Monografía El arrepentimiento

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Monografía cristiana sobre el arrepentimiento bíblico

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INTRODUCCIÓN

Si bien son muchos los grupos cristianos que aceptan la Biblia como la

revelación específica de Dios al hombre, no todos la interpretan de la misma manera.

Esto se debe a que con el transcurrir del tiempo la doctrina cristiana ha ido

adquiriendo distintas formas de interpretación por parte de la teología. Es así que en

este trabajo monográfico, pretendemos tratar el tema: “Los elementos divino y

humano en el arrepentimiento”, debido a que este es un tema entre los muchos, que

ha recibido distintas formas de interpretación. Algunos enseñan que sólo el elemento

divino es ejercido en el arrepentimiento, mientras que otros refutan esta

interpretación y dicen que ambos elementos (el divino y humano) son necesarios.

Sobre todo lo que pudieran decirnos los libros de teología, nos basaremos en la

misma palabra de Dios como nuestra única guía infalible para comprender este tema.

Nuestro estudio ha sido delimitado a dos capítulos con el fin de tener una idea

clara en lo que respecta a la parte de Dios y la parte del hombre en el

arrepentimiento. Veremos la franqueza de Dios en el llamado universal al

arrepentimiento, un llamado que si bien es por su amor y misericordia, puede ser

visto como algo que Él exige de todos los hombres.

Asimismo estudiaremos la responsabilidad del hombre, como un agente activo,

no pasivo, en el arrepentimiento, ya que a pesar de haber caído en la depravación, no

se lo debe considerar una depravación total absoluta que anula todas sus capacidades

morales e intelectuales, si fuera así, sería algo injusto que Dios le demandara que

tome la decisión de arrepentirse, porque jamás podría hacerlo. Pero nosotros estamos

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convencidos que el hombre es quien forja el destino de su vida, debido al libre

albedrío con el que fue creado.

Estamos seguros de que esta investigación será de bendición a todos aquellos

que disponen su mente y su corazón para dejarse guiar por el Espíritu Santo, a

comprender aquellas grandes verdades de la palabra de Dios, verdades que al

conocerlas como Dios quiere que las conozcamos, nos harán verdaderamente libres.

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CAPÍTULO I

EL ELEMENTO DIVINO EN EL ARREPENTIMIENTO

Comenzamos este capítulo tratando en primer lugar el elemento divino, puesto

que es Dios el que da la iniciativa tanto en el llamado como en la ayuda al

arrepentimiento. Veremos que el arrepentimiento no es sólo la obra de Dios, ni sólo

la obra del hombre; ambos elementos son indispensables para que se lleve a cabo.

Wiley expresa lo siguiente: “El suponer que el arrepentimiento sea un acto humano

puramente, consumado por el ejercicio de las facultades del pecador, es ser

presuntuoso delante de Dios; pero si se le considera como la obra de Dios

simplemente, es caer en el descuido y en la desesperación” (1969:297).

Así vemos que el pecador, a pesar de tener algunas facultades para arrepentirse,

no podría lograrlo si no fuera por la ayuda misericordiosa de Dios.

El llamado de Dios al arrepentimiento

En el Antiguo Testamento el llamado al arrepentimiento era el mensaje central

de los profetas: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y

vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será

amplio en perdonar” (Is. 55:6). Este llamado al arrepentimiento implicaba el dejar los

ídolos y regresar al pacto histórico con Dios así como la renunciación del pecado

personal.

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En el Nuevo Testamento podemos ver que el llamado al arrepentimiento

comenzó con el ministerio de Juan el Bautista (Mt. 3:1-12). Luego también vemos

que el llamado al arrepentimiento continuó en el ministerio de Jesús (Mt. 4:17) y de

sus doce discípulos (Mr. 6:12). La comisión de Jesús después de su resurrección fue:

“y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas

las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lc. 24:47). Así también los últimos

ministerios del Nuevo Testamento: Pedro (Hch. 2:38), Pablo (Hch. 26:20).

Podemos decir que esos mismos llamados al arrepentimiento, son los llamados

que Dios hace hoy en día a los hombres a través de la predicación de su santa

palabra, ya que el amor de Dios sigue siendo el mismo de ayer, y su palabra lo dice:

“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es

paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos

procedan al arrepentimiento” (2P. 3:9).

El llamado es universal

“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora

manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch 17:30).

