· Michael Walzer acerca de la justicia (1983) Y la obligación (1970), Y las de Carole Pateman...

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1. MESAS SEPARADAS: ESCUELAS y CORRIENTES EN LAS CIENCIAS POLíTICAS*

Miss Cooper: La soledad es algo terrible, ¿no cree usted? Anne: Ya 10 creo. Es algo terrible ... Miss Meacham: Ella no es de las que disfrutan con la

soledad. Miss Cooper: ¿Acaso hay quien disfrute con la sole­

dad, Mis.s Meacham?

(Fragmento de Separate Tables ("Mesas separadas") de TERENC,E RAT.TICAN, 1955,78,92)

EN SEPARATE TABLES, el mayor éxito de la temporada teatral de Nueva York en ·1955, el dramaturgo irlandés Terence Rattigan recurrió a la metáfora de unos clientes solitarios sentados en el comedor de un hotel de segunda clase de Cornualles para ilustrar la soledad de la condición humana. Tal vez sea un poco descabellado usar esta me­táfora para describir la situación de las ciencias políticas durante la década de 1980. Pero en cierta forma,las diversas escuelas y corrien­tes de las ciencias políticas se encuentran actualmente sentadas ante mesas separadas, cada una con su concepción de lo que deben ser las ciencias políticas, protegiendo un núcleo oculto de vulnerabilidad.

Las cosas no siempre han sido así. Si recordamos el estado en que se encontraban las ciencias políticas hace un cuarto de siglo, diga­mos a principios de la década de 1960, las críticas de David Easton (1953) y David Truman (1955), relativas al atraso de esta disciplina en comparación c~m.el Fésoode las disciplinas propias de las ciencias sociales, habían sido tomadas muy en serio por un importante y productivo cuadro de jóvenes politólogos. En 1961, Robert Dahl escribió su Epitaph for a Monument to a Successful Protest, que refle­jaba la confianza de un movimiento tÍ"iunfante, cuyos dirigentes rápidamente estaban convirtiéndose en las figuras más destacadas de la profesión. Ni Dahl ni Heinz Eulau, cuya Behavioral Persuasion

" Gabriel A. Almond, Separa te Tables. PS. vol. 21. núm. 4. Derechos reservados en 1988 por la American Política} Science Associalion. Reproducción- autorizada.

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40 LA POLÍTICA COMO CIENCIA

se publicó en 1963, hicieron demandas exageradas o exclusivas a las nuevas ciencias políticas. Expresaron su convicción de que el enfo­que científico en el estudio de los fenómenos políticos había demos­trado su eficacia, y que podía considerarse, al lado de la filosofía política, el derecho público, y la historia y descripción de las institu­ciones, como un procedimiento válido para el estudio de la política. Como la parte "en movimiento" de la disciplina, digamos, suscitó cierta inquietud entre las viejas subdisciplinas. Una metáfora ilus­trativa del estado de las ciencias políticas en aquella época podría ser el modelo de "turco joven-turco viejo", con los turcos jóvenes que ya pintan canas. Pero todos somos turcos.

Ahora prevalece una incómoda fragmentación. Los especialistas en administración pública buscan un anclaje en la realidad, una "nueva institucionalidad" en la cual apoyar sus brillantes deduccio­nes; los econometristas políticos quieren relacionar los procesos his­tóricos e institucionales; los humanistas critican la evitación de los valores políticos por el llamado "cientificismo" y se sienten incom­prendidos en un mundo dominado por las estadísticas y la tecnolo­gía; y los teóricos políticos radicales "críticos", como los profetas de la antigüedad, maldicen a los conductistas y positivistas, así como a la simple noción d~ un profesionalismo en las ciencias políticas ten­diente a separar el saber de la acción. Sin embargo, su antiprofesio­nalismo deja en entredicho su propia calidad de teóricos o políticos.

El malestar que prevalece entre .los profesionales de las ciencias políticas no es físico sino anímico. En el transcurso de las últimas décadas, la profesión ha aumentado a más del doble en términos cuantitativos. La ciencia política norteamericana se ha extendido a Europa, América Latina, Japón y, curiosamente, hasta China y la URSS. Las ciencias políticas adoptaron las características metodo­lógicas y de organización de la Giencia -institutos de investigación, presupuestos en gran escala, el uso de métodos estadísticos-Y hl~­máticos, etc. La ciencia política ha prosperado materialmente, pero no es una profesión feliz.

Estamos divididos en dos dimensiones: una ideológica, y otra me­todológica (véase el cuadro 1). En la dimensión metodológica están los extremos de blandos y duros. En el extremo blando figuran estu­dios clínicos "densamente descriptivos" como los de Clifford Geertz (1972). Como ejemplo de este tipo de orientación, Albert Hirschman (1970) cit61a biografía escrita por John Womack (1969) del guerri-

Dimensión metodológica

MESAS SEPARADAS

Dura Blanda

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CUADRO 1. Dimensión ideológica

Izquierda Derecha

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llero mexicano Emiliano Zapata; se trata de una obra casi exenta de cualquier tipo de conceptualización, hipótesis, o intentos de demos­trar proposiciones. Hirschman argumenta que no obstante esta apa­rente carencia metodológica, dicho estudio sobre Zapata está repleto de implica,ciones teóricas de suIha importancia. Leo ~trauss (l9~9) y los seguidores de su filosofía política, con s~ enfoque I~terpretatIv~ en la evocación de las ideas de filósofos políticos, tambIén se aproXI­man en gran medida a este extremo blando, aunque el estilo de Womack con su carácter narrativo y descriptivo parece dejarlo todo implícito, la exégesis straussiana conlleva la discip~~na propia ,?e.la explicación de los grandes textos, que descubre su verdadero SIg­nificado mediante el análisis del lenguaje empleado en ellos.

Un tanto alejados del extremo blando, pero aún del lado blando del continuo, podrían estar los estudios filosóficos más abiertos a las pruebas empíricas yel análisis lógico. Obras recientes, como las de Michael Walzer acerca de la justicia (1983) Y la obligación (1970), Y las de Carole Pateman sobre la participación (1970) Y la obligación (1979), podrían ser ilustrativas. En estos casos existe algo más que una evocación sencilla y profusamente documentada de un aconte­cimiento o personalidad, o una exégesis precisa de las ideas de los filósofos políticos. Se presenta una argumentáción lógica, a menu~o corroborada por el estudio de pruebas, y desarrollada en forma mas o menos rigurosa.

