Mis mejores cuentos

43
Mis mejores Cuentos (Recopilación de autor) Daniel Campodónico (Cuentista: DCF)

description

Una veintena de cuentos seleccionados por el propio autor, como los mejores de sus últimos 10 años.

Transcript of Mis mejores cuentos

Page 1: Mis mejores cuentos

Mis mejores Cuentos

(Recopilación de autor)

Daniel Campodónico

(Cuentista: DCF)

Page 2: Mis mejores cuentos

Dedicado:

A los viejos cuentistas, que me enseñaron a caminar entre gigantes

Agradecimientos:

Al fotógrafo, Alex Ramirez de la productora: www.rvfilms.tk

Y a mi lectora correctora: Susana Norma Fantini

Page 3: Mis mejores cuentos

Cuentista: DCF

Escritor, guionista y dramaturgo

Daniel Campodónico

Correo: [email protected]

Éste pequeño pescador artesanal, navegante, lleva d esde el año

ochenta y seis parchando redes y tirando botellitas al mar. He

aquí uno de los puertos que me ha dado resguardo. S i estás

dispuesto a hacerte a la mar, atá tu bote al mío:

Http://literaturateatroaudiovisual.blogspot.com

Juntos, el viaje será más ameno, recuerda que enfre ntaremos

tormentas y monstruos de mar; juntos, será más difí cil

naufragar.

Page 4: Mis mejores cuentos

Carta abierta a los artistas

Leí por ahí que un escritor nace, cuando se sienta a

escribir por primera vez. Pudiendo ocurrir esto a c ualquier

edad, yo debo de ser un cuentista adolescente: Cump lo hoy

quince años con la cuadernola en el bolsillo.

Sí, sé que tengo una memoria extraña y jamás recuer do:

fechas ni direcciones, títulos ni autores. Pero ell a

siempre recuerda lo que vale la pena ser recordado.

Como aquel día en que sentado en mi casa, frente a una hoja

en blanco; comencé a escribir. Tardé un tiempo, per o luego

de mucho esfuerzo levante la vista para entonces ca nsada de

la hoja y noté para mi asombro… que ya no estaba en casa,

estaba en otro lugar. Confieso que esto al principi o me

asustó un poco; ahora… cuando uno de los personajes se me

acercó, puso su mano en mi hombro y me explicó al o ído que

yo todavía estaba escribiendo, me terminé de espant ar y

salí corriendo. Pobres personajes, se habrán creído que

estaba loco.

Desde entonces trato de empatarle a mi necesidad de

expresarme, pero me gana siempre.

Page 5: Mis mejores cuentos

Mientras los músicos van llenando con sonidos el si lencio

absoluto del que parten; dibujantes y escritores pa rtimos

de una hoja en blanco; al tiempo que los actores, d esbordan

todo espacio vacío que ocupan con su cuerpo. Por es o son

los artistas fundamentales, los únicos capaces de c rear a

partir de la nada. Representantes de las cuatro art es

eternas que existen desde siempre, desde hace cinco

millones de años… o más, ¿quién sabe?, desde que no s

empezamos a comunicar, a decirle algo al otro. Desd e

entonces venimos remontado historia, tras historia, tras

otra… hasta el principio de los tiempos, hasta la p rimera

historia. La inspiración, creo yo, se originó en aq uel

instante en el que un homo sapiens, luego de haber logrado

su primer razonamiento, salió corriendo desesperado a

tratar de explicárselo a otro… y para colmo: ¡lo lo gra! Eso

sí fue inspiración, y el resto es historia, nuestra

historia, la que nos venimos contado desde siempre, desde

aquella historia.

A las artes por infinitas les tocó ser juez eterno de la

humanidad.

Page 6: Mis mejores cuentos

Porque los cuentistas nos pasamos los cuentos de ma no en

mano, y en cada ser humano hay un artista, y en cua lquier

lugar del universo donde un hombre se encuentre, es tarán

las cuatro artes con él. Por eso sepan todos los ti ranos,

monstruos pisoteadores de gente, sepan que su conde na es

eterna. Porque suyas serán las armas, el dinero y e l poder;

pero sepan que la memoria, el sentimiento, y la ima ginación

son nuestras.

Por eso los artistas no están entre la gente, son l os

sueños de esa gente. Y el bufón, siempre será el ún ico que

pueda burlarse en la cara del Rey; y la gente lo ap laude

por ello. Esas son las artes, ese es su poder, como el Dios

más eterno y omnipresente que jamás hayamos conocid o.

Por eso, yo admito que algunos cuentos… son más mío s que

otros. Porque en algunos sé, de donde traje sus sem illas;

otros se pierden en el tiempo y no sé de donde vien en… pero

vienen, y son los más lindos. O como les digo yo: l os

colados en el tren de la memoria. Vienen corriendo detrás

del último vagón y son muchos; por suerte siempre h ay

cuatro o cinco que saltan, se cuelgan… y allí van, yo no sé

de donde vienen pero llegaron. Están acá.

Page 7: Mis mejores cuentos

De allí que a mis quince años, quiera dedicar esta carta a

todos mis lectores correctores y decirles:

Sepan que son un puñado, de entre todos los lectore s; gente

muy querida. La gente que siempre todo escritor a l o largo

del camino va encontrando, y se eligen solos, natur almente,

cada quien a su manera y sin darse cuenta; como a l os

amigos. Algunos nos acompañan un trayecto, otros ha sta el

final. No siempre expertos, ni tan solo un poco ent endidos,

y a veces, ni siquiera escritores.

