MI hijo, el mejor

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MI HIJO, EL MEJOR ¿ELOGIAR LAS CONQUISTAS Y MÉRITOS DE LOS HIJOS APUNTALA SU AUTOESTIMA O PUEDE RESULTAR CONTRAPRODUCENTE? Por Cristian H. Savio | Fotos Alejandro Baccarat NOTA DE TAPA 36 | Newsweek 333 Hijo rey.indd 36 30/04/2014 03:39:23 p.m.

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¿Elogiar las conquistas y méritos de los hijos apuntala su autoestima o puede resultar contraproducente?

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MI HIJO, EL MEJOR

¿ELOGIAR LAS CONQUISTAS Y MÉRITOS DE LOS HIJOS APUNTALA SU AUTOESTIMA O PUEDE

RESULTAR CONTRAPRODUCENTE?

Por Cristian H. Savio | Fotos Alejandro Baccarat

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“�MUY BIEN!”. Esas dos palabras, con ese énfasis y seguidas de su nombre, forman la frase que más ha escuchado de mi boca mi hijo de 16 meses. Cada vez que acierta una forma geométrica en el lugar que le corresponde. Cuando comenzó a gatear y luego dio sus primeros pasos. Y ni hablar cada vez que patea la pelota: “¡Excelente!”.

Ya veré los primeros retratos que haga de mí, adivinando mi rostro y mi cuerpo en trazos coloridos informes, y sé que mi reacción será la misma: “¡Muy bien!”.

No puedo evitar elogiarlo en forma en-fática, y tengo la fi rme convicción de que lo recibe de manera positiva. Sin embargo, si continúo con este hábito, más adelante podría estar causándole un problema.

Una nueva serie de estudios en Holanda y EE. UU. sugie-re que esta actitud puede ser contraproducente. “Si se le dice a un niño con baja autoestima que lo hizo increíblemente bien, este podría pensar que siempre necesita hacerlo increíblemente bien”, dijo Eddie Brummelman, candidato a un doctorado de Psicología en la Universidad de Utrecht. “Podría preocuparse por cumplir con esos estánda-res altos y decidir que no quiere asumir nuevos retos”.

Brummelman y sus colegas idearon tres experimentos. El primero halló que los niños con baja autoestima por lo regular reciben dos veces más elogios excesivos que los niños con alta autoestima. Y “ex-cesivo” es la diferencia entre “¡Lo hiciste muy bien!” y “¡Lo hiciste increíblemente bien!”. Ese adverbio, ese pequeño realce, puede convertir un éxito menor en una expectativa que termina por aplastar a un niño que no cree en sí mismo.

El segundo estudio recurrió a la ayu-da de los padres. Los niños completaron12 ejercicios matemáticos cronometrados, que luego fueron califi cados por sus pa-dres. Brummelman y sus colegas obser-varon que los “logros” de niños con más baja autoestima (medida previamente) fueron celebrados con mayor desmesura: por ejemplo, con un “¡Sos increíble!” o un “¡Fantástico!” antes que un simple “Bien

hecho” o “Lo hiciste bien”. “Lo que encontramos –dice vía mail

Brummelman a Newsweek Argentina- es que los padres están inclinados a dirigir elogios infl ados, excesivamente positivos, a los niños con baja autoestima, con la intención de que la eleven. Sin embargo, luego encontramos que la alabanza exage-rada lleva a los niños con baja autoestima a evitar problemas”. ¿Por qué ocurre esto? Según el investigador, la alabanza des-medida “establece altos estándares, y los niños con baja autoestima podrían prefe-rir tareas sencillas sobre las difíciles. Por tanto, nuestros resultados sugieren que la alabanza exagerada, aunque bien inten-

cionada, podría llevar a los niños con baja autoestima a evitar experiencias de apren-dizaje cruciales”.

Que un padre busque, a través del elo-gio, levantar el ánimo de su hijo o incen-tivarlo a realizar tareas, es de una lógica impecable, admite el coinvestigador Brad Bushman, profesor de Comunicación y Psicología en la Universidad Estadual de Ohio: los niños que se sienten mal con respecto a sus habilidades tienden a tener respuestas muy negativas al bajo rendi-miento, así que el padre observador inter-viene con unas cuantas palabras de apoyo. “Los padres parecían pensar que los niños

con baja autoestima necesitaban recibir un extra de elogios para hacerlos sentir mejor”, dijo Bushman. “Es entendible por qué los adultos harían eso, pero encontra-mos en otro experimento que estos elogios excesivos pueden ser contraproducentes para estos niños”.