En el otro extremo-dd-cfflytinyo metodológico se encuentran los estudios de carácter cuantitativo, econométrico y aquellos que con­tienen modelos matemáticos; y lo más extremo podría ser la combi­nación de modelos matemáticos, análisis estadísticos, experimentos y la simulación computarizada en la bibliografía sobre opinión pú­blica. Ejemplos extremos de este polo duro podrían ser las teoría.s relativas al sufragio, la formación de coaliciones y la toma de deCI­siones en comités y burocracias, implicadas en la comprobación de hipótesis generadas por medio de modelos formales y matemáticos.

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En el lado izquierdo del continuo ideológico, tenemos cuatro grupos de la tradición marxista: los marxistas propiamente dichos, los teó­ricos de la "política crítica",los llamados dependencistas, y los teóri­cos del sistema mundial,los cuales, todos ellos, rechazan la posibili­dad de separar al conocimiento de la acción y subordinan la ciencia política a la lucha por el socialismo. En el extremo conservador del continuo figuran los neoconservadores, quienes favorecen entre otras cosas a la economía de libre mercado y a la limitación de los poderes del Estado, así como a una política exterior agresivamente anticomunista.

Si combinamos estas dos dimensiones, obtenemos cuatro escue­las en las ciencias políticas, cuatro mesas separadas -la izquierda blanda, la izquierda dura, la derecha blanda y la derecha dura. La realidad, desde luego, no está tan claramente delimitada. Los mati­ces ideológicos y metodológicos son más sutiles y complejos. Prosi­guiendo con nuestra metáfora sin salirnos del espacio del refectorio, toda vez que la inmensa mayoría de los politólogos están en algún punto cercano al centro -ideológicamente "liberales" y moderados, al mismo tiempo que eclécticos y abiertos al diálogo en cuestión de metodología- pbdría hablarse de una gran cafetería central en la que la mayoría de nosotros seleccionamos nuestro alimento intelec­tual. y en donde compartimos grandes mesas en compañía de diver­sos y cambiantes comensales.

Las mesas exteriores de este enorme refectorio disciplinario están muy bien iluminadas y visibles, en tanto que el gran centro perma­nece en la penumbra. Es lamentable que el humor y la reputación de la disciplina de las ciencias políticas estén tan influidos por estas posturas extremas. Esto se debe en parte a que los extremos suelen ser sumamente audibles y visibles -la izquierda blanda emite un ruido de fondo permanente y flagelante, y la derecha duta }1reduce los refinados modelos matemáticos y estadísticos que aparecen en las páginas de nuestras revistas especializadas.

LA IZQUIERDA BLANDA

Supóngase que empezamos con la izquierda blanda. Todos los sub­grupos de la izquierda blanda comparten el postulado metametodo-

MESAS SEPARADAS 43

lógico según el cual el mundo empírico no pued~ entenderse en función de esferas y dimensiones separadas, sino como una totalidad espacial-temporal. La "teoría cntica" desarrollada por Horkheimer, Adorno, Marcuse y otros integrantes de la "escuela de Francfort", rechaza la estrategia de desprendimiento y disgregación atribuida a la corriente principal de las ciencias políticas. Las diversas partes del proceso social deben considerarse como "aspectos de una situación total implícita en el proceso del cambio histórico" (Lukács, citado en David Held, 1980, p. 164). Tanto el estudioso como su objeto de estu­dio participan en una lucha. Por tanto, la objetividad no es apropiada. "Los positivistas no entienden que el proceso de acceso al conoci­miento es inseparable de la lu'cha histórica que tiene lugar entre los seres humanos y el mundo. La teoría y el quehacer teórico están entrelazados en los procesos de la vida social. El teórico no puede mantenerse al margen, contemplando, reflejando y describiendo la 'sociedad' o la 'naturaleza' " (Held, p. 165). Para entender y explicar es menester ~star comprometido con un resultado. No existe una cien­cia política en el sentido positivista de la palabra, es decir, una ciencia política ajena a un compromiso ideológico. Intentar una separación equivale a respaldar el orden establecido, históricamente obsoleto.

Marxistas más ortodoxos como Perry Anderson (1976), Goran Therborn (1977), Philip Slater (1977) y otros, si bien comparten la metametodología de la "escuela crítica", van más lejos al argüir que, a no ser que se acepte el materialismo histórico en su sentido más reduccionista, consistente en explicar el acontecer político en térmi­nos de lucha de clases, se deja de apreciar la relación existente entre teoría y praxis.

Al considerar la configuración de la izquierda blanda, comienza a desintegrarse nuestra metáfora cuatripartita de las mesas separa­das. Los teóricos m~rPsta;& d.e.9ivt;rSas orientaciones -los "teóricos' cnticos",los escritores de la "dependencia" y los teóricos del "sistema mundial" - son compañeros de mesa con varias displ,ltas. Todos comparten la creencia en la unidad de la teoría y la praxis, y están convencidos de que es imposible separar la ciencia c!e la política. Como consecuencia lógica, la corriente positivista, empeñada en separar la actividad científica de la política, ha perdido contacto con la arrolladora unidad del proceso histórico y permanece absurda­mente atada al statuquo. La ciencia política positivista se niega a

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tomar en cuenta la dialéctica histórica que hace inevitable el paso del capitalismo al socialismo.

Fernando Cardoso, principal teórico de la escuela de la depen­dencia, compara la metodología de dicha teoría con la tradición norteamericana de las ciencias sociales:

Nuestro propósito es restaurar la tradición intelectual fundamentada en una ciencia social integral. En vez de concentrarnos únicamente en di­mensiones específicas del proceso social, buscamos una comprensión dinámica y global de las estructuras sociales. Nos oponemos a la tradi­ción académica que consideraba la dominación y las relaciones sociocul­turales como "dimensiones" analrticamente independientes la una de la otra y de la ecqnomía, como si cada una de esas dimensiones hubiese correspondido a distintos rasgos de la realidad [ ... ] Nuestro estudio de la sociedad, así como de sus estructuras y procesos de cambio, está basado en un enfoque dialéctico [ ... ] A final de cuentas, la opción que se plantea no es la consolidación del Estado o el advenimiento de un "capitalismo autónomo", sino más bien en qué forma sustituirlos. Por lo tanto, lo importante es cómo trazar vías conducentes al socialismo. (Cardoso y Faletto, 1979, pp. ix y xxiv)

De modo que la ciencia política no puede ser ciencia si no está dedicada plenamente a la consecución del socialismo.