Lectores, eso sí; con la mirada distinta, la observ ación

precisa, la palabra necesaria; pero sobre todo, con el

atrevimiento de decirle a autor lo que le tienen qu e decir.

Como a los amigos, alcanza con los dedos de una man o…

Felices quince años para todos, y gracias, por darm e la

alegría de poderlos compartir.

Page 8: Mis mejores cuentos

Mis yoes

Lo estoy esperando agazapado tras este muro, porque sé que

va a pasar por acá. Lo sé porque lo estuve siguiend o y allí

viene: Viste como yo, camina como yo, habla como yo ; pero

no soy yo. Aunque nadie nos distinga, ése no soy yo y

apenas pasa junto al muro me pongo de pie y lo enca ro. Él

no puede creer lo que ve, intenta decir algo pero n o le doy

tiempo, de inmediato clavo la afilada hoja en su cu ello y

corro asustado, ya que por un momento, creí sentir esa

puñalada en mi propio cuello y mientras corro, lo e speso de

la sangre baja por mi garganta; toso; y solo para

cerciorarme toco mi yugular: estoy sano. Tiro el cu chillo

en un basural y sigo a pie hasta llegar a casa.

Allí entro en silencio, no quiero molestarla. Voy h asta su

cuarto y la veo sentada en su silla, mirando nada; de

espaldas a mí.

—¡Papi papi… volviste!

(Si yo no hablé… ¿cómo supo que era yo?, habrá sido por mi

olor… el sonido de mis pasos; ¿tanto así me conoce? ), y

corrió a abrazarme:

—¿Me trajiste los dulces que me prometiste?

Page 9: Mis mejores cuentos

—No… disculpame, en el apuro se me olvidó —le dije

mientras pensaba: (ese desgraciado le prometió dulc es, ¿qué

más le habrá prometido?), espero que no haya sido c omo el

otro, aquel otro, el primero que he matado de una l arga

lista. Aquel la lastimaba, era el peor de todos y p or eso,

lo arrastré con rabia hasta el bote y lo arrojé all á… en

medio de aquel lago profundo; con mucho peso y aún vivo,

para que sufra.

Sí, el primero fue por venganza y el resto, sólo po r

perfeccionamiento.

Recuerdo el sabor del agua salada entrando por mis narices,

recuerdo la desesperación y todo a mi alrededor se puso

negro; casi muero en el bote aquel día, pero yo sob reviví,

y él no. Al llegar a casa, mojado aún, la encontré como era

habitual: escuchando la radio y al correr hacia mí,

pobrecita, pechó un mueble que aquel mal hombre hab ía

dejado en el camino, yo corrí hacia ella y la tomé en

brazos, la alcé, la puse contra mi pecho y viendo l o blanco

de sus ojos le dije:

—Otra vez olvidé traerte los dulces, pero ya voy a

buscarlos, vuelvo en seguida

Y salgo tan rápido de casa, tan apurado voy, que no me doy

Page 10: Mis mejores cuentos

cuenta de que alguien me está siguiendo; pero sí no to el

plomo entrando por mis espaldas, y al escuchar el s egundo

disparo, caigo de rodillas y logro girar para ver a mi

asesino corriendo, dando grandes zancadas casi sin mover

los brazos… tal y como lo hago yo. Tal vez sea mejo r así,

pensé. Tal vez él recuerde llevarle dulces, a mí po bre niña

ciega.

Page 11: Mis mejores cuentos

Buceo literario

Estábamos todos en silencio. Yo, miraba la copa de

grapamiel… y me recordaba el frío que hacía afuera; vos,

tenías la vista perdida en mis ojos, dulces de lico r , y

sentados en una mesa tres niños pequeños devoraban

muzarellas, haciendo uso de sus manos, enchastrándo se el

pantalón, limpiándose la boca con sus mangas y chup ándose

los dedos, mientras sus padres discutían afuera.

En ese momento entró ella al bar.

Traía consigo una cartuchera de lata, con muchos lá pices de

colores y varios papelitos sueltos; pasó con toda s u

adolescencia junto a nosotros.

Yo levanté la vista, vos te prendiste un cigarro; m e llamó

la atención esa flor roja que le prendía en el pelo a la

altura de la sien y la seguí con la mirada. Vi cuan do se

sentó en una mesa, aislada, abrió su latita, y come nzaron a

surgir palabras. Yo apuré el trago, vos fumabas, y los

niños seguían a sus anchas cuando le hice la seña a l mozo

pa´ que me traiga otra grapa:

—¿Por qué camina usted así? —le preguntaste.

—Para no pisarlas —respondió el mozo encogiéndose d e

hombros y recién ahí notamos, que había palabras re gadas

Page 12: Mis mejores cuentos

por todo el suelo, hasta la altura del tobillo.

Observé a los padres que seguían discutiendo afuera ,

mientras los niños chapoteaban en un mar de letras. Vos

apagaste el cigarro, yo me agaché para tocar el agu a, y

allí viste por encima de mi hombro como emanaban l as

palabras, se escurrían por la mesa de la muchacha y ya las

teníamos por la cintura cuando me terminé la grapa. Los

padres, entraron con las palabras por el pecho, las iban

apartando con sus manos y braceando al avanzar lleg aron

donde los niños; pasó una muzarella flotando; jugab an una

guerrilla de agua locos de la vida. Pero a vos te m olestó,

porque ya no podías fumar. Claro, es que a esa altu ra los

dos flotábamos. Si yo, para terminarme la grapa, tu ve que

bucear. El trago se me había quedado abajo y logré sacarlo

a flote mientras que el mozo, arrodillado sobre la más alta

estantería, de cara contra el techo se niega a trae rme la

cuenta, insiste en que no las quiere pisar… y ella cierra

su latita, todos caemos, dejamos de flotar, la poet isa se

retira, se despalabró el bar.

