales y del trabajo que refuerza la concentración del capital y la especulación financiera, y no por un crecimiento proveniente del fortalecimiento de las pymes, de una economía de pleno empleo, de la dinamización de la asociatividad y las redes en los

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circuitos de producción y consumo, del desarrollo un área mixta y de cooperativas, de la reinversión social y productiva de los excedentes y no su usurpación financiera, etc. Y que la prioridad de ese tipo de crecimiento está muy por delante de otras prioridades como la educación pública, la salud, la previsión, o la creación de nuevos conocimientos, es decir, no está orientado al desarrollo humano. Por el contrario, necesitamos un crecimiento económico sostenido sobre otras bases, y orientado a combatir las desigualdades e invertir en los cimientos de una nueva sociedad, explorando por ejemplo lo que hace ahora Venezuela con la utilidad del Petróleo. Tras Bachelet están desde grupos de poder a sectores progresistas y críticos del concertacionismo, y aunque tienen mucho más consistencia los primeros la candidatura ha sido recogida gracias al apoyo social que ve una esperanza de cambio. Pero el dato que hay que pensar, más allá incluso de nuestra opción electoral, es el hecho que Bachelet esté expresando una sensibilidad distinta en el país, un deseo de la gente de mejorar las condiciones de vida, y por ende, de obtener cambios. Decir que “no vale nada”, que es “puro marketing”, que “es lo mismo” es cerrar los ojos a las condiciones imperantes, y desechar elementos para crear una política de mayor incidencia. La adhesión social a Bachelet es por cierto mediática, en torno a “una imagen distinta de la política”, sin un proyecto real de transformación de la sociedad, pero discursivamente más participativa, igualitaria, de mayor acceso a oportunidades y mayor protección social, y convoca además de amplios contingentes pobres y de clase media a un mundo progresista y laico. Nos guste o no en este momento el fenómeno de mayor trascendencia política es la candidatura de Bachelet y no la unificación de la izquierda. Si no asumimos eso estamos saltando fuera de la cancha de la política. Es muy interesante que las contradicciones de su candidatura ya comiencen a asomar, en tanto tiene una manifiesta debilidad política, es decir, corre el serio riesgo de no lograr sostener con contenidos y formas la imagen que proyecta. A medida que avanza la carrera presidencial, la necesidad del aparato político de dirigir desde las sombras su candidatura va pesando cada vez más como una cadena que la ata al poder existente, a la política existente. Y tiende a anular poco a poco su fortaleza, que proviene por el contrario de una imagen ciudadana, autónoma, con algo de audacia. Cuanto más asesores de peso le pongan más la hundirán en el fango de la política, pero al mismo tiempo no tienen otra opción para sacarle el provecho político por la cual fue ungida. A fin de asegurase más y mejores cuotas de poder los poderosos exprimirán a Bachelet hasta desdibujar cualquier atisbo de novedad política, la moldearán para maximizar sus “ganancias políticas” al punto que borrarán cualquier potencial transformador que pudiese contener su candidatura, y a mediano plazo sólo quedará en sus adherentes (una vez más) una estela de frustración y apatía. Nuestra política no pasa en todo caso por esperar que ella pueda ser “ganada” para encabezar una alternativa. Curva peligrosa ¿Cual es entonces el problema que nos plantea su candidatura? Que de ningún modo podemos aislarnos del importante contingente social popular y progresista que la apoya, sino en gran medida también son a quien debemos hablarles, acercarlos, trabajarlos, politizarlos, pensando más allá de las elecciones mismas. Y es la principal razón por la cual no nos conviene adherir a la candidatura de la izquierda si ésta persiste en su perfil de protesta, centrado en las formas y discursos tradicionales de la izquierda y cuyo carácter ha devenido en un rechazo a la Concertación y la confrontación con sus adherentes. Nadie trata aquí de a cantar loas a la Concertación, pero un proyecto de transformación viable no puede conformarse con hacer política hacia el 5% del universo electoral, hacia los que “tienen la razón”, sino debe tratar de incidir en las mayorías