Dios no hace acepción de personas cuando se trata de llamar al

arrepentimiento. Es un llamado sincero dirigido a todo ser humano, no sólo a un

grupo selecto, como suele interpretarlo la doctrina calvinista, que dicen que ese

llamado es general, pero solo será efectivo en los escogidos. Purkiser, W.T. nos da

un alcance sobre esto:

“Puede ofrecerse el llamado del evangelio a todos los hombres, sin engaño, porque está dirigido a todos los hombres y, por la gracia preveniente de Dios es suficiente y eficaz. El concepto calvinista, que Dios ofrecería un llamado exterior a los no elegidos, y un llamado interior y efectivo a los elegidos solamente, es repugnante al espíritu del

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mensaje bíblico y lo que sabemos de Dios, por ejemplo en Juan. 3:16, Quien no hace acepción de personas (Hch. 10:34)” ( 1979:303).

Esta definición nos habla del llamado del llamado del evangelio, pero

podemos decir que el llamado al arrepentimiento es en sí un llamado al evangelio.

El llamado es por una necesidad

El llamado al arrepentimiento implica la presencia de una condición

pecaminosa en todos los hombres que son llamados. En primer lugar diríamos que

somos pecadores por naturaleza, a causa del pecado original: “Por tanto, como el

pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte

pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). Luego, a causa de

esta naturaleza pecaminosa, los hombres nacen con la tendencia a la maldad, y se

vuelven en pecadores voluntarios. Pero por sobre todo esto habrá algunas personas

que dirán que no son pecadores, sólo porque creen que no cometen malas acciones ni

hacen daño a alguien; pero ante este concepto equivocado Purkiser W.T. dice: “Los

hombres son llamados a arrepentirse no sólo de las cosas malas que hacen, sino

también de los malos pensamientos y propósitos pecaminosos y de todo lo que en

ellos los arrastra al mal’ ” (Edwin Lewis, citado Purkiser 1979.312). Además

consideremos este concepto que nos ofrece John MacArthur: “Las personas necesitan

arrepentirse de su pecado. Esto incluye pecados específicos en su vida, tales como la

mentira, la avaricia y la justicia propia, pero también necesitan arrepentirse de la

incredulidad en el Dios del evangelio” (2011:200). Arrepentirse de la incredulidad es

algo que muchos pasan por alto, pero creemos que es un pecado tan serio como

cualquier otro pecado, porque es una actitud que también ofende a Dios, y sólo a

Dios, porque todo pecado es una actitud de rebelión hacia Dios. Emery H. Bancroft

dice: “Todo pecado se comete contra Dios, contra Su naturaleza, Su voluntad, Su

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autoridad, Su ley, Su justicia, Su bondad; y el mal del pecado surge principalmente

del hecho de que se opone a Dios, y está fuera de armonía con su carácter”

(1986:323). Y es la misma palabra de Dios que nos muestra algunos hombres que

reconocieron que su pecado era más grave para con Dios que para con su prójimo.

Tenemos el caso del Rey David, que sus palabras de arrepentimiento fueron: “Contra

ti, contra ti solo he pecado…” (Sal. 51:4). También encontramos las palabras del hijo

pródigo: “…Padre, he pecado contra Dios y contra ti…” (Lc. 15:21(PDT)). Estas

evidencias son suficientes para que el hombre reconozca la necesidad de arrepentirse

de sus pecados.

Terminamos este punto mencionando las palabras del Señor Jesús en cuanto a

la necesidad del arrepentimiento: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al

arrepentimiento” (Lc. 5:32).

El llamado declara la importancia

El arrepentimiento es importante porque es el primer paso para recibir el

perdón de los pecados y ser salvos. “Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el

bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados” (Mr 1:4). Y como resultado de

ser perdonados de nuestros pecados, quedamos libres de toda condenación eterna: “si

no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc.13:3). Todo lo contrario a una

condenación, se nos permitirá entablar una comunión con Dios aún desde aquí de

esta tierra. John MacArthur nos comparte: “Las personas son llamadas en cada nivel

de su ser a arrepentirse de su negativa muy arraigada a reconocer y adorar al Dios

que creó a los humanos, con la esperanza de compartir la bendición insondable de la

comunión con Dios mediante la fe” (2011:202).