Page 13: Mis mejores cuentos

Correo Nacional

Se encuentra de espaldas, sentado a la mesa con un

espejo colgado en la pared; sus manos con guantes

escriben una carta:

Claudia:

Esta será la última carta que recibas de mi parte; si

fue tu decisión dejarme, no insistiré. Sólo quiero que

sepas que yo aún te amo, y lo que siento por ti es

inmortal.

Sé que no comparto tus gustos, cambiarme por tu am iga,

la fetichista; es algo que jamás entenderé. Sus jug uetes

no se comparan a lo que yo te puedo dar.

Quiero que sepas que te extraño, y que te recuerdo

siempre. Puedo verte de pie frente a mí, riendo, pu edo

tocarte, escuchar tu voz; porque cada vez que cierr o lo

ojos, mi amor me permite tenerte de vuelta.

Levanta la vista y su novia está parada frente a la mesa.

—¿Acaso esto es real?

—No, no lo es; tu amor me trajo de vuelta

—¿Por qué me abandonaste?

—Yo no te abandoné, vos falleciste; y llevás muerto ya seis

meses solo que tu conciencia, aún no lo sabe. Mirat e al

espejo.

Gira y se ve putrefacto en el espejo, se asusta, y cuando

vuelve la vista al frente la chica ya no está. Enso bra la

carta aún de guantes, escribe la fecha, la direcció n, y

dibuja un corazón flechado al final; entonces se qu ita los

Page 14: Mis mejores cuentos

guantes y observa sus manos comidas por los gusanos .

Al día siguiente, el cartero arroja un sobre por de bajo de

alguna puerta, una chica algo machona lo levanta y al

voltearlo, tiene aquel corazón flechado dibujado; m ira la

fecha y grita:

—¡Claudia…! —molesta— ¡otra carta vieja de tu novie cito

muerto!

Page 15: Mis mejores cuentos

La crecida

Una araña, una araña de considerable tamaño cruza

velozmente por encima de la mesada de la cocina cua ndo

Elena (Estará en el bar… seguro que está bebiendo con sus

amigotes en el bar) —Paf—, la mata de un golpe con el

palote de amasar; lo limpia debajo de la canilla y continúa

haciendo las tortafritas.

El perro comienza a ladrar afuera… y no para; mient ras la

pequeña Andrea, acostada en la cama junto al ventan al de su

cuarto, intentaba dormir la siesta: (Papi no me las tima,

papi me quiere…), cuando una langosta voladora se e strella

contra el vidrio y queda rebotando, una y otra y ot ra vez

contra el cristal hasta que Andreita se levanta (…c uando me

toca, así me toca… acá me toca; papi no me lastima, papi me

quiere).

—Hip— sirva otra —hip— copa cantinero y brindemos, porque

paró de llover.

—Dicen que en el norte llovió mucho más que acá, y que se

viene la crecida por el río

–Y a quien le impor… hip ta, si el agua viene y va, siempre

es lo mismo… hip; cantinero, hip, sirva la penúltim a que me

vuelvo pa las casas

En su hogar, Elena termina de fritar la última tort a cuando

Page 16: Mis mejores cuentos

ve, como por debajo de la puerta se mete a la casa un

extraño ciempiés y el perro que no para de ladrar y en eso,

también entra la niña a la cocina:

—Mami mami, ¿papi dónde está?, —y ese perro por fav or que

no para entonces Elena, abre la puerta de la cocina que da

al fondo para ver a una serpiente pasar a toda velo cidad

por enfrente suyo y más allá… el agua, revuelta y m arrón,

cargando con plantas y animales muertos se aproxima en

silencio y el perro que no deja de ladrarle al agua , y a

cuanto bicho le pasa por enfrente huyendo de esta.

