Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

184

description

Las memorias de un corresponsal en varios paises de Medio Oriente, Latinoamerica y Europa.

Transcript of Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Page 1: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 2: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

.Memorias líquidas

Enric González

Primera Edición: Enero, 2013Edición Digital: PremaEbooks© 2013, Todos los derechos reservados© 2013, WabiSabi Investments, S.C.

Ilustraciones: Oriol MaletFotografía: Guadalupe de la Vallina

Depósito legal: SE 4665-2012ISBN.: 978-84-616-2397-6 (Edición Impresa)

Page 3: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Enric González (Barcelona, 1959) es periodista. Se iniciaen la profesión casi por imposición pero acabareconociendo, casi cuarenta años después, que ejerce «eloficio más fácil, bonito y divertido del mundo». La partemás relevante de su trayectoria transcurre en lascorresponsalías de El País en Londres, París, Nueva York,Washington, Roma y Jerusalén. En la actualidad —o almenos mientras estas líneas son enviadas a imprenta— está

Page 4: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

en el paro, como muchos de sus compañeros: «No queríatrabajar para un tipo que me llamaba “zombi” e “inútil” porser periodista y tener más de 50 años».

Es de justicia destacar que, además de cincuentón,insomne, perezoso, gruñón y proclive a vivir en cualquierpaís menos el suyo, Enric González es un hombreextraordinariamente generoso.

Si tienen la fortuna de cruzarse con él debenpreguntarle por la pequeña Chelsea nada más estrecharle lamano: le habrán ganado.

Page 5: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 6: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

El toque Enricpor Santiago Segurola

Las redacciones de los diarios son espacios amplios ydiáfanos, donde apenas nada se escapa a vista y a lacuriosidad de los periodistas, defendidos por pequeñasbarricadas de carpetas, revistas y libros, cualquiertrinchera, en definitiva, que permita una cierta autonomíafísica en medio de la estepa de computadores. Hay algo deplató cotidiano en ese espacio donde los ojos barren cadamovimiento con la precisión de un láser. En la redacciónde un periódico se aprende más de los vericuetos de la vidaque en un doctorado sobre Maquiavelo.

Toda la gama del comportamiento humano, desde lasmejores cualidades hasta lo más detestable por mezquino,se observa en ese espacio fascinante y revelador. Hasta lomás nimio merece la máxima atención. Por ejemplo, loestrictamente formal alcanza un considerable significado.Pocos rasgos dicen más del carácter de un periodista quesu manera de entrar en la redacción. Los hay simpáticos,

Page 7: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

tímidos, silenciosos, ampulosos, invisibles, discretos,frontales y oblicuos. A fuerza de insistencia, cada unoproduce un perfil ante los demás y acaba por no importar anadie. Pero de vez en cuando aparece alguien que se resistea la indiferencia. Ese alguien sabe cómo entrar en unperiódico.

Antes de reparar en su prestigiosa firma, lo que másme sorprendió de Enric González era su notable manera deingresar en la redacción. Cuando le conocí, a finales de losaños 80, solía llegar desde Barcelona. Un día lepreguntaron a Ovejero, el contundente central argentino delAtlético, por la principal característica de Cruyff, conquien mantuvo mil batallas. Ovejero se quedó pensando,como si no encontrara la manera de definir al genioholandés. Finalmente deslizó una poética declaración.«Solo recuerdo que cuando se escapaba olía tan bien...».Algo parecido ocurría con Enric. Entraba en la redacciónsin esfuerzo, pero con una confianza absoluta. Sabía dóndedetenerse, qué palabras utilizar, con quién departirbrevemente, cómo moverse entre las secciones antes dellegar a la de Economía. Siempre esbozaba una sonrisacómplice. Generalmente llevaba una gabardina. Lassecretarias le adoraban.

Enric siempre ha tenido esa facilidad evanescente de

Page 8: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Cruyff, la capacidad para moverse con la elegante ligerezade un patinador. No se trata solo de sus maneras. Comoperiodista también le definiría como cruyffiano, aunque enmateria futbolística haya desarrollado un extraño gusto porlos equipos ardorosos y sufrientes. Probablemente se tratade una concesión deliberada: los estetas que acentúandemasiado el rasgo se vuelven insufribles. Enric lo sabemuy bien, y se permite esas excéntricas concesiones aequipos como el Chelsea o el Inter. Es curioso, a los dosles dirigió Mourinho, que me parece un personajeexcesivamente chusco para el paladar de Enric González.Lo del Espanyol es otra cosa. Viene de lejos, de la infancia.Y en el fútbol no se juega con los asuntos de chiquillos: temarcan a fuego.

Una vertiente esencial de Enric es su saludablecarácter mundano. En contra de lo que se decía, siempretuve la impresión de que El País era un periódico austero,prusiano, con un punto de hermetismo que le distanciabaautomáticamente de lo novedoso y le hacía desconfiar delas modas, de cualquier moda. Eso que puede interpretarsecomo solidez de principios también lleva una pesada cargaesclerótica, la tenaz resistencia a aceptar la realidad enbeneficio de una nostalgia que convierte a los cuatropolíticos, intelectuales y artistas de siempre en un absurdometro patrón universal.

Page 9: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Las concesiones al hedonismo solían corresponder alos afamados colaboradores de El País, gente que podíasaltarse un par o tres de las reglas que pesaban sobre losperiodistas, definidos coloquialmente como la plantilla.Por las mismas razones que Enric González producía unaimpresión singular cuando entraba por la puerta, también seganó el derecho a una cierta heterodoxia. Escribía tan bieny sobre tantas cosas que terminó por emerger sobre elresto de la redacción. Los dirigentes del periódico hicieronlo razonable: aceptar que tenían un as en la manga y podíanutilizarlo para los asuntos que más convinieran. Lerecuerdo en la primera Guerra del Golfo, en las principalescumbres económicas y en las grandes corresponsalías delmundo. Pasó por Alemania y luego se acreditó en París,Londres, Nueva York, Roma y Jerusalén.

Le leíamos con entusiasmo en el periódico y lodisfrutaban con placer los lectores. Cada artículo ofrecíauna arista novedosa, con todo lo que eso supone de talento,pero también de esfuerzo. No soy de los que creen en lafácil naturaleza de la escritura. Por lo que he visto a míalrededor, escribir requiere de más esfuerzo y sufrimientode lo que cualquier lector pueda imaginar. Nunca hehablado con Enric de este asunto, pero se me antoja que suirónico, ingenioso y elegante estilo está depurado por una

Page 10: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

enorme carga de tensión.

En sus manos, la seducción ha resultado un armaformidable. Siempre he pensado que Enric es un favoritode todos, pero especialmente de las mujeres, con todo loque eso significa de elogio y envidia. Cualquiera de susartículos contiene el típico elemento seductor que invita ala recreación en la lectura y a la obligación de comentarlo.No es una seducción grosera, aparatosa. Al contrario, setrata de algo muy sutil, de ese intangible que Ovejeroreconocía cuando Cruyff le desbordaba. Yo lo defino comoel toque Enric.

La ventaja de trabajar con un periodista tan admirablees que, en ocasiones, dispones de la oportunidad deaprovecharlo. Por lo que a mí respecta, no niego una dobleculpabilidad. Cuando le destinaron a Italia, me lo imaginéen una fastuosa casa romana —acerté—, rodeado deintrigas de políticos y sotanas —también acerté—,disfrutando de un país que no es un país, sino una forma deser. Durante mucho tiempo consideré que no había formamás italiana de ser que su particular mirada del fútbol.

Enric González se instaló en Roma cuando medesignaron redactor jefe de Deportes. Le llamé undomingo, recién llegado a la capital italiana. Le felicité,

Page 11: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

charlamos un poco sobre sus expectativas y luego le hiceuna oferta irrechazable. «Me gustaría que escribieras unacolumna semanal sobre el fútbol italiano. Se publicará loslunes», le dije. Me pareció escuchar una leve protesta, algoreferido al durísimo trabajo que supone atender a lasintrigas vaticanas y a la ruidosa política italiana. Adiferencia de otros periodistas, a Enric conviene apretarlo.No le gusta quedar mal, o como un grosero. «¿Y de quéquieres que escriba?», concedió finalmente. «De lo quequieras. Tienes barra libre». Era verdad. Importaban los dosfolios de cada lunes. La calidad del contenido estabagarantizada.

Cuando terminaba la conversación, dijo: «¿Y estocómo lo vamos a titular?». «No sé, Historias del calcio,por ejemplo». Le pareció bien y una semana despuéscomenzó a enviar sus maravillosas postales del fútbolitaliano. Nunca le comentamos sobre qué asunto debíaescribir. El resultado fue sensacional. Aquellas columnashablaban más de la Italia real y sus personajes que cualquiercrónica política. Nunca he estado más convencido del éxitode una propuesta periodística. Fue un bombazo.

Tiempo después, Enric me comentó que sus artículosen la sección de deportes le habían traído algunosproblemas en el periódico, como si fuera un material poco

Page 12: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

serio para un corresponsal político. Me malicio queocurrió otra cosa: el éxito de otros resulta difícil de digeriren algunos despachos. El resultado de aquella aventura seplasmó después en el libro que lleva el mismo título quelas crónicas semanales. Historias del calcio se haconvertido en el gran clásico de los libros españoles sobrefútbol, un referente a la altura de Fútbol a sol y sombra, deEduardo Galeano.

Mi culpabilidad en este asunto no es ficticia. Durantedos años le robé el domingo a Enric González, el día dedescanso que rara vez pudo disfrutar. Eran 600 palabras quepensar, elaborar y escribir a última hora de la tarde. Porfortuna, fue un trabajo impecable, uno que seguramente leha producido más satisfacción que la mayoría de suscorrerías por el periodismo económico y político. Másaún, sus historias futboleras le generaron un réditoinmediato en Roma. Un día me confesó que estableciómuchos de sus contactos en las embajadas romanas,especialmente en las sudamericanas, por el éxito de sucolumna entre la grey de embajadores, secretarios,subsecretarios y agregados diplomáticos.

No tuve noticia de la segunda parte culpable hasta miefímero recorrido por la sección de Cultura de El País.Enric seguía como corresponsal en Italia y el periódico no

Page 13: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

encontraba un sucesor a la altura de Ángel FernándezSantos en la crítica de cine. Ángel había fallecido en 2004.Su ausencia y la de Joaquín Vidal, el excepcional críticotaurino, golpearon a El País con una fuerza que pasóinadvertida a los jerarcas del periódico. Por ahí comenzóuna devaluación evidente. Mi imprevisto aterrizaje enCultura se produjo en julio de 2006, tras el Mundial deAlemania. En septiembre se celebraba el festival deVenecia. Por supuesto, semanas antes contacté con EnricGonzález. Le pedí que cubriera la cita. No me costóconvencerle, probablemente porque se imaginaba la mejorcompañía posible en las noches de Venecia: Carlos Boyeroy Oti Rodríguez Marchante.

Me dijo que no tenía ni experiencia, ni vocación decrítico cinematográfico. No me pareció un argumentoconvincente. Le recordé sus crónicas futbolísticas. Eranmuy buenas. Con eso bastaba. Tampoco falló en Venecia.Se las ingenió para escribir unas críticas estupendas quemerecieron la atención por parte de un sector del staffdirectivo del periódico. Durante algunos meses, se trató deconvertir a Enric González en el crítico de cine de El País.Por lo visto no le convencieron. Quizá tampoco sabían queEnric sufre claustrofobia en las salas de cine y que asistía alas películas por obligación, sentado en la última fila, juntoa la puerta de salida. De todo esto me enteré después, con

Page 14: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

un punto de culpa que se me despejaba inmediatamentecuando leía sus magníficas críticas.

Siempre me refiero a Enric González con admiración.Nos hemos visto poco, pero nos hemos llevado bien. Paramí era la mejor garantía posible de calidad en el periódico,una voz imprescindible que nos mejoraba a todos. Teníaclase y estilo. Se bandeaba por el mundo como si entrara enla redacción del periódico, sin ruido, pero haciéndosenotar. Le exprimí todo lo que pude durante algún tiempo, ysiempre estuvo a la altura de las expectativas. Fue un placertrabajar con él. Ha sido una pena no hacerlo durante losúltimos cinco años. Le he disfrutado como lector y muchasveces me he preguntado por qué no le exprimían más. Alfin y al cabo, soy un lector corriente y moliente: soloquiero una dosis cada vez mayor de la gente a la queadmiro.

Ya lo sabes, Enric.

Page 15: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 16: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 17: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 1 He tenido directores buenos, mediocres y malos. Tambiénhe tenido días buenos, mediocres y malos; prefiero nosacar cuentas, porque me dedico a un oficio en el queresulta prácticamente imposible hacer las cosas de formaexcelente, o al menos irreprochable. En cambio, es fácilequivocarse. Mi oficio consiste en hablar de personas y dehechos con el máximo respeto a la verdad. Cuando esta esinalcanzable, cosa que suele suceder, se consideraadmisible recurrir al salvavidas de la honestidad.Manejamos materiales delicados. Y en general lo hacemosde forma industrial, con prisas, bajo presiones externas einternas, a las órdenes de unos jefes que responden,generalizando de nuevo, a intereses políticos y comercialesy a su propia ambición burocrática. Solemos decir quenuestro oficio es hermoso, apasionante o, en momentosmodestos, entretenido. Raramente confesamos lasangustias que provoca, siempre, por más experiencia que setenga, y lo mucho que cuesta mantener la concienciatranquila.

Mi relación con los jefes podría haber sido mejor y laculpa, en parte, es mía. No me avengo a las jerarquías. Nosirvo para dar órdenes ni para recibirlas. Algo habrá tenidoque ver también, supongo, el embrollo mental de alguno de

Page 18: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

mis señoritos. Recuerdo perfectamente las primeraspalabras que me dirigió el primero de ellos: «Domingo,tráigame una Coca-Cola». Aquel hombre no sabía quién erayo, pero al menos sabía lo que quería. He conocidoconfusiones peores. Gracias a aquella Coca-Cola, que aúndeben de estar esperando, aprendí algo importante: elmejor lugar del mundo es el que está más lejos de losjefes.

El diario se llamaba Hoja del Lunes y era, igual queotras Hojas del Lunes en España, el instrumento por el quese financiaba la Asociación de la Prensa. Los periódicosgeneralistas cerraban los domingos y el lunes no había otracosa en el quiosco que la prensa deportiva y la Hoja. Seríaseptiembre u octubre de 1976, tenía 17 años, acababa deempezar el primer curso de una cosa llamada Ciencias de laInformación y lo que realmente quería era ser veterinario.Mi padre, un abogado-escritor reconvertido al periodismoa los 40 años, prefería que yo fuera periodista (los padrespiensan cosas muy raras) y me ofreció un trato: él meconseguía una beca de seis meses en la Hoja y si al cabo deese tiempo no me gustaba el oficio, me financiaba lacarrera de veterinaria en Zaragoza. Me pareció bien pasaruna temporada trabajando los fines de semana y cobrando8.000 pesetas, a la espera de estudiar algo serio.

Page 19: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

La redacción consistía en unas cuantas habitacionessobre la sede de la Asociación de la Prensa de Barcelona,en la Rambla de Cataluña. El día de mi estreno sufrí unataque de pánico ante el portal. Me encerré en el retrete deuna cafetería contigua, vomité y decidí escapar. Luegopensé que, dada mi ignorancia y mi escaso entusiasmo, yase ocuparían ellos de echarme. Me tomé dos carajillos deron, compré tabaco (no fumaba por entonces), encendí unpitillo y, con el estómago revuelto y en un estado delucidez muy discutible, llamé a la puerta de aquel templosupuestamente dedicado a servir a la verdad y al ciudadano.

El jefe que me había tocado se llamaba SantiagoRamentol y se encargaba de las páginas de Nacional, o sea,de información española. Era un hombre amable ymetódico, un profesional sólido que hablaba lo menosposible y procuraba aislarse del ambiente. Junto a nosotrostrabajaban dos redactoras. Una de ellas constituía un puntalde la casa y traía cada semana una entrevista a un altomando del Ejército, cuanto más franquista y golpista,mejor. Cabe reseñar que en aquellos tiempos yo consumíaliteratura trotskista en cantidades insalubres, considerabaque la Liga Comunista Revolucionaria tenía un gran futuroy sentía una aversión importante hacia el Ejército español.Cada vez que leía una de las entradillas de esa periodista,abundantes en referencias al porte marcial, la inteligencia,

Page 20: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

la honradez y hasta el buen olor del general en cuestión (locomprendo, tenía que cuidar su negocio), se me erizabanlos pelos del cogote. La otra redactora cercana erapropensa a perorar sobre penes de dimensionesportentosas. En resumen, mi estado de ánimo dominicaloscilaba entre la desazón y el pasmo. El carajillo y eltabaco se me hicieron imprescindibles.

Ya he contado lo que ocurrió esa tarde en que,después de vomitar de puro terror, me animé a subir a laredacción. Pensé que lo suyo era presentarme al director.Asomé la cabeza por la puerta de su despacho y solo tuvetiempo de balbucear un saludo, antes de que el responsabledel periódico, José Aliaga, sin dirigirme una mirada, mellamara «Domingo» y me pidiera una Coca-Cola. Me retirédiscretamente. Luego supe que Domingo era el ordenanza(lo que en otros ámbitos se llamaría «botones»), perocuando me atreví a comentarle a mi jefe el extrañoacontecimiento, él se limitó a decir: «Ah, bueno». Por lovisto, Aliaga solía hacer esas cosas. Quizá era una forma deconseguir que le dejaran tranquilo. La segunda vez queintenté establecer contacto verbal con él, volvió a pedirCoca-Cola. Yo, desde luego, no volví a molestarle. Él, a mí,tampoco.

Lo único que aliviaba mi pánico eran los talleres. Por

Page 21: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

la noche, una vez llenas las páginas (refritos de otrosperiódicos, sueltos de agencia, noticias locales, crónicasde deportes y la inevitable entrevista a un militar),cruzábamos la Plaza de Cataluña y nos trasladábamos a lostalleres oscuros y gigantescos de La Vanguardia, donde seimprimía la Hoja. Aquello me fascinaba. No conozco aningún periodista que haya trabajado con tipos de plomo,cíceros, platinas, barras de interlineado y corondeles, y sehaya resistido a su magia. En aquel palacio lúgubre yruidoso, dominado por la presencia imponente de larotativa, me habría pasado la vida. Se hablaba un idiomacompuesto por blasfemias y palabras soeces, a partes máso menos iguales; el alcohol fluía como un torrente(también daban leche para combatir los efluvios tóxicos dela tinta y el tolueno); no había director sino «regente»; yuno se iba a casa, sobre las tres de la mañana, con un diariorecién fabricado y aún húmedo bajo el brazo.

Un día, no recuerdo por qué, Santiago Ramentoldesapareció. Me quedé solo con las páginas de Nacional,con 17 añitos y en plena transición. Todo me sobrepasaba.Cada domingo contaba las horas que faltaban para ir altaller, hasta el punto de no medir ya los textos con eltipómetro y hacerlos a ojo para encajarlos directamente,cortando o añadiendo líneas sobre la marcha, bajo lalamparita que iluminaba la platina. Contaba las semanas que

Page 22: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

faltaban para dejar el periodismo y largarme a Zaragoza.Así me pilló, el 27 de marzo de 1977, domingo, elaccidente de Los Rodeos. La mayor tragedia de la historiade la aviación: 583 muertos. No sé cómo salimos, y lo digoliteralmente porque no quise mirar el resultado. Mepareció cruel que el relato de tanta muerte estuviera enmanos de un petimetre sin otros recursos que la agenciaCifra (el servicio nacional de Efe), un transistor a pilas y unteléfono.

Después de aquella experiencia, tuve clarísimo que mifuturo consistía en meter la mano por el culo de las vacas,hacer análisis de matadero o, con suerte, vacunar gatitos.

Pero las cosas se torcieron. Me llamaron de un diariode verdad, de los que salían todos los días (menos el lunes),y me ofrecieron un puesto de auxiliar de redacción con unsueldo de 40.000 pesetas. «Lo acepto por tres meses yluego me voy a Zaragoza», planeé. Inocente de mí.

El 14 de junio de 1977, víspera de las primeraselecciones generales del posfranquismo, ingresé en laredacción de El Correo Catalán , un diario fundado por uncura en 1876 para defender el carlismo y el catolicismointegrista. Durante unos días de 1880, prohibido por laadministración de Alfonso XII, se camufló bajo un nombre

Page 23: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

pintoresco: El Eco del Milanesado. Hacia 1960 quedó enmanos de empresarios textiles y vivió sus mejores años. Amediados de 1974 entró en la órbita de Banca Catalana yJordi Pujol y empezó a asfixiarse, cosa que ha ocurridoindefectiblemente (a veces la historia es una cienciaexacta) a todos los medios de comunicación que hansufrido el abrazo del pujolismo.

El director que me contrató, el poeta Lorenzo Gomis,acababa de estrenarse. Sustituía a Andreu Roselló, quejunto a Manuel Ibáñez Escofet había hecho del Correu undiario ágil y moderno para la época, de orientacióncatalanista (fue el primero en publicar un reportaje sobreun «campesino» llamado Josep Tarradellas, sin mencionarsu condición de presidente de la Generalitat en el exilio) ycon un extraordinario grupo de reporteros.

Ibáñez se había ido a Tele-Express y posteriormente aLa Vanguardia . Roselló, despedido por Pujol, dedicó susúltimos días a pasear en torno al edificio del periódico,carcomido por la añoranza. Murió en la calle durante unode esos paseos. El nuevo director, Gomis, era una buenapersona, un cristiano honesto, un poeta tan enigmático(«los payasos nos reunimos a veces para comer naranjas»)como tímidamente social («la langosta está muy fina, miúnico vicio; hay huevos en la cocina para el servicio») y un

Page 24: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

director pésimo. Con la irrupción empresarial de Pujol y laincorporación de Gomis, casi simultánea a la mía, ladecadencia se hizo imparable.

Yo ignoraba que las cosas fueran tan mal. Lo queencontré en aquel espacio sucio y mal pintado fue unacolección de buenos periodistas, encabezados por JoséMartí Gómez, el tipo cuyas columnas de asuntos judiciales(Ver, oír y callar, más conocida como Los monos) y cuyosreportajes había leído desde pequeño. Mi padre fue su jefeantes de irse a La Vanguardia y le consideraba unperiodista brillante, errático, puñetero y sentimental. Miídolo, en resumen. También estaba allí el mítico Joan deSagarra, creador de términos como «gauche divine» y«cultureta», que venía cada tarde a fumarse un puro,beberse una botella de ron Saint James y escribir su pieza.

Pululaba por la casa un grupo de reporteros ycorresponsales comarcales muy jóvenes y muy buenos:Jaume Reixac, Joan Salvat, Lluís Sierra, Milagros PérezOliva, Lluís Visa, por citar unos cuantos. Había un veteranofotógrafo y cronista deportivo, Morera Falcó, represaliadopor levantisco y condenado a hacer solitarios en su mesa. Yhabía para mí una sombra, la de Josep María HuertasClavería, que se había ido años antes al Tele-Express yacababa de pasar una larga temporada en la cárcel por

Page 25: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

escribir que algunos «meublés» de Barcelona erandirigidos por viudas de militares.

Luego hablaré más de Huertas. Ahora solo quierorecordar la frase con la que tituló sus memorias: «Cadataula, un Vietnam». Cada mesa, un Vietnam. Creo que lafrase la acuñó Rafael Pradas. Así me parecía a mí que eranlas cosas. Aún me lo parece. Cada mesa de la redacción,según la «doctrina Huertas», debía ser una trinchera deresistencia frente a la empresa y los demás poderes. La«doctrina Huertas», de la que me declaro seguidor,considera que la legitimidad de un periódico radica en suredacción, no en los intereses de sus propietarios. Quizápor formarme en un periódico controlado y manipulado porJordi Pujol, con fines estrictamente políticos, desconfíopor sistema de los empresarios de prensa.

Una tarde, el director me mandó que entrevistara aMiquel Roca Junyent. Fui a su despacho, saludé coneducación e hice una pregunta. Roca, entonces manoderecha de Pujol, me miró como si fuera tonto y dijo:«Apunte, joven». Daba igual lo que yo preguntara, élcontestaba lo que le daba la gana. Volví al periódicocariacontecido e informé al jefe de que la entrevista habíasalido mal porque no había respondido a ninguna de mispreguntas. Gomis me miró también como si fuera tonto:

Page 26: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

«Ya me ha llamado Roca, tú pon lo que te ha dicho ylistos».

Lección aprendida. Vale. Cada mesa, un Vietnam.