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sociales, y no rechazar de un plumazo “antineoliberal” el 50% que adhiere a Bachelet. Acercarse a Bachelet implica grandes riesgos: podemos ser absorbidos, orgánica o políticamente por la identidad actual concertacionista. Pero es precisamente la debilidad política y la amplitud de su adhesión lo que abre una ventana importante de oportunidades para nuestra acción hacia sus adherentes, en la medida que nosotros podemos encarnar frente a mucha gente más consistentemente algunos de los contenidos que plantea, haciéndolos nuestros y desarrollándolos en un sentido marcadamente contrapuesto a la política imperante. Podemos desviar la participación ciudadana, el sentido social de las políticas publicas, el combate a la desigualdad, del contenido mezquino y las propuestas mediocres e inocuas que se plantean, y expresar esas propuestas desde una corriente ciudadana antes que partidista. En todo caso nosotros no estamos en la Concertación; no hemos participamos tampoco de sus gobiernos, y nos oponemos públicamente a gran parte de sus políticas económicas y sociales. Eso además no es un secreto sino que lo hemos señalado muchas veces. Y es más, debiésemos hoy volver a señalarlo, con argumentos sólidos y comprensibles para la mayoría de la gente, incluso más aún si optáramos por un apoyo crítico a la candidatura de Bachelet. El sumarse en forma crítica a su candidatura sería una maniobra de alto riesgo, pero que apostaría a un salto político importante. Es totalmente válido discutir si es realmente nuestra mejor opción, pero desafortunadamente ésta ya ha sido a priori reiteradamente vetada, en base a invocaciones erróneamente principistas, lo cual sí representa una postura bastante reñida con nuestros principios. Se plantea que dado que nuestra identidad se define por ser “antineoliberales”, y dado que esos principios antineoliberales están “inscritos” en nuestro ADN debemos descartar automáticamente la posibilidad de algún tipo de alianza o confluencia con la candidatura de Bachelet (que sería genéticamente neoliberal). Hemos tratado de construir una identidad en torno a una proposición más constructiva de la rebeldía social y política, que al parecer ahora no concita suficiente adhesión, bueno, discutámoslo. Si en nuestro empeño principal, que es la búsqueda de la plenitud humana, la felicidad, y la liberación del ser humano de toda explotación e injusticia, hubiese que indicar a un antagonista histórico, sería al menos mejor señalar al capitalismo, y la conducción de la clase capitalista. Por otra parte es realmente dudoso que la identidad política principal de Bachelet sea “pro neoliberal”, ni es en todo caso ese el elemento clave que defina nuestra posición hacia su candidatura. ¿Qué lectura de la política es esa que no ve actores ni correlaciones de fuerza, sino esquemas y categorías? Es preocupante el rechazo visceral a esa posibilidad, y que se termine homogenizando en un mismo saco a Concertación y derecha, la dictadura y la democracia, pero además a todas las diferencias internas de ese espectro, que son fundamentales para entender y hacer la política. Llegamos a un punto donde ya se plantea que es lo mismo Marcelo Schilling que Aguiló, que no tenemos nada que hablar con Martner porque es irrelevante y al mismo tiempo porque es neoliberal. “Son todos lo mismo, son todos neoliberales”. Vaya, es aberrante sostener que José Yuraseck, Sergio Fernández o Joaquín Lavín puedan ser lo mismo que por ejemplo Carmen Hertz, José Aylwin, o Alejandro Navarro. Nadie postula que sean “izquierdistas” o algo parecido, pero ahora resulta que fuimos tocados también por un espíritu santo y acercarse y aliarse con gente es un pecado que queda fuera de nuestro campo de acción política, de un plumazo, y sólo se deja afuera al Podemos. No parece verdadero como se ha dicho que dentro de la Concertación no hay descontento y crítica, (no digamos de las cúpulas partidarias ni del aparato político principal) de muchos cuadros intermedios, técnicos, profesionales, artistas, y adherentes en general.