Elena lo desata y entra presurosa a la casa donde

frenética, comienza a meter toda la ropa adentro de una

maleta ante la atónita mirada de Andreíta que recos tada en

el marco de la puerta acaricia al perro casi de su altura,

lo abraza ahora. En ese momento entra Francisco, qu e sin

mediar palabra y ni enterado, de la venida del agua ; va

directo al dormitorio dejándose caer sobre la cama donde

quedó inmóvil. Elena comienza a sacudirlo y éste ba lbucea,

balbucea cosas sin sentido en un estado de semi-

inconsciencia del que no parece despertar pese a lo s

esfuerzos de esta madre que toma a su hija en brazo s,

maleta en la otra mano sale por la puerta de enfren te. Ya

con el agua por los tobillos gana la calle y se enc amina

hacia arriba, hacia el centro del pueblo mientras q ue su

Page 17: Mis mejores cuentos

esposo… —¿y papi, papi no viene?– sigue inconscient e en la

cama y el agua…

Page 18: Mis mejores cuentos

El hombre infinito

—Es increíble la ventaja que le lleva a los demás

competidores y se aproxima al último tramo donde

acelera aún más y cruza la meta… La carrera de los

cien metros llanos, olimpíadas 2085 ha terminado y

como se esperaba: el japonés Sakamura, ha impuesto un

nuevo record bajando la marca, al increíble tiempo de

dos segundos cuatro décimas, sí, escucharon bien, d os

segundos cuatro décimas para correr cien metros. Me

pregunto si tendrá sentido seguir compitiendo ahora …

Jota Jota

—Yo no sé si habrá otra olimpíada después de esta,

pero que este año nos vamos a llevar varias sorpres as…

no tengo dudas, Romano

—¿Cuáles sorpresas?, si es un hecho que los japones es,

americanos y demás, van a ganar en todas las

competencias, la sorpresa sería si algún atleta

normal, del tercer mundo, lograse al menos clasific ar…

El viejo apagó el televisor, apretando un botón en el

control remoto; aquello era una reliquia que conser vaba

desde su juventud. Se levantó con dificultad de la

poltrona, que le quedaba muy baja para sus piernas

cansadas, entumecidas, atravesó el salón arrastránd olas

pasito a pasito y se paró, al pie de una larga esca lera a

Page 19: Mis mejores cuentos

observar: los muchos peldaños que subían hasta su

dormitorio. Respiró hondo, y subió despacio, esas

escaleras, ya le costaba, poder respirar, jadeaba a cada,

paso que daba; y se paró: (nunca había… estado tan…

agitado), pensó y se desvaneció rodando escaleras a bajo.

Pip…, pip…, despertó en un cuarto blanco, pip…, pip …, era

el único sonido que escuchaba; con la vista algo nu blada

observó a su alrededor y creyó hallarse en el quiró fano, de

un muy costoso y moderno hospital, por el cual él, nunca

había pagado. Sacó su mano derecha de entre las sáb anas y

la artritis, que se la había dejado deforme y casi inmóvil,

ya no estaba. Apretó su puño con tanta fuerza como cuando

tenía veinte años… o quizás más. Supo entonces lo q ue había

ocurrido y cerró sus ojos: “Señor, sé que no te he hablado

en mucho tiempo; espero que me escuches ahora…” y su

oración se vio interrumpida por la repentina aparic ión de

una enfermera, cuyos labios parecían frutillas de e nero:

—Padre Antonio, hay un agente de la Federación

espacial que desea hablar con usted; le diré que pa se…

Y ni bien terminó de decir esto, el padre Antonio q uedó

solo en la habitación.

Aún desde la camilla, comenzó a observar a su alred edor con

mayor detenimiento; no hacía falta ser doctor para saber

Page 20: Mis mejores cuentos

que los equipos que allí se encontraban eran de últ ima

generación, de hecho… (Creo que ni siquiera hay de estos en

la Tierra y… quién habrá pagado…)

—Padre Antonio

—¡Mierda! casi me matas de un susto

-Soy el Agente de la Federación…

—…de las naciones espaciales, ya lo sé

—Habrá notado entonces su mejoría física

—Sí… parece que estiraron a este viejo un poco más

—Técnicamente, usted ya estaba muerto cuando lo

encontramos; un infarto y dos huesos rotos,

¿recuerda?

—Las escaleras… si

—Pues aquí no hay escaleras, ni siquiera tendrá que

caminar aunque podrá hacerlo si lo desea

—Acércate un poco más… para poder tocarte

—¿Tocarme…?

—Sí, para saber si eres de verdad

—Soy real Padre Antonio, todo esto es muy real –y s e

lo dijo invitándole con sus manos a mirar alrededor

Page 21: Mis mejores cuentos

—Pues allá abajo se dicen muchas cosas de esta ciud ad

espacial, porque aquí es donde estamos ahora… ¿verd ad?

—En el hospital de la ciudad para ser precisos… sí

—¿Y quién pagó por esto, la iglesia… no lo creo?

—No se preocupe Padre, usted fue seleccionado

—¿Seleccionado para qué?

—Verá… la terraformación de Marte esta en su etapa

final; ya hay científicos y personal militar vivien do

allí desde hace más de diez años, y pronto llevarem os

a los primeros colonos, familias enteras que

precisarán de su guía espiritual

—Hijo… en este mundo hay miles de sacerdotes, y si

hubieras hecho bien tus deberes, sabrías que

últimamente he tenido algunas discusiones con la

iglesia

—Sí, nosotros también, y por eso decidimos operarlo a

usted precisamente; pensamos que tal vez… si viera el

lado bueno de todo esto, podría abandonar su vieja

iglesia y venirse con nosotros

—O sea que no fue la iglesia la que pagó

Page 22: Mis mejores cuentos

—No, la iglesia no está nada conforme con que sea

usted el nuevo sacerdote de Marte, perdón, dije

sacerdote, quise decir Obispo

—Ya veo que si me sigo negando, me van a ofrecer el

Papado a punta de revólver

—Tiene usted un gran sentido del humor Padre

—Pues dígale a quien sea que haya pagado, que lo

siento mucho, pero que se equivocó de hombre; les

devuelvo la operación y déjenme en donde me

encontraron

—Padre… le recuerdo que lo encontramos muerto

—Si así lo quiso el señor, que así sea

—Le diré lo que haremos, si no quiere venir con

nosotros lo devolveremos a la superficie, y en cuan to

a la operación, ya está paga, tómela como un obsequ io

—Desconfío de estos regalos

—Vístase Padre, lo acompañaré al ascensor que lo

llevará de regreso a la Tierra

Ambos caminaron en silencio por el corredor estrech o; las

luces del piso se iban encendiendo mientras avanzab an, las

paredes cubiertas de tuberías y el techo muy cerca de sus

cabezas daban una sensación de claustrofobia; más a delante

Page 23: Mis mejores cuentos

estaba oscuro y detrás, oscuro también. Al llegar a l lugar,

la puerta del transporte se abrió automáticamente.

—¿Esta cosa nos va a llevar a la Tierra?