Richard Fagen, uno de los principales exponentes del enfoque de la "dependencia", detalla las implicaciones de la postura de Cardoso para la comunidad académica interesada en cuestiones de desarro- . 110. Un avance real en el estudio sobre el desarrollo debe asociarse con una restructuración de las asimétricas relaciones internaciona­les de poder y "un ataque, mucho más difícil e históricamente signi­ficativo, contra las propias formas capitalistas de desarrollo [ ... ] So­lamente cuando tan crucial toma de conciencia dirija la. .naciente crítica académica contra el sistema capitalista global, podremos afir­mar que el cambio de paradigmas en las ciencias sociales estadu­nidenses cobró fuerza y está acercando el quehacer académico a lo que realmente importa" (1978, p. 80).

Dos recientes interpretaciones de la historia de la ciencia política estadunidense, indican que está ganando terreno esta crítica de la "izquierda blanda" contra la corriente dominante de investigación en la disciplina. David Ricci, en The TragedyofPolitical Science (1984),

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describe el surgimiento, en las postrimerías de la segunda Guerra Mundial, de una escuela científica liberal de las ciencias políticas en los Estados Unidos de Norteamérica. Se trataba, según Ricci, de un movimiento empeñado en demostrar, mediante los métodos más precisos, la superioridad de los postul~dos y valor~s plurali.st~~ libe­rales. La validez de esta complaciente teoría política empírica , crea­da porpolitólogos como David Truman, Robe~ Da?l. C. E. L~nd~lom, un grupo de especialistas electorales de la Umver~ldad ~e Mlch.lgan y otros investigadores, quedó en duda durante los dIsturbIOS de finales de l~ década de 1960 y principios de la de 1970, junto con el despres­tigio de la política y administración pública estadunidenses. Ricci concluye que este episodio conductista-poscond";ctista ?em~estra q~e la ciencia política como ciencia empírica, sin la mcluSlón SIstemátIca de valores y opciones morales y éticas, y sin un compromiso con la acción política, está condenada al fracaso. La ciencia política debe inclinarse hacia algún lado, no hacerlo propicia su repliegue a una postura de futilidad y especialización preciosista.

La izquierda blanda de Ricci es una variedad de la izquierda hu­manista moderada. La que propugna Raymond Seidelman (1985) corresponde a un tratamiento más radical de la historia de la cie~cia política estadunidense. En un libro titulado Disenchanted Realtsts: Polítical Science and the American Crisis, 1884-1984, Seidelman des­arrolla con detalle una tesis que sustenta la existencia de tres corrien­tes en la teoría política estadunidense: una corriente institu­cionalista, otra democrática populista y una tercera, relativamente efímera, "ciencia política liberal", iniciada en las décadas de 1920 y 1930 en la escuela de la Universidad de Chicago, y que habría de prosperar en los Estados Unidos de Norteamérica de~de la época inmediatamente posterior a la segunda Guerra MundIal hasta los años setenta, poco más- g,.i:ncm.ps. La corriente institucionalista co­rresponde a la tradición hamiltoniana-madisoniana incorporada al sistema constitucional y tendiente a frustrar la voluntad de las ma­yorías. La teoría de la separación de poderes se fundamenta ~~ ,la desconfianza de las tendencias populares. Opuesta a e~ta tradlclOn en la teoría política estadunidense está la tendencia democrática populista manifiesta en el temprano igualitarismo agrario, el aboli­cionismo, el populismo y otros movimientos similares. Esta segunda tradición de Thomas Paine es antiestati~ta y antigubernamental. y

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fue desprestigiada por el auge de la sociedad industrial urbana y la necesidad de un gobierno central poderoso.

La tercera tradición se basaba en la fe en la viabilidad de una ciencia política que ayudase a producir un poderoso Estado nacio­nal. dirigido por expertos que aplicaran políticas públicas constlUc­tivas y coherentes, y respaldado por mayorías populares virtuosas. Esta ilusión de una ciencia política grande y constructiva se esfumó, tanto en el ámbito de la política como en el de la ciencia. La realidad política se convirtió en una serie desarticulada de "redes de proble­mas" y "triángulos de hierro" dominados por la élite e incapaces de perseguir políticas públicas consistentes y eficaces, y la ciencia, a su vez, se transformó en un conjunto de especialidades inconexas ca­rentes de relación con la política y la administración pública. Seidel­man concluye:

Desde el punto de vista histórico, el profesionalismo en ciencias políticas no ha hecho otra cosa que oscurecer conflictos y opciones en la vida pública estadunidense, tbda vez que consideró a los ciudadanos como meros objetos de estudio o clientes de un paternalismo político benigno [ ... ] Mientras no.se percaten los politólogos de que su política democrá­tica no puede llevarse a cabo mediante un profesionalismo yermo,la vida intelectual permanecerá ajena a los auténticos aunque tal vez secretos sueños de los ciudadanos estadunidenses. La historia de las ciencias políticas ha confirmado esta laguna, aun cuando intentó colmarla. La ciencia política moderna deberá lograrlo para poder transformar meras ilusiones en nuevas realidades democráticas. (P. 241) .

El principal cometido de la izquierda blanda es la impugnación del profesionalismo en las ciencias políticas. Es un llamado a la academia para que se integre a la lucha política y oriente sus activi­dades didácticas y de investigación hacia compromisos ia~blérgicos de izquierda: concretamente, hacia un socialismo moderado o revo­lucionario.

LA DERECHA DURA

La derecha dura, por el contrario, es ultraprofesional en cuanto a metodología, y cuenta con un formidable arsenal de metodologías científicas: deductivas, estadísticas y experimentales. Propende a

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considerar las formas de análisis histórico, descriptivo y cuantitativo sencillo como productos menores de la ciencia política, aun cuando en años recientes se ha observado una notable rehabilitación de las instituciones políticas, así como una tendencia a vincular la labor deductiva formal con la tradición empírica inaugurada por Gosnell, HerringyV. O. Key.

