Mo Víkingr

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1.ª edición: Diciembre de 2.016

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Copyright© R.Cherry 2016©Editorial LxL 2016www.editoriallxl.com direcció[email protected]:978-84-16609-61-1No se permite la reproducción total o parcial de estelibro, ni su incorporación a un sistema informático, ni sutransmisión en cualquier forma o por cualquier medio,sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, porgrabación, u otros métodos, sin el permiso previo y porescrito del editor. La infracción de los derechosmencionados puede ser constitutiva de delito contra lapropiedad intelectual (Art.270 y siguientes delCODIGO PENAL).Diríjase a CEDRO (Centro Español De DerechosReprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algúnfragmento de esta obra. Puede contactar con CEDROa través de la web www.conlicencia.com o porteléfono en el 917021970 / 932720447. Los personajes,eventos y sucesos que aparecen en esta obra sonficticios, cualquier semejanza con personas vivas odesaparecidas es pura coincidencia.Impreso en España – Printed in Spain Diseño cubierta

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– Alexia Jorques Maquetación – Rachel’s Design

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Sólo a ti, Mi Vikingo.

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Es la tercera vez que tengo que hacerunos agradecimientos y siempre escomplicado. Quieres darle las gracias amucha gente, a toda aquella que te apoyapero luego siempre te dejas a alguien,así que intentaré no olvidarme.

Antes de nada quiero darle lasgracias a una de las personas que máshan luchado a mi lado para que estelibro saliera a la luz, una mujer que seha convertido en mi hermana mayor, yque creyó en mí desde el primermomento. Gracias, churry, por ser mivikinga, por estar siempre conmigo ypor haber tirado de mí sin rendirte.

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GRACIAS. Te quiero, nena.También quiero agradecerle a mi

héroe que siga ahí a pesar de todo, a misCousins, mis titos, a mi yayi, a Bu ytodos aquellos que a pesar de no serfamilia de sangre siempre han estadoapoyándome como si lo fueran e inclusomás. También a mi nonne, y a mi bola,porque ellas nunca faltan, NUNCANUNCA. Han estado en todas mislocuras, sobre toda en esta. Os quiero,sin vosotras, nada. A mi amol, por suslocuras. También a mi jefi Merche, porhaber confiado ciegamente en mí, y a miMeme la brujilla.

Y por último pero no por ello menosimportante, MIL GRACIAS a todos mis

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lectores, sois absolutamentemaravillosos. Gracias por seguirapostando por mí y por mis libros.Gracias a mis lectoras cero mi CamilaTorres y mi Alicia Manzorro, chicas…Sois las mejores del mundo.

Sin más dilación os dejo disfrutar dela historia más especial que he escritohasta la fecha. No os olvidéis de sentir.

Pd: Ya me olvidaba... Este libro vapara todos aquellos que quisierontirarme por tierra, intentando romper unsueño, ya que creían que así serían másfelices. Pero lo que no sabían era quelas vikingas no nos rendimos.

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Parecía ser que el destino siempreestaba en las manos de las mujeres, yaque en muchas ocasiones, ellas mismasse ocupaban de tejer y destejer losentresijos del futuro…

Las Nornas1, diosas nórdicas deldestino y descendientes del giganteNarfí2, adjudicaban cada una, una etapatemporal hacia sus mortales. Urd3, una

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vieja anciana que siempre miraba haciaatrás, se encargaba del pasado.Verdandi4, era una bella joven quecontemplaba el presente, y por último,Skuld5, quién en ocasiones se veía comouna valkyrja6, mirando hacia el futuro.

Cuenta la leyenda, que en unprincipio solo existía el vacío. Nohabía océano que ocupara su vastoimperio, ni árbol que levantase susramas o hundiera sus raíces. Más alnorte en el abismo, se formó una regiónde nubes y sombras llamadasNiflheim7. En el sur, se formó la tierradel fuego, Muspellsheim8. Los doceríos de pura agua glacial quetrascurrían desde Niflheim7 hasta

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encontrarse con los correspondientesde Muspellsheim8 llevaban un amargoveneno y pronto se solidificaron.Cuando las heladas aguas del nortetocaron sus rígidos cuerposserpentinos, el abismo se llenó degélida escarcha.

Con el aire cálido que soplabadesde el sur, se empezó a derretir laescarcha y de las amorfas aguas surgióYmir9, un gigante de escarcha, elprimero de todos los seres vivientes.

Del hielo surgió una gran vacallamada Audumla10. E Ymir apagó sused en uno de los cuatro manantialesde leche que fluían de la criatura.Cada uno de estos seres primarios

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tuvieron hijos de forma asexual; Ymir9

a partir de su propio sudor y Audumla10

lamiendo el hielo. El matrimonio deBestla11, hija de Ymir9, con Bor12, nietode Audumla10, trajo a los tres dioses:Odín13, Vili14 y Vé15, quienes muypronto se volvieron en contra de laraza de los gigantes exterminándolos atodos menos a dos, que escaparon paraperpetuar la raza.

Al calmarse el caos y derretirse elhielo, los tres dioses sacaron el cuerpoinerte de Ymir9 fuera de las aguas ycrearon la Tierra, a la que llamaronMidgard16. De los huesos de Ymir9, secrearon las montañas y su sangre llenólos océanos. Su cuerpo se convirtió en

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tierra y sus cabellos en árboles. Con sucalavera, los dioses formaron labóveda del cielo, que atestaron debrillantes chispas de los fuegos deMuspellsheim8, formando las estrellasy los planetas.

Del suelo brotó Yggdrasil17, el granfreso, tenían poderosas ramas queseparaban los cielos de la tierra y cuyotronco constituía el eje del universo.Sus raíces se hincaron en lasprofundidades, más allá de lasmontañas y sus perennes hojasatrapaban las estrellas fugaces segúnpasaban.

Eran tres sus raíces. La primerallegaba hasta Nifheim7, tierra de

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sombras o infierno y tocaba la fuenteHvergelmir18 de donde manaban losdoce ríos de la región del Norte. Lasegunda, entraba en la tierra de losgigantes helados y bebía de la fuentede Mimir19, fuente de toda sabiduría.La tercera, se extendía por lo cielosdonde discurría la fuente de Urd3, lamás sabia y anciana de las Nornas, yellas, día a día cogían agua de lafuente de Urd3 y la vertían enYggdrasil17 para mantenerlofloreciente.

El hombre y la mujer fueron creadosa partir de los troncos de dos árbolesinertes. Odín13 les infundió la vida. Eldios Hoenir les dotó de alma y

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capacidad de juicio. Lodur20 les diocalor y belleza. El hombre fue llamadoAsk21 y la mujer Embla22, de los cualesdescendía la raza humana…

Y bajo el Yggdrasil17, el árbol delmundo, una Norna1, tejía… Cuanvalioso sería, que ni descansar sepermitió, mientras ella misma seasombraba de lo que le sucedería…

Decían que no temían a la muerte,que allá donde iban, les esperaba unreino lleno de hermosas valkyrjur23 querecogerían sus almas heroicas cuandomuriesen en la batalla, siendo llevadosal Valhalla24, el palacio dorado delAsgard25. Y de esa forma, Odín13, elDios padre, elegiría sus almas formando

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parte de su elenco de guerreros para elfin del mundo, el Ragnarök26… Y en elfin del ciclo de sus vidas, lucharían a sulado como almas guerreras, comoauténticos vikingos…

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Angy Skay

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Rygjafylki. Sur de Noruega, 876 d.CMe desperté sobresaltado, aún no

había amanecido y seguía siendo denoche.

Un calor sofocante, extraño en esaépoca hizo que abriera los ojosasustado. Apenas pude respirar, y me dicuenta que la hús1 estaba llena de humo,no quedaba aire que respirar.

—¡Madre! —grité al no verla porningún lado.

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Intenté ponerme en pie pero unaespantosa tos se apoderó de mí. Caí alsuelo mareado, y apoyado con las manosy los pies conseguí arrastrarme hastaque me topé con algo muy pesado. Lotoqué intentando apartarlo de mi caminohasta que empezó a moverse y emitió unleve quejido. No era un saco repleto depieles, era mi madre…

La saqué de nuestra hús1 a duraspenas, jadeaba incontrolablemente comosi estuviera cansada, sin fuerzas paranada y por lo que vi, no podía respirar,el aire era incapaz de llenar su pecho.

—Madre, responda —le roguézarandeándola—. Por los dioses…Madre, se lo suplico, conteste —el

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humo que había irrita mis ojos, hasta talpunto que ni siquiera era capaz de ver loque tenía a dos pasos de mí.

—Egil —me llamó sin aliento—,déjame aquí, hijo —no era capaz deseguir hablando, su pecho empezó amoverse con brusquedad— Freyja2,madre, acéptame en tu seno, deja que lasvalkyrjur3 acojan mi alma, y me llevenhasta el Valhalla4.

—Madre —conseguí decirle alborde del llanto.

—Los dioses así lo han querido —aseguró tosiendo—. Ellos velarán por ti.

Negué, no quería que así fuera, nopodía permitir que se la llevaran, jamáspodría vivir con su ausencia.

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La cojí en brazos, aparté todo lo quevi en medio y salí de la casa. Ande conella aún sujeta alejándome todo lo quepodía, la apoyé en el suelo intentandoque pudiera respirar algo mejor. Miréalrededor, buscando el culpable de todo,pero no pude ver nada. Me pasé lasmanos por los ojos intentando calmar elmalestar que tenía. Dos hombres corríanhacia la linde entre la pradera y elbosque, desapareciendo en la oscuridadde la noche y la frondosidad de losárboles. Desvié la mirada hacia otrolado, y en lo alto de la colina, no muylejos de donde nos encontramos, unhombre de cabeza rapada, subido a loalto de un caballo blanco con una gran

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mancha oscura sobre su vientre, nosobservaba. Algo hizo que me quedaracon esa imagen. Había sido él, él era elcausante de aquello.

Esa noche, mi madre perdió la vida yparte de mí murió con ella, sobre todo alver que ni mi padre ni ninguno de sushúskarls fueron capaces de llegar atiempo para salvarla.

Haustmánadr, finales del solsticio de verano.Año 886 d.C

Detuve el caballo junto a la orilladel río, notando cómo su corazón latíafrenético, respiraba agitadamente y supelaje se empapaba, estaba exhausto.Desmonté, dejé las pieles que meabrigaban en el suelo, me arrodilléfrente al agua para mojar mis manos y

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me las llevé a la boca intentando beberun poco. El brillante sol hacía acto depresencia, sus rayos atravesaban lasnubes calentándome levemente. Me metíen el río, desanudé la cuerda quesujetaba mi maltrecho chaleco, lo tirécerca de donde está el hestr5 y poco apoco fuí deshaciéndome de mi kirtle6.Estaba sucia, llena de tierra, barro ysangre, así que, lo hundí bajo el líquidodejando que se humedeciera. Mojé mipelo dejando que cayera sobre mishombros y mi pecho, limpiando losrestos que se habían secado.

Salí del fljótv7, me puse de nuevo latúnica y el resto de ropas las anudé a micaballo para volver a casa. Me subí en

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él de nuevo, le di un leve golpe para queempezara a moverse y caminara másrápido. Los brotes verdes de hierba sedejaban llevar por el aire que nosazotaba y envolvía. La aldea no estabamuy lejos, podía divisarla desde lamitad de la colina, no era muy grande, losuficiente como para vivir en paz e ircreciendo con el tiempo. Éramos algomás de cuarenta hombres y mujeres, susgardr8 eran algo más pequeñas que lasdel jarl9, nuestro líder, el konungr10 denuestras tierras, mi padre: ThorbranEinarrsson.

Llegué al camino centraldisminuyendo el paso que llevaba elequino, para no dañar a nadie que

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pudiese cruzarse en nuestro camino. Losguerreros, sus mujeres y los thraell11

estaban en el corazón de nuestro heimr12

ocupándose de sus pescas, huertos ytelas.

Cerca de este, alrededor del pozo, seencontraba la granja de Steit, la casa deHelga, la völva13 sagrada que hacía queestuviéramos más cerca de los dioses, lamujer más anciana y sabia de todo elreino. Personas de otras tierras venían aRygjafylki solo para verla. Tras esta,estaba la de Bror, nuestro volundr14, elartesano con mejores manos de todoNoregr, quien se ocupaba de forjar lasarmas que luego nos acompañaban ennuestra lucha, a su lado la de Atel, el

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frilaz15 que curtía las pieles que nosvestían, el guerrero más sanguinario detodos. Y junto a todo ello, el gran salón,donde nos reuníamos y alimentábamos.

—¡Egil! —Me gritó Göran desde elotro lado del camino.

Este era uno de los mejores hombresque había conocido jamás, aunque eratan testarudo como las cabras. Desdeque era pequeño, había sido él quien seocupó de cuidar de madre y de mí,tomando el lugar que le correspondía aThorbran.

—¿Dónde has estado, chico?—Necesitaba estar solo.—¡Todos tus hermanos han vuelto!

Deberías de haberlo hecho tú también

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junto a ellos.Göran tenía razón. Muchos habían

ido a la batalla pero jamás habíanvuelto, los dioses se los habían llevadoconsigo para que cuando llegara elRagnarök16, estuvieran preparados paraluchar a su lado. Tras el enfrentamientode la semana anterior en Hordaland,desaparecí unos días pero él, a pesar deque no debería temer nada, igualmenteacababa preocupándose esperandoansioso cada una de mis llegadas.Medio cojeando por una antigua heridamal curada, se acercó a mí molesto.

—Desmonta —me ordenó— ahoramismo. —Estaba más enfadado de loque creía— Egil Thorbransson, eres un

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inconsciente —agarró las riendas delcaballo y cuando toqué suelo me dio unfuerte golpe en el cuello que hizo quecayera hacia adelante.

Apreté la mandíbula, y le miré conrabia pero me lo merecía. En esemomento se quedó petrificado sin decirnada, con la vista fija en alguien que seaproximaba a mis espaldas. Una manodesconocida se posó sobre mi hombro, alo que extrañado me giré y me encontrécon Gala, la hermosa hija del hersir17.La skjaldmö18 que aun teniendoapariencia delicada, era una de lasmujeres más crueles que existían en losnueve reinos.

—Vaya, mira quien tenemos aquí —

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dije despectivamente mientras la mirabade arriba abajo y alzaba levemente ellabio a modo de sonrisa.

—Eso de ir a luchar junto al resto hahecho que te vuelvas un grosero.

—No me vengas con sandecesmuchacha —di media vuelta y volví adirigirme a Göran—. ¿Has visto apadre?

El hombre permaneció observando ala joven de cabellos rojizos, los cualesllevaba trenzados y anudados a la partetrasera de la cabeza dejando el restolibre.

—No, pero supongo que estará conel hersir, es tarde, y tus hermanos ya sehan reunido.

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—Y tú… —dije girándome haciaella—. ¿Sabes algo?

Cerró los ojos durante unos instantesy al abrirlos hizo una mueca algomolesta. Soltó un bufido, se giró sobresus pies y se encaminó hacia la sendaque llevaba al resto de cabañas, las queestaban algo alejadas del resto. Con unmovimiento de cabeza me despedí deGöran, me subí al hestr y perseguí aGala.

—No me has respondido.—No tengo por qué hacerlo —

contestó escueta.—No importa —sentencié.Di una vuelta a su alrededor, le guiñé

un ojo e hice que el caballo empezara a

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trotar yendo cada vez más deprisa,haciendo que las piedras del caminosalieran despedidas bajo sus pezuñasmarcando la tierra.

Me detuve frente a la gran gardr enla que se suponía que debía vivir,aquella que habita padre. Era la másgrande de todas, podría vivir una familiaentera con más de cinco hijos, en ellapodías tener lo que quisieras, cosas quepocos podían llegar a imaginar. Pero apesar de eso, me negué a estar bajo elmismo techo del hombre que no estuvocon su familia cuando más lo necesitaba,no estaría con aquel que dejó que losdioses se llevaran a madre.

Dejé a Espíritu en la entrada, su

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pelaje como la tierra relucía y caía porencima de su morro y lomo, era oscurocomo la tierra húmeda de invierno. Le diun par de golpes sobre su fuerte cuello ylo acaricié.

Abrí la puerta, y vi a padre junto aHammer y Jokull, dos de los hombresmás importantes de nuestra heimr. Losdos hermanos se ganaron su puesto comohersirs, aunque uno de ellos gozaba demás reconocimiento, Hammer, el mayor,el padre de Gala. La mano derecha dellíder, había dejado que una frondosabarba rojiza se apoderase de la piel desu rostro igual que su cabello el cuálllevaba trenzado. Me observó duranteunos largos segundos, sus ojos verdes

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hacían que por un momento titubease,era tan grande y feroz que parecía ungran oso de los que vivían en nuestrastierras. Jokull también posó su miradaen mí receloso, siempre se había sentidoasí. Sonrió malicioso haciendo que lacicatriz que le cruzaba el rostro seestirase.

—¡Sonr19! —Padre se puso en pie yse aproximó a la entrada con los brazosalzados dispuesto a abrazarme.

—Padre.—Me dijeron que no habías vuelto

junto a nuestros guerreros, fui a ver aGöran, tampoco sabía nada de ti peropor fin estás aquí de nuevo, me teníaspreocupado —exageró.

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—Necesitaba estar solo, no tengopor qué avisar a nadie.

Volvió a sentarse y me hizo un gestopara que ocupase un lugar junto al bancoen el que se encontraban uno de loshersir. Hice caso omiso y me quedé depie.

—Thorbran, deberías controlarmejor a este hijo que tienes —dijoJokull con su rasgada voz.

Le miré con desdén y gruñí a la vezque le enseñaba los dientes como sifuera un animal, en un intento extrañopor intimidarlo, cosa que no sirvió demucho ya que él era peor que cualquierbestia. Padre clavaba sus ojos en los deél y lo miraba con fiereza, era el único

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capaz de hacer que cualquiera sedoblegase con una sola mirada.

—No tienes por qué inmiscuirte ennuestros asuntos, ¿entendido?

—Sí, Jarl —respondió entre dientes.—Me marcho.Salí de la gardr, tomé las riendas de

Espíritu y bajé andando hacia micabaña.

Recordé que cuando no era más queun niño, estuvimos en varios sitios,lugares lejanos a los que no quisieravolver. Toda mi familia murió, entreellos mi afi20 Einarr, quién perdió lavida a manos del antiguo Jarl de unpoblado a varias jornadas de aquí. A losnueve años llegamos a Rygjafylki. Nos

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establecimos en la que ahora es migardr, pero algo ocurrió. Las gentes queaquí vivían temían, estaban amenazadospor su líder, un sanguinario y egoístaJarl llamado Eírik Hjálmarrsson. Habíasembrado el pánico, controlaba todo loque ocurría en nuestros caminos, hastaque se enfrentó a padre, nunca nadiehabía osado plantarle cara hasta que éllo hizo. Retó al Jarl a un holmgang 21,algo realmente importante. Aquello fueuna bendición de los dioses, llegarRygjafylki fue un regalo, una liberación,algo que los dioses nos habían dado yque debíamos agradecer. Padre acabócon Eírik, y con todos aquellos quequisieron impedírselo, ganándose así el

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respeto de todos los que vivían, yvivieron en nuestro heimr.

Alcé la vista la cual tenía fija en elsuelo y al final del camino pude divisarel enorme cuerpo de Gull, uno de losmejores guerreros que teníamos aunqueno era solo eso, desde que lleguéhabíamos sido como hermanos, siemprejuntos. Cuando me acerqué a donde seencontraba, me dio uno de sus abrazosde los que te aplastaban hasta el alma.

—¡Bróðir 22! Estás bien, gracias alos dioses…

—Sí, parece que todo el mundoestaba pendiente de si no había salidovivo de esa batalla… Los dioses aún nome quieren en el Valhalla, hermano.

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—Eh, es lo que pasa cuando eresEgil, hijo de Thorbran, quien noaparece, tal vez si fuera otro nadie sehubiera percatado.

—No lo merezco.—¿A dónde vas? —preguntó

distrayéndome.—Estoy cansado, voy a llevar a

Espíritu a mi gardr.—Entendido, nos vemos más tarde.Asentí, me dio una palmada en el

hombro y me marché siguiendo micamino.

****

Varios golpes en la puerta medespertaron, no pude moverme, era

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consciente de todo lo que ocurría peromi cuerpo no reaccionaba a nada. Elaire volvía a escaparse de mis pulmonesigual que lo hizo aquella noche.

Apenas podía ver aunque la luz delfuego iluminaba toda la casa, intentégritar pero ningún sonido salía de migarganta, necesitaba levantarme y salir,era como si estuviera atado al jergón. Sino escapaba pronto acabaría muriendo.Los pies me pesaban como si sehubieran vuelto de hierro, me costabamoverme, tanto que acabaría exhausto enun desesperado intento de llegar a lapuerta. Grité de nuevo, o eso intentéhacer.

El fuego se había extendido por gran

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parte de la gardr y no tardaría enalcanzar el montón de pieles que haríaque todo ardiera con mucha más fuerza.

—¡Maldición! —Gruñí.Gracias a los dioses mi voz volvió.—Hans…—Conseguí decir llamando al

thraell.El humo empezó a hacer estragos en

mí, igual que lo hizo la noche en la quela perdí. La puerta se abrió repleta dellamas y tras esta apareció madre, con lacara magullada, manchada de barro ysangre, sin poder detener las lágrimasque descendían por sus mejillas.

—Madre… —murmuré perplejo—.¿Qué hace aquí? —Empecé a toser sin

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control.—Mi niño… Has crecido mucho,

has sabido cuidarte… —dijo apenada.Asentí sin entender nada de lo que

estaba ocurriendo.—Egil, hijo, debes alertar a tu padre.

No tardarán, será antes el solsticio deverano durante el Einmandr, no debesdejar que ataquen Rygjafylki, alguienmorirá —posó una de sus manos sobresu pecho y suspiró—. Sé que estásdolido pero no fue culpa suya, losdioses así lo quisieron y me acogieronen su seno, debes de hacer lo correcto.

Noté como mis mejillas sehumedecían al igual que lo hacían lassuyas, no pude evitar que las lágrimas

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empaparan mi rostro. Hacía tanto que nola veía, anhelaba tanto sus abrazos, suscaricias. Un enorme vacío ocupó elremordimiento, el dolor, el miedo a quealgo pudiera ocurrirme. El pesar dehaberla perdido había estado en mítodos y cada uno de los días de mi viday lo seguiría estando.

—Lo haré, madre —le aseguré.—Sé que lo harás, mi pequeño,

créeme que me quedo tranquila viendoen qué te has convertido, eres un granhombre y puedo asegurarte que tendrásuna mujer a tu altura junto a ti, perodebes ser cauto con ella. —Dio variospasos hacia mí y peinó mi pelo con susdedos, puede notar su presencia pero no

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conseguí tocarla—. No te culpes por mimuerte Egil, las nornas así lo teníantejido en su telar.

Un doloroso llanto se escapó de lomás profundo de mí ser desgarrando migarganta, desatando todo aquello quehabía estado guardando durante todo eltiempo. Caí de rodillas al suelo y metapé el rostro con las manosescondiéndome de todo. Noté su manosobre mi cabeza acariciándome,intentando calmar ese dolor que me ibaconsumiendo poco a poco como lasbrasas del fuego. Alcé la mirada yentonces desapareció de donde seencontraba, se agachó a mi lado, posóuna de sus manos sobre mi hombro y

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besó mi mejilla, pude notar el calor desu dulce alma, el amor que había en ella.

—Madre… No se marche —lesuplicó el niño que la perdió años atrás.

—Te echo de menos mi niño, perosiempre estaré junto a ti —dijo a la vezque pasaba su mano sobre mi corazón—.Lo harás bien, estás hecho para ayudar atu gente, serás un buen líder.

Después de eso, todo se desvaneció,no quedó nada, ni humo, ni fuego, todose fue con ella. Puse la mano en elmismo lugar en el que la había tenidoella, recordando su gesto y sus palabras.

Me puse en pie, cogí las pieles queme cubrían esa mañana y las sujeté conun broche. Me calcé mis desgastadas

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botas y salí de la casa, tenía que llegarlo antes posible y alertar a padre, por loque desaté a Espíritu y subí a él.

¿Me creería? Las dudas asaltaban mimente pero ya estaba de camino hacia lagardr de padre, ahora no podía darmedia vuelta, debía hacerlo por ella.Llegué rápidamente, desmonté y sinimportarme nada, lo dejé ahí. Di variaszancadas con las que subí hasta la casa yabrí la puerta de un golpe. Una de lasthraell me recibió, tenía los cabellosnegros y por alguna extraña razón, no medaba buena espina, nunca antes la habíavisto por allí.

—Déjame pasar —dije mientras laapartaba hacia un lado. No veía a padre

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por ningún sitio, así que, enfurecido laagarré del cuello y la sostuve contra lapared.

—¡Maldita thraell, dime dónde está!—¿Qué es lo que quieres, sonr? —

preguntó tras mi espalda.La dejé caer y me giré hacia él.—Deberías avergonzarte —gruñí, y

tras eso lancé un gargajo al suelo—.Hacerle esto a madre…

—No la nombres —dijo enfadado.—Eres té quién ha mancillado la

pureza de su nombre y su hogar —meencaré a él, no le tenía miedo.

—¿Qué es lo que quieres? —Repitió.

Enfadado le conté lo que madre

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había venido a decirme, su carareflejaba el terror que su alma sentía,aunque también, el dolor y anhelo.

—¿Cómo? —preguntó sin acabar deentenderlo.

—Madre nos previene, sabe quealgo va a ocurrir.

Acto seguido, sin querer ver lo queestaba ocurriendo en la casa, cerré lapuerta dando un buen golpe y memarché.

****

Algo me sacó de mi profundo sueño;gritos, golpes y diversos ruidos hicieronque acabase por despertarme. No memoví del lecho hasta que Jokull irrumpió

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en la estancia.—¡Arriba! —dijo a la vez que me

agarraba del pie y me tiraba al suelo—.Arrópate y sal. —Me ordenó a la vezque se marchaba.

Cerró los ojos y me miró de arribaabajo lo que hizo que me diera cuentaque tan solo conservaba los pantalones,¿en qué momento me había deshecho demis ropajes? Bostecé y me sentédejando que mis pies tocaran la fríamadera. Me puse las botas, el kirtle,anudé el cinturón que la sujetaba a micuerpo y me eché las pieles. Cogí unacinta de cuero y me la coloqué en lacabeza de manera que sujetara micabello. Me limpié la cara con un poco

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de agua y también el pelo. El vello seiba haciendo notar en mi rostro cada vezmás, no quería dejar que este creciera,tendría que deshacerme de él o al finalacabaría por parecer Thorbran oHammer.

Salí de la gardr, los rayos del solque se colaban entre las nubes medeslumbraron, por lo que entorné losojos. Parecía que había dormido durantetoda la noche sin enterarme de nada, nisiquiera cuando seguramente vino Gull abuscarme.

—¿Qué pasa, esos ojos de plata note dejan ver? —preguntó la muchacha decabellos rojizos no muy lejos de mientrada. Me fijé en ella, llevaba el pelo

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recogido, algo extraño en una mujer sinemparejar, ya que solían llevarlo suelto.Había dejado algunos mechones sin atar,para que le adornaran el rostro pero loque no sabía es que no necesitaba nadapara ser la mujer más bella de todoRygjafylki.

—Qué graciosa eres.—Sí, lo sé —contestó irónica.—¿Sabes dónde demonios está mi

hestr? —pregunté molesto.—Puede ser —respondió dando

vueltas a mi alrededor, acechándomecomo lo haría un úlfr23 vigilando a supresa.

—No estoy para juegos, niña.Clavó sus verdosos ojos en los míos

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y me sacó la lengua provocándome, y loúnico que consiguió fue perder eltiempo, algo que yo no haría.

—Preguntaré a alguien que no seastú —espeté con desdén.

Gull no tardó en aparecer y junto a éliba Svartt, su hermoso corcel negro,supuse que habrían ido a dar una vueltacerca del arroyo.

—Jokull se ha llevado a Espíritu trassalir de tu cabaña, eso es lo que me hancontado, hermano —dijo a la vez que metendía la mano—. Sube.

Hicimos fuerza los dos y subí a sucaballo. Me agarré a la tela que habíabajo nuestros cuerpos hasta que elanimal empezó a trotar. No muy lejos de

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allí nos encontramos a Jokull, llegamosa su altura cortándole el paso para queasí no pudiera avanzar.

—¿A dónde te crees que te diriges?—No oses hablarme así —gruñó—.

El Jarl me ha mandado recogerlo.No entendí qué es lo que pretendía

padre, pero no iba a quedar así.—Gull, ve a hacer lo que tengas

pendiente.—Puedo llevarte.—No es necesario —dije tajante.Bajé del animal, empecé a andar

intentando ir más rápido de lo que puedeir Jokull con Espíritu, tenía que llegarantes. Padre esperaba mi llegadasentado en las escaleras de su gardr. Me

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observaba pensativo pero no decía nadahasta que no llegué a su altura.

—Veo que ya te has dado cuenta deque te has quedado sin Espíritu.

—Hví24? —pregunté sorprendido—.Espíritu es mío, siempre lo ha sido ysiempre lo será, ¡no tienes derechoalguno a venir y robármelo cuando se teantoje!

—No importa cómo puedes ver. Demomento te prepararás junto al restopara el asalto del cual tú mismo meadvertiste, creo que podemos prescindirde algunos hombres durante unassemanas. Eres mi hijo, sé lo que harás sino te lo quito.

Le hice una reverencia con una

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sonrisa maliciosa en los labios. Cuandome alcé de nuevo, di media vuelta yempecé a caminar.

—Está en tus manos, mi Jarl —aseguré con sorna.

—Sabes de lo que soy capaz —dijoamenazante.

—Y tú de lo que puedo hacer yo.No dijo nada más, así que, acabé por

marcharme. No estaba de acuerdo con loque había hecho, pero sería mejoracatarlo y no empeorar la situación porel momento.

—Ve hacia el vangr25, te estánesperando.

El prado no estaba muy lejos o porlo menos no lo estaría si hubiera ido a

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caballo, pero como eso no podía ser, fuiandando. Alcé la vista para ver quetenía delante. Gull no se había marchadocomo le había pedido, sino que me habíaseguido hasta la casa de padre, me lanzóuna sonrisa socarrona intentandocompadecerme y volvió a tenderme lamano para que pudiera subir a Svartt.No dijo nada, una sola mirada suyabastaba para decirlo todo.

Con urgencia, zarandeó las riendasdel animal, haciendo que fuera másrápido. Allí nos esperaban todos conHammer a la cabeza, quien nos mirabadesafiante. Hacía tiempo que no seorganizaba algo así.

—Desmontad, y colocaos con el

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resto —nos ordenó.Hicimos lo que nos dijo, nos

colocamos junto al resto. El hermosocabello de Gala brillaba al final de lahilera de guerreros, ¿qué hacía ella allí?Asombrado me acerqué y me agazapéjunto a algunos de ellos. Estábamosatentos a lo que nos decía el hersir. Elolor a hierba me embriagaba y verla aella en el entrenamiento me distraíahaciendo que perdiera la noción deltiempo.

—¡Egil! —Me gritó el hersir.Durante unos segundos quedé en

medio de todo, y el resto me observabasin poder aguantar la risa.

—Acércate.

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Salí corriendo en su direcciónaunque me detuve justo antes de toparmecon alguno de ellos. Estos se repartieronsin orden, Gull se unió a mí para quepudiéramos practicar juntos. Flexionélas rodillas, me coloqué bien la cintaque me sujetaba el cabello, eché laspieles al suelo, (en realidad me deshicede todos los ropajes). Estaba preparadopara su ataque, el cual no tardó muchoen llegar. Me envistió con fuerzaanteponiendo su cuerpo a la espada,aunque acabó intentando golpearme conella en el costado sin éxito, ya quedetuve su brazo antes de que pudieraarticular cualquier movimiento. Le di unempujón y se alejó de mí pero no lo

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suficiente como para devolverle elgolpe. Después me empujó él, de nuevo,pisé una delgada rama que se escurrióbajo la suela de mi bota y se rompióhaciendo que cayera al suelo.

—Maldición… —Gruñó sobre lahierba.

Gull me tendió la mano para quepudiera volver a ponerme en pie, perocuando estuve a medio camino, me soltéy caí de nuevo. Coloqué uno de mis piesentre los suyos y con un golpe seco hiceque se desplomara cayendo a mi lado.

—Si yo caigo, tu caes conmigo —ledije a la vez que cogí su antebrazo enseñal de paz.

—Y si nos levantamos, que sea a la

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vez.Nos cogimos bien fuerte tirando el

uno del otro, y de un salto nos pusimosen pie dándonos un fuerte abrazo.Volvimos a situarnos, esta vez sería yoquien atacase primero, así tendríaventaja. Di dos pasos atrás, flexioné lasrodillas, agarré firmemente el hacha conlas dos manos y la coloquéverticalmente. Él tenía una posiciónbastante parecida aunque posicionaba laespada inclinándola hacia atrás. Cuandofui a darle en el costado derecho, vicómo podía adelantarse a mimovimiento, así que, le golpeé la partebaja de la rodilla con el mango delarma, haciendo que las doblara y cayera

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al suelo quedándose arrodillado.—No mueras tontamente.—No voy a morir.—Sí, morirás si yo quiero —aseguré

colocando el filo del hacha pegado a sucuello.

La aparté, de un salto se puso en pie,cogió un escudo y vino a por mídecidido. Me coloqué hacia un lado y legolpeé con el filo de la madera. Cuandose dio la vuelta, me atacó, pero conseguíparar el golpe con el mango. De micinturón saqué un knífr con laempuñadura recubierta de piel curtida yle hice un pequeño corte en el chaleco yel abdomen, haciendo que de su gargantasaliera un gruñido.

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—¡Esto no va a quedar así!Me dio un golpe en la cabeza con el

escudo y retrocedí varios pasos,mientras se preparaba para volver aembestirme. Cuando lo hice, lo sujetépor la piel que le vestía, lo que hizo quese moviera conmigo, coloqué la partebaja del hacha alrededor de su cuello ytiré de él, consiguiendo que se cayera.

—Gull y Egil, ¡moveos!Miramos al hersir desafiantes, no

nos gustaba recibir órdenes y muchomenos de él. Fuimos de un lado a otro,Gull perdía algo de sangre pero eranormal ya que la herida no estabatapada. Cuando volvimos dondeestábamos, Hammer se puso frente a mí

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impidiéndome el paso.—Egil, no quiero que vuelvas a

hablar con Gala, ni te dirijas así aJokull.

—¿Por qué?—No eres nadie para faltarles el

respeto.Apreté la mandíbula sin apartar mi

mirada de la suya, cada vez me gustabamenos ese hombre, sobre todo si decíaque debía apartarme de Gala.

—No eres más que un niño al que lehan dado todo lo que ha querido y más.

Le miré con desdicha enfadado porlo que me decía, aunque no tenía razón yeso era lo que más me molestaba.

—Nunca lo he sido —contesté entre

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dientes—. Desde la muerte de madre...—Me da igual Astrid, tienes que

dejar de excusarte tras ella, tienes quedejar que se vaya igual que lo ha hechotu padre, ¿o acaso no viste la compañíaque tenía el otro día?

Cerré las manos sujetando con fuerzael hacha. Le di un buen golpe con elpuño en la mandíbula y luego con laempuñadura del hacha, no iba a dejarque siguiera hablando así de mis padres.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó a la vez que se limpiaba lasangre que le salía del labio.

—Crees que tienes poder sobre todoy todos, pero no es así y no voy aconsentir que siquiera mientes a madre.

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—¿No?—¡No! —grité a la vez que me

abalancé sobre él, aunque acabóesquivándome.

Le golpeé con la parte del hacha queno tenía filo haciendo que retrocedierahacia atrás. El siguiente golpe fue haciasu pierna, esta vez hiriéndole y otro enel hombro, provocando que sedesequilibrase y cayese al suelo. Sepuso en pie con algo de dificultad,agarró bien el arma y volvió al ataque,lo esquivé. Esta vez me tocó a mí,arremetí contra él, pero detuvo algunode mis golpes con bastante facilidad.

Era tan sencillo como saber cuándohabía que mover los pies, íbamos lentos,

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desafiándonos mutuamente y de repente,dio dos golpes, primero en la parte bajay después en la superior, pero tras ellos,uno se me escapó y la espada hizo uncorte en mi mejilla. Di una vuelta y lecorté en el costado, el dolor se prendóde él de tal manera que hizo que soltaseun rugido gutural, como el de una bestia.La sangre empapa su rasgado chaleco,descendiendo por su cintura y acabóhumedeciendo la tela del pantalón. Le diun leve golpe en el hombro que hizo quecayera hacia atrás sin poder aguantarse,empapando la hierba. Puse la hoja de mihacha en su cuello, noté como mirespiración estaba agitada, mi corazónlatía con fuerza y necesité más, pero

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terminar con lo que había sucedido nosería correcto.

—Gull, trae agua y tela —le ordené.—No hace falta —dijo Hammer

resignado mientras empezaba a moverse.Cuando ya estuvo en pie me agarró porla nuca y pegó su frente a la mía—. Estono quedará así —gruñó.

—Claro que sí.Me miró desafiante con el ceño

fruncido, tenía el rostro manchado desangre y sudor. Se limpió con el puñodel kirtle, pasándoselo por toda la cara.

—Padre —dijo Gala detrás de él.Hammer no contestó, se acercó un

paso más y con un movimiento, sacó unknífr y sin que pudiera hacer nada, me

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hizo un corte desde la parte superior delhombro hasta la mitad del pecho. No eramuy profundo, pero lo suficiente comopara que sangrase. Aguanté el dolorcomo pude apretando la mandíbula.

—Marchémonos.No aparté la mirada de él, seguí

pendiente de lo que hacía. Le empujéhaciendo que tropezara y gracias a queGala estaba a su lado, no cayó.1Hús – Casa, salón grande.

2Freyja – diosa de la mitología nórdica del amor, laguerra, la belleza y la fertilidad.3Valkyrjur – deidades femeninas menores que servían

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a Odín bajo el mando de Freyja Húskarl - Guardia delJarl4Valhalla – majestuoso y enorme salón ubicado en elreino de Asgard.5Hestr – Caballo.6Kirtle –Túnica.7Fljótv – Río.8Gardr – Casa.9Jarl –Líder.10Konungr – Rey.11Thraell – Eslavo.12Heimr– Tierra/Patria/Hogar.13Völva – Sacerdotisa que practicaba magia seiðr.14Volundr – Forjador.15Frilaz – Artesano.16Ragnarök – Es la batalla del fin del mundo.17Hersir– Mano derecha del Jarl.18Skjaldmö – Escudera.

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19Sonr – Hijo.20Afi – Abuelo.21 Holmgang – Duelo 22 Bróðir – Hermano23Úlfr – Lobo.24Hví? – ¿Por qué?25Vangr – Prado/Pradera.26Knífr – Cuchillo

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Aún llevaba la cara manchada desangre, de Hammer y mía. Antes deentrar al gran salón, saqué algo de aguadel pozo para limpiarla. El salón eranuestro heimr, el sitio más grande detodo el poblado, donde nos reuníamos ydonde se llevaban a cabo las thing.

A ambos lados del gran portón habíaunas grandes antorchas que empezaban ailuminar el lugar, varias mesas serepartían alrededor de una gran hoguera

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que rugía en el centro del salón. En laparte más lejana, había una gran mesaprincipal, la cuál ocupaba el Jarl junto asus hersir, a pesar de que ahí debería deestar madre acompañándole. Junto a estamesa había dos grandes lumbres.

Toda la gente del pueblo empezaba aentrar, entre ellos Göran y sumaravillosa húsfreyja Hanna, la mujerque se ocupaba de asar los animales quele traíamos. Nada más verles les abracécon fuerza. Desde la pérdida de Astrid,siempre estuvieron cuidando de mícomo si de su sonr Einarr, se tratara.

—Egil —dijo la mujer, alegre.—Hanna —contesté a la vez que me

abracé a ella.

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—Va a ser una gran cena, lopresiento.

—Estoy seguro de ello.Hay quien decía que años atrás,

cuando estuvo a punto de morir tras dara luz a Einarr, los dioses y Helga, lavölva, hicieron que Hanna tuviera unasensibilidad especial para presentirciertas cosas.

Tras hablar con ellos, dejé que semarcharan mientras el resto ibaentrando. Mientras tanto, fui hacia elfinal del salón, y me senté frente a lagran mesa de padre. Me gustaba poderobservarlo todo y tener controlada lasituación. Miré su silla, y la de madre,cuando no era más que un niño siempre

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estaba junto a él clamando su atención,le veía como un salvador, como a unenviado de los dioses, pero al finalacabó traicionándonos.

Busqué a Gull con la mirada, pero nolo encontré. Carón otro de los jóvenesguerreros de Rygjafylki apareció conuna amplia sonrisa en los labios y sesentó frente a mí. Aun teniendo la mismaedad que Gull y yo, Carón siempre fueel más menudo, el más rápido de todos.

—¿Qué te trae por aquí?—He visto que estabas solo y he

pasado a saludarte.—¿Dónde has estado? —Le pregunté

mientras cogía la bebida que me estabatendiendo un thraell.

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—Padre requería de mi ayuda conlos animales —dijo haciendo una mueca—. No todos tenemos la suerte de tenera alguien que lo hace por nosotros —contestó con algo de desdén, ya quepadre me cedió a Hans, un thraell quetrajo en la última expedición.

—Bueno…Me quedé mirando fijamente la

madera de la mesa y a la bebida. Hastaque algo distrajo mi atención. Alcé lamirada y vi como Carón se marchaba sindecir nada, dejando que ella ocupara sulugar, Gala. Pasó sus manos por surojizo cabello, me recordaba a los rayosdel sol que se colaban entre las nubesdurante el Solmandr29. Parecía una

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guerrera salvaje, tenía algo distinto atodo, algo que la hacía irresistible a lavez que delicada, como si fuera unahermosa valkyrja, de las que hablan lasleyendas con los cabellos de fuego, unaunión perfecta entre un ser tan bellocomo letal. Observé los ropajes con losque vestía, cómo el cuero realzaba supecho ciñéndose a todo su cuerpoenvolviendo su contorneada cintura.Como una ola atronadora en un marmovido por una tormenta, su mano chocócontra mi mejilla, haciendo que estaardiera.

—¿Qué piensas que estás haciendo?Alcé la vista, y me di cuenta de a qué

se estaba refiriendo.

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—La culpa la tienes tú, mujer.La cena transcurrió con normalidad,

aunque algo en mí no iba bien. Nodebería de haber mirado así a Gala,pero es que era impensable no quererdeleitarse con esa mujer, con elsemblante de una hermosa Diosa bajadadesde el mismísimo Asgard para hacerque cientos de guerreros perdieran lacabeza y la vida por ella. Sus ojosverdes me observaban con detenimiento,intentaba no toparme con ellos. Desviéla vista hasta el final del salón, hablandocon mis hermanos, pero nada hizo quedejase de escuchar el ruido atroz queprovocaba en mí. Se puso en pie y seencaminó hacia la salida. Sin decir

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nada, me marché, saliendo detrás deella.

—Espera —grité.Pero, no hizo caso a lo que le decía,

seguía caminando cada vez más deprisa.Cuando llegó frente a mi gardr, sedetuvo junto a Espíritu, acariciándole elmorro y el pelo, lo que hizo que quedaraperplejo, fue lo más bonito que habíavisto en toda mi vida.

—Gala… —La llamé—. No deberíade haber mirado así algo que no mepertenece.

—Lo olvidaré si haces algo por mí.—Te escucho —no me fiaba de ella,

siempre había algo malicioso que mehacía sospechar.

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Se acercó a mí, quedándose casipegada a mi cuerpo, tanto que si no fueraporque era ella, la habría cogido enbrazos y la hubiera hecho totalmentemía. Humedeció sus labios con lalengua, haciendo que mi corazón latierafrenético, desesperado por sentirla.

—Mañana irás al bosque, traerásmadera para las hogueras, el gran troncopara el solsticio de invierno, cepillarása los animales y cazarás para losguerreros.

—Por los dioses, Gala, ¿es que hasperdido el sentido? —pregunté.

—No, claro que no, ¿acaso quieresque el hersir sepa que has estadoobservando a su hija como si no fueras

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más que un hundr? —comentóhaciéndose la víctima.

Si no conseguía lo que se proponía,podría montarse un buen revuelo, que noacabaría nada bien.

—Acepto.—Bien hecho —dijo mientras me

pasaba las manos por el pelo, como sifuera un hundr. —Es lo único quepodías hacer —sonrió maliciosa—. Quelos dioses cuiden de ti, Egil. Nos vemosmañana, cuando Sól, saque a pasear aArvak y Alsvid.

****

Me desperté al amanecer. Losprimeros rayos de sol traspasaban los

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frondosos árboles, y se colaban en migardr. Me puse en pie echando laspieles que cubrían el jergón a un lado.Me mojé la cara y los cabelloslimpiándolos y desenredándolos.

Miré por la abertura que daba a laparte trasera de la casa. Hans se habíalevantado antes que yo, ocupándose dealimentar a los animales. Tenía suerte depoder contar con un thraell tan lealcomo él, dejando que se ocupara de lasnecesidades de la granja mientras yo meocupaba de otros quehaceres. Hans llegócuatro años antes tras la vuelta de padrede la expedición en los mares del norte.

—Hans —le llamé.Este se dio la vuelta. Con un gesto le

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indiqué que entrara en el interior de lagardr, mientras cogí mi kirtle y me vestí.

—¿Necesita algo, drottinn?—Quiero que te ocupes de la casa y

de Espíritu, no quiero que dejes todopor medio.

—Sí, drottinn.Me eché las pieles por encima,

cubriendo el kirtle y el cuero que lorecubría. Cogí mi knífr, y mi hacha, lamás grade de todas, dos pequeñas quesiempre colgaban de mi cinto, y unacuerda. Estaba a punto de salir, cuandoHans vuelve a hablar.

—Qué los dioses le protejan,drottinn.

Asentí sin decir nada más, al igual

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que hizo él antes de volver a sus tareas.Al salir me encontré con Gala, quienesperaba sobre su hestr, la hermosaRegn, un hermoso caballo negro como lanoche de largos cabellos. No deberíallevarla, no era necesario, no estábamostan lejos del lugar al que nos dirigíamos,pero siempre le gustaba sentir esasuperioridad.

—Venga —Me ordenó.—¿Venga qué? —pregunté como si

no supiera de lo que me estabahablando.

—Hvat32? —contestó molesta—. ¿Esque Loki ha hecho que pierdas tumemoria? ¿O es que bebiste demasiadoanoche?

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—No, claro que no.—Más te vale moverte e ir haciendo

lo que te dije, porque voy a estarvigilándote —cogió una rama de losárboles que había junto a ella.

Antes de que pudiera apartarme megolpeó en la espalda con ella, como sino fuera más que un simple animal.Apreté los dientes, di un paso haciaadelante y me coloqué frente a Regn.

—Cómo gustes —le hice unareverencia con una sonrisa en los labiosburlándome de ella.

Me dolía la espalda, era tan fina yflexible que hizo como si fuera un látigo,creando un punzante dolor que atravesómi cuerpo. Andamos hasta la linde entre

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la pradera y el inicio del bosque,ninguno dijimos nada durante el camino.El uno esperábamos que fuese el otroquien hablara, o por lo menos esoesperaba yo. Nada más llegar, volvió agolpearme esta vez en el hombro, soloque no lo hizo para herirme, sino parallamar mi atención.

—Ve, yo esperaré aquí.Asentí sin decir nada. Me adentré en

el bosque y busqué los árbolesadecuados para que ardieran losuficiente como para no tener quealimentar el fuego constantemente.Cuando los corté y partí por la mitadpara poder llevarlos, pasé la cuerda pordebajo del montón, anudándolos. Tras

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ese, hice dos más para que Gala nopudiera quejarse. Los fui arrastrandouno a uno, ya que pesaban demasiadocomo para llevarlos todos de una solavez.

Desde la lejanía pude ver como lamuchacha cepillaba su hestr, junto a ellaestaban dos de nuestros guerreros, Björny Janson. Hablaban con ella, lo que hizoque mi curiosidad aumentara a cadapaso que daba. Al llegar a la linde,Janson vino a por el primero de lostroncos.

—Heill33, Egil. —Me saludó.—Sujeta esto —dije sin más.Dejé que la cuerda cayera al suelo

mientras se acercaba, di media vuelta y

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volví a por el otro, hasta que tan soloquedó el último de ellos.

****

Cuando estaba a punto de llegar a laprimera hilera de árboles escuché comoel fuerte rugido de una bestia resonabaen el bosque. Di media vuelta, solté eltronco y las pieles que me cubrían.Busqué de donde venía el alarido.¿Cómo no pude no haberlo visto antes?Escuchaba como corría entre losárboles, el animal estaba furioso, gruñíacon fiereza, tanta que incluso temía porlo que pudiera llegar a ocurrir.

—Heill, Odín —saludé al padre detodos—. Padre, ayúdame.

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Un terrible escalofrío recorrió micuerpo. Se aproximaba a muchavelocidad, aunque corriera todo loposible no lograría escapar de él, por loque intenté alejarle de nuestro heimr.Me subí sobre una gran roca, vi como untemible grábjörn34 corría detrás de mí,como quería. En la lejanía divisé unaroca aún mayor de lo que era en la queestaba subido. Al llegar flexioné lasrodillas preparándome para su ataque,sujetaba el hacha con fuerza, y no dejabade gritar, intentando amedrentarle.

Se acercaba muy rápido, tanto quetan solo estaba a unos pasos de mí.Saqué una de las pequeñas hachas quesiempre colgaban de mi cinturón y se la

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lancé haciendo que se le clavara en elpecho al apoyarse sobre las patastraseras. De un zarpazo me hirió en elbrazo derecho, y mi hacha cayó al suelo.Saqué un knífr, se lo clavé en el cuellovarias veces hasta que fue él, quien megolpeó con su zarpa de nuevo,rasgándome el cuero que protegía mipecho. Caí de espaldas, apenas podíahacer nada, solo moverme por el sueloarrastrándome, intentando huir de él.Sujeté el hacha con fuerza, toda aquellaque aún conservaba. Empecé a acometercontra el animal tantas veces como pude,pero entonces, cayó desplomado encimade mí apresándome. El animal apenasrespiraba, yo tampoco conseguía

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hacerlo. Lo moví un poco intentandoliberar mi mano derecha, para haceralgo de impulso. La sangre del grábjörncaía sobre mi rostro empapando misropajes y tiñendo mi pelo. Saqué elhacha que aún permanecía clavada en laherida. Pude quitármelo de encima, y alhacerlo me arrodillé a su lado.

—Odín, padre de todos, Dios de lasabiduría, la guerra y la muerte. Desdeel Valaskjálf35 me miras. Padre, yo, EgilThorbransson, te ofrezco este sacrificio—dije mirando al cielo, y con dosgolpes, le corté el cuello al animal—.Este oso y su sangre, son tuyos.

Limpié la sangre que había caídosobre mi cara, hasta que quedó casi

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limpia, entonces, mojé dos de mis dedosen la que salía del oso, e hice dos rayasdesde el nacimiento de mi pelo hasta elcuello.

Dejé el arma en el suelo, no podíadejar de toser a causa de la presión queme había hecho en el pecho. La tela delkirtle se pegaba a mi cuerpo como sifuera una segunda piel. Cogí aire comopude, me pasé las manos por la cara ymiré al animal.

Me senté sobre la hierba, notandocomo el líquido se deslizaba por todomi rostro. Tosí de nuevo y la sangresalía de mi interior con cada acometida.Cogí el hacha, colgando la pequeña demi cinto y la grande sujetándola con la

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mano. Llevé el tronco hasta dondeestaban el resto. Nada más verme sequedaron sorprendidos sin entender queera lo que había ocurrido ahí dentro.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Galapreocupada.

—Estaba llegando aquí cuando vi unoso —conseguí contestar entrebocanadas.

—Hvar36?La muchacha dejó ir un bufido, miró

a los demás haciéndoles una señal paraque me acompañaran a por el grábjörn.

—Vamos —les dije a Björn yJanson.

—Yo iré a por alguien que baje loque has cortado —nos dijo ella.

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Asentimos los tres, y le di lasgracias con la mirada. Los dos jóvenes yyo fuimos a por el animal, para poderbajarlo al pueblo.

Bajamos al oso a cuestas, Gala y lostroncos ya no estaban, pero lo másseguro es que ya hubiera subido alguiena por ellos. Al bajar de la vangr todosnos observaban perplejos y asombrados,algunos incluso llegaban a vitorearnos.

Frente a la casa del völundr, Bror,estaba Gull hablando con la hija de este,Linna y Carón al otro lado del camino,sentado sobre una roca mientras afilabauna larga rama, dándole forma de puntaen uno de sus extremos, como si fuerauna lanza.

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—Carón, ayúdanos —le pedí.Este asintió dejando la rama en el

suelo y guardándose el knífr en la fundaque colgaba de su pantalón.

—¿Y este oso? —preguntó.—Venía hacia aquí —dije sin darle

mucha importancia.Carón se puso a mi lado, agarrando

al animal por la parte delantera, dejandoa Janson y Björn con la trasera. Gull, sinpercatarse de que estábamos ahí, seguíahablando con Linna.

—¡Deja a la mujer tranquila! —gritédesde donde nos encontrábamos.

Dio media vuelta para mirarme,cuando lo hizo abrió tanto los ojos comole era posible. Tras eso se volvió hacia

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la joven para sonreírle y marcharse.—Bueno, parece que necesitan mi

ayuda.Besó su mejilla, y vino hacia

nosotros. Fue en ese momento en el queme di cuenta de su gran estatura y de lomucho que pesaba. Demasiado comopara haberlo tenido sobre mí, si hubieraestado más tiempo con él encima habríaacabado perdiendo la vida. Nosdetuvimos frente a la gardr de Atel, élse encargaría de trocear la carne,limpiar el pelaje y curtir su piel paraque pudiera vestirla.

—Atel, despelléjalo, pero el pelopara mí, ¿entendido?

El hombre asintió repetidamente

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asombrado por el tamaño del animal, ytras eso nos hizo una señal para que lodejáramos sobre una de las mesas quehabía detrás de él. Esta no tardó enceder y sus patas terminaron porpartirse, haciendo que cayera al suelo.

—Vaya… —espetó Gull.El hombre se pasó las manos por el

cabello y por el cuello, quitando elsudor que le recorría el rostro, seagachó al lado del oso.

—Bien, será mejor que lo dejemosen el suelo, a ver si de ahí no pasa…

—Traeré otra.Me senté en uno de los asientos de

madera, el resto se marcharon acontinuar con sus tareas, por llamarlo de

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algún modo, ya que Gull lo más seguroes que siguiera hablando con Linna yCarón volviera a afilar la vara.

—Así que, esto —dijo tocando elanimal con un knífr algo más grande delo normal—, lo has matado tú, ¿eh?

Ladeó la cabeza y me miró.—Así es.Se puso en pie, pasó por detrás de

mí y empezó a rebuscar algo.—Siempre supe que serías un gran

hombre, como tu padre.—Supongo que tengo a los dioses de

mi parte.Me giré hacia él para ver qué era lo

que hacía. Sujetaba un cuchillo aúnmayor de lo que era el knífr, y empezó a

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afilarlo. El sonido del metal llenó elsalón, dos minutos después se arrodillóde nuevo y se quedó mirándome.

—¿Me echas una mano?—Claro —cogí mi hacha

descolgándola del cinto y esperé a queme dijera que era lo que debía hacer.

El animal estaba boca arriba, por loque Atel optó por hacerle un corte en elcentro del pecho, y la sangre empezó abrotar del cuerpo muerto de la bestia.Cogió un cuenco, una tela y fuerecogiendo el líquido que caía, hastaque lo puso bajo su cuello para que nose derramara por el suelo.

—Corta ahí y empieza a vaciarlo.Hice lo que me pedía, le clavé el

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hacha en la parte central repasando elcorte que había hecho él antes, acabandode rasgar la carne del animal. Cuandollegué al final, el cuerpo se abriódejando casi al descubierto sus huesos.Hurgué entre sus costillas sacándolotodo en el cuenco de madera, hasta queme tocó sacarle el corazón, el cual aúnestaba caliente, parecía que hubieradejado de latir en mis manos. Tras esotocó sacarle las costillas, me puse en piebuscando algo con lo que partirlas, perono encontré nada. Empecé a golpear loshuesos con fuerza con el borde delhacha, hasta que tras un buen rato,acabaron por quebrarse. Fui sacándolosuno a uno, mientras veía como Atel

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cortaba una de las patas. Me quedéimpresionado al ver con qué facilidadhabía desmembrado al animal. Secolocó a mi lado, y de un leve empujónme apartó para así poder cortarle elotro.

—Estará mejor así.Nadie mejor que él sabía lo que

debía hacer. Imitó el gesto que habíatenido con las extremidades superiores yse deshizo de las inferiores. Sacó partede sus entrañas y las dejó en el cuencoque había usado yo. También fuecortando en trozos grandes y pesados lacarne, para que así fuese más sencillo deasar, aunque de eso ya se encargarán lasmujeres junto a Hanna.

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Me senté de nuevo y dejé que hicierasu trabajo. Desde que era joven sededicaba a ello, así que, nadie mejorque él para que supiera qué hacer. Loobservaba con curiosidad, era realmenteinteresante ver cómo iba cortando cadauna de las partes del animal. Aquellanoche ofreceríamos a los dioses aquellavida, agradeceríamos que nos dejaranalimentarnos con tales carnes, y quecuidaran de nosotros con su fuego.Estaba seguro que durante la noche, losguerreros devorarían el animal como side lobos hambrientos se tratara.

Sonreí ante la idea de ver a todosansiosos por probar el grábjörn que yomismo había cazado y que iba a

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compartir con ellos. Si no hubierasubido a por la maldita madera paraGala, no me habría topado con él. Enaquel momento estuve completamenteseguro de que ella sabía que estaba ahí,esa astuta muchacha con cara devalkyrja y la mente de Loki habíaintentado acabar conmigo, pero no iba aquedar así.

—Volveré en un rato.Me dirigí hacia las cuadras, estaría

allí junto a su yegua, nunca se separabade ella ni un solo instante. Abrí la puertacon todo el sigilo que pude tener, y ahíestaba.

—Vaya.Me miró, aunque permaneció callada

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pendiente de todo lo que hacía o decía.Dejó el cepillo sobre una silla y seaproximó hacia mí. Fui avanzando hastaque me topé con ella, parecía más queuna simple mortal. Nunca dejé de pensarque era una diosa enviada del Asgard,con ojos verdes como la hierba ycabello salvaje e indomable, como ella.Dio dos pequeños pasos hacia delantehaciendo que lo poco que nos separabafuese aún más insignificante. Meobservaba con arrogancia ysuperioridad, lo que hacía que nopudiese evitar que una media sonrisa seesbozara en mis labios.

—Te dije que debías cepillar todos ycada uno de los hestr del pueblo y veo

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que no lo has hecho.—Ni lo haré —contesté con sorna,

burlándome de ella—. No tengo por quéhacerlo.

—Se lo contaré a mi padre.—¿No recuerdas lo que ocurrió en el

vangr?Dejó ir un soplido, se dio media

vuelta y fue hacia donde estaba junto asu yegua.

—¿Es que tienes miedo? —preguntépersiguiéndola.

—Yo no le temo a nada.—¿No? —dije extrañado, intentando

enfadarla.—¡Claro que no! —gruñó.—Demuéstralo —le reté.

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Se dio media vuelta para así poderobservar mejor mis movimientos, loscuales eran escasos en ese momento yaque solo la contemplaba. ¡Gozosos losdioses que podían observarla a todashoras!

Sin que apenas pudiera darme cuentade ello, sacó una daga algo más pequeñaque un knífr de dentro de sus botas y selanzó sobre mí. Se movía como unkottr37, ágil y feroz, pero también bella yletal como ninguna. Soltó un grito,indicando que me atacaría de nuevo. Elprimer golpe lo detuve con el brazo, erafácil adelantarme a sus pasos, ya que apesar de ser una gran guerrera, nuncasería mejor que yo. Mientras esquivaba

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otro, me propinó un fuerte golpe en ellado contrario sobre mi mejilla, dejandoun fulgor similar al que había sentido lanoche anterior. Dos golpes más que noconcluyeron en nada, sonreí victorioso,pero entonces, tropecé con algohaciendo que cayera al suelo. ¿Quéhabía ocurrido? La joven rio, ya quehabía sido una de sus piernas lo quehabía hecho que cayera hacia atrás. Deun salto me puse en pie, no le iba aponer una mano encima, nunca a unamujer y menos a ella. Entonces, no pudeevitar reírme al ver lo que estabapasando. Cuando intentó clavarme ladaga, la sujeté por las muñecas e hiceque diera varios pasos hacia atrás, hasta

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que su espalda tocó una de las paredesdel establo.

Tenía las manos sujetas con una delas mías, le quité el knífr y lo tiré alsuelo lo más alejado posible. Estabaenfadada, su respiración se había vueltoagitada, había ido aumentando a lo largode la pelea, si es que podía llamárseleasí. Se movía, incansablemente de unlado a otro, intentando liberarse de mismanos. Al ver que no podía, clavó susojos en los míos. Me acerqué a ella,dejando que nuestros rostros estuvieranmuy cerca, pero para poder hablarledeslicé mi boca por su suave piel, hastapegarla a su oreja.

—¿Te rindes? —Le pregunté

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pegando mi cuerpo completamente alsuyo.

Con un leve movimiento de cabezadijo que no, preparada para atacar denuevo. Cuando estaba a punto de alzaruna de sus rodillas para así podergolpearme, coloqué una de las míasentre las suyas impidiendo que semoviera. Sus mejillas se enrojecieron yempezó a temblar, no de miedo ni rabia,sino de deseo.

—Parece que sí, te rindes —susurré.Como respuesta sacó la lengua,

lamiéndome la oreja y dándome un levemordisco. Lo que hizo que un escalofríome recorriera de arriba abajo, erizandomi bello y dejando una extraña

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sensación creando un deseo irrefrenablepor poseerla que al final haría queacabara perdiendo la cabeza. Volví acolocarme en la posición inicial, yuniendo nuestros labios en unhambriento y poderoso beso, que la dejóaturdida, pero no lo suficiente comopara no poder devolvérmelo. Me besócon pasión, uniéndonos más aún de loque ya lo estábamos.

Tras este último beso, me separé deella y me marché, con una sonrisavictoriosa en los labios, satisfecho decómo había acabado nuestro encuentro.

****

Al volver a la gardr de Atel, me lo

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encontré con la piel casi preparada, tansolo faltaba curtirla, para que así no sepudriera con el paso del tiempo yacabara de secarse, aunque para tenerlaaún tendría que esperar un tiempo, talvez más de lo que pensaba. Agarré elasiento en el que estaba antes y me sentéa su lado mientras observaba comotrabajaba.

—¿Dónde has estado? —preguntó.—Digamos que deshaciéndome de

unos asuntos que aún no estaban deltodo… Resueltos.

—Espero que se hayan arreglado.—Sí.Göran entró en la gardr sonriente.

Vino hacia dónde nos encontrábamos,

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cogió uno de los asientos y se colocó ami lado.

—¿Qué ocurre? —Le pregunté en elmismo instante en el que pasó sus manospor mi espalda.

—Tu padre quiere verte, se haenterado de lo que has hecho con estabestia, está orgulloso de ti.

Asentí sin ganas, sopló tratando dehacer desaparecer el desazón que teníadentro. No dije nada, permanecí ensilencio mirando como el hombre seguíahaciendo su trabajo, rasgando la pocacarne que aún quedaba. En cambio,Göran aprovechó para hablar con él.

—¿Han dicho cuando saldrán loshombres al bosque?

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—No, aún no, por lo menos a mí nome han avisado de nada, pero supongoque se lo dirán a él —contestóseñalándome.

—Göran —le llamé— cuando fuiste,¿con quién estaba padre?

—Solo estaba Hammer y una de lasesclavas que le sirven. Este primerotenía pinta de estar muy molesto —hizouna pausa, me miró y prosiguió—. ¿Haocurrido algo?

—Sí —dije fijando la vista en elsuelo—. Tuvimos un malentendido.Alguien debía detenerle.

Ambos asintieron, aprobando elhecho de que hubiera desafiado a lamano derecha de padre. Ninguno antes

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había sido capaz de hacerlo, o de llegarenfrentarse a él. Hammer siempre fue unhombre duro, demasiado incluso,impertinente y altivo. Reí, recordandonuestro pequeño enfrentamiento.

—Deberías ir a hablar con tu padre,muchacho. —Me aconsejó Göran.

—Me marcho, pues.

****

Atravesé el centro del pueblocruzándome con algunas de las gentesque allí vivían, incluyendo los thraellque les ayudan, ocupándose de abastecerde alimentos con los que dar de comer alas familias, cuidar de los animales eincluso tejiendo o cocinando. Me

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encaminé hacia la parte alta de la aldea,recorriendo el sendero que llevaba hastala gardr de padre, pasando frente a lamía.

Me pasé las manos por el pelo, losujeté con una de las cintas de cuero quecolgaban de mi cinto y lo anudéhaciendo que quedara bien amarrado.Miré hacia los lados, era como si todoshubieran desaparecido, pero entonces,me percaté de que lo más seguro es queestuvieran en el vangr junto al resto.

Al llegar a la cabaña del Jarl, di dosgolpes en la puerta abriéndola. Alhacerlo me encontré con Hammersentado junto a padre, conversandosobre algo de lo que parecía que no

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querían que me enterara, ya que cuandome vieron se callaron.

—Hijo, adelante —dijo poniéndoseen pie—, siéntate. —Me hizo un gestopara que me acomodara en el asientoque había frente al suyo—. Me hancontado como has acabado con esegrábjörn, y que no era precisamentepequeño, esta noche tendremos un granbanquete gracias a ti y a la bendición delos dioses.

Antes de decir nada más, me sentédonde me había pedido que lo hicieradelante de ellos.

—Cómo ya te han contado, había ungran oso —comenté, haciendo una pausa—. Lo que me temo es que quién me

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envió allí, sabía que estaba por la zona.—¿Quién te envió? —preguntó

Hammer.—Su hija, hersir —dije con una

sonrisa.—¿Por qué mi hija habría pedido

que fueses tú al bosque? —preguntóextrañado, haciendo el hincapié en el“tú”—. Para algo está Horik —asegurórefiriéndose a uno de los thraell quevivía con ellos.

—Necesitaba madera, supongo quequien vive en vuestra gardr no es capazde traerla —le contesté altivo—. Esmás, no podía ir ella por lo que en unacto de bondad me ofrecí a hacerlo yomismo.

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—Entiendo… —Pensó en lo que lehabía dicho—. ¿Dices que Gala sabíaque había osos en el territorio, y te hizoir para que te atacaran?

—Así es señor, es más perspicaz delo que cree.

—Hablemos de otro asunto —contestó padre alzando la voz—,también ha llegado a mis oídos que ayerhubo un holmgang entre vosotros —hizouna mueca y frunció el ceño—. ¿Creéisque es normal que mi hijo y el mejor demis hombres se comporten de esamanera?

—Tiene razón, padre, pero en midefensa diré que no podía permitir quemancillara el nombre de madre.

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—Eso nadie lo ha hecho —contestóel hersir, tratándome de embustero.

Me puse en pie retándole a quehiciera lo mismo, y siendo tanpredecible como su hija, lo haría antesde que me diese tiempo de decir nada.Hammer se puso en pie y desafiante fijósus ojos en los míos.

—Ragr —dije entre dientes—. Nopermitiré que vuelvas a hacer algo así.Hazlo de nuevo, y no dejaré que temarches con vida.

No dijo nada, tan solo gruñía comouna bestia. Dejé ir una sonora carcajada,entonces vi como padre dio un fuertegolpe en la mesa haciéndonos sentar aambos.

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—Qué no vuelva a ocurrir,¿entendido? —preguntó amenazante—.¿Cuándo dijo madre que sería laemboscada?

—Durante Einmandr38.—Bien, dentro de unas cuantas lunas

marcharéis a Agden a buscar posiblescaptores.

Asentí sin hacer preguntas, aunquealgunas de ellas golpearan mi mentecomo un martilleo espeluznante ymolesto. Había cosas que no entendía,pero que en algún momento llegaría acomprender antes de nuestra marcha.

—Ya puedes marcharte, será mejorque vuelvas junto a tus hermanos.

Me puse en pie viendo como padre

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hacía lo mismo, estiró el brazo a laespera de que le correspondiera, por loque lo hice, agarrándole del antebrazo amodo de despedida.

****

Tras salir de allí e ir hacia mi gardr,me marché hacia el vangr. Desde lalejanía pude ver como mis hermanos,aquellos que me ayudaron con el oso yalgunos más como lo son Birgin, Elof,Ubbe y Olaf. Sin ellos no habríamossido lo suficientemente fuertes comopara poder defender nuestro heimr enlas emboscadas de algunos puebloscercanos que querían hacerse connuestras tierras.

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—¿Dónde has estado? Deberías dehaber estado aquí junto al resto —dijoJokull con su rasgada voz.

—Al contrario que tú, yo estamañana he estado de caza y he tenidoque reunirme con el Jarl —contestécansado de que pensaran que solo porser el hijo del Jarl no hacía lo mismo, omás que el resto—, creo que no haynada que me puedas reprochar.

Pasé junto a él haciendo que mihombro chocara contra el suyoempujándolo. Me puse al lado de losguerreros, aquella vez nos iba a tocarmejorar nuestra resistencia en elcombate. Hice una marca en el suelo,Jokull que me observaba hizo un sonido

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llamando mi atención.Salimos corriendo uno tras otro,

intentando cazarnos. Mi corazón latiócada vez más frenético, mucho más queantes. Mi pecho se llenó de airehaciendo que lo necesitara con másfrecuencia. Pasé por delante de Ubbe,quién iba delante del resto. Me cogiódel brazo intentando que no pasara, perocon un gesto veloz hice que me soltara.Las gotas de sudor empezaron arecorrerme el cuerpo, la espalda, elpecho, el cuello… Limpié las que pudecon la mano y me desabroché el chaleco,lanzándoselo a Janson y tras este elkirtle. Entonces el hersir, Hammer, alzóla mano haciéndonos volver a donde se

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encontraba.—Dejaos de correr, necesitáis

luchar.Fui a por mi escudo que estaba

tirado en el suelo junto a mis ropajes.Me situé donde nos había indicado y mequedé mirando al frente. Éramos muchoslos que íbamos a combatir, cada uno deellos se colocó frente al otro, hasta queacabé por quedarme solo y vi como unhermoso manto de fuego se aproximabaa las filas. Ella era para mí. Me arrimé aGala, pegándome a su espalda hasta quecon un rápido movimiento me separó deella.

—Parece que vamos a tener queemparejarnos, Kottr.

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—Acabaré contigo.—Mmmm… —dije apartándole el

cabello que le cubría las orejas, ypegando mi boca a ella—. Cuandoquieres te conviertes en toda una fiera,Kottr —susurré—, ¿seré capaz dedomarte? —Ronroneé, como si fuerauno de los hermosos kottr de Freyja—.Algo me dice que sí.

Me miró de lado y volvió agolpearme, solo que esta vez me dio enel estómago, lo que hizo que meseparara y me colocara a su lado. Labrisa hizo que el dulce olor de su largamelena llegara a mí y terminara porembriagarme, dejándome completamenteatontado.

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—Parece que ya estáis emparejados—comentó mirándonos, y haciendo unamueca al ver con quién estaba su hija.

Nos esparcimos por la llanura parano herirnos entre nosotros. La skjaldmöestaba agachada, anudándose la bota y elpelo que la recubría. La observé condetenimiento, esta vez llevaba un trozode cabello sujeto, lo había recogido enla parte superior con una cinta, dejandoque la de atrás quedara más suelta. Susojos se oscurecieron pareciendo másimplacable que el resto. Los cerró,calmando a su salvaje corazón, y traseso los abrió de nuevo.

Empezó a pasarse la espada de unamano a otra, mirando con cual podía

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sujetarla mejor. Me acerqué a ella con elhacha baja en señal de bondad, no seríael primero en dar el paso. Pero parecíaque ella ya estaba preparada. Esquivé laprimera estocada, aunque tropecé, yconseguí mantenerme en pie, si estohubiera ocurrido en plena batalla lo másseguro es que ya hubiera muerto. Volvióa acometer, nuestras armas se chocaron,bailando a un mismo son, unidas por lafuerza que hacíamos. Estábamos frente afrente, sujetos tan solo por el filo de suespada y mi hacha. Sin que pudieraesperarlo, me golpeó con el escudo, elcual acabó cayendo al suelo, y de algúnlado aprovechó para sacar un knífr querasgó mi brazo.

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Gruñí, y en un solo movimiento lepropiné un buen golpe en la mejilla yparte de la nariz que hizo que cayera deespaldas. Esta empezó a sangrarle por lafuerza con la que le di. Se pasó la manopor encima, esparciendo la sangre porsu blanquecina y clara piel, la miródesorientada y luego la clavó en mí. Meagaché a su lado para ver cómo seencontraba, lo más seguro era quetardara algún tiempo en recuperarse delgolpe.

—Deja… deja que lo arregle —lepedí colocando el arma a un lado, y pusela mano sobre su nariz—, esto va adoler —le advertí.

Con un movimiento veloz coloqué

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bien el hueso que se había movido,mientras escuché como un profundoquejido se escapaba de lo más profundode su garganta. Sin que pudieraesperármelo, encogió una de las piernasy me golpeó en el estómago tirándome alsuelo, dejándome indefenso. Se sentósobre mi cintura y colocó su knífr sobremi cuello.

—Vuelve a tocarme un solo pelo, yacabaré contigo —gruñó feroz. Lo quehizo que una llama de deseo volviera avivir en mi interior.

Levanté un poco la mano intentandollegar a sus cabellos, pero entonces, conun movimiento más veloz que el aire, mehizo un corte en la palma.

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—Parece que esta vez gano yo —siseó.

—No creo que la anterior vezperdieras —añadí con media sonrisa, ala vez que le guiñé un ojo.

De un salto se puso en pie y semarchó, sin decir nada más.27Thing– Asamblea.28Húsfreyja – Esposa.

29Solmandr – Junio/Julio30Hundr – Perro 31Drottin – Señor32Hvat? – ¿Qué?33Heill – Hola.34Grábjörn – Oso.

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35Valaskjálf – Palacio de Odín.36Hvar? – ¿Dónde?37Kottr – Gato38Einmandr – Marzo/Abril

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El viento soplaba con fuerza,haciendo que la crin del animal semoviera de un lado a otro entre lasrachas de viento. Observaba como lasnubes avanzaban por todo el cielotiñéndolo de gris, tanto como lo haríanlas cenizas de una hoguera. La niebladescendía por las montañas cubriéndolotodo. Había nubes oscuras, lo que nosadvertía de que una fuerte tormentapronto haría temblar el Midgard con

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escalofriantes truenos y rayos lanzadospor el mismísimo Thor.

De repente, Espíritu se apoyó sobrelas patas traseras, se movía nervioso,asustado por algo. Le di un par degolpecillos en el lomo intentandocalmarle, hasta que volvió a apoyarsesobre las cuatro patas. Comenzó a andardando vueltas por la pradera como si nosupiera a donde ir. Agarré las riendas, ylo encaminé hacia la aldea avanzandopor el camino que nos llevaría hastaella.

Pasamos entre hombres, mujeres,niños y thraells, haciéndonos paso hastaque llegamos frente al pozo. Desmontédel animal, entonces me di cuenta de

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algo de lo que no me había percatadonunca antes. Pensaba que todos suslados eran iguales, pero me equivocaba,en uno de ellos había una inscripciónrúnica tallada en la piedra: “Kroos,konungr , señor de las tierras, hermanodel pueblo, elegido por los dioses, aligual que ella, la valkyrja”. ¿Quién fueKroos? Me agaché frente a la fraserepasando con los dedos cada una de lasrunas marcadas, ¿y ella? ¿Una valkyrja?Cientos de preguntas se agolparon en mimente, lo que hizo que mi curiosidadcreciera a pasos agigantados. Miré denuevo al cielo, una gota cayó sobre mifrente resbalando por mi nariz ymuriendo sobre la arena del suelo

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dejando una marca en él. La gente corríahacia sus casas, se marchaban en buscadel calor del hogar mientras losesclavos y los hombres acababan susquehaceres. Cogí las riendas deEspíritu, tiré de él para llevarlo a losestablos, por lo menos ahí podría estarresguardado de la tormenta. Al entrar medi cuenta de que no estaba la yegua deGala. Ya hacía varios días desde que lavi por última vez, aquello de haberlegolpeado no fue lo más adecuado. Nodejaba de preguntarme donde seencontraría, era extraño que no hubieraaparecido en ningún momento. Habríasalido del pueblo, pero… ¿Con quépropósito? Hice que mi hestr pasara a

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su zona, sujeté sus riendas a la maderaen la que lo ataría y le quité la montura.Dejé las cosas en su sitio, y cambié lasriendas por una cuerda mucho más largapara que pudiera moverse.

—Buen chico —le acaricié el morro.Dejó ir un leve sonido, y me dio en elhombro para que volviera a hacerlo—.Volveré a por ti.

****

La lluvia cada vez era más fuerte,pero eso no impedía que nuestrasprácticas se disolvieran. Subí a la vangrdonde me esperaban todos los demás.Clavé la vista en el frondoso bosque yen la lejanía vi como algo grande

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empezó a moverse. Un oso, era un oso loque se movía, estaba seguro de ello.Quería salir corriendo tras él, acabarcon ese animal, y volver a sentir esasensación que tuve la otra vez. Le di ungolpe con el codo a Olaf en el brazo, yle señalé el punto en el que seencontraba el animal para que lo vieraal igual que yo. Eso hizo que Hammercentrara su atención en nosotros. Olafsonrió como un niño, entonces el hersirdejó de hablar para todos y frunció elceño.

—¿Se puede saber qué es lo queocurre?

—Señor, Egil ha divisado algodentro del bosque, a mi parecer

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deberíamos ir a por él —dijo con unasonrisa—. Para que no ataque al resto.

Hammer recorrió su rostro con lamano dejando ir un soplido. Asintió,pero no por ello acababa de aceptar loque Olaf le estaba diciendo.

—Lo primero es que me importabien poco lo que cualquiera de vosotrospenséis, y lo segundo… —Hizo unapausa para pasarse las manos por labarba y proseguir—. Quien consigatraerme a la bestia, aparte de tener labendición de los dioses y la gratitud delpueblo, será quien ordene lo que haréisdurante las lunas que aúnpermanezcamos aquí.

Todos los guerreros alzamos las

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armas al igual que nuestras voces,dispuestos a ello. Entorné los ojos, iba ahacerme con el cuerpo de ese animalcostase lo que costase, sería mío.

—¿Estáis preparados? —Nos incitó.Pasé las manos por la parte trasera

de mi cinto buscando el knífr y laspequeñas hachas que colgaban de él.Sujeté el hacha grande con fuerza, yasentí.

—¡A por él!Salí corriendo dejando atrás a gran

parte de mis compañeros. Siempre habíasido el más veloz de todos, por lo quenunca tenía a nadie a mi alrededor, salvoa Carón. Ese hombre no dejaba decorrer, acercándose cada vez más a mí.

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El resto aún estaban montando en suscaballos. Seguía corriendo, saltando ungran tronco que había en medio delcamino, intentando no tropezar con nada.Pasé entre varios arces que seencontraban algo más allá de la lindedel bosque. No dejaba de pisar sushojas, las ramas y cortezas que había enel suelo. No lograba distinguir alanimal, estaba seguro de que era un oso,tenía que serlo. Los árboles cada veziban siendo más bajos, o por lo menoslo eran sus ramas, ya que no dejaba detoparme con cada una de ellas mientrasintentaba avanzar y algunas de estas seenganchaban en mi pelo, tirando de mí.

Entonces le vi, su pelaje era marrón

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oscuro, apenas se podía distinguir yaque se confundía muy bien con las ramasy la arena. No conseguí saber qué era loque se escondía más allá, solo podía versu gran tamaño y las enormes patas quele aguantaban. Me moví más deprisa,ladeé la cabeza y fue cuando vi que elresto estaban bastante cerca de dondeme encontraba. No lo habían visto aún,estaban buscándolo, por lo que salícorriendo en dirección contraria a la quedebía ir haciendo que todos mesiguieran. Desde la lejanía divisé unagran roca, y tras rodearla me escondíjunto a ella despistándoles. Mirespiración se había vuelto másprofunda, casi tanto que apenas podía

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coger el aire que necesitaba. Me agaché,estaban llegando podía escucharles.Esperé a que pasaran por encima.Cuando lo hicieron todos, salí corriendohacia donde estaba el animal. Esteandaba tranquilamente, ajeno a lo queestaba a punto de ocurrir. Era un enormegrábjörn, el más grande que había vistoen toda mi vida.

Me acerqué tras su espaldaintentando no hacer ningún sonido que lealertara. Una rama se quebró bajo mispies haciendo que el animal se diera lavuelta para observarme. Se apoyó en laspatas traseras y rugió feroz intentandoahuyentarme. Se aproximó a mí, nohabía muchos pasos entre nosotros, si

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quisiera podría llevarse de un bocadouno de mis brazos. Me quedé quieto,expectante a lo que pudiera ocurrir.Acercó su hocico a mis piernasoliéndome. Di dos pasos hacia atrás,cuando pensaba que ya iba a darse lavuelta y marcharse, se volvió y de unzarpazo me rasgó las pieles, con ellastodo el ropaje y parte del pecho. Dejé irun profundo alarido que desgarró migarganta. La herida empezó a sangrarhumedeciendo la tela del maltrechokirtle, goteando y cayendo sobre mipantalón. Se movía de un lado a otronervioso y asustado. Apreté la heridacon la mano intentando calmar el dolor.Me agaché, cogí aire, pero apenas podía

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respirar a causa del mal que cruzaba mipecho.

—Por los dioses… —mumurémientras veía como el animal volvía aponerse en pie.

Decidí no esperar más. Sujeté confuerza mi hacha, de un salto me puse enpie y le hice un corte en la parte baja delvientre. El grábjörn se quejóenfurecido, pero no pudo hacer nadacontra el siguiente movimiento que lehizo un corte en el pecho y otro sobre elcorazón dándole cada vez con másfuerza. Movía las zarpas intentandodarme, pero aún podía moverme velozcomo requería el momento, aguantandoel dolor que acabaría quebrándome por

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dentro. Cogí con fuerza el hacha y le diotro golpe en el pecho, lo que hizo laherida más profunda y que la sangreempezara a brotar de esta, manchándomeel rostro de ella. El animal se tambaleodando dos pasos hacia atrásdesorientado, y aproveché para sacar miknífr y clavárselo en el corazón. Labestia soltó un fuerte y profundo gruñidoque resonó en el bosque. Cayó haciaatrás moviéndose un poco, agonizando,hasta que los dioses se llevaron su alma.

Mis piernas apenas eran capaces deaguantarme, el hacha cayó al suelo, notenía fuerza ni para sujetarla. Caí derodillas, casi no podía ver, apreté laherida intentando hacer fuerza, pero de

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nada servía. Había perdido demasiadasangre. ¿Iba a ser ese mi final? ¿Iban losdioses a llevarme consigo?

****

—Levanta —escuché como me decíauna voz.

Abrí los ojos, poco a poco,desorientado. La vista se me nubló, noconseguía distinguir nada. Intentélevantarme pero un terrible dolor mecruzó el pecho. Los rayos del sol secolaban entre las ramas de los árboles,y se centraban en algo, o en alguien.Una mujer, con la voz de una norna,hermosa y resplandeciente. No podíadistinguir bien sus formas, sus ojos ni

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siquiera sus labios. Solo pude ver sucabello largo y rojizo como la sangre.

—Egil, levanta —escuché comovolvió a decir dulcemente.

—Quién… ¿Quién eres? —preguntésin aliento.

—Los dioses quieren que vuelvas,Egil —contestó—. Vamos.

—Pero…—Egil Thorbransson, futuro Jarl de

Rygjafylki, ponte en pie, levántate portu pueblo. Hónrales como debes. —Meexigió— tienes que estar preparadopara su llegada, para la partida, y pararecibirnos.

Cerré los ojos de nuevo, noentendía nada de lo que me estaba

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diciendo, ¿quién era esa mujer? Alabrirlos no vi a la otra muchacha, sinoa Gala. Podía reconocer su cabello, esehermoso rostro, su cuerpo. Me mirabay sonreía, pero no hacía nada, tan solome observaba.

—Gala… —susurré.Mi cuerpo no pudo aguantar más,

acabó cediendo, y quedándosedormido.

****

Sentí como estaba moviéndome, perono podía ver nada de lo que ocurría a mialrededor. Alguien me sujetaba, paraque no cayera al suelo. Parpadeé y vicómo nos movíamos, ladeé un poco la

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cabeza, lo suficiente como para poderver que a uno de los lados estaba Caróny al otro Olaf.

—Ya está consciente —se alegróCarón.

Un escalofrío recorrió todo micuerpo. Bajé la vista hacia la herida, lahabían tapado con tela y me habíanquitado las armas para que no pudieralastimarme. Al girar la cabeza, vi aJokull, Gull, Björn y Birgin llevando alanimal, el cual arrastraban por el bosquea causa de su gran tamaño.

—Hay que curarte eso —dijo Jokulla mi espalda.

Había algo en su voz que hacía quemantuviera la esperanza. Apenas podía

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caminar, pero algo hizo que sintieraadmiración en sus palabras, sonreíagradecido por lo que hicieron, graciasa ellos tenía algo más de fuerza. Salimosdel bosque, vi como Hammer estaba másallá, aguardando nuestra llegada, hastaque vio mi herida y empezó a rebuscaren las alforjas de su hestr y sacando unabolsa de piel llena de agua y un kirtle,vino hacia nosotros corriendo.

—Dejadlo en el suelo —les ordenó.Me tumbaron hasta que llegó y se

arrodilló a mi lado. Acabó de rasgar mikirtle, y quitó lo que me cubría. Echó unpoco de agua, apartando la sangre queaún brotaba de ella. Cortó un trozo detela, la colocó sobre la herida y empezó

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a apretarla intentando que la sangrecesara.

—Gracias —susurré entre dientes.No dijo nada permaneció callado

con la vista fija en la herida. Cuandoterminó de vendarla, se puso en pie y medio la mano para que pudieralevantarme. Comencé a andarpausadamente, me costaba hacerlo, perolo conseguiría costase lo que costase.Jokull se acercó a mí y me dio una ramafuerte, que me ayudaría a mantener elequilibrio.

—Vas a caerte —me advirtió unavocecilla distinta a las que me rodeaban.

Miré hacia un lado, pero no me diotiempo a verla. Gala pasó uno de mis

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brazos por encima de sus hombros y mecogió con el otro por la cintura. Laobservé extrañado, ni siquiera sabía pordónde había venido. Vi algo distinto enella, una sonrisa, una bondadsorprendente que se dibujaba en susrosados labios. Hice una mueca y meaparté, no necesitaba que nadie meayudara.

—¿Qué haces? —inquirió molesta.—Puedo yo solo —respondí entre

dientes.Di dos pasos hacia adelante y

cuando quise darme cuenta ya empezabaa tambalearme de nuevo. Unaincontrolable tos se apoderó de mí,impidiendo que el aire llenara bien mi

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pecho. Me doblé sobre las rodillasdolorido, la sangre volvió a empapar lastelas, haciendo que un terrible punzónme recorriera por completo.

—¿No te das cuenta que no puedes?—preguntó enfadada.

—Sí puedo.Poco a poco avancé, con dificultad.

Al pasar junto a ella hice un granesfuerzo irguiendo mi espalda, y undesgarrador gruñido murió en mi boca.

—Deja que te ayude —me pidió conuna ternura extraña en ella.

—Te he dicho que no —espeté demalas maneras.

—Como quieras, pero no vuelvas abuscarme —me dio un golpe en el brazo

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para desequilibrarme.

****

Fui hacia la cabaña de Göran. Laúnica que podría curar está herida eraHanna, quien se había vuelto una expertaen dotes curativos gracias a la ayuda deHelga. Di varios golpes en la puertaalertándolos de que estaba fuera. Lamujer fue quien me recibió.

—¡Por Freyja! —exclamó asustada—. ¿Qué te ha pasado, muchacho? —Posó una de sus manos sobre su frente, yapartó algunos de los mechones quecaían sobre su rostro—. Pasa, hijo —dijo invitándome a entrar en la casa, a lavez que me sujetaba por el brazo—

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Göran, ayúdame —le pidió alzando lavoz—. ¡Por los dioses, ven aquí ahoramismo!

Pude ver la congoja en sus ojos,estaba aterrada. Pero también vi elcariño que estos desprendían, un amorpropio de una madre. Hanna siemprehabía sido como una amma40 para mí.

—¡Egil! ¿Qué ha pasado? —preguntó Göran desde el otro lado de laestancia asustado.

Se acercó a nosotros rápidamente,pasó uno de sus brazos por debajo de micintura para que no cayera al suelo y mellevó hacia uno de los jergones. Alacostarme no pude evitar soltar unquejido, la herida había dejado de

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sangrar pero el dolor permanecía.—Ve a preparar algo con lo que

alimentarle, yo me encargaré de que estehombretón se recupere en breve —dijocon cariño. Su envejecido aunque bellorostro esbozó una mueca, la cuáldesprendió tanto amor como el que teníapor parte de padre cuando no era másque un niño.

Göran se apresuró a hacer lo queHanna le había pedido. Puso agua en uncuenco sobre la lumbre y dejó que secalentara mientras vino hacia donde nosencontrábamos y se arrodilló a mi ladopara poder ayudar a su húsfreyja. Estapreparaba un ungüento con agua yhierbas, en el cual iba empapando en un

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paño y pasándolo por encima de laherida, lo que provocó que soltara ungemido lleno de agonía. El simple rocede la tela hacía que todo mi cuerpotemblara.

—Tranquilo, te pondrás bien —measeguró con mimo.

En el momento en el que se veíalimpia, cogió otro trozo de tela yempezó a secar la piel. Se puso en pie,vació el agua en la parte delantera de lacasa y vi como Boril apareció con otrocuenco lleno de hojas mezcladas conalgo más.

—Bien, ahora te echaré un poco deesto —dijo enseñándome lo que habíatraído Boril—. Ayudará a que las

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heridas se curen —cogió un poco delungüento y lo extendió sobre la piel—.Veamos.

Hizo una mueca por el olor quedesprendía, pero no tardó en sonreír denuevo.

—Egil, descansa un poco.Cerré los ojos intentando dormir,

pero a mi mente solo venía el indómitorostro y ese hermoso cabello, hasta quefinalmente, el cansancio me venció.

****

Podía escuchar la lluvia caerhaciendo que me despertase. Abrí losojos lentamente, intenté incorporarmepero un insoportable dolor hizo que

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cayera tendido sobre las pieles denuevo.

—Es verdad… —susurré a la vezque me pasé la mano sobre la herida.

Hanna no tardó en darse cuenta deque ya había despertado. Se acercó aljergón con un asiento de madera en lamano y lo dejó a mi lado.

—Buenos días —dijo a la vez queme pasaba la mano por el pelo—.Estaría bien que te dieras con un pocode agua, no puedes ir a ninguna parteasí.

—¿Has dicho buenos días? —pregunté desorientado.

La mujer asintió sonriente y volvió aacariciar mi pelo, dejando que pasase

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entre sus dedos.—Has estado durmiendo todo el día.—Vaya…Se levantó del asiento y fue al cajón

de madera, lo abrió y rebuscó algo quehabía en él. Cuando se dio la vuelta, vicomo llevaba ropa limpia, y más telacon la que tapar la herida.

—Será mejor que te la cubra bien yte pongas algo limpio.

Dejó sobre la mesa los ropajes, pasóuna de sus manos por detrás de miespalda para ayudarme a incorporarme.Miré hacia abajo para poder verlamejor, había una gran abertura, el corteera más profundo de lo que creía, peropor suerte ya había dejado de sangrar.

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Hanna me ayudó a avanzar por la gardrhasta que llegamos frente a un cuencolleno de agua, Boril acababa de llenarlo.Mojó un trozo de tela y lo pasó sobre lapiel limpiándola, tras eso lo secó y leechó la mezcla del día anterior.

—Aguanta aquí —me dijo cuandoempezaba a pasar el trapo por encima dela abertura.

Fue envolviéndome, hasta que quedótotalmente cubierto y sellado concuidado.

—Tendremos que hacer una curatodos los días, así que, tendrás quequedarte aquí —dijo en tono autoritario.

Asentí a la vez que la miraba a susojos marrones, aunque dependiendo de

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cómo le diera la luz, un destello comolos rayos del sol brillaba en ellos,dejando ver lo que se escondía en suinterior. Me abrazó, a la misma vez querestregaba sus manos contra mi espalda.

—Ahora te limpiaré el pelo, lotienes… —comentó a la vez que cogíauna jarra y la metía en el agua—. Pon lacabeza hacia adelante —hice lo que medecía, con cierta dificultad. Cuando yaestaba bien puesto, dejé que el aguacayera por toda mi cabeza.

Pasó las manos por el pelo,deshaciendo los nudos que había en él.

—Quítate esos pantalones y lasbotas.

—Bueno…

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Me deshice de mis ropajes menos delos calzones. Los tiré al suelo mientrasla mujer me miraba expectante aunquealgo cohibida, intentando mantener lacompostura. Pude ver como sus mejillasse enrojecían y una vergonzosa sonrisaasomaba en sus labios. Dejé ir unacarcajada, lo que hizo que el dolorvolviera a aparecer, perdurando duranteun buen rato. Me puse las manos sobreel pecho para calmarlo, pero de nadasirvió.

—Ay, hijo… Deberías ir con máscuidado.

—No puedo remediarlo.Pasó el paño mojado por la cara, los

hombros, los brazos y al final acabó por

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tendérmelo para que me limpiase elresto de zonas, mientras ella ibapeinándome. Noté como lo desenredabacon un peine hecho de oro, procedentede alguno de los últimos saqueos en losque estuvimos. Me trenzó el pelo desdearriba del todo, dejándolocompletamente pegado a mi cabeza.

Acabé de ponerme los ropajes queme había dado, un kirtle corto del colorde la tierra con refuerzos en los codos yhombros hechos de piel curtida, tambiénhabía uno más grande sobre el pecho. Elkirtle llevaba un amplio cinto de cueroque hizo que quedara apretado al pechoy la cintura.