—Esta belleza, sube y baja por un cable de acero

trenzado; hay cinco de ellos que nos anclan a la

superficie terrestre, funciona como los viejos

ascensores… sólo que éste lo hace un poco más rápid o;

por cierto Padre, siempre tuve curiosidad, aquí arr iba

también se dicen muchas cosas de lo que ocurre allá en

la Tierra y…

—Qué… ¿nunca estuviste allí?

—No, pero tendré oportunidad de hacerlo, cuando vay a a

visitarlo dentro de un mes, para saber si ha cambia do

de opinión

El Padre ingresó callado al transporte

—Ahórrate el viaje –le dijo ya estando adentro

—Nos veremos en treinta días –se apresuró a respond er

el agente mientras se cerraban las puertas

Efectivamente, el ascensor espacial lo trajo en men os

de cinco minutos de regreso a la superficie terrest re,

y apenas se bajó, este ascendió nuevamente a toda

velocidad; aunque para su desgracia: (Tenía que ser en

el medio del maldito desierto en donde engancharon el

Page 24: Mis mejores cuentos

cable, y ahora cómo diablos voy a volver a casa),

maldecía el Padre Antonio mientras caminaba, al

principio, lento, pero no tardó en notar la agilida d

que tenían ahora sus piernas, pronto aceleró el pa so

y comenzó a trotar y al cabo de unos minutos, ya

estaba corriendo a toda velocidad y corrió y corrió y

siguió corriendo hasta atravesar todo el maldito

desierto.

Luego de una larga carrera, llegó a su casa y entró ,

apenas cansado.

Fue directo a su biblioteca, un antiguo mueble de

madera medio apolillado y repleto de libros, pero n o

tomó ninguno de los que estaban a la vista; abrió u n

cajón, y sacó de allí un grueso ejemplar que hacía

mucho tiempo no leía, acarició su tapa con cariño, lo

extrañaba; ese ejemplar lo había acompañado durante

toda su vida. Lo abrió de golpe en una página al az ar

y leyó la primera frase donde posaron sus ojos :

y los pobres heredarán la tierra

-¡Paf!-, cerró la Biblia de un golpe al escuchar qu e

alguien, abría la puerta de calle sin haber golpead o.

La primera que entró fue una niña pequeña, con tan

sólo tres años de edad no sabía pronunciar

correctamente algunas palabras:

Page 25: Mis mejores cuentos

-Papaito… papito –y corrió directo hacia él para

aferrarse a su pierna izquierda y abrazarla,

fuertemente.

Detrás, más calmada, entró la joven madre que dejó la

puerta entreabierta.

Page 26: Mis mejores cuentos

El bufón del tiempoEl bufón del tiempoEl bufón del tiempoEl bufón del tiempo

“Por que no hay nada más malo

que un payaso malo”

Un viejo amigo

El enorme charco rojo y espeso, oscurecía coaguland o sobre

la baldosa fría, bordó ahora y pestilente. Las part es del

cuerpo mutilado, habían sido esparcidas por toda la

habitación; moscas; más allá vieron sus tripas en m ontañas

y junto a ellas: las pisadas del asesino inhumano, por lo

que había hecho… y por su talla. ¿Quién puede calza r

tanto?, es casi el doble de un pie normal, ¿y quién , ¡por

Dios!, pudo haber cometido una aberración así? Regi straron

todo el lugar en busca de otras pistas, huellas dig itales…

no hallaron ninguna.

Entró extasiado, feliz y sorprendido miraba, con su nuca

casi tocándole la espalda las luces tenues y multic olores;

con su brazo extendido hacia arriba, tomaba la gran mano de

su abuelo, y esto le distorsionaba el abanico de so nidos

provenientes de todas direcciones el rugir de fiera s,

bullicio de gente, bombo platillo y redoblante le v ibraban

en el codo a la altura de su pequeño oído derecho. Risas y

malabares, dulces y caballos desfilaron ante sus pu pilas

dilatadas que intentaban absorberlo todo. Se encont raba

fascinado con toda aquella novedad de exquisitos ro jos y

algodón de azúcar, hasta que el redoblante se hizo sentir;

Page 27: Mis mejores cuentos

se apagaron todas las luces; sólo un foco apunta ah ora,

directo al telón caído, que lentamente, comienza a abrirse

en dos; cesó el redoblante. Salió un payaso y el ni ño clavó

sus ojos en él, quedó helado y sin respirar. Mientr as todos

reían, él se encontró de pronto apretando fuertemen te la

gran mano de su abuelo y con la otra, dejó caer el frágil

palito de madera de su algodón de azúcar, y echó a llorar.

Media hora duró el suplicio del niño: a las once en punto,

terminó la función.

-Tranquilo Rudy… calma

En brazos de su abuelo, ya no lloraba.

Calmado llego el chico a casa y subió a su dormitor io; era

tarde, ya casi las doce, y el payaso en su camerino , se

quitaba la nariz, la peluca, y frente al espejo veí a como

su rostro se transformaba: (una buena función), pen saba…

(pero alguien no quedó conforme). Sentía una voz al go

distinta en su interior, más grave y profunda, (no todos te

quieren no… no todos); se despintaba la gran sonris a de su

rostro y el espejo, le devolvía una cara extraña… f eroz:

(¡cuídate!, alguien muy cercano a tí… te odia), seg uía

pensando… (y de ti se quiere vengar. Tú lo conoces, no lo

dejes, actúa ya). Y se dispuso a salir del remolque

arrojando su camisa multicolor sobre la cama y quit ándose

el ancho pantalón, tan ancho, que se lo sacó con lo s

zapatos puestos y salió, apurado caminó a campo tra viesa

Page 28: Mis mejores cuentos

hasta el remolque de su mejor amigo: el domador de fieras,

y de golpe abrió la puerta cuando el niño, en su cu arto,

observó el reloj de su mesita de cama: las doce y c inco y

apagó la luz. Pero un haz brillante se colaba por su

ventana, y cual foco, apuntaba directo a la puerta e doble

hoja del ropero; en su mente comenzó a sonar el red oblante…

y sintió miedo.