Fui asignado a las mismas páginas que en la Hoja, soloque aquí no se llamaban «Nacional» (porque de forma noexplícita se consideraba que la «nación» era Cataluña), sino«España». Tenía como jefe a Albert Garrido y comocompañeros a Rosa Marqueta y Enric Tintoré, a los que yaconocía de la Hoja. Como era un crío, solía ponerme trajey corbata para disfrazarme de mayor. No creo que engañaraa nadie.

Ese mismo verano, el 16 de agosto, con la mayorparte de la redacción en plenas vacaciones, murió ElvisPresley. A falta de periodistas serios, a alguien se leocurrió que el chavalín melenudo y silencioso podríaencargarse del artículo de fondo. «Tú tocas la guitarra,¿no?», me preguntó Garrido. «Más o menos», dije. «Puesescribe unas cuartillas sobre Elvis Presley». Con la mayordesfachatez, rellené unas cuartillas y las titulé Lainsinuación de unas caderas. No se me ocurrió firmar.Nunca lo había hecho. Al entregar el artículo, Garrido leechó un vistazo y escribió dos palabras al final: «EnricGonzález». Alguna vez había pensado en que si algún día

Page 27: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

tenía que ponerle firma a algo iba a utilizar los dosapellidos, como hacía mi padre. Pero preferí no opinar. Asíya me valía.

El ambiente de aquella redacción me gustaba. Elbotones era Marcelo, un chaval con espíritu emprendedorque montó una especie de bar clandestino. Servíacubalibres y gintonics a un precio imbatible (a 20 pesetas,creo recordar); aunque los vasos estuvieran roñosos y elhielo se acabara a media tarde, el trasiego generalizado debebidas alcohólicas estimulaba los gritos, las carcajadas ylas discusiones. Para mí, una redacción necesita uncontinuo debate colectivo, sincero y todo lo bronco quehaga falta. Para eso se inventó la «mesa de redacción», paratrabajar colectivamente. Un diario es eso, un tumulto, unatormenta de ideas y sandeces. Si cada uno hace lo suyo,ignorando lo que hacen y piensan sus compañeros, laredacción pierde su fuerza multiplicadora y el periodista esmás débil.

En cuanto al alcohol, puede propiciar errores, cierto.Y, sin embargo, las frases más disparatadas que leí en aqueldiario (un reportaje que empezaba «si es usted analfabeto,esto le interesa» y un suelto en el que se afirmaba que «elcadáver fue hallado muerto», como simples ejemplos) lasescribían los abstemios.

Page 28: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Mi memoria de los cinco años que pasé en el Correues bastante vaga. No solo por la ginebra, sino por midesorden vital. En un momento dado pasé al Cierre junto aJordi Casanovas, un devoto de Lovecraft con el queestablecí una intensa complicidad, y a la vez empecé aescribir reportajes e historias truculentas para Sucesos.Podía salir del periódico a las tres de la mañana y a lascuatro embarcar en un pesquero que salía del Moll delRel·lotge, pasarme las ocho horas siguientes vomitando porla borda, volver a tierra a tiempo de pasar por Jefatura dePolicía, acercarme al piso de Gracia donde vivían losdibujantes Gallardo y Mediavilla y una inconcretapoblación flotante, chutarme unos carajillos y recomenzarla jornada en la redacción. O salir temprano, sin haberapenas dormido, para hacer un reportajillo en el Valle deArán. En una de estas excursiones, con la fotógrafa MercéTaverner, el coche patinó en una placa de hielo, giró comoun trompo y se estrelló lateralmente contra un árbol. MiSeat 131 amarillo de tercera mano (puro Torrente) quedópartido por la mitad. De forma inexplicable, Mercé y yosalimos ilesos del impacto. Perdí el coche, pero al cabo deunos meses la empresa, representada por un ancianoexpolicía que ejercía como cajero, me pagó los gastos degasolina, hotel y manutención incurridos en el viaje: unas200 pesetillas, en calderilla, dentro de un sobre.

Page 29: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Después de cerrar el periódico, la costumbreconsistía en beber whisky con Casanovas en el Drugstorede Tuset. Si no, me pasaba por el Bagdad, un local deespectáculos porno, o el Villa Rosa, donde un par de chicashacían un estriptís desganado. Eran locales abiertos a esahora, me dejaban pasar sin entrada y me cobraban las copasa precio de amigo. Tenía solo 20 años, vivía como uncanalla y bebía como un cosaco, pero conocía Barcelonacomo si fuera mi propia habitación.

Mi Barcelona es la Barcelona de entonces. Era unaciudad en tránsito. El franquismo hacía las maletas o sedisfrazaba de otra cosa, los poderes sustitutorios no habíanllegado todavía, la libertad era un estado de ánimo sinreglas ni procedimientos democráticos, había mucha prisapor recuperar el tiempo perdido y el sexo y la drogaparecían un buen atajo. Hablamos de una ciudad sucia ydesordenada, relativamente pobre, con árboles enfermos,un mar aceitoso y pocos turistas. No se parecía en nada, nide día ni de noche, al parque temático de palmeras y diseñode la actual Barceluña.

Una de esas noches, la policía mató a un chaval.Empezaba la temporada de la heroína y la delincuenciajuvenil. Los nietos de las barracas, crecidos en infames

Page 30: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

ciudades-dormitorio, reclamaban como los demás suderecho a vivirlo todo por la vía rápida.

Fui a Jefatura, recogí la nota en papel amarillo, tomélas cañas reglamentarias con un inspector y recopilé aldetalle la versión oficial, que básicamente consistía en lode siempre: el chico iba armado, se había enfrentado a losagentes que le perseguían y había acabado mal. Por la tardefui a ver a la familia, que acababa de recibir el cadáver. Suversión también era la de siempre: un asesinato. Me veríancara de incrédulo, porque me retaron a que metiera el dedoen cada uno de los agujeros de bala. Lo hice, por supuesto.Tenía, y espero que no me falle la memoria, cinco orificiosamplios en la espalda y en cada uno de ellos cabía mi dedoíndice. En el pecho y el abdomen, los agujeros eran tres ymás pequeños. Consideré que la prueba digital podíaencajar con la versión de los hermanos, según los cuales elchico fue tiroteado por la espalda cuando intentaba huirescalando una valla. Fui al periódico y lo escribí (sin eldetalle «gore» del dedito), muy satisfecho. Mi texto teníaexactamente 80 líneas. Al cabo de un rato me llamó a sudespacho Gomis, el director, para hacerme saber queacababa de hablar con la policía y que mi información eraincorrecta. Delante de mí fue tachando todo lo«incorrecto». De las 80 líneas, quedaron cinco.

Page 31: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

No hay que olvidarlo: cada mesa, un Vietnam. Hay queresistir, hay que intentarlo siempre. Al periodista le paganpara que haga de periodista. Para lo otro están los jefes.

El fotógrafo Fausto Pérez Canedo me vio másfrustrado que de costumbre y esa noche me llevó al cine(Superman, nada menos) y a beber. Aún se lo agradezco.

Ya no tenía tiempo para pensar en asuntosveterinarios, ni mucho menos para las Ciencias de laInformación. Me había aficionado al reporterismo, eincluso empecé a pensar que valía para el oficio. Un buenescritor y buena persona, Darío Vidal, pasó un tiempo porel periódico y me regaló su libro Glosas veniales con unadedicatoria: «A Enric González, el mejor reportero que heconocido en mucho tiempo». Supongo que lo puso por puraamabilidad, pero para mí fue importante. No me atreví adecírselo ni a darle las gracias.

Lo que al principio me había parecido un sueldazo nolo era en absoluto. Una vez descontados el alquiler, lascopas de Marcelo y algún otro gasto básico, se quedaba ennada. Los malos sueldos, dicen, favorecen la corrupción.Puede ser. Hablaremos más adelante de corruptelas. Con eltiempo descubrí, sin embargo, que los buenos sueldos lehacen a uno menos propenso a patearse la calle, más

Page 32: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

complaciente con el director y más comprensivo con elpoder. Lamento decirlo y socavar mis propios intereses (amí tampoco me gusta ser pobre), pero creo que una cuentaraquítica en el banco y un poco de rabia en el estómagofavorecen el mejor periodismo. Que para mí, como ya hedicho, es el incómodo, el periodismo vietnamita.

En enero de 1980 me fui a la «mili». El 23 de febrerode 1981, como cabo tomatero del Regimiento dePontoneros y Especialidades de Ingenieros deMonzalbarba, tuve que escuchar unas cuantas arengasgolpistas en el patio del cuartel. Un par de meses más tarde(cumplí un pequeño reenganche por un asuntillo dedeserción) volví a Barcelona y a mi puesto de reportero enel Correu.

Lo de hacer sucesos acabó llevándome a la economía.A principios de los 80, más de un industrial catalán se largóa Brasil sin despedirse. Esas fugas eran un asunto policial yEnric Tintoré, que se había hecho cargo de las páginaseconómicas, echaba mano de mí de vez en cuando parareconstruir las trapacerías de los próceres del textil enparadero desconocido. Nos acostumbramos a colaborar.

En 1982, la recién creada redacción de El País enBarcelona absorbió al director y a bastantes redactores de

Page 33: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

El Periódico de Catalunya. A Tintoré le ofrecieronencargarse de la sección de Economía del diario deAntonio Asensio, y a él se le ocurrió que podíamos formarequipo. Acepté sin dudarlo. A día de hoy, creo que lo mejorque puede pasarle a un periodista es poder elegir a su jefe.Y aunque dejáramos de trabajar juntos hace muchísimotiempo, sigo llamando «jefe» a Tintoré.

Page 34: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 35: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 36: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 2 E n El Periódico de Catalunya vi por primera vez unordenador. Se trataba de pantallas y teclados con funcionesmuy básicas, potenciadas por un tipo muy listo llamadoMario Santinoli. Pero suponían un gran cambio para alguienacostumbrado a pegar teletipos con engrudo y a escribircon máquinas Olivetti a las que faltaba una tecla o una letra,sobre cuartillas de papel grisáceo corregidas a mano.Además de pantallas para componer electrónicamente lostexto s , El Periódico tenía ventanales, y mobiliariomoderno, y taxis a cargo de la empresa, y coches dealquiler, y viajes en avión. Era un mundo completamentenuevo.

Ya he dicho antes que, en mi opinión, un periodistatiende a funcionar mejor si no se acomoda y mantiene unacierta rabia en el estómago. Eso suena bien como teoría,aunque en la práctica y con el tiempo se haga más y másdifícil: no somos idiotas, queremos vivir bien. Lo que pasaes que vivir bien no nos conviene: somos menos librescuanto más tenemos que perder. En cualquier caso, estoyconvencido de que un periodista gana fiabilidad si vivecomo vive la mayoría de la gente. Desplazarse en metro oautobús y comer menús baratos ayuda a saber lo que pasaen la calle y vacuna contra el mal típico del político, del

Page 37: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

ejecutivo y del periodista acomodado: el aislamiento encomunidades endogámicas que miran desde arriba al restode los ciudadanos y los ven como números, porcentajes yestadísticas.

Yo venía de un periódico que se hundía. Y meencontré en un periódico con grandes ventas, buenosbeneficios y sueldos más que apañados. Podía habermeacomodado. Pero tenía encima a Tintoré, para el que unajornada de menos de 12 horas no era jornada ni era nada. Ytenía a muy pocos metros, como redactor jefe de lamacrosección en la que se encuadraba Economía (uncontenedor temático llamado, de forma bastante cursi, Lascosas de la vida) a un mito recién resucitado: Josep MaríaHuertas Clavería.

Conocía la historia de Huertas por mi padre, que habíasido su jefe en El Correu , pero apenas me había cruzadocon él. Tenía noticias de que su padre, también periodista,no había querido saber nada de él, cosa que quizá le marcó.Había escuchado en casa historias sobre su carácterimposible. Sabía que en el vespertino Tele-Express habíaformado un pelotón de reporteros aguerridos a los que sedenominaba «huertamaros» (en evocación de lostupamaros, un movimiento uruguayo de guerrilla urbana),otro de los términos inventados por Joan de Sagarra.

Page 38: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Huertas era un símbolo. Y ser un símbolo puedeconstituir una gran cabronada. A principios de los 60 habíaempezado a trabajar en medios católicos, durante esadécada entró en El Correo Catalán de la mano de IbáñezEscofet y en 1970 rompió con el periódico. Su periodismode barrio, social y combativo, tenía mal encaje en la prensafranquista de la época, aunque fuera catalanista yprotodemocrática como El Correu . Se fue a Destino,donde consolidó su relación profesional con José MartíGómez y Jaume Fabre (nadie conocía tan bien como elloslo que se cocía en los barrios) y de donde, dicen, fuedespedido y más o menos readmitido tres veces en dosaños. Luego, otra vez con Ibáñez Escofet, se instaló enTele-Express.

E n Tele-Express publicó, el 7 de junio de 1975, elreportaje titulado Vida erótica subterránea. Su afirmaciónde que algunas viudas de militares regentaban «meublés»irritó al Ejército. Fue detenido el 23 de julio, sometido aun consejo de guerra, vinculado vagamente a ETA (tenía ensu agenda de periodista datos del etarra Iñaki PérezBeotegui «Wilson») y condenado a dos años de cárcel.Para reclamar su liberación, los periodistas catalanesfueron a la huelga por primera vez desde 1939. El CorreoCatalán, Tele-Express, Mundo Diario, El Noticiero

Page 39: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Universal y Diario de Barcelona no salieron a la calle. Sílo hicieron La Vanguardia Española y los dos diarios delMovimiento, La Prensa y Solidaridad Nacional.

Dio lo mismo. Después del gesto de protestasolidaria, cada uno se fue a su casa y Huertas se quedó en laprisión Modelo. Allí acompañó a Txiki Paredes Manot,miembro de ETA político-militar condenado a muerte, ensus últimas horas antes del fusilamiento ante una tapia delcementerio de Cerdanyola. Se ocupaba de la biblioteca dela cárcel y procuró mejorar las existencias. Escribe suamigo Martí Gómez: «Desde la cárcel, Josep MariaHuertas me pidió libros y yo se los pedí a Carmen Balcells,que me dijo: “Este Huertas es el tío más áspero, molesto,maleducado, grosero e inaguantable que he conocido pero,no sé si será por eso, se hace querer”, y dicho esto dio laorden de que le enviaran muchos libros».

La muerte de Franco ayudó a que Huertas nocumpliera toda la condena. Salió de la Modelo el 12 deabril de 1976. Esa noche le esperaban en la calle muchosde sus compañeros para aplaudirle y abrazarle. Pero nadiele ofreció trabajo. Pasó ocho meses en paro, con laetiqueta de «conflictivo», y finalmente fue acogido por elgabinete de prensa de la Diputación de Barcelona. De eseexilio salió en 1982, cuando El Periódico de Antonio

Page 40: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Asensio se decidió a contratarle.

Yo estaba en Economía con Tintoré, muy a gusto ymuy ocupado. Pero aprovechaba la menor oportunidad paratrabajar a las órdenes de Huertas: las inundaciones y lavisita papal de ese otoño de 1982, algunos temasperiféricos relacionados con la abrumadora victoriaelectoral del PSOE, una investigación sobre la corrupciónaceitera en Jaén, un incendio forestal... Cualquier excusaera buena para acercarme a ese señor bajito y tormentoso yrecibir sus consejos intempestivos.

Tratar con él no constituía una experiencia plácida.Realmente era capaz de ser «áspero, molesto, maleducado,grosero e inaguantable», podía tirarte un teléfono a lacabeza sin previo aviso y nunca, nunca le parecía del todobien el texto que le presentabas. Joaquim Roglan, unveterano en el arte de soportar a Huertas, le llamaba«manojillo de nervios». A veces entraba en crisis histéricasque duraban un buen rato. Puede parecer extraño que untipo con ese carácter fuera un gran jefe y, a su manera, uncolega estupendo. Lo era.

Conmigo, el gran cronista del desarrollo barcelonés yde los movimientos vecinales mostró una pacienciainusual. Se comportaba casi con bondad. Muchos años

Page 41: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

después, cuando yo ya trabajaba como corresponsal para ElPaís, seguía enviándome de vez en cuando tarjetonesmanuscritos en los que, junto a los insultos rituales,elogiaba alguna de mis crónicas.

Murió el 4 de marzo de 2007. Volé desde Roma parasu funeral. Martí Gómez leyó unos párrafos conmovedorespara recordar que había pasado «40 años soportando susCacaolat con berberechos y sus acusaciones respecto a quése ha hecho de mis sueños de juventud y lo mucho que hecambiado para mal», y para despedirse temporalmente, solotemporalmente, de su «viejo y fiel amigo». Huertas eracristiano, como Martí. Esa mañana, en el funeral, Martíexpresó su temor al reencuentro en el Más Allá, donde«Huertas volverá a ser Huertas y volverá a meterme enlíos».

Cuando se cumplió un año de su muerte, escribí en ElPaís un articulito sobre Huertas. Reproduzco una frase,porque nada ha cambiado desde entonces: «Fue mi jefe, unjefe estimulante y anarcoide, durante unos años. Aún hoysometo a su juicio todas las cosas que hago. ¿Le gustaríaesto a Huertas? No, por supuesto. Me llamaría cursi ypelota y me mandaría a la calle, “a ver si encuentras unanoticia por una vez en tu vida”».

Page 42: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

El Periódico acababa de sufrir una tremenda sangríade profesionales. Contaba, sin embargo, con una fórmulamuy eficaz: titulares breves y potentes, textos cortos,periodismo de proximidad, mucho deporte. Y con unaredacción ágil y experta. Era un diario popular, el mejorque se ha hecho en España dentro de ese género (dejando almargen Pueblo por su inevitable carácter franquista), y suorientación prosocialista constituyó una novedad para mí,habituado como estaba al pujolismo reconcentrado delCorreu. El PSOE acumulaba un poder formidable tras laselecciones generales de 1982, pero Pujol se había hechocon la Generalitat de Cataluña contra pronóstico (lossocialistas presentaron a un candidato bonachón y pasivo,Joan Reventós, que en realidad no sentía entusiasmo por lapresidencia) y El Periódico, pese a contar con todas lasbendiciones del ayuntamiento socialista barcelonés, podíasimular que remaba contra corriente. Lo cual es bueno paralas ventas.

No permanecí mucho tiempo en El Periódico. Pudoser menos, porque en 1983 me ofrecieron trabajar en TV3,la nueva televisión autonómica catalana, y acepté. JoanSalvat, antiguo compañero en el Correu, iba a encargarsede un programa de reportajes llamado 30 minuts y mepropuso incorporarme al mismo. Consideré que Salvat eragarantía suficiente. También andaba por ese proyecto de

Page 43: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

televisión Rosa María Calaf, otra garantía de solvencia. Enfin, un día me despedí de El Periódico y acudí a lasoficinas de la televisión, entonces en la calle Numancia,para firmar el contrato. Horas después me comunicaronque la empresa no iba a firmar. Lluís Prenafeta, factótumde Pujol en la Generalitat como secretario general de laPresidencia, me había vetado. El director de El Periódico,Enrique Arias Vega, tuvo la gentileza de readmitirme 24horas después de mi despedida.

El rechazo de Prenafeta tenía que ver, probablemente,con algo en lo que trabajaba en mis horas libres. Junto aJaume Reixac, otro ex compañero del Correu, y SiscuBaiges, entonces, creo, reportero en la revista El món,investigaba las entretelas de la crisis de Banca Catalana,que había suspendido pagos en 1982, con el objetivo dehacer un libro. El asunto era realmente confuso. Ydelicado. Tras el saneamiento, el más caro realizado hastaentonces en una entidad bancaria española, Banca Catalanafue absorbida por el Banco de Vizcaya, pero los fiscalesCarlos Jiménez Villarejo y José María Mena presentaronuna querella contra los antiguos gestores, encabezados porJordi Pujol. El presidente de la Generalitat hizo lo quesuele hacer en estos casos cualquier nacionalista decualquier país: se envolvió en la bandera y proclamó que laquerella constituía un ataque contra toda Cataluña. Los

Page 44: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

ánimos estaban muy calientes.

Recopilar información fiable era difícil. Circulabanmuchos bulos, el círculo próximo de Pujol había cerradofilas y el entramado societario del grupo financieroentrañaba una complejidad diabólica. Por dar una idea,copio un párrafo del libro, perteneciente al capítulodedicado a la sociedad Pons y Sunyer, cabecera de lassociedades instrumentales que desviaban patrimonio afinalidades políticas: «El representante legal de Sunyer yPons —anónimo en el registro mercantil de todas lasinstrumentales—, en nombre de dicha empresa cuyaidentidad fiscal era A-08-352916, sería el encargado deacudir a las juntas de todas las empresas patrimoniales.Pons y Sunyer, al igual que sus compañeras de red, sevinculó a Sunyer y Pons y Mariano Nicolás Ros, en nombrede Pons y Sunyer, legitimó a Sunyer y Pons, de la queMariano Nicolás Ros era vicepresidente natural comoadministrador de Pons y Sunyer». Se hacen una idea delenredo, ¿no?

De entre todas las personas con las que hablé paraintentar desenredar la madeja, solo una podía conocer hastael último detalle: Francesc Cabana, cuñado de Pujol,abogado e historiador de la industrialización en Cataluña, yantiguo miembro del grupo directivo del banco. Me contó

Page 45: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

poca cosa, pero aceptó cada entrevista que le pedí y secomportó con extrema gentileza. En un ambiente demáxima crispación, Cabana no me cerró la puerta. Luegocontó su versión, la versión oficial, en un libro, BancaCatalana: un capitol de la seva historia, y facilitó grancantidad de datos al periodista financiero FelicianoBaratech para otro libro exculpatorio llamado Toda laverdad.

Me gustaría abrir un paréntesis sobre elfuncionamiento de la prensa económica en aquellos años.El compadreo entre las empresas, muy especialmente losbancos, y los periodistas especializados sigue siendo hoyhabitual: viajes pagados, comilonas y regalos son unacostumbre arraigada y propician la docilidad periodística.Quizá esas costumbres estén a punto de perderse o sehayan perdido ya, porque los bancos se han convertido endueños de los medios de comunicación y no tienennecesidad de camelarse a sus empleados. Cuando empecé atrabajar en el periodismo económico, a principios de los80, la cosa era de escándalo. En la mayoría de los diarios,el «periodista» cobraba de las empresas por publicarnoticias positivas y cobraba también por no publicarnoticias negativas. No vale la pena decir nombres, estánjubilados o muertos.

Page 46: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Había un banco que te llevaba en Mercedes a la juntade accionistas y luego te ponía delante un impreso para queescribieras «sobre la línea de puntos» la suma que,supuestamente, habías dejado de percibir por el sacrificiode asistir a la junta. Una vez, el periodista que se sentaba ami lado anotó despreocupadamente en el impreso la sumade 250.000 pesetas. Y las cobró. Los grandes «tiburones»del momento, como Javier de la Rosa, te invitaban a comery te sugerían discretamente que invirtieras en tal o cualvalor, porque iban a especular con él y a disparar lacotización. Tuve la suerte de seguir la estela de unageneración de jóvenes periodistas (Xavier Vidal-Folch,Enric Tintoré, Andreu Missé y otros) que decidieronromper con todo eso.

En unas Navidades normalitas, los miembros de lasección de Economía de El Periódico (Tintoré, yo mismo,Carmen Muñoz en el área laboral y posteriormente EliseoOliveras) podíamos recibir en casa televisores,reproductores de vídeo, lingotes de plata y otrasmenudencias. El material se cargaba en un coche y setransportaba al hospital infantil de Sant Joan de Deu.

Volviendo al libro, se tituló Banca Catalana, másque un banco, más que una crisis. La editorial Plaza &Janés se comprometió a publicarlo, pero antes (las

Page 47: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

presiones de la Generalitat debían ser intensas) susdirectivos quisieron asegurarse de que no existía el menordetalle sin comprobar o que pudiera ser objeto de querella.Con el libro ya escrito, empezó lo más penoso: acudir unatarde tras otra a la sede de Plaza & Janés, en la quintapuñeta, para repasar el texto línea por línea. El encargadode la «revisión jurídica», el hombre que nos sometió a latortura de un tedio infinito (lo ya repasado volvía arepasarse, lo ya aceptado volvía a discutirse), fue MauricioCasals, actual presidente de la empresa editora de LaRazón. Le recuerdo sin el más mínimo sentido del humor,quizá por las circunstancias, pero flemático y correcto.

