Max Weber y La Ciudad Galeradas

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  • Max Weber: una mirada iberoamericana

    Seccin de Obras de Sociologa

  • Max Weber: una mirada iberoamericana

    lvaro Morcillo Laizy Eduardo Weisz (eds.)

  • Primera edicin, 2014

    Distribucin mundial

    Diseo de forro:

    D.R. 2014, Centro de Investigacin y Docencia Econmicas, A. C.Carretera Mxico-Toluca, 3655, 01210 Mxico D. F.

    D.R. 2014, Fondo de Cultura EconmicaCarretera Picacho-Ajusco, 227; 14378, Mxico, D. F.

    Empresa certi.cada ISO 9001:2008

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    Se prohbe la reproduccin total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos

    ISBN

    Impreso en Mxico Printed in Mexico

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    Sumario

    Presentacin xi Prlogo xvii

    I. Vida: muchos Weber La obra de Max Weber 3 Friedrich H. Tenbruck

    Politesmo de valores. Re5exiones a partir de Max Weber 49 Wolfgang Schluchter

    La literatura en el pensamiento de Max Weber: Desencantamiento del mundo y retorno de los dioses 75 Jos M. Gonzlez Garca

    La racionalizacin en la historia de desarrollo de Max Weber 105 Gnther Roth

    Max Weber como educador 127 Wilhelm Hennis

    II. Obra: el todo y las partes Qu es la Sozialkonomik? 149 Keith Tribe

    La dominacin legtima 177 Stefan Breuer

    Patrimonialismo 197 Stefan Breuer

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    La crtica de Max Weber al sistema poltico y social de Alemania (1890-1920) 211 Joaqun Abelln

    Las comunidades de Max Weber. Acerca de los tipos ideales sociolgicos como medio de desustancializacin de la comunidad 237 Pablo de Marinis

    La sociologa weberiana de la religin: claves para su interpretacin 265 Eduardo Weisz

    Sociologa del derecho en Max Weber: economa, sociedad y derecho 287 Jos Luis Monereo Prez y Cristina Monereo Atienza

    La metodologa de Max Weber 313 Hans Henrik Bruun

    III. Weber y el Estado en Latinoamrica Max Weber y el Estado latinoamericano 341 Miguel ngel Centeno

    Max Weber y La ciudad. Una interpretacin a la luz de la experiencia hispanoamericana 363 Francisco Colom Gonzlez

    El concepto de patrimonialismo y su aplicacin al estudio de Mxico y Amrica Latina 391 Gina Zabludovsky Kuper

    Los avatares del carisma en el estudio del populismo latinoamericano 413 Carlos de la Torre

    Persuasin o dominacin en la sociedad mundial? Racionalidad, estatutos y portadores entre la Ilustracin y la UNESCO 439 lvaro Morcillo Laiz y Klaus Schlichte

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    Max Weber y la orientalizacin de Amrica Latina 475 Jess Souza

    La tica catlica y el espritu del capitalismo. Una lectura weberiana de la Teologa de la Liberacin 499 Michael Lwy

    IV. Las lecturas de Weber en Europa y Amrica La dominacin .lantrpica: La Rockefeller Foundation, El Colegio de Mxico, el Instituto di Tella, y las ciencias sociales en espaol (1938-1973) 517 lvaro Morcillo Laiz

    Max Weber en el Cono Sur 551 Juan Jess Morales Martn

    La recepcin controvertida de Max Weber en Brasil (1939-1979) 579 Glaucia Villas Bas

    Max Weber-Gesamtausgabe: origen y signi.cado 603 Edith Hanke

    Abreviaturas 625 ndice analtico 00 ndice general 633

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    Max Weber y La ciudadUna interpretacin a la luz de la

    experiencia hispanoamericana

    Francisco Colom GonzlezConsejo Superior de Investigaciones Cient.cas. Espaa

    El texto de Max Weber que ha llegado hasta nuestros das con el ttulo de La ciudad fue publicado por primera vez en 1921 en el Archiv fr Sozialwissenscha" und Sozialpolitik. Se trata de un manuscrito pstumo e incompleto encontrado por Marianne Weber entre los papeles de su marido que fue incluido en 1922 en el volumen recopilatorio de Economa y sociedad. Su redaccin se cree que tuvo lugar entre 1911 y 1914 y que formaba parte de una serie de escritos sobre histo-ria universal que deba llevar el nombre de Grundri der Sozialkonomik, aun-que no hay coincidencia entre los especialistas sobre este punto (Nippel 2000, 14-15; Breuer 2000, 76). Una alusin epistolar de Weber a su intencin de vin-cular la tipologa de las ciudades a las formas de dominacin no legtima llev a los editores de Economa y sociedad a incluir el texto en el captulo dedicado a la sociologa de la dominacin. Lo cierto es que esta caracterstica de los reg-menes urbanos tan slo es tratada en algunas partes del escrito, concretamente en las pginas dedicadas a los tiranos de la Antigedad y a la formacin de los rganos municipales de las ciudades medievales italianas por medio de la conjuratio de los burgueses. Weber interpret el surgimiento de los derechos estamentales urbanos y su a.rmacin poltica como una usurpacin original de los poderes seoriales legtimos (Weber 2000, 26-27), un autntico acto revolu-cionario, pues implicaba una subversin de las formas feudales de asociacin y una alteracin de las relaciones patrimoniales entre seores y estado llano.

    Las circunstancias que rodearon el descubrimiento del manuscrito, los cambiantes subttulos aadidos al mismo,1 as como la articulacin interna del

    1 Las denominaciones del texto han sido Formen der Stadt (Formas de la ciudad) en una carta de Ma-rianne Weber a la editorial Mohr en 1920; Die Stadt. Eine Soziologische Untersuchung (La ciudad. Un anli-sis sociolgico) en la primera edicin del Archiv fr Sozialwissenscha" und Sozialpolitik en 1921; y Die nichtlegitime Herrscha" - Typologie der Stdte (La dominacin no legtima - Tipologa de las ciudades) en la 4 edicin de Economa y sociedad (1956). Salvo indicacin contraria, las traducciones del alemn son mas y no siempre idnticas a la edicin de 1964 de Economa y sociedad en castellano.

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    texto y su ubicacin en las ediciones recopilatorias de la obra de Weber, han llevado a que se haya perdido buena parte de su sentido original. As, por ejem-plo, en los Estados Unidos el texto se public equiparndolo a los estudios de sociologa urbana de Robert E. Park y asimilando su perspectiva a una teora sistemtica del urbanismo y al paradigma del behaviorismo social (Martin-dale y Neuwirth 1958, 56 y 51). En Francia, Julien Freund lo present como un ejercicio interdisciplinar inspirado en la metodologa de los tipos ideales y como el anticipo frustrado de un estudio de Weber sobre las ciudades moder-nas (Freund 1982, 8-9). En Alemania, por el contrario, la recepcin de la teora urbana de Weber lleg a travs de los medievalistas, ya que su tipologa contra-pona el ethos poltico-militar de la Antigedad greco-romana al espritu fabril y comercial de las ciudades italianas y transalpinas de la Edad Media. La apari-cin del homo economicus, y con ello de las precondiciones para el surgimiento del capitalismo moderno, estaba ligada para nuestro autor a la distincin con-ceptual del burgus el habitante de la ciudad frente al campesino y, ms genricamente, a la diferenciacin social del trabajo en el medio urbano, un factor condicionado por la ubicacin geogr.ca de las ciudades la costa fren-te al interior y su posicionamiento con respecto a los intereses y las rutas del comercio. En trminos polticos, el rgimen corporativo de las ciudades me-dievales, con su tendencia a la homogeneizacin interna, representaba asimis-mo un anticipo de la vinculacin estatal con el sbdito, distinta del nexo perso-nal del seor con el vasallo.