Doce treinta. El bufón trastornado sale del traille r de su

mejor amigo; vuelve a su casa rodante; termina de

desvestirse en su cama y duerme. El niño no puede d ormir.

Su abuelo, dado lo ocurrido la noche anterior en el circo,

comentó delante de los padres sobre el miedo irraci onal del

chico a los payasos; éstos no le dieron demasiada

importancia ya que nunca se enteraron, que el domad or de

fieras había amanecido: “brutalmente asesinado”, se gún

decía el periódico de hoy. “Son cosas de chicos”. P ero el

abuelo, dispuesto a terminar con lo que él creía un a

cobardía, compró dos entradas para la función del d ía del

día siguiente.

Al payaso ni bien despertó le dieron la trágica not icia; se

mostró sorprendido pero más que nada: asustado. Otr a muerte

de alguien cercano a él. Afligido fue a hablar con el

director:

Page 29: Mis mejores cuentos

-Estoy muy deprimido, le voy a pedir suspender por

duelo la función de hoy

-Imposible, tenemos todas las localidades ya vendi das

-Pero yo estoy destrozado, no sé si podré hacer mi

actuación

-Usted es un profesional… hará su acto con los ojo s

cerrados

Con esas palabras en sus oídos, abandonó abatido el

despacho del director y por primera vez en mucho ti empo,

concurrió al bar.

Al final, el director tuvo razón; el payaso incluso

borracho, ejecutó esa noche su acto a la perfección ; el

público fue incapaz de adivinar el dolor que oculta ba bajo

su sonrisa. La función terminó como siempre, a las once en

punto, cuando el payaso se retiró a su camerino y s entado

frente al espejo, comenzó a cambiar: se quitó la na riz… y

la peluca; mientras que el niño, en su casa, tapado hasta

los ojos, miraba la puerta de doble hoja del ropero y hasta

le parecía que… lentamente, se estaba comenzando a abrir. A

las doce en punto, el payaso mostró ante el espejo su

rostro más feroz y desquiciado; así salió corriendo a matar

a la persona más cercana a él; luego volvió a su ca merino,

y se durmió.

Page 30: Mis mejores cuentos

Al día siguiente abuelo despertó temprano, tomó las dos

entradas y fue a darle la noticia a su nieto, de qu e esta

noche, irían al circo nuevamente. El chico se negó durante

todo el día a querer asistir pero la tenacidad de s u abuelo

se impuso. Nadie en la casa sabía lo ocurrido en el circo;

pero lo que sí todos sabían, era que hoy, tendrían que

atrasar los relojes pues comienza el verano y con é l, el

cambio de horario: a las doce, serán las once nueva mente.

En el circo esa noche, el payaso ofreció su más div ertida

función, pero el chico no lo podía resistir, y aunq ue en un

intento por mostrarse valiente, no lloró, apretaba

fuertemente la rodilla de su abuelo ocultando su ro stro

tras el muslo, no quería verlo más. La función term inó y

dos inspectores de la policía, acudieron a hablar c on el

director del circo, mientras el público se retiraba y el

payaso, once treinta, comenzó a cambiarse frente al espejo.

A las doce en punto la transformación fue total:

-Te odia, te odia, véngate de él

Y se hicieron las once, nuevamente

-¿De quién, de que hablás, quién sos?

-Mátalo, mátalo

-Soltá ese cuchillo, soltalo…

Page 31: Mis mejores cuentos

Cuando los inspectores entraron a su remolque y vie ron: el

enorme charco de sangre, las pisadas de zapatos gig antes y

las tripas entre el mosquerío… concluyeron.

Page 32: Mis mejores cuentos

Política deportiva

Recupera la pelota en su campo y sale a toda veloci dad,

elude a uno a dos y sigue cruza la mitad de la canc ha le

sale un marcador ¡opa que cañito…! se aproxima al á rea le

sale el golero y ¡Gooool! Corre el niño festejando, con los

brazos abiertos, la frente en alto y los ojos cerra dos; y

por un momento olvida que está solo, conmigo y un

monumento, en esta plaza de Kiev, como único espect ador. De

reojo miré al juez de línea que tiene la bandera ba ja, tomo

aire y ¡priiiiiip!, sueno mi silbato señalando el m edio

campo, validando el gol. Mientras corre el jugador

festejando, con los brazos abiertos la frente en al to y los

ojos cerrados, yo saco mi libreta y apunto: Dinamo de Kiev

1, Selección Alemana 0. Y doy la orden de reanudar el

partido.

—¡Te lo juro Dimitri, yo grité aquel gol como nadie en ese

estadio! Imagináte, era la Segunda Guerra Mundial y los

nazis, habían tomado esta ciudad; quince días despu és

organizaron el clásico partido: Selección Alemana c ontra el

campeón local, mi cuadrito. ¡Y los alemanes tenían que

ganar!, aquello de la raza superior y que sé yo, ad emás ni

te digo de qué calabozo sacaron a varios de los jug adores.