Cuando por fin se publicó el libro, desaparecí delmapa. Mi padre, Francisco González Ledesma, habíaganado el Premio Planeta en 1984 y nos regaló a sus treshijos una parte de la dotación económica: un millón depesetas por cabeza. Mis hermanas, sensatamente, utilizaronel dinero para pagar la entrada de un piso o para abrir unacuenta de ahorro. Yo lo gasté en una vuelta al mundo. Enalgunos tramos viví miserablemente: en Nueva York mehospedé en un hostal infame y casi sin calefacción en plenoinvierno, de forma que pasaba parte del día en el metro paracalentarme; en Seúl encontré un hospedaje aún más cutre,aunque afortunadamente ya no hacía frío.

En Hong Kong, sin embargo, me alojé en un hotel muy

Page 48: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

lujoso, hasta el punto de que a mi llegada me esperaba en elaeropuerto un Rolls-Royce con chófer. Incidentalmente, enun bar de ese hotel trabé relación con un inglés, vendedorde ladrillos refractarios, que me hizo una oferta: si leacompañaba durante su última noche en la isla, estabadispuesto a pagarme los mismos placeres que pensabadisfrutar él; la única exigencia consistía en mantenermemínimamente sobrio para llevarle hasta el aeropuerto ymeterle en un vuelo rumbo a Manchester. Esa fue unanoche de delirio. Por la mañana cargué con él, que habíaperdido ya el conocimiento, y con sus maletas, y cumplí miparte del trato.

En Singapur me quedé en el mítico hotel Raffles, queaún no había sido renovado y conservaba una agradabledecrepitud colonial. Dediqué mi estancia en la peculiarCiudad-Estado a trasegar «Singapore Slings» en el bar delpatio del Raffles, escuchando el canto de aves exóticas ysoñando futuros imposibles. La factura fue de escándalo.En ese viaje me lo gasté todo. Nunca lo he lamentado.

Cuando volví a casa y me reincorporé a El Periódicotras seis meses de excedencia, descubrí que unas cuantascosas habían cambiado. La Generalitat catalana no solo nome invitaba a sus actos públicos y ruedas de prensa, sinoque me impedía el acceso. Un antiguo colega del Correu, a

Page 49: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

quien su espíritu nacionalista le había permitido cobijarseen el gabinete de prensa de la Generalitat, me telefoneópara advertirme de que le habían encargado la confecciónde un informe sobre mí. «¿Quieres que ponga algo enespecial?», me preguntó. El hombre se portó con decencia.Por supuesto, los otros dos autores del libro, Reixac yBaiges, estaban tan marcados como yo, o más.

El Periódico procuró ocuparme en temas que norequirieran contacto con el gobierno catalán. Me respaldó,pero evidentemente no deseaba una bronca con Pujol.Habrá quien se pregunte cómo era posible que sucedieraalgo así. Ah, amiguitos, mi país es muy complicado yabunda en sobreentendidos y arreglos. Me temo que lascosas son ahora aún peores. Además, yo no pintaba nada.Era solo un reportero de 25 años que, por su mala cabeza,se había metido en problemas.

La llamada de Andreu Missé llegó cuando másapurado me sentía. El jefe de la sección de Economía de ElPaís en Barcelona, Xavier Vidal-Folch, se habíaincorporado al equipo de dirección de los informativos deTVE, y Andreu, hasta entonces su segundo de a bordo, iba aocupar su puesto. Alguna vez le he preguntado por quépensó en contratarme, cuando había gente con másexperiencia y más cualificada que yo que se habría dejado

Page 50: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

cortar unos cuantos dedos por trabajar en El País. Surespuesta tiene que ver con el libro de Banca Catalana:supuso que si había sido capaz de enredarme en el peor líodisponible, podría adaptarme a las presiones internas yexternas de una sección muy influyente en el diario másinfluyente.

A finales de 1985, poco después de que cerrara ElCorreu, me despedí por segunda vez de Huertas, de Tintoréy de la gente de El Periódico. En esa ocasión no regresé aldía siguiente.

Page 51: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 52: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 53: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 3 Empecé en El País un día antes de empezar. La víspera demi incorporación, en enero de 1986, fui a la Zona Francade Barcelona para aprenderme el camino hasta aquellaredacción remota, rodeada de fábricas y almacenes y avarios kilómetros de una estación de metro. Dediqué unajornada a la exploración. Hasta entonces, los diarios seubicaban en zonas urbanas y más bien céntricas. Me parecióexótico que un periódico tan fino y prestigioso tuviera esepunto poligonero. Sigue pareciéndome raro. El continuomovimiento entre la ciudad y el diario había de suponer uncoste importante en tiempo y dinero. Por otra parte, penséque la modestia de la dirección (Sector B, Calle D)indicaba una saludable ausencia de delirios de grandeza.Santa inocencia.

Llevaría una semana en la casa cuando metelefonearon desde Madrid para decirme que el director,Juan Luis Cebrián, deseaba conocerme. No lo pongo ahorapor hacerme el gracioso: de verdad pensé en Domingo y enla Coca-Cola. Cebrián era ya un personaje mítico, unperiodista reverenciado. Yo era todo lo contrario. Sabíaque iba a tratarse de un saludo protocolario, el minuto quese dedica al recién llegado, pero aun así habría preferido noir. No me dieron hora. «Vienes a Madrid y ya te avisarán

Page 54: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

cuando puedas pasar a su despacho», me dijo una secretaria.

Tomé un avión a una hora absurdamente temprana yaparecí en Miguel Yuste, 40, cuando aún no había llegadoni el vigilante. Comprobé que la redacción principal eratambién poligonera, aunque menos que la de Barcelona, yque el edificio tenía un aspecto siniestro. Se construyócomo un búnquer, sin ventanas a la calle ni accesosamplios, parece que en previsión de atentados. Sinembargo, en 1978 se coló una bomba de la ultraderecha, loque se llamaba también «el búnquer» de quienes seresistían al desmantelamiento del franquismo, a través delcorreo. Tres empleados del periódico sufrieron heridas yuno de ellos, Andrés Fraguas, no logró superarlas y murió.Con otro de los heridos, Juan Antonio Sampedro, a quien laexplosión dejó graves secuelas, iba a tener bastante trato enel futuro: como jefe de servicios generales se encargaba delas mudanzas de los corresponsales. Por supuesto, yoignoraba eso y todo lo demás. En ese momento, meconformaba con que no me confundieran con Domingo.

La redacción, en la segunda planta, estaba vacía ysilenciosa. La moqueta, anaranjada y llena de lamparones,se rizaba por las puntas. Se levantaban montones de papelespor todas partes. Supongo (carezco de olfato) que olería atabaco y mala leche, como las buenas redacciones de

Page 55: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

antaño. Poco a poco fue llegando gente a la que no conocíade nada. Me senté en una silla de Economía y esperé. Miscompañeros de sección venían a ser una especie de dreamteam del oficio, empezando por el jefe, Joaquín Estefanía,y siguiendo por gente como Manolo Navarro, FélixMonteira, Jesús Cacho, Salvador Arancibia, Concha Martín,Belén Cebrián, Gustavo Matías, Rosa Cullell, RodolfoSerrano, Carlos Gómez... Ya no estaba JAMS, José AntonioMartínez Soler, que durante la transición dirigió la revistaDoblón y fue secuestrado, torturado y sometido a unsimulacro de ejecución por un grupo ultraderechista acausa de sus informaciones sobre la purga de militaresmoderados en el Ejército. JAMS y Fernando GonzálezUrbaneja habían precedido a Estefanía en la jefatura de laspáginas económicas, que campeaban al final del periódicobajo el epígrafe «Economía y Trabajo» (entonces se dabaimportancia a las noticias laborales porque se considerabaque los trabajadores tenían derechos) y sentaban cátedraante el resto de la prensa.

Me sentía literalmente acojonado. Y fui sintiéndomepeor según pasaban las horas. Un día puede hacerse muylargo para un tipo que permanece sentado en un rincón, sinhacer otra cosa que tratar de volverse invisible mientrasespera que le convoque la autoridad.

Page 56: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Me cuesta recordar cómo veía El País en aquelmomento. A los diez años de su fundación, habíaacumulado ya una cantidad notable de leyendas. Se hablabaen los corrillos del oficio de lo difícil que había sido parirlos primeros números y de unos colchones colocados alfondo de la redacción, donde la gente se echaba un rato demadrugada mientras se terminaba el cierre o se resolvíanlos problemas de la rotativa. Por supuesto, se decía quesobre esos colchones había ocurrido de todo, incluyendo laconcepción de alguna criatura.

En su fase de lanzamiento, el diario se distribuía ahoras intempestivas: podía aparecer en el quiosco deBarcelona a media tarde, lo que generó abundantes chistessobre el hecho de que se proclamara «independiente de lamañana» y numerosas dudas, entre ellas las mías, sobre suviabilidad como diario de ámbito nacional. En la prácticano existían diarios que abarcaran el conjunto del territorioespañol, aunque se vendiera alguna La Vanguardia enMadrid o algún ABC en Cataluña. El País aspiraba a derribarel statu quo tradicional y a alcanzar hasta el último rincón,a la hora que fuera. Tras unos inicios difíciles, en los queJesús Polanco se hizo con el control de la empresa a basede pagar nóminas de su bolsillo a cambio de acciones delresto de los socios, consiguió sus objetivos en menos deuna década. El País era más que un periódico. Era un

Page 57: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

símbolo, un emblema para una España que soñaba con sermoderna e ilustrada y, de momento, se conformaba consimular que lo era.

Me consideraba casi un experto en mitologíaperiodística. Mi tío abuelo fue periodista durante laRepública (las represalias de la posguerra lo convirtieronen carbonero y luego en despiadado director depublicaciones de Editorial Bruguera), mi padre conoció larelativa efervescencia de los años 60 y en el Correu, yomismo había trabado una cierta amistad con Josep MaríaLladó, un anciano periodista canijo, sarcástico ehiperactivo que parecía alimentarse de whisky y puros yconocía el anecdotario completo desde la época de Prim.Había visto e incluso saludado a Comín, que de vez encuando aparecía por La Vanguardia con correajes ypistola; a Foriscot, un noctámbulo que presumía de norecordar cómo era la luz del sol; a Néstor Luján y suerudición golosa; al propio Huertas. Sabía de quienes seforraban de plástico los bolsillos para llevar canapés a lafamilia. El pequeño folklore gremial era lo mío.

Madrid, sin embargo, constituía un territoriodesconocido. Y se contaban hazañas de El País quesuperaban las del mismísimo Pueblo. ¿Era posible que unaturba de periodistas sedientos descerrajara de noche el bar

Page 58: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

del periódico? ¿Era posible que el jefe de la turba fuera eldirector adjunto? Sí, era posible. Y más. Circulabanhistorias tremendas sobre Augusto Delkáder, directoradjunto y mano derecha de Cebrián, y su afición aaterrorizar a los desprevenidos que trabajaban en horasnocturnas. Eran ciertas, lo comprobé con el tiempo.Delkáder volvía de cenar, echaba una cabezada en el sofá desu cubículo y despertaba con ganas de bronca. En cuanto leveíamos salir, con los ojos inyectados en sangre,bajábamos la cabeza hacia la pantalla e intentábamos pasardesapercibidos.

Debo hacerme pesado, pero repito una vez más que elnivel etílico era considerable en la prensa. El barimprovisado de Marcelo en el Correu no era nada encomparación con el estupendo bar de La Vanguardia , amedio camino entre la redacción y los talleres, o con labien surtida cafetería de El País. A media voz se comentabaque Martín Prieto podía llegar tambaleándose a MiguelYuste, 40, sentarse al teclado y parir una de susmaravillosas «crónicas del elefante blanco» sobre el juicioa los golpistas del 23-F. Que Ismael López Muñoz no eracapaz de trabajar sobrio. Que Juan González Yuste se bebíaun par de bares antes de comenzar la jornada. Esas leyendastenían base real. El caso es que esos tipos legendariosredactaban a velocidad de vértigo y lo hacían muy, muy

Page 59: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

bien. Eran grandes periodistas.

En los años siguientes saqué la impresión de que ElPaís de los inicios era el resultado de la confluencia de doscorrientes: una que englobaba la generación más veterana,gente que había trabajado bajo el tardofranquismo, habíaaprendido a manejarse dentro de las estructuras de unadictadura desfalleciente pero viva y aportaba los vicios yvirtudes de la «canallesca» tradicional; y otra de la queformaban parte los jóvenes moldeados en el patrón derevistas como Triunfo o Cuadernos para el diálogo,vinculados en su mayoría a partidos de extrema izquierda ymuy poco propensos a transigir. La mezcla de ideologías ypersonalidades resultó fértil. Luego se acabó la mezcla. Yallegaremos.

Nos habíamos quedado en un día de enero de 1986,esperando a que Cebrián me recibiera. Pasó la mañana ypasó la tarde. Llegó la noche y los colegas de Economía,que habían sido todo lo hospitalarios que podían sermientras hacían su trabajo, fueron largándose uno a uno.Me acerqué a una secretaria de redacción para hacerlenotar que si seguía esperando iba a perder el último avión yque quizá mejor lo dejábamos para otro día. Ella me dijoque me despreocupara y me buscó un hotel. Así conocí aRosi Rodríguez Loranca.

Page 60: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Alguna vez he pensado que de entre la mucha genteadmirable que he conocido en El País, por nadie he sentidotanta admiración personal como hacia Rosi. Posee unánimo insuperable y un criterio preciso. Le habré dictadocentenares de crónicas por teléfono (no exagero, antesesas cosas ocurrían) y ha sido, junto a alguna de suscompañeras, mi mejor editora. Si ella decía que un párrafoera «un poco liado», había que rehacerlo. Si sugeríacambiar una palabra o poner un punto y aparte, tenía razón.Si se reía por algún filamento irónico en mitad del texto,me sentía orgulloso.

Serían las once cuando me llamaron de la terceraplanta. Llegaba el momento Coca-Cola.

El despacho de Cebrián era pequeño y permanecía enpenumbra. La única luz procedía de su lámpara de mesa.Para redondear el tópico, estaba escribiendo a mano ysiguió en ello mientras con la izquierda, sin mirarme, hacíaun gesto para que me sentara. Pensé que lo peor habíapasado.

Cebrián me saludó, me dio la bienvenida y mepreguntó qué me parecía el periódico. Comprendí que setrataba de una pregunta ritual y respondí alguna vaguedad.

Page 61: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

¿Qué podía decirle? No era cuestión de contarle que enmayo de 1976, cuando salió el primer ejemplar de El País,pronostiqué que no iba a durar seis meses. Tampoco mepareció que pudiera interesarle el único problema real conel que estaba topando: procedía de El Periódico deCatalunya, donde los titulares no tenían más de tres ocuatro palabras y con 50 líneas se llenaba una página;acostumbrado a esos metrajes, en El País me sobrabaespacio por todas partes; incluso tenía que echar mano decomas y subordinadas para completar los titulareslarguísimos que se utilizaban entonces.

Quizá se produjo un silencio incómodo. Lo siguientelo recuerdo muy bien. Dijo: «Si tienes algo quecomentarme, hazlo ahora. Posiblemente no vuelvas a hablarconmigo nunca más». Acertó. Y creo que acerté yo alretirarme discretamente, sin hacerle perder más tiempo.Simpático no era. Tampoco le hacía falta.

Volví a Barcelona, donde la redacción era, siexceptuamos el entorno y la distancia a cualquier zonaurbana, perfecta: tenía las ventajas de un diario pequeñopero formaba parte de un diario grande, muy grande. Atodos los efectos, mi perspectiva del alto mando no ibamás allá de Antonio Franco, el director de la edicióncatalana, y de Joaquín Estefanía, el redactor jefe deEconomía. Para entonces, Cebrián ya era mucho más que

Page 62: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

un director.

El País había logrado introducirse a cañonazos en elcerrado mercado catalán. En sus inicios tuvo comocorresponsal en Barcelona a Alfons Quintà, quien se hizocélebre con rapidez por los palos que atizaba a Jordi Pujoly por sus informaciones a quemarropa sobre BancaCatalana. Pujol y el mundillo nacionalista lo odiaban, perose veían obligados a leerle; los demás le leíamos porquesolo él (solo El País) se atrevía a contar ciertas cosas.Como es bien sabido, Quintà fue luego periodista decámara de Pujol, como director-fundador de TV3 y añosmás tarde como director-fundador del diario ElObservador, una especie de «anti-Vanguardia» de vidaefímera. En eso, Pujol se parece un poco a SilvioBerlusconi: ha sido banquero (por lo bien que les va a sushijos, parece que sigue siéndolo) y conoce el precio de lagente.

Cuando Polanco y Cebrián decidieron crear unaredacción en Barcelona, lo hicieron por todo lo alto. Loque no gastaron en inmuebles lo gastaron en personal.Ficharon lo mejorcito de cada casa, y en abundancia. Laredacción de la calle B, sector D, rebosaba talento yfirmas: incluía, en niveles subalternos, a la actual cúpulaperiodística de La Vanguardia (José Antich, Alfredo

Page 63: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Abián, Màrius Carol, Enric Juliana, Álex Rodríguez), sepermitía infrautilizar en labores de mesa a un granespecialista en información internacional como XavierBatalla, tenía reporteros como Ferran Sales y Quico Valls ycontaba con una sección de Deportes (Pérez de Rozas,Martínez-Roig, Sirvent y Besa) absolutamente ilustre.

Aquella fue mi universidad. Yo era un tipo sin estudiossuperiores, un reportero que había aprendido lo poco quesabía en la calle y en el trabajo. Leía, siempre he leídomucho y tal vez sea lo único que hago realmente bien. Meparece que un periodista ha de leer como si le fuera la vidaen ello, porque le va la vida en ello. Pero en El País meformaron. Me pagaron clases de inglés y cursillos dematerias económicas hechos a medida, me consiguieronuna beca en Estados Unidos, me enseñaron a competir en laprimera división del periodismo. Y, además, me ayudaronen momentos de grave dificultad personal. Nunca hetrabajado en una empresa que me tratara tan bien como ElPaís de los buenos tiempos. Espero que, al menos en algúnmomento, algún responsable de la empresa pensara que loinvertido en mí no se había malgastado por completo.

Permitan un inciso. Más de 20 años después, enprimavera de 2009, el director de El País censuró una delas columnitas que escribía para las páginas de televisión.

Page 64: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Pude irme a otro periódico. Pensé, sin embargo, que esono iba a ayudar a nadie y contribuiría, por poco que fuera, aagravar la crispación ambiental. Además, pensé que teníauna deuda con la casa. Las cosas habían cambiado mucho,pero, ya saben, la gratitud es la memoria del corazón. Mequedé. Hablaremos de eso con más calma.

En cualquier caso, me parece que la políticapaternalista de El País era inteligente, porque establecía unvínculo de fidelidad con los trabajadores y les hacíamejores profesionales, lo cual redundaba en la calidad delproducto y en las ventas de ejemplares. Bastante obvio,¿no?

Comprobé que era fácil trabajar para El País. Lahegemonía del diario resultaba tan aplastante, y suinfluencia tan abrumadora, que a veces no hacía faltatelefonear a tal o cual persona para pedir informaciónsobre tal o cual asunto: tal o cual persona se adelantaba allamar y a contar su versión.

La influencia, sin embargo, tenía sus límites. Colaborécon Andreu Missé en una investigación que demostró quela Generalitat había concedido a Ferrovial la construcciónde una autopista de peaje entre Terrassa y Manresa, pese aque esta había presentado un proyecto incompleto y

Page 65: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

deficiente, a cambio de que Ferrovial y el banco con mayorparticipación en la constructora, el Hispano-Americano,sufragaran la enorme deuda dejada por la calamitosaOperación Reformista de Miquel Roca y Florentino Pérez.Como tantas otras veces, se utilizaba dinero delcontribuyente para pagar gastos de los partidos, y quizágastos particulares. ¿Qué pasó? Nada.

Conviene tener muy presente que la prensa no lopuede todo. Su papel consiste en contar qué pasa y por quépasa, nada más. La prensa no debe aspirar a cargarse a unpolítico o una institución, porque no es lo suyo. Con losaños se ha difundido la convicción de que un par deperiodistas del Washington Post , Bob Woodward y CarlBernstein, guiados por una fuente (la célebre «GargantaProfunda») del FBI, acabaron con la presidencia de RichardNixon. Lo cual es incierto. Woodward y Bernstein, y variosde sus colegas en The New York Times y otros medios,hicieron bien el trabajo que les correspondía. Pero fueronlas instituciones las que obligaron a Nixon a dimitir. Elpresidente solo dejó la Casa Blanca porque el Congresopreparaba su impeachment, es decir, el encausamiento dela máxima autoridad del país. Esas cosas no ocurren enEspaña. El periodismo español falla bastante; lasinstituciones fallan mucho y de forma más grave.

Page 66: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Algo debí hacer bien durante aquella temporada en laredacción barcelonesa. Sé que a Joaquín Estefanía le gustóun reportaje sobre la Comercial de Deusto, el centrouniversitario que formaba a los cachorros de la altaburguesía vasca, como nexo de unión entre los dirigentes yejecutivos del Bilbao y el Vizcaya, que en ese momentohabían decidido fusionarse. Era uno de esos reportajesinconcretos y vagamente intelectuales que a mí se me danbastante bien. Estefanía dejó Economía para encargarsecomo subdirector de la edición dominical y decidió formarun equipo de reporteros para reforzar los contenidos deldomingo. Llamó a Amelia Castilla, que procedía de lasección de Madrid, y a Carlos García Santa Cecilia, deCultura. Por lo de Deusto o por lo que fuera, también mellamó a mí. En 1988 me fui a Madrid.

Page 67: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 68: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 69: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 4 El País fue un lugar muy cómodo durante un año: entreotoño de 1988 y otoño de 1989. Esa es una opiniónpersonal, por supuesto, quizá distorsionada porque para míese año no tuvo nada de cómodo. Fue el año en que muriómi hija. Y el periódico, ciertamente, ya mostraba en sutemporada más dulce algunos síntomas inquietantes deaburguesamiento e institucionalización. Prisa estabaconvirtiéndose en un actor relevante dentro del panoramaempresarial y, como tal, acumulaba socios, intereses ycompromisos, incluyendo, claro está, los compromisospolíticos: la economía española era, y es,Estadodependiente. Pero si tuviera que elegir una época enla que El País se pareció más que nunca a la idea que teníayo de El País, un diario hegemónico y tranquilo porqueconocía su fuerza, fue la que transcurrió entre esos dosotoños.

Mi familia y yo nos instalamos en Madrid en veranode 1988. Mi trabajo consistía en hacer reportajes para laedición dominical, a las órdenes de tres jefes (JoaquínEstefanía como subdirector, Juan González Yuste comoredactor jefe y Ángel Santa Cruz como jefe de sección)que apenas daban órdenes y dejaban un amplio margen deautonomía a los tribuletes como yo. Yuste, encima, invitaba

Page 70: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

a copas con gran liberalidad. Además de mis doscompañeros ya citados, Amelia y Carlos, en ese rincón alfondo de la redacción se acomodaban también GumersindoLafuente, que diseñaba las páginas, y Alejandro Gándara,que se ocupaba del pequeño suplemento literario. Lacompañía era óptima. No se podía pedir más.

Me sentía en una especie de líquido amniótico tanconfortable que, al margen de mi trabajo, no me enterabade nada. Ni siquiera de las grandes novedades corporativas.Una mañana me crucé por el pasillo con Joaquín Estefaníay empecé a perseguirle para contarle menudencias de lahistoria en la que trabajaba. El hombre estaba pálido ymostraba un interés evidente en que le dejara tranquilo,pero insistí hasta que, educadamente, me mandó a la porra.Extrañado, le comenté a un colega que Joaquín parecíanervioso. «Normal», me respondió. «Acaban de nombrarlodirector».

La edición dominical quedó temporalmentedescabezada. Y al frente del periódico se instaló JoaquínEstefanía, apoyado en dos directores adjuntos: SolGallego-Díaz en Madrid y Xavier Vidal-Folch enBarcelona. La marcha de Juan Luis Cebrián (que no semarchó, sino que ascendió a la dirección general y siguióejerciendo como director cuando le dio la gana) y de

Page 71: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Augusto Delkáder (trasladado a la dirección de la SER)marcó el final definitivo de la primera época, la que habíanencabezado periodistas formados en la prensa franquista. Elestablecimiento del «triunvirato» supuso la irrupción de la«generación del 68», representada por quienes, comoJoaquín, Sol y Xavier, habían vivido en la Universidad lasmodestas revueltas sesentayochescas en España, habíanmilitado, como Joaquín y Xavier, en organizacionessituadas a la izquierda del PCE (Sol se afilió brevemente aCNT) y habían evolucionado hacia posiciones desocialdemocracia estricta.