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La obra del espíritu santo en el arrepentimiento

El arrepentimiento depende de la ayuda del Espíritu Santo. Esta ayuda viene

como resultado de la gracia preveniente de Dios a todos los hombres.

Purkiser nos brinda una definición de la ayuda del Espíritu Santo:

“El despertamiento es un término que se usa en la teología para denotar la operación del Espíritu Santo por medio de la cual las mentes de los hombres son vivificadas a un sentimiento de su estado de perdición…La convicción es aquella operación del Espíritu que produce dentro de los hombres un sentido de culpabilidad y condenación por causa del pecado. A la idea de despertamiento se agrega la idea de la culpa personal” (Wiley-Culbertson, citado Purkiser 1994:310)

Vemos que la obra del Espíritu es de dar un despertamiento y una convicción al

pecador. Un despertamiento porque el hombre se encuentra muerto en sus delitos y

pecados, situación en la que tiene el entendimiento entenebrecido. La convicción será

efectiva cuando sus ojos cegados se abran y la ley de Dios cumpla su función, de

mostrarle cuan pecador es ante los ojos de Dios.

El Espíritu Santo hará sólo una invitación, no entrará en el corazón

imprudentemente y de una manera irresistible, puesto que la misma palabra de Dios

nos enseña que los hombres pueden resistir la obra del Espíritu Santo (Hch. 7:51). En

referencia a esto Purkiser-Taylor-Taylor nos dicen: “el arrepentimiento no es un

estado producido en el alma irresistiblemente. Los humanos que recibieron

arrepentimiento por parte de Dios pueden elegir no arrepentirse” (1989:444). La

doctrina calvinista hace del ser humano un elemento pasivo en el arrepentimiento,

porque dicen que el hombre tiene voluntad sólo para el pecado, mas no para lo

bueno. James Leo nos da un alcance del punto de vista calvinista:

“Que aquellos que son llamados por el evangelio obedezcan al llamado y sean convertidos, no debe atribuirse al propio ejercicio de la libre voluntad…; sino que ello debe atribuirse completamente a Dios, puesto que ha elegido a los suyos de la eternidad en Cristo, por lo tanto…Él les

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confiere fe y arrepentimiento, los rescata del poder de las tinieblas y los traslada al reino de su propio Hijo”( Sínodo de Dort, citado James Leo Garrett 2000:239).

Definitivamente decimos que no estamos de acuerdo con esta doctrina

calvinista, porque ha tergiversado la interpretación de la Palabra de Dios, y esto

podría llamarse como una herejía o una blasfemia para con Dios.

Luego de haber visto todo lo que el elemento divino hace en el arrepentimiento

del hombre, pasaremos al siguiente capítulo para desarrollar la respuesta humana a la

iniciativa de Dios.

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CAPÍTULO II

EL ELEMENTO HUMANO EN EL ARREPENTIMIENTO

“Habiendo el Espíritu hecho la oferta de la salvación a un pecador, éste debe

responder con su propia elección, ejercitando su propia voluntad, en aceptación o

rechazo” (Purkiser W.T. (Red.) 1979:308). Esta definición es muy clara en lo que

respecta a la responsabilidad del hombre en el arrepentimiento, mediante el ejercicio

de su libre albedrío.

Como vimos anteriormente, el Espíritu Santo no podrá actuar por encima de la

voluntad de la persona. Con esto no queremos decir que no tiene el poder para

hacerlo, en el sentido de llevarlo a cabo; claro que tiene el poder, porque Dios es

Omnipotente y Soberano, pero en este asunto la omnipotencia de Dios actuará de

acuerdo a su justicia y su santidad, y su soberanía se autolimitará para dejar que el

hombre actué por sí mismo, ya que por haber sido creado a la imagen y semejanza de

Dios, tiene intelecto y un cierto sentido de independencia personal.

A continuación veremos lo que significa el arrepentimiento genuino por parte

del hombre.

Significado del arrepentimiento

Resumimos el significado de arrepentimiento con una definición que nos

ofrece OrtonWiley:

“El arrepentimiento genuino incluye una convicción de que hemos pecado y de que somos culpables delante de Dios; incluye una contrición

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o un corazón “contrito y humillado” por causa del pecado; produce confesión del pecado; e implica reforma, una conversión del pecado hacia Dios y una actitud de dar frutos dignos de arrepentimiento”(1969:299).