El tercer estudio del equipo tomó los elogios dados en el segundo estudio y los amplió a rendimientos futuros. A los niños se les pidió que recreasen como mejor pu-dieran el cuadro Rosas silvestres, de Van Gogh, y se les dijo que el dibujo fi nal sería criticado por un pintor profesional. El crí-tico dio a los niños elogios excesivos, elo-gios no excesivos, o ningún elogio en abso-

luto. Luego, los chicos hicieron un segundo dibujo. Esta vez se les dio a elegir: ¿preferirían co-piar un dibujo sencillo o tratar con una pieza más difícil?

Los niños con autoestimas más bajas eligieron la pieza poco demandante, es decir, tomaron el camino seguro. Los chicos con mayor con-fi anza en ellos mismos, en cambio, fueron más proclives a buscar un nuevo desafío tras los elogios excesivos.

Esto difi culta las cosas para los padres. “El elogio excesivo provoca que los niños con baja autoestima eviten retos, mientras que

hace que los niños con alta au-toestima los busquen”, explicó Bushman, añadiendo que los padres cuyos hijos tie-nen baja autoestima deberían considerar un enfoque menos exagerado al evaluar su rendimiento. Proteger sus sentimien-tos en el corto plazo podría hacer que un niño sólo aprenda a sobrellevar el fracaso, pero no a superarse. “Esto va en contra de lo que mucha gente cree que sería lo más útil”, dijo Bushman. “Pero en realidad no es útil dar elogios excesivos a niños que ya se sienten mal consigo mismos”.

La autoestima es, básicamente, la va-loración que uno hace de sí mismo. De chico, el físico argentino Juan Martín Maldacena era sumamente seguro. Tenía una alta autoestima y una modestia to- F

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Hugo Midón con su hijo Julián, en Mar del Plata, 1982.

podría estar causándole un problema.

candidato a un doctorado de Psicología en la Universidad de Utrecht. “Podría preocuparse por cumplir con esos estánda-res altos y decidir que no quiere

Brummelman y sus colegas idearon tres experimentos. El primero halló que los niños con baja autoestima por lo regular

luto. Luego, los chicos hicieron un segundo dibujo. Esta vez se les dio a elegir: ¿preferirían co-piar un dibujo sencillo o tratar con una pieza más difícil?

más bajas eligieron la pieza poco demandante, es decir, tomaron el camino seguro. Los chicos con mayor con-fi anza en ellos mismos, en cambio, fueron más proclives a buscar un nuevo desafío tras los elogios excesivos.

para los padres. “El elogio excesivo provoca que los niños con baja autoestima eviten retos, mientras que

hace que los niños con alta au-Hugo Midón con su hijo Julián,

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tal, recuerdan sus padres, Carmen y Luis Carlos. Una tierra fértil para sembrar elogios que dieran una rica cosecha de talento y capacidad, aunque, en su caso y el de sus dos hermanas, más que con ex-presiones efusivas de aliento sus padres prefi rieron incentivarlos con el ejemplo a trabajar duro, a esforzarse y estudiar. “Mis papás no eran de adular mucho”, confi esa el propio Maldacena, experto en la teoría de cuerdas y considerado por muchos de sus colegas como más bri-llante que Stephen Hawking, e incluso como “el próximo Einstein”.

La fuente inicial de la autoestima tie-ne que ver con el estadio primitivo del narcisismo primario. “Un momento en el cual es su majestad el bebé. El momento en que para los padres no hay mejor niño que el de uno”, gra-fi ca la psicoanalista Ana Delgado, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la Asociación Psicoanalítica Interna-cional. En esos momentos iniciales, la mirada de los padres ejerce ma-yor infl uencia. “Uno la incorpora y va creando las expectativas que después tendrá consigo mismo”, señala Delgado. “Cuando nos sentimos amados o queri-dos, aumenta la autoestima”.

Los padres tienden a estimular el creci-miento a través de premios y castigos. “El rechazo, el desprecio o la crítica disminu-yen la confi anza, mientras que la acepta-ción o el halago pueden aumentarla”, dice Delgado. Su colega Any Krieger suscribe que los elogios infl ados puedan resultar contraproducentes. En defi nitiva, dice, todo lo desmedido es patológico. De todos modos, tanto los elogios como las críticas, en su justa medida, “ubican al hijo en la cadena de los valores con los cuales se ma-neja y van marcando su constitución sub-jetiva”, añade la miembro de APA.