También marcó el inicio de una temporada en la quelos jefes pedían las cosas por favor y en la que se podíaopinar sin miedo en las reuniones. Eso no había ocurridoantes ni ocurrió después.

El cambio coincidió con un acontecimiento queentonces pareció de escasa relevancia, pero resultósintomático. Prisa, la sociedad editora de El País, habíalanzado en 1987 una revista llamada El Globo. Teníabuenos periodistas. Resultó, sin embargo, mediocre. Noaportaba nada y chocó contra un mercado en el que lafunción tradicional de los semanarios de la Transición(Cambio 16, Triunfo, Gaceta Ilustrada, Cuadernos parael Diálogo, etcétera) había sido más o menos asumida por

Page 72: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

los dominicales de los periódicos, muy especialmente eldominical de El País, conocido en la casa como «ElColorín» porque a diferencia del diario se publicaba encolores. El semanario de contenido político se extinguía yaparecía un nuevo modelo, que privilegiaba temas másligeros y desbordaba anuncios de perfume. El Globo cerróen 1988, tras solo un año de vida.

Fue el primer síntoma de que Prisa agotó con El Paíssu capacidad para inventar productos de éxito. La SER, elotro gran pilar del grupo, ya estaba inventada cuando se laquedó Prisa. Los intentos sucesivos, muchos y en diversosámbitos, concluyeron en fracaso o en pérdidas crónicas.

Los periodistas de El País que habían sido enviados aEl Globo en comisión de servicio regresaron al hogar. Eldirector que cerró la revista, Jesús Ceberio, fue colocadoal frente de la edición dominical. Tardé poco en pedir queme enviaran de vuelta a Economía.

Jamás fui capaz de entenderme con Ceberio. Era, ysupongo que sigue siendo, un hombre áspero, amigo de susamigos y poco amigo de los demás, con una característicaque desprecio: tiende a ensañarse con los débiles. Por otraparte, es un periodista excelente y en lo estrictamenteprofesional, es decir, en lo que se refiere al negocio de la

Page 73: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

información, no vale la pena discutir con él porque casisiempre tiene razón. Me gritó unas cuantas veces (y yo a él,cosa que debió sorprenderle) y una vez, en el calentón deuna bronca telefónica, me despidió, aunque la cosa nollegara a concretarse. A veces me puteaba, a veces me hacíafavores. Cuando tuvo que defenderme ante el consejo deadministración, lo hizo. No lo olvido.

Según algunos, El País empezó a decaer en 1985,cuando Javier Pradera dimitió como editorialista por serfavorable al ingreso de España en la OTAN, mientras laposición empresarial, representada por Cebrián, eracontraria. Es posible. Aquello rompió fibras internas muydelicadas. También es cierto que los diarios decaen yretoman altura por temporadas. Y en aquella década, juntoal fango del terrorismo y la reconversión industrial, surgióuna fiebre especulativa que iba a caracterizar en lo sucesivola economía española. El País vendía casi un millón deejemplares los domingos, ganaba fortunas y podíapermitirse una plantilla de lujo, bien pagada y bien cuidada.

La sección de Economía tenía más de 20 redactores.Y adoptaba prácticas que hasta entonces habían sidoexclusivas de la gran prensa anglosajona. Yo me encargabade la macroeconomía internacional (Fondo Monetario,OPEP, reuniones de Davos y esas cosas). Recuerdo que una

Page 74: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

reunión de países petroleros en Viena se suspendió y casitodos los enviados especiales se volvieron a casa, pero a míme dijeron que siguiera allí para mantener un contacto másrelajado con los delegados que holgazaneaban en el hotel, ala espera de que sus Gobiernos dieran la orden de reanudarlas negociaciones. Los costes no se discutían. Había quemantener la presencia y las fuentes y, con ello, la calidadde la información.

Las páginas económicas eran muy buenas. Tambiéneran problemáticas. La corrupción florece de forma casinatural cuando hay dinero. En los años 20, los redactoresd e The Wall Street Journal vivían como príncipes:mansiones, cuadras de caballos, fiestas mundanas. Tras el«crash» de 1929, perdieron las fortunas que habíanacumulado gracias a la especulación bursátil, perosobrevivieron gracias a los sueldos atrasados: durante añosno se habían molestado siquiera en pasar a cobrar sumensualidad. Jesús Cacho, uno de los tipos más brillantesde la sección, tuvo que dejar el periódico por la sospechade que sus informaciones se sincronizaban con losmovimientos especulativos de personajes como Javier dela Rosa. Se nos vigilaba. Era la época en que el ministroCarlos Solchaga proclamaba que España era «un buen paíspara hacer dinero». «Enrichissez vous». No pocosperiodistas siguieron la consigna. A mí, que estaba en un

Page 75: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

nivel bastante modesto, un conocido grupo empresarial mepropuso que comprara una casa en una urbanización de lujoque estaba construyéndose cerca de Barcelona. Les hicenotar que mi sueldo no daba para una hipoteca de esecalibre. «Eso nunca sería un problema», me dijeron. Nocompré. Sé de colegas que sí hicieron operacionesinmobiliarias en condiciones muy, muy favorables. Lastentaciones eran frecuentes.

Pero la corrupción más insidiosa, menos visible peromás grave para El País, estaba instalándose, creo, a mayoraltura.

Había una explicación relativamente natural para elcompadreo del diario con los mandos del hegemónicoPSOE. Felipe González y sus ministros pertenecían a lamisma generación que mandaba en El País, compartíanexperiencias vitales y orientación política, en muchoscasos existían amistades personales. El contacto telefónicoentre los ministros y la redacción, no digamos la dirección,era continuo. A eso se sumaba un factor menos natural,relacionado con la convicción gubernamental, raramenteconfesada de forma explícita, de que El País era algo muyparecido a una institución del Estado y debía favorecer laestabilidad y la gobernabilidad de España. Por último, lomenos natural de todo: Jesús Polanco tenía planes para la

Page 76: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

montaña de beneficios que generaba el diario y preparabauna expansión empresarial que requería la complicidad delpoder político. La primera señal de que El País iba a perderprotagonismo dentro del grupo Prisa, e independencia,llegó a finales de 1989, con la segregación del diario y sureconversión en sociedad limitada, y con las negociacionespara crear un canal de televisión asociado con Canal PlusFrancia.

No es cierto, como se ha dicho, que El País ignoraraasuntos como los GAL, un caso típico de terrorismo deEstado que había empezado a desmadejar el diario vascoDeia y que Diario 16, dirigido por un joven periodistallamado Pedro José Ramírez, perseguía con fruición. ElPaís informaba, la hemeroteca lo demuestra. Tambiéndemuestra que lo hacía con cierto engorro y sin ánimo demolestar. Juan Luis Cebrián contó años más tarde quepensó en Pedro J., como se conocía al director de Diario16, como futuro director de El País, y le ofreció encabezarel proyecto de El Globo. Finalmente, Ramírez siguió enDiario 16 hasta que el Gobierno exigió su cabeza y laobtuvo.

En pocos meses, Pedro J. fundó y organizó unperiódico nuevo llamado El Mundo, que salió a la calle el23 de octubre de 1989. Resulta imposible exagerar el

Page 77: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

impacto que ese periódico ejerció en los despachos deMiguel Yuste y de Gran Vía, sede de Prisa. De repente ElPaís se encontró con un competidor real, cargado denervio y agresividad, dispuesto a embestir frontalmentecontra el Gobierno por el asunto de los GAL y porcualquiera de los múltiples asuntos de corrupción queempezaban a asomar bajo las alfombras de laAdministración socialista. El País, por primera vez, se vioa remolque de otros medios: de El Mundo en los GAL, deEl Periódico de Catalunya en el caso Filesa... Laredacción del transatlántico entró en una crisis de histeria.El plácido año inaugural del «triunvirato» se transformó enuna era de malestar. Y eso fue solo el principio.

En ese momento se forjó una característica que en elfuturo iba a formar parte de El País y del resto de la prensaespañola: el sectarismo. Mientras disfrutó de unaespléndida hegemonía, el diario de Prisa tendió a mirar conbenevolencia a los demás medios. Cuando el ambienteempezó a encabronarse, cuando surgieron sospechasfundadas de que el PSOE utilizaba su poder casi absolutopara cometer y encubrir acciones ilegales extremadamentegraves, cuando cundió la sensación de que bastantesdirigentes socialistas se habían apuntado al «todo vale» y,sobre todo, cuando desde distintos flancos se acusó a ElPaís de contemporizar o incluso encubrir, la reacción fue

Page 78: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

típicamente paranoica: estamos rodeados, o con nosotros ocon ellos.

No fue solo una reacción empresarial o de ladirección. Fue en gran medida una reacción colectiva,claramente perceptible en la redacción. Los periodistas deEl País no fuimos inocentes. Veíamos los errores ajenos,pero no los nuestros. Muchos de nosotros arrastrábamosuna mentalidad muy propia del siglo XX: la sumisión ante lamaquinaria (y no me refiero a la fascinación por lasrotativas, aunque también), la devoción por el diario comoinstitución totémica, el gusto por la rutina funcionarial.

En cierto sentido, interiorizábamos las característicasde dos de las figuras emblemáticas del siglo pasado: elhombre-masa, según lo definió José Ortega y Gasset, y elmilitante comunista.

Igual que el individuo descrito en La rebelión de lasmasas, heredero consentido de la historia, convencido deque su misión consistía en disfrutar de las ventajasaparentemente naturales de la civilización, el redactor de ElPaís tendía a maravillarse ante la influencia y los recursosconferidos por su empleo. Confundía el oficio con laindustria. Daba demasiadas cosas por supuestas. Era, comoel hombre-masa, un ser quejoso, caprichoso y a la vez

Page 79: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

sumiso, con escasa capacidad de autocrítica.

Tony Judt solía decir que para entender el siglo XXconviene haber sido comunista. Solo quien ha profesado lafe y ha creído, más o menos sinceramente, que la aboliciónde la propiedad privada no solo supondría unacontecimiento escatológico, sino que redimiría al serhumano de los aspectos más oscuros de su naturaleza,puede comprender por qué ocurrieron las barbaridades deltotalitarismo. Y por qué tantas mentes lúcidas lasbendijeron. Cuando el fin es sublime, los medios importanpoco.

Una franja bastante amplia de la redacción de El Paíshabía militado en organizaciones marxistas y me pareceque conservábamos un poso: la sensación de que la historiaestaba de nuestro lado; de que nuestros intereses eranpuros y los ajenos, espurios; de que nuestro fin justificabanuestros medios. Si alguien se iba a El Mundo, se pasaba al«lado oscuro». La luz estaba con nosotros.

Permanecíamos embobados ante la potencia denuestra cabecera. El Mundo se llevó parte de los lectoresde El País, tanto por la derecha como por la izquierda. Sinembargo, manteníamos la primacía. Y nuestros recursoseran fabulosos. Aunque se criticara a El País, había que

Page 80: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

comprarlo cuando ocurría algo importante. Yo he vistovarios zafarranchos de combate en la redacción, jornadasen las que un tema grandioso merece diez, veinte o treintapáginas, y he quedado atónito ante la potencia de fuego decientos de periodistas movilizados. Debía ocurrir algoparecido con las tripulaciones de los grandes veleros:ejercían su trabajo bajo unos mandos tiránicos y encondiciones muy duras, pero no era solo la amenaza dellátigo la que les impulsaba; también contaba, y mucho, laconciencia de su capacidad para ejecutar a la perfecciónmaniobras complejas. ¿Para qué? Eso daba igual. Loimportante era que lo hacían. Que lo hacíamos.

Cualquiera que haya trabajado en un periódico,especialmente en uno importante e influyente, ha sentido laembriaguez de estar ahí, de navegar en un gran buque, depertenecer a una tripulación excelente. Y ha confundido elmedio, el periódico, con el fin. El periódico, como elPartido Comunista, podía equivocarse sin que eso pusieraen duda la necesidad de su existencia. Después de todo, ¿notrabajábamos por el bien del público?, ¿no éramos unelemento fundamental de la democracia? En últimoextremo, ¿qué habría sido de nosotros sin el periódico?¿Quién nos habría escuchado?

El diario, en abstracto, podía proclamarse

Page 81: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

«independiente». Casi todos lo hacen, casi todos mienten.El periodista contratado nunca ha sido independiente:depende de su sueldo y de sus jefes, que a su vez dependende otros jefes, de los mayores anunciantes, de los interesescorporativos de la propiedad o de la vanidad caprichosa deldueño. Eso nos parecía natural. Sobre todo cuando lapresunta ideología del medio (aunque en realidad losmedios no tengan ideología sino intereses) coincidíaaproximadamente con la nuestra. En fin, todas estas cosashan ido haciéndose muy evidentes.

Por otra parte, la irrupción de El Mundo supuso elinicio de un acoso sistemático, y no siempre legítimo, aPrisa y El País. En los últimos años del felipismo secaldeó un sectarismo político y mediático que entroncabacon el viejo cainismo de las «dos Españas» y que, 20 añosmás tarde, no da señales de apagarse. Más bien al contrario.

Coincidiendo con el cataclismo personal de la muertede mi hija, Mariló Ruiz de Elvira, la redactora jefe deInternacional, me propuso ir a trabajar a la sección queabría el periódico, la más prestigiosa, la más elegante.

Cayó el muro de Berlín, pasé meses viajando de formaerrática y semiconsciente, pasé las noches de duelo enhoteles donde podía estar solo o acompañado.

Page 82: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Francamente, ni la irrupción de El Mundo ni el enroque deEl País ni la expansión de Prisa ni el compadreo con elpsoe me interesaban demasiado. Solo quería moverme lomás posible y pensar lo menos posible. Si alguna vez me hehundido en una crisis sin aparente salida, fue entonces.

Page 83: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 84: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 85: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 5 No estuve en la guerra del Golfo. Estuve en el golfoPérsico durante la guerra, pero no «en» la guerra. Muypocos periodistas vieron combates en ese conflicto. Losenviados a la zona de quienes se hacían llamar «aliados», esdecir, Estados Unidos y una larga retahíla de comparsas,permanecimos en la retaguardia de la vanguardia, una zonaconfortable y bastante segura donde muy de vez en cuandocaía un misil iraquí. A aquello que se desplomaba desde elcielo se le llamaba misil, pero, salvo excepciones (una vezhubo un par de docenas de muertos en un dormitorio desoldados), su capacidad letal venía a ser la de un pianolanzado desde un tercer piso: había que tener mala suertepara estar justo debajo.

El Ejército de Irak estaba sometido a bombardeosintensísimos y se veía obligado a lanzar sus proyectilesdesde plataformas móviles alejadas del frente; paraaumentar el alcance de los misiles Al-Hussein, fueronreduciendo la cantidad de explosivo y aumentando eldepósito de combustible hasta conseguir unos mamotretoscon un radio de alcance considerable que, sin embargo,caían donde les daba la gana y causaban destrozosmodestos.

Page 86: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Pasé unos cuantos meses en aquella drôle de guerre .Fue una temporada extraña.

A mí me lo habían vendido como un mes devacaciones. Un día de octubre de 1990, un jefe de laredacción se acercó a mi mesa y me propuso descansardurante unas semanas en un lugar con playas y buen tiempo.¿Qué iba a decir yo? Conocía Arabia Saudí (una vezconseguí un visado para cubrir un absurdo congreso deastronáutica) y sabía que era un país horrible. Perocirculaban rumores según los cuales en la franja fronterizacon Kuwait controlada por los estadounidenses se habíacreado un ambiente permisivo, sin policía religiosa (losimplacables mutawin) y con acceso a cerveza. Tomé laprecaución de llamar al colega al que debía reemplazar,Javier Ayuso, y él me lo pintó aún mejor. Claro. Porquetenía prisa por largarse.

Dahran, la ciudad donde se alojaban las tropas quepreparaban la invasión de Kuwait, es la capital del petróleosaudí. Allí se instalaron a partir de 1932, coincidiendo conla fundación del Reino (esto es como el huevo y la gallina,no está claro si el país alojó a las petroleras o laspetroleras crearon un país), un par de facciones de laStandard Oil de los Rockefeller, la Standard de California(SoCal) y la Standard de Nueva Jersey (Esso), a las que se

Page 87: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

unió Texaco. A lo que montaron se le llamó ArabianAmerican Oil Company (Aramco). Ahora está en manos dela familia real saudí, que se confunde con el Estado y elGobierno, y es la mayor compañía petrolera del planeta.

Los ejecutivos del petróleo volaron en cuantosoplaron vientos de guerra. Los reemplazamos nosotros,los periodistas. Por entonces ya se hablaba de que Irakposeía grandes arsenales de armas químicas (había utilizadouna variante del gas mostaza en la guerra contra Irán) y a losafortunados que fuimos a Dahran a pasar unas vacaciones senos dotó de vistosas máscaras antigás, que los másprecavidos complementaban con trajes herméticos. Aúnsonrío cuando recuerdo el mono plateado, adquirido en uncomercio barcelonés de prendas industriales, con que llegóPlàcid García-Planas, por entonces casi un chaval y ahoraun gran corresponsal de guerra y excelente escritor. Habíaquien llevaba siempre encima su equipamiento antigás,antiquímico y antinuclear, además de un chalequillomultibolsillos de esos que proclaman la condición decorresponsal de guerra (o de aficionado a la pesca) y uncasco por si las moscas. Y así, disfrazados de marcianos,paseaban algunos por los lujosos hoteles de los petroleros.

No había mucho que hacer, la verdad. La ONU habíaformulado a Irak un ultimátum: o se retiraba de Kuwait

Page 88: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

antes del 15 de enero, o se enfrentaba a la guerra. Hasta el15 de enero, por tanto, allí no veíamos otra cosa que lallegada de más y más soldados y armamento. A veces nosinvitaban a almorzar con los oficiales de los distintosejércitos congregados en la zona. Con los franceses secomía estupendamente, y se usaba cubertería de lujo. Conlos italianos también valía la pena compartir mantel. Lacomida de los estadounidenses era mediocre, peroproporcionaban algunas gotitas de información queaprovechábamos para disfrazar un poco la inanidad denuestras crónicas. Cuando invitaban los británicos,convenía ir ya comido.

El Ministerio de Información saudí intentaba mostrara la prensa extranjera las bondades del país. Dentro de esacampaña propagandística, vinculada a la que lospetrodólares kuwaitíes en el exilio desarrollaban en todo elmundo, a mí me correspondió recibir la hospitalidad de unjeque local en lo que podría ser considerado un picniccampestre. La cosa consistía en ver bellísimos caballosárabes galopando por el desierto, confraternizar con eljeque a través de un traductor gubernamental muy expertoen inglés y aún más experto en censurar preguntasincómodas y respuestas inapropiadas, y comer en unajaima.

Page 89: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Desde muy temprano conocía el menú: mataron uncamello joven, lo despellejaron, lo empalaron y lo pusierona girar sobre un fuego. La carne de camello no es mala.Quizá un poco dura. Me habría gustado probarla en esaocasión. Cuando el camello estuvo asado, pusieron bajo elcuerpo del animal una gran bandeja de plata y le abrieron elestómago con un cuchillo. Las vísceras humeantes fueroncayendo sobre la bandeja y las más exquisitas entre ellas sesirvieron a los invitados. Añoré de forma muy sentida labazofia consumida en los campamentos británicos.

El trabajo periodístico consistía en pasar por el centrode prensa a recoger las notas cotidianas del mandoestadounidense. Nada más. Quien intentaba saltarse esadieta de vaguedades propagandísticas y se buscaba la vidayendo a acuartelamientos o acercándose al frente por sucuenta, al margen de las excursiones organizadas, recibíauna advertencia: se le recordaba que la retirada de laacreditación implicaba la retirada del visado y la expulsiónautomática del país. Resultaba tentador, realmente. Perohabía que quedarse.

Un mes, me habían dicho. Al cabo de un mes elperiódico me comunicó que no daban nuevos visados y que,por tanto, de momento no se me podía reemplazar. Perotranquilo, porque por Navidad estaría en casa. Pues

Page 90: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

tranquilo.

Y así pasaban los días. Al principio no se pensabasiquiera en la falta de alcohol. Al cabo de unas semanas unoempezaba a fantasear con una cerveza fresquita. Cualquierconversación derivaba con rapidez hacia ensoñaciones deltipo «caña y jamón», «vasito de vino», «bocadillo dechorizo», etcétera. Curiosamente, consumíamos caviar enabundancia: los saudíes habían recibido de Rusia, comopago de no sé qué, una cantidad ingente de latas de caviarSevruga a precio de cacahuetes, y se encontraban en lossupermercados. Pero todo llega a aburrir. Hasta el caviar.

Uno de los principales entretenimientos consistía enconducir a toda velocidad por un tramo de la autopista quellevaba desde Riad, la capital saudí, a Ciudad de Kuwait, lacapital kuwaití invadida. Había unos 15 kilómetros deautopista vacía entre el frente fronterizo, zona vedada, yDahran, y algunos hacían carreras. Con mi modesto HondaCivic yo no podía ganar a los Mercedes de otros (El Paísera austero en materia de coches de alquiler), perobastantes noches acababa en la autopista, escuchando una yotra vez All around the world (esa canción de LisaStanfield se convirtió en mi banda sonora de aquellosmeses) y pisando el acelerador. Un periodista italiano semató haciendo tonterías con el coche. El tedio es muy

Page 91: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

malo.

Empecé a viajar a Riad y a Yeda, la ciudad portuaria alotro lado del país, para conocer algo de la sociedad local.Una forma de pasar la mañana consistía en apostarse cercade la entrada de un supermercado. Las mujeres saudíes,solteras o casadas, no podían hablar con desconocidos (niconducir, ni poseer propiedades, ni mostrar el cabello),pero tenían un sistema para establecer contactos:localizaban visualmente al hombre interesante y al pasarcerca de él dejaban caer un papelito con su dirección o, enlos casos de mayor audacia, su número de teléfono. Nocreo que ese juego llevara a nada. Para el observador, encualquier caso, tenía su puntito erótico. Tengan en cuentaque el concepto de erotismo sufre una cierta distorsióncuando uno se encuentra en un país (Arabia Saudí, 1991)cuya televisión emite solo programas religiosos, dibujosanimados, comunicados oficiales y telenovelas castas, enel que la prensa internacional solo llega a los quioscosdespués de que alguien haya arrancado o tachado buenaparte de las páginas y en el que, ay, no hay ningún tipo debebida alcohólica.

Circulaban por ambientes periodísticos informacionesno confirmadas acerca de las fiestas salvajes quecelebraban las enfermeras inglesas. Los petroleros vivían

Page 92: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

en zonas acordonadas y disponían de todo tipo de serviciosexclusivos, entre ellos una asistencia sanitaria manejadapor personal extranjero. En la zona, se decía, se habíanquedado unas cuantas enfermeras que se aburrían ydisponían de un amplio surtido de bebidas. Eso parecía unaleyenda urbana, pero un día, no recuerdo por qué conducto,me llegó noticia de que se preparaba una fiesta deenfermeras. Confirmamos los detalles con el máximo rigory la noche en cuestión salimos unos cuantos del hotel(creo que éramos el equipo de TV3 y un servidor) en buscadel remoto compound donde íbamos a desquitarnos detanta miseria.

Nos perdimos. Llegamos bastante tarde. Nos diotiempo, sin embargo, a alcanzar la tapia del compound, oírla música y las risas y, justo cuando dudábamos entreescalar o llamar a la puerta, escuchar los silbatos de losmutawin. La presencia de la policía religiosa provocó uncaos. De pronto salió gente corriendo en todas direccionesy nosotros hicimos lo mismo. Después de trotar un rato meencontré en una carretera solitaria y volví andando al hotel,prometiéndome que las cosas no iban a acabar así. Esanoche decidí convertirme en fabricante de alcohol.

Unas cuantas charlas confidenciales con camarerosfilipinos e indonesios me proporcionaron la receta del

Page 93: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

sadiki, un producto alcohólico muy fácil de hacer pero notan fácil de consumir. «Quien lo bebe se queda ciego», medijo uno. «Hay quien se ha muerto», me dijo otro. Cuandouno lleva tres meses en Arabia Saudí, la muerte seconvierte en una opción relativamente interesante.

Compré arroz y una olla grande, herví el arroz conagua abundante y dejé la cocción en el balcón. Los expertosinsistían mucho en que la fermentación despedía un hedorinsoportable y convenía que se desarrollara en el exterior.Los expertos tenían razón en cuanto a la pestilencia.Destapaba a diario la olla y examinaba el líquido repugnanteformado sobre la costra de arroz, para informar conregularidad a la clientela. El brebaje tenía que estar a puntopara la noche de fin de año. En la fecha señalada filtré ellíquido, de olor y aspecto vomitivos pero indudablementealcohólico, y lo guardé en una cantimplora. Esa noche,según nos habían recomendado, mezclamos sadiki conCoca-Cola y celebramos la llegada de 1991 y la inminenciade la guerra.

