Michael Walzer Y El Problema De La Guerra Justa

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    JOAQUNMIGLIOREUniversidad Catlica ArgentinaUniversidad [email protected]

    Recibido: Octubre de 2005

    Aprobado: Diciembre de 2005

    Resumen: El problema de la guerra pare-ce haber dado lugar, en los ltimos tiem-pos, a algunos de los debates ms crucialesen el campo de la teora normativa. El pre-sente trabajo aborda la cuestin tal comoaparece en la obra de Michael Walzer, des-de sus primeros escritos. Denunciando loslmites de la filosofa positivista, Walzer,enrolado entre los autores comunitaris-tas, reivindica la posibilidad de un discur-

    so racional en el mbito valorativo, sobrela base de analizar nuestras tradicionescompartidas. Oponindose al realismo,rescata de la filosofa clsica las nocionesde ius ad bellum y ius in bello, las que utili-zarpara realizar juicios concretos, cues-tionando tanto la guerra de Vietnam, en ladcada del setenta, cuanto en nuestrosdas la invasin a Irak. Su trabajo no se en-cuentra, con todo, exento de contradiccio-

    nes. El anlisis de lo que denomina laemergencia supremanos reconduce a lapregunta sobre la posible autonoma delorden poltico respecto de la moral.

    Palabras clave: Teora poltica. Walzer.Guerra justa. tica poltica. Comunitaris-mo.

    Abstract: The problem of the war seemsto have given place, in the recent times, tosome of the most crucial debates in thefield of the normative theory. The presentpaper undertakes the question just as itappears in the work of Michael Walzer,since its first writings. Denouncing the li-mits of the positivist philosophy, Walzer,enrolled among the communitarianistauthors, claims the possibility of a ratio-

    nal speech in the valorative sphere, on thebase of analyzing our shared traditions.Opposing to realism, he rescues from theclassical philosophy the notions of ius adbellum and ius in bello, that will be utilizedto carry out concrete judgments, questio-ning the Vietnam War, in the seventies,and in our days the invasion to Iraq. Itswork is not found, with all, exempt ofcontradictions. The analysis of what calls

    the supreme emergencyleads us to thequestion on the possible autonomy of thepolitical order regarding the morals.

    Key-words: Political Theory. Walzer. Justwars. Political Ethics. Communitarianism.

    MICHAEL WALZER

    Y EL PROBLEMA DELA GUERRA JUSTA

    * Trabajo presentado en el VII Congreso Nacional de Ciencia Poltica (Crdoba, no-viembre de 2005), organizado por la Sociedad Argentina de Anlisis Poltico (SAAP).

    ISSN 0328-7998

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    anto por su actualidad poltica como por su importancia terica,el problema de la guerra parece haber dado lugar, en los ltimos

    tiempos, a algunos de los debates ms cruciales en el campo de lateora normativa. La teora normativaconsiste, en palabras de IsaiahBerlin en el descubrimiento o la aplicacin de principios morales a laesfera de las relaciones polticas, pudiendo asimismo definirse comotoda teorizacin poltica de carcter prescriptivo o recomendatorio; esdecir, toda teorizacin interesada en lo que debe ser, en tanto queopuesto a lo que es en la vida poltica (citado por Daryl Glazer, enMarsh y Stoker 1997:33). Como caso extremo la guerra plantea, comopocos, la pregunta terica sobre si resultan aplicables las categoras ti-cas en este campo o si, por el contrario deberamos, siguiendo la tradi-cin de Maquiavelo, Hobbes y de Carl Schmitt, afirmar la absoluta auto-noma de la poltica respecto de toda consideracin moral.

    Quisiramos en el presente trabajo abordar el problema de la guerrajusta tal como aparece en la obra Michael Walzer (tal vez uno de lospensadores polticos ms representativos en el campo de la PoliticalTheory), tanto en sus escritos actuales (participde manera directa entorno a los debates previos a la guerra de Irak, oponindose, en su mo-mento, a la invasin), cuanto por sus trabajos anteriores dedicados a lamateria, en especial su obra de 1977, Just and Unjust Wars, reeditada en1993 y traducida recin en el 2001 al espaol. Walzer es representativo,

    junto a Rawls y Nozick entre otros (y cuyas ideas en muchos puntos nocomparti), de una generacin que, tras dcadas de predominio positi-vista, reintrodujo en la ciencia poltica de los Estados Unidos la temticavalorativa, la preocupacin por el problema de la Justicia.1 La obra de

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    1. Interrogado en un reportaje publicado en Imprints acerca de sus recuerdos sobre el

    desarrollo de la filosofa poltica en Harvard hacia fines de los sesenta y comienzos de lossetenta, Walzer contestaba: Pasgran parte de los sesenta y el comienzo de los setentaaprendiendo a hacer filosofa ms que hacindola, y Rawls y Nozick fueron dos de mismaestros. Exista un grupo de discusin que se reuna todos los meses en aquellos das, enCambridge y New York, que los inclua a ellos dos y a Ronnie Dworkin, Tom Nagel, TimScanlon, Judy Thomson, Charles Fried, Marshal Cohen y algunos otros pocos: un grupo

    de pares para la mayora de ellos, una escuela para m. En 1971 Nozick y yo enseamosjuntos un curso denominado Capitalismo y Socialismo, que fue un debate de un semes-tre que tuvo por resultado su Anarqua, Estado y Utopa, y mi Esferas. Rawls, Nozick, Na-

    gel y Dworkin fueron, supongo, los lderes del retorno de los filsofos a los asuntos pbli-cos(Walzer 2003b).

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    Walzer abarca numerosas cuestiones. A disear la estructura bsica de loque podramos llamar una sociedad justa estn dedicadas, entre las prin-cipales, su obra Spheres of Justice [1983] (resultado de un seminario dic-tado aos antes en Harvard con Robert Nozick) y Tratado sobre la tole-rancia [1997]. El problema de la guerra corresponde, por el contrario, alo que Rawls denomina la teora de la obediencia parcial (Rawls1993:25) o teora no ideal2 de la justicia, valga decir, al problema de lamanera justa de lidiar con la injusticia,3 a la que dedica, precisamente

    Just and Unjust Wars y adems de numerosos artculos, su trabajo recien-te Reflexiones sobre la guerra.

    El mtodo de Walzer

    Defensa de la posibilidad de un discurso racional en el mbitovalorativo

    La pretensin de reivindicar para la ciencia poltica la posibilidad deun discurso racional en el mbito valorativo, tras el fuerte predominio

    del paradigmapositivista que asignaba al lenguaje tico una funcinmeramente emotiva4 constituye, sin lugar a dudas, una de las caracters-ticas ms notorias del pensamiento de Walzer. El prefacio de a Just andUnjust Wars es ms que significativo al respecto:

    No empeceste trabajo pensando sobre la guerra en general sino sobreguerras concretas y sobre todo en la intervencin estadounidense en Viet-nam. [...] Cuando hablbamos de agresin y de neutralidad, de los derechos

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    2. Vase la Introduccin, en Rawls 2001.3. Aunque, como observHume, la justicia pueda ser una virtud celosa y cautelosa,

    nosotros podemos, no obstante, preguntarnos cmo sera una sociedad perfectamente jus-ta. Por eso considero primeramente lo que llamo una teora de la obediencia total, comoopuesta a la de la obediencia parcial. Esta ltima estudia los principios que gobiernan lamanera de tratar la injusticia. Comprende temas tales como la teora de castigo, la doctri-na de la guerra justa y de la justificacin de los diversos medios existentes para oponersea regmenes injustos; temas que van desde la desobediencia civil y la objecin de concien-cia hasta la resistencia militante y la revolucin(Rawls 1993:25).

    4. Un clsico al respecto es el trabajo El significado emotivo de los trminos ticos de C.L. Stevenson, incluido en Ayer 1986.

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    de los prisioneros de guerra y de los derechos de los civiles, de las atrocida-des y de los crmenes de guerra, nos estbamos valiendo de conceptos queeran el resultado de la labor de muchas generaciones de hombres y mujeres,

    de personas cuyos nombres, en la gran mayora de los casos, jams haba-mos escuchado. [...]

    No hay duda de que utilizamos las palabras de que dispon amos de unaforma muy libre y a menudo descuidada. En algunas ocasiones, se debiala excitacin del momento y a las presiones a las que se ve sometido el se-guidor de un partido, pero tuvo tambin una causa ms seria. Habamos pa-decido una educacin que nos haba enseado que esas palabras carecan tanto deun adecuado uso descriptivo como de significado objetivo. El discurso moral que-daba excluido del mundo de la ciencia, incluso del mundo de la ciencia social. Se

    trataba de un discurso apto para expresar sentimientos, no percepciones, yno haba ninguna razn para que la expresin de los sentimientos poseyerala virtud de la precisin. [...] No es preciso que insista en la vigencia de estepunto de vista (ms adelante me ocuparde criticarlo con detalle), pese aque hoy en da su arraigo sea menor que en aquellos aos. Lo fundamentales que, lo supiramos o no, nos oponamos a l cada vez que criticbamosla conducta estadounidense en Vietnam. Y es que nuestras crticas tenan, almenos por su forma, el aspecto de informes sobre el mundo real y no se li-mitaban a expresar el estado de nuestro fuero interno. [...]

