Misterios del lugar secreto

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Relato corto de ficción.

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MISTERIOS DEL LUGAR SECRETO

Una historia escrita por: Eivert Caridad

No encontraba salida para mi problema. Sí, es verdad, reconozco que yo fui el causante,

que el problema no llegó por casualidad. No tengo excusas, o enfrento el inconveniente o

dejo que las llamas ardientes de las consecuencias del pecado me absorban. ¿Y si no se

dan cuenta?, bueno, total, a mí no me importa lo que diga la gente, todos somos

pecadores y nadie es perfecto en esta vida.

Esa noche

Mi almohada se había convertido en mi peor enemiga. Cada vez que la miraba, ella

inyectaba una dosis de insomnio a mi cerebro. No podía dormir. Mi cama no tenía la culpa

de las miles de veces que me cambiaba de posición. Nada pasaba, no conseguía el sueño.

Trataba de no pensar en lo sucedido días atrás, pero mi conciencia no me dejaba en paz.

Recité religiosa y automáticamente un pasaje muy famoso de la Biblia, y esperé que algo

sobrenatural pasara, pero no fue así. Mi conciencia me dictaba un sermón que se hacía

más fuerte dentro de mí. Escuchaba claramente una voz, pero no lograba identificarla. Eso

sí, no se parecía para nada a aquella voz que yo estaba acostumbrado a escuchar. Esa voz

era fuerte, pero confortante; dura, pero acogedora. La voz que estaba escuchando era

diferente, era sutil, perspicaz. En fin, mis horas de insomnio fueron acompañadas de esa

voz, y como no tenía sueño, decidí escucharla.

A la mañana siguiente

Cuando me levanté, sentí que sólo habían transcurrido pocos minutos. Miré el reloj, eran

las 8 de la mañana. Traté de hacer lo que siempre hacía muy temprano, pero la voz me

dijo que no lo hiciera. Me dijo que no valía la pena, que era demasiado tarde. En realidad,

esa voz me asustaba, pero de forma automática yo obedecía. Cada vez que cuestionaba

sus órdenes algo increíble me pasaba.

A la final, me levanté y decidí continuar con mi vida.

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Una semana después

Mi alarma estaba programada para las siete de la mañana, pero ese día yo me le adelanté.

Ya había pasado más de una semana de lo sucedido, y la voz que escuché esa fatídica

noche ya no era desconocida para mí. Me había adaptado a sus órdenes. Cada consejo que

me susurraba, yo lo hacía inmediatamente cual mayordomo a su amo. Recuerdo que una

vez estaba en la ducha, y el susurro de una voz distante me taladraba en mi cabeza. Abrí

los ojos, y estaba tan emocionado que no me importó que el champú entrara por mis

ojos. Era esa voz, la voz dulce. Pensé ¿Y si Él todavía me ama? De inmediato, la otra voz

sonó desde el fondo de mi corazón y tapó por completo a la otra. Era la primera vez que

me decía algo tan enfático: NO HAY OPORTUNIDAD PARA TI.

El día antes de la fiesta

Llegó el 15 de agosto, uno de los días más importantes para mí. Luego de casi tres meses,

decidí hablar, el problema era que yo no sabía si ella todavía me quería.

Decidí ir, pero no por mi propia voluntad, sino por la voz. Sí, esa voz todavía me

susurraba. Lo que me impresionaba era la capacidad que ella tenía para persuadirme a

cumplir sus órdenes. En fin, llegué y para mi sorpresa, todos mis amigos estaban

presentes. En total eran como 15 personas. La mayoría venía procedente de una pequeña

iglesia Bautista donde yo con frecuencia asistía.

—Hola, dónde te habías metido—Hablaron al unísono.

Por un momento pensé que el cumpleañero era yo, pues todos me trataban como el

agasajado del día. En medio de esa manada, apareció ella.

—Pensé que te habías ido de la ciudad— ¿Por qué no me llamaste?