El sadiki funcionó. Nos reímos mucho.

A la mañana siguiente lamenté no estar muerto. Quienno ha probado el sadiki no sabe lo que es una resaca.

Page 94: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

En esos meses de tedio el enviado de ABC, SebastiánBasco, intentó enseñarme a jugar al billar, con muy pocoéxito. También conocí en Dahran a Arturo Pérez-Reverte,enviado de TVE. Arturo, que había publicado ya un par denovelas, era un veterano del periodismo de guerra y habíaquien le tenía por arrogante. No me lo pareció, y sigue sinparecérmelo. Es un tipo, eso sí, poco dispuesto a soportartonterías, cosa que considero una muestra de buen criterio.Además, como yo, ha estudiado a fondo las aventuras deTintín, una gran escuela para muchas cosas. Su actualposición como novelista de gran éxito le ha granjeadoalgunas envidias, supongo que porque está exactamente allídonde los demás querríamos estar. Cuando terminó una desus novelas, creo que La carta esférica, amagó con laposibilidad de dejar Alfagura, editorial de Prisa, y ficharpor otra. Polanco en persona acudió hasta su casa en lasierra de Madrid para hacerle una oferta mareante. Esevenía a ser el sueño más húmedo de miles de plumillas, y éllo convirtió en realidad. ¿Cómo no admirarlo?

Por fin llegó el 15 de enero y expiró el plazo de laONU. Perspicaz como siempre, supuse que entre una cosa yotra la guerra se retrasaría al menos hasta el día siguiente yme acosté. De madrugada me despertó el teléfono. EraPaco Arroyo, desde Madrid. «Oye, que ha comenzado laguerra, escribe algo». Miré por la ventana y no vi nada

Page 95: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

especial. Llamé al cuartel general de Estados Unidos paraconfirmar la noticia. «Deme cinco minutos», me dijo eloficial. Al cabo de cinco minutos me aseguraron que, enefecto, había «operaciones en marcha». Nada más. En elcielo se escuchaban los bombarderos. Pero la guerra no seveía por ninguna parte.

Esa jornada y las siguientes fueron lamentables. Losjefes de todos los medios pedían hazañas bélicas, y elcuerpo periodístico destacado en la zona enviaba relatosespeluznantes sobre el horror de la guerra, el cieloiluminado por las explosiones, el ardor de los marinesansiosos por iniciar la invasión y la resistencia feroz de lastropas iraquíes. Todo inventado al borde de la piscina. EnArabia Saudí no había otro material que el proporcionadopor la oficina de propaganda militar: imágenes detrayectorias fosforescentes sobre Kuwait y relatos que unopodía creerse, o no. En realidad sí había otro material: elque difundían las agencias de relaciones públicascontratadas por el capital kuwaití. Habrá quien recuerde loscormoranes empapados en petróleo, los pabellonespediátricos arrasados y demás patrañas. Me asombrabacómo se prestaban al juego algunos de mis colegas. Aúncirculará por YouTube un vídeo de CNN en el que unreportero de guerra contaba desde una azotea que el cielonocturno estaba encendido por los impactos de los misiles

Page 96: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

iraquíes con los contramisiles Patriot y que nadie se atrevíaa salir de los refugios. En el vídeo se observan trayectoriasde extraños proyectiles blancos. Son las bolitas de papelque le tirábamos a aquel fantasma, mientras hacíamostiempo mirando el paisaje hasta la hora de cenar.

Durante esos días, lo único interesante era lo quecontaban los escasísimos periodistas que trabajaban dellado iraquí. Gente como Peter Arnett, de CNN, o AlfonsoRojo, de El Mundo.

Un día me topé con una noticia: un Scud iraquíimpactó cerca de donde yo estaba. Conté de pasada quehabía formado un cráter considerable a poca distancia delaeropuerto. Las autoridades saudíes me convocaron y meamenazaron con la expulsión, por revelar informaciónsecreta al enemigo. Como si el enemigo pudiera afinar lapuntería. Desgraciadamente, la amenaza quedó en simpleamenaza.

Mis crónicas eran sosas y contenían una pequeñadosis de sarcasmo. A veces se notaba que me reía del circomontado en Arabia Saudí, donde no nos enterábamos denada y donde la vida proseguía con normalidad. Años mástarde, mi madre me contó que mi padre leía mis crónicas yhacía siempre el mismo comentario: «En cuanto vuelva, le

Page 97: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

despiden».

Me abochornaba tanta patraña. Yo también pensabaque me despedirían en cuanto regresara, por falta deimaginación, y decidí anticiparme: mi breve y pocogloriosa carrera periodística iba a acabar en cuanto seacabara mi estancia en el acogedor terruño saudí.

Fui relevado justo antes de la invasión, que duró unmomento. Resultó que el «cuarto Ejército del mundo»,como repetían una y otra vez nuestras crónicas, era solo elEjército iraquí, un montón de muertos de hambreaterrorizados por el enemigo y por la Guardia Republicanade Sadam, encargada de evitar deserciones. Juanje Aznárez,un gran periodista y una persona divertidísima, obtuvo unvisado y heredó mi Honda Civic, mi ordenador y un textoen el que le aconsejaba que considerara falso todo lo queno viera con sus propios ojos. El consejo no hacía falta.Juanje entró en Kuwait y escribió crónicas vibrantes yabsolutamente veraces. Un día le pararon en el desiertounos soldados iraquíes y se le rindieron, pero se disculpócomo pudo e intentó explicarles que no podía hacerlesprisioneros porque no cabían en el coche.

Como no había vuelos comerciales, para largarme deArabia Saudí tuve que apañármelas con un Hércules del

Page 98: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Ejército argentino que acababa de transportar caballos a unemirato y pasó por Riad para evacuar a su embajador. Elembajador tenía tanta prisa que no permitió que limpiaranlos excrementos equinos ni que repararan el cristal de lacarlinga. Los pilotos también tenían prisa por largarse deaquel aeropuerto en el que de vez en cuando caía un misil.Un rato después de despegar, quizá una hora, cuando yatenía los zapatos llenos de mierda, se rompió el cristal y elavión se convirtió en una coctelera. Pero no pasó nada.Hubo un aterrizaje de emergencia cerca de El Cairo y unaseñora argentina se lastimó un brazo.

Esa noche salí a las calles cairotas dispuesto abebérmelo todo. Conseguí beber un poco, muy poquito.Con la segunda cerveza, de la marca Stella, empecé atambalearme y volví avergonzado al hotel. Un largo períodode abstinencia, incluso con una noche de sadiki de pormedio, puede arruinar el hígado mejor preparado.

Ya en Madrid, descubrí tres cosas: que no medespedían, que me correspondían vacaciones y que, ademásdel sueldo, me pagaban los domingos de aburrimiento enDahran. A pesar de ello, mi decisión estaba tomada. Enalguna otra parte he contado que pedí la liquidación con elpropósito, que a mí me parecía muy lúcido en esemomento, de irme a Londres para vivir del aire. El director,

Page 99: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Joaquín Estefanía, me propuso que me fuera a Londrescomo corresponsal de El País. Mi respuesta negativa fuecalificada de absoluta gilipollez en mi entorno doméstico,lo que me indujo a rectificar al día siguiente.

Y así empecé a dar tumbos por distintascorresponsalías.

Page 100: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 101: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 102: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 6 Estaba en Belfast cuando me comunicaron que JoaquínEstefanía había dejado la dirección y que su sustituto eraJesús Ceberio. Lo vimos como el relevo natural. Ceberiotenía un trato lamentable con la gente, pero se le respetaba.Primero, porque era un buen periodista y había firmadocrónicas extraordinarias, de lo mejor publicado por ElPaís, como corresponsal en Centroamérica. Segundo,porque conocía las tripas de una casa en la que había hechode todo, desde ocupar la difícil oficina de Bilbao aencargarse brevemente del servicio de documentaciónpasando por México, El Globo y diversas jefaturas en laredacción. Tercero, porque su imagen de capataz de canteraescondía una considerable sutileza intelectual. Sunombramiento tenía lógica.

A mí no me gustaba tratar con Ceberio. En cuantocruzaba dos palabras con él, lamentaba no habermededicado a meter la mano en el culo de las vacas. Por otraparte, habría firmado donde fuera para que hubierapermanecido eternamente en la dirección.

Voy a intentar explicarme.

En abril de 1992, cuando aún no llevaba un año en

Page 103: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Londres, envié una crónica (que abrió la portada) sobrealgo que no había ocurrido. Intento pensar en algo peor paraun periodista y no se me ocurre nada.

Fue el día de las elecciones generales británicas. Elprimer ministro conservador, John Major, heredero deMargaret Thatcher, se enfrentaba al laborista Neil Kinnock.Los medios de Rupert Murdoch habían prestado unrespaldo inequívoco a Major y el popularísimo The Sunhabía publicado una portada célebre, en la que junto alrostro de Kinnock tituló «El último, que apague la luz»,pero los sondeos pronosticaban un empate. Era posible queemergiera un Parlamento sin mayoría. Cuando empezó elrecuento se mantuvo el empate y para la primera edicióndel periódico envié una crónica que reflejaba la situación.Pasada la medianoche los resultados empezaron ainclinarse del lado de Major y escribí una nueva crónicasobre la sensacional victoria de los conservadores. Llaméal encargado del cierre, pero no estaba. Llamé entonces aljefe del taller, para que hiciera él mismo el cambio, y medijo que era imposible: el redactor jefe nocturno se habíaido porque tenía una cena y había dejado orden de que no secambiara nada. Pedí que me localizaran al director, sinéxito. Aún no teníamos teléfono móvil.

Me quedé sentado, viendo cómo iban cayendo

Page 104: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

diputados del lado de Major, consciente de que el díasiguiente iba a ser mi último día en El País, en Londres yen el oficio.

En efecto, al día siguiente me telefoneó Ceberio parainformarme de que el consejo de administración exigía midespido inmediato. Le expliqué lo ocurrido. Supongo quedebió contrastar mi versión con la del encargado del cierreque se largó a una cena. Era Juan Cruz y él mismo lo contóaños después en uno de sus libros, en un gesto que le honra.Esa fue una noche maldita. Ceberio volvió a llamarme y medijo que aguantara, que él daría las explicaciones necesariasal consejo. No sé cómo, consiguió salvarme. Y también aJuan. Para mí, un director es quien se pone del lado de susredactores en los peores momentos. Ceberio lo hizo enaquella ocasión y se ganó mi respeto para siempre.

La gente de Internacional, mi sección, me ayudó arecuperar el ánimo. Quienes trabajamos a las órdenes deMariló Ruiz de Elvira y Luis Matías López, dos personasque nunca dieron una orden, sabemos que se puededisfrutar trabajando. Sugerían, bromeaban, mantenían lacalma. Y tenían talento para titular. Una vez envié unacrónica sobre los problemas del primer ministro paramantener a raya a sus diputados «euroescépticos»,partidarios de romper el tratado de Maastricht, y al hablar

Page 105: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

de los equilibrios a los que se veía obligado el primerministro hacía referencia a que su padre había trabajadocomo trapecista en un circo y como fabricante de enanosde jardín. Mariló, a cinco columnas y en la página dos,colocó este titular: «Al hijo del equilibrista le crecen losenanos». En esa época El País era criticado comofarragoso y previsible. Falso. No solo seguía siendo elmejor periódico en español, pese a los errores de suscorresponsales y sus jefes de cierre, sino que su formatocalvinista y su rigor formal podían compatibilizarse conguiños tan brillantes como el del equilibrista y los enanos.

Ceberio no fue la primera opción de Cebrián para ladirección de El País. El jefe supremo del periódico, yeximio visionario, había pensado en nombrar comodirector a Javier Valenzuela, antiguo corresponsal enBeirut y Rabat y entonces corresponsal en París, para quese encargara de romper con el «sesentayochismo» (algodifícilmente definible que por razones misteriosas parecíaincomodar sobremanera a Cebrián) y renovara el espírituredaccional. No viví las complicadas maniobras que sedesarrollaron en torno a ese proyecto, dispongo tan solo delas versiones que me ofrecieron luego algunos de losimplicados, pero fui víctima colateral de las mismas. En1993, Ceberio me nombró corresponsal en París comosustituto de Valenzuela, que iba a Madrid como director

Page 106: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

adjunto. Lo hizo como hacía las cosas, por teléfono y sindar opción a réplica. Yo habría preferido quedarme enLondres. Ceberio me hizo notar que mis preferencias no leinteresaban a nadie y, en un tono menos áspero, que sería elcolmo que alguien se quejara por ser destinado a París.Tenía su parte de razón.

Los rumores sobre el nombramiento de Valenzuelainquietaron a los cuadros intermedios de la redacción, quepreferían la solidez de Ceberio. Esos sentimientos fuerontransmitidos por escrito al presidente de la compañía,Jesús Polanco, quien, según se deduce de losacontecimientos posteriores, optó por una soluciónsalomónica: Ceberio fue nombrado como aparente directorde transición, con Valenzuela como adjunto y sucesor inpectore.

La renovación iba acompañada del nombramiento deHermann Tertsch, antiguo corresponsal en Viena y Bonn ygran experto en Europa oriental, como subdirector yresponsable de las páginas de Opinión. Hermann habíahecho un trabajo formidable en su cobertura de lasrevoluciones que finiquitaron el comunismo y de lasguerras balcánicas. Recuerdo que cuando Yugoslaviaempezó a cuartearse, los redactores de Internacionalbromeábamos sobre el tono alarmado de las crónicas de

Page 107: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Hermann y comentábamos que el pobre vivía «al borde delataque de serbios». En poco tiempo se demostró que teníatoda la razón. En uno de sus libros cuenta que una vez lellamé «nazi». Me parece improbable, aunque uno ha dichosuficientes tonterías como para considerarlo posible.Hermann y yo tenemos ideas distintas sobre la política, lasociedad y otras cosas, pero a día de hoy seguimosllevándonos bien. Debajo de su gusto por la provocación yla polémica, y de unas costumbres no siempre morigeradas,hay un periodista como pocos y un buen compañero. Laideología no es algo que yo tenga en cuenta a la hora dedecidir con quién me trato.

En esa situación de teórico tránsito, cuando apenas mehabía instalado en París, ocurrió algo que dice muy poco afavor de mi carácter, y bastante a favor de Estefanía, eldirector que me envió a Londres, y de Ceberio, el directorque me mantuvo allí pese al cataclismo de la maldita nocheelectoral.

Hacia mediados de agosto, una patrullera francesaapresó un pesquero español. Era una insólita fricciónintracomunitaria y me enviaron al puerto bretón de Lorient,donde se encontraba retenido el barco. Los responsables dela sección de Economía querían también fotos. Noencontré un fotógrafo en esas fechas y les dije que mi

Page 108: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

mujer, buena fotógrafa, podía encargarse del trabajo. Lespareció bien. Fuimos los dos a Lorient, ella se volvió elmismo día, envió las fotos y se publicaron. A fin de mes,como cada mes, hice la nota de gastos y la envié a Madrid.

El nuevo director adjunto y antecesor mío en París,Javier Valenzuela, se ocupaba del control de los gastos.Cuando recibí el reembolso, comprobé que pagaban mivuelo a Lorient, pero no el de ella. Telefoneé parapreguntar cuál era el problema. Valenzuela pronunció unafrase desafortunada: «Los fines de semana con tu mujer telos pagas tú». Mi reacción fue mucho más desafortunada.Le anuncié que al día siguiente iba a viajar a Madrid paraarrancarle la cabeza. No solo lo dije: tenía el propósito dehacerlo, literalmente. En general soy apacible, pero cuandopierdo el control lo pierdo por completo. Y no soporto quese ponga en duda mi honradez en algo tan básico como lasnotas de gastos, donde nunca, nunca he colocado unafactura privada.

Tomé el primer vuelo de la mañana hacia Madrid.Cuando llegué a la sede de El País alguien, no recuerdoquién, me hizo subir directamente al despacho del director,donde Ceberio soportó con calma mi estado furibundo.Dejó que me desahogara, sacó de algún sitio una botella dewhisky y sirvió dos vasos. Rellenó el mío una y otra vez,

Page 109: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

mientras Joaquín Estefanía, que había subido al despachoen cuanto llegó al periódico, se sumaba a los esfuerzos portranquilizarme. No puedo contar más detalles porque los heolvidado. Cuando hube bebido lo suficiente como paraalcanzar un estado de beatitud espiritual, el chófer deCeberio me llevó a Barajas y me metió en un avión devuelta a París.

Al mes siguiente cobré el vuelo de mi mujer y ellacobró por las fotos.

El incidente complicó mis relaciones con Valenzuela.De hecho, durante una larga temporada no hubo relaciones.La batalla por el poder en el periódico se resolvió a favorde Ceberio y Valenzuela fue enviado a Washington, dondele sustituí unos años más tarde. Soy incapaz de guardarrencor por un incidente burocrático y doy por supuesto quelo mismo le ocurre a él, porque nuestro trato volvió a seramigable tras el reencuentro estadounidense. Jamás serédirector de un periódico o de nada, pero en esa hipótesis defantasía no dudaría en contratar a Javier Valenzuela. Paraque escribiera, por supuesto. En ningún caso para quecontrolara gastos.

La víspera de San Juan de 1994 estaba de vacacionesen España. Luis Matías López me llamó para encargarme un

Page 110: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

viaje urgente a Congo y Ruanda. Alfonso Armada, el granafricanista del periódico (y muchas más cosas: conservocomo modelo una crónica sobre teatro que escribió desdeSarajevo durante el asedio), había seguido la crisis ruandesacasi desde su inicio, cuando el avión en que viajaba elpresidente, general Juvenal Habyarimana, fue derribado porun misil y se desencadenó un genocidio que llevaba añoscociéndose, atizado por las consignas asesinas que emitíala Radio de las Mil Colinas. Las fuerzas del FrentePatriótico, refugiadas en Uganda e identificadas con laetnia tutsi, lo perpetraron en Ruanda.

El Gobierno que representaba a la mayoría hutupatrocinó el asesinato en masa, por cientos de miles, deciudadanos tutsis. Como suele ocurrir en estos casos, elfanatismo racial se mezcló con la mezquindad criminal dequienes solo aspiraban a quedarse con la parcela o lasgallinas del vecino. Alfonso, como decía, era quien contabaesa historia, junto a su amigo (y mío) Gervasio Sánchez,uno de los grandes reporteros gráficos contemporáneos.Pero Alfonso se puso enfermo y la geopolítica me señalócon el dedo: Francia, el país que yo cubría comocorresponsal, era el gran patrón neocolonial del Gobiernogenocida.

Volé desde Bruselas a Kinshasa, la capital de Congo

Page 111: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

(entonces llamado Zaire), y en el mismo aeropuerto recibíla primera lección acerca del funcionamiento de laadministración local. La policía me encerró en un cuarto,me obligó a desnudarme y se llevó mi equipaje, misdólares, mi ordenador y mi transmisor por satélite. Una vezestablecida con claridad la situación de cada uno, uninspector empezó a negociar conmigo el rescate. El preciode salida era de mil dólares. Unas tres horas después,pactamos en 400. Pagué, recuperé mis cosas y seguí viajehacia Goma, sobre la frontera ruandesa.

En ese viaje ocurrió algo que me afectó de forma muyprofunda. Una tarde caminaba por una carretera hacia ellago Kivu, en cuyas orillas flotaban cadáveres pero junto alcual, decían, había una casita donde un cooperante españolinvitaba a jamón. Vi a lo lejos una mujer que caminabahacia mí con un niño cargado a la espalda. También vi unenorme camión blanco de la onu. Tenía el camión de frentey a unos 20 metros cuando arrolló a la mujer y pasó delargo. Corrí hacia ella. Estaba viva pero no podía mover laspiernas. El niño, de uno o dos años, estaba muerto,aplastado. No había nadie. Esperé con ella, que permanecíasemiinconsciente, a que circulara algún vehículo quepudiera ayudarla. Lo que llegó fue un camión de soldadoscongoleños ciegos de cerveza y marihuana. Me apuntaroncon sus rifles, subieron la mujer a bordo mientras

Page 112: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

empezaban a manosearla y se fueron.

Me quedé con el cadáver del niño. Lo envolví en lamisma tela en que lo llevaba su madre (supongo que seríasu madre) y emprendí con él la marcha de regreso a Goma.Fui hasta la fosa común del aeropuerto y lo arrojé a ellacon la mayor delicadeza posible. Cayó entre centenares decadáveres que se pudrían al sol.

Quizá no me habría sentido tan mal si mi hija nohubiera muerto unos años antes. Quizá habría sentido lomismo. No lo sé. Quise morirme. Quise llorar. No ocurrióni lo uno ni lo otro. Casi 20 años después, el camión, lacarretera, la fosa y el niño siguen apareciendo en mispesadillas.

Cuando estuve en Ruanda, la primera parte delgenocidio estaba ya concluida. Cientos de miles de tutsis(o personas a quienes las bandas de asesinos decidieronidentificar como tutsis) habían muerto a machetazos o porel fuego. El Frente Patriótico estaba ocupando el país y lapoblación hutu, empujada en su huida por el Gobiernogenocida y por su propia mala conciencia, huía hacia Congoen un éxodo polvoriento y miserable. El cólera diezmabalas multitudes que se arrastraban hasta los campos derefugiados en Congo. Los moribundos se quedaban al borde

Page 113: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

del camino, silenciosos, con la boca reseca, rebozados envómitos y excrementos.

Una noche me acosté junto a un muro, a unos metrosde la carretera entre Goma y Kigali. Había caminado toda lajornada con la mochila, el ordenador y el transmisor (latecnología del momento pesaba bastantes kilos) y no podíamás. Dormí profundamente. Al amanecer noté a mi ladouna presencia. Era el cadáver de un hombre de unos 30años, con la costra en los labios y la piel cenicienta quedistinguía a las víctimas del cólera. No sé por qué decidiómorir junto a mí. Me levanté, comí unas galletas, recogímis bártulos y me fui.

En uno de esos caminos me crucé con un jovenperiodista solitario e impasible llamado Javier Espinosa.Nos dijimos hola y adiós. Espinosa pertenece a la élitemundial del reporterismo de guerra. Hay quien dice que laguerra no constituye ninguna especialización profesional yque el buen periodista lo es en cualquier circunstancia.Quizá. Pero dudo que existan muchos buenos periodistascapaces de sobrevivir en los lugares que frecuentaEspinosa.

En Kigali, la capital ruandesa, imperaba de nuevo lacalma. Algo parecido a la paz de los muertos. En Goma, del

Page 114: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

otro lado de la frontera, hervían la vida y la muerte, lapobreza absoluta y el dinero fácil. Lo de fácil es literal: lamoneda zaireña, infinitamente devaluada, se cambiaba alpeso, por kilos. Por un puñado de dólares se llevaba uno unsaco de billetes con la efigie del dictador Mobutu SeseSeko. Lo de fácil también es figurado. En Goma, donde seamontonaban los cadáveres, había un restaurante reservadoa los poseedores de divisa extranjera en el que se podíacomer un entrecot excelente, llegado esa misma mañana deBruselas (los propietarios del restaurante, se decía, eran eldictador Mobutu y la compañía aérea belga Sabena),mientras se veía desfilar tras los ventanales a las multitudesdel cólera. Adjunto al restaurante existía otro local, sinnombre. Podemos llamarlo «El toto azul». En «El totoazul» se bebía y se follaba. Más de una noche acudí a tomaruna cerveza Kembo y a maravillarme ante el jolgoriosexual. Era prostitución en las circunstancias másextremas. Pero las mujeres y los hombres reían. Esprobable que las mujeres se desgarraran las entrañas concada carcajada. A mí, pese a todo, me gustaba escuchar lasrisas. Hay momentos en que hace falta escuchar risas.Incluso si son falsas. Ahuyentan la náusea. Espantan lamuerte.