En una reciente revisión del movimiento de la elección pública en las ciencias políticas, William Mitchell (1988) hace una distinción en­tre dos centros principales, a los que designa con los nombres de escue­las de Virginia y Rochester. La escuela de Virginia, que tuvo su mayor efecto entre los economistas, fue fundada por James Buchanan y Gordon Tullock, en tanto que William Ricker fundó la escuela de Rochester, de mayor trascendencia entre los politólogos. Ambas es­cuelas tienden a desconfiar de la política y la burocracia, y mantienen una postura conservadora desde el punto de vista fiscal. Sin em bar­go,la escuela de Virginia declara abiertamente que el mercado cons­tituye la piedra de toque de una distribución eficiente de la riqueza. Según Mi'tchell, los virginianos están "plenamente convencidos de que la economía privada es mucho más robusta, eficiente y quizás más equitativa que otras economías, y además, bastante más eficien­te que los procesos políticos en lo que toca a la distribución de recu~­sos [ ... ] Gran parte de las aportaciones del [virginiano] Center for Study of Pu blic Choice pueden considerarse como contribuciones a una teoría sobre el fracaso de los procesos políticos [ ... ] la desigual­dad, la ineficiencia y la coerción son las consecuencias más comunes de la definición de políticas democráticas" (pp. 106-107). Buchanan sugirió un plan de reducción automática del déficit años antes de la adopción de la propuesta Gramm-Rudman-Hollings; también fue el autor de una primera versión de la enmienda constitucional pro­puesta para equilibra~l.pEc:lsl.\puc::sto. En dos libros -Demoeraey in Defieilt: The Politieal Legaey of Lord Keynes (Buchanan y Wagner, 1977) y The Eeonomies of Polities (1978)- Buchanan presenta un modelo de política democrática en la cual el electorado actúa en función de sus intereses de corto plazo, o sea que se ri:!siste a pagar impuestos y busca beneficios materiales para sí mismo; los políticos aprovechan naturalmente estas preferencias favoreciendo el gasto y oponiéndose a los impuestos, en tanto que los burócratas procuran acrecentar su poder y recursos sin tomar en cuenta el interés público.

48 LA POLíTICA COMO CIENCIA

Estos teóricos difieren en cuanto a su grado de convicción de que este modelo de maximización de utilidades a corto plazo refleja la realidad humana. Algunos estudiosos emplean este modelo como una simple fuente de hipótesis. Así, Robert Axelrod, mediante mode­los deductivos, experimentación y simulación por computadora, hizo importantes aportaciones a nuestra comprensión de las formas en que surgen las normas cooperativas y, en particular, de cómo pueden surgir normas de cooperación internacional a partir de una perspec­tiva de maximización de utilidades a corto plazo (1984). Douglass North (1981), Samuel Popkin (197~),Robert Bates (1988) y otros, combinan modelos de elección racional con análisis sociológicos en sus estudios sobre el desarrollo y el proceso histórico del Tercer Mundo.

La naturaleza defensiva de esta perspectiva se refleja en comenta­rios hechos en fechas recientes por estudi~sos de incuestionable credibilidad científica; Así, Herbert Simon cuestiona el postulado de elección racional de dicha bibliografía:

Para la investigación en general, y en particular para nuestra estrategia de investigación, l!xiste una enorme diferencia entre estudiar el casi omnisciente horno ecollomicus de la teoría de la elección racional, o el resueltamente racional horno psychologicus de la psicología cognosciti­va. Esta diferencia atañe no solamente a la investigación, sino también al correcto diseño de instituciones políticas. James Madison tenía plena conciencia de esto, y en las páginas de Federalist Papers optó por la siguiente perspectiva de la condición humana: "De la misma manera que existe en la naturaleza humana cierto grado de depravación que requiere alguna medida de circunspección y desconfianza, también se encuentran otras cualidades que justifican cierta cantidad de estima y confianza:" -una perspectiva que podemos considerar equilibrada y realista de la racionalidad humana con sus concomitantes flaquezas de m<'tri,,~ y"ra­zón. (P. 303)

James March y Johan Olsen impugnan el formalismo de la biblio­grafía sobre la elección pública: "El nuevo institucionalismo es un prejuicio con base empírica, el cual sustenta que lo que observamos en el mundo es incongruente con las formas en que las teorías con­temporáneas exigen que nos expresemos [ ... ] La agencia buroorática, el comité legislativo y el tribunal de apelación son arenas en las que

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contienden fuerzas sociales, pero también son conjuntos de proce­dimientos y estructuras normativas de operación que definen y de­fienden intereses" (1984, 738). Asimismo, cuestionan el postulado racional del interés propio de la bibliografía sobre la elección públi­ca, al argumentar que:

Aun cuando la política sin duda alguna obedece en gran medida a inte­reses propios, es frecuente que la acción esté encaminada a averiguar el comportamiento normativo apropiado y no propiamente a calcular los beneficios que cabe esperar de elecciones alternativas. Por consiguiente, el comportamiento político, lo mismo que cualquier otro comportamien­to, puede describirse en términqs de deberes, obligaciones, papeles y reglas. (P. 744.)

LA DERECHA BLANDA

En la celdilla correspondiente a la derecha blanda, se encuentran diversos tipos de conservadores de viejo y nuevo cuño, quienes tien­den a ser tra'dicionales en sus metodologías y a ubicarse en el lado derecho del espectro ideológico. Sin embargo, los adeptos de la teo­ría política de Leo Strauss pertenecen a una categoría distinta. Es claro su conservadurismo metodológico. La Ilustración y la revolu­ción científica son los enemigos. La ciencia política libre de valores y éticamente neutral de Max Weber ocupa un lugar privilegiado en su escala de prioridades. Como lo expresó Leo Strauss: "El embota­miento moral es una condición necesaria para el análisis científico. Nuestra seriedad como científicos sociales está en función directa del grado en que logremos desarrollar dentro de nosotros mismos un sentimiento de indiferencia hacia la consecución de cualquier obje­tivo, que nuestros procedimientos se vuelvan erráticos y carentes de propósito, en una actitu<igcme¡¡:al,que podría calificarse de nihilista" (1959, p. 19). Pero la ciencia política no sólo es amoral, tampoco es realmente generadora de conocimiento. De nuevo Leo Strauss: "En términos generales, cabe preguntarse si la nueva ciencia política ha generado algo políticamente importante que no conoci~ran ya los profesionales inteligentes de la política, poseedores de un profundo conocimiento de la historia, o los periodistas brillantes y cultos, sin mencionar a los viejos politólogos" (en Storing, 1962, p. 312).