    An sostengo (la mayora de) los argumentos concretos que fundamen-taban nuestra oposicin a la guerra que libraban los estadounidenses enVietnam, pero tambin sostengo, y esto es lo ms importante, la pertinenciade razonar, como hicimos nosotros y como hace la mayora de la gente, entrminos morales (Walzer 2001a:17-18, el nfasis es mo).

    Esta conviccin de que resulta posible razonar en trminos moralesha acompaado a Walzer hasta nuestros das. Con stas palabras comen-

    zaba un breve artculo publicado en la revista Dissent, en la primaveradel ao 2003, a ms de veinte aos de la publicacin deJust and UnjustWars, titulado: Entonces, es esta una guerra justa?:Esta es una preguntamuy especfica. No se refiere a si la guerra es legtima conforme al dere-cho internacional, ni si es poltica o militarmente prudente librarla aho-ra (o nunca). Slo pregunta si es moralmente defendible: justa o injus-ta? Dejo la ley y la estrategia a otras personas(Walzer 2003).

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    Walzer como comunitarista

    Ahora bien, ha sido frecuente calificar a Walzer con el rtulo de co-munitarista,5 una de las diversas escuelas que, en nuestros das, reivin-dican la posibilidad de una teora normativa; la ambigedad del trmi-no hace, sin embargo, necesarias algunas precisiones. Definida por suoposicin al liberalismo la nocin de comunitarismo alude, si nos atene-mos al anlisis de Sandel,6 al menos a dos problemas diversos: 1.) a lapregunta sobre la relacin existente entre el individuo y la comunidad; y2.) a la pregunta sobre la manera en que debieran relacionarse la justiciacon el bien. Si nos situamos en la primera pregunta, liberalsertodapostura que tienda a priorizar la libertad individual, en tanto que co-munitaristadebera ser llamada aquella posicin que, al menos en algu-nas circunstancias, tienda a hacer prevalecer los valores compartidos y lavoluntad de la mayora por sobre los derechos de la persona singular. Sinos situamos, en cambio, en la segunda pregunta, la disputa se libra en-tre aquellos que sostienen que en el acuerdo poltico, la determinacinde los principios de justicia debiera ser totalmente independiente de vi-siones morales o religiosas comprehensivas y las posiciones comunita-

    ristas, que sostienen, por el contrario, que no es posible separar nuestravisin de la justicia de los valores compartidos por una comunidad otradicin, de nuestro sentido del bien.

    Una manera de relacionar a la justicia con las concepciones del bien sos-tiene que los principios de justicia derivan su fuerza moral de valores adop-tados en comn o ampliamente compartidos por una particular comunidado tradicin. Esta manera de relacionar la justicia con el bien es comunitariaen el sentido de que los valores de la comunidad definen qudebe ser con-siderado como justo o injusto. Desde esta perspectiva, el motivo para reco-nocer un derecho depende de que pueda mostrarse que dicho derecho estimplcito en la visin compartida que informa la tradicin o comunidad encuestin. Pueden haber desacuerdos, por supuesto, respecto de cules sonlos derechos que esta visin compartida de una particular tradicin actual-mente mantiene; los crticos sociales y los polticos reformadores pueden in-

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    5. Vase por ejemplo Mulhall y Swift 1996:15, y Sandel 1998:ix.6. Vase Preface to the Second Edition, en Sandel 1998.

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    terpretar la tradicin de manera tal que cuestione las prcticas prevalecien-tes. Pero estos argumentos siempre toman la forma de una remisin a lamisma comunidad, apelan a los ideales implcitos, aunque irrealizados de

    un proyecto comn o tradicin (Sandel 1998:x).

    Y aunque existen motivos para considerar a Walzer como un autorcomunitarista en cualquiera de los dos significados anteriormente men-cionados, el segundo, sin duda, reviste mayor relevancia a la hora de en-tender la manera en que aborda el problema de la guerra. No en una si-no en mltiples ocasiones ha sealado la importancia de partir, a losfines de debatir los dilemas morales concretos que plantea la experien-

    cia, de lo que podramos llamar las intuiciones morales bsicasde lacomunidad. El crtico social no debe situarse, pues, fuerade ella, sinoque es a partir de los cdigos compartidos que intenta determinar hastaqupunto nuestras prcticas responden a los principios que afirmamosprofesar. De este modo, afirma en La compaa de los crticos, al referirsea la funcin de la crtica social:

    Ascomo la teora crtica fracasa si no puede brindar una descripcin re-conocible de la experiencia de todos los das, del mismo modo la crtica ge-

    neralmente fracasarsi no extrae su fortaleza de las concepciones cotidianasde Dios y la moralidad. El crtico parte, digamos, de las concepciones de lajusticia insertas en el cdigo de la alianza o de la idea burguesa de libertad,con el supuesto de que lo que es real en la conciencia es posible en la pr c-tica, y luego pone en tela de juicio las prcticas que estn distantes de esasposibilidades (Walzer 1993:26).

    Esta misma idea aparece ya sostenida con claridad en su famoso tra-bajo de 1983, Las esferas de la justicia:

    Mi planteamiento es radicalmente particularista. No me jacto de haber lo-grado un gran distanciamiento del mundo social donde vivo. Una manera deiniciar la empresa filosfica la manera original, tal vezconsiste en salir dela gruta, abandonar la ciudad, subir a las montaas y formarse un punto devista objetivo y universal (el cual nunca puede formarse para personas co-munes). Luego se describe el terreno de la vida cotidiana desde lejos, de mo-do que pierda sus contornos particulares y adquiera una forma general. Peroyo me propongo quedarme en la gruta, en la ciudad, en el suelo. Otro modo

    de hacer filosofa consiste en interpretar para los conciudadanos el mundo designificados que todos compartimos (Walzer 1993:12, el nfasis es mo).

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    Esta necesidad de no abandonar la caverna constituye para Walzer,una de las condiciones para que una crtica social resulte efectiva. Mu-chos ms crticos sociales seala en La compaa de los crticoscreenque el conocimiento verdadero es la fuente de la facultad crtica. Es poreso que eligen hablar en nombre de Dios o de la Razn (o de la Razn-en-la-Historia) o de la Realidad Emprica(Walzer 1993:18). En conse-cuencia, contina, muchos presuntos crticos comenzaron a sentir quelos lazos de la ciudad y el pueblo constituan restricciones ilegtimas a suempresa. Buscaron entonces una arena ms amplia y una autoridad uni-versal. [...] Se deca entonces que la empresa crtica requera abandonarla ciudad, imaginada, en obsequio a la partida, como una caverna som-

    bra, encontrar en soledad el propio camino, en el exterior, hacia la ilu-minacin de la verdad y slo en ese momento regresar para examinar ycensurar a los habitantes(Walzer 1993:21). En contra de esta perspec-tiva, sostiene Walzer, yo sospecho que el apartamiento siempre fue so-brevalorado en el autorretrato del crtico. La crtica es ms poderosa -esoes lo que me propongo sostener en este libro- cuando da una voz a lasquejas corrientes de la gente o pone en claro los valores que subyacen a esasquejas(Walzer 1993:23, el nfasis es mo).

    Resulta manifiesto, por ello, que pese a coincidir con Rawls en queresulta necesario volver a plantear la pregunta por los valores, el mtodopropuesto por Walzer se aleja de la propuesta neocontractualista deaqul. Rechaza, de este modo, los conceptos de posicin original, velode ignorancia, etc., con los que Rawls haba intentado fundar los princi-pios que deberan regir una sociedad bien ordenada. Ajeno al abstrac-tismode Teora de la Justicia (en los ltimos aos, afirma Walzer en laIntroduccin a su obra Tratado sobre la tolerancia, la discusin filosfica

    ha adoptado un estilo atento al procedimiento: el filsofo imagina unaposicin originaria, una situacin ideal de dilogo, o una conversacinen una nave espacial [...]. En las pginas que siguen he adoptado otroestilo bien diferente[Walzer 1998:15]), Walzer, prefiere, por el contra-rio, comenzar por lo particular; por el ejemplo histrico en el que el di-lema tico se muestra de manera concreta,7 al punto que casi podramos

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    7. El mtodo propio de la tica prctica es de carcter casustico. Dado que me ocupo

    de los juicios y de las justificaciones reales, deberremitirme con regularidad a los casoshistricos(Walzer 2001:23).

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    hablar de una reivindicacin de la casustica, apelando, luego, a los cri-terios compartidos para resolverlo.