En fin. Ocurren muchas cosas asombrosas. Un díadejó de funcionarme el transmisor. Se trataba de una placa

Page 115: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

que se enfocaba hacia el satélite y, si había suerte, enviabael texto a una oficina en Alemania que lo rebotaba por fax ala redacción de Madrid. Alguien me comentó que en lo altode una colina remota vivía un griego, traficante dediamantes, que tenía un teléfono por satélite. Caminé hastaallí, subí la colina y llamé a la puerta. Me abrió uncongoleño alto y joven que hablaba buen francés. Lepregunté si estaba el griego y respondió que no. Le pedíque me dejara utilizar el teléfono y le ofrecí la tarifahabitual, diez dólares por minuto, más 50 dólares para él.Respondió que no, que no había teléfono, que me largara.Aquel presunto teléfono constituía mi única opción paraenviar la crónica y decidí implorar. Comencé el ruego de laforma más banal: «Mire, vengo de muy lejos, deBarcelona...» El tipo se tensó y abrió los ojos. Levantó elpuño y pensé que iba a golpearme. Me aparté. No me pegó.Con el puño alzado, gritó, en un catalán perfectamentecomprensible: «¡Visca Catalunya lliure i socialista !».Permanecí petrificado. Me explicó que había tenido comomaestro a un misionero catalán, que había aprendido de élla frase y que soñaba con viajar a Barcelona. Acto seguidome franqueó la entrada, me acompañó hasta el teléfono, mesirvió un té mientras dictaba la crónica y se negó acobrarme un céntimo. Llegué a creer que tenía razónFrancesc Pujols cuando dijo aquello de que algún día loscatalanes iríamos por el mundo con todos los gastos

Page 116: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

pagados.

Al año siguiente cubrí una historia muy distinta. ElGobierno francés anunció que reanudaría los ensayosnucleares en el atolón de Mururoa y el periódico meconsiguió plaza en un velero alquilado por Greenpeace yllamado Manutea. El problema consistía en que el Manuteahabía zarpado ya de San Francisco y no tenía previsto hacerescala hasta Nuku-Hiva, una isla del archipiélago de lasMarquesas. Volé hasta Los Ángeles, desde allí a Papetee yen Papetee conseguí plaza en un helicóptero biplaza (elpiloto y yo) que me llevó a Nuku-Hiva.

El único alojamiento posible era una cabaña,propiedad de una ciudadana estadounidense que habíallegado a la isla con su marido años atrás, a bordo de unvelero. El marido murió de un infarto poco después dedesembarcar y ella decidió quedarse en Nuku-Hiva,contemplando cómo el velero, varado sobre unas rocas, sedescomponía poco a poco. La dama disponía de unmayordomo-cocinero que usaba la vainilla comocondimento casi exclusivo y que, según me contó élmismo, había huido a ese lugar remoto después de matar acuchilladas a otro hombre («por accidente», juraba) en lacocina de un restaurante de París.

Page 117: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Pasaba las noches desvelado por los gritos de loslagartos, los gekos, que se peleaban por los mosquitos enel techo de la choza. De vez en cuando me caía encima unlagarto. De día no había gran cosa que hacer: mirar losnubarrones grises que encapotaban el cielo, escuchar lalluvia vespertina, comer pescado con sabor a vainilla.Fueron llegando a la isla otros tres periodistas, enviados deThe Guardian, Der Spiegel y Corriere della Sera , y alfin, al cabo de un par de semanas, vimos aproximarse ungran velero que no podía ser otro que el Manutea.

Se trataba de una nave antigua, bellísima, incómoda, decasi 30 metros de eslora y dos palos. Tras una noche detemporal y mareo atroz, me enamoré de ese velero. Cuandoya estábamos cerca de Mururoa, pero en la seguridad de lasaguas internacionales (las tropas francesas habían abordadode forma más bien brutal las otras naves de Greenpeace),llegó David McTaggart, el mítico fundador de laorganización, un millonario calvo y con bigotito blanco quevestía pareo y emanaba una extraña genialidad. Yo llevabauna cantimplora con whisky. Una noche nos la bebimossentados en popa, mientras cantábamos una canción que élinventó sobre la marcha: «Whisky and cigarettes and wild,wild women, will drive you crazy, will make you insane».Una canción estupenda para beber.

Page 118: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Otro velero cargado de europarlamentarios ydiputados japoneses se acercó a la zona, pero el mal tiempolo desarboló. Tuvimos que rescatar a una quincena depersonas. Con el barco repleto y casi sin víveres, sedecidió que los parlamentarios y los periodistasembarcáramos en el velero roto y navegáramos comopudiéramos hasta las aguas que Francia reclamaba comosuyas, para que nos detuvieran y nos llevaran a tierra. Elplan era sencillo. La ejecución se complicó.

Hacíamos aguas a toda velocidad y la fragata que nosobservaba desde lejos permanecía quieta. Les llamamospara exigir que nos detuvieran, pero respondieron queestábamos aún en aguas internacionales. Con el agua hastalos tobillos en cubierta, el interior inundado y la borda a rasde mar, lanzamos un SOS. La fragata se acercó y enganchóun cable a nuestra proa para remolcarnos. Al primer tirón,el velero se rompió. Los soldados fueron izando a losparlamentarios, cada uno de ellos abrazado a un marino.Cuando nos tocó a los últimos, un patrón de Greenpeace ylos cuatro periodistas, nos conminaron a subir solitos. Fueuna cabronada amarrarse a un cabo e ir subiendo, dándosegolpetazos contra el casco de la fragata al puñetero ritmoque marcaba el oleaje.

Ya a bordo nos trataron con corrección, nos

Page 119: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

ofrecieron café con leche y nos transportaron a una celdaen Mururoa, donde mis colegas, dado que hablaba unfrancés más o menos fluido, me delegaron el encargo depedir croissants para el desayuno. Era una broma y penséque los militares se molestarían, pero a la mañana siguientetuvimos croissants.

Nos permitieron pasear libremente por el atolón ybuceé en sus aguas interiores, bajo las que acababa deestallar, en un pozo profundo, una bomba atómica. Si lohacían los militares franceses, podía hacerlo yo.

Al cabo de un día nos transportaron en avión aPapetee.

La noticia de mi detención abrió los telediarios de tve.Me llamaron de muchas radios, como si hubiera hecho algoimportante. Un año después de Ruanda, en el Pacífico surme pareció que ejercía el oficio más fácil, bonito ydivertido del mundo.

Page 120: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 121: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 122: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 7 En París tuve un cierto acceso a los máximosrepresentantes del poder político. Eso se debió,indudablemente, al prestigio internacional de El País.También a algunas casualidades. Recorrí Francia hasta elúltimo rincón, pateé sus calles, hablé con miles depersonas, intenté que mis crónicas fueran de elaboraciónpropia (es decir, compuestas con lo que yo mismo habíavisto y escuchado y no copias más o menos elegantes de laprensa local) y no cometí, que yo sepa, ningún errorconsiderable. Estuve allí más tiempo que en Londres oNueva York. Y, sin embargo, pocos parecen recordar mitrabajo. A veces ni yo mismo. Es curioso. Quizá se deba aque no escribí luego unas Historias de París. Lo ignoro.

François Mitterrand ya era un hombre bastanteenfermo en enero de 1993, cuando llegué a una ciudad deaceras heladas y cielos de capote marengo. Se respirabauna cierta atmósfera de fin de régimen, de crisis aplazada,agravada por el caffard, ese humor sombrío y hostil queadoptan los parisinos en los días más oscuros del invierno.Me instalé en un hotel cercano a Denfert-Rochereau y aúnno había encontrado apartamento la noche en que Françoisde Grossouvre, un veterano «fontanero» político,encargado de decenas de gestiones oscuras en nombre de

Page 123: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Mitterrand, se pegó un tiro en su despacho del Elíseo. Esemismo año se suicidó Pierre Bérégovoy, el más fiel primerministro de Mitterrand. Cuesta imaginar un ambiente mástétrico que el que rodeaba al presidente, a quien loscaricaturistas de la prensa conservadora dibujaban con capay colmillos de vampiro.

Una tarde me convocaron desde el Elíseo. Pensé quese trataría de alguna de las reuniones en que, según mehabían dicho, Mitterrand conversaba off the record congrupos de corresponsales extranjeros. Era mi primera vez.Y descubrí que estaba solo. Me sentaron a una mesaalargada en una estancia con las ventanas cerradas eiluminación escasa y al cabo de un rato aparecióMitterrand, lento y hierático como un faraón. Se sentó antemí, me miró y empezó a hablar de Europa y de Francia. Nodijo nada extraordinario. Me impresionaron sus manos,pequeñas y finas, con la piel casi traslúcida. Depositaba laderecha sobre la mesa, con la palma hacia abajo, y leacariciaba los nudillos con los dedos de la izquierda comosi la mano derecha fuera un animal doméstico.

Mitterrand poseía una inteligencia agudísima,enturbiada por una característica relativamente habitualentre quienes usan su talento mental para una actividadcompetitiva como la política: consideraba idiotas a los

Page 124: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

demás. Hablaba con una sorna despectiva de los políticos,los de su bando y los del bando contrario, y mostraba unadisplicencia casi insultante hacia sus colaboradores. Aveces recurría a un humor sarcástico. Había sido elpresidente del fastuoso bicentenario de la Revolución, en1989; había reformado París con obras arquitectónicas yurbanísticas (los llamados «grandes trabajos») destinadas apreservar eternamente su memoria; había obtenido elsegundo mandato de siete años, había acumulado tantopoder como su viejo enemigo Charles de Gaulle, habíaprotagonizado junto a Helmut Kohl la definitivareconciliación con la Alemania unificada y lo que parecíala fase decisiva de la construcción europea; y, lo queprobablemente le proporcionaba más placer, habíamartirizado a la derecha francesa y exterminado a todos susrivales en la izquierda, utilizando como comodín a laultraderecha del Frente Nacional. No estaba mal paraalguien que había comenzado como joven conservador deprovincias, tibiamente colaboracionista durante el régimenfilonazi de Vichy, y que solo había empezado a vislumbrarel éxito pasada la sesentena.

Seguí visitando el Elíseo, nunca más a solas, conrelativa frecuencia. Y vi alguna vez a la joven Mazzarine,hija del presidente y de su amante Anne Pingeot, que leacompañaba en algunos viajes oficiales y vivía en palacio.

Page 125: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Los periodistas franceses sabían de Mazzarine, que ya tenía20 años, y su nombre aparecía en algún libro sobreMitterrand. Yo mismo la mencioné de pasada en algunacrónica.

Quedé estupefacto cuando la prensa francesa revelócomo gran escándalo que Mitterrand tenía una «hijasecreta». ¿Hija secreta? Los periodistas sabíamos de ella.El gran público, no. Mazzarine fue un tabú que seautoimpuso la prensa, fácilmente presionada por elpresidente, hasta que alguien en una revista, Paris Match,decidió que el tabú podía romperse. ¿RecuerdanCasablanca, cuando el comisario cobra sus beneficios delcasino y se declara escandalizado porque allí se juega? Losperiodistas somos aún más cínicos e hipócritas cuandoconviene.

Mitterrand terminó su mandato «cohabitando» denuevo con un Gobierno conservador, tras su experienciacon Jacques Chirac en el primer septenio. El primerministro, Edouard Balladur, adquirió un prestigio tan sólidoque empezó a darse por hecho que solo tendría quepresentarse como candidato para alcanzar la presidencia.Un viernes de cada mes me reunía a desayunar, junto aotros cinco o seis periodistas extranjeros, con su ministrode Finanzas, un joven bajito e hiperactivo llamado Nicolas

Page 126: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Sarkozy. Eran desayunos muy divertidos, en los queSarkozy narraba sus hazañas velocísticas a bordo de laslanchas ministeriales (el edificio de Bercy teníaembarcadero en el Sena) y exponía sus planes para cuandoasumiera el cargo de primer ministro que le habíaprometido el próximo presidente, su amigo EdouardBalladur.

De entre los corresponsales españoles en París, creoque solo dos apostábamos firmemente por el alcaldegaullista Jacques Chirac. Rafael Jorba, de La Vanguardia ,y un servidor estábamos convencidos de que el viejoroutier de la derecha francesa, impopular y casi olvidadoen ese momento, tenía muchas más posibilidades de las quese le atribuían. Hasta François Hollande, la QuintaRepública Francesa solo tuvo presidentes con una largatrayectoria política y unos cuantos fracasos a sus espaldas.Si la experiencia y los fracasos contaban, Chirac era sinduda el hombre a seguir.

Un mediodía coincidí en un restaurante con Claude, lahija y jefa de campaña de Chirac. Me acerqué a su mesa, enla que almorzaba con su novio, y le pregunté si podíaunirme por unos días a la «caravana electoral» de su padre.Sonrió, dijo que por supuesto y me citó a primera hora deldía siguiente. Acudí a la cita y comprobé con gran sorpresa

Page 127: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

que la «caravana electoral» estaba compuesta por Chirac,Claude, el conductor del coche y yo mismo. Nadie más.Ningún periodista de la prensa parisina se molestaba enacompañar a aquel tipo con etiqueta de perdedor que,meses antes de que comenzara oficialmente la campaña,recorría ferias de ganado y pueblos de la Francia profunda,parándose a preguntar por una vaca o por la salud de aquelconcejal bajito que había conocido 20 años atrás, a charlaren los mercados y a tomar cervezas en los café-tabacrurales.

Chirac era un tipo muy simpático y con unaflexibilidad ideológica comparable a la de Groucho Marx:si sus principios no gustaban, tenía otros a mano. Poseíaademás una peculiar característica fisiológica: su cuerpoquemaba unas 7.000 calorías diarias y eso le obligaba acomer continuamente. En las ferias probaba de todo, en lascomidas rebañaba el plato, y en el coche llevaba unoscuantos bocadillos (baguettes enteras rellenas desaucisson sec o paté avec cornichons) para entretener elhambre hasta la siguiente parada.

Su imagen de perdedor y su insólito giro hacia laizquierda, necesario porque su antiguo amigo y rivalBalladur le había robado el caladero de votosconservadores, hizo que Les guignols de l´info, el

Page 128: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

influyente programa de marionetas políticas emitido cadanoche por Canal Plus, le tratara con un cariñocondescendiente y le presentara como el «Chi» Guevara, uncandidato estrambótico y demagógico del que seenamoraron los franceses. Los guiñoles le hicieroninvoluntariamente la mitad de la campaña. Él, con su astuciay con su insistencia en el riesgo de que Francia sufriera una«fractura social», una frase tan vaga como sugestiva, hizo elresto.

Después de su mitin de cierre, en Lyon, micompañero y maestro Miguel Ángel Bastenier y yovolamos de vuelta a París en el avión de campaña. Chirac yaera virtual presidente, porque los sondeos le concedían unaamplia ventaja respecto a su rival socialista, Lionel Jospin.Nos reímos mucho con el discurso que improvisó a bordo,quitándose por fin la máscara progresista y burlándose de símismo. «Plus demago, je meur», proclamó con unasonrisa. Efectivamente, un gramo más de demagogia en esacampaña, en la que un progresista honesto como Jospin sevio desbordado por la izquierda por el veterano yconservador gaullista, podría haber sido mortal.

Me sentía bien en París. Disponía de buenos contactospolíticos y tenía en la oficina un gran colaborador, OctaviMartí, que llevaba años en la plaza y dominaba las

Page 129: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

complejas sutilezas de la sociedad francesa. Contábamoscon un buen fotógrafo, Nacho Castellano. Resultaba fácilcomer bien por poco dinero. Los martinis del Harry´s Bar,cercano a la oficina, eran casi perfectos. Aquello no podíadurar, y no duró.

En 1997, el director me anunció que iba a ser relevadopor José Luis Barbería, uno de los mejores reporteros deEl País. Por otros conductos supe que Barbería habíarecibido amenazas de muerte por parte de eta y que con suenvío a París se trataba de garantizar su seguridad. Noopuse la menor objeción. El director, Ceberio, me ofrecióla corresponsalía de Roma, que Peru Egurbide iba a dejartras una larga estancia, y la acepté.

Pero las cosas se torcieron. Mejor dicho, yo me torcí.Había dos factores en el periódico que me causaban unaincomodidad creciente.

El primero de ellos no afectaba de forma directa altrabajo de corresponsal. Se trataba de la deprimente batallaque Prisa libraba contra Telefónica y el primer gobierno deJosé María Aznar en torno a los derechos de emisión delfútbol y a algo tan ridículo como la «guerra de losdescodificadores». El periódico dedicaba diariamentepáginas enteras al fascinante asunto de simulcrypt y

Page 130: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

multicrypt, los descodificadores elegidos por Prisa-CanalPlus España y sus competidores de Telefónica-Vía Digital.No digo que la batalla fuera deprimente por sí misma: setrataba de una disputa comercial legítima. Lo deprimenteera el uso de grandes espacios en el periódico parainformar de forma alucinantemente sesgada sobre unasunto que a la ciudadanía no le interesaba lo más mínimo.Igual que se hizo después, cuando la segunda «guerra delfútbol», en esa ocasión con Mediapro como enemigo. Losmáximos responsables de Prisa, Jesús Polanco y Juan LuisCebrián, utilizaron El País como un simple medio paraobtener sus objetivos mercantiles. También lo hicieron,cada vez con mayor descaro, para promocionar losproductos televisivos, radiofónicos, literarios ycinematográficos del grupo. Yo pensaba que El País no eraun medio como otros medios, sino un fin. Estabaequivocado, como de costumbre.

El conflicto entre las plataformas digitales, queamenazaba con desangrar Prisa (y de hecho dejó bastantetieso al grupo), excedía el ámbito empresarial y venía a serla plasmación económica de una larga batalla por el poder.En la década de los 90, la derecha, postrada desde eltardofranquismo, decidió acabar con la hegemoníasocialista. Fue un asalto en todos los frentes, incluido elperiodístico. A la «pinza» o ataque por la derecha (José

Page 131: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

María Aznar) y por la izquierda (Julio Anguita) querespaldaban abiertamente El Mundo y ABC para acabar conel Gobierno de Felipe González, exangüe por sus clarasconexiones con los GAL y con gravísimos casos decorrupción, se sumó una maniobra en los tribunales con laque el juez Javier Gómez de Liaño intentó encarcelar aJesús Polanco (si lo único que encontró Liaño fue unaoscura interpretación mercantil del significado de lasfianzas que los abonados de Canal Plus pagaban por losdescodificadores, Polanco debió de ser un santo) y lacreación de un grupo de periodistas anti-PSOE y anti-Prisaque Miguel Ángel Aguilar bautizó como «sindicato delcrimen».

Prisa había gozado de un trato de favor por parte de lassucesivas administraciones socialistas (la aniquilación deAntena 3 Radio en beneficio de la SER y la concesión delicencia para una televisión de pago fueron casos sonados);creo que quienes lo denunciaban no lo hacían para exigirjusticia, sino compensación: querían que el PP lesconcediera a ellos un trato equivalente o incluso mejor.Aquello ya no era crispación política, sino una orgía decarroñeros. Nadie salió bien parado. Y a mí no me gustabanada que mi periódico me exigiera militancia. El hecho deque una empresa me pagara por mi trabajo no implicaba,creía yo, que tuviera que darle la razón. Me causaban la

Page 132: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

misma grima simulcrypt y multicrypt. Cuando empezaron apedirme crónicas para apoyar las posiciones comercialesde Prisa, me sentí muy incómodo en la corresponsalía.

El segundo factor consistía en la jefatura deInternacional, y eso afectaba de forma directa a uncorresponsal. El dúo Mariló Ruiz de Elvira-Luis MatíasLópez había sido desplazado por otro dúo, el formado porAntonio Caño y José Manuel Calvo, que me convencíamucho menos. Realmente no me convencía nada. Amboshabían trabajado en Estados Unidos, uno comocorresponsal de El País y el otro como corresponsal de laSER, y en la redacción se les encuadraba dentro de lahornada de nombramientos con los que, al parecer, laempresa y la dirección intentaban corregir hacia la derechaciertas inercias izquierdistas. No sé si llegaron allí porrazones ideológicas, ni me importa en ese caso concreto.Puedo entenderme con personas cuyas ideas sean distintasa las mías. Lo que me importaba era la falta de diálogo, ladivisión de la sección entre presuntos «amigos» y«enemigos» de los jefes y el claro desinterés de los nuevosresponsables por los asuntos europeos.

Pensé que los problemas de comunicación que sufríaen París iban a repetirse en Roma y decidí renunciar.Volvía a la redacción de la Zona Franca barcelonesa, al

Page 133: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

punto de partida.

Barbería asumió la corresponsalía de París el 31 deagosto de 1997. Esa misma noche tomé el Talgo haciaBarcelona. Mientras viajaba, la princesa Diana Spencer y sunovio, Dodi Al-Fayed, sufrieron un accidente mortal bajoun puente parisino.

A ningún periodista le gusta perderse un notición. Esavez, sin embargo, me alegré. Unas pocas horas me salvaronde participar en una de las histerias colectivas másincomprensibles de nuestro tiempo. Lo sentí por el pobreBarbería.

Creía volver al punto de partida. En realidad aterricéun poco más abajo. Durante unos meses me ocupé deredactar la columna de breves del cuadernillo paraCataluña, y aunque nadie lo notó conseguí pequeñas obrasmaestras en cuatro o cinco líneas referidas a una averíaeléctrica o una protesta agraria. Alguien me dijo que ladirección consideraba que me iría bien una cura dehumildad, aunque eso no me pareció demasiado verosímil.Quién sabe. Pasado un tiempo ascendí a la solitariacondición de redactor de cierre, lo que consistía en encajaralguna noticia de última hora y evitar que se repitieraninformaciones en la edición general y el cuadernillo

Page 134: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

catalán. Se trataba de una tarea llena de horas muertas.

Un colega del diario, el escritor Xavier Moret, mepresentó a la editora quebequesa Anik Lapointe, queentonces trabajaba para Península. Por razones nuncaaclaradas, Anik me propuso escribir un libro sobreLondres. Me pareció que podía probar y dediqué losmuchos ratos perdidos de mi empleo en el cierre a escribiruna especie de guía comentada. Cuando Anik empezó arecibir capítulos comentó que no estaban mal, pero agregóque tendrían más gracia si incluía anécdotas y un tono máspersonal. «Cuenta las mismas historietas que me cuentas amí», dijo. Eso me daba vergüenza, pero lo hice. Elresultado fue una cosita llamada Historias de Londres.

Tras un año de reclusión en los breves y el cierre seme aplicó una reducción de condena, supongo que por buencomportamiento, y volví al horario diurno para escribirreportajillos y cubrir informaciones más o menosexcéntricas. Me sentaba junto a Arcadi Espada, con quienya me había cruzado allá por el Pleistoceno, cuando éltrabajaba en el Noticiero y yo en el Correu. Arcadi habíasido incorporado a El País por Xavier Vidal-Folch pararenovar un poco la gama de columnistas en la última páginay elevar el nivel de las crónicas en el cuadernillo catalán,que ya contaba con firmas tan excelentes como las de

Page 135: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Jacinto Antón o Agustí Fancelli. Un tipo como Arcadi,capaz de parir una pieza titulada Llegan los Reyes Magos,según fuentes municipales, hace falta en cualquierperiódico.

Me pareció percibir que Arcadi no gozaba de muchassimpatías en la redacción barcelonesa. Eso podríaatribuirse a su carácter difícil, puñetero y puntualmenteinsufrible. También podría atribuirse, sin embargo, a lodifícil que resulta encajar en El País cualquier «cuerpoextraño» que piense distinto y actúe distinto. Arcadi Espaday Hermann Tertsch encarnan, en mi opinión, la resistenciadel periódico a aceptar lo que dentro del «intelectualcolectivo» vendrían a representar posiciones heterodoxaso, dicho con peor gusto, disidentes.

Hermann era un veterano de la casa y tras su paso porla jefatura de Opinión, dentro de la frustrada operaciónrenovadora que debía encabezar Valenzuela, pasó unadécada escribiendo columnas y reportajes. Sus posicionesliberales y conservadoras y su evidente proximidadideológica al Partido Popular resaltaban en el contextoideológico bastante homogéneo del periódico, peroimagino que se habrían tolerado de no ser por las opinionesque expresaba en tertulias radiofónicas o televisivas. Fuedespedido y su despido fue anunciado por Jesús Polanco,

Page 136: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

ante la asamblea general de accionistas, con estas palabras:«Teníamos un problema y lo hemos solucionado». Glups.

La marcha de Arcadi a El Mundo y de Hermann a ABCsupuso, en mi opinión, una grave pérdida para El Paísporque redujo su diversidad, disminuyó su nivel intelectualy agravó la tendencia a la desertificación interna. Unalástima.