Los straussianos rechazan cualesquiera interpretaciones de la

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t'eoría política de carácter "historicista" o basadas en una "sociología del saber". El significado verdadero de los textos filosóficos está contenido en lo que se ha escrito. El filósofo de la política debe poseer la habilidad y la visión necesarias para explicar este sentido original. La verdad esencial puede encontrarse en los escritos de los filósofos clásicos, en particular en los de Platón -con su racionalismo socrá­tico libre de contingencias-o Las verdades están fuera del tiempo, del espacio y de cualquier contexto. La filosofía política posmaquia­veliana propició el relativismo moral y el deterioro de la virtud cívica; la ciencia política "conductista" es el producto degradado de este deterioro moral.

Durante los recientes festejos del ducentésimo aniversario de la Constitución, los straussianos, como era de esperarse, estuvieron a la vanguardia de la escuela del "primer intento" de la interpretación constitucional. Gordon Wood, en un reciente análisis de la biblio­grafía straussiana sobre la Constitución (1988), señala que para straussianos como Gary McDowell y Walter Berns, toda la verdad de la Constitución está contenida en el texto constitucional, y tal vez en el registro escrito de las deliberaciones y los Informes Federalistas. Wood indica que·el compromiso straussiano con el "derecho natu­ral" los hace desconfiar de todos los derechos históricamente cons­tituidos, "en particular de los recién identificados por la Suprema Corte" (1988, p. 39). Para algunos straussianos, el derecho natural a la propiedad postulado por los fundadores puede servir de base para hacer retroceder el estado de bienestar moderno. Para otros muchos straussianos, el régimen moral ideal es la aristocracia platónica o, en segunda instancia, el "gobierno mixto" aristotélico. Su programa de acción es un llamado a la formación de una élite intelectual que promueva la restauración de los principios fundamentales . ... ... . .,..

LA IZQUIERDA DURA

Por último, existe una escuela de izquierda dura que emplea una metodología científica para probar proposiciones derivadas de las teorías socialista y de la dependencia. Sin embargo, desde el momen­to en que se hacen explícitas y verificables las proposiciones y creen­cias de las ideologías de izquierda, se empieza a rechazar el antipro-

MESAS SEPARADAS 51

fesionalismo de esta corriente ideológica. Esta realidad se refleja en el nerviosismo de los principales teóricos socialistas y de la depen­dencia a la hora de cuantificar y probar hipótesis. Así, Christopher Chase-Dunn, uno de los principales cuantificadores del sistema mundial, aclara con sus colegas: "Mi preocupación es que nos enfras­quemos en estériles controversias entre 'historicistas' y 'científicos sociales', o entre investigadores cuantitativos y cualitativos. Las fronteras 'étnicas' pueden proveernos mucho material para alimen­tar animados diálogos, pero para una verdadera comprensión del sistema mundial, es menester superar esta clase de sectarismo me­todológico" (1982, p. 181). Los principales teóricos de la dependen­cia, entre ellos Cardoso y Fagen, cuestionan seriamente la validez de los estudios "cuantitativos de carácter científico" sobre los postulados de la teoría de la dependencia. Por motivos que no se han precisado con toda claridad, esta clase de investigaciones son "prematuras" o fallan en su propósito. Por esta razón, es probable que no reconozcan como váliqos los hallazgos del grupo de Sylvan, Snidal, Russett, Jackson y Duvall (1983), quienes, durante el periodo incluido entre 1970 y 1975, probaron un modelo formal de "dependencia" en un conjunto de países dependientes, y obtuvieron una serie de resulta­dos mixtos y poco concluyentes. Sin embargo, cuantificadores y econometras de la dependencia y del sistema mundial, incluidos politólogos y sociólogos como Chase-Dunn (1982), Richard Rubin­son (véase Rubinson y Chase-Dunn, 1979), Albert Bergesen (1980), Volker Bornschier y J. P. Hoby (1981) y otros, están actualmente llevando a cabo estudios encaminados a demostrar la validez de los postulados del sistema mundial y de la dependencia.

U NA RESBÑ/rl)E'!ftJE!S1RA HISTORIA PROFESIONAL

La mayoría de los politólogos se sentirían incómodos sentados en las mesas lejanas al centro. Con apenas dos o tres generaciones .de ha­berse convertido nuestra profesión en una importante disciplina académica, no estamos dispuestos a renunciar a nuestros galardo­nes de integridad profesional al someter nuestra actividad docente y de investigación a controversias de orden político. Esto se refleja en la reriuncia parcial a su postura de antiprofesionalismo por parte de

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la izquierda dura, la cual sostiene que los asertos relativos a la socie­dad y la política pueden probarse dándoles una formulación explíci­ta y precisa, y aplicándoles, cuando sea necesario, métodos estadís­ticos.

Asimismo, a la mayoría de nosotros nos desconderta la autoadju­dicación, por parte de los politólogos de la elección pública y la estadística, de la insignia del profesionalismo, así como el hecho de que pretendan relegar al resto de nosotros a un status precien tífico. Comparten esta preocupación algunos de nuestros más distinguidos y sofisticados politólogos, actualm~nte empeñados en rehabilitar las metodologías tradicionales de la ciencia política: como el análisis filosófico, legal e histórico, y la descripción institucional.

A decir verdad, pocos politólogos aceptarían que desde el siglo XVI

la ciencia política no ha hecho más que alejarse del recto camino, y que la única vía hacia el profesionalismo está en la exégesis de los textos clásicos de la teoría política.

Digno de mención es el hecho de que cada una de estas escuelas o corrientes mantiene su versión de la historia de las ciencias políticas. Quien controle la interpretación del pasado en los archivos de nues­tra historia profeEtional tendrá grandes posibilidades de controlar su futuro. En años recientes, la izquierda blanda ha tratado de apropiar­se de la responsabilidad de escribir la historia profesional de la cien­cia política" Mi opinión es que tal vez logró convencer a algunos de nosotros de qUe nos hemos alejado del recto camino. Tanto Ricci como Seidelman, trataron de convencernos de que la ciencia política moderna, metódica y objetiva, sólo podía desarrollarse en los Esta­dos Unidos de Nortearnérica, en donde, durante un corto tiempo, parecieron factibles la democracia liberal, lo mismo que un profe­sionalismo objetivo. Sostienen que conforme ha decaído este opti­mismo estadunidense, al recrudece.rse de manera inevita~le.~l ~t}"ta­gonismo partidista y de clases, se hace insostenible la tesis de una ciencia política políticamente neutral. Dentro de esta línea de razo­namiento, la denda política necesita convertirse de nueva cuenta en parte activa de un IT.'ovimiento de caráClF:f político y, para algunos, revollJ.c.ionario.