    Como bien seala Rafael Grasa (2001:iii), la teora de la justicia deWalzer se fundamenta en un mtodo particular, hermenutico y con-vencionalista, basado en la interpretacin [...]. Ese mtodo interpretati-vo es a la vez descriptivo y prescriptivo: descriptivo, en la medida enque su punto de partida es siempre una rica descripcin de creenciasmorales y polticas reales; prescriptivo, en la medida en que busca y po-sibilita la crtica social y parte de la idea de que compartimos, al menosen tanto que comunidades, una moral comn. En el mismo sentidoBhikhu Parekh (1996:17) ha sostenido en un conocido artculo en elque cuestiona esta perspectiva que: algunos filsofos como Michael

    Walzer sostuvieron que todo pensamiento poltico y moral tiene lugaren el contexto de una determinada comunidad, y que por lo tanto, la fi-losofa poltica es necesariamente local en su mbito e interpretativa ensu orientacin.8 Sin embargo, ms que el fruto del convencionalismo odel relativismo,9 esta apelacin a las creencias compartidas depende, ami entender, del propsito de Walzer de hablar a la comunidad concretaa la que pertenece y se encuentra fuertemente condicionada por la exis-

    tencia de una sociedad democrtica que toma decisiones en el debatepblico. No obstante ello, puede comprenderse tanto que sus escritoshayan podido recibir la acusacin de adolecer de una fundamentacinfilosfica sustantiva (nota que en su momento Dworkin considercarac-terstica de toda la filosofa poltica contempornea),10 cuanto la acusa-

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    8. Parekh (1996:22) cuestiona la perspectiva de Walzer y afirma: La filosofa polticajams podrser meramente local e interpretativa. No se podra filosofar sobre una comuni-dad poltica especfica sin alguna concepcin previa de lo que significa ser humano y la fi-losofa poltica tiene incorporada una dimensin universalista. Es significativo que el pro-pio Walzer, uno de los ms fervientes defensores de esta visin de la filosofa poltica nohaya podido satisfacer todas sus demandas tericas. Texto tambin reproducido en Goo-din y Kingemann 2001.

    9. Existen autores que han considerado a Walzer como una autor esencialmente relati-

    vista. David Miller ha sostenido, por ejemplo: La interpretacin que hace Walzer de lajusticia [...] es de naturaleza radicalmente pluralista. No hay leyes universales de justicia.

    En cambio debemos ver a esta ltima como la creacin de una comunidad poltica deter-minada en un momento determinado, y la interpretacin debe hacerse a partir de esa co-

    munidad(Miller y Walzer 1996:10).10. [L]a filosofa poltica ha renacido, y ahora estmuy viva. Pero lo que an no ha

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    cin, ms radical hecha por MacIntyre, de que la filosofa poltica actualvive de los ecos de un sistema filosfico desaparecido, del cual reciba susignificado.11

    La apelacin a la tradicin

    Dejando de lado esta cuestin (que con todo no es menor), esta ape-lacin a los valores compartidos permite comprender por quWalzerconcede tanta importancia a la tradicin religiosa formadora, en algunamedida, de la conciencia moral de occidente, el motivo de su aprecio

    por pensadores tales como Agustn de Hipona, Maimnides, Toms deAquino, Vitoria y Surez (autores de inspiracin religiosa en su mayorparte), e incluso de instituciones tales como la Universidad de Salaman-ca del siglo XVI!,12 lo que lo convierte sin duda en un representante at-pico de la cultura de la izquierda universitaria y justifica el apelativo deburkeano de izquierdacon que Joseph Carens (1996) lo califica.

    Quisiera volver a integrar la nocin de guerra justa en la teora moral y

    poltica. Por consiguiente, mi propio trabajo ha de recuperar la tradicin re-ligiosa en la que, por primera vez, se dio forma a la poltica y a la moral deoccidente; debe releer las obras de autores como Maimnides, Toms deAquino, Vitoria y Surez, para profundizar despus en los textos de pensa-dores como Hugo Grocio, que se propuso superar la tradicin y empezatrabajar para darle una forma secular (Walzer 2001a:21).

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    sucedido por completo, es la reintegracin de la filosofa poltica al cuerpo de la filosofa,en su conjunto. Claro estque ningn problema filosfico del que valga la pena hablar,puede separarse del cuerpo general de la filosofa [...] la teora poltica debe salirse de loque normalmente se consideran los lmites de las cuestiones sobre instituciones o estrate-gias polticas, y debe encontrar, como lo hicieron los grandes filsofos del pasado, las co-nexiones entre la filosofa poltica y la filosofa, en su sentido ms amplio. Entrevista aRonald Dworkin, en Magee 1982:276.

    11. Vase el captulo primero en MacIntyre 1987.12. Citaraquun momento heroico en la historia del mundo acadmico: ms o me-

    nos hacia 1520, el profesorado de la Universidad de Salamanca se reunien asambleas so-

    lemne y votque la conquista espaola de Amrica Central era una guerra injusta queviolaba el derecho natural(Walzer 2004:26).

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    La pregunta sobre la relacin existente entre religin y poltica ha si-do, de alguna manera, una constante en la obra de Walzer. The Revolu-tion of the Saints: a Study in the Origins of Radical Politics de 1976 y Exodusand Revolution de 1985 analizan la influencia que las ideas religiosas hanejercido en movimientos histricos concretos. On toleration, el efecto be-nfico que las Iglesias tendran (entre otras asociaciones) en la vitalidadde la sociedad civil y en la superacin de un individualismo atomizante.De la tradicin religiosa, por ultimo, parece haber extrado, en el caso dela guerra, muchos de sus argumentos contra el realismo:

    En la dcada de 1950 y a principios de la de 1960, cuando yo realizaba

    mis estudios de posgrado, la doctrina imperante en el campo de las relacio-nes internacionalesera el realismo. El concepto de referencia no era la jus-ticia sino el inters [...]. En cuanto a los lmites morales, por lo que yo re-cuerdo de aquella poca, nadie los mencionaba. La teora de la guerra justaestaba confinada en los departamentos de religin, los seminarios de teolo-ga y en algunas universidades catlicas.

    Vietnam cambitodo esto, aunque tuvo que pasar un tiempo hasta queel cambio fuera perceptible en el mbito terico. Lo que sucediprimero seprodujo en la esfera prctica. La guerra se convirtien un tema de debate

    poltico y suscitmucha oposicin, especialmente por parte de las personasde izquierda. stas estaban muy influidas por el marxismo, tambin habla-ban el lenguaje de los intereses y compartan con los prncipes y profesoresde la poltica estadounidense el desdn por las consideraciones de ordenmoral. Sin embargo, la experiencia de la guerra los llevaba hacia ellas. [...]Casi en contra de su voluntad, la izquierda tuvo que recurrir a la moral. To-das las personas que constituamos el frente antibelicista empezamos a ha-blar, de un da para otro, el lenguaje de la guerra justa, aunque no supira-mos que esto era lo que estbamos haciendo [...].

    Lo que sucedientonces fue que la gente de izquierdas, al igual que mu-chos otros, buscaron un lenguaje moral comn. Y lo que tenamos ms amano era el lenguaje de la guerra justa. Todos estbamos un poco oxidadosy muy poco acostumbrados a hablar de moralidad en pblico. Nuestra for-macin realista nos haba robado las palabras que necesitbamos y que po-co a poco recuperamos: agresin, intervencin, causa justa, defensa propia,inmunidad de los no combatientes, proporcionalidad, prisioneros de gue-rra, civiles, doble efecto, terrorismo, crmenes de guerra. Y empezamos acomprender que estas palabras tenan significados (Walzer 2004:28-29).

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    Coherente con su modo de razonar Walzer no pretende justificar losfundamentos filosficos en que dicha tradicin repos, sino que apela alas intuiciones morales comunes herederas de la misma. Quiero explicarlas formas que los hombres y las mujeres que no son juristas sino sim-ples ciudadanos (y a veces militares) escogen para razonar acerca de laguerra y quiero comentar tambin los trminos que utilizamos habitual-mente. Lo que me interesa es justamente la estructura del mundo moralcontemporneo. Mi punto de partida estriba en el hecho de que, en efec-to, a menudo argumentamos con distintos propsitos, sin duda, pero deun modo que nos resulta mutuamente comprensible: de otro modo cual-quier argumentacin carecera de sentido. Justificamos nuestra conductay juzgamos la conducta de los dems(Walzer 2001a:20). La existenciade este lenguaje moral es el hecho del cual Walzer parte, realidad que, sinembargo, se niega a fundar teorticamente. No voy a exponer los funda-mentos de la moral. Si comenzase por los fundamentos, jams consegui-ra ir ms allde ellos. En cualquier caso, no estoy en absoluto seguro decules sean esos fundamentos(Walzer 2001a:22). Y agrega:

    Este es un libro de tica prctica. El estudio de los juicios y las justifica-

    ciones en el mundo real nos acerca quizms a las ms profundas cuestio-nes de la filosofa moral, pero no exige un compromiso directo con dichascuestiones. En realidad, los filsofos que buscan ese compromiso a menudopasan por alto las urgencias de la controversia poltica y moral y proporcio-nan muy poca ayuda a los hombres y mujeres que deben enfrentarse a dis-yuntivas muy duras. Al menos por el momento, la tica prctica se encuentraseparada de sus fundamentos y debemos actuar como si esa separacin fuera unacondicin posible (ya que es una condicin real) de la vida moral (Walzer2001a:22, el nfasis es mo).

    Sin embargo, concluye Walzer, esto no significa que estemos sugi-riendo que no podamos hacer otra cosa que describir los juicios y las

    justificaciones que la gente suele plantear. Podemos analizar esos argu-mentos morales, averiguar su grado de coherencia, descubrir los princi-pios que los animan. De allque, como sealara Rafael Grasa, el mto-do de Walzer sea a la vez descriptivo yprescriptivo.