Una primera tarea, entonces, es la de cimentar la autoestima del niño, y eso se hace explicitando el afecto. Si no se es muy demostrativo, se les puede generar inse-guridades a los hijos, advierte la psiquia-tra María Elena Charre. “Pero esos chicos, cuando crecen, pueden modifi car esa si-tuación logrando objetivos laborales, for-mando una familia o teniendo amigos que

les demuestran afecto y reconocimiento”.Los estudios de las universidades de

Utrecht y Ohio no permiten evaluar de qué manera los elogios, desmedidos o no, repercuten a largo plazo en la formación del chico. Pero recorrer el camino inver-so puede ser un interesante ensayo. ¿En qué medida eran adulados por sus padres, cuando niños, algunos hombres y mujeres exitosos y reconocidos de la actualidad?

Al fi lósofo Mario Bunge, sus padres no lo elogiaban ni lo reprendían. “Mi desempeño escolar, mediocre, no merecía elogio algu-no; y mis padres se tragaron estoicamente mis fracasos escolares”, recuerda el profe-sor emérito de la Universidad de McGill en

diálogo con Newsweek. “Pero mi padre elogiaba algunos de mis ensayos literarios”.

La exigencia parental, en muchos ca-sos, a veces se establece con gestos o deci-siones que trascienden lo lingüístico.

En una entrevista con Newsweek, César Pelli, el más destacado arquitec-to argentino de la actualidad, recordaba que su madre era “parca” con sus elogios, aunque en gran medida exigente con respecto a su formación. “Era una educa-dora de avanzada. Escribió libros y daba conferencias sobre educación. Aprendí más de ella directamente que de ningu-na de mis escuelas, que estaban muy se-leccionadas por ella”, señaló Pelli. “Una de sus intervenciones fue ponerme en la escuela primaria dos años menor que mis compañeros. Siempre, hasta recibir-me en la universidad, fui dos años más joven que los otros. Académicamente no tuve problemas, pero nadie me quería en sus equipos de deporte y las chicas no me daban corte. Lo cual quizás me hizo más fácil concentrarme en mis estudios. Y esto me permitió rehacer mi carrera en EE. UU. y no quedarme atrasado. Ella es-

peraba mucho de mí y yo lo sabía, pero era parca con sus elogios”, evocó el di-señador de las Torres Petronas de Kuala Lumpur, entre otros afamados rascacie-los alrededor del planeta.

El músico Julián Midón, hijo del re-cordado autor y director teatral Hugo Midón y de la docente de expresión corporal Mónica Penchansky, recuerda que sus padres fueron sumamente exi-gentes, tanto consigo mismo como con los demás. “Siempre creí que esto me condicionó, tanto en el aspecto positivo como en el negativo”, afi rma. “Soy exi-gente conmigo mismo, y eso me hace ir tras la excelencia en lo que hago, buscar

nuevos desafíos y formas de supera-ción”, dice. En cuanto a los elogios, los recuerda “ni excesivamente rigu-rosos ni demasiado aduladores: más bien moderados, críticos y analíticos; muy pedagógicos. No por nada am-bos fueron maestros en lo suyo”, se-ñala Julián, quien trabaja en su tercer disco y que, además de ser guitarrista y compositor, también se dedica a la docencia musical.

Cuando se pretende seguir el cami-no profesional de los padres, pocos ges-tos resultan más exigentes que el éxito de éstos. El apellido puede resultar un incentivo pero también una carga. “Yo

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PROTEGER LOS SENTIMIENTOS CON ELOGIOS EXCESIVOS NO IMPULSA A LOS HIJOS A INTENTAR

SUPERARSE.

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NO TODO ELOGIO APLICA: NO TODOS LOS HIJOS SON BORGES O DEL POTRO.

Juan Maldacena en su confi rmación, con

el padrino y sus papás

siempre he sido muy autoexi-gente, desde la infancia”, cuen-ta Sofía Sarkany, diseñadora de zapatos y ropa, como su padre Ricky. “Papá o mamá no me de-cían: ‘Sos la mejor’, pero a la vez me felicitaban por el esfuerzo y el entusiasmo. Esas cosas hacen a la personalidad, a la autoestima y la forma de ser”, asegura.

El elogio puede operar de manera diferente según vaya di-rigido a las habilidades o a la de-dicación. Una serie de estudios de la Universidad de Stanford demostró, en 1998, que alabar la inteligencia tuvo más consecuencias nega-tivas para la motivación de logro de los es-tudiantes que elogiar al esfuerzo, pues los primeros no se preocupaban tanto por los objetivos de aprendizaje, ni consideraban el trabajo como una forma de mejora.