—¿Ya estás? —preguntó Hanna con

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su dulce voz.—Sí —dije dándome la vuelta.Cuando me giré, vi a Göran sentado

en la mesa. Hanna estaba de pie,esperándome. Habían puesto la comidaen los cuencos y me aguardaban. Porsuerte, tuve un reconfortante caldo queno pude tomarme la noche anterior.

—No sabía que supieras hacer algotan bueno —murmuré a la vez que mellevaba a la boca otra cucharada.

No dijo nada, se limitó a comer loque había preparado dejando quealgunas gotas del caldo se quedaran ensu bigote.

—Está deliciosa —dijo Hannaalagándole con una enorme sonrisa—.

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Mi hombre ha aprendido demasiadobien, algún día ocupará mi lugar, ¿nocrees, Egil?

—Nadie podrá ocupar nunca tulugar, tu comida es irreemplazable,aunque debo darte la razón, estádelicioso —dejé que una sonrisa sedibujara en mis labios mientras veíacomo Göran se limitaba a asentir.

De repente su gesto se volvió serio,frunció el ceño molesto lo que hizo quealgo en mí se preocupara de que era loque le rondaba por la cabeza.

—¿Qué ocurre, amigo?—No puedes ir por libre —contestó

—. Ese animal podría haberte matado,no es la primera vez que te lo digo.

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—No soy un niño, Göran.Permaneció callado, mientras

tensaba su boca mostrando un clarodesacuerdo con lo que estaba diciendo.Miró con pesar a su mujer, quienencogió los hombros y siguió comiendo.

—Hasta que no estés totalmenterecuperado, te prohíbo volver al vangr,te quedarás con nosotros. Hanna y Borilse ocuparán de hacerte las curas, y si nopueden ninguno de los dos, lo haré yo —dijo por fin enfadado—. ¿Entendido?

Asentí pausadamente. Göran selimitó a poner mala cara sin decirabsolutamente nada. Hasta que sin quenos lo esperáramos, la puerta se abrió ytras ella apareció padre junto a Hammer

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y Jokull, sus dos lobos guardianes. Sindecir ni una palabra, se adentraron en lagardr, y permanecieron observándonoshasta que cada uno de ellos tomaronasiento.

—Hammer me ha explicado lo quepasó en el vangr ayer —dijo seriamente—. ¿Por qué no viniste a mí?

—Por qué tú no puedes cuidarme —dije de mala manera—. Ella sí —miré aHanna—. Siempre lo ha hecho, desdeque madre no está ha sido ella quien seha ocupado de velar por mí.

Tragó saliva mirándome con desdén,igual que lo hicieron sus hermanos, peroninguno de ellos osó decir nada cuandoes el Jarl quien debía de hacerlo.

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—No volverás al vangr durante laspróximas lunas —tomó una de las jarrasllenas de agua, y se la llevó a la boca—.Creo que ya sabes cuales eran lascondiciones de cazar el animal.

—Sí, lo sé —contesté.Era cierto que sabía cuáles eran las

condiciones de haber cazado algrábjörn, ocupar el lugar del hersir,dirigir a los hombres… Pero, había algomás que necesitaba que hicieran paracomplacerme.

—Quiero algo más —dije mirandoel cuenco—. Quiero que Hammer ocupemi lugar en la tierra, un intercambio.

—Eso es algo que deberá decidir él,si lo acepta o no, a mí me parece una

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grandísima idea, tal vez no le vaya malvolver al que era su lugar hace unosaños.

—Pero… Señor… —contestó yacabó doblegándose ante su Jarl.

—Ahora te toca cumplir con tu partedel acuerdo —dijo zanjando el asunto.

Vi como el semblante del hersir fuecambiando de la tranquilidad al enfado,y del enfado a la furia. Sus ojosbrillaban ansiando venganza, por lo queme limité a sonreír, lo que aumentó sumalestar y provocó mi risa. El dolor,una vez más, volvió a atravesarme elpecho, doblegándome sobre la mesa.

—Hijo, ¿estás bien? —preguntópreocupado.

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—Sí, lo estoy.Tras eso se puso en pie y se

marcharon por donde habían venido,pero no sin antes Hammer poner el puntoy final a la conversación.

—Mañana te quiero en la arena a lasalida de Sól.

Asentí y le saludé con la mano semarchó sin decir nada más cerrando lapuerta tras su enorme espalda.

—No deberías comportarte así, hijo,algún día tendrás problemas.

—No me importa.

40Amma – Abuela

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Estaba acabando de amanecer, el solhacía acto de presencia apareciendoentre las nubes. La densa niebla ya habíallegado hasta nuestras tierras, haciendoque apenas se pudiera ver. No habíaacudido nadie a nuestro encuentro en elvangr, aunque deberían de haberlohecho a la misma vez que yo, con lasalida de Sól. Cerré los ojos mientrasescuchaba como alguien se acercaba. Alabrirlos, en la lejanía, pude divisar una

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sombra que avanzaba entre la niebla.Cuando estuvo algo más cerca, vi queera Hammer quien se aproximaba.

—¿En qué piensas? —preguntó demalas formas.

—Ya lo verás cuando llegue elmomento.

Poco después llegaron el resto,quienes parecían haber sido llamadospor el enfrentamiento que yaempezábamos a tener Hammer y yo.

—Despojaos de vuestras pieles —les ordené.

Mientras el resto hacía lo que leshabía ordenado, vi como la última enaparecer fue la hermosa y guerrera Gala,quien pasó entre todos empujándolos

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para hacerse su propio camino. Llevabael cabello recogido y trenzado desde laparte delantera, haciendo que cayera porsu espalda.

Tenía mala cara, aunque más bienparecía enfadada. Podría seguir molestapor lo que había ocurrido la otra vez.Durante un momento me quedé quieto,observando como avanzaba, comodesafiaba con la mirada a todos aquellosque se cruzaban en su camino.

—Has llegado —dije al pasar por sulado.

—Cállate —dijo sin siquieramirarme.

Al abrir la boca para decir algo másy como si hubiera adivinado mi acto,

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giró sobre sus talones, sacó un pequeñoknífr y lo pegó contra la piel de micuello amenazándome.

—Una sola palabra más y lolamentarás —dijo entre dientes.

Fijó sus ojos en los míos, retiró lahoja del knífr y se alejó sin que pudieraevitar que me quedara aturdidomirándola. Perplejo por lo que acababade ocurrir, observé como movía suscaderas, esas con las que los dioses ladotaron para hechizar a aquelloshombres que la observaran condetenimiento. Su trenza se balanceaba deun lado a otro, acompañado por elmovimiento de su cuerpo. Hizo que ni elhabla me saliera, ni siquiera mi mente

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pedía pensar con claridad cuando no eraella quien reinaba mis pensamientos.

—Colocaos ahí —les ordené sinapartar la mirada de la joven—. Duranteunos días Hammer ha sido relegado desu cargo, por lo que lo ocuparé yo —dije señalando donde se encontraban—.Por eso, el hersir, ocupará mi lugar.

Todos asintieron, sin decir nada alrespecto. Quería ver la reacción de susrostros al explicarle lo que iban a hacera continuación.

—Os explicaré qué vamos a hacer—hice una pausa, mirando a quieneshabían asistido— Bitgin, Olaf, Janson,Gala, Ubbe y Jokull, allí —les ordenéseñalando uno de mis lados— Björn,

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Elof, Hammer, Carón, Gull y Bror, alotro costado.

Hammer y Gala me miraron condesdén sin entender muy bien que era loque estaba ocurriendo molestos por mielección.

—¿Por qué lo has hecho?—Porque he decidido que debía ser

así —le dije con una media sonrisa—.¿Algo que objetar, Gala?

—Quiero que venga conmigo.—Se quedará en el lugar que le he

asignado.La muchacha volvió a mirarme

desafiante, mostrándome su desacuerdopor lo que había decidido. Pero me dioigual lo que ella pensara, haría lo que le

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ordenara. Se colocaron unos frente aotros, hablando entre ellos.

—¿Alguien tiene algo que decir?—No, Egil —respondieron todos al

unísono.Asentí, mirándolos a todos, Hammer

estaba molesto, al igual que Gala, perosu enfado no me hizo a hacer cambiar deopinión.

—Debéis esforzaros más en elcombate cuerpo a cuerpo, así que,adelante.

Aceptaron lo que dije, algunos deellos acabaron deshaciéndose tambiénde sus kirtle, prepararon sus armas y secolocaron frente a frente los unos de losotros. Carón se emparejó con Gala,

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hablaban tranquilamente, ella sonreía loque hizo que la rabia empezara a creceren mí.

—Dejad de hablar y empezad —grité intentando que todos hicieran casopor igual—. ¡Vamos!

Se colocaron como había dicho, yesperaron a que emitiera un leve sonidoque les indicara que debían empezar. Alhacerlo, desaté la fiereza de estosgrandes guerreros. Me puse frente aGala y Carón. Este estaba preparadopara atacar, se abalanzó sobre ella y conun grácil movimiento consiguióesquivarle. Tenía una gran habilidadpara moverse y una agilidad propia deun kottr, la valentía de un experimentado

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guerrero y la belleza de una hermosavalkyrja. Era toda una guerrera de lospies a la cabeza.

Me quedé perplejo mientrasobservaba como se iba moviendo dandosaltos de un lado hacia otro, haciendoque mi amigo cayera al suelo, mientrasella aprovechaba para tirarse encima deél e inmovilizarle. De algún lugar sacóun knífr y lo colocó en su cuello,sujetándolo con fuerza. El cabello de lamuchacha cayó hacia delante, y no pudeevitar ver como sus pechos casi rozabanel del otro.

Algo empezó a corroerme pordentro, como si hubiera comenzado aarder. Si por mi hubiera sido habría

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quitado a Carón de ahí, y me la habríallevado lejos, lejos de cualquier lugar,alejándola de todo hombre que no fuerayo. Tenía que ser mía, no podía dejarque nadie me la arrebatara.

—Vamos, levanta —le ordené a miamigo.

De un solo giro consiguió tenderla enel suelo, quedando él por encimasentado sobre su cintura, haciendo quemi rabia aumentara aún más. Si hubieratardado algo más de tiempo en quitarse,habría acabado por perder la cabeza.

—¡He dicho que te levantes! —gritéenfurecido.

Le agarré por el cuello del kirtle, ytiré de él con tanta fuerza como pude

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apartándolo de ella.—¿Qué crees que estás haciendo? —

preguntó dándome un golpe en elhombro.

—Sal de ahí —gruñí pegando micabeza a la suya, mientras Gala nosobservaba desde el suelo.

—Tranquilo —dijo angustiado.Le tendió la mano a Gala para que se

pusiera en pie y volvieran a empezar.Esta vez sería ella quien atacaríaprimero, pero el resultado no variaría.Carón volvería a ser derrotado por unade nuestras mejores skjaldmö.

—Deberías tener algo más decontrol.

Di la vuelta intentando coger aire,

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calmando el fuego interno que empezabaa quemar mi ser. Fui a ver como el restopracticaba sus golpes, ver a Carón yGala así conseguía enfermarme.

—Muy bien —les dije a Gull yJanson—, seguid.

Se miraron enfadados, con rabia,nunca se habían llevado del todo bien,por lo que aprovechaban aquellosmomentos para calmar las ansias deacabar el uno con el otro. Me dirigíhacia donde se encontraban Björn,Ubbe, Olaf y Birgin, estos habíandecidido organizarse por su cuenta yhacerlo en parejas para coordinarsemejor en la batalla.

Me quedé observándole, Ubbe sacó

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un knífr intentando herir a Birgin, perono lo consiguió ya que este interpuso suescudo entre ellos. Acabó haciéndole ungesto, sujetó con fuerza el escudo yenvistió a Ubbe haciendo que cayera alsuelo y junto a él, cayó Björn, quienestaba a su lado.

—En pie.Por primera vez en mucho tiempo,

estaban todos satisfechos con lo queconseguían. Volví a donde seencontraban Hammer y Jokull, un pocomás allá de donde estaba mi hermosavakyrja. Me detuve frente a ellos, yobservé como el de la gran cicatriz en elrostro acabaría ganando a su bróðir enmenos de dos movimientos, haciendo

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que cayera al suelo. Siempre había sidoun gran guerrero, sobre todo en lasincursiones.

—Vamos —animé a Hammer.Fui más allá hasta que escuché como

algo caía al suelo, o mejor dichoalguien, ya que fue Hammer, por lo queno pude reprimir que una carcajada seescapara, hasta que vi a Carón y Gala.Estaban sentados en el suelo, sin hacernada, solo hablaban.

—¡Quiero ver vuestra fiereza! —Lesexigí a todos cuando se centraron en mí—. Quiero que penséis en aquellos quequieren atacar nuestro heimr.

Todos asintieron con premura, sesepararon como había hecho yo antes.

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Cogieron sus escudos, algunos de ellosse despojaron de algunas de las pielesque aún conservaban y sujetaron confuerza sus hachas, espadas y lanzas.Fueron hacia el centro de la pradera, yse colocaron cada grupo a un lado,dejando un gran espacio entre ellos.

—¿Preparados?Todos asintieron con la mirada fija

en aquellos que tenían en frente. Estabancompletamente alineados, preparadospara atacar en cuanto diera la señal.Hice un ligero movimiento de cabeza.

—¡Escudos! —gritó la hermosaskjaldmö dejando la delicadeza a unlado para convertirse en la valkyrja quehacía que perdiera la cabeza.

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Con un solo movimiento, todoscolocaron sus escudos frente a sucuerpo, creando una barreraprácticamente infranqueable.

—¡Escudos! —dijo Hammer, al igualque su hija.

Al igual que los primeros, estostambién los sujetaron con fuerza creandootra barrera.

—¡Lanzas! —gritó de nuevo Gala.Colocaron las lanzas frente a los

escudos todos a la vez, tanto en un ladocomo en el otro.

—¡Adelante!Empezaron a correr, la lucha había

comenzado. Me quedé impresionado porla visión que estaba teniendo, nunca

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antes había visto a Gala comportarseasí, con esa fiereza, esa fuerza… Lo quecreó que un irrefrenable deseo porposeerla creciera en mí más que nunca.Se movía como una auténtica guerrera,como un kottr, una valkyrja creada porlos mismísimos dioses para acabarconmigo. Mi atención se centró en ella,en como luchaba, en cada uno de susmovimientos…

Los escudos chocaban unos conotros, hasta que Gala consiguióagacharse haciendo que Björn pasarapor encima de ella, cayendo al suelo.

—¡Aguantad! —gritó, mientrasempezaba a golpear el escudo de Gullcon su espada.

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Todos la obedecían, nadie osabacontradecir ninguna de sus órdenes.Algunos solo utilizaban sus escudoscomo defensa y arma, a otros no lesimportaba herir a los demás. Seguíanavanzando, vi como el grupo en el queestaba Gala seguía resistiéndose yatacando con fuerza. Pero entonces, sedetuvo, se quedó con la vista fija en lalinde del bosque, y echó a correr haciaun hombre de nuca afeitada. Cuando estequiso reaccionar y marcharse ya erademasiado tarde, Gala sacó una de laspequeñas hachas que colgaban de sucinto y se la lanzó clavándosela en laespalda, haciendo que cayeradesplomado al suelo.

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Fui hacia allí lo más veloz que pude.La muchacha se agachó a su lado, acercósu oído a la boca del hombre y tras esosacó el hacha de la herida. Empezó agolpearle con fuerza clavando la hoja ensu cuerpo, y acabando con su vida. Dejóir un fuerte alarido, acercó su mano a lamía quitándome mi hacha, y sin pensarlolo decapitó dejándome perplejo. Sepuso en pie, le dio un golpe al cuerpo yse volvió hacia nosotros con el rostromanchado de sangre, al igual que loestaba su cabello y sus ropajes.

El hersir fue hacia ella, la abrazó yentonces rompió a llorar. Por unmomento quise ser yo quien estuvieraahí, consolándola, calmando su pesar,

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pero algo me decía que mi abrazo no ibaa ser bienvenido.

****

Di varios golpes en la puerta deGöran pero nadie me atendió, por lo queme dirigí hacia el gran salón, dondeacabarían por ir el resto de guerreros nomucho después. Abrí el portón condificultad ya que era terriblementepesado. Al final del salón me encontrécon Hanna, quien hablaba con Borilmientras acababan de preparar losmanjares que luego se servirían durantela cena.

Mi estómago empezó a rugirhambriento, si por mi hubiese sido no

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habría esperado al resto y me habríacomido todo lo que estaban preparando.Hans también estaba allí, ayudando juntoal resto de mujeres del poblado.

—Me alegra verte —dijo Hannamientras removía la comida.

Como respuesta le mostré una ampliasonrisa, mientras ella seguía con susquehaceres. Solo de oler lo que íbamosa comer, mi hambre se volvía cada vezmayor.

—¿Necesitas dos manos más? —Mepresté a ayudarla, algo poco habitualpara entonces.

—No, hijo —dijo, pero se quedópensando—. ¿Podrías ir a por Bera?

—Claro.

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Sonreí y salí del salón. Había muypoca gente en sus casas, casi todosestaban ya preparados para comer hastaque no pudieran más. Fui hacia la casade Steit, y me encontré a Carón hablandocon su madre, Bera.

—Oh, Egil —dijo la mujersorprendida—. ¿Cómo te encuentras?

—Voy mejorando, poco a poco.—Carón me explicó lo sucedido,

¡suerte que cazaste al oso!—Sí, bueno… —Hice una leve

pausa, sin saber bien que decir—.Hanna me ha pedido que venga buscarte,necesita más ayuda en el salón.

—Muy bien, Igor y Zíu —llamó a losthraell—. Venid —les ordenó— mejor

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seis manos que no solo dos, ¿no? —añadió una sonrisa.

—Claro.Después de aquello nos marchamos

hacia el salón. Cuando entramos, lamujer nos miró y sonrió alegre.

—Gracias a los dioses que hasvenido, necesitamos ayuda, no tardaránen llegar esos úlfr hambrientos.

Hablaron tranquilamente, mientrasme senté en el sitio que solía ocupar.Hanna les indicó lo que debían hacer,por lo que no tardaron en entenderlo yponerse a ello.

—Mientras ellos acaban, será mejorque vayamos a curarte esa herida.

Al llegar a su gardr, me sentó en uno

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de los asientos de madera, hizo queabriera el kirtle y lo dejara sobre lamesa. La tela que cubría el zarpazoestaba empapada en sangre. Lo másseguro es que durante aquel día hubierahecho algo que sangrara.

—Has hecho esfuerzos —me regañó.Durante un instante permanecí

pensativo, no recordaba cuando habíaocurrido, pero entonces me acordé. Elmomento en el que había levantado aCarón estando con Gala.

—Parece que sí… —afirmé conpesar.

Dejó ir un suspiro, se puso en pie yfue hacia donde tenía los cuencos, cogióuno de ellos y lo llenó de agua. Puso un

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trapo dentro del agua, empapándolo, ydejó el cuenco sobre la mesa.

—Volvamos a limpiarlo —machacólas hierbas necesarias en un cuencoañadiéndolas al agua.

Me apoyé sobre la mesa, e hizo ungesto para que no lo hiciera. Limpió lasangre que había quedado seca, y la queempezaba a salir en aquel momento. Lovolvió a meter y a limpiarlo. La heridano se cerraría si no lo provocaba ella,por lo que puso un knífr en el fuegodejando que se calentara. Cuando sevolvió del color de las llamas, vinohacia mí y lo puso sobre la heridahaciendo que esta se cerrara. Gritédesgarrándome la garganta. Dejó el

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cuchillo sobre la mesa y puso algo deagua intentando calmarme.

—¿Te duele? —preguntó a medidaque iba poniéndome la mezcla y latapaba con la tela—. Veo que sí, irásiendo menos cuando te recuperes.

Asentí, me puse los ropajes mientrasella fue hacia el fuego para echar unashierbas en el agua que habíacalentándose. Poco después se acercó amí con una jarra humeante.

—Debes tomártelo —me lo tendió—, te irá bien.

—Pero esto…—No seas niño.Agarré la jarra, y de un trago me lo

bebí todo, intentando deshacerme de ese

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repugnante sabor y olor que tenía ellíquido.

Salimos de la gardr preparados paraasistir a la cena. El sol no tardó enmarcharse y su brillo apenas iluminabalos caminos de nuestro heimr. Aquellanoche, padre había convocado unathing, una asamblea en la que informaríaa todos los habitantes del poblado cualsería nuestra próxima incursión. Abrí lapuerta aún con Hanna cogida de mibrazo, hasta que vio a su hombre, quienla buscaba con la mirada y le hizo unaseñal para que fuese junto a él.

La gran mayoría de mesas y sitiosestaban ocupados, menos la mía, aquellaen la que solía sentarme, frente al Jarl y

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los hersir. Gull y Carón estabansentados en ella, aguardando mi llegada.Busqué a Björn que estaba junto a Linna,después vi como Gala, tan hermosacomo siempre, avanzaba entre la gentepara sentarse junto a su padre en la granmesa. Desde la repentina muerte de sumadre, todo fue a peor, él se volviódemasiado rudo con todo el mundo,incluso con ella, pero aun así siguió a sulado.

—Escuchad —dijo Hammer alzandola voz—. El Jarl tiene algo que deciros.

Thorbran se puso en pie frenteobservándonos. Pasó una de sus grandesmanos por su cabello y tras eso por subarba acariciándola. Los pelajes que

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reposaban sobre sus hombros le hacíanparecer el más feroz de todos, pero porello se había ganado el apodo deThorbran Grábjörn, el oso.

—Heill —nos saludó a todos.—Heill, Jarl —le saludamos.—Hoy, en esta noche de inicio hacia

del solsticio de verano, me gustaríaagradecerle a mi hijo, quien cazó unsegundo oso el otro día que lo hayacompartido con toda su gente —dijocontento.

Dejó de hablar durante unossegundos, carraspeó, clavando la miradaen la hoguera que había en el centro delgran salón, y al levantarla, las puertas seabrieron. Tras ellas aparecieron algunos

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de los hombres, junto thraell que lesayudaban a cargar con un enorme troncode fresno.

—Hoy le pedimos a los dioses quenos bendigan con grandes cosechas. —Alzó la voz.

Helga entró en el gran salónacompañada de dos niños vestidos condos kirtles blancos, y de Hanna.

—Alabados sean los dioses,hermanos, que el tronco arda durantetodo el solsticio de verano, y su fuegomuera al inicio del invierno, que nos déluz y calor, en este, el día más puro. Yque el rey Thorbran y su familia, sientanel calor del gran fuego tanto como elamor de su pueblo.

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Tras la intervención de Helga, padrese volvió a sentar, pero no por ello dejóde hablar al pueblo.

—Egil ganó a Hammer en unholmgang, pero eso ya lo sabéis —carraspeó—. Será mi hijo quien tome sulugar durante la preparación para elataque y deberéis acatar sus órdenescomo si fuera el hersir quien loordenara.

—Sí, Jarl —respondieron todos.—No podemos permitir que nadie

intente hacerse con nuestras tierras,¿verdad? —preguntó, escuchando elreproche de muchos— Jokull y algunoshombres marcharán en busca de aquellosque pretenden herirnos. —Les informó

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— y ahora, disfrutemos de estosdeliciosos manjares que ha preparadoHanna —cogió una jarra y la alzó—¡por los dioses! Y porque siempre esténde nuestra parte.

—¡Por los dioses! —gritamos todos.—Qué los dioses guíen a nuestros

hombres hacia la victoria, si las nornasasí lo tejen.

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Algunas noches después.Me vestí con el kirtle y sobre este

las pieles del oso que maté. La anudépor encima del hombro y salí de lagardr. Tras varios días en un hogar queno era el mío, me alegró poder volver ami gardr y no tener que estar con Hanna,quien se ocupaba de curarme la herida yde alimentarme como si fuera su propiosonr. Después de un largo tiempo, habíallegado el momento de que marcháramos

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a Agden.Fui hacia los establos a por Espíritu,

ya que el camino lo haríamos a caballo.Colgando del hombro llevaba mi hatillo,lleno de comida, ropajes y pieles conlas que arroparnos durante el camino.Hans se ocuparía de cuidar a losanimales, la granja, y de proteger migardr mientras estuviera fuera. Al abrirel portón me encontré con Gull y Galapreparando sus animales para nuestramarcha. Me acerqué a Espíritu, el cualno dejaba de golpear el suelo y deresoplar desde que me vio entrar por lapuerta. Era más inteligente de lo queparecía. Le acaricié el morro, el cuelloy emitió un sonido.

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—Heill —dije acariciándole una vezmás, y le besé—, ¿estás preparado?

El hestr movió la cabeza arriba yabajo animado y relinchó de nuevocomo si supiera lo que le había dicho.Ladeé ligeramente el rostro, y fueentonces cuando me encontré con ladulce mirada de Gala, que meobservaba. Sus ojos brillaban fijos enmí, y una disimulada sonrisa seesbozaba en sus labios. Cuando sepercató que me había dado cuenta de sugesto, todo desapareció.

—¿Qué miras? —preguntó de malasformas.

No le di importancia a lo que decía,dejé el hatillo sobre el heno que había

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junto a Espíritu, y fui a por un cepillo.Peiné todo su cuerpo, dejando quecientos de cabellos marrones como latierra cayeran al suelo. Lo dejé dondeestaba, y lo preparé para marcharnos.Anudé la cinta de cuero a la altura de suvientre para que no se moviera, y sujetéel hatillo y el escudo a ella. Me deshicede la cuerda que lo sujetaba al poste. Lepuse las riendas, me di cuenta de que lamuchacha de cabellos rojizos estaba apunto de pasar frente a nosotros. Galahabía trenzado algunos mechones delcabello de la yegua entre sí,adornándolo con algunas flores.

—Egil, si no dejas de mirarla asíacabará matándote —me advirtió Gull,

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quien estaba presente en todo momento.—No importa… —dije buscando

una explicación—. No importa —repetí.Seguí yendo tras ella, imitando cada

uno de sus pasos, hasta que se detuvo enla puerta de los establos, y se subió aRegn, la yegua. Entonces se dio cuentaque estaba siguiéndola, observándola.

—¿Qué?—Hvat?—¿Qué haces?—Ir junto a los míos —contesté sin

darle mucha opción de seguir hablando.Monté sobre Espíritu, le di varios

golpecillos en el lomo, chasqueé lalengua haciendo que avanzara y mecoloqué junto a la hermosa mujer. Esta

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clavó su poderosa y sugerente miradasobre mí, acompañándolo de una mueca.Frunció el ceño cuando pasé frente aella, dejándola atrás. Quería llegar elprimero, pero entonces escuché comoGala empezó a moverse. Gala hizo quesu yegua fuera más rápido, así que, laimité.

—No llegarás antes que yo —gritótras mi espalda, dejó ir un leve chillido,Regn empezó a correr cada vez con másfuerza, pero no tardó en quedarse atrás.

—Claro que sí, lo haré.

****

Hammer estaba esperando junto aCarón, Janson y algunos hombres más.

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Padre no iba a aparecer, no vendría ennuestra expedición, ya que tan soloíbamos a localizar a aquellos que teníanpensado atacarnos.

Algunos de los viajeros que habíanpasado por nuestro heimr de camino aotro lugar, a lo largo de los años, noshabían hablado de un pueblo, historiassobre la gente que habitaba en las tierrasa las que nos dirigíamos. Adoradores deLoki, el Dios de la trampa, aquel quequiso engañar a los dioses. Loki, quienacabaría desencadenando el Ragrnarökcon el fin de acabar con toda la vida.

—¡Egil! —Me gritó Göran justoantes de que me encaminara hacia lavangr.

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Hice que el hestr se detuviera, dimedia vuelta y cuando fui hacia dondese encontraba frente a la puerta de sugardr, estaba esperando que llegara.

—¿Qué ocurre?—Sé prudente —me pidió—. Vuelve

a salvo, junto a tus hermanos, no comohiciste la última vez, ¿entendido?

—Lo haré.—Más te vale o acabaré contigo en

cuanto vengas —se pasó las manos porla cabeza—. Qué los dioses esténcontigo.

Me encaminé hacia el vangr. Elhersir no llevaba caballo, ni su hatillo,ni armas, ni escudo, lo que hizo que lemirara extrañado. Vi como hablaba con

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Gala, Bror, Janson, Elof y Ubbe. Con unsolo movimiento, agarró a Jokull delbrazo con fuerza y lo apartó del resto.Hablaban entre ellos algo molestos, opor lo menos eso es lo que me parecía asimple vista. Me detuve junto a Carón,quien también les observaba.

—¿Qué les pasa? —pregunté sinapartar la mirada de ellos.

—Hablan sobre algo que parece nogustarle nada a Jokull, aún no nos hanexplicado de que se trata, no tardarán enhacerlo, supongo —alzó los hombros yaguantamos sin decir nada más.

Jokull le dio un leve empujón a suhermano, quien apenas se movió de laposición que había tomado. Este frunció

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el ceño molesto por lo que acababa dehacer, lo miró con desdén y soltó unsoplido. Chasqueé la lengua, lo que hizoque Espíritu comenzara a caminarllevándome hacia donde estaban ellos yquedándome delante de todos, viendocómo se miraban con cara de pocosamigos aun siendo hermanos, no erancapaces de llevarse bien en ciertassituaciones.

—¿Qué ocurre?Se miraban entre ellos desafiándose,

enfadados.—El hersir no nos acompañará —

dijo molesto— lo que hace que esté yo acargo —sonrió, haciendo que su largacicatriz se estirara.

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—Es mejor para el pueblo que mequede junto al Jarl —contestó—. Elpueblo no puede quedarse sinprotección.

—Y no solo eso sino que algunos delos nuestros deberán quedarse junto aellos —dijo Jokull enfadado más queantes, tanto que sus ojos brillan de larabia, jamás le había visto así.

Miré a los hombres que estaban algoapartados, por lo que supuse que seríanellos quienes se quedarían, pero, ¿quépasaba con Gala?

—Bueno, aun quedándose algunosaquí, seremos suficientes —dijemirando al hersir.

—Sí, claro.

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—Creo que lo mejor será dividirnuestras fuerzas.

Este asintió, dio media vuelta y medejó a solas con el hersir.

—Egil —me llamó—. Protégela —me pidió, aunque algo me dijo que sihubiera sido necesario, se habríadoblegado ante mí con tal de queaceptara lo que me rogaba—. Asume deuna vez por todas tu lugar en nuestroheimr, lucha junto a Jokull, sé que Odínestá de tu parte, hijo, no le defraudes.

—Lo haré, hersir.—Bien, ahora vuelve junto a tus

hermanos.Iba hacia donde se encontraban los

demás, cuando cogió a Espíritu por las

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riendas tirando de él y se acercó denuevo a mí, agarrándome por el cuellodel kirtle.

—Cuida de ella, hazlo o lo pagaráscon tu vida —gruñó, cambiando elsemblante.

Asentí varias veces y me marchécolocándome junto a los guerreros,quienes ya estaban sobre sus hestr.

—Guerreros —dijo con la vozquebrada, se aclaró la garganta haciendoun sonido desagradable y prosiguió—.Durante esta expedición no osacompañará el Jarl Thorbran, ni nuestrohersir, Hammer —ladeó un poco lacabeza, para mirar a su bróðir—. Estavez han decidido que será mejor que

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permanezcan en nuestro heimr,protegiéndola de posibles intrusos, poreso algunos hombres deberán quedarsecon ellos —observó a aquellos que sequedarían en el poblado— Janson, Olaf,Ubbe, y Elof, permaneceréis aquí juntoal Jarl. Confío en que será lo mejor.

—Que los dioses estén con vosotrosy guíen vuestros pasos, hermanos —dijoHammer—. Sé que lucharéis ydefenderéis nuestro pueblo para ganarosun puesto en el Valhalla junto a Odín yFreyja.

Los nombrados se marcharon junto aHammer mientras el resto, expectantesobservábamos como Jokull nos miraba.Cerró los ojos dejando que el aire

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rozara su rostro, calmando el fuego querujía en él.

—Ha llegado el momento —sentenció— ¿y Gala? —preguntóextrañado.

Miré hacia todos lados, ¿dóndeestaba? Hacía poco que estaba hablandocon los demás y de repente habíadesaparecido. Bajé al centro del puebloa buscarla, sin esperar que nadie dijeranada. Entonces la vi junto a su padredándose un largo abrazo, hablando comosi fuese a ser la última vez que sevieran. Había algo extraño en ellos, élse comportaba de manera distinta,distante con ella, tanto que no parecía nique fuese su padre. Gala, al apartarse de

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su lado, se giró y fijó sus ojos en losmíos.

—¿La has visto? —me preguntóJokull.

—Sí, está con Hammer.

****

Pasé las manos por el pelo corto deEspíritu, el animal estaba cansado,llevábamos mucho andado, tanto que elsendero había dejado de ser tan claro,para empezar a mezclarse con la tierra ylas hojas de los árboles que habían idocayendo a lo largo del tiempo y que porla falta de caminantes se habían quedadosobre el sendero. El viento soplaba confuerza por lo que era un alivio para los

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animales, que exhaustos, luchaban porseguir caminando y no decaer.Encabezando el grupo estaba Jokull,quien nos guiaba hacia nuestro destinocon mayor o menor precisión. No seescuchaba nada salvo el repiqueo de laspezuñas de nuestros hestrs contra laspiedras y el aire pasando entre las hojasde los árboles, haciendo que sebalancearan.

El murmullo del agua moviéndosenos alertó, había un río cercano, un lugarperfecto para dejar que los animalesdescansaran. La noche estaba al caer, ylo mejor era que buscásemos un lugar enel que establecernos. Pasé por delantede todos hasta que llegué junto a Jokull.

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Poco a poco nos fuimos desviando haciadonde se escuchaba el agua. No estabamuy lejos, a cada paso que dábamossentía como estábamos más cerca, hastaque tras atravesar una pendiente loencontramos. Fui el último en llegar,desde la lejanía podía ver como el aguacorría entre las piedras con rapidez,cristalina, tanto que podía ver como lospeces nadaban en ella.

—¡Mirad! —Me entusiasmé—. ¡Ahítenemos nuestra cena! —Todos segiraron para mirarme, mientras señalabalos peces que se movían en el agua.

—Perfecto —murmuró Carón.Cuando llegamos, bajé del hestr de

un salto, di varios traspiés hasta

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conseguir aguantarme en pie, ya que trasestar tanto tiempo a lomos de un caballoera algo difícil mantenerse como lohacíamos normalmente. Até al animal aun árbol, y sin pensarlo dos veces metiré al agua. Algunos pececillos seacercaban a mí, curiosos, así que,intenté atraparlos. El agua empezó aempapar mis ropajes, haciendo que sevolvieran más pesados y me fue difícilavanzar con ellos. Me los quitétirándolos sobre la hierba, las pieles yel kirtle. Gull hizo lo mismo que yo,saltó frente a mí para ayudarme, aunquelo hizo con una lanza en su mano y ya sinlos ropajes, salvo los pantalones. Sonreíal ver como venían. Björn se puso algo

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más lejos de donde nos encontrábamos,tras mi espalda. Saqué mi knífr de lafunda, y conseguí clavárselo a unomientras se movía insistentemente, hastaque lo tiré sobre los ropajes y ya nopudo hacer nada.

Tras pescar varios peces y tirarlos ala hierba, Gull resbaló y cayó en el aguaempapándose de arriba abajo. No pudeevitar reírme a carcajadas y junto a míel resto de guerreros que habían visto lomismo que yo. Nos sentamos en elborde, sin hacer nada, esperando a quemás peces se nos acercaran y asítuviéramos suficiente comida paratodos. Pronto cuatro peces más nadaríanentre nuestros pies, sin darse cuenta de

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que estábamos observándoles. Sujeté elknífr con fuerza, y con un solomovimiento ensarté dos peces en él.Miré a Gull quien aún mantenía lamirada fija en los otros dos queintentaban marcharse, pero pordesgracia para ellos, los dioses noestaban de su parte y acabó clavando lalanza en los otros dos.

Salí del agua, guardé mi knífr en sufunda mientras veía como Birgin secolocaba frente a mí con unas cuantashojas en las manos en las que colocaríalos peces. Se sentó junto a ellos yempezó a limpiarlos sacándoles lastripas.

Algunos de los hombres se habían

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marchado a por algo con lo que haceruna hoguera Algo en mí no iba bien, unamala sensación se apoderó de mí ser.Cogí mis ropajes para dejarlos junto aEspíritu, fue entonces cuando aparecióGala con varios troncos y ramas, trasella venía Carón, con algunos más.Jokull lo hizo tras ellos, y una parte demí respiró tranquilo, no habían estado asolas. Este último se sentó junto a mí.Con una destreza admirable empezó atrabajar en el fuego, el cual acabó porprender poco después tras una granhumareda. Noté como mi cuerpoempezaba a enfriarse a causa del aguadel río, por lo que esperé a que el calorempezara a deshacer el frío que me

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había tomado. Estuve así durante unbuen rato, hasta que recordé que laspieles se habían mojado al entrar en elrío, fui a por ellas, y a por el kirtle, paraque se secaran con el calor del fuego.

—Qué alguno traiga alimento —pidió el hersir.

Birgin que aún no se había sentado,fue hacia su hestr, ya que era uno de losque llevaban el alimento. De su hatillosacó un trozo de pan y una bolsa de telallena de huevos, los cuales ya habíancocido para que no se rompieran duranteel camino. También se había encargadode atravesar el pescado para que fuerahaciéndose, igual que con el pan. Girélevemente la cabeza y vi como todos los

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guerreros se habían sentado alrededordel fuego pendientes de que no seapagara. La oscuridad había caído sobrenosotros como si nada, dejándonos sinmás luz que la de la luna que atravesabalas frondosas copas de los árboles. Todohabía ocurrido tan deprisa que apenasnos habíamos percatado de ello.

—Gracias a los dioses hemospodido llegar hasta aquí, y si así loquieren mañana seguiremos nuestrocamino.

—Avanzamos bien, aunque a miparecer, hersir, deberíamos hacer algúnotro descanso para no forzar a losanimales —dije dirigiéndome hacia elhersir.

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—Lo pensaré —asintió e hizo unapequeña mueca.

Gala empezó a refregar sus manosentre sí, e hizo lo mismo con la ropaintentando calentarlas. Nada más darmecuenta me puse en pie, fui hacia dondese encontraba Espíritu y rebusque en lasalforjas hasta que encontré las pielesque quería, aquellas que estaban hechasdel oso que maté. Pasé tras ella, y se laeché sobre los hombros, a lo que en ungesto de sorpresa se giró y me miró.Esta vez en sus ojos no había rabia sinoel agradecimiento que no dejaba escaparpor esos rojizos labios que se habíaoscurecido a causa del frío.

Me senté de nuevo donde estaba

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intentando mostrarme paciente. Con lohambriento que estaba me lo comeríacrudo, en realidad podría engullir unbuey y aun así seguiría hambriento.Agarré una de las ramas que sosteníanlos peces que habíamos pescado, ycuando fui a hincarle el diente a lahumeante carne, Jokull me agarró por elhombro y con un ligero movimiento medijo que esperara. El resto hicieron lomismo que yo, aunque estos empezaron asoplar.

—Estate quieto.—No quiero abrasarme —le dije

alzando el pescado, enseñándole comodesprendía calor, le dio un mordisco,llevándose gran parte de este consigo—.

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¿Pero qué te crees que haces? —pregunté sorprendido, y le di un fuertegolpe en el brazo, haciendo que sucomida tambaleara a punto de caerse alsuelo.

—Te has quedado sin un trozo.Intenté comérmelo, para que así no

me quitara más, pero en vez de eso, tuveque engullirlo para no quemarme.

—Parecéis chiquillos —murmuróGala mientras arrancaba parte de supescado y se lo llevaba a la boca.

Me lo fui comiendo, mezclándolocon el trozo de pan que me habían dado.Cuando ya lo había acabado, dejé larama en el suelo y cogí uno de loshuevos que había traído Björn. Busqué

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una piedra para golpearlo, tiré lacascara al suelo y al río, dejando que elagua se la llevase como si fuera unpequeño drakkar.

—Será mejor que descansemos, dosharán guardia hasta media noche y luegootros dos.

—Yo haré la segunda parte.—Yo la primera —dijo Birgin—,

con Carón, ¿verdad? — Le miró y esteasintió.

—Egil hará el segundo, ¿alguienmás?

—No es necesario.Todos permanecieron callados, pero

cuando Jokull fue a zanjar el asunto,alguien lo interrumpió.

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—Yo me quedaré con él —susurróGala, a la vez que recolocaba las pielesy terminaba de comerse el trozo de pan.

El hersir asintió, se puso en pie y nodijo nada más. Me acerqué al hestr ysaqué las pieles que llevaba antes, merecosté contra un árbol y me tapé.

41Hvat? – ¿Qué?

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Empecé a sentir como alguien mezarandeaba, moviéndome de un lado aotro. No sabía que era lo que estabaocurriendo. Varios golpes me sacaron demi estado, de ese sueño profundo en elque estaba sumido y fue entonces cuandoescuché como una vocecilla me hablaba.

—Holgazán, levanta —dijo Gala envoz baja.

Estiré los brazos, aquello parecía undelicioso y hermoso espejismo, Gala

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llevaba el pelo completamente suelto, yal estar agachada le caía por encima delrostro. Me pasé las manos por los ojosintentando ver bien, pero me costaba. Enla mano llevaba una antorcha pequeñahecha con una rama y algo de tela…¿Tela? Entonces vi como mi kirtleestaba tirado sobre la tierra.

—¿Pero…? —pregunté sin entendernada.

—Querrás poder ver, ¿no?Asentí aún perplejo y adormilado.—Pero también quiero poder

abrigarme —fruncí el ceño.No dijo nada, contestó con una

sonrisa perversa pero a la vezcompletamente irresistible y hermosa.

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Miré hacia todos lados buscando aquienes se habían encargado de vigilar,pero por lo que parecía hacía ya un buenrato que estaban durmiendo como niños.Mientras acababa de situarme, vi comoGala se alejaba con tranquilidad, hastaque escuché el crujido de una rama.Observe a nuestros guerreros, pero nohabía sido ninguno de ellos, losanimales descansaban.

—Gala —le dije, intentando quesolo ella pudiera escucharme—.Esconde el fuego. —Le ordené.

Se acercó al río y metió la cabeza dela antorcha en el agua, haciendo que elfuego se apagara. Sería mejor que no seviera el resplandor, o acabarían

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descubriendo donde nos encontramos.Me senté en el límite de la bajada quehabíamos descendido la noche anterior,justo antes de llegar al camino. Cerrélos ojos intentando escuchar todo lo queocurría. Un búho nos acompañaba consu canto, llenando el bosque con susonido.

—No digas nada —murmuré, lamuchacha iba a decir algo pero entoncesapoyé mi dedo índice sobre sus labios.

Esta se acomodó a mi lado, tumbadahacia arriba con los ojos cerrados,dejando que la noche se hiciera con ella.Su pelo quedó esparcido sobre lahierba, podía ver la tranquilidad queemanaba de su rostro, y esa hermosa

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media sonrisa que apareció en suslabios. La observé aprovechandomientras no me veía para hacerlo, ya quesi se diera cuenta acabaría porenfadarse. Volvió a temblar a causa delfrío. Algo dentro de mí me pedía que laabrazase, que le diera el calor que lefaltaba y que la protegiera, aún asabiendas que ella podría ser mejor quecualquiera de los guerreros que entoncesroncaban como osos.

De un salto me puse en pie y fui apor las pieles que me cubrían, paraechárselas por encima. Cuando se diocuenta, abrió los ojos. Había algo enellos, algo distinto, una dulzura quenunca antes había tenido al mirarme. Se

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arropó bien, pude ver como su cuerpo serelajaba bajo el calor que comenzaba asentir. Me senté a su lado mientras nodejaba de observarme.

—¿Por qué lo haces? —preguntóconfusa.

—¿Por qué no debería hacerlo?Me dejé caer sobre el suelo,

tumbándome, cerré los ojos y me quedéquieto, intentando no hacer ningún ruidopara escuchar lo que la madre naturalezanos decía. Hasta que empecé a escucharcomo Gala se arrastraba por encima dela hierba, y noté que su cabello rozó mibrazo. Levantó un poco las pieles, losuficiente como para que me cubrieran,y apoyó su cabeza sobre mi hombro. Dio

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un respingo, ninguno dijimos nada,permanecimos en silencio hasta que algome alertó.

Caballos. Escuché como varioshestrs avanzaban por el skógr42,partiendo algunas ramas bajo suspezuñas, y junto a eso, escuché la voz deun hombre en la lejanía. Aparté laspieles, cubriendo a Gala por completo, yle tapé la boca para que no dijera nada.Se dio la vuelta quedándose apoyadacon los codos sobre la húmeda hierba.Esperamos agazapados, vigilando lo quehacían aquellos hombres que acababande aparecer en el camino, atentos a todoaquello que pudieran decir.

—Si vierais a la muchacha… —dijo

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uno de ellos al mismo tiempo que sepasaba las manos por el pelo—. Es unadiosa, deliciosa y feroz.

—Exageras —respondió el hombreque iba a su lado.

—Es más de lo que cualquiera denosotros podría esperar —el tono devoz se había vuelto más ronco, solo lefaltaba empezar a babear—. Tiene elcabello largo, muy largo, rojizo como elfuego, suave como la lana de las ovejas.Unos ojos verdes como la hierba frescaen Solmandr. Es la mujer que todohombre querría tener. Un cuerpo dignode una valkyrja, con esa forma tandelicada e irresistible, con los pechosexuberantes y turgentes que harían que

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cualquier hombre se arrodillara ante ella—dijo mientras se pasaba las manos alo largo del pecho y el resto del cuerpo—. Solo de verlos dan ganas delamerlos.

Ladeé la cabeza y la miré, su rostrohabía cambiado, su expresión habíapasado a la rabia y al asco. Cogió unpoco de aire y lo dejó ir. Cuando me fijéen ella, mi cabeza volvió a repetir cadauna de las palabras que había dichoaquel hombre; ojos verdes, cabellorojizo, valkyrja… ¡Estaban hablando deella! Cogí aire también, cerré las manosen puños intentando apaciguar la rabiaque empezaba a crecer en mí. Esosmalnacidos habían estado vigilándola,

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deleitándose con cada uno de sushermosos y puros movimientos.

—¿Por qué demonios hablan de ti,Gala? —Gruñí entre dientes intentandoque no me oyeran, mientras la agarré confuerza del brazo.

—Egil, suéltame —me pidió.Hice lo que me pedía, pero en aquel

momento solo pensaba en ir a por ellos,sacarles los ojos y cortarles la lenguapara que no pudieran mancillar sunombre.

—No… Yo… —dijo confusa,titubeando—. No lo sé.

Di un fuerte golpe sobre la hierba,encolerizado, intentando calmar el malque me corroía por dentro, pero era

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demasiado fuerte como para hacerlodesaparecer con un solo golpe. Escucharque hablaban de esa manera sobre ellame ponía enfermo, sería capaz de hacercualquier cosa con tal de que nadiehablara así de Gala, debería cortarles lalengua por haberlo hecho. Quería ir apor ellos, descuartizar sus sucioscuerpos, no merecían haberla visto…Ella…. Ella era una diosa a la quevenerar, no una simple fulana a la queusar.

La muchacha posó una de susdelicadas manos sobre mi brazo,apretándolo para que notara que estabaahí y que saliera de ese estado de cóleraen el que me encontraba que iba

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devorándome poco a poco,consumiéndome. Descendió el brazo consu mano tiernamente y agarró la mía conun cariño distinto a todo, únicamentesuyo.

—Tranquilo, víkingr43 —me susurró.Desvié la vista hacia nuestras manos,

luego a sus ojos, los cuales me rogabanque me calmara, que dejara ir a esosmalnacidos que habían ensuciado sunombre. Cuando quise volver a fijarmeen ellos, buscándolos con la mirada yano estaban, habían desaparecido en laoscuridad del skógr, al igual que lohabía hecho la luz que los iluminaba.Cogí aire, y miré hacia nuestroscaballos, permanecían tranquilos,

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descansando y sin hacer ningún ruido aligual que nosotros. Apreté las manos ylas cerré dando otro golpe contra elsuelo con la que aún tenía libre. Micuerpo temblaba y ardía igual que lohacía mi mente al imaginar lo que esossucios bastardos podrían querer hacerlea Gala, aunque estaba seguro de queninguno de ellos conseguiría ponerle unamano encima si ella no quisiera.

Giré la cabeza un poco,encontrándome con la mirada de lamuchacha, quien me observaba curiosa,con el cabello puesto hacia un lado, ycon algún que otro mechón que se lecolaba por la parte delantera del rostro.Se pasó la mano por ellos apartándolos.

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Acercó su rostro a mi brazo y al notarcomo temblaba, pegó sus labios a mipiel dándome un delicado beso.

—Ya está —dijo con una dulzuracapaz de conmoverme—. Si volvemos averles, acabarás con ellos —sonrió, yvolvió a besarme en el brazo.

Solté un suspiro seguido de un fuertey profundo gruñido, aliviando la rabiaque sentía dentro de mí. Cogí aire y metumbé sobre la hierba, como lo hacíaantes. Para que quedara bajo las pieles,Gala se pegó a mí. Levantó un brazo, yse colocó aún más cerca, se abrazó confuerza. Besé su cabello a la vez queacariciaba sus hombros. Ningunodijimos nada, pero no podía dejar de

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pensar en lo que había ocurrido, esoshombres deberían estar muertos, notendría que haberlos dejado escapar.Pagarían por lo que habían dicho, yomismo me encargaría de ello.

El aire se hizo dueño del bosque, unfrío aumentó, las hojas se movían en lasalturas y en el suelo, inquietando a loshestrs. Gala se acurrucó más contra mí,haciendo que un escalofrío merecorriera erizando mi vello, ycambiando algo en mi interior. No sabíaque era lo que estaba haciendo esamujer conmigo, pero me sentía extraño.Me aparté de ella, me senté y tras esome puse en pie, lo que llamó suatención. Abrió los ojos y alzó la vista

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mirándome confusa.—¿A dónde vas? —preguntó

extrañada.—Quiero estar atento a los

alrededores —contesté mientras empecéa caminar—. Será mejor saber si hayalguien cerca.

—Espera, deja que te acompañe.—No, vigila aquí —le dije tajante—

será más útil para todos.Hizo una mueca molesta. Seguí

caminando hasta que perdí de vista todoaquello que me estaba rodeando antes.Había troncos por todos lados, algunoscortados recientemente y otros másviejos que habían caído por el viento.Le di un golpe a una piedra hasta que

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rodó hacia otro montón, donde se habíahecho una hoguera. Habían sido ellos,los malnacidos que habíamos visto hacíaun rato. Quería dar con su paradero,acabar con ellos, aunque algo me decíaque no sería sencillo.

Después de caminar durante un buentrecho, pasé entre algunos árboles ydesde la lejanía pude ver como algobrillaba, una hoguera. Debían ser ellos.Di un buen rodeo para que no me vieran.Me moví agazapado hasta que pudeverles. Me escondí tras un arbusto juntoa un árbol de ramas bajas, lo que meayudaba a esconderme. Estaban sentadosalrededor de una hoguera, mientrascomían algo. Mi estómago empezó a

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rugir, estaría encantado de poderllevarme a la boca lo que estabancocinando.

—Deberíamos avanzar pronto —dijoel que hablaba de Gala, mientras le dabaun mordisco a la carne—. Aún queda unbuen trecho.

—Sí, tenemos que avanzar.¿Llegar a dónde? No podía dejar que

fueran a por los nuestros, así que, volvíhacia nuestro asentamiento para avisaral resto.

Corría tanto como me permitían mispiernas, estaba cansado, pero debíallegar antes de que recogieran todo. A lolejos vi a Gala, apoyada contra el troncode un árbol con la mirada perdida.

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—¡Gala! —grité— ¡haz quedespierten!

La muchacha se puso en pie tandeprisa como pudo, tropezó con algunarama, pero aun así consiguió mantenerseen pie. Se acercó primero a Carón,luego a Gull, Birgin y los demás,dejando que fuese yo quien despertara alhersir.

—Jokull —le llamé—. Vengadespierte —comencé a zarandearlo.

—¿Qué ocurre? —preguntóadormilado.

—Hemos visto a unos hombres acaballo, avanzaban hacia el poblado, noparecían peligrosos pero he dado unrodeo para vigilar que todo estuviera

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bien y los he visto, no están muy lejos deaquí y algo me decía que no eran taninofensivos como pensábamos, seestaban preparando y no les quedabamucho —contesté alterado.

—Detente —dijo pasándose lasmanos por la cabeza—. Tranquilízate,nervioso no me sirves para nada —sepasó las manos por la cara haciendo ungesto de cansancio—. ¿Estamos todos?

—Sí, hersir —contestaron todos alunísono.

—Preparaos, vamos a hacerles unavisita a esos hombres —aseguró con unasonrisa en la cara.

Fuimos hasta los hestrs, lospreparamos e hicimos que subieran

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hacia lo alto del sendero.—Egil —me llamó Jokull—. Irás

delante.—Sí, hersir.Hice lo que me ordenaba, íbamos

uno tras otro para que no se nos viera enla oscuridad. No llevábamos nada conlo que ver el camino, pero asíevitaríamos ser detectados.

Parecía más corto de lo que pensaba,ya que al ir a caballo todo fue másdeprisa. Vimos el fuego que brillabaantes, estaban tumbados, podía verlos,ya no hablaban, lo más seguro es que sehubieran quedado dormidos. Nosacercamos, los observamos desdenuestros animales y entonces Jokull

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desmontó. Se aproximó a uno de ellos ycon la punta del pie le dio varios golpespara que así se despertara, dormía tanprofundamente que no se dio cuenta deque estábamos allí. Junto a estos habíaun cuenco lleno de un líquido. Bajé delhestr, lo cogí y se lo eché por encima.

—¿Pero qué…? —preguntódesconcertado.

Sonreí, aquel iba a ser mi momento,iban a pagar por lo que habían hecho.Miraba hacia todos lados, vio como suscompañeros seguían durmiendo sobre lahierba.

—¿Quiénes demonios sois? —Justodespués de preguntarlo, alargó el brazoe intentó coger su espada, pero con la

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mala suerte que saqué mi hacha y lacoloqué contra su cuello.

—Yo que tú no haría eso —sonreí.—Será mejor que no muevas ni un

solo dedo, o acabarás bajo tierra —aseguró Jokull.

Las manos y todo el cuerpo delhombre empezaron a temblar, pude vercomo el terror y la rabia brillaban en susojos apretando la mandíbula, hasta quesoltó la espada.

—¿Quiénes sois? —Volvió apreguntar.

—Seré yo quien pregunte,¿entendido? —dijo Jokull, el hombreasintió repetidas veces nervioso—. Egil,aparta eso —hice lo que me decía, pero

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no la guardé—. No importa quienessomos, sino lo que podemos haceros sino os vais de aquí —dijo entre dientes,mientras agarraba al hombre por elcuello del kirtle—. Marchaos, oarrasaremos con vuestro heimr y noquedarán más que cuerpos sin vida —lavoz del hersir era calmada, tanto quepareció aterrorizar al hombre.

Este no dijo nada, permaneciócallado. Tras el revuelo otro de ellosabrió los ojos y al darse cuenta denuestra presencia se levantó, pasó susmanos por su exuberante barba, mientrasnos examinaba uno a uno, hasta que dejóque su mirada se posara en la mía.Llevaba una cicatriz que atravesaba gran

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parte de su cara, desde la ceja derechahasta la barbilla, de arriba abajo,pasando por el párpado y la mejilla,incluso rozando parte de su labioinferior. Tranquilamente, se colocó losropajes y se acercó por la espalda delprimer hombre. Era bastante corpulento,pero no tanto como Jokull.

—¿Quiénes sois? —preguntó al igualque el anterior, aunque este parecía algomás seguro de querer saber de nosotros.

Le examiné de los pies a la cabeza,me di cuenta que aquel era el hombreque hablaba de Gala. Apreté lamandíbula, agarré con fuerza el hacha, elfuego que creía que se había apagadovolvió a rugir con fiereza, más que

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antes.—Como ya he dicho, no importa

quienes seamos, sino el hecho de que sino dais media vuelta y volvéis a dondepertenecéis, acabaremos con vuestravida —amenazó el hersir entre dientes.

—No me importa lo que creas quetenemos que hacer o no, si quiero pasar,pasaré —respondió desafiante, y traseso desvió la mirada hacia Gala, serelamió los labios, y le observó conlujuria—. Buenas noches, hermosa.

Ella no dijo nada, se limitó a ignorarcomo hablaba, pero yo no pude hacer lomismo, no pude callar sabiendo lo quepensaba. Aparté a Jokull, y pasé frente aél.

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Con el mango del hacha, golpeé alhombre en la cara haciendo que diera unpaso atrás, que con un rápidomovimiento desenvainó su espada. Lemiré dedicándole una de mis sonrisas.Iba a acabar con él, costase lo quecostase. Escuché como el resto daban unpaso hacia atrás. El primer hombredespertó a los otros tres que aún estabandurmiendo. Fui a propinarle un golpe,cuando este lo detuvo con su espada.Estábamos cerca, muy cerca, tanto quepodía escuchar su respiración. Me llevéla mano libre a la parte baja de miespalda y saqué mi knífr, antes de quepudiera darse cuenta, se lo clavé en elcostado derecho. Este dejó ir un fuerte

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gruñido de lo más profundo de su ser,resistiéndose a caer.

Uno de los hombres que antesdormía cogió un hacha y vino hacia mípara atacarme. Con dos movimientosherí al hombre en el vientre y en laespalda. No iba a dejar que ninguno deellos hablara de nuevo de Gala. Al verque el de la cicatriz no luchaba solo,Gull se colocó a mi lado dispuesto aayudarme. Volvieron a atacar. Nuestrasarmas chocaron una y otra vez, antes deque pudiera herirme con la espada, lepropiné un buen golpe en el pecho alhombre de la cicatriz, haciendo quecayera de espaldas y se arrastrara por elsuelo, buscando escapatoria. Dos de los

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restantes se unieron a ellos, mientras eltercero socorría al líder. Vinieron a pormí, uno de ellos me dio un fuerte golpeen el vientre haciéndome caer deespaldas. Busqué por el suelo mi hachapero no la encontré, me llevé la mano alcinturón intentando coger una de laspequeñas. Cuando la tuve, se la lancé.Aún quedaba uno de ellos y Gull estabademasiado ocupado con el otro. Nosabía si iba a poder salir de aquello. Derepente algo se interpuso entre nosotros,Gala apareció con su escudocolocándose frente a él, protegiéndome.Desenvainó su espada, y atacó alhombre haciéndole un corte en el brazo.Este estaba a punto de herirla pero ella

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fue más rápida y consiguió colocar elfilo de su espada sobre su cuello, yacabó desgarrando su garganta,empapándose de sangre.

Mi hermano acabó con el que seestaba enfrentando y golpeó al herido.Cuando me puse en pie, escuché comoun caballo empezaba a trotar, el hombrede la cicatriz se escapaba. Me agaché,cogí mi hacha y en el instante en el quefui a echar a correr tras él, Jokull medetuvo.

—No, Egil.—No sabes lo que han dicho de ella

—dije mirando a Gala.—Acabaremos con ellos, pero no

ahora. Los dioses así lo han querido.

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Pasé junto a su lado, la rabia mecorroía no podía dejar que se fuese así,tal vez aquella iba a ser la última vezque nuestros caminos se cruzaran. Le diun fuerte golpe a uno de los árboles queme rodeaban. Seguí caminando endirección a donde estaban nuestrascosas, dejando a Espíritu con el resto,necesitaba estar solo.

—Egil, espera —me pidió Galapreocupada, quien venía tras mi espalda.

—Hvat? —pregunté de malasmaneras.

Esta hizo una mueca, se acercó a míy me cogió como había hecho su tío.Hizo que me diera media vueltaquedando frente a ella. En sus ojos pude

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ver algo, lágrimas, estaban bañados porpequeñas gotas que luchaban por nosalir de ahí.

—¿Estás bien?—Sí, gracias por ayudarme —

contesté escueto.Aún no estaba lo suficientemente

lejos del resto como para escuchar loque dijo Jokull, quien daba nuevasindicaciones.

—Egil quedará al mando, debéisseguir el camino —dijo a viva voz,esperando que lo escuchara—. Yopartiré ahora mismo para avisar al Jarl.

Cuando terminó, subió a su hestr, ysi decir nada más, se marchó.

—Volvamos, mañana saldremos con

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Sól44.El ocaso llegó, el sol iba

desapareciendo tímidamente tras lasmontañas y la niebla que iba engullendoel territorio haciendo que apenaspudiéramos ver los árboles que nosrodeaban. Antes de que la noche cayerasobre nosotros, salimos de la arboledapara aparecer en un amplio valle dehierba verde y frondosa. Al final pudever el poblado, el cual estaba en mediode las fjall45, lo que hacía que fuese mássencillo de proteger contra invasiones,aunque provocaba fuertes rachas de aire.

—¿Es eso de ahí? —preguntó Gull.—Así es.Estaba agotado, mis huesos y mis

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músculos estaban agarrotados, apenassentía el trasero. Llevábamos todo el díasobre los caballos para poder llegar loantes posible, apenas habíamos parado,ni siquiera para alimentarnos, soloavanzábamos. Hice que Espíritu fuesemás veloz, el ansia que sentíamos porllegar y poder descansar era aún mayorque cualquier cosa.

Me adelanté al resto, me gustabasentir como de veloz iba mi hestr, comose llevaba el aire todo aquello querondaba mi cabeza. Gala se acercó a mí,ambos íbamos a la misma altura. Nodecía nada, solo dejaba que su caballola llevara. Pasó un buen rato hasta queno aguantó más y dejó salir todas esas

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palabras que se agolpaban en su boca.—¿Por qué te marchaste? —preguntó

preocupada.—Necesitaba estar a solas.—Querías alejarte de mí —

sentenció.—No inventes, mujer, solo

necesitaba pensar —respondí en tonorudo.

Me miró incrédula, pasó por delantede mí, y giró un poco la cabeza,dedicándome una de esas hermosassonrisas que tenía. ¿Cómo iba a quereralejarme de ella? No iba a dejar quellegara antes, por lo que me coloqué a suvera.

—A ver quien llega antes —me

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provocó.Asentí, no iba a ser más veloz que

nosotros. Con el talón le di un golpecilloal hestr en la panza, y chasqueé lalengua lo que hizo que el animal fueseaún más deprisa. Las dejamos atrás, algirarme para ver donde se encontraba vicomo sus ojos brillaban con fuerza,cuando a Gala se le antojaba algo teníaque conseguirlo. Le di otro golpecillopara que apremiara el paso, pero Regn yGala cada vez estaban más cerca. Aldarse cuenta de cómo la contemplabasus mejillas se enrojecieron, haciendoque me quedara como un boboencandilado. Estaba a punto de llegar alpoblado, pasó por delante de mí, así

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que, disminuyó el paso, pero no losuficiente como para que pudieraalcanzarla.

—¿Qué te ha pasado, muchacho? —Le pregunté a mi caballo mientras leacariciaba el cuello—. Estás exhausto—movió la cabeza arriba y abajo comosi hubiera entendido lo que le decía.

Sonreí, a pesar de no haber llegadoel primero. Me detuve antes de llegar ala entrada del poblado, al igual quehabía hecho ella, y me puse a su ladoesperando a que llegara el resto, quienesno tardarían.

—He ganado —dijo burlándose—.¿Cuál será mi recompensa, guerrero? —preguntó pícara mientras se mordía los

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labios.—Pues… —dije atontado—. Bueno,

ya lo veremos.Dejó ir una risita, y tras eso hizo una

mueca.El resto acabaron de llegar tras

nosotros, salvo Birgin quien no podíaavanzar ya que su caballo no dejaba dedetenerse cada dos pasos para comersela hierba fresca que había en el valle.Desmontó del animal, tiró de las riendasvarias veces pero este no le hacía caso.Björn, Gull y Carón empezaron a reírdescontroladamente como niños.

—Id a ayudarle —les ordené,intentando parecer algo más cuerdo queellos.

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42Skógr – Bosque43Víkingr – Vikingo44Sól – Es la Diosa del Sol 45Fjall – Montaña

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No teníamos lugar alguno en el quequedarnos, en el que descansar.Avanzamos por el camino de tierra queacabó por llevarnos al centro delpoblado, desde allí pude divisar un gransalón, algo distinto al nuestro, máspequeño. Desmonté de mi hestr, y dejéque Gull se encargara de él, mientrasentré a ver qué era lo que había dentro.De un empujón abrí las grandes puertasque impedían que el frío de la noche

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entrara. Todos los que habían allí segiraron para mirarme. Se pusieron enpie agarrando sus armas y preparadospara atacar. Dejé mi hacha sobre una delas mesas, dándoles a entender que noiba a hacer nada para herirles. Unhombre, el mayor de todos, se acercó adonde me encontraba. La gente habíadejado de hablar y entonces murmurabanalgo, a la vez que me observabancuriosos.

—¿Qué hace aquí?—Heill, bróðir —dije tratando de

ser lo más cordial posible— mishermanos y yo venimos de muy lejos,hemos detenido nuestro camino duranteun tiempo para poder descansar. —Le

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expliqué— nos preguntábamos si habríaalgún lugar en el que poder pasar lanoche —el rostro del hombre se relajóal escuchar aquellas palabras.

—Heill —me saludó—. Mi nombrees Olak, bienvenido a Aust-Agden —dijo con amabilidad—. Tus hermanos ytu sois bienvenidos a nuestras tierras —contestó con una humilde sonrisa en loslabios— ¿de dónde venís?

—De Rygjafylki —el hombre hizouna mueca de desagrado, carraspeó, porlo que continué hablando—. Quierodecir, hace un tiempo estuvimos allí depaso —me miró con desconfianza, porlo que intenté excusarme, buscábamosrespuestas, no empezar una guerra o por

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lo menos ahora—. Sinceramente le digo,que espero no volver a tener que pasarpor allí, no son más que unosmalnacidos.

Lo que acababa de decir me dolió,me molestaba haber hablado así de migente, pero la ocasión lo requería. Laboca del hombre esbozó una levesonrisa, tosió e hizo que un chasquido.

—Son unos desgraciados —memordí la lengua ante su comentario,cerrando las manos en puños intentandocontrolar los impulsos que me decíanque le diera un buen golpe— Me alegrasaber que no volveréis allí, no osconviene —dijo poniéndose detrás demí dándome un golpe en la espalda.

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—Sí —contesté entre dientes.El hombre fue hacia una de las

mesas, cogió una jarra me sirvió unlíquido amarillento, y me lo tendió paraque me lo bebiera. Lo llevé a mislabios, le di un trago y un desagradablesabor inundó mi boca haciendo que unahorripilante sensación sacudiera miinterior. Estaba a punto de echarlo todo.Cerré los ojos con fuerza, fruncí el ceñoy tragué lo que me había dado.

—¿Qué es esto? —pregunté de malamanera.

Escuché como Olak y el resto degentes que estaban en la hús se reían sinparar desde todas partes.

—Muchacho, aún te queda mucho

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por aprender.—¿Por aprender? —Espete— ¡por

los dioses! Si esto parece haberse hechoen el mismísimo Helheim46.

—Toma —dijo tendiéndome unajarra con agua—. ¿Cuántos sois?

Asentí agradecido por el agua, me labebí toda de un trago, pero no erasuficiente como para hacer que elterrible sabor desapareciera de mi boca.Al dejarlo sobre la tabla de madera, lorellenó, lo cogí y sin esperar más me lobebí. Me aclaré la garganta y carraspeé.

—He venido con mis hermanos,somos bastantes, y uno de ellos aún debellegar —le expliqué—. No tardará enaparecer.

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El hombre asintió, se sentó en lamesa en la que estaba comiendo, apoyóun codo sobre la madera y dejó que sumano descansara sobre su frente, con lacabeza gacha. Entonces, se puso en pie yfue al final de la hús acercándose al queparecía el Jarl. Iba recubierto de pieles,estaba sentado sobre un gran trono hechode madera y piel de oso que caía portodos lados. Tragué saliva al ver que seponía en pie y venía hacia mí con pasodecidido, me miró de arriba abajo yasintió sin decir nada. Cuando fue a darmedia vuelta para marcharse, alzó undedo y habló.

—Quedaos en los establos, sobre lahierba descansaréis.

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Le observé atentamente quedándomecon cada uno de sus rasgos. Tenía elcabello lacio hasta los hombros, erafagrhárr47. Iba vestido con ropajesoscuros como la noche, igual que loshombres que encontramos en el bosque.

—Gracias, drottin.—Soy Sveinn Knútsson. —Se

presentó.Había algo raro en él, algo distinto,

su actitud, la forma en la que se movía,los aspavientos que hacía con las manos,era muy diferente a todos los hombresque había visto. Este en cambio parecíadelicado y sin maldad.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntócurioso.

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—Egil, señor.—¿Egil? ¿Y ya está?—Así es, drottin, Egil Grábjörn —

dije entre dientes, no podía darle elnombre de padre o sabrían que era hijodel Jarl.

—Egil el oso —comentó.—Sí, señor.—¿Por qué, grábjörn?Empezó a hacer demasiadas

preguntas, muchas para no sospecharnada, lo que hizo que mis nerviosempezaran a tomar mi cuerpo.

—Tengo facilidad para matarlos.Me miró con los ojos entrecerrados

empeorándolo todo.—Está bien —hizo una mueca y tras

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eso alzó las manos—. ¡Qué preparen unamesa para estos humildes hombres! —Ordenó con alegría.

El resto no dejaban de mirarmemurmurando cientos de cosas, mientrasme observaban de arriba abajo. Hastaque el Jarl Sveinn chasqueó los dedos,haciendo que todos le prestaranatención.

—Tranquilos, no es más que unavisita —todos asintieron condesconfianza, pero siguieronalimentándose—. Espero que osencontréis a gusto.

—Lo estaremos, señor.Después de aquello, el joven Jarl se

marchó de nuevo a su gran trono y siguió

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comiendo junto a su esposa, una mujermucho mayor que él. Los thraellsirvieron una nueva mesa en la queesperaban que nos sentáramos nosotros.

—En los establos hay una parte llenade heno, es lo que usamos para echar alos animales, podréis dormir ahí, mejorque en suelo frío.

—Þakka, Olak.—No hay de qué —dijo con una

humilde sonrisa.Me acerqué a la puerta, la abrí

lentamente e hice un sonido para que elresto supiera que estaba todo controladoy que podían entrar. Dejaron atados alos caballos junto a un poste que habíaen la puerta, y fueron entrando

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tranquilamente detrás de mí, mientras elresto de la gente seguía hablando.

—Hermanos, este es Olak —dijemirando al hombre que me habíarecibido—. Y aquel de allí —señalé alfinal de la hús— es el Jarl, SveinnKnutsson, el dueño de estas tierras. Esun placer para mí presentarle a mishermanos, estos son Björn, Carón, Gala,Birgin y Gull —nombré a los queestaban delante.

—Es un placer teneros aquí —dijo ala vez que los saludaba uno a uno—Gala… —Se detuvo frente a ella, lamiró de arriba abajo y sonrió—. No séde qué recordaré tu nombre, pero meresulta muy familiar.

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—No creo que pueda recordarle anadie, señor —aseguró entre dientes—.Puede que su memoria esté fallando.

—Tal vez esté equivocado —sonrió.—Sí.Olak se giró levemente, quedándose

frente a mí, me agarró por el brazo másfuerte de lo normal y clavó sus ojos enlos míos.

—Me recuerdas a alguien —dijoacariciándose la nuca tras soltarme, conuna extraña mirada—. Venid conmigo —fue hacia la mesa que acababan depreparar los thraell e hizo que nossentáramos—. Esto es para vosotros.

—Es usted muy generoso —dijoBjörn, agradecido.

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—Yo no, el Jarl.Tras comernos la abundante comida

que nos habían servido, esperamos querecogieran y a que Olak acabara dehablar con uno de los hombres. Este notardó en aparecer de nuevo, algo bebido.Podía notarlo en su forma de andar, encómo se tambaleaba de un lado a otro,pero aun así era capaz de mantenerse enpie.

—Venid, ¡vamos! —gritó con alegría—. Os enseñaré dónde pasaréis lanoche.

Nos pusimos en pie todos a la vez yseguimos al hombre. Algunos de mishermanos apenas eran capaces decontener la risa, por lo que se podían

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escuchar algunas carcajadas a nuestrasespaldas. Salimos de la hús, ya era denoche, los caballos estaban algoangustiados y se movían intentandodeshacerse de las ataduras que lossujetaban a la barra de madera. Cogí aEspíritu por las riendas e hice queviniera conmigo, igual que hicieron elresto con sus animales. Íbamoscaminando por el pueblo, y fue entoncescuando me fijé en que aparte de queOlak se tambaleaba por su estadotambién lo hacía porque cojeaba de supie izquierdo, lo que le impedía a lahora de combatir. No lucharía a no serque fuera una necesidad extrema. No nosdecía nada, solo seguía caminando hacia

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adelante, tarareando algo que no lograbareconocer. Al cabo de un rato se detuvofrente a una gran puerta. Esperó a quellegáramos donde se encontraba, quitó lamadera que usaban de cierre y abrió.

—Adelante —esperó en la entradasujetando las puertas.

Nos adentramos en los establos.Eran bastante amplios, deberían de tenermuchos caballos que albergar dentro, apesar de que para entonces estaba casivacío. Era un buen sitio, íbamos a estarbien. Olak nos hizo un gesto para quedejáramos a nuestros animales en laparte de atrás, dejando la del centropara que pudiéramos dormir, asíestaríamos más resguardados del frío de

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la noche.—Qué los dioses estén de su lado —

dijo Gala con una sonrisa, pero actoseguido se llevó las manos a la boca.

—¿Qué has dicho, muchacha?—Yo… Ehm…—respondió sin

saber que contestarle.—Es lo que se suele decir, ¿no,

señor? —pregunté interrumpiéndola,intentando sacarla de un apuro.

Gala alzó los hombros, como si nosupiera que era lo que estabaocurriendo, como si no conociera susmalditas costumbres envueltas en elveneno de Loki.

—Aquí no —contestó tajante.Parecía que la embriaguez del

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hombre había desaparecido porcompleto, estaba serio, daba lasensación de que incluso estaba molestopor lo que le había dicho. Todosasentimos lentamente mientrasacabábamos de atar a los animales. Estecerró una de las puertas y siguióaguantando la otra antes de despedirsede nosotros.

—Va a ser una noche fría —nosadvirtió a la vez que ladeaba la cabeza ymiraba al cielo—. Será mejor quevengáis a tomar algo caliente.

—Bueno…—¿Tenéis algo con lo que pagarme?

—preguntó con una media sonrisa.No le dije nada, hice como si no le

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hubiera escuchado, no quería hacertratos con ningún desleal a los dioses yeste hombre, aun pareciendo honrado, noera más que un enemigo. Sentí comotodas las miradas estaban puestas en míy eso hizo que me girara al instantevolviéndome hacia el caballo.

—Supongo que sí…—¿Qué podéis ofrecerme?—Cazaremos para ti —dijo Gull—,

en eso somos los mejores —sacó unarco de dentro de una de las alforjas quecolgaban del caballo— eso de tener quebuscar alimento y refugio casi todos losdías hace que cojas práctica —dijoinventándoselo.

—Está bien, como comeréis con

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nosotros quiero dos jabalíes y un ciervo—nos exigió.

—Es excesivo —contesté serio.—Hasta que no los traigáis no os

iréis. —Nos amenazó.—De acuerdo.—Bien.Clavé mis ojos en los suyos, pero no

pude ver nada extraño en ellos, estabacalmado más de lo que me esperaba,aunque algo inquieto pero sin ganas deningún altercado. Tras eso, se apartó dela puerta y se marchó.

Nos quedamos completamente solos,acabamos de colocar cada uno de loscaballos en su sitio dejamos sus cosassobre el heno que había junto a ellos.

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Me fijé en que las paredes erandistintas, era todo diferente, mientrasnuestro heimr estaba lleno de alegría, yestaba a rebosar de personas, el suyoestaba vacío, era pequeño y no habíaquien lo protegiera, las gentes parecíandecaídas, no tenían algo por lo quevivir, o por lo menos no lo demostraban.

—¿Vamos? —dijo Birgin a la vezque llegaba a la salida.

—Sí.—Id vosotros —dijo Gala en un tono

algo inquietante—. Yo iré en unmomento.

—Si quieres me espero.No quería dejarla sola, cualquiera

podría hacerle algo, sobre todo si

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apareciese el hombre del bosque. Lareconocería al instante, estaba seguro deello. Pero como siempre, la muchachaiba a hacer lo que quería.

—No, vete.—Pero… Me quedaré.—He dicho que no —murmuró

molesta.Asentí, di media vuelta y nos

marchamos, dejándola sola junto a suyegua mientras nos miraba con rabia. Nosabía que era lo que le ocurría. Solté unsoplido, desganado, nunca iba aconseguir entenderla.

Al entrar en la hús nos laencontramos completamente vacía, losthraell ya se habían encargado de

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recogerlo todo y de hacer desaparecerlo que no debía estar ahí. El Jarl sehabía marchado a su gardr, ya no habíanadie salvo Olak, quien nos esperabacon varias jarras sobre la mesa central,la que estaba junto al fuego. Parecía queestaba algo más calmado y que el efectode la bebida había menguado.

—Muchachos, probad lo que os haservido, Olak —dije con una ampliasonrisa, a sabiendas de que las jarrasestaban llenas del mismo líquido queprobé nada más entrar.

Todos cogieron una de ellas, lomiraron y sonrieron chocándolas. Intenténo reírme, ya que si no sabrían que algoestaba pasando.

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—Skål49 —dijimos todos.Se lo tomaron de un trago mientras lo

dejaba sobre la mesa, no pensaba volvera tomar algo así. Carón con mala caraoptó por escupir el líquido al suelo,Birgin lo devolvió a la jarra, Björn se lotragó asqueado, y Gull se lo tomó congusto, tanto que miró a Olak con unasonrisa.

—¿Hay más? —preguntó deseoso.—Sí… Claro —dijo Olak

sorprendido, confuso por el hecho deque quisiera beber más de lo que lehabía servido.

Antes de que el hombre se pusiera enpie a por el jarrón en el que estaba, lehizo un gesto con la cabeza para que no

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fuese.—Toma, bebe el mío —dije

pasándole la jarra—, no sé cómo hassido capaz de tomarte eso.

—Está delicioso —tras eso, se tomótodo lo que había.

Olak había guardado algo más de lacomida que había sobrado esa noche, lacual era escasa, pero si alguien teníahambre podía comer. Vi como Björncogió un trozo de carne y se lo llevó a laboca, desgarrando la carne con losdientes y engulléndolo, como si alguienfuera a quitárselo. Ellos empezaron acomer, pero de repente me acordé deGala, no había aparecido, ni la habíaesperado para calentarnos. Cuando fui a

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ir a por ella, vi como aparecía por lapuerta. Entró boquiabierta viendo comolos animales habían devorado la comidacomo si no fueran más que unossalvajes, y no habían dejado nada másque un poco de pan. La muchacha vinohacia nosotros y se sentó al otro lado dela mesa sin decir nada. Me acerqué aella pero cuando fui a sentarme puso lamano para que no lo hiciera, parecíaenfadada, pero… ¿Por qué? Volví alsitio en el que estaba, no hacía faltadecir nada más.

—Comen más que un oso, ¿eh?—Así es, tienes que ser veloz o

arrasan con todo —le contesté a Olak.Al terminar con la comida, se

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tomaron un vaso de leche caliente, encuanto se lo bebieron, se pusieron en piedispuestos a marcharse, pero entoncesles lancé una mirada haciendo querecordaran que Gala acababa de llegar.

—Podéis marcharos —dijo ellacomo si nos hubiera visto.

Les hice un gesto con la cabeza y asílo hicieron, menos yo, que me quedéesperando a que terminara, no queríaque fuese sola por un pueblo como aquellleno de buitres.

—He dicho que podéis iros —dijo ala vez que giró la cabeza levemente,entonces solo me vio a mí observándola—. Vete —me ordenó de mala manera.

Desde que llegamos al poblado

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pareció distinta, o por lo menos loestaba conmigo. Salí de la hús, dejandoque Olak se quedara con ella. Me apoyéen la pared de madera y un repentinobostezo se escapó de mi boca justo enese momento salió la muchacha.

—¿Qué haces?—Estoy exhausto —contesté.Ella asintió, se dio la vuelta y

empezó a caminar hacia los establostranquilamente, mirando todo aquelloque había a su alrededor. Fui tras ella,hasta que me puse a su ladoobservándola. Era tan bella… Cualquierhombre sería afortunado de tenerla.

Al entrar, vimos como el resto yaestaban acomodándose en la parte que

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nos habían dejado, pero al final acabósiendo pequeña para tantos guerreros.Un poco más lejos había algo más deespacio, por lo que opté por ser yoquién se marchara, para que los demáspudieran conservar el calor.

Me acerqué a Espíritu y lo llevéconmigo, por lo menos él podría darmeel calor que no tendría estando solo. Loaté con una cuerda larga para quepudiera tumbarse a mi lado, aunqueantes saqué el hatillo de pieles con lasque me tapé la otra noche y las dejé enel suelo. Cogí el heno y lo esparcí,sobre este puse una de las pieles paraestar algo resguardado, y con lasrestantes me tapé.

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—Qué los dioses estén de nuestraparte y nos bendigan dándonos la fuerzapara seguir adelante.

Abrí los ojos poco a poco, no sécuánto tiempo pasó desde que nospusimos a dormir, pero algo había hechoque me despertara. Estaba tan cansadoque se me cerraron los ojos de nuevo,apenas podía aguantar con ellosabiertos. Me pasé la mano por la cara,entonces noté como otro cuerpo serecostó sobre el heno, junto a mí y meabrazó con fuerza. No dejaba detemblar, aunque poco a poco fuemenguando a medida que iba cogiendocalor. Pasé un brazo por encima de este,sentí como apoyó su cabeza sobre mi

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pecho, dejé que mis dedos se mezclarancon su largo cabello… Gala, era ella,olía a ella, ese dulce olor que solo ellatenía. Estiré de las pieles, cubriéndolabien, dejando que solo su cabezaquedara al descubierto. Hice un esfuerzoy abrí los ojos. Esta descansaba pegadaa mí como si no fuera más que una niñaindefensa. Habría dado lo que fuera porque todo se detuviese, por tenerla asíconmigo, tan dulce y delicada. Se movióun poco, pero solo para acabar deacomodarse junto a mí, pasando una desus largas piernas por encima de lasmías dejándolas a la altura de micintura. El simple roce de su piel contrala mía hizo que me tensara más de lo que

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ya estaba. Una poderosa llama empezó aarder en mi interior como nunca lo habíahecho. Los pantalones empezaron amolestarme, a apretarme. Necesitabasentirla más, quería tenerla encima,quería tantas cosas con ella que al finalacabaría perdiendo la cabeza. Pasé mimano por su pelo, baje por sus hombros,y al sentir como la acariciaba se movióun poco quedando aún más pegada a mí.La boca se me secó, intentabaserenarme, pensar en otra cosa, calmareste fuego interno que no dejaba deabrasarme por dentro, pero nada de ellofuncionaba. Me moví hacia un lado parasepararme de ella, lo suficiente comopara deshacerme de esa sensación, pero

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cuando lo hice en vez de quedarse dondeestaba, volvió a acercarse buscando micalor. La abracé con fuerza, le di unbeso en la parte superior de la cabeza ypasé las manos por su pelo. Entonces, vicomo abría los ojos, tal vez inconscienteo no, pero no dejaba de mirarme y acabóuniéndonos en un dulce beso. La mirésorprendido, sin entender muy bien quéera lo que estaba haciendo.

—Gala… —murmuré.Volvió a mirarme y sonrió pícara, se

sentó sobre mi cintura y me miró desdearriba. Mi cuerpo reaccionaba a cadauno de sus movimientos, haciendo queme volviera loco. La agarré por lacintura pegándola completamente a mí.

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Se inclinó hacia delante, sus pechosrozaban mi torso desnudo y me besabaapasionadamente. ¡Por los dioses!Quería arrancarle los ropajes allímismo, me daba igual lo que pensaranlos demás, tan solo la quería a ella.Abandonó mi boca para centrarse en micuello, el cual mordía, lamía y besabacon fiereza y delicadeza. Mi respiraciónse volvió más agitada con cada una desus caricias y atenciones. Bajó una desus manos, dejándola en el límite entrela tela y mi piel. Sonrió, me besó denuevo y tras eso volvió a tumbarse sobreel heno, como si no hubiera ocurridonada. Dejé ir un fuerte soplido, me iba adar algo… Se abrazó a mí, cerró los

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ojos, al igual que hice yo intentandocalmarme, otra vez, pero me fueimposible, no podía tenerla al lado ymucho menos después de lo que habíahecho. Me moví hacia un lado, peropasó su pierna por encima de mi sindejar que me alejara.

—¡Por los dioses! —exclamédesesperado.

No había nada que hacer, por lo quecerré los ojos, intentando a descansaralgo.

Los primeros rayos del sol ibancolándose por las lamas rotas demadera, lo que hacía que mis ojosnotaran la luz que llenaba los establos.Me daba la sensación de que acababa de

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dormirme y ya estaba despierto. No memoví, seguía de lado, hasta que me dicuenta de que Gala ya no estaba. Mepuse en pie y me la encontré un pocomás retirada hecha un ovillo, como si nofuera más que un kottr. La cogí enbrazos tapándola con una de las pieles yla acurruqué a mi lado para darle elcalor que había perdido estandoapartada.

—¿Qué haces? —preguntó dormidamientras la sujetaba.

—Estabas pasando frío —susurrécariñoso—. ¿Quieres volver a dóndeestabas?

Me dijo que no con la cabeza, asíque, aproveché para abrazarla con

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fuerza dejando que nuestros cuerpos seunieran. Pegué mi nariz a su cabelloinspirando su olor a hierbas. Desde queBera empezó a hacer las mezclas deflores y hierbas, Gala olía tan bien quedaban ganas de tenerla siempre al lado.Escuché como alguien más se ponía enpie, salía fuera y daba la vuelta a losestablos. Era Gull quien al entrar se diocuenta de que Gala no estaba en su sitio,así que, vino a alertarme dándose cuentaque estaba conmigo.

—Egil, Gala no… —Comenzó adecir mientras se acercaba, al vernosabrió los ojos asombrado—. ¡Por losdioses! ¿Pero qué has hecho? —exclamóa la vez que movía las manos de un lado

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a otro—. Hammer va a cortarte elcuello.

—No pasó nada.—Claro, eso cuéntaselo a él…—Anoche vino por que tenía frío —

siseé.—La decisión es tuya, hermano —

dijo mientras se daba la vuelta.No entendía nada de lo que estaba

diciendo, ¿de qué decisión hablaba? Vicomo salió corriendo, tirándose encimade Carón y Birgin, quienes dormían unoal lado del otro. Estos se despertaron alinstante y empezaron a golpearle comosi fueran niños. Lo cogieron entre losdos, tirándolo al suelo y se sentaronsobre él. Björn que parecía el más

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cuerdo de todos, los observa desdedonde estaba, pero entonces, no pudoresistirse, los empujó a los dos cayendojunto al otro. Negué con la cabeza, nopodía creer que estuvierancomportándose así, estos eran loshombres que luego deberían defender alos nuestros. Dejé a Gala sobre el heno,le eché las pieles por encima, y porúltimo la capa para que no pasara frío yfui hacia donde estaban ellos con losbrazos cruzados.

—Dejad de perder el tiempo —dijeenfadado— recoged y preparaos, nosvamos de caza.

—Sí, Egil —dijeron todos a la vez.Volví hacia donde estaba Gala, la

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observé desde arriba, era tan sumamentehermosa… Me arrodillé a su lado y lebesé la frente, luego le di variosgolpecitos en el brazo para que así sedespertara, pero cuando abrió los ojos yme vio frente a ella, me dio un golpe enla cara dejando que el calor abrasara mipiel.

—¿Qué haces mujer? —Gruñí— ¿esque has perdido la sensatez?

—No.—¡No te atrevas a hacerlo de nuevo,

o acabaré por devolvértela!Para un hombre lastimar a una mujer

era lo peor que se podía hacer,cualquiera que fuese capaz de hacerlodebía ser castigado, incluso había

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hombres que acabaron muriendo porello. Me miró con mala cara, se puso enpie y se marchó hacia donde deberíaestar. Fui tras ella mientras el resto ibasacando sus hestrs.

—Ahora iremos nosotros —voceé.La muchacha se pasó las manos por

el pelo, lo trenzó dejando que cayerasobre uno de sus hombros, aunque unmechón se le escapó. Sacó sus ropajesde la alforja que había junto a su yegua,se la puso y cuando fue a pasar por milado la agarré del brazo para que no semarchara. Hice que diera varios pasoshacia atrás, acercándose a la pared hastaque su espalda quedó pegada. Corrí elriesgo de que alguien la escuchara

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hablar, pero no me importaba. Cogí elbrazo que tenía suelto, la sujeté contra lapared, para que no se moviera y encajémi cintura con la suya.

—¡Suéltame! —gritó.—No voy a soltarte, quiero que me

escuches —gruñí contra su boca.Negó con la cabeza, pero aun así no

hizo nada para separar nuestros labios.—No entiendo tu comportamiento —

dije desesperado—. Cuando cae el solpareces otra mujer, vienes a por mí, mebuscas, pero durante el día pareces unkottr furioso, y no voy a permitir quesigas así —le expliqué molesto—. Novengas a buscar mi calor y por lamañana cambies, porque entonces no

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quiero que te acerques a mí.—Suéltame —murmuró en voz baja.Entonces fui yo quien se negó a decir

nada, no quería que ocurriera nada más,me resultaba agotador tenerla tan cerca yno poder hacer nada con ella. Me peguéa su cuerpo, la besé frenético,hambriento tanto de su cuerpo como desu alma. No me rechazó, me devolviócada uno de los besos que le daba. Dejésus manos libres y la agarré por lacintura, pegándola más a mí. Posó susmanos en mi cuello haciendo fuerza paraque nuestros labios no se separaran. Ledi un leve mordisco, lo que hizo que undulce y ardiente gemido se escapara desu boca y entrara en la mía. Pero sin

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esperarlo, me separó de ella se acercó asu yegua, y se pasó el arco por la cabezadejando que colgara de su hombro.

—Será mejor que vayamos con elresto —dijo con frialdad.

Una vez más hizo lo que queríaconmigo. Permanecí mirándola,sorprendido, no sabía que era lo queacababa de ocurrir, no entendíaabsolutamente nada, la confusión y larabia se apoderó de mí, tanto que ni micuerpo ni mi mente reaccionaban.

Un rato después, fui hacia Espíritu,lo monté y salí tras ella haciendo que elanimal fuera veloz para así poderalcanzarla antes de que llegara al resto.

—¿Qué ocurre? —pregunté confuso

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y molesto.—No ocurre nada, Egil —respondió

escueta.

46Helheim – es conocido como el reino de la muerte47Fagrhárr – Rubio, cabello.48Þakka – Gracias, agradecer.49Skål– Salud.

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Llegamos junto al resto, en el límiteentre los árboles y la explanada. Nosadentramos en el skógr lentamente, losque iban en cabeza avanzaban conlentitud, apenas se podía ir a caballo yaque íbamos topándonos con todas lasramas que había a nuestro paso.Desmonté del hestr, lo até a una ramabaja y le acaricié el morro. De una delas alforjas que colgaban a cada ladodel animal saqué mi hacha, me coloqué

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bien el cinto en el que llevaba laspequeñas y mi knífr. Debería haberlopreparado todo antes de salir, pero Galahacía que todo se me olvidara.

—Desmontad —les ordené.Se giraron hacia mí haciendo lo que

les ordenó, los ataron a árbolescercanos a donde nos encontrábamos,cogieron todo aquello que les fuese a sernecesario para cazar, y vinieron a milado. Cuando ya estaban todos,aproveché para decidir cómo íbamos adividirnos para llegar con aquello quenos habían pedido.

—Carón y yo iremos hacia aquellazona —dije señalando al norte—vosotros dos —les dije a Björn y Gala

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— iréis al este, Gull y Birgin al oeste, elresto, repartíos entre las parejas,¿entendido?

—Sí, Egil —contestaron todosmenos ella.

—Adelante, que los dioses estén devuestra parte.

Asintieron, se dividieron como habíaordenado, y marcharon por donde leshabía indicado. Carón y yo nosquedamos solos, lo mejor iba a ser estarbien divididos ya que así seríamos mássilenciosos y los animales no se daríancuenta de que íbamos avanzando.Mientras caminamos le hice una señal aCarón para que se retirara un poco másy de esa forma poder verlo todo mejor.

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Pasó un rato, no habíamos vistonada, ni siquiera sabía cuánto habíapasado desde que nos dividimos. Casihabía perdido de vista a Carón, pero porsuerte aún podía divisarle en la lejanía.Miré hacia todos lados, seguí caminandointentando no tropezar con ningún troncode los que había en el suelo. De repente,escuché el chasquido de varias ramas,algo se estaba moviendo y estaba segurode que no era ninguno de los nuestros.Miré hacia donde escuché el ruido ysilbé, alertando a Carón. Me acerquépoco a poco, intentando hacer el menorruido posible. Cuando estaba algo máscerca pude ver como un heri50 seremovía entre las hojas que había en el

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suelo, en busca de algo con lo quealimentarse. Saqué una de las hachasque colgaban de mi cinturón y se lalancé, haciendo que quedara clavada enel cuello del pequeño animal, el cualcayó al suelo desplomado. No habíamuerto, seguía vivo, gritando de dolor.Corrí hacia donde estaba y escuchécomo mi hermano me seguía, cuandoestuve a su lado, me agaché y de ungolpe seco con el borde del hacha acabéde partirle el cuello. La sangre delanimal me manchó el rostro, pasé dosdedos por el corte y después por micara, haciendo que dos largas rayascruzaran mi piel.

—Bien hecho, hermano.

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Asentí mientras veía como él hacíalo mismo que yo. Cuando terminó,sonrió.

—Aquí ante los dioses agradezco lacarne de este animal —dije en voz alta.

De mi bolsillo saqué un poco decuerda, sujeté sus patas hacia arriba ylas até para poder cargarlo mejor. Mepuse en pie de un salto, cogí la cuerda yvi como Carón me observaba.

—Vayamos a ver que tienen losdemás.