    Ahora bien, esta reticencia a discutir los fundamentos explica, tal vez,

    el que Walzer parezca no tener inters en dialogar con los representan-tes actuales de dicha tradicin religiosa en la que, por primera vez, se

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    dio forma a la poltica y a la moral de occidenteni mencione, por ejem-plo, las enseanzas de magisterio catlico, pese a que, en numerosasocasiones, su pensamiento coincida (en esta materia) casi textualmentecon el mismo.13

    El problema de la guerra justa

    El punto de partida de Walzer es la negacin del realismo, valga de-cir de la tesis que sostiene que el mundo de la guerra se encuentra sepa-rado radicalmente de las categoras ticas. A la tradicin de Maquiaveloy Hobbes, Walzer opone el hecho de que tanto los hombres de hoy co-mo los de ayer se han referido a la guerra en trminos morales: Siempreque los hombres y las mujeres han hablado de la guerra, lo han hechocontraponiendo el bien al mal(Walzer 2001a:29). Las categoras cen-trales parecen trascender, en este sentido, el dominio del tiempo: Nohay duda de que la realidad moral de la guerra es muy distinta para no-sotros de lo que fue para Gengis Khan y lo mismo ocurre con la realidadestratgica. Sin embargo, incluso las transformaciones sociales y polticas

    fundamentales en el seno de una cultura en particular pueden dejar per-fectamente intacto el mundo moral o, al menos, dejarlo suficientemententegro como para que podamos seguir afirmando que lo compartimoscon nuestros antepasados(Walzer 2001a:45). Incluso el uso hipcritade las categoras morales no hace sino confirmar su vigencia: La eviden-cia ms clara respecto a la estabilidad de nuestros valores a travs deltiempo estriba en el inamovible carcter de las mentiras que cuentan lossoldados y los hombres pblicos. Mienten con el fin de justificarse y, por

    consiguiente, exponen ante nuestros ojos los rasgos fundamentales de lajusticia. Siempre que topamos con la hipocresa, topamos tambin conel conocimiento moral(Walzer 2001a:49). Es el lenguaje cotidiano elque, en ltima instancia, fundamenta la conviccin de que resulta posi-ble, al hablar de la guerra, referirnos a su justicia o injusticia.

    13. Vase por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Catlica, no. 2307 y ss., en los que seaborda el problema de la guerra.

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    Pero la teora de la guerra justa no es slo una reflexin sobre la guerraen general; es tambin el lenguaje corriente que empleamos cuando nos re-ferimos a las guerras concretas. sta es la manera en que la mayora de no-

    sotros nos expresamos al participar en debates polticos sobre si se debe lu-char o no y de qumanera hacerlo. Ideas como las de defensa propia yagresin, la visin de la guerra como un combate entre combatientes, la in-munidad de los no combatientes, la doctrina de la proporcionalidad, lasnormas de rendicin, los derechos de los prisioneros, todo ello forma partede nuestra herencia comn, es el producto de muchos siglos de discusionessobre la guerra. La guerra justano es ms que una versin terica de to-do ello, cuyo objetivo es ayudarnos a resolver los problemas de defini-cin y aplicacin, o al menos a pensar con claridad sobre ellos (Walzer

    2004:15-16).

    De la tradicin Walzer recoge una primera clasificacin que le sirvepara vertebrar su trabajo Guerras justas e injustas: la que distingue entre elius ad bellum, el derecho a la guerra, del ius in bello, el derecho en la gue-rra. La realidad moral de la guerra presenta dos vertientes. Sucede que laguerra siempre es juzgada dos veces, la primera en relacin con las razo-nes que tienen los Estados para entrar en combate, la segunda en funcin

    de los medios con que llevan a cabo su designio. [...] Ambos tipos de jui-cio son lgicamente independientes. Es muy posible que una guerra justase desarrolle injustamente y que una guerra injusta se atenga estrictamen-te a las reglas blicas. El dualismo del ius ad bellum y el ius in bello, con-cluye se encuentra en el mismo corazn de lo que constituye la esenciams problemtica de la realidad moral de la guerra(Walzer 2001a:51).Se trata sta de una vieja distincin presente ya en Francisco de Vitoria,el ilustre telogo de la Universidad de Salamanca. En su famosa releccin

    segunda sobre los indios De los indios o del derecho de guerra de los espa-oles en los brbaros,14 de las cuatro cuestiones principales en las que di-vide el tratado, Vitoria dedica la tercera al anlisis de cules pueden ydeben ser las causas de una guerra justay la cuarta a la pregunta sobrequcosas pueden hacerse contra los enemigos en una guerra semejante

    14. Se denominan relecciones a la coleccin de trece disertaciones o discursos acad-micos ledos en das y actos solemnes ante la Universidad, y cuya coleccin, formada des-

    pus de la muerte del clebre dominico por sus discpulos, fue impresa por primera vez enel ao 1557.

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    (Vitoria 1946:214). Al problema del ius ad bellumWalzer dedicarla se-gunda parte de su obra Guerras justas e injustas: La teora de la agresin,y al ius in bello la tercera parte de esta obra: La convencin blica. Enobras posteriores, Walzer incorporaruna tercera categora, la del ius postbellum, que a su entender debe agregarse a las otras dos:

    Cmo se relaciona la justicia de la posguerra con la justicia de la propiaguerra y el desarrollo de sus batallas? [...] Parece claro que se puede libraruna guerra justa y combatirla de forma justa, y aun asdar lugar a una pos-guerra moralmente confusa, por ejemplo estableciendo un rgimen satlite,o buscando vengarse de los ciudadanos del Estado (agresor) vencido o, una

    vez que se ha producido la intervencin humanitaria, dejando de ayudar ala gente a la que se ha auxiliado para que reconstruyan sus vidas. Pero esposible el caso contrario? Librar una guerra injusta, pero posteriormenteestablecer un orden poltico decente en la posguerra? Esa posibilidad es msdifcil de imaginar [...].

    Si este argumento es correcto, entonces necesitamos criterios para la iuspost bellum que sean distintos (aunque no enteramente independientes) deaquellos que utilizamos para juzgar la guerra y el modo en que se desarro-lla. Tenemos que ser capaces de examinar las posguerras como si se tratase

    de una nueva discusin porque, aunque a menudo no es as, quizlo sea.La Guerra de Irak es un ejemplo perfecto [...] (Walzer 2004:170).

    De entre los requisitos necesarios para que una declaracin de guerrapueda ser considerada justa la tradicin ha priorizado fundamentalmen-te tres: La existencia de una autoridad legtima que la declare, justa cau-sa y recta intencin. Sostiene, por ejemplo Toms de Aquino en su SumaTeolgica (II-II, q.40, a.1, c):

    Tres cosas se requieren para una guerra justa. Primero, la autoridad delprncipe, por cuyo mandato se ha de hacer la guerra. No pertenece a perso-na privada declarar la guerra, porque puede exponer su derecho ante juiciodel superior. Del mismo modo, tampoco toca a persona privada convocar lamultitud que es menester hacer en las guerras [...].

    Se requiere en segundo lugar justa causa, a saber, que quienes son im-pugnados merezcan por alguna culpa esa impugnacin. Por eso dice SanAgustn: Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias [...].

    Finalmente, se requiere que sea recta la intencin de los combatientes:que se intente o se promueva el bien o que se evite el mal.

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    De entre estos tres requisitos Walzer analizar, fundamentalmente, enGuerras justas e injustas, el de la justa causa. Estableciendo una ciertaanaloga entre el orden internacional y el orden civil, llegara sostener,en consonancia con la tradicin, que la nica causa legtima para ir a laguerra es la legtima defensa ante la agresin. Esta teora de la agresinpuede resumirse, sostiene, en seis proposiciones:

    1. Existe una sociedad internacional de Estados independientes [...].2. Esta sociedad internacional tiene una ley que establece los derechos de sus

    miembros, sobre todo los derechos de integridad territorial y de soberana poltica[...].

    3. Cualquier uso de la fuerza o amenaza de un inminente uso de la fuerza porparte de un Estado contra la soberana poltica o la integridad territorial de otroEstado constituye una agresin y es un acto criminal [...].

    4. La agresin justifica dos tipos de respuesta violenta: la guerra de autodefen-sa que realiza la vctima y la guerra emprendida por la vctima y cualquier otromiembro de la sociedad internacional para hacer cumplir la ley.

    5. Nada, excepto la agresin, puede justificar la guerra. El objetivo principalde la teora es limitar las ocasiones de conflicto. Hay una nica causa justapara empezar una guerra, escribiVitoria, a saber, una ofensa recibida.

    Ha debido producirse de hecho una ofensa y esa ofensa ha debido ser efec-tivamente recibida [...]. Ninguna otra cosa autoriza el uso de la fuerza en lasociedad internacional [...].

    6. Una vez que el Estado agresor ha sido rechazado militarmente, tambinpuede ser castigado (Walzer 2001a:101-102, nfasis en el original).

    Y agrega, de manera categrica, hacia el final del captulo: La defen-sa de los derechos es una razn para luchar. Ahora quiero subrayar de

    nuevo, y por ltimo, que sa es la nica razn(Walzer 2001a:114).Ahora bien, sin duda parte del mrito de Walzer reside en la manera co-mo aplica los viejos principios a nuevas situaciones. Uno de sus aportesms interesantes esten sus reflexiones sobre la denominada Interven-cin humanitaria. Es este uno de los puntos en los que ms ha evolu-cionado su pensamiento, pues en tanto que en Guerras justas e injustas,los derechos vulnerados que legitimaban la defensa eran los de la comu-nidad poltica agredida, comienza, en trabajos posteriores, a considerar

    motivo legtimo de intervencin la violacin de derechos humanos en elinteriorde la misma comunidad. Ya en un trabajo publicado en 1995 en

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    la revista Dissent, reproducido posteriormente en Reflexiones sobre la gue-rra, sealaba:

    La postura contraria a las intervenciones es fuerte; nosotros (especial-mente la izquierda) tenemos buenas razones para ello, que se derivan denuestra oposicin a la poltica imperialista y de nuestro compromiso con laautodeterminacin, aun cuando el proceso que lleve a su consecucin nosea totalmente pacfico y democrtico [...].