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Además, no parece tan obvio que el activo social sea mayoritariamente anti-Concertación, asumiendo que la Concertación no gobierna únicamente desde la coerción, sino que tiene una poderosa capacidad de convocatoria y movilización social, y de lazos con mundos sociales diversos (desde la cultura, The Clinic, redes de mujeres, incluso los avances hoy existentes de experiencias participativas en el gobierno local, aunque reducidas y deformadas, se están dando bajo alcaldes “progresistas” y no se dieron cuando el PC tuvo San Fernando, etc), obviamente no desde una practica que nos represente, pero debemos estar abiertos a trabajar con el activo social “sin apellidos”, y no reproducir allí los alineamientos de la política formal. Y en todo caso tenemos el derecho a sopesar nuestra propia conducta política y no aceptar automáticamente la preferencia de determinado activo social o eventualmente algún grupo de presión corporativo. Son variables, hay que analizarlas, y pueden ser determinantes, pero la lógica imperante hoy es visceral, excluyente, descalificadora: “con Bachelet ni cagando”, “si la apoyamos me salgo”, “no tenemos nada que hablar con los socialistas”, etc. Eso daña bastante la calidad del acuerdo político que está por tomarse, si una porción del movimiento, aunque importante, veta a priori la propuesta de otra. Además, sin que hayamos tomado aún una decisión, y pese a las quejas de algunos compañeros que reprochan que nos acerquemos “tanto” al PS, en la práctica estamos de hecho dentro del campo de la candidatura del Podemos, incluso ya opinando sobre la forma de elección del candidato. A mi juicio lo que nos queda por definir no es donde nos metemos, sino como salimos de esa encerrona (y si queremos salir de ahí). El apoyo crítico y condicionado a la candidatura de Bachelet me parece una opción muy atractiva. Si resulta inviable, lo que nos queda es asumir que en estas condiciones ninguna candidatura hoy puede realmente cobijar nuestro proyecto, en tanto parcializa al sujeto que lo sostiene, y por lo tanto hoy estamos por “contenidos y no candidatos”. Por eso nos omitimos de sumarnos a cualquier pacto electoral formal, y proclamamos que la nueva política hoy no pasa por un voto particular sino por ensanchar las formas de participación política imperante, por lo que nos disponemos a presionar desde nuestro movimiento y el mundo social que se impongan ciertos contenidos y demandas mayoritarias, como ejercicio de politización pedagógica. Trabajaremos contenidos, ideas y formas de hacer política distinta hacia la gente de cualquiera de las opciones, pero sin hacer alianzas o pactos electorales nacionales, privilegiando la articulación local, sectorial y circunstancial. Esta opción es distinta al rechazo total a las candidaturas y el boicot electoral. Así, el centro no está en “condenar” las candidaturas, sino enfatizar ciertos temas, ciertas propuestas, agitar e incluso exigir desde el movimiento social ciertos compromisos por parte del nuevo gobierno. Debemos ser libres de reunirnos con candidatos, adherentes, espacios sociales amplios, pero es incompatible participar de actos de proclamación donde nos confundamos entre adherentes u oponentes. Desde el punto de vista de nuestro referente, implicaría dirigir acciones de visibilización no para “funar” las candidaturas, sino contra injusticias flagrantes y grupos de poder recalcitrantes, como las compañías mineras, las ISAPRES y AFP’s, los bancos, los grandes grupos económicos, etc. Dentro de este diseño es viable entrar a una discusión programática y de “temas país” incluso con las candidaturas, pero sin entrar a sus comandos. Por cierto esta opción desecha el respaldo a cualquier lista parlamentaria única, aunque no a eventuales apoyos locales a candidaturas Podemos, PS, etc. Asumir esta opción requiere superar grandes dificultades, como la tremenda centralidad mediática que se le ha dado a las candidaturas, y que alimentan las expectativas de la gente en torno a las elecciones, por lo que soslayar el “dilema” electoral puede que no sea muy comprensible para la gente, y nos deje “abajo” del escenario, con buenas intenciones pero sin captar la atención de la gente. Otro riesgo es terminar en un “giro a lo social” basista, que sólo legitima nuestra intervención social y dicotomiza nuestra