    Algunos especialistas en la obra de Weber han sealado el carcter asiste-mtico de sus estudios urbanos y el escaso papel que stos desempean en el conjunto de la misma (Bruhns 2000). Sus trabajos inmediatos a la gnesis de La ciudad estn centrados en la estructura agraria de las sociedades antiguas y en el surgimiento de las asociaciones gremiales durante la Edad Media, as como en la tica econmica de las grandes religiones. Posteriormente, Weber impri-mi un nuevo giro a su carrera orientndola a las formas histricas de organiza-cin del trabajo, pero no puede encontrarse en su obra un tratamiento sistem-tico del capitalismo industrial en relacin con el desarrollo de las metrpolis modernas. El vnculo que une su estudio de las ciudades con las relaciones de propiedad en la Antigedad y las motivaciones religiosas de la empresa econ-mica reside en ltima instancia en la bsqueda de las precondiciones genticas del capitalismo y del Estado moderno. Su teora urbana debe insertarse por ello en el debate propiciado por Werner Sombart a comienzos del siglo xx con su monumental obra sobre los orgenes del capitalismo. En el volumen dedicado a la economa precapitalista, Sombart asign a las ciudades un papel clave como centros de consumo. Para l, lo que de.ne una ciudad desde un punto de vista econmico es su dependencia de la produccin ajena para el sustento cotidiano (Sombart 1902, 128). Poco tiempo despus de Sombart, Georg Simmel seal en

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    Max Weber y La ciudad

    un difundido ensayo el efecto individualizador que las grandes urbes ejercen sobre la subjetividad moderna (Simmel 1903). Weber colabor intensamente con ambos autores a lo largo de su vida, y la in5uencia de stos en su obra es palpable (Mommsen y Osterhammel, 1989). De hecho, su caracterizacin de la ciudad occidental recoge el debate de Sombart con los principales historiadores urbanos de la Alemania guillermina Otto Kallsen, Willi Varges y Georg von Below pero a diferencia de l, Weber intent esbozar un concepto jurdico-poltico de la ciudad para contrastarlo en distintas pocas y culturas.

    En el primer captulo de su texto, Weber clasi.ca someramente las ciuda-des en funcin de su especializacin econmica. La ciudad de consumidores (Konsumentenstadt) se caracteriza por depender de la capacidad consuntiva de grandes usuarios, ya sean estos seores territoriales, funcionarios o rentistas. Los dos primeros casos constituyen subtipos de ciudad que Weber cali.ca res-pectivamente de principescas (Frstenstadt) y funcionariales (Beamtenstadt). Se trata de centros territoriales erigidos en recolectores de ingresos de tipo pa-trimonial y poltico. En el caso de que las rentas urbanas provengan de la acti-vidad comercial o industrial, su clasi.cacin cae bajo el tipo de la ciudad de productores (Produzentenstadt). Por ltimo, atendiendo a la relacin con el medio rural, Weber distingue la ciudad agraria (Ackerbrgerstadt) tpica de la Antigedad, en las que los habitantes son autosu.cientes aunque generen oca-sionalmente un excedente mercantil.

    Esta tipologa urbana no vuelve a aparecer en el texto. Ms adelante Weber introduce la categora de la ciudad patricia (Geschlechterstadt) para establecer las similitudes y diferencias entre las urbes de la Antigedad clsica y las de la Edad Media. Tales distinciones se subsumen .nalmente en el tipo ms amplio de la ciudad occidental, cuyo contraste con la ciudad oriental volver a surgir en sus estudios sobre religin. Pese a su advertencia de que las ciudades represen-tan siempre tipos mixtos en la realidad, la heterogeneidad de las tipologas aplicadas ha llevado a cuestionar la coherencia de sus criterios y a alimentar la impresin de que el texto sobre la ciudad podra ser un ensamblado de varios fragmentos en el que la primera parte fue aadida a posteriori (Breuer 2000).

    Los criterios de clasi.cacin econmica le sirven a Weber para destacar que la ciudad necesita desarrollar una poltica global que asegure su abasteci-miento. El tamao, sin embargo, no de.ne el estatuto poltico de un conglome-rado urbano. Una ciudad presupone el desarrollo de una actividad mercantil, la especializacin productiva, estructuras de defensa (murallas) y una autono-ma jurisdiccional.

    No toda ciudad en el sentido econmico, ni toda fortaleza que en un sentido poltico-administrativo suponga un derecho particular para sus habitantes, cons-tituye una comunidad [Gemeinde]. La comunidad urbana, en el pleno sentido

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    del trmino, tan slo ha existido como fenmeno extendido en Occidente [] Para ello es preciso que se trate de asentamientos con un marcado carcter indus-trial-mercantil en el que coincidan los siguientes rasgos: 1. la forti.cacin, 2. el mercado, 3. tribunales y, al menos en parte, un derecho propio, 4. carcter asocia-tivo y, unido a ello, 5. autonoma, autocefalia parcial y administracin por medio de autoridades en cuyo nombramiento participen de alguna manera los burgueses (Weber 2000, 11)

    Pese a que podemos observar el surgimiento de ciudades en distintas zonas geogr.cas y momentos histricos, el proceso occidental de urbanizacin ofre-ce para Weber unas caractersticas extraordinarias. Esa especi.cidad va ms all de la mera diferenciacin del medio urbano frente al entorno rural. Estriba en la gnesis histrica de unas formas espec.cas de socializacin poltica y en el surgimiento de una clase urbana autnoma con intereses econmicos dife-renciados. La ciudad medieval, con su autocefalia poltica y los privilegios esta-mentales de sus habitantes, constituye para Weber una corporacin territorial (Gebietskrperscha") basada en una unin comunitaria (gemeindliche Einung), as como un eslabn histrico en el trnsito hacia el capitalismo y el Estado modernos. Su anlisis comienza con el mundo griego y termina en torno al si-glo XVII, cuando las ciudades europeas perdieron su autonoma en favor de las emergentes monarquas absolutas. Los rasgos generales de esta perspectiva ha-ban sido ya esbozados por Marx medio siglo atrs al sealar que:

    La historia antigua clsica es historia urbana, pero de ciudades fundadas en la pro-piedad de la tierra y la agricultura. La historia asitica es una especie de unin in-diferenciada entre la ciudad y el campo (las grandes ciudades pueden considerarse aqu como un mero campamento regio, una superposicin sobre la construccin propiamente econmica). La Edad Media (la poca germnica) parte del campo como sede de la historia y se desarrolla a continuacin como oposicin entre la ciudad y el campo. La [historia] moderna es ciudadanizacin [Verstdtischung] del campo, no ruralizacin [Verlndlichung] de la ciudad, como entre los antiguos (Marx 1983, 390-91)

    Si bien en Japn y China existieron asentamientos urbanos forti.cados y dotados de funciones mercantiles, Weber advierte su carencia de un estatus de derecho pblico y de una jurisdiccin comn y exclusiva para sus habitantes en calidad de sujetos urbanos (Stadtbrgerrecht). En algunos lugares de Asia las asociaciones de artesanos y comerciantes llegaron a gozar de cierta autono-ma y privilegios, pero de nuevo la vinculacin de stos con las ciudades fue algo contingente. Por ltimo, en la India la estructura hereditaria de castas y la separacin ritual entre profesiones impidieron la aparicin de una burguesa