    Pese a todo, la no intervencin no es una regla moral absoluta: hay oca-siones en las que lo que estsucediendo en un determinado lugar no sepuede tolerar. De aqu la prctica de la intervencin humanitariade laque, sin duda, se abusa mucho, pero que es moralmente necesaria cada vezque la crueldad y el sufrimiento son extremos y ninguna fuerza local parececapaz de ponerles fin. [...] [S]e trata de poner fin a acciones que, para em-plear una frase antigua pero precisa, conmueven la concienciade la hu-manidad (Walzer 2004:86-87).

    Como caso de ejemplos contemporneos justificados citaba, en dichoartculo, la India en Pakistn oriental; Tanzania en Uganda, Vietnam enCamboya. Pero el caso paradigmtico los constituir, con posterioridad,

    la intervencin de la OTAN en Yugoslavia. Este cambio de nfasis lo re-sumiren el prefacio a la tercera edicin de Guerras justas e injustas de1999:

    Ha trascurrido casi un cuarto de siglo desde que escrib este libro, peroal releerlo hoy, no parece tan desfasado como pensaba, a mediados de lossetenta, que se encontrara al llegar estas fechas [...].

    Ha habido, sin embargo, un amplio y trascendental cambio, tanto en laguerra como en la letra. Los temas que examinbajo el epgrafe denomina-

    do las intervenciones(captulo 6), que resultaban marginales respecto alos objetivos fundamentales del libro, se han visto espectacularmente des-plazados a un primer plano. No exagero demasiado si digo que el mayorpeligro al que han de enfrentarse hoy en da la mayora de las personas entodo el mundo emana de sus propios Estados y que el principal dilema dela poltica internacional es el de determinar si la gente en peligro debe ser ono puesta a salvo mediante una intervencin militar externa. [...]

    ste es justamente el punto en que se plantea un reto al resto del mun-do: cunto sufrimiento somos capaces de contemplar antes de intervenir?

    El desafo es particularmente intenso debido a las nuevas tecnologas de lacomunicacin. Hoy, en la mayora de los casos, la contemplacines literal

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    y se acompaa de una perfecta audicin; asescuchamos, por ejemplo, lasdesoladas voces de los supervivientes de la masacre de Srebrenica y otrasmuchas aterradoras y desdichadas narraciones de padres, nios y amigos

    asesinados o desaparecidos. Es fcil coincidir en que han de impedirse lalimpieza tnica y los asesinatos en masa, pero no es en absoluto sencilloimaginar cmo habremos de lograrlo. Quin ha de intervenir, con quauto-ridad, qutipo de fuerza utilizary en qugrado se habrde servir de ella,todos stos son arduos interrogantes que se han convertido hoy en d a encuestiones centrales en el problema de la guerra y la moral (Walzer2001a:9-10).

    Es sobre la base de estos principios que Walzer criticarla legitimi-dad de la segunda intervencin de los Estados Unidos en Irak basada,fundamentalmente, en la presuncin de que Hussein estaba fabricandoarmas de destruccin masiva. En un apasionado artculo, La manera co-rrecta, publicado en The New York Review of Books, el 13 de febrero de2003, poco antes de iniciarse las hostilidades, Walzer defendi, a la vez,la necesidad de poner lmites al rgimen iraquy, al mismo tiempo, loinapropiado de la guerra para alcanzar tal finalidad. La guerra ha de serconsiderada siempre, allafirmaba, como un ltimo recursodebido a

    los horrores imprevisibles, inesperados, no perseguidos y al mismotiempo inevitables que provoca. En el caso en cuestin, el sistema deembargo, las zonas de exclusin para vuelos iraques y las inspeccionesde la ONU, aunque difciles de mantener, son preferibles al inicio deuna guerra cuyas consecuencias son imposibles de prever.

    En cuanto al la teora del ius in bello, Walzer sostiene que, tambin enla guerra es posible distinguir entre una legtima accin blica y una ac-cin criminal. Y la distincin fundamental que regula la convencin b-

    licaes la que diferencia entre combatientes y no combatientes. No llama-mos asesino a un soldado que dispara sobre otro, slo les llamamosasesinos cuando toman como objetivo a personas no combatientes, a es-pectadores inocentes (civiles), a soldados heridos o desarmados. Si dis-paran sobre hombres que tratan de rendirse o participan de una masacrede los habitantes de una ciudad tomada, no tendremos (o no deberemostener) ninguna duda en condenarles. Pero mientras luchen de acuerdocon las reglas de la guerra, no es posible emitir ningn juicio condena-

    torio (Walzer 2001a:182). La distincin, con todo, requiere algunasprecisiones. En principio, aclara Walzer, toda persona tiene derecho a no

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    se proponga lograr el efecto aceptable porque el efecto funesto no en-tra en sus fines y tampoco es un medio para sus fines.

    4. Que el efecto positivo sea lo suficientemente bueno como para com-

    pensar la realizacin del negativo; el balance debe poder justificarse se-gn la regla de la proporcionalidad de Sidgwick (Walzer 2001a:215).

    La posicin de Walzer aqu es categrica: Sencillamente, no bastacon no tener intencin de provocar la muerte de civiles [...]. Lo que bus-camos en esos casos es algn signo que muestre un compromiso efecti-vo con el objetivo de salvar las vidas civiles. No basta con limitarse aaplicar sin ms la regla de la proporcionalidad y no matar ms civiles de

    lo que exige la necesidad [...]. Los civiles tienen derecho a algo ms. Y,si el hecho de salvar las vidas de los civiles implica arriesgar la de lossoldados, es preciso aceptar el riesgo(Walzer 2001a:218).

    Los argumentos de Walzer, aqu, parecieran seguir estrechamente losprincipios desarrollados por la tradicin. Francisco de Vitoria, por ejem-plo, en su famosa Releccin sobre la guerra, inicia la cuarta cuestin de-dicada a tratar el tema de qucosas son lcitas en una guerra justa, conla pregunta sobre si es lcito en la guerra matar a los inocentes. Su res-

    puesta: Nunca es lcito matar a los inocentes con intencin directa(Vi-toria 1946:235) lo lleva inferir la siguiente consecuencia:

    [N]i aun en la guerra contra los turcos es lcito matar a los nios. Lo cuales manifiesto porque son inocentes. Ascomo tampoco a las mujeres. Estclaro porque, en lo que toca a la guerra, se presume que son inocentes, amenos de que constase la culpabilidad de alguna. Lo mismo se debe decirde los labradores inofensivos entre cristianos, como tambin de la demsgente togada y pacfica, pues todos se presumen inocentes, mientras no

    conste lo contrario (Vitoria 1946:236).

    Ello no obsta que, en determinadas circunstancias, dice Vitoria, porexcepcin, en algn caso es lcito matar inocentes a sabiendas; por ejem-plo, cuando se ataca justamente una fortaleza o una ciudad, dentro de lacual consta haber muchos inocentes, y no pueden emplearse mquinasde guerra, ni armas arrojadizas, ni ponerse fuego a los edificios, sin quepadezcan tanto los inocentes como los culpables(Vitoria 1946:236).

    Como en el caso del ius ad bellum, la riqueza de la reflexin de Wal-zer reside, en gran medida, en la manera en que intenta resolver, a par-

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    tir de estos principios generales, las situaciones concretas que puedanpresentarse. Su anlisis de la guerra de guerrillas resulta, a mi entender,particularmente esclarecedor. Indudablemente, en toda batalla, el factorsorpresa juega un papel. La situacin, sin embargo, cobra un cariz dife-rente cuando quien combate se oculta en medio de la poblacin civil, yello porque en su accionar tiende, justamente, a borrar la distincin en-tre combatientes y no combatientes, uno de los principios fundamenta-les de la guerra. Por lo general los guerrilleros no contravienen la con-vencin blica al atacar a los civiles, [e]n lugar de eso, provocan a susenemigos para que sean ellos quienes la violen(Walzer 2001a:247). Espor ello que, afirma Walzer, frecuentemente los guerrilleros cometenmenos fechoras que las fuerzas que combaten contra ellos. Y lo cierto esque los guerrilleros saben quines son sus enemigos y tambin sabendnde estn. [...] Por esta razn, los dirigentes y propagandistas de laguerrilla pueden destacar no slo la cualidad moral de los objetivos quepersiguen, sino tambin el carcter tico de los medios que emplean(Walzer 2001a:248). A pesar de ello, los guerrilleros han violado laconfianza implcita sobre la que descansa la convencin blica: los sol-dados tienen que sentirse a salvo entre los civiles si los civiles han de en-

    contrarse a salvo entre los soldados(Walzer 2001a:250). De allquesurja la pregunta de si debieran tener derecho a ser considerados prisio-neros de guerra cuando se los captura. Sus acciones se pueden enten-der mejor si las comparamos con los actos que los agentes secretos delos ejrcitos convencionales realizan tras las lneas enemigas (Walzer2001a:252). Ello explica que exista un amplio consenso respecto a queen realidad esos agentes no poseen ningn derecho de guerra(Walzer2001a:252). Recordemos que es esta excepcionalidad la que ha servido,

    incluso, para intentar justificar la prctica de la tortura.15 Sin embargo,

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    15. Cabra recordar aqulas afirmaciones del Cnel. Roger Trinquier, en su obra La gue-rra moderna, escrita en el contexto de la independencia argelina, y que tanta influencia tu-

    viera en la manera de concebir la represin en la Argentina (Cfr. Marie-Monique Robin,El rol francs en la guerra sucia: La letra con sangre, en Pgina 12, 03/09/2003): El te-rrorista no debe ser considerado como un criminal ordinario. En realidad, su trabajo se

    realiza dentro de un marco trazado por su organizacin, sin que ello represente inters

    personal, y estguiado solamente por su deseo de ayudar a una causa que l considera no-ble y que busca determinado ideal [...]. Analizado desde este plano, el terrorista se ha con-