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organización, su proyecto y su política de un lado y el movimiento social de otro. Es además una forma ingenua de mirar lo social, sin dar cuenta que está absolutamente penetrado por la política imperante, aunque en forma enmascarada, y es nuestro desafío también develar los proyectos y actores en su seno, y politizar la movimiento social sin esconder lo que somos. Sin duda es un equilibrio precario que hasta el momento no hemos logrado realizar, cayendo a veces en la suplantación de las organizaciones sociales, otras en su idealización, y otras en la agitación de nuestro referente como una política en si misma. De todos modos vale la pena tratar de establecer un camino de “autonomía” no aislacionista, desarrollando aún más nuestro rol articulador, en forma amplia y flexible, en tanto reitera que sobretodo por abajo tenemos que trabajar con todos, sin exclusiones. Para tomar esta opción “incómoda” debemos avanzar sustantivamente en movimentalizar la organización, no sólo en sus formas, sino en la concepción de militante y de acción política. La política de la organización tendría que hacerse mucho más general, simple, abierta a la diversidad de identidades, prácticas y discursos; en cierta medida el movimiento político sería una corriente de opinión en acción, transversal, y su unidad estaría definida en torno a una “causa” y en la coyuntura sobretodo en torno a metas generales. Su conducción del movimiento social pasaría por ganar allí instalación de contenidos, dirección general de la lucha, lecturas amplias del escenario, más que operar o maquinar cada paso del movimiento. Habría incluso que asumir la validez de que los militantes tengan plena libertad de adherir como individuos a cualquier opción electoral, en la medida que ello no contradiga la posición general del movimiento de trabajar en un arco más amplio que una candidatura determinada. Al fin de cuentas lo central es proyectar y defender algunos puntos básicos de nuestra propuesta en toda la amplitud social y electoral del sector que aspiramos a constituir políticamente. Si lo que nos une es una causa, la identidad de un proyecto, de una forma de hacer las cosas y ver el mundo, bien cabría en nuestro movimiento una mayor amplitud política, incluso a adherentes de partidos políticos. El militante del movimiento podría ser también un militante social con conciencia política, que un cuadro político que interviene en lo social. De todas formas, defender y promover la participación política de las mayorías con un contenido de igualación social es algo que cabe tanto en la candidatura de la izquierda, como en la de Bachelet, como entre quienes se abstienen. En este momento sigue siendo clave hablarle a los convencidos. A esa izquierda partidaria, organizada y “politizada” que tiene un importante anclaje social. Es parte de capas sociales explotadas, marginadas, participa en sus luchas y promueve su organización, aunque tengamos en ello diferencias. Cuestiona también el capitalismo y los poderosos, y enarbola una convocatoria para un mundo mejor. Es además incontables veces mayor, más fuerte, con más recursos que nosotros. Asumamos que somos también parte de la “familia” de la izquierda, talvez una frágil rama que deriva de un tronco histórico rico y diverso, cristiano, socialista, libertario, autonomista, etc. Pero porque somos herederos de su mejor savia nos sentimos con libertad para asumir que nuestra lealtad primaria es con las mayorías, los explotados, los de abajo, los pobres, y la herramienta principal que asumimos para cambiar las condiciones sociales es la política. ¿Es importante que le hablemos a la izquierda? Es muy importante. Pero no producto de un pacto que nos desdibuja y no nos aporta nada. ¿Vale la pena juntarse con esos sectores? Es imprescindible, pero es mucho mejor encontrarnos con ellos en la práctica, donde confluyamos y superando los encontrones del pasado, y no tras acuerdos cupulares de dudosa utilidad. Si en una movilización podemos confluir, excelente. Si en un sector podemos apoyarnos, bien. Si en una coyuntura salimos juntos a marchar contra Bush, perfecto. Si en una ciudad nos parece bueno apoyar a uno de sus candidatos, que sea reconocido, que tenga vocación de articulación social, adelante.

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Si podemos debatir públicamente con ellos, excelente. Si podemos instalar y referencializar contenidos propios hacia su campo debemos hacerlo, pero ¿es necesario sumarnos a ellos para eso? Para ser sincero en verdad nuestro principal problema con la izquierda no pasa por ésta: no es tanto que ésta sea aquí o allá. El problema de fondo es que nosotros no hemos logrado definir adecuadamente como es la izquierda del siglo XXI que queremos construir. No podemos culpar a la izquierda por no ser lo que nosotros queremos. Nuestra crítica pública a ésta debe derivar de la afirmación de una política, no en ponernos a negar la suya. Hoy resulta complejo participar plenamente de la convención de la izquierda, porque arriesgamos por un lado a sumirnos tras sus maniobras, pero también porque podemos terminar actuando como un