La derecnu dura pr~senta una perS?ectAva muy escG?:zada de nues­tra historia pr0fesional: antes de la introducción de las metodologías matemática, est2dfs~;::::a.v experime'1tal, no existían ciencia ni teor:a políticas en el sentido estricto df'O l.a palat-ra.

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Sin embargo, la inmensa mayoría de los politólogos, eclécticos en cuanto a sus enfoques metodológicos, así como quienes se esfuerzan por controlar la orientación ideológica de la actividad profesional -nuestra "cafetería central"- no deberían conceder a ninguna de estas dos escuelas el privilegio de escribir la historia de la disciplina. La historia de la ciencia política no apunta hacia ninguna de esas apartadas mesas, sino más bien hacia la porción central del come­dor, en donde sus ocupantes son partidarios de metodologías mixtas y aspiran a la objetividad.

Es un error afirmar que la ciencia política se desvió de la filosofía política clásica durante los siglos XVI y XVII, Y que ha venido torciendo el rumbo a partir de entonces~ Tampoco es correcto atribuir a la ciencia política estadunidense el mérito de haber separado la teoría y la acción políticas. Los straussianos no pueden pretender ser los únicos en fundamentar sus principios en la filosofía clásica griega. El impulso científico en los estudios políticos tuvo sus orígenes entre los filósofos clásicos griegos. En mi opinión, Robert Dahl es un se­guidor más ortodoxo de Aristóteles que Leo Strauss.

Existe toda una tradición sociológica y política que viene desde Platón y Aristóteles, pasa por Polibio, Cicerón, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Montesquieu, Hume, Rousseau, Tocqueville, Comte, Marx, Pareto, Durkheim, Weber, y llega hasta Dahl, Lipset, Rokkan, Sarta­ri, Moore y Lijphart, que intentó, y continúa haciéndolo, relacionar las condiciones socioeconómicas con las constituciones políticas y las estructuras institucionales, y asociar estas características estructu­rales con tendencias políticas en tiempos de paz y guerra.

Nuestros padres fundadores se adhirieron a dicha tradición. Co­mo observara Alexander Hamiiton en Federalist 9: "La denda de la política [ ... ] como la mayoría de las demás ciencias, ha evolucionado considerablemente. Se entiende actualmente con toda claridad la eficacia de varios prínclpÍü; qúé"lo"s antiguos no conocían en abso­luto, o acaso en una forma muy parcial" (1937). En Federalist 31, Hamilton trata sobre el eterno problema de qué tan científicos pue­den ser los estudios de carácter moral y político" Concluye que:

Aun cuando no puede considerar"se que los principios c~e; saber morai y pc1ftico poseen. en general, el misfTlo gr~ . .:Jo de certió;n¡~re que los de las matemáticas, no dejan de !J,cstrar en este senf.:do Tfl2."'jc're!' c~;a.!idade~ [ ... ] de las que estaríamos dispuestos? concederles. (P. 18,.,

54 LA POLíTICA COMO CIENCIA

Cabe señalar que la dicotomía entre las ciencias "exactas" yaque­llas a las que no se les reconoce este atributo, la cual se nos ha hecho creer es un fenómeno reciente atribuible a la herejía del movimiento conductista estadunidense, de hecho ha sido endémica en la disci­plina desde sus orígenes.

Durante el siglo XIX y principios del xx, Auguste Comte, Marx y Engels y sus seguidores, Max Weber, Emile Durkheim, Vilfredo Pa­reto, y otros, trataron la política con perspectivas más propias de la ciencia social, con regularidades seIllejantes a leyes y relaciones ne­cesarias. A la vuelta del siglo xx, John Robert Seeley y Qtto Hintze, Moissaye Ostrogorski, y Roberto Michels, formularon lo que consi­deraron "leyes científicas" de la política -Seeley y Hintze teorizaron sobre la relación entre las presiones externas y la libertad interna en el desarrollo de las naciones-Estado de Europa occidental; Ostro­gorski, acerca de la incompatibilidad entre el partido político buro­crático de masas y la democracia, conclusión que obtuvo de un estu­dio comparativo sobre el surgimiento de los sistemas de partidos británico y estadunidense; y Michels escribió acerca de la "ley de hierro de la oligarqq~a", a saber, la propensión en las grandes orga­nizaciones burocráticas a que el poder gravite hacia la dirigencia suprema, un razonamiento que se desprendió de su estudio de caso "crítico" del partido socialdemócrata alemán. En fechas más recien­tes, también provino de Europa la "ley" de Duverger acerca de la relación existente entre los sistemas electorales y de partidos.

Entre los pioneros de ciencia política profesional moderna, desde el principio fue práctica común calificar de "ciencia" a esta rama del conocimiento. Así, sir Frederick Pollock y John Robert Seeley, el primero catedrático en Oxford y la Royal Institution, el segundo en Cambridge, titularon sus libros The History of the Science of Politics (1890) y An Introduction to Polítical Science (1896), respecti~a~e~ñ~ te. Lo que estos autores entendían por "ciencia" variaba de un caso a otro. Pollock distingue entre ciencias naturales y morales: "La comparativa inexactitud de las ciencias morales no es culpa de los hombres que les dedicaron sus talentos, sino que depende, como lo constatara Aristóteles, de la naturaleza de la materia sobre la cual tratan" (p. 5).

Para John Robert Seeley, la ciencia política era un conjunto de proposiciones derivadas del saber histórico. Como consecuencia del

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desarrollo de la historiografía en el siglo XIX, anticipaba un despegue en el desarrollo de la ciencia política. Si los modernos habrían de superar con mucho a Locke, Hobbes y Montesquieu, era simplemen­te porque su base de datos históricos sería mucho más amplia.

Para Seeley, quien introdujo a la ciencia política en el Tripas de Cambridge, se trataba de aprender a "razonar, generalizar, definir y diferenciar [ ... ] así como acopiar, verificar e investigar hechos". Es­tos dos procesos constituían la ciencia política. "Si descuidamos el primer proceso, sólo acumularemos inútilmente datos, toda vez que no tendremos manera de diferenciar entre hechos importantes y triviales; y desde luego, si descuid~mos el segundo proceso, nuestros razonamientos carecerán de base, y no haremos nada sino tejer te­larañas escolásticas" (1896, pp. 27-28).