Pero, aunque muy difundida, sobre todo en universos como el del depor-te, la del talento versus el trabajo es una dualidad no necesariamente cierta. Aun teniendo condiciones, siempre cuesta un esfuerzo conseguir la meta, no nace má-gicamente. A ° omas Edison se atribuye haber dicho que el genio se hace con un 1 por

ciento de talento y

un 99 por ciento de transpiración. “El que no busca no encuentra”, dice Maldacena, investigador en el mismo Instituto de Es-tudios Avanzados de Princeton que alber-gó a Einstein, para quien la mayor parte de sus aportes teóricos no se debe a raptos ge-niales de inspiración, sino al trabajo duro y la dedicación.

Claro que, cuando los padres elogian una cualidad de sus hijos, puede ser que el niño no tenga esas condiciones resaltadas. “Entonces es una gran frustración”, ad-vierte la psicoanalista Delgado. “No todos

son Borges ni Del Potro”.

La complejidad del elogio es aun mayor. No es solo el nivel de autoes-

tima del niño lo que debemos tener en cuenta a la hora de componer nuestra

alabanza. Por ejemplo, un trabajo de los psicólogos de Stanford Mark

Lepper y Jennifer Hender-long mostró que la alabanza resulta mo-tivadora en tanto sea percibida como since-

ra, pues así “anima a las atribuciones de ren-

dimiento a causas contro-lables, promueve la auto-

nomía, aumenta la competencia y sin una dependencia excesiva de las comparaciones sociales, y transmite los estándares y las ex-pectativas alcanzables”.

Decirle a un niño que su di-bujo es “increíblemente hermo-so”, en este sentido, dependerá en primera instancia de si real-mente creemos que esa mani-festación artística expresa alguna

forma de belleza, y no tanto de la idea pu-ramente conductual de la alabanza como refuerzo verbal. Y además, de la sincera y correcta apreciación que podamos hacer de cierto grado de evolución, de mejora en las capacidades artísticas del chico.

“Creo fervientemente en valorar cual-quier logro de un niño”, dice Inés Estévez, ganadora del Martín Fierro a Mejor Actriz en 2006 y galardonada con el Konex de Platino en 2001. “Mi postura es que la falta de aliento no consigue más que frustra-ción y exigencia. Por el contrario, propo-ner cada paso evolutivo como algo a con-quistar, pero apoyados en la celebración de lo ya conquistado, consigue resultados mayores, asegura la autoestima, y lleva a las personas a disfrutar del proceso en lu-gar de padecerlo”. Estévez asegura que no sólo pone en práctica ese enfoque con sus hijas –“y es mágico comprobar cuánto co-raje y entusiasmo les da el festejo de cada logro”-, sino que también lo implementa “con inmensos frutos” en los seminarios de actuación para adultos que dicta desde hace seis años.

Es cierto que mi hijo está en esa etapa en que es “su majestad el Rey”. Pero no menos cierto es que mis expresiones de alabanza para con cada nueva acción de su parte son sinceras. Cargadas, tal vez, con la sinceridad propia de un padre primerizo.

No puedo asegurarlo. Por lo pronto, no tengo dudas de que

seguiré sorprendiéndome con sus actitu-des. Al menos hasta que él deje el trono –u otro pretenda ocuparlo. -Con Chris Weller.

nomía, aumenta la competencia y sin una dependencia excesiva de las comparaciones sociales, y transmite los estándares y las ex-pectativas alcanzables”.

bujo es “increíblemente hermo-so”, en este sentido, dependerá en primera instancia de si real-mente creemos que esa mani-festación artística expresa alguna

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NO TODO ELOGIO NO TODO ELOGIO APLICA: NO TODOS APLICA: NO TODOS LOS HIJOS SON BORGES O DEL POTRO.BORGES O DEL POTRO.

todo en universos como el del depor-te, la del talento versus el trabajo es una dualidad no necesariamente cierta. Aun teniendo condiciones, siempre cuesta un esfuerzo conseguir la meta, no nace má-gicamente. A ° omas Edison se atribuye haber dicho que el genio se hace con un 1 por

ciento de talento y

vierte la psicoanalista Delgado. “No todos son Borges ni Del Potro”.

La complejidad del elogio es aun mayor. No es solo el nivel de autoes-

tima del niño lo que debemos tener en cuenta a la hora de componer nuestra

alabanza. Por ejemplo, un trabajo de los psicólogos de Stanford Mark

Lepper y Jennifer Hender-long mostró que la alabanza resulta mo-tivadora en tanto sea percibida como since-

ra, pues así “anima a las atribuciones de ren-

dimiento a causas contro-lables, promueve la auto-

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