obstáculo a su desarrollo, y ese en ningún caso es nuestro rol. Mas vale una relación limitada pero honesta que una lealtad de cartón. Sin duda sumarse a la política de “unidad de la izquierda” parece ofrecer a corto plazo más seguridad para la cohesión y sobrevivencia de mediano plazo de nuestra fuerza. La pregunta que debemos hacernos, y cuya respuesta hoy aún está difusa, es cuanto nos permite avanzar esa opción en expresar una alternativa, cuanta llegada a las mayorías nos permite sin desdibujar aspectos fundamentales. Y realmente es asombroso que se desahucie en forma tajante otras alternativas, sin que se indique con claridad las mejores oportunidades políticas que se nos abren con ésta. Que se declare que somos sectarios si no nos sumamos al Podemos, y no lo somos si rechazamos dialogar con los socialistas. Quienes sostienen esta opción deben contrarrestar el hecho que ésta nos limita al campo de quienes en su mayoría ya tienen una opción partidista tradicional (aunque de izquierda), receptivos muchas veces a repetir viejas consignas, y que en la practica agitan conflictos económicos hasta consumir la fuerza social para luego “representar” sus intereses como Partido, tienen un discurso plagado de demandas estatistas relativas a un capitalismo de bienestar corporativo, y cuya practica en esta coyuntura se destina a atraer al 5% del electorado por medio del “voto protesta”. O sectores agitacionistas, que aunque sean “constructores” su eje es el rechazo, la protesta, la expresión de un malestar como identidad, más que la construcción de una alternativa social y política. Optar por este camino nos encuadra dentro de un discurso y contenido preestablecido, y nos sitúa en un plan de trabajo y acumulación electoral, en torno a la construcción de la unidad de la izquierda, sin que tengamos siquiera candidatos, o que exista alguno con el suficiente perfil crítico como para expresar en alguna medida nuestra posición. Tal vez la mayor razón por la cual no sumarse a este campo parece estar prefigurándose en nuestra propia discusión: el discurso excluyente, principista, que termina por alejar de la izquierda a gente. El énfasis en su perfil antineoliberal se ha transformado en una identidad propia, que a medida que califica a todos los demás como neoliberales o colaboradores lleva directamente a aislarse de los contingentes sociales mayoritarios, que por ejemplo ven en Bachelet una esperanza y un perfil distinto y cuyo voto no es de protesta sino de expectativa. Es difícil entender cómo se analiza que hay una buena posibilidad que esa izquierda unida saque en las presidenciales incluso menos del 5% pero se mantenga inmutable la decisión de unidad como mejor opción. Es interesante el planteamiento de que “desde allí” le hablaremos a la gente, pero no está claro si “desde allí”, desde esa construcción de un proyecto común de izquierda, desde ese reconocimiento con “otros”, nos quede algo interesante que decirle a esa gente. ¿Sacar el mínimo denominador común entre la izquierda genera la política correcta? ¿No será que más allá de perfilar mejor nuestra política en la coyuntura lo que se quiere hacer es sumarnos a una táctica y una estrategia que se considera la correcta? Hasta ahora lo importante es que toda esa defensa de la opción de la izquierda refleja una tremenda inseguridad, de quienes somos, de qué queremos, de cómo nos verán, etc. Y ese es un indicador de que aspectos debemos corregir en el desarrollo del movimiento.

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Si queremos ser una izquierda nueva actuemos como tal. La izquierda que necesitamos no está para testimoniar ante la historia una “verdad”, para alegar a posteriori que al menos “la historia nos dio la razón”. Como se ha dicho la izquierda que hay que “reimaginar” es la que disputa la conducción de los procesos históricos, la que encabeza las luchas de la sociedad real, con todas sus contradicciones, no la que se refugia en su identidad para seguir existido. Mas encima bien cabe desconfiar de quienes se dedican a emitir “certificados” de anti-neoliberalismo, y que mientras fustigan los apoyos o alianzas, o incluso los diálogos políticos con algún “representante del modelo neoliberal”, negocian para sí con los grupos mas conservadores de la Concertación su ingreso al parlamento, para desde allí representarnos a todos los excluidos. Es absolutamente legitimo buscar una representación parlamentaria, pero se está haciendo en forma casi esquizofrénica. Por el contrario, nosotros debiésemos proponer públicamente y aprovechando nuestra llegada a todos estos sectores, un acuerdo electoral instrumental global entre el conjunto de la izquierda extraparlamentaria y la Concertación para las parlamentarias, como forma de romper la exclusión