Durante el siglo XIX y principios del xx, hubo en las ciencias so­ciales dos escuelas de pensamiento que ostentaban el nivel o la ca­racterística de ciencia. Auguste Comte, Karl Marx y Vilfredo Pareto no establecen distinción alguna entre ciencias sociales y "natura­les". Ambos tipos de ciencia buscaban uniformidades. regularida­des, leyes. Por otra parte, para Max Weber era absolutamente ociosa la noción de una ciencia social que consistiera en "un sistema cerra­do de conceptos en los que la realidad es sintetizada en alguna forma de clasificación permanente y universalmente válida, a partir de lo cual es posible hacer nuevas deducciones":

El torrente de los eventos incuantificables fluye sin cesar hacia la eterni­dad. Los problemas culturales que mueven a la humanidad siempre se vuelven a presentar con diferentes matices, y en este infinito flujo de eventos, cambian constantemente los límites del área que adquiere sig­nificado e importancia para nosotros, es decir, que se convierte en un "ente histórico". Se modifican asimismo los contextos intelectuales den­tro de los cuales éste se cortre~dya'fializa científicamente. (1949, p. 80.)

Para Max Weber, la "sujeción a leyes" de la interacción humana es de otro orden. La materia de estudio de las ciencias sociales -la acción humana- implica juicios de valor, memoria y aprendizaje, los cuales sólo pueden arrojar regularidades relativas, "posibilidades objetivas" y probabilidades. Los cambios culturales pueden atenuar o incluso destruir estas relaciones. Asimismo, Durkheim conside­raba que los fenómenos culturales eran demasiado complejos y de-

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pendientes de la creatividad humana para tener el mismo grado de certidumbre causal que las ciencias naturales.

Durante las primeras décadas de la ciencia política profesional en los Estados Unidos de Norteamérica -desde 1900 hasta la década d~ 1930- dos estudiosos, Merriam y Cadin, el primero tan estadu­mdense como el pay de manzana y el segundo un inglés radicado tempor~lmente en ese país, fueron los primeros en promover la in­t:OduccIón de n?:mas y mé~odos científicos en el estudio de la polí­tIca .. La aportacIon de MerrIam fue sobre todo programática y pro­mocIOnal. Preconizó dicho movimiento, reclutó personal y fundó un progr~ma particular de investigación en la Universidad de Chicago. T~mb!én fue ~no de los fundadores del Consejo de Investigación en C~encIas SOCIales. Catlin escribió sobre cuestiones metodológicas, hIZO una clara distinción entre la historia y la ciencia política y ubicó a esta última entre las ciencias sociales.

En su manifiesto de 1921, "La actual situación del estudio de la política", Merriam recomendó la introducción de conocimientos psicológicos en el estudio de las instituciones y procesos políticos, a~í con:o el empl~o de métodos estadísticos para incrementar el rigor CIentífico del análisis político. Este llamado al crecimiento y a la superación profesional en ningún momento planteó la necesidad de una ~iscusi~n s~bre la metodología científica. Merriam propuso practlcar la CIenCIa política en vez de hablar de ella. Y de hecho en la Universidad de Chicago, se desarrolló en el transcurso de las si~uien­tes décadas un programa de investigación que ejemplificó el hinca­~ié de Merriam en la investigación empírica, la cuantificación y la Interpretación sociosicológica. Los profesionales egresados de dicho programa conformaron una parte apreciable del núcleo del "movi­miento conductual" de la posguerra.

George Catlin tal vez haya sido el primero en hablar de un :!'t~-~~a"~ien­to conductista de la política" (1927, p. xi) y, en su exposición acerca de una ciencia política, parece desechar todas las objeciones susceptibles de est~blecer una distinción entre los asuntos humanos y sociales y los objetos de estudio de las ciencias naturales. Sin embargo, no se muestra muy optimista con respecto a 12<0 perspectivas de 12 ciencia.

P0:- el momento, la polftica debe C0'·.,'_c~;:2."<'~; ~. la humilde taL'" ¿e r-::<;::;.,­

traI' y CUéll::10'J' "'~;:¡. p0:3ible hacf!rlo, 'ile~"'!.c'",.~ y clasificar el mater;.3.~ his-

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tórico pasado y contemporáneo, así como seguir probables pautas para el descubrimiento de formas permanentes y principios generales de acción [ ... ] Es razonable esperar que la ciencia política a final de cuentas resulte ser algo más que esto, que nos brinde cierta esperanza de poder algún día controlar la situación social, y nos muestre, si no lo que se debe hacer, por lo menos -siendo la naturaleza humana como es-lo que no se debe ha­cer, toda vez que semejante acción ha de poner a descubierto la estructura de la sociedad, así como las líneas de actividad de las fuerzas más pro­fundas que contribuyeron a definir dicha estructura. (1927, pp. 142-143.)

Así, podemos ver que no resiste un análisis crítico la afirmación de Bernard Crick (1959) de que el movimiento conductual en la ciencia política estadunidense, yen particular la escuela de Chicago, fueron los que condujeron a la ciencia política por el dorado camino del cientificismo. Tanto en Europa como en América, la opinión metametodológica al respecto está dividida. Costaría trabajo encon­trar estudiosos más apegados al modelo de las ciencias exactas que Comte, Marx, Pareto y Freud. Durkheim y Weber, a pesar de su claro compromiso con la ciencia, reconocieron abiertamente que el cien­tífico social trabaja con materiales menos reductibles a las leyes y formas de explicación propias de las ciencias exactas. Esta polémica emigró hacia los Estados Unidos de Norteamérica en el transcurso del siglo xx.