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    Max Weber y La ciudad

    (Brgertum) y de comunidades urbanas (Stadtgemeinde) en sentido estricto. En Oriente,

    no exista un derecho urbano como el de la Antigedad y la Edad Media, ni tampoco se conoca el carcter corporativo de la ciudad [] Lo que falta aqu son las cualida-des estamentales espec.cas de los habitantes de la ciudad. Nada de ello se en-cuentra en China, Japn e India, y slo algunos principios de ello en Oriente prximo (Weber 2000, 12-13)

    La ciudad oriental aparece en la tipologa de Weber inserta en unas estruc-turas polticas ms extensas y sometida por ello a una doble forma de domina-cin patrimonial: la de la autoridad estatal y la del seoro local. La variante ms extrema de este tipo de dominacin estara representada por el sultanismo islmico, mientras que en la China imperial se ejempli.cara en su jerarquiza-cin estamental y en el Imperio Otomano en su feudalismo prebendario. La necesidad de regular las canalizaciones hidrulicas a gran escala estara asimis-mo en el origen de las grandes estructuras burocrticas de las monarquas orientales, que impidieron el desarrollo de formas militares autnomas en las ciudades. Los rasgos generales de esta tesis haban sido ya avanzados por los economistas clsicos y recogidos por Marx en los Grundrisse, con su esbozo de las formas precapitalistas de produccin (Marx 1983, 386). Esta idea sera desa-rrollada ulteriormente por Karl A. Wittfogel en su teora del despotismo hi-drulico, una forma poltica cuya clave estriba en impedir la consolidacin de cuerpos sociales independientes capaces de contrapesar o controlar la maqui-naria administrativa del poder central (Wittfogel 1966, 71).

    La doble supeditacin poltica (estatal/imperial y seorial) de las ciudades no fue desconocida en la historia europea, pero stas lograron aqu un grado transitorio de autonoma inexistente en otras latitudes. La nica similitud hist-rica que Weber reconoce con la ciudad europea medieval es la de la antigua polis griega. En ambos casos los rganos comunales fueron fruto de un acto re-volucionario de aglutinacin poltica: el sinoicismo de las poblaciones del tica y la conjura del estado llano en el Medievo. Este particular proceso de fraterniza-cin (Verbrderung) se debi a su autonoma militar (el ejrcito de hoplitas y las milicias urbanas, respectivamente) y a la con5uencia religiosa de los distintos grupos reunidos en ellas. En Grecia, esa unin fue propiciada por la ausencia de un monopolio sacerdotal del culto, mientras que en el periodo cristiano lo fue por el propio impulso ecumnico del mismo. Diferentes fueron, sin embargo, la naturaleza de sus elementos constitutivos los gremios en un caso, sin equiva-lente en el mundo antiguo y el tipo de oposicin entre ellos la propiedad de la tierra en un caso, el capital manufacturero y comercial frente al trabajo asala-riado en el otro . El ciudadano de la Antigedad, a diferencia del burgus me-

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    dieval, era un ciudadano labrador (Ackerbrguer) y derivaba sus derechos de la posesin de un terreno de cultivo. La ciudad clsica careci, sin embargo, de proyeccin mercantil y nunca lleg a superar la naturaleza eminentemente mili-tar de sus fratras ni su orientacin econmica hacia el botn de guerra.

    La asociacin de ciudadanos libres formando parte de una misma comuni-dad jurdica y con privilegios estamentales ligados a su especializacin econ-mica, constituye para Weber un fenmeno excepcional que impuls la autoce-falia de las ciudades medievales, erosion el rgimen feudal y favoreci la racionalizacin del derecho esto es, su desvinculacin del estatus personal . A diferencia de formas asociativas naturales ligadas al parentesco o la descen-dencia (como la phyl griega y la gens romana), las corporaciones urbanas me-dievales eran agrupaciones arbitrarias que amparaban la igualdad jurdica de sus integrantes.

    Al fundarse las ciudades, el burgus ingresa a la ciudadana como individuo, y como tal jura la conjuratio. Su posicin jurdica como burgus viene garantizada por su pertenencia personal a la asociacin urbana local, no al linaje o a la tribu (Weber 2000, 24)

    La disolucin de los vnculos de linaje se vio favorecida en Occidente por el universalismo cristiano, un proceso que ni el Islam ni el hinduismo fueron ca-paces de impulsar en las sociedades orientales.

    Lo decisivo en el desarrollo de la ciudad medieval hasta llegar a convertirse en una asociacin fue que los burgueses, en una poca en que sus intereses econmicos les impulsaban a una socializacin [Vergesellscha"ung] de tipo institucional, no se vieron impedidos en ello por limitaciones mgicas o religiosas ni por la adminis-tracin racional de una asociacin poltica superior (Weber 2000, 26)

    Las ciudades medievales impulsaron un proceso de nivelacin social entre siervos y hombres libres (el aire de la ciudad hace libre), al tiempo que gene-raron nuevas formas de diferenciacin entre los grupos de notables, las distin-tas corporaciones artesanales y el pueblo llano. Pero por detrs de formas hori-zontales de asociacin como cofradas, gremios artesanales y guildas de comerciantes, Weber reconoce en la ciudad medieval unas pautas de confrater-nizacin poltica ausentes en otros contextos. La formacin de los rganos co-munales en el sur y el norte de Europa ilustra este proceso. El popolo de la Italia medieval era un concepto poltico, no econmico, que agrupaba a los sectores ocupados en actividades comerciales y fabriles (popolo grasso y popolo magro) opuestos al dominio de las familias patricias (magnati). La autonoma .nancie-ra, administrativa y militar del popolo frente al magistrado de la ciudad (el

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    podest) le permita nombrar sus propios capitani y lo converta, segn Weber, en una agrupacin poltica conscientemente ilegtima y revolucionaria, un autntico Estado dentro del Estado (Weber 2000, 58). Estos derechos corpo-rativos de naturaleza urbana se derivaban de una usurpacin de privilegios arrancados a los estamentos seoriales. Tales privilegios, presentados por los interesados como derechos originarios, eran contrarios al rgimen vigente de dominacin legtima, si bien con el tiempo solan ser sancionados por las crni-cas como una concesin seorial. Estos derechos entraran .nalmente en con-5icto con las emergentes monarquas absolutas y no se libraron del declive his-trico de las formas econmicas feudales.

    Al comienzo de la Edad Moderna la mayora de las ciudades europeas se encontraba gobernada por castas de notables de origen burgus o por una no-bleza aburguesada. Weber atribuye esa decadencia de la autocefalia municipal a la creciente concentracin de las lites urbanas en actividades lucrativas, a la profesionalizacin de las funciones militares y al desarrollo de un estamento de notables locales interesados en los asuntos de la corte. El burgus (Brger) como habitante de la ciudad e integrante de una clase animada por intereses lucrativos, fue para nuestro autor el producto de una determinada fase de la historia europea, un intermezzo tras el cual la ciudad dej de tener relevancia y se vio sustituida por el Estado como marco institucional para el desarrollo del capitalismo.

    Las ciudades vieron as arrebatada su soberana militar, judicial y comercial. For-malmente en nada cambiaron sus antiguos derechos, pero lo cierto es que con la Edad Moderna perdieron su libertad de la misma manera como sucedi en la An-tigedad con la ereccin del imperio romano (Weber 2011, 368)

    LA CIUDAD COLONIAL HISPANOAMERICANA COMO VARIANTE DE LA CIUDAD OCCIDENTAL.