Empezamos a caminar, pero entoncesfue Carón quien se dio cuenta de que unrauðdýri51 empezaba a moverse junto aun árbol bajo. Me quedé quieto al igualque hizo él, pero no tardó en dar un par

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de zancadas y acercarse. Con unmovimiento rápido, sacó la espada y lomató, la volvió a envainar, cogió elanimal y se lo pasó por detrás del cuellodejando que las patas colgaran a amboslados de sus hombros. Sonreí contentode haberlo conseguido, pero aúnquedaba la mitad para saldar la deudacon Olak. Fuimos hacia donde estabanlos demás. Miré hacia todos lados, y alos primeros a los que nos encontramosfue a Gull y Birgin junto a algunoshombres más.

—¿Qué habéis conseguido? —Lepregunté.

—Un rauðdýri —dijo a la vez quelevantaba la mano y nos enseñaba otro

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ciervo.Cuando nos encontramos a medio

camino y nos juntamos, Birgin sacópequeño cuenco de una alforja de lasque llevaba colgada del hombro, la dejóen el suelo, cogió el ciervo que llevabaGull, le hizo un corte en el estómago ydejó que la sangre fuese cayendo.

—Oh, Odín, alfather, te damos lasgracias por bendecirnos con estamaravillosa caza, y por protegernos delmal de Loki, sobre todo en estosmomentos en los que estamos en sustierras.

Mojé mis dedos en la sangre,pintando a cada uno de mis hermanoscon ella, haciéndole las mismas líneas

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que llevábamos Carón y yo. Fuimoshasta los hestrs, y también losmanchamos, ellos también deberíanestar protegidos de Loki y de susseguidores. Cuando le devolví el cuencoa Birgin vi como algo se movía en el lalejanía veloz sin detenerse ante nuestrapresencia. Le di un golpe a Gull en elbrazo alertándole. Señalé el lugar en elque lo había visto, este preparó su arco,apuntó y dejó que la flecha hiciera elresto. Era uno de los mejores tiradoresde todo nuestro heimr, por no decir elmejor, aunque en ciertas ocasiones soloGala era capaz de superarle. Ella lotenía todo; habilidad con las armas,rápida, ligera y hermosa, todo en uno.

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—¡Por los dioses! —gritó Jokull,molesto—. ¿Es que estáis ciegos?

Una sonora carcajada se escapó delinterior de Carón quién miró a Gull, estese colgó el arco del hombro, intentandodisimular para que no se le escapara larisa ante el hersir. Avanzaba conlentitud, pero de repente el hestr empezóa ir más deprisa.

—¿Qué demonios creéis que estáishaciendo?

—Cazar —respondió Carón como sifuera un niño.

—De eso ya me he percatado —gruñó entre dientes, nos miró a todos ypor último le devolvió la flecha a Gull,a quien se le escapó una leve risa—.

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Vuelve a reír y te corto la lengua —leamenazó.

Nos quedamos boquiabiertos ante laspalabras de Jokull, no le había gustadonada el fallo de Gull. El hersirdesmontó de su hestr, lo agarró por lasriendas y se acercó a mí dándome unleve empujón haciendo que caminara,junto a él.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó ala vez que me cogió con fuerza por elbrazo.

Fui explicándole lo que habíapasado durante su ausencia, contándolelo imprescindible, lo que habíamos vistosobre el Jarl Sveinn, el puesto que teníaOlak, las gentes que habíamos visto, la

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razón por la que estábamos cazando…—Pero… Egil,¿es que has perdido

el juicio?—No, hersir.—¿Es que confías en ellos? —

preguntó preocupado.—No, no confío en ellos pero es la

manera más sencilla de saber cómoviven y como se protegerían en caso deasalto.

Se pasó las manos por la cabeza ypor el pelo, pensando en lo que le habíadicho. Me soltó el brazo, dio dos pasoshacia adelante y golpeó una piedra conel pie, de un tamaño considerable.

—Ya puede salir todo bien —meadvirtió.

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—Sí, señor —le aseguré, me girépara ver donde se encontraban losdemás, que iban algo retrasados—.¡Venga! —Les grité desde la lejanía.

Empezaron a correr paraalcanzarnos, cuando llegamos a la lindeentre la pradera y el skógr, donde seencontraban el resto de animales, vimoscomo Gala y Björn estaban sentadossobre un tronco, aguardando nuestrallegada. Frente a ellos había otrorauðdýri, tenía el cuello partido, señalde que le habían golpeado con fuerza sinherirle.

—¿Qué traéis? —preguntó Björn.—Carón y yo hemos conseguido un

ciervo y un heri, ellos tienen algunos

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más y vosotros un ciervo, por lo quepuedo ver.

A mi lado apareció Jokull, ya que sehabía quedado atrás a causa de su hestr.

—Hersir —exclamó Gala.Se levantó de un salto, vino hacia

nosotros y se abrazó con fuerza a Jokulldurante unos instantes, la muchachaestaba contenta de ver que había vueltosano y salvo. Tenía mucho quecontarnos, así que, les propuse ir a lahús para darle a Olak la caza, y que asíconociera a Jokull.

Dejamos a los hestrs en los establosbien atados para que no salieran fuera.Carón guardó el más grande de losrauðdýri para nosotros, sería nuestra

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comida cuando no tuviéramos quéllevarnos a la boca, aunque nodeberíamos tardar en comerla oacabaría pudriéndose. Después dedejarlo todo, y cargados con los tresanimales fuimos hacia el gran salón delpoblado. Al abrir el portón nosencontramos solo con Olak, quienparecía estar allí todo el día. Este nosobservó estupefacto, estaba seguro deque creía que no seríamos capaces detraerle lo que había pedido. Antes deque llegáramos al final de la mesa,soltamos las presas en una de ellas.

—Olak, me gustaría presentarte anuestro líder, este es Jokull, él vela pornosotros.

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El hombre asintió, se acercó anosotros y se detuvo frente a él parasaludarle. Le agarró por el antebrazoesperando que correspondiera su gesto.

—Me alegra verle en nuestras tierras—dijo con una amable sonrisa en loslabios—. Espero que Loki esté devuestro lado, Jokull —cuando pronuncióel nombre del Dios vi como el hersirapretó la mandíbula, intentandocontenerse—. A ver que me habéistraído —comentó a la vez que se frotabalas manos entre sí.

Miró por encima lo que habíandejado sobre la mesa y sonriósatisfecho. El hombre siempre iba conuna sonrisa en los labios.

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—¡Vaya! Todo lo que os habíapedido.

—Así es, Olak, nos dejas un sitio enel que cobijarnos y donde alimentarnos,es lo menos que podemos hacer por ti.

El hombre asintió, caminó hacia laotra punta del salón, y desapareció trasuna tela. Al salir vino con unas cuantasjarras las cuales empezó a llenar deaquel horrible líquido.

—No, gracias —dije a la vez queintentaba apartar mi jarra, pero ya erademasiado tarde y estaba rebosante debebida.

Me giré hacia Gull, quien ya se lohabía tomado todo, y esperaba ansioso aque le diera el mío. Al resto nos sirvió

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algo parecido a nuestro hidromiel, unabebida hecha de miel y agua quereposaba bajo la atenta mirada de losdioses. Di un sorbo, era buena, pero noestaba tan deliciosa como la queelaboraba Hanna. Siempre habíaescuchado las historias que narraban lassagas, las cuales hablaban del hidromielcomo la bebida que alimentaba a losdioses, sobre todo al padre de todos, aOdín, y que al morir si ibas al Valhalla,las valkyrjur te lo servían hasta quellegara el Ragnarök, el momento en elque todos los guerreros de Odíndeberían luchar a su lado. Le di un largotrago, y dejé que el sabor embriagara miboca. Era delicioso. El hersir y Olak

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chocaron sus jarras como muestra deamistad, o por lo menos la que elhombre creía tener con nosotros.

—Venga, mujer, ven aquí —voceóOlak.

Tras la misma manta que habíaatravesado el hombre apareció unamujer rechoncha, algo mayor que este,con los cabellos revueltos, cara depocos amigos y los ropajes manchadosde tierra y sangre. Se dirigió hacianosotros y al verla andar me dio lasensación de que la hús temblaba.

—¿Qué quieres? —preguntó de malagana.

—Llévate eso —dijo girándosehacia los animales—. Es lo que

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comeremos esta noche, para estoshombres prepara el rauðdýri másgrande. —Le ordenó a la vez que sevolvía hacia nosotros y nos miraba.

La mujer asintió, ya que más que unasimple mujer parecía uno de los gigantesque habitaban en el Jötunheim52, elreino de los gigantes de hielo y roca. Seacercó a donde estaban los ciervos yliebres, ella sola se cargó con uno de losrauðdýri y se lo llevó. ¿Cómo era capazde hacerlo? Habían tenido que cargarlodos de nuestros hombres. Me quedéasombrado al ver la fuerza con la que lollevaba, parecía una pluma en susbrazos. Miré hacia un lado, y me dicuenta de que no era al único que había

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dejado sin palabras.—Vaya —dijo Jokull.—Es toda una mujer, ¿eh? —dijo

Olak embelesado.Lo miré, y no pude evitar hacer una

mueca producida por la repugnancia quehabía sentido al ver a esa mujer.

—Será mejor que vayamos a losestablos, descansaremos algo antes deque llegue la noche.

—Claro.Nos fuimos, pero antes de que

pudiéramos hacer desaparecer denuestra cabeza lo que acabábamos dever, el hombre cogió uno de los ciervos,y salió corriendo hacia donde había idola mujer con cara de baboso.

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—Puag… —espetó Gala.Gull y yo empezamos a reír ante lo

que acababa de hacer, no podíamosdejar de hacerlo. La muchacha nosobservaba divertida, y acabó uniéndosea nosotros, mientras los demás nosmiraban como si hubiéramos perdido lacabeza. Jokull hizo una mueca de enfadomientras nos observaba.

—Venga —nos ordenó el hersir.Las risas se acabaron en cuanto

vimos la cara que puso, estabaenfadado, demasiado. Fuimos hacia losestablos, entramos y vi como la yegua deGala, Regn, y mi Espíritu estaban juntos.No los habíamos dejado así, por lo queme pareció extraño. Me acerqué a ellos,

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y me di cuenta de que mi hestr estabadesatado.

—Chico, ¿qué haces? —preguntépasándole la mano por el morro.

Cogí al animal por la cuerda quecaía desde su morro y lo llevé a su sitio.Me dejé caer sobre la paja e intentédescansar. Cerré los ojos, mientras oíacomo mis hermanos hablaban sobrealgo, pero no escuchaba a Gala, lo queme creó un desazón extraño. Entoncesescuché como alguien se acercaba a míhaciendo que abriera los ojos, meencontré a la muchacha junto a mí.

—¿Ocurre algo?—Quería saber que pasaba con los

hestrs —dijo señalándolos.

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—No ocurría nada, Espíritu se habíadesatado para ir a visitar a Regn.

La joven tras oír mi respuesta,asintió, se puso en pie y se marchó adonde estaba.

Los pocos rayos de luz que secolaban entre las lamas acabaron pordesaparecer. Dentro de nada podríamosdisfrutar de los animales que habíamoscazado. Deliciosa carne, que siestuviese tan buena como la quecomimos la otra vez, acabaríadevorándola.

—Tú —dijo la muchacha a la vezque me dio un golpe con el pie—. Serámejor que te levantes, o estos arrasaráncon todos.

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Solté un suspiro, medio dormido, mesenté en el heno y la miré. Me tendió lamano, la agarré para que pudieraponerme en pie pero cuando estuve apunto de erguirme, esta me soltó y caí deculo. Por suerte tenía las pieles bajo micuerpo.

—Ahora sí —dijo intentando que nose le escapara la risa.

—No, gracias.Nos encaminamos hacia la hús junto

a los demás. Gala había pasado pordelante de mí, hablando animadamentecon Jokull. Cuando llegaba la nocheparecía otra mujer completamentedistinta, era graciosa, dulce, sencilla…No un kottr desagradable y esquivo.

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Aun así seguía siendo la única capaz derobarme el corazón. De un golpe abrióla puerta de la hús, haciendo que estaacabara moviendo una de las mesas.

—Vaya… —murmuró algo confusa—. Lo siento —se pasó las manos por elcabello aún recogido e hizo una mueca.

No había nadie, el resto de la gentedel poblado ya se habían alimentadojunto al Jarl. Olak no estaba, pero vimosunas cuantas mesas repletas de comidapara nosotros. De repente, la mujergiganta apareció.

—Volverá.Permanecimos en silencio

mirándola, mientras asentíamos yveíamos como se marchaban

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desapareciendo tras la tela por la quehabía salido. Nos acercamos a las mesasque había servidas y nos repartimos enellas. Habían preparado muchísimosalimentos, había cuencos rebosantes detodo tipo de comida. Nada mássentarnos empezaron las miradasdesafiantes, entre unos y otros. Un solomovimiento haría que todo sedesencadenara, la guerra por ver quiénera capaz de comer más. Cogí una de lasbandejas de madera que habían dejadopara que nos sirviéramos la comida. Ledi varios bocados, dejé la vista fija enla comida y cuando quise darme cuentaya apenas quedaba nada. Escuchamoscomo el portón de la hús se abrió, Olak

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entró tranquilamente con una gran jarraentre las manos, nos sirvió hidromiel,menos a Gull a quien le dio de esahorrorosa bebida.

—Espero que estéis disfrutando dela comida —dijo mientras se acercaba anosotros—. Vaya… Si ya no queda nada—se sorprendió al ver que ya habíamosarrasado con todo.

—Sí, está todo perfecto —dijoCarón con la boca llena.

El hombre dejó que una sonoracarcajada se le escapara. Sonrió, cogióun asiento de madera que había junto auna de las mesas y se sentó connosotros.

—Esta vez tendremos que

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marcharnos antes a descansar —le di untrago al líquido—. Mañana saldremos acazar de nuevo —me acabé lo que mequedaba en el plato y me puse en pie.

El resto no tardaron mucho enterminar de comer, así que, los esperémientras hablaba con Olak, el hombre nohabía tenido una vida sencilla. Suspadres fueron granjeros, al igual que lohabía sido toda mi familia, vivieronhonradamente, hasta que los dioses sellevaron a su padre durante unaincursión.

Cuando acabaron, fuimos hacia lapuerta de la hús, y nos despedimos deOlak, quién se quedó en el interior. Alsalir avanzamos hacia los establos, en la

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lejanía vimos al hombre que logróescapar la noche anterior cuandomatamos a sus guerreros. Fuimosrápidamente a por nuestros animales, yrecogimos todas nuestras pertenencias.El hombre que antes entraba al poblado,se había detenido en la hús, dejando suhestr atado a la entrada. No se habíapercatado de nuestra presencia.

—Tenemos que marcharnos —murmuró Jokull—. ¡Ya!

Salimos intentando mantener lacompostura sin hacer mucho ruido, sinos hubiera reconocido tendríamos atodos los húskarls de Sveinn trasnosotros. Pasamos frente a la hús,cuando estaba al lado del caballo del

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hombre, saqué una de mis hachas y cortélas riendas haciendo que salieracorriendo en sentido contrario alnuestro.

—¡Vamos! —Gruñó el hersir.Fuimos tan veloces como pudimos,

salimos por el mismo camino por el quehabíamos entrado. No nos detuvimos enningún momento hasta que llegamos a lalinde entre el prado y el skógr. Nosadentramos en este intentando sortear lasramas que se cruzaban en nuestrocamino.

—Está bien —dijo el hersir en vozbaja—. Avanzaremos algo más, sé quees complicado sin ver nada, peropodremos conseguirlo.

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Aceleramos el paso para alejarnoslo antes posible del poblado y ganarterreno. Cuando estuviéramos losuficientemente lejos de este lugar,buscaríamos otro en el que poder pasarla noche sin estar pendientes de sivenían a por nosotros.

Tras un buen rato sobre los caballosavanzando sin detenernos, estábamosexhaustos. Llevábamos un día lleno desobresaltos. Acaricié la crin de mi hestr,agradeciéndole el gran esfuerzo queestaba haciendo. Debía ser duro el tenerque avanzar de esta manera entre tantarama y tronco, Espíritu parecía cansado,hambriento y sediento. A medida quenos adentrábamos en la oscuridad de la

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noche y del bosque, pude escuchar unrío, el mismo que el de la pasada noche.Así que, propuse detenernos allí.

—Bien, permaneceremos aquí —elhersir desmontó del animal, me tendiólas riendas para que no se marchara yfue en busca del río, que no estaba muylejos—. Id a buscar algunas ramas ytroncos, será mejor que no tardemosmucho en encender una buena hoguera.

Desmontamos imitando su gesto.Atamos a los animales a unas ramasbajas, y unos pocos nos marchamos apor lo que había pedido, esparciéndonospor el bosque. Me adentré en lafrondosidad de este, solo, sin nadie a mialrededor, o eso creía. Escuché como

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una delgada rama se quebró, me di lavuelta sujetando con fuerza mi hacha,pero para mi sorpresa, no había sidootra que Gala, la valkyrja que habíahecho que perdiera la cabeza, y lamisma que me había robado la razón.

—¿Qué haces aquí? —pregunté—.Deberías haber ido hacia otro lado.

La muchacha se acercó a mípausadamente, y negó con la cabeza unay otra vez, dándome a entender que noquería irse a ningún otro lado. Meagarró de la mano y avanzó junto a mi.

—No importa dónde debería estar—sonrió.

Fruncí el ceño, esta mujer hacía queno entendiera nada de lo que la rodeaba,

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dejándome sorprendido con cada una desus palabras. Dejé que me llevara,seguíamos andando, de vez en cuandocogíamos alguna que otra rama, hastaque tuvimos suficientes y volvimos adonde se encontraba el resto. Jokullestaba sentado junto a un gran árbol ycon un par de ellas empezó a mover lasramas que le ayudarían a prender lahoguera. Había colocado varias lamasde madera entre dos árboles para queasí el calor no se escapara. Gull estabasentado no muy lejos de Jokull, dondedespellejaba el rauðdýri, quitándole lastripas y ofreciéndoselas a los diosespara darles las gracias por cuidar denosotros.

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Gala bajó al río sin nadie más. Fuitras ella, no podía dejarla sola. Al llegaral borde, antes de meterse, fuedeshaciéndose de los ropajes hasta quetan solo se quedó con un kirtle algo máslargo y fino que dejaba ver como sudelicado cuerpo se escondía bajo él. Laobservé, hasta que nuestras miradas seencontraron y sus mejillas se tornaronrojizas. Cuando fui a marcharme para noimportunarla, me agarró de la mano ytiró de mí hasta que nos unimos en unsimple y duradero abrazo. Su cuerpoardía como el fuego de una hoguera,abrasando mi interior. Necesitaballevármela de allí, besarla hastadesgastarle los labios, hacerla mía hasta

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que me rogase que me detuviera. Sentícomo sus manos bajaban desde mishombros hasta mis manos, las cualescolocó sobre su cintura. Alzó la mirada,uniéndola a la mía, sus ojos se habíanvuelto oscuros. La cogí con fuerza, y vicómo se mordía los labios.

—Te harás daño.No dijo nada, se limitó a

observarme, clavó la vista en mis labiosy acabó por unirnos en un beso. Amedida que me besaba todo ibavolviéndose más poderoso, estabaansioso por sentirla como nunca antesnadie lo había hecho. Noté como sulengua se abría paso entre mis labiosexplorándola, buscando la mía. Sonreí

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contra su boca, en sus besos podía vertodo lo que callaba, lo que escondía ycuanto anhelaba poder tocar mi pielcuando no estaba cerca. Mi valkyrja deojos verdes me ansiaba tanto como yoella.

Me aparté, carraspeé y bajé la vista.—Ehm… —susurré contra su boca

intentando sacarnos de nuestro estado oacabaría haciéndola mía y nadie podríaapartarla de mi lado, ni siquieraHammer—. Será mejor que me vaya, talvez necesiten mi ayuda.

La ayuda la iba a necesitar yo comoaquello siguiera así. Si me hubiera dadoun solo beso más habría acabadoperdiendo la cabeza. La solté y comencé

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a andar, esta se metió en el agua, podíaescuchar como chocaba contra sucuerpo.

—Egil —me llamó.Me di la vuelta para mirarla, se

había deshecho del kirtle que llevaba,cubriendo su pura figura. Era tanhermosa… Tanto que incluso Freyjadebería estar celosa de ella, sería capazde hacer invisible a la diosa de labelleza si se pusiera a su lado. Clavémis ojos en los suyos, la miré de arribaabajo, encendiéndome a cada segundoque la miraba. Podía notar como micuerpo la llamaba ardiendo en deseospor tenerla.

—Ven —me susurró con su rasgada

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voz.Asentí atontado, bajé al borde, me

descalcé y poco a poco entré en el aguafría, aunque no estaba lo suficientehelada como para apagar la hoguera quellevaba dentro. Me acerqué a Gala,quien sin vergüenza cogió mis manos yrecorrió su cuerpo. Se pegó a mí, nodejaba que el aire pasara entre nosotros.Sus pechos rozaban mi cuerpo, haciendoque todo mi vello se erizara y que lospantalones me molestaran. Alzó un pocosu cuerpo, y colocó sus manos tras micuello para poder llegar mejor.

—Marchémonos —murmuró contrami oído—. Aléjame de aquí. Necesitosentirte, guerrero.

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No me lo pensé dos veces, pasé unbrazo bajo sus piernas y la sujeté confuerza. Salí del agua, la cubrí con susropajes para que ninguno pudiera ver loque únicamente era mío. Dejé mis botasallí, no me importaba nada, solopensaba en amarla como nadie lo habíahecho. Le ayudé a colocarse las suyas,rodeé el gran árbol en el que estabaapoyado Jokull para que no nos viera, ladejé en pie y le puse el kirtle y laspieles.

—¿Dónde estabas? —preguntó Gull.—En el río —dije tajante—. ¿Ya

está el ciervo?Gull asintió y me dio mi trozo,

aunque en aquel momento no iba solo a

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por lo mío.—Y lo de Gala —le dije en voz

baja.—¿Lo de Gala? —susurró sin

entenderlo.—Venga —gruñí.Hizo lo que le pedía, me dio ambos

trozos con dos rebanadas de pan. Meacerqué a donde estaba Espíritu, le hiceun gesto a Gala para que viniera ypreparé las pieles. Cuando acabé decolocarlas, me encontré a mi diosaesperándome solo cubierta por laspieles del oso que cacé.

—He traído algo para comer.Dio varios pasos hacia mí sonriente.

Negó con la cabeza, mientras no dejaba

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de morder sus labios, metió una de susmanos por dentro de mi pantalónhaciendo que mi cuerpo serevolucionara. Parecía que el corazón seme iba a salir del pecho. La cogícolocándola contra el tronco y encajé micintura a la suya para que no pudieramoverse. Cogí sus manos, y las coloquésobre su cabeza mientras la sujetaba.Besé, lamí y mordisqueé su cuello,mientras acariciaba sus pechos.

—No sabes lo que has hecho, mujer—murmuré ido—. Eres mía, Gala, y yano hay vuelta atrás —gruñí contra suoído.

El reguero de besos ibadescendiendo desde su cuello a sus

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pechos. Liberé sus manos, estas bajaronhacia mis hombros, no para detenerme,sino para dejarme hacer. Seguí a lo queestaba, empecé a lamerle su rosadopezón, el cual se endureció al instante.Desvié la mirada y vi cómo empezó apasear uno de sus dedos por los labios,deseosa de más. Mordí su pecho,haciendo que dejara ir un leve gemido.A mi valkyrja le gustaba lo que estabahaciendo, por lo que no pude evitarsonreír orgulloso. Pasé al otrorepitiendo lo que había hecho. Vi comobajaba una de sus manos hacia el tesoroque guardaba, y con el que Freyja lahabía dotado entre las piernas. Aparté sumano, quería ser yo el primero que lo

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hiciera. Fijé mi mirada en la suya, labesé con impaciencia con hambre ylujuria. Dejé mis manos en su cintura,cogió una de ellas y la llevó allí dondequería tener las suyas. Ambos sonreímoscon nuestros labios aún unidos. Colé misdedos entre sus pliegues, donde meencontré con su lugar sagrado aqueldonde el placer sería mayor. Jugueteécon él, haciendo que su respiracióncambiara y se volviera agitada, hastaque varios gemidos se le escaparon.Acerqué nuestros rostros y paseé milengua por encima de sus labios,encendiéndola aún más. A medida queiba creciendo su fuego lo hacía el mío,provocando que mi sexo se endureciera,

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clamando atención. Colé uno de losdedos en su interior, haciendo queabriera los ojos hasta que no pudieramás, noté como la muchacha se movíapara que lo hiciera más aprisa. Susgemidos eran cada vez más fuertes, y noquería que nadie los escuchara, eransolo míos, así que, la besé con fiereza,llevándomelos conmigo.

—Te lo ruego… Egil… —Gimoteócon los ojos brillantes.

Colocó las manos en la cinturilla delpantalón, bajándomelos, dejando a lavista aquello con lo que me habíandotado los dioses. La acarició, haciendoque sonoros gruñidos se escaparan demi garganta y vi como sonreía orgullosa.

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—Hazlo —me susurró al oído.La cogí en brazos, y dejé que mi

miembro paseara por su hendidura.Movió las caderas, ansiosa.

—¿Estás preparada, mo valkyrja? —Le pregunté.

Esta asintió y me besó. Poco a pocofui entrando, hasta que dejó ir unprofundo quejido, producido por elplacer y el dolor. No me pidió que medetuviera, sino que fuese a más. La besécon ansia, quería perderme en su cuerpoy que ella lo hiciera conmigo.

—Estoy bien —susurró.Sonreí satisfecho, sabía que le dolía

aunque hacía lo imposible por que nome diera cuenta. Sin pensármelo dos

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veces obedecí sus órdenes.Comenzamos a movernos tan bien, quetemía poder hacerle daño, era tanpequeña y frágil. Era impensable lo queaquella mujer hacía conmigo. Observésu rostro, contemplando lo más belloque había podido ver nunca.

«Mía», gruñó todo mi ser.—Vamos, raudhárr —le susurré al

oído.Se agarró con fuerza a mis hombros,

así que, aproveché para desviar mismanos, para acariciarla. Empezó ajadear como nunca lo había hecho.

—Yo… ¿Qué es lo que me ocurre?—susurró desesperada.

—Ya estamos, kottr.

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Nuestros cuerpos unidos en unoestallaron en cientos de pedazos, ella sedejó ir conmigo y yo a su merced lo hicetambién. Le besé los labios y el cuello,la dejé en pie para que pudieraabrigarse y extendí las pieles para quepudiera sentarse sin pasar frío.

—Volveré en seguida —dijebesándole en la frente.

Al subir del río me los encontré atodos dormidos, ninguno hacía guardia,pero poco me importaba entonces. Noiba a ser yo quien se quedara en vela.Aquella noche iba a disfrutar de mivalkyrja de cabellos rojizos.

Cuando llegué a donde se encontrabaGala, la vi recostada contra el árbol, se

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había cubierto con la piel del oso yestaba comiéndose o mejor dicho,devorando la carne que había traídopara ella. Me senté a su lado, me tapé yme dio mi parte. Al terminar, lamuchacha se apoyó sobre mi pechomientras la cubría y poco a poco fuequedándose dormida, abrazada a mí.

50Heri – Liebre.51 Rauðdýri – Ciervo rojo.52Jötunheim – Mundo de los gigantes.

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Algunos rayos del sol se abrían pasoentre las copas de los árboles,despertando a todos aquellos que nosencontrábamos debajo. Era extraño vercomo el sol brillaba en el cielo, ya quesolo algunos tímidos rayos eran capacesde llegarnos. Abrí los ojos, la muchachaseguía abrazada a mí, igual que lo habíahecho durante toda la noche. Le pasé lasmanos por el cabello y por los labios,acariciándola levemente para no

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despertarla. Aquel fue el despertar máshermoso que había tenido jamás, aunquecon ella no podía ser de otra manera.Estiré el brazo, y coloqué una de lasalforjas en el lugar que yo ocupaba paraque reposara su cabeza en ella, así allevantarme no quedaría tumbada en elsuelo. Le eché las pieles por encimacubriéndola por completo.

Rodeé el árbol con cuidado de nodespertarla. Me encontré al restorecogiéndolo todo, ropajes e incluso susarmas. Al escuchar cómo me estabaacercando, se dieron la vuelta y memiraron con atención.

—Heill, Egil —dijo Jokull con elsemblante serio.

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Le correspondí con un ligeromovimiento de cabeza el cual sirviópara que se diera por saludado. Gull seacercó y me agarró por el brazo, tiró demí alejándome del resto, hasta quellegamos tras un árbol donde no podríanescucharnos.

—¿Qué pasó?—Algo me dice que ya lo sabes,

hermano.Abrió los ojos, apretó la mandíbula,

se aclaró la garganta carraspeandomientras me miraba.

—¿Ya está? —murmuró—. ¿Ya estuya, bróðir ?

—Siempre lo había sido —solté unsuspiro y sonreí de nuevo—. Ni la furia

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de los dioses podrá arrebatármela. —Leaseguré.

Me dio varias palmadas en laespalda y sonrió conmigo contento porla buena nueva que le acababa de dar.Me dio un fuerte abrazo, de los que unenmás que el fuego y la sangre.

—Bien hecho, Egil —dijo orgulloso—. Cuida de ella, o Hammer acabarácontigo —me advirtió.

—Lo sé.Tras aquello, volvimos junto al resto

iba con la vista clavada en el suelo,había algunas marcas. Al alzarla meencontré con ella, mi valkyrja decabellos rojizos como el fuego. La miréde los pies a la cabeza, como su cuerpo

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se enfundaba en unos pantalones oscuroscomo la tierra húmeda tras una tormenta,un kirtle claro y sobre este un chalecorecubierto con pelo de refr53. Se habíarecogido los enmarañados cabellos,aunque había dejado que algunosmechones cayeran a ambos lados de suhermoso rostro.

Al verla no pude evitar sonreír comoun niño. Nuestros ojos se encontraron,estaba tan sumamente hermosa… Y loestaba aún más cuando me regalaba unade sus sonrisas.

—Heill, hersir —dijo en voz bajaacercándose a Jokull.

—Heill —contestó a la vez que laapartaba de su lado, y empezó a hablar

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al resto—. Recogedlo todo y prepararlos hestrs.

Cuando fui a por lo mío, la perdí devista, hasta que sin esperarlo apareciódetrás de mí apresándome contra elárbol. Se puso de puntillas, me besó confiereza y tras dejarme aturdido siguiórecogiendo.

—Buenos días a ti también, kottr —la cogí por la cintura y le besé su cuello.

Después de eso la solté y seguimosguardando todas las pieles en lasalforjas, para después colgarlas en elhestr. Desaté al animal, tiré de él, yantes de marcharnos lo llevé al río paraque así pudiera beber agua yrefrescarse. Al terminar vi como Jokull

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nos hacía una señal para que nosdirigiéramos hacia donde se encontrabael resto. Ya habían terminado de recogersus pertenencias, así que, no tardaríamosen marcharnos. Busqué a la muchachacon la mirada, y la encontré subiendo asu yegua, al igual que todos.

Monté sobre Espíritu, pasé pordelante del resto y me puse junto a ella,nuestros caballos iban avanzando a lamisma vez. Tenía la vista fija en elhorizonte pensando, no pude dejar deobservarla, su belleza era tan poderosa,su belleza es tan fuerte que hasta losdioses debían de maravillarse al verla.

No tardamos mucho en llegar anuestro heimr, antes de que se pusiera el

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sol estábamos entrando. Toda nuestragente apareció para recibirnosalegrándose de nuestra llegada, como siles hubiéramos salvado de algo, como situviéramos la entrada al Valhallaganada. Había sido duro para losanimales, pero habíamos conseguidollegar a tiempo. Ahora sabíamos algomás de las gentes que conocimos, y desu Jarl Sveinn. Todo el poblado se habíareunido junto al gran salón pararecibirnos, entre ellos padre, y a su ladoHammer, lo que hizo que mi cuerpo setensara nada más verle.

Desmontamos de los hestrs, y elprimero que vino hacia mí fue Görancon Hanna a su lado, lucían una amplia

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sonrisa. Los dos estaban contentos pormi vuelta, sobre todo él, ya que la últimavez hice que se preocuparainnecesariamente. La mujer me apresóentre sus brazos con fuerza. Su hombrese limitó a darme varios golpes sobre elhombro a modo de saludo. Tras estos,apareció padre, a quien le hicieron uncamino para que pudiera pasar y llegar anosotros.

—Veo que has llegado sano y salvo,sonr.

—Así es, lo han querido los dioses,faðir54.

Di media vuelta, dejando a padre ami espalda y fui a ver a quienes habíanvenido a recibirme antes que él.

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—¿Cómo habéis estado durante laexpedición?

—Bien, ya sabes que este hombre mecuida pase lo que pase —dijo Hanna,dándole un pequeño golpe a Göran en elvientre. Una terrible tos se apoderó deella. Apoyé mi mano sobre su espalda yla cogí para que no cayera al suelo—,tranquilo muchacho, no es nada —dejóescapar un suspiro y una débil sonrisaque acabó por encogerme el corazón.

—¿Está bien? —Le pregunté aGöran.

Este hizo una mueca y en silencionegó, no lo estaba, se le notaba, aunqueella quisiera aparentar ser fuerte, estabaenferma. Si no mejoraba pronto, la

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perderíamos, era lo que siemprepasaba… La abracé con fuerza, no podíairse, los dioses no podían llevársela aella también.

—Tienes que ser fuerte —le susurré—. Yo cuidaré de ti.

Asintió, sonrió, me cogió una de lasmanos y la apretó. Göran nos miródesanimado con una mueca en loslabios.

—Egil —me llamó Gala—. ¿Puedesvenir?

Asentí. Cogió una de mis manos ytiró de mi hasta que nos alejamosquedándonos tras la gardr de Göran, allíse detuvo y cruzó los brazos bajo suspechos. Parecía molesta, no lograba

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entender por qué, pero no tardaría enresolver mis dudas.

—¿Qué ocurre?—Deberías hablar con mi padre —

dijo seriamente— será mejor que seentere por ti y no porque ninguno de losguerreros vaya a contárselo, en ese caso,morirás, lo sabes ¿verdad?

Le dije que sí con la cabeza, encuanto volviéramos a donde seencontraba, hablaría con él, o por lomenos aquella era mi intención. Lamuchacha se acercó a mí con pasodecidido y nos unió en un hambrientobeso. Después de eso se dio mediavuelta y se marchó.

Volví al centro del heimr, cogí a

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Espíritu por las riendas y me encaminéhacia los establos. El animal tenía ganasde descansar, por lo menos eso sentíayo, debía estar exhausto después de tanlargo camino. Las pezuñas del hestrrepiquearon contra algunas de laspiedras que había en el camino.

Até al caballo en su sitio, le quité lasriendas y la manta que le cubría, y lodejé todo. Cuando me acerqué al tablóndonde estaba, cogí un par de manzanas yse las llevé a mi fiel hestr. Dejé unasobre la palma de mi mano para quepudiera cogerla sin hacerme daño, yluego la otra. Estaba hambriento, tantoque se las comía como si fueran aquitárselas.

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—Gracias, amigo —le dijeacariciándole el morro.

Cuando fui a darme la vuelta, laspuertas se abrieron y apareció padre trasellas.

—¿Qué ocurre, sonr? —preguntócon una preocupación extraña en él.

—No vuelvas a interrumpirmecuando estoy con Göran.

—Está bien —hizo una pausa y diovarios pasos hacia donde me encontraba—. Sonr, no sabes el desazón que hesentido en tu ausencia.

—¿Desazón? —dije haciendo unamueca.

—Sí.—Entiendo… Igual que el que nos

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provocaste tú a móðir55 y a mí cuandono estabas.

Sentí como las palabras salíandespedidas de mi boca, no podíaaguantarlo más, ya no. Pude ver cómo ledolieron haciendo mella en él. Pasé porsu lado dándole un golpe en el hombro.No estaba recibiendo más que aquelloque se ganó en su día, y nada haría quelo olvidase. Lo dejé solo para quepensara en lo que le había dicho.

Al salir de los establos me marché ami gardr, pero no antes sin pasar por lade Göran y Hanna. Si no fuera por ellaya habría muerto hacía tiempo, ellos mecuidaron cuando padre no fue capaz dehacerlo. Abrí la puerta y me la encontré

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sentada junto a la mesa sosteniendo unajarra humeante.

—¿Qué es? —pregunté curioso.Le dio un largo sorbo, dejando que

reposara en su boca.—Es un brebaje para este malestar

que tengo —dijo desanimada—. Esto locura todo, hasta el corazón másmagullado.

Me senté junto a ella. Cuando dejó lajarra sobre la mesa, la cogí para oler ellíquido que había dentro.

—¿Puedo? —pregunté.—Te prepararé uno —cuando fue a

ponerse en pie le agarré la mano paraque no lo hiciera.

—¿Está en el fuego?

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La mujer asintió, por lo que meacerqué a la lumbre y miré lo que habíasobre ella. Cogí una de las jarras quehabía sobre la mesa y vertí un poco. Lodejé todo como estaba y me senté a sulado. Le di un trago, y su sabor fue casitan malo como lo que nos había servidoOlak.

—Vaya… —susurré carraspeando ymirando a la mujer.

—Lo sé —rio.—De tan horrible que está todos los

males se te irán.La mujer se echó a reír después de lo

que había dicho, hasta que la tos volvióa aparecer.

—Será mejor que descanses.

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—Sí, tranquilo, estaré bien —measeguró—. Ve a descansar tú también,esta noche daremos las gracias a losdioses por vuestra vuelta.

—Le diré a Hans que venga aayudarte.

—Gracias, muchacho.Asentí, me levanté y coloqué bien el

asiento. Me acerqué a la mujer, le di unbeso en la mejilla y me marché a migardr.

Al abrir la puerta me encontré elfuego encendido, miré hacia todos lados,Hans no estaba por ninguna parte.Cuando me giré, vi que estaba Galatumbada sobre él, dormida entre laspieles. La arropé con algunas más

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cubriéndola por completo para que nopasara frío. Fui hacia el cuenco de agua,lo cogí y lo puse junto al fuego para quese calentara. Me deshice de mis ropajesdejándolos sobre la mesa, metí un trozode tela en el agua, el cual usé paralimpiarme la arena, la sangre y lasmanchas que cubrían mi cuerpo. Seguípor el pelo mojándolo y cepillándolocon una herramienta de los francos. Mepasé las manos por la cara limpiándola,notando como el vello empezaba acrecerme. Con la ayuda de mi knífracabé con él. Cogí otros ropajes de ungran baúl.

Me acerqué con sigilo a Gala y le diun beso en la frente, era preciosa,

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simplemente única. Nunca antes habíavisto una mujer como ella, ni parecida,su rostro era tan delicado y a la vez tanamenazante que cualquier hombre podríasentirse cohibido bajo su mirada. Lepasé las manos por el pelo condelicadeza hasta que poco a poco fueabriendo los ojos clavándolos en losmíos.

—Aguardaba tu llegada, guerrero.—Eso veo —dije sonriente—.

Gracias por el agua y el fuego.—Necesitaba algo con lo que no

tener frío —se excusó.Le di un casto beso en los labios. Al

separarme de ella pude ver como unasonrisa se dibujaba en su boca.

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—Será mejor que vuelva —dijomientras se ponía en pie—. Deberíasdescansar y yo… Hablar con padre —tiró de sus ropajes colocándoselos bieny se marchó.

Me tumbé donde estaba ella, habíadejado su olor en las pieles, cerré losojos e intenté dejarme llevar.

****

La vi, estaba volando en lo alto delcielo con las alas abiertas. Era brúnn,oscura como la tierra, aunque algunaszonas acababan volviéndose hvítr. Eramajestuosa, grande, hermosa, pero a lamisma vez podía ver esa belleza salvajeque nada en este reino podía igualar.

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Quería cogerla, que fuese mía, ella medaría la libertad que tanto ansiaba.

Me fijé en su boca, en su vientre,una enorme mancha lo cubría, dabavueltas a mi alrededor, sin detenerse.Ojalá pudiera domarla, la tendríaconmigo para siempre.

Cayó en picado abriendo las alas,acercándose a mí. Se posó sobre mihombro, ladeó un poco la cabeza, y nopude evitar mirarla.

—Arnar —susurré.Le pasé la mano por el pecho y no

se movió. La observaba maravillado,era terriblemente hermosa. Cuando fuia tocarle de nuevo, alzó el vuelo,dejando ir un fuerte quejido. Volvió,

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era ella, la mujer que había visto en elbosque.

—Arnar —dijo ella.La mujer cerró los ojos y fue

entonces cuando un terrible olor ahumo llenó mi pecho, cientos de ruidosme rodeaban, golpes, escudos… Hastaque todo desapareció.

****

Varios golpes hicieron que saliera demi sueño y volviera a la realidadsobresaltado. Me pasé las manos por losojos intentando despertarme. De un saltome puse en pie y cuando fui hacia lapuerta, apareció Hans.

—¿Dónde estabas? —Le pregunté

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furioso.—La señora me dijo que me

marchara, drottin.—¿Qué señora?—La hija del hersir, drottin.—La próxima vez espera a que

llegue yo o lo lamentarás —dije entredientes— ¿entendido?

—Sí, drottin.Asentí y tras eso le hice un gesto con

la cabeza para que fuese a ver quiénhabía en la entrada.

—Ya va —escuché como gritabaGull al otro lado de esta.

Al abrirla entró como una ráfaga deaire en una tormenta. Me miró de arribaabajo y llegó hasta donde me

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encontraba. Puso mala cara y después deeso, cruzó los brazos.

—¿Qué estabas haciendo?—Dormir.—Por los dioses, Egil, deberías de

estar ya en el heimr.Me humedecí el cabello intentando

trazarlo, pero no era capaz de llegar, porlo que el thraell la terminó.

—Gracias, Hans.Asintió, igual que lo hice yo con

Gull.—Vamos —dijo Gull entre risas.Le miré con mala cara. No había

tiempo que perder, debía llegar antes deque lo hiciera el resto del poblado.

Entramos en el heimr, no éramos los

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únicos que habíamos llegado antes detiempo, estábamos hambrientos. Göran,Carón, Elof, Janson, Gyda y su bróðir,Aaren, hijos ambos de Olaf y Paiva,quienes también estaban allí. Fueronsentándose cada uno donde pudo,hablaban entre ellos, incluso algunospeleaban entre sí.

Hanna apareció al final del gransalón, con un enorme cuenco entre susmanos. Estaba acabando de preparar lamesa del Jarl, siempre le había gustadoser personalmente quien dejara todobien puesto. La notaba distinta a comoestaba hace apenas un rato, una enormesonrisa se dibujaba en sus labios,rebosante de alegría.

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Fui hacia donde se encontraba,detrás de mí vino Gull con una sonrisa ala vez que miraba a Gyda. Ese muchachosería capaz de arrimarse hasta a una kýrsi pudiera. La hija de Bror no parecíasuficiente para él, pero ya me encargaríayo de que no se anduviera por las ramasy de que no hiciera sufrir a lasmuchachas. Hanna me recibió con unfuerte abrazo, como siempre hacía.

—Todas las mujeres han venido aayudarte —dije mirando alrededor.

—Sí, siempre lo hacen, pero hoymás que nunca, todos los thraell delheimr han querido venir.

Vi como Göran se acercó a nosotrosa paso ligero. Venía desde el otro lado

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de la mesa, estaba hablando con Elof yalgunos hombres más.

—Egil —dijo dándome un fuertegolpe en la espalda.

—¡Pero hombre, no seas tan burro!—Le regañó Hanna molesta.

—No pasa nada —le aseguré, miréde reojo a Göran—. Estoy bien —añadícon una sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?

—Me encuentro mejor, ver comotodos estáis aquí conmigo me da muchafuerza.

Göran la abrazó y besó. Justodespués las mejillas de la mujer seenrojecieron a causa de la vergüenza, yno pudo evitar reír. Aquellos que nosdimos cuenta de lo que ocurrió nos

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reímos también.Las mujeres eran ayudadas por los

thraell, colocaban algunos traposcosidos y decorados por ellas mismas.Los repartían por encima de todas lasmesas, una en cada sitio. Miré toda lasala, la habían llenado de pieles de telasrojizas como la sangre. Al final delsalón vi a Gull de nuevo, quien hablabacon Gyda acercándose más de lonormal, aunque a ella no le importaba,ya que no dejaba de juguetear conalgunos de los mechones de su laciocabello.

—¡Eh! —Le grité.Alzó la vista, la cual tenía clavada

en sus pechos y se volvió hasta donde

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estaba yo. Hizo un movimiento con lacabeza indicándome que estabaescuchándome.

—¿Qué te crees que estás haciendo?—Nada, solo estábamos hablando.—¿Crees que no veo lo que haces?Me contestó que no con la cabeza

varias veces, ya que se había percatadoque no estaba bromeando.

—¿Qué estoy haciendo mal?—¿Y Linna? ¿No te importa herirla

así? Sabes qué te hará Bror si te ve quedas esperanzas a su niña y luego vasdetrás de otra, ¿no?

Se lo pensó un instante, tragó salivacon dificultad, e hizo una mueca. Teníarazón, Bror no era el hombre más temido

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de todo el poblado, pero no habría quetentarlo mucho o acabaría porconvertirse en el rey del Helheim.Asintió y se marchó pensando en ello.

Observé lo que hacía, se acercó aGyda, hablaron muy poco, la muchachaparecía triste, él le dijo algo más y estale dio un fuerte golpe en la cara. Traseso, se dio media vuelta y se marchó.

Gull volvió conmigo, se sentó en elbanco agachando la cabeza y soltó unsoplido.

—Has hecho bien, amigo —le di ungolpe en el brazo.

Ya estaba todo preparado,empezaron a llegar todos los quefaltaban llenando el heimr. El primero

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en aparecer, dejando a un lado todos losque ya estábamos en el salón, fue padre,se había vestido con sus mejores pieles,las cuales le colgaban por la espaldacubriéndole por completo. Con él veníanHammer y por detrás no tardaron enaparecer Atel y Agnetha, los padres deGull, quienes iban hablando con Steit yBera, los padres de Carón, él veníadetrás. Olaf y Paiva, observaban comosus pequeños, Ivar y Aaren correteabanpor el salón intentando escapar de lasmanos de Björn. Jokull vino a toda prisacon Janson detrás de él hablándoleaunque no le prestaba mucha atención.

De repente el tiempo se detuvo, dejóde existir todo lo demás y vi como Gala

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entraba tras el resto. Sentí mi corazónlatir frenético, mi boca se secó porcompleto y no podía apartar la miradade ella. La observé de arriba abajo, sehabía recogido el cabello. Se habíaoscurecido los ojos con carbónenvolviéndolos en una nube negra quehacía que el verde resaltara, dejandoque ese kottr que tanto me gustabasaliera. Había cambiado sus ropajesalgo más masculinos por un hermosovestido rojizo, oscuro como la sangreque había derramado. Este se ceñíacompletamente a su cuerpo dejando a lavista esas deliciosas formas que mehacían perder el sentido. Sobre sushombros lucía una larga capa oscura

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recubierta de pieles. Los dioses habíancreado esta maravillosa criatura y lahabían hecho para mí.

Sonrió al ver como la miraba, aquelpresente estaba dedicado a mis ojos.Caminaba con elegancia, mientras seaproximaba a mí. Cuando llegó a dondeme encontraba, me puse en pie y meabrazó con fuerza quedándose pegada ami pecho.

—Buenas noches —le susurré aloído mientras acariciaba la piel quehabía sobre su capa.

Frente a nosotros vi como Hammernos observaba, no nos quitaba el ojo deencima, igual que lo hacía Jokull, peroeste lo hacía de otra forma, más calmada

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y compasiva, incluso intentaba sosegar asu hermano.

—¿Vienes conmigo? —Me preguntó.—Sí —la cogí de la mano y la llevé

hasta nuestra mesa, la que siempreocupábamos— me dejas sin aliento,estás hermosa —le dije sin dejar demirarla.

De repente me puso las manos aambos lados del rostro, y me besó.Cuando nuestros labios se separaron mequedé observándola, sorprendido de loque acababa de hacer. Debería haberhablado ya con Hammer, reclamar a suhija como mía, a no ser que ya lohubiera hecho ella, en ese caso, mi vidapeligraba y bastante.

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Ayudé a Gala para que pudierasentarse bien, me coloqué junto a ellamirándola completamente perdido,aquella mujer hacía que perdiera lanoción del tiempo. En aquel momentosolo quería deleitarme con toda laperfección que había en ella. En aquelmomento pasé a ser suyo, solo suyo, y losería hasta que los dioses me reclamaranen el Valhalla.

La muchacha se sonrojó, pero nodijo nada solo me contemplaba. Se pasóla mano por la mejilla derecha,apartándose un mechón que lemolestaba, para dejarlo tras su oreja.Sonrió algo cohibida.

Aún no íbamos a empezar a comer,

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por lo que me puse en pie y me acerquéa Gull, que estaba al otro lado de lamesa.

—Hermano —le dije a la vez que ledi un golpe en el hombro—. Salgo.

—Cuando vaya a hablar el Jarl, teaviso.

Sonreí y le guiñé un ojo. Volví adonde estaba Gala, me agaché un poco,lo suficiente como para que mi bocaquedara a la altura de su oído.

—Ven —le susurré.Esta asintió un par de veces y me

tendió la mano para que le ayudara alevantarse. Nos encaminamos alexterior, mientras avanzábamos sentícomo Hammer nos seguía con la mirada,

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atento a cualquier movimiento quehiciéramos. La muchacha me cogió de lamano y algo me dijo que aquello no ibaa gustarle nada al hersir. Giré un pocola cabeza y efectivamente, tenía razón.Me encontré con una mirada fulminante.

A medida que íbamos caminando nosseguía, mirándome con rabia y odio,pero no decía nada, tampoco intentóimpedírnoslo. En otra ocasión ya habríaacabado conmigo o al menos lo habríaintentado.

Di varios pasos por delante de ella,le solté la mano y aproveché para abriruno de los portones para que así pasaradelante de mí. El cabello le caía por laespalda, quedándose por encima de las

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pieles que había en la capa.—¿A dónde nos dirigimos? —

preguntó.—Quiero que los dioses puedan

admirar tu belleza tanto como lo hagoyo, mi Gala —contesté cogiéndola denuevo—. No hay nadie tan hermosacomo tú, ni la mismísima Freyja podríacompetir contigo.

Las palabras sobraban, tanto que seagarró a mi cuello y me besó con ansia,aquella que había reprimido cuandoestábamos en el interior del heimr. Pasémis brazos alrededor de su cintura y lecorrespondí, dejando que fuese ellaquien nos guiara, quien pusiera el inicioy el fin. Al separarnos caminamos un

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poco más, lo suficiente para que nadienos viera. Fuimos tras la gardr de Atel,la más cercana al heimr.

—Egil… Yo… —Intentó decir, peroalgo hizo que se contuviera.

La miré a los ojos, estaban perdidosen el horizonte, en el fin de lasmontañas. Me giré para ver qué era loque estaba observando, pero no habíanadie. Sin darle más importancia mevolví hacia ella, pegué mis labios a sucuello mimando un poco su cuerpo. Lomordisqueé como si fuera la comida queestaba a punto de devorar, haciendo quedejara ir leves y gozosos gemidos quehacían que mi fuego interior rugiera confuerza. Posó sus manos sobre mis

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mejillas haciendo que la mirase. Seaupó quedando a mi altura, estábamosmuy cerca el uno del otro, el verde desus ojos apenas se podía ver, solo habíaoscuridad en ellos.

La veía distinta a cuando nos fuimos,algo había cambiado en ella, pero nosolo en Gala, sino que también habíacambiado en mí. Volvió a tirarlevemente de mí uniéndonos en un besoarrollador. Pegué mi cintura a la suya,quería que me sintiera. Tenía tantasganas de hacerla mía que el ansiaprovocaba que la tela de mi pantalónestuviera a punto de partirse, y eso nopasó desapercibido para la muchacha.Estaba hambriento de sus besos,

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necesitado de sentir su calor, el de sucuerpo contra el mío.

Una de sus manos bajó hasta la partebaja de mi cintura, pasó dentro delpantalón y empezó a acariciarmehaciendo que mi corazón latierafrenético. Mi cuerpo anhelaba el suyo,sus suspiros, jadeos y gemidos, aquellosque me hacían perder el sentido. Lemordí los labios entre beso y beso.

—Egil —me llamó Gull desde laentrada del heimr.

Me giré hacia donde venía la voz,me separé de Gala y tiré de la ropacolocándola bien. Agarré su manoencaminándonos hacia el interior. Podíaver su inquietud, miraba hacia todos

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lados, luego a mí, pero no decía nadasolo observaba lo que había a nuestroalrededor.

—Egil, yo… —Repitió, peroentonces volvió a callar. Dejó la miradafija en la lejanía mientras íbamosavanzando.

—¿Qué ocurre?Negó con la cabeza varias veces, y

no dijo nada más, se mantenía ensilencio y se limitaba a caminar dandolargas zancadas.

—Tranquila.La muchacha dejó ir un profundo

suspiro que salió de lo más oculto de suinterior. Su semblante había pasado deser el de una joven alegre al de una

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mujer distante y resentida.Se detuvo en seco, me puse frente a

ella para que no siguiera caminando,posé mis manos sobre sus hombros y laabracé. Lo que pareció ser liberadorpara ella. Le di un beso en la frente, bajémis manos hasta su cintura, y uncosquilleo la recorrió.

—Gracias —murmuró con unasonrisa, no necesitaba nada, solo cariñopara permanecer bajo ese escudo.

Seguimos caminando, entramos en elgran salón y vimos como todos estabanpendientes de nosotros. Tenía la manode Gala cogida, pero cuando fui asoltarla, ella la agarró con más fuerzapara que no pudiera separarme. La miré

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extrañado sin entender muy bien por quélo hacía. No me importó, hasta que meencontré con Hammer, quien permanecíaen pie, y en ese instante todo mi cuerpose tensó. Fijó sus ojos en los míoshaciendo que algo en mí empezara aalterarse. No quería volver a tener queluchar contra él y mucho menos porGala. Mi pecho se hinchó de orgullo,estiré la espalda y miré a la hermosamujer que me acompañaba.

Se aproximó a nosotros hasta que sequedó a la espera de que fuésemosnosotros quienes acabáramos deavanzar. Cuando estuvo losuficientemente cerca, me cogió por elbrazo y tiró de mí hasta que nuestros

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cuerpos quedaron separados por menosde un palmo. Pegó su cabeza a la mía,haciendo que todo se tensara más.

—Hazle daño y no habrá lugar en losnueve reinos en el que puedasesconderte Egil Thorbransson —amenazó con un gruñido—. ¿Entendido?—Alzó la voz de tal manera que hizoque hasta Gala se estremeciera.

—Sí, hersir, pero tenga por seguroque no haré nada que pueda lastimarla, ysi alguien lo hace, si alguien la daña,seré yo quien salga de caza.

Asintió y me soltó, volvió a su sitiojunto a padre mientras nosotros nosmarchamos al nuestro. El Jarl se pusoen pie y desde su mesa se preparó para

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hablar a su pueblo.—Buenas noches, hermanos, gracias

a los dioses hemos podido reunirnostodos los miembros de esta gran familia—alzó los brazos al nombrar a losdioses y los fue bajando a medida queiba hablando—. Como sabéis, estoshombres y nuestra skjaldmö estuvieronen Aust-Agder, para averiguar si estabanplaneando atacarnos. Hace unas semanasEgil fue visitado por el espíritu deAstrid, mi difunta mujer, a quien losdioses tienen en su gloria —cuandopronunció el nombre de mi madre, elcorazón se me encogió mientras unaslágrimas producidas por el dolor de sumurete luchaban por salir. Me pasé las

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manos por los ojos intentandodeshacerme de ellas—, le dijo quedentro de un tiempo nuestro heimr seríaatacado cuando el hielo se deshaga y eltímido calor de Sól nos acompañe. Poreso decidí que lo mejor era que algunoshombres marcharan. —Dejó la vista fijaen mí— la primera noche en las tierrasde nadie se toparon con unos hombresque parecían venir hacia aquí, estabanpreparando algo, así que, nuestro hersirJokull, vino a avisarnos de ello mientrasque el resto siguieron liderados por misonr.

El pueblo soltó alaridos al escucharla mención que nos hizo padre a Jokull ya mí. Este se puso en pie, se echó un

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poco hacia atrás en el asiento en el queestaba, y prosiguió.

—Gracias a Egil pudimos pasardesapercibidos entre las personas queallí vivían incluso conocieron al JarlSveinn Knúttsson —hizo una pausa, enla que le dio un largo sorbo a su jarra decerveza—. Su pueblo es muy distinto alnuestro, solo hay un camino que loatraviesa, justo a la entrada está su hús,donde siempre hay alguien. Conocimos aOlak. Quien nos prestó su ayudapensando que no éramos más queviajeros. Frente a esta había unascuantas gardr. Fácil de atacar, en elcaso de que tuviéramos necesidad dehacerlo.

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—Tras haberlo explicado todo,¿alguien quiere añadir algo? —preguntóel Jarl en voz alta.

Nadie dijo nada salvo yo, que mepuse en pie haciendo que todos meprestaran atención.

—Hay algo que me gustaría quesupierais, sobre todo nuestro hersirHammer —hice una pausa—. Cuandoestábamos vigilando que nadieapareciera vimos a unos hombres.Hablaban sobre una mujer y esa no eraotra que nuestra Gala, así que, seríabueno que algunos de los húskarlsestuvieran cerca de su gardr. Sé que esuna mujer fuerte y peligrosa —la miré—pero necesitará ayuda, todos debemos

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estar atentos.—De eso te ocuparás tú —sentenció

Hammer, quien derramó su cerveza alponerse en pie.

—No dudes que lo haré, daría mivida por salvar la suya.

El hombre de larga barba rojizaasintió, y volvió a sentarse junto a sushermanos y yo junto a mi valkyrja.Padre observaba el momento perocuando vio que todo pasó, le hizo ungesto a Jokull para que volviese asentarse, mientras él de nuevo selevantaba.

—Esto es lo que debíamos contaros,así que… ¡Qué empiece la cena! —Alzólas manos al cielo—. Esta vez nuestra

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Hanna está algo débil, por lo que todaslas mujeres y los thraell del pobladohan estado ayudándola. Os lo agradezcoa todos —sonrió orgulloso—. Debemosdar las gracias a los dioses por estadeliciosa comida que tenemos hoy y pordejar que nuestros guerreros hayanpodido volver. —Hizo una pausa,dejando la mirada perdida—. Pidamos alos dioses que ayuden a nuestra Hanna,para que siga entre nosotros —padrealzó su jarra y el resto hicimos lo mismo— Skål, hermanos, que los dioses nosbendigan.

Bebimos ansiosos de nuestras jarras,y luego lanzamos un gran rugido dealegría a los dioses, agradeciendo todo

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lo que teníamos y lo que tendríamos. Vique Gala ya no tenía bebida, así que, leserví un poco más a lo que ella mecontestó una hermosa sonrisa.

—Gracias —susurró.Comenzamos a comer, estaba todo

delicioso. Jamás había comido algo tanbueno, ni madre era capaz deprepararlo. Estaba hambriento aunqueno solo de comida. Ladeé la cabeza yobservé como Gala hablabatranquilamente con Gull, quienfinalmente se había sentado a su lado.Cogí un trozo de carne, ella apenascomía, lo que me preocupaba.

—¿Qué ocurre? —Le pregunté.—Nada, ¿por qué?

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—No estás comiendo nada, ¿teencuentras bien?

Asintió poco a poco, desvió sumirada a la comida y siguió con sucarne. Cuando se lo terminó le dio unlargo trago a su jarra, me besó en lamejilla y se puso en pie. Fue avanzandoentre las mesas con elegancia y belleza,llevándose parte de mi calor con ella,hasta que se marchó.

Gull vino a ocupar el sitio que antesera de la muchacha preocupado por suhuida, lo que me hizo dudar.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntóinquieto.

—No, tranquilo, no tenía hambre —respondí intentando restarle

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importancia.—¿Y por qué se ha ido tan pronto?

Podría haberte esperando.—Bueno, da igual.Gull fue a por su cuenco y vino a

hacerme compañía mientras acabábamosde comer. Aunque en cuanto acabara iríaen su búsqueda, no quería que estuvierasola y menos después de haber visto aaquellos malnacidos. Engullí el trozo decarne. Mi hermano me observó con laboca abierta sorprendido, creo quenunca antes había comido tan deprisacomo lo estaba haciendo.

—¿Pero estás bien?—Sí —respondí de mala manera con

la boca repleta de comida.

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53Refr – Zorro.54Faðir – Padre.55Móðir – Madre.

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56Hvítr – Blanco.

De un salto me puse en pie haciendoque hasta la mesa se moviera, por lo quetodos me observaron a la vez que melevantaba y salía corriendo del gransalón.

Nada más salir, fui tras la gardr deAtel, pero no encontré a nadie, despuésjunto a la de la völva, tras la hús de Steity Göran, subí el camino que iba hacia elvangr, miré desde la distancia pero no

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vi a nadie, no estaba allí. ¿Dóndedemonios se había metido aquellamuchacha? Fui hacia mi gardr tan velozcomo pude intentando no caer. Busquéen el interior de esta, pero tampocohabía nadie. Al salir vi algo de luzdentro de los establos, y me dirigí haciaallí. Tal vez estaría cepillando a suhestr, eso solía calmar sus nervioscuando estaba angustiada.

Thor hizo acto de presencia, antes deque entrara un fuerte trueno resonó portodo el Midgard, haciéndolo temblar.Cuando llegué a la entrada vi como lacola de un caballo asomaba al final deestos. Fui hacia él, no era ninguno de losnuestros, era oscuro como la noche, con

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las patas hvítr56 y alguna gran mancha enel vientre. Mi cabeza me gritaba que yalo había visto en algún otro lugar, ¿perodónde? Intenté pensar, aunque no eracapaz de recordarlo.

Abrí la puerta con sigilo para nomolestarla, y cuando vi lo que estabaocurriendo en su interior, mi corazón serompió en cientos de pedazos. No podíacreerlo, ¿por qué estaba haciéndomeaquello a mí? Apreté la mandíbula sindecir nada observando lo que hacían.Sobre un manto de heno estaba Galatumbada y sobre ella un fuerte hombre.Este ladeó la cabeza lo que me hizorecordarle. Aquella noche volvió a mimente la cicatriz que atravesaba parte de

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su rostro, el del hombre que mancilló elnombre de mi valkyrja de cabellosrojizos, aquel al que no me dejó matarcuando tuve oportunidad. Fue entoncescuando lo supe.

Sentí como mi sangre ardía, el calorproducido por la ira que iba creándoseen mi interior hacía que todo se volvieramás fuerte. Cientos de preguntas seagolpaban en mi mente, no podía dejarde pensar en todo aquello que habíanpodido llegar a hacer o en lo quehabrían hecho si no hubiera estado yoaquí para impedirlo. La rabia hizo queapretara los puños con fuerza. Iba aacabar con él, lo mataría, la sangrecorrería y saciaría parte de mi sed de

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venganza.Vi como el hombre acercó su rostro

al de ella, y terminó besándola. Unaterrible sensación me invadió, haría quepagara por aquello que estaba haciendo.Aquel hombre no volvería a su heimr.

Con un fuerte golpe acabé de abrir lapuerta, haciendo que chocara con lapared que había tras ella.

—¿Pero…? ¿Qué...? —TartamudeóGala.

Me acerqué a ellos y cogí al hombrepor el cuello sujetándolo con fuerza. Lopuse en pie, le di un empujón haciendoque retrocediera varios pasos y le atestéun buen golpe en la boca. Dio variospasos más pero me adelanté, estábamos

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muy cerca, tanto que le di un buen golpeen su miembro. Nunca más estaría conotra mujer. Cayó de rodillas al suelo, yaproveché para darle un puntapié en elhombro, haciendo que cayera hacia atrásquedando totalmente tendido sobre latierra. Me senté sobre él sin pensármelodos veces para empezar a a golpearlecon fuerza. Mi rabia era cada vez mayor,lo mataría con mis propias manos.

Gala vino por detrás intentandodetenerme, me agarró del hombro y medijo algo que no logré escuchar. Estabatan enfurecido que ya no me importabanada. Me cogió del brazo y aldeshacerme de ella cayó al suelo.Intentó ponerse en pie, pero se había

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hecho daño y no tardó en resbalar y caerde nuevo.

Seguí golpeando al hombre que teníabajo mi cuerpo, una y otra vez, no iba adetenerme hasta que no escuchara suúltimo aliento. Le cogí del cuelloapretándole con fuerza, no podíarespirar, la nariz le sangraba al igual quelo hacía su boca, con suerte acabaríaahogándose con su propia sangre. Puseuna de mis manos sobre su frentemientras con la otra seguía agarrándolepor el cuello, le levante un poco lacabeza y la estampé contra el suelo contanta fuerza que se hizo un boquete.

Podía escuchar como Gala gritaba amis espaldas con tanta fuerza que su

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garganta acabaría quebrándose. ¿Acasoamaba a aquel hombre? Aquellapregunta hizo que mi corazón murieralentamente, agonizando ante cada una desus palabras que eran como puñaladas,apagando la luz que había en mí y quesolo ella era capaz de mantenerbrillante. Me quedé mirándola, en surostro pude ver el terror, la agonía.Mientras la observaba dejé de hacerfuerza, y aquel malnacido aprovechópara golpearme en la boca y luego en elojo. Gala dejó ir un chillido, y cientosde lágrimas empezaron a recorrer surostro.

De un salto me puse en pie y despuéssobre él, le di un puntapié en la barbilla,

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lo que hizo que acabara por perder elconocimiento. Le cogí del cabello quellevaba anudado, y lo arrastré porencima del suelo hasta llegar a mi hestr.

—¡Egil, Egil! —Rogó Gala mientrasse acercaba a mí arrastrándose por elsuelo.

—No pareces más que una esclava,arrastrándote por el suelo, rogándome,como una vulgar thraell a la que usar.Tal vez es lo que eres —dije con maldad—. ¿Qué le has pedido a este hombrepor tus… favores? Podrías habérmelosofrecido a mí la otra noche, tal vezhubiera pagado gustoso. —Añadí conuna sonrisa.

Me acerqué a las mantas, cogí la de

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Espíritu y se la coloqué, también lasriendas le quité el cordel que llevaba yal salir se lo tiré a Gala quien llorabadesconsoladamente agachada en elsuelo.

—Será mejor que te pongas uno deestos, hundr. —Me reí de ella.

Cogí al hombre por el cabello, losubí al animal, le até las muñecas entresí y pasé la cuerda bajo el vientre delcaballo, luego até sus piernas biensujetas para que no pudiera escaparcuando despertara. Pasé por debajo delas mantas para que no cayera, no queríaque fuera Espíritu quien acabara con él,sino yo. Fui hacia el lado por dondecolgaba su cabeza, le cogí del pelo,

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saqué una de las pequeñas hachas quecolgaban de mi cinto y se lo corté. Memonté sobre el hestr y al pasar junto a lamuchacha le lancé el pelo.

—Así tendrás algo con lo querecordarle —escupí apretando losdientes.

Al salir me encontré con Carón, Gully Jokull, quienes venían hacia losestablos, alarmados por los gritos deGala, y los golpes que le estaba dando,pero no me importaba. Cuandoestábamos a la misma altura se dieroncuenta de que llevaba a un hombreconmigo, nos miraron de arriba abajo.

—¿Qué ha ocurrido?—Preguntadle a esa hundr, yo tengo

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algo de lo que ocuparme —gruñí presode la rabia.

Pasaron junto a nosotrossorprendidos e hice que el animal fueracada vez más deprisa, dejando elpoblado atrás, y con él a toda mi gente,incluido mi corazón, que aquella nochemurió.

Me senté sobre un tronco que habíacaído. Frente a mí tenía al malnacidoque se estaba aprovechando de la quedebía ser mi mujer. Estaba atado alárbol, sentado, para que así no pudieramoverse, y sus piernas estaban atadasentre sí para que no intentara a salircorriendo. Estábamos lo suficientementelejos de mi heimr como para que nadie

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escuchara los gritos, solo los dioses yyo los escucharíamos.

Le observé con detenimiento ycientos de preguntas recorrieron mimente, haciendo que la ira creciera enmí, no podía dejar de imaginarme aaquel necio robándome aquello que eramío. Cerré los puños preparándomepara lo que estaba por venir.

Había ido a por algo de agua al río,el cual no quedaba muy lejos de dondenos encontrábamos. Eché parte dellíquido sobre el hombre empapándolo yhaciendo que se despertara. Queríadivertirme con aquel desgraciado, sacartodo el mal que había en mi interior eiba corroyéndome lentamente. Empezó a

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toser confuso, enfadado e incluso algoasustado. Me miró con los ojos muyabiertos, y en ellos pude ver la rabia.Respiraba con dificultad, más de lo queesperaba.

Rasgué parte de mi kirtle, lo pusecontra su rostro y seguí echándole agua.No dejaba de moverse intentandodeshacerse de mí, pero no lo conseguía,solo consiguió toserdescontroladamente. Cuando se lo quité,clavó sus ojos en los míos los cualesbrillaban a causa de la cólera, meacerqué más a él y le di un buen golpeque le dejó marca en gran parte de lacara.

—¿Por qué ella? —Gruñí.

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—Fue ella quien vino a buscarme,tal vez no le hayas dado lo quenecesitaba —sonrió con saña.

Apreté con fuerza los dientesintentando contenerme, pero… ¿Por quéhacerlo? Si los dioses hubieran queridoque me detuviera ya lo habríanimpedido. Le di un puntapié en elcostado, lo que hizo que se doblarahacia adelante. Solté una carcajada y leobservé. Levantó la cabeza poco a poco,y pude ver en sus ojos la furia por nopoder defenderse.

—Kom allfader Odin, kom modermin Frigg57 —grité.

Tenía parte de la cara manchada desu propia sangre, la cual había salido de

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su nariz y su boca. Cuando la escupió,salió algún que otro diente que se habíaido cayendo golpe tras golpe. Tenía elrostro hinchado, tanto que algunas partesse habían oscurecido. Me puse frente aél para observarle, permanecía calladocon la vista fija al frente. Pagaría por loque había hecho, sabía que los diosesquerían que lo hicieran tanto como lodeseaba yo.

—No sabes todo lo que habría hechocon ella —susurró y apenas le escuché.

Dejó ir un quejido y cerró la boca.Me agaché a su lado para quedar a lamisma altura y así poder escucharlemejor. Posé una de mis manos sobre sucuello y apreté un poco para advertirle,

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ya que dependiendo de lo que dijeraharía una cosa u otra.

—¿Qué has dicho? —Siseé entredientes.

—Qué no sabes todo lo que habríahecho con esa hermosa hundr —aseguróorgulloso—. Seguro que habría gozadocomo nunca, más que contigo.

Estaba seguro que aquel hombrehabía perdido la razón y que tan soloquería que acabara con su vida.Acabaría haciéndolo, pero antes searrepentiría de todo lo que había hechoy dicho. Me puse en pie, di la vuelta alárbol y me agaché junto a sus manosatadas para que no pudiera intentar nada.Separé sus dedos y agarré dos de ellos,

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saqué de mi cinto una de las pequeñashachas con la que le había cortado elcabello, y la paseé sobre ellos.

—Parece que estos dos ya no los vasa necesitar —dije riéndome—. Vas anecesitar ayuda, amigo —cuando acabéde hablar, eché hacia atrás la mano paracoger impulso. Él se movía inquietobajo la atadura y la presión que hacíacon la otra mano—. Quieto o te dejarésin mano de un solo golpe —le advertí,y se quedó paralizado ante mi firmeza.

Miré hacia atrás, luego hacia elcielo, asentí a los dioses y con unmovimiento veloz acerqué el hacha a susdedos, cogí impulso y se los corté. Elhombre gritó tanto como podía,

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desgarrándose la garganta a causa deldolor. Los dedos cayeron al suelo, y lasangre empezó a salir haciendo unpequeño charco. Cogí una de las hojas ylos dedos. Volví a dar la vuelta al árbol,y me puse frente a él, los dejé sobre suspiernas, mojé un par de dedos en ellíquido y le hice dos amplias rayassobre las mejillas.

—Odín, yo lo marco así, no dejesque pise el Asgard58, condena su alma.—Pedí en voz alta—. Vaya, ¿qué hapasado? —pregunté con una sonrisa.

Le coloqué la pequeña hacha bajo subarbilla para alzarle el rostro, queríaver el pánico en sus ojos, como el dolorrecorría todo su cuerpo. Su cara se

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había humedecido a causa de laslágrimas que se le habían escapado.

—Vuelve a decir lo que me hasdicho antes —insistí mirándole a losojos—. Repítelo si osas.

—Sabes lo que es —respondió condesdén—. Es una buena thraell, ¿dóndela encontraste?

Sonreí, no sentía ninguna lastimahacia él, al contrario, iba a hacer quesufriera hasta que yo quisiera, hasta quepidiera clemencia, hasta que los dioseshicieran que me detuviera. Volví a suespalda, ahora preparé la otra, repetí lomismo que había hecho con los otrosdos dedos, solo que ahora la sangre mesalpicó manchando parte de mis ropajes

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y mi cara.Los recogí y los dejé sobre sus

piernas junto a los otros dos. Ladeó lacabeza para no ver como el líquidoempapaba la tela, como sus dedosyacían muertos sobre sus pantalones.Intentó alzarla, dejando la vista en ellospero no pudo soportarlo, estabaperdiendo demasiada sangre.

—¿Sabes? —pregunté mirándole—.Quiero que veas lo que hago.

Me agaché a su lado quedandodelante de sus piernas a la altura de susrodillas. La observé, una de ellas teníauna horrible cicatriz que la atravesabade un lado a otro.

—Aquí ha pasado algo.

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No me contestó, se limitaba a mirarlo que hacía, sus ojos desprendían larabia y la ira que había en su interiorque no dejaba escapar. Pasé el hachapor encima de la cicatriz de un lado aotro, la coloqué sobre esta, la alcé unpoco y al bajarla le hice un pequeñocorte. El vello se le erizó, a la vez queun escalofrío recorría su cuerpo. Por finconsiguió alzar el rostro y escupiócayendo el líquido sobre mi mano.

—Parece que no estás contento.No me lo pensé dos veces y comencé

a arremeter contra su pierna, una y otravez, hasta que vi como el hueso ibaquebrándose, astillándose y haciendoque todo fuera a peor. El hombre no

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podía dejar de gritar, tanto que casi sequedó sin voz. Me reí con ganas, habíaperdido su lugar en el Valhalla. Estabapagando por lo que había hecho, peroaún no era suficiente, hasta que noacabara destrozado y descuartizado noterminaría. Acabaría con su vida comoél lo había hecho con la mía, y loenviaría al Helheim junto a Hela.Aunque con él se llevase mi corazón,aquel que solo latía por la que creía queera mi valkyrja.

La rabia me consumía de nuevo, noquería imaginar lo que habían llegado ahacer, y yo como un auténtico neciopreocupándome por ella. Arremetí denuevo contra su herida, iba a hacerla tan

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grande que ni muerto se olvidaría deaquel momento. No dejó de gritar, peroa mí no me importó.

—Seré bondadoso contigo.—¿Sí? —preguntó esperanzado.—Sí.Con las manos empapadas de sangre

me senté en el tronco y dejé querespirara tranquilo, lo observabamientras él tenía la vista clavada en supierna, la cuál nunca recuperaría.

—Ya está, ya lo he sido suficiente.—Pero… —susurró confuso, y

empezó a moverse exasperado, lo quehacía que la agonía que sentía se hicieramayor.

Sonreí orgulloso, le di un último

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hachazo, esta vez con la más grande ycon más fuerza que todas las anterioreslo que acabó separándola de su cuerpo.

—He pensado en hacerte un presente—le dije con maldad.

Cogí un trozo de cuerda, la até a lainerte pierna y se la di.

—Esto es para ti, disfrútala.Me miró con mala cara, aunque

tampoco podía hacerlo de otra maneraya que la sangre que había perdido erademasiada como para no estar débil,poco le quedaba para perder elconocimiento, acabaría muriendodesangrado, llevado por el dolor que leestaba haciendo pasar. Le eché un pocode agua por la cara para que despertara,

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pero no surgió ningún efecto, ya quesimplemente agonizaba.

—Mátame —me rogó—. Mátameya…

Centré mis ojos en él, estaba llenode sangre al igual que yo. Al cortarle lapierna parte de ella me salpicó y alpasarme la manga del kirtle paralimpiarme, no hice más que empeorarlo.

—Sé… Sé que no eres un malhombre, solo protegías lo tuyo —mumuró en voz baja, brindándome suúltimo aliento.

—Y lo protegeré aunque me cuestela vida.

Tras eso, sin esperar nada más,saqué mi knífr, di la vuelta al árbol, y

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coloqué el filo de este contra su cuello.No dijo nada, permaneció en silenciocon la cabeza gacha esperando su final.Con un corte rápido y sencillo lodegollé, dejando que la sangre empaparade nuevo sus ropajes. Aquel hombrejamás podría ir al Valhalla, su únicodestino sería el Helheim.

Volví a sentarme en el árbol caídoobservando cómo iba vaciándose. Paséun par de dedos por la sangre, loscoloqué sobre mis cejas, y los bajé hastallegar al cuello creando dos largaslíneas.

Me subí a Espíritu, dejé al hombreahí, los animales harían el resto, por lomenos ellos tendrían un buen manjar con

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el que alimentarse algunos días. Salí delbosque sorteando los árboles, en lalejanía vi como Carón y Gullaparecieron sobre sus hestrs en mibusca. El primero nada más verme alzóun brazo saludándome, haciendo que elanimal fuera más deprisa.

—¿Dónde has estado, hermano? —preguntó preocupado.

—¿Habéis hablado con ella?—No ha querido contarnos nada.Se pasó una de las manos por la nuca

alzando los hombros sin saber qué decir,y miró como se aproximaba Gull a suespalda. Los tres desmontamos de losanimales y nos sentamos en el suelo.

—Estábamos preocupados —se

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sinceró Gull.—Gracias, hermanos.—Cuéntanos, ¿qué ocurrió?—Habría dado mi vida por ella, mi

corazón era suyo, lo iba a ser parasiempre, habría sido capaz de dar mivida a Loki por tenerla conmigo hastaque Odín me reclamara, pero… Me hamatado en vida —dije entristecido—.Estaba extraña en el heimr, cuandoterminó de comer se marchó ypreocupado fui tras ella —dejé ir unsuspiro.

—¿Y la encontraste? —preguntóCarón, que dejó de hablar cuando vio lamirada que le dedicó Gull.

—Claro que la encontré, y tanto que

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la encontré… Yacía con uno de loshombres de la otra noche, estabanrevolcándose sobre el heno del establo—apenas podía seguir hablando, larabia volvía a mí.

Cerré mis puños, apreté los dientesintentando aliviar aquel dolor que sentíapor dentro pero no sirvió de mucho.

—Solo de pensarlo… —Gruñí.—Tranquilo —me dijo Carón.—Necesito que habléis con padre,

que lo traigáis a mí, no puedo seguiraquí si esta ella, no quiero verla —dijecon desdén—. Hacedme ese favor,traerlo al interior del skógr, estaréesperándoos. Si la veis no le digáisnada, ni a ella ni a nadie —les pedí—.

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A Göran y Hanna, decidles que estoybien y que les quiero.

—Entendido —dijeron ambos.—No os demoréis —les rogué.Asintieron decididos, no sé qué haría

sin ellos. Montamos en nuestroscaballos y se marcharon al igual que yo,solo que en distintas direccionesadentrándome entre los árboles.

El bosque tenía más claridad quecuando salí de él, la calma que lorodeaba lo hacía completamente único,era capaz de apaciguar todo lo quellevaba dentro. Si por mí hubiera sidohabría vivido aquí, alejado de todo.Cazaría para mí, buscaría agua para mí,lo haría todo para mí mismo y no para

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los demás.Llegué donde se encontraba el

cuerpo sin vida del hombre, lo observé,la sangre aún no había sido absorbidapor la tierra. Até a Espíritu en una de lasramas, dejé que pastara no muy lejos dedonde me encontraba pero lo suficientecomo para que no se acercara a lahierba manchada de la sangre de Loki.Me senté en el tronco, apoyando losbrazos en mis rodillas y luego enterré lacabeza dentro de mis manos. No queríapensar, pero una y otra vez me venía elrecuerdo de Gala bajo aquel hombre enlos establos, sobre el heno, el mismolugar en el que había estado conmigo.Un par de amargas lágrimas creadas por

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la rabia y el dolor recorrieron mi rostroy acabaron muriendo sobre la tierrahúmeda. Me sequé la cara con el kirtle,estaba tan sucio que me asqueaba a mímismo. Pero, lo primero que tenía quehacer era marcharme de aquel lugar.

No se escuchaba nada salvo lospasos de mi hestr, el cual se movíaincómodo sobre la tierra. No sabía adonde iba a ir, ni qué iba a hacer, perode lo que estaba completamente seguroera de que padre podría ayudarme, élsabría a donde debía dirigirme. En aquelmomento solo esperaba que no volvieraa decepcionarme.

****

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Cerré los ojos con fuerza, estabaexhausto, no había dormido nada, mehabía pasado la noche torturando a aquelmalnacido y tras dejar que la rabia sefuera disipando mi cuerpo se habíaquedado sin fuerza.

Decenas de lágrimas empezaron arecorrer mi rostro, el cual ya estabahúmedo por aquellas que se habíanescapado. Siempre habían dicho que loshombres no debíamos llorar, que no eramás que una muestra de debilidad, peroen aquel momento era lo único quepodía hacer, la desolación que sentíapor dentro era demasiado intensa comopara mirar hacia otro lado. El suplicioque me corroía por dentro parecía una

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tormenta llena de rayos y truenos, de lasque arrasan con todo.

No pude contenerme más y dejé ir unprofundo grito a la vez que golpeé confuerza el suelo haciendo que la tierrasaltara alrededor de mi puño. Pero denada sirvió, el desconsuelo no cesó,seguía latente.

El repiqueo de los caballosavanzando me alertó, en la lejanía pudedistinguir como se acercaban. Intentédeshacerme de las pequeñas gotas quese habían creado en mis ojos. Al vermepadre frunció el ceño, desmontó de sucaballo y le dio las riendas a Gull paraque lo sujetara. Cuando fui a ponerme enpie, me hizo un gesto para que no lo

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hiciera, así que, me quedé quieto y fue élquien se agachó para sentarse a mi lado.

—Estás horrible, sonr —me observó—. Me han explicado lo ocurrido, no sécómo Gala ha podido hacerte algo así—murmuró mirándoles—.Tengoentendido que quieres marcharte.

—Así es.Antes de que pudiera contestar nada,

Carón y Gull dieron un paso al frente,nos observaron a la vez que rebuscabanalgo en las alforjas de sus caballos.

—Hemos traído ropajes, comida yagua —explicó Carón.

—Gracias, hermano —le dije conuna triste sonrisa.

—Entonces, ¿quieres marcharte?

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—Debo hacerlo, padre.—Hace un tiempo, mientras estabais

en Aust-Agder, enviaron un guerrero delpoblado del norte, aquel que hayatravesando las montañas. El EarlRagnarr está enfrentado con pobladosvecinos y necesitan guerreros, apoyodesde nuestras tierras, pero no quisecedérsela sin saber si volveríais sanos ysalvos.

Hizo una pausa, y clavó sus ojos enlos míos con pesar.

—Irás junto al Earl Ragnarr, estaránagradecidos de tener un guerrero comotú.

Tal vez aquello no era lo másacertado, pero en mi corazón lo sentí

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así, necesitaba alejarme de aquí,conocer a otra gente, combatir por salirvivo de allí por mí mismo y no por losdemás. Alejarme de ella sería lo mejor.

—Eso haré, padre.Me puse en pie y él conmigo. Me

abrazó con fuerza, pude escuchar comoun quejido se escapó de su interior. Alsepararnos me miró con seriedad, peropude ver como en sus ojos brillabanalgunas lágrimas. Le agarré por la nuca,pegando nuestras frentes y clavando misojos en los suyos.

—Faðir, volveré —le aseguré.Él asintió desanimado, le besé en la

mejilla y le volvía a abrazar, mis doshermanos nos interrumpieron.

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—Pediré a los dioses que estén de tuparte, Egil, no estarás solo allí —murmuró Carón.

—Tranquilo, volveré.—Eso espero.—Todos pediremos a los dioses que

vuelvas —añadió Gull intentandomantener la compostura.

—Sonr, sé que Odín estará contigoguiando tus pasos.

—Recordad, no digáis nada de loque aquí ha ocurrido —hice una pausa ymiré a padre—. No le cuentes nada aHammer ni a Jokull, no quiero que nadiesepa dónde estoy.

Todos asintieron, no dijeron nadamás. Padre me dio dos alforjas, una de

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ella repleta de pieles, ropajes, un knífr,una pequeña hacha, y en la otra, comida,mucha comida. Miré en esta segunda yvi el knífr que le regaló el abuelo laprimera vez que se marchó a luchar, lomiré a la vez que acaricié cada una delas runas que había talladas en él. Seguírebuscando hasta que encontré lo máspreciado de todo, uno de los amuletosque llevaba madre con el valknut. Ellasiempre decía que nos protegería.

—Pensé… Pensé que habíadesaparecido aquella noche.

—Pude encontrarlo, y ahora es tuyo.Observé el colgante y lo acaricié de

arriba abajo.—Ella te protegerá, min sonr.

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Cogí aire, intentando reprimir todolo que llevaba dentro. Me acerqué aEspíritu, le anudé las alforjas a cada unode los lados, desaté el nudo que losujetaba a una rama y monté sobre él.Los miré desde la altura, ningunoosamos decir nada más. Seguimos ensilencio, hasta que di la vuelta y memarché.

57Kom allfader Odin, kom moder min Frigg– Ven,padre de todos, Odín, ven madre Frigg.58Asgard – Reino de los dioses Æsir.

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Las acometidas producidas por lasfuriosas gotas de agua sobre la maderade la gardr hicieron que me desvelara.Miré hacia arriba, vi como decenas derayos iban iluminando el interior de lacasa al igual que prendían el cielo. Sentícomo este iba a partirse de un momentoa otro, los dioses no estaban contentos ynos habían enviado a nuestro veneradoThor para que nos lo hiciera saber.

Un fuerte trueno retumbó entre las

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montañas provocando que me asustara,parecía que todo iba a quebrarse. Mehice un ovillo bajo las pielesagarrándome con fuerza a estas.

—¿Dónde estás? —pregunté con unhilo de voz.

Otro fuerte estruendo hizo crujir elfirmamento, al final acabaría por caersea pedazos encima de nosotros. Meencogí aún más, hasta que las pielestaparon mi nariz y solo mis ojos y partede mi cabeza sobresalía bajo estas. Unadesesperada lágrima se escapó de misojos recorriendo mi mejilla y cayendofinalmente sobre la tela que me cubría.Me puse en pie, estaba furiosa, llena derabia.

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—¡¿Por qué demonios tuviste quemarcharte?! —chillé.

Fui hacia la mesa y le di un fuertegolpe haciendo que todo lo que habíasobre ella cayera al suelo.

Salí de la gardr, corrí condesesperación hacia la vangr huyendode mi misma, de los recuerdos que éldejó, dejando que las gotas de lluvia meempaparan, dejando que se llevaranparte de mi tristeza y mi dolor. Mecoloqué en el centro de esta, estaba sola.

—No me arrepiento de nada —legrité al Dios—. ¿Me escuchas? ¡Denada!

Caí de rodillas abatida por lasoledad, por el frío y la tortura que me

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suponía vivir sin él. No tenía fuerzaspara seguir manteniéndome en pie,haciendo como si nada hubiera ocurrido,como si jamás hubiera estado aquíconmigo. Cientos de lágrimas luchabanpor calmar el malestar que sentía pordentro, aquel que no me dejaba vivir.

—Te odio… No sabes cuánto te odio—murmuré llena de rabia.

Cubrí mi rostro con mis manos, noquería que los dioses me vieran así, noquería que pensaran que era débil, elloshabían decidido que aquello fuese deesa manera, las malditas Nornas habíancreado esta tortura para mí.

—¡Yo te maldigo, EgilThorbransson! —grité desesperada—.

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Odio el vacío que has dejado, ¡te odio!Apoyé mis manos en el suelo,

enterrándolas bajo la tierra y la hierba.—Odín, llévame —le rogué.—¡Gala! —Escuché como padre me

llamó detrás de mí.Me giré y vi como corría hacia

donde me encontraba resbalándose conel barro que se había ido formando.Cuando llegó a mí se arrodilló, me pasósu brazo por encima de los hombroscubriéndome con sus pieles y me abrazócon fuerza.

—Ya está, mi pequeña niña.Lloré contra el pecho de mi padre,

aquel que siempre me había resguardadodel mal hasta entonces, cuando había

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sido yo misma la que se lo ganó. Nopodía evitar que las pequeñas gotas quesalían de mis ojos empaparan su kirtle,haciendo que algún que otro hipido seescapara de mi boca, por el hecho deque no podía dejar de llorar. Apenastenía fuerzas para ponerme en pie, porsuerte él me ayudó intentando que melevantara, pero ni aquello fue suficiente,así que, acabó cogiéndome en brazos,para resguardarme junto a su calor.

****

Aún llovía cuando me desperté, yahabía pasado toda la noche y se habíahecho de día. No había nadie en lagardr. Podía escuchar como habían

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salido algunos carros, como la gentecorría de un lado a otro por las calles.

Me puse en pie, sentía el frío en mipiel, mi kirtle aún estaba húmedo, asíque, me desvestí y fui a cambiarme deropajes. Lo dejé sobre la mesa y mecoloqué frente al arcón. Cogí el kirtlemás abrigado que tenía, sobre este mepuse otro, unos pantalones y me enfundélas botas. Iba a salir, por lo que seríamejor que me abrigara para no mojarme.Saqué del mismo arcón una de miscapas, aquella que estaba cubierta por lapiel del primer oso que mató Egil,aquella que me regaló. Antes deponérmela me recogí el cabello en doslargas trenzas, también estaba mojado y

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no quería que fuese a más. Me la puseajustándolo con un broche de oro quetrajimos en la última incursión al norte.

Cuando estuve lista, abrí la puerta,saqué primero la cabeza y luego unbrazo para ver cuánto llovía. Apenascaían cuatro gotas, pero losuficientemente grandes como parapoder dejarte completamente empapadoen poco tiempo. Al salir corrí hacia losestablos, iría a por Regn, mi adoradalluvia. Cuando no era más que una niñame encantaban estos días, correr bajoella, por lo que decidí llamarla así.Lluvia, oscura como la noche, velozcomo el viento y hermosa como ninguna.

Al entrar, una oleada de sentimientos

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y recuerdos chocaron contra mí, igualque todas las otras veces que habíaestado aquí. Nuestra discusión, elprimer beso, el encuentro… Se meencogió el corazón solo de pensar enaquello, en todo lo que ya no estaba. Mivikingo se marchó sin importarle nada ynada le importará cuando vuelva, igualque a mí. No quiso que le explicara loocurrido y aunque quisiera a su vuelta,tampoco se lo explicaría. Estabanerviosa, demasiado, acordarme de élera lo que llegaba a sacar lo peor de mí.

Empecé a cepillar a Regn, adorabahacerlo, ver como cientos de suscabellos iban cayendo al suelomoviéndose por el viento que entraba

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entre las aberturas que el tiempo habíaido haciendo en las lamas de madera.Cada vez le daba con más fuerza, por loque el animal acabó quejándose.

—Ya acabo —le dije mientras leacariciaba el pecho.

Cogí su manta y las riendas y volvíhacia ella. Cuando las vio se movióinquieta, no sé si lo hizo ansiosa porsalir o asustada por los truenos que aúnresonaban en el cielo. La preparé parasalir, aquel día debíamos ocuparnos dela caza y por primera vez vendría connosotros Gyda, la hija de Olaf. Mealegró saber que íbamos a tener a otramujer con nosotros, así no estaría tansola.

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Desde que Egil se marchó, ni Carónni Gull habían vuelto a hablarme, a noser que fuera alguno de los hersirquienes se lo ordenaran.

Monté en la yegua, coloqué bien laspieles para que no se engancharan connada, las estiré por el lomo de ella paraque así no se mojara tanto. A la salidade los establos me encontré de frentecon Gull, quien me miró con mala cara,podría dejar las hostilidades a un lado,ya que seguíamos viviendo en el mismoheimr. Lo saludé con un ligeromovimiento de cabeza, pero no me hizocaso, simplemente se colocó a un ladopara que así pudiera pasar, clavando lamirada al frente. Cuando llegué al centro

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del poblado, vi como Gyda montaba ensu caballo, se despidió de su madrePaiva y avisó a su padre que iba amarcharse conmigo hacia la vangr.

—Buenos días —dijo con unasonrisa de oreja a oreja.

—Buenos días.Parecía nerviosa, algo alterada.

Supuse que era normal, era la primeravez que iba a venir con nosotrosarriesgándose a que le pudiera pasarcualquier cosa, además deberíademostrarle a su padre de lo que eracapaz.

—¿Ocurre algo? —preguntópreocupada.

—No, tan solo he pasado una mala

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noche —murmuré sin querer darexplicaciones.

—Bueno… —dijo sin saber muybien que contestarme—. Puedes hablarconmigo, si lo deseas, Gala.

La miré mientras pasaba junto a mí,era unos cuantos años menor que yo,cuando éramos niñas habíamos estadosiempre juntas pero a medida que fuimoscreciendo perdimos aquel contacto. Yoempecé a juntarme con los hombres, mipadre me enseñó a montar y cazar, asíque, pronto me uní a ellos en lossaqueos e incursiones como skjaldmö.Cuando fuimos a subir hacia la vangr,apareció Jokull quien iba andando.Estaba serio, demasiado, parecía

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preocupado, tal vez hubiera hablado conpadre y este le habría contado loocurrido durante la noche. Hizo unmovimiento de cabeza para que lesiguiéramos junto a los demás. Olaf secolocó junto a su dóttir59, quedando a milado Janson, con quien apenas teníatrato.

—Está bien, muchachos —dijoJokull—. Tenemos que ir a por algo conlo que alimentarnos.

Todos asentimos, hasta que dio laseñal.