Con ese uno a cero les metimos el dedo en culo, y n o veas

que malos se pusieron hubo que aguantar la andanada :

pelotas en el palo, el defensa en la línea el goler o al

Page 33: Mis mejores cuentos

corner; pero al final, terminó el primer tiempo y m i dinamo

ganaba uno a cero.

(¿Cómo se lo digo a mis colegas?) pensé mientras abría la

puerta del vestuario de jueces, con las palabras bi en

frescas de aquel capitán al frente de la ocupación:

¡Colabore con el régimen… o los fusilamos a todos! No

comenté nada con los líneas, no pude, y así doy ini cio al

segundo tiempo, sospechando que a los jugadores del Dínamo,

los habrían amenazado igual que a mí.

—Podes creer Dimitri, que el desgraciado del juez, ni bien

comenzó el segundo tiempo, inventa un penal que no existió;

pasó hace treinta años o más, pero lo recuerdo clar ito,

todo el estadio abucheaba y el alemán… la clavó con tra el

palo. Fue el uno a uno por regalo del juez.

Comienza a nevar; pero el niño no parece notarlo y sigue

jugando, solo, con su pelota en la plaza. La toma c on ambas

manos y la apoya en el suelo, cinco pasos de carrer a y

remata una suerte de tiro libre. Como el arco está en su

imaginación no se si lo metió o lo erró, pero lo ci erto es

que a pesar del frío, tajeante, se saca la camiseta y la

revolea festejando un gol.

(¡Maldición!, me traiciona la costumbre y pito una falta al

borde del área en favor del Dinamo; igual si lo met e se lo

hago patear de vuelta), pensé, mientras observo al jugador

colocar con ambas manos la pelota en el suelo, toma r 5

pasos de carrera y rematar el tiro libre. La cuelga de un

Page 34: Mis mejores cuentos

ángulo. —¡Priiiiiiip! —hice sonar mi silbato. Todo el

Dinamo me reclama, el estadio me insulta.

—Y el vendido del juez nos anuló ese golazo; si no lo

mataban los Nazis, lo íbamos a matar nosotros y par a colmo

de males, comenzó a nevar; ¡pero mirá Dimitri!, aqu el

jugador volvió a tomar la pelota con ambas manos y la

colocó de nuevo, en el mismo lugar. La barrera se u bicó a

la misma distancia, tomó sus cinco pasos de carrera y

volvió a rematar el exacto y mismo tiro libre. Ese jugador,

podía meterlo veinte veces más de ser necesario, y el juez

no tuvo más remedio que cobrarlo.

—¡Priiiiiip! —soné mi silbato validando, ahora si, el tanto

y a pesar del frío, tajeante, el jugador se quita l a

camiseta y la revolea festejando el gol. En un inte nto por

calmar a los alemanes le muestro la tarjeta roja po r

festejo indebido. Saco mi libreta y anoto: Dínamo d e Kiev 2

/ Selección alemana 1; expulsado el nº 7 del Dinamo .

—Y el juez nos dejó con uno menos, pero no importó; ese

partido se jugó a muerte y mi cuadrito ganó dos a u no, y ni

bien terminó, los nazis pararon a los jugadores del Dínamo

en el centro de la cancha; y con todo el estadio mi rando,

menos yo que me tape los ojos, los fusilaron con la s

camisetas puestas.

No aguanto más el frío y no me explico como este ni ño,

puede seguir jugando, solo; frente a un monumento d e once

tipos, y una placa debajo que no sé qué dice en rus o.

Page 35: Mis mejores cuentos

De narradores, personajes y escritores

Era temprano, y el sol todavía no se dejaba ver; au nque

alcanzó con su resplandor para darle en el ojo a Es teban, y

despertarlo. (¿Por qué no escuché al gallo?) pensó

levantándose apurado y así, sin desayunar ni nada, descalzo

pisando la helada fue donde el gallinero y lo vio, y de que

manera, trepado encima de la gallina. Ahí no más lo patea y

saltan algunas plumas, el gallo rebota contra la ma lla

cuadriculada y cae seco al piso. La gallina conmoci onada lo

mira perpleja, él, se acerca al gallo, lo toca con la punta

del pie y nada, el gallo ni se mueve. Recién ahí se da

cuenta, de que lo había matado:

-¿Pero qué decís…?

-¿Qué hacés pelotudo?

-Es que no fue así como pasó, lo estas contando mal

-¡Acá el narrador soy yo y lo cuento como quiero!

-Pero no me jodas a mi, hacelo bien

-Así que el tipo tiene complejo de narrador…: queré s

que me calle y lo contás vos ¡eh!, lo contás vos

-Bueno… pero no te pongas así

-Entonces callate y volvé a tu lugar

Estos dos son unos principiantes –Juzgué-

Al principio, quedó apenado por la muerte del gallo ; miró a

la gallina, la había dejado viuda; volvió la vista al gallo

y… ¡Qué diablos!, al menos tengo la cena y mañana m e compro

Page 36: Mis mejores cuentos

un despertador.

-¡Ah no! yo no soy así

-¿Otra vez?

-Que me estás dejando como el culo

-Hay Dio…

-Pero si acá Dios sos vos, que haces lo que querés

-Momentito, que yo también sigo las reglas… y soy m ás

profesional que vos

-¿Pero qué vas a ser…?

-¡Basta!, se callan los dos y me terminan el cuento ,

que para eso los creé -Me impuse-.

-Tá bien, tá bien, no te calentés –respondieron al

unísono.