parlamentaria y reducir el poder de la derecha, pero en forma abierta, generosa y en torno a una política de ampliación democrática. Aunque ello sea poco viable sería muy saludable que nosotros lo propusiéramos pronto, como muestra de una lógica distinta. Con la Concertación tenemos diferencias muy profundas, ya que efectivamente tienen grandes responsabilidades en el desarrollo de un régimen regresivo políticamente e injusto socialmente. La Concertación juega en el campo del enemigo, pero sus adherentes y militantes no son necesariamente “enemigos”, como se trata ahora de plantear. Con la izquierda “extraparlamentaria” compartimos una postura crítica frente al capitalismo y el poder, pero tenemos diferencias “estratégicas y tácticas”: el eje del Podemos naturalmente ya se plantea como “la alternativa” y nosotros invitamos a formar una alternativa que no está construida aún, y si bien incorpora necesariamente a parte de la izquierda “extramuros” debe incorporar sectores que adhieren a la concertación y una franja de quienes no participan de la política establecida. Ellos proponen sumar un conglomerado amplio en torno a ellos y nosotros proponemos una convergencia a varias bandas. Ellos pretenden avanzar en la medida que otros se vayan sumando a su proyecto, nosotros proponemos avanzar trabajar desde ya con todos quienes nos interesan, sin condiciones ni exclusiones, sino en torno a políticas, ideas, situaciones. Eso no nos impide aliarnos con ellos, pero contrapone la opción de sumarnos a ellos a la continuidad de nuestro proyecto. Si realmente resulta vamos a decir lo mismo, proponer lo mismo, y desarrollar las mismas practicas, bueno, entonces “somos ellos”, y no cabe más que retornar al redil…. Lo que está en discusión no es si debemos tener una política hacia la izquierda, sino si ésta es la centralidad de la coyuntura, y que características debiese adquirir. La razón principal bajo la cual tiene sentido a mi juicio “hablarle” a la izquierda es atraer hacia nuestras posiciones parte significativa de quienes se sienten de izquierda, sobretodo quienes lo hacen por ausencia de caminos mejores. La renovación política ideológica de una parte de ese sector (hacia la actualización del paradigma revolucionario) es una de las condiciones de la articulación de un nuevo sujeto político en Chile, así que podemos encabezar una ofensiva de posicionamiento en el sector, impulsando un fuerte debate ideológico, y de atracción de sus simpatizantes hacia nuestras propuestas, pugnando por formas de acción política amplia. O sea, justamente mantener en alto nuestras propias banderas, seguir tratando de hablarle a las mayorías sin exclusiones, incrementar un perfil político no tradicional, una acción fuera de los márgenes de la política imperante. Desatar una batalla de ideas. Y por lo tanto, es todo lo contrario de diluir las diferencias y sumarnos al coro de los anti-neoliberales a que nos están convocando. ¿Están dispuestos a ello quienes dentro del movimiento defienden la

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opción de “la izquierda”, o es que ello sería sectario, divisionista? Sumarse a cualquier opción sin impulsar una disputa de hegemonía se parece bastante a capitular ante otros proyectos. No sólo estamos por la unidad de la izquierda, sino de toda la izquierda, y empezando ya. Estamos hablando de la corriente de izquierda real, no la de los títulos, sino la que realmente existe, un campo amplio y disparejo, de militantes partidistas y sociales, de fuerzas políticas constituidas y pequeños grupos y colectivos, y que va desde el anarquismo hasta el partido socialista, e incluye talvez hasta un par de viejos DC. Nuestra política hacia la izquierda es influir en ella, permearla de nuestras concepciones, atraerla a nuestras políticas, convencerla de nuestros contenidos, dirigirla hacia nuestros objetivos. En todo momento debemos tener esa actitud, en base al dialogo y el debate, pero sin concesiones. No vamos a esperar que asuman nuestra posición o que se sumen a nosotros para empezar a hablarles, ni aguardar a que suscriban algún voto de castidad frente a tal o cual otra fracción de izquierda para establecer alianzas donde sea viable: por el contrario, nos planteamos incidir ya, y sobretodo si están en otro campo, en otras posiciones. Incluso si pudiésemos meter contenidos en las candidaturas del Podemos y la Bachelet tanto mejor. Todo ello si lo hacemos explicita y públicamente desde nuestro movimiento, y no anónimamente. Y por eso lo que parece realmente crítico de la opción del Podemos, definitorio de no asumirla como propia, no es que le hablemos a los convencidos, o que esta tenga a nuestros ojos tal o cual “defecto”, sino que en esta situación tiende a aislarnos de los no-convencidos, raya