—Traed lo justo y necesario.Recordaba una de las últimas veces

fuimos de caza, como Egil desmontó desu hestr y salió corriendo dejando a

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todo el mundo atrás, consiguió llegar elprimero, cazar el oso y llevarse larecompensa. Desmonté de la yegua, laaté al tronco de un árbol dejando laspieles sobre ella para que no se mojara.Agarré mi arco y mi espada, y salícorriendo. Las trenzas se me iban haciala espalda, moviéndose al mismo sonque el viento. Ladeé la cabeza y vi comoel resto aún seguían a caballo, algunosde ellos pasaron por delante de mí perocuando llegaron a la linde, tuvieron quedesmontar. Para entonces yo ya les habíaadelantado y me había adentrado en elskógr.

No se escuchaba nada salvo lasgotas de lluvia cayendo sobre las hojas

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de los árboles, y algún ave piando. Medetuve y le hice una señal al resto paraque hicieran lo mismo que yo y asípoder oír por donde podía haber algo,pero no me hicieron caso, siguieronavanzando alertando a los animales deque estábamos aquí, por lo que meseparé de ellos.

Corrí hacia el norte de la montaña,apenas les escuchaba, de repente vicomo un heri pastaba tranquilamentejunto a dos más pequeños, los cualesprobablemente fueran sus hijos. Losperseguí intentando no alertarles. Mesubí sobre una roca para así poder vermejor por dónde se movían. Saqué unade mis flechas, y la coloqué en posición.

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Al dejarla ir, vi como atravesó la cabezadel animal, pero entonces resbalé y caígolpeándome la espalda y la cabeza. Mepasé la mano por la sien, tenía algo desangre, aunque solo rezaba a los diosespor que no fuera nada. Intentélevantarme, pero tenía un pie atrapadoentre dos rocas y todo me daba vueltas.

—¡Ayudadme! —grité con todas misfuerzas—. ¡Por los dioses! ¡Ayúdame!

Miré hacia el animal, estaba muerto,pero no solo por una de mis flechas sinoque había otra más en él, sabíaperfectamente quién era.

—Sé que estás ahí, ayúdame —lerogué.

Nadie respondía a mis gritos, solo se

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escuchaba a los animalillos inquietos,hasta que el crujido de una rama losalertó. Estaba en lo cierto.

—Ayúdame, por favor —pedídesesperada.

Me movía intentando sacar el pie delhueco en el que estaba metido, pero noservía de nada, solo hacía que medoliera. Tal vez no debería habermealejado del resto.

Suspiré, y escuché como alguien seacercaba, hasta que vi como Gullapareció por encima de la roca desde laque me había caído. Me observó desdearriba sin decir nada, solo me miraba.

—Por favor… —susurré.Se dio la vuelta y se marchó por

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donde había venido. Volví a movermeagobiada, golpeé la roca con el otro pie,intentando hacer el hueco más grandepara poder sacarlo. Se movía pero no losuficiente.

—¡Gull! —grité— ¡ayúdame, porOdín, sácame de aquí! —Le rogué—.Sácame de aquí o te juro que en cuantopueda escapar te mataré —le amenacéperdiendo la calma, sentí como algunaslágrimas empezaron a salir de mis ojos.Los sequé, no quería que me viera así.

No me contestó, seguía callado, talvez ya se hubiera marchado y noestuviera. Lo más seguro es que mehubiera dejado allí, a mi suerte. Miréhacia todos lados, buscando algo que

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pudiera ayudarme a salir, pero noencontraba nada. Coloqué el arco junto ami pie y empecé a empujar, la roca semovía un poco más, si la desplazabademasiado acabaría por caérsemeencima. Estaba moviéndose cada vezmás, había acerado. Gull apareciócuando estaba a punto de derrumbarse yeste la agarró para que sacase el pie delhueco, y como pude, me puse en pieapoyándome con el arco.

—G… Gracias —mascullé entredientes.

—No me las des, no lo he hecho porti, sino por él —dijo sin mirarme.

¿Por él?Me apoyé en el arco y poco a poco

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fui andado. Dejando que fuese él quiénse encargara de llevar al animal.Avanzar así era duro, lo más seguro eraque alguno de los huesos de mi pie sehubieran quebrado. Solo quería llegar acasa para olvidar este día. Mientraspasaba entre los árboles vi a Gyda quieniba subida a su caballo.

—¡Gala! —gritó asustada al vercomo mi sien sangraba y mi piernaapenas podía moverse.

Bajé la vista, vi como mi bota estabarasgada y manchada de sangre, pero nole di importancia, cuando llegase a migardr ya lo arreglaría.

—¿Qué ha pasado?—Nada, caí al cazar un ciervo.

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—Deja que te lleve.—No es necesario —apreté para

aguantar el dolor.Pasé junto a ella quien no dejaba de

insistir a pesar de que ya le había dichoque no varias veces. No quería deberlenada a nadie, además, el dolor era loúnico que me hacía sentirme viva.Cuando Jokull me vio aparecer entre losárboles vino corriendo a cogerme. Metomó en brazos y con una fuerza que nosabía que tenía me subió a su hestr. Mehizo algunas preguntas, a las cuales norespondí, solo le pedí que me llevara ami gardr, quería curarme la herida ydescansar.

—¿Qué haces aquí? —preguntó

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padre al verme aparecer.Vio como Jokull apareció detrás de

mí aguantándome para que no cayera alsuelo. Bajó la vista, hasta que la fijó enmi pierna.

—¿Qué ha pasado?—Estábamos de caza, y resbalé al

lanzarle una flecha a un ciervo. —Lesexpliqué— lo tiene Gull —miré aJokull.

—Por los dioses, Gala.Me senté sobre el lecho, me quité la

bota y subí el pantalón para dejar al airela pierna. Había una herida, era unrasguño que parecía más aparatoso de loque era. Padre se acercó a mí con uncuenco de agua, lo dejó a mi lado y

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volvió con un trozo de tela paralimpiarla. Metió el trapo en el líquido yquitó la sangre que había alrededor deesta, y me hizo ver que era peor de loque pensaba.

—Haz venir a Hanna.—No es necesario —me negaba a

que fuese ella quien viniera, no queríaque se involucrara en aquello.

Volvió a limpiar la sangre que habíasalido y me envolvió el pie cubriendo laherida con un trozo de tela, para que asíse curara antes. Me puso dos ramas paraque no doblara el tobillo y las ató confuerza.

—Ya está —mustió.Jokull nos observaba dejando ver

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una mueca en su rostro. Para ponerme enpie, padre me agarró por debajo de losbrazos y me colocó bien.

—Tendrás que llevar el arco paracaminar —me avisó.

—Lo sé —asentí mientras meapartaba los mechones que se habíanescapado de mis trenzas—. ¿Vamos?

—Sería mejor que te quedaras aquí—dijo Jokull.

Fui andando como pude, hasta queJokull me cogió en brazos y me subió denuevo a su hestr, lo agarró por lasriendas y tiró de él hasta que llegamos alvangr. Allí varios guerreros estabanesperando sus órdenes. Frente a elloshabía cuatro heris, entre los cuales

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estaba el que cacé yo. Nos observabansin decir nada, hasta que el hersir sepuso frente a ellos.

—Avisad al resto, hemos terminado.Asintieron, volvieron a meterse en el

bosque para ir a buscar al resto.Mientras, Jokull me subió a Regn paraque pudiera ir a donde quisiera. Mehabía metido las botas en las alforjas, ylas había colgado de la yegua.

—Voy a ver a Atel, a ver qué puedehacer con eso —murmuré mirando laalforja.

Me dirigí hacia la cabaña de Atel, élsabría qué era mejor. Era el mejor frilazque hay en todo el territorio, junto a sumujer. Agnetha era quien se encargaba

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de tejer nuestros ropajes junto a algunasmujeres. Cuando estuve frente a ella, ledi varios golpes en la puerta con el arco,subida sobre el hestr, ya que no podíadesmontar. Agnetha salió a recibirmepoco después.

—Heill —dijo sin más.—Heill, me preguntaba si podrías

hacer algo con mis botas, he caído y mehe enganchado con algunas rocas —dijemirándolas—. Gracias a Gull sigo viva.

—Entiendo… —dijo cogiéndolas—.Tal vez sí pueda arreglarlas.

—Gracias, de veras. Si necesitacualquier cosa, hágamelo saber, y harétodo lo posible por conseguirlo.

La mujer jarpr60 asintió, se dio la

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vuelta y cerró la puerta sin decir nadamás. No tenía ganas de hacer nada, eltiempo me había cambiado y la ausenciade Egil aún me dañaba. Habían pasadounas semanas desde que se marchó ynadie era capaz de contarme nada,tampoco hacían el esfuerzo decomprenderme. Desde el momento en elque salió con Espíritu del establo supeque no volvería a verle y ese instante,mi corazón se partió y dejó de latir. Nome importaba lo que dijo, como secomportó conmigo ni lo que al finalhiciera con Bertel, pero aun así habíaalgo en mí que moría cada vez querecordaba todos los momentos con él;sus besos, sus caricias… Cada día

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anhelaba más su calor. Me sentíafuriosa, sin fuerza, débil. Aquel hombreera capaz de manejar mis sentimientos asu antojo aun estando lejos. Sentía comoalgo en mi volvía a quebrarse una vezmás, de mis ojos empezaron a emanarcientos de lágrimas. Cada momento deldía mi pensamiento era suyo. Peroaquello no bastaba para traerle devuelta, para hacerme olvidar todo eldolor, para que simplemente le amaracomo lo hacía. Me pasé las manos porlos ojos intentando calmarme, pero nadapodría hacer que aquel dolor menguara,no hasta que él volviera, aunque suvuelta se convirtiera en una tortura.

Cogí aire e hice que Regn fuera

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hacia el establo. La dejé en el interior yme marché a nuestra gardr como pude.Suerte que llevaba mi arco, sino nohabría podido andar. Tendría quehaberle hecho caso a Jokull, deberíahaber descansado.

Al entrar no me encontré a nadie, asíque, me tumbé sobre el jergón cerrandolos ojos e intentando dormir. Pero denada servía, todo lo relacionaba con él,no era capaz de controlar lo que sentíaaun habiéndose marchado seguíaconmigo. En aquel momento me resignéy dejé de luchar contra mí misma. Todoel dolor empezó a moverse en miinterior como un río desbocado,deseando conseguir la libertad que no

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tenía. Volví a llorar como una niña, igualque hice la noche anterior, me sentíacomo si él se hubiera llevado todo, lafuerza que me mantenía en pie, no podíaestar así, no podía afrontarlo, soloexistía el vacío, la agonía y la congoja.Me faltaba el aire y apenas podíarespirar, sollozos agonizantes salían demi interior rasgándome la garganta.Toqué la tela del jergón, estabaempapada por las lágrimas. Eracomplicado de entender, un día sabías loque querías y necesitabas, poco despuéstodo se había ido, la cordura que teníasla perdías, veías como tu corazón se ibadespedazando a cada segundo quepasaba por culpa de una falta. Un mal

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paso hacía que tu vida cambiase,¡malditas Nornas! Ellas habían sido lasculpables de que yo estuviera así.

—¡Dioses y Nornas! Ojalá elRagnarök llegara ya y Loki acabara contodos vosotros —dije mirando al cielo—. ¡Deberíais estar en el Helheim portodo lo que hacéis! Rogamos que estéisde nuestra parte y así nos loagradecéis… —grité llena de rabia.

—¿Estoy? ¿Ya estoy? ¿Estofunciona?

Miré hacia todos lados, no habíanadie hasta que delante de mí aparecióuna muchacha de cabellos largos y rojoscomo la sangre, oscuros como la noche.Parecía estar hablando con alguien, pero

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no lograba saber con quién, en la gardrsolo estábamos ella y yo.

—¡Por los dioses, que asco dedones! —Refunfuñó.

Dio media vuelta y clavó sus ojosclaros en los míos. Ladeó un poco lacabeza y lo único que pude hacer fuesacar mi knífr de debajo de las mantas.Lo alcé amenazándola, pero pareciódarle igual.

—Vaya, vaya… Así que, tú eres laque no deja de hablar mal de los dioses—dijo a la vez que se acercaba dandopequeños saltos.

Cuando estuvo lo suficientementecerca, desenvainé la espada, parecía queel knífr no servía de nada. La coloqué a

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un palmo de su rostro.—¿Qué te crees que estás haciendo,

niña? —Me preguntó divertida.De una de sus manos empezaron a

salir hilos de luz que acabaron porquitarme las armas tirándolas al suelomientras solo podía observarla perpleja.¿Qué era? Me miró haciendo una mueca,soltó un bufido y de repente se puso areír como si algo en mí le hiciera gracia,lo que hizo que me enfureciera.

—Soy Lyss —dijo con su cantarinavoz—. ¿Alguna vez tus padres te hanhablado de los dioses?

—¡Claro que sé quiénes son losdioses!

—Bien, parece que vamos

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adelantando —sonrió y prosiguióhablando con palabras que no lograbaentender—. Así por lo menos noempezamos de cero —se pasó las manospor el cabello y lo peinó, aunque nosiguió ninguna forma—. Como no sabesni qué, ni quién soy, bueno quién sí quelo sabes porque te lo he dicho, pero te lovoy a explicar bien. —No entendía nadade lo que estaba diciendo pero intentabaprestarle atención—. Mi nombre esLyss, soy una valkyjria, una dísir61, hijade la hermosa y cascarrabias Freyja, ladiosa Vanir.

—Hm… —dije pensativa—.¿Pretendes que crea esa historia?

—No seas estúpida, muchacha.

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—¿Est…? ¿Estúpida?—Sí, corta, insolente, ridícula, boba,

tonta —explicó moviendo las manos—¿sigo? —preguntó a la vez que alzabasus oscuras cejas.

Le dije que no con la cabeza y seguíobservando cada uno de sus gestos.Llevaba unos ropajes extraños, sucabello también era distinto a todo loque había visto y su forma de hablartambién era diferente, aunque era unamujer muy hermosa, si es que realmenteera mujer.

No dije nada, solo miré cómo movíasus manos de un lado a otro, parecía queno pudiera estarse quieta en un mismositio.

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—Muchacha, he visto todo lo que hapasado —hizo una mueca—. No leeches la culpa a ese hombre, ¡y vayahombre! —exclamó sin dejar demoverse— ¿cómo pudiste dejarleescapar? —Volvió a alzar las cejas— sihubiera sido tú, a más de una le habríasacado los ojos para que no le miraran.—Vi como dejó ir una carcajada, perose puso seria, algo que no había hechodesde que apareció—. Mira, las Nornasno han tenido nada que ver, es verdadque ellas tejen las telas del destino bajoel Yggdrasil, pero a cada paso que dasestas cambian, fuiste tú quien eligió mal.Aquí los dioses no pueden hacer nada,así que, no los culpes a ellos. —Me

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miró fijamente—. La única culpableeres tú y debes aceptarlo.

Lo que me estaba diciendo me dolía,pero lo peor era la rabia que ibacreciendo en mí, porque sabía queestaba en lo cierto, tenía razón solo yohabía sido la culpable de que Egil sehubiera marchado, todo eso hizo quecayera de cabeza a un abismo del que nosabía si iba a poder salir. Me acerqué ala mesa y la tiré al suelo de un puntapié,el cual me hizo daño en el pie, ya queseguía doliéndome.

—Mira que eres estúpida —dijomirándome de arriba abajo, levantandoun dedo—. No voy a volver a repetirque significa ser estúpida, si no te

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acuerdas, mala suerte.Movió la cabeza a ambos lados,

cogió aire y lo dejó ir a modo desuspiro. Se volvió a pasar las manos porel cabello y lo dejó caer al otro lado.

—Ya te he dicho lo que te tenía quedecir, no sabes lo incómodo que es verlo que ocurre y no poder gritaros en lacara lo que pienso. Sois un poco…Patéticos, pero bueno, espero haberteayudado a abrir los ojos —afirmómientras iba desapareciendo.

—¿Él está bien?—Me vuelvo al Valhalla, niña, no

hay más preguntas que responder. —Seencogió de hombros y lo último que dijofue—: espabila muchacha, o me lo

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llevaré yo.Me senté sobre el jergón, intentando

entender lo que había ocurrido, ¿quédemonios había pasado? Acababa dever a una valkyrja. Pero… ¿Ellas nosolo se encargaban de llevarse las almasde los caídos en batalla? Suspiré, unavalkyrja había venido a verme, Lyss.Tenía que darme prisa, no pensabaperderle así como así, no iba a permitirque nadie se lo llevara, ni ella. Encerrémi rostro entre las palmas de mis manos,cogí aire e intentando tranquilizarme,tenía que pensar en algo no podía seguirasí. Tenía que encontrarle como fuese.

Me puse en pie, el dolor ya no meimportaba, solo necesitaba salir de allí,

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dejar de pensar en todo aquello queatormentaba mi mente, despertar de lahorrorosa realidad y cambiar lo quepodría llegar a ser mi destino. No estabadispuesta a perder el tiempo, ni a perdera Egil.

Fui al arcón, saqué las pieles depadre, las metí en una alforja, cogí micapa hecha de la piel del oso de Egil, ladejé sobre la mesa y fui a por algo decomida. Rebusqué por la gardr y soloencontré un buen trozo de pan, huevos delas hœnas62 y queso hecho con la lechede kýr. Me lo iba a llevar todo. Dentrode la misma alforja de las pieles guardéalgo de heno y algunas ramas secas parapoder encender un fuego.

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Me puse la capa sobre los hombros yal asomarme por la puerta, me di cuentaque ya no llovía, todo había vuelto a lanormalidad y el sol lucía extrañamenteentre las nubes que aún perduraban en loalto del cielo. Fui hacia el establoandando tan veloz como pude. No meimportaba sentir el dolor que meatravesaba la pierna a cada paso quedaba. Cuando llegué a Regn, meencontré un trozo de tela con algoescrito. Lo miré, era distinto a todo loque había visto antes, apenas pudeentender lo que había en él.

—De nada —dijo Lyss con su dulcevoz.

Di un par de saltos y fue cuando me

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di cuenta que el dolor habíadesaparecido y el pie estabacompletamente curado.

—¿Lyss?Nadie respondió, pero algo me dijo

que aquella valkyrja entrometida mehabía sanado.

—Gracias, valkyrja —susurré a lavez que sonreí.

Até bien a la yegua y las alforjas acada uno de los lados de esta con fuerzapara que nada se cayese. Cogí a Regn ytiré de ella hasta que llegamos a nuestragardr, si durante la noche llovía íbamosa pasar frío, así que, la dejé en laentrada y fui a por algunas pieles máspara que estuviéramos más

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resguardadas. Cuando estaba a punto desalir, la puerta se abrió y me topé conpadre.

—¿Qué hace ahí Regn?—Me marcho, faðir —anuncié

seriamente.—¿A dónde? ¿Es que has perdido la

cordura? —preguntó—¿Y tu pierna?—Estoy bien, faðir. Pero, lo más

seguro es que sí que la haya perdido,pero no me importa. Necesito alejarmede aquí.

No dijo nada, solo observó cómo leaparté, salí al camino y monté sobre layegua. Doblé la capa como pude y lametí en una de las alforjas, la cualestaba a punto de romperse a causa de

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tantas cosas que llevaba.—Ve con cuidado, vuelve sana y que

Frejya esté contigo.Asentí y le di un ligero golpe al

animal en el lomo, hice un chasquidocon la lengua y esta avanzó. No iba atardar mucho en anochecer, así que,debía buscar un lugar en el querefugiarme por si aquella noche llovía.

Cuando llegué a la pradera, algollamó mi atención, había una luz que semovía. Algo en mi me rogaba que fuesea ver qué era lo que movía aquellaclaridad, pero mi mente me pedía locontrario, así que, hice acallar esavocecilla que me decía que fuese y seguími camino. Me adentré en el bosque, no

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mucho, ya que en realidad ibarodeándolo para así poder llegar cuantoantes al río. No sabía cuánto tiempo ibaa quedarme, pero necesitaría el agua.

59Dóttir – Hija.60Jarpr – Castaño, cabello.61Dísir – seres divinos femeninos.62Hœnas – Gallinas.

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No tardamos mucho en llegar ya queestábamos bastante cerca del poblado,allí era donde solían pescar además dellago. Dejé que Regn pastaratranquilamente junto al río, mientrasaproveché algunas ramas secas, otrasfrondosas y llenas de hojas para asípoder usarlas como lecho. Con variostroncos y ramas largas hice una paredentre dos árboles que estaban pegandoel uno al otro, y con unas cintas las

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anudé. Lo cubrí de ramas y hojas paraque así el agua no pasara con tantafacilidad. Desanudé las alforjas quecolgaban de la yegua, las eché sobre eljergón y la até junto al árbol en el quehabía dejado todo, no quería que si algola asustaba se marchara sin rumbo. Echésobre las hojas un par de pieles paracubrirlas, después de eso saqué el henoe hice una pequeña hoguera, dondeencendería el fuego antes de queoscureciese.

Llevaba un buen rato intentandoprender el heno que no quería arder,apenas quedaba luz en el bosque, estabaa punto de desaparecer tras las grandesmontañas que abarcaban todo el terreno.

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Empecé a desesperarme, no sabía quéhacer, si no conseguía algo que mecalentara durante la fría noche aquellosería terrible. Me puse en pie y di variasvueltas, necesitaba relajarme, no podíaser que me pusiera así por no encenderun simple fuego. Me senté de nuevo,agarré una rama y un tronco partido porla mitad. Cogí aire y lo solté a modo desuspiro. Cerré los ojos con fuerza y losabrí. Poco después lo conseguí, ¡por fin!

Sumida en mis pensamientos dejéque el fuego prendiera, me acerqué aRegn, la desaté y me la llevé conmigohacia el agua. Me agaché frente a ella,metí las manos en el río parallevármelas a la boca y beber, luego las

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pasé por mi cara intentando despejarme.Al alzarla volví a ver aquel resplandorque vi desde la vangr. Lo miré pero nopude distinguir quien era, solo podía verque era un hombre. Levantó un poco lamano, el fuego se acercó a su rostro ypude verle, era él.

—¡Egil! —grité a la vez que me puseen pie, y me metía en el río intentandoatravesarlo.

Al salir de este casi me caigo alresbalarme con el agua que había en misbotas, pero nada importaba solo él.Atravesé el skógr enganchándome conramas y hojas, intentando sortear lostroncos que había en el suelo. Seguíadelante tirando de las ramas que se

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metían entre mis pieles, me daba igualque los ropajes se rasgaran, corría tantocomo podía, hasta que tropecé y caí.

—¡Egil… Egil! —grité de nuevo,entre lágrimas.

Apoyé las manos en un troncocercano e intenté ponerme en pie, perouno de mis pies resbaló haciendo quevolviera a caer.

—Bien —gruñí.Al ponerme en pie volví a correr,

hasta el momento en el que llegué allugar en el que debía estar él. Miréhacia todos lados, con desesperaciónpero no estaba, no había nadie, no habíaluz, no había nada salvo más y másbosque. Le di un puntapié a una piedra

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enfadada, tal vez padre tenía razón yhabía perdido la cabeza visto losacontecimientos de este último día.

Volví hacia mi lado del río, puse a layegua más cerca de donde estaba paraque cuando tuviera que descansarpudiera resguardarse bajo el cobijo quehabía hecho, así estaría tan calientecomo yo. Antes de tumbarme junto a ellale puse la capa por encima. Me recostésobre el jergón, me tapé con las pieles ycorté un trozo de pan. Comencé a darleunos bocados, pero no tenía hambre,solo quería dormir y dejar de pensar enlo ocurrido, olvidarme de todo este mal.

—No está, se fue y no volverá, nopor ti, estúpida —me dije a mi misma

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recordando la extraña palabra queaquella misma tarde me había enseñadoLyss.

No entendía por qué solo podíasentir aquella angustia y desespero.Antes no era así, no me habríaimportado que se marchara, pero paraentonces era distinta, tras la vuelta deAust-Agden que todo cambió, el amorque sentía hacia él me había cambiado.Cientos y miles de lágrimas acudieron asu recuerdo, destrozando todo lo quequedaba en mí, desmoronando cada unade las partes que aún se mantenían enpie en mi interior. Me puse las pielespor encima de la cabeza, no quería quenada ni nadie me viera. Me abracé a mí

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misma, me pasé las manos por el rostrointentando detener las lágrimas que tantose esforzaban por hacerme recordar unay otra vez el momento en el que le visalir del establo, su última mirada,aquella que estaba llena de rabia y odio.

En instantes como aquel una inmensafuria empezaba a crecer en mí, nodebería ser así, fui yo quien le traicionéa él. Había tantas preguntas de las queme gustaría tener una respuesta, tantas…Muchas veces pensaba en que era eldestino, las Nornas habían decidido quejamás llegaríamos a estar juntos comoansiábamos, o tal vez él lo ansiara másque yo, si hubiera sentido su amor comoél lo hacía por mí, todo habría sido

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diferente. A pesar de ser la mayortortura que podría haberme tocado en miexistencia, no cambiaría nada de lo quehice ni porqué lo hice. Aun sintiendoque moría por dentro, seguía estandoorgullosa de ser de esa forma, y de tenerlo que tenía, aunque no fuese lo mejor.

Regn me dio varios golpes con elmorro encima de la cabeza, me destapéy posó su hocico contra mi frente, la fuiacariciando poco a poco, era una yeguamuy lista. Junto a mí había un gran trozode tierra por lo que se acomodó mejordejando su gran cabeza sobre mispiernas.

Me acurruqué contra ella paramantener nuestros cuerpos calientes.

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Parecía que Thor no iba a visitarnos,pero aun así cogí sus riendas y las até auna rama baja para que no se asustaracon sus truenos. Eché las pieles porencima de ambas, cerró los ojos y dejóque la acariciara hasta que acabé pordormirme.

No sabía cuánto tiempo había estadodurmiendo, pero el brillo de los rayosen el cielo me alertó, por lo que medesperté sobresaltada. Los truenos aúnno habían empezado a estallar, por loque la yegua seguía dormida. Estiré bienla capa para que quedara totalmentetapada. Solo esperaba que no llovieramucho o tendríamos que volver a lagardr antes de tiempo.

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Cuando las gotas de lluviaempezaron a caer me di cuenta de quegracias a que los árboles eran altos yfrondosos apenas dejaban que estas secolaran entre las hojas, y las pocas quese colaban acababan muriendo en elresguardo que había hecho. El fuegoseguía encendido y cubierto, para que nose apagara, le eché unas cuantas ramasmás que llevaba guardadas en la alforja.La hoguera volvió a arder tanto como alprincipio.

Cerré los ojos pero no lograbavolver a dormir, miré al cielo intentandover desde la lejanía. Los rayos ibaniluminando el cielo, hermosos hilos deluz empezaron a moverse en este. Tal

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vez fuese Lyss quien estaba jugando conellos, por lo que pude ver, ella tambiénera capaz de hacer aparecer un rayosobre la palma de sus manos. No sabíaqué hacer, estar allí esperando quellegara la mañana, o a que dejara dellover iba a hacer que me desesperada.Me puse en pie dejando que Regndurmiera tranquila. Di varias vueltasalrededor de donde estaba, buscandouna rama que fuera lo suficientementegruesa como para tallar en ella.

Encontré muchas pero demasiadodelgadas como para usarlas. Golpeé untronco que tenía en frente haciendo quese girara, bajo él había varias ramasalgo más gruesas que las otras. Me senté

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junto a la yegua, pasé una de las mantassobre mis piernas y me recosté contra elárbol para tallarla.

Tras un buen rato quitando losobrante, le hice unos bordes más finosen la parte central, no cortaría tantocomo podría hacerlo uno como los deBror pero de algo serviría. Parecía queera corto, por lo que fui a por otro quefuese más o menos igual que el anterior.Sería la empuñadura de mi nuevo knífr.

Fui tallándolo, hice una abertura enla parte superior para que encajara conla otra. Rebusqué en la alforja,recordaba haber traído un largo cinto, elcual usaría para reforzarlo. Alencontrarlo, empecé a envolver la zona

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en la que se unían ambos trozos, y lo atépor el final. Quedó un espacio en medio,en el que decidí grabar a Algiz, la runade la protección, y junto a ella la zarpade un kottr, como me llamaba Egil. Estakottr iba a volverse más fuerte de lo quelo era antes y si tenía que acabar conalguien no se lo pensaría dos veces.

Puede que aquello fuese lo quenecesitaba, una señal que me hiciera verque podía luchar por lo que era mío, quepodía seguir adelante a pesar de todo loque pudiera ocurrir, a pesar del dolor, apesar de que me destrozara por dentro.No podía dejar que me hundiera. Erahija de Hammer Horkisson, y no iba arendirme.

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Cuando amaneció recogí las pielesguardándolas en las alforjas, apagué elfuego que aún seguía encendido y meacerqué al fljótv. Dejé que Regn entraraen el agua y bebiera tranquilamentemientras yo me aseaba, me quité losropajes y me limpié un poco mojando micabello, después lo peiné con los dedosy lo recogí en una larga trenza por la quecaía el agua. Me coloqué de nuevo misropajes y noté como iban empapándose,como el kirtle se mojaba al igual que laspieles.

Monté sobre Regn pero no sin anteshumedecerle el pecho. El sol brillabaextrañamente en lo alto del cielo, ya nohabía ni rastro de aquellas nubes

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oscuras que anoche nos acompañaban.Sonreí, sentía la fuerza que antes mefaltaba, los dioses me habían dado laesperanza que necesitaba para seguiradelante.

—Vamos —dije mientraschasqueaba la lengua.

Para la vuelta fuimos por el interiordel bosque, tal vez encontrase algo quecazar y llevarme al pueblo para la cena.A medida que iba avanzando me fuiadentrando más y más en la inmensidadde este, miré por todos lados buscandoalgo que llevarme, pero no veía nada.Hice que la hestr se detuviera, para queno se asustara. Cogí el arco que antescolgaba de mi hombro, saqué una flecha

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y apunté. La heri estaba quieta comiendoalgo que había cogido, era bastantegrande. Intenté fijarme bien y antes deque pudiera moverse y desaparecer dedonde se encontraba, dejé que la flechacorriera sobre el aire hasta que se clavóen la espalda del animal.

Nos acercamos tranquilamente,cuando estábamos a menos de dos pasosdesmonté de Regn y me agaché acogerlo. Los dioses estuvieron de miparte, porque en ese preciso momento vicomo una flecha se clavaba en uno delos árboles que había frente a mí. Megiré y a lo lejos vio como alguien corríay se alejaba, podría ser uno de mishermanos, pero… ¿por qué me atacaba?

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Monté de nuevo en ella, fui haciadonde estaba el que me había intentadoherir pero algo hizo que me detuviera.No me lo podía creer, en medio delcamino había un cuerpo sin vida atado aun árbol. Di la vuelta a su alrededor y vique le faltaban algunos dedos, losanimales se habían llevado todo lo queél no tenía. Me tapé la boca, ¿habríahecho aquello Egil? Suspiré y seguíadelante sin mirar una última vez aldespojo que había detrás de mí.

No dejaba de pensar en quien habíasido el que había intentado herirme.Algo me decía que fue Gull, ya que erael único que podría tirar desde tantadistancia y ser capaz de acertar de lleno,

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¿pero por qué querría acabar con mivida? Cuando salí de la pradera me loencontré, estaba tranquilo con el arcocolgando del hombro. Me acerqué a élcon el arco y la flecha preparada, hiceque Regn se detuviera frente a él y leapunté entre los ojos.

—Vuelve a hacerlo y los diosesreclamarán tu alma —aseguré entredientes.

Le miré haciendo una mueca, legolpeé con el arco y guardé la flecha.No hizo falta que dijera nada más, unasola mirada hizo que se marchara.Desde que me salvó de aquella roca nohabíamos vuelto a vernos.

Vi como Jokull estaba junto al resto

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hablando con ellos, preparándoles paralo que estaba a punto de suceder. Noshabía visto aparecer desde la lejanía porlo que hizo que todos se detuvieranatentos a lo que les contaba. Cuandoestaba acercándome me erguí y clavé lamirada en el horizonte, no la desviéhacia ellos en ningún momento, soloseguí mi camino.

Bajé al centro del pueblo, meacerqué a la gardr de Bror, otro de losgrandes frilaz del pueblo junto a Atel,este primero se encargaba de las armasy el segundo de las pieles. Até a Regn enel poste que había en la entrada y divarios golpes en la puerta para quevinieran a recibirme. Al final fue Linna,

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su hija, quien me abrió. La muchachafagrhárr se colocó uno de los mechonestras la oreja y sonrió al verme. Era laprimera que me sonreía, salvo Gyda,desde la marcha de Egil.

—Heill, Gala —me saludóalegremente.

—Heill, Linna, venía a ver a tufaðir.

—Claro, pasa —se hizo a un lado—.Adelante.

Esperé a que fuese ella la que pasarapor delante, para que me guiara por elinterior hasta llegar a donde seencontraba Bror.

—Faðir —le llamó—. Ha venidoGala.

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El hombre apareció tras una largapiel marrón como la tierra húmeda conlas manos manchadas y el rostrosudoroso.

—Heill, Gala, ¿qué necesitas? —preguntó con su grave voz.

—Anoche hice una empuñadura paraun knífr y me gustaría que hicieras elcuchillo, además de la funda —le tendíla empuñadura.

Bror hizo una mueca algo extraña.Cogió lo que le estaba dando y empezó amirarlo desde la parte de abajo hastallegar a arriba.

—Creo que podré hacerlo —carraspeó y miró a Linna tras mirarme amí—. La funda deberías pedírsela a

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Atel, es él quien se ocupa de ellas.—Podría pagarte por ello ahora

mismo.—¿Con qué?—Un heri, grande, lo he cazado

antes de venir.El hombre asintió, salí de la casa y

fui en busca del heri. Lo saqué de laalforja, le quité la flecha que aún seguíaclavada en él y volví al interior de lagardr. Escuché como Bror y Elsa, sumujer, hablaban acaloradamente sobrealgo pero no lograba entender qué era loque estaba ocurriendo. Hice un poco deruido al caminar para que supieran queestaba aproximándome, y se callaron.

—Aquí tienes —dije dándole la

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liebre.—Bien.—¿Cuándo estará listo? —pregunté

ansiosa.Dejó los ojos fijos en la mesa de

madera que había tras mi espalda yfrunció el ceño pensando durante unmomento.

—Tal vez lo tenga mañana antes deque se ponga el sol, ven entonces.

—Gracias, Bror.Tras acabar de hablar con él, salí de

su gardr para dirigirme hacia la deGöran, estaba segura de que ellossabrían algo del paradero de Egil, o porlo menos podrían decirme si seguía convida. Golpeé la puerta insistentemente

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pero nadie vino a atenderme, seguídándole unas cuantas veces más hastaque después de un rato fue Göran quienme recibió.

—En esta casa aún conservamos eloído —espetó molesto.

—Lo lamento.—¿Qué quieres? —preguntó de mala

manera.—Me gustaría saber si… si Egil está

bien… He pensado que… —susurré ynoté como mi voz iba desapareciendotras decir su nombre.

—Eso a ti no te incumbe, muchacha.Intentó cerrarme la puerta, pero puse

mi mano impidiéndoselo antes de que secerrara del todo.

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—Sí, me importa más de lo quecrees.

—Si no está con nosotros es porculpa tuya —espetó con odio.

—No me importa lo que pienses,solo quiero saber si está bien.

—Sí, lo está —tras eso cerró lapuerta dando un buen golpe.

Dejé ir un soplido intentandocontrolarme. Antes de irme le di unpuntapié a la puerta, por las formas quehabía tenido al hablarme, aunque yotampoco tuve las mejores.

Fui hacia mi gardr, pero al entrar novi a nadie, así que, decidí ir a la hús deThorbran, aunque no quisiera ni verme,debía avisar a mi padre de mi vuelta.

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Me encaminé hacia allí atravesando casitodo el poblado, desde que le eligieroncomo Jarl, Thorbran y su familia habíanvivido en lo alto de la colina, desde allípodía vigilar todo lo que ocurría.Aunque la cosa cambió después de queun incendio en la antigua gardr acabaracon la vida de su mujer, Astrid. Egil nopudo soportar vivir en el mismo lugar enel que su madre había muerto, y fue poreso por lo que se marchó a la gardrdonde vivía desde entonces, entre elheimr y los establos. No estaba muylejos, sobre todo si ibas a caballo. Até aRegn en el poste que había en la entrada,en algunas de las cabañas habían puestoamarres en los que dejar a los animales.

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Subí los escalones que había parallegar a la entrada, podía escuchar comomi faðir y el Jarl hablaban sobre algo,parecían enfadados, también pudeescuchar como Jokull intervenía. Algoestaba a punto de ocurrir, sino noestarían así. Di varios golpes en lapuerta esperando a que me abrieran,pero no parecían tener intención ahacerlo, sin esperar más fui a abrir y meencontré a una mujer con los cabellosnegros.

—¿Qué deseas, muchacha? —preguntó cariñosa.

La observé detenidamente, tambiénlo que había a su espalda. Padre estabaen pie y pude ver como algo se hinchaba

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en su frente. Aparté a la mujerdelicadamente y fui directa hacia él, leagarré por el brazo e hice que sesentara. Noté como su respiración ibacalmándose y acabó por ceder. Setranquilizó y entonces me miró, pero noantes sin que Thorbran se dirigiera a mí.

—¿Qué haces aquí? —preguntó condesprecio.

Le miré con mala cara, hice unamueca e ignoré su pregunta, no valía lapena discutir por algo que no serviría denada.

— Faðir, vuelvo a nuestra gardr.—Vaya, tú al menos puedes volver a

casa —comentó irónico Thorbran.Permanecimos en silencio, ninguno

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de los cinco osó decir nada. Tenía lamirada fija en mí, solo que la suyadesprendía todo el dolor y el desprecioque se podía encontrar en los nuevereinos, algo que yo jamás sentí por él.

—Porque mi sonr no puede, ¿sabes?—Aclaró.

—Lamento que sea así, Thorbran…De veras. Pero fue él quién decidiómarcharse.

Se puso en pie furioso más de lo quejamás lo había estado, era más alto queyo, rudo e imponente. Parecía un gigantede Jötunheim, fuerte y más duro que unaroca.

—¡Egil se marchó por tu culpa! Portus venas corre la sangre de Loki —

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gruñó con maldad.—¡¿Quién te crees como para hablar

así de ella?! —Le rebatió padre.Me apartó hacia un lado, cogió al

Jarl por el cuello del kirtle, acercó sucabeza y dejó pegada su frente a la delotro. Ninguno de ellos dijo nada, solo semiraban. En ese momento Thorbranaprovechó para golpearle en la boca, ypadre dio un paso hacia atrás cayendosobre el asiento en el que estaba. Sepuso en pie de un salto y le devolvió elgolpe, y tras este otro en el costado. Sesubió a la mesa para quedar por encimade él, pero de nada sirvió ya que el Jarllo tiró al suelo, se echó encima de él ylo golpeó con fuerza.

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—¡Deteneos! —grité.—Tranquilos —dijo Jokull quien

intentó que se calmaran, pero no sirvióde nada.

El asiento cayó por detrás de padre,quien intentaba agarrar a Thorbran porel cuello, tirándolo al suelo ycolocándose sobre él. Le dio un fuertegolpe en la boca, pero lo que noesperaba era que se lo devolviera conun rodillazo en la espalda.

—Faðir! —grité angustiada.Seguían golpeándose sin dejar que

ninguno de los dos pudiéramosdetenerlos, incluso la thraell intentóhacerlo. Cuando estaban en la parte másferoz de la lucha solo se me ocurrió

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colocarme entre ellos, por lo que mellevé un buen golpe haciendo que cayeraal suelo, igual que ocurrió con Egil.Jokull vino a ayudarme, me puso en piey me sentó para comprobar que estababien. Fue entonces cuando se interpusoentre ellos con los brazos extendidosseparándolos. Los dos se miraron conrabia, la furia que había en ellos iba atardar en consumirse, no podríanconvivir como lo habían hecho hastaahora y una vez más la culpa iba a sermía.

—Quietos —gruñó molesto, les dioun empujón a cada uno para que sesepararan aún más.

—Solo quería deciros eso —me

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pronuncié—. No os golpeéis más, soishermanos, no vale la pena, tenéis unoshijos deplorables.

Los tres me observaron con la bocaabierta, confusos y sorprendidos por loque acababa de decir. Cuando fui a salirme encontré de nuevo con la mujer queme observaba como si fuera una extraña.

—¿Qué miras? —Le preguntémolesta.

—No es nada… —Se apresuró adecir.

—Eso creía.

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Herpa, año 887. Siete mesesdespués.

Salí de la gardr alarmada por el granalboroto que estaba teniendo lugar en elcentro del poblado, no quería ser laúltima en enterarme de qué era lo queestaba ocurriendo. Entré de nuevo en elinterior, me coloqué bien las botas y losropajes, cogí el cinto del que siemprecolgaba mi knífr y una de mis hachas.Me pasé el arco por encima del hombro,

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no sabía si vendrían a atacarnos o ahacernos una visita, pero aun así debíair preparada. De un golpe cerré lapuerta, corrí por la tierra hasta quellegué a donde se encontraban losdemás, empujé a algunos de ellos queestaban en mi camino para poderavanzar velozmente, pero choqué conunos cuantos que me impedían el paso.En la lejanía vi como unos guerreros seacercaban, ¿Egil?

Intenté apartar a todos los que habíadelante de mí, pasé como pude bajo suspiernas y sus brazos. Llegué a la partedelantera, la ropa se me habíaenganchado en los cintos de los demás,lo que había ocasionado que algunas

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partes se rompieran, los pantalones seme habían rasgado y manchado, pero noimportaba. Apoyé las manos sobre lasrodillas, limpié la arena que había enellos y descansé un poco mientrasacababan de acercarse. Estaba exhausta,sentía como el corazón se me iba a salirdel pecho, ya no solo por los nerviossino por el esfuerzo.

Todos hablaban, cuchicheaban, nadiese callaba, era extraño ver como todostenían algo que decir, algunas de lascosas que oí no eran más que sandecessin sentido. Padre apareció por uno delos lados poniéndose delante al vermeen esa postura, estaba preocupado.

—¿Estás bien? —preguntó.

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—Sí —dije a la vez que me erguí—.¿Qué está ocurriendo?

Alzó los hombros como respuesta,no sabía de quién se trataba ni qué era loque querían hacer aquí, por lo quedebíamos esperar.

—Parece que tenemos visita eimportante, mira —señaló a Thorbran.

Este apareció por el lado contrariopor el que había venido padre, se colocóbien los ropajes y se puso frente a todos.

—Hermanos —dijo alzando losbrazos—. Tengo algo muy importanteque explicaros —comentó con algo depesar—, como veis, se están acercandounos hombres —dio media vuelta yseñaló lo que veía a su espalda—. Allí

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está nuestro Egil, vuelve de los montesdel norte, de haber estado con el EarlRagnarr, allí ha librado una fatídicabatalla, pero gracias a los dioses y a quefue Egil, consiguieron salir vencedores,por ello le tenemos de vuelta.

Durante un momento el corazón dejóde latirme, mi sangre se congeló como lanieve y mi cuerpo dejó de reaccionar.Mi mente me gritaba que salieracorriendo, que diera media vuelta ydesapareciera por donde había venido,que huyera. Pero, ¿cuánto tiempo habíaestado esperando aquel momento? El díaen el que le volviera a ver iba aarreglarlo. Había sido demasiadotiempo sufriendo como para marcharme

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así, sin ni siquiera ser capaz de mirarlea los ojos. Jamás pensé que cuandollegara ese momento, mi cabeza y micuerpo serían capaces de perder elsentido por él, por su presencia, si no loamara como lo seguía amando habríadado media vuelta y me marcharía conla poca fuerza que aún conservaba. Peroaun así, preferí quedarme, sufrir, vercomo mi corazón volvería a romperse enpedazos cuando le tuviera frente a mí.

Cada vez estaban más cerca, apenasquedaba nada para que llegara,desaparecerían tras las casas yquedarían totalmente escondidos lo quesuponía que no tardarían en llegar frentea nosotros. Aparecerían con toda su

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gallardía, sus hazañas y las recompensaspor todos los logros conseguidos. Podíaescuchar como las pezuñas de los hestrsiban resonando, alertándonos de queestaban cerca, un fuerte viento selevantó ante su llegada, lo que hizo quemi cabello se moviera.

Alcé la vista y la clavé en el cielobuscando la fuerza que me ayudó aencontrar a Lyss, la valkyrja que estabasegura de que había permanecido a milado durante todo este tiempo. Cogí airey lo solté varias veces intentandocalmarme, hasta que apareció él…

Egil subido sobre Espíritu, parecíamás hermoso que cuando se fue,flamante, valiente y musculado, igual

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que su dueño. Observé con detenimientoal que antes era mi hombre. Se habíadejado algo de barba aunque no lallevaba muy larga. El cabello le pasabalos hombros, aunque lo llevaba recogidoen una larga trenza la cual iba danzandode un lado a otro a cada paso que dabael animal. Iba cubierto con la piel de suoso, grande e imponente. Escuchamos elchillido de un águila que acabódescendiendo entre las nubes paracolocarse sobre uno de sus hombros.Había algo extraño en él, distinto, algoque hacía que el vello se me erizara contan solo mirarle.

Centró su mirada en la mía, clavóesos hermosos y penetrantes ojos en los

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míos. Por alguna razón estos se mellenaron de lágrimas ante el contacto conél, en ellos ya no había dulzura ni ladelicadeza que antes me profesaban, yano existía, había dejado paso al frío, a ladureza y al orgullo. Su cuerpo tambiénhabía cambiado, parecía mucho másgrande, sus brazos se habían fortalecido,igual que sus piernas, su mandíbula semarcaba más, lo que le hacía parecerferoz. De su cuello colgaba algobrillante. Cuando se acercó pude vercomo un valknut de Odín brillaba.

Sonreí inconscientemente mirándoleembobada, pero cuando vi bien comome observaba se esfumó todo, en surostro se dibujó una mueca de asco. Mi

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sonrisa desapareció como si nuncahubiera existido. Los ojos me escocían ylas lágrimas empezaban a acechar.

Con él venían tres guerreros más, oeso creía ya que al segundo de estosapenas podía verle, solo pude atisbarque tenía una larga cabellera de oro. Losotros dos eran muy parecidos a él,aunque uno de ellos era más mayor queel otro. Cuando llegaron al frente, Egildesmontó y entonces fue cuando vi aquien pertenecía aquella cabellera. Supiel era blanquecina como la nieve,parecía haber sido creada por losdioses, tenía unos labios sonrosados ycarnosos, algo más de lo que debería sernormal. Egil se acercó a ella, agarró las

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riendas de su hestr y la ayudó a abajarcogiéndola en brazos.

Iba vestida con un largo kirtleadornado con decenas de cadenas queiban desde cada extremo de sushombros. Era oscuro como la noche, loque hacía que su piel pareciera aún másclara de lo que era, le llegaba hasta lospies. Sobre esta llevaba una larga capahecha con pieles de melrakki63. La mirécon rabia, le habría arrancado la cabezaallí mismo sin que nadie pudieraimpedirlo, estaba ocupando el lugar quedebería ser mío. Egil la tomó por lamano acercándola a él, pegó su frente ala de ella y le dio un casto beso, lo quehizo que todo mi cuerpo empezara a

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arder.Volvió a besarla, pero aquella

segunda vez lo hizo con los ojos fijos enmí, quería herirme, que viera como ledaba su amor a otra. Cuando sesepararon fui hacia él con pasodecidido, le di un empujón a lamuchacha y a él le golpeé en la mejilla,lo que hizo que su rostro se ladeara yardiera. Fui a darle otra vez, pero ellame agarró por el brazo para que nollegara a repetirlo. Con un movimientoveloz me solté, haciendo que cayera alsuelo. No sabía con quién se estabaenfrentando.

No pude evitar que una sonoracarcajada se escapara de mi boca, pero

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tampoco hice nada por parar ni pordisimularlo, me reí delante de ella.Hasta el momento en el que fue Egilquien me agarró por el brazo haciendoque diera media vuelta, dejándomefrente a él y como si nada, me devolvióel golpe. Lo que hizo que esta vez fueseyo quien cayera al suelo. Miré haciatodos lados y vi como mis hermanos meobservaban, incluso algunos se rieron,otros simplemente estaban asombradosante lo que acababa de ocurrir. Él memiraba desde arriba con mala cara ysuperioridad.

Las lágrimas volvieron a aparecer enmis ojos, amenazando de nuevo consalir. Me las pasé por la cara y fue

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entonces cuando noté algo en mi nariz.Había empezado a sangrar. Padreapareció entre todos, se agachó a milado, me cogió por los brazos y tiró demí hasta ponerme en pie. Apenas podíaaguantarme sola, tras tanto tiempo llenade fuerza, mi cuerpo había dejado deresponder a lo que pedía. Lo que másme dolió en aquel momento fue quehubiera osado golpearme. Estabafuriosa, la rabia seguía en mí, si hubiesepodido tirarme encima de él, le hubieragolpeado hasta que consiguiera queentrara en razón y admitiera que aúnseguía queriéndome.

Estaba a punto de marcharme, deirme lejos de allí, para no volver a verle

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nunca más pero no quería perderme loque iba a ocurrir. Me fui junto a padreen la parte de atrás, dejando que el restopasara hacia adelante.

—Hermanos —oí como dijo elvikingo cuando vio como Gull y Carónse acercaban a él—. Anhelaba estemomento —los tres se unieron en unfuerte abrazo y al separarse secolocaron a su vera.

Thorbran se colocó junto a los reciénllegados, y esperó a que fuese él quiendiera un paso al frente y hablara con elpueblo.

—Hace mucho desde que marché —su voz había cambiado, era más ronca,pero seguía siendo igual de hermosa—.

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Como supongo que ya os habrá contadoel Jarl, hace un tiempo me vi obligado amarcharme, no podía quedarme aquí —aseguró haciendo una mueca a la vez queme miró—. Pero él me ayudó a quefuera junto a Ragnarr y a grandesguerreros —miró a sus nuevoscompañeros—. Estaban a punto delibrar una gran guerra, necesitabanayuda.

—Gracias a que viniste Egil,pudimos salir victoriosos —añadió elmás joven de los tres.

—Fue gracias a los dioses, Ingo— lerespondió restándole importancia.

Ingo parecía el más pequeño, tenía elcabello døkkhárr 64, lo llevaba más

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largo por la parte delantera y afeitadopor la trasera dejando la nuca a la vista.El otro que venía con ellos desmontó desu hestr y uno de los nuestros se acercórápidamente para aguantar las riendas,aunque acabó por atarlo al poste quehabía frente la gardr de Atel.

—Hubo algún que otro contratiempo,pero al final todo salió bien gracias alos dioses —afirmó orgulloso—. Comopodéis ver, he traído conmigo a dos demis hermanos, Ingo y Kirk —los señalócon la mano y luego se centró en lamuchacha—, además de Karee —lacogió por la cintura y la pegó a él, esasganas de darle un buen golpe volvierona gritar en mí. La muchacha sonrió al

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escuchar su nombre en la boca de él—.Tras acabar la batalla salimos deexpedición, saqueamos los territoriosenemigos, entre los cuales estaba ella,aquellos que se resistieron fueroncastigados, nos llevamos riquezas… —Hizo una pausa y prosiguió—, desdeentonces Karee estuvo conmigo —lamiró—. Nunca está mal un poco decompañía, ¿no? —Le guiñó un ojo a loshombres que había frente a él.

Me repugnaba escuchar comohablaba, en ningún momento pensé queEgil fuese capaz de tener esecomportamiento que estaba mostrando,es más, jamás habría pensado quepodría estar con una mujer que no fuese

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yo, y más habiéndola apartado de sufamilia.

—Sonr —dijo Thorbran—, mesiento orgulloso de ti —se acercó a suhijo, se abrazaron y le dio varios golpesen la espalda.

Ella no era más que una esclava, unathraell que había traído solo parahacerme daño, estaba segura de que erapor eso.

—Gracias, faðir.—Vaya diosa has traído contigo —

dijo deleitándose con la joven a la vezque la miraba de arriba abajo.

Esta se limitó a sonreír mientras queobservaba cada uno de los habitantes denuestro poblado, aquellos que habían

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venido a recibir al que era su dueño.Muchos de los hombres vitorearon a suJarl.

Me di la vuelta, ya había vistosuficiente de aquel humillante encuentroen el que el hombre que pensaba que ibaa estar conmigo durante toda la vida y supadre habían babeado delante de esamuchacha. Fui pasando entre la gente ycuando estaba a punto de marcharme ami gardr me encontré con Hanna, quiéntenía mala cara.

—¿Qué te ocurre? —preguntéposando una de mis manos sobre sushombros.

Desde que él marchó apenashabíamos vuelto a hablarnos, aunque es

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cierto que nunca tuvimos una granamistad.

—Ese no es mi niño —dijodisgustada.

—Yo también me he dado cuenta,Hanna.

La boca de la mujer esbozó un gestode tristeza, lo que hizo que sin pensarlome abrazara a ella para menguar esatristeza. Esta lo recibió gustosa, ya queme apretó contra ella dejando ir unsuspiro.

—Sé que lo hiciste por algo, yo no teculpo —susurró en mi oído.

Tras eso empecé a llorar como unaniña, como si hubiera sido lo que mefaltaba para que me desbordara, no

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entendí ni porqué ni como, pero lo hice,todo lo que había estado aguantandodesde que se marchó hasta aquel precisoinstante, desapareció gracias a ella.

—Vamos —me cogió del brazollevándome hacia su gardr.

Cuando entramos me sentó en uno delos asientos de madera que había junto ala mesa, mientras se acercó al fuego ycolocó un cuenco de agua al que le echóunas cuantas hojas. Me tapé la cara conlas manos, odiaba que alguien pudieraverme llorar, que pensaran que eradébil.

—No hagas eso niña, deja que vea tuhermoso rostro —me pidió dulcemente.

Sonreí como una tonta, pero aun así

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hice lo que me pidió, me quité las manosde la cara y agarré un trozo de tela quehabía sobre la mesa para secarme laslágrimas.

—¡No, ese no! —exclamó la mujercuando ya me había secado.

Cuando me quité el trapo de la caraHanna empezó a reírse como si nopudiera dejar de hacerlo, por lo que ledio algo de tos.

—Por los dioses chiquilla, lo quehas hecho —cogió un pequeño cuencolleno de agua y vino con otro trapo—.Tienes la cara manchada; los ojos, lafrente y los mofletes.

Una carcajada salió de mi interior, laprimera desde que la rubia cayó de culo

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al suelo, ambas reímos sin recordar quéera lo que había fuera.

—Así me gusta —sonrió.—Gracias.Cogió un asiento, se colocó a mi

lado y me miró.—No voy a pedirte que me expliques

porqué lo hiciste, no soy a quién debescontárselo ni ahora es el momento, perosi te voy a pedir algo —hizo una pausapara poder mirar el agua—. Sé fuerte ylucha por lo que quieres niña, no dejesque se te escape.

Agaché la cabeza pensando en lo queme estaba diciendo y era exactamente loque me había pedido la valkyrja, que nome rindiera, que no dejara que se

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escapara y que luchara por él. Egil eralo que quería, y haría lo que hiciese faltapara separar esa sucia esclava de élantes de que acabara ocupando mi lugar.

—No voy a rendirme —le prometí.—No lo hagas —dijo mientras se

ponía en pie e iba a por dos jarras quellenaría del agua que había preparado.

Cuando los trajo me dio uno de ellosy esperó a que le diera un trago. Estabadelicioso, sabía realmente bien no comolo que nos había servido Olak.

—Está delicioso —susurré mientrasdespegaba el vaso de mi boca.

—Me alegra que te guste.Le di otro sorbo mientras observaba

los gestos que iba haciendo. Desde que

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enfermó tiempo atrás, su cuerpo habíaenvejecido a pasos agigantados, graciasa los dioses no había sido nada y aúnseguía entre nosotros. Gracias a ella unapequeña llama de esperanza habíavuelto en mi interior.

—Sabes… —Empezó a decir—,como habrás visto, no le gustas mucho ami Göran, no es por nada, apreciademasiado a ese muchacho que se fuesiendo un dulce regalo de los diosespara volver hecho todo un hombre —latos volvió a interrumpirla, así que, ledio un trago al líquido, para calmarla—.Egil ha sido como un hijo para nosotros,desde que su madre murió, Göran y yohemos intentado protegerle de todo…

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Hasta que fuiste tú quien acabó pordañarle —su voz acabó pordesvanecerse a medida que terminaba dehablar.

—Ya imagino… Göran debiópasarlo mal.

Me mordí el labio obligándome aserenarme.

—Sí, la verdad es que ambos lohicimos, y es posible que ahora nadavuelva a ser como antes. Egil hacambiado.

Asentí sin decir nada, ya que temíaque mi voz acabara quebrándose antesde que terminara de hablar.

—Yo… Debería marcharme, noquiero molestar.

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—No eres molestia, ven cuandoquieras y no tengas en cuenta a Göran,no es más que un viejo gruñón.

Me hizo gracia como hablaba deGöran, como hablaba del hombre al quemás amaba y del que nunca se separaría.Estaba segura que los dioses sabríanguardarles un buen lugar para ambos enel Valhalla.

Cuando me dispuse abrir la puerta ymarcharme, alguien dio dos golpes enella. Al abrirla me encontré frente afrente con Egil quién me miró perplejo.Con él no venía nadie, era solo él, elmuchacho, el hombre que había vuelto,sin guerreros.

—Heill, Egil —susurré algo

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molesta, me pasé las manos por el pelodejando algún mechón tras mi oreja.

A Egil poco le importó lo que habíadicho, el saludo, era alguiencompletamente distinto al hombre quefue, ya no tenía esa alegría en la mirada,ni la perspicacia de la que antesalardeaba.

—¿Está Hanna? —preguntódirectamente mirándome condesconfianza.

—Sí, está dentro —murmuré—. Yome marcho ya…

—Muy bien —dijo haciéndose haciaun lado para que pudiera salir.

Aquello que se había ido curando enmi interior volvía a resquebrajarse, pero

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no acabó por romperse del todo, solohabía un pequeño trozo que lo sostenía.

Pasé junto a él y pude llevarme conél todo su olor.

—Escúchame —le pedí.—¿Qué?—Me gustaría hablar contigo.—Yo no tengo nada que hablar

contigo, aparta de mi vista y procura nocruzarte en mi camino.

Me quedé perpleja mirando como deun buen golpe cerró la puerta. Estaba tanconfusa que ya no sabía ni qué hacer,solo viendo como se acababa decomportar había hecho que me quedaraaturdida, no quería ni imaginar cómosería lo que estuviera por llegar.

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Crucé el pueblo cuando escuchécomo Thorbran y padre hablaban con elresto de las gentes que habían ido a vera su héroe perdido.

—Esta noche habrá una gran cena,así que, esperamos veros a todos —dijopadre.

Aquella iba a ser mi noche, no iba adejar que esa hundr acabara llevándosea mi hombre, si pude sorprenderle unavez, podría volver a hacerlo con losojos cerrados. Seguí mi camino y en esemomento apareció Linna de la nada,choqué contra ella, suponiendo que eralo que quería, ya que no se apartó.

—¿Dónde estabas? —preguntópreocupada—, he estado buscándote.

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—Eso ya me lo suponía, sino noestarías preguntándome —contesté consorna a la vez que me pasaba las manospor el pelo—. He estado en la gardr deGöran, con Hanna y luego me he topadocon Egil…

Miró al cielo y dejó ir un suspiro.—Oh, Egil, ¡qué hombre!—Céntrate en Gull y deja a Egil

tranquilo —gruñí.Hizo una mueca imitando mi gesto y

luego rio, lo que hizo que me molestaramás de lo que ya lo estaba.

—¿Es que no has visto que plantatiene? Ha cambiado mucho, a mejor —gritó emocionada como si fuera una niña—. Y mira que antes ya…

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—¿Quieres cerrar el pico? —gritéenfadada interrumpiéndola.

Comencé a andar rápidamente, noquería escucharla más, ya había vistocomo estaba Egil, como era antes demarcharse y sabía que ahora no era elmismo, pero seguía provocando lomismo que antes en mí. Miré a Linna dereojo, tenía la cabeza gacha y vinodetrás.

—Perdóname —me pidió corriendodetrás de mí—. Por favor, Gala —murmuró.

—Ven conmigo.Asintió alegremente y fue dando

saltitos llenos de energía a mí alrededorcomo una niña. Durante todo este tiempo

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ella había sido la única que estuvoconmigo, a parte de Gyda quien al finaldecidió hacerse a un lado y dejarsellevar por todo aquello que decían demí. Linna había estado a mi ladoaguantando mis enfados, mis llantos ymis ratos de alegría, los cuales eranbastante escasos.

Fuimos hacia mi gardr, cuandoentramos se sentó sorbe el jergón y yo asu lado, antes eché agua en dos jarras,después del paseo debía estar sedienta.Dejé que mi cuerpo quedara estiradosobre las pieles, miré hacia arribaintentando que mi mente descansara porun momento y solté ir un suspiro.

Linna imitó mi gesto, se tumbó a mi

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lado, posó una de sus largas manossobre las mías, cogió aire y lo soltó.

—Escucha, Linna… —susurré.—Te escucho.—Creo que desde que nos

conocemos nunca te he agradecido todolo que has hecho por mí.

—No debes agradecerme nada,Gala.

Cerré los ojos e intenté no pensar ennada, pero cuando creí que lo habíaconseguido me di cuenta de que seguíahaciéndolo, pero por suerte, ya no eraEgil quien ocupaba mi mente.

—¿Has escuchado que esta nochehabrá un gran banquete en honor a Egil?—preguntó curiosa.

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Asentí sin abrir los ojos esperando aque siguiera hablando, había veces quesolo me gustaba escuchar su voz, erarelajante notar algo tan suave como loera ella, capaz de hacerme descansar apesar de todo lo que tenía alrededor.

—¿Irás?—Claro —murmuré.—¿Irás así? —preguntó mirándome

de arriba abajoLe dije que no con un movimiento de

cabeza, a lo que ella respondió dándomeun golpe en el brazo al no hablar.

—Vestiré el vestido que me hizomadre hace tiempo —dijo entusiasmada—. ¿Qué te parece?

—Es una gran idea.

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—Lo sé —noté como me miraba—.Ehm… ¿Podría venir aquí? —preguntó—, me gustaría que me peinaras.

—Claro, ven.—Si quieres luego puedo peinarte,

sabes que lo hago bien, no tanto comopodría hacerlo Hanna o min modir65…—aseguró sonriente—. Además,tenemos que ponerte mucho más guapaque a esa hundr, aunque tú siempreserás la más hermosa, no sé qué haceEgil con una thraell como esa.

La miré perpleja por lo que acababade decir sobre aquella thraell que habíatraído el vikingo a nuestro poblado.

—Creo que se llama Karee —murmuré.

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—No me importa cuál sea sunombre, aquí la más bella eres tu, GalaHammerdottir, no Karee.

No pude evitar que una ampliasonrisa tomara mis labios, me sentíabien, gracias a ella podía estar en calma.

Había veces que recordaba a Lyss,mi valkyrja, aquella de cabellos oscurosy de ojos claros, tanto como la plata. Mepreguntaba si seguiría viendo lo queaquí ocurría. Si aquello seguía así iba aestar contenta de lo que estabaconsiguiendo. Haría que desde elAsgard sonriera por mí.

Reí yo sola a causa de lo que estabapensando, estaba segura de que aquellavalkyrja sería capaz de acabar con

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Karee con alguno de sus rayos. Linna memiró con mala cara pero después rioconmigo.

—¿Cuánto falta para que Sólmarche? —Le pregunté.

—Tal vez deberíamos ir de caza conel resto.

Asentí, me puse en pie y estiré misropajes, le hice un gesto para que ellahiciera lo mismo. Me puse mis pelajes ysalimos de la gardr.

63Melrakki – zorro.64 Døkkhárr – moreno.65 min modir – mi madre.

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Nada más salir de la gardr miramosa ambos lados, no había nadie en elcamino, fuimos hacia el establo y vimosque todos los hestrs estaban dentro.Resoplé, ¿qué demonios estabanhaciendo, es que no íbamos aalimentarnos con nada? Alguien deberíaestar cazando.

Preparamos a nuestros hestrs parasalir, dejé las puertas abiertas,montamos en ellos y salimos de ahí.

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Cuando llegamos al centro del poblado,frente a la heimr no había nadie, parecíaque todos habían desaparecido, así que,nos acercamos a la gardr de Hanna aver si necesitaba algo. Bajé de Regn,dejé que Linna cogiera las riendas y lasaguantara mientras yo iba hacia laentrada, di varios golpes en la puerta.Como la última vez, Göran me recibióponiendo mala cara.

—¿Qué deseas? —preguntó entredientes.

—¿Está Hanna?—Sí —contestó escuetamente a la

vez que dio media vuelta y se giró haciaella—mujer, preguntan por ti.

El hombre se marchó

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desapareciendo en la oscuridad quehabía dentro y fue entonces cuandoapareció ella con una dulce sonrisa enlos labios.

—Estaba preparando todo para elgran banquete.

—Para eso mismo veníamos,¿necesitas algo? —pregunté.

La mujer se quedó pensando duranteunos instantes, se dio la vuelta para verlo que le habían traído, fue hacia lamesa de madera y cuando se volvió mesonrió.

—Han sacrificado a los dioses unakýr, la han traído Carón y Gull, pero nosé si eso será suficiente, ¿podrías ir aver si encontráis algo más?

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—Claro, Hanna, te lo traeremos.—Traed algunas flores para adornar

las mesas.Asentí, se acercó a mí y me abrazó,

esta vez algo más leve que el anterior.—Gracias, Gala, que los dioses te

bendigan —murmuró con dulzura.Dio media vuelta y se marchó por

donde había venido. Cogí las riendas deRegn, me subí a ella y cuando fuimos adar la vuelta para marcharnos hacia elbosque, nos encontramos con Karee,estaba intentando coger agua del pozo.Mi cabeza me pedía que fuera por detrásy la asustara, lo más seguro fuese queacabara dentro. Al pasar junto a ella,esta nos dedicó una radiante sonrisa.

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—Heill —dijo con una dulce voz.Le hice un gesto con la cabeza junto

a una mueca, era la sonrisa más malaque había dedicado a nadie.

—Ahí se caiga y se ahogue —susurré para que solo Linna pudieraescucharme.

La muchacha intentó aguantar la risa,pero no tardó mucho en romper elsilencio con sus carcajadas, tan sonorasque lograron llamar la atención de laesclava. Seguimos adelante, subimoshasta la vangr, pero en vez de ir a laparte del bosque en la que solíamoscazar nos marchamos a la que había trasla gardr del Jarl. Allí nunca iba nadie,por lo que los animales solían estar más

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tranquilos y más visibles ante nuestrapresencia.

—¿No sería mejor dejar aquí a lasyeguas? —inquirió Linna cuandollegamos al lugar.

Asentí, tenía razón, lo mejor paraavanzar por el interior del bosque seríair a pie, ya que sino acabaríamoshaciéndonos daño con algunas ramas.Desmontamos de los animales y losatamos para que mientras nosotrasestábamos cazando ellas pastarantranquilamente.

—Linna, será mejor que tú te ocupesde las flores —le dije a la vez que vicomo hacía una mueca—. Tienes másdelicadeza para ello, además tu madre te

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ha enseñado bien cuáles son las másbellas.

—Está bien…Nos separamos, ella se fue hacia el

este y yo hacia el oeste dejando atrás elpoblado, alejándome de todo lo quehabía a nuestro alrededor. Me colguébien el arco, ya que a cada paso quedaba se iba cayendo. No veía nada,ningún animal apareció en mi camino,tampoco escuché ningún ruido salvo elde los pájaros piando.

Después de un buen rato, en lalejanía divisé una pequeña liebre quesaltaba de un lado a otro tranquilamente,sin percatarse de que estaba allí. Saquéuna de las flechas, la coloqué en el arco

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y dejé que corriera por el aire hasta quese clavó en su pecho. Esta cayódesplomada al suelo, me acerqué adonde estaba, le quité la flecha y la metíen una pequeña alforja que colgaba demi hombro. Seguí andando de un lado aotro para encontrar algún animal másque llevarle a Hanna, y que así nofaltase comida.

Avance entre los árboles, peroentonces el bosque empezó a cerrarse,lo que antes eran altos troncos concientos de ramas, se había vueltoarbustos bajos de largas ramillas queiban enganchándose en mis ropajes y micabello. Fui quitándolas a medida queiba pasando, saqué mi espada e intenté

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cortar las que había frente a mí. Entretanta rama y tanta hoja pude divisar unanimal, el cual parecía un pequeñociervo, y era para mí, totalmente mío.Repetí lo que había hecho con el otro,saqué una flecha, la coloqué en laposición correcta, apunté y acabóatravesándole el muslo al ciervo, por loque no pudo avanzar. Intentó correr, perono le sirvió de nada, le lancé una flechamás que se clavó en su lomo. Meacerqué a él, vi como el pobreagonizaba, y con la daga le hice un corteen el cuello.

—Gracias dioses por darnos estavida.

Pensaba que era mío, que no había

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nadie más a nuestro alrededor, peroestaba equivocada. Escuché como unfuerte rugido resonaba en todo elbosque, haciendo que un escalofríorecorriera todo mi cuerpo. Cogí aire yme giré despacio, intentando no hacermovimientos rápidos. Vi como detrás demí se encontraba un enorme grábjörn,de pelaje oscuro como la noche. Penséque estaría más lejos, pero una vez másme equivocaba. Estaba tan cerca quepodía escuchar su agitada respiración,algo me decía que no iba a salir viva deallí. Estaba llevándome su comida. Elanimal se puso en pie, aguantándose conlas patas traseras lo que hizo quepareciera aún más peligroso.

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Empecé a gritar con todas misfuerzas, intentando ahuyentarlo o quealguien me escuchara y viniera aayudarme. Pero parecía que nadie estabalo suficientemente cerca como paraoírme. El animal fue acercándose a mícorriendo hacia donde me encontraba,no sabía que hacer por lo que eché acorrer pensando que en algún momentose agotaría. Giré levemente la cabezapara ver donde se encontraba, al nomirar hacia el suelo acabé tropezando ycaí. Estaba demasiado cerca, mucho,escuché un grito profundo, tanto quellamó la atención del oso.

Vi como Espíritu apareció entre lafrondosidad de los arbustos, sus

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poderosas pezuñas hicieron agujeros enel suelo tras su salto. Me sorprendióverles así, aunque más que una sorpresafue alegría, parecía que una vez más mivikingo iba a salvarme. Egil desmontódel hestr sin que este siquiera sedetuviera, se puso frente a mí,interponiéndose entre el oso y yo.

Me echó un vistazo para ver siestaba bien o no, tras eso flexionó laspiernas y se preparó para un posibleataque contra el animal. El oso rugió contodas sus fuerzas y Egil lo hizo con él.Dio varios pasos hacia adelante con elhacha en la mano pero no logróasustarlo. Así que, decidió atacarle, ledio un golpe en una de las patas traseras

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sobre las que se aguantaba haciéndoleun buen corte del que la sangre nodejaba de salir. Tras ese otro en elcostado para que se marchara, perotampoco sirvió de nada, ya que la pielera lo suficientemente dura como paraque no le dañara demasiado. Comoúltimo recurso alzó los brazos, le gritóde nuevo tan fuerte y tan ferozmente queel animal acabó por darse por vencido,se dio media vuelta y se marchó.

Cuando este se giró, se quedómirándome desde su posición. En susojos vi pena, dolor, pero también laamargura y la rabia que seguía viviendoen él. Me tendió la mano, la agarró y meayudó a ponerme en pie, se subió a

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Espíritu y se marchó.—Gracias —le dije antes de que

fuese demasiado tarde.No dijo nada, se limitó a marcharse

por donde había venido y a desaparecerde nuevo tras las ramas que antes no medejaban verle.

Me acerqué al ciervo que yacía en elsuelo con algunas hojas enganchadas asu pelaje húmedo por la sangre. Me abrípaso poco a poco hasta que llegué adonde se encontraba Regn, que meesperaba tranquilamente junto a la yeguade Linna. Até al ciervo sobre el lomo demi hestr y fui a buscar a Linna, quienestaba buscando las flores para Hanna.

Fui hacia donde se había dio ella al

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separarnos, pero no la veía por ningúnsitio, seguí adentrándome en el bosque,en mi camino cada vez había másárboles, arbustos, troncos y piedras,pero ni rastro de la muchacha. Miré sihabía alguna huella, y sí que las habíapero no eran claras, las observé y vicómo se desviaban hacia un lado por loque decidí seguirlas. En aquel lado delbosque los árboles eran más altos.Escuché caminar a alguien y el sonidodel río, el cual pasaba a lo largo delskógr. Estaba demasiado lejos de dondese encontraban las yeguas. Empecé acorrer temiéndome lo peor, y solo lerogaba a los dioses porque Linnaestuviera bien. Necesitaba saber que

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aquel grábjörn se había marchado y queno se había encarado a ella.

—¡Linna! —grité con todas misfuerzas.

Pero nadie respondió, lo que hizoque los nervios crecieran cada vez másen mi interior, y que mi corazón latieracon más fuerza. Necesitaba encontrarla.

—¡Contesta! —Le rogué— ¡por losdioses, Linna! —grité.

Seguía sin responder, así que,aceleré el paso, fui más deprisa hastaque llegué al río, lo veía desde lejos, lasflores debían estar allí. Cuando llegué ala linde del bosque la encontré sentadacon los pies en el agua.

—¿Qué demonios haces? —Le grité

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mientras me acercaba a ella.Esta, sobresaltada, se puso en pie de

un salto dentro del agua, cuando estabasaliendo cayó empapándose los ropajes.Me miró con los ojos muy abiertos, sesentó de nuevo sobre la tierracolocándose las botas como pudo.

—Lo siento —dijo arrepentida—.Estaba buscando flores y…

—Pues espero que las tengas, o tequedas hasta que las encuentres y hay unoso no muy lejos de aquí, seguro que teayudaría a encontrarlas.

—¿Qué… qué? ¿Un grábjörn?Cerré los ojos, cogí aire y lo dejé ir.

Al abrirlos la miré, ahora sí que leinteresaba lo que estaba diciéndole. Di

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media vuelta y caminé hacia dondeestaban nuestros hestrs.

—Aguarda —me rogó—. No medejes sola.

Vino corriendo detrás de míasustada. Intentaba ir más deprisa,quería pasar por delante de mí, pero suszapatos no se agarraban al suelo ya quede ellos no dejaba de salir agua. Lamuchacha empezó a correr.

—Por favor, Gala —gritó detrás demí—. Tengo las flores, las tengo.

Seguí avanzando sin hacerle caso,ella corría a mi espalda, hasta que acabópor agarrarse de mi brazo para así poderir a mi ritmo. La muchacha alzó lasmanos y en una de ellas llevaba un ramo

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de hermosas flores, todas distintas.—Está bien —dije a la vez que me

apresuraba a llegar a donde seencontraban las yeguas.

No quería estar dentro del bosquecuando ese animal volviera a entrarle elhambre. Ese oso podría habernosmatado de un solo zarpazo, igual quepodría haberlo hecho con Egil, pero a élno le importó solo había pensado enprotegerme.

—¿Cómo sabes que hay un osorondando por aquí?

—Me he topado con él.—¿Qué? —exclamó.—Egil apareció para salvarme…—¿Cómo has dicho? ¿Egil?

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—Aguarda.No contesté, seguí caminando, tiró

de mi mano pero no consiguió que medetuviera, así que, siguió tirando de ellahasta que llegué a Regn. Me subí a layegua y la miré desde arriba.

—Como que me estuvo a punto dematar. Egil, sí. Él vino a ayudarme y mesalvó del ataque de aquel animal, si nohubiera aparecido lo más seguro es queahora mismo no estuviéramos hablando.

Se quedó boquiabierta, aturdida porlo que le contaba, su cuerpo tampocoreaccionaba, así que, con el pie le di ungolpe en el brazo para sacarla delestado en el que se había quedado y queasí se moviera. Dejó ir un suspiro, y

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dijo: —Qué hombre —murmuró.—Sube al hestr, nos tenemos que ir.Hizo lo que le había dicho, desanudó

ambos caballos y se subió a la suya, diomedia vuelta y me miró.

—A ver quién es más veloz —medesafió.

—Yo —aseguré atando con fuerza elrauðdýri, y me pasé la cuerda por lacintura para que no cayera.

Chasqueé la lengua, con aquelsimple sonido Regn ya sabía que era loque debía hacer, pasó de ir tranquila, air tan veloz como el viento, parecía quenuestra presa iba a salir volando. Giréun poco la cabeza y vi como Linna sequedaba atrás, parecía no saber que mi

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yegua era la más rápida de todo elpoblado, por no decir del territorio.

Cuando estaba llegando al caminoque llevaba hasta el centro del poblado,hice que Regn se calmara, así nollamaríamos la atención de todo elmundo. Me fijé en el sol, apenas se veíatras las nubes y estaba a punto deesconderse detrás de las montañas, noquedaba nada para que tuviéramos quereunirnos con el resto en nuestro heimr.Iba a conseguir relucir más que lasestrellas, haría que Egil se quedaraaturdido. Dejé ir una carcajada llena desatisfacción. Había sido capaz de hacerque un hombre que ya no era el míoviniera a protegerme poniendo su vida

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en peligro por mí. Egil volvería aentregarme su corazón, al igual que yo ledaría el mío, no pensaba dejar que seescapase.

Nos dirigimos hacia la gardr deGöran y Hanna, le llevaríamos lo quehabíamos cazado y las flores quehabíamos recogido para ella, así podríaseguir cocinando la comida para el granbanquete. Desmonté de mi yegua, le dilas riendas a Linna, y esta me tendió lasflores que había cogido. Me acerqué a laentrada y la mujer me recibió gustosa.Se las di, y fui a por los animales.

—Oh, son maravillosas —susurróella.

—Espera a ver lo que hemos traído.

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Desaté al ciervo, lo cogí en brazos,era realmente pesado por lo que lo dejéen el suelo y tiré de sus patasarrastrándolo hasta el interior de lagardr. Fui a por la liebre y la dejé sobrela mesa que había junto al otro animal.Al darme la vuelta vi como la mujer meobservaba.

—Estás mucho mejor, te veo distinta—dijo a la vez que pasó una de susmanos por mi cabello colocando unmechón tras mi oreja.

—Gracias… Sí, creo que tengo lasfuerzas que antes no encontraba.

—Toma, muchacha —dijo yendohacia una mesa que había al final de laestancia— esto te irá bien para el

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cabello.Hanna, además de ser conocida por

sus dones y su deliciosa comida,también lo era por tener un amplioconocimiento de plantas y flores, creabaungüentos con hierbas sanadoras. Metendió un cuenco repleto de una mezcla.

—Vaya —dije observándolo—gracias.

—Déjalo un poco en el cabello, tequedará precioso.

Asentí, sonreí y salí de su gradr.Linna me miró, observó el cuenco, concuidado lo guardé en mi alforja y mesubí a Regn.

—¿Qué es?—Es un presente de Hanna.

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La muchacha asintió, me dio lasriendas y nos marchamos cada una anuestras gradrs.

—Voy a por mis ropajes.—Te espero allí.Dejé que se marchase, fui hacia los

establos, dejaría a mi yegua quedescansara y comiera mientras nosotrasnos preparábamos para ir al granbanquete. Cuando entré, me encontré aEgil cepillando a Espíritu. Desmonté demi hestr, la dejé en su sitio atándola tansolo con una cuerda para que no semarchara y le di dos manzanas. Acerquéuna de ellas a su hocico para quesupiera que la tenía delante y le dio unmordisco. Agarré la alforja que le había

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quitado.—Muy bien —dije a la vez que le

pasaba la mano por el cuello.Antes de salir, observé a Egil,

llevaba el kirtle rasgado y se veía sufuerte espalda. Tenía algo en ella, perono lograba verlo bien. Di varios pasoshacia él, sin poder evitarlo estiré elbrazo hacia su suave piel y cuandoestaba a escasos milímetros de rozarla,se dio la vuelta y me agarró por lamuñeca, mirándome con rabia.

—¿Qué crees que haces?—Yo…Avergonzada me di la vuelta y salí

corriendo de los establos. De un golpeabrí la puerta de mi gardr, cuando

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estuve dentro me eché sobre el jergóndejando que las pieles cubrieran mirostro. No iba a llorar, dentro de mí nohabía tristeza sino ira. Entró Linna y meencontró. Se sentó a mi vera y empezó aacariciarme el cabello.

— ¿Qué te ocurre?—¿Que qué ocurre? —Repetí furiosa

—. Que voy a hacer que los dioses se lalleven, ¡maldita! Y si no se la llevan losdioses, me la llevaré yo y no volverá.

Me miró boquiabierta por cómoestaba hablando, o gritando mejor dicho.

—Tranquila —pasó su mano por laespalda.

Se puso en pie, alzó un poco lacabeza y la miré, fue hacia el final de la

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gardr, cogió un cuenco de agua y lo dejósobre la mesa. Se volvió a sentar junto amí y me agarró por los hombros tirandode mí hacia arriba.

—Levanta —me ordenó.A regañadientes hice lo que decía,

me puse en pie, dejé que fuese ella quienme llevara hasta uno de los asientos.Metió mi cabello en el agua paramojarlo y después peinarlo. Cuandoestaba bien empapado lo secó. Linna meechó la mezcla que me había dadoHanna, después recogió mi cabello yguardó un poco para ella. MientrasLinna se iba preparando, me acerqué alarcón donde guardaba mis ropajes. Loabrí y vi como mi hermoso vestido

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rojizo sobresalía, esperando a quevolviera a vestirlo después de tantotiempo esperando. Lo saqué y lo dejésobre el jergón junto con mis pieles derefr.

Volví a meter el cabello en el aguaquitándome el ungüento. Cuando ya noquedaba nada, Linna lo secó pasandosus largos dedos por él, tras eso, locolocó bien y lo peinó con un cepillo deoro que padre trajo en la últimaincursión.

—Vas a ir hermosa —murmuró.Recogió mi cabello dejando que dos

largos mechones cayeran a ambos ladosde mi rostro, trenzó los mechones y loscolocó alrededor del recogido. Un

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tirabuzón se escapó de las trenzas y cayósobre mi oreja derecha. Me miró y setapó la boca con la mano pero no dijonada.

—¿Qué ocurre? —pregunté.—Estás preciosa.Sus ojos brillaban de emoción al

mirarme, su rostro lo decía todo.—Gracias.La ayudé a hacer lo mismo mojando

su cabello y limpiándolo. Lo sequé y lopeiné varias veces para que quedaramás lacio. Desde los lados de su cabezacogí tres mechones y los trencé,uniéndolos al final para sujetar el restode su cabello. Cuando estuvo lista, secolocó un hermoso vestido que le había

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tejido Elsa. Le quedaba tan bien, Gullacabaría tirándose encima de ella paraarrancarle los ropajes. Era tan delicaday dulce como el mejor de loshidromieles.

—Ahora tú —susurró mientrasestiraba la tela.

—Sí —soplé.Me deshice de mis ropajes

dejándolos sobre el jergón, sin nada queme cubriera paseé por la gardr. Linnacogió el vestido, y me lo dio para que nocogiera frío. Cuando me lo puse sobre ellargo kirtle, me di cuenta de que mequedaba grande. Parecía que estabaenferma, me pasé las manos por lasmangas, eran algo cortas. Sobre el

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vestido me puse un chaleco de piel quehacía que no se notara lo que habíaperdido, quedaba totalmente ceñido a micuerpo.

—Perfecta —susurró Linna.Antes de salir cogí mis pieles y me

las puse por encima. Asomé la cabezapor la puerta, miré a ver si los demás yahabían empezado a salir de sus gardrs,entonces vi que sí, que iban entrando enel interior de nuestro heimr. Avisé aLinna quien estaba acabando de cubrirsecon sus pieles.

Antes de que pudiéramos llegar a laentrada, nos encontramos a padre, juntocon él iban Atel y Gull, quién se quedócallado al ver lo hermosa que iba Linna,

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no era capaz de apartar la mirada deella.

—Heill —dijo Atel con una ampliasonrisa—. Las dos estáis radiantes, losdioses estarán orgullosos de vosotras.

—Siempre son bellas, Atel —dijopadre.

Gull asintió una y otra vez, como sino supiera decir nada más, estabacompletamente prendado de Linna,desde que esta dejó de prestarleatención no había parado de seguirlacomo si no fuera más que un hundr.Estaba segura que sería capaz de hacerque se arrodillara frente a ella con tansolo una mirada.

La di un golpecito a mi hermana en

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el costado y sonreí, esta mecorrespondió con otra sonrisa dejando iruna leve risilla nerviosa. La agarré delbrazo para ir directamente al interior delgran salón. Tiré de ella ligeramenteintentando que no tropezara con nadie yla guié. Nos despedimos de padre y losdemás, cuando llegamos a las grandespuertas me quedé parada, ¿estabapreparada para ver a Egil con Karee?Sí, lo estaba, o eso creía, en el peor delos casos mi vestido acabaría hechopedazos, al igual que el suyo.

—Vamos —dijimos los dos.Nos miramos y asentimos a la misma

vez. Las puertas estaban abiertas,andamos tranquilamente hasta que

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entramos, el heimr había sido decoradocon las hermosas flores que Linna habíacogido aquella tarde, la hoguera ardíacon fuerza calentándonos. La gente queya estaba dentro no dejaba de hablar,haciendo alguna que otra broma. Aaren eIvar corrían por todo el salón, mientrasGyda les perseguía, intentando que no semarcharan. Jokull ya estaba sentado ensu mesa junto al Thorbran, con quienhablaba.

Dimos una vuelta entre las mesasbuscando a Hanna para saludarla, perono logramos encontrarla. Mientrasvolvíamos al inicio del salón vi comoGull entraba, parecía que ya habíadejado de mirarme mal, pero aun así se

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notaba el malestar entre nosotros. No mehabía perdonado lo que hice, aunquetampoco se lo había pedido.

—Buenas noches —nos dijo a ambas—. Estás más hermosa que Freyja,Linna —tomó una de sus manos—. Seríaun placer que pasaras la noche conmigo,durante el banquete —se puso nervioso.

—Yo… Bueno… He venidoacompañada de Gala, no me gustaríadejarla sola —intentó deshacerse delmuchacho.

—Tranquila, cenaré sola o yaencontraré con quién hacerlo —aseguréa la vez que le di un leve empujón paraque se marchase con él, no le haríaningún mal pasar un buen rato.

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Al final conseguí que se marchara,siempre había sido muy testaruda, Linnase fue con Gull, pero no antes sinabrazarme.

—Gracias, systir —me susurró aloído para que solo yo la escuchara.

Besé su mejilla y le di otroempujoncito para que se marchara.Después de eso, me fui hacia la mesaque ocupábamos normalmente los hijosdel Jarl y los hersir, el mismo lugar enel que me senté la última noche con Egil.Antes de que pudiera sentarme aparecióél, deshaciéndose de mi seguridad y micordura. Era tan bello, tanto que hacíaque perdiera el sentido, no pude evitaradmirar todo su cuerpo.

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Iba vestido con un kirtle blanco quele queda totalmente pegado al cuerpo,las mangas las había subido hasta laatura de los codos. Sobre el kirtlellevaba un chaleco de piel curtidaoscuro como la tierra húmeda. Comoabrigo iba cubierto de pieles que caíansobre sus hombros. Era losuficientemente grande como para poderresguardar a varias personas bajo ella.Se había recogido el cabello rubio enuna trenza que le nacía en la partedelantera de su cabeza hasta la nuca.Miré hacia un lado y fue cuando me dicuenta que iba solo, ¿dónde estaba lathraell? Vino hacia donde meencontraba a reclamar su sitio.

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—¿Qué haces aquí?—No solo te sientas tú aquí. ¿Acaso

es solo tuya?—Sí, y lo sabes.—Por cierto, ¿te has dejado a la

hundr en la gardr? —pregunté con unasonrisa.

—No hables así de Karee, es unmillón de veces mejor que tú.

Se giró y volvió por donde habíavenido, salió del salón y yo tras él, noiba a dejar que aquello acabara así.

—¿Qué es un millón de veces mejorque yo? ¡Qué sabrás tú como soy!

—Sí.—¡No es verdad! Solo intentas

convencerte de ello para no desearme a

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mí.Estábamos junto a la gardr de

Göran, dejó de caminar y se giró en midirección, para venir hacia mí. Cuandoquería moverme hacia atrás no pude, mequedé atrapada entre la pared y él. Pegósu cuerpo al mío, podía sentirle, seguíarespondiendo a mí como lo hacía antesde marcharse. Su respiración se volvióagitada, tanto como la mía, podíaescuchar como su corazón latía frenéticogritando algo que él no quería oír. No sécómo lo hizo, pero cuando quise darmecuenta ya tenía mis manos sujetas contrala pared.

—No me hables así —pegó su frentea la mía dejándome inmóvil.

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No podía hacer nada, mi corazón merogaba que nos uniera, que le besara detal manera que viera cuanto le habíaanhelado en ese tiempo, así que lo hice,acabé uniéndonos en un apasionadobeso, el cual me devolvió, pero tras esteacabó dándome un bofetón.

—Qué sea la última vez que hacesalgo así —gruñó.

Tras eso, se dio media vuelta y semarchó sin decir nada más.

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Me pasé las manos por el vestidoestirando las telas, tragué la poca salivaque me quedaba en la boca, intentérecomponerme de lo que había ocurrido,di varias vueltas alrededor de la gardrde Atel y cuando estuve más o menospreparada para volver a toparme conEgil, entré en el gran salón. CuandoLinna me vio se quedó sorprendida, sepuso en pie y vino corriendo haciadonde me encontraba.

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—¿Estás bien? —preguntópreocupada.

—Sí… Tranquila, estoy bien.—No te creo.—Créeme, estoy bien —dije

intentando parecer segura de mispalabras—. Ve con Gull —solo losdioses sabían que mi corazón habíavuelto a resquebrajarse.

Le di un empujoncito para que semarchase pero me dijo que no con lacabeza, sabía que algo había ocurridoahí fuera, algo que no le había explicadoy hasta que no le dijese qué era lo querondaba mi mente no se marcharía. Laagarré por el brazo, apartándola detodos y llevándola junto a los grandes

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portones. La muchacha me miró conmala cara, alzó las cejas y esperó a quele explicara.

—He peleado con Egil…—¿Qué ha ocurrido?—He besado a Egil, estábamos

hablando acaloradamente, tan cerca…No he podido resistirme.

—Pero… ¿es que has perdido lacabeza?

—Eso creo, él ha hecho que así sea.Suspiré, bajé la mirada al suelo,

estaba molesta a la par que triste perono podíamos hacer nada al respecto pormucho que deseara pasar el resto de miexistencia a su lado, este tal vez notuviera las mismas intenciones ni ganas.

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La muchacha me abrazó y me besó en lamejilla intentando reconfortarme.

—Ve con Gull —la animé.—Está bien —dijo frunciendo el

ceño—. Ven a por mí si necesitas miapoyo, ¿entendido?

—Sí, tranquila.Continuó mirándome con mala cara,

así que, asentí y le di un leve empujónpara que volviera junto al hombre al quequería, al menos una de las dos podríaconseguir lo que tanto deseaba. Me fuihacia mi mesa en la que estaba alprincipio. Iba a sentarme donde yoquisiera, no iba a dejar que Egil y esathraell ocuparan mi lugar. Vi como Egilapareció y de su mano iba Karee, esa

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maldita esclava iba a desaparecer, si losdioses no se la llevaban sería yo quienacabara haciéndola marcharse, tanto demi vida como de la suya.

Tras ellos venían Ingo y Kirk con esacara de pocos amigos que siemprellevaban, hablaban entre ellos mientraslo observaban todo, tal vez no teníanganas de compartir con nosotros lo quehabían preparado. Volví a fijarme en lafagrhárr, había recogido sus cabellos,dejando que una larga trenza cayera auno de sus costados. Se habíaoscurecido los ojos, lo que me hacíaverla aún más repulsiva. Llevaba unvestido rojizo, muy parecido al quevestía yo, estaba segura de que había

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sido él quién le había pedido que lohiciera. En algún momento haría queadmitiera que no podía compararlaconmigo.

Vi cómo se acercaban, hicieron quealgunos de los huskarls se sentaran enotro lugar para que fueran ellos quienesocuparan sus asientos, dejando así aKaree a mi lado. Cogí aire y lo solté,hice lo mismo varias veces intentandocalmarme. El calor empezó a nacer enmí igual que lo hacía la rabia y la ira.Cerré los ojos con fuerza e intentécontrolarme, casi no era capaz dehacerlo, y si no podía, aquello acabaríallenándose de sangre.

Thorbran se puso en pie frente a

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nosotros llamando la atención de todoslos que nos encontrábamos en el hemir.

—Heill, bróðirs —dijosaludándonos—. Esta noche doy labienvenida a nuestros nuevos guerreros,al que ya estuvo aquí, hijo de nuestrastierras y a los hombres que han venidojunto a él, Kirk e Ingo, los dioses osagradecerán que hayáis luchado junto aél, y a Karee, sé que lo habrás cuidadomuy bien —le dedicó una sonrisa a laesclava y prosiguió—. Espero que osencontréis como en vuestra heimr —cogió su jarra y la alzó— esto va porvosotros, disfrutad.

Todos aplaudieron y vitorearon alJarl, quien no se merecía nada de

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aquello, ni él, ni ninguno de los reciénllegados.

Después no escuché nada más, nocomían, tan solo estaban quietos. Teníaganas de acabar con aquella thraell. Enmi cabeza solo había rabia, esa que ellaera la única capaz de producir en mí,acabaría con ella, con ese cabellofagrhárr, no le dejaría ni uno. Dejé iruna fuerte carcajada, varias personas meobservaron fijamente. Hice una mueca ybajé la vista hacia la mesa.

—Deberías ser más discreta —dijola muchacha.

—¿Has dicho algo?—Deberías saber comportarte y

tener respeto al Jarl, Gala.

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—Creo que una esclava como túdebería ser la última en decirme quedebo o no hacer.

Me miró con indiferencia, hizo unamueca y apretó la mandíbula pero nollegó a contestarme. No podía hacerlo,ya que si lo hiciese aquello acabaríamal.