De esto vemos que el arrepentimiento incluye a toda la personalidad del

hombre: mente, emociones y voluntad. Todos estos factores serán evidentes en un

verdadero arrepentimiento.

En cuanto a la mente

En primer lugar, es en la mente donde el hombre llega a darse cuenta de su

condición de pecador, y esto sucede luego de haber escuchado la Palabra de Dios y

haber recibido la iluminación del Espíritu Santo. John McArthur dice: “Esto ocurre

cuando la mente de la persona aprende acerca del pecado y se da cuenta de sus

maldades. Antes de que se pueda arrepentir del pecado, debe haber una comprensión

intelectual de la exigencia de Dios al arrepentimiento así como una comprensión

evidente del peso de la rebelión del pecado” (2011:207). Estamos de acuerdo con tal

definición, porque si las personas no comprenden sobre su condición de pecadores y

la exigencia de Dios al arrepentimiento, no sabrán que hay una necesidad urgente por

la que tienen que arrepentirse.

Es en la mente también, donde luego de que el hombre conoce su condición y

la exigencia de Dios, decide cambiar su manera de pensar en cuanto al pecado.

Emery H. Bancroft dice: “Es tener otra mente acerca de una cosa; es una revolución

de pensamientos en relación con nuestras opiniones y actitud” (1986:320). Esta

definición tiene un sustento en la palabra de Dios: “Respondiendo él, dijo: No

quiero; pero después, arrepentido, fue” (Mt. 21:29). Aquí vemos un cambio de

mente, de pensamiento, de propósito, o de punto de vista sobre cierto asunto. De esto

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vemos que es tener una mente sobre otra cosa. William Evans nos da un comentario

respecto a otro asunto relatado en la palabra de Dios:

“…cuando Pedro, en el día de Pentecostés, invitó a los judíos al arrepentimiento (Hch. 2:14-40), virtualmente les invitó a que cambiasen su mente y modo de pensar acerca de Cristo. Ellos habían pensado que Cristo era un mero hombre, un blasfemo, un impostor. Pero los acontecimientos de los días precedentes les habían demostrado que Cristo no era otro que el justo Hijo de Dios, Su Salvador y el Salvador del mundo. El resultado de su arrepentimiento o cambio de mente sería el recibir a Jesucristo como su Mesías tanto tiempo antes prometido” (1974:141).

Así concluimos este elemento en cuanto a la mente, considerando que

arrepentimiento es cambiar un pensamiento por otro.

En cuanto a las emociones

En las emociones se puede hacer referencia a un odio al pecado y una tristeza

santa por el pecado, Emery Bancroft dice: “El que se arrepiente odia los pecados por

los cuales se entristece, y es entristecido por los pecados que odia. El odio y el

pecado son recíprocos. En realidad, cada uno puede ser considerado, ya sea como la

causa o el efecto del otro; así de íntima es su relación” (J.M. Pendleton, citado

Bancroft 1986:267).

De seguro que si se trata de un verdadero arrepentimiento, la persona sentirá

estas dos emociones al mismo tiempo.

Tristeza por el pecado

En cuanto a la tristeza por el pecado, hay que tener en cuenta que es una

tristeza “según Dios” la que conduce al arrepentimiento, no otro tipo de tristeza que

el apóstol Pablo la llama “tristeza del mundo”, la que puede identificarse como un

temor al castigo o las consecuencias del pecado, o un remordimiento de la conciencia

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que hasta puede expresarse con lágrimas, pero el remordimiento de la conciencia no

es arrepentimiento. Judas sintió remordimiento de haber entregado a Jesús, pero no

hubo en él verdadero arrepentimiento, que le habría llevado a confesar su pecado a

Cristo, no a los sacerdotes a quienes lo había vendido.

En cuanto a la tristeza según Dios, Conner dice: “es una gracia del evangelio y

no simplemente un estado de la mente producido por el conocimiento de la ley, lo

cual trae un mensaje de condenación por el pecado, pero no un mensaje de salvación

del pecado” (1962:145). De esto entendemos que la tristeza “según Dios” es el

resultado de su gracia preveniente, que le muestra al pecador la violación que ha

hecho a la ley de Dios, y también la esperanza de la salvación.

Ahora veamos lo concerniente al odio al pecado.