La gallina cacareó como si viera el futuro que se l e

avecina; mientras que Esteban, volvía al rancho afe rrando

al desdichado por el cuello, con su mano derecha.

-¿Pero qué decís…? si yo soy zurdo

-Pero si ese dato me lo dio el escritor

-¡Suficiente, se terminó acá!, se van los dos para la

papelera –Sentencié-.

-¡No…!

Page 37: Mis mejores cuentos

-Nada, nada, ¡a la papelera! –Castigué-.

(Nunca más vuelvo a escribir un cuento con estos do s

insufribles) –Pensé y me equivoqué-

Page 38: Mis mejores cuentos

La Pepa

Fue allá en los bajos, cerca del puerto; donde entr é por un

corredor largo, muy largo y muy oscuro en el que tu ve que

andar a tientas hasta que al final, alzando la vist a, podía

verse la caseta de vigilancia allá en lo alto; la q ue avisa

cuando viene la policía. Al toparme contra la pared del

fondo, doblé a mi izquierda para salir al gran pati o a

cielo abierto del conventillo. A mis cuatro lados t odas las

puertas rotas o ausentes, fueron suplidas por telas

colgando. Del otro lado del patio, estaban las esca leras

que subí, directo a lo de la Pepa; a preguntarle qu é pasó

con mi hermano. Ya en el segundo piso y poco antes de

llegar a su puerta, un flaco harapiento que estaba

recostado a la pared me cortó el paso; se me paró e n frente

y mirándome torcido pregunta firme:

—¿Cuánto querés?

—Nada, vengo a buscar a la Pepa

—¿Y vó quién só?

—Soy el cuñado —y de reojo, veo como abajo, el pat io

es cruzado a paso rápido y decidido por otro flaco en mal

estado quien cuchilla de cocina en mano se dirige d irecto

hacia la otra puerta.

Page 39: Mis mejores cuentos

—Así que vó… so el hermano del chifle —y de aquell a

otra puerta, sale para anticiparlo un gordo armado al

estilo tradicional: dos largas espadas caseras hech as de

hierro con empuñadura de trapo, filo y punta.

—Carlos… mi hermano se llama Carlos, no el chifle –y

de inmediato salió detrás una jovencita gritando:

“¡devolveseló… devolveseló!”.

—Pasá —y entonces comenzó a sonar: “¡se picó el pa tio…

se picó el patio!”, el grito sostenido del vigía.

Yo avancé unos metros más, y una reja se impuso en el

pasillo antes de llegar a la casa de mi cuñada; la única

que tiene cerramientos. Aplaudí y grité: “¡Pepa…!”. Y allá

salió la Pepa, con cara de recién levantada y ropa cómoda,

dos de sus siete hijos la siguen y camina despreocu pada

porque ella goza de especial fama: todos sus hombre s

terminan en prisión.

Page 40: Mis mejores cuentos

El dibujo y la palabra

“El infierno es el olvido”

La habitación está muy bien iluminada por la luz na tural,

que entra a raudales por los tres grandes ventanale s que

van del piso al techo. En este cuarto casi vacío, a l fondo,

se ven una serie de almohadones cuadrados, siendo a lgunos

rojos, otros blancos, todos están puestos en el pis o y

sobre ellos: ella, acostada de lado y desnuda al co mpleto.

En el centro mismo de la habitación está el trípode con el

lienzo puesto, al frente nuestro amigo el pintor; y más

atrás, recostado contra la pared estoy yo, retratan do de

otro modo todo lo que ocurre en esta habitación… po co

después del amanecer.

Y pensar que la noche anterior… bueno, imaginen ust edes lo

que pasó la noche anterior, mientras Carlos pone to da su

acuarela al lienzo del amanecer buscando los colore s que

ella lleva adentro; hasta que yo levanté la vista d e esta

hoja y nuestras miradas se cruzaron. Ella cerró sus ojos,

yo bajé los míos, y Carlos continuó, trazo a trazo,

dibujando esas caderas sin dueño que no son de este mundo.

Recuerdo que nos conocimos los tres al mismo tiempo , y poco

después, nos enteramos de su destino; su cruel dest ino.

Page 41: Mis mejores cuentos

Ambos sabemos que está en nosotros salvarla, que es tá en

nosotros, hacer que no caiga en el olvido:

-Para que vivas más allá del cangrejo –le dijo C arlos

cuando terminó de pintarla y entonces, yo le coloqu é el

epígrafe a este cuento.

Page 42: Mis mejores cuentos

Despiste

—Tierra llamando a Cuentista... tierra llamando a

Cuentista... responda Cuentista

—Aquí Cuentista intentando alunizar… adelante tierr a

—¿Pero qué hace Cuentista…? regrese de inmediato

—¿Qué pasa tierra?, estoy en maniobra complicada

—Regrese de inmediato Cuentista, usted se olvidó de la nave

Fin

Espero les haya gustado y… nos estaremos leyendo.

Saludos, Cuentista: DCF

Page 43: Mis mejores cuentos

“Tus cuentos son a padres, envíame más.”

(Respuesta de un adolescente mexicano, que afirmaba no gustarle la literatura)

“En primer lugar debo decir que Daniel logra en esta ficción fantástica, lo

que creo que todo buen escritor intenta y esto es, entre otras cosas,

“mostrar” al lector las situaciones y escenas que relata…”

(Comentario de un jubilado uruguayo)

“Qué gran sentido del humor, qué buen manejo del ritmo, de

complejidad en los personajes. He revisado su trabajo excepcional, lo

felicito por su talento indiscutible y su abundante obra.”

(Comentario de una guionista española)