    La obra de Weber estuvo muy pronto disponible en castellano, gracias en bue-na medida a los esfuerzos de algunos acadmicos espaoles exiliados en Mxi-co tras la guerra civil, con Jos Medina Echevarra a la cabeza (Morcillo Laiz 2008). Pese a ello, su recepcin en Amrica latina se vio condicionada por di-versos factores, como la precaria estabilidad profesional de sus introductores y la larga hegemona acadmica del marxismo en la regin. La interpretacin fragmentada de sus trabajos entre distintas disciplinas y las escasas menciones directas de Weber al mundo ibrico disminuyeron su per.l ante generaciones enteras de estudiosos iberoamericanos. Aun as, algunas categoras de su socio-loga de la dominacin como el patrimonialismo o el caudillismo han en-

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    contrado un frtil terreno en la interpretacin de las sociedades y de la cultura poltica de la regin (Morse 1964; Gngora 1998; Dealy 1977; Paz 1983; Zablu-dovsky Kuper 1993). Dada la importancia de las ciudades en la colonizacin de la Amrica espaola y en el posterior desarrollo histrico de sta, la teora ur-bana de Weber posee un potencial que ha sido escasamente aprovechado. Lo cierto es que su obra sobre la ciudad incluye implcitamente una subtipologa de la ciudad mediterrnea, aunque no alude a Espaa ms que una sola vez (Weber 2000, 73) y en ningn caso menciona las ciudades latinoamericanas ni las civilizaciones urbanas precolombinas.

    Si admitimos que el texto de Weber adquiere pleno sentido en el terreno ms amplio de su inters por los orgenes del capitalismo moderno, tales au-sencias resultan quiz menos llamativas. Los 5ujos mercantiles y de metales preciosos desde Amrica hacia Europa guardan ciertamente relacin con la g-nesis del capitalismo moderno, pero en el plano social las formaciones que aqu nos interesan discurrieron en el sentido contrario. La colonizacin de Amrica forma parte de la dinmica de expansin occidental por el globo. La proliferacin de ciudades en la Amrica espaola proyect sobre el Nuevo Mundo un proceso de consolidacin urbana cuyas condiciones sociales, polti-cas y culturales haban madurado en Europa durante la alta Edad Media y cul-minaron en el Renacimiento. Las sociedades coloniales, aunque sometidas a la dependencia de la metrpolis, fueron por ello a su manera sociedades occiden-tales. La ciudad hispanoamericana constituye en este sentido una variante de la ciudad occidental y en ella pueden reconocerse muchos de los rasgos descritos por Weber en su obra. Aun as, la transposicin de las categoras urbanas euro-peas a Amrica debe ser matizada, ya que no slo existe un desfase de varios siglos entre los procesos descritos por Weber y el desarrollo de las ciudades al otro lado del Atlntico. Su estrati.cacin interna fue asimismo cualitativamen-te distinta de la europea. El estudio comparado de los procesos de urbaniza-cin en el Viejo y en el Nuevo Mundo nos permite comprender mejor las ca-ractersticas propias de la historia social y poltica hispanoamericana y sus vnculos, similitudes y diferencias con la historia europea.

    Desde el municipium romano, las cartas pueblas de la Edad Media y la co-lonizacin de Amrica, hasta las sublevaciones independentistas, la proclama-cin de las soberanas nacionales y los movimientos populistas del siglo xx, uno de los rasgos ms caractersticos de la tradicin poltica hispana ha estri-bado en su ntima conexin con las formas urbanas. El hecho de que las Co-munidades de Castilla y las Germanas valencianas cayeran ante Carlos V poco antes de que lo hiciera Tenochtitln ante Hernn Corts adquiere as un signi-.cado especial. Tales acontecimientos marcaron el ocaso poltico de las ciuda-des en la pennsula ibrica, pero anunciaban el incipiente protagonismo que stas asumiran en la ocupacin del Nuevo Mundo. La caracterizacin de las

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    Max Weber y La ciudad

    ciudades ibricas medievales resulta de especial importancia para comprender los patrones polticos, jurdicos e institucionales que impregnaron el proceso de urbanizacin hispanoamericano. Como es sabido, Weber cifr la especi.ci-dad histrica de la ciudad europea en su autonoma jurisdiccional, que se apo-yaba en los intereses econmicos y anti-seoriales de los estamentos urbanos.

    El nacimiento de la asociacin urbana autnoma y autocfala de la Edad Media, con su concejo municipal y su cnsul, mayor, alcalde o burgomaestre a la cabeza, es un acontecimiento que se diferencia esencialmente no slo de todo el desarrollo de la ciudad en Asia, sino tambin en la Antigedad europea (Weber 2000, 26)

    Este proceso tuvo una variante transalpina y otra meridional. Al norte de los Alpes tendi a darse una neta separacin entre el medio urbano de los bur-gueses y el hbitat rural de los seores, as como una temprana disolucin de los vnculos de linaje. En las ciudades hanseticas, la funcin protectora de s-tos fue suplida por las hermandades juradas (Schwurbrderscha"en), que asu-mieron un papel central en la creacin de los rganos municipales. En el sur de Europa, por el contrario, el vigor de las ciudades atrajo a su seno a la clase no-biliaria. En Francia, y sobre todo en Italia, la constitucin de las comunas tuvo generalmente lugar mediante la expropiacin de los poderes seoriales legti-mos a travs de la conjura de los burgueses.

    Las ciudades ibricas comportan algunas peculiaridades en el marco de la tipologa weberiana. Los burgos que 5orecieron a lo largo del Camino de San-tiago durante la alta Edad Media reproducen algunos rasgos de las ciudades centroeuropeas como sus gremios y cofradas y de las meridionales las conjuras de los burgueses francos contra los poderes de abades y seores, tal y como ocurri en Sahagn, Lugo, Carrin, Burgos, Palencia y Santiago . Ms al sur de la pennsula el patrn urbanizador fue muy distinto. El factor diferen-cial reside en el peculiar rgimen feudal ibrico, condicionado por la reconquis-ta de los reinos musulmanes. Los reyes cristianos dependan de la concesin de mercedes y privilegios a sus sbditos para ganar nuevos territorios. La repobla-cin del valle del Duero fue llevada a cabo durante el siglo X por pequeos monasterios y particulares al amparo de concesiones alodiales (el derecho de presura). En una segunda fase la colonizacin se organiz mediante concejos urbanos, a los que se asignaba su correspondiente alfoz. Al sur del ro Tajo el protagonismo de la reconquista corri a cargo de las rdenes militares, mien-tras que en el ltimo periodo se recurri al sistema de donados y repartimien-tos entre la nobleza, las rdenes y los concejos. En estas circunstancias, las ciu-dades cristianas a diferencia de los grandes ncleos musulmanes del sur se vieron abocadas a funciones preponderantemente defensivas, eclesisticas y agropecuarias en detrimento de las actividades comerciales (Powers 1988).

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    Esto permiti la consolidacin de una clase hidalga urbana los caballeros vi-llanos e infanzones y la obtencin de un estatuto propio los fueros que las protega frente a las servidumbres feudales, pero debilit el desarrollo del comercio y, consiguientemente, de los gremios. Para una ciudad castellana ser libre signi.caba estar bajo la jurisdiccin directa del rey y, por tanto, no some-tida a vasallaje bajo ningn seor. El rey poda modi.car las leyes y alterar los fueros, pero en cuanto patrimonio real, el territorio de la ciudad era inaliena-ble. Slo las ciudades martimas mediterrneos con una fuerte proyeccin co-mercial y manufacturera las sdeuropische Seestdte como Barcelona, Va-lencia y Palma de Mallorca, en la terminologa de Weber (Weber 2000, 31, 81, 89) experimentaron conjuras comunales similares a las francesas e italianas.