Odio al pecado

Cuando el Espíritu abre la conciencia entenebrecida del pecador, éste se

acordará de todos los pecados que ha cometido, y los daños que se ha causado a él

mismo y a los demás, y esto lo llevará a aborrecer esos pecados, y deseará no

volverlos a cometer nunca más en su vida. Emery H. Bancroft nos da una referencia

en cuanto al odio al pecado:

“…el pecador arrepentido odia y los pecados de los cuales se arrepiente. Uso el singular y e plural con un propósito queriendo decir mediante el pecado, la depravación, la corrupción del ser, y mediante pecados, las verdaderas transgresiones incitadas por una naturaleza pecaminosa…el pecado no es realmente odiado, a menos que lo sea en todas sus formas; odiado en sus obras internas y en sus manifestaciones externas. El pecado es la cosa abominable que Dios odia, y es el objeto de odio del pecador arrepentido” (J.M. Pendleton, citado Bancroft 1986:321).

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La palabra de Dios sustenta la definición que acabamos de mencionar: “Los

que amáis a Jehová, aborreced el mal; Él guarda las almas de sus santos; De mano de

los impíos los libra” (Sal. 97:10).

En cuanto a la voluntad

No será suficiente la convicción de pecado, ni la tristeza santa por el pecado; el

punto decisivo para que llegue a consumarse el arrepentimiento será la decisión

voluntaria que ejerza el pecador.

Volvamos a tomar el ejemplo del hijo prodigo, quien dijo: “Me levantaré e iré

a mi padre…” (Lc. 15:18). Vemos que el hijo pródigo bien pudo haber seguido en la

condición en la que se encontraba, pero al final de todo él fue quien decidió tomar

otro rumbo en su vida.

Los frutos dignos de arrepentimiento

La palabra de Dios nos enseña la necesidad de frutos que demuestren que la

persona se ha arrepentido. Vemos esta demanda en la predicación de Juan el

Bautista: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento…Y la gente le preguntaba,

diciendo: Entonces, ¿qué haremos? y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas,

dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo.  Vinieron también unos

publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos?  Él les dijo: No

exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados,

diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni

calumniéis; y contentaos con vuestro salario” (Lc. 3:8-14).

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Juan el Bautista no les mandó que dejarán sus trabajos, sino que ahí mismo

tenían que demostrar que sus vidas han cambiado. A veces esto es lo que nos resulta

difícil, pero si no toma en cuenta este mandato, puede que no haya habido un

arrepentimiento sincero.

James MacDonald nos da una idea sobre manifestar frutos: “Si estás

arrepentido los demás podrán verlo en tu vida. Tus acciones manifestarán tu corazón.

El arrepentimiento es la raíz invisible y subterránea que finalmente producirá un

fruto en tu vida que les resultará evidente a todos; incluso a ti mismo” (2006:123).

Sólo las buenas obras darán evidencia que nuestro arrepentimiento ha sido genuino,

porque la Biblia también es clara en decirnos que “la fe sin obras es muerta (Stg.

2:14-26).

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CONCLUSIONES

1. En el primer capítulo hemos hablado sobre el elemento divino en el

arrepentimiento, y ahora sabemos que el arrepentimiento es iniciado por Dios, y

su palabra misma nos lo revela. Es el gran amor Dios que nos llama a través de

su palabra, es su bondad que nos guía a través de su Espíritu Santo. El

arrepentimiento es un don de Dios, pero en el sentido de que está abierto a todas

las personas, no sólo a un grupo escogido.

2. En el segundo capítulo hemos visto la total responsabilidad del hombre en

cuanto a la necesidad de arrepentimiento. Es el pecado que nos separa de un

Dios Santo, y por ello estamos separados de la gloria de Dios, ajenos a la vida

eterna, y a menos que nos arrepintamos de nuestros pecados, no gozaremos de la

vida eterna. Dios no se arrepentirá por el hombre, sólo le hará la oferta de la

salvación, es el hombre el que en última instancia aceptará o rechazará esta

invitación.

3. Por último, aunque en una manera concisa, hemos visto algo que hoy en día

muchos cristianos pasamos por alto, y es la demanda que Dios nos hace de

mostrar “Frutos dignos de arrepentimiento”. Ese mandato es tan exigente hoy en

día, como lo fue en los tiempos de Juan el Bautista.

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ANEXOS

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REFERENCIA DE LITERATURA CITADA

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BIBLIOGRAFÍA

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