La atribución hecha por Crick de esta orientación científica a los populistas de Chicago no resiste un examen de las pnlebas. Hay que leer la correspondencia de Tocqueville (1962) para apreciar cuán cerca estuvo aquel brillante intérprete de la democracia norteameri­cana -un siglo antes de que naciera la escuela de Chicago- de realizar una encuesta de opinión en ocasión de sus viajes por el país. Al conversar con el capitán de un buque de vapor del río Misisipí, granjeros de tierra adentre,;;'comensales en cenas elegantes por la costa Este y funcionarios en Washington, D. C., buscaba obtener una muestra de la poblaci6n estadunidense. Karl Marx elaboró un cues­tionario de seis páginas a fin de estudiar las normas de vida, las condiciones de trabajo, así como las actitudes y creencias de la clase obrera francesa a principios de la década de 1880. Un gran número de copias fuer"'} r",':-?rtida~ ? ).os s0d~Hst8<:' y <3 h~" é)rganizacimY3 01::-reras. Los ,3 ",7.0S zr"Diack,c~~::-:¿ ... 2 ,_".'¡,;i.zadc2- ~!'1.18";igule;:;.:,-,,, ele,~ c1'2'2eS general,?,> O~·~~('). Er 10S ap'_'~1k, ce 1\1:'" 'NCl i;;::-para s~' estu

58 LA POLíTICA COMO CIENCIA

dio sobre el campesinado de la Prusia oriental, existen indicaciones de que planificó e inició una encuesta sobre las actitudes de los campesinos polacos y alemanes. Asimismo, en su estudio sobre la religión comparativa empleó una tabla formal de cuatro casillas -mundanidad-desprendimiento, ascetismo-misticismo- como instrumento para generar hipótesis acerca de la relación existente entre la ética religiosa y las actitudes económicas.

La mayoría de los avances importantes en el desarrollo de la esta­dística fueron logrados por europ~os. La Place y Condorcet eran franceses; la familia Bernoulli era suiza; Bayes, GaIton, Pearson y Fisher, ingleses; Pareto, italiano; y Markov, ruso. El primer teórico de la "elección pública" fue un escocés llamado Duncan Black (1958). La opinión de que el enfoque analítico cuantitativo en las ciencias sociales fue una aportación estadunidense no resiste el escrutinio histórico. Lo que sí fue propiamente estadunidense fue la mejoría, y la aplicación, de métodos cuantitativos en la investigación por en­cuestas, el análisis de contenidos, el análisis estadístico agregado, la elaboración de modelos matemáticos y otros procedimientos simi­lares, así como la c~mprobación empírica de hipótesis psicológicas y sociológicas formuladas en su mayor parte en la bibliografía euro­pea sobre ciencias sociales.

En el momento más negro de la historia europea -durante los años treinta- hubo una gran penetración de la ciencia social europea en los Estados Unidos de Norteamérica, propiciada por refugiados co­mo Paul Lazarsfeld, Kurt Lewin, Marie Jahoda, Wolfgang Kohler, Hans Speier, Erich Fromm, Franz Neumann, Otto Kircheimer, Leo Lowenthal, Franz Alexander, Hannah Arendt, Hans Morgenthau, Leo Strauss y otros muchos. Tan larga serie de nombres indica cla­ramente que dicha corriente migratoria trajo consigo las diversas. polémicas entonces existentes en el área de las ciencias so~"¡~i~s~' y que es un mito la contraposición de un enfoque europeo y otro esta­dunidense en torno al problema de la orientación humanista vs. científica. El desarrollo de las ciencias sociales y políticas en los Estados Unidos de Norteamérica muestra una clara continuidad con sus antecedentes europeos.

Esta tradición general en las ciencias políticas, la cual comenzó con los griegos y continúa avanzando hasta los pensadores creativos de nuestra generación, es la versión verídica de la historia de nuestra

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disciplina, aun cuando las escuelas crítica y marxista pretenden ser las principales protagonistas de esta evolución. Ante tan simplista tentación, necesitamos comprometernos con firmeza con la búsque­da de la objetividad. El llamado a la "pertinencia" asociado al "pos­conductismo" conlleva una mayor preocupación por las implicacio­nes de orden práctico en nuestro quehacer profesional, pero no pue­de 1 ;.;ar un compromiso con un curso particular de acción política. Un politólogo no es forzosamente un socialista, y mucho menos un socialista de una determinada escuela.

No puede tomarse en serio la versión que nos presenta la filosofía política straussiana de la historia de nuestra disciplina. La versión de nuestra historia presentada por la corriente radical de la elección pública confunde técnica con substancia. La ciencia política en ge­neral está abierta a cualquier metodología susceptible de hacernos más intelegible el mundo de la política y de la administración públi­ca. No debemos desdeñar el saber propiciado por nuestras metodo­logías tradicionales sólo porque se dispone ahora de poderosas he­rramientas estadísticas y matemáticas.

Tenemos motivos para sentirnos orgullosos del avance logrado por la ciencia política durante estas últimas décadas. Y como ciuda­danos estadunidenses, hemos hecho importantes aportaciones al antiquísimo anhelo mundial de aplicar el poder del conocimiento a los trágicos dilemas del mundo de la política.

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Il. NUBES, RELOJES Y EL ESTUDIO DE LA POLíTICA *

con STEPHEN GENCO

EN su afán de volverse científica, la ciencia política ha propendido, en las últimas décadas, a perder el contacto con su base onto16gica. Ha tendido a tratar los acontecimientos y fen6menos de orden político como hechos naturales reductibles a los mismos esquemas de 16gica explicativa propios de la física y otras ciencias exactas. Esta tendencia puede interpretarse en parte como una fase de la revoluci6n cientí­fica, como una difusi6n, en dos etapas, de postulados ontol6gicos y metodológicos propios de las ciencias exactas, cuyo éxito no deja lugar a dudas: primero, hacia la psicología y la economía, y luego, desde estas pioneras entre las ciencias humanas hacia la sociología, la antropología, la ciencia política e incluso la historia. Al adoptar la agenda de las ciencias exactas, las ciencias sociales y en particular la cien­cia política, fueron respaldadas por la escuela neopositivista de filo­sofía de la ciencia, la cual legitimaba este postulado de homogeneidad ontol6gica y metametodol6gica. En fechas más recientes, algunos fil6sofos de la ciencia, así como ciertos psic610gos y economistas, han puesto en duda la posibilidad y conveniencia de aplicar a asuntos humanos la estrategia propia de las ciencias exactas. Tal vez sea provechoso señalar estos argumentos a los polit610gos .

,".~- ~~""." ".

LAS METÁFORAS DE POPPER

Karl Popper, quien junto con R. B. Braithwaite, Cad Hempel y Emest Nagel sostuviera la tesis de la homogeneidad metametodológica, destac6 en fechas más recientes la naturaleza heterogénea de la rea-

* De Gabriel A. Almond, "Clouds, Clocks, and the Study of Politics", World Poli­tics, vol. 29, núm. 4. Derechos reservados © 1977 por Princeton University Press. Reproducción autorizada.

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