Cuando terminé, decidí ir acambiarme de ropajes, no me sentía bienviendo como aquella thraell y yoíbamos tan iguales, no lograba entendercomo Egil había podido hacer algo así.Me puse en pie y salí del salón. Elpoblado estaba completamente vacío,todos estaban en el heimr, iba a ser unanoche muy larga llena de alegrías y

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celebraciones, para algunos.A medida que iba avanzando por el

camino hacia mi gardr, fui deshaciendolos lazos que sujetaban mi chaleco, alentrar me lo quité tirándolo sobre eljergón. Me desanudé el vestido, ya queiba atado a mi espalda, dejé que fuesedeslizándose por todo mi cuerpo hastaque se arremolinó a mis pies. Di un pasohacia atrás para así recogerlo, perocuando fui a hacerlo unas manos meagarraron de la cintura, me cogieron yme colocaron hacia un lado. ¿Quién era?Las miré y puse las mías encima deellas. Egil.

Dejó que su cabeza descansara sobremi hombro, notaba como su respiración

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chocaba contra mi piel, llevándoseconsigo mi olor. Hacía tanto que ansiabaeste momento… El calor de su cuerpocontra el mío me envolvió, necesitabasentir sus manos, su aroma, todo…

—¿Qué haces aquí? —preguntéconfusa.

—No preguntes, por favor —susurródelicadamente contra mi oído.

Hice lo que me pedía, no dije nadamás, tan solo disfruté de ese pequeñoinstante junto a él. Me dio la vuelta paraque pudiera mirarle, así podría vermemejor. Me miró de arriba abajo, hizoque diera varios pasos hacia atrás paraque quedara contra la pared, me agarróde nuevo por la cintura e hizo que mis

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piernas rodearan la suya. Ansioso buscómi boca, me devoró con cada uno de susbesos, dulces, agonizantes y llenos deanhelo.

Las lágrimas descendían por mismejillas una vez más, algunas de ellasacabaron muriendo en su pecho, otraseran capturadas por sus labios. Habíadeseado tantas veces que llegara aquelmomento. Ese en el que estuviéramosunidos de nuevo, era tanto el amor y eldeseo que sentía por él que no podíacontener las pequeñas lágrimas llenas dedolor y ansia, aquellas que me liberabande las ataduras que eran su falta y suabandono.

—Ya está —susurró mientras besaba

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mi cuello.Pude notar como su miembro crecía

en el interior de sus pantalones. Queríabajar una de mis manos a él, necesitabatocarle, pero me lo impidió sujetandomis muñecas con una de sus manos,colocándolas sobre mi cabeza. Empujósu cintura contra la mía, como si nolleváramos ropajes, necesitaba tenerle.Sus besos volvieron a concentrarse enmi boca hambrientos y llenos de furia.Iban de aquí para allá, me los daba y selos devolvía, jamás me cansaría dedisfrutar de aquellos momentos junto aél.

Separé nuestras bocas para podermirarle. Tenía los labios hinchados y sus

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ojos desprendían más deseo del quejamás podría haber imaginado, era tal loque sentía a través de ellos que no pudeevitar sonrojarme.

—Te lo ruego… —susurré con unhilo de voz.

Con un par de movimientos me dejóen el suelo, se deshizo del kirtle quellevaba y me colocó sobre el jergón,mientras él se quitaba los pantalones,dejándolos tirados en el suelo. Abriómis piernas y se colocó entre ellas, quelo recibieron gustosas y con tantas ganascomo lo hizo todo mi cuerpo.

Sujetó uno de mis pechos,besándolo, lamiéndolo ymordisqueándolo. Un débil gimoteo se

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escapó de mí y tras este vino otro el cualacabó por capturar con su boca. Secolocó en posición y poco a poco fueposeyéndome con sus ojos fijos en losmíos. Jadeamos al mismo tiempoperdidos el uno en el otro. Dejó sucabeza apoyada sobre mis pechosmientras empezaba a moverse. Nuestrarespiración se había vuelto irregular.Nos dejamos amar, tanto como lodeberíamos haber hecho durante todo eltiempo en el que habíamos estadoseparados. La distancia y el dolor habíahecho estragos en cada una de nuestrasmentes y cuerpos, que en aquel momentoempezaban a sanarse.

Se movió con más rudeza lo que hizo

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que el placer fuera aún mayor, empezó aacariciarme mientras me observabasabiendo que si seguía así acabaría pordesfallecer.

—Aguarda —me pidió.Asentí varias veces, perdida en su

mirada. No tardó mucho en estarpreparado para mí, ya no habíareproches, solo podía ver el amor queaún sentía. No podía esperar más, lo quesentía era demasiado fuerte como paraaguantarlo. Mi cuerpo me pidió que lodejara salir, y así lo hice entre gimoteosy jadeos. Egil me miró y justo despuéshizo lo mismo quedándose extasiadosobre mi cuerpo.

Le besé el hombro que quedaba a la

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altura de mi boca, se apoyó sobre loscodos en las pieles que cubrían el jergóny me observó. Posó sus labios sobre losmíos y me dio un fugaz beso.

—Será mejor que volvamos —concluyó.

Se puso en pie, mientras yo me sentésobre el jergón y me cubrí con una delas pieles, para no coger frío. Se colocólos pantalones y se marchó sinesperarme, sin mirar atrás. Me puse enpie, me vestí con otros ropajes y mecoloqué la capa que llevaba. Me sentíaconfusa, no entendía lo que acababa deocurrir.

Salí corriendo de la gardr y al llegara la heimr le vi junto a la muchacha

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fagrhárr, abrazándola y besándole elrostro y el cuello. Cuando fui aacercarme a ellos, apareció Linna en micamino.

—¿Qué ocurre?—Nada, había ido a cambiarme de

ropajes —respondí sin siquiera mirarla.Egil le pasó las manos por el

cabello, y le cogió la trenza para que lequedara por la parte trasera de la orejarecogida. Acarició sus mejillas, se lasbesó y luego besó sus labios. Cerré lospuños, la cólera empezaba a vivir en míde nuevo. Iba a acabar con él, no iba adejar que siguiera así.

Aparté a Linna de un manotazo,quien me persiguió avanzando hasta la

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parte donde estaba el hombre que nodejaba de matarme una y otra vez.Cuando llegué a donde se encontraban,cogí a Egil por la parte trasera delcuello del kirtle que llevaba y le tiréhacia atrás con tanta fuerza que hice quecayera de espaldas al suelo. Este searrastró hasta que me senté a horcajadassobre él. No se iría sin pagar lo queestaba haciendo. Lo golpeé una y otravez con el knífr con tanta fuerza queempezó a sangrar. Lo agarré del cuello ehice que su cabeza se golpeara contra lapared. Me tenía cogida por las piernas,pero de poco servía.

—¿Qué te creías que ibas a hacer?—grité con todas mis fuerzas.

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Permaneció callado, no osabacontestarme. Volví a golpearle hasta quela thraell apareció por detrás parasujetarme, pero no tardó en caer sobre lacomida, ya que le di un buen golpe. Alver como esta cayó, los dos nuevoshermanos de Egil se pusieron en pie yjunto a ellos, Carón y Gull, quienesrápidamente se acercaron. Puse el knífrcontra su cuello.

—No vuelvas a tocarme —gruñícontra su oído.

Entre los cuatro me agarraron, altirar de mí un corte se hizo en el pechode Egil. Me sacaron de la heimrtirándome sobre la tierra. Aquello era loúltimo que necesitaba, que me echaran

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de mi propio salón sin que nadie hicieranada por detenerlos.

Me levanté como pude aunque mispies se resbalaron sobre la arena que seescapaba bajo estos. Iba a entrar denuevo cuando Kirk e Ingo seinterpusieron en mi camino, me cogierony no dejaron que pasara.

—¡Dejadme! —grité tan fuerte comopude, hasta que fue padre quién apareciópor detrás de ellos y los agarró a ambospor el cuello.

—Soltadla —les ordenó.No hicieron caso, así que, padre los

echó hacia atrás para que dejaran lapuerta despejada, lo que hizo que mecayera al suelo. Cuando desistieron y se

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marcharon hacia su sitio, me tendió lamano para que pudiera levantarme de unsalto.

—¿Estás bien? —Me preguntópreocupado.

—Sí, tranquilo.Este asintió enfadado y se marchó a

su sitio, aunque no antes sin pedirme quefuese junto a él y a Jokull. Acepté sinpensarlo por lo menos me aseguraba deno acabar con esa maldita esclava. Amedida que fui avanzando a lo largo delsalón, vi como Linna hablabaacaloradamente con Gull por lo quehabía hecho, aunque realmente no eracomparación con el comportamiento delos otros dos. Padre se sentó, y me dejó

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un sitio entre él y Jokull, pero no mesenté, me quedé apoyada sobre lacabeza del segundo hersir, mientas esteobservaba como la thraell hablaba conEgil, hasta que este se dio media vueltay se marchó.

Me senté en el asiento que quedaba,le quité la jarra a padre y empecé abeber la cerveza que había en ella, laboca se me había secado tanto queparecía el pasto en invierno. Serví unpoco más de bebida, en mi jarra y en lade Jokull y lo animé a que chocaraconmigo. De un trago me lo tomé todosin dejar que apenas pasara por mi boca.

—¿Qué ha pasado? —preguntóJokull al cabo de un rato.

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Giré levemente la cabeza, sentí cómose me iba de un lado a otro, le miré ytras clavar mis ojos en los suyos losdesvié hacia la fagrhárr quien nodejaba de hablar con Kirk,intentándoselo llevar al jergón.

—Egil me traicionó, no es más queun ruin miserable —murmuré—. Semerecía que le golpeara, solo que no lohe hecho lo suficiente.

Jokull no dijo nada, permaneciócallado con los ojos cerrados. Cogí airey lo dejé ir a modo de suspiro, no pudeevitarlo. Vi como Egil volvía aaparecer, se había cambiado los ropajesy ahora iba preparado para algo más queun simple banquete. Cuando la esclava

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se dio cuenta dejó de hablar con Kirk yfijó la vista al frente. El vikingo seacercó a ellos, y les dijo algo que nadielogró escuchar. Asintieron y el primerose marchó. Salieron a toda prisa delheimr, tenían algo entre manos y meenteraría de qué era.

Me puse en pie, todo me dabavueltas, apenas podía mantenerme, asíque, me dejé caer hacia atrás sobre elasiento. Volvieron a entrar, esta veztrajeron dos hombres atados,amordazados y desnudos. Egil iba detrásde todos, con una amplia sonrisa en loslabios, se llevó una mano al cinto y vicomo de este colgaba su espada y unhacha. No entendí que era lo que querían

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hacer. Kirk e Ingo hicieron que estos dosse arrodillaran frente al Jarl y loshersir.

—Faðir —dijo el vikingo detrás delos dos thraells—. He traído a estos doshombres para que… Nos entretengan,queríamos agradecer la buena acogidaque íbamos a tener, así que, pedí queIngo y Kirk fueran a por estos dosesclavos. Esta noche lucharan paranosotros, y el que gane podrá ser unleysigni, será libre de hacer lo que leplazca —calló un instante para ver quéera lo que todos murmuraban—. Esperoque aceptes este presente de los dioses.

Miré a Jokull, quien no dejaba deobservar como los hombres que estaban

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arrodillados frente a nosotros padecían,incluso temblaban del miedo. El Jarl sepuso en pie, dio un golpe en la mesapara que todos callaran y le prestaranatención.

—Lo acepto, sonr, será un placerver como luchan por su libertad —dijoorgulloso— es más, el que gane tendrásu frelsisol.

Todos los que se encontraban allídentro lanzaron gritos de alegría,apoyando la decisión de su líder.Thorbran hizo un movimiento de cabezaaprobando lo que había hecho su hijo.Este hizo que sus compañeros sehicieran a un lado, se colocó tras ellos,les dijo algo al oído, sin que pudiéramos

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escucharlo y les quitó las ataduras.—Empecemos —alzó los brazos

Egil.Los hombres confusos miraron a un

lado y al otro, cogieron las armas queles habían prestado y unos escudosmaltrechos. Clavaron sus miradas,asintieron y empezaron a desafiarse.Nuestros hermanos se levantaron y losrodearon e incluso los empujaron paraque se animaran a seguir.

Desde donde me encontraba, pudever como Egil se escabulló del heimr.

—Lo siento Jokull, tengo que ir a…—dije alzando el dedo—. Volveré —añadí sin aclararle nada.

Me puse en pie, eché para atrás el

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asiento como pude y tropecé, pero porsuerte padre me agarró para que nocayera de bruces contra el suelo. Le dilas gracias con un ligero movimiento decabeza, el cual entendió a la perfección.Al pasar junto a Linna, esta me tendió lamano en el brazo y le lancé una sonrisa,pero no me detuve. Gull me miró conmala cara, cuando ella se percató le dioun manotazo y le dijo algo, lo que hizoque me riera. Salí del heimr tan velozcomo pude. Corrí por el camino, hastaque uno de mis pies chocaron contra unapiedra, las gotas empezaron a caer,empaparon el suelo e hizo que cayera debruces.

—Dioses… —susurré entre dientes.

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Apoyé las manos en el suelo, luegolas rodillas y apareció, como siempre,para salvarme de las tinieblas. Unpoderoso rayo atravesó todo el cielo, loque hizo que me estremeciera. Me cogiópor la cintura y me puse en pie. Cuandoestaba totalmente erguida nos separédándole un empujón, me di media vueltay seguí caminando como si no estuviera.

Me gustaría ser más fuerte con él,más segura, tanto como lo era alprincipio, pero cada vez que le veíaalgo se rompía en mi interior. El dolor yel desconsuelo volvieron haciendo queun incontrolable hipido se escapara. Laslágrimas volvieron a nacer en mis ojosde nuevo, deseosas de sacar todo el

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dolor que llevaba dentro. Volvió atomarme por la cintura, crucé los brazosbajo mis pechos, abrazándome a mímisma intentando controlar lo quesentía. Se pegó a mi espalda, todo sucuerpo me envolvió dándome el calorque no tenía. En algún momento delpasado me habría dado la vuelta parabesarle, o por el simple hecho de poderdisfrutar de su hermoso rostro.

Descrucé los brazos y le di un golpeen el vientre, pero no me soltó, resistióel dolor abrazado a mi cuerpo, lo quehizo que me fuera imposible dejar dellorar. Lo que antes eran unas pocasgotas de lluvia se había vuelto una fuertetormenta, la cual ya no se iba a detener.

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Sentía el dolor, el miedo, la congoja detenerle tan cerca pero a la vez sentirletan terriblemente lejos. Me dobleguéhacia adelante llevada por todo aquelloque atormentaba a mí ser. No quería queme viera llorar, no quería ser tan débil,no quería que sintiera pena. Gateé porencima de la tierra ensuciándome lasmanos y los ropajes. Nada me importabaentonces. Me puse en pie y seguícaminando, por lo menos ya no mesujetaba.

Comencé a correr de nuevo, escuchécomo venía detrás de mí, también corría,siempre había sido más veloz que yo, notardaría en alcanzarme. Un poderosotrueno resonó en lo alto del cielo y la luz

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del rayo nos iluminó como si el solhubiera salido en un día sin nubes. EraThor quien nos lanzaba una señal. Egilme cogió de la mano, me quedé quietacon la vista fija en el suelo, él tambiénpermaneció en su sitio y así nosquedamos agarrados de la mano, sindecir nada. Tiró de mí hasta que volvióa cobijarme entre sus brazos, pero no,no quería, no podía sentirle otra vez.

Volvió a agarrarme con fuerza paraque no lograra soltarme como habíahecho antes. Pero entonces me di lavuelta fijando mis ojos en los suyos.Sentí como las pequeñas gotas que caíandel cielo empezaban a calar en nuestrosropajes empapándolos. Pero no me

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importaba, tampoco el notar como miscálidas lágrimas me recorrían el rostromezclándose con la lluvia.

—¿No te das cuenta? —susurré sinfuerza.

Él dijo que no con la cabeza a la vezque me observaba. ¿Por qué ya no habíarabia ni agonía en sus ojos? No lograbaentenderlo. Dejó que su cabezadescansara sobre la mía, cerré los ojoscontra su pecho, dejando que el dolorvolviera. La lluvia apretó y fue aquellolo que hizo que dejara de estar en elestado en el que me encontraba. Loaparté de mí.

—¡¿Cómo puedes hacerme esto?! —Le grité— no… No te das cuenta, no

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sabes toda la amargura y la congoja quehe estado sintiendo cuando no estabas yahora que has vuelto no dejas… Nodejas de matarme poco a poco, una yotra vez —grité desconsolada.

Me abrazó dejando que nuestroscorazones se tocaran, jamás volverían aencajar como lo habían hecho, el míoestaba completamente roto.

—Lo siento, mo kottr —me susurró.—No, no lo sientes, tú ya no sientes

nada —dije golpeándole el pecho con elpuño cerrado—. ¡No sientes nada pormí! —grité—, ¿me escuchas? ¡Nada!Sino no, no me torturarías como lo hashecho, ni te comportarías de esa manera.

Lloré angustiada, no podía

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soportarlo más. No decía nada, solocallaba, como siempre, no sabía nisiquiera que decir, no tenía defensaalguna.

—Márchate… Márchate y novuelvas —susurré.

—¿Qué has dicho?—¡Qué te marches! ¡No quiero verte

más! ¡Nunca! —grité llena de ira.Me miró sorprendido, cerró los ojos

y vi como una lágrima se deslizó por surostro, me dio un beso en la frente y semarchó, sin decir nada más. Vi cómo seiba, sin fuerzas caí de rodillas al suelo ylloré descontroladamente. Dolía tanto,era tanta la angustia y el dolor quesentía, que si no la sacaba de mi interior

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acabaría muriendo.Un rato después me puse en pie, fui

hacia mi gardr, pero él ya no estaba,había desaparecido en la oscuridad dela noche bajo la niebla de las montañas.

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Noté como alguien me besaba lamejilla, sentí como si hubiera unapersona junto a mí. Abrí los ojos poco apoco, pero no vi a nadie. Padre dormíaplácidamente y una oscura sombracubría toda la gardr. Me senté sorbe eljergón aún tapada por las pieles, miréhacia todos lados pero nada habíacambiado, todo seguía igual, salvo quepadre había dejado sus ropajes tiradosen el suelo.

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Me pasé las manos por el rostro, mefroté los ojos y fue cuando le vi, ahíestaba. Egil estaba sentado sobre uno delos asientos que deberían estaralrededor de la mesa, observándomecon la mirada fija en mí.

—No sabes cuánto anhelaba vertedormir —susurró a la vez que se puso enpie sigilosamente.

Fue acercándose al jergón mientrasyo me tumbaba, se agachó y acabócolocándose junto a mí, sentado a milado. Me pasó las manos por el cabello,acercó su rostro al mío y nos unió en unfugaz beso, tras este otro, aunque conmás ansia que el anterior.

Cerré los ojos, sentí como sus dedos

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paseaban entre mi cabello, hasta que mequedé completamente dormida.

Algunos rayos de Sól se colabanentre las maderas rotas iluminando elinterior de la gardr y desvelándome.Estiré los brazos que acabaron por tocarla madera, giré la cabeza hacia un lado,buscando a Egil pero no estaba. Me pasélas manos por los labios recordando susbesos. Tal vez solo hubiera sido unsueño. Él se marchó antes de quevolviera a la gardr.

Saqué las piernas de debajo de laspieles y el frío me envolvió. En nuestraland66 siempre hacía frío, el sol apenassalía por lo que su calor era escaso.

Miré hacia el jergón de padre, no

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estaba, debía haberse levantado antes deque amaneciera. Había dejado las pielessobre el jergón y los ropajes de la nocheanterior junto a estas. Me puse en pie,me limpié la cara con algo de agua y mepasé las manos mojadas por el cabellopara que fuese más sencillo de cepillar.Cuando ya estaba limpia me vestí conlos ropajes de la noche anterior.

Me coloqué un chaleco de pielcurtida que me protegería y memantendría caliente. Salí de la gardr enbusca de padre, o de alguno de losguerreros con los que debería estarpasando la mañana. Estaba exhausta, noquería ir de caza, siempre acababateniendo algún que otro percance, sobre

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todo desde la llegada del vikingo.Antes de dirigirme hacia la vangr,

me detuve frente a la gardr de Hanna yGöran, golpeé varias veces la puerta.Esta vez no tardaron en venir arecibirme, y fue la mujer quién lo hizocon los cabellos revueltos.

—Heill —le dije con una ampliasonrisa.

—Buenos días, niña.—Veo que te encuentras mejor.La mujer asintió a la vez que se

recogía el cabello con una cinta.—Solo venía a ver cómo te

encontrabas, vuelve dentro vaya a serque enfermes.

—Gracias, niña.

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Me di la vuelta pero no antes sindarle un abrazo con el que la mujer medio las fuerzas que me faltaban.Mientras andaba hacia la vangr escuchécomo la puerta se cerró a mi espalda.Desde la lejanía vi cómo se ibanseparando, iba a ser la última en llegar.Cuando Jokull me vio, movió los brazosdiciéndome que fuese más deprisa.

—¡Vamos! —gritó Jokull.Corrí hacia donde se encontraba, y

cuando llegué a lo alto de la vangr, vicomo también estaba Karee, junto a Kirke Ingo, pero no había ni rastro de Egil.Me acerqué a Jokull, lo separé del restoy cuando vi que nadie podíaescucharnos, le pregunté: —¿Qué hacen

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aquí?—Ha venido el Jarl, estarán

presente durante todo el día y tal vezalgunos más.

Bufé, esto era lo último que esperabaver. Iba a tener que verla hasta dondeella no debería estar. Me pasó la manopor la espalda intentando tranquilizarme,pero no sirvió de nada. Como yahabíamos terminado de hablar volvimosa nuestros sitios, colocándome junto alresto de guerreros. Nos explicó que eralo que estaban haciendo los reciénllegados en nuestra vangr, mientras esoocurría vi como Karee se acercó a mí.Cuando llegó a donde me encontraba meagarró del brazo con fuerza para que le

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prestase atención.—Se lo que hiciste ayer con mi

hombre —dijo la thraell—. Aléjate.La miré de arriba abajo, haciéndole

una mueca de repugna.—Creo que estás equivocada —

añadí mientras ella lo negaba con lacabeza— Egil fue, es y será mío, parasiempre, él lo sabe tan bien como tú ycomo yo, no quieras engañarte. —Giréun poco la cabeza, para ver si Jokull sehabía percatado de que no estábamosprestándole atención—. Más te vale sertú quien se aleje de él —la amenacé— oacabaré contigo, y no tendré la piedadque tuvieron los dioses.

No dijo nada, solo dejó sus ojos

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fijos en los míos intentandoatemorizarme o peor, pero al final fueella quien acabó por desistir e irse juntoa los suyos.

Me reí tanto como quise mientras laveía marcharse, no podía evitarlo, derepente escuché como Egil saludaba aCarón y Gull, les dio un buen abrazo acada uno y se quedó junto a míescuchando lo que decía Jokull. Penséque se habría marchado.

—Heill, Egil —le dije con unasonrisa, recordando lo que habíaocurrido aquella noche.

No contestó, permaneció calladoprestando atención al resto. Jokulldecidió quienes se emparejarían, así

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llevaríamos una mejor compenetración ala hora de luchar. Se dio cuenta de quesolo quedábamos nosotros dos y porsuerte o por desgracia, Jokull se acercóy a regañadientes nos dijo que nospusiéramos juntos.

—Iréis juntos.—Sí, hersir.Egil se limitó a asentir mientras me

observaba, tenía los ojos fijos en mí,podía sentir como me examinaba, comose quedaba con cada uno de los rasgosde mi cuerpo. Cuando el hersir semarchó para hablar con los demás, estese acercó.

Di unos pasos hacia adelante cuandoterminó de hablar y Egil me agarró del

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brazo para que no siguiera avanzando.Se puso frente a mí y sonrió. Aquel erael primer instante en el que le pude vertranquilo. Ladeé un poco la cabeza y vicomo Karee sonreía.

Fruncí el ceño, iba a acabar por lossuelos. Jokull dio la señal, pero él no sedio cuenta y no lo escuchó, así que, laprimera en atacar fui yo, no esperé. Lepasé la pierna por detrás de las suyas, ylo empujé haciendo que cayera al suelo.Le miré desde arriba y sonreí victoriosa,pero sin que pudiera percatarme, meagarró del tobillo y tiró de él haciendoque cayera y me golpeara. Me hicedaño, bastante más del que podría haberesperado. Me quedé tumbada en el

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suelo, y rápidamente vino a ver si estababien.

Parecía que no me conocía…Cuando lo tuve prácticamente encima, ledi un golpe en la mejilla que acabó portumbarlo. Me senté sobre él, le agarrélas muñecas para que no pudieramoverse, pero tenía demasiada fuerza,lo que hizo que acabara por soltarle. Meagarró por la cintura y se puso en pie,aún conmigo cogida. Nuestros ojos seencontraron y durante un instante parecíaque todo se había detenido, bajé la vistaa su boca y vi como sonreía divertido.Algo me hizo pensar en que volvía a serla esclava la causante de su sonrisa,pero no, no podía ser, era a mí a quien

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miraba.Ladeé la cabeza para observar su

gesto, estaba molesta, tanto que se habíadado la vuelta para no ver lo que estabaocurriendo. Aunque cuando notó comola contemplaba se giró y me miró conrabia. Le saqué la lengua, volví a mirara Egil, le di un mordisco en el hombropara que me soltara y entonces vi algodibujado en su espalda. Conseguí lo quequería, me dejó rápidamente en el suelo.

Reí, le miré pícaramente, a lo querespondió cogiéndome de nuevo, estavez dejándome colgada sobre suhombro, con las piernas sobre su pechoy la cabeza y el resto del cuerpo pegadoa su espalda. Volví a reírme, para que no

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lo hiciera, Egil me dio una palmada enel trasero a lo que respondí con unquejido dándole un manotazo.

—¡Suéltame! —grité.No me hizo caso, empezó a andar

alrededor del resto de guerreros queestaban practicando. Cuando pasamostodos nos miraron, no había ni uno quesiguiera luchando.

—¡Llévatela! —gritó Linna desde elotro lado.

—¡No! —grité.Comenzó a correr conmigo encima,

haciendo que rebotara contra su hombro,lo que haría que mi vientre fuese aterminar dolorido. Cuando nosadentramos en el bosque se detuvo, me

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dejó en pie, apoyándome contra un árboly empezó a besarme frenético. Aún nome había recuperado del anterior cuandovolvió a hacerlo con total libertad. Uniósu cuerpo al mío, como había hecho lanoche anterior en el camino, me besócon fuerza y ansia.

—No podía soportarlo más —susurró mediante un gruñido.

Le observé, no dije nada, era incapazde contestarle. Giré un poco la cabeza,ver cómo me observaba hacía que mesintiera cohibida.

—Espera —me rogó.—No… —contesté como pude, a la

vez que intentaba marcharme—. No,Egil…

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—Por favor, Gala —me suplicó.Me quedé completamente quieta,

mientras él colocó sus manos en micintura, las subió hasta mi barbilla y meobligó a mirarle. Sus ojos tenían uncolor rojizo, estaban llenos de lágrimas.Me abracé a él sintiendo su dolor, nopodía evitarlo, ver como se encontrabame partía el corazón, más aún quecuando no me quería cerca de él. Pusemis manos a ambos lados de su rostro,fijé mis ojos en los suyos y vi comoalgunas gotas se deslizaban por susmejillas, pero antes de que cayeran alsuelo impedí que lo hicieran con fugacesbesos.

Lo abracé de nuevo, le besé el pecho

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y cuando me separé de él su semblantehabía cambiado, estaba serio, sus ojosya no desprendían la alegría que teníanal entrar la bosque. No había lugar parael amor. Me apartó dejándome pegada alárbol, se pasó las manos por los ojossecando las pequeñas gotas que habíanhumedecido su rostro, se acercó a mí yme besó. Tras eso, dio media vuelta y semarchó por donde habíamos venido.

Corrí hasta llegar a su lado, medetuve frente a él para que no pudieraavanzar, y puse mis manos sobre susfuertes brazos.

—¿Qué te crees que estás haciendo?—espeté molesta—. ¿Qué derechotienes para hacerme esto?

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Continuó callado, serio, sin decirnada, para mi nada de aquello erasuficiente, quería palabras. Levanté lamano y le di un golpe en la mejilla. Megiré y fui junto al resto. No iba a dejarque esto fuese a más. Mi corazón merogaba que siguiera intentándolo, queluchara por los dos, así que, a pesar deestar sufriendo di media vuelta parahablar con él, pero antes de que pudierahacerlo me interrumpió.

—Hago esto porque te lo mereces —gruñó—. No eres más que una hundr encelo, falta de amor —dijo con desdén—.Aléjate de mí, no quiero verte más.

Parpadeé perpleja, perdida, noentendía nada de lo que estaba

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ocurriendo. No era capaz de entenderpor qué hacía unos instantes me besabacon tanto frenesí y luego me trataba deaquella manera.

—Hví…? Illr68! —grité—. ¡No eresmás que un ragr ! ¡Sonr de Loki! —chillé y tras eso me tiré encima de él.

Ambos caímos al suelo, solo que élrecibió el golpe más fuerte. Estabasobre él, impidiéndole que se moviera,aunque de poco servía ya que era capazde levantarme aun poniendo resistencia.Empecé a golpearle con las manoscerradas una y otra vez, hasta que secansó y fue él quien me propinó un buengolpe, haciendo que cayera de espaldas.

Me pasé la mano por donde me había

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dado, noté como la sangre empezaba aemanar de la herida que me había hecho.Se puso en pie, mientras el resto veníana por mí a ver si me encontraba bien.Kirk e Igno le pasaron un brazo porencima de sus hombros para ver cómose encontraba, su rostro estabamagullado al igual que el mío. Sedeshizo de sus nuevos hermanos y siguiócaminando.

—¡Gala, Gala! —gritó Linna, a lavez que corría hacia mí junto a ellaaparecieron Olaf y Björn.

Se acercó a donde estaba y searrodilló a mi lado, quedando casi a mialtura. Me senté sobre la hierba húmeda,me pasé la mano por la boca y sentí

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como la sangre se esparcía por mirostro. Puse la mano a la altura de mibarbilla, frente a mí, vi como se habíahumedecido del líquido, lo que hizo queme asustara.

—¡Qué alguien traiga agua! —gritóBirgin mientras corría hacia nosotros.

Linna rompió un trozo de su kirtle,hizo un nido y lo puso contra la heridaque tenía en el labio para que fueseempapándose. Cuando fui a levantarmesentí que mi cuerpo no respondía,apenas tenía fuerzas para seguir sentada,era tan poco lo que podía aguantar quepoco me quedaba para caer de espaldas.

—Gala, ¿te encuentras bien? —Mepreguntó Olaf, quien se quedó

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arrodillado al igual que Linna.Quería decirle que estaba bien, pero

no podía. No sabía que me estabapasando, pero no podía moverme, elcuerpo me pesaba tanto que me eraimposible seguir consciente.

—¡Se nos va! —gritó Birgin a Björn,quien hablaba con Linna.

Sentía como todo se me escapaba,caí al suelo. Se me nubló la vista, nopodía ver nada, y todo se volviódemasiado frío y oscuro.

Me había quedado dormida despuésdel golpe que me había propinado Egil.Cuando quise abrir los ojos no podía, miboca no emitía ningún sonido y ni misbrazos ni piernas respondían como

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debería. Sabía que estaba tumbada sobrealgo suave y caliente, estaba segura deque era sobre un jergón. Habíamosdejado el vangr. Escuchaba comoalgunas personas andaban alrededor demí, algunos hablaban, estos eran Birginy Olaf. También pude oír como Linnahablaba con ellos enfadada.

—¿Podéis estaros tranquilos?Estos no respondían, estaban

callados, moviéndose por el interior dela gardr y de vez en cuando seacercaban a donde me encontraba. Lamuchacha se sentó a mi lado, y pasó lasmanos por mi pelo acariciándolo. Loque me hizo recordar la otra noche juntoa Egil. No entendía que era lo que le

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pasaba por la cabeza, era como si fuerados personas en un mismo cuerpo. Enciertas ocasiones anhelaba tener a Lyssconmigo, ella podía darme las fuerzasque me faltaban.

Un trueno resonó en el cielo, pero noparecía llover. Era Lyss, era ella, sabíaen qué estaba pensando, si estuvieraaquí me ayudaría a acabar con ellos dos.

—¡Mirad! —gritó Linna— ¡estásonriendo!

Los hombres se acercaron como sifueran un rebaño de geits, o un par deanimales hambrientos.

—Tienes razón —murmuró Birgin.Varios golpes en la puerta nos

alertaron de que alguien quería entrar.

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Alguno de ellos se puso en pie y abrió lapuerta.

—Faðir —dijo Gyda— ¿cómo seencuentra?

—Bueno…La muchacha entró y el padre cerró

la puerta a su espalda, se acercó a dondeestaba Linna y se sentó con nosotras.

—Le ruego a los dioses que serecupere pronto —murmuró lamuchacha.

—Yo también.—¿Dónde está el hersir?Permanecieron calladas durante un

buen rato, solo las escuchaba respirar ycomo los otros murmuraban algosentados en un lado. Linna me cogió de

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la mano, intenté hacer fuerza, moverla.De nada sirvió, sentí su calor pero noera capaz de responderle. Alguienvolvió a golpear la puerta y aquella vezfueron más fuertes y repetitivos que laanterior.

—¿Dónde está? —gritó padre—¿dónde? —repitió sin dejar siquiera quelos demás contestaran.

—Aquí, Hammer, tranquilo.Las apartó a las dos sacándolas de

mi lado y se sentó. Acercó su rostro almío y besó mí frente a la vez queacariciaba mi cabello.

—Tranquila, hija mía —su vozsonaba débil, quebrada—. Sé quesaldrás de esta, los dioses están contigo,

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Freyja te protege.Saldría de aquel estado si los dioses

lo querían así sería, y acabaría con esamaldita thraell que intentaba usurpar misitio y a mi hombre. Acabaría torturandoa quien me había hecho aquello.

—¿Ha dicho algo? —preguntópreocupado.

—No, drottin, no ha dicho nada,solo ha sonreído.

Padre no dijo nada, permaneció a milado abrazándome con fuerza.

—Hersir, nosotras cuidaremos deella.

—No, me la llevaré a nuestra gardrconmigo.

—No creo que sea bueno para Gala

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que la movamos —susurró Linna.Él dejó ir un gruñido a modo de

desacuerdo pero permaneció callado,por lo que acabaría aceptando lo que lamuchacha le dijo. Me dio un beso en lafrente, acarició mi cabello de nuevo y sepuso en pie. Linna ocupó su lugar y mecogió de la mano.

—Si algo ocurre te lo haremos saber.Este no dijo nada y se marchó.Algo después, volvieron a irrumpir

en la gardr, esta vez golpearonligeramente. Fue Gyda quien fue aatender a quien había en la entrada. Unaráfaga de aire entró junto a él, sabíaquién era sin que siquiera hablara,acababa de entrar Egil.

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—¿Cómo está? —preguntópreocupado, su voz sonaba distinta aesta mañana, parecía afectado.

Al escucharle se me heló la sangre,parecía que mi corazón había dejado delatir durante unos segundos e intentécerrar mis manos, pero no pude.

—Márchate por dónde has venido —dijo Linna enfada.

—Deja… Deja que la vea —pidió ala vez que dio varios pasos haciaadelante— por favor… —Le rogó.

—¡Te he dicho que no! —Gruñó ella.Apreté su mano como pude, no sabía

ni como lo había hecho, pero al final lohabía conseguido. Se giró rápidamente,noté como me observaba, volví a

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apretarla y entonces fue cuando gritó: —¡Se ha movido!

Todos se acercaron, Egil incluido.Podía escuchar como alguien entró en lacasa sin pedir permiso, algo iba aocurrir, podía sentirlo.

—Karee, ¿qué haces aquí?—Así que estaba en lo cierto…

Estabas aquí, viendo a esa hundr —respondió ella con desprecio.

Cuando despertara más le valíacorrer, porque iba a acabar con ella, noquerría volver a pisar nuestra landnunca más en su vida. Los dioses debíancastigarla, y si no lo hacían ellos seríayo quien lo hiciera.

—No hables así de ella —me

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defendió Egil.—¿Cómo has dicho?—Te he dicho que no hables así de

ella —dijo entre dientes molesto—.Discúlpate, pide perdón, a ella y a losdioses.

Escuché como iba acercándose pocoa poco con pasos indecisos, hasta quefue él quien fue empujándola por detrás.

—¡Hazlo! —Gruñó.No dijo nada, permaneció callada,

podía notarla cerca pero tal vez a la quesentía era a Linna y no a ella. Si pudierale hubiera sacado los ojos con mispropias manos.

—Hazlo —le ordenó de nuevo.Permaneció en silencio, pero cuando

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menos me lo esperaba algo cayó encimade mí.

—¡Mira lo que ha hecho esta thraell!¡Llévatela de aquí ahora mismo! —gritóLinna, quien la golpeó.

Aquella maldita thraell iba a saberquién era yo, iba a desear estar en elHelheim junto a Hela cuandodespertase. Linna cogió un trozo de telamojado y me limpió. Gyda se quejó,empezó a recriminarle al igual que lohicieron Birgin y Olaf, hasta que algohizo que todos se callaran, un fuertegolpe.

—Eres una thraell a la que domar —dijo enfadado—. Los dioses tecastigarán por lo que has hecho, y yo

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también.Después de aquello escuché como se

marcharon los dos.—Vaya golpe… —dijo Olaf

sorprendido.Sonreí orgullosa, después de todo

seguía habiendo algo en él. Tenía sumerecido. Acabaría teniendo lo que sehabía ganado en cuanto me recuperara.Mis hermanos rompieron a reír y laverdad es que me habría encantadopoder unirme a ellos. Apreté de nuevo lamano de Linna, esta vez con más fuerzaaún.

—Ha vuelto a hacerlo —dijo conalegría.

****

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Había anochecido, podía notar elfrío. No sabía qué había pasado. Mesenté sobre el jergón, aunque no sinantes encontrarme con el cabello dealguien sobre mi rostro. Grité,inmediatamente me tapé la boca, cuandome di cuenta que era Linna quien dormíaa mi lado. Lo recordé todo. La muchachase despertó, se sentó junto a mí y meabrazó con fuerza.

—Nos has tenido muy preocupadostodo el día.

Le devolví el abrazo gustosa, cuandonos separamos me besó la mejilla ysonrió como si fuera una niña. Llevabael cabello revuelto, pero a pesar de elloseguía siendo preciosa.

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—Os he estado escuchando.—¿Todo? —preguntó sorprendida.—Sí, todo.Suspiró y rio, seguidamente se tapó

la boca dándose cuenta que lo estabahaciendo demasiado fuerte y que suspadres podrían acabar despertándose.

—Deberías de haber visto su caracuando Egil le ha dado el golpe, nopodía aguantar la risa.

—Me habría encantado verla,aunque la habría matado con mis propiasmanos.

—Seguramente —murmuró.Saqué las piernas de debajo de las

pieles, la tapé y me puse en pie, notécomo el frío empezaba a hacerse con mi

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cuerpo recorriéndome de arriba abajo.—¿A dónde vas?—Necesito tomar el aire solo un

momento, no tardaré.—¿Quieres que te acompañe?Se lo negué con la cabeza, quería

estar sola y tranquila, sin que nadieviniera detrás de mí. Dejé biencolocadas las pieles, cogí la capa deBror que había sobre la mesa, la cual mequedaba muy grande, pero por lo menospodría calentarme. Abrí la puerta poco apoco, intentando hacer el menor ruidoposible. No quería despertar a nadie.

Anduve un poco por el centro delpueblo, por delante de las gardrs, hastaque me apoyé en el pozo y me senté en

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el suelo a observar el cielo. No habíaestrellas tan solo la luna, una enormeluna. Las nubes habían desaparecidodejando que ella ocupara todo su reino.

—Veo que te encuentras mejor —mesobresalté al escuchar a Egil a miespalda. Giré levemente la cabeza haciadonde estaba y le miré.

—Sí —respondí escueta.Vino hacia donde me encontraba y se

sentó junto a mí quedándose apoyadocontra las piedras del pozo. Pasó unbuen rato en el que estuvimos callados,mirando cómo junto a la luna habíaaparecido un pequeño punto que cadavez se volvía más brillante, mientras élobservándome a mí, detenidamente. No

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entendía por qué estaba haciéndolo, y lopeor de todo era que seguía confiandoen él a pesar de todo lo que había hecho.Me había defendido frente a la thraell,aquello debía significar algo.

—Lamento haberte hecho daño… —murmuró.

No le dije nada, me limité a seguirobservándola, igual que hizo él en sumomento. Posó una de sus grandesmanos sobre mi rodilla y la dejó duranteun buen rato, hasta que decidí apartarlahaciendo que cayera al suelo.

—No, no lo lamentas, crees que esjusto por lo que yo hice.

¿Por qué me sentía tan débil cuandoestaba a mi lado? Era algo irracional,

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algo que jamás lograría entender. Podíahacer conmigo lo que quisiera, aunqueintentaba resistirme. Se quedó callado,si no era el uno era el otro, ambosrespondíamos cuando queríamos, o aveces ni eso.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó envoz baja.

—Tenía que hacerlo —susurré a lavez que sentía como un enorme vacíoempezaba a hacerse con mi interior.

—No, no tenías, no debías hacereso… —murmuró—. No a mí… —Unescalofrío me recorrió por completo—¡me engañaste, Gala! —Gruñó.

Mis ojos se llenaron de lágrimas yellas con libertad propia se escaparon,

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empapando mi rostro y mis ropajes sinque pudiera hacer nada por detenerlas.

—No te engañé…—¡Os vi, Gala! —gritó— os vi… —

aseguró abatido.—No viste nada, ¡nada! —afirmé

entre dientes, enfadada, llena de ira.Posó una de sus grandes manos sobre

mi barbilla, haciendo que giraralevemente la cabeza. No podía aguantarmás, no podía seguir sintiendo aqueldolor que iba a acabar conmigo, ese queél había creado y que parecía noimportarle. Al verme llorar se quedósorprendido.

—Lo tenías todo… tú lo tenías todo—susurré—. Todo de mí.

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Un extraño escalofrío recorrió micuerpo cuando me di cuenta que no erala única que estaba sintiendo aquellapena arrolladora que me desgastabapoco a poco.

—No… no llores —me rogó—. Porlos dioses, Gala, no llores —me pidióquebrándose— no puedo verte así…

—No me mires, no tienes por quéhacerlo —giré la cara, para que así notuviera que sufrir—. Ahora no puedesverme así, pero allí arriba te dio igual…Fuiste capaz de golpearme e irte.

Me tapé la cara con las manos, nopodía aguantarlo.

—Márchate, vuelve junto a Ragnarr,márchate con esa esclava... Ayúdame a

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olvidarme de ti, Egil Thorbransson.Al levantar la mirada, pude ver

como por el rabillo del ojo como searrodillaba ante mí. Me agarró por lacintura e hizo que me moviera hasta quequedé sentada sobre él. No sabía nicomo lo había hecho, pero allí estabafrente a él.

Me abrazó con fuerza, tanta que pudesentir como su cuerpo temblaba al igualque empezó a hacerlo el mío.

—¿Por qué lo hiciste? —susurró.—Perdóname, Egil… perdóname —

le rogué.Una pequeña lágrima salió de sus

ojos y recorrió su hermoso rostro,dejando un largo camino de dolor en él.

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Me abrazó con más fuerza aún, y nopude evitar romper a llorardesconsoladamente. Dejamos que todoel dolor y la agonía que había en nuestrointerior se fuesen, mezclado con laslágrimas, para así dejar paso a la luz dela luna y las estrellas. Me sujetó contanta fortaleza que incluso llegó adejarme sin respiración, pero nada meimportaba entonces. Podía sentirle, nosolo el calor de su cuerpo, sino tambiéncomo nuestros corazones iban curándoseel uno al otro, complementándose,creando un nuevo ser.

—Dímelo —me suplicó.Le dije que no con la cabeza, no

podía hacerlo, no en aquel momento.

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Solo podía deshacerme en sus brazoscomo había deseado hacer durante tantotiempo.

—¿No ves cómo estoy? —preguntóalzando la voz—. Solo tú puedesdeshacerte de mis barreras, de losescudos que ponga por delante, hacerque el frío y el dolor desaparezcan, solotú eres capaz de hacer que ese muchachoque se marchó con el alma y el corazóndestrozado vuelvan —murmuró—. Solotú puedes dañarme, rauðhárr.

Lloré con más fuerza que antes, suspalabras hacían meya en mí tanto comolo había hecho su ausencia.

—Lo siento… lo siento —le susurré.—Solo te lo rogaré una vez más, mi

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hermosa valkyrja —se obligó a decir—.Si no respondes me marcharé y novolverás a verme.

Pasó sus manos por mi cabelloacariciándolo, y por mis mejillasborrando el rastro de las lágrimas. Cogíaire, no podía dejar que volviera adesaparecer, no quería perderle, no así.Si se marchaba de nuevo moriría depena, acabaría por llevarse todo lo quehabía en conseguido recuperar.

—Egil… —murmuré.—Por favor…—Yo… yo solo quería mantenerte a

salvo… Tenía miedo de que te hicierandaño, te buscaban a ti… —Dejé ir unsuspiro, quedándome vacía por dentro

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—, lo hice por ti, Egil.—¿Qué quieres decir? —preguntó

confuso secando mis lágrimas.—Él lo sabía todo, cuando iban a

atacar, donde, quien lideraría elasalto… Quién iba a acabar con tu vida—murmuré rota.

Se deshizo en lágrimas dejando quequejidos y lamentos salieran de suinterior. Todo ese dolor, esa rabia ibadesapareciendo, deshaciéndose en laspequeñas gotas que emanaban de susojos. Agachó la cabeza, hasta quecoloqué mis manos a ambos lados de surostro y la levanté.

—Du blir løyst frå banda som binddeg, du er løyst frå banda som batt deg

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69 —susurró contra mi orejaliberándome.

—Te necesito —supliqué perdida—.Necesito que me quieras como nunca —susurré en un arrebato.

—Rauðhárr70 —me llamó—. Nopuedo quererte como nunca, porquenunca podré amarte más de lo que ya teamo.

Nos abrazamos y dejamos que eltiempo pasara en silencio. Envueltos porel frío de la noche, pero con la calidezde nuestros corazones uniéndonos comonunca.

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66Land – Territorio/Tierra68Illr – Malvado69 Du blir løyst frå banda som bind deg, du er løyst fråbanda som batt deg – Serás libre de los lazos que teatan, ya eres libre de los lazos que te ataban 70

Rauðhárr – Pelirroja.

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Amaneció y ya no era capaz desentirla conmigo, su calor habíadesaparecido al igual que se desvanecióella. No sabía dónde estaba. Me pasélas manos por la cara, los ojos y los abrípoco a poco. Estaba tumbado sobre mijergón. No era capaz de recordar cómohabía llegado hasta allí, ni en quémomento se había marchado. Miré haciaun lado y me encontré a Karee tumbadajunto a mí demasiado cerca, un poco

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más lejos estaban Kirk e Ingo sobre unamplio camastro.

Aparté a Karee dejándola a un lado,me puse en pie y fui a por algo de aguapara limpiarme el rostro. Me puse unospantalones y cogí un kirtle, sin pensarlosalí de la gardr. Ya era capaz de verlotodo como debía ser, ellos no eran nada,no eran mi familia, estuvieron junto a micuando no estaba bien, pero solo por elinterés, necesitaban ganar aquellabatalla, me necesitaban para liderar asus gentes en el terreno. Pero nada más.Los únicos que habían permanecidojunto a mi habían sido aquellos quevivian en estas lands, ellos habíancuidado de mí cuando lo había

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necesitado, Gala lo había hecho.Realmente ni siquiera sabía por qué

había traído conmigo a Karee, tal vez enaquel momento la necesité para tapar laausencia de Gala, pero ya no iba aservir para nada.

Me sentía furioso conmigo mismo,no podía creer que hubiera hecho todopor Gala, por herirla, por ver comosufría viéndome con otra mujer… Todolo que había creído durante el tiempoque no estuve era incierto. Pensé que mehabía traicionado con aquel hombre, talvez no lo hiciera, a lo mejor tenía razóny solo era por saber cuándo atacaríannuestro heimr. Desde que llegué nohabía dejado de lastimarla, creía tener

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derecho a hacerlo igual que ella mehabía herido a mí.

Corrí por el camino de tierra que ibahacia el centro del poblado, llevaba elkirtle aún en la mano, pero no meimportaba solo quería verla a ella,necesitaba saber que estaba bien, saberqué era lo que había ocurrido anoche.Había ciertas cosas que se quedarongrabadas en mi mente y en mi corazón.Verla llorar y como rogaba mi perdónhizo que cayera a sus pies, solo ella ibaa poder levantarme.

Me dirigí hacia la gardr de Linna,allí pasó todo el día desde que la golpeeen el vangr, ni siquiera sé por qué lohabía hecho, no quería herirla, no así,

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pero estaba tan furioso, tanto que fuedemasiado. Me di cuenta de que seguíaamándola a pesar de todo lo que habíahecho conmigo, aquello fue lo más duro.Desde que llegué solo me habíaenfrentado a ella, con la mujer a la queamaba y que amaría durante toda miexistencia.

Golpeé la puerta insistentemente,cuando esta se abrió apareció Bror sinnada encima, solo con unos pantalonesenseñando su gran barriga. Me miró dearriba abajo, no pude evitar dejar ir unacarcajada al ver cómo iba. Este melanzó una mirada llena de repulsión yrabia, entonces sonrió. Se aclaró lagarganta y entró de nuevo, al salir

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llevaba puestas unas pieles que lecubrían prácticamente al completo.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó seriamente.

Me aclaré la garganta yo también,parecía que no me salía la voz, mismanos empezaron a temblar y el corazónme latía frenético.

—Yo… —Fijé mi mirada en la suyay cogí aire—. Vengo a ver si está Galaaquí, como pasó parte del día y lanoche… —Le expliqué a la vez que mepasé las manos por el pelo—. Pensé queestaría aquí.

—Entiendo.—¿Está o no está? —añadí nervioso.Me lanzó una última mirada algo

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extraña, se dio la vuelta echando unvistazo en el interior y me miró denuevo.

—Aguarda aquí.Se giró, entró de nuevo en el interior

de la gardr sin cerrar la puerta,desapareciendo en la oscuridad. Podíaescuchar como hablaba con Linna,estaba molesta, hablaban losuficientemente bajo como para que nopudiera escucharles. Tras eso oí comose acercó a la entrada.

—Heill, Linna —le dije con unasonrisa.

—¿Qué haces aquí?—Vengo a por Gala.Hizo como su padre, una mueca, me

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miró de arriba abajo y torció el gestoaún más si podía ser.

—¿Qué haces así?Me miré y entonces me percaté de

que aún no me había puesto el kirtle, porlo que iba sin ropajes.

—He salido corriendo…Se quedó callada mirándome como

su madre, Elsa, que no dejaba dellamarla para que entrara a comer.

—Se ha marchado a su gardr, a ver aHammer.

Asentí, me acerqué a ella y la beséen una mejilla, sonreí y me marchécorriendo hacia la gardr de Gala. Nadaiba a detenerme, aunque al pasar frente ala mía me encontré con Karee asomada a

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una de las ventanas, observando lo quepasaba por el camino.

—¿A dónde vas? —gritó.—A ti no te incumbe.Seguí corriendo por el camino de

arena hasta que estuve frente a laentrada. Un escalofrío recorrió todo micuerpo haciendo que el nerviosismo seapoderara de mí, provocando que mismanos se humedecieran. Mi corazón ibatan deprisa que sentí que me faltaba elaire.

Alcé una mano, intentando llamar laatención de Gala, pero hubo algo quehizo que la bajara y me quedaraplantando frente a la puerta. Me quedépensando en qué iba a ocurrir nada más

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verla. Si fuese Hammer quien abriera lapuerta era capaz de dejarmeirreconocible por el golpe que le di a sudóttir. El respeto que le tenía aumentabaa cada paso que daba, cada vez temíamás el día en el que decidiera librarsede mí.

Intenté calmarme, necesitaba verla,saber que estaba bien y que lo queocurrió anoche no fue un sueño, unadulce y perfecta ilusión creada por micabeza. Alcé la mano de nuevo y divarios golpes.

Escuché como Hammer le pidió queabriera la puerta. Estaba nervioso,demasiado. Era uno de los mejoresguerreros de toda nuestra land, ¿acaso

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iba a temerle ahora al hersir? Sí, a pesarde ser un buen guerrero el hersir podíaser el peor de todos los hijos de Lokicuando debía proteger lo suyo.

—Egil… —susurró Gala al verme.Antes de que pudiera contestarle se

abalanzó sobre mí y me abrazó comonunca antes lo había hecho. Noté sucuerpo ardiente contra el mío dándomela calidez que no había tenido desde queme fui. Cuando se separó de mí, se alzócomo pudo y nos unió en un beso.

—Vaya... —dije aturdido—. Heill,mo kottr.

Esta sonrió más contenta de lo quejamás la había visto. Su pequeño cuerpovolvió a pegarse al mío, antes no

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parecía tanta la diferencia, pero amboshabíamos cambiado, ella parecía másmenuda ante mí. Bajé la mirada y vicómo se cobijaba bajo mis grandesbrazos que la envolvían para que nuncavolviera a separarse de mi lado.

—¿Vienes conmigo? —pregunté conla barbilla pegada a su coronilla.

—¿A dónde?—Vengo a buscarte en un rato,

prepárate —le dije sin explicarle nadamás.

Dio un salto, se alzó y me besó denuevo en los labios. Al darse la vuelta,le di una palmada en el trasero,haciendo que inmediatamente se giradahacia mí, no pude evitar sonreír, así que,

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ella me respondió sacando la lengua.Fui hacia mi gardr, al entrar me

encontré de nuevo con Karee. Estabasentada en uno de los asientos con losbrazos cruzados bajo sus pechos,enfadada, muy enfadada. Me miró conmala cara de arriba abajo e hizo unamueca.

La ignoré, no iba a servir de nadaexplicárselo, lo que hiciese o dejase dehacer solo me incumbía a mí. Me puse elkirtle, y estiré las pieles del jergón.Cuando ya lo había hecho, me deshicede la trenza que sujetaba mi cabello, lohumedecí y lo peiné volviéndola ahacer. Nada más ver que había colocadobien las pieles, Karee se tiró encima

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para desmontarlas.—¿Qué es lo que quieres, Karee?Se acercó a mí pegándose a mi

espalda, pasó sus manos por debajo demis brazos y me abrazó. Me besó en elhombro acercando su nariz a mi piel,oliéndola. Esta era más alta que Gala,por lo que llegaba a todos lados sintener que alzarse. Ladeé la cabeza y laaparté, no quería que me tocara.

—¿A dónde vas?—Al bosque, necesito despejarme.—¿Has ido a ver a esa maldita

hundr? —preguntó de maneradespectiva refiriéndose a Gala.

Sin pensarlo dos veces me di lavuelta y la golpeé con tanta fuerza que

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cayó de culo al suelo quedándosetumbada en él. La mano se le habíaquedado marcada en la mejilla y unaamarga lágrima se escapó de uno de susojos.

—¿Qué es lo que has dicho? —Lareté.

—Vas a verla… —aseguró en vozbaja—. Vas a ver a esa fulana… ¡Ella nomerece tenerte, mi amor! —gritó entredientes.

La agarré del cuello del vestido quellevaba y la puse en pie dejando que susojos quedaran a la altura de los míos.Hice que su espalda chocara con fuerzacontra la pared de madera y apreté losdientes encolerizado.

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—Repítelo —gruñí ferozmente.Esta me dijo que no con la cabeza

repetitivamente, pero vi en su miradacomo no iba a rendirse así como así,lucharía por algo que no era suyo hastacansarse. Si se le ocurriera hacerle algoa Gala, acabaría con ella, si es que mikottr no lo hacía antes.

Me escupió manchándome la caracon su saliva, igual que hizo con Galacuando yacía en el jergón de Linna. Latiré al suelo con tan mala suerte queacabó golpeándose contra este,quedando inconsciente. La acerqué a unode los postes de madera que había en lagardr, cogí una cuerda y la até. Seguroque ya no iba a volver a moverse.

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—Ni se os ocurra soltarla —lesadvertí a los otros dos, quienes memiraban temerosos.

—No, señor.—Hans —llamé al thraell—.

Vigílalos —le pedí en voz baja.—Sí, drottin.—Vigiladla —les ordené.Los dos asintieron a la misma vez y

se quedaron callados observándome.Guiñé un ojo a Hans, solo confiaba enél. Cogí un trozo de tela, la mojé en elagua y me limpié. Tras eso salí de lagardr enfadado, no quería volver a herira Gala, pero necesitaba verla, deberíaesperar para estar con ella, pero nopodía.

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Cuando llegaba a su gardr, escuchécomo desde la lejanía Karee empezó agritar, había despertado demasiadopronto y estaba desesperada por salir deallí. Padre bajó por el mismo caminopor el que yo iba, por lo que podíaescucharle perfectamente. Hizo unamueca y me miró.

—¿Qué está ocurriendo ahí?—Karee me ha faltado al respeto —

espeté—. Está atada a un poste —le dijecon total normalidad.

Frunció el ceño, no estaba del todode acuerdo con lo que había hecho, perono me importaba, era libre de hacer loque quisiera y más con ella.

—¿Qué pasa, faðir?

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—Sé que ha hecho mal, pero no latengas mucho atada.

Asentí tranquilamente, le di un golpeen la espalda y me encaminé de nuevohacia la gardr de Gala. Desde mi vuelta,los lazos que me unían con padre habíancambiado por completo, el hecho dehaberme marchado nos unió más quenunca, ni cuando era niño estábamos tanjuntos.

Di varios golpes en la puerta, cuandose está abriendo me puse nervioso, teníaunas terribles ganas de verla.

—¿Estás preparada? —preguntémientras la abría, y me di cuenta que eraHammer quien estaba abriendo lapuerta.

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Antes de que pudiera decir nada, elhersir me dio un buen golpe en la boca,por lo que dejé ir un profundo gruñido.Gala era igual que su padre, tenían losmismos golpes, solo que Hammer teníamás fuerza. Di varios pasos hacia atrás,por suerte no tropecé con nada. Galaasustada por el quejido, salió fuera yregañó a su padre.

—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó enfadada.

—Se lo merecía —aseguró con lavoz entrecortada.

La raudhárr se acercó a mí condesesperación, me acarició la zona en laque me había golpeado su padre.

—¿Estás bien?

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—Sí, tranquila —abrí la boca unpoco más de lo normal.

El hombre pasó junto a nosotros y semarchó hacia el centro del pueblo,acabaría encontrándose con padre.Aparté un poco a Gala y fui tras él,cualquiera habría dicho que habíaperdido la cabeza.

—Hammer, espere —le pedí.—¿Quieres otro, muchacho? —

inquirió con rabia.Le dije que no con la cabeza, sus

ojos podían dejarme ver la ira quesentía por dentro, esa que sentía sobremí.

—Me gustaría disculparme.Vi cómo se sorprendió, no se

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esperaba que fuese a disculparme, yaque alzó las cejas y abrió bastante losojos asombrado.

—Señor… —Empecé—. Lamentomucho haberle hecho tanto daño a suhija, pensé que me había traicionado,pero en realidad no lo había hecho, soloquería protegerme de aquellos quequieren atacarnos —aseguré con pesar—. Mi único deseo ahora es hacerla tanfeliz como me sea posible.

Gruñó pero no dijo nada, meobservó y asintió lentamente, ypermaneció en silencio esperando a quesiguiera.

—Deje que me ocupe de ella,necesito compensarle por todo lo

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ocurrido, no puedo dejar así las cosas.—Está bien —dijo seriamente—.

Haz que vuelva a llorar y cumpliré loque te dije, no habrá reino en el quepuedas esconderte. —Me amenazó.

—Sí, señor, puede estar tranquilo.Asintió y sin decir nada, se marchó,

hasta que en la lejanía vio a padredirigiéndose hacia la gardr de Göran,por lo que fueron los dos.

Gala se acercó por mi espalda, labesó y se alzó. Aproveché paraagarrarla y subirla encima de mí. Rodeómi cintura con sus delicadas piernas yme sujetó con fuerza.

—¡Vamos!La miré por el rabillo del ojo y pude

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ver como una enorme sonrisa iluminabasu hermoso rostro. Nunca podríaencontrar una mujer tan perfecta comoella, tan hermosa y completa, fuerte,valiente, con coraje y honor, y con ladulzura que desprendía con una solamirada.

Me reí contento por tenerla conmigode nuevo, me moví por el caminoandando de un lado a otro, hasta queentramos al interior de la gardr. La dejéen el suelo y cuando iba a preguntarle siestaba preparada para marcharnos melanzó esa mirada de kottr que tenía,llena de deseo y perdición.

—Podríamos dejar lo que tengaspensado para otro momento, ¿no crees?

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—preguntó con esa voz rasgada que mehacía perder la razón.

No dejaba de sorprenderme. Mecogió de la mano, dio varios pasosadelante y con una sola mirada me incitóa acabar de entrar en su gardr. Movía lacintura de un lado a otro, los ropajeseran más grandes de lo normal,holgados, pero en su cuerpo parecía lomás tentador de todo el Midgard. Hizoque diéramos la vuelta, cerró la puertade un golpe y delicadamente empezó abesarme. Sus manos recorrieron micuerpo hasta que se deshizo de mi kirtle,el cual me había puesto únicamente parair con ella, y me envolvió con su calor,con su cuerpo.

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—No sabes cuánto he anhelado estemomento —susurró, y tras eso empezóun reguero de besos que fue desde micuello hasta mi boca y después por loshombros, el pecho y mi vientre.

Se detuvo en el límite entre lospantalones y el resto de la piel que seocultaba tras la tela. Mi cuerpo ardía enllamas, tanto que el sudor empezó anacer en mí, iba a volverme loco tansolo con unas caricias. El corazónempezó a latirme con más fuerza y unaterrible presión se creó en mi pantalón,la cual no pasó desapercibida a los ojosde Gala.

Coló dos dedos pegados a mi pielpara deshacerse de ellos. La detuve para

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que no me los quitara no podía ser tanveloz, no ahora que había vuelto. Queríacuidarla, cobijarla como no había hechodurante todo ese tiempo. Puse la manosobre este y lo subí, lo que hizo que unamueca de inconformidad se dibujara enel rostro de mi valkyrja.

—¿Qué ocurre? —preguntóponiéndose en pie a la vez que colabauna de sus manos entre la tela.

Dejé ir un leve gruñido al notarla.Los dioses iban a desear ocupar milugar entre sus manos.

—Aguarda Gala —le pedí.Estaba impresionado, no reconocía a

mi dulce mujer que ahora parecía unkottr sin control. De un salto hizo que la

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cogiera, rodeándome con sus largaspiernas, apoderándose de mi cuello,besándolo, lamiéndolo y dándoledelicados mordiscos que acabaron porconvertirse en latigazos de placer que segrababan a fuego en mi piel.

—¿Por qué quieres esperar, Egil?Negué con la cabeza, no quería

hablar, solo quería escuchar comojadeaba y gemía por mí, pero la cabezame rogaba que me detuviera.

—Déjame a mí, raudhárr —dijebesándola una y otra vez.

Esta al separar nuestros labios,centró su mirada en la mía y me observóllena de anhelo y ansia. Aparté laspieles que había sobre el jergón, y la

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tumbé sobre él. Me senté junto a ellapasándole las manos por el cabello,acariciando sus mejillas, paseando misdedos por sus labios hasta que acabébesándola. Me cogió la manopidiéndome que ocupara mi lugar entresus sagradas piernas.

Me centré en sus labios, rojos ehinchados por los besos, tenía la bocaentreabierta y su respiración se habíavuelto agitada haciendo que su pechosubiera y bajara alterado. Coloqué mismanos sobre sus pechos acariciándolos,mimándolos, podía sentir como sucorazón iba cada vez más deprisa.

—Egil… Por favor, te necesito —merogó.

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—No, aún no.Bajé una de mis manos, mientras que

con la otra me mantenía alzado para asípoder observarla bien y no aplastarlabajo mi cuerpo. Gala dejó que susmanos descendieran por su vientre, hastallegar a la tela que cubría sus piernas, yla subió dejándola a la altura de sucintura. Sonrió pícaramente. Fueentonces cuando me di cuenta mientrasla miraba, que no debería habermemarchado, porque sin ella ya no habíavida posible, no había nada quemereciera la pena si no podía tenerlaconmigo, si no podía compartirlo todocon ella.

—Eres la mujer más hermosa que he

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visto en toda mi vida, Gala —le susurréal oído.

Tenía la cabeza algo agachada, y alalzarla vi como sus mejillas se habíanvuelto rojizas.

—Mo víkingr —murmuró ella—.Eres mío, vikingo.

—Siempre lo he sido —murmurérindiéndome de ella.

Me abrazó con fuerza y tras eso vinoun beso, después otro y muchos más. Nosé cuánto iba a aguantar respetándola,pero tenía que intentarlo. La mano queantes había subido las telas se colabaentre nosotros, posándose sobre su sexoardiente que no hacía más que clamaratención, aquella que aún no le había

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dado. Uno de mis dedos se coló entresus pliegues y empezó a acariciarla.Desesperado la mimé como se merecía,como mi mujer merecía. Sí, ella era mía,solo mía.

Sus ojos se abrieron tanto comopudieron cuando uno de ellos invadió suinterior abriéndola poco a poco,preparándola para lo que estaba porvenir, dejó ir un profundo suspiro queme hizo sonreír. Mientras tenía unodentro de ella, seguía acariciándola, a lavez que la besaba ansioso, adorando labondad de sus labios y el amor quehabía en cada uno de sus besos.

Algunos gemidos se escaparon de suboca mientras quedaban completamente

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capturados por la mía. Estaba losuficientemente preparada como paradarme la bienvenida que merecía, queríadarle el placer que le debía.

—Por favor, Egil —volvió arogarme.

Aquella vez no se rindió, metió lamano por dentro de mi pantalón yempezó a acariciarme, lo que provocóque varios gruñidos se escaparan de miinterior. Ronroneaba como una auténticakottr, mientras me besaba. Ya no podíamás, me iba a hacer perder el sentido,tanto que la tela se rasgaría en cualquiermomento. Con una mirada le pedí quesiguiera, que se deshiciera de ellos y meacerqué a ella entrando en su interior.

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—Por Freyja —consiguió decir—.No… No lo recordaba así…

Sonreí orgulloso y la besé en loslabios. Empezamos a movernos, ellaestaba tan cerca de rozar el Valhalla queempezó a temblar al sentirme. Hacíatanto que no estaba así con ella, desdenuestra última noche juntos no habíayacido con nadie, salvo la otra noche,cuando apenas disfrutó.

—Espérame —le susurré.Hizo una mueca y vi como sus labios

se enrojecían ante la presión que sentíaen su interior y el placer que le creaba.Parecía desesperada, necesitaba llegar.

—Mi hermosa mujer, mi cuerpo, mialma y mi mente son todo tuyos —gruñí

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contra su oído—. Dame lo que mepertenece.

Poco después mi joven mujer se dejóir entre gemidos y jadeos llamándome.Su interior me arrastró con ella. Al salirnoté un extraño cosquilleo, me tumbé asu lado mientas me abrazaba y besabami hombro. Le pasé uno de mis brazospor debajo dejando que se apoyara enél, hasta que acabó por quedarsedormida acurrucada junto a mí, hecha unovillo.

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Abrí los ojos poco a poco y vi comoGala me observaba curiosa con unahermosa sonrisa en sus labios. Me besóla frente y volvió a sonreír, no sabíacuánto había estado durmiendo, pero lanoche había caído sobre el poblado,había oscurecido y no íbamos a poderhacer lo que había pensado.

—Te adoro —dije con la mirada fijaen sus ojos.

Alcé un poco la cabeza y la besé. Vi

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cómo se mordió el labio, lo que hizo quequisiera ser yo quien lo hiciera. Laagarré por la cintura y la coloquéencima de mí. Cuando notó como mimiembro clamaba su atención sesorprendió. Nada más despertar yaestaba ansioso de ella, todo este tiemposeparado de mi hermosa mujer habíahecho estragos en mí. Se estiró sobre micuerpo pegando su boca a la mía, y selamió los labios, lo que hizo que lahoguera que tenía dentro ardiera conmás fuerza. Mientras me besaba ibarestregándose contra mi sexoacariciándolo, lo que ocasionó quedejara ir un gruñido.

—Delicioso —susurró Gala al

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capturarlo en su boca.Sonrió haciendo que perdiera el

sentido. Vi como desaparecía bajo laspieles, sintiendo como ibadeshaciéndose del cinto que sujetaba mipantalón, no la creía capaz de lo queestaba por hacer. Apreté los dientes confuerza, a la vez que notaba como ibadeshaciéndose de las telas que mecubrían lamiendo mi erección de arribaabajo.

—Por los dioses…Aún no había hecho nada y ya la

necesitaba conmigo. Sentía una terriblenecesidad de ver lo que estabahaciendo, así que, me deshice de laspieles que le cubrían y se las dejé sobre

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su espalda para que no tuviera frío. Alzóla vista lo suficiente como para quepudiera ver como la observaba.

Dejé ir un profundo gruñido, aquellamujer era capaz de hacer que perdiera elsentido con dos lametones. Queríatenerla conmigo, no podía dejar quesiguiera así o acabaría perdiéndolotodo. Pasé mis manos por su rostroacariciándola, pidiéndole que mehiciera caso. Con un ligero movimientode cabeza le dije que no, la cogí de lamano tirando de ella pero me lo negó.Apartó mi mano y siguió haciendo loque quería. Mi respiración se volvióagitada, mucho, más de lo que ya loestaba.

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—Gala —susurré mediante ungruñido— Gala… —Repetí.

Si no se detenía acabaría por perderel sentido. Pero no lo hizo, no se detuvo.Vio como mi cuerpo se tensaba, comoestaba preparado para rozar el Valhalla.En sus ojos pude ver el deseo y el ansia.

—Vamos, guerrero —susurró.No pude esperar más, la agarré del

cabello y fui yo quien no la dejémoverse. Iba a arrepentirse de lo quehabía hecho. Me dejé llevar por un granoleaje de placer que estaba arrasandoconmigo.

Sonrió orgullosa, se mordió uno delos dedos, subió mis pantalones y secolocó junto a mí. Me besó y antes de

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que se diese cuenta o pudiera resistirse,le di la vuelta dejándola bajo mi cuerpo,ya no podría escaparse.

—Ahora me toca a mí, kottr.Se pasó el dedo que antes mordía

por el labio, luego se lo metió en laboca y acabó mordiéndolo. Sonriópreparada para mi asalto. Cuando fui adeshacerme de las telas que le envolvíanme percaté de que ya no llevaba nada,parecía estar más que preparada paramí. Alcé la vista al darme cuenta de loque había hecho. Dejó ir una carcajadaante mi gesto e inmediatamente se pusola mano en la boca.

Volví a ella, dejé que mi lengualamiera cada uno de sus rincones

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mientras mis dedos la acariciaban, hacíalo que quería con ella. Gala alzó laspiernas levemente para que pudieradarle más placer. Su pecho empezó asubir y bajar lentamente, intentabacontrolar su respiración. A cada cariciaque daba, su cuerpo temblaba a causadel placer. Abandoné la parte baja,mientras iba lamiéndola fui recorriendosu cuerpo hasta llegar a sus pechos loscuales acaricié delicadamente. Los lamí,mordisqueé y mimé, primero uno y luegoel otro. Mi valkyrja alzó las caderasseñalándome lo que quería, mientras memiraba con la boca entreabierta.

—Oh, Egil —murmuró cuando volvía lamerla.

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Esta vez adentré dos de mis dedos enella, a la vez que iba lamiéndola dearriba abajo. Noté su desesperación,volvió a moverse para que fuese másdeprisa y que así aquella torturaacabara, pero no quería que fuese tanrápido. Ella no me había obedecido, asíque, sufriría las consecuencias.

—Te lo ruego, Egil… —Me suplicó.No hice caso a lo que me pedía,

seguí lamiéndola con delicadeza,llevándome conmigo todo su placer.Moví los dedos en ella haciendo queacabara por aceptar su placer, dejandoque su cuerpo temblara. Atrapé toda sudicha, me relamí y la limpie.

Estaba preparado para seguir, para

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darle todo aquello que había guardadopara ella. Así que, me coloqué entre suspiernas y poco a poco fui entrando enella, notando como aún estaba tansensible que un simple roce haría quedesfalleciera.

—Vas a hacer que pierda lacabeza… —Gruñó.

—Eso quiero, raudhárr.Fui moviéndome en ella mientras

ambos no podíamos evitar dejar ircientos de gimoteos como si no hubieraotra forma de dejar ir todo lo quellevábamos dentro. Tanto tiemposeparados no nos había hecho ningúnbien. Había ansiado durante tantos díasque aquel momento llegara, el tenerla

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sola para mí.—Eres mía, raudhárr —le dije—.

Dilo —le ordené.—Soy tuya, mi vikingo.Aquello último me hizo perder el

sentido, la agarré de las muñecas y entréen ella con fuerza una y otra vez,escuchando como iba deshaciéndose,como pequeños quejidos se escapabande su boca. Al estar tan débil no tardóen mirarme ansiosa, era lo único quenecesitaba, ver como su hermoso rostrose había vuelto el mismísimo reflejo deFreyja. Aunque ella llegaba a ser aúnmás hermosa que la diosa, estaba llenade gozo y deseo.

—Te quiero, mo víkingr —ronroneó.

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Algo tan simple y sencillo, unadeclaración de amor, hizo que ambosnos perdiéramos el uno en el otro,mientras ella me besaba y mordía mislabios. Después de salir me quedétumbado boca abajo, mientras notabacomo sus delicadas manos dibujaban loque llevaba en mi espalda.

—¿Qué es? —preguntó seria.No hice caso a lo que decía,

tampoco tenía ganas de explicarle lo quehabía ocurrido, ni por qué lo hice,aunque tarde o temprano volvería apreguntar y conociéndola acabaríaenfadándose.

—Quiero saberlo —dijo molesta.—No es nada, mujer.

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—Sí, si lo es —murmuró—. Svara71.

Dejé ir un profundo suspiro, me di lavuelta y vi como su rostro estaba serio.Frunció el ceño al ver que no lerespondía, y no pude hacer nada más queexplicárselo.

—Está bien —dije sin ganas—.Cuando me marché estaba dolido,hundido, enfadado conmigo mismo,contigo…

Asintió a la vez que suspiraba, perono dejaba de atenderme.

—Sigue —me pidió.—Estuve en el bosque, torturé a

aquel hombre. Le hice llorar, le cortéuna pierna y lo dejé sin dedos, tenía

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miedo a convertirme en algo que no era,tenía miedo de hacerte daño a ti —añadícabizbajo—. Hablé con padre, y meayudó a marcharme —cogí aire y lo dejéir—. Estando con ellos, preparados paraatacar, un águila vino a mí, aquelindomable ser que jamás nadie habíaconseguido acariciar vino a mí, y seposó sobre mi hombro lo que hizo que elpueblo de Ragnarr me respetara aún más—recordaba aquel día a la perfección—. Luché con ellos, los ayudé a vencerlas primeras batallas, por lo que decidíque quería llevar las alas de arnar,aquel hermoso animal que me dio valor.El dolor hizo que la angustiadesapareciera poco a poco, me hizo

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olvidarte… Hasta que volví.Se quedó callada con los ojos llenos

de lágrimas, entristecida, sé que nolloraría pero la historia había movidoalgo en su interior.

—Será mejor que descansemos —susurré.

Le di un beso en la mejilla, cuandofui a darme la vuelta me agarró delbrazo haciendo que no me girara,dejándome boca arriba. Me dio unardiente beso en los labios y se acurrucójunto a mí.

A la mañana siguiente, cuando abrílos ojos ella no estaba, las mantasestaban todas encima de mí, menos unaque había en el suelo. Miré a todas

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partes y vi que Hammer tampoco estaba,tal vez nos escuchó. No me importabaque lo hubiera hecho, pero algo medecía que no iba a estar demasiadocontento con ello. Me senté sobre eljergón, me coloqué bien los pantalones yvi como Gala apareció envuelta en telas,con el cabello empapado. Algunas gotasrecorrían por ese hermoso cuerpocreado por los dioses.

—Heill, kottr —susurré perdido ensu belleza.

—Heill, Egil —me imitó sonriente.Se acercó a mí, se arrodilló sobre

las pieles y me abrazó a la vez queresiguió las alas de arnar con los dedos.

—¿Has podido dormir bien? —

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preguntó cuándo nos separamos.Asentí desconcertado, era tan bella

que era capaz de hacer que olvidaratodo, que tan solo ella me importara. Sino fuera porque teníamos que ir al vangrjunto al resto, no dudaría en volverla ahacer mía una vez más.

Me dio un golpecito en el hombropara que cayera hacia atrás sobre eljergón, se sentó sobre mi cintura,empezó a besarme lentamente el pechosubiendo por mi cuello y acabó en miboca.

—No, kottr… —murmuré luchandocontra mis instintos.

Esta frunció el ceño, se puso en piemalhumorada, al parecer quería

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exactamente lo mismo que yo. Fue haciael cuenco de agua y se quedó allí,deshaciéndose de las gotas que aún lerecorrían. Me levanté, me acerqué a ellapor la espalda y besé su hombro, sucuello y sus mejillas.

—No es que no quiera, pero nosecharían en falta —le susurré al oído.

No dijo nada, permaneció calladacon la vista fija en la madera. Comoparecía no prestarme atención, bajé unade mis manos hacia su cadera,adentrándome entre sus piernas, dejandoque mis dedos entraran en ella. Dejó irun leve gimoteo y giró la cabeza paramirarme. Adoraba verla disfrutar en mismanos. La acaricié, al ver como su

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respiración cambiaba y cómo su cuerpogritaba mi nombre toda idea se escapade mi cabeza. Aparté la mano y la dejédonde estaba.

—¿Qué crees que haces? —gritómolesta.

No pude evitar reír, venía detrás demí hasta que me alcanzó y me golpeó enla espalda con fuerza.

—Luego te recompensaré, mi salvajemujer.

Dejó ir un gruñido enfadada. Sonreí,me puse el kirtle y esperé a queterminara de colocarse los ropajes.

Cuando estuvo preparada, me cogióde la mano y tiró de mí hacia fuera de sugardr. Estábamos a mitad de camino

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cuando vi como Karee salió de la mía,junto a ella iba Kirk e Ingo. Fuimoshasta donde se encontraban, pero antesde que pudiera decir nada, Gala mesoltó la mano y se abalanzó contra lathraell. Le dio un fuerte empujón, lo quehizo que acabara cayendo en el interiorde un agujero lleno de agua formado porla lluvia del día anterior.

Observé como Gala la miraba desdearriba. No iba a hacer nada pordetenerlas, ella misma se lo habíamerecido y solo mi kottr podríacobrarse su propia venganza. Esta seirguió sacando pecho, y empezó a reír.Sin que pudiera darse cuenta, Kareedesde el suelo movió uno de sus pies

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haciendo que cayera al suelo, pero porsuerte no se mojó, aunque no tardómucho en hacerlo, ya que acabótirándose encima de la otra llena derabia, tanta que la agarró del cabello yla golpeó contra la tierra, lo que me dejóperplejo. Tras eso le devolvió el gestoque le había hecho cuando estabaindefensa. De repente, se llevó la manoa la bota y sacó un pequeño knífr hechode madera y hierro. Acercó la hoja deeste al nacimiento del cabello y lo rasgótodo, dejándola prácticamente sin él. Lotiró al suelo, y le colocó la mano sobreel cuello ahogándola. Ninguno denosotros nos atrevimos a ponernos frentea Gala. Colocó el knífr de nuevo sobre

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su cuello acercándose a ella hasta pegarsus frentes.

—Aléjate de aquí, o acabaré contigo—rugió como una auténtica salvaje.

Karee dejó la vista en los ojos deella. Me aproximé por detrás de las dos,le coloqué la mano sobre el hombro deGala y esta rápidamente se giró paramirarme. Tenía los ojos oscuros, apenasse podía ver el verdor que solían tener.

—Ya está, mo kottr —le dije.Asintió, pero no la soltó, esta vez

puso el knífr sobre el hombro derechode la muchacha fagrhárr y le hizo doscortes formando una cruz. Gala sonrió yantes de levantarse le dijo algo más: —Él es mío, ahora y siempre.

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Se puso en pie, y volvió a mirarla.La muchacha estaba asustada, apenaspodía ponerse en pie, pero cuando lohizo Gala volvió a por ella.

—Márchate o terminaré lo que hedejado a medias —siseó entre dientes.

Esta asintió aterrorizada, se colocóbien los ropajes, los cuales teníaempapados de agua y entro en la gardr.Gala se puso a mi lado y me cogió de lamano esperando a que dijera algo.

—Kirk e Ingo, me desobedecísteis,regresad junto a Ragnarr, podéisquedaros con Karee y haced lo quequeráis.

Dejé a Gala y entré en el interior dela gardr detrás de Karee, quien se había

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sentado sobre el jergón y llorabadesconsoladamente.

—¡No la has detenido! —gritó.—No debía hacerlo, te lo mereces.Me miró llena de ira y rabia.—Espero que a mi vuelta no estés

aquí —dije con seriedad.Asintió, se secó las lágrimas, tenía

los ojos rojizos de haber llorado, de laagonía que había nacido en ella, pero selo tenía más que merecido. Me di lavuelta y me marché con Gala.

—Iros antes del atardecer —les dijea los dos guerreros.

Agarré la mano de mi mujer y nosencaminamos hacia el centro del pueblo,quería darle algo que tenía guardado

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para ella.—¿Qué ha ocurrido? —preguntó

curiosa.—Le he dicho que se marche antes

de que vuelva.La muchacha no dijo nada,

permaneció callada, algo ausente lo quehizo que me preocupada.

—¿Estás bien?—Sí, tranquilo —contestó con una

dulce sonrisa—. ¿A dónde nosdirigimos?

—Tengo algo para ti.Cuando llegamos frente a la gardr de

Bror hice que se detuviera, di variosgolpes en la puerta. Nadie nos recibióhasta que ante nosotros apareció él,

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quien nos miró asombrado, ya que haciademasiado tiempo que no nos veían así.

—Vaya… Heill —dijo con su gravevoz.

—¿Tienes lo que te pedí? —Lepregunté.

El hombre dijo que sí con la cabeza,nos hizo un gesto para que nosquedáramos en la entrada, así ella novería de qué se trataba. No tardó muchoen salir de nuevo. En una de sus manosllevaba algo envuelto en un trozo de telarojiza con algunos bordados de oro,como el vestido más hermoso de Gala.

Me lo dio, le di un golpe en elhombro y no nos dijimos nada más. Elhombre se quedó esperando en la puerta,

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para ver la reacción de la muchacha. Lamiré a los ojos y vi como estaba ansiosapor saber qué era lo que escondíaaquella tela. Cuando fue a cogerla deentre mis manos, la eché hacia un ladopara que no llegara.

—¿Qué es?—Kottr, quiero que lo olvidemos

todo.Me miró confusa, pero aun así

aceptó lo que iba diciendo, asintió sinapartar la mirada de mí.

—Olvidar todo… —Repitió.—Sí, quiero olvidar todo este mal

que ha habido entre nosotros —dijecogiendo aire—. Quiero darte algo,consérvalo pase lo que pase,

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¿entendido?—Sí —dijo con los ojos llenos de

lágrimas.Fui deshaciéndome de la tela y de

entre sus pliegues salió un hermosobrazalete de plata, en el que habíatallado un hermoso kottr de ojos verdesiguales a los de ella. Con la mano quetenía libre, la agarré por la muñeca condelicadeza y le coloqué su nuevo tesoro.Unas pequeñas gotas empezaron adescender por sus mejillas, empapandosu kirtle.

—¿Qué te pasa? —susurré contra suoído, mientras la abrazaba.

—Es hermoso…—Como tú, mi bella valkyrja.

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Posó sus manos a ambos lados de mirostro y me besó con dulzura, tras elbeso miró el brazalete, luego a mí y meabrazó sin dejar que nos separase.

—Gracias, Egil, gracias.Clavó de nuevo su mirada en el

presente, repasó cada una de lashendiduras que había en él, hasta que sedetuvo en las piedras verdes quesimulaban los ojos. Bror había hecho ungran trabajo, nunca pensé que con tanpoco tiempo fuese a tener algo tan bello.Había dejado a un lado todo su trabajopara conseguir prepararme estahermosura.

—¿Esperas aquí un momento?—Claro.

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Volví hacia la puerta de la gardr deBror y le di un fuerte abrazo.

—Gracias, es un tesoro.—Un placer, Egil, me alegra haber

visto cuanto le ha gustado.Le di un apretón de manos y volví

junto a ella quien me esperaba sentadasobre las piedras del pozo. Caminamossin rumbo, en realidad deberíamos deestar en la vangr de caza, pero no teníaintención alguna de ir. Nos acercamos asu gardr para que pudiera cambiarse deropajes ya que se había empapado altirarse sobre Karee.

Al entrar vimos que todo estabaesparcido por el suelo, revuelto, algunascosas estaban manchadas y otras incluso

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rotas. Había sido ella, estabacompletamente seguro.

—Maldita… —espetó Gala—.Espero que Loki se la lleve junto a Helaal Helheim porque se lo merece.

—Tranquila —intenté calmar a lafuria que sentía por dentro—. Yo meencargo.

Salí de la gardr a toda prisa. Kareesabría lo que había hecho, Gala nodejaría que se marchara así como así.Cuando estaba llegando me di cuenta deque Gala me pisaba los talones, ademásde que ella era la primera en llegar a losestablos y montar en Regn, sin nisiquiera ponerle las riendas. Fui trasella siguiendo sus pasos, sabía tan bien

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como yo que no andaría muy lejos.Nos acercamos al bosque, miramos

por todas partes pero no se veía nada.Se adelantó y fue quien la encontró nomuy lejos de la vangr. Pude ver desde lalejanía como algo ocurría, Gala habíallegado a donde estaba. Me aproximé aellas, lo suficiente como para poderobservar lo que estaba pasando. Miraudhárr estaba frente a la thraell,quien se estaba quedando colgada en elaire, como si algo la sujetara. No habíani rastro de Kirk e Ingo lo que mesorprendió.

Al llegar pude verlo todo con másclaridad. Varias cuerdas, o que loparecían hechas de rayos de tormenta la

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alzaban, atándola por las muñecas y lostobillos. Karee no dejaba de gritar llenade terror mientras Gala la amenazaba.De las cuerdas empezaron a saltarchispas que le provocaron dolor, hastaque Karee quedó dormida y cayó alsuelo.

—Eso te pasa por enfrentarte a quienno debes —añadió Gala.

Perplejo por lo que acababa deocurrir, fui hasta donde se encontraba yla miré, no entendía nada de lo quehabía pasado, así que, esperé que me loexplicara o acabaría perdiendo elsentido solo de pensar en ello. Antes devolver a montarse sobre la yegua, sepuso sobre Karee y le remarcó el corte

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que le había hecho antes, así recordaríael momento en el que se cruzó con GalaHammerdottir.

—Gracias, Lyss, systir —con losdedos, cogió sangre de Karee que yacíaen el suelo y se los llevó al rostro,haciéndose dos largas líneas bajo el ojoderecho—. Doy gracias a los dioses porhaberme unido a ti, Egil, por que lasNornas hayan vuelto a entrelazar nuestrodestino.

Limpió el knífr en los ropajes deKaree, se puso en pie de un salto y vinoa donde me encontraba. Me miró conuna sonrisa en los labios, debía de tenerel gesto torcido, no entendía nada de loque había ocurrido. Di media vuelta a

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Espíritu y la miré.—¿Qué ha ocurrido ahí? —pregunté.Pasó por delante de mí otra vez, pero

no dijo nada, permaneció calladahaciendo que mi curiosidad crecieracada vez más.

—Svara… —Gruñí.—Está bien.Dejó que Regn se detuviera y se

colocó junto a ella.—Cuando te marchaste maldecí a las

Nornas, culpaba a los dioses de tumarcha, por la desgracia que habíacaído en mí. Un día vino a visitarme unavalkyrja.

—¿Una valkyrja? —preguntéabriendo los ojos.

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—Sí una de ellas —dijo con unasonrisa en los labios—. Su nombre esLyss, ella me ayudó a encontrar la fuerzade la que carecía, aquella quenecesitaba para seguir adelante, si nohubiera sido por ella, no habría seguidoluchando por ti.

—Entiendo…—Siempre hay cosas que no son

como deberían, tal vez lo nuestro sidebía ser así, y ella me lo hizo ver.

—Así que, una valkyrja ha hechoeso.

Clavó los ojos en mí y asintió sindecir nada más. Una valkyrja habíaayudado a mi mujer, había cuidado deella cuando yo no había estado. Me

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habría gustado agradecerle todo lo quehabía hecho por ella y aunque tuvieraque gritarle al cielo, acabaría porhacerlo. Volvimos a la gardr, recogimostodo lo que Karee había tirado al suelo.Había cuencos rotos, telas rasgadas…Fue entonces cuando me di cuenta queno debería haberla traído.

—Deberíamos hacer algo —le dije.—¿Hacer algo? —preguntó.—Vayamos a la vangr, quiero hablar

con el resto de nuestros guerreros, nopermitiré que nadie vuelva adespreciarte ni que hablen mal de ti.

Asintió, por lo que nos dirigimoshacia la vangr, donde se encontrabantodos los demás guerreros junto a

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Hammer y Jokull. Antes de que nosvieran agarré la mano de Gala, queríaque todos se dieran cuenta de qué era loque estaba ocurriendo y lo que iba apasar. Con un gesto le pedí al hersir queme dejara hablar, este asintió y se hizo aun lado para que pudiéramos ponernosfrente al resto.

—Quiero hablar con vosotros sobrealgo —hice una pausa y cogí aire—. Loprimero es que Kirk, Ingo y Karee sehan marchado, yo mismo los he echadode aquí —empezaron a hablar, carraspeéhaciendo que todos callaran—. Estahermosa mujer —dije mirando a Gala—ella es la mujer de mi vida, y por ello detoda mi existencia, por lo que espero

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que la respetéis como lo hago yo y quienose desobedecerme, sufrirá lasconsecuencias, ¿entendido?

—Sí, Egil —dijeron todos a la vez.—Bien, seguid con lo que estábais

haciendo, obedeced al hersir, se lomerece —miré a Jokull.

Este intentó restarle importancia,ocupó su lugar y dejó que nosmarcháramos. Cogí a la muchacha y lasubí conmigo encima del hestr de Gull,ya que habíamos dejado los nuestros enlos establos.

—¿A dónde nos dirigimos?—Quiero ir al lugar al que quería

llevarte, siento la terrible necesidad dehacer algo y aquel es el sitio indicado.

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Asintió y no dijo nada más.Empezamos a movernos, atravesando lavangr.

Nos adentramos en el bosque igualque antes, solo que esta vez atravesamosla zona de caza. Cuando llevábamoscabalgando un rato, vi como empezaba adejar paso a una pradera. Pero no todolo que Gala veía era realidad, ya que tansolo era un saliente que daba a unenorme lago. Era allí donde me llevabamadre cuando tan solo era un niño.

—Por los dioses —murmuró ella.Hice que el animal se detuviera antes

de que llegáramos al final del camino,desmonté y le ayudé a bajar. Até al hestra la rama de un árbol y cuando me giré

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vi como Gala tenía los ojos llenos delágrimas emocionada.

—¿Por qué me has traído aquí?—Quiero… Quiero que hablemos.—¿Qué hablemos?Noté como mi corazón iba cada vez

más deprisa, me temblaban las manos eincluso se me humedecían, igual quetodo el cuerpo. En otra ocasión habríasalido corriendo, igual que me lo gritabami mente. Pero no iba a hacerlo.

—Gala —dije con voz temblorosa.—¿Qué ocurre, Egil? —preguntó

preocupada.—Hemos estado separados y no

quiero que nada nos vuelva a alejar —aseguré a la misma vez que cogía aire,

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apenas podía hablar—. Los dioses serántestigos de esto —susurré— Gala,quiero que seas la mujer que me déhijos, con la que los dioses mebendigan. Desde el primer momento enel que me topé contigo supe que debíasserlo. Las Nornas me contaron midestino, sabía que tú estabas en él y apesar de que luchaba porque no fueseasí, al final tuve que aprender a vivir sincorazón —le dije—. Siempre lo habíastenido tú.

—No te entiendo, Egil —dijoconfusa—. ¿Qué te ocurre?

—Raudhárr —cogí aire—. Quieropasar el resto de mi vida a tu lado, y siel Alfather lo quiere, llegar contigo al

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Valhalla.Noté como mis ojos empezaban a

humedecerse, si me dijera que no queríapasar el resto de su vida conmigoacabaría conmigo. Habría sido capaz detirarme y dejar que el agua me llevaraconsigo. Fijó sus ojos en los mío, vicómo se habían llenado de lágrimastambién. Me acerqué a ella y la abracésin que dijera nada, y sentí como sucuerpo temblaba.

—Sí, Egil, sí —susurró contra mipecho.

—¿Sí? —pregunté nervioso.—Sí, deseo estar contigo hasta que

los dioses quieran llevarme.

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71 Svara – Responde.72 Arnar – Águila

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Cuando regresamos al poblado, dejéque Egil devolviera el hestr a Gull, yme fui en busca de padre, necesitabaexplicarle todo lo que había pasado. Enmenos de dos lunas había cambiadotodo, mi vida había cambiado desde queEgil llegó. Padre debía ser el primero ensaberlo, pero temía a su reacción.

Anduve lentamente, tal vez no dejaraque Egil me tomara por esposa. Pero nome importaba, si se negaba me

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marcharía, no iba a dejar que nadie nosseparara, quería a mi padre más que anadie en el mundo, pero no podíanegarse a ello, no podía separarme delhombre al que más amaba. Si todo loque pensaba ocurría, hablaría conThorbran y Jokull, ellos le harían entraren razón. Antes de encontrarme conpadre, me pasé por la gardr de Göran,esperé a que abrieran pero vi como lapuerta estaba abierta. Entré en busca dealguien que me dijera lo que estabaocurriendo, vi como Göran, Steit yHelga, la anciana völva, estabanarrodillados junto a Hanna.

Me llevé las manos a la boca, trasver como la mujer yacía encima de su

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jergón, apenas podía abrir los ojos, nohablaba y respiraba con dificultad.Cuando escucharon como había entrado,Helga se giró hacia mí.