A finales de 1999 me beneficié de un nuevo ascenso eingresé en la sección de política catalana, con la misión deinformar sobre Convergència i Unió y de seguir alpresidente Jordi Pujol en sus múltiples viajes. Cuando metuvo delante, Pujol me hizo una pregunta pintoresca: «Aveure, Gonsàles, vosté és català o no és català?». Luegoperoró un rato sobre Renan, el catolicismo social, elcapitalismo renano y esas cosas que le interesaban. Lafigura política de Pujol muestra grandes luces y grandessombras, pero creo que su envergadura es poco discutible.Y personalmente tiene puntos entrañables. Descubrí suafición a escaquearse un momento de los programasoficiales para comer con fruición un trozo de pizza y beber«un Coca-Cola», siempre en masculino.

Eso tampoco duró. Un día tuve que acudir a Madrid yme topé a la entrada del periódico con Jesús Ceberio.

Page 137: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Reproduzco el diálogo que mantuvimos porque me quedógrabado:

—Veo que has escrito un librito.

—Nada, una chorradilla sobre Londres.

—Ya me imagino que será una chorrada.

—Veo que tú sigues sin saber hacerte el nudo de lacorbata.

—Sube a mi despacho.

Subí a su despacho y me ofreció la corresponsalía deNueva York. El mejor puesto posible en el mejor momentoposible.

Page 138: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 139: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 140: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 8 Me fui cuando la hoguera de las vanidades aún noscalentaba a todos. La salida a bolsa de las acciones dePrisa, en junio de 2000, demostró que la identificación delos empleados con la empresa era muy intensa. Pese a lasguerras comerciales y a las hostilidades entre periódicos, oquizá precisamente por eso, la fe aparecía más fuerte quenunca. Los trabajadores del grupo, muy especialmente losde redacción, compraron de forma masiva. Hubo quien sehipotecó para hacerse con un buen paquete de esos títulos,presuntamente destinados a chorrear dividendos y a subircomo un tiro.

La primera «guerra del fútbol» entre las dosplataformas digitales, la de Prisa y la de Telefónica, seguíaformalmente su curso en los tribunales, pero lasnegociaciones de paz encaminadas a una fusión ofrecían unhorizonte prometedor. Yo mismo invertí 100.000 pesetas,lo mínimo posible. Confieso que entre tanto entusiasmotemí que quien no participara en el negocio quedaramarcado y preferí sumarme a la corriente. Vendí bajo mano(no estoy seguro de que eso fuera completamente regular)a los pocos días y, una vez descontadas comisiones,recuperé las 100.000. No me apresuré a vender porquetemiera que la cotización fuera a desplomarse, sino por mis

Page 141: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

manías de periodista económico. No quiero tener accionesde nada. Creo que la propiedad de acciones acabainfluyendo en lo que uno escribe.

En estos momentos, las acciones de Prisa no valencasi nada. Las manías, a veces, sirven de algo.

La expansión de Prisa se exhibía de formaesplendorosa en las oficinas neoyorquinas. La sede de lacorresponsalía se encontraba en ellas: muebles de diseño,cuadros de firma, vistas a Central Park. Nunca he trabajado,ni trabajaré, en un entorno físico tan lujoso. Para dar unaidea de hasta qué punto era selecto el edificio Carnegie,donde nos encontrábamos (justo al lado del Carnegie Hall,en la 57), basta con decir que Bill Clinton intentó instalaren él sus oficinas para cuando dejara la presidencia, y nofue admitido.

Ya he hablado de Nueva York en otro libro y prefierono repetirme. Fue una temporada bastante feliz cuyorecuerdo se enturbió luego por la muerte de tres personas alas que apreciaba.

Ricardo Ortega, mi amigo y vecino en el WestVillage, fue licenciado en Ingeniería y en Física Nuclear enuna universidad de Moscú, brillante enviado especial a las

Page 142: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

guerras de Chechenia, Bosnia y Afganistán y corresponsalde Antena 3 en Estados Unidos. Tras perder el puesto porsu oposición a la invasión de Irak (Aznar reclamó su cabezaa José Manuel Lara), se marchó por su cuenta a la revueltade Haití, fomentada desde Washington. No llevaba dineroni chaleco antibalas. El 7 de marzo de 2004 lo mataron dedos tiros las tropas estadounidenses.

Julio Anguita Parrado, un tipo tan vital y sonrientecomo un niño, fue corresponsal de El Mundo en NuevaYork. Cubrió la invasión de Irak «empotrado» con unadivisión de infantería del Ejército de Estados Unidos.Cuando su unidad llegó a las puertas de Bagdad, le dejaronatrás porque su chaleco antibalas no era lo bastante bueno.Permanecía en un lugar supuestamente seguro cuando lealcanzó un obús iraquí, el 7 de abril de 2003. (Al díasiguiente, también en Bagdad, el cámara José Couso, deTelecinco, fue tiroteado y muerto por un tanquistaestadounidense).

Juan Carlos Gumucio, que junto a Robert Fisk formóuna mítica pareja de corresponsales durante la guerra civillibanesa, sobrevivió a los peligros de Beirut pero no a laspequeñas mezquindades cotidianas. Su boda con laperiodista estadounidense Marie Colvin y su traslado aLondres como corresponsal de El País no le sentaron bien.

Page 143: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

El 25 de febrero de 2002, cuando ya no pudo aguantar más,se pegó un tiro en su tierra boliviana. Su ex esposa, MarieColvin, murió en Homs (Siria) el 22 de febrero de 2012.

Nueva York quedó, para mí, relacionado con esasmuertes.

Washington fue otra cosa.

Lamenté profundamente asistir, después de losatentados del 11 de septiembre, a la psicosis colectiva queafectó a la sociedad estadounidense. Y me sorprendió queen la redacción de El País hubiera personas cultas,inteligentes e influyentes dispuestas a aceptar que lainvasión de Irak podía ser, después de todo, una buena idea.Ignoro el tipo de debate que se desarrolló en la sede deMiguel Yuste. Sé de quienes me telefonearon para discutirel asunto. Agradecí esos pequeños debates porquesignificaban que los periodistas de El País no éramos tanhomogéneos como podía pensarse leyendo el periódico, yporque un corresponsal, acostumbrado a recibir órdenes einstrucciones apresuradas, se enriquece cuando al otro ladode la línea hay alguien que piensa distinto y dispone de unpoco de tiempo para exponer sus argumentos.

También recibí en Washington una llamada de Javier

Page 144: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Moreno, recién llegado a la corresponsalía de Berlín.Quiebro la confidencialidad que debe proteger este tipo decharla privada (no considero privadas las conversaciones decontenido profesional con los directores) porque, creo, lapersona afectada no sufre perjuicio. Conocía a Morenodesde que era becario (un becario con varios idiomas, unacarrera como químico en Alemania a sus espaldas y elaspecto de quien está destinado a mandar) y nos habíamosentendido bien cuando él era jefe de Economía y yo cubríaasuntos económicos en Nueva York. Me dijo que le habíanofrecido la dirección del diario Cinco días, la publicacióneconómica de Prisa, y que no le apetecía por dos razones:porque llevaba mucho tiempo soñando con lacorresponsalía alemana, que apenas acababa de estrenar, yporque en Cinco días había que despedir a una parte de laredacción. Por esa razón, los despidos exigidos desde lacúpula del grupo, había dimitido Félix Monteira, el anteriordirector. Le dije que no se resistiera más de lo necesario yque aceptara, porque los despidos se realizarían encualquier caso y sería mejor que se encargara de ellos untipo sensato y educado, como él, que un capatazdescerebrado. Moreno asumió la dirección de Cinco días yejecutó los despidos.

Mi época estadounidense coincidió con la segundalegislatura de José María Aznar como jefe del Gobierno

Page 145: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

español. El otro día escuché, durante un almuerzo, que ensu primera legislatura Aznar hizo lo que debía, y en lasegunda, lo que quería. Estoy bastante de acuerdo. No lehabría votado nunca, por objeciones ideológicasfundamentales, pero considero que Aznar es un personajemucho más sólido e interesante de lo que suele pensar laizquierda. Supo conciliar el inevitable poso franquista de laderecha española (en España todos tenemos poso; en elcaso de la izquierda se trata de la peculiar convicción deque ganó la guerra civil 40 años después y con efectosretroactivos) con la tradición azañista y con una idea delEstado aceptablemente moderna. Fue una lástima susegundo mandato, cuando empezó a hablar texano, a lanzarmiraditas de esfinge y a dejar su sucesión atada y bienatada.

Aznar, de forma indirecta, me facilitó el acceso a laCasa Blanca. Ya he dicho otras veces que la influencia deEl País en Washington venía a ser similar a la del tercerdiario de Tailandia: muy escasa. Pero George W. Bushestaba realmente encantado con Aznar y, por extensión, conlos «amigos españoles». Yo entre ellos. Además de latarjeta de corresponsal acreditado ante la Casa Blanca,heredada de Javier Valenzuela, tenía mi nombre en la listade periodistas extranjeros a los que de vez en cuando seinvitaba a briefings confidenciales. Las buenas relaciones

Page 146: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

diplomáticas me permitieron incluso entrevistar aCondoleeza Rice, entonces asesora de Seguridad Nacional.

La entrevista fue curiosa. En el rellano desde el queparte la escalera al segundo piso, el de las habitacionesprivadas, topé con Bush. Me preguntó quién era y al saberque representaba a un diario español me dio un abrazo.«¡Español, “amigou”!», exclamó, con un acento no muydistinto al de Aznar cuando hacía su numerito de vaquero.Me hizo pasar un instante al despacho oval y en tonojocoso me rogó que le avisara si algo no funcionaba a migusto. Sabía ser simpático y cordial.

Muchas veces me he preguntado qué hace falta paraser un buen presidente de los Estados Unidos. RonaldReagan, el hombre que devolvió el optimismo y elcrecimiento a una nación deprimida tras los penosos años70, lo fue. Lo ignoraba casi todo, se dormía en lasreuniones, practicó a fondo la guerra sucia en el exterior yacumuló una deuda gigantesca, pero la mayoría de susconciudadanos (incluyendo amplios sectores demócratas)le recuerda positivamente. Bill Clinton lo sabía casi todo ypasaba las noches leyendo informes, sufrió un acosoimplacable por parte de la oposición republicana y dejóregueros de semen en lugares muy inapropiados. Su figura,tan distinta a la de Reagan, también se acrecienta con el

Page 147: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

tiempo. ¿Qué compartían ambos? Quizá una forma dehablar y de hacer que los estadounidenses comprendían yque les distinguía como presidentes. Quizá todo se limitaraa la famosa frase del asesor político James Carville: «Es laeconomía, estúpido».

Durante mi entrevista con Condoleeza Rice, que duróalgo menos de una hora, Bush la llamó varias veces porteléfono. El tono de Rice me recordó al de una madrebenevolente: «Tranquilo, señor presidente, eso loarreglaremos luego», «no se preocupe, señor presidente, yalo he solucionado», «está todo bien, termino con esto y selo explico».

La de Bush fue una presidencia crispada y mediocre.Cuanto más intentaba simular que controlaba la situación,menos lo parecía. Y la economía se fue al garete.

Yo, como delegado de El País en Estados Unidos,tampoco controlaba gran cosa. La locura informativaposterior al 11 de septiembre supuso una ampliacióntemporal de la oficina de Washington (se integraron en ellados buenos periodistas, Rosa Townsend desde Miami yRicardo Martínez de Rituerto desde Chicago) y uncontinuo trasiego de enviados especiales. Eso generaba lío:pedíamos entrevistas por duplicado, nos pisábamos temas

Page 148: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

e, inevitablemente, los jefes de Madrid invadían mi terrenoy yo el suyo. En una de las jornadas más tensas tuve con eldirector una discusión telefónica larga y subida de tono.Nos dijimos de todo y Ceberio acabó despidiéndome.Cuando terminamos no sabía qué hacer. ¿Me iba ya a micasa y compraba billetes de regreso? ¿Terminaba el trabajodel día? ¿Esperaba a un sustituto? Llamé a Félix Monteira,un tipo de enormes virtudes humanas y profesionales,subdirector y «madraza» de la redacción, y me aconsejóque siguiera trabajando. Seguí. No volví a tener noticias deldespido.

Pensé que cuando dejara Washington, como cuandodejé París, me tocaría volver a redactar breves y al horarionocturno en Barcelona. Llegado el momento, sin embargo,Ceberio me ofreció varias opciones interesantes. Un tipocurioso, Ceberio. Cualquier charla redaccional sobre él, yasaben, el breve momento en que los subalternos sedesahogan despotricando contra los jefes, incluía de formacasi invariable algún resoplido, unos cuantos epítetosnegativos y una frase final: «Pero lo añoraremos cuando sevaya». Muy cierto.

Elegí la corresponsalía de Roma porque me apetecíapasar tiempo en la calle, aprender los secretos de la bellezay acercarme al misterio del Vaticano.

Page 149: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Disfruté como nunca en Roma. Recibí clases dereligión en la Universidad de la Santa Croce junto a misamigas Irene Hernández Velasco ( El Mundo) y Mari PazRodríguez (La Vanguardia), escribí por primera vezcolumnas más o menos relacionadas con el fútbol y, algoinsólito en un tipo como yo, con claustrofobia y seriosproblemas para permanecer más de diez minutos en laoscuridad de un cine, me tocó hacer crónicas del festivalde Venecia.

Ángel Fernández Santos, el gran críticocinematográfico, había fallecido dos meses antes de miincorporación a la oficina romana. No tenía todavíasustituto, la Mostra de Venecia comenzaba en unos días yen Madrid decidieron enviarme a mí. Gracias a la televisióny el vídeo he visto bastante cine, pero no soy, desde luego,un crítico. Opté por escribir de forma sincera y contar encada crónica si algo me había gustado o no, dando porsupuesto que se trataba de un incidente aislado (también metocó cubrir una final de Roland Garros en París y un desfilede modas en Nueva York) y que la única aspiraciónconsistía en salir del paso.

Sin embargo, a alguien le hicieron gracia miscrónicas. Tuve que ocuparme cada año de la Mostra

Page 150: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

veneciana, durante los cinco que permanecí en Roma.

Venecia me permitió descubrir a unos tiposmagníficos y descabellados que sí sabían de cine: CarlosBoyero, de El Mundo, Oti Rodríguez Marchante, de ABC, yun hombre brillante, ingenioso y ocasionalmente malévoloal que, por razones que no vienen al caso, llamaremos conel apodo al que recurría Groucho Marx cuando hablaba depersonas en situaciones incómodas: Delaney. Sospechoque seré amigo de Boyero hasta la muerte, igual que de Oti,y que nunca dejaré de utilizar como referencia a Delaneypara medir la calidad de un sarcasmo.

Carlos Boyero puede parecer hosco y agresivo,porque sabe serlo. Quien no lo conoce bien puede hacerseuna idea errónea. Detrás de su desencanto, de su amor porel cine clásico y de su odio a lo que él llama«moderrrrrrno» respira un tipo generoso y leal que seimpone un código personal y lo cumple. Boyero no ofrecesolidaridad ni la pide. Camina por su cuenta.

Las estancias en el Lido de Venecia venían a ser unvestigio de otros tiempos, de cuando los periodistas eranbohemios y canallas porque se esperaba de ellos que lofueran. A veces bebíamos. A veces pasábamos la nochebebiendo. Lo poco que sé de cine lo aprendí en charlas

Page 151: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

etílicas. Los martinis en el Harry’s eran solo el prólogo develadas imposibles que concluían con Delaney orinandocontra la fachada de San Marcos o mostrando a un grupo deturistas americanos lo bien que se había depilado el culo,con Boyero o un servidor jurando amistad eterna y con Otitratando de devolver el rebaño al hotel con el tiempo justopara una ducha y para llegar a la primera proyección de lamañana.

A veces echo en falta esas noches.

En Venecia descubrí también que mis artículosvagamente futbolísticos de los lunes, llamados Historiasdel calcio y surgidos de una propuesta de SantiagoSegurola (ya he contado otras veces su origen accidental ysu confección errática: un artículo se escribió a mano enun transbordador, otros en aeropuertos o a la salida de unestadio), estaban obteniendo un cierto eco entre algunoslectores en España. Cuando nos conocimos, Boyero mehabló de las Historias del calcio y las elogió. Le dije quetenía gustos raros y respondió que no era el único.

Mi impresión era distinta. La información másconcreta de que disponía sobre la calidad de esos artículosera que a Ceberio no le gustaban. Una vez me instó a dejarde «perder el tiempo» con esas «frivolidades», y cuando mi

Page 152: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

editora le pidió que le cediera los derechos (propiedad deEl País) para recopilar unas cuantas en un libro, se negó.

En mayo de 2006, Jesús Ceberio dejó la dirección deEl País y Javier Moreno ocupó su puesto. No fue unasorpresa para nadie. Moreno llevaba algún tiempo comodirector in pectore , bendecido por Polanco y Cebrián. Alpoco de asumir el puesto, pasó por Roma para reunirse conlos responsables del diario La Repubblica y cenamos losdos en Il Bolognese, un restaurante clásico en Piazza delPopolo. Me habló de sus planes para renovar el periódico yme pareció convincente, aunque pensara, como bastantesotros, que le faltaban historial y obra escrita para ganarse elrespeto de la redacción. No recuerdo si esa misma noche oen una charla posterior por teléfono me propuso formarparte de un grupo, o comité, o lo que fuera, cuya misiónhabía de consistir en elaborar propuestas que él, en loposible, se encargaría de aplicar.

El grupo estaba compuesto por Sol Gallego-Díaz,José Manuel Calvo, Pablo Guimón, Mario Tascón y unservidor de ustedes. La presencia de Sol constituía, paramí, una garantía de solvencia. Tras una o dos reuniones, sinembargo, intuí que aquello tenía más que ver con lacosmética que con la cirugía (yo pensaba que hacían faltacambios profundos en la organización y en los contenidos)

Page 153: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

y presenté mi dimisión. Sol me convenció para quesiguiera. Dijo que estábamos obligados a hacer lo posible yque ya se vería al final si eso servía de algo. Tenía razón,como siempre. Durante bastantes meses salí de Roma cadaviernes al amanecer, pasé la jornada en Madrid y regresécon el último vuelo.

El grupo, o comité, o lo que fuera, no sirvió de grancosa. Como es natural, hubo pocos cambios y los que seaplicaron fueron decididos por el consejero delegado, JuanLuis Cebrián, y por Javier Moreno. Por simplificar, supusoun acento azul sobre la «i» de la cabecera, las páginas de lastres secciones «duras» (Internacional, Nacional yEconomía) se ubicaron al principio del periódico, se creóuna doble página para reportajes extensos de temática noestrictamente política, se dio más color al diseño y seinventó una sección sin firma llamada El acento, cuyaedificante finalidad consistía en que la empresa pudieraatacar desde el anonimato a sus enemigos políticos,empresariales o periodísticos cuando le parecieraoportuno. La estructura de la redacción mantuvo su estrictaverticalidad.

Jesús Polanco acababa de morir. Las cosas en El Paísy en Prisa evolucionaban con rapidez hacia el desastre, porrazones de las que hablaremos enseguida, pero yo

Page 154: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

permanecía en la tranquilidad romana y no me sentíademasiado involucrado.

Estaba tomando un café junto a Corso VittorioEmanuele cuando me llamó Moreno para proponerme quevolviera a Madrid y me encargara de la críticacinematográfica. Respondí que eso era imposible, por miignorancia y, sobre todo, por mi claustrofobia. Aceptó minegativa, pero subrayó que ya pensaría en otra cosa. En esemomento, mi estancia en Roma entró en el tiempo dedescuento.

Page 155: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 156: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 157: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 9 Mi relación con El País tenía algo de sentimental. Creoque la mayoría de los miembros de la redacción estábamosligados por un vínculo emotivo, más allá de salarios ycontratos, con la cabecera, con su historia y con lo que enuna época significó. A eso había que añadir las relacionespersonales con los compañeros. Era difícil concebir unaruptura. Por supuesto, también estaba lo de más acá, el purosalario, los derechos adquiridos y demás. Pese a lasasperezas internas y las ocasionales decepciones, uno seacostumbraba a vivir en El País y a imaginar que fuera de élse extendía una fría tiniebla.

Evidentemente, los trabajadores no debemosencariñarnos con las cabeceras porque pertenecen a lasempresas, y las empresas no tienen sentimientos, solointereses. Pero uno olvida esas cosas. Aunque sean obvias.

Empecé a pensar lo impensable cuando aún estaba enRoma. En otoño de 2007 mantuve contactos con El Mundoy La Vanguardia, de los que informé previamente a JavierMoreno. Sus nombramientos en la redacción me habíandecepcionado. Le he dado vueltas a la posibilidad de que miopinión fuera sesgada y que, por razones generacionales,tuviera un prejuicio desfavorable hacia los nuevos mandos.

Page 158: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

¿No me gustaban porque eran más jóvenes que yo? ¿No megustaban porque no eran ni Sol Gallego-Díaz, ni MarilóRuíz de Elvira, ni Félix Monteira, ni Andreu Missé, ni otrosveteranos a los que me había habituado a respetar? Podríaser. Mis objeciones, sin embargo, no se referían a latotalidad de los nombramientos. Al menos uno de losnuevos jefes, Jan Martínez Ahrens, subdirector de laedición dominical, me parecía un periodista interesante. Yentre los cuadros intermedios más jóvenes sentía, y siento,un enorme respeto por Guillermo Altares. No era el únicoen pensar que Guillermo, conocido como «Willy», debíahaber formado parte de la cúpula redaccional diseñada porMoreno.

Durante ese año, 2007, ocurrieron muchas cosas. Enverano murió Jesús Polanco y su hijo mayor, Ignacio,asumió la presidencia de Prisa. Ese mismo verano dejó ElPaís Santiago Segurola, amigo personal y periodistainmenso, un polígrafo casi renacentista que representaba,para mí, el arquetipo del profesional imprescindible en unanueva era del periodismo, la digital, en la que sobrannoticias epidérmicas y falta buena información. Seguroladejó Deportes para ocuparse de Cultura, en un movimientoque interpreté como señal de que Javier Moreno queríaromper con vicios lamentables (el uso del periódico comocatálogo de productos del grupo, la confusión entre cultura

Page 159: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

e industria cultural, la tendencia a la rutina) y renovar unaspáginas que en 2004 habían sufrido un grave percance.

Aunque el percance ocurrió, en realidad, en elsuplemento cultural Babelia, dañó la credibilidad delflanco entero. Fue el despido (muy en el estilo de la casa,por la vía de la marginación y del silencio administrativo)de Ignacio Echevarría, el crítico literario más destacado deEl País. Su pecado consistió en despedazar una obra deBernardo Atxaga por la que Alfaguara, editorial de Prisa,había apostado fuerte. La crítica es un ejercicio arbitrario yel crítico asume, por ello, una elevada responsabilidadpersonal. Por eso debe ser libre. Sin plena libertad no haycrítica ni crítico.

Segurola fue trasladado a Cultura y abandonado a susuerte. Hasta donde yo sé, el director se desentendió de losrefuerzos pactados. El asunto acabó con la marcha deSegurola a Marca. Una gran lástima. Lo que interpretécomo una buena señal resultó un fiasco.

A finales de 2007, Cebrián, «hombre fuerte» de Prisaporque Ignacio Polanco no mostró apetito de mando,anunció una OPA sobre casi la mitad de las acciones deSogecable, filial audiovisual del grupo, para hacerse con el100%. Aquello iba a ser un desastre, un golpe casi mortal

Page 160: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

para Prisa. Pero aún no lo sabíamos.

Para entonces yo estaba casi decidido a irme a LaVanguardia. Faltaba dar el paso definitivo. Acudí a unalmuerzo con el director con el ánimo de despedirme y elcuerpo hecho unos zorros: la noche antes había salido porahí con Boyero, no había dormido ni diez minutos y sufríauna resaca notable. Algún día decidiré si aquel almuerzofue para mí un éxito o un fracaso. Anuncié mis intencionesy Javier Moreno afirmó que me convencería paraquedarme. Entonces planteé unas condiciones en principioimposibles: no quería tener más jefe que el director, noquería tratar con ninguno de los mandos de la redacción (aexcepción de Ahrens) y quería cobrar tanto como el quemás. Moreno respondió que sí a todo. Eso habríadesarbolado a cualquiera, y más a un cualquiera resacososin otra ambición que volver a Roma y dormir un rato.¿Existía algún trabajo en el periódico que pudiera hacersepor libre? Había uno, sí: la columnita de las páginas detelevisión que durante años fue el territorio de EduardoHaro Tecglen y que tras su muerte (falleció horas despuésde enviar su última columna) había pasado de mano enmano. Acordamos que yo me ocuparía de esa pieza de lunesa viernes y que Boyero lo haría el sábado y el domingo.