Esa chica no merecía ni siquiera mirarme a los ojos. De repente, la voz me habló y me dijo

que yo no era digno de estar con ella. Que era imposible sostener una amistad después de

lo que hicimos.

— ¡Cállate! si no soy digno de estar aquí, entonces por qué me dijiste que viniera.

Todos me miraron y yo quedé como el loco de la noche. Traté de no prestar atención a la

voz, pero ella se hacía más fuerte. Me gritaba y me acusaba. Me mostraba como una

película todo lo que hice esa noche. No me podía concentrar, así que decidí irme antes de

que partieran la torta de cumpleaños.

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Antes de irme, algunos de los chicos me invitaron para la iglesia, pero yo inventé algo.

Inventar una excusa era normal para mí. Creo que una buena justificación es suficiente

para salirme del grupo, total, ya no me importaba ella, la religión, mis amigos…No me

importaba Él.

Más tarde en la noche

No aguantaba más. Mi mente se estaba convirtiendo en una trinchera. La voz que había en

mi mente estaba aumentando el volumen de sus palabras. Ya no me hablaba sutilmente,

ahora lo hacía con rudeza, con claridad, con enojo. Anhelaba escuchar la otra voz que

semanas atrás me había visitado en la ducha. Estaba desesperado, no quería sentirme así.

El pecado en mí cada vez se hacía más fuerte, se agrandaba cada segundo. Mi corazón se

estaba endureciendo minuto a minuto. La voz me decía que no había nada que hacer.

Traté de balbucear algunas palabras, pero nada salía, era como si mi alma estuviera

cubierta con cemento. Recuerdo que una vez el ministro de la iglesia habló sobre los

corazones de piedra, eso era precisamente lo que me estaba pasando. Yo quería pedir

perdón, pero el sentimiento de culpa no me dejaba. Comencé a odiarme, deseaba que la

muerte me visitara y me llevara, pero nada pasaba. A veces la voz me decía que no era

necesario esperar que la muerte me sorprendiera. La sutil voz me dijo que yo tenía en mis

manos la llave de mi libertad. Que yo podía adelantarme a la muerte. Desde ese día mi

mente comenzó a concebir la posibilidad de acabar con el problema de una vez.

La mañana del 10 de septiembre

Esa mañana marcaría para siempre mi vida. Me levanté decidido a obedecer lo que la voz

me insinuó la noche anterior. Con el pasar del tiempo, mi alma se fue reduciendo a su

mínima expresión. No tenía ningún interés en seguir viviendo y tenía razones de sobra

para sentirme así. Siempre me preguntaba que no tenía sentido disfrutar la vida, cuando el

remordimiento de conciencia, la culpa y el terror, eran mi pan de cada día. Alcé la voz y

grité:

—Me gusta la vida, pero no de esta forma. — ¡No aguanto más! —Dije.

La voz me dictaba cada palabra, y yo como un robot repetía todo.

Ya estaba decidido, ahora había que buscar la forma de hacerlo.

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Muy tarde en la noche

El insomnio ya era normal para mí. Estaba acostumbrado a pasar la noche en vela. Las

personas a mi alrededor podían notar con claridad mis ojeras. Sin embargo, esa noche fue

diferente. Caí dormido como un bebé en el regazo de su madre, pero hubiese preferido

pasar la noche despierto. Y ésta es la razón:

Esa noche tuve un sueño. Soñé con un hombre vestido de traje negro. Su cara estaba tapada con

una máscara burlona. El hombre me miró y con su delgado dedo índice me señaló. Me hizo señas

y me ordenó que mirara fuera de la habitación. En ese momento pasaron muchos pensamientos

por mi mente, pero a la final, la curiosidad me venció. Decidí hacerle caso al extraño hombre, y

salí inmediatamente de la habitación. Hasta ese momento, el hombre de traje negro no había

soltado ninguna palabra, cuando de repente, una voz putrefacta invadió todo el lugar. El olor era

insoportable. Parecía que la voz venía directamente desde lo más profundo del infierno. El olor a

azufre no me dejaba pensar con claridad, pero con cada palabra mi mente se iba aclarando. Las

palabras que el hombre me decía eran familiares. Parecía como si ya yo las conociera.