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    contina Walzer, cuando los guerrilleros tienen xito y luchan entre lagente, es mejor asumir que tienen algn apoyo poltico de importanciaentre el pueblo. Las personas, o algunas personas, son cmplices de laguerra de guerrillas y la guerra sera imposible sin su complicidad(Walzer 2001a:254). Es por ello que, sostiene, el hecho de que aceptenesta proteccin y dependan de ella no me parece que permita privar alos guerrilleros de sus derechos de guerra. De hecho, es ms verosmilplantear exactamente el argumento opuesto: que los derechos de guerraque la gente tendra si decidiera sublevarse en masa quedan transferidosa los combatientes irregulares a los que apoya y protege, admitiendo queese apoyo tenga, al menos, carcter voluntario(Walzer 2001a:254). Deallque el derecho de los guerrilleros depende, en ltima instancia, deuna cuestin de hecho: del grado de reconocimiento que alcancen en lapoblacin civil. Cuando la gente no proporciona ese reconocimiento yese apoyo, los guerrilleros no adquieren derechos de guerra (Walzer2001a:255). En el caso extremo de que el levantamiento fuera general,ya no se podra continuar la guerra contra las guerrillas, y no slo porel hecho de que, desde un punto de vista estratgico, ya no sea posibleganarles. No se puede continuar porque ya no es una guerra contra la

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    vertido en soldado. Sin embargo, contina Trinquier El terrorista reclama los mismoshonores sin incurrir en las mismas obligaciones. Su tipo de labor le permite eludir la ac-

    cin de la polica, sus vctimas no pueden defenderse, y el ejrcito no puede emplear todossus recursos en detenerle porque siempre se esconde entre la misma poblacin que ataca.Desde luego, el terrorista sabe que, sorprendido y capturado, no puede esperar que le tra-

    ten como un criminal ordinario o que se limiten a tomarle prisionero como hacen con los

    soldados en el campo de batalla. Las fuerzas del orden tienen que aplicarle distintos proce-

    dimientos, porque lo que se busca en l no es el castigo de su accin, de la que en realidadno es totalmente responsable, sino la eliminacin de su organizacin o su rendicin. Enconsecuencia, cuando se le interroga no se le piden detalles de su vida ni se le pregunta so-

    bre los hechos que ha realizado con anterioridad, sin precisa informacin sobre su organi-zacin. En particular, sobre quines son sus superiores y la direccin de los mismos, a finde proceder a su inmediato arresto. Ningn abogado estpresente cuando se efecta esteinterrogatorio. Si el prisionero ofrece rpidamente la informacin que se le pide, el examentermina enseguida. Pero si esa informacin no se produce de inmediato, sus adversarios seven forzados a obtenerla empleando cualquier medio. Entonces el terrorista, como antes el

    soldado, tiene que soportar sus sufrimientos, y quizs hasta la misma muerte, sin decir me-dia palabra. El terrorista tiene que aprender a aceptar estas consecuencias como una con-

    dicin inherente a su funcin y al mtodo de la guerra que l y sus superiores, con perfec-to conocimiento de lo que hacan, han escogido(Trinquier 1981:36 y ss.).

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    guerrilla sino una guerra antisocial, una guerra contra un pueblo enteroen la que no sera posible hacer ninguna distincin en la propia lucha(Walzer 2001a:256).

    La necesidad de distinguir entre personas inocentes y combatienteshace que resulte imposible, por otra parte, cualquier intento de justificaral terrorismo, entendido en su estricto sentido de asesinato aleatorio depersonas inocentes(Walzer 2001a:279). Ahora bien, toda reaccin an-te el terrorismo que pretenda ser legtima deberrespetar las reglas dela guerra. Ciertamente -sostiene Walzer- debemos resistirnos a los te-rroristas, y no es probable que una resistencia puramente defensiva re-sulte suficiente(Walzer 2004:79). De allque la resistencia probable-mente deba complementarse con alguna combinacin de represin yrepresalias(Walzer 2004:79). Pero ello, sin duda, resulta un asuntopeligroso porque, a menudo, la represin y las represalias adoptan m-todos terroristas, y hay muchas personas dispuestas a disculpar estosmtodos con unas excusas que suenan prcticamente igual a las de lospropios terroristas. Sin embargo, hoy da debe estar claro que no se pue-de excusar el antiterrorismo simplemente porque es reactivo(Walzer2004:79). Es por ello que la represin y las represalias no deben repetir

    los males del terrorismo, lo que significa que stas deben dirigirse siste-mticamente contra los propios terroristas, nunca contra las personas ennombre de las cuales los terroristas afirman actuar. Ellas slo puedenser respuestas legtimas al terrorismo slo cuando [...] se gobiernan porlos mismos principios morales que lo condenan(Walzer 2004:80). Msan, una respuesta eficaz al terrorismo requiere que se afronte, directa-mente, la opresin a la que los terroristas afirman oponerse; aunquedicha miseria no pueda ser considerada, nunca, un motivo legtimo pa-

    ra el asesinato de inocentes. Puesto que los terroristas explotan la opre-sin, la injusticia y la miseria humana, y por lo general cuentan conellas, al menos para sus excusas, nosotros, concluye debemos oponer-nos a la opresin y sumar a ella nuestro rechazo al terror (Walzer2004:80).

    Sin duda la experiencia de Vietnam ha sido, para Walzer, determi-nante:

    [L]a guerra de Vietnam tuvo una caracterstica que confera una fuerzaespecial a la crtica moral de la guerra: era una contienda que habamos per-

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    dido, y era prcticamente seguro que la brutalidad con que la libramos con-tribuya nuestra derrota. En una guerra por corazones y mentesms quepor tierras y recursos, la justicia se convierte en la clave de la victoria [...].

    Vietnam fue la primera guerra en la que se puso de manifiesto el valorprctico del ius in bello. Cierto es que, por lo general, se considera que elsndrome de Vietnamrefleja una leccin diferente: que no debemos librarguerras que resulten impopulares en nuestro pas y en las cuales no estemosdispuestos a comprometer los recursos necesarios para alcanzar la victoria.Pero, de hecho, haba otra leccin, tambin relacionada con el sndromepero no exactamente igual: la de que no debemos librar guerras sobre cuyajusticia tengamos dudas, y que una vez involucrados en ellas tenemos queluchar justamente aunque slo sea para no ponernos en contra a la pobla-

    cin civil, cuyo apoyo poltico es necesario para una victoria militar (Walzer2004:31).

    El argumento de Walzer parece coincidir, casi textualmente, con lasrazones que aos antes, en el contexto de la guerra de Argelia, esgrimie-ra Albert Camus en sus Crnicas argelinas (1939-1958) para oponerse a laprctica de la tortura.

    Los que no quieren volver a or hablar ya de moral deberan comprenderen todo caso que, incluso para ganar las guerras, es preferible sufrir ciertasinjusticias que cometerlas, y que semejantes empresas nos hacen ms daoque cien guerrilleros enemigos. Cuando estas prcticas se aplican, por ejem-plo, a los que en Argelia no vacilan en degollar al inocente, ni en otros luga-res en torturar o en excusar el que se torture, no son tambin faltas incal-culables, puesto que corren el riesgo de justificar los mismos crmenes quese quiere combatir? Y quclase de eficacia es esa que logra justificar lo quehay de ms injustificable precisamente en el adversario? Respecto a esto hay

    que abordar decididamente el mayor argumento de quienes han elegido elpartido de la tortura: sta ha permitido quizencontrar treinta bombas alprecio de un cierto honor, pero al mismo tiempo ha suscitado cincuentanuevos terroristas que, operando de otra forma y en otra parte, harn morirtodava a ms inocentes. Incluso aceptada en nombre del realismo y de laeficacia, la lenidad aquno sirve ms que de oprobio para nuestro pas, antesu propia mirada y la del extranjero (Camus 1973:479).

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    bajos tan tempranos como Political Action: The Problem of Dirty Hands,publicado en 1973 (Walzer 1973) hasta la ya mencionada Reflexiones so-bre la guerra, editada mas de treinta aos despus.