Los dos años siguientes, 2008 y 2009, me vi

Page 161: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

sometido a un régimen de trabajo relativamente agobiante.Para mí, más dado a la contemplación que a laproductividad, muy agobiante. Algunos días la columnasalía con facilidad; en otros suponía una angustia casiagónica. También colaboraba habitualmente, sin firmar, enSoitu, el medio digital que acababa de lanzar GumersindoLafuente. Los martes por la mañana mantenía una charladigital con los lectores. Los viernes tenía que parir elartículo del domingo. Y el domingo escribía para Deportes.Dedicaba el sábado, mi día libre, a la autocompasión y elenvilecimiento en general.

Escribir columnillas a ritmo industrial exige leermucha prensa para buscar temas de actualidad, ver muchatelevisión (aunque algunos no lo notaran, en las columnasde televisión hablaba a veces de televisión) y conversar conmucha gente. Entre una cosa y otra, fui acumulandoinformación sobre la situación financiera de Prisa. Y meespanté.

L a OPA sobre Sogecable se hizo de la peor maneraposible y en el peor momento, cuando empezaban apercibirse las primeras ráfagas del cataclismo económico.Prisa tuvo que pedir un crédito de casi 2.000 millones deeuros para comprar unas acciones que en realidad nonecesitaba, porque Sogecable ya pertenecía al grupo (habría

Page 162: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

bastado mantener una participación algo inferior al 50%para evitar la obligación legal de la OPA), y encima no supoconvencer a Telefónica de que siguiera en el accionariado:además de lo previsto, hubo que comprar el 16% en manosde la compañía de telecomunicaciones. Cuando acabó laoperación, Prisa tenía una deuda superior a los 5.000millones de euros y estaba en quiebra técnica. El valor delas acciones siguió desplomándose hacia el cero.

Atribuyo la chapuza de Sogecable a Juan Luis Cebrián.Tal vez hubo miembros de la familia Polanco que quisieronrealizarla y se negaron a vender porciones de Prisa paraenjugar deuda, pero Cebrián sabía imponerse cuandoquería. El mando real lo tenía él. La culpa fue de él.Definió esa opa estúpida como «la ocasión para acometerla reestructuración financiera de la deuda del grupo». Elpoder miente, siempre. Y Cebrián, miembro del ClubBilderberg (que supuestamente reúne a las 130 personasmás influyentes del mundo), encarna el poder.

Dice la mitología griega que Casandra recibió deApolo una bendición y una maldición. La bendiciónconsistió en el don de la profecía. La maldición, en quenadie la creería. Me convertí poco a poco en una Casandrapara mis compañeros. Predecía el desastre ante unaincredulidad general bastante comprensible. ¿Cómo creer

Page 163: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

que Prisa estaba hundiéndose o, mejor dicho, se habíahundido ya? ¿Cómo desconfiar de un grupo potentísimo ycon buenas conexiones bancarias, con una posicióndominante en el mercado y una puntualidad rigurosa en lospagos? Prisa iba mal de liquidez (vendió sus inmuebles paraquedarse en alquiler), segregaba filiales y externalizabaservicios, despedía a trabajadores. Eso era de dominiopúblico. El consejero delegado, sin embargo, aseguraba queestaba todo bajo control, y todavía gozaba de bastantecrédito entre los empleados. Un periodista debe desconfiarsiempre, siempre, siempre de los que mandan, porquenunca, nunca, nunca dicen la verdad. El caso es que muchosentre nosotros preferían no pensar como periodistas, sinocomo empleados agradecidos por los buenos tiempospretéritos.

Se tenía conciencia de los problemas. De ahí a pensarque pudieran afectar de forma directa a El País, la joya dela corona, la máquina de ganar dinero, había mucho trecho.Las bajas incentivadas y las prejubilaciones en la redaccióneran pocas y se retribuían generosamente. ¿Crisis? ¿Quécrisis?

El recorte de los salarios más altos de la redacción,entre ellos el mío (casi 7.000 euros netos mensuales),indicó que no todo estaba en orden. El hecho no era grave

Page 164: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

en sí mismo y acepté el recorte, teóricamente voluntario,sin la menor objeción. Pero había que ser muy ingenuo parano deducir que los recortes iban a generalizarse comoprólogo de algo mucho peor. Por otra parte, cuanto másapretaban los acreedores, más crecían las retribuciones delconsejo de administración. Y más criticaba el consejerodelegado, Juan Luis Cebrián, a El País como un productoobsoleto e irrelevante, pese a que había contribuido afundarlo, había nombrado al vigente director y saqueabaregularmente la caja del periódico para atender pagosurgentes en otras sociedades del grupo. En conjunto, lasituación me parecía cabreante.

Un día, en una de las columnas de televisión, se notómi estado de ánimo. Era un miércoles y acababa de charlarcon los alumnos del máster de periodismo de El País. Mepuse a escribir una pieza titulada Rodeados y en el últimopárrafo incluí la siguiente frase: «No quiero ponerme en lopeor, pero cualquier día, en cualquier empresa, van arebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatíabursátil de los dueños». Cerré la columna y me fui a tomaruna cerveza con varios alumnos del máster. Estaba en ellocuando me llamó el director para decirme, con calma y consu habitual corrección, que esa frase no podía publicarse.Pidió que la suprimiera. Eso resultaba problemático: sicedes una vez, cedes las siguientes. Respondí que no. Javier

Page 165: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Moreno me anunció que la columna no se publicaría. Mepareció mala idea, pero lo acepté. Es el director quiendecide lo que aparece en el periódico.

¿Fue de Javier Moreno la iniciativa? La supresiónconstituía tal tontería (de publicarse, nadie salvo los muyiniciados habría reparado en la frase) que resultabaimpropia de un hombre inteligente, y yo considerabainteligente a Moreno. Pensé que la orden podía procederde alguien más ofuscado o ebrio de arrogancia, es decir, deJuan Luis Cebrián, pero el director me aseguró que no, queel mérito era suyo. Le creí.

Me fui a Barcelona. Al llegar conecté el móvil yempezaron a brincar decenas de mensajes y llamadasperdidas. El asunto, antes de medianoche, ya era dedominio público. Alguien de la redacción había filtrado lacolumna y esta circulaba por Internet. La columna que nose publicó fue, de largo, mi columna más leída.

El asunto abrió una pequeña crisis. Comuniqué alperiódico que me tomaba unos días de vacaciones (losllamados «chupetines» con los que se compensa el trabajoen festivos) para reflexionar un poco. Supongo que eldirector estaría molesto y con pocas ganas de hablarconmigo, porque designó a un «mediador». Carlos Yárnoz,

Page 166: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

un subdirector veterano y respetable, me telefoneó yconcluimos que el lunes siguiente reaparecerían lascolumnitas. Así fue.

La cosa se reanudó como si no pasara nada, pero sípasaba algo, y grave. Era consciente de ello. Si alguna vezhabía existido confianza entre el director y yo, y tiendo acreer que sí, se había roto.

Poco tiempo después, durante una visita a la redacciónde Barcelona, me dirigió una frase técnicamente tibia queen alguien tan pautado como él sonó ominosa: «Me dasmuy mala vida». No era mi intención. Creo que losdirectores cobran para eso, para soportar disgustos ytensiones. En fin, no había necesidad de cavilar demasiadopara comprender que mi temporada como opinador estabaterminando.

A principios de otoño me convocó a su despacho ycriticó mi presunta tendencia a usar las columnas para«chupar pollas». La frase puede sonar extraña,especialmente al ser pronunciada por alguien como JavierMoreno, pero se ajusta al argot periodístico y se utiliza conalguna frecuencia cuando se habla de peloteo. Me molestó,sin embargo, que la crítica se centrara en una columnadedicada a un compañero de El País, Jacinto Antón, cuando

Page 167: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural. Si nose puede elogiar a un periodista tan bueno y original comoJacinto, más vale prohibir los elogios.

Le comenté que no tenía ningún interés en seguirescribiendo columnitas de 35 líneas el resto de mi vida.Me señaló a su vez que me prefería como corresponsal yme ofreció Berlín. Tras pensarlo un poco, pregunté si habíaalgún otro destino disponible. Me habló de Jerusalén y mepareció interesante. Telefoneé al corresponsal vigente,Juan Miguel Muñoz, quien me confirmó que tenía previstodejar la plaza a final de curso. Acepté la oferta.

En ese momento me planteé de nuevo dejar El País.Había recibido un premio prestigioso por las puñeterascolumnitas, el Francisco Cerecedo, que concede laAsociación de Periodistas Europeos, gozaba de un relativoprestigio en la profesión y disponía de opciones paratrabajar en otros periódicos. Decidí, sin embargo, que almenos por una vez me tocaba ser disciplinado y acatar loque alguno interpretó como un destierro humillante pero amí me pareció tan solo un retorno a lo mío, a lo que habíahecho durante 20 años. Con una creciente sangría dedespidos en la profesión y unas condiciones laborales ysalariales cada vez peores para la mayoría de losperiodistas, habría sido ridículo dar un portazo por no

Page 168: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

seguir con las columnillas y por «padecer» el envío a unacorresponsalía interesante.

Oriente Próximo es una región vibrante y venenosa.Crea una rara adicción, como África. No conozco unaciudad tan embriagadora como Beirut, un cóctel de lujo,corrupción y paradojas. Ni una megápolis tan pobre,trepidante y sabia como El Cairo. Tuve la suerte de asistirdesde la plaza Tahrir a la revuelta que derribó al presidenteHosni Mubarak y colocó a los egipcios en el camino haciael futuro.

Me encontraba en Tahrir y el día andaba animándose(volaban pedradas, sonaban disparos cerca del Ministeriodel Interior y el barullo aconsejaba permanecer más omenos a cubierto, entre un griterío infernal) cuando mellamaron de una cosa que no había oído nombrar jamásl lamada Jot Down, para pedirme una colaboración.Respondí con gruñidos y alguna expresión cuartelaría. Enlas semanas siguientes, la misteriosa publicación Jot Downse especializó en telefonearme en los momentos menosoportunos (mientras me afeitaba, mientras almorzaba conamigos, mientras me asfixiaba por los gases lacrimógenos)y yo me especialicé en mandarlos a paseo de mala manera.Aquello solo podía acabar mal, y acabó mal: al final les dijeque sí, que lo que quisieran. Leí su revista, me interesó y

Page 169: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

empecé a colaborar con ellos. A cambio recibí puros,embutidos, licores y otros artículos de primera necesidad.Quizá me gustó de Jot Down que no se pareciera en nada aEl País: ninguno de los fundadores era periodista, nohabían pedido créditos, carecían de posición política y nosabían muy bien hacia dónde iban, salvo un irónico objetivode alcanzar «la hegemonía mundial».

Y aquí estoy ahora, escribiendo un librito para ellos.La vida es imprevisible.

En fin, vuelvo a Oriente.

Mantengo el optimismo respecto a la convulsión queviven los países árabes: necesitaban sacudirse la camisa defuerza de las dictaduras nacionalistas y resolver de una vezsus muchas cuentas pendientes con la historia. La situaciónen Siria es terrible. Libia ha vuelto a su vieja condición dedesierto desmembrado. El Sahara se ha convertido en unazona franca para el bandidaje y los grupos armadosislamistas. Sobre el propio Líbano flota un interroganteque, de hecho, ha permanecido ahí desde que alcolonialismo francés se le ocurrió desgajarlo de Siria einventar un país para que la comunidad cristiana fueramayoría en algún sitio. Ocurrirán cosas muy feas, no cabeduda, y la inestabilidad durará años o más probablemente

Page 170: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

décadas. Pero las sociedades árabes han resucitado. Ya lestocaba.

Lo de Israel, por otra parte, resulta frustrante.Defiendo el derecho de Israel a la existencia, aunque solosea porque ya existe y desmontarlo supondría una tragediacósmica; en cierto sentido, por tanto, me declaro sionista.Pero no me parece tolerable que colonice los territoriosocupados, ni que hostigue a los palestinos como lo hace, nique haga uso y abuso del Holocausto para justificar unaspolíticas injustificables. Una simple visita a Hebrón, patriade la opresión y la tristeza, indigna a cualquiera con unmínimo de sensibilidad.

Jerusalén es la única ciudad del mundo inmune al pasodel tiempo. Sumer no existe, las capitales del AntiguoEgipto se hundieron en la arena, la Atenas de Pericles no separece en nada a la actual, la Roma imperial es tan solo unrecuerdo; Jerusalén, en cambio, permanece igual a símisma. En palabras del escritor judío Arthur Koestler, laciudad que se alza sobre la montaña es un solar de «rocasardientes que han visto más asesinatos santos, violacionessantas y saqueos santos que ningún otro lugar en esteplaneta». El propio Theodor Hertzl, fundador del sionismoy padre del Israel contemporáneo, se horrorizó ante suviolenta inmutabilidad: «Los mohosos restos de dos mil

Page 171: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

años de inhumanidad, intolerancia y pestilencia reposan entus hediondos callejones».

Como todos los lugares tóxicos, Jerusalén escondeuna belleza inefable. Quien ha visto el amanecer reflejadosobre la cúpula de la roca no se interesa ya por otrosamaneceres.

Mi temporada en Jerusalén me convenció de que lafamosa solución de los dos Estados carece de viabilidad.Un Estado binacional sería posible en teoría, no en lapráctica. No veo soluciones.

Por resumir, en los dos bandos mandan los hijos deputa. Ahora bien, uno de los bandos ha perdido más y sufremás. Eso cuenta.

Cuando se acercaba el final de mi contrato, de tresaños, la dirección me propuso enviarme a Buenos Aires. Laoferta no procedió del director, con quien no tuve contactoalguno desde el enojoso asunto de las columnillas, sino deJosefa Gutiérrez, la jefa de personal. Durante muchos añosaspiré a la corresponsalía argentina. Cuando la tuve alalcance de los dedos, no pude aceptarla. Mi padre estabamuy grave y Buenos Aires era la corresponsalía másremota, incluso más que Pekín. Me era imposible, en ese

Page 172: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

momento, irme tan lejos.

Tocó volver a España, otra vez. Con las peoresperspectivas.

Page 173: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 174: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez
Page 175: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

CAPÍTULO 10 Volví a Barcelona en abril de 2012, a tiempo para escucharla promesa de Juan Luis Cebrián: no habrá despidosmasivos en El País. Según Cebrián, no iba a presentarse unexpediente de regulación de empleo (ERE), delicadoeufemismo que significa echar a la calle a un montón detrabajadores.

Vale, el poder miente. Siempre. Pero lo de Cebrián esde traca. En comparación con él, Mariano Rajoy cumplesus promesas con la precisión de un reloj suizo.

Se había liquidado CNN+, las revistas del grupo habíansido descuartizadas a hachazos, la ser sufría un goteocontinuo de despidos, pero en El País no podía pasar nada.Ahí estaba la palabra de Cebrián para garantizarlo.

Si se introduce una rana en una olla de agua fría y secalienta el agua poco a poco, la rana no hará nada porescapar. Se habituará al ascenso de la temperatura. Yacabará hervida. En El País fuimos ranas. Supimos quemuchos de nuestros compañeros eran desplazados haciaempresas de nueva creación como antesala de la calle, peroapenas rechistamos. Nos acostumbramos. Asistimos a lareducción de las tarifas pagadas a los colaboradores hasta

Page 176: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

convertirlas en un chiste (entre 20 y 50 euros por unacrónica larga y bien trabajada), pero nos pareció casinormal porque la prensa estaba en crisis. Nosacostumbramos. Acompañamos en el sentimiento aperiodistas muy buenos que fueron arrinconados ydespedidos por participar en huelgas o no mostrarsesumisos ante los jefes y luego seguimos a lo nuestro,porque para eso nos pagaban. Nos acostumbramos a eso. Ya compartir redacción con periodistas jóvenes que nopodían ni soñar en ser mileuristas. Y a recibir y aceptaramenazas de la dirección si no firmábamos una crónica.Nos acostumbramos.

Llevo algún tiempo trabajando en periódicos y sécómo se fabrican. No es un espectáculo bonito, ni en ElPaís ni en ninguna otra parte. Por cada periodista que sejuega la vida en una guerra o consigue una noticia valiosahay una reunión discreta, en alguno de los despachos, enque se decide que la evasión de impuestos del principalbanquero de España, Emilio Botín, no es noticia de portadani debe investigarse, o que el uso ilegal de informaciónprivilegiada por parte de un presidente de Telefónica, CésarAlierta, solo merece unas líneas en una página interior.Esto es así, y ha sido siempre así. Quizá lo fue un pocomenos en El País de otra época, porque la empresa era lobastante rica y poderosa como para pisar los callos

Page 177: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

necesarios. Quizá idealizamos el pasado.

Volví de Jerusalén para trabajar en un grupo cuyopropietario real era un tal Nicolas Berggruen, condomicilio fiscal en las Islas Vírgenes Británicas yespecializado en la gestión de fondos buitres. Copio deWikipedia porque ofrece una definición bastante exacta:«Un fondo buitre es un fondo de capital riesgo o fondo deinversión libre que invierte en deuda de una entidad que seconsidera débil o cercana a la quiebra». Berggruen, unhombre que vive de las quiebras, fue lo mejor que encontróCebrián para salvar Prisa. A través de su sociedad LibertyInvestments, Berggruen invirtió 650 millones de euros enPrisa a cambio de una rentabilidad garantizada del 7%.Cebrián se embolsó unos cuantos millones por la gestión.Y aseguró que Liberty no había comprado Prisa, sino todolo contrario: «Prisa ha comprado Liberty», dijo. El podermiente, siempre, pero para encontrar a alguien comparablea Cebrián hay que remontarse a Goebbels.

Según se anunció, un intercambio de deuda poracciones iba a sentar también en el consejo deadministración a los bancos acreedores. Los Polancoquedaron fuera. La banca y el especulador, dentro. Ah, ytambién estaba el querido Silvio Berlusconi, sociodominante en el negocio televisivo tras la venta de Cuatro a

Page 178: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Mediaset-Tele5. Prisa se había convertido en la empresaideal para hacer periodismo.

Mantuve una última reunión con Javier Moreno.Charlamos un rato de cosas banales porque ni a él ni a míse nos ocurría nada que proponer. Creo que al final nosdimos la mano. Él sabía lo que se avecinaba. Yo también. Ymuchos otros.

Las personas, hagamos lo que hagamos, tendemos aconsiderar que la razón está de nuestra parte. Incluso losvioladores piensan que la víctima les provocó. El directivoque despide a 100, 200 o 5.000 empleados suele estarseguro de hacer lo correcto, porque su objetivo consiste ensalvar la empresa soltando lastre. Incluso se siente víctima,por tener que asumir el trabajo sucio. Intento ponerme enla piel de quienes preparaban el despido de un tercio de laplantilla de El País y puedo, creo, comprender sus razones.Incluso Cebrián debe sentirse héroe y víctima. En unareunión con los trabajadores, previa al ERE, vino a decir queestaba obligado a cobrar 13 millones de euros anuales, elsegundo mejor sueldo de España por detrás del que percibeel máximo ejecutivo de Inditex, una de las empresas másexitosas del mundo.

Cebrián cree, seguramente, que es imprescindible, y

Page 179: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

que su ajetreo transatlántico en avión privado merece unaremuneración de muchos millones. También Goebbelscreía que la aniquilación de la prensa libre o, ya puestos, elexterminio de los judíos, convertirían el mundo en un lugarmucho más feliz. Las personas, en realidad, somos menoscínicas de lo que parece. Necesitamos justificarnos.

Mi situación, en primavera de 2012, era difícilmentejustificable. Estaba cobrando un sueldo estupendo por nohacer nada. Guillermo Altares, jefe de Internacional, meenvió un par de veces a Grecia para entretenerme. Entre unviaje y otro le dije a Josefa Gutiérrez, la jefa de personal,que lo mejor que podía hacer era dejar el periódico. Merespondió que esperara, que yo no podía dejar El País.

No era ningún secreto que la empresa esperaba a laaprobación de la nueva legislación laboral para efectuar losdespidos. Iban a salirle mucho más baratos, porquepensaban pagar la indemnización mínima permitida por laley pese a haber ganado 800 millones de euros a lo largo delos años y no haber sufrido jamás un ejercicio conpérdidas. Eso es legítimo, por supuesto. Una empresa esuna empresa. Y era de esperar que Cebrián, quien en 2009aseguraba que «un periódico es su redacción», proclamaraen 2012 que «un periódico es de sus accionistas». Desdeluego, un periódico no es de su redacción. Lástima.

Page 180: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Carlos Yárnoz fue nombrado jefe del suplementodominical antes del verano y me propuso hacer entrevistaspara el «Colorín» después de las vacaciones. Soy unentrevistador bastante malo, pero le dije sí. Habría dicho«sí» a cualquier propuesta porque necesitaba hacer algo.Pero lo pensé mejor, le llamé y le anuncié que me iba delperiódico.

Esperé a que se presentara el ERE por dos razones: parano irme solo (la compañía suaviza el trauma) y para cobraruna indemnización (no tenía en ese momento ningunaoferta de trabajo que me permitiera pagar el alquiler).Tomé la decisión durante el verano y el factor esencial fueCebrián: no quería trabajar para un tipo que me llamaba«zombi» e «inútil» por ser periodista y tener más de 50años. Resumiendo más, no quería trabajar para Cebrián. Lascosas, a veces, son así de simples.

Cuando Cebrián anunció los despidos y dijo aquellode que no podíamos «seguir viviendo tan bien», él, quepreside el consejo de administración mejor pagado deEspaña, incluso mejor que el de Inditex, sentí náuseas.También sentí que hacía lo correcto yéndome. Telefoneé aJosefa Gutiérrez y le pedí que me incluyera en la lista. Díasdespués le pedí que me confirmara mi inclusión. Lo hizo,

Page 181: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

pero añadió: «Oye, si quieres te saco ahora mismo». Lerogué que no lo hiciera.

Ha habido millones de despidos en España y en elmundo. Seguirá habiéndolos. A uno, sin embargo, le afectalo suyo, lo que tiene cerca. La masacre laboral de El Paísme afectó personalmente.

Preferí permanecer al margen de asambleas yvotaciones porque me había inscrito en el ERE de formavoluntaria. Luego Vicente Jiménez, un director adjunto alque no he citado hasta ahora porque no merece la pena,aseguró que mi inclusión respondía a órdenes concretas deJavier Moreno. Vale. Si no hubiera deseado marcharme, nohabría enviado a Jot Down un breve articulito llamado Contodos mis respetos en el que decía adiós a El País eindicaba que Cebrián me causaba «horror y una ciertarepulsión». Lo hice el 19 de octubre de 2012, cuando aúnno se conocía la lista de despedidos, para que mi decisiónse convirtiera en irreversible. Después de ese articulito nopodía haber marcha atrás. Por las mismas razones devoluntariedad no he demandado a la empresa como hanhecho, sobrados de motivos, mis compañeros de lista.

La crisis de la prensa tradicional es un hecho y afectaa todos los medios, aunque los mejores (The Economist,

Page 182: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

The New York Times, etcétera) parezcan tener asegurado elfuturo. Cebrián no es el culpable de la crisis general,aunque sí agravó la de Prisa y El País y obtuvo, encima,beneficios de ella: cobró como pirómano y cobró comobombero. También los periodistas, demasiado acomodados,demasiado complacientes, demasiado crédulos ante lospoderes externos e internos, tenemos nuestra parte deculpa.

Sigo leyendo El País, como leo otros diarios: coninterés y con escepticismo. Sigo pensando que es un buenperiódico porque tiene buenos periodistas, aunquepermanezcan a la sombra de una maraña de deudas, buitres,intereses no del todo confesables y gestores deficientes.Espero que El País sobreviva y remonte.

La última vez que vi a mis compañeros no fue en laredacción, sino en la calle. El 7 de noviembre de 2012 seconcentraron en la Puerta del Sol madrileña, bajo la lluvia.No quise participar en las asambleas por mi condición dedespedido voluntario, pero quería decirles adiós. Nunca hahabido en España tal concentración de buenos periodistascomo en El País y tal vez no vuelva a haberla. Mi homenajehacia ellos, a los que se han quedado y a los que se han ido.Pero esa tarde oscura y lluviosa, entre paraguas, noparecíamos periodistas. Éramos solo un grupo de

Page 183: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

trabajadores maltratados por su empresa.

Conviene que lo recordemos. Yo lo haré. Mientras mededique a esto, no me fiaré del que manda. Y mi mesa seráun Vietnam.

Page 184: Memorias Liquidas - Enric Gonzalez

Table of ContentsCAPÍTULO 1CAPÍTULO 2CAPÍTULO 3CAPÍTULO 4CAPÍTULO 5CAPÍTULO 6CAPÍTULO 7CAPÍTULO 8CAPÍTULO 9CAPÍTULO 10