    En Castilla, por el contrario, la gran crisis poltica de las ciudades vino dada por la Guerra de las Comunidades (1519-1521). Este con5icto ha sido in-terpretado en ocasiones como un enfrentamiento entre la concepcin patrimo-nialista de Carlos de Gante, quien recibi el trono de Castilla como herencia familiar borgoona, y una nocin ms moderna y democrtica de la libertad como participacin en un gobierno propio por parte de los comuneros (Maravall 1979). Tambin ha sido interpretado en un sentido opuesto, como una reaccin medieval de las ciudades contra el impulso homogeneizador del Estado absolutista (Valden 1996). El movimiento comunero de las ciudades castellanas contrasta con el patrn sealado por Weber, ya que en l con5uyen tipos urbanos econmicamente muy distintos y resulta notable la ausencia de protagonismo de los gremios. La instauracin de una Junta Comunera con re-presentacin de las ciudades alzadas constituy un acto usurpatorio contra el poder legtimo del Emperador, pero el cuerpo poltico que traslucen los textos comuneros no son ya las ciudades, sino el reino.

    La combinacin de iniciativa privada y patrocinio real practicado durante la reconquista peninsular volvera a repetirse en las colonizacin espaola de Am-rica. Este rasgo, unido a la debilidad de las tradiciones burguesas ibricas, marca-ra la naturaleza patrimonialista del Estado indiano y el per.l de las ciudades co-loniales (Morse 1972, Gngora 1998). stas se convirtieron en lugar de residencia de una clase de criollos notables (encomenderos, terratenientes, comerciantes, funcionarios reales y municipales) que di.ere de la aristocracia europea tanto en el origen de sus prerrogativas (derivadas del patrimonialismo colonial) como en su composicin social y prcticas econmicas. Los criollos son burgueses en la medida en que habitan en las ciudades y hacen valer sus derechos en calidad de vecinos de las mismas, pero no reproducen la actitud mercantilista ni las tenden-cias lucrativas de los burgueses europeos. Antes al contrario, desarrollan y emu-lan actitudes seoriales (hidalguismo). En las ciudades coloniales hispanoameri-canas se dieron tensiones internas y rivalidades territoriales, pero tales con5ictos no enfrentaron a un estado llano urbano con una clase seorial, sino a una oli-

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    Max Weber y La ciudad

    garqua criolla que copaba los puestos municipales con la autoridad ejecutiva de la Corona, ejercida por funcionarios reales a travs de las Audiencias.

    La ciudad se convertira en el ncleo administrativo de la sociedad hispa-noamericana y en el lugar por excelencia de su vida social y cultural. La polti-ca colonizadora impuso un patrn urbano uniforme y un sistema jerrquico de ciudades que, como advirti Solrzano, replicaba el modelo romano de las metrocomiae (cabezas de partido). Las ciudades coloniales se constituyeron as en cabezas territoriales y en centros jurisdiccionales, aunque careciesen de la autocefalia de las ciudades medievales europeas. A diferencia de Brasil, donde la colonizacin se apoy inicialmente en factoras costeras y se gest una socie-dad de grandes propietarios agrarios, o de la Nueva Inglaterra, donde los colo-nos ingleses se identi.caron con valores religiosos encarnados en la vida rural, la Monarqua Hispnica organiz desde el principio su imperio colonial con una mentalidad decididamente urbana. Esto no signi.ca que la explotacin del campo, de las encomiendas o de las minas fuese desatendida, ni que el grueso de la poblacin se estableciese en las ciudades. Signi.ca ms bien que la ocupa-cin y administracin de sus posesiones se organiz mediante una red jerr-quica de jurisdicciones urbanas. Desde entonces, el poder poltico en Ibe-roamrica ha residido tradicionalmente en las ciudades. All donde stas haban sido creadas por las civilizaciones indgenas, como Tenochtitln y Cuz-co, los espaoles se aposentaron en ellas para refundarlas. Donde no fue as, es decir, en la inmensa mayora del continente, la fundacin de ciudades marc las pautas de ocupacin del territorio.

    En 1580 se contaban ya ms de doscientas ciudades y villas en las Indias. Hacia 1630 el nmero se haba incrementado por encima de las trescientas (Elliott 2006). Su ubicacin fsica sola responder a necesidades prcticas y es-tratgicas. Desde un punto de vista econmico, la mayora de los ncleos colo-niales no lleg a alcanzar durante largo tiempo los criterios que Weber maneja para considerarlos ciudades. En los primeros aos de la conquista los enclaves urbanos apenas aspiraban a la autosu.ciencia o a convertirse en bases de apro-visionamiento para ulteriores expediciones. Por ello en Amrica latina, ms que en Europa, el estatuto de las ciudades viene marcado por su naturaleza ju-rdico-poltica, como parte de una estrategia colonizadora. La fundacin de ciudades, necesariamente rudimentarias en sus inicios, representaba la mate-rializacin de los derechos territoriales concedidos por la Corona mediante ca-pitulacin lo que Weber denomina fundacin mediante estatuto pactado u otorgado (Weber 2000, 27) pero re5ejaba asimismo una tradicin cultural y una ideologa (Morse 1972; Romero 1976). El espritu urbanocntrico de la co-lonizacin espaola replicaba la concepcin clsica de la vida ciudadana como la forma ms perfecta de sociabilidad. sta era una idea muy extendida en las corrientes escolsticas, humanistas y quilisticas que dominaban la teora pol-

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    tica ibrica de los siglos XVI y XVII. Para la mentalidad renacentista espaola, impregnada de valores aristotlicos y ciceronianos, slo la vida urbana y su correlato arquitectnico re5ejaban formas de vida civilizada. La ciudad, segn recogan los comentarios de Santo Toms a La poltica de Aristteles, es una sociedad perfecta, ya que en ella en sus condiciones materiales, jurdicas y polticas encuentran los hombres todo lo necesario para la vida buena. Juan de Solrzano, en su Poltica indiana, record por ello la obligacin de la Coro-na de mover a los indios a vivir con forma poltica, sacndolos de su hbitat natural para reducirlos en poblados.

    Los reyes y prncipes que tienen el gobierno a su cargo, pueden mandar, obligar y forzar a aquellos vasallos suyos que viven esparcidos y sin forma poltica en los montes y campos que se reduzcan a poblaciones, usando y ejerciendo en esta par-te uno de los .nes para que fueron constituidos, y como buenos tutores y curado-res, dirigiendo y persuadiendo a los que por su barbarismo o rusticidad no lo al-canzan, lo mucho que les importan estas agregaciones; y dejarse guiar y gobernar en la forma que les granjea tantos provechos y es ms ajustada a la razn natural (Solrzano Pereira 1648, 204).

    La fundacin de ciudades en Amrica se inscribe en las prcticas simbli-cas y polticas de apropiacin del territorio. Las ciudades coloniales trataban de .jar fsica y jurdicamente a la poblacin, mitigando as los efectos disgregado-res de las expediciones de conquista. Esta frmula permita asimismo legitimar maniobras usurpatorias en las con5ictivas relaciones de los conquistadores en-tre s y con la Corona. Conviene recordar, por ejemplo, que el pacto con el que sell Corts su determinacin de conquistar el imperio mexica se plasm en una fundacin urbana, la de la Villa Rica de la Vera Cruz, lo que le permita paliar la carencia de capitulaciones y su desobediencia al gobernador de Cuba. De acuerdo con el derecho municipal castellano, la fundacin de una ciudad autorizaba a formar Cabildo, elegir al capitn de la tropa y apelar directamente al rey (Frankl 1962). Un ritual similar, la fundacin de Santiago de la Nueva Extremadura, le sirvi a Pedro de Valdivia en Chile para rea.rmar su autono-ma frente a Almagro y los hermanos Pizarro. Aun tratndose de un simple y tosco campamento, su ereccin jurdica con nombramiento de alcaldes y regi-dores lo transformaba legalmente en una repblica de moradores. La funda-cin de una ciudad testimoniaba ante la Corona la poblacin efectiva del terri-torio y el derecho de precedencia frente a posibles huestes rivales. Este fue el caso de la fundacin de Santaf de Bogot, en la que Gonzalo Jimnez de Que-sada se adelant por pocos meses a las expediciones de Sebastin de Belalczar y de Nicols Federmann. Por ello, la ciudad segua siendo la misma aun cuan-do cambiase de emplazamiento, como ocurri con frecuencia durante el perio-

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    Max Weber y La ciudad

    do inicial de la conquista. Lo que le confera su derecho de ser eran los vecinos, ya que por muy importante que sea su fundador, y por muchos ttulos que posea para erigirla, [la ciudad] es inexistente sin los vecinos, como se extingue cuando stos la abandonan, esto es, la despueblan (Ramos Prez 1983, 129).