—¿Qué ha pasado? —Le pregunté.Pocas veces había hablado con ella,

no salía de su gardr salvo cuando losdioses le hablaban, cuando alguiencorría peligro. Desde que no era másque una niña la recordaba igual, eracomo si no pasaran los años para ella,hay quien decía que era un dísir, unaenviada por los dioses, aquella que noscuidaría de todo mal, había alguien quedecía que era capaz de ver el telar delas Nornas.

—Hanna ha empeorado, algo la

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mantenía con fuerzas, hasta ahora —meexplicó con pesar.

Fui hacia donde estaba, le puse lamano en el hombro a Göran y este nopudo evitar abrazarme lleno de dolorpor lo que le ocurría a su mujer. Intentédarle el consuelo que necesitaba pero noestaba segura de poder reconfortarlecomo debía hacerlo.

—¿Puedo quedarme con ella? —Lepregunté.

Este asintió, le dio un golpe a Steiten la espalda y Helga, que ya me habíanoído, y se marcharon. Me senté junto aella, apenas podía verme, pero aun asíme reconoció y una débil sonrisa seesbozó en sus labios. Me acerqué a su

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frente y la besé con delicadeza.—Gala… —susurró con las pocas

fuerzas que le quedaban.Le pedí que no dijera nada, que

permaneciera callada, no quería que seesforzara.

—He venido a contarte algo —ledije, esta asintió débilmente—. Nopuedes irte, Hanna… No te nos vayas —mis ojos se llenaron de lágrimas—. Séque los dioses lo han decidido así y queallí tienen un lugar para ti, pero necesitoque te quedes conmigo.

Nunca había tenido una gran relacióncon ella, pero el simple gesto que tuvocuando volvió Egil, me llenó tanto queya no podía imaginarme el pasar frente a

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su gardr y no entrar a verla, no comer sudeliciosa comida, no quería pensar enqué ocurriría si se marchara, en cómoestaría Egil.

—Hanna, tienes que ser fuerte, losuficiente como para llegar a nuestrafestarmál73.

—¿Vuestra festarmál ?—Sí, Hanna, Egil ha pedido mi

mano, estaremos juntos para siempre,igual que Göran y tú.

Una delicada lágrima recorrió surosto, fue entonces cuando las míastambién se escaparon. Me pasé lasmanos por las mejillas secándolas ytambién lo hice por las de Hanna.

—No puedes faltar, por favor…

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Hanna… —Le rogué con pesar—.Aguarda un momento.

Me puse en pie, iba a volver, peronecesitaba que Egil la viera. Salí de lagardr y allí estaban todos los que antesla rodeaban. Corrí en dirección a lavangr, pero cuando fui a llegar alcamino que me llevaba hasta allí choquécon mi hombre.

—Eh, ¿a dónde vas, valkyrja?—Necesito que me acompañes —

dije exhausta.—¿A dónde?—Hanna está mal —le agarré por la

muñeca y tiré de él hacia el centro delpoblado.

Corrí hacia allí, no había tiempo que

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perder. Cuando llegamos a la puerta nosdetuvimos, pasé frente a él, pero cuandome giré para mirarle vi como no podíacontener la rabia y el dolor que sentía,las lágrimas creadas por la angustiaempezaron a emanar de sus ojos, hastaque se arrodilló junto a ella.

—Hanna... Hanna... —susurró.Esta abrió un poco los ojos para

poder verle mejor. Me senté junto a él yle abracé mientras sujetaba una de lasmanos de la mujer.

—Soy Egil… —dijo con dulzura—.¿Sabes? Vas a ponerte bien, porquetienes que estar conmigo cuando tome aesta hermosa mujer que tengo junto a mí—añadió con los ojos llenos de

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lágrimas—. No puedes irte, necesito queestés aquí, conmigo… Presente el díamás feliz de toda mi vida —un profundosollozo se escapó de su boca, lo quehizo que le abrazara con más fuerza—Hanna, has sido como mi madre, sé quenadie podrá ocupar su lugar, pero tienesque estar aquí conmigo como lo habríaestado ella.

Verle así hizo que todo lo que habíaen mi interior se derrumbara, haciendoque un enorme vacío arrasara con todolo que quedaba. El pesar que él sentíaera el mismo que el mío. Su cuerpotemblaba, estaba frío. Era extraño, penséque la felicidad que había sentido antesde entrar iba a ser efímera, no creí que

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fuera a sentir tanta pena y tanto dolor.—Allí estaré, niño —le prometió.—Te lo ruego, Hanna, tienes que

mejorar —le suplicó Egil desesperado.Helga apareció tras nosotros, con el

ceño fruncido y algo molesta.—Marchaos muchachos, tengo que

hacer mis cosas —dijo seriamente.Ambos asentimos, nos pusimos en

pie y salimos abrazados de la gardr. Mivikingo abrazó a Göran quien rompió allorar en sus brazos, el pobre hombresolo se sentía liberado con él, y comograndes hermanos que eran, Egil nodejaría jamás que estuviera solo. Steitnos miró y dejó ir un suspiro. Cuando seseparó, lo abrazó también.

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—Tenemos que ser fuertes por ella,los dioses han reclamado su presencia,deberíamos alegrarnos por ello —dijoEgil intentando animarle.

—Sí, debemos ser fuertes —añadí—. Todo saldrá bien, Göran.

Egil pasó uno de sus brazos sobremis hombros y me apretó junto a él,pude sentir la pena en su interior, lacongoja. Si Hanna muriera sería un grangolpe para él. Pero, a pesar de todo ahíestaría yo, cuidaría de él cuando cayera.Le cogí de la mano, intentando que sesintiera mejor.

—Necesito despejarme —susurró.Me besó la frente, me abrazó y se

encaminó hacia la vangr, lo más seguro

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era que se marchara al río. Desde queera un niño iba allí cuando algo no ibabien, podía recordar perfectamente eldía de la muerte de Astrid, Thorbran ypadre estuvieron buscándole hasta lasaciedad y allí lo encontraron.

Fui hacia mi gardr, lo primero quedebía hacer era contarle a padre lo quehabía ocurrido con Hanna y tras esoexplicarle lo que Egil queríaproponerle. Solo rezaba a los diosespara que le alegrara lo que iba acontarle de mi unión con el vikingo, y sino lo hacía, tenía muy claro que era loque iba a ocurrir. Al entrar no vi anadie, por lo que supuse que estaría enla de Thorbran. Al Jarl le gustaba contar

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con la compañía de padre desde que seconocieron, cuando no eran más queunos jóvenes guerreros y granjeros sevolvieron inseparables, como si fueranhermanos de sangre.

La gardr del Jarl estaba lejos,aunque no me importó ir hasta allí.Observé las montañas, como el cielo seoscurecía y como las nubes lo cubríantodo poco a poco, tapando la pocaclaridad que había. Entonces recordéalgo, o mejor dicho a alguien.

—Lyss… Necesito tu ayuda —mearrodillé en el suelo y miré al cielo—.Sé que puedes hablar con ellos, losdioses te ayudarán, solo tú pues ayudar aque Hanna siga con vida, por lo menos

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hasta que Egil me tome… Necesito queviva… —susurré, perdida—. Te loruego, Lyss… Haz lo que esté en tumano.

Ninguna señal iluminó el cielo loque me hizo pensar que ella no habíaestado ahí cuando le hablaba, osimplemente no había querido prestarmeatención. Algo me decía que no queríaque Hanna viviera, pero recapacité, ellano dejaría morir a una mujer comoHanna, tal vez no pudiera hacer nadapara que los dioses la mantuvieran convida…

Me levanté y seguí caminando. Antesde que pudiera darme cuenta y aúnpensando en Lyss, mis pies se toparon

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con los escalones que iban hacia laentrada de la gardr del Jarl. Cuando fuia golpear la puerta, esta se abrió y metopé con padre, el cual salía furioso deella. Caí de espaldas contra el suelo,bajando de golpe por las escaleras.Solté un bufido, me había hecho daño.

—Gala —gritó padre cuando viocomo caía.

De mi interior salió un quejido, mepuse en pie como pude apoyándome enel suelo. Me dio la mano para ayudarmea pasar, pero no la necesitaba.

—¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás tanalterado? —Le pregunté preocupada,pero entonces su rostro dejó de tener unamueca de preocupación para volver al

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enfado—. ¿He hecho algo?No dijo nada, solo fijó sus ojos en

los míos, lo que hizo que undesagradable escalofrío recorriera todomi cuerpo erizando cada uno de losvellos que me cubrían.

—¿Padre? —Le llamé dándole ungolpecillo en el hombro.

—¿Que qué me ocurre? —preguntómolesto—. Sabes perfectamente lo queestá pasando.

Igual que había salido empezó acaminar hacia nuestra gardr.

—No, no sé qué te pasa —le grité.Se detuvo en seco, no pude

reaccionar a tiempo por lo que acabétopándome con su espalda. Se dio la

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vuelta, lo que hizo que por poco cayeraal suelo de nuevo, ya que me consiguióagarrar por el hombro para que aquellono pasara.

—¿Cuándo tenías pensadocontármelo? —Me gritó enfadado.

—¿El qué?—¡Sabes bien de lo que hablo!—¿La enfermedad de Hanna?—¿Hanna? —Dejó ir un bufido—

¡qué Egil te quiere tomar como mujer!Lo miré perpleja, no entendía como

había podido saberlo. Tal vez Egil se loexplicara a Thorbran antes de hacerlo yél se lo dijera a padre.

—Egil acaba de hacerlo —contestéescueta—. Seré su húsfreyja, padre.

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Nadie va a poder impedirlo.—No puedes hacer eso, no dejaré

que ocurra, ¿es que no recuerdas el malque te hizo, dottir? —preguntó haciendouna mueca de decepción—. Estabasdestrozada, él creó todo ese dolor quehabía en ti, el desasosiego que no tedejaba vivir, los gritos a media noche,los llantos… Yo estuve allí, Gala, nopuede ser que ahora te dejes llevar porél.

—¿Cómo qué no? —pregunté conasombro—. Yo misma me gané esedolor, padre, él también sufrió por miculpa y nadie lo vio.

—Ese hombre ha entrado en tucabeza, ha cambiado lo que pensabas.

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—No, no lo ha hecho, faðir —dijemolesta—. Aun sufriendo he seguidoamando a Egil por encima de todo.

Se dio la vuelta y no hizo caso a loque le decía, si hubiera pasado él por loque habíamos sentido nosotros habríahecho lo mismo que Egil, estabacompletamente segura.

—No serás su húsfreyja, Gala, nodejaré que lo hagas y no hay nada másque hablar.

—Intenta impedírmelo.Salí corriendo, pasando por delante

de él. Iba a saber quién era yo, habíadejado de ser una niña a la que podíacontrolar, no podría hacerlo y muchomenos podría prohibirme estar el resto

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de mi vida con el hombre que eraportador de mi corazón.

Fui hacia nuestra gardr, antes deentrar vi como me observaba desde lalejanía. Cuando estuve dentro cogí unasalforjas y las rellené de ropajes y pieles,la necesitaría. Iba a marcharme, si no medejaba ser la mujer de Egil, me iría y novolvería.

Oí como los pasos fuertes y rudos depadre se iban volviendo cada vez másclaros, hasta que llegó frente a laentrada. De un golpe abrió la puertahaciendo que esta chocara con tantafuerza que las lamas de maderaacabaron rompiéndose.

—¿A dónde vas? —Me gritó.

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—Me iré, no quiero estar contigo,seré de él, eso tenlo por seguro, nopienso dejarlo escapar ahora que lotengo conmigo de nuevo.

Se acercó a mí, me agarró del brazoe hizo que me diera la vuelta porcompleto hasta que me quedé frente a él.Alzó una mano y me dio un duro golpeen una de mis mejillas, si no fueraporque me tenía sujeta, habría caído alsuelo. Una pequeña lágrima se escapóde mis ojos a causa del dolor.

—Te quedas, y no hay más quehablar.

Me dio un empujón, haciendo quecayera sobre el jergón. Me arrastré porel suelo, una parte de mi estaba aterrada,

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no podía creer que padre me estuvierahaciendo aquello. Gateé pasando bajo lamesa, y fui hacia la entrada. Cuando sedio cuenta de que estaba a punto desalir, le dio un golpe y la cerrócolocando una gran tabla de maderapara que no pudiera marcharme. Alcé lavista y vi como su rostro se habíatornado al de Loki, estaba tan enfurecidoque ni siquiera parecía él. Con una solamirada me indicó que me pusiera en pie,quería irme, pero estando él aquí no loconseguiría.

Hice lo que me pedía, anduvealrededor de la mesa una y otra vez, élestaba sentado en uno de los asientos.

—¡Siéntate! —Me gritó mediante un

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gruñido.Un escalofrío me recorrió todo el

cuerpo haciendo que temblara. Oí comoalguien pasaba junto a nuestra gardr, loque hizo que escuchara como padreestaba completamente ido. Se acercó ala puerta, dio varios golpes, pero padreme impidió que dijera nada tapándomela boca. Con el pie di varios golpes enel suelo, también a uno de los asientos,lo que hizo que cayera.

—¿Gala? —preguntó Egil.Le di un fuerte mordisco en la mano

para deshacerme de él, me escabullí pordebajo de sus brazos, pero no tardó enagarrarme por el kirtle.

—¡Sácame de aquí! —grité.

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Padre me tiró sobre el jergón, lo hizocon tanta fuerza que acabé golpeándomela cabeza, por lo que dejé ir un quejido.Egil se dio cuenta que había un agujeroen la madera, y se asomó para ver quéera lo que estaba ocurriendo. Padre ibaa golpearme de nuevo, pero entonces, mivikingo abrió la puerta apartando lamadera de un golpe. Se acercó a padre yantes de que pudiera darme lo agarrópor el brazo empujándolo y tendiéndomela mano.

—¿Te encuentras bien? —preguntócon dulzura.

—Sí, tranquilo.Giré la cabeza y vi como padre nos

miraba. Estaba furioso, más que eso,

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estaba lleno de rabia, contra él y contramí.

—Fuera de mi gardr —gruñó.—No me voy a ir, Hammer, no sin

ella —sentenció mirándome.Me cogió la mano, me agaché para

coger las alforjas que había preparado ycuando me levanté vi como padre seacercaba, preparado para lo que estabaa punto de ocurrir. Se irguió sacandopecho, intentando amedrentar a Egil.

—Hersir, no quiera que los diosesjueguen en su contra de nuevo.

—Ella no se marcha.Egil se puso frente a mí

protegiéndome de lo que pudieraocurrir, para que así padre tampoco

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pudiera agarrarme. Estaban preparados,observé como todo el cuerpo de Egil setensaba al ver como padre avanzaba endirección a nosotros. Este fijó suspenetrantes ojos en mi vikingointentando intimidarle, pero parecía nofuncionar. Dio dos pasos hacia adelante,apenas quedaba espacio en el quemoverse. Se observaban entre ellos,fijándose en los movimientos que hacíael otro. Padre gruñó, Egil permaneció ensilencio, no quería que ocurriera nadamalo, pero por protegerme acabaríapasando.

—Hammer, por los dioses… Dejaque nos marchemos —le rogó.

—Tú te marchas, ella no.

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—Padre, por favor… —Le rogué.—He dicho que no. —Gruñó de

nuevo entrando en cólera.Egil al ver que nuestras palabras no

surgían efecto, se dio media vuelta, meagarró por la cintura y me besó en loslabios.

—Márchate, hoy lucho yo por ti,kottr —me susurró al oído.

Cuando me dejó ir separando sucuerpo del mío, me guiñó uno de sushermosos ojos, me besó, sonrió y nopude hacer otra cosa que devolverle lasonrisa, aunque acabó siendo una mueca.Sujeté con fuerza las alforjas para queno se me cayeran, le di una palmada ami hombre en la espalda. Di varios

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pasos hacia atrás intentando que padreno se percatara de ello. Cuando fui avolverme, padre se dio cuenta de lo quehacía, intentó detenerme, pero Egil seinterpuso en su camino para que nopudiera moverse.

Corrí tanto como pude, me dirigíhacia los establos. Algunas piedras delcamino resbalaban bajo mis botas lo quehizo que tropezara, aunque no caí alsuelo. Al entrar dejé las alforjas junto aRegn y le coloqué todo lo necesariopara que pudiéramos marcharnos. Notécomo mi corazón latía desbocado.

Desaté las cuerdas que la sujetabansaqué a la yegua y de un salto me montéen ella, aunque de tanto impulso casi caí

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por el otro lado. El animal empezó acaminar sin que le hubiera dado laorden, lo que era extraño que hiciera.Nos colocamos junto a la puerta, de ungolpe la abrí y salimos.

Atravesamos el poblado tan deprisacomo pudimos, pasamos junto a nuestragardr, y fue entonces cuando escuché unfuerte golpe. Quería detenerme,socorrerles, pedirles que no pelearanmás, pero ya no podía hacer nada salvomarcharme. Cuando llegué al centro delpoblado me encontré a Linna saliendode su gardr, escuché como me gritabaalgo, pero no me detuve. Seguí micamino pasando entre mis hermanos, losguerreros que estaban junto a Jokull en

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la vangr. Este se quedó mirandomeperplejo, también me gritó, pero al igualque con la muchacha, no fui capaz deescucharlo.

Me adentré en el bosque, seguíavanzando, no me detuve en ningúnmomento. Aminoré el paso cuando vique Regn estava cansada, pero aun asíseguí, descansaríamos cuandollegáramos. No tardamos mucho, ya quepodía ver la claridad que había al otrolado de los árboles.

Justo cuando llegué a la linde entrelos árboles y el pequeño prado, hice quela yegua se detuviera. Aquel lugar erahermoso, hacía nada que había estadoallí pero aun así era incapaz de no

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emocionarme. El bello y gran lagoreflejaba los escasos rayos del sol queiluminaban nuestro cielo. Desmonté yaté al hestr a uno de los árboles, con lasuficiente cuerda como para que pudierapastar tranquilamente sin caer al agua.Me acerqué a ella, le pasé las manos porel lomo y el cuello, me coloqué frente aella dejando que pegara su morro a mihombro abrazándola.

—Bien hecho —la felicité.Lo dejé todo en el suelo menos el

arco, el cual siempre llevaba colgado yvolví al bosque, en busca de algunasramas con las que poder hacer unahoguera que me durara toda la noche yasí tener algo de calor. Fui poco a poco,

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para no hacer ningún ruido, así si algúnanimal estaba cerca podría cazarlo.Recogí algunos troncos y ramas, cuandovi que eran suficientes las até con unacinta, así podría llevarlas mejor, y enese momento vi como una liebre saltabade un lado a otro.

Dejé el montón que llevaba sobre elsuelo. Saqué una de mis flechas, miréhacia donde se encontraba y fallé.Asomé la cabeza y vi como seguíatranquilo. Cogí otra de mis flechas, y alfinal acabó atravesando al animal. Meacerqué a él y junto a este vi algunostroncos más, así que, lo recogí todo y mefui hacia donde se encontraba Regn.

Intenté hacer una hoguera, era algo

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que no solía hacer y me costaba, pero alfinal conseguí que se prendiera. Lascoloqué sorbe unos troncos y ramillassecas para que fuera avivándose.

Como ya tenía el fuego preparado,cogí a la yegua y descendimos poco apoco hacia el lago. Reí al ver como elhestr fue directo al agua, aun teniendo lacuerda cogida. Corrí a su ladointentando llevar su paso. Se metió en elagua por completo mientras meagachaba en la hierba, intentando nocaer en ella. Pero antes de que pudieradarme cuenta, Regn me dio con elhocico en la espalda, provocando queme desequilibrara y cayera. Me puse enpie y el agua me llegaba a las rodillas.

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La miré y esta empezó a andar,intentando mojarse un poco paraaliviarse. Fui echándole agua porencima para así refrescarla.

Estaba oscureciendo y el aireempezaba a levantarse. Un escalofrío merecorrió todo el cuerpo. Me habíadeshecho de la ropa, que había dejadotirada en el suelo junto a la hoguera paraque así fuese secándose. Me coloquéjunto a las alforjas, miré una de ellas yme di cuenta de que apenas había metidopieles, por lo que saqué una de las capasy me la eché por encima.

El crujido de una rama me alertó. Nosabía quién podía venir, lo que measustó. Cogí el arco y preparé una

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flecha, si se acercaba al fuego ledispararía en cuanto pudiera verle. Entrelas ramas del árbol más cercanoapareció Egil, con una gran marca en laparte superior de su mejilla, tenía el ojohinchado y rojizo, pero aun así sonreía.Me tapé la boca nada más verle.Aquello se lo había hecho padre por miculpa… Suspiré sin apartar la mirada deél, podría haberle hecho cualquiercosa… Me di cuenta que en susmagulladas manos llevaba unas pieles,gracias a él no pasaríamos frío.

—Parece que hayas visto a quien noquerías, Gala —dijo desde arriba.

—Por los dioses… —Me asusté.Se sentó junto a mí apoyándose

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contra un tronco, me pegué a él, dejandoque mi cabeza descansara sobre supecho, pasó sus brazos por encima demis hombros desnudos y me abrazó.

—Gracias.—No me las des… Era lo que debía

ocurrir.Alcé la vista y vi como él la tenía

fija en el ardiente fuego.—Tienes que curarte eso —me

preocupé.—Tranquila, ya está —le restó

importancia.Le pasé la mano por el pecho,

acariciándolo con mimo. Suspiró ysonrió, podía notarlo. El contacto denuestras pieles, el calor de nuestros

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cuerpos hacía que su corazón latieracada vez más, lo que hizo que el míotambién lo hiciera. Fui dándole besossobre el pecho, hasta que me alzó labarbilla con uno de sus dedos y meindicó que me colocara encima de él.Rodeó mi cuerpo con sus fuertes brazosmientras pasaba los míos tras su cabeza.Lo miré a los ojos, solo me prestabaatención a mí. Me besó con delicadezaen los labios, creí que jamás llegaría esemomento.

Me abracé a él, cogió una de laspieles y la estiró por encima de ambospara que no pasaramos frío. Cerré losojos escuchando su corazón, que latíadescontrolado.

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—Será mejor que duermas un poco,ha sido un día largo.

No quería dormir, solo quería estarjunto a él durante toda mi vida. Queríaobservarle, escucharle hablar, ver cómome besaba, sentir su calor, sentir sucorazón…

—Te necesito, mo víkingr —le dije.—Y yo a ti, mi hermosa valkyrja.Pegó su boca a mi cabeza y me besó.

Cogió aire y suspiró. Todo estabaocurriendo demasiado deprisa, unapérdida, padre, Hanna… Parecía queiba a ser un desastre y no quería quetodo aquello arruinara todo lo que tantohabía deseado.

—Mi cuerpo y mi corazón son tuyos,

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kottr —susurró contra mi oído como sino quisiera que nadie le escuchara.

Me sentía tan bien junto a él. Le beséen los labios y bajé la vista al brazaleteque desde aquella tarde rodeaba mibrazo, era hermoso, relucía bajo la luzde la hoguera. No pude evitar repasarcada una de las formas que había en éluna y otra vez. Le pasé los dedos poresos ojos verdes y sonreí.

—Es bonito, ¿verdad? —preguntó.—Sí, es hermoso, me encanta.—Eres tú, mo kottr, igual de

hermosa.Sonreí a la vez que notaba como me

colocaba uno de los mechones tras laoreja a pesar de que uno de ellos se

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escapó.—Gracias —murmuré.—No me las des.Alcé la vista observando lo que le

había hecho padre, se había vueltorojizo y algo oscuro. Hice una mueca dedesagrado, lo que hizo que él rieradescontroladamente.

—No estoy tan mal —aseguró entrecarcajadas.

—¿No?Me dijo que no con un ligero

movimiento de cabeza, así que, alcé lamano y le toqué la herida haciendo algode fuerza, por lo que acabó quejándose.

—Qué tozuda eres, mujer —meapartó la mano.

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—Duele.—Claro, si me das así es normal que

me duela —rio—. Eres la mujer másdura que he conocido jamás.

Sonreí alagada por lo que habíadicho, me alegraba ser como era.Nuestras mujeres eran fuertes, capacesde domar a sus hombres y yo lo habíaconseguido con el mío. Con ayuda demis piernas, me alcé un poco hasta quellegué a la altura en la que tenía elgolpe, le besé con mimo y cuando meseparé de él, sonreí.

Me recosté de nuevo a su ladomientras me tapaba protegiéndome consus grandes brazos.

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73 Festarmál – Celebración de boda.

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No sabía cuánto llevábamosdurmiendo, debía ser algo más de medianoche, aún no había ni amanecido peropor alguna razón me desperté. Cuandofui a recolocarme, me di cuenta de quetodo había cambiado desde la otranoche. Egil me había tumbado en elsuelo sobre un montón de pieles, y él sehabía quedado recostado contra untronco para que pudiera apoyar lacabeza en sus piernas.

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Apenas estaba tapado, se habíaencogido a causa del frío. Cogí una delas pieles que había encima de mí, mepegué a él y nos la pasé por encima aambos, sino acabaría enfermando. Alsentir como me recostaba contra él ycomo mi calor le envolvía se despertó,abrió los ojos y me miró adormilado sinsaber bien qué estaba ocurriendo. Pasóuno de sus brazos por encima de mishombros igual que había hecho antes yme abrazó con fuerza.

—No te marches nunca, mi hermosamujer —murmuró en voz baja.

—Nunca me marcharé, víkingr —aseguré pasándole la mano por el pelo.

Parecía no poder dormir de nuevo,

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fijó la vista en el fuego al que acababade echar un pequeño tronco para quesiguiera calentándonos durante el restode la fría noche. Echó varias ramas, sinono seguiría encendida mucho más.

—¿Qué haces despierta? —Mepreguntó.

—Algo ha llamado mi atención.Besé su pecho, haciendo un reguero

que subía hasta su cuello, y de este paséa la mejilla. Me senté sobre él, le besécon dulzura, pero lo que había empezadosiendo delicados besos se volvieron unalucha por ver quien amaba más al otro.Me devoraba con fiereza una y otra vez,bajaba su boca por mi cuello, hasta quellegó al límite entre la tela de mi kirtle y

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mi piel. Se deshizo con ansia del cordelque cerraba la parte de arriba, pero noterminó de sacármela, simplemente laechó hacia atrás abriéndola hasta mivientre. Posó sus grandes manos sobremis pechos, los acarició, hasta queempezó a lamerlos y a mordisquearloshaciendo que algunos gimoteos se meescaparan.

Mi respiración se volvió másagitada, al igual que la de él. Iba ahacerme perder el sentido, no sabía loque provocaba en mí.

—Por los dioses… —susurréperdida en lo que estaba viendo.

Se distanció un poco y sonrió. En susojos podía ver el amor que me

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profesaba, pero también el anhelo quehabía en él, y el deseo que había enaquel momento. Podía notar como sumiembro crecía bajo mi cuerpo, comoclamaba mi atención. Necesitaba tenerleconmigo, que me hiciera sentir todoaquello que solo él podía darme. En unsuspiro, Egil había despertado en mí loque había permanecido escondidodurante todo ese tiempo.

Le puse las manos a ambos lados delrostro y lo alcé, quería verle mejor. Lebesé una y otra vez, sus labios eranmíos, solo míos. Me levantó un pocopara poder deshacerse de la tela que nosseparaban. Tragué saliva, besé a Egil alver como estaba, este me agarró por la

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cintura y entró en mí con fuerza, tantaque pensé que me partiría en dos.

Mi hombre sonrió al ver como mirostro había cambiado mientras semovía en mi interior. Una lágrima seescapó de mis ojos, recorrió mi mejilla,pero antes de que siguiera cayendo, él laatrapó llevándosela con la lengua. Elcalor de su saliva hizo que mi vello seerizara y sonriera avergonzada.

—Eres tan hermosa —susurrópegando su boca a mi cuello.

Dándole delicados mordiscos, unade sus manos bajó hasta el interior demis piernas y empezó a acariciarlo. Loque estaba sintiendo se volvió máspoderoso, más fuerte y más arrollador.

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Le miré, sus ojos brillaban y sus durosmofletes se habían tornado rojizos.Entonces fui yo quien se acercó a élpegando su boca a la mía, le beséhambrienta por sentirle aún más. Lamísus labios, los mordí con tanto ímpetuque acabé haciéndole una pequeñaherida. Dejó ir un quejido, pero sonrió,lamí su sangre y seguí besándole.

La mano que tenía libre se apoderóde mi trasero, lo masajeó y clavó susuñas en él haciendo que todo se volvieramás poderoso.

—Te lo ruego…Dejó de acariciarme y se llevó los

dedos a la boca, deleitándose connuestra unión. Ese gesto me pareció lo

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más bonito que había visto en toda mivida.

Sabía que no podría aguantar muchomás, lo veía en su sonrisa, en su mirada.Le gustaba verme sufrir, ver comotemblaba para él. Le mordí, lo que hizoque él se moviera con más insistencia,con tanta fuerza que incluso me dolía.

—Egil —le pedí.No quedaba nada, no podía aguantar.

Ambos nos fundimos en un profundo yrasgado gruñido dejando que la oleadade perdición nos llevara con ella.

—Eres deliciosa —murmurómientras pasaba uno de mis mechonestras mi oreja.

Le di un golpe en la mejilla, no muy

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fuerte, lo suficiente como para que sequedara asombrado. Aquello le pasabapor hacerme sufrir. Me miró y no pudeevitar reírme, rompiendo el silencio quereinaba en el bosque. Me senté a sulado, pero me pidió que me levantara,para así colocar bien las pieles en lasque estaba.

Con un ligero movimiento me dijoque me tumbara junto a él, pero no loharía si él se quedaba sentado. Al finalterminó por ceder y se estiró junto a mípara que pudiera dormir sobre su pecho.Había llegado el momento de descansar.

Los primeros rayos de Sól, cruzabanel cielo tímidamente, alumbrando lo quepodían tras las nubes y la niebla. Me

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pasé las manos por los ojos, cuandomiré para buscar a Egil me percaté queno estaba conmigo. Miré hacia todoslados, y no le encontraba. Me puse enpie asustada, miré hacia el lago y allí loencontré, dentro del agua. Di variospasos hasta llegar a la parte que bajaba.No quería caerme, así que, fui concuidado de no pisar nada que pudierahacer que resbalara.

—Egil —le grité, pero no parecióescucharme— ¡Egil! —Moví las manospara llamar su atención pero no sirvióde nada.

Me di la vuelta, volvería aintentarlo, mientras me puse a recogerlas pieles que había en el suelo. Miré el

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fuego, el cual apenas calentaba, lasbrasas seguían sobreviviendo a lo quequedaba. Estiré la túnica que aúnllevaba descordada de anoche, así que,até los cordones que la cerraban.

Regn golpeó el suelo, algo lainquietaba, me acerqué a ella y deshiceel nudo que antes la sujetaba al árbol.Empezamos a andar, y nos encaminamoshasta la bajada que iba hacia el lago, fueentonces cuando Egil nos vio.

—¡Gala! —gritó.No le hice caso, seguimos

caminando tranquilamente, hasta quellegamos al final del camino. Cuandoestábamos cerca del agua, vi como mihombre salía de ella. Tenía el cabello

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bastante largo, nunca antes se lo habíavisto así, le sobrepasaba los hombros,era realmente hermoso. Parecía ser hijode los dioses, un hijo directo deAlfather, tan fuerte, imponente,inteligente y bello. Odín estaríaorgulloso de tener un sonr como él.

Se aproximó a nosotras, dejé lacuerda que sujetaba a Regn cuando élme cogió en brazos y sin que pudierasoltarme nos metió a ambos en el agua yde un salto hizo que nos hundiéramos eneste. Al salir, le pasé una de mis piernaspor detrás de él, y le empujé hacia atrás.

—Heill —dije intentando que no seme escapara la risa.

—Heill, mo kottr —sonrió

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divertido, intentando cogerme.—¡Detente! —grité en el momento en

el que sentí como tiraba de mi pierna,hasta que volvió a tenerme frente a él.

Hizo que mis piernas rodearan sucintura y me abrazó.

—Heill —susurró.Sonreí contra sus labios y entonces

me dejé ir.—Será mejor que salgamos.Él asintió ayudándome a ponerme en

pie y nos encaminamos hacia dondeestaba Regn. Cuando estaba a punto desalir, casi caí a causa del movimientodel agua, pero por suerte ahí estaba Egilpara sujetarme. Nos tumbamos sobre lahierba, hasta que me empecé a quitar los

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ropajes y subí hacia donde hicimosnoche, estiré las telas junto a la pobrehoguera que aún no se había apagado yla alimenté con ramillas. Tras esorebusqué en las alforjas algo con lo quearroparme.

Desde arriba vi como Egil meobservaba desde la hierba, lo saludé yle saqué la lengua, pero lo más seguroera que apenas me hubiera visto. Saquéun kirtle y unos pantalones que llegabana mis rodillas. Rebusqué bien, a ver siencontraba un kirtle lo suficientementegrande como para que a mi vikingo lecupiera.

Regn subió tranquilamente hastadonde me encontraba y sobre ella mi

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hombre fagrhárr. Se había deshecho desu kirtle, y la había dejado sobre ellomo de la yegua, quedándose tan solocon los pantalones que estaban ajustadosa sus fuertes piernas.

Al volver al poblado nosencontramos con Jokull, quien me hizoun gesto para que desmontara de Regn.Dejé que Egil se la llevara al establo, ylos ropajes y las alforjas a su gardr, enla que esperaba vivir sin que padre noslo impidiera.

—¿Qué demonios le ha ocurrido aHammer? Parece haber perdido larazón.

—Egil me ha reclamado como suhúsfreyja —murmuré—. Ayer se retaron

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porque padre no me dejaba salir de lagardr.

Bajé la cabeza, me pasé las manospor el cabello y las moví, para que asíel agua fuese desapareciendo. Me lorecogí con una cinta en lo alto de micabeza.

—Tendremos nuestra festarmál —dije con una amplia sonrisa.

—Lo sé, ayer me lo anunció Göran—se pasó las manos por la barba yañadió—: Por eso mismo tuvo elenfrentamiento…

Asentí preocupada, no sabía cómo seencontraba padre, pero por mucho que lequisiera y estuviera preocupada, nodejaría que volviera a separarme de

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Egil. Jokull me cogió de la mano y tiróde ella hasta que me abrazó.

—Me alegra saberlo, muchacha, secuánto os amáis, solo hay que verlo —cuando me soltó, sonrió—. Tenéis mibendición y estoy seguro de que losdioses también os bendecirán.

—Gracias —suspiré, haciendo unamueca—. ¿Cómo se encuentra él?

—Dejando a un lado que tiene elbrazo magullado y el labio herido, estábien, aunque la mayor herida que tienees la de su orgullo —dijo riendo—. Esun hombre demasiado protector, eres supequeña dóttir, siempre lo serás.

Cerré los ojos, dejé que el poco aireque soplaba se llevara mi cabello,

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inspiré y lo dejé ir.—Le haré entrar en razón —me

aseguró a la vez que posaba una de susgrandiosas manos sobre mi hombro.

—Gracias, gracias —repetí una yotra vez mientras le abrazaba.

Cuando nos separamos bajé hasta elcentro del pueblo y vi a Göran, quienestaba sentado en la calle, tenía el rostrocubierto por las manos. Podía sentir sudolor desde la distancia, las lágrimasque caían al suelo escondidas tras esafirmeza que solía intentar hacer ver quetenía. La mujer a la que más amabaestaría con los dioses antes que él, ysolo podría quedarse allí aguardando aque llegara su momento. Era lo peor del

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mundo, si a Egil se lo llevaran losdioses no podría esperar a que mereclamaran.

Me acerqué a él, le pasé las manospor la espalda, alzó la vista y meobservó con aquellos ojos rojizos queestaban llenos de dolor y angustia. Sepuso en pie, y sin decir nada, me abrazócon fuerza y pesar. Le devolví el abrazo,intentándole dar todo el cariño quepodía, pero nada iba a hacer que aquelhombre mejorara.

—¿Cómo está?—Igual que cuando vinísteis…

Helga está haciendo todo lo que puedepara que mejore…

—Seguro que mejorará.

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Volví a abrazarme a él, cuando megiré vi como padre iba hacia al vangr,Gull había ido a por él. Tal vez Jokull lohabía hecho ir para hablar con él, y quedejara a un lado su enfado y su orgullo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Göran—. Hay algo que no va bien, ¿estoy enlo cierto?

Asentí, el hombre entró en la gardr ysacó un asiento para que pudieraponerme junto a él. Sus ojos no soloreflejaban dolor y pesar por Hanna, sinotambién preocupación por lo quepudiera estar pasando.

—He visto al hersir algo… —dijopensando—. Señalado —alzó una manoy se la pasó por la cara.

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—Sí… —contesté desganada—.Ayer él y Egil se enfrentaron, no quiereque tengamos nuestro festarmál.

No dijo nada, permaneció calladomirando al frente, pensando en lo que leacababa de contarle. Cogió aire y losoltó a modo de suspiro. Dijo que nocon la cabeza, los conocía demasiadobien a ambos como para saber cómoeran, por lo que sabía que ninguno deellos se daría por vencido.

—Hammer debería aceptar que yaeres una mujer que puede tomar suspropias decisiones, no puede ser élquien te diga lo que debes o no hacer.Debería respetar tu elección, sobre todosabiendo cuanto amas a ese hombre.

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Pero, por otra parte, Egil debería haberhablado con él antes y haber pedido tumano.

Giré un poco la cabeza, lo suficientecomo para poder mirarle de reojo, aquelhombre era el más sensato que habíavisto. Estaba segura de que sabría cómollevar todas estas situaciones, hubierasido digno de ocupar el lugar deThorbran si él no hubiera estado.

—Estás en lo cierto, Göran —murmuré mientras escuchaba como mivientre rugía, estaba terriblementehambrienta.

—Aguarda aquí.Entró en la gardr, y al salir vi como

tenía algo de pan entre sus manos, me

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tendió un trozo antes de sentarse ycuando lo hizo le dio un gran bocado.

—Gracias —dije avergonzada.—No debes agradecerme nada,

mientras tengamos, que no falte.Sonreí, le di otro mordisco y fue

entonces cuando vi como aparecía mivikingo tras nuestra espalda. Me agarrópor los hombros y me besó en la mejilla,tras eso fue junto a Göran y lo abrazó.Cuando se separaron, el hombre le pusomala cara.

—¿Qué ocurre?—No has hecho las cosas como

deberías.Egil se quedó sorprendido, ya que no

sabía de qué estaba hablando.

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—Tendrías que haber ido a hablarcon Hammer antes de tomar a esta mujercomo tu futura húsfreyja —dijo molesto,como si fuera su padre.

Este se puso delante de él, cruzó losbrazos y lo observó.

—No, no lo has hecho bien —sesinceró.

—Tal vez tengas razón, pero nopodía esperar, necesitaba y necesito queesta mujer sea mía para el resto denuestras vidas.

Göran fijó su mirada en él, seconocían desde hacía demasiado. Sabíamuy bien que él era como su padre.

—¿Cómo está Hanna?—Helga está probando con ella un

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nuevo ungüento.—Mejorará, estoy seguro de que los

dioses no se la llevarán estando tu aquí—dijo intentando reconfortarle—.Tranquilo.

—Cuando la veo así solo deseo quese la lleven Egil, está sufriendo… —murmuró.

El hombre se puso en pie y abrazó aljoven. Podía escuchar como un profundollanto se escapaba de su interior, lo quehizo que Egil le abrazara con más fuerzaaún, intentando controlar el dolor quellevaba dentro. Ver así a Göran haríaque acabase rompiéndose él también.Me levanté, me acerqué a la puerta ymiré. Helga estaba arrodillada junto a la

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mujer. Inspiré algo de su aire, entoncesolí, era salvia. Sabía que Hanna seríacapaz de salir de aquello, necesitabaque estuviera a nuestro lado. Di variosgolpes en la madera, para que así, Helgame prestara atención. Cuando se giró, lelancé una sonrisa compasiva, pero nosirvió de nada, aquella mujer era comoel hielo.

—¿Puedo entrar?—Sí, adelante —se apartó de ella—.

No estarás mucho aquí.Asentí y fui lentamente hacia ella.

Con cuidado me arrodillé a su lado, meagaché un poco para que pudieraescucharme mejor.

—¿Gala? —preguntó entreabriendo

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los ojos, con la voz desgastada y algoronca.

—Sí, Hanna, he venido a verte.—Gracias por venir, muchacha.—Egil está en la entrada junto a

Göran, cuando salga entrará él.—Quiero pedirte algo, niña —

susurró.—Lo que quieras, Hanna, por ti haré

lo que desees —aseguré con los ojosllenos de lágrimas.

—Prométeme ante los dioses, quecuando no esté, cuidaréis de mi hombre,y de todo el pueblo, no dejéis que losdioses se lo lleven tras mi marcha, debevivir.

Le dije que si con la cabeza una y

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otra vez. Verla así hacía que sintiera eldolor que tenía Göran dentro, sabía quelos dioses la reclamaban y no habíanada que hacer, dejaría el Midgard paraaposentarse junto a Odín, a quienserviría su deliciosa comida. Vi comoella estaba en paz, tranquila, estabasegura de que las valkyrjur se lallevarían a pesar de no haber muerto enel campo de batalla. Las lágrimasamenazaban por escaparse de mis ojos,empezaron a descender por mis mejillasy no pude evitar ahogar un llanto.

—No te irás, Hanna, le ruego a losdioses para que eso no ocurra, estomejorará. Göran será tu fuerza, igual quelo ha sido cuando no la tenías.

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Pequeñas gotas se escaparon de susojos descendiendo por su sien yacabaron empapando las telas que habíabajo su cabeza. Un débil hipido seescapó de su interior, rompiendo elsilencio que había tomado el lugar.Estiró la mano hasta llegar a donde seencontraba la mía, me la agarró y laapretó con fuerza. Imité su gesto, soloque me acerqué a ella y la abracé.

—Todo saldrá bien —susurré.Ella asintió como pudo, sin fuerza.

Escuchaba como la arena que habíafuera crujía, así que, giré la cabeza paraver quien se aproximaba. Era Egil queestaba asomado a la puerta. Dio variospasos hacia donde nos encontrábamos y

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sonrió tristemente. Desde la distanciapude ver como sus ojos brillaban, llenosde pesar.

Me puse en pie como pude, mefallaban las piernas, haberla visto asíme dejaba destrozada. Sabía que habíauna parte de mí que se equivocaba, losdioses iban a acabar llevándoselaconsigo, pero mi corazón me decía queseguiría entre nosotros.

Vi como Egil me observaba, se iba aacercando a mí y me ayudó amantenerme en pie y que no cayera.Cuando estuve bien le pedí que mesoltara, para que pudiera salir de lagardr y él se quedara junto a Hanna.Tendría que salir, pero no lo hice, me

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quedé en la puerta apoyada contra lapared.

Mi hombre permaneció en silencio,observándola, le pasó una mano por lafrente y le besó en ella. Se agachóquedando más cerca y le dijo algo queno logré escuchar. Dio un golpe a lamadera del suelo lleno de rabia,haciendo un agujero en ella. Cientos deastillas salieron cuando sacó la manodel agujero, la tenía ensangrentada, perono parecía importarle.

—No voy a dejar que te marches así,no sin luchar —murmuró.

—Esta no es una guerra que debaslibrar tú, mi hermoso niño.

Se pasó las manos por la cara,

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intentando secar las lágrimas que seescapaban sin que él lo quisiera. Apoyósu cabeza sobre el vientre de la mujer ylloró desconsolado como lo haría unniño, dejándose llevar por la pena quesentía por dentro, esa que le arrollabasin que pudiera impedirlo. Algo en mí seresquebrajó al verle así, si él sufría yotambién lo hacía. Pasé los brazos pordebajo de mis pechos abrazándome a mímisma, esperando algo de consuelo, elcual no encontré hasta que sus ojos setoparon con los míos. Besó a Hanna enla frente, se puso en pie y se acercócuidadosamente a donde estaba, cuandollegó a mí, me abrazó dándole un respiroa su atormentada mente.

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—¿Podéis salir?—Sí —dijo Egil.Pasó uno de sus brazos por encima

de mis hombros pero este acabóposándose sobre mi cintura. Göran nosobservó con detenimiento y sonrió, surostro había cambiado, durante unosinstantes había sido capaz de dejar esapena que le corroía para alegrarse denuestra unión.

—Sé que os cuidaréis el uno al otro.—Gracias, Göran.Este volvió a sonreír, asintió y

seguidamente entró en el interior de lagardr junto a Hanna y Helga. Cogí lamano de mi vikingo, la alcé y la miré.

—Deberías ir con más cuidado.

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Soltó la mano de la mía, se la pasópor la nuca y se colocó bien el pelo a lavez que dejaba ir un suspiro.

—No podía contenerme.Tiré de él para que fuera más

deprisa, debíamos llegar a mi gardr, allípodría curarle la herida. En la gardrtenía varias cosas que podrían ayudarmea limpiar lo que se había hecho. De ungolpe abrí la puerta, no podíaentretenerme, si padre nos encontrabaallí no saldríamos.

—Siéntate —le ordené señalandouno de los asientos.

Fui a por algo de agua, la puse alfuego y le eché algunas ramas de salviaque harían que la herida se limpiara.

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Cuando estaba caliente cogí un trozo detela y la empapé en esta, se la pasé porencima de la herida quitando la sangreque había, si no se la limpiaba acabaríapor empeorar. Dejé que siguierapasándose él la tela humedecida. En otrocuenco aplasté corteza de fresno, agua ylas hojas de salvia que había utilizado.

Rasgué otro trozo de tela, se lo dipara que secara el agua que había sobresu piel, y dejó el otro dentro del cuencode agua, mientras buscaba algo con loque envolverle la mano. Eché elungüento sobre la herida de Egil y se lavendé con delicadeza, apretándola paraque la mezcla no saliera. Mientras lohacía, él me observaba sorprendido.

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—Gracias —murmuró.Sonreí, me acerqué a él, nuestros

rostros estaban muy cerca, tanto quepodía notar como su aliento chocabacontra el mío calentando mi piel. Íbamosa besarnos cuando la puerta se abrió.Era padre quien entraba con mala cara yel ceño fruncido. Nos observó condetenimiento hasta que vio lo que leocurría a Egil en la mano.

—¿Qué te ha pasado? —preguntóintentando no mostrar ningunapreocupación, aunque se veía querealmente si lo estaba.

—Ha sido un golpe sin importancia—le explicó él.

Asintió sin apartar la mirada de

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nosotros, aún desde la entrada.—Ahora nos marchamos —le

aseguré—. Tranquilo.—Estoy muy tranquilo, Gala —dijo

de mala manera, lo que hizo que mequedara aún más claro que no lo estaba.

En sus ojos pude ver el fulgor quecorroía su interior, hice que Egil sepusiera en pie y me coloqué entre ellos,no dejaría que se tocaran.

—Si tienes que enfrentarte conalguien que sea conmigo —le dije—. Élsolo es culpable de quererme…

Padre me dijo que no con la cabeza,miró al suelo y suspiró.

—No le hagas nada —le rogó Egil—. Nos marcharemos si eso es lo que

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quieres.Dio un paso adelante, quedando algo

más cerca de mí, y retrocedí, no queríaque nada ocurriera, pero si tenía quepasar, pasaría. Si las Nornas lo queríanasí, ocurriría. Alzó la vista de nuevo,tenía los ojos llenos de lágrimas,rojizos. Me agarró por los brazos y meabrazó envolviéndome con su pesadocuerpo.

—No vuelvas a marcharte así, hijamía —dijo enfadado.

Cuando nos separó, se acercó a Egil,hasta que se quedó a un palmo de él.

—Cuida de mi pequeña, ya te lo dijeuna vez, dáñala y no sabrás dondeesconderte, estés donde estés acabaré

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contigo aunque tenga que dar mi alma aLoki, conseguiré que sufras tanto comolo haría yo por ella. —Le amenazó—¿entendido, guerrero? —Gruñó.

—Sí, drottin —dijo obediente—puede estar tranquilo, daré mi vida porella las veces que sean necesarias.

Padre le tendió la mano, mi hombrela agarró, asintió y ambos se abrazaron,padre empezó a golpearle la espalda,algo que era buena señal.

—Recuérdalo siempre —murmuró,aún sujeto a él.

Al separarse, Egil volvió a tenderlela mano y fijó sus ojos claros en los depadre.

—Hersir, me gustaría que me diera

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permiso para hacer de esta maravillosamujer mi húsfreyja —sonrió.

—Tenéis mi bendición, Egil, y estoyseguro que también tendréis la de losdioses.

—Gracias, padre —dijeabrazándome a los dos.

Mi vikingo me cogió por la cintura,me alzó y me besó con ansia.

Antes de irnos recogí lo que habíautilizado para sanar la mano de Egil, meacerqué a padre y le besé en la mejilla,entonces me abrazó.

—Mi hermosa dóttir, has crecido yte has vuelto una mujer maravillosa —susurró apenado.

—Siempre seré tu pequeña dóttir,

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padre.Egil tomó mi mano nada más dejar a

padre, y me llevó al establo. Amboscorrimos como si no hubiera nada más,entramos y le colocó las riendas aEspíritu. Me tendió la mano para que lacogiera y así pudiera subirme.Habíamos dejado las puertas abiertas,así que, el hestr salió corriendo.Bajamos al centro del poblado. Laspatas del animal hacían bastante ruido,incluso había quien salía de sus gardrspara ver qué era lo que ocurría. Linnafue una de ellas, estaba frente a su puertamirándonos. De un salto me bajé delhestr dejé que siguiera su camino, lamuchacha me miraba sorprendida.

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—¿Qué ocurre?—Tendremos un festarmál, Linna.Se tapó la boca con las manos

sorprendida, más aún de lo que ya loestaba. En ese momento, me abrazó y riode alegría.

—Me alegro mucho por ti, hermana.—Solo faltáis Gull y tú —añadí

guiñándole un ojo.Dejó ir una carcajada y empezó a

reír al mismo tiempo que negaba con lacabeza. Vi como Egil se marchaba haciala vangr a explicárselo a los demás,mientras tanto Linna y yo nos acercamosa la gardr de Göran y Hanna. Cuando fuia entrar me topé con Helga, quien salíade la cabaña. La abracé, alegre de lo

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que ocurría, pero me separó de ella y semarchó sin decir nada.

—Göran —le llamé.Este se dio la vuelta para mirarnos, y

sonrió al vernos.—¿Cómo se encuentra?—Mejor, parece que el ungüento que

ha preparado Hegla le hace bien —dijocontento—. ¿Qué ocurre? Tienes unahermosa sonrisa en los labios.

—Padre ha accedido a que Egil y yonos unamos.

Una enorme oleada de satisfacciónrecorrió todo mi cuerpo. Escuché comoHanna emitía un leve ruido. Me acerquéa ella, me arrodillé a su lado para poderescucharla mejor y le pasé la mano por

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el cabello.—¿Has oído? —Le pregunté con

mimo— Egil me tomará como suhúsfreyja en un tiempo, tienes quemejorar.

—Sí, niña, allí estaré —meprometió.

La abracé con delicadeza para nohacerle daño.

—Gracias —susurré.Antes de salir abracé a Göran, para

darle las fuerzas que necesitaba.Fui hacia la vangr, tenía ganas de

hablar con Jokull, de agradecerle quehubiera hablado con padre, y de que lohubiera hecho entrar en razón. Desde lalejanía pudimos ver como Gull y Egil se

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abrazaban, dándose palmadas en laespalda, hasta que llegué yo.

—Muchas felicidades, los dioseshan estado de vuestra parte —dijo a lavez que se acercaba y me abrazaba.

—Gracias por hablar con padre.—No me las des, no hablé con él de

ello, no pude.Le miré extrañada, no había hecho

falta que nadie le dijera nada pararecapacitar.

—Pero… —dije sorprendida—. Noentiendo nada —murmuré mientras mepasaba las manos por las muñecas.

—Hizo lo que debía hacer.—Sí…Egil me tomó por la cintura, se pegó

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a mi espalda y me besó la mejilla,estaba contento, lleno de felicidad. Todoaquel mal y rabia que había entrenosotros se había liberado, incluso noshabíamos unido aún más por laenfermedad de Hanna.

Estaba estirada sobre el jergón, elcalor de la hoguera me calentaba poco apoco, aun estando tapada bajo las pieleshacía frio, demasiado. Miré por todaspartes esperando a que mi hombre mediera el calor que me faltaba. Lo vicaminar junto a la mesa, cogió una ramay la prendió. Se resguardó bajo laspieles, alzó un brazo y dejó que mepusiera bajo él, me abrazó y pudedescansar sobre su pecho. Me besó la

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cabeza, llevándose consigo mi olor.—Descansa, mi hermosa mujer.

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Festarmál.Me temblaban las manos, estaba tan

nerviosa que me era imposible estarquieta y poder calmar mi angustiadarespiración. Iba de un lado al otro de lagardr, arrastrando parte del vestido queme había hecho Elsa, y que a pesar deser hermoso me quedaba grande y esohacía que me llevara conmigo todas laspiedras y ramillas que había en el suelo.No podía dejar de pensar en dónde

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estaría Egil, solo podía centrarme enello, solo esperaba que todo salieracomo debía o acabaría por perder larazón. Apenas habíamos tenido tiempopara prepararlo, normalmente se tardabaalgo más de doce lunas y nosotros lohabíamos hecho en menos de una. Sololes rogaba a los dioses que estuvieratodo perfecto. Hacía tanto que deseabaque llegara aquel momento. Creía querompería a llorar cuando llegara la horade estar con él hasta que nos reclamaranlos dioses.

Estaba tan nerviosa que no pudeevitar que una tormenta arrolladora ydescontrolara se hiciera con mi cuerpo ymi mente, sentía tantas cosas que no era

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capaz de separarlas, sentía gozo,nervios, inquietud, desesperación, perotambién deseo… Estaba preparada paraque llegara la hora. No podía dejar decaminar de un lado a otro alrededor dela mesa, me senté sobre el jergón perono podía dejar de mover las piernas. Medi un golpe en ellas, pero de nadaservía. Me puse en pie de nuevo, anduvepor todas partes, me pasé las manos porel cabello, Linna me lo había recogido ylo había adornado.

—¡Detente ya! —gritó Linna desdeel otro lado de la cabaña molesta.

—No puedo, hay algo en mí que meestá haciendo perder el sentido —susurré con pesar, me estaba

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descontrolando.—Siéntate y quédate quieta —dijo

cogiéndome por los hombros ysentándome en uno de los asientos demadera junto a la mesa—. Sentada.

Bufé enfadada, pero por suerte esebufido acabó de deshacer el nudo quehabía en mi interior. Hice lo que medecía, me quedé intentando permanecerquieta, mientras ella seguía tocándomeel cabello, algo se había deshecho.

Linna se había encargado de la granmayoría de los preparativos, junto a sumadre, Elsa, y a algunas de las mujeresdel poblado, Bera y Agnetha, la madrede Gull, quien se ofreció para prepararel gran banquete. Me pasé las manos por

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el vestido, era claro, con algunosfilamentos de oro cosidos en los puños,y el cuello adornado porresplandecientes cuentas. En la partebaja del vientre había un cinto cosidodel que colgaba un poco de piel de oso,lo que hacía que la parte superior delvestido quedara pegada a mi cuerpo. Deeste también colgaban plumas del arnarque traía Egil sobre su hombro cuandollegó.

Linna me había oscurecido los ojoscon carbón, lo que los hacía másllamativos, o por lo menos eso decíaella. Me pasó las manos por el cabello,deshizo lo que había hecho, y volvió ahacer mejor las trenzas que sujetaban las

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flores, dejando que parte de mi cabelloquedara suelto en mi espalda. Variosgolpes irrumpieron el silencio que habíaen la gardr, la puerta se abrió y fue Elsaquien apareció tras ella con una sonrisaenorme en sus labios. Cuando me vio, sesorprendió y pude ver como sus ojos sehumedecían.

—Gala… —susurró—. Estáshermosa.

—Gracias —dije sintiendo comomis mejillas se enrojecían.

Dio varios pasos hacia nosotras ysacó algo de una de las alforjas quellevaba colgadas, era un hermosocolgante de oro con piedras rojizas. Melo tendió, para que lo observara más de

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cerca. Era demasiado bello como paraque lo llevara yo.

—Es para ti —susurró la mujer,orgullosa.

—Yo… —dije sintiendo comoapenas podía hablar, la voz no me salía,era demasiado bonito—. Lo siento, Elsa,no puedo aceptarlo —murmuré conpesar.

—No es mío, Gala, es un presente deHanna —me explicó e inmediatamentemis ojos se llenaron de lágrimas—. Estápreparándose y me ha pedido que te lotraiga —prosiguió— ella lo llevó en sufestarmál, igual que sus padres yabuelos —siguió—. Quiere que ahora lolleves tú —concluyó.

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Pasé las manos por encima de cadauna de las cuentas que lo adornaban,maravillada por su belleza.

—No puedo aceptarlo, Elsa.—¿Quieres que venga ella y te lo

ponga? ¿Vas a hacer que esa pobremujer tenga que venir hasta aquí soloporque eres una testaruda?

La miré con los ojos bien abiertos,atónita por lo que acababa de decir, ypor como lo había dicho, nunca penséque fuese a hablarme así.

—Está bien, me lo quedaré —me reí.Se lo di a Linna y esta me lo colocó,

dejando que cayera por mi cuello.—Estás hermosa —añadió Linna,

poniéndose frente a mí.

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Me pasé las manos por el brazaleteque me había regalado Egil, observé alkottr y a sus ojos, y sonreí. Habíallegado el día, todo aquello que habíaansiado se iba a volver realidad.

Alguien volvió a golpear la puerta,solo que esta vez lo hizo con tanta fuerzaque se acabó abriendo sin que lapersona que estaba fuera hiciera ningúnesfuerzo. Fue Gull quien apareció trasesta, se había recogido parte de sucabello, lo que me sorprendió.

—Vaya, Gull —dije mirándole dearriba abajo—. Has elegido bien, systir—me giré hacia Linna.

Esta rio a carcajadas y a ella se leunió su móðir. Gull se acercó a la

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muchacha, pasó sus brazos por sucintura y la besó.

—Hacen una unión hermosísima —añadió Elsa.

—Sí, estás en lo cierto.Aquellos dos se separaron, Gull se

colocó al lado de Elsa y la besó en lamejilla.

—Para ti también tengo un beso —dijo sonriente—. Bueno, hermosasmujeres, será mejor que nos marchemos,hay que terminar de prepararlo todoantes de que llegue Gala.

Ambas asintieron, Linna se acercó amí y me abrazó. Elsa se despidió conuna enorme sonrisa y una mirada dulce.

—Nos vemos en un rato —dijo

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Linna antes de marcharse.—Sí, id con cuidado.—Volveré a por ti —me dijo Gull.Asentí con una sonrisa y cuando se

marcharon algo en mí se derrumbó. Enaquel momento anhelaba el tener amadre, desearía tenerla conmigo.Apenas sabía nada de ella, padre meexplicó que cuando nací durante unaincursión en Valland, fue por ello por loque recibí este nombre, Gala. Madrehabía perdido tanta sangre durante elalumbramiento que no había podidovolver a nuestra heimr.

—Móðir —dije en un susurro—.Espero que los dioses la tengan en suseno, sería un placer y un honor que

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estuviera aquí conmigo para disfrutar deeste maravilloso momento, no sabe cuanfeliz soy de tener una vida tan plenacomo la que me disteis —algunaslágrimas amenazaron con salir, pero lasdetuve—. Padre ha sabido cómo cuidarde mí durante todo este tiempo, sé queanhela tenerla a su lado, estoy segura deque la sigue amando a pesar de todo,pero no es capaz de admitirlo. Confío enque pueda verme desde el Valhalla, quecomparta conmigo este día.

Mis palabras se detuvieron cuandoescuché como la puerta se abría, en laentrada estaba padre, quien vestía susmejores ropajes para la ocasión. Sehabía recogido el cabello y se lo había

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trenzado, estaba bellísimo.—Gala, dottir —dijo mientras abría

—. Tenemos que...Me puse en pie y al verme

completamente vestida sonrió orgullosocon los ojos llenos de lágrimas.

—Eres igual que tu madre, tan bella,hermosa, delicada y a la vez tan salvaje—murmuró en voz baja temblando.

Di varios pasos hacia donde seencontraba y nos fundimos en un cálidoabrazo.

—¿No debería ser Gull y Carónquienes vinieran a por mí?

—Están fuera —se pasó las manospor el rostro—. Debemos irnos ya.

Asentí, y me cogió de la mano.

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Cuando abrió la puerta de nuevo vicomo estaba Regn esperándome, con elcabello trenzado, adornado conpequeñas flores rojizas y blancas. Ellatambién estaba preciosa. Padre y Carónme ayudaron a montar mientras Gull lasujetaba. Cogió las riendas del hestr, ytiró de ellas para que comenzara aandar, pero no le hizo caso hasta que fuiyo quien chasqueó la lengua.

Llegamos a lo alto del camino quellevaba hasta la vangr, y desde ahípodía ver como había sido adornadapara la ocasión. Había una hoguera a unlado, y frente a estos estaban los trégod,las cuatro grandes estatuas de losdioses, Odín, Thor, Freyr y la hermosa

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Freyja. Había una gran mesa que estabadecorada con flores y troncos. En elcentro de estas habían colocado unamanzana, en representación de Freyja ya su lado un cuerno lleno de hidromiel,para tener con nosotros al padre detodos los dioses, Odín.

Todo el poblado se había reunidoallí, esperando a que llegara. Miré haciatodos lados, no era necesario hacerlopara darme cuenta de que mi hombre noestaba. Me giré hacia el camino queacababa de recorrer, y vi como Egilcargaba a Hanna en brazos y comoGöran iba tras él con un asiento demadera para que pudiera sentarse.

Llevaba el cabello algo más corto

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que hacía un tiempo, aunque no tantocomo cuando se marchó. Estabatrenzado, al igual que el mío, salvo quela suya se iniciaba en el nacimiento delcabello, y llegaba al final de estequedando completamente sujeta a sucabeza.

Dejó a Hanna con Göran, se acercó adonde estaba y me dio la mano para quepudiera desmontar de Regn sin quecayera, de repente me cogió en brazos yme besó frente a todos. Mientras, padrese la llevó hacia un lado y la ató en lospostes. Luego se colocó junto aThorbran y Jokull, mientras observabancomo Egil me colocaba en el sitio.

—Estás hermosa —me susurró al

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oído.Bajé un poco la vista y sonreí

vergonzosa. Todos los que allí seencontraban nos vitorearon. Thorbranocupó su lugar junto a Helga, sería ellaquien nos uniera en presencia denuestros hermanos y los dioses.

—Bienvenidos, hermanos —nossaludó a todos con los brazos alzados.

Algunos de los que estaban connosotros no dejaban de hablar por lo queThorbran no pudo evitar mirarles conmala cara a la vez que fijaba sus ojos enellos.

—Helga —dijo haciéndose a unlado.

—Heill Landvaettir74 —saludó a los

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espíritus que ocupaban nuestras tierras—. Os hablo para que nos honréis convuestra presencia escuchando lo que osdigo y bendiciendo este lugar —dijocogiendo aire—. Os ruego que por losdioses y por la tierra que hay bajo mispies, deis felicidad, fuerza y gozo a estapareja, Egil y Gala, para que tengan unavida llena de amor, plena y próspera.

Antes de seguir nos hizo una señalmientras nos tendía unas ramillas desalvia, para que encendiéramos unfuego.

—Heill Kynkfygjur75 —esta vezsaludó a los espíritus, familiares deaquellos que murieron de ambasfamilias—, os pido fuerza para que se

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cree una nueva familia, aquella que estápor surgir, bendecidlos con muchoshijos. Os ruego que estéis junto a ellos,en la felicidad y desgracia, dándoleesperanza cuando les falte.

Helga cogió otro manojo de salviaseca y lo prendió, haciendo que lo quesalía de él rodeara nuestros cuerpos,limpiándonos de todo lo malo.

—Espíritus protectores sagrados,que vivís en estas tierras, os pido queme ayudéis a alejar todo mal que hayaen ellos, y que a su vez los envolváis dedicha.

Llegó el momento en el que debíahablarle a los dioses, así que, lanzó unamirada al cielo, buscando su bendición y

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prosiguió.—Heill Æsir76 —dijo refiriéndose a

Odín y Thor— Dios del trueno y de latormenta, te pido que les des vigor yarrojo. Odín, padre de todos, Dios delos dioses, tú que viajaste por todos losreinos hasta llegar a lo más profundo.Tú que sacrificaste tu ojo en el pozo deMimir para conseguir la ambrosía de lasabiduría. Ahora esta pareja beberá deese dulce néctar para conseguir la dichaque quieras entregarles. —Sonriómientras nos miraba y nos tendió elcuerno repleto de hidromiel—. HeillVanir 77 —dijo hablando a Freyr yFreyja— Freyr, Dios de la fertilidad, teofrecemos como presente estas semillas,

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para plantar vida y amor en ellos —cogió algo de cereal y lo lanzó al aire,haciendo que cayera sobre nosotros—.Oh, Freyja, Diosa del amor y lafertilidad, acepta este fruto comoofrenda, dales alegría, hijos y todoaquello que más deseen —comentó a lavez que nos tendía un fruto.

Le di un mordisco y se la di a mivikingo, tras eso, Helga siguió hablando.

—Gala, acepta esta espada para tufuturo hijo —le dio a Egil la espada quesujetaba Thorbran—. Y ahora debespresentar la nueva al novio.

Detrás de mí apareció Linna, quienme dio la espada que habían hecho paraentonces.

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—La espada transfiere el poder y laprotección de la novia, al padre, a suesposo —aseguró con una ampliasonrisa.

Linna no desapareció de detrás demí, estaba preparada para ocupar sulugar.

—Ahora los anillos —hizo queLinna pasara a un lado.

Los colocamos sobre las espadasentrecruzadas, para que se sujetaran.Miré fijamente a Egil a los ojos, y luegoa las espadas.

—Egil, ¿juras ante los dioses quequieres desposarte? —preguntó tomandoel rostro de mi hombre entre sus manos ymirándole a los ojos.

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—Lo juro —contestó Egil—. Conlos dioses como testigos.

Mis ojos se llenaron de lágrimas alescuchar cada una de las palabras quedecía Egil, las manos me temblaban,sentía como las piernas me flojeaban…Busqué la fuerza que me faltaba, aquellaque los nervios me arrebataban y allí latenía, frente a mí.

—Gala —dijo entonces cogiéndomea mí—. ¿Juras ante los dioses quequieres desposar a este hombre?

—Sí, lo juro.Cruzamos más las espadas, para así

poder coger los anillos, nos los pusimosy no pude evitar sonreír y llorar de laalegría.

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—No llores, mi hermosa mujer —dijo Egil mientras pasaba sus grandesmanos por mis mejillas.

Helga nos miró con una sonrisa, erade las pocas veces que la había vistohacerlo.

—A partir de ahora, podréis avanzarlejos de las tormentas, cuando sea elmomento y las nubes oculten la luz deSól en vuestras vidas, recordad queaunque no veáis, siempre estará ahí —añadió— algún día desaparecerá, yllegará el fin —dijo mirándome a mí alos ojos— protégele —me pidió—.Estáis casados.

Nos besamos llenos de alegría, notécomo algunas lágrimas se escapaban de

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los ojos de Egil.—No llores, víkingr —murmuré con

una sonrisa.—Es de dicha, mi hermosa mujer.Todos los que allí estaban nos

aplaudieron y vitorearon.—Egil… Tengo algo que decirte —

susurré.Antes de que pudiera decirle nada,

padre me cogió por la cintura y me diola vuelta para abrazarme con fuerza.

—Ahora ya eres suya, niña.—Siempre seré tuya, padre.Cuando me giré para poder hablar

con Egil no lo encontré, habíadesaparecido entre la gente y en su lugarhabía aparecido Linna, quien venía a por

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mí, y tras ella Gyda, para poderfelicitarme por nuestra unión. Apenaspodía escucharlas, me sentía débil, todoel cuerpo me pesaba al andar, en miinterior un fuego intentaba escapar. Salícorriendo hasta que pude alejarme unpoco. Un incontrolable dolor hizo queme doblegara sobre mi misma.

—¡Gala! —gritó Egil desde dondese encontraba.

Ladeé un poco la cabeza, peroparecía que todo estuviera moviéndose ami alrededor, unas horribles ganas deechar todo lo que tenía dentro acudierona mi garganta con insistencia, hasta queno pude aguantar más. Mi hombre llegójusto a tiempo para sujetarme por la

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cintura y para aguantarme el cabello, elcual recogería más tarde. No dejé deechar todo lo que llevaba dentro duranteun rato hasta que no quedaba nada.

—¿Te encuentras bien?—S… S… Sí —contesté como pude,

mi voz y mi cuerpo temblaban a la vez,sin apenas fuerza que pudieramantenerme en pie.

—¿Qué ha ocurrido?Antes de que pudiera decir nada, se

acercó Helga, quien me tendió un trozode tela y respondió por mí.

—Está en cinta, muchacho.Egil me miró, en sus ojos pude ver

terror y amor por partes iguales, noparecía creer lo que acababa de decirle.

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Sentí como su cuerpo se tensaba, susmanos me apretaban, estaba enfadado.

—¿Desde cuándo?—Yo… Hablémoslo después… —

Le rogué con la voz temblorosa.Asintió y me ayudó a caminar hasta

donde se encontraba el resto de la gente,todos nos observaban, parecía que sehabían dado cuenta de todo lo que habíaocurrido. Las piernas me fallaban, yestuve a punto de caer, pero gracias aque tenía a Egil a mi lado no lo hice. Mecogió en brazos y me llevó a donde seencontraba su padre.

—¿Qué te ocurre? —preguntóThorbran.

—Está en cinta —murmuró Egil.

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Padre, quien también lo habíaescuchado, se quedó con los ojos bienabiertos sorprendido, su tez se habíaaclarado como el hielo, no se movía nihablaba. Carón se acercó por detrás, lepuso una mano en el hombro y lepreguntó algo, pero este no reaccionó.

—¿Hammer? —preguntó— ¿estábien, hersir?

Asintió, pero no hizo nada más,permaneció observándome, viendocomo Egil me aguantó mientras Gull ibaa por una silla.

—¿Por qué no me lo habías dicho?—No lo sabía… No del todo —

murmuré con las pocas fuerzas que tenía.—¿Desde cuándo?

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—Cuando volviste… En mi gardr, lanoche del banquete.

Me dejó sentada. Pasé la mano sobremi vientre acariciándolo, Egil se agachóquedándose a la altura de este, pasó lamano por mi rodilla, la subió por mimuslo y acabó imitando mi gesto,maravillado.

—¿Aquí dentro crece algo nuestro?—preguntó asombrado.

Sus palabras estaban llenas de amory cariño, tanto que hicieron que meestremeciera bajo su tacto, mi vello seerizó nada más escuchar lo que decía, unvida juntos, para siempre, con nuestracriatura.

—Cachorro, tal vez aún no puedas

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escucharme o seas demasiado pequeño,pero tenemos que cuidar de ella, de tuhermosa móðir —dijo con dulzura—entre los dos.

—Por los dioses… Egil —me tapéla boca con las manos.

Lo que acababa de hacer hizo queperdiera completamente el sentido,sabía que era él, los dioses lo habíanpuesto en mi camino, él era el hombrede mi vida, el que me completaría, elque me haría eterna.

—¿Qué ocurre, mo kottr?—Es tan hermoso lo que dices —le

respondí entre lágrimas, a la vez quepasé mis manos por su cabello.

Se puso en pie, para así poder

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abrazarme. Todo había cambiado, algohabía hecho que estuviera lleno deorgullo y amor.

—No llores, mi hermosa valkyrja,tengo algo para ti.

—¿Para mí? —pregunté confusa—.¿No tienes suficiente con este presente?—pregunté tocándome el vientre.

Me dijo que no con la cabeza,mientras volvió a cogerme en brazos.

—¿A dónde vamos?—A nuestro brúdveizla78 —contestó

—. Tienes que alimentarte, sobre todoahora que sois dos.

No dije nada más, Egil se acercó asu padre e hizo que fuera este quien mecogiera.

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—¡No soy un animal! —Reneguémoviéndome en los grandes brazos deThorbran— aún puedo caminar.

Quería ir andando, sola, podíahacerlo, Egil me había devuelto lasfuerzas que no tenía.

—Suéltame.—Gala, es mejor que te lleve yo.Le miré de mala manera, y acabó

cediendo, decía que no con la cabeza,pero cuidadosamente acabó dejándomeen pie. Parecía que podía caminar yosola, a pesar de que sentía mis piernasdoloridas. Solté la mano que envolvía lamía y caminé tranquilamente, hasta queapareció Linna y me cogió de la mano,sonriente.

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—¿Qué te ha ocurrido?—Linna, estoy en cinta —susurré y

le hice un gesto para que no dijera nada.Esta se llevó las manos al rostro

asombrada. Me miró, bajó la vista haciami vientre y lo acarició, aún sin creer loque le había dicho.

—¿Es eso cierto?—Sí, es cierto.Pasó las dos manos por mi tripa,

delicadamente.—Tengo ganas de conocerle, estoy

segura de que será hermoso comovosotros.

—Sí, si se parece a mí Egil, lo será.Todos pasaron frente a nosotros, ya

que íbamos tranquilamente. Hanna no

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había podido hacer la comida, peroentre todas las mujeres y los thraell lahabían preparado con mucho mimo, aligual que las mesas. Entramos en la granskáli, todos estaban sentados perofaltaban algunos sitios por ocupar. Gullse había colocado junto a Carón,esperando a la llegada de Linna. El restose sentaron como siempre lo habíanhecho.

Linna me acompañó hasta dondedebía estar yo, me senté, deshizo lo quellevaba en la cabeza y lo recogió todoen diversas trenzas en la parte superiorde la cabeza. Ya era una mujerdesposada. Cuando estaba observandolas hermosas flores que había sobre la

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mesa escuché un silbido. Alcé la vista yal final del salón vi como entraba Björncon Egil, aunque este se quedó en laentrada.

—Gala, ¿puedes acercarte un poco?—Me pidió desde la lejanía.

Hice lo que me pedía, avancé unpoco hasta llegar al final de una de lasgrandes mesas. No estábamos muy lejos,pero aún no podía ver que era lo queestaba escondiendo detrás de él.

74 Landvaettir – Espíritus de la tierra.75 Kynkfygjur – Espíritus de los familiares fallecidos.

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76 Æsir – Son los principales dioses del panteónnórdico.77 Vanir – uno de los dos grupos de dioses de lamitología nórdica.78 Brúdveizla – Banquete de boda.

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Por un instante mi mente empezó adudar. No sabía que era lo que estabaescondiendo detrás de él, había algo ensu voz que era distinto. No sabía quepensar, pero aquello no me impedíaseguir avanzando hasta donde seencontraba. Björn se hizo a un lado,dejándole espacio para que pudierapasar frente a él.

Fue entonces cuando Egil entró porcompleto y pude ver que llevaba tras él.

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Un enorme y hermoso gaupa79, con losojos dorados como los rayos del Sól, supelaje era jarpr, incluso tenía algunaszonas oscuras como la tierra húmedatras una lluvia. Me acerqué a él sintemor alguno, era tan sumamentehermoso que habría jurado que era unode los felinos que tiraban del carro deFreyja. Fijó sus grandes ojos en mí,parecían haber sido oscurecidos comolos míos con troncos quemados. Susorejas eran puntiagudas, con algo más depelaje que el resto del cuerpo.

Estaba tan cerca, que al dar dospasos más pude tocarle, este me gruñódesconfiado, como lo haría yo, pero esono hizo que me asustara. Mi hombre

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permaneció quieto, sin hacer nada,mientras dejaba que siguieraacercándome no me haría nada. Puse mimano a su nariz para que me oliera,inmediatamente el animal bajó la miradaclavándola en el suelo y se tumbómostrando sumisión.

A pesar de ver todo lo que ocurría,no acababa de entenderlo, no sabíadónde había encontrado a aquel hermosokottr.

—Es para ti, valkyrja, él teprotegerá cuando tú no puedas hacerlo,te guiará hasta Freyja cuando llegue elmomento.

Sus palabras erizaron mi vello,cuando llegara el momento… Me repetí.

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Me arrodillé frente al animalemocionada. Cuando se dio cuenta deque estaba frente a él, alzó de nuevo lacabeza y pegó su nariz a la mía. Le paséla mano por su peluda cabeza y le beséentre las orejas.

—Bienvenido a tu nuevo hogar,Skogkatt.

El gaupa me lamió las manos yluego pasó a la mejilla. Di un respingoal notar como su áspera lengua pasabapor mi piel y sonreí.

—Parece que se alegra de conocer asu dueña.

—¿Su dueña? —preguntéasombrada.

—Es tu morgingjölf, no podía

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esperar más —dijo con una sonrisa—.Eres su dueña, igual que lo eres de micorazón.

De un salto me puse en pie, meacerqué a él y le besé con ansia. Cuandoterminamos de besarnos se separó de míy pronunció las palabras más bellas quejamás podría haber escuchado.

—Te quiero —me dijo con ternura.—Y yo a ti.Me mordí el labio inferior y me pasé

la lengua por este mientras le miraba, loque hizo que pasara uno de sus brazospor mi cintura, me tomara con fuerza yme apretara contra él.

—No hagas eso, mujer —me susurróal oído con la voz algo más rasgada.

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—¿Por qué?—Lo sabes muy bien —me besó con

pasión.Skogkatt llevaba una gran tira de piel

oscura que resaltaba en su cabello, deeste colgaba una larga cuerda que ibacogida de la mano de Egil. Volví aagacharme, esta vez para prestarle todami atención a él. Pasé mis manos por lacinta de piel, la desanudé junto a lacuerda, aquel animal merecía estar libre.

—Vamos, Skogkatt —murmuré.Empecé a andar hacia donde me

encontraba cuando entró Egil, hacianuestra mesa, el animal me siguió comole había dicho. Miró hacia todos ladoscurioso, pero no hacía nada más que

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seguir mis pasos, vi como alzaba sucabeza algo más para olerlo todo yquedarse con cada uno de los rasgos denuestros vecinos. Escuché como Egilvenía tras nosotros poco a poco,observando como el fuerte animal semantenía en calma acompañándome ysin separarse de mí. Con la miradabusqué algo en lo que poder echarlecomida o agua. Pero no encontré nada.Le pedí a Hans que buscara, por lo quepoco después vino con un cuenco.

Fui a por lo que había encontradoHans, Skogkatt no separaba de mi lado.Le pasé las manos por la cabeza entreoreja y oreja, el animal ronroneógustoso, se sentó y observó cómo le

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servía algo de agua. Me senté junto aEgil, todo el mundo nos prestabaatención a Skogkatt y a mí, por lo que lepregunté a mi hombre.

—Eres demasiado hermosa comopara no mirarte, Gala, sobre todo ahora—dijo pasando una de sus grandesmanos por mi vientre.

—Gracias…Sentí como un repentino calor

empezaba a invadirme, tornando mismejillas rojizas, nunca sería capaz deacostumbrarme a que él me hablara así.

Antes de que empezara a comer, mivikingo se puso en pie, silbó igual quehabía hecho antes, por lo que todos leprestaron atención.

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—Me gustaría decir algo —dijo envoz alta—. Lo primero es que quieroagradeceros lo que habéis hecho hoy porGala y por mí, sin vosotros no podríahaber salido bien —todos nuestroshermanos aplaudieron—. Quieroagradecer a Hammer que me deje cuidarde una mujer tan hermosa y salvajecomo lo es, Gala. A mi padre, porhaberme hecho como soy, por habermeayudado a crecer y por convertirme enel hombre que he conseguido ser —ladeó la cabeza y me miró a mí—. Y ati, mi hermosa valkyrja, por hacerme elhombre más dichoso de todo elMidgard, los dioses me han hecho ungran presente, y ese eres tú.

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Todos aplaudieron sus palabras,incluso yo, que sentía como mis ojosempezaban a llenarse de lágrimas.

—Qué los dioses os bendigan —gritó.

—Aguardad —les rogué.Estaban pendientes de mí, tanto

como Skogkatt, el cual había dejado debeber el agua que había echado en sucuenco.

—Los dioses nos han bendecido conun regalo, vosotros, quienes formáisparte de nuestra familia y… —dije algocohibida—. Hay algo que quierocompartir con vosotros —cogí mi jarray le di un largo trago— Freyja haquerido que en mi vientre porte una

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criatura de Egil, estoy en cinta.Algunos se sorprendieron, otros no,

pero todos ellos se alegraron de nuestradicha, nos felicitaron desde todas partesde la sala, algunos se levantaron y nosabrazaron, menos Hanna, quien apenaspodía moverse.

—¿Has oído? —Le dijo Egil al oído—. Vamos a tener una criatura.

—Sí, niño, gracias a los dioses esepequeño tendrá una gran familia —dijoalegremente con la mirada algo perdidaen la mesa.

Mi hombre le besó en la mejilla, yohice lo mismo, a la vez que la abracécon fuerza y lo repetí con Göran, corrí apor padre y a por Jokull, ambos estaban

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demasiado sorprendidos como parareaccionar.

—Todo saldrá bien —les dije.No dijeron nada, tan solo me

abrazaron como pudieron y luego mebesaron. Volví a donde me encontraba,me quedé junto a Skogkatt, y esperé queEgil llegara a mi lado para podersentarnos juntos.

—¡Qué los dioses os bendigan igualque a nosotros!

Todos lanzaron un grito al cielo, ytras eso empezamos a comer.

Cuando terminamos, le di algunoshuesos y trozos de carne al gaupa, eratan hermoso y salvaje, que no podíadejar de admirar su belleza. Egil decía

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que le recordaba a mí, aunque estabasegura de que él era aún más bello de loque jamás podría serlo yo. El grananimal devoró lo que le había dado,cuando ya no le quedaba nada, me mirópidiendo algo más. Miré por encima dela mesa y vi como Egil tenía un trozo depan y algunas cosas más. Sin que meviera se lo quité y se lo eché a Skogkatt.

Me limpié las manos con un trozo detela y observé como el animal acababade comerse lo que le había dado ydespués volvió a poner sus ojos en mí.Mientras esperábamos a que los thraellrecogieran las bandejas y cuencos quehabía sobre las mesas, Jokull fue a porun escudo y unas espadas. Aquello

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duraría toda la noche y parte de lamañana. Cogí algunas cosas que faltabanpor recoger, fui a la zona en la queestaban los thraell y Hans acabó porquitármelo de las manos. En el fuegohabía un enorme caldero repleto deagua, huesos y liebres que habíanquedado, también había carnedesmenuzada. Vi como Bera echabaalgunas verduras, lo removió y dejó quese cocinara.

Agnetha había insistido en limpiarjunto a Boril lo que habíamos ensuciado.Había muchas cosas que recoger, asíque, me ofrecí a ayudarles, pero noquisieron que lo hiciera. De repentetodas se callaron y permanecieron

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quietas. Me di la vuelta para ver qué eralo que ocurría, y vi vi como Skogkattentraba.

—Tranquilas mujeres, Skogkatt no oslastimará.

—Es un gaupa muy grande, ¿cómoosas decir que no hará nada que puedaherirnos?

—Por qué sé que no lo hará.Todas se callaron al ver que tenía

razón, el animal se sentó cuando le miréy se quedó a la espera de saber haciadónde iba a ir. Observaron como estabatranquilo, cuando me acerqué a él paséla mano por su cuello, ronroneaba comosi no fuera más que un cachorro. Cuandovieron como el gaupa no hacía nada,

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todas se acercaron a él.—¿Veis?—¿Puedo… puedo tocarlo? —

preguntó Gyda.—Adelante —la animé a que se

acercara, aunque antes de que lo hicierale dije algo a Skogkatt al oído—.Tranquilo, kottr, es nuestra hermana.

Parecía entenderme, movió la cabezacomo si estuviera aceptando lo que ledecía. Maulló cuando me separé de él yesperó a que Gyda fuera quien leprestara algo de atención.

—Es hermoso —murmuróadmirando su pelo.

—Lo es —afirmé ensimismada.Egil nos interrumpió entrando en la

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sala, y nos miró.—Gala, ven.—Claro —dije con una sonrisa.Lancé una mirada al animal y este

sabía que era lo que tenía que hacer.Vino detrás de mí avanzandotranquilamente, con delicadeza, pero ala vez dejando ver su lado más salvaje,ese que siempre estaba ahí.

Egil me tomó de la mano. Cuandopasamos entre las mesas, algunos denuestros hermanos nos saludaron, otrosya habían bebido demasiado como paradarse cuenta de que estábamos pasandojunto a ellos. Pero, era una noche paradisfrutar de algo tan maravilloso comolo era nuestra unión. Salimos de la gran

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skáli y nos sentamos en el suelo con laespalda apoyada contra el pozo, como lanoche en la que había cambiado todo.Skogkatt se tumbó a mi lado, y meobservó en la oscuridad de la noche,hasta que vio el arnar de Egil, entoncessalió corriendo tras él.

—¿Qué ocurre? —preguntépreocupada.

—Quería saber cómo te encontrabas.—Estoy bien, Egil, tranquilo —dije

con una sonrisa—. Puedo sola, además,ahora tengo a Skogkatt, él me ayudará.

Posó sus grandes manos sobre mirodilla y la apretó.

—¿Puedo saber dónde hasencontrado al gaupa? —pregunté llena

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de curiosidad.—El Earl Ragnarr se encargó de él,

fue un intercambio de favores.Durante un instante permanecimos en

silencio, escuchando como todoshablaban en el interior del gran salón.Hasta que Egil rompió el silencio.

—Estás hermosa —me dijo con unasonrisa—. Siempre lo estás.

Giré un poco la cabeza, adorabapoder observarlo cuando quisiera. Pero,en aquel momento apenas pude hacerlo,ya que acabó pegando sus labios a losmíos, uniéndonos en un dulce beso. Mesenté sobre él, sentir como crecía bajomi cuerpo se había vuelto la sensaciónmás deliciosa que había tenido jamás.

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Posó sus manos en mis caderas y lasapretó con fuerza.

Su lengua entró en mi boca, haciendoque todo mi cuerpo respondiera al suyo.No dejábamos de besarnos una y otravez, viendo cual de los dos amaba másal otro, no iba a dejar que me ganara, asíque, acabó por rendirse, dejando quefuese yo quien le mimara. Nosdevorábamos el uno al otro haciéndonoscon cada uno de los sentimientos queafloraban, cada palabra no dicha, cadapensamiento oculto. Sus manos seescapaban, una de ellas se posó en unode mis pechos y la otra se adentró bajomi vestido.

Algo ardía en mi interior, aquello

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que él encendía, esa hoguera que cadavez rugía con más fuerza… El fulgor seaproximaba arrolladoramente. Me puseen pie, dejando a mi hombre en el suelo.Corrí hacia la gardr de Atel, fui trasesta y no pude llegar más allá, meagaché y devolví la comida que habíaengullido hacia nada.

—Oh, Freyja… —murmuré casi sinfuerza.

Escuché como Egil se acercaba a mí,sus pasos eran más fuertes y veloces delo que habían sido los míos. Parecíapreocupado. Sentí como mi cuerpovolvía a temblar a causa del esfuerzo.

—Cachorro, podrías ayudarme unpoco —me acarcié el vientre.

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—Ven, tranquila —me giró elvíkingr, agarrándome.

Acabé de erguirme, esta vez parecíaque podía andar tranquilamente sinsentir que todo me daba vueltas. Tendríaque intentar llevar este malestar lomejor posible, ya que iba a estar durantemucho tiempo así. Egil me ayudó allegar hasta el pozo para que no mecayera y se colocó frente a mí, posandosus manos sobre mi cintura.

—¿Te encuentras bien?—Sí, tranquilo, no ha sido nada.Se arrodilló frente a mí, quedando

otra vez a la altura de mi vientre. Alzóla mirada y me observó, después bajó ydejó su mano sobre él.

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—Sonr, cuida de mamá, no dejas quedescanse… Cuando estés aquí yatendrás tiempo de corretear por elskógr.

No podía evitar reír, aquel hombrehacía que cada vez me prendara más deél, ese gesto era el más tierno que habíavisto jamás, ni siquiera había visto así aOlaf cuando Paiva tuvo a Gyda. Meencantaba verle tan ilusionado, tanalegre por la llegada de nuestra criatura.

—Será mejor que entremos.Asentí con la cabeza, entraríamos,

pero no sin mi Skogkatt. Miré por todoslados, pero no lograba verle.

—Skogkatt —grité llamándole.Apareció tras unos árboles con el

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morro manchado de sangre, parecía queal final había sido capaz de cazar y se lohabía comido. Saqué del pozo el cuboque colgaba, cogí algo de agua e hiceque se acercara a mí para limpiarle.Dejé que la sangre fuesedesapareciendo, dando paso a laclaridad de su pelaje.

—Ahora sí —le pasé la mano por lacabeza.

Me limpié las manos con agua y dejéque el cubo cayera al final del pozo. Mesequé en el vestido, por suerte solo eraagua.

—Vamos —Egil tomó mi mano, yentramos en al skáli de nuevo.

Jokull había vuelto junto a un par de

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hombres más, vi como este se tapó losojos con una tela y retó a cada uno delos que le acompañaban a que lucharanjunto a él, hasta que uno de ellos serindiera o estuviera a punto de perder lavida.

Ya habían pasado varios días desdenuestro Festarmál, algo más de sietelunas, nada había cambiado, pensé queestar unidos de aquella manera, siendosu húsfreyja cambiaría en nosotros, perono lo hizo, todo seguía igual.

Me senté sobre el jergón, Egil sehabía marchado a cazar junto a losdemás, necesitábamos algo de comer, ya mí no me dejaban asistir a lascacerías, así que, iría a ver a Hanna,

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quien había empeoradoconsiderablemente, pensábamos que ibaa mejorar pero tras nuestra unión la tosvolvió y junto a ella sus dolores.

No sabía si era bueno que estuvieraa su lado, tal vez pudiera enfermar yomisma, como lo había hecho ella. Solole rogaba a los dioses que aquello noocurriera nunca, o por lo menos no hastaque mi criatura hubiera nacido.

—Hace mucho que no te digo nada,Lyss, espero que estés escuchándome.Al final he luchado por lo que quería,como me dijiste, gracias a ti y a esafuerza que me diste, entonces pude abrirlos ojos y todo cambió —me pasé lamano por el vientre—. Como sabrás

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estamos esperando una criatura, megustaría que pudieras conocerlo. Desdeque saben que llevo un niño dentro nome han dejado hacer nada, sigo siendola misma, no he cambiado… Me molestaque lo hagan… Espero volver a ir juntoa ellos.

Me puse en pie, estiré los ropajes yme di cuenta que mi vientre habíacrecido desde nuestro Festarmál. Salíde la gardr y vi como desde la lejaníaapareció Skogkatt, quien se habíamarchado con Egil para ayudarlos en lacaza, pero lo más seguro es que lehubieran dejado sin presa y se hubieracansado.

—Vamos, Skogkatt —le animé.

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El animal vino corriendo hacia mímientras avanzaba por el camino dearena. Fuimos hasta la gardr de Göran yHanna, parecía que hoy habíanconvencido al hombre de que lesacompañara de caza, le iría bienalejarse de todo aquel mal.

Me acerqué a la gardr, di variosgolpecillos en la puerta, aquella vez fueHelga quien nos atendió, quien se estabaocupando totalmente del cuidado deHanna. Mientras estaba yo aprovecharíapara hacer algunos recados y buscaralguna que otra planta que necesitaba. Elgaupa y yo entramos, este pasó frente amí y se tumbó a los pies de la mujermientras yo me quedaba junto a ella.

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—¿Cómo te encuentras?—Mal, muchacha —murmuró a

duras penas—. La vida se me escapaentre las manos, ¿ves? —alzó las manos,pero no veía nada—. Sé que lasvalkyrjas no vendrán a por mí…

La observé pero no dije nada. Lamujer sufría, si hubiera algo que pudierahacer por salvarla, o para aliviar esedolor que llevaba dentro haría lo queestuviera en mi mano, tal vez hubieraalgo que le hiciera descansar.

—Sí, lo hay —añadió Helga desdela entrada.

—Pero… —dije confusa.No entendía como había sabido que

era lo que estaba pensando, estaba

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desconcertada, no sabía que ocurría enaquel momento, solo sabía que aquellamujer era capaz de saber mispensamientos.

—Hay una planta que puede hacerlo.Callé, no dije nada más, esperaba a

que ella misma me diera la respuestaque tanto ansiaba.

—Le he estado dando un ungüentoque hace que su corazón se detenga, quevaya cada vez más lento, a la vez quealivia el mal que tanto la atormenta.

—¿Quién crees que eres como paradecidir si ella debe vivir o no? —Gruñíenfurecida—. No eres una völva, no eresmás que una maldita hija de Loki.

—Por eso mismo, niña, porque soy

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una völva, los dioses así lo quieren.Con un ligero movimiento de cabeza

hice que el gaupa se colocara frente aella amenazante con la boca entreabiertamostrándole su fuerte mandíbula,acorralándola contra una de las paredeshasta que consiguió que saliera de lagardr. El animal me miró y permanecióen la entrada, vigilando que nadieentrara.

—Hanna, Hanna —la llamé condesesperación.

—¿Qué ocurre, Gala? —preguntó sinfuerzas.

Tenía que hacer que aquellos efectosdesaparecieran, que no quedara nada ensu cuerpo, o sería su vida la que

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acabaría por desaparecer antes de quepudiéramos hacer nada por evitarlo.

—Escúchame —le pedí.La mujer asintió levemente, estaba

preparada para lo que iba a decirle.—Necesito que me digas si hay

alguna planta que limpie el interior denuestro cuerpo, la sangre.

—Algo habrá.—Hanna, dime donde está, por los

dioses, dímelo —me desesperé con losojos llenos de lágrimas.

—Mira en el arcón —lo señalócomo pudo.

Me puse en pie de un salto y fuihacia ella.

—¿Qué busco?

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—La ortiga.Abrí el cajón, demasiadas plantas

para tan poco sitio, había algunas hojas,otras machacadas y otras que parecíanpolvo. Diente de león, salvia… Habíademasiados. Pero lo encontré.

Cogí un cuenco de agua, le eché unascuantas hojas y lo coloqué en el fuego.En una jarra eché más agua, le puse elpolvo y lo removí. No se sabía siaquello iba a funcionar, lo único quetenía claro era que no habría suficientecomo para que terminara de curarse.Eché unas cuantas hojas más, hasta queterminó de calentarse.