— ¿Te acuerdas de mí?— Me dijo el hombre.

— ¿Sabes quién soy? —Yo me mantenía en silencio.

Yo no dejaba de mirar al hombre con asombro. Por un lado, sentía terror y escalofrío, pero por

otro lado creía que había algo familiar en ese hombre. Mi mente trataba de identificar al

individuo que estaba frente a mí, pero no podía.

—No trates de adivinar quién soy yo—Dijo el hombre con voz macabra.

—Escúchame y tendrás la respuesta—Sus palabras eran claras y precisas.

De inmediato cerré los ojos para no ver el rostro del hombre, y para concentrarme únicamente en

sus palabras. Lo que yo estaba escuchando se hacía cada vez más fuerte y nítido. No podía creer

lo que estaba pasando. Ya había reconocido al hombre, no por su rostro, sino por sus palabras.

— ¿Me escuchas? —En ese momento mis sentidos se abrieron. Por fin supe quien era ese

hombre. En realidad no era un hombre, era la voz.

— ¿Tú eres quien me habla?— Le dije con voz fuerte.

—Sí, ¿te acuerdas de mí? Yo soy quien te habla al oído, el que te susurra cada palabra, tu mejor

amigo, la única persona que te ha acompañado durante estos meses.

—Yo he llegado a tu vida para libertarte de tu angustia. Sólo tienes que hacerme caso.

De inmediato, la voz me mostró una mesa llena algunas cosas bien interesantes.

—Mira a la mesa, en ella está tu boleto a la libertad.

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No podía creer lo que estaba viendo. En la mesa había un mecate, un cuchillo, una hojilla, una

pistola calibre 36, un frasco de veneno para ratas y unas pastillas.

— ¿Para qué es eso? —Pregunté curioso.

—Es tu boleto a la libertad—Dijo con voz persuasiva.

—Si quieres terminar con toda tu angustia, uno de estos juguetitos te pueden servir.

Entendí que el hombre que me hablaba me estaba insinuando a que tomara una decisión.

¿Suicidio? —Pregunté.

—Atrévete, elige algo.

Estaba tan asustado, que mis piernas no paraban de temblar, pero estaba tan acostumbrado a

obedecer la voz, que sin pensarlo dos veces decidí elegir.

—Tú puedes elegir si sufres o si termina rápido—Dijo la voz.

Sus palabras penetraban en todo mi ser. Comencé a pensar en todas las opciones que tenía,

pero al fin me decidí por una. Tomé la pistola y de inmediato el hombre me dio una bala.

—Esta bala es tu pasaje a la felicidad. Ya no tendrás más angustia ni dolor.

—Amanecerás con una nueva vida, una nueva oportunidad, donde el dolor y la culpa no tienen

cabida.

Sin pensarlo dos veces, cargué el arma. Levanté mi mirada y dije:

—Si tan sólo me hubieses ayudado.

— ¿Por qué permitiste que hiciera esa aberración?

— ¿Por qué callaste cuando más te necesitaba?

El disparo salió del arma directo a mi cabeza. Todo había terminado, o eso era lo que yo

pensaba.

El olor a azufre era cada vez más fuerte. Me levanté y pensé que todo había acabado. Pero no

era así. La voz y el hombre que me hablaban ya no estaban. En su lugar estaba otro ser. Este ser

no vestía de traje. Ni siquiera era un hombre; era un monstruo, una especie de demonio o algo

parecido a una película de terror. Creo que ni Stephen King hubiera creado un personaje tan

espeluznante y terrible. Su cara cambiaba y mutaba a cada rato. Este ser infundía miedo, terror,

pánico. Me levanté y miré a mi alrededor, todo el lugar estaba en llamas, pero yo no me

quemaba. Había muchas personas llorando y gimiendo por el dolor. De repente, el ser

espeluznante me dijo: bienvenido a mi casa, esta es tu recompensa por escuchar mi voz. Sus

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palabras fueron duras y encendidas. De inmediato el fuego abrazador comenzó a consumirme.