    Estas prcticas de apropiacin del territorio contrastan con las desarrolla-das por otras naciones. Entre los colonos ingleses, por ejemplo, el reconoci-miento de la propiedad de la tierra dependa de la construccin de una morada y del cercado y cultivo del terreno (to make habitation and plantation). La creacin de una nueva comunidad civil no se plasmaba necesariamente en un ritual jurdico, al estilo de las Ordenanzas de descubrimiento castellanas, sino por la invocacin de una alianza teolgica ante Dios y los dems, como hicie-ron los puritanos del May)ower (Seed 1995; Bradford 1952). El modelo urbano de la colonizacin espaola di.ri tambin de los sistemas seoriales que, con distintas variaciones, ensayaron en Amrica portugueses y franceses. Las capi-tanas donatarias, empleadas en Brasil para proyectar hacia el interior del conti-nente la empresa colonizadora, hacan recaer en sus bene.ciarios la responsabi-lidad de desarrollar, proteger y administrar el territorio. Los senhores donatrios disfrutaron as de derechos jurisdiccionales negados a los encomenderos espa-oles. Las Cmaras municipales brasileas preservaron tambin un mayor gra-do de representatividad poltica que los Cabildos hispanoamericanos, ya que sus cargos nunca fueron venales. Sin embargo, en su conjunto, la funcin colo-nizadora del sistema de donaciones fracas, siendo sustituido a mediados del siglo XVI por gobernadores dependientes directamente de la autoridad real. El sistema de seigneuries practicado por los franceses a orillas del ro San Lorenzo se asemeja en algunos aspectos al rgimen brasileo, aunque a menor escala. El seigneur de la Nueva Francia, como el donatario portugus, asuma el compro-miso de poner en valor el terreno otorgado por la Corona. Para ello deba re-partir lotes de tierra entre sus censatarios, que quedaban ligados al seor por obligaciones tributarias y de corvea. Este sistema resultaba particularmente e.-caz para el aprovechamiento de las redes 5uviales que, desde la Gaspsie hasta la Luisiana, servan de base a la colonizacin francesa en Norteamrica, pero di.cultaba sobremanera la formacin de ncleos urbanos. La proliferacin de pequeas explotaciones agrarias a lo largo de la baha de Chesapeake, en Virgi-nia, ejerci un similar efecto disgregador entre los colonos ingleses de la zona.

    PATRIMONIALISMO Y GOBIERNO URBANO EN LA SOCIEDAD COLONIAL.

    El sistema de dominacin espaol en Amrica responde a grandes rasgos a lo que Weber describe bajo su tipologa de la burocracia patrimonial. Los reinos

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    eran patrimonio del monarca y ste los administraba de acuerdo con sus inte-reses personales y dinsticos. Aunque derivado del feudalismo ibrico, el rgi-men colonial tuvo que acomodarse a las condiciones de las nuevas sociedades de ultramar. stas se sedimentaron muy pronto en un sistema de castas que difera de la sociedad matriz en aspectos importantes. Espaoles y naturales estaban obligados por ley a morar en sus respectivas repblicas, pero la depen-dencia de la mano de obra nativa oblig a que las ciudades de espaoles se ro-dearan de barrios o pueblos de indios. La reduccin de los nativos a formas de vida urbana semejantes en apariencia a las castellanas gener procesos sociales con caractersticas propias. Los Cabildos indgenas gozaron de cierta autono-ma, pero la oposicin entre las instituciones del cacicazgo, el municipio y el corregimiento corra necesariamente en detrimento de los indios del comn y vaci progresivamente su signi.cado (Solano 1983). Aun as, las repblicas de indios lograron pervivir en algunos casos hasta la independencia y durante buena parte del siglo xix constituyeron una plataforma para oponerse a la pri-vatizacin de sus tierras comunales.

    La estructura de las dos repblicas institucionaliz en la Amrica colonial formas diferenciadas de subordinacin a la Corona, ya que los indgenas, aun-que reconocidos como sbditos, estaban afectados por un estatuto de minori-dad y sometidos a un rgimen tributario espec.co. De hecho, dado el acelera-do proceso de miscegenacin y de migracin interna, la categora de indio termin por de.nir ante todo un estatuto .scal y personal, ms que directa-mente tnico. Con el tiempo aparecieron otros grupos sociales con un peso creciente en la vida de la colonia. De entre ellos sobresali el de las castas, una imprecisa categora tnica que inclua a libertos, mulatos, mestizos, zambos e indgenas alienados de sus comunidades, y cuya nica caracterstica comn se limitaba a su exencin de la servidumbre y del pago del tributo real. En este sistema la vida social, religiosa y profesional de los sectores urbanos se organi-zaba en torno a cofradas, hermandades y gremios, pero estas formas de aso-ciacin posean un carcter etno-corporativo desconocido en Europa y no des-empearon un papel poltico equivalente.

    Para el estamento criollo, alimentado por las sucesivas oleadas migratorias, la posesin seorial de la tierra y el trnsito generacional del comercio al latifundio constituan la principal fuente de prestigio y la certi.cacin de su ascenso en la escala social. Pero si la propiedad de la tierra otorgaba estatus, era la vida en la ciudad lo que permita hbitos civilizados. Las casas blasonadas que todava hoy salpican el centro de las antiguas ciudades coloniales atestiguan la vocacin urba-na de sus clases propietarias, quienes solan buscar en los cargos municipales una fuente adicional de prestigio e in5uencia. La mentalidad de la lite criolla fue por ello decididamente urbana, pero no se acomod al modelo de la ciudad mercan-til y burguesa, sino al de corte o, por emplear la categora de Richard Morse, al de

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    Max Weber y La ciudad

    ciudad agro-administrativa (Morse 1971), dependiente para su subsistencia de su posicin en la red de jerarquas urbanas de la colonia y de los ingresos derivados de la agricultura, la ganadera y la minera. Cada ciudad cabecera contaba con un hinterland de poblaciones subordinadas. La ciudad de Mxico, por ejemplo, sede cortesana de la Nueva Espaa, acumulaba en su seno la autoridad poltica, eco-nmica y eclesistica, que irradiaba al resto del Virreinato. Estas caractersticas la aproximan a la ciudad principesca (Frstenstadt) de Weber, un subtipo de la ciu-dad de consumidores. Ms all de este esquema general, la tipologa funcional de las ciudades hispanoamericanas se decidi durante el trnsito de la conquista a la colonizacin (Lucena Giraldo 2006). Muy pronto las ciudades constituidas en sedes virreinales o de Audiencias, Capitanas y obispados (Mxico, Lima, Pana-m, Santo Domingo, Guatemala, Bogot, Santiago) se diferenciaron de sus su-bordinadas, pero tambin de ciudades de produccin minera como Zacatecas, Huancavelica o Potos. Algunas ciudades costeras como Veracruz, Cartagena y Portobelo, cabeceras regionales de las 5otas de Indias, se especializaron en la ex-portacin de metales preciosos, el comercio con la pennsula o la importacin de esclavos. Ms al sur Valparaso, Buenos Aires y, tardamente, Colonia de Sacra-mento se convirtieron en activos puertos de contrabando hacia el interior del continente. Otras ciudades se consolidaron en torno a una universidad, como la de Chuquisaca en Charcas o la de San carlos en Guatemala. La poltica de defen-sa de los Borbones llev por ltimo a reforzar la funcin estratgica de algunas plazas fuertes costeras, como Montevideo, Cartagena y La Habana, que vieron combinada su tradicional actividad comercial con su papel logstico y militar.