Me acerqué a la mujer a toda prisa,no podía dejar que muriera, si Egil lo

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supiera su corazón se partiría en dos yyo ya no podía hacer nada más. Hice quese tomara el líquido, bebiéndoselo de unsolo trago.

Cuando el agua estuvo bien caliente,machaqué las hojas, como hice con Egil,estaba ardiendo, me estaba hiriendo lasmanos, pero no me importaba, tenía quecurarla como fuese. Humedecí trozos detela, dejando que algunas hojas seentrelazaran con estos. El calor haríaque entrara mejor en ella.

Di varias vueltas. Había pasado unbuen rato dándole las mezclas y la mujerno mejoraba. Me senté de nuevo a sulado, y me agaché para hablar con ella.

—¿Hanna?

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No respondía, seguía respirando, aúnno había dejado ir su último halo devida. Dejé que descansara pero no pormucho tiempo más. El corazón se meencogió al ver que no reaccionaba, perotal vez tan solo estuviera dormida.

Poco después no pude aguantar laangustia, necesitaba que me dijera queiba bien, aunque susurrase mi nombre.La zarandee levemente para quedespertara, no podía dejarla así. Sentíun terrible vacío en mi interior al vercómo había dejado de respirar, sucorazón ya no se movía, ya de nadaservía intentar despertarla.

Las lágrimas empezaron a recorrermis mejillas, su piel estaba fría como el

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hielo, la calidez que emanaba de susojos se había marchado y ya no habíamás que un terrible vacío que habíadestrozado mi alma. Se había ido, murióconmigo y no pude hacer lo suficientecomo para mantenerla con vida. Losdioses se la llevaron aun sabiendo queluchó contra ello. Escuché como un buengolpe resonaba en toda la estancia, algohabía caído. Giré un poco la cabeza yme encontré a mi hombre arrodillado enel suelo, junto al gaupa, deshaciéndoseen lágrimas llenas de dolor y angustia.

No podía respirar, no podía verleasí. Estaba destrozado, la mujer a la quemás quería se había marchado y nohabía podido decirle cuanto iba a

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añorarla. Fui hacia donde se encontraba,y le abracé con fuerza. Cientos depequeñas gotas recorrieron nuestrosrostros empapando nuestros ropajes,muriendo, desapareciendo, como lohabía hecho Hanna.

—Lo siento… Lo siento —murmurécon desesperación—. Perdóname, movíkingr, perdóname.

No dijo nada, se limitó a abrazarme,a no dejar que cayera, ni que me fuese aninguna parte. La congoja se habíaapoderado de nuestros corazones y denuestras mentes. Alcé la vista y vi aGöran, quien nos observaba tembloroso.

—Göran… Yo… —dije sin sabercómo explicarle lo ocurrido.

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Me puse en pie, Egil imitó mi gesto,se pegó a mi espalda y rompió a llorar,pegando su rostro a mi hombro. Nuncaantes había visto tanto dolor en sus ojos,en esos que habían perdido su brillo, eseque Hanna se había llevado consigo.

—Helga estaba dándole ungüentospara que dejara de vivir —le expliqué—. He… he intentado salvarla, pero denada ha servido.

—¡Maldita! —Rugió enfadado comonunca.

—He hecho todo lo posible,Göran… Lo siento, de veras que losiento… —Le dije angustiada—. Losdioses se la han llevado, pero sé que teestará esperando con una hermosa

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sonrisa allí arriba, junto a Thor.—Se ha ido… se ha ido y no he

hecho nada…El hombre hizo una mueca, salió

rápidamente de la gardr y nosotros trasél, se colocó junto al pozo y se pasó lasmanos por la cabeza.

—Tarde o temprano os llevaréis mialma, tal vez moriré de pena, ¿por quéno marcharme ahora con mi amada?

Sacó un knífr de su cinto y justocuando iba a llevárselo al cuello, Egil loatrapó junto a Jokull, para que no lohiciera.

—No voy a permitir que me dejes tútambién —le prometió— ¿me oyes?

El hombre dejó de hacer fuerza, de

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resistirse a mi vikingo, este le quitó elknífr, lo tiró al suelo, le dio la vuelta yle abrazó.

—No te vayas… —Le suplicó comosi fuera un niño.

—Chiquillo, déjame marchar, no mehagas vivir con este dolor —le rogóGöran.

Mi hombre lo soltó y cuando se diocuenta, le quitó una de sus hachas.

—Adiós, hermano, cuida de ella —susurró Egil justo antes de sacar su knífry acabar con su vida.

Le había cortado el cuello, la sangrehabía manchado su rostro y era el vivoreflejo del dolor más puro. Se dio mediavuelta y desapareció entre las gardrs,

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sin decir nada más.Habían pasado varios días desde la

muerte de Göran y Hanna. Por orden delJarl se había construido un hermosodrakkar el cual ardería en el lago juntoa los cuerpos de nuestros amadoshermanos, quienes irían directamente alpalacio de Thor, a Bliskirnir, allípodrían descansar en paz.

Las mujeres del poblado habíantejido los bellos ropajes que lesvestirían, junto a sus herramientas,plantas, armas y algunas ofrendas quetodos los que habíamos querido aaquella familia decidimos llevar. Vicomo Boril aparecía por detrás denosotros, vestido con un largo kirtle

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limpio y con el cabello recogido, habíadecidido marcharse con ellos, con losque le habían tratado como si fuera unomás de la familia. Se marcharía a sulado, para servirles en el seno de losdioses.

Me acerqué a mi hombre, y le abracépor la espalda. Este se tensó, odiabaaquello, no era la primera vez que teníaque decir adiós a un ser tan querido.Cuando no era más que un niño tuvo quedespedirse de su madre, y ahora deHanna.

—Ahora estarán juntos, felices, sindolor —le susurré al oído.

Asintió, cogió una de mis manos y laapretó. Thorbran apareció con una gran

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antorcha, vestido con sus mejorespieles. Todos se callaron al verle,esperando a que el Jarl pronunciara suspalabras, aquellas que despedirían aunos de los seres más queridos de todoel poblado.

—Dos de nuestros más queridoshermanos se han ido —anunció— Hannay Göran han sido reclamados por losdioses, han dejado este reino paramarcharse al Asgard.

Dejó ir un profundo suspiro y nosmiró.

—No sé bien qué decir, en estosmomentos hay algo en mí que no quiereaceptar que se hayan marchado, estoycontento de que los dioses los estén

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aguardando, he perdido a mucha gente,pero ellos eran mi familia, escomplicado dejarlos marchar así —cogió aire y lo dejó ir—. Antes dedespedirnos de ellos, Boril ha decididoseguir sirviéndoles junto a los dioses envez de quedarse aquí siendo libre. —Lomiró y el thraell asintió— Helga,proceda.

Esta apareció vestida con ropajesoscuros, en su mano llevaba una dagahecha de plata, en la otra un ramillete desalvia ardiendo, que dejaba escaparhumo purificador. Se acercó a él, doshombres se colocaron detrás, pronuncióunas palabras y degolló a Boril, quienfue recogido por ellos y colocado junto

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a sus dueños en el drakkar.—Hermanos, que los dioses os

bendigan con su presencia y os guardenen su gloria —pronunció Thorbran envoz alta.

Todos lanzamos un grito al aireesperando que nos escucharan. Tras eso,este se acercó al barco, y encendió unasramas que había en la parte delantera ytrasera. Hizo que los dos hombres loempujaran alejándolo de la orilla, yterminó lanzando la antorcha para queacabara de préndese.

Miré a Egil, estaba extraño, algo másserio de lo normal, lo que hizo que mepreocupara al mirarle a los ojos.

—¿Qué ocurre? —Le pregunté.

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—Gala… Hay algo que debocontarte.

—Explícame, ¿de qué se trata?—Debo marchar junto al Earl

Ragnarr, hay un fuerte enfrentamiento, nopodemos dejar que se acerquen, nopuedo permitir que te hagan daño.

Mi corazón empezó a moverse conmás fuerza, no podía marcharse, noentonces.

—¿Pero… ?¿Cómo te vas a ir?¡Egil! —pregunté nerviosa—. Nopuedes dejarme sola, por los dioses…¡No te marches! —Le rogué.

—No estarás sola, he decidido queirás a vivir con padre mientras yo noesté —anunció— prometo volver

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pronto, valkyrja.Una enorme tormenta se creó en mi

estómago, rompí a llorardesconsoladamente sin podercontrolarme. Creía en mi misma, enpoder estar sola y saber cuidarme, peroque se marchase y no saber cuándovolvería ni cómo lo haría, hizo que miinterior se quedase desolado.

—No… No te vayas, por favor —lesupliqué, casi arrodillándome frente aél.

—Gala, será un tiempo… —Intentóhacerme entrar en razón, pero nada loconseguiría—. Volveré.

Me levanté, se pegó a mí y me besóen la frente.

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—Hay algo que se ha partido en mí,Egil —susurré sin fuerza—. Que temarches me mata.

—¿Crees que yo no siento esevacío? —Me preguntó con los ojosllenos de lágrimas—. No poder vertecada día, estar contigo, abrazarte,besarte cada vez que quiera, no verécrecer tu vientre, eso hace que micorazón muera poco a poco, aunquerealmente no puede hacerlo, porque estuyo y solo tú lo posees.

Le abracé con tanta fuerza comopude, necesitaba sentirle. No quería quese marchara, pero debía hacerlo, por mí,por el pueblo y por nuestro pequeño.

—Sé que mi padre y Skogkatt sabrán

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cuidarte, y que el pequeño intentaráestar calmado.

Sonreí, no sabía cómo iba a aguantartanto tiempo sin él.

—Egil, hijo de Thorbran, futuro Jarl,como no vuelvas en breve prometo ir abuscarte, y sabrás quien soy yo.

—¿Sí? Vaya —dijo pensativo—. ¿Yqué me harás, mujer?

—¿Quieres saberlo? —Le dije aloído.

Este asintió, bajé mi mano, la metídentro de su pantalón y le agarré elmiembro.

—Iré a aplastártelo —le amenacé ytras eso gruñí.

—Entendido.

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Janson y Carón, junto al resto deguerreros se encargaron de ir a portodas las armas, escudos y hestrs. Notardaron en llegar, Birgin apareció porel camino junto a los demás, habíantraído con ellos a Espíritu.

Egil se subió sobre su hestr, este sehabía dado cuenta de que algo estabaocurriendo y no pudo evitar relincharasustado. Mi hombre anudó bien lasalforjas para que no cayeran. Me miródesde arriba entristecido, hasta que enun arrebato, desmontó y vino hacia mípara besarme apasionadamente.

—Volveré —me prometió—, mihogar es donde estés tú.79 Gaupa – Lince.

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80 Morgingjölf – Regalo de boda.81 Skáli – Gran salón.82 Bliskirnir – Palacio de Thor.

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Gói, siete meses después. 888 d.CAbrí poco a pocos los ojos, apenas

podía dormir, la claridad de la mañanaentraba por los agujeros que el tiempohabía ido haciendo en la madera de lagardr de Thorbran. Miré hacia todoslados y no encontré a nadie. Me puse enpie, eché las pieles sobre el jergón y fuihacia uno de los cuencos de agua. Metílas manos en esta y las llevé a mi caraintentando despejarme. Salí de la gardr,

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y me senté en un asiento que habíanhecho especialmente para mí, para quepudiera reposar con la criatura. Giré lacabeza y vi como el gaupa se habíatumbado a mi lado, había estadocorriendo por los alrededores pero ya sehabía cansado, podía ver como su pechosubía y bajaba incansablemente.

Anhelaba tanto poder observarle.Hacía demasiado tiempo desde que sehabía marchado y cada día sin él era untormento. Le echaba en falta, algo sehabía marchado a su lado cuando nosdejó. Nadie había sabido decirme si aúnseguía con vida, tal vez estaba herido ynadie lo sabía, o tal vez los dioses lehabían dejado y estaba a punto de morir.

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Ese último pensamiento hizo que unextraño y desagradable escalofríorecorriera mi cuerpo. Me abracé a mímisma intentando deshacer el dolor quese había creado en mi interior. El vacíoque se hizo cuando se marchó se habíavuelto mayor, no estaba sola, tenía anuestro pequeño y a todo el poblado, sehabían volcado conmigo para ayudar entodo lo que necesitara, la gran parte deltiempo tenía a alguien junto a mí.

Estar todo el día sentada, viendopasar el tiempo terminaba agobiándome,desde hacía meses nadie me dejabahacer nada.

—No puedes hacer eso porque estasen cinta —dije imitando a Thorbran—.

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No puedes cazar porque algo puedeocurrirte, tenemos que cuidaros a ti y ala criatura, ve poco a poco, no vaya aser que te caigas del hestr —esta últimahacía que me encendiera—. ¡No voy acaerme de Regn! Llevo toda la vida conella.

—No sabes si puedes caer o no,hasta yo podría hacerlo —dijo Thorbranmolesto.

—No puedo salir de aquí—meenfadé—. No voy a quebrarme.

Este bajó las escaleras dando un parde saltos y montó sobre su hermosohestr. Era marrón como la tierra seca,con el cabello largo, oscuro comoninguno, con unas musculosas patas,

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realmente bonito.—Le diré a tu padre que venga a

verte.Asentí y no le dije nada más, si le

contestara terminaría enfadándoseconmigo y perdiendo la paciencia.

Skogkatt al ver que se marchaba, sepuso en pie haciendo guardia. Cuandome dejaban sola era él quien se ocupabade vigilar que nadie se acercara y queestuviera todo bien. Mi pequeño kottrsalvaje atacaría sin dudarlo si viera quealguien podría herirme.

—Ven —le dije al gaupa.Me puse en pie poco a poco, a duras

penas, me apoyé en la madera y acabéde erguirme, con el vientre así era

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imposible andar con normalidad.Thorbran había hecho una fuerte varacon una rama de un árbol, para quepudiera apoyarme, así que, eso utilicépara no caer, sentía una terrible molestiaa causa de llevar a la criatura en miinterior.

Dimos la vuelta a la gardr, recogíuna pequeña flor dorada como los rayosdel sol, apenas había flores en aquellaépoca. Me la puse en la trenza con laque me había recogido todo el cabello.Andamos tranquilamente, hasta que elaire hizo acto de presencia. Era fríotanto como el hielo que cubría el granlago. Me arropé con las pieles que mecubrían, y cerré con fuerza. Alcé la vista

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por la montañadonde empezaba adescender la niebla, apenas se podíadivisar nada, pero algo llamó miatención, había algo que brillaba en lacolina. Me puse la mano sobre los ojosintentando ver mejor.

Era un hombre, no tenía cabeza,estaba subido a un hestr claro con unagran mancha oscura sobre el vientre enforma de gota. Estaba vigilando a losguerreros, no se movía, solo losobservaba, hasta que posó su mirada enmí. Bajó la vista hasta la gardr y luegome contempló. Me moví un poco hastadonde empezaba la madera de la gardr,cogiendo mi arco y las flechas queestaban junto al asiento. Volví a donde

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estaba, apunté y dejé que la flechacorriera sobre el aire.

El hombre se dio la vuelta antes deque pudiera llegarle y permanecióobservando como esta se clavaba en latierra que había tras él. No sabía quiénera, ni qué era lo que hacía vigilando amis hermanos.

—¿Gala? —preguntó padre desde elotro lado.

—Estoy aquí —le respondí aún conla mirada fija en donde se encontraba elhombre Fui hacia donde estaba élapoyándome con el bastón, vi comopadre se había sentado en las escaleras,mientras me observaba.

—Por los dioses, Gala, cada vez es

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peor —soltó una carcajada.—Gracias, padre —hice una mueca.Me ayudó a sentarme junto a él en

las escaleras, pero no podía estar allí,me dolía el vientre y la espalda.Necesitaba sentarme en el asiento queme habían hecho, ya que estabaamoldado a mi cuerpo y podíarecostarme tranquilamente.

Padre entró en la gardr, como sifuese suya, sacó otro asiento y unaspieles y las colocó junto a la mía.

—¿Qué hacías ahí?—Había ido a estirar las piernas.—¿Y el arco?—Mientras paseaba he visto a un

hombre en la colina, estaba vigilando a

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los guerreros, luego se ha dado cuentaque le observaba, le he lanzado unaflecha como advertencia y se hamarchado —le expliqué.

Permanecí en silencio pensativadurante unos instantes a la vez que lerecordaba. El animal, su cabeza sincabello, la mancha…

—¿Qué ocurre? —Me preguntópreocupado.

—Hay algo que me hace pensar enque ese hombre no solo estaba ahí paracontar los guerreros y vigilarlos.

No dijo nada, se limitó a alzar lascejas esperando a que le explicara quéera lo que se pasaba por mi cabeza.

—Ese hombre que estaba

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vigilándolos no tenía cabello, su hestrera blanco con una gran mancha en elvientre, nunca le había visto por estastierras.

Padre no dijo nada, había algoextraño en él, estaba nervioso, tal vezsupiera de quien estaba hablando. Sureacción me hizo sospechar, era posibleque estuviera en lo cierto y supieraquién era.

Se puso en pie, me dio un beso en lamejilla, colocó las pieles que habíatraído sobre mis piernas y se despidiócon un gesto de cabeza. No dijo nadamás solo se marchó por donde habíavenido. Entré en la gardr y me tumbésobre el jergón, no sabía qué hacer,

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estaba agotada, aunque era extraño yaque apenas hacía nada. Me pasaba el díasentada o de un lado a otro. Me sentíafrustrada, las vikingas luchaban aunestando en cinta, aun sabiendo que noles quedaba tiempo para dar a luz, peroa mí me lo habían negado todo.

Cerré los ojos, no dejaba deimaginar cómo sería nuestra criatura,hasta que en mi mente vi una hermosaniña, de ojos claros y cabello hastapasados los hombros. Me llevé lasmanos al pecho, podía ser ella. Tal vezfuera mi pequeña niña, o tal vez no lofuera. No me importaba si era varón ohembra, lo que naciera sería fruto delamor que su padre y yo teníamos.

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Pasé las manos por mi vientre y notécomo el pequeño se movía. Dio algúnque otro golpe, me levanté el kirtle,aunque dejé mis piernas cubiertas conlas pieles, podía ver como se movía enmi piel. Puse mi mano encima paranotarlo.

—Cachorro, lo estás haciendo bien.Parecía que entendía lo que le decía,

porque se movió más bajo mi mano.—Tengo tantas ganas de tenerte entre

mis brazos… Cuando tu faðir te vea seva a enamorar de ti, estoy segura.

Antes de que pudiera terminar dehablar la puerta se abrió de golpe, trasesta aparecieron Thorbran y padreexhaustos, habían dejado a los animales

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sin atar. Parecía que habían llegadocorriendo a la gardr. Me miraron, hastaque se dieron cuenta que la tripa semovía. A ambos les cambió laexpresión, pasaron del cansancio a laeuforia y la alegría.

—¿Es este nuestro pequeño? —preguntó Thorbran emocionado.

—Sí.Rio, se acercó a mí y se arrodilló

junto a mi vientre.—Muchacho, queremos verte —dijo

padre.—Tened en cuenta que puede ser una

niña —añadí para que supiesen que nosolo había una posibilidad.

—Será bien recibida, aunque los

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dioses me dicen que será un fuertevarón, igual que su afi —dijo el Jarl.

Era la primera vez que escuchabacomo le hablaban así a la criatura, loque hizo que no pudiera evitaremocionarme. Afi, aún no me lo creía,íbamos a tener un hermoso niño decabellos rojizos y de ojos claros, comosu faðir. El mío se puso serio de nuevo,le dio un golpe a Thorbran en el brazo yme miró.

—Explícale que es lo que has vistoen la colina.

—Había un hombre en lo alto de lacolina, vigilando a los pocos hombresque se habían quedado protegiendo elpoblado, no tenía cabello e iba montado

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sobre un hestr blanco con una granmancha en el vientre oscura.

—Es él, estoy seguro —aseguróThorbran entre dientes.

Se miraron el uno al otro pero nodijeron nada más haciendo que noentendiera de qué estaban hablando. Noquién era ese hombre y por qué era tanimportante para ellos. Quería saber quéocurría, necesitaba ver que era lo queestaba pasando con ese hombre y que meexplicaran de qué se trataba.

—Ya podéis decirme de qué habláis—les ordené.

—Cuando Astrid murió, la madre deEgil, este vio a quien inició el fuego yno fue otro hombre que el que has visto.

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Asentí lentamente pensando en loque me había explicado. Un intensodolor y deseo de venganza nació en mí,si volvía a aparecer acabaría con él, noiba a dejar que el asesino de la mujerque dio vida al hombre que poseía micorazón quedara libre en nuestrastierras.

—Hay que vigilar, no podemos dejarque nadie se acerque a ti, Gala —dijoThorbran preocupado—. Haré que loshúskarls vengan aquí, alrededor de lagardr.

—No osará acercarse, ademásSkogkatt está siempre conmigo, igualque alguno de vosotros.

El hombre me dijo que no con la

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cabeza una y otra vez, en ese momento,entendí de donde le venía a Egil ser tantestarudo, no cambiaría de pensamientocon facilidad. Me había dado cuenta quelo que yo decía no se tomaba enconsideración.

—Dejadme sola por favor, quierodescansar.

Ambos se dieron la vuelta ydesaparecieron tras la puerta. Me acabéde tumbar sobre el jergón, me cubrí conlas pieles para estar bien caliente y sentícomo el gaupa se tumbaba junto a mí,rozando mi brazo con su nariz para verque estaba bien.

Cerré los ojos, solo necesitaba dejarde pensar.

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****

Corría, corría tanto como podía ymás, pero parecía no ser suficiente, elbosque que antes conocía como la palmade mi mano se había vuelto demasiadogrande. Apenas lograba reconocer loslugares por los que pasaba.

Di un salto, intentando pasar sobreun tronco que había caído en medio delcamino, tuve suerte y no caí, deberíahaber saltado algo más ya que si nohabría caído de bruces al suelo. Mepasé la mano por el vientre pero ya nohabía nada, había desaparecido.

—¿Y mi pequeño? —gritédesesperada, bajé la vista y vi como mivientre estaba completamente plano,

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como lo había sido antes—. ¿Dónde…?¿Dónde está? —grité encolerizada—.¡Sonr! ¿Pequeño, dónde estás? —Micuerpo temblaba como nunca antes lohabía hecho, y sentí como algo en mímoría, a la misma vez que se quebrabalas lágrimas empezaron a descender pormis mejillas sin un final, sin descanso.

Me llevé las manos al pecho, mecostaba respirar, no podía seguir en pie.El dolor que me cruzaba hizo que medoblara sobre mi misma.

—Mi pequeño… —susurré—.¡¿Dónde está mi sonr?! —gritédesgarrándome la garganta.

Miré al suelo, vi como en este ibacreciendo una gran charca de sangre, las

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gotas caían uniéndose a las que yahabían caído. Me pasé las manos por laspiernas, y por la parte interior,intentando deshacerme de la sangre peroestaban empapadas del líquido.

—No… no… —murmuré—. ¡No!¡Por los dioses, no! —Intenté volver acaminar pero mi cuerpo no reaccionaba,no se movía.

Sequé mis lágrimas pero no sirvió denada, estas seguían saliendo como sifueran empujadas una tras otra.

—Egil… ¿dónde está nuestro sonr?—pregunté sin fuerza— ¿qué han hechocon nuestro pequeño? —chilléangustiada.

No podía más, sentía como mi

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cuerpo iba a caer, pero no lo hacía enningún momento, se había quedadoquieto, en reposo. No podía moverme.

—Por favor… Mi vikingo… Ven,sálvanos.

****

Algo hizo que el bosque y la sangredesaparecieran, haciéndome volver.

—Gala, Gala —me llamó Linna—.Despierta —me zarandeó levemente, sinhacerme daño— ¡por los dioses, Gala!¿Qué te ha ocurrido?

—No… nada…Giré levemente la cabeza para

mirarla y su rostro se quedócompletamente blanco, más de lo

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normal, parecía que apenas habíadormido. Tenía mala cara.

—¿Qué te ocurre, Linna? —preguntéhaciéndome a un lado sobre el jergón,para que pudiera sentarse junto a mí.

—Tengo miedo, Gala —su voz sevolvió quebradiza, temblaba, se abrazóa mí con fuerza, y sentí como algo no ibabien—. Tengo algo que contarte, esimportante… —me dijo, aunque su vozacababa desapareciendo como el humode una hoguera.

Sentí como el terror recorría todo sucuerpo, casi podía escuchar los latidosde su frenético y asustado corazón, elcual quería salir huyendo.

—¿Qué te ocurre? —Le pregunté a la

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vez que le pasaba las manos por elcabello.

Lina permaneció callada con lamirada fija en la madera que habíadetrás de mí en la pared. Le di ungolpecillo en el hombro para quereaccionara y me explicara qué es lo quele rondaba.

—Muchacha, ¿qué pasa? —Lepregunté de nuevo.

—Hay algo que me atormenta —susurró.

No entendía que era lo que queríadecirme, lo que me asustaba. No lograbacomprenderla. Tal vez había enfermadoy temiera por su vida, viendo lo quehabía ocurrido con Hanna tiempo

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atrás…—Dime, Linna —le insistí.—Hace meses dejé de sangrar, no sé

qué me ocurre, hay veces que esinsoportable.

Agarré su mano y la coloqué bajo lamía, fijé mis ojos en los suyos e intentésonreír para animarla, pero ella mecorrespondió haciendo una mueca.

—Dime que pasa Linna, sabes quevoy a ayudarte sea lo que sea… Somoshermanas, no lo olvides, ¿de acuerdo?

La muchacha asintió preocupada porlo que pudiera llegar a ocurrir. Cogí unpar de mechones que había cubriendo surostro y se los coloqué tras la oreja paraque no le molestaran, aunque no parecía

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haberse dado cuenta.—Tienes mala cara.—Eso me ha dicho Gull nada más

verme… —dijo desanimada—. Habíapensado ir a ver a Helga.

—De eso nada, no vayas —menegué, después de lo que había hechocon Hanna no iba a dejar que nadie máscayera en las zarpas de esa mujer.

—¿Por qué? —preguntó confusa.—Ella fue la causante de la muerte

de Hanna —le dije con sinceridad.Su rostro cambió, pasó a la pena,

aunque el miedo seguía ahí, podía verloen sus ojos, y tal vez también hubieraanhelo. Todos lamentamos la muerte deGöran y Hanna.

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Dejó ir un profundo suspiro. Mesenté mejor en el jergón, pero al tener elvientre tan grande hizo que memolestara. Varios golpes llamaronnuestra atención, la puerta se abrió yapareció Gull, junto a quien entraró Olafy Björn.

—¿Qué hacéis aquí? —pregunté.—Thorbran y Hammer nos han hecho

venir para hacer guardia.—Les dije que no lo hicieran —

espeté molesta, aunque no servía denada enfadarme en aquel momento.

—Además, así puedo ver a mihermosa mujer —se acercó a Linna porla espalda, y le besó la mejilla, esta hizouna mueca intentando sonreír.

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—Marchaos fuera —les ordené.—Está bien —dijo Gull entre

dientes.Le hice un gesto con la cabeza y

desaparecieron por donde dondevinieron.

—Explícamelo.Algo se estaba quebrando en ella, no

podía dejar que aquello ocurriera. Laabracé y dejé que se tumbara junto a míen el jergón. Cuando se apoyó en mipude escuchar como algunos sollozos seescapaban de su interior.

—Lo siento… —dijo apenada.—No, tranquila —le pasé las manos

por el cabello y le besé la cabeza.Le acaricié la cabeza jugueteando

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con los mechones de su cabello, hastaque se quedó prácticamente dormida.Pero de un salto se puso en pie, cogió uncuenco vacío y lo echó todo.

—Yo… —mumuró entre dientes.Fue hacia uno que había lleno de

agua y se metió un poco en la boca. Sucuerpo no temblaba como lo hacía elmío cada vez que ocurría, parecíahaberse acostumbrado a ello. Se pasólas manos por el cabello apartándolo yacabó por recogerlo.

—¿No es la primera vez, verdad?La muchacha asintió, suspiró, se

volvió a sentar junto a mí y cerró losojos.

—Linna, sabes perfectamente qué es

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lo que te pasa.—Eso es lo que hace que esté

asustada, Gala…Rompió a llorar encima de mí,

notaba el terror en sus ojos, el dolor ensus lágrimas y por alguna razón no pudeevitar llorar con ella, no podía verla así,algo en mí se quebraba cuando veíacomo mi hermana lo pasaba mal.

—Ya está, todo saldrá bien —intentécalmarla.

—Eso no lo sabemos Gala, ¿y si nolo quiere?

—¿Si no lo quiere quién? —preguntóGull confuso.

—Te he dicho que te quedes fuera,¿qué es lo que no has entendido? —

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Gruñí enfadada.No retrocedió, permaneció

observándonos desde la entrada calladodurante unos instantes, mirando a lamuchacha que decía amar.

—Responded.—No.—Linna… —advirtió entre dientes.Esta no contestó, fijó sus ojos en los

míos desesperada, y a la vezaterrorizada. Se puso en pie poco a pocopara no caerse y se abrazó a él. Este lecorrespondió sujetándola con fuerza,cobijándola bajo sus brazos.

—¿Qué ocurre? —Le preguntó condulzura.

Su postura había cambiado, ya no

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estaba rígido ni molesto, solo lepreocupaba ella, podía verlo en susojos, en como la miraba. Sabía que Gullla cuidaría como se merecía, era un buenhombre, además amaría a la criatura queella llevaba en su vientre tanto como laamaba a ella. Linna cogió la mano de suhombre y se la llevó al vientre. No dijonada, esperó a que fuese él quien sediera cuenta de lo que significaba.

—¿Linna…?Lo miró incrédula, le dio un

manotazo en el pecho y volvió a mirarsela tripa.

—¿Es cierto?Ella asintió, se pegó a él y lloró en

silencio. Por lo que no podía ver cómo

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era Gull quien sonreía emocionado,enamorado de lo que sería su nuevafamilia, porque aquel era un presente delos dioses que haría que se unieran aúnmás. Bajó su mano hasta el vientre deella, con la que le quedaba libre laseparó de su pecho y la besó con ansia.

—Me vas a hacer el mayor presenteque podría tener jamás —dijoemocionado—. Gracias mi hermosaLinna, gracias —repitió.

—Gracias a ti guerrero y a losdioses por bendecirnos con estamaravillosa criatura que nacerá de misentrañas.

Se besaron como si no lo hubieranhecho nunca, como si en ellos hubiera el

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alimento que los mantendría con vida, yno pude evitar ponerme a llorar denuevo.

—Todo irá bien —le dijo él.Me miraron los dos sonrientes,

alegres por lo que acababan de ocurrir,no podían esperar a explicárselo al restode nuestra gente. Solo podía esperar queBror y Elsa se alegraran por ellos, y queGull saliera vivo de su gardr.

—¡Venga, marchaos! —Les animé.Linna soltó a su hombre, se agachó a

mi lado y me besó la mejilla. Me abrazócon fuerza agradeciéndome que lehubiese ayudado, aunque realmente nohabía hecho nada salvo escucharla, ellanecesitaba fuerzas, y yo he sido capaz de

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dárselas, igual que Lyss hizo conmigo.—Gracias, systir —me susurró al

oído.Sonreí contenta por la felicidad de

mi systir. Parecía que mi pequeñotendría un hermano con el que corretearpor los bosques y con el que lucharcuando fuesen mayores. Salieron de lagardr y yo tras ellos. Miré a Olaf, quienestaba sentado en las escaleras dejandoque pasara el rato, mirando hacia todoslados. Le di un golpe en la espalda, paraque me mirara.

—Puedes marcharte, no le diré aThorbran que no has estado —le dije ala vez que le guiñaba un ojo.

—No, me ha ordenado que

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permanezca aquí, no es una molestia.Le miré con mala cara, no entendía

por qué lo hacía, cualquier otro sehubiera marchado.

—Bueno, como desees, yo voy a ir aestirar las piernas.

—Te acompañaré.—Hazlo pero en silencio.Dimos la vuelta a la gardr, antes de

nada cogí el arco y las flechas, no sabíasi lo necesitaría conmigo. Me gustabasentirme segura, por lo que tenía quellevarlo conmigo, al igual que aSkogkatt.

—Vamos, kottr —le llamé a la vezque me acerqué a él y le acaricié entrelas orejas.

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Este ronroneó y me miró, cuandoavance vi como observaba cada pasoque daba. Miré hacia todos ladosbuscando al hombre que el otro díavigilaba, hasta que me giré para mirarhacia la colina y ahí volvía a estar,observándonos.

Le hice un gesto a Olaf para que seagachara igual que hice yo. El gaupa nosimitó, se puso a mi lado,contemplándome. Preparé la flecha ydisparé. El hombre la esquivó y se clavóen la piedra que había tras él. Su miradase fijó en mí, mientras preparaba otra ydisparaba de nuevo. Aquella vez sí quele di, y esta se clavó en su hombro.Desde donde nos encontrábamos pude

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escuchar el profundo alarido de dolor,pero como si no le importara se ladesclavó, sacó un arco y nos disparó.Olaf cogió su escudo y se colocó junto amí, poniéndolo frente a ambos. Elhombre no acertó. Cuando ya nos habíaobservado lo suficiente, dio mediavuelta y se marchó, igual que lo hizo laotra vez. Solo que pude lanzarle unaúltima flecha, la cual se le clavó en lapierna derecha haciendo que sedoblegara de dolor.

—¿Quién es?—Él mató a Astrid.—Hay que avisar a Thorbran.Cuando me dispuse a ir andando al

poblado, Olaf me detuvo.

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—Espera aquí.—No, no voy a quedarme sola.—Muy bien, sube.Acercó su hestr a la parte alta de la

escalera, para que así pudiera subirmemejor con algo de ayuda. Tendría que ircon mucho cuidado, ya que no queríaque mi pequeño sufriera. Antes de llegaral centro hice que Olaf se detuvierafrente a mi gardr. Golpeé la puerta,estarían allí.

—Ha vuelto —dijo Olaf.Padre y Thorbran salieron corriendo

de la gardr, y entonces me vieron subidaen el hestr, por lo que ambos hicieronuna mueca.

—¿Qué haces ahí?

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—No ha querido quedarse, Jarl —ledijo a Thorbran—. No podía dejarlasola.

Me miró de arriba abajo, pero no meordenaron que desmontara.

—¿Qué ha ocurrido?—Hemos ido a andar, tras la gardr,

como la otra vez, y le he visto sobre lacolina. Le he lanzado unas cuantasflechas, una de ellas se le ha clavado enel hombro y otra en la pierna derecha, haquerido devolverla, pero no ha sirvió denada.

Padre bufó molesto por lo que habíahecho, pero no podía dejar que aquelhombre se marchara ileso, nadie podríacambiarme, era testaruda como él, no

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podría hacerme ser distinta.—Debemos estar atentos.

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La noche había caído, tras una tardey una cena demasiado tensa solo podíaesperar. Thorbran había insistido en quepadre se marchara a nuestra gardr, envez de quedarse con nosotros en la delJarl. En cierto modo me preocupaba, nole perdonaría jamás que le ocurrieraalgo. Iría tras él hasta acabar con suinsignificante vida.

—Será mejor que descansesmuchacha, la noche puede llegar a ser

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muy larga y estando en cinta no es buenoque la pases en vela.

Thorbran, quien estaba sentadofrente a la hoguera se puso en pie, fuehacia el arcón de madera y sacó unapequeña caja con dibujos tallados.Cogió un cuenco lleno de agua y locolocó junto al fuego.

—¿Qué es eso? —pregunté curiosa.—Si te lo tomas dormirás

perfectamente.El hombre cogió una jarra echó unas

cuantas hojas, esperó a que se calentaraen el cuenco y cuando ya estuvo calientelo echó en la jarra. Cepillé el pelaje delgaupa, intentando calmar el desazón quesentía por dentro. Este me miró, y apoyó

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su cabeza en mis piernas, dándomepermiso para que le peinara.

—Toma —dijo tendiéndome la jarra.—Gracias —murmuré.Lo bebí en un par de tragos, apenas

había nada.Inmediatamente sentí los efectos que

tenía la planta, el cuerpo empezó apesarme, me costaba moverme y elsueño fue apoderándose de mí. Me movípoco a poco, como podía. Thorbran meayudó a cubrirme con las pieles deljergón, los ojos se me cerraban pero aúnpodía escuchar cómo me arropaba.

—Buenas noches, niña —dijo a lavez que me besó la frente, como si fuerapadre.

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Me habría gustado podercorresponderle, pero apenas podíamoverme. Quería dejar de vivir aquelmomento, necesitaba que volviera a mícordura, que volviera él. Mi vikingo.

****

Algo empezó a iluminar la gradr,pensé que ya había amanecido pero noera así. Alguien golpeó la puerta coninsistencia y no dejaba de gritar.Thorbran se puso en pie, se enfundó lasbotas y un kirtle. Se acercó a la puerta yabrió tan veloz como pudo.

Me senté sobre el jergónsobresaltada, quería saber que era loque ocurría, entonces vi como padre

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apareció por la puerta. Mi cuerpo setensó al momento, estaba alterado por loque estaba ocurriendo.

—La vangr está ardiendo, el fuegoestá llegando a la linde con el bosque,no muy lejos de aquí, tenemos queapagarlo o arrasará con todo —dijoextasiado, parecía haber venidocorriendo desde allí—. Gracias a queOlaf estaba aquí hemos podido avisar alresto.

Desde que había aparecido aquelhombre dos días atrás, se habíanorganizado guardias por parte de loshúskarls del Jarl alrededor delpoblado, vigilando que nadie seacercara a ninguno de nosotros ni a

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nuestras gardrs. Éramos pocos en elpoblado, ya que algunos de los hombreshabían tenido que marcharse junto aEgil. Pero estaba segura que los quehabían permanecido aquí eran capacesde hacerlo tan bien como si fuerancientos de guerreros.

—Quédate aquí, niña —me pidiópadre.

—Pero…—¡Ni peros ni nada, Gala! Te quedas

aquí —gritó.Le miré con rabia, no me gustaba no

poder salir de aquí como sin poderhacer nada, seguía siendo una guerrera,podría acabar con cualquiera que sepusiera en mi camino, y lo peor de todo

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es que ellos lo sabían igual que yo.—Dejadme acompañaros, por favor

—le pedí a Thorbran.Se miraron entre ellos y este soltó

una carcajada.—No, Gala —dijo seriamente—.

¿Es que no has escuchado lo que hadicho el hersir?

—Sí… pero… Necesito ir.—Y nosotros saber que estás a salvo

—clavó sus ojos en los míos— quédateaquí, por nosotros —negué con lacabeza, sabía que no iba a convencerme,hasta que dijo algo que me hizorecapacitar— por Egil. No se loperdonaría si te ocurriera algo, ningunolo haríamos.

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Desistí, dejé de ser tan testarudacomo lo era padre, y pensé en lo mejorpara la criatura que llevaba dentro.

—Id con cuidado —les rogué.Ambos asintieron, cogieron varios

recipientes grandes para poder llevar elagua que apagara el fuego, aunque antesde eso tendrían que dar muchos viajeshasta allí para que pudieran terminar conél. Salieron de la gardr dejando lapuerta abierta, y me asomé saliendo alas escaleras. El cielo estaba iluminadopor las amenazantes llamas que queríanacabar con todo nuestro poblado. Mesenté en mi asiento a contemplar la luzque salía tras las casas, escuchaba comoalgunos gritaban, llamando a los que

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estaban aplacando las llamas, corrían deun lado a otro, los hestrs estabaninquietos, tanto que no dejaban demoverse en el establo, a pesar de que elfuego estaba más lejos y no corríanningún peligro.

Skogkatt salió de la casa, rugió ferozy salvaje. Se colocó junto a mí y meobservo con detenimiento. Era tan bello,fuerte y poderoso, capaz de todo, perotambién era dulce con aquellos que lomerecían. Volvimos al interior de lagardr, me siguió como hacía siempre,cerré la puerta y volví al jergón.

Pasó un rato y el fuego no habíadesaparecido. Escuché como alguiensubía las escaleras deprisa, se acercó a

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la puerta y la abrió sin más. Supuse queera Thorbran, tenía los ojos cerradospero me di cuenta que sus pasos sonabanligeros, hasta que Skogkatt empezó agruñir. Se puso frente a mí, algo estabaocurriendo. Me incorporé lentamente yentonces la vi.

—Hola, Gala —me dijo Kareedesde la entrada.

—Fuera de aquí —dije en voz baja—. ¡Fuera!—grité.

Parecía no haber visto nunca unagrábjörn con sus crías, se volvían lasmás poderosas, eran capaces de matar acualquiera y aquello mismo estaba apunto de ocurrir. No iba a dejar quenadie se acercara a mi pequeño. Me

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puse en pie a duras penas, como pudecogí el arco para ayudarme a no caer.No iba a poder defenderme a pesar deque amaba a mi criatura como nuncahabía amado a nadie, no era más que unlastre en ese momento.

—Los dioses te hicieron un presente,plantaron en ti la semilla del hombre quedebía ser mío —dijo de mala manera—,por eso yo te lo arrebataré. —Gruñó—te quitaré lo que es mío, si yo no pudetenerlo, tu tampoco.

Lo que dijo hizo que me encendiera,tanto o más que el fuego que ella mismahabría provocado. No dejaría que lehiciera nada, antes debería acabar conmi vida, y eso no ocurriría. Empecé a

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temblar, no por miedo, sino por rabia. Sino hubiera llevado al pequeño conmigoy el enorme vientre, no saldría por lapuerta.

—Este presente es mío y solo mío,igual que Egil, jamás fue tuyo, thraell —afirmé entre dientes con rabia—. Este esel mejor presente que podría habertenido.

—¿Un presente? ¿Eso? —Me miróde arriba abajo—. No pareces más queuna kýr en cinta.

Karee rio como nunca lo había hechoy eso hizo que mis ansias de agarrarlapor el cuello y acabar con su vida fuerancada vez a más. No soportaba verla,recordar como besaba a mi Egil, como

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me había despreciado. Aquel iba a sermi momento, acabaría con ella.

—Será mejor que calles Karee, tusitio está en el bosque no en un pueblo,por eso estás sola, nadie es capaz desoportar tu maldad. Los dioses te darántu merecido.

Dio dos pasos hacia mí, pero nopudo avanzar más ya que el gaupa secolocó frente a ella sin dejar de gruñir,lleno de ansia y furia. Abrió la bocaamenazante, no pude evitar dar unrespingo, nunca antes le había visto así.Si fuera ella saldría corriendo, nodebería de haber enfadado a miSkogkatt. Fue entonces cuando vi suverdadera belleza, como un animal

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salvaje me defendía… Era realmentehermoso ver su lealtad, su fuerza… Mepuse tras él, con un solo movimiento delarco hice que impactara en su cara contoda la fuerza que pude, haciendo quecayera al suelo. Durante unos instantesno se movió, aunque sabía que aquellono había acabado algo en mí deseabaque así fuese, pero se puso en pie.

Su rostro se había manchado de lasangre que había empezado a emanar desu nariz y que le llegaba hasta labarbilla. Se pasó la mano intentandodetener el líquido que iba saliendo deella, pero no sirvió de nada, ya queseguía empapando sus ropajes e inclusollegaban a caer al suelo.

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—¿Qué te crees que haces? —preguntó de mala manera.

—Lo que quiero, es que te marches,detrás de ti está la puerta, no es laprimera vez que tienes que irte huyendodel poblado, ¿no es cierto? Ni Egil, niKirk, ni Ingo fueron capaces de tenercompasión contigo, ¿quién la iba a tenercon una repugnante thraell como tú? —Le pregunté—. Me das asco.

—Creo que no me has entendido —dijo a la vez que se pasaba las manospor el cabello humedeciéndolo desangre.

La miré, observando cada uno de susmovimientos. Se pasó la lengua por loslabios, los cuales también manchados,

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clavó sus ojos claros en los míos,estaban llenos de rabia y maldad.Aquella mujer nunca había sido buena.

—Quiero venganza, ¿lo comprendes?Es simple, pero alguien como tú pareceno poder entenderlo.

—Ragr —dije entre dientes—. Laúnica que no parece comprender qué eslo que está sucediendo eres tú, nunca lohas hecho desde que llegaste con mihombre —dije haciendo hincapié en queera mío.

—Delicioso hombre —dijo a la vezque se pasaba un dedo por el labio yacababa por sonreír.

La iba a matar, acabaría con ella, noiba a dejar que hablara así de Egil, no

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era de nadie más salvo mío. La rabia mepudo, volví levantar el arcó, aquellasegunda vez le di con tanta fuerza comotuve, apreté las manos contra la maderay la golpeé, haciendo que cayera alsuelo. La golpeé una y otra vez, hastaque me sentí exhausta.

La mujer se quedó tumbada en elsuelo, no se podía mover pero noparecía haber muerto, seguía consciente.Me senté en uno de los asientos,necesitaba luchar por mi pequeño, nopodía dejar que estuviera en peligro. Mepasé la mano por el vientre y lo miré.Skogkatt estaba delante de mí por si seponía en pie, antes de que pudiera darmecuenta. Y eso es lo que hizo, de un salto

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se levantó, aguantó el dolor que tenía yse abalanzó sobre mí. Ambas caímos alsuelo, mi cabeza se golpeó contra este yapenas podía moverme. Escuché comoalguien se aproximaba a la gardr.

—¡Gala! —Padre gritaba, o eso creí—. ¡Gala! —Volvió a gritar, y fueentonces cuando me di cuenta de que eraThorbran quien me llamaba.

—¡Ayúdame! —Le rogué.No dijo nada más, escuché otros

pasos, pero no eran suyos y tras eso unfuerte golpe, algo cayó al suelo haciendoun fuerte estruendo.

—¡Thorbran! —grité desgarrándomela garganta.

Intenté moverme como pude, pero no

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podía. Un punzante dolor me atravesabael vientre como en aquel sueño. Unalágrima recorrió mi mejilla y tras ellafueron cientos más. Agarré a Karee porel cuello, y apreté cuanto pude. Antes deque pudiera detenerla fue ella quien mesujetó.

—Egil… —susurré.—Él no está, no vendrá, jamás te

tendrá a ti —dijo con malicia.Me costaba respirar, el aire apenas

podía llenar mi pecho. Estaba apresandoa mi pequeña criatura, no podía dejarque eso ocurriera, no podía morir…Todo lo que amaba se estabaresquebrajando por su culpa. Empecé allorar de impotencia, la rabia iba

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haciéndose con mi cuerpo, ladesesperación me apresó. Cerré losojos, escuché como un fuerte truenoresquebrajaba el cielo y al abrirlos vicomo un rayo fulminaba a Karee. Estacayó hacia un lado, sin moverse. Miréen todas direcciones, hasta que la vi, misalvación.

—Parece que siempre tengo quesacarte de los apuros, muchacha —dijoLyss con una radiante sonrisa.

—Lyss… —susurré agradecida.—¿Cómo estás, niña? —preguntó—.

¡Vaya tripa! —Miró mi vientre.—Todo esto tú ya lo sabías —dije

sin fuerzas—. Podrías haber aparecidoantes.

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—Los dioses no me lo hanpermitido… —murmuró.

Karee se puso en pie y miró a lavalkyrja furiosa, con los ojos inundadosen lágrimas de manera intimidatoria.Parecía no terminar nunca. Cuando fue aatacarla, Lyss la tomó por el cuello ycon un solo movimiento la pegó contrala pared. Apenas pude ver bien lo quehacía, me arrastré por el suelo hasta quepude llegar al jergón. Karee movía laspiernas e intentaba coger las manos dela muchacha de cabellos oscuros. Perodelicados hilos de luz salían de lavalkyrja.

—A las personas a las que quiero nose les hace daño —rugió la Lyss,

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enfadada—. No voy a dejar que letoques ni un solo pelo, ni a ella ni a subebé.

La miré sorprendida por suspalabras, había dicho que a la gente queella quería no se le hacía daño…Adoraba a aquella mujer, si es querealmente lo era. Vi como Karee leescupía, esta se limpió y apretó con másfuerza.

—No vuelvas a hacer eso —leadvirtió.

No hizo caso a lo que le había dicho,y volvió a repetirlo. Llena de ira, Lyssrespondió con un fuerte rayo que acabócon la vida de Karee, acompañado concientos de ellos brillando en el cielo.

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Miré como todo ocurría, boquiabierta,hasta que el dolor volvió a asaltarme.

—Lyss… Lyss, ve a por Thorbran —le pedí, sentí que algo malo habíaocurrido, pero no sabía que era—.Necesito que vayas, por favor…

Sin poder evitarlo solté un fuertequejido, el dolor se iba volviendo cadavez más insoportable. Me pasé lasmanos por el vientre y luego por laspiernas, hasta que me di cuenta de queestaban húmedas.

—Por los dioses… no… —murmuré—. Aún no… —Le pedí a la criatura.

—¿Qué pasa?—Saca esto de aquí —dije

entrecortadamente, a la vez que señalé

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el cuerpo de la thraell.Me estiré como pude sobre el jergón,

mientras ella hacía lo que le habíapedido y la tiró escaleras abajo. Sequedó quieta, inmóvil, había visto algo.

—¿Lyss? —Le pregunté preocupada.—Ga… Gala… —murmuró con

pesar.—¿Qué? —Me asusté, mi corazón se

desbocó, parecía que iba a salirse de mipecho.

—Thorbran… Thorbran ha muerto,Gala —dijo poco a poco.

Thorbran había muerto… No podíaser. Las lágrimas empezaron a recorrermi rostro, había sido él, estaba segurade que había sido el hombre sin cabello.

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Había acabado con su vida, esemalnacido lo había matado. ¡Malditosea! Lo mataría, no dejaría que la vidadel Jarl se fuese en vano, yo mismaacabaría con él. Le arrancaría elcorazón del pecho. El dolor y el pesarse unieron, haciendo que las gotas fuerancada vez mayores. La muchacha estabaquieta, no decía nada, tan solo memiraba.

—Tráelo —le ordené— ¡Lyss,tráelo! —grité angustiada.

El dolor que sentía en aquelmomento era el que sentiría Egil alsaberlo. El hombre que había acabadocon la vida de su madre, le arrebatótambién a su padre. Todos los que

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amaba le habían dejado por culpa de esemaldito hombre, lleno de malicia yrencor. Como un fulgor intenso yarrollador, su pérdida me torturaba. Talvez hubiera podido hacer algo por él,algo que no hice. Si hubiera detenido aLyss, si hubiera dejado a Karee… Lohabría salvado, ¡ella podría haber hechoalgo!

—¡Es tu culpa! ¡Tú eres la culpable,Lyss! —grité agonizante—. Podríashaberlo evitado —aseguré entresollozos—. Podrías haberle salvado —mustié rota por dentro.

—No, no te equivoques —dijomolesta, manteniendo la poca calma quetenía—. Las Nornas han sido las que

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han tejido así su destino, yo no tengo laculpa de nada. ¿Crees que no he queridobajar antes? ¡Los dioses no me lo hanpermitido!

Grité de dolor, era como si meestuviera clavando un knífr en elvientre, cada vez con más fuerza hastarasgarme la piel. Lyss se arrodilló a milado, mientras lloraba en silencio meabrazó con fuerza, era capaz deayudarme a mantenerme consciente,aquel suplicio iba a hacer que muriera.Mi cuerpo me pedía que hiciera fuerza,que empujara, cuando la valkyrja vio loque hacía, se puso en pie nerviosa, nosabía qué hacer.

—¡Calienta agua, por los dioses!

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¡Lyss, haz algo! —Le rogué.Fue de un lado a otro, hasta que

encontró un cuenco lo suficientementeprofundo como para poder llenarlo deagua. Se arrodilló de nuevo a mi lado ycon solo posar sus manos en él, esta secalentó.

—Trae tela —le pedí.Se levantó, buscó por todos lados,

como no encontraba lo que le habíapedido, cogió un kirtle de Thorbran y lorasgó en varios trozos. Se arrodilló a milado y las metió dentro del agua.

—Bien —murmuré, había vistocomo Paiva había tenido a Gyda, solodebía recordar lo que había hecho.

—¿Qué hago?

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—Aguántame…—Freyja… Ayúdanos —le rogó.Me miró sin saber a que me refería,

me tomó de la mano y dejó que hicierafuerza. Todo mi cuerpo empezó a sudar,las gotas caían por mi frente mientrasella intentaba secarlas poco a poco.

—¿Por qué demonios tienes quenacer ahora? —preguntó Lyss.

Dejé ir un profundo alarido queretumbó por toda la gardr.

No sabía cuánto tiempo llevabadando a luz a aquella criatura, el dolor yel miedo que tenía se habían marchado,apenas me quedaban fuerzas para seguirluchando por aquella vida. Mi cuerpoestaba exhausto, al igual que mi mente.

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No podía más. Gracias a los dioses,tenía a Lyss conmigo. Mi pequeño salió,no podía verle, no lloraba, no se movía,no hacía nada. Mis manos empezaron atemblar, no podía morir… él no…Necesitaba que ese niño viviera. Queríatener a mi pequeño en brazos.

—Lo tengo, lo tengo —dijo Lyss—.Tranquila —murmuró con una sonrisa—.Es una preciosa y pequeña niña —susurró entre lágrimas. No pudo evitarromper a llorar junto a ella, estaba viva.

—Ve a por un kirtle, y las pieles quehay sobre el jergón de Thorbran —dijesin apenas fuerza. La valkyrja me tendióa la niña, tenía los ojos cerrados y máscabello del que jamás le había visto a un

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recién nacido.La enviada por los dioses se puso en

pie, pasó junto a la mesa y fue a por loque le había pedido. Sin su ayuda nopodría haberlo conseguido.

—Lyss —susurré dejando que laslágrimas volvieran a recorrer mi rostro.

—¿Qué? —preguntó.—No… Tú no, valkyrja… Ella, mi

pequeña Lyss —miré a la criatura.La joven se sorprendió, cogió las

pieles y corrió hacia mí.—Vas a llamarla Lyss… —murmuró

asombrada.—Sí, amiga mía. Si no hubiera sido

por ti ella no estaría aquí —la miré—.Espero que tenga la valentía que tienes

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tú —no podía evitar sonreír, enamoradade mi pequeña.

Lyss no pudo aguantar más, llorócomo una niña pequeña, y se deshizosobre mi hombro emocionada. Volvió aabrazarme y sonrió.

—Gracias…—Ayúdame —le dije—. No pensé

que te pusieras así.Me dio un golpe en el brazo y

empezó a reír como nunca antes la habíavisto hacerlo. Sentí la necesidad demantenernos con fuerza a las dos, nopodíamos derrumbarnos ante la falta deThorbran y Egil.

La valkyrja mojó las telas en el aguacaliente, entre las dos limpiamos la

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sangre que había por todo el cuerpo delbebé poco a poco, con mimo. Lapequeña abrió los ojos y nos observócuriosa, mirando hacia todos lados, algoextraño. Hasta que se agarró a uno delos dedos de Lyss, aquella niña era unaenviada de los dioses.

—Es hermosa —dijo mirando a laniña.

—Sí, lo es —la envolví en el kirtley la piel que había traído.

Dejé que Lyss se encargara de ellamientras me limpiaba, aún sin fuerzas, vicomo un cordón colgaba del vientre demi bebé. Lo corté con la pequeña dagaque había hecho y que guardaba bajo eljergón. Cuando estuve limpia, la

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valkyrja me tendió a Lyss, vació el aguay fue a por unas cuantas brasas paracolocarlas junto a nosotras para que nopasáramos frío. Pasó sus manos porencima de las brasas y dejó que algunosrayos bailaran en el interior de este. Losobservé, aquel maravilloso don quetenía era único. Lo mismo que ocurría enlas tormentas, los rayos y truenos queretumbaban en el cielo estaban frente amí, conmigo, dándome el calor que mefaltaba. Skogkatt se tumbó a mi lado, alcontrario que ella, en el jergón y melamió las piernas.

—¿Has visto que hermosa es? —Lepregunté.

Este parecía haberme entendido y

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dejó ir un suave maullido para noasustarla. Posó su gran cabeza sobre mipierna y se quedó dormido. Escuchécomo alguien se acercaba, aunque Lyssse percató de ello antes, por lo que sepuso en pie frente a la puerta en guardia,preparada para atacar cuando fuesenecesario.

—¡Gala! —gritó mi padre.Subió rápidamente las escaleras, se

detuvo en la puerta y le dio un golpe,nada más hacerlo se encontró con lamuchacha de cabellos oscuros y ojosclaros. Desenfundó su espada, la dejósobre su cuello, pero ella no se movió.Conocía a padre, lo había visto, igualque nos veía a nosotros.

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—Es mi hermana, padre —leexplique.

—¿De dónde demonios ha salido?¿Qué le ha ocurrido a Thorbran? —preguntó nada más verle, agachándosejunto a él.

—Padre, ella es Lyss… Nos hasalvado —dije mirando a la niña—.Pero no ha podido hacer nada por elJarl.

Le expliqué lo ocurrido cuando Egilse marchó, como ella fue capaz dedarme la fuerza que no encontraba parapoder seguir luchando por él, comohabía acabado con la vida de Karee, ycomo me había ayudado a tener a Lyss.La miró de arriba abajo, una y otra vez,

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extrañado de no haberla visto.—¿De dónde vienes?—De Asgard, Señor —dijo ella.Alzó las cejas sin entender muy bien

qué le decía, estaba extrañado yfascinado. Nunca antes habíamoshablado así de los reinos, pero seríacapaz de entenderlo todo.

—Soy una valkyrja, señor, losdioses dejaron que viniera a ayudar aGala, no suele ocurrir esto, en realidadno está permitido, pero sentí que debíahacerlo.

—Entiendo… —dijo pensativo,entonces me miró y se arrodilló dándosecuenta de que tenía a la pequeña en misbrazos—. ¡Por los dioses, Gala! —

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Observó a la niña, esta también lé miró.Dejó que la cogiera y la sostuviera

entre sus fuertes brazos, lo que hizo queme emocionara verle así. Me sequé laslágrimas, y me tapé con las pieles. Lyssque vio que pasaba frío, se acercó a estay la cerró.

—Mi pequeña… —murmuró sinsaber cómo llamarla, así que, me mirópara que le dijera el nombre que habíaelegido.

—Lyss… Se llama Lyss.—Mi pequeña Lyss —susurró

pasándole un dedo por la mejilla a lavez que se deshacía en lágrimas.

—Padre —llamé su atención—.¿Podría ocuparse del cuerpo de

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Thorbran?—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó

angustiado—. He visto que el de Kareeestá fuera.

—Vino a atacarme —hice una mueca—. Gracias a que apareció Lyss sigoviva, todo es gracias a ella… Pordesgracia a Thorbran lo asaltaron en laentrada —dije con pesar, calvando lamirada en el suelo—. Estoy segura dequien ha acabado con su vida, padre.

—¿Quién?—El mismo que mató a Astrid.Sus ojos se llenaron de ira, igual que

todo su cuerpo el cual se tensó, al mío lorecorrió, haciendo que temblara, podíasentir el rencor, el ansia de venganza

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que nació en padre.—Acabaré con él —prometió.—Lo haremos entre todos, no dejaré

que ese malnacido recorra nuestrastierras como si fueran suyas y menosdespués de haberse llevado dos grandesvidas consigo.

Se puso en pie, dio la vuelta y seabrazó a la muchacha, lo que mesorprendió pero a la vez hizo quesonriera.

—Þakka .—No las merezco, drottin, yo solo

he ayudado a una amiga —le contestóella con una amplia sonrisa.

—Haré que Gull vaya a por Egil ylos demás, debe de enterarse de todo lo

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acontecido, además será mejor quevuelvan nuestros guerreros, así nosprepararemos para una nuevaemboscada.

Asentí y no dije nada más, solopensé. Sujeté a mi niña entre mis brazosy me di cuenta del dolor que sentiría mihombre al volver, al darse cuenta de loque había ocurrido. Se sentiría culpablepor no haber estado aquí, pero nodejaría que se derrumbara, no despuésde todo lo que había vivido.

Cuando padre se marchó, lamuchacha se acercó a mí, me ayudó arecogerlo todo y cogió una cesta losuficientemente grande como para quepudiera caber la niña. La llenó de pieles

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y dejó a Lyss en ella tapándola.Tras eso, se estiró a mi lado con

Skogkatt. Me besó la frente y eso, poralguna razón, hizo que un extraño yrepentino cansancio se apoderara detodo mi cuerpo.

—Adiós, systr —me susurró al oído.—Lyss… —murmuré.—No estás sola, niña —me dijo—,

nunca sola —me prometió.

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No sabía cuánto tiempo hacía quecabalgábamos, ni cuanto habíamosrecorrido. Sentía como mi animal estabaexhausto, pero no podía dejar quepasara más tiempo desde su pérdida,debía llegar cuanto antes. Espíritu ibacada vez más lento, teníamos quedescansar, el hestr no podría aguantarasí durante todo el viaje. Miré haciaatrás para ver por donde se encontrabanmis hermanos, aún estaban lejos, más de

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lo que esperaba. Seguí avanzando hastaque llegué a una pradera, hice que elhestr se detuviera, desmonté y dejé quepastara tranquilamente y así pudieradescansar mientras yo también lo hacía.

Los demás llegaron después, iba adejar que descansaran, al igual que loestaba haciendo mi animal. No podíacreer lo que estaba ocurriendo, noentendía como todo aquello habíapodido ocurrir. Aquel que había matadoa madre apareció de nuevo, había vueltoal poblado que me vio crecer, habíaatacado a mi hermosa mujer, incendiónuestros bosques, algo que no sabemossi realmente es cierto, pero era lo queGull nos había transmitido, así que

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esperaba que lo fuese. La rabia nodejaba de vivir en mí, el dolor, laimpotencia y las ganas que tenía deacabar con él habían tomado mi interiory mi pensamiento.

No dejaba de pensar en cómo tendríaque estar Gala, en cómo debía haberlopasado… Un escalofrío recorrió todo micuerpo erizándome el vello, haciendoque esa mezcla de sensaciones seavivara como nunca antes lo habíahecho. No podía esperar, no iba a dejarque nadie le hiciera daño. Estabadesprotegida, no me bastaba con saberque Hammer estaba con ella, padrehabía muerto, podrían volver a atacarnuestro heimr y nadie podría detenerlos,

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debía llegar y acabar con ellos. Montéde nuevo en el caballo, no iba aquedarme allí esperando a que pudieravolver a ocurrir.

—Eh, Egil, aguarda —me pidióGull.

No hice caso a sus palabras, seguími camino, había pasado demasiadotiempo desde su llegada y cada vez midesasosiego era peor. Apreté los dientesy dejé que el aire cortara cada una delas lágrimas que amenazaban con salirde mis ojos. Intenté que este también sellevara las ganas de venganza que tenía,el dolor que ardía en mi interior, peronada iba a hacer desaparecer aquello, noacabaría con ello hasta que no le

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arrancara el corazón del pecho alhombre que acabó con padre.

El camino de vuelta se me hacíainterminable, cada vez parecía alejarmemás de ella. Llevábamos más de treslunas montados sobre los caballos, solonos deteníamos para descansar, nodormíamos, apenas comíamos, nopodíamos retrasarnos. Necesitaba llegarlo antes posible, si no lo hacía lo que mecorroía por dentro acabaría con mi vida.

Escuché como los hestrs de mishermanos se movían detrás de mí, suspisadas eran cada vez más notables, seestaban acercando. Giré la cabeza y vicomo Gull pasó por el lado del restopara colocarse a mi lado.

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—No puedes seguir así, bróðir —añadió preocupado—. Eso va acabarcontigo si no descansas un poco.

—No, Gull, necesito llegar, sino síque acabaré por desfallecer.

Mis ojos se inundaron de lágrimas alpensar que no había podido estar con mihúsfreyja, no había podido ver como mihermosa hija nacía, ni había podidodefender a mi padre y mi pueblo porqueestaba ayudando a alguien que no eranlos míos. Le di un ligero golpe aEspíritu, para que fuera más deprisa,pero el animal no podía hacerlo, estabacansado y apenas conseguía avanzar.Cuando estuviéramos más cerca dejaríaque todos se detuvieran.

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—Egil, por los dioses —dijo Gulldetrás de mí—. Detente —me ordenó—ella no está sola.

—Hammer no es suficiente, él nopuede protegerla —contesté tajante—.Mira lo que hicieron con mi propiopadre, no voy a hacer que se pierdanmás vidas. Los dioses no las requieren,no puedo dejar que se los lleven…

—Hay una valkyrja con ella —murmuró.

—¿Cómo has dicho? —preguntéasombrado— ¿estás seguro?

Hice que el hestr se calmara, paraque así pudiera volver a alcanzarme yme explicara quien era la que velaba pormi mujer, quien era la que protegía su

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vida.—Una valkyrja bajó del Asgard, la

ayudó, ella la salvó de Karee.Cerré los ojos, una lágrima

descendió por mi rostro. Era ella, lavalkyrja que le ayudó a detener a Karee,aquella que no había acabado con lavida de la thraell en el bosque.

—Ella…Los recuerdos se agolparon en mi

mente como una tormenta arrolladora,como si los viviera de nuevo en aquelpreciso instante. Podía ver comoobservaba como la thraell quedabasujeta en el aire por rayos de luz.

—Gracias, Lyss —miré al cielo.—Así se llama vuestra hija —dijo

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Gull sorprendido—. ¿Cómo lo hassabido?

—Lyss es el nombre de la valkyrjaque salvó la vida a mi húsfreyja.

Fijé mis ojos más allá del horizonte,podía ver las montañas que nos avisabande que estábamos próximos a nuestrastierras. No tardaríamos en llegar, unanoche más, un día y volverían a estar asalvo conmigo. Podría abrazar a las dosmujeres que más amaba en todo elMidgard. Dejaría que mis guerrerosdescansaran, no iba a seguirforzándolos. Han seguido lo que lesdecía, sin importarles nada.

La guerra seguiría avanzando,aquellos malnacidos vendrían a por

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nosotros, a por mi gente y mi familia.Debíamos estar preparados paraproteger lo que era nuestro, noesperaríamos a que llegaran al poblado.

—Gull… —murmuré.Este me miró alzando las cejas,

esperando a que le dijera lo que tenía enmente.

—Es hermosa, tanto como su madre,tiene los ojos oscuros como la noche ymucho cabello, nunca antes había visto auna criatura así, es claro. Esterriblemente bella, Egil, tienes una hijamagnífica.

Apreté los dientes intentandocontener un suspiro que quería escaparde mi boca, debía ser la niña más bella

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de todo el Midgard. Iba a tener a doshermosas mujeres a las que cuidar ydefender con mi vida. Si Lyss era igualde guerrera y salvaje que la madre, notendría mucho que hacer.

El atardecer cayó sobre nosotros, elsol empezaba a esconderse tras lasmontañas y los pocos rayos de sol quehabía solo nos servían para desmontar yempezarnos a resguardarnos de la noche.Debíamos hacer una hoguera con la quecalentarnos durante la noche. Todosfueron a por lo necesario, mientras yo nopodía dejar de pensar en ellas. Pocodespués ya lo tenían, el fuego ardíamientras las llamas se movían alrededorde los troncos. Mirara a donde mirara

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solo podía pensar en ella, Gala estabaen todas partes, debía volver.

—Tengo que seguir —le dije a losdemás.

Me observaron boquiabiertos, sinentender muy bien que era lo que estabahaciendo.

—Iré contigo —dijeron Gull y Caróna la vez.

—No, quedaos con los demás,lideraréis el grupo, será mejor quepermanezcáis unidos, seréis más fuertessi algo ocurre.

—¿Y tú?—No me verán yendo yo solo —

miré con pesar a Gull, no quería que sepreocupara por lo que pudiera

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ocurrirme, necesitaba llegar a mi hogarcuanto antes—. Tranquilo, estaré bien.

No dijo nada, dejó su mirada fija enla mía, estaba molesto pero no meimportaba, más lo estaría yo sipermaneciera con ellos aquí en vez dehacer lo que me dictaba mi corazón.Antes de marcharme ya me habríaperdonado estaba seguro de ello.

—Podría haberme marchado cuandotodos estábais dormidos, no os habríaispercatado y no lo he hecho —intenté queentendiera que era lo que queríadecirles.

Permaneció callado mirándome y fueentonces cuando Carón habló.

—Déjalo ir, no va a pasarle nada,

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además, necesita ver a Gala y a lapequeña Lyss.

Gull acabó cediendo, asintió y dejóque me pusiera en pie, se levantóconmigo y me acompañó hasta donde seencontraba el hestr.

—Ve con cuidado, bróðir —me diovarios golpes en la espalda.

—Todo irá bien, los dioses estánconmigo, lo sé.

Asintió, sin decir nada más, observócómo me montaba en el animal y le dioun pequeño golpe en el lomo. Antes deseguir, me acerqué a mis hermanos, losmiré y estos me dijeron adiós con lamirada, permaneciendo en silencio.

—Os espero allí —le dije a Gull.

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—No tardaremos en llegar.Chasqueé la lengua al mismo tiempo

que le daba un golpe a Espíritu en ellomo, el hestr empezó a andar poco apoco, por lo que le di otro más.

—Vamos —le animé.El aire impactaba contra mi rostro

con más fuerza, dañándolo, hacía frío yeso hacía que me hiriera. Pero nada meimportaba, solo quería llegar a mimaltrecho heimr, allí donde seencontraba mi familia.

Había instantes en los que no podíallegar a creer lo que estaba sucediendo,la muerte de padre, el nacimiento deLyss, el amor de mi existencia sola anteel peligro. Había veces que deseaba que

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tan solo fuera una ilusión. Ojalá fuerasolo eso, ojalá no fuera más que un malsueño en el que pudiera abrir los ojos yver a mi hermosa mujer, junto a mipadre, sentados en la escalera de lagardr.

Ese sería el mayor presente quepodrían hacerme los dioses. Pero ellosmismos decidieron que fuese así, que eldestino cumpliría lo que las Nornastejieran en su telar. Injustas estas, perono solo ellas. Maldije el momento en elque abandoné todo aquello que era mío,aquello que había sobrevivido a pesardel tiempo, aquello que había luchadopor seguir conmigo. A causa de mi falta,padre ya no volvería a disfrutar del frío

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hielo, de los débiles rayos de Sól, nipodría disfrutar de la pequeña Lyss, deesa pequeña niña tan hermosa como sumóðir.

—Hay tantas cosas que lamento…—Le susurré al viento que azotaba micabello— lamento tanto no habertedicho adiós, no pude hacerlo, primerofue madre y ahora tú —al nombrarla micuerpo se tensó enfadado por no haberpodido hacer nada por salvarla. Un parde lágrimas se escaparon de mis ojos,recorriendo mis mejillas—. Acabarécon él, padre, vengaré vuestra muerte,no dejaré que ese hombre acabe connuestra gente —murmuré lleno de ira.

Pasé entre los árboles, sería mejor

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avanzar por el interior del bosque, así sime encontraba con alguien esperando millegada para atacarme, no me vería.

—Vuelve conmigo, mo víkingr.Escuché como me decía Gala, como

me lo susurraba al oído. Me girébuscándola, pero no vi a nadie, estabasolo en medio de los árboles. El vellose me erizó al recordarla, tenía tantasganas de estrecharla entre mis brazos, denotar el calor de su cuerpo, de ver elmaravilloso regalo que los dioses noshabían dado. Protegería a esa niña conmi vida, no dejaría que nadie le hicieranada.

Aminoré el paso, Espíritu no podíaseguir así o acabaría sufriendo. Miré de

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nuevo hacia todos lados, en la lejaníapude ver como un hombre vigilaba lavangr. Aquello me llamó la atención,apenas quedaba nada para llegar alpoblado, estaba en lo cierto, aguardabanmi llegada. Hice que el hestr sedetuviera, desmonté y lo escondí trasunos árboles. Me agaché y fui avanzandoentre los árboles, me acerqué por suespalda, se giró un poco para mirar elotro lado del bosque y le reconocí, eraél, el hombre sin cabello que mató amadre. Cogí aire y lo solté intentandocontrolarme, pero no pude. Seguícaminando hasta que lo tuve a un solopaso, y saqué un pequeño knifr quecolgaba de mi cinto.

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Pasé mi antebrazo por delante de sucuello, y vi como poco a poco ibadesequilibrándose cuando tiré de élhacia atrás. Le clavé el knifr en elcostado derecho por la parte de atrás.Fui moviéndolo hacia la parte delantera,creando una buena brecha, no dejaba desalir sangre, demasiada, podría acabarmuriendo, pero no dejaría que esoocurriera, los dioses dirían si debíamorir con honor o no.

—Vaya —dije mediante un gruñido.El hombre calló. Le di la vuelta y fue

entonces cuando me vio, fijó sus ojos enlos míos, vi la rabia que había en ellos ycomo esta hacía que brillaran como elfuego.

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—Eres tú… —dijo entre dientes—.¿Cómo está tu madre? —preguntó conmalicia.

—¿Cómo eres capaz de hablar deella? —pregunté molesto, adentré unpoco más el puñal mientras él intentabasoportar el dolor que estaba sintiendo—. Vuelve a hablar de ella, hazlo —lereté entre dientes.

—Astrid no era más que una mujerdeliciosa, despechada, era capaz dearrastrarse por cualquiera, erasimplemente despreciable.

Aquello último me dolió más aúnque lo anterior, pero no dejaría quesiguiera así. Saqué el knifr, lo subí porsu pecho a la altura del hombro y se lo

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clavé. Estaba empapado de sangre,merecía sufrir. Al sacarlo hice un cortedesde la herida superior a la inferior, elhombre gritaba de dolor pero no meimportaba, jamás sufriría como lo hiceyo a causa de todo lo que había hechoél. Pegué mi frente a la suya, esta vezcolocando la hoja de la daga en sucuello.

—No soy mal hombre —murmuré—.Debería de hacerte daño, que merogaras que te soltara, debería matarte,cobrarme las vidas que te llevaste,torturarte hasta que perdieras elconocimiento —añadí seriamente a lavez que clavaba la hoja en su piel losuficiente como para que un reguero de

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sangre recorriera su pecho—. Pero, nolo voy a hacer —aseguré con una ampliasonrisa—. No, no ahora, soy un hombrede honor.

Permaneció en silencio, se limitó aobservarme y a escuchar cada una de laspalabras que iban saliendo de mi boca.

—Dentro de tres lunas, antes de quecaiga el sol, cuando esté sobre lasmontañas, será entonces cuando todoacabe para ti, será entonces cuandoacabe contigo. Haré que te coman loshundr.

Lo solté, cerré la mano en la quellevaba el knífr y le golpeé con fuerzaen la cabeza, haciendo que cayeradesplomado al suelo y no tuviera

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ocasión para atacarme, no hasta que selibrara nuestra batalla. Fui a porEspíritu, lo desanudé y de un salto meimpulsé hasta acabar encima de él. Le diun golpe en seco y este empezó acaminar. Cada vez iba más deprisa, tantocomo podía atravesamos el bosquepasando entre los árboles, necesitaballegar a mi hogar y alertar a todos de loocurrido.

Desde la lejanía pude ver elpoblado, la gente iba de un lado a otropor los caminos que entraban, tambiénvi a Olaf, quien estaba en la praderajunto a Jokull, Gyda, Janson y algunosmás. Estaban preparándose para algo,estaba a punto de ocurrir, aunque lo que

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no sabían era que llegaría antes de loesperado. Tres días debían sersuficientes como para que estuviéramoslistos. Uno de ellos alertó a Jokull,todos se giraron para mirarme y mesaludaron con el brazo.

Me acerqué a ellos, hice que el hestrfuese más despacio, hasta que me detuvefrente a a ellos.

—¿Ya sabes lo ocurrido?—Así es, Gull vino a avisarnos.Vi la pena en sus ojos, me miraban

con lástima, como si no pudiera contodo lo que estaba ocurriendo, como sino pudiera controlarlo, pero eraentonces cuando debía ser fuerte, porellos, mi pueblo me necesitaba tanto

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como los necesitaba yo a ellos.—¿Dónde está Gala? —pregunté

ansioso.—Está en la gardr de tu padre, con

Hammer y Linna, preparando el adiós atu padre —dijo Gyda con tristeza.

—Gracias.Me di la vuelta, pero antes de que

pudiera irme, Jokull se acercó a mí conla cabeza gacha.

—Quiero que sepas que tomes ladecisión que tomes estaré a tu lado —dijo seriamente—. Lamento que lasvalkyrjas hayan tenido que llevárseloasí.

—Sí, lo sé —contesté escuetamente—. Gracias, lo tendré en cuenta.

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El hombre se hizo a un lado y dejóque el hestr avanzara. Bajé hasta elcentro del poblado, los que allí seencontraban me miraron atentos. Iba aanhelar a mi padre, pero sabía que losdioses lo tendrían junto a ellos, y loconvertirían en el mejor guerrero quehabía pisado jamás el Valhalla, algúndía volveríamos a encontrarnos, ylucharíamos junto a nuestro padre, Odín.

No hice caso a las miradas de Steit,Agnetha o Elsa. Nada iba a hacer queme rindiera, lucharía por salvar susvidas, igual que lo habría hecho padre.Pero en ese momento solo quería ver amis dos hermosas mujeres, necesitabaverlas sanas y salvas. Me encaminé

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hacia la gardr de padre, la cual seríapara nuestra pequeña familia. En lasescaleras de la entrada vi a Hammer,estaba sentado con la cabeza enterradaen las manos, miraba el arenoso suelo.Cuando escuchó como el caballo seacercaba, alzó la cabeza, y se pasó lasmanos por la cara atónito. Dejó ir unprofundo suspiro. Cuando estaba algomás cerca de la cabaña vi salir algaupa, y cómo no dejaba deobservarme. Estaba mucho más grandeque cuando me fui, era enorme, podríaenfrentarse a un grábjörn.

—Egil —murmuró el hombredesconcertado.

—He vuelto.

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—De eso ya me he percatado —memiró de arriba abajo— Gala está dentro.

Desmonté del animal de un solosalto. Hammer agarró las riendas delhestr y las ató al poste que había en laentrada. Acaricié a Skogkatt entre lasorejas, y este no pudo evitar ronroneargustoso a la vez que me lamía la mano.Di varios golpes en la puerta, podíaescuchar como Gala refunfuñaba en elinterior hablando para sí misma, estabaenfadada. No parecía haber ni rastro deGyda por lo que supuse que se habíamarchado.

—Padre —dijo en voz baja—,quiero descansar, que no entre nadie,Lyss tiene que dormir —gruñó

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malhumorada.—¿No quieres que nadie entre? —

pregunté asomándome tras la puerta.Durante un momento permaneció

callada mirándome con esos hermososojos que tenía sin apenas poder creer loque veía.

—¿De verdad que estás aquí? —preguntó sorprendida.

Su cuerpo apenas podía reaccionar,pero eso hizo que pudiera observarlamejor. Parecía más escueta, su piel sehabía vuelto más clara, sus labios sehabían tornado más rojizos y sus ojosbrillaban más que nunca, aun habiendoalgunos ligeros cambios seguía siendo lamujer más hermosa de todo el Midgard.

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En sus brazos sostenía a la pequeñacriatura de cabellos claros como los deella. Tenía los ojos cerrados ydescansaba tranquila con un dedo en suboca. Apenas podía moverme, era tanbella la imagen que no quería dejar demirar. De mis ojos empezaron a brotarlágrimas de alegría, mi pequeña kottrsujetada por la mujer a la que amaba,poseedora de mi cuerpo y mi corazón.No quería que aquello acabara nunca, lafelicidad que sentía era imposible deigualar, nunca había sido tan feliz.

Di dos pasos hacia ellas y Gala hizolo mismo, dejó a la pequeña en unacesta, la cual habían llenado de pieles,la tapó y sin pensárselo dos veces se

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tiró encima de mí, haciendo que miespalda chocara contra la puertacerrándola de golpe.

—Mi hermoso vikingo —susurróentre lágrimas—. He anhelado tanto estemomento —su voz iba desapareciendohasta quebrarse.

—Y yo, mi vida —dije pegando mifrente a la de ella, mientras acariciabasu espalda—. Había momentos en losque solo deseaba volver, estar a tu lado,me martirizaba el hecho de que pudieraspasarlo mal, de que tuvieras a nuestrahija sola… —entonces fui yo quien sequebró— donde estés tú está mi heimr,Gala —me miró pero no dijo nada, soloalzó sus cejas—. Solo tú eres capaz de

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resquebrajar esta pared que no medejaba sentir nada más allá de la ira y larabia —me besó con ansia—. Solo túeres capaz de darme la luz que ni el solpuede darme, aquella que me guía en lasnoches oscuras, eres la única protecciónque necesito cuando la tormenta secierne sobre mí.

No pudo evitarlo, rompió a llorardesconsoladamente a causa de lo que lehabía dicho, al ver que solo había vueltopor ella.

—Tranquila, mi hermosa vakyrja —pasé las manos por su cabello—. No tedejaré sola.

Asintió varias veces.—No, no me dejes —murmuró—.

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Por los dioses… No me dejes, Egil —me rogó sin parar.

Me besó arrolladoramente,llevándose consigo todo el amor quetenía guardando para aquel momento.Me devoró, nuestras bocas se dejabanllevar por lo que nos guiaba. La agarrécon fuerza por la cintura, ella rodeó lamía con sus largas piernas, no dejamosde besarnos, cogió mis manos y las pusosobre su trasero. Separó su rostro delmío y me miró, en sus ojos podía ver suansia, estos brillaban llenos de alegría.

—Hazme tuya, Egil —me pidió, suvoz se había vuelto como el ronroneodel gaupa, llamativo y salvaje.

—Eres mía desde hace mucho

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tiempo —pegué mis labios a los suyos—. ¿Y ella? —pregunté mirando a lapequeña.

—No pasa nada, Lyss duerme.—Lyss —susurré a la vez que la

observaba.Fui yo quien volvió al ritmo

frenético de sus besos, la pegué a mí, niun soplo de aire podría pasar entrenosotros, apreté las manos contra su pielcon tanta fuerza como pude, haciendoque soltara un quejido. Mi boca buscósu cuello, lo besé, lo lamí y lo mordí,dejando una marca que decía que mepertenecía.

—Te he echado tanto de menos —lesusurré al oído, haciendo que el vello de

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Gala se erizara.No supe ni como lo hacía, pero su

cuerpo tan pegado al mío hizo que mimiembro clamara más atención de lo queya pedía, aquella que desde hacía muchono tenía. Me besó con fuerza y fiereza,haciendo que ni el aire entrara en mipecho. Se acercó a mi boca pero no mebesó, paseó su lengua por mis labiosincitándome. Di varios pasos hasta quellegamos junto al jergón, era más grandede lo que lo recordaba. Vi que Skogkattestaba tumbado sobre él, así que, miré aGala.

—Fuera —le ordenó.El animal hizo lo que le había

pedido, se puso en pie y se colocó junto

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al fuego y se tumbó hasta que se quedótotalmente dormido.

La estiré sobre las pieles y no meseparé de ella, la llené de besos dearriba abajo hasta que llegué al cuellodel kirtle que llevaba, deshice el nudoque la sujetaban y al abrirla me topé consus pechos. Los acaricié con mimo. Vicomo Gala se llevaba un dedo a la boca,solo que aquella vez había sido el mío.

—No puedo esperar más —murmuré.

Mi amada raudhárr me mirabaconfusa.

—Pero… —susurró sin saber quedecir.

—He ansiado tanto este momento —

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gruñí.Pasó una de sus manos por mi rostro

acariciándolo.—Mi hombre.—Soy solo tuyo.Abrió los ojos, pensando en lo que

acababa de ocurrir.—Tal vez deberíamos esperar un

poco.Tenía razón, no hacía nada que había

tenido a la niña, podría ser peligroso.Asentí poco a poco, no quería que aquelmomento se retrasara, la necesitaba allíy en aquel preciso instante. Con un únicomovimiento me agarró por los hombrosy me pidió que me diera la vuelta,quedando tumbado sobre el jergón. Se

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sentó sobre mi cintura, me besó dearriba abajo, aunque no solo eso.

—Gala, por los dioses… —murmurémediante un gruñido.

Esta sonrió a la vez que se deshacíade mi kirtle, pero aquella vez no me loquitó sino que con dos movimientosrasgó la tela dejando que cayera alsuelo. Un reguero de besos bajó desdemi pecho hasta la cinturilla de mipantalón, lo bajó con delicadeza ylentitud, haciendo que el proceso sevolviera eterno. Alcé la cintura parallamar su atención, pero ella seguíahaciendo lo que quería.

Me miró alegre, lo estaba haciendopara que sufriera. Adoraba a aquella

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mujer, tan delicada y dulce, y a la veztan especial y salvaje

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Lo que estaba ocurriendo en aquelmomento no sería más que un deliciosorecuerdo que permanecería en nuestrasmentes hasta el día en que llegáramos alValhalla.

Gala se quedó tumbada junto a mí, lepasé las manos por el cabello, se dio lavuelta y colocó su cabeza sobre mipecho, estiró el brazo y nos cubrió conlas pieles para que no pasáramos frío.En aquellas tierras el frío no se

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desvanecía. Estar así era un hermososueño, no hacía mucho había estadoluchando junto a un pueblo que no era elmío, junto a Ragnarr, matando a aquellosque eran enemigos, a cientos deguerreros que querían cruzar su pobladopara atacar a mi gente. Por un instantedeseé que el tiempo se detuviera, estarallí con Gala era lo mejor que podríahaberme ocurrido.

Un tierno llanto me sacó de mispensamientos, parecía que la pequeñaLyss se había despertado. La miré yluego a Gala, la aparté dejándola al otrolado del jergón, para así poder sujetarbien a la criatura. Me acerqué a ella y laobservé. Sus pequeñas manitas se

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alzaban buscando atención, para quealguien la sacara de allí. Era tandiminuta y frágil que parecía que fuese aromperse nada más cogerla con misgrandes manos. La sujeté entre misbrazos como pude para que no cayera yme senté sobre el jergón junto a Gala. Lepasé las manos por su pequeña cabecitapeinando su fino cabello.

La observé tranquilamente, en aquelmomento me había dado cuenta de que elllanto de la pequeña había desaparecidonada más cobijarla entre mis brazos. Lamiré y vi como sus ojos me observaban,estaba seguro de que cuando crecieraestos cambiarían.

—Lyss —susurré contemplándola.

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Sonreí, no pude evitarlo. Era la niñamás hermosa de todo el Midgard, y teníala suerte de poder resguardarla entre misbrazos, lo que solo me provocabafelicidad. La observé, igual que ella amí, sonreí y ella hizo lo mismo, lo queprovocó que cientos de sensacionesrecorrieran mi cuerpo erizando mi vello.Gala que nos observaba, sonrió tambiéncon los ojos llenos de lágrimas.

—Mira a tu móðir —le susurré,girando un poco la cabeza hacia mihúsfreyja.

Esta sonrió, pero no dijo nada.—¿Por qué lloras, móðir ? —

pregunté en voz baja, como si fuera laniña quien hablaba.

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Gala empezó a reír, no podía dejarde hacerlo y fue aquel simple gesto loque me llenó por dentro, por completo.Estaba junto a las dos mujeres que másamaba de todos los nueve reinos. Galase pegó a mí descansando sobre mipecho, igual que lo hizo antes, miró a lapequeña Lyss y sonrió de oreja a oreja.

—Ahora estamos al completo —murmuró.

—Somos una pequeña familia —dijelleno de orgullo.

Varios golpes en la entrada principalnos alertaron, entró Hammer serio,aunque al ver a Lyss no pudo evitarsonreír.

—Egil, debemos hablar.

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—Sí, hersir —dejé a mi dóttir en losbrazos de Gala, me puse en pie, lascubrí con las pieles que había en eljergón y me vestí con un kirtle.

Le propuse sentarnos junto al fuego,el hombre hizo una mueca, parecía noquerer que hubiera nadie salvo nosotros,pero a mí no importaba tener a mis dosmujeres durante nuestra conversación.

—Bien —dijo al final el hombre,pensativo—. Esta misma nochedespediremos a Thorbran, es mejorhacerlo cuanto antes, queríamos queestuvieras presente —carraspeó—.También celebraremos una thing, allíelegiremos el nuevo Jarl, ya que nadieha reclamado el puesto.

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Asentí sin decir nada, el recuerdo depadre hacía que todo se desvaneciera,no podía creer que no fuese a verle más.

—Tu padre era el Jarl, cabe laposibilidad de que el pueblo… —susurré.

—Sí, lo sé, pero… —Le interrumpí—. Jokull y tú sois los hersir, tenéismás derecho que yo a tomar su lugar.

—Muchacho, ya lo hemos habladocon el resto de nuestra gente —estabaalgo molesto, pero no entendía por qué—. Hemos decidido que debes ser túquien tome las riendas del poblado.

Alcé las cejas, pensé que sedecidiría en la thing, para algo secelebraban. Desde que no era más que

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un niño había pensado en que jamásllegaría ese momento, o al menos tanpronto. Pensé que los hersir serían losque ocuparían el cargo cuando él noestuviera, o quien acabara con su vida,pero parecía no ser así.

—Pero… Yo no estoy preparadopara ello.

—Lo estás, Egil, tú nos liderarásigual que lideraste a las gentes deRagnarr, no puedes dejar al pueblo.

Le miré, no sabía bien qué hacer niqué decirle, estaba confuso. Por micabeza pasaban cientos de cosas, teníaque ocuparme de todo aquello que habíasido responsabilidad de padre, nopodría estar con ellas, no podría cuidar

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y ver crecer a mi dóttir, necesitaba mástiempo.

—No, no quiero, no puedo ser Jarl,yo debo cuidar de ellas, Hammer.

—No, tú te debes a tu pueblo, Egil,igual que lo hizo Thorbran.

Me miró enfadado, el hecho derechazar un lugar como aquel era algotan impensable para ningún guerrero quejamás nadie diría que lo había hecho.Cualquiera querría poder ocuparse de sugente, de sus hermanos. No podía dejara mi heimr sin protección, no podíadejar que aquellos malnacidos quevenían por el norte acabaran con la vidade las personas que vivían, aquellas quetenían allí su hogar.

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—Está bien —murmuré—. Pero soloaceptaré si estáis a mi lado, no voy apermitir que mi dóttir crezca sin unfaðir —las miré.

Permaneció en silencio pensativo,me miró y luego las miró a ellas, clavósu vista en el fuego, no dijo nada tansolo recapacitó con lo que le habíapedido.

—De acuerdo, tendrás tiempo paraellas —respondió sin siquiera mirarme.

—Gracias, Hammer, no quiero queLyss crezca igual que yo, ni que Galaacabe como madre, ella debe ser unaskjaldmö como merece.

El hombre asintió, se puso en pie, asíque, imité su gesto. Me tendió la mano y

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me agarró por el antebrazo, igual que lohacía con padre.

—Esta noche durante el banquete, seanunciará.

Hizo una mueca, parecía molesto poralgo, tal vez no estuviera del todo deacuerdo con la decisión que se habíatomado. Salió de la gardr, y aprovechépara volver a sujetar a la pequeña entremis brazos. Con una de mis manos laaguanté, y con la otra agarré uno de losasientos para colocarla junto al fuego, yque la criatura no cogiera frío. Me sentébien y dejé que la pequeña durmieratranquilamente entre mis brazos.Escuché como mi hermosa mujer seponía en pie y se acercaba a nosotros.

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—Serás un gran Jarl y un gran faðir—me susurró al oído, se inclinó un pocosobre mis hombros quedando pegada ami cuello y lo besó con dulzura.

—Tú también lo serás, tendremosuna gran familia, con muchos hijos, losdioses nos bendecirán con ellos, estoyseguro.

Asintió a la vez que pasó una de susmanos sobre mi hombro izquierdo.Miramos el fuego durante un buen rato,dejando que el calor entrara en nuestroscuerpos, aunque no tardé en ponerme enpie, no debía ser muy bueno para Lyssque estuviera tan cerca de él.Delicadamente se la di a Gala, quien ladejó en su cesta para que durmiera

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tapada y alejada de todo mal. Cuando ladejó se puso frente a mí y se sentó enmis rodillas, pasando sus piernas sobrelas mías y dejé que la pegara a mipecho, adoraba sentir la calidez de sucuerpo contra el mío.

—Ahora soy feliz —murmuródespués de eso pegó su boca a mi piel yme besó.

La observé encandilado, su hermosorostro permanecía sereno igual que lohacía ella, notaba el latido de su corazóncontra el mío, lo que me hacía sonreír.Parecía darse cuenta, por lo que abriólos ojos y me miró, toda la dulzura quedesprendía acababa de desaparecer paradejar paso a su salvaje mirada, la de un

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kottr perdido por el deseo.—Tengo tantas ganas de ti.Sonreí, la pegué más a mí, la besé en

la frente y acaricié sus piernas.—Yo también tengo ganas de tenerte

solo para mí, demasiadas —le susurré aloído—. No sabes cuantas.

Lo que le dije hizo que todo sucuerpo se prendiera, que estuvierapendiente de lo que podía ocurrir, dedónde estaban mis manos y de a dóndeiban. Me encantaba hacer que perdierala razón, aunque ella hacía lo imposiblepor que la perdiera yo antes.

—Tenemos que prepararnos —dijeseriamente—. Con el anochecer llegaránel resto de nuestros guerreros,

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llevaremos a cabo la despedida por lanoche en la Thing, allí me nombraránJarl.

—¿Y Lyss?—Vendrá con nosotros, Gala, no

puede estar sola —dije algo irritado—.No quiero que os separéis de mí ni unsolo instante, ¿entendido?

—Sí, tranquilo, víkingr.Varios golpecillos nos

interrumpieron, la puerta se abrió y sinmás entró Linna con la vista baja y conuna alforja llena de algo. Cuando se diocuenta de que estaba allí, fijó su miradaen la mía sorprendida.

—Adelante —dijo Gala con unasonrisa.

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Avanzó lentamente, sin apartar lavista de mí hasta que tropezó y chocócontra la mesa, aunque no dejó demirarme.

—E… Egil, has vuelto —murmurócon una amplia sonrisa, aún asombrada.

—Aquí estoy.—Sí… Gracias a los dioses.—Han estado a nuestro lado.—¿Y Gull? —preguntó nerviosa.—Llegará al atardecer.Suspiró, asintiendo. La muchacha

apretó lo que llevaba entre las manos,estaba envuelto en pieles, lo que hacíaque apenas se pudiera ver lo que habíaen el interior. Con un movimiento decabeza, Gala le pidió que le dijera que

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era lo que había en él, esta desanudó ellazo de la parte superior.