Era agonizante, doloroso, eterno. Grité con todas mis fuerzas: ¡AUXILIO!

A las 4:10 am

Me desperté todo bañado en sudor. Era un sueño, bueno, más que un simple sueño fue

una pesadilla. Me levanté de la cama y grité:

—Por favor Dios, ayúdame, háblame, perdóname.

En realidad, nada pasó

—Dios quiero hacer un trato contigo. Por favor, no permitas que la voz regrese. No

quiero obedecer sus órdenes. Te prometo que trataré de buscarte por el resto de mis

días.

—Perdóname por todo lo malo que hice. Sé que no merezco tu perdón, pero te pido que

me libres de pasar una eternidad sin ti.

Esa oración era la más sincera que había dicho en toda mi vida. Era un nuevo despertar, un

nuevo amanecer. Tenía miedo de seguir durmiendo, pero algo dentro de mí me decía que

no había nada que temer.

Muy temprano en la mañana

El sueño aterrador que la noche anterior tuve, se convirtió en un bálsamo espiritual.

Comencé a llorar y a pedir perdón. Peleaba conmigo mismo. No podía creer que mi

mente y mi corazón fueran invadidos por una voz desconocida. Grité con fuerzas:

—Dios, si quieres no me hables, pero no permitas que la voz regrese a mi vida.

Entendí que la voz que me hablaba en el sueño era de alguien tenebroso. Solo con pensar

en la posibilidad de suicidarme se me erizaban los pelos. Yo había escuchado hablar del

infierno, pero no me imaginé que fuera tan real. La voz era persuasiva, pues se había

apoderado de mi voluntad. Cada una de mis decisiones era influenciada por la tenebrosa

voz. Me levanté de la cama esperando lo peor. Sequé mis lágrimas, y de inmediato

comencé a orar. No podía creer que había dejado de hablar con Dios por casi tres meses.

En realidad, cada mañana lo quería hacer, pero la voz no me dejaba. Eso trajo como

resultados que mi hábito de orar se perdiera. Sin embargo, esa mañana fue diferente,

comencé a hablar con Dios. Pero…

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Pasé la mañana, acostado, buscando su rostro, pero nada pasaba. Cada oración era más

fuerte y más intensa. Traté de leer la Biblia, pero nada pasaba. Yo acostumbraba a

escuchar cada mañana su voz en mi corazón. Me propuse a seguir adelante, eso sí, alerta,

pues no quería que la otra voz regresara a mi vida.

Una semana después

Creo que mi oración fue escuchada. Ya la voz no me hablaba dictándome órdenes ni nada

por el estilo. A veces, podía escuchar un leve susurrar, pero de inmediato traía de

memoria algún versículo de la Biblia. Lo único malo era que después de ese terrible sueño,

pareciera que Dios me hubiese dejado, pues no sentía su presencia en mi vida. Algunas

veces me preguntaba si de verdad Dios me había perdonado. Ya había superado el

problema pero no quería seguir viviendo con la agonía de estar lejos de Su presencia.

Una visita inesperada

El domingo por la mañana tuve una visita inesperada. Era ella. No lo podía creer. Pensé

¿Cómo se atreve a venir sola después de lo que le hice?

—Ha pasado tanto tiempo— Dijo la chica.

—Pues sí. Me alegra verte.

—Solo vine para hacerte una pregunta y para regalarte algo—Dijo la chica.

—Bueno, que quieres decirme—Dije un poco apenado.

— ¿Ya lo superaste?

—Sí, Dios me ha perdonado, pero yo no termino de hacerlo.

—Sé que estuvo mal, pero yo también soy culpable por haberte provocado.