    El periodo fundacional estuvo marcado por la pugna entre las ambiciones patrimonialistas de la oligarqua colonial y los esfuerzos de los funcionarios reales por circunscribir sus privilegios. Tan pronto como el mundo pico de la conquista se transmut en un entramado jurdico regido por funcionarios y leguleyo la ciudad letrada famosamente descrita por ngel Rama (2004) la hidalgua se torn en la ideologa social hegemnica. La actividad mercantil no estaba reida con ello. De hecho, todos los funcionarios reales, desde el Virrey hasta el corregidor, se lucraban con las oportunidades ofrecidas por la nueva sociedad de frontera, pero el comercio con las Indias qued muy pronto con.-nado en redes familiares controladas desde la Casa de Contratacin y los Con-sulados de mercaderes. La estrati.cacin tnica y la dependencia del patrimo-nialismo burocrtico crearon as un patriciado urbano ajeno en su composicin social y actitudes seoriales al desarrollado por el mercantilismo europeo. Su condicin oligrquica descansaba en el usufructo monopolista de la fuerza de trabajo nativa a travs de la encomienda y el repartimiento. sta fue la nica fuerza laboral disponible hasta la importacin masiva de esclavos africanos, ya que tanto criollos como peninsulares desdeaban el trabajo manual. Su asigna-cin, sin embargo, competa en exclusiva a la autoridad real.

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    Los conquistadores y sus descendientes intentaron transformar el recono-cimiento de su empresa pica en un estatus feudal. Este peculiar proceso de seorializacin, nunca concluido a total satisfaccin de los interesados, supo-na sancionar de una sola vez lo que en Europa, en el mejor de los casos, hubie-se requerido varias generaciones. A diferencia del feudo medieval, la enco-mienda americana representaba una asignacin temporal de trabajo vivo, no de patrimonio fundiario. Tras un lapso de tiempo que vari con las sucesivas reformas de la institucin, el derecho de usufructo de la misma reverta en la Corona, quien nunca estuvo dispuesta a reconocer competencias jurisdiccio-nales a los encomenderos. Era, pues, exclusiva potestad de la Corona adjudicar las encomiendas, otorgar o vender cargos pblicos, hacer mercedes de tierras y ejercer, al menos nominalmente, la tutela sobre los nativos. La monetarizacin del tributo indgena, convertido en un impuesto de capitacin a mediados del siglo XVI, vino a equiparar la relacin entre indios y encomenderos a la de los pecheros castellanos con sus seores, pero la reversibilidad de la encomienda y su celoso control por la Corona socavaron los cimientos del rgimen seorial indiano, que qued a medio camino entre el feudalismo tributario y el Estado patrimonial burocrtico (Gngora 1998).

    En la cspide de la burocracia civil de la colonia se ubicaban los virreyes y gobernadores, as como los oidores y .scales de las Audiencias. Estos cargos representaban directamente la autoridad de la Corona en Amrica y solan ser ejercidos, aunque no de forma exclusiva, por peninsulares. En cualquier caso, implicaban su desempeo fuera de la regin de origen de sus titulares. En un segundo nivel se situaban los funcionarios de los tribunales de cuentas, em-pleados reales y o.ciales medios de las Audiencias. Los cargos militares y mu-nicipales que suponan jurisdiccin sobre espaoles (capitanes generales, alf-reces mayores, alcaldes mayores y corregidores) solan reclutarse entre la casta de notables locales. Al .nal del escalafn y del nivel de prestigio se encontra-ban los empleos destinados al control de los indgenas, como el de corregidor de indios. Por detrs de la lgica patrimonial que rega todo este sistema es posible reconocer, sin embargo, una serie de prcticas de racionalizacin jur-dica y administrativa destinadas a dar respuesta a las di.cultades generadas por la colonizacin (Leyes Nuevas, Recopilacin de Leyes de Indias, sistema de Intendencias) y un ncleo de valores racionales, en el sentido weberiano del trmino. Estos valores se resuman en:

    Una formacin profesional acadmica basada en la herencia del derecho romano; una visin de la sociedad como idealmente debera ser, lo que re5ejaba una visin coherente del mundo consagrada en el derecho natural y divino; una tendencia a la organizacin sistemtica en el nombramiento de los o.ciales reales []; una supervisin de sus vidas privadas con el .n de asegurar el cumplimiento de sus

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    Max Weber y La ciudad

    deberes pblicos o, en otras palabras, con el .n de asegurar el ideal de la burocra-cia como institucin (Gngora 1998, 101).

    El Estado indiano mostraba una serie de similitudes y diferencias con el siste-ma burocrtico peninsular. Entre los rasgos peculiares de su cultura administrati-va destacan la elasticidad en la aplicacin de las leyes, el solapamiento de funcio-nes y la necesidad de labrar amplios consensos entre los intereses dominantes en la sociedad colonial. La .gura del rey, jams vista pero ubicuamente imaginada, encarnaba el orden social e institucional de la Monarqua. La institucin monr-quica estaba constituida por la real persona ms el entramado administrativo y el cuerpo de derecho pblico que la rodeaba. Su inters primordial consista en pre-servar su papel como piedra angular sobre la que se sostena todo ese orden. El carcter absoluto de su legitimidad poltica no equivala en ningn caso a una declaracin de omnipotencia. La Monarqua poda castigar o recompensar, tran-sigir o verse obligada a recti.car, pero en cualquier circunstancia deba salva-guardar la representacin simblica de su supremaca. La negociacin constante de la Corona con las lites coloniales sobresale as como un imperativo central del sistema. Los criollos demostraron ser excelentes negociadores y aprovecha-ban las distintas coyunturas para modular la aplicacin efectiva de las leyes, lo que se tradujo en toda una serie de convenciones jurdicas y acomodos adminis-trativos. Por otro lado, la superposicin de competencias y la contraposicin de intereses locales le permitan a la Corona ejercer un control remoto sobre las au-toridades ultramarinas. La burocracia colonial deba terciar, conciliar y equilibrar los intereses en juego a costa incluso de desactivar o aplazar las rdenes recibidas de la pennsula. Su misin consista en preservar un orden moral, material y sim-blico del que dependa la pervivencia de la Monarqua en Amrica, no slo en gestionar de manera diligente el aparato administrativo. Esta funcin autorrefe-rencial responde en alguna manera al tipo de racionalidad que Weber cali.c de sustantiva esto es, una racionalidad atenida a la consecucin de un postulado valorativo ltimo . La representacin de la Monarqua como salvaguardia del bien comn explica las tpicas rebeliones del Antiguo Rgimen al grito de Viva el rey y muera el mal gobierno! y el hecho de que, tan pronto como la .gura del soberano legtimo desapareci en 1808, todo el orden colonial se viniera abajo. Este tipo de racionalidad es distinto del formalismo jurdico y de la instrumenta-lidad de .nes abiertos que caracterizan a la administracin racional moderna.