    La distincin de origen kantiano entre lo que Weber denomina ti-cas de la convicciny ticas de la responsabilidadha sido tambinfrecuentemente asumida por la generacin de autores posteriores aRawls. Resulta, en consecuencia, usual en ellos, encontrar la contraposi-cin entre lo que se denominan ticas deontolgicaso absolutistas,(tica de la conviccin) y las ticas utilitaristas, consecuencialistasoteleolgicas, (tica de la responsabilidad). Sin entrar a discutir sobre laconveniencia o no de esta clasificacin, tema que excede ampliamentelos lmites de nuestro trabajo,16 cabe sealar que Walzer la acepta, inten-tando, al mismo tiempo, negociar un terreno intermedio(Walzer2004:55) entre ambas maneras de concebir la moral. De este modo po-demos leer, en su anlisis de lo que denomina la emergencia suprema:

    La doctrina de la emergencia suprema es una guerra de maniobras entredos formas de entender la moralidad muy distintas y totalmente opuestasentre s. La primera refleja el absolutismo de la teora de los derechos, segn

    la cual nunca se puede atacar de manera intencional a seres humanos ino-centes [...]. La segunda forma de entender la moral refleja la radical flexibi-lidad del utilitarismo, segn el cual la inocencia no es ms que un valor quese debe considerar ante otros valores en la bsqueda del mayor bien para elmayor nmero de personas. He planteado la oposicin con toda crudeza;tanto la teora de los derechos como el utilitarismo pueden desarrollarse deformas complejas, de manera que la oposicin que acabo de describir que-da considerablemente atenuada. Con todo, en mi opinin, nunca llega a de-saparecer totalmente (Walzer 2004:55).

    El ejemplo que tuvo in mente, explica en este trabajo, fue el de la de-cisin britnica, tomada a comienzos de 1940, de bombardear ciudadesalemanas, apuntando principalmente a objetivos civiles, con el fin dematar y aterrorizar a la poblacin civil, atacar la moral de los alemanesms que a su podero militar(Walzer 2004:54). El dilema, tal como loplantea en Political Action: The Problem of Dirty Hands se resume en la si-

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    16. Para una detallado anlisis de estas categoras puede consultarse Ronheimer 2000,cap. v.4, pp. 267 y ss.

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    guiente pregunta: pudiera darse el caso de que una accin, necesariadesde un punto de vista utilitarista, convirtiera, sin embargo, a la perso-na que la realiza en culpable desde un punto de vista moral? La respues-ta de Walzer es, en alguna medida, ambivalente, puesto que deriva deun esfuerzo por rechazar el absolutismo moral, al tiempo que no se nie-ga la realidad del dilema moral(Walzer 1973:64).

    Ella supone, en primer lugar, rechazar la solucin utilitarista. En lti-ma instancia, para el utilitarismo no hay dilema. La solucin correcta esuna sola, pues an en el caso de un oficial que tuviera que autorizar latortura, pudiera ste ser descripto (si su accin ha sido til), como unabuena persona e, incluso, honrado por haber tomado la decisin correc-ta en momentos en que era difcil hacerlo (vase Walzer 1973:70). Pero

    Walzer, al tiempo que afirma la existencia de normas morales en algunamedida absolutas, sostiene, que en determinadas circunstancias puedeexistir la necesidad de transgredirlas. He aqual poltico moral [...]. Sifuera un hombre moral y nada ms, sus manos no estaran sucias; y sifuera un poltico y nada ms, pretendera que estn limpias (Walzer1973:70), el dilema deriva, precisamente, de mantener, a la vez, la exi-gencia de la accin desde una perspectiva utilitaria, y su condena desde

    una perspectiva deontolgica.

    Y treinta aos despus de estos primeros textos, Walzer pareciera mante-ner el planteo inalterado:

    Esta sensacin de que hay cosas que nunca debemos hacer, cosas prohi-bidas, tabes, proscripciones, es muy antigua, quizms que cualquier otroelemento de nuestra forma de entender la moral. El utilitarismo, aunque sinduda recoge algunas de las razones de los tabes morales, no logra en mo-

    do alguno explicar su poder. Las prohibiciones con las que nos instan losabsolutistas morales son, de hecho, las reglas comunes e ineludibles de lavida moral. Son constricciones externas largo tiempo interiorizadas, de ma-nera que, para nosotros, los delitos a los que aluden no son acciones quequeramos cometer pero no nos atrevemos a hacer, sino ms bien que no es-tamos dispuestos a hacer. Ms an, no las queremos hacer (no queremos serasesinos, por ejemplo), y este deseo por lo general no se debilita, sino quese fortalece cuando empiezan los problemas y nos vemos impelidos actuarmal. Al sentir esta presin, tambin sentimos, la mayora de nosotros, la ne-

    cesidad de resistirnos. Pero podemos mantener nuestra resistencia inclusocuando se avecina el desastre, cuando realmente el cielo esta punto de

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    hundirse? [...] Cmo podemos, con nuestros principios y prohibiciones,permanecer impasibles y contemplar la destruccin del mundo moral enque tales principios y prohibiciones se sustentan? Cmo podemos noso-

    tros, los contrarios al asesinato, no resistirnos a la prctica del asesinato demasas an cuando la resistencia nos exija, como reza la frase, ensuciarnoslas manos (es decir, convertirnos en asesinos)? (Walzer 2004:56).

    El problema no es otro que el que planteara magistralmente Koestler,tambin fascinado por el dilema, en el Cero y el Infinito, verse obligadoa hacer siempre aquello que ms le repugna; [...] matar para que desapa-rezcan los asesinos; [...] sacrificar corderos para evitar futuros sacrificios;

    [...] apalear a la gente para que aprendan a no dejarse apalear; [...] des-prenderse de toda clase de escrupulosa moral; y [...] arrostrar el odio dela humanidad a causa de su amor por ella, un amor abstracto y geom-trico (Koestler 1998:156), pero que, luego de su experiencia comomiembro del partido comunista, tras el rechazo del horror estalinista,entre al nadie puede gobernar sin culpasde Saint-Just, y el hombre,hombre, no se puede vivir enteramente sin piedadde Dostoyewski, op-ta por la moral de la conviccin.

    Walzer, sin embargo, siente que no puede realizar esta eleccin. Bus-cando una salida intermedia entre el absolutismoy el utilitarismo, re-sume en Guerras justas e injustas su postura de la siguiente manera:

    Existe una doctrina alternativa [...] Se podra resumir con la siguientemxima: haz justicia, excepto en el caso de que el cielo est(verdaderamen-te) a punto de venirse abajo. ste es un utilitarismo para casos extremos, yaque admite que en ciertas circunstancias muy especiales, aunque nunca, nisiquiera en las guerras justas, como algo habitual, las nicas restricciones

    que deben gravitar sobre la accin militar han de ser las de utilidad y pro-porcionalidad. A lo largo de todo mi planteamiento sobre las reglas de laguerra, me he resistido a este punto de vista y he negado su vigor. [...] Peroahora la cuestin no estriba en la creacin de reglas, sino en su violacin.Conocemos la forma y la esencia del cdigo moral y lo que tenemos que de-cidir, en un momento de desesperacin y de completo desastre, es si hemosde vivir (y tal vez morir) de acuerdo con sus reglas.

    La regla de clculo erosiona poco a poco la convencin y esto allana elcamino para que aquellos que han de tomar las decisiones se consideren

    forzadosa violar los derechos humanos (Walzer 2001a:310).

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    No puedo reconciliar ambas perspectivas, la oposicin sigue en pie,y sta es una caracterstica de nuestra realidad moral, completa en Re-

    flexin sobre la guerra. Hay lmites a la conducta en la guerra, y hay mo-mentos en los que podemos y quizdebiramos atravesarlos(Walzer2004:59). Walzer con todo pretende distinguirse del realismo. No cual-quier situacin justifica este estado de excepcin, no podemos abando-nar las normas morales meramente porque nuestra existencia personalesten peligro. La doctrina de la emergencia suprema es una doctrinacomunitarista, slo entra en juego cuando la que se ve amenazada es lacomunidad.

    Cuando nuestra comunidad estamenazada, no slo en lo que se refierea su extensin territorial, estructura gubernamental, prestigio y honores ac-tuales, sino en lo que podramos definir como su continuidad, nos enfren-tamos a la extincin moral y tambin fsica, al fin de un estilo de vida y deun conjunto de vidas determinadas, a la desaparicin de gente como noso-tros. Y es entonces cuando podemos vernos impulsados a transgredir los l-mites morales que las personas como nosotros normalmente observan y res-petan (Walzer 2004:62).

    Pero qu ataque a los derechos humanos no ha sido realizado ennombre de la nacin, del Estado o de la comunidad?