Tenía muchas preguntas en mi mente. Quería escuchar de sus propios labios como hizo

para seguir adelante.

—Quiero preguntarte algo, ¿cómo hiciste para superar el problema?

—Fue difícil, pero traté de no entregarme a una vida de depresión. En verdad, no quería

seguir adelante, pero su voz fue muy fuerte en mí.

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—De eso quiero hablarte. Quiero seguir adelante pero siento que Dios me ha

abandonado. No escucho su voz. No siento su presencia.

Había pasado una hora, y ya la chica se tenía que ir, pues las actividades en la iglesia

comenzaban a las nueve en punto.

—Me tengo que ir. Te dejo este regalo, espero que te guste.

Primera vez que alguien me daba un regalo que no fuera de cumpleaños. Abrí rápido el

paquete. Era un libro.

La nota

Leer era uno de mis pasatiempos preferidos, y ella lo sabía. Decidí abrir el libro, y para mi

asombro, dentro de él había una nota:

“Espero que esta historia te ayude a seguir adelante. Recuerda, no estás solo. Esfuérzate y

sigue batallando”

—Si solo pudiera escucharlo de nuevo. Si solo tuviera una nueva oportunidad.

Seguí adelante y comencé a leer una historia de un libro poco conocido.

Ese día aprendí algo extraordinario. Una historia que cambiaría mi vida. Creo que Dios

estaba listo para hablarme, lo que no sabía era cómo y por cual medio.

La historia dice así:

“Hubo un rey que tenía dos hijos. Cada uno de ellos acudió a recibir su presente de la mesa real.

El primer hijo aparece en la puerta de su padre, y tan pronto es visto, su petición le es concedida.

El padre lo tiene en baja estima y su presencia lo irrita. El rey ordena que los presentes le sean

entregados a su hijo en la puerta para que no se acerque a la mesa de él. Luego, aparece el hijo

amado del rey. Al padre le da gran placer la llegada de su hijo querido. Por esa razón, el monarca

demora la aprobación de su petición, esperando que el hijo se acerque más a él. El hijo se acerca,

siente el amor del padre tan profundamente que no duda en estirar su propia mano hasta la

mesa real”

Después de leer la historia experimenté una paz como nunca antes. Dios me había

hablado y entendí que el deseo más profundo del Padre para nuestras vidas es que

estemos siempre en su habitación para lograr una relación más profunda. Comencé a

tener hambre por Su Palabra, lo cual me llevó a buscar cada uno de los versículos bíblicos

que hablan de protección y seguridad, en pocas palabras, la Biblia se convirtió en mi

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alimento preferido, pues aprendí que Dios nos atrae para que permanezcamos en su

presencia. Él nos invita a permanecer en el lugar secreto y descubrir la clave de una vida

de santidad. Eso era un misterio para mí. No podía entender que para vivir una vida

agradable a Dios era necesario pasar tiempo con Él.

Esa mañana Dios habló a mi corazón:

“Tengo una semana recuperando el tiempo perdido contigo. No te hablé ni te respondí tu oración

porque posiblemente te hubieses ido de una vez, pero tu crisis sirvió para que te acercaras a mí.

No quiero que te pierdas y por eso decidí no hablarte rápidamente. Te das cuenta que has

pasado más de una semana insistiendo en que te hable. Pues, no lo he hecho, y la razón es muy

sencilla: NECESITAS PASAR TIEMPO CONMIGO, pues es lo único que te puede garantizar una

vida en santidad. Quiero que pases tiempo conmigo, y eso es lo que has hecho. Ahora, yo te lleno

de gozo y de mi paz para que sigas adelante. Yo te he perdonado y quiero que me busques todos

los días. Recuerda, tú y yo tenemos una cita diaria. Te amo”

Aprendí algo: “¡Dichoso aquel a quien tú escoges, al que atraes a ti para que viva en

tus atrios!” (Salmo 65:4)

Mi vida no sería la misma. Descubrí el misterio del lugar secreto.

—FIN—