—Como Lyss no tiene ropajes de sutamaño he hablado con las mujeres delpoblado, y gustosas han cedido algunasde sus niños, de cuando no eran más queunas pequeñas criaturas —nos explicó—. Yo he hecho algo en especial… —Sus mejillas sonrojaron, se pasó uno delos mechones que le caía por delante delrostro y lo dejó tras su oreja.

Se acercó a donde estábamos, sesentó frente a nosotros y abrió la alforjarepleta de ropajes, cuando estaban casitodos fuera, sacó la última pieza, lasostuvo entre sus manos, era oscurocomo la tierra húmeda tras una noche de

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lluvia, en ella había bordado algo másclaro, un gran gaupa con los ojosdorados como los de Skogkatt. Gala setapó la boca sorprendida, era precioso,debía de haberle costado mucho trabajo.

—Es hermosísimo —susurró mihúsfreyja emocionada.

—Gracias, seguro que le quedarágenial, tal vez algo grande, perobueno… Los niños crecen muy rápido.

—Tranquila, es perfecto —cogió lasmanos de su amiga, y las apretó—.Gracias —se puso en pie y se abrazaron— se lo voy a poner ahora mismo —dijo Gala entusiasmada.

Tomó los ropajes entre sus finasmanos y se lo llevó donde estaba la

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pequeña durmiendo, cogió la cesta y sesentó sobre el jergón y junto a ellasLinna, quien la observaba. Despertó aLyss para poder colocarle bien lo que lamuchacha le había traído. Se lo colocó yvino a donde estaba para enseñármelo.

—Está muy bonita —dijo Linnasonriente.

—Sí, lo está, es igual de hermosaque su móðir —añadí.

Dejó que la muchacha la sujetaramientras sacaba las pieles de la cesta ybuscó otras aún más grandes. Rellenó lacesta con heno, para que así tuviera algomás de firmeza, puso algunas pieles másy las aguantó para que cuando la niñaestuviera dentro no se destapara. Dejó

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que el pelo quedara por la parte interior,así Lyss estaría siempre caliente y nopasaría frío. Linna fue hacia ella cuandoya lo tenía todo preparado, la metió enesta y la tapó con dos pieles. Me puse enpie y me pegué a la espalda de mi Gala,quien sonrió al sentirme tras ella.

—Algo tendrá de su faðir —rio.—Esperemos que haya sacado las

agallas y la valentía, aunque sea —mepasé la mano por la nuca y solté unbufido.

Las dos muchachas se rieron ante loque le estaba diciendo, les habíaparecido divertido.

—Van a nombrarle Jarl —murmuróGala a Linna, mientras me miró.

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Linna se giró repentinamente haciamí con una sonrisa de oreja a oreja,aunque parecía tan sorprendida como loestuve yo cuando vino Hammer.

—Me alegro, Egil.—Gracias, espero hacerlo lo mejor

que pueda.—Estamos orgullosos de ti.Gala se acercó mí y me besó en los

labios apasionadamente, tanto que unallama ansiosa se encendió en mí, aquellamujer iba a acabar conmigo. Cuando nosseparamos la agarré por la cintura ypegué mi boca a su oreja.

—No hagas más eso, o te tomaréaquí mismo —gruñí lo suficientementebajo como para que Linna no me

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escuchara.—Nos veremos en la Thing.Ambos asentimos y nada más

desaparecer tras la puerta acerqué miboca a su cuello para morderlo. Elcuerpo de mi mujer se tensó, pero sepegó aún más al mío, para besarme denuevo. Paseó su lengua sobre mis labios,y me mordió el labio inferior, haciendoque dejara ir un profundo gruñido.Cuando se despegó de mí, sonrióorgullosa por lo que era capaz deconseguir. Posó sus manos sobre mimiembro y se dio la vuelta tentándome.Antes de que saliera por la puerta le diun manotazo en el trasero, el cualparecía haberle dolido. Le guiñé un ojo

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y vi como rio. Cerré la puerta de ungolpe, cogí un cuenco lleno de agua y locoloqué sobre el fuego durante un rato,para que se calentara. Me deshice delkirtle, y la dejé sobre uno de losasientos. Saqué el cuenco del fuego cogíun trozo de tela y la metí en el agua. Mela pasé por el pecho limpiando aquellasmanchas que no se habían ido, tambiénpor la cara, el vello había vuelto acrecerme. Me molestó, así que, agarréun cuchillo y cuando me dispuse aquitarlo, apareció Hammer.

—Espera, deja que te ayude.—Yo… Gracias.Le tendí el trozo de metal. Con

cuidado fue cortando los cabellos que

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antes formaban una frondosa barba, casitanto como la que llevaba él. Fuepasando el trozo de tela húmedo paraquitar el cabello que iba cayendo, hastaque no quedó nada. Cuando terminó, mepasé las manos por la cara y la limpié,para quitar todo lo que había quedado.Me solté el cabello y lo metí dentro delcuenco, lo limpié como pude, pasandolos dedos entre los mechones. Hammerme tendió una tela para que lo secara yel agua no acabara esparcida por elsuelo.

—Deberías cortártelo —me sugirióHammer.

—No, eso sí que no.Cuando estuvo más o menos seco me

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lo trenzó desde la parte superior de lacabeza hasta el final, lo ató con un trozode cinta y dejó que cayera el resto porencima de mi espalda.

—Bien.Escuché como se acercaban

caballos, así que, rápidamente agarrédos de mis hachas, una de las pequeñasy la otra mayor. Salí con lentitud de lagardr, Hammer hizo lo mismo, hasta quevi cómo se aproximaba mi bróðir Gull.Esperé que llegara frente a mí para asípoder hablar con él. Desmontó y anudóla cuerda de su hestr al lado de Espíritu,a quien le acarició el morro.

—Quiero ver a tu hermosa niña —dijo a la vez que subía las escaleras de

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un solo salto.Le cogí del brazo y lo metí dentro de

la gardr para que pasara rápidamente yLyss no se despertara al escuchar ruido.Nos acercamos a ella, y desde ladistancia Gull se quedó asombrado, eratan hermosa que nadie en todo elMidgard podría resistirse a ella.

—Por los dioses —mustió—. Estácreciendo a pasos agigantados, bróðir—le dijo a Egil asombrado.

—Es tan hermosa como Freyja —sonreí.

Resopló aún perdido en ella.Observé bien a mi dóttir, tenía los ojoscerrados, se había vuelto a meter uno desus pequeños dedos en la boca, estaba

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tapada, era demasiado hermosa comopara no perderse en ella.

—Vamos a tener que ir detrás de laniña cuando se haga mayor, levantarápasiones, igual que la madre —me guiñóun ojo.

No me había gustado nada lo queacababa de decir, aunque supuse que eraalgo normal, ningún padre quería unhombre despiadado dañara a su hija.Miré a Gull en su boca se dibujó unaenorme sonrisa, estaba orgulloso, perono sabía por qué.

—¿Qué ocurre?—Linna está en cinta, bróðir —dijo

alegre.No supe qué decir, me había

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quedado aturdido ante lo que meacababa de decir. Linna y él iban a teneruna criatura. Algo en mi interior me dijoque aquella historia no iba a durar, y esofue algo que no me gustó.

—¿Qué te ocurre? —preguntópreocupado—. ¿Es que no te alegras pormí?

—Sí, claro que sí.—Entonces, ¿qué te ocurre?—No es nada, tranquilo, demasiadas

cosas y poco tiempo.—¿Sabes dónde se encuentra Linna?—Hace un instante estaba aquí, pero

ha salido junto a Gala, supongo quehabrán ido a vestirse para esta noche —bajé la mirada y la fijé en el suelo—

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despedimos a padre, pero eso tú ya losabías.

—Sí…Soltó un bufido, y me abrazó con

fuerza sin que se lo pidiera. Sabía quenecesitaba su apoyo, y el de Carón.Ellos eran los más importantes en mivida, junto a Gala. Sonreí contento detener a gente como ellos a mi lado.

—Todo irá bien —me prometió.—Sí, lo sé, bróðir.Después de aquello me dio un golpe

en la espalda y salió de la gardr, montósobre su hestr pero antes de que sealejara salí a la entrada.

—Dile a Gala que vuelva —le dijeen voz alta.

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Gull asintió a la vez que alzaba unade las manos con las que me aseguró quemi hermosa mujer volvería a nuestragardr de inmediato. No me gustaba queen aquellos momentos estuviera sola porel poblado.

Me deshice de los pantalones,llevaba demasiado tiempo con ellos,estaban manchados de barro, sangre yotros restos. Los dejé en el suelo,aunque acabé por pensarlo mejor y losmetí en el cuenco de agua que habíausado antes y lo puse al fuego. Miré alsuelo, vi como mi anterior kirtle estabatirada, rasgada e inservible. Froté unpoco el pantalón entre sí, y entró Gala.Me di la vuelta y la vi. Llevaba un

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hermoso vestido claro como el cielo,era largo, tanto que incluso llegaba aarrastrar. Llevaba bordados de oro en laparte trasera de su cuello. La miré dearriba abajo dos veces, hasta que mecentré de nuevo en sus ojos, los cualesno dejaban de brillar.

—Estás hermosa —dijeboquiabierto.

—Gracias —sus mejillas sesonrojaron, lo que me hizo gracia.

Cogí uno de los pantalones que habíasobre uno de los arcones de padre, melos puse, los até con el cinto que lossujetaba y me puse el kirtle que llevabaantes, empezando a atar los cintos que lacerraban.

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—Espera, te ayudaré —dijo Gala,acercándose a mí.

—No —susurré—. No es necesario.—He dicho que sí —sentenció ella.Pude sentir el calor de su cuerpo

contra el mío, y verla tan bella hacía quefuese a perder el sentido, necesitabatenerla. Con sus delicadas manos fueensartando cada uno de los cintos que lacerraban. Alzó la mirada y la fijó en lamía, nos mantuvimos en silencio, sonreíal verla. Parecía la mismísima Freyja,tan hermosa, salvaje y letal. Mi mujer,mi vikinga, la valkyrja que me llevaríaal Valhalla, la madre de mi hija… Elvello se me erizó con el contacto de susdedos en mi cuello.

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—¿Estás bien? —preguntó.Apreté los dientes intentando

contener las ansias que tenía al sentirlatan cerca, haber estado tanto tiempoalejado de ella hacía que todo fuesepeor. Cogía aire y lo dejé ir.

—Sí, mi hermosa valkyrja, claro quesí.

—Sí… —murmuró molesta, sincreerlo.

Se dio la vuelta enfadada, no queríaque estuviera así y menos por algo tansimple. Me pegué a su espalda y laagarré por la cintura.

—Lo único que me ocurre es que nopuedo dejar de pensar en cuanto teadoro, mujer —le susurré al oído—.

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Intento contenerme, pero eres demasiadobella como para ocultar lo que provocas—dije a la vez que le cogí la mano y sela posé sobre el bajo de mi cintura.

La muchacha rio, se dio la vuelta ytomó mi rostro entre sus manos. Me besódelicadamente y sin esperarlo se separóde mí para coger la cesta con la pequeñaLyss en ella.

—Si quieres puedes llevarla enbrazos —me dijo, sonriente— será laprimera vez que el pueblo la vea.

—Será un honor llevar a estahermosa niña conmigo.

La pequeña no se había despertado,ya casi habíamos llegado, la miré yseguía con los ojos cerrados, parecía

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estar en calma… cuando conocí a Galapensé que nunca vería a una mujer máshermosa que ella, pero entonces me dicuenta de que había alguien capaz dealcanzarla e incluso superarla, pero soloporque llevaba lo mejor de ella y lomejor de mí.

Estábamos llegando frente al lago, elmismo lugar en el que habíamosdespedido a Hanna y Göran tiempoatrás. Todo el mundo nos esperabapaciente. Habían construido un preciosodrakkar, digno del mejor Jarl de todo elMidgard. La gente que nos vio llegarempezó a murmurar, hablaban sobrenosotros, sobre ella. Vi cómo nosobservaban con detenimiento hasta que

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Elsa se acercó a nosotros junto a Linna.—Tenéis una niña preciosa —dijo

mirando a Lyss.—Gracias —dijimos Gala y yo a la

vez.Seguimos avanzando y se nos

acercaron algunos más, entre ellos Paivay Olaf, también Bera y Steit, y porúltimo Agnetha y Atel, quienes yaestaban preparados para lo que podíaocurrir. Hammer se puso frente a todos,junto a la pira que habían hecho paraluego encender el drakkar de padre.Nadie le prestaba atención salvo yo, vicomo se daba la vuelta y se llevaba lasmanos a los ojos.

—A ver —dijo en voz alta, pero

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nadie le escuchaba—. ¡Ya está bien! —gritó, entonces fue cuando todos losdemás se giraron hacia él, esperando suspalabras.

»Hermanos, como bien sabéis, haceunos días perdimos a una de laspersonas más queridas en nuestropoblado, ya no solo por el puesto queocupaba, ni por lo que hacía, sino porcómo era —hizo una pausa para reponerfuerzas, y poder seguir adelante sin quela voz se le quebrara—. Thorbran hasido el mejor de los amigos que hetenido jamás, era como mi bróðir,siempre ha estado a nuestro lado,preocupado por unos y por otros, peroahora ya no está. —Su voz fue

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menguando, hasta que acabó pordesaparecer— hoy le decimos adiós anuestro bróðir, a nuestro Jarl, ypedimos a los dioses que lo tengan juntoa ellos.

Giré la cabeza un poco y meencontré con algunas mujeres llorando acausa de lo que Hammer había dicho,algo que me sorprendió, parecía quepadre siempre había ayudado a losdemás, a aquellos que habían dejadoayudarse.

—Egil, me gustaría que vinierasaquí.

Asentí, le di la niña a Gala y meacerqué a donde se encontraba.

—Di algo, por favor.

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Me aclaré la garganta, no sabía quédecir. Mi relación con padre habíatenido altibajos, apenas había podidoestar junto a él hasta que llegué conKaree, Kirk e Ingo.

—Hay algo por dentro que vadesgastándome, no pude decirle adiós ami padre, pero sé que tarde o tempranonos reencontraremos en el Valhalla.Cuando no era más que un niño apenaspodía estar con él, pero a lo largo de losaños he conseguido quererle —carraspeé un poco, tomé aire y proseguí—. La verdad es que no sé qué es lo quedebería decir, hay algo que medesazona, debo ocupar el lugar quepertenecía a mi padre, pero sé que con

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vosotros todo será más fácil, seréis lafuerza que él me daba.

—Todos estaremos para ayudarte,Egil —dijo Jokull desde la lejanía.

—Gracias, hersir —contesté—.Ahora me gustaría darle las gracias a losdioses, gracias a él mi mujer sigue viva,quiero agradecerles que se lo hayanllevado consigo, bendiciéndole con unhonor como lo es ese.

Vi como Hammer asentía a mi lado,pero no decía nada, solo miraba a lagente, a aquellos que aún tenían los ojosllenos de lágrimas.

—Les pido también que estén denuestra parte, y siento anunciarlo así,pero dentro de tres días, cuando la luna

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brille en lo alto del cielo, libraremosuna batalla —dije seriamente.

Entonces empezaron a hablar todos,decían cientos de cosas, no sabían cómoreaccionar.

—Los guerreros que se marcharonhan vuelto para unirse a nosotros,debemos ser rápidos y estar bienorganizados —intenté animarles—. Noserán muchos, la gran mayoría de estoshan caído en el frente del norte.

Todos callaron, pensando en lo queles decía.

—Les venceremos, somos grandesguerreros.

Antes de despedir a padre, seencendieron hogueras y se sacrificaron

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dos kýr.—Du blir løyst frå banda som bind

deg, Du er løyst frå banda som batt deg—dije.

Gala fijó sus ojos en los míos, habíauna mezcla de rabia y dolor en ellos. Nole había dicho nada de lo que iba aocurrir, no había tenido un solo momentoen el que hacerlo. Cuando volví a misitio, esta me agarró por el brazomolesta.

—¿Por qué no me habías dichonada?

—No puedes venir conmigo —sentencié.

—No puedes dejarme en la gardr, novoy a quedarme sola esperando a que

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alguien acabe con tu vida por no estarcubriéndote las espaldas —insistió.

—No, no vienes, te quedas con Lyss.Me di la vuelta para encaminarme

hacia la gran skáli, la völva cogió unaantorcha prendiéndola de fuego quehabía encendido, y empezó a quemaralgunas de las pieles, hasta que acabólanzándola al drakkar. Algunos hombreslo empujaron para que navegara rumboal Asgard.

Tras despedir a padre, cenaríamos ynos marcharíamos a dormir, debíamosprepararnos para nuestra propia guerra.Escuché como venía detrás de mí dandolargas zancadas y fuertes pasos.

—¡Egil! —Me gritó— no me voy a

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quedar.—Te quedarás porque yo lo ordeno,

y no hay más que hablar —gruñídeteniéndome en seco y quedándomefrente a ella.

No dijo nada, no me llevaría lacontraria, o al menos no en aquelmomento, no quería que se pusiera enpeligro. Confiaba en que haría lo quehabía dicho, aunque algo en mi megritaba que no podría estar tan seguro.

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Los rayos de Sól se abrían paso entrelas débiles nubes, era extraño que enaquella época el sol fuese capaz decalentarnos. Miré a Lyss, hoy parecíahaberse levantado con alegría, no dejabade moverse. La cogí entre mis brazos, lasubí y la bajé un par de veces, la llevéfuera de la gardr para que pudiera vernuestra tierra, aunque antes me encarguéde que el gaupa permaneciera en elinterior, Gala seguía durmiendo, no

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había pasado una buena noche ya quetodavía seguía molesta. La niña se habíadespertado para que le diera sualimento, debía estar agotada. Lapequeña miró hacia todos lados, parecíaque desde el primer momento sabía queyo era algo suyo, que le pertenecía y esome llenaba de orgullo. Anduve por losalrededores de la gardr para quepudiera observar todo lo que le rodeaba.Caminamos durante un buen rato, hastaque llegamos a la linde entre el bosque yla vangr. Vi que había una hermosa florde sangre. Me agaché a cogerla, ycuando la tuve en la mano se la enseñé aLyss, esta tenía la mirada perdida en elbosque, observaba algo. Me giré y miré

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hacia el mismo lugar. Había una mujerdøkkhárr83, con ojos oscuros como lanoche, nos estaba vigilando, parecíajoven pero al igual que Gala susemblante era salvaje e indómito.

Corrí hacia el interior de la gardr,entré tan veloz como pude, de dos saltoshabía subido la escalera, dejé lapequeña en la cesta y desperté a mihúsfreyja.

—Gala, kottr —le dijeinsistentemente, le agarré del hombro yla zarandeé levemente.

Vi cómo iba abriendo los ojos, asíque, le dejé cerca a Lyss. Cogí mishachas y salí corriendo de nuevo, rodeéla gardr como pude, me agaché y no

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encontré nada que me dijera que habíaestado allí. Ninguna marca, ni huellas,nada… Pasé entre los árboles, salté lostroncos que habían caído e intenté notropezar a causa de las hojas queestaban mojadas por el agua de lamañana y las ramas que se deslizabanbajo mis pies. La encontraría, necesitabahacerlo. No podía dejar que seescapara, no después de haber visto aLyss. Si se lo explicaba al resto no sedetendrían hasta que la encontraran yacabaran con ella, y eso no dejaría queocurriera, antes tendrían que pasar porencima de mí. Una rama cayó justo a milado, entonces vi que había sido cortada,miré hacia arriba y me encontré con la

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mujer que nos vigilaba. De un salto setiró encima de mí pero logré esquivarlamoviéndome hacia un lado. Cayó y sequedó agazapada, no se movió hasta quealzó la cabeza para mirarme. Le di unpuntapié en la barbilla, haciendo quecayera hacia atrás. Con algo dedificultad se sentó en la húmeda tierra yme miró con rabia. Abrió un poco laboca y escupió, lo que salió no era loque esperaba, había sangre. Tenía susojos clavados en los míos, lo que hizoque mi vello se erizara, abrió la boca yme la enseñó, no tenía lengua, solo lamitad, por lo que no podía hablar.

La observé, no se movía hasta quebajó la mano hacia la mancha de sangre,

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mojó dos de sus dedos y se dibujó doslargas rayas bajo el ojo derecho, sobrela mejilla. Algo dentro de mí serevolvió, no era normal, haberla vistosin lengua y ver como se manchaba consu propia sangre me angustió. Se manchótambién los labios con su propia sangrey sonrió, no era bonita, sino repugnante,muerta, llena de maldad. Deberíamatarla, así no tendría problemas másadelante. Me acerqué a ella y la agarrépor el cuello, no hizo nada por evitarlo,algo estaba pensando, estaba seguro deello. Cogí también sus manos para queno pudiera hacer nada, y pegué sucabeza al tronco del árbol que había trasella.

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—Fuera de aquí —gruñí.Sus piernas no estaban sujetas, así

que, me golpeó con uno de sus pies enmi vientre haciendo que me doblara. Deun salto se puso en pie alejándose de mí,miré sus ojos y no vi miedo en ellos, niun ápice de terror, estaba preparadapara morir.

—¡Fuera de aquí! —Repetí gritando.No hizo nada, solo se fijó en mis

movimientos los cuales eran escasos. Deun salto se acercó a mí con un knifr en lamano, intentó hacerme un corte en lamejilla pero por suerte logré esquivarloantes. Como vio que no conseguía nada,se dio la vuelta y salió corriendo, noquería que se fuese así. Saqué una de

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mis hachas y se la lancé clavándosela ensu pierna derecha. Dejó ir un profundo yagonizante grito. Se dio la vuelta paramirarme, se arrancó el hacha, la tiró alsuelo y se marchó. Fui a donde estaba yla recogí del suelo tal y como estaba laguardé. Con paso ligero salí del bosque,cuando estaba rodeando la gardr vicomo Gull se acercaba andando, algoextraño ya que debería estar de guardiaen la parte más alejada del poblado.

—¡Eh! —Me gritó a la vez quelevantaba la mano.

Llegó a la entrada antes que yo y porun momento dejé de verle. No iba a dartoda la vuelta, así que, de un salto subí ala entrada. Me senté junto a Gull en las

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escaleras para que no tuviera quelevantarse.

—¿Qué te trae por aquí?—He venido a que hablemos sobre

lo que ocurrirá en dos noches, nopodemos armarnos todos —me explicó— Bror no puede hacer tantas espadas,hachas y escudos… Atel y Olaf estánayudándole.

—Tienes razón, las mujeres sequedarán defendiendo el poblado.

—No —dijo negándose a ello—Linna estará conmigo —me dijo muyseguro de ello.

—No puedo dejar a Gala sola.Tenía que pensar qué hacer con ella,

no iba a dejar que Gala viniera con

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nosotros, Lyss debía tener padre ymadre, pero si yo caía en la batalla, elladebería ser quien se ocupara de cuidarde nuestra pequeña niña.

—¿Qué demonios se supone quedebería hacer? —Le pregunté confuso.

—Lo primero sería hablar con losguerreros.

Miró mi pantalón y vio como unagota de sangre caía del hacha, levantó lavista y alzó las cejas esperando unarespuesta. Le conté lo acontecido, esamuchacha sin lengua y cabellos oscuros,estaba seguro de que estaría en laguerra.

—Vaya… —murmuró sorprendido.Le miré, por alguna razón empezó a

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reír. No entendía por qué lo hacía,entonces mi mente volvió a Karee,recordé cómo se acercó a mí… Todo lohabía hecho por venganza, conocía alhombre que mató a mi móðir . No iba adejar que nadie se interpusiera en micamino, mataría con todo aquel queintentara acabar con la vida de los míos.

—Necesito que me ayudes —le dijea Gull—. ¿Quién debería quedarse?

—Madre —Agnetha se quedaría—Elsa, Bera, Paiva, supongo que Helga,Aaren, Ivar y tal vez Gyda, pero estaúltima debes ser tú quien decida si vieneo no.

—Gala se quedará con Lyss, perotiene que estar con alguien —dije

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pensativo—. Se quedará en la skáli, conHelga y los thraell, sé que Hans cuidaráde ella, le confiaría mi vida.

Gull asintió tranquilamente, sin decirnada más pensando en cómo podríamossolucionar aquel inconveniente. Sabíaque las mujeres podían cuidar de ella, yque eran fieras como ningunas, peroseguía preocupándome el hecho de quepudieran asaltar el poblado mientrasnosotros estábamos al otro lado.

—Bien, ve tu primero y reúne atodos los que puedas, debemosorganizarlos. —Le pedí— todos junto alpozo.

El muchacho volvió a asentir, sepuso en pie y de un salto salió corriendo

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por el camino de arena que llevaba hastael centro del poblado. Me puse en pie yentré en la gardr, Gala estaba sentadasobre el jergón, sostenía a Lyss entre susbrazos mientras la amamantaba.

—Estáis preciosas —dije sin poderapartar la vista de ellas.

—Gracias —susurro tajante.Recogí un poco lo que había por en

medio, dejé las pieles sobre el jergón,guardé algunas en el arcón y coloqué losropajes sobre la mesa. Nos quedabapoca agua, así que, debería bajar a poralgo. Antes de que pudiera volver a salirde la gardr, Gala carraspeó.

—¿A dónde vas?—Voy a organizar a los hombres,

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para ver quienes se quedarán en elpueblo por si planean una emboscada.

—¿Y antes?No quería que se enfadara más de lo

que ya lo estaba, así que, le conté todolo que había hablado con Gull lo másveloz que pude para salir de la gardr loantes posible.

—Cuando estaba paseando con Lyss,he visto a una mujer en la linde entre lapradera y el bosque, he ido a por ellapero ha huído.

Le resumí lo ocurrido, a lo que memiró molesta y bufó.

—Lucharé contigo, víkingr, eso tenloclaro —me advirtió—. Habrá quebuscar a alguien que se quede con Lyss.

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Tragué salvia, no le iba a llevar lacontraria, sería mejor acepar lo quedecía o al menos hacer como que lohacía, pero tenía claro que no iba avenir con nosotros, no iba a permitirlo.

—No tardaré.Skogkatt me acompañó a la puerta,

parecía estar también algo molestoconmigo. Monté sobre Espíritu, y me dicuenta que me había dejado el cuencosobre la mesa. Abrí la puerta y meencontré a mi kottr empapada enlágrimas, últimamente no dejaba dellorar. Corrí hacia ella y me arrodillé asu lado. Había dejado a la pequeña en lacesta y tenía el rostro cubierto por lasmanos.

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—¿Qué ocurre? —Le preguntépreocupado.

—No puedo perderte, Egil.Solté un suspiro, me senté junto a

ella y la abracé pegándola a mí ycobijándola de todo mal.

—No vas a perderme, mujer, ya tedije que no volvería a separarme de ti,ni de nuestra pequeña y preciosa dóttir—le aseguré—. No voy a dejaros solas.

—Más te vale, vikingo —meamenazó.

Sonreí al ver que mi salvaje kottrseguía a mi lado, a pesar de todo lo queestaba ocurriendo en nuestras vidas,seguía siendo la misma mujer queconocí y de la que me enamoré

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perdidamente.—No os dejaré —besé su mejilla—.

Sin ti no hay vida —le susurré al oído.Giró delicadamente mi rostro para

que quedara frente al suyo, nos unió conun pasional, anhelante y delicioso beso.

—Tranquila, mo kottr —le dijecariñosamente—. Nada ni nadie podrádetenerme.

No dijo nada, entonces fui yo quienle besé con fiereza, hambriento de ella,necesitado de su cuerpo y de su calor.

—Tengo que marcharme, sino Gullno podrá con todos —murmuré.

—Está bien, yo… yo me quedaré conLyss, luego iremos a veros.

—Muy bien —sonreí.

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Salí de la gardr con el recipiente enlas manos, me subí a mi hestr y bajamoshacia el centro del poblado. Allí nosestarían esperando la gran mayoría denuestros guerreros y habitantes delpoblado, aquellos que lucharían juntoscontra nuestros enemigos. Desmonté delanimal, lo até a uno de los postes paraque no se moviera mientras yo hablabacon ellos, desanudé el recipiente quellevaba y lo dejé el suelo.

—Está bien.—Heill, Egil —me saludó Bror

cuando me di la vuelta.Todos aquellos me saludaron

sonrientes, preparados para lo queestaba por venir. Estaban alegres,

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parecían orgullosos, aún no había hechonada para ganarme aquel orgullo, peroharía lo imposible por seguir con ellegado que había dejado padre.

—Os he reunido aquí paraorganizarnos, no sé si Gull os habíamencionado algo.

Todos asintieron atentos a lo quepudiera decir, pero había uno de ellosque dijo que no con la cabeza,refiriéndose a que Gull no había dichonada.

—Debemos dividirnos, las mujeres ylos thraell, se quedaran en el pobladopor si nos preparan una emboscada, asíel poblado no estará desprotegido.

Algunos se quejaron pero sabían que

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estaba haciendo lo correcto.—No es por el hecho de que seáis

mujeres, al contrario, sé que defenderéiscomo fieras nuestro hogar.

—Eso haremos —dijo Beraagarrando con fuerza una lanza.

—Bien —dije contento—. Lasmujeres permanecerán en el pobladojunto a los esclavos y niños —anuncié—pero ahora debo pediros algo —bajé lavista y me preparé— como sabéis Galay yo tenemos una niña, necesito que osquedéis con ellas, y que las protejáiscomo os protegeré yo a vosotros allíarriba.

Nadie dijo nada, solo meobservaban, así que, supuse que estarían

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de acuerdo con lo que estaba diciendo,hasta que una de ellas, Elsa, alzo elbrazo y apareció frente a todas dando unpaso adelante.

—Gala no se va a quedar con losbrazos cruzados con nosotras y lo sabes—dijo sabiendo tan bien como yo lo queiba a ocurrir.

—Lo sé, pero aún tengo dos díaspara hacerla entrar en razón, por esonecesito que me aseguréis que lasayudaréis.

—Eso no lo dudes, cuidaremos deellas —me aseguró Elsa.

—Gracias.Me pasé la mano por la boca y me

acaricié la barbilla.

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—Bien, dejando eso a un lado —meaclaré la voz—. Por otra parte,estaremos el resto de guerreros, formadopor la gran mayoría de hombres, Linna,y si así lo desea Gyda —callé unmomento—. El resto estarán comohuskarls por el pueblo.

—¿Y Hammer?—Luchará junto a nosotros.Parecía que todo les parecía bien,

era extraño que los dividiera, pero nopodía permitir que se hicieran con elcontrol de nuestra heimr. Nadie osórechistar ni llevarme la contraria,aunque realmente me gustaría saber queera lo que les pasaba por la cabeza.

—Perfecto —dijo Bror—. Yo os

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aprovisionaré a aquellos que no tenganarmas, tengo algunas espadas y flechas—ofreció lo que tenía.

—Yo os ofrezco pieles curtidas conlas que protegernos —añadió Atel.

—Muchas gracias a todos, sé quevamos a conseguirlo, no voy a dejar deluchar a vuestro lado, mi último alientome lo dejaré en esa guerra si esnecesario.

Por alguna extraña razón empezarona vitorearme, parecían contentos porcomo estaba actuando.

—Bien, todos a la vangr —lesanimé—. Coged vuestras armas yescudos, vamos a prepararnos.

Entraron en sus gardrs, aproveché

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para acercarme a Gull, quien actuabacomo si fuera un hersir más.

—Ahora vuelvo.—Entendido.Llené el recipiente que había traído,

subí al hestr y fui hacia la gardr.Cuando estaba llegando vi como Galasalía de ella con la pequeña en brazos yla cesta colgando de uno de sus brazos.Nada más fijar sus ojos en los míos nopudo evitar sonreír.

—Vaya —dijo mirándome de arribaabajo—. Si que has vuelto temprano.

—Bueno, he venido a traer agua,iremos a prepararnos.

—Quiero ir, Egil —dio un salto,hasta que se fijo en que llevaba a nuestra

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dóttir en brazos.La miré y me reí, no podía dejar de

hacerlo, parecía una niña. Aun habiendosido madre, después de cambiar tanto yser mi húsfreyja, nunca dejaría de seresa joven que tomó mi corazón. Entré ala gardr, dejé el cuenco sobre la mesa yvolví a salir, Gala había avanzado haciala vangr.

—Espera —le pedí.Esta se detuvo, mientras me acercaba

a ellas con Espíritu.—Sube.Me tendió a la pequeña, la metí en su

cesta para que ella pudiera montar en elhestr, así no tendría que ir caminandohasta allí sola. La ayudé a pasar las

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piernas, parecía que había perdido lapráctica. Hacía mucho desde que montócomo lo hacía antes, me había contadoque apenas dejaban que diera un pasosin que alguien estuviera pendiente deella. Le pasé a la pequeña con la cesta,la cogió con fuerza y yo sujeté lasriendas.

—Vamos —dije haciendo que elanimal empezara andar.

—Sí, que se prepararen porque llegaLyss, la pequeña valkyrja perdida en elMidgard —miró a la criatura.

Sonreí y chasqueé la lengua para queel caballo avanzara algo más deprisa.

Al llegar a lo alto de la pradera,todos los que allí se encontraban nos

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miraron, estaban llegando y de repentevieron que no solo era yo quienaparecía. Gull los había puesto en fila,pero no pudieron evitar darse la vuelta ymirar qué era lo que ocurría.

—Heill —los saludó Gala con unaradiante sonrisa.

—Heill, niña —dijo Jokull.Desmontó del animal, me dejó a la

pequeña en la cesta y cuando bajó, fue aatarlo a un árbol cercano para que no sepudiera a pasar por medio de la pradera.Miré como andaba junto al caballo,como movía su cintura de un lado a otro,parecía la misma de siempre. Cuando sedio la vuelta me encontró observándoladetenidamente de arriba abajo, lo que

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hizo que una tímida sonrisa se dibujaraen sus labios, pero no tardó endeshacerse de esa timidez para dar pasoa la salvaje kottr que llevaba dentro.

—¿Qué es lo que miras, víkingr? —Me preguntó escuetamente.

—Me deleito contigo, mi hermosakottr.

Sonrió, tomó a la niña en brazos ydejó la cesta en el suelo. Jokull seacercó a ella y fue hacia donde estabanlos demás. Fui con ellos, me tocóponerme frente a todos, dirigirlos comolo habría hecho padre, como debíahacerlo un Jarl. Pasé delante de ellos yme quedé observándolos, carraspeéaclarándome la voz.

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—Bien… —dije en voz alta paraque todos pudieran escucharme—. No esla primera vez que estoy frente avosotros dirigiendo un ataque, pero estavez será distinto —hice una pausa,pensando en que era lo que debía decir— nos colocaremos de dos en dos.

Giré un poco la cabeza para buscar aGala y la vi sentada sobre un trozo depiel, en la hierba húmeda observando loque hacíamos y prestando atención atodo lo que estaba diciendo. Vi comoGull iba a por Linna.

—Linna con Gyda, Gull y Carónjuntos —les ordené.

Necesitaba que el inicio fuera algomás sencillo, Gyda no estaba del todo

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preparada para luchar como lo hacíaLinna, pero aprendería. Vi como dejabair un suspiro al ver que no la puse conalguien mejor. Linna era toda unaguerrera, no le haría daño como podríahacérselo a alguno de ellos. Las mujeresse juntaron entre ellas, llevaban escudosy lanzas, menos Bera y Elsa, que cadauna de ellas empuñaban una espada, loque las hacía más peligrosas quecualquier otra cosa. Fui hacia donde seencontraban, tenían fuerza, por lo quecada vez sabían cómo usarla mejor.

—Bien —dije contento—. Lasrodillas, cuidado —les di con una lanzaen la parte trasera.

Esta asintió e hizo lo que le había

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dicho, preparada para que Elsa levolviera a atacar. Aquella vez hizo loque le había dicho y al ver que estaba enlo cierto me miró sonriente.

Llegué a donde se encontraban Gully Carón, a ellos no había que decirlesnada, sabían perfectamente cómo debíanhacerlo, ya que al contrario que algunasskjaldmö ellos estaban siemprepreparados.

—Carón irá con Linna, y Gull conGyda. Terminad.

Ambos me miraron con mala cara, elsegundo frunció el ceño algo molestopor los cambios, pero finalmente traspensarlo durante un momento loaceptaron sin rechistar.

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Poco después, las skjaldmö seintercambiaron entre ellas, Gull y Gydahicieron una nueva pareja y Carón conLinna, todo iba a ser más duro. La razónpor la que los había puesto separados desus parejas era para que no fuerandébiles estando uno frente al otro.Podrían no ser justos y arruinarlo todo.Vi como empezaban a luchar. Quería vercomo reaccionaban los unos con losotros.

Vi como Linna pensaba de otramanera, su cuerpo se había tensado,parecía más fuerte, más concienciada,estaba segura de que teniendo a Gull enfrente sería aún mejor. Mientras losobservaba me puse a pensar en cuando

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Gala y yo ocupábamos su lugar. Nosheríamos, pero aun así seguíamosadelante sin importarnos nada y eso eralo que debían conseguir ellos.83 Døkkhárr – Moreno, cabello.

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No pasó mucho hasta que volví adecir que cambiaran, aunque solo se lodije a ellos cuatro para poder ver elcambio que habían hecho las muchachasa lo largo de la mañana. Si aquellofuncionaba estarían preparados paraarrasar con lo que se les pusiera pordelante. Se colocaron uno frente a otro,pero eso no era lo que importaba, mirésus cuerpos, como estaban colocados,sus ojos, algo en la mirada de ellas

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había cambiado, sus ojos brillabancomo los de un animal salvaje.

—Adelante —les animé.Era impresionante ver con qué

rapidez habían aprendido las dosmuchachas, aunque más Gyda que Linna,ya que esta última llevaba más tiempoluchando junto al resto de nosotros.Gyda se limitaba a ir a todas partes conOlaf. Gala se quedó dormida encima demi brazo, así que, la aparté un poco paraque se recostara sobre mis piernas ydurmiera tranquilamente, mientras yovigilaba desde donde me encontraba.Parecían auténticas fieras, aunque no tansalvajes como la que tenía yo conmigo.Estaban todos esperando a que el de

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enfrente atacara, pero como ninguno dioel primer paso, fue Gull quien tomó lainiciativa.

La menuda muchacha se quedóquieta, parecía una niña a su lado ya queél era más alto y corpulento. Esquivó elgolpe que iba a darle mi hermanopasando por debajo de su brazo, le dioun golpe con el agarre de la espada enlas costillas haciendo que este sequejara del dolor. Cuando fue a atacarlede nuevo, esta lo esquivó y le golpeó enel otro costado y acabó colocando elfilo de su espada pegado al pecho delhombre.

—Muévete y tú mismo acabarás contodo —dijo con crueldad, aunque acto

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seguido dejó ir una fuerte carcajada.Mi bróðir sonrió satisfecho por

cómo había avanzado Gyda, quien enalgún momento se convertiría en lamujer de Carón. Tras eso, fue el turno delos otros dos, la joven nada másempezar llevó el control de la situación,dio dos pequeños golpes, se movió deun lado a otro, lo que hacía que Carón secansara al intentar atacarla. Algodespués, este intentó sacar fuerzas dedonde no las tenía, parecía noencontrarlas. La muchacha le propinó unbuen golpe en la espalda con el mangode la espada haciendo que cayera haciadelante, le dio otro y cayó al suelo. Estase tiró encima de él y permaneció

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sentada sobre su cintura.—Bien hecho.Cuando me quise dar cuenta vi como

alguien se acercaba por el bosque, loque me tensó. Cogí aire, hice que Galase levantara y se encaminara hacia laskáli.

—Llévatela.—No… no, deja que sea otra…—Gala —rugí— ¡vamos!Gala salió corriendo con la niña en

brazos, dejando a Espíritu allí. Al vercomo se marchaba todos cogieron lasarmas. Se colocaron a mí alrededor,podíamos escuchar a la perfección comolas ramas crujían bajo los pies deaquellos que se aproximaban. También

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se escuchaban las patas de los hestrsresonar entre las hojas. Me empezaron asudar las manos, mi corazón latía confuerza, no estábamos preparados parauna emboscada.

—¡Escudos! —grité.Todos se colocaron en posición, solo

faltaba ver quiénes eran los que habíanavanzado hasta donde nosencontrábamos. De entre los árbolespude ver como aparecía un hombre queme resultaba extrañamente familiar. Trasél aparecieron varios más, armados ypreparados para atacar a cualquiera quese interpusiera en su camino, peroentonces le vi.

—Ragnarr —le llamé en voz baja.

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Era él. El hombre al que habíaestado ayudando en el norte habíavenido hasta nuestra heimr. Me quedéaturdido, no entendía qué estabahaciendo él aquí, mucho menos un Earlque debía ocuparse de sus tierras.

—Tranquilos —les dije a todos—.Es el Earl Ragnarr.

Deshicimos la formación de escudosen la que estábamos. Junto a Ragnarrhabían venido todos aquellos con losque había luchado durante mi estanciaallí. No podía creerlo, sus tierrasestaban en peligro y había decididoabandonarlas por venir a las mías.

—Earl Ragnarr —dije cuando sedetuvo frente a mí.

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—Jarl Egil Thorbransson.—¿Qué te ha hecho venir hacia mis

tierras? —pregunté.—Necesitarás ayuda, sé que

Thorbran ha muerto, y tienes pocosguerreros como para afrontarte aaquellos que quieren acabar contigo —contestó— ahora eres Jarl, tu deber esproteger a tu heimr, y hemos venido aprestarte nuestra ayuda, igual que tú lohiciste con nosotros.

—Gracias, Ragnarr.—Sé que los dioses están de nuestra

parte, Egil —dijo poniéndome una manosobre mi hombro.

—Lo sé.Hice llamar a Gala para que

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volviera y pudiera conocer a Ragnarr.Debía tranquilizarla, estaría agobiadapensando en que podrían estaratacándonos.

—Bien —dije en voz alta— hacedun grupo e id a cazar.

Algunos no querían, pero debíamosde atender a nuestros invitados, ademásde que las mujeres y los thraellnecesitaban que cazáramos para poderalimentarnos, ya que las provisionesempezaron a ser escasas.

—Id con cuidado —les pedí.Cerré los ojos dejando que el aire

relajara mi cuerpo, se llevara elmalestar que llevaba dentro, y micorazón se aceleró. Estaba sintiendo

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como mi cabeza no dejaba de pensar encientos de cosas. Debería de haberacabado con aquel hombre cuando tuvemi oportunidad, no debería haberolvidado mi honor. Me llevé las manos ala cabeza y solté un fuerte rugido, nopodía dejar que murieran, no podíapermitir que alguno tocara a mi mujer nia mi pequeña.

—¿Qué te preocupa? —preguntóJokull, con quien me encontré de frente.

—No es nada, desazón.—Espero que desaparezca, no es

bueno.Todo iría bien. Sí, todo debía ir bien.

No podía permitir que la vida de migente acabara aquí, en manos de

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aquellos malnacidos. No era sumomento y tampoco lo sería el mío. LasNornas ya habían tejido nuestro destino.

****

No quedaba nada para que llegara elmomento. Tras varias lunas depreparación, todo estaba completamenteorganizado, debía salir bien. Noshabíamos reunido todos en la skáli,había hecho que todos fueran llamadosincluyendo a los recién llegados. Íbamosa tener nuestra última Thing antes demarcharnos. Gull y Carón estabanvigilando con algunos de los huskalrsde Ragnarr para que nadie se acercara alpoblado mientras estábamos reunidos.

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Gala se acercó poco a poco a mí, meabrazó con fuerza y vi que algo no ibabien en ella. No sabía que era lo queocurría. Alzó la vista fijándola en lamía, estaba cristalina como el agua,algunas lágrimas se habían acumuladoen sus ojos amenazantes con salir.

—Ya está… tranquila —le susurré aloído mientras la abrazaba cobijándolabajo mis brazos.

—Temo por ella…Pude notar como alguna de las gotas

humedecían mi kirtle. La besé en lacabeza, sabía que no quería separarse demí, pero estaba seguro de que no sequedaría con las mujeres y la pequeña.Subiría a luchar junto a su gente, como

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la guerrera que era. Miré a nuestroalrededor, se estaban preparando para loque estaba por venir. Se vestían con laspieles curtidas, algunas de ellas inclusoreforzadas con brinjas para que lasflechas no pasaran.

—Gala —le dije para que meprestara atención—. No puedes venirconmigo, no puedes estar allí arriba, séque quieres luchar a mi lado y junto atodos ellos. También sé que lo harás,pero algo en mí intenta hacerme creerque eso no ocurrirá, aún conservo laesperanza de que entres en razón y tequedes junto a Lyss.

Me dijo que no con un movimientode cabeza una y otra vez, justo cuando

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fue a reprocharme algo, le coloqué unode los dedos sobre sus labios no debíahablar, solo escuchar lo que tenía quedecirle.

—Gala, por los dioses —le rogué—.Quédate con ella, no puedes dejarla sola—pero no entraba en razón seguíadiciéndome que no. Me giré hacia dondeestaba la pequeña quien dormíaplácidamente en su cesta—. No puedequedarse sin padres —murmuré, pero nodijo nada, se limitó a clavar suaterrorizada mirada en la mía.

Sabía tan bien como yo que allíarriba podría ocurrir cualquier cosa,podríamos morir los dos, o tal vezninguno, pero no podía permitir que

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aquello ocurriera. La niña debía tener aalguien que cuidara de ella. Cogí aire ylo dejé ir, me costaba hasta respirar.Solo de pensar en que Lyss podríaquedarse sola y sin nadie que se ocuparade ella hacia que mi cuerpo empezara atemblar. Intenté calmar mi frenéticocorazón, el cual latía furioso por larabia y por no saber cómo hacer quepermaneciera allí.

—Debemos marcharnos —anuncióJokull tras mi espalda.

Dejé que Gala se separara de mí,ambos nos colocamos nuestros ropajes,ella se colgó su arco con las flechas a laespalda, se guardó un pequeño knifr enla bota y se colgó su espada al cinto.

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Imité lo que hizo ella, solo que yo nollevaba arco. Metí el knífr que ellamisma había tallado en su funda, la cualquedaba colgando de mi cinto pegado ami cintura. Colgué mis pequeñas hachasa cada uno de los lados y una másgrande que llevaba en la mano.

—Bien —carraspeé un par de veces— hermanos... Sé que los dioses nos hanbendecido con su presencia, estoyseguro de ello, Odín está a nuestro lado,por ello ganaremos esta batalla yacabaremos con esos malnacidos queosan atacarnos y que acabaron con lavida de padre.

Permanecieron en silencioescuchando las palabras de su Jarl, de

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aquel muchacho que luchaba en sus filascomo si no fuese más que un guerrero yque le había tocado ocupar el lugar quele correspondía a su padre. Inspiré confuerza, alcé los hombros y miré a migente.

—Que los dioses nos bendigan y nosdejen acabar con aquellos que pretendenherirnos —hablaron en voz bajaintentando que los dioses les oyeran—.Nos acompañaran durante esta batalla,sé que padre estará con nosotros.

Algo dio varios golpes en el enormeportón haciendo que nos alertáramos,sentía los nervios recorriendo todo micuerpo, mi corazón latía desesperadopor saber quién demonios había

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golpeado la madera. Gala preparó unade sus flechas igual que hicieron algunosmás. Hice una señal para que Jokullabriera. El gaupa entró sin más,preparado para unirse a nosotros.

—Pasa, pequeño —dijo Gala a lavez que le acariciaba la cabeza.

El animal se acercó a mí, pero notardó en empezar a observar a los demásque estaban dentro de la skáli,incluyendo a aquellos que habíanllegado. Vio como estaban armados loque hizo que se moviera de un lado aotro.

Cogí una heri que habían cazadodurante el día anterior, la coloqué sobreun cuenco y le hice un corte sobre el

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vientre dejando que la sangre cayera enel recipiente. Aquello tan solo era unpequeño sacrificio para que los diosesnos ayudaran.

—Es hora de marcharse —alcé lavoz a la vez que mojaba dos dedos en lasangre los colocaba en el nacimiento demi cabello y los hacía llegar hasta mipecho.

Fui el primero en salir de la skáli,pero poco después me di cuenta de queno había dicho nada a Lyss. Aparté a lagente que iba saliendo, y vi cómo junto ala niña estaban Elsa y Agnetha armadasy con escudos. Mientras que al final delgran salón estaba Hans. Permanecíobservándola, su hermosa belleza nos

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cautivaba a todos. La saqué de la cesta,la cogí en brazos y la abracé condelicadeza. Por detrás de mí aparecióGala para hacer lo mismo. Queríadespedirse del mayor presente quehabíamos tenido jamás.

—Todo saldrá bien —susurró aún asabiendas de que no todo podía salirbien.

Se abrazó a mí mientras abrazaba ala niña. La subí hasta que su pequeñorostro rozó mis labios.

—Volveré, te lo prometo —murmuré.Gala la besó también y fue esta quien

tras abrazarla la dejó de nuevo en lacesta.

—Cuidaremos de ella.

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—Confío en vosotras.Estas asintieron, abrazaron a mi

húsfreyja y nos despedimos con unligero movimiento de cabeza. Cuandonos giramos hacia la salida vi comoSkogkatt esperaba a Gala, como un fielguerrero espera a su líder, como si notuviera nada que perder en aquellaguerra, solo quería cuidar de ella tantocomo yo. Subimos andando hacia lapradera, allí nos esperaban todosmontados sobre sus caballos, a la esperade los líderes que guiarían sus pasos. Via Espíritu preparado paraacompañarnos. Le tendí la mano a Galapara que subiera sobre mi hestr, le pasólas manos a Regn por la cabellera, le

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besó el morro y le susurró algo antes devenir hacia mí. Subió, me abrazó ychasqueé la lengua para que el animalempezara a caminar. Escuché como laspezuñas de los animales iban repicandocontra el suelo, nos seguían.

Atravesamos el bosque contranquilidad intentando no hace muchoruido. Estaba seguro de que aquellamujer que me encontré, la de cabellososcuros estaría esperándonos para asípoder avisar al resto de los guerreros.Miré hacia atrás, solo un poco y vi comoel gran gaupa corría tras nosotros.Sonreí, no iba a dejarla sola.

—Todo irá bien —repetía una y otravez Gala intentando convencerse de

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ello.Cogí aire, pude ver como la claridad

empezaba a colarse entre las ramas delos árboles, lo que me decía que noquedaba mucho para llegar. Detuve alanimal, desmonté como pude para queella no cayera y la ayudé a bajar. Elresto hicieron lo mismo, desmontaron desus animales, los ataron a algunas ramasy árboles, esperando una nueva orden.Mientras agarraron sus escudos y armas.

—Es el momento —dije en voz alta,y entonces la vi.

La mujer de cabellos oscuros cayóde un árbol cercano, igual que hizoconmigo la primera vez. Gala quiensiguió mi mirada la vio, cogió el arco y

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la flecha lanzándosela, con tanta suerteque acabó acertando en la misma piernaen la que la herí yo la primera vez.

Todos la miraban. Empezó a correr,intentaba alejarse todo lo posible sinapartar la mirada de donde nosencontrábamos. Gala le lanzó unasegunda flecha que se le clavó en el ladoderecho de su espalda. Avanzamos porel bosque sin hacer ruido, hasta quellegamos a la linde, levanté la mano ytodos nos agachamos. Permanecimosagazapados contra unos troncos,observando lo que podía venir aatacarnos. Hice un sonido para que seacercaran nuestros mejores arqueros,entre ellos mi hermosa mujer, Gull,

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Jokull, Gyda y Olaf entre otros. Ellosserían los primeros en atacar. Levanté lacabeza y allí estaban, esperando a quesaliéramos. Vi como la muchacha corríahacia ellos. Antes de que pudiera llegar,le hice una señal a Gala y lanzó unaúltima flecha contra ella, la cual leatravesó la cabeza.

—¡Ahora! —Gruñí.Se prepararon, apuntaron y

dispararon. Me fijé en Gala, en sumirada pude ver la rabia, estaba furiosa,demasiado. El haber matado a lamuchacha no la había calmado. Algunosde los guerreros enemigos salieron a porella, lo que hizo que los nuestrosacabaran con ellos. Hice un movimiento

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con la mano, todos nos pusimos en pie.Desenvainamos nuestras armas yempezamos a golpear nuestros escudos,sabían perfectamente por dondeavanzaríamos. No podía dejar de mirarsi Gala seguía a mi lado, corriendodetrás de mí, con el gaupa a sus pies, nomuy lejos estaban Linna y Gull, junto aHammer y Jokull.

Lo busqué por todas partes, pero noestaba, no podía encontrarle. No era másque un ragr, había dejado a su gentevenir solos a pesar de que estábamosallí por él, porque había acabado con lavida de padre y madre. Tanto pensar nodejaba que prestara atención a lo queocurría a mí alrededor.

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—¡Escudos! —gritó Gala.Mi mujer se había ido hacia uno de

los lados, detrás de ella seguían dosmás. De repente, el cielo se tornó gris,tan oscuro que parecía que habíaanochecido. Cientos de rayos y truenosestallaron en él cruzándolo. Gala alzó lavista, pude ver como sonreía, hasta quenos unimos todos en el centro.

—¡Lanzas! —grité mirándola.Nos colocamos en posición, igual

que hicieron ellos, no iban a pasar.Apreté la mandíbula, cogí aire llenandomi pecho, mientras sentía la ira de losdioses.

—¡Adelante! —gritamos Gala y yo ala misma vez.

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—¡A por ellos! —dijeron otros.Nuestros escudos chocaron contra

los enemigos, algunos de ellos acabaronensartados en las grandes lazas de losnuestros, otros simplemente luchabanpor seguir avanzando, cosa que noharían. Frente a mi había un granhombre, mucho más grande que yo, perono iba a detenerme. Le golpeé una y otravez sujetando con fuerza el hacha. Miréuna última vez a Gala, así sabría queestaba bien, el gaupa la seguía con losdientes fuera, gruñendo, salvaje comoera, igual que su dueña. Entonces…Todo empezó.

Antes de que pudiera atacarme, alcémi pierna y le golpeé en el vientre, lo

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que hizo que diera un paso hacia atrás,le di un fuerte golpe con el filo delhacha en el brazo pero parecía noafectarle, hasta que le di en el cuello, yde la herida empezó a emanar sangre,tanta que acabó cayendo de espaldas.

—¡Aguantad! —Les pedí a los míos.Otro vino a por mí, pero seguía

golpeando a cualquiera que se cruzaraen mi camino, intentando darle lo másfuerte posible. Vi como un hombre seacercó a mi mujer, entonces una flechaque venía de alguno de los nuestrosacabó con él, aunque Gala no dejó dearremeter contra él gritando. Otrohombre intentó cogerme, pero no loconsiguió, le golpeé con el escudo con

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tanta fuerza como pude. Con el hacha lehice un profundo corte en el abdomen,saqué el knífr que había guardado, losujeté con fuerza y se lo clavé en lapierna. Este me golpeó con el escudo, loque hizo que cayera al suelo. Se miró laherida, vi como mi hermosa valkyrjadejó ir un grito y se lanzó sobre unguerrero no muy robusto y lo tiró alsuelo, sacó su knífr y le rasgó el cuello.Por detrás iba otro, pero el enorme kottrfue a por él, aunque no llegó aalcanzarlo. Iba a herir a Gala, pero unpotente rayo cayó sobre él fulminándolo.

—Lyss —susurré.De un salto me puse en pie, parecía

que el tiempo se hubiera detenido, el

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hombre que tenía frente a mí se apretabala herida, por lo que empecé a golpearlecon el hacha hasta que su cabeza acabócediendo. Su sangre empapó mi rostro ymis ropajes. Agarré el arma por el otrolado y golpeé a un hombre por el cuello,agarrándolo y haciendo que cayera alsuelo. Le clavé el knífr en el hombro,este gruñó de dolor. Le hice un corte enel otro lado, se puso en pie, me coloquétras su espalda y lo agarré por el cuelloacabando por degollarle, haciéndole unaprofunda herida en su garganta ytirándolo en el suelo. Vi como acababade ahogarse con su propia sangre.

Una joven mujer se tiró encima demí, la cual parecía muy hábil, usaba los

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mismos movimientos que Linna. Sabíacómo iba a atacar, por lo que pasé unade mis piernas tras las suyas, y cayó deespaldas. Con el escudo le golpeé en elpecho, en la cabeza y en el cuello, loque acabó con su vida. Clavé mi hachaen su pecho y seguí adelante. Busqué ala mujer de cabellos oscuros y laencontré a mitad de la pradera, yacíamuerta, sin vida. Fui hacia ella y cuandoestuve frente a ella le corté la cabeza.

Escuché un fuerte alarido, Linnahabía acabado con uno con la ayuda deGull, pero algo no iba bien. Se sujetabael vientre con fuerza y lloraba, le dolía.No sabía que estaba ocurriendo. Vicomo mi mujer se acercó a ella, para

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abrazarla con todas sus fuerzas. Lamuchacha bajó una de sus manos haciasus piernas y la sacó llena de sangre.Lloró desconsoladamente, como si lefuera la vida en ello. La sangre empezóa manchar el suelo, lo que hizo que measustara cada vez más. Vi comotemblaba, como apenas podía sostenerseen pie.

—¡Gala! —Le gritó Gull al vercomo venía un hombre tras ella.

Mi bróðir se ocupó de protegerla,mientras ella cuidaba de Linna. Pero nopodrían aguantar así mucho más, todosirían a por ellos. Me acerqué a dondeestaban y escuché como mi mujerhablaba.

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—Ayúdanos —le rogó al cielo—.Protégela —pidió— Skogkatt, quédatecon ella.

Varios de nuestros hombres lallevaron a la linde para que nadie laatacara, Lyss la protegería, igual que loharía el gaupa. El animal parecíaentenderle, porque asintió y se pusojunto a su hermana. Algo se creóalrededor de ellos, no parecía moverse,salvo que en algunos momentos se veíanpequeños rayos.

—Tranquila, todo saldrá bien —ledijo Gala.

Fui hacia ella, no iba a dejar quenada le ocurriera. No quedaban muchosguerreros enemigos, de esos se

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encargarían los demás, por suertecontábamos con la ayuda de Ragnarr.Necesitaba encontrar al hombre quehabía matado a padre y acabar con suvida. Nos adentramos en el bosque, nopude evitar dejar atrás a mi mujer, hastaque llegó un momento en el que la perdíde vista. Seguí corriendo entre losárboles, y algo me desconcentró. Otrorayo, otro estruendo amenazaba conquebrar el cielo. Me agaché, creí habervisto algo e intenté no hacer ruido. Levi, allí estaba, subido a un hestr,esperando.

—Ragr —gruñí entre dientes.Me agaché, cogí una ramilla seca y

cuando estuve lo suficientemente cerca,

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hice que se quebrara llamando suatención.

—Vaya, vuelve el cachorro, elabandonado —rio maliciosamente—.Tus dioses han querido que eso fueseasí, te han dejado.

—¿Y a ti? —pregunté con rabia—.No te necesitan, ninguno de ellos tenecesita —espeté—. No hay nadieprotegiéndote, eres su líder y no lesimporta si mueres, por culpa de unaalimaña como tú dieron su fe a quien nodebían, dejaron que Loki y tú losmanejarais a vuestro antojo.

No dijo nada, se limitó a sonreír, meaplaudió contento, lo que hizo que larabia aumentara en mi interior, igual que

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las ganas de acabar con él. El hombredesmontó sin apartar su mirada de lamía.

—No voy a dejar que escapes.Le golpeé con mi escudo y luego con

el mango de una de mis hachas. Aquelhombre sufriría, mucho, no iba a dejarque se fuese de este reino sin lamentartodo el daño que había causado. Legolpeé en el cuello y le hice un corte enla pierna. Desenfundé el knífr de Gala yse lo clavé en la otra haciendo un largocorte, el cual empezó a sangrar. Lasangre empezó a salir a borbotones,como si fuera el agua de un río,empapando el suelo. Intentó herirme consu espada, apenas podía moverse. No le

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sirvió de nada, volví a golpearle con elescudo haciendo que diera un paso haciaatrás, volvió a golpearme. Acometícontra él, le di con el mango del hachaen el cuello y con el borde en el brazo,lo que hizo que la herida empezara asangrar. Cogió con fuerza su espada, medio en el brazo, pero no llegó acortarme, hasta que le di de nuevo con elescudo haciendo que cayera deespaldas, pero acabó poniéndose denuevo en pie.

Tiré el escudo a un lado, y sin darmecuenta el hombre me hizo un corte en lamano con un knífr. Dejé ir un alaridolleno de dolor. Le di un puntapiéhaciendo que diera dos pasos hacia

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atrás, y se abalanzó sobre míagarrándome por el cuello. Apenaspodía respirar, las tornas habíancambiado y era él quien me golpeabauna y otra vez. Intenté apartar sus manos,pero no surgió efecto, hasta que cogí elknífr de Gala y se lo clavé en el brazo.Le tomé por el cuello, apreté con fuerzay le golpeé la cabeza contra el troncoque había tras él. Estaba medio aturdido,lo que aproveché para atarle las manostras el árbol.

—Tú mataste a madre y también apadre, ¿lo recuerdas? —Le grité,dejándome llevar por la cólera. Lecoloque el knífr en la mejilla y apretécon fuerza haciendo que la sangre

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descendiera por esta y acabara muriendoen el suelo.

Asintió pero no dijo nada. Recordéel día en que vi a Gala en el establo, conaquel malnacido. Recordaba esemomento en el que le tenía frente a mí,las ganas que tenía de matarle, de acabarcon su vida, pero aquello no calmó mifuria y lo mismo me ocurriría entonces,el ansia de venganza no acabaría. Fuitras el árbol, aquello solo acababa deempezar. Aguanté uno de sus dedos,igual que había hecho con el otrohombre, pero este no dejaba demoverse, lo que hacía más difícil elacertar en uno solo. Sonreí, parecía nodarse cuenta de lo que estaba a punto de

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ocurrir.—Quieto —le advertí— las puertas

del Valhalla están cerradas para ti, losdioses no dejarán que entres, te enviaránjunto a Hela, allí pasarás el resto de tuexistencia.

No me hizo caso, así que, cogí unade las pequeñas hachas que colgaban demi cinto y corté dos de sus dedos. Elhombre gruñó a causa del dolor,intentando aguantar los gritos quequerían salir de su interior, mis manosse empaparon del mal que le recorría.

—Vas a sufrir por todo lo que hashecho —le aseguré.

—Lo que hice no tiene forma de serpagado, y gustoso volvería a hacerlo —

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dijo con malicia, lo que consiguió queme enfureciera más.

Le corté dos dedos más, aquella vezde la mano contraria, volví a colocarmefrente a él, tenía la cabeza gacha. Leobservé, su rostro no decía nada, estabasereno, tranquilo, pero pude ver comoen sus ojos estaba el dolor. Parte de supiel se había vuelto rojiza a causa de lasangre que aún iba saliendo del corte desu mejilla. Sonreí, era yo quien en aquelmomento se había vuelto el peor de susmales. Pegué el knífr a la cuenca de unode sus ojos, le guiñé uno de los míos ylo clavé. Su sangre me manchó el rostro,pero ya nada importaba.

Dejé el cuchillo en su regazo, no

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dejaba de gritar desesperado, rogandoclemencia, pero no a mí sino a Loki,para que lo liberara de aquel mal.Quería acabar con él, hasta que llegó mihermosa mujer, lo que hizo que megirara para mirarla. Vio como mi rostroestaba empapado por la sangre, y con unmovimiento de cabeza le dije que no eramío, sino del hombre que cumplió eldestino que las Nornas habían tejidopara mis padres. Le coloqué el hacha ensobre el cuello, esperando a que mivalkyrja diera la señal que mepermitiera acabar con él. Ladeó un pocola cabeza para mirarnos bien, tenía elrostro manchado, igual que sus ropajes.Sonrió, se colocó a mi espalda y la

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acarició. Entonces, con un solomovimiento de su hermosa cabeza mebastó para acabar con su vida.

—Lo has hecho muy bien —ronroneocontra mi oreja.

Dejamos allí su cuerpo. Cuandoestábamos saliendo del skógr algoocurrió, dos guerreros enemigos nosatacaron. Lancé una de mis hachas a unode ellos, apenas me dio tiempo areaccionar, todo ocurría demasiadorápido. No sabía qué hacer, un punzantedolor me atravesó todo el cuerpo, bajéla vista, vi como la daga de uno de ellosse calvaba en mi vientre. Apenas podíamoverme, pero aun así saqué la daga yse la clavé en el pecho retorciéndosela,

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matándolo. Gala le acabó cortando lacabeza, dejándose llevar por la rabia.

Sentí como la vida se me escapabaentre las manos, mi cuerpo apenas podíasostenerse en pie, mi fuerza ibadesvaneciéndose como si nunca hubieraestado ahí. Mis rodillas fallaron, eldolor era cada vez más fuerte y no pudehacer otra cosa que agarrarme a lo queencontré en el suelo. No podía ver nada,la vista se me había nublado y solopodía escuchar como alguien me gritabadesde la lejanía.

—Dijiste que no te irías de mi lado—gritó Gala desesperada—. Vuelvemaldito, no te vayas —lloródesconsolada mientras golpeaba el suelo

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que había junto a mi cuerpo— no medejes sola —me rogó una y otra vez—.No me dejes sola, Egil… Por los diosesno te marches, no te marches ahora —suplicó entre sollozos—. Se loprometiste… Egil… Se lo prometiste aLyss… —Estaba desconsolada, apenaspodía hablar, sentía su dolor tanto o másque el mío propio—. Quédate, quédate,mi vikingo… Quédate conmigo… No temarches, no mueras ahora.

Lloró contra mi pecho, podía notarcomo su cuerpo temblaba, como sehabía quedado helado.

—¡Odín! —chilló—. Yo te maldigoDios padre, llévatelo y acabaré contigome cueste lo que me cueste.

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Tomó mi rostro entre sus manos y mebesó.

—No nos puedes dejar así, por mí…por Lyss, nuestra pequeña te necesitatanto o más que yo… Recuérdalo, mivikingo, lucha por nuestro amor… PorFreyja te lo ruego, Egil…

Escuché como alguien se acercaba amí, parpadeé pero no pude ver apenasque ocurría. Pude distinguir como Gullse arrodillaba a mi lado, gritandodesesperado. Intentaron que la heridadejara de sangrar, pero de nada iba aservir, podía sentir su calor empapandomis ropajes, recorriendo mi piel,haciendo que ardiera por dentro y porfuera.

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—No te vayas —gimoteó mihermosa mujer— por Lyss…

****

Todo acabó volviéndosecompletamente oscuro, no escuchaba anadie, no me dolía el cuerpo, este habíadejado de pesar, parecía estar tumbadosobre una nube, era como estar dormidopodía sentir esa calma. Me moví haciaun lado y hacia otro, pero no había nada,no lograba ponerme en pie. Los gritos ylos llantos que antes me rodeaban habíandesaparecido, no sabía dónde seencontraban ni Gala, ni mi pequeñaLyss.

Estaba enfurecido, quería gritar,

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chillar y gruñir, pero no podía. Abrí losojos y una luz cegadora hizo que loscerrara de golpe, no podía ver. Poco apoco fui abriéndolos de nuevo hasta quedejó de molestarme. Estaba en un lugarmuy claro, el suelo, las paredes, todoera de piedra lisa y reluciente. Miréhacia todos lados, y me encontré unaenorme sala vacía. Me puse en pie, diuna vuelta pero no sirvió, lo que ya veíadesde el suelo seguía viéndolo. Solo alvolver donde estaba vi una muchacha decabello largo y oscuro. Se dio la vueltay me miró. Llevaba un kirtle fino ydelicado, con bonitos bordados dorados.Algo en ella llamó mi atención, sus ojoseran de plata. Fue dando largos pasos

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hacia mí con sus largas y delicadaspiernas. Su piel era clara, como sihubiera sido esculpida en piedra.

—¿Dónde me encuentro? —preguntéconfuso.

—Esto no existe muchacho, estás enAsgard —contestó con su delicada voz.

—¿Cómo?Cuando llegó a mí, dio vueltas a mí

alrededor observándome. Me posó unade sus finas manos sobre mis brazos yapretó.

—Vaya… —dijo sorprendida—.Parece que al final la pelirroja hasabido elegir demasiado bien, si no lohubiera hecho ahora serías mío —aquello último acabó susurrándomelo al

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oído haciendo que diera un respingo.—No lo entiendo, ¿pelirroja? —

pregunté sin comprender que era lo quedecía.

—Mi nombre es Lyss, víkingr.Ella era la valkyrja, aquella que

había ayudado a Gala, aquella por laque nuestra hija llevaba su nombre, ellalas salvó. No pude evitarlo me acerquéa ella y la abracé con fuerza siendoincapaz de decir nada.

—¿Qué hago aquí, Lyss? —pregunté,era extraño llamarla como a mi pequeñaniña.

—Te he traído aquí porquenecesitaba hablar contigo.

—¿Hablar conmigo?

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A cada cosa que decía era aún peor,no entendía nada de lo que decía, meconfundía y eso empezaba a ponermenervioso.

—Mira, déjate de chorradas —medijo, seria.

—¿Chorradas?—Sí, hijo, tonterías, bobadas,

sandeces, ¿me sigues?—¿A dónde?Posó las manos sobre su sien y

empezó a masajearla. Cogió aire y dejóir un profundo soplido. Su extrañolenguaje me confundía.

—Escúchame, faðir —asentí ypermanecí callado, esperando a que meexplicara qué hacía allí—. Esto, como

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ya te he dicho no existe, te he traído aquíen contra de los dioses, no puedenvernos. No ha llegado tu hora, lasNornas no tenían esto escrito —meexplicó pacientemente—. No puedesmorir, no ahora, tienes a la pequeña Lyssy a Gala, no puedes dejarlas solas.

—¿Faðir? ¿No es mi hora?—Atiende. No, es tu hora, no —dijo

a la vez que me colocaba una de susmanos sobre mi hombro—. Tienes quevivir, tienes que luchar por esa vidajunto a las personas que más amas —hizo una mueca y cogió aire—. Losdioses han decidido que no es el mejormomento para que vayas al Valhalla, entu heimr tienes mucho que hacer.

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Pensé en lo que me decía tenía queser fuertes por ellas. Chasqueó losdedos y de repente una gran ventana seabrió frente a nosotros. Desde ella podíaver mi hogar, a mi gente. Gala estabasentada en uno de los asientos,consumida por el dolor y las lágrimas, apesar de que ya no podía seguirllorando, lo había hecho demasiado yparecía estar completamente vacía pordentro. Era extraño saber lo que estabasintiendo. Mi mente se tensó al ver comosu cuerpo temblaba, helado como elhielo, muerto en vida. La niña no dejabade llorar, pero ella parecía noescucharla, era como si no estuvieran enel mismo lugar, ella estaba en otro, lleno

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de dolor y desconsuelo, aquel quearrastraba. Hammer se acercó a lapequeña y la cogió en brazos intentandocalmar su llanto, pero lo que ellanecesitaba era a su móðir, aquellaconsumida y a su padre, a mí, que yacíasin apenas vida sobre el jergón. Unescalofrío recorrió mi cuerpo, no queríaseguir viendo aquello. Lyss se diocuenta, así que, volvió a chasquear losdedos y todo desapareció.

—Eso es lo que está ocurriendo enestos momentos en el Midgard, ya megustaría a mí que te quedaras aquíarriba, podríamos disfrutar mucho juntos—dijo paseando uno de sus largosdedos por encima de mi pecho—.

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Pero… como te he dicho, los dioses handecidido que no mueras, así que… —Posó su mano sobre donde tenía laherida y sentí como un fulgor crecía enmí— volverás a vivir.

Chasqueó de nuevo los dedos, volvía sentirme pesado, a estar cansado. Misojos no veían, mis oídos no escuchaban,todo se había vuelto oscuro y ahí dondehabía claridad ya no había más queoscuridad.

****

Alguien corrió a mi lado, escuchabasus pasos con fuerza, noté como el gaupame lamía la mano cariñosamente.

—¡Está despertando! —Anunció

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Hammer, alegre.Me puse la mano libre sobre la

herida, seguía doliéndome pero parecíaque no había rastro de sangre. Abrí losojos poco a poco, pero no veía. Alguiense arrodilló a mi lado, Gala, su olor eracapaz de embriagarme. La miré comopude y sentí como sonreía.

—¿Cuánto tiempo he estado así?—Algo más de una semana, has

dormido todo este tiempo, perdistemucha sangre —me explicó desanimada.

Una delicada gota cayó sobre mipiel, la cual estaba al descubierto.Estaba llorando, mi mujer lloraba al verque seguía con vida.

—Lyss —susurré ahogando un

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profundo quejido que rasgaba migarganta.

Gala se puso en pie rápidamente,tanto que parecía que fuese a caer,tropezándose con algunos de losasientos que había en medio de la gardr.Escuché que había alguien quecarraspeó con una profunda voz.Hammer seguía allí como cuando les videsde la ventana de la valkyrja,apoyando a su hija, cuidándola. Galavolvió a sentarse a mi lado, solo queaquella vez tenía a la pequeña en brazos.La dejó encima de mi pecho para quepudiera resguardarla.

—Mi hermosa niña…Las lágrimas volvieron a emanar de

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los ojos de la muchacha, pero aquellavez eran de alegría y no de pesar, comolo eran antes. Acercó su boca a mi frentey me besó delicadamente.

—Pensé que te perdía —dijo con lavoz temblorosa—. Tenía tanto miedo,tanto… Cuando te vi ahí, parecías sufrir,era como si se te escapara la vida entrelas manos, como si hubieras dejado deluchar por vivir.

—Eso nunca —dije sacando fuerzasde donde las encontré—. Nunca dejaréde luchar por vosotras, sois mi vida.

Hammer se acercó a nosotros y melanzó una mirada agradable, llena dealgo que nunca antes había visto y mellenaba de orgullo saber que me había

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ganado su afecto.—Me alegra ver que estás bien,

muchacho.—Gracias, señor.—Padre, ¿puedes llevarte a Lyss?Este asintió, la cogió en brazos y

salió por la puerta con una enormesonrisa, feliz de tener a su niña entre susbrazos.

—¿Cómo están los demás?—Bien, perdimos algunos en la

batalla, Ragnarr volvió a su heimr, peroel resto están bien, salvo Linna y Gull.

Abrí los ojos, la valkyrja no mehabía dicho nada.

—¿Qué les ha ocurrido?Gala tragó saliva y suspiró.

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—Linna perdió a la criatura quellevaba dentro durante la batalla yGull… Gull está hundido por no habersido capaz de protegerla como debía.

—No fue culpa de él, tampoco deella.

Un fuerte dolor me atravesó el pechoal hacer el esfuerzo de hablar. Me movíhacia un lado y le dejé un trozo para quepudiera tumbarse a mi lado en el jergón.Se tumbó, dejó que su cabezadescansara sobre mi pecho y por algunarazón volvió a llorar.

—¿Qué ocurre?—No sabes cuánto temía perderte,

pensé que si morías yo moriría contigo,Egil —dijo en un susurro que acabó por

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quebrarse—. No quería dejar sola aLyss, pero sentí que si no te teníaconmigo la vida se acabaría para mí.

Aquello último me recordó a lo quehabía visto, ella tan ausente y la niñaasustada, llorando desconsoladamente.

—Por los dioses, Egil, no vuelvas ahacerme algo así, nunca, ¿me escuchas?

—Sí, mo kottr —besé su pecho—.Nunca sola.

No las volvería a dejar, nopermitiría que nadie ni nada nosvolvería a separar, junto a ellas estabami corazón y mi hogar.

****

Gománadr, siete meses más tarde.

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Salimos de la gardr con la pequeña,no dejaba de moverse por todas partes,se arrastraba por la madera, la arena, lahierba… Pronto comenzaría a caminar,aunque aún era algo pequeña para ello,había cambiado muchísimo desdenuestra pequeña guerra. La miré, elcabello le había crecido a pesar de queGala iba recortándolo cuando le parecíaque lo tenía demasiado largo. Nodebería hacerlo, algún día se loimpediría, adoraba su cabello tantocomo el de su madre. Se le habíaaclarado, y se había vuelto algo másdorado. Sus ojos eran como los míos, opor lo menos, eso decía Gala. Cuandofuese mayor conquistaría a cualquiera

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con una sola mirada. Estaba seguro deque sería igual que su madre, indomabley salvaje.

Nada había cambiado desde aquellabatalla, ahora todos los pobladosvecinos se unían a nosotros para zarpary saquear nuevos territorios,abasteciéndonos entre nosotros. Algunosperecieron en la guerra, incluida lacriatura que había en Linna, hermano delque iba creciendo en el vientre de Linnaahora mismo.

Dejé que Lyss anduviera por lamadera, agarrándola de las manos paraque no cayera. La cogí en brazos y Galase pegó a nosotros, se pasó las manospor el vientre, no dejaba de crecerle,

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pronto los dioses nos bendecirían conotro pequeño. Senté a la niña en lamadera para que observara comoSkogkatt corría tras un animal hasta queacabó cazándolo.

—Oh, que bonita estampa —dijo unacantarina voz, la cual reconocí almomento.

—Lyss —dijimos los dos a la vez, lapequeña nos miró pensando quehablábamos de ella.

—Parece que ya has vuelto, veo quehas seguido lo que te dije.

Gala se quedó boquiabierta sinentender nada. La miró, observó a lavalkyrja, y sus ropajes, aquella vezllevaba un vestido rojizo parecido al de

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Gala.—Sí, lo he hecho.—¿Qué tenías que hacer? —preguntó

confusa.—Luchar por vosotras.Clavé mis ojos en los suyos y vi

cómo se le humedecían. Le pasé un dedobajo estos, llevándome sus lágrimas. Lavalkyrja dejó ir un suspiro profundo, deaquellos que te vaciaban por dentro.Estaba frente a nosotros en la tierra, pordonde corría el gaupa, así que, subió lasescaleras y se colocó a nuestro lado.

—Muchachos, tenéis mucha suerte,demasiada, ojalá los dioses me dieranun amor como el que tenéis vosotros. Nosabéis cuanto os envidio —dijo con

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pesar.—Seguro que lo encontrarás.—Eso espero, o acabaré como una

amargada, viviendo en el Valhalla,aguantando a la despechada de Freyja.

La valkyrja sonrió, pero había algoen sus ojos, un ápice de dolor que nopasó desapercibido para Gala.

—¿Qué te ocurre, systir?—Debo pediros algo más —

murmuró mediante un hilo de voz—.Cuidad de Lyss, será muy importantepara los dioses, ellos la protegeráncuando sea el momento, pero ahora soisvosotros quienes debéis hacerlo.

La miramos confusos por comohablaba, no entendíamos que era lo que

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estaba diciendo. Dejó ir una carcajada yempezó a desaparecer, la diosa la habíaescuchado y no se lo había tomado muybien. Antes de irse, Lyss se acercó a laniña y la besó en la frente.

—Sed felices —dijo mientras nosdijo adiós con la mano.

Tal y como había venido se marchó,la valkyrja que hizo posible nuestroamor, la que nos dio fuerza para seguiradelante, luchando por esta familia.

84 Brinja – Cota de malla.

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Años después.Esta vez los jardines que envuelven

el Valhalla, el mayor palacio de todo elreino de Odín, el Asgard, la morada delos dioses, parece aún más grande de lonormal, esta vez parece no acabar nunca.Una muchacha de cabellos doradoscorre por estos, con desesperación sinmirar atrás, solo avanza lo más rápidoposible. Va por el camino, pero si losigue tardará más, así que, mira hacia unlado y hacia otro, buscando que no haya

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nadie y solo encuentra a Eikþyrnir 85, elciervo que pasta por estos camposalimentándose de uno de los árbolessagrados.

Sin pensarlo dos veces la jovenatraviesa el césped. No le importan lasconsecuencias, las reprimendas no haránque se detenga. La hermosa muchacharubia tropieza, pero no llega a caer, sudiminuto cuerpo sigue en equilibrio ypor lo tanto sigue corriendo. Se desplazacon una rapidez vertiginosa, tanta quehace que las delicadas briznas de hierbaacaben por arrancarse del suelo y vuelentras ella. Cuando llega a la puerta intentaabrirla, pero algo no le deja. Tiene quepedir permiso. La golpea varias veces

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con impaciencia, vuelve a darle peroparece que nadie está detrás parahacerle caso. Chasquea los dedosapareciendo al otro lado del portón. Seencuentra en un enorme y majestuosorecibidor de mármol blanco reluciente.Ladea la cabeza hacia uno de los lados,para ver quien debía ocuparse derecibirla, entonces ve al guarda, Phol,tercer hijo de Balder, el segundo hijo deOdín, padre de todos.

—Zoquete —murmura algo molesta.Abre la mano y deja que algunos

hilos de luz bailen sobre sus palmas,diminutos rayos se recrean sobre estas.Le lanzó un par lo suficientementepotentes como para que despierte de una

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vez por todas.—¡Por los dioses! —murmura el

semidiós—. ¿Qué haces Skuld? ¿Te hasvuelto loca?

—Estate atento —le amenaza.La muchacha sigue su camino, se

adentra por uno de los largos pasillosque forman el gran palacio. A uno de loslados de este hay muchas puertas, todasdistintas, procedentes de diferentessitios, el lugar por el que entraran todosaquellos guerreros caídos en combate,los que se unirán a los dioses cuandollegue el Ragnarök, la batalla del fin delmundo, el fin del ciclo.

Sonríe al pensar en que algún díallegará su momento, solo ella puede

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saber cuándo ocurrirá, la Norna Skuld,aquella que sabrá lo que pasaría. Junto asus hermanas, Udr y Verdandi, tejen lastelas del destino, ellas deciden, ellashablan de lo que pasará.

No queda mucho para que llegue,pero los nervios afloran, las manosempiezan a sudarle, algo que nunca antesle había ocurrido. Su corazón andadesbocado, a la velocidad de un rayo.Las amplias puertas del palacio estáncustodiadas por dos grandes guardianes,elegidos entre el elenco de guerrerosque habían ido subiendo y no hanencontrado a su valkyrja, aquellos queaún entrenan para ser los mejores,aquellos que se superan a sí mismos

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cuando son simples mortales.—Dejadme pasar —pide la rubia

desde la lejanía, pero no le hacen caso,no abren las puertas.

Da varios pasos adelante paraavanzar con mayor rapidez y cuando seplanta frente a la puerta dice: —Debohablar con los dioses —asegura en vozalta dándole mayor importancia a laúltima palabra, los dioses.

Parece que les da igual, es como sino la escucharan, porque sea pequeña noquiere decir que no tengaresponsabilidad alguna, es másimportante que todos ellos juntos.

—¿Quién eres? —pregunta uno deellos, el más alto y apuesto.

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—Skuld, la Norna más joven.Se miraron entre sí boquiabiertos.—Más os vale abrir la puerta, o haré

que alguien venga a patearos el culo ycreo que tengo a la persona idónea.

Inmediatamente la abren, frente a unagran ventana están los diosesdiscutiendo sobre algún asunto, aunquealgo le dice a la Norna que no es nadaimportante como para prestarle atención.La muchacha no está muy lejos de dondese encuentran, se aclara la vozcarraspeando, para hacer que se dencuenta de que ha entrado y que está ahíesperando a que le den paso.

Parece nerviosa, histérica más bien.Mueve las manos, juguetea con sus

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dedos y algunos de estos acaban en supelo, que con su largura casi le llega porel ombligo.

—¿Qué ocurre, Skuld? —pregunta elDios de todos, Odín, a la vez que sepasa una de sus grandes manos por sularga barba.

—El destino está tejido —aseguraseriamente ella, intentando no parecernerviosa ni asustada, aunque en sus ojosse puede divisar un ápice depreocupación.

No dice nada más, por lo que laDiosa Skogkatt se impacienta, así que, lamira alzando sus rubias cejas. Al igualque Skuld, Freyja, la Diosa Vanir tieneuna larga cabellera dorada como los

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rayos del sol.—No tenemos todo el día, niña —

añade la diosa nerviosa.—Padre, habrá una gran batalla en el

Midgard, los Dökkálfar86 vuelven a lacarga, esta vez estarán liderados porGrimm, el peor de ellos y solo hay unade las nuestras que podrá acabar contodo.

—¿Y qué inconveniente hay? —pregunta Odín con templanza—. ¿Noestá capacitada?

Traga saliva, intentando deshacer elnudo que se ha creado en su garganta,baja la vista al suelo, coge aire y alalzarla se encuentra con la de él.

—Sí, sí lo está, Padre.

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—¿Entonces? —pregunta de malamanera la diosa.

—Es hija de la profecía, del vikingo.No puede bajar.

Los dioses miran a la muchacha,quien ha sentenciado el asunto, el cualse ha vuelto más complicado de lo queen un principio se imaginaban.

—Dime… dime su nombre —lepidió el padre de todos.

—Lyss.

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85 Eikþyrnir – es un ciervo de la mitología nórdica quereside en lo alto del Valhalla.

86 Dökkálfar – Elfo oscuro.

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AÆsir – Son los principales dioses

del panteón nórdico.Afi – Abuelo.Algiz – Runa de protección.Alfather – Padre de todos.Amma – AbuelaArnar – ÁguilaAsgard – Reino de los dioses.

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BBliskirnir – Palacio de Thor Brinja

– Cota de malla.Bróðir – HermanoBrúaveizla – Banquete

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DDísir – Magia de las Völvas y

nornas Døkkhárr – Moreno (cabello)Dökkálfar – Elfo oscuro

Dóttir – Hija.Drakkar – Barco vikingoDrottin – Señor.

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EEarl – Conde.Einmandr – Marzo/AbrilEikþyrnir – Ciervo que reside en lo

alto del Valhalla

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FFaðir - padreFagrhárr – Rubia/a, cabello rubio

Festarmál – Fiesta de boda Fjall –Montaña.

Fljótv – Río.Frelsisol – Fiesta de liberación de

un esclavo Freyja – diosa de lamitología nórdica del amor, la guerra,la belleza y la fertilidad.

Frilaz – Artesano

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GGardr – Casa.Gaupa – LinceGeit – CabraGrábjörn – Oso.

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HHeill – HolaHeimr – Tierra, patria, hogar.Helheim – Reino de la muerte Heri

– Liebre.Hersir – Mano derecha del Jarl.Hestr – CaballoHolmgang – DueloHundr – PerroHús – Casa, salón grande.Húsfreyja – Mujer/EsposaHvítr – Blanco/claroHvat? – ¿Qué?Hvar? – ¿Dónde?Hví? - ¿Por qué?Hvítr - BlancoHúskarl – Guarda del Jarl

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IIllr – Malo/Malvado

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JJarl – LíderJarpr – Castaño (cabello)

Jötunheim – Mundo de los gigantes

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KKirtle – Túnica.Knífr – cuchilloKottr – Gato.Konungr – Rey.Kýr – Vaca.Kynkfygjur – Espíritus de los

familiares fallecidos.

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LLand – Patria/tierraLandvaettir – Espíritus de la tierra.Leysigni – Esclavo liberado

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MMelrakki – Zorro.Móðir – madreMorgingjölf – Regalo de boda

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NNoregr – Noruega

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RRá – Corzo.Ragnarök - Es la batalla del fin del

mundo.Rauðdýri – Ciervo rojoRauðhárr – Pelirroja.Ragr – CobardeRefr – ZorroRygjalfyki – Reino de Rogaland,

Noruega.

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SSkål - Salud!Skáli – Sala/SalónSkjaldmö – Escudera.Skógr – Bosque.Sonr –Hijo.Solmandr – Junio/JulioSól – diosa del sol.Svara – Contestar.

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TThing – Asamblea.Thjófr – Ladrón.Thraell – esclavo

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UÚlfr – Lobo

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VVanir – uno de los dos grupos de

dioses de la mitología nórdica.Valhalla – majestuoso y enorme

salón ubicado en el reino de Asgard.Valaskjálf – Palacio de Odín.Valnkut – Nudo de la muerte.Valkyrjur – deidades femeninas

menores que servían a Odín bajo elmando de Freyja Vangr – Prado,pradera.

Víkingr – VikingoVölva – Sacerdotisa que practicaba

magia seiðr Völundr – Forjador .OtrosÞakka – dar las graciasKom allfader Odin, kom moder min

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Frigg– Ven, padre de todos, Odín, venmadre Frigg.

Du blir løyst frå banda som binddeg, du er løyst frå banda som batt deg– Serás libre de los lazos que te atan,ya eres libre de los lazos que te ataban

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Nornas:–Urd: era una de las tres principalesnornas de la mitología nórdica junto aVerdandi y Skuld. Urðr lleva laconnotación de “destino” en nórdicoantiguo; de hecho, la palabra “destino”en sueco moderno, öde, deriva de ésta.Su etimología es el pretérito del verboverða, “devenir”, es decir, “lo quedevino, lo que ha ocurrido”.–Verdandi: era una de las tres Nornas

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principales de la mitología nórdica juntoa Urd y Skuld. Según las Eddas existentambién muchas otras nornir menoresasociadas a individuos en particular.

–Skuld: era una de las tres Nornasprincipales de la mitología nórdica juntoa Urd y Verdandi. Junto a sus hermanastejía los tapices del destino bajo elfresno Yggdrasil.

Su nombre está asociado en nórdicoantiguo (así como en los idiomasescandinavos modernos) a “deuda, falta,culpa, o responsabilidad”.

Reinos:–Asgard: es el mundo de los Æsir,

gobernado por Odín y su esposa Frigg yrodeado por una muralla incompleta,

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atribuida a un anónimo hrimthurs, amodel caballo semental Svaðilfari, deacuerdo a Gylfaginning. Dentro deAsgard, se encuentra el Valhalla.

–Muspelheim: es el reino del fuegoen la mitología nórdica. Es el hogar delos Gigantes de Fuego, de los cualesSurt era el más poderoso. Muspelheimsignifica mundo del fuego u hogar delfuego, siendo Muspel fuego y Heim,hogar o mundo.

–Midgard: es el mundo de loshombres creado por los dioses Odín ysus hermanos, Vili y Ve tras el combatecon el gigante primigenio Ymir.

–Niflheim: en la mitología nórdica,es el reino de la oscuridad y de las

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tinieblas, envuelto por una nieblaperpetua.

–Valhalla: es un enorme ymajestuoso salón ubicado en la ciudadde Asgard gobernada por Odín.Elegidos por Odín, la mitad de losmuertos en combate viajan al Valhallatras su fallecimiento guiados por lasvalquirias, mientras que la otra mitadvan al Fólkvangr de la diosa Freyja.

Dioses, y seres mitológicos:–Ask y Embla: fueron los dos

primeros seres humanos creados por losdioses, análogos a Adán y Eva.

Odín y sus hermanos, Ve y Vili,crearon los nueve mundos de lacosmología nórdica

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–Audumla: es la vaca primigenia,Tambien conocida como La Gran VacaCósmica. A diferencia de otros nombresescandinavos, el nombre Auðumbla aúnno ha sido descifrado y las fuentesdisponibles tampoco proporcionan datosacerca de su origen.

–Bestla: es la esposa de Bor ymadre de los dioses Odín, Vili y Ve enla mitología nórdica. Bestla aparece enHávamál de la Edda poética, unacompilación del siglo XIII delhistoriador Snorri Sturluson que usófuentes tempranas de escaldosescandinavos.

–Bor: era el hijo de Buri y el padrede Odín, Vili y Ve en la mitología

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nórdica. Él es mencionado en laGylfaginning de la Edda prosaica deSnorri Sturluson.

–Hvergelmir: es una fuente de aguasheladas en Niflheim. Todos los ríoshelados vienen de allí, y es la fuente delos once ríos, Élivágar. Más arriba de lafuente, el dragón Níðhöggr roe una delas raíces del fresno del mundo, elYggdrasil.

–Hoenir: era un dios que formabaparte de los Æsir. Junto con Mimer fuecon los Vanir como parte delintercambio realizado como pacto parafinalizar la guerra entre ambos grupos dedioses. Los Vanir lo convirtieron en unode sus miembros pero él era indeciso y

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relegaba a Mimer todas sus decisiones.–Lodur: es uno de los Æsir. En la

Völuspá es quien se encarga de animarlos cuerpos de los primeros sereshumanos,1 pero aparte de esto casinunca se lo menciona. Los eruditos lohan identificado con Loki, Ve, Vili yFrey pero no se ha llegado a unconsenso.

–Narfi: era el padre de Nótt.También conocido como Narvi o Nari,era un hijo de Loki y Sigyn quien fueasesinado para castigar a Loki por suscrímenes. Los dioses volvieron a suhermano Vali en un lobo que le arrancósu garganta. Sus entrañas fueron usadaspara atar a Loki a una losa de piedra

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durante toda la eternidad; o al menoshasta el Ragnarök.

–Odín: es considerado el diosprincipal de la mitología nórdica yalgunas religiones etenas.

Su papel, al igual que el de muchosdioses nórdicos, es complejo. Es el diosde la sabiduría, la guerra y la muerte.Pero también se le considera, aunque enmenor medida, el dios de la magia, lapoesía, la profecía, la victoria y la caza.

–Sól: es la Diosa del Sol, hija deMundilfari y Glaur, y esposa de Glenr.cada día dirige su carroza a través delos cielos, tirada por dos corcelesllamados Arvak y Alsvid.

–Valkyrjas: son dísir, deidades

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femeninas menores que servían a Odínbajo el mando de Freyja, en la mitologíanórdica. Su propósito era elegir a losmás heroicos de aquellos caídos enbatalla y llevarlos al Valhalla donde seconvertían en einherjer.

–Vé: era uno de los Æsir e hijo deBestla y Bor en la mitología nórdica.Sus hermanos eran Vili y Odín. Eraconocido por darle a la humanidad elpoder de hablar y el de los sentidosexternos. De acuerdo con Loki, enLokasenna, tenía un amorío con laesposa de Odín, Frigg.

–Yggdrasil: es un fresno perenne: elárbol de la vida, o fresno del universo,en la mitología nórdica. Sus raíces y

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ramas mantienen unidos los diferentesmundos: Asgard, Midgard, Helheim,Niflheim, Muspellheim, Svartalfheim,Alfheim, Vanaheim y Jötunheim. De suraíz emana la fuente que llena el pozodel conocimiento, custodiado por Mímir.

–Ymir: también llamado Aurgelmirentre los gigantes, fue el fundador de laraza de los gigantes de la escarcha y unaimportante figura en la cosmologíanórdica. Snorri Sturluson combinóvarias fuentes junto con algunas de suspropias conclusiones para explicar elrol de Ymir en el mito nórdico de lacreación. Las principales fuentesdisponibles son el poema édico Völuspáy los poemas de preguntas y respuestas

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Grímnismál y Vafþrúðnismál.