una cancha de lo legítimo demasiado estrecha para nuestra política. ¿Nuestro rol es sumar el descontento o articular el deseo de una vida mejor? ¿Cómo hacemos confluir esos dos objetivos? Es verdad que la opción de “contenidos y no candidatos” es difícil de perfilar, en tanto nadie nos dará tribuna de buenas a primeras (como sí ocurre ahora con el podemos y podría ocurrir si optáramos por Bachelet), pero de ninguna manera debe confundirse con dilatar una decisión, ya que implica optar resueltamente y declaradamente desde ahora por no apoyar ninguna candidatura en particular, y defender esa identidad como no tradicional. Podemos trabajar hacia la izquierda una política de fortalecimiento organizativo y político de los frentes sociales, y de ampliar la conducción de la izquierda en las organizaciones sectoriales y gremiales. Podemos desarrollar algunas maniobras de visibilización planteándole contenidos a Moulián y Hirsch, sin adherir a sus candidaturas, y lo mismo con Bachelet, sin abandonar por ello nuestra critica a la concertación o a la vieja política de izquierda. No somos un pequeño partido político que aspira a cupos o cargos sino una fracción organizada de la ciudadanía que entra al campo de la política establecida a disputa contenidos y propuestas, ideas de país, proyectos y formas de hacer política, en forma inteligente y dirigida, y está para defender ante quien sea por que se cumpla las expectativas de una nueva política para las mayorías. Una fuerza audaz, apropiada de su política de mantener su independencia pero entrar al escenario, asumida en su perfil y lanzada a disputar conciencias y simpatías puede evaluar y eventualmente sacarle provecho al tiempo de campaña, en el cual el campo de apoyo a las candidaturas sea tal vez el sector más interesante para hacer trabajo político con miras a posicionar una fuerza nueva ante sectores mas amplios del país y tejer lazos con franjas concertacionistas críticas. Los sectores dominantes están encantados con que Bachelet exprese nociones que nadie en su candidatura aspira a impulsar, y acepta por ende sin temores su candidatura mientras el campo crítico está bien neutralizado o se ha marginado en una posición ideológica y de no incidencia, cuando eventualmente sería mas transgresor que todo ese campo critico, como invitado de piedra, se metiera a hacer realidad la promesa de cambio que Bachelet sugiere pero no encarna, lo cual no es “entrismo” en tanto no se plantea entrar ni al PS ni a la Concertación. La tarea que nos proponemos sigue siendo abrir un espacio para el avance de una fuerza distinta, con

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adhesión social a ideas y proyectos innovadores de participación e igualdad social, para constituir una fuerza social cuya incidencia cambie el carácter de la política. ¿Que forma organizativa debiese asumir nuestro movimiento en esta coyuntura? En la segunda parte trataré esta cuestión: por ahora basta señalar que en la forma más descentralizada posible hoy, es decir, con el mínimo de jerarquías y mucha flexibilidad; con una intervención que privilegia la transversalidad política, o sea, donde los militantes se organizan para incidir en todos los campos sociales que los cruzan, y no apenas desde “su” sector, y privilegiando la comunicación horizontal, el debate, y la iniciativa individual y colectiva. El centro de la vida militante debe ser la intervención misma, superando la tendencia a la compartimentación y especialización: la revista puede ser una gran herramienta de intervención hacia el mundo de la cultura, intelectuales, profesionales, etc; el mundo universitario puede dinamizar las relaciones con organizaciones barriales y juveniles, los trabajadores pueden potenciar la entrada hacia instituciones, profesionales, servicios públicos, etc). El movimiento político social es la suma de todo ello, y no sólo de los espacios de coordinación “interna”. En cuanto a los contenidos de fondo, lo que buscamos primero es lejos la participación política directa de las mayorías en la política, sin mediaciones (democracia directa y participativa), por sobre la inclusión de los partidos de izquierda en el sistema político (sistema electoral binominal). Como dice Chávez a su modo, “a los pobres hay que darles Poder”. El sistema binominal es una discriminación odiosa que debe terminar, pero no es la exclusión principal que combatimos, y las causas de la falta de incidencia de la izquierda no están sólo en el maquiavélico sistema electoral creado por Jaime Guzmán, sino que ella misma ha contribuido a ello con su lógica jerárquica y delegativa del Partido que impone al movimiento social, su practica de organizar las luchas económicas como grupos de presión que luego representa políticamente, su