    El otro punto en el que Walzer pretende apartarse del realismo es laconviccin de que la necesaria violacin del orden moral no supone, sinembargo, afirmar su derogacin. Un lder moralmente fuerte es alguienque comprende por questmal matar inocentes y se niega a hacerlo,se niega una y otra vez, hasta que los cielos estn a punto de hundirse.y entonces se convierte en un criminal moral (como el asesino justo de

    Albert Camus) que sabe que no tiene que hacer lo que tiene que hacer,y al final lo hace(Walzer 2004:64). Es por ello que el poltico deberaestar dispuesto, a su vez, en una suerte de expiacin, a pagar las conse-cuencias. A comienzos de los setenta publiquun artculo llamado Lasmanos sucias, comenta en un reciente reportaje, en el que abordelproblema de la responsabilidad poltica de los dirigentes en situacionesextremas, en las que la seguridad de su pueblo pareciera requerir actosinmorales. Uno de mis ejemplos fue el caso de un terrorista capturado

    que conociera, pero se negara a revelar, la localizacin de una bomba apunto de estallar colocada en una escuela. Allsostuve que un dirigente

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    poltico en dicha situacin podra estar obligado a ordenar la tortura delprisionero, pero que debera considerar esto como una paradoja moralen la que la accin correcta fuera a la vez mala. El dirigente debera car-gar con el oprobio del acto incorrecto que ha ordenado, y deberamosquerer dirigentes que estn preparados, a la vez, tanto para dar la ordencuanto para afrontar la culpa(Walzer 2003b). Quiero dirigentes pol-ticos agregaque acepten las reglas, que comprendan sus razones, eincluso que las internalicen. Quiero adems que sean lo suficientementesagaces como para saber cuando quebrantarlas. Y, finalmente, quieroque se sientan culpables por incumplirlas lo que constituye la nicagaranta que pueden ofrecernos de que no las quebrantarn a menudo(Walzer 2003b). La apelacin a la figura de Camus, presente tanto en suprimer artculo de 1973 cuanto en sus obras ms tardas es significati-va. Walzer alude a la famosa obra de teatro Los Justos, basada en el he-cho histrico del asesinato del Gran Duque Sergio por las organizacio-nes revolucionarias rusas de 1905. Camus all se pregunta sobre lamoralidad del crimen poltico (cuestin que inquieta toda su genera-cin, el problema de Los justos es el mismo que afrontarn Sartre en Lasmanos sucias, Anouilh en Antgona y Malraux en La condicin humana,

    entre otros), tema que retomar, de manera terica, en su gran ensayoEl hombre rebelde. Los terroristas rusos, seala en esta ltima obra Ca-mus, aun reconociendo el carcter inevitable de la violencia, confesa-ban, sin embargo, que es injustificada. Necesario e inexcusable; asescomo se les presenta el crimen (Camus 1973:742). Es por ello que,concluye Camus: Incapaces desde entonces de justificar lo que ellos,sin embargo, encontraban necesario, han imaginado el entregarse ellosmismos en justificacin y contestar mediante el sacrifico personal a la

    cuestin que se planteaban. Para ellos, como para todos los rebeldeshasta ellos, el crimen se identifica con el suicidio. Una vida se paga en-tonces con otra vida y, de estos dos holocaustos, surge la promesa de unvalor(Camus 1973:743). Walzer omite mencionar, sin embargo, quepara Camus es este tipo de terrorismo el que abrircamino al otro, a lamatanza indiscriminada,17 y que su respeto por los anarquistas rusos

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    17. Estamos todava frente a una concepcin, si no religiosa, al menos metafsica dela rebelin. Despus de stos vendrn otros hombre que, animados con la misma fe devo-

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    se debe, precisamente, a que ellos se rehusaron a sacrificar vctimas ino-centes.

    Slo puede justificarse quin, decidido a quebrantar el orden moralante la necesidad extrema, estdispuesto, a la vez, en una suerte de ex-piacin, a asumir sobre el las consecuencias. El argumento merece no serdesechado a la ligera. Parece difcil, sin embargo, no considerar esta posi-cin como contradictoria. En un escrito reciente dedicado al orden inter-nacional El derecho de gentes, Rawls, al pretender seguir los principios es-tablecidos por Walzer para la emergencia suprema18 (esta exencin,aclara nos permite dejar a un lado, en ciertas circunstancias especiales,el estricto estatuto que normalmente protege a los civiles de todo ataque

    militar) (Rawls 2001:117), considera necesario, sin ms, apartarse de ladoctrina del doble efecto, precisamente la nocin capital a la que Walzerhaba apelado para justificar la inmunidad de los no combatientes.19

    Creo que en parte, las contradicciones de Walzer se deben al mto-do que ha escogido seguir: partir de las convicciones arraigadas en

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    radora, juzgarn, sin embargo, estos mtodos como sentimentales [...]. Pondrn entoncespor encima de la vida humana una idea abstracta, incluso aunque la llamen historia, a lacual, sometidos por anticipado, decidirn, con plena arbitrariedad, someter tambin lasotras(Camus 1973:743).

    18. Sigo aqua Michael Walzer,Just and Unjust Wars [...] Este es un libro impresio-nante, del cual no me aparto en ningn atspecto esencial(Rawls 2001:113).

    19. Sostiene, por ejemplo en dicha obra: El derecho de gentes (la posicin del propioRawls) es al mismo tiempo similar y diferente a la tradicional doctrina jusnaturalista cris-

    tiana sobre la guerra justa [...]. Ambas perspectivas sustentan el derecho a la guerra en de-

    fensa propia; pero el contenido de los principios para la conduccin de la guerra no es elmismo. sta ltima observacin se puede ilustrar con la doctrina catlica del doble efecto,que coincide con los principios del derecho de gentes para la conduccin de la guerra enque los civiles no pueden ser objeto de ataque directo. Ambas doctrinas coinciden tam-

    bin en que el bombardeo de las ciudades japonesas en 1945 fue una atrocidad. Pero difie-ren en que los principios para la conduccin de la guerra, en la concepcin contractualis-ta, incluyen la exencin de la emergencia suprema, pero no la doctrina del doble efecto.Esta ltima prohbe las bajas civiles salvo cuando sean el resultado no intencional e indi-recto del ataque legtimo contra un objetivo militar. Conforme al precepto divino de nohacer dao al inocente, esta doctrina dice que nunca se debe atacar al enemigo con la in-tencin de destruir su poblacin civil. El liberalismo poltico permite la exencin de laemergencia suprema; la doctrina catlica la rechaza con el argumento de que debemos te-

    ner fe y acatar el mandamiento divino. La doctrina es comprensible, pero se opone a losdeberes del estadista segn el liberalismo poltico(Rawls 2001:122-123).

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    nuestra comunidad. Tenemos acaso alguna garanta de que ellas cons-tituyen un todo coherente? Qupasa cuando los significados compar-tidos se han ido transformando con el transcurrir de las generaciones?Resulta a estas alturas ya un lugar comn en la filosofa poltica sealarhasta qupunto el ideal moderno de la autonoma ha afectado nuestrasprcticas sociales y nuestra percepcin de lo que pudiera ser o no mo-ral.20 No existen, acaso, antinomias insalvables en el seno de nuestracultura? En su famoso After virtue, MacIntyre compara nuestra situa-cin moral a la hipottica imagen de un mundo devastado, en el quelas ciencias naturales, tras la catstrofe, hubieran perdido al fragmen-tarse toda posible significacin. La hiptesis que quiero adelantar esque, en el mundo actual que habitamos, el lenguaje de la moral estenel mismo grave estado de desorden que el lenguaje de las ciencias na-turales en el mundo imaginario que he descrito. Lo que poseemos, sieste parecer es verdadero, son fragmentos de un esquema conceptual,partes a las que ahora faltan los contextos de los que derivaba su signi-ficado. Poseemos, en efecto, simulacros de moral, continuamos usandomuchas de las expresiones clave. Pero hemos perdido en gran parte,si no enteramentenuestra comprensin, tanto terica como prctica,

    de la moral(MacIntyre 1987:14-15). No se puede negar, con todo, laenorme riqueza que presenta la obra de Walzer. Uno de sus mritos re-side, sin duda, en haber visto que resulta imposible prescindir de lacuestin valorativa. Otro en este fijar la atencin sobre los significadosmorales compartidos. Su lmite, tal vez, en no haber querido salir de lacaverna. He hecho el esfuerzo de escribir sobre poltica de una mane-ra ms filosfica, escriba en una reciente reportaje, no creo haberpodido arreglrmelas con la filosofa real. No puedo respirar fcilmente

    en el nivel de abstraccin que la filosofa parece requerir (Walzer2003b). Con todo, tampoco estas expresiones debieran extremarse. Jo-seph H. Carens sealaba, a mi entender acertadamente, que resulta unerror, al interpretar a Walzer considerar que equipara sin ms comuni-dad pol-tica con comunidad moral. El nosotros que comparte unconjunto de nociones morales no debera identificarse exclusivamentecon el nosotrosque comparte la comunidad poltica(Miller y Walzer

    20. Vase por ejemplo Taylor 1994, Etzioni 1999.

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    1996:73).21 De allque a pesar de su comunitarismo, el nosotrosde Walzer pareciera ensancharse, ms allde circunstancia de espa-cio y tiempo, hasta abarcar, a veces, casi al conjunto de toda la huma-nidad.

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    21. Tal vez donde este universalismo se manifiesta ms claramente es en la evolucinde su pensamiento respecto de la legitimidad de las intervenciones por motivos humani-

    tarios, que seran imposibles de justificar en la ausencia de un mnimo moral compartido,comn a toda la humanidad.

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    JOAQUN MIGLIORE es Doctor en Ciencias Jurdicas (UCA) y abogado(UBA). Actualmente es profesor titular en el Instituto de Ciencias Pol ti-cas y Relaciones Internacionales (Universidad Catlica Argentina) y en laFacultad de Derecho (Universidad Austral).

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