reificación del poder estatal, y la escasa renovación de su proyecto político. Nos toca agitar una concepción más libertaria, menos cerrada, con una lectura crítica del mundo actualizada (la cual debemos debatir). Es por tanto la hora de pulir las propuestas de la democracia participativa, de la expropiación social de las grandes utilidades, de la renovación generacional en todas las esferas de la vida nacional, de la redistribución participativa y asociativa de la producción. Articulando nociones para una nueva política democrática para Chile, del protagonismo de las identidades locales y regionales, de los pueblos originarios, de los niños y la mujer. La hora de una reforma a la seguridad social y la dignificación de la tercera edad. La hora de recuperar la renta de los recursos naturales partiendo por el cobre y nuestro mar, como sustento de un nuevo modelo de desarrollo económico centrado en el desarrollo humano y la conservación de la Tierra y el patrimonio natural y la Vida. La hora de un nuevo paradigma de salud pública, centrado en la prevención y la educación, la hora de una política activa de inserción en la globalización pero poniendo énfasis en la cooperación, el comercio justo, la soberanía de los pueblos y la igualdad de derechos de las mayorías humanas postergadas, partiendo por la unidad latinoamericana y de los pueblos del Sur. La hora de defender no un Estado más fuerte sino más sumiso a las mayorías. Seguir enumerando sería ocioso, lo importante es que hay que agitar nuestras banderas. Por fin, la maniobra que se ha defendido no pretende equipararse a los pasos de movimientos sociales y políticos en Argentina o Brasil, que desde fuerzas con importantes niveles de organización e incluso incidencia, apoyaron críticamente las candidaturas y gobiernos de Lula y Kirchner imponiendo o negociando aspectos concretos (reforma agraria, políticas de empleo, resistencia la FMI, etc.) que cuando no se cumplen gatillan la crítica y la oposición de dichas fuerzas. No es lo mismo por diversas razones, porque no hay movimiento social organizado aquí, porque la formación

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social y las disyuntivas económicas son distintas, etc. Y aquí no tenemos esperanza que se cumplan nuestras “demandas ciudadanas”; lo que haríamos es perfilar la “demanda democrática e igualitaria desde la sociedad civil”, y agitar y encabezar la política de promoción de la participación de las mayorías, visibilizando nuestro proyecto político y tensionando la relación con el campo concertacionista hasta una ruptura que nos favorezca. Aunque pese al “crecimiento”, el grueso de la población no está realmente satisfecha con su situación, esta insatisfacción o descontento difícilmente se expresará como mera protesta, sino que aún con el reducido poder político que representa un voto, las mayorías usen ese momentito de participación política para tratar de mejorar su situación, aún con recelos. Es muy probable que se equivoquen. La cuestión es si salimos a convencerlos en su terreno o los cuestionamos desde la vereda. Se ha “denunciado” el carácter oportunista de una maniobra así, de maximizar las articulaciones (que es simplemente una forma de jugar nuestro juego) oponiendo la política consecuente al oportunismo, cuando la política revolucionaria está teñida del sentido de la oportunidad. Incluso un Sr. Ulianov, pregonaba que en cierto modo el revolucionario debía ser un oportunista. Obviamente no se refería a “darse vuelta la chaqueta” o a privilegiar intereses personales y sectoriales, sino a poner por sobre todo los intereses de una política, cuanto sirve para incidir en las “masas”, para acercarse a ellas, hablarle directamente y disputarle la conducción a las capas dominantes. En su concepción de legitimidad tanto estaban las alianzas como los golpes de mano, tras una política que fortaleciera la posición política (del proletariado). El Sr. Ulianov incluso defendió (varias veces), y realizó (algunas veces), alianzas con sectores y países…enemigos. No era por ello “amarillo”. Y su relación con sus aliados no fue de incondicionalidad, por el contrario, los enfrentó todas las veces que estimó era necesario, y defendió la importancia de asignarle a cada política un marco de análisis, de teoría. Su pensamiento político es un ejemplo de la lucidez y audacia, del pragmatismo y la consecuencia a que deben aspirar los revolucionarios. Por supuesto eso no indica cual es nuestra mejor opción: esta elección es de nuestra exclusiva responsabilidad. Por: Martín Sanzana, Mayo de 2005, entonces miembro de la Coordinación Nacional del Movimiento Surda. El autor dejó hace años las filas de la Surda y no integra a

la fecha ningún grupo o partido político. Publicado con su autorización.