    El administrador colonial espaol tena que orientarse por los objetivos reales de sus superiores, a menudo no re5ejados en las instrucciones efectivas que llega-ban de Espaa. De acuerdo con esto, la frmula se acata, pero no se cumple aparece como un dispositivo institucional para la descentralizacin de la toma de decisiones (Phelan 1960, 13-14).

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    El Cabildo funcionaba como unidad de gobierno local en la estructura ins-titucional de la colonia. Se trataba de un rgano corporativo de carcter con-sultivo y con limitadas competencias judiciales encargado de aplicar las rde-nes recibidas del poder ejecutivo. Frente al Cabildo, las Audiencias fungan como una alta magistratura dotada de una amplia gama de competencias ex-trajudiciales, entre las que se contaba la supervisin de los propios municipios. La autoridad del Virrey se centraba en las tareas generales de gobernacin, la defensa militar del territorio, el ejercicio del patronato eclesistico y el control de la tesorera real. La personalidad jurdica y poltica de los colonos se consti-tua a la manera castellana, por su insercin social en calidad de vecinos, esto es, de propietarios de un solar urbano y cabezas de familia. Pero pese a este entramado de cuerpos intermedios, la sociedad colonial careca de los disposi-tivos contractuales tpicos del mundo feudal europeo. Dado el rechazo original de la Corona a permitir la convocatoria a Cortes en las Indias, las nicas cor-poraciones territoriales que gozaron de un efmero carcter representativo fue-ron las juntas o ayuntamientos generales, donde se reunan los procuradores de diversas ciudades con instrucciones concretas sobre los problemas y las peti-ciones a tratar. La junta celebrada en Santo Domingo en 1518 tuvo una especial trascendencia, ya que fue elegida directamente por los vecinos y sirvi para medir los intereses de la primera generacin de colonos. Durante el siglo XVI se celebraron juntas similares en la Nueva Espaa, Per, Nueva Granada y Chi-le (Borah 1956). Es preciso sealar que estas libertades municipales se conce-dieron en Amrica cuando ya en la pennsula las corporaciones urbanas ha-ban dejado de disfrutarlas. Con la consolidacin de la conquista las frmulas representativas fueron sin embargo suprimidas y la eleccin vecinal de alcaldes y regidores qued sustituida por un criterio de cooptacin, segn el cual el Ca-bildo saliente designaba los cargos de la regidura entrante.

    Presionados por las necesidades .nancieras, los ltimos monarcas de la casa de Austria se vieron abocados a poner en venta los empleos de la Corona. Si inicialmente tan slo se subastaron cargos pblicos considerados menores, el sistema se ampli posteriormente a los puestos importantes. En 1606 una real cdula permiti el traspaso en heredad de los cargos adquiridos en Indias (Ha-rry 1953; Toms y Valiente 1972). La Monarqua vio as progresivamente enaje-nada su capacidad para administrar las posesiones americanas de acuerdo con sus intereses. Durante este proceso los Cabildos perdieron su precaria autono-ma, quedando convertidos en un reducto de la oligarqua criolla. El resultado de todo ello fue una decadencia generalizada de la funcin municipal en Am-rica. Los libros de actas de los Cabildos revelan el absentismo y el mani.esto desinters de sus miembros por las tareas de gobierno, un rasgo atribuible sin duda a la declinante rentabilidad de sus o.cios, pero tambin a la inanidad po-ltica de las instituciones coloniales (Pike 1960). Los tiempos heroicos, cuando

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    los Cabildos podan oponerse a la Audiencia o desa.ar a los gobernadores, eran ya en el siglo XVII un asunto del pasado. En circunstancias extraordina-rias, como la vacante del puesto de gobernador, la necesidad de recolectar un nuevo tributo o de hacer frente a una rebelin, caba la posibilidad de convocar un Cabildo abierto, en el que participaba la parte principal y ms sana del ve-cindario. En tales ocasiones las corporaciones coloniales revivan el espritu de autonoma de los viejos ayuntamientos castellanos, aunque sola ser el factor aristocrtico el que sala fortalecido, pues los vecinos tendan a aliarse con sus notables en contra de los funcionarios reales y la legislacin de la Corona.

    El sistema de intendencias implantado por los Borbones a lo largo del siglo XVIII puede entenderse como una reaccin frente a esta situacin generalizada de impotencia. Con l la Corona trat de uniformizar el modelo administrati-vo de Espaa e Indias y de recuperar el control administrativo, .scal y militar sobre sus dominios. El refuerzo del poder ejecutivo a travs de la .gura del In-tendente, tanto como la reordenacin de las jurisdicciones coloniales, propicia-ron muy pronto con5ictos competenciales con las Audiencias americanas y toda una serie de litigios territoriales que, en algunos casos, se prolongaron hasta el periodo de la independencia. El nuevo modelo afect tambin al mu-nicipio, que vio sometidos sus cargos al veto de los intendentes y gobernadores. En cualquier caso, desde un punto de vista jurdico sera inexacto a.rmar que el nuevo sistema arrebataba a los Cabildos unas competencias que, en realidad, jams haban posedo (Lynch 1958, 212). La evidencia acumulada durante las primeras dcadas de la Ordenanza de Intendentes en el Ro de la Plata, el pri-mer dominio americano en llevarla a la prctica, revela una reactivacin gene-ral de la administracin pblica y un incremento de la tensin poltica local. La mayor capacidad recaudatoria del nuevo modelo y la supresin de la venalidad en los o.cios municipales se tradujo en una revitalizacin del espritu pblico que terminara por volverse en contra del propio sistema que lo haba genera-do. As, aunque instigada por motivos .scales, la rebelin de los Comuneros del Socorro en la Nueva Granada en 1781 disuadi a las autoridades de implan-tar el sistema de Intendencias en ese Virreinato. La creciente resistencia de las corporaciones locales a aceptar las iniciativas emanadas de los rganos de la Corona se ha interpretado como una consecuencia de la declinante calidad los funcionarios reales y del mayor celo municipal por la autonoma de sus funcio-nes. El Cabildo de Buenos Aires, por ejemplo, tras liderar la resistencia contra las invasiones inglesas en 1806 y 1807, reclam para s el ttulo de Defensor de Amrica del Sur y Protector de los Cabildos del Ro de la Plata, erigindose con ello en protagonista de la incipiente vida poltica del Virreinato. El papel de las corporaciones municipales sera .nalmente decisivo durante los primeros epi-sodios de la independencia, cuando diversos movimientos locales intentaron entre 1808 y 1810 reasumir la soberana de la que haba abdicado Fernando VII.

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    El resurgimiento de la iniciativa poltica urbana en el mundo hispano se re5ejara en el rgimen municipal implantado por la Constitucin de Cdiz. Si bien la extensin de la insurgencia en las colonias lamin las posibilidades de su aplicacin prctica, la relevancia del texto gaditano no debe evaluarse por los aos que se mantuvo vigente, que fueron pocos, sino por la repercusin histrica de sus iniciativas. En este sentido, el decreto de las Cortes del 6 de agosto de 1811 supuso un hito en la desarticulacin de los ltimos vestigios feu-dales del sistema de administracin territorial. Con l se declararon extintos el tratamiento de vasallo, los seoros jurisdiccionales y el nombramiento priva-do de corregidores y alcaldes mayores en los pueblos de seoro. La justicia or-dinaria y las prerrogativas de los alcaldes quedaron incorporadas a la nacin a travs de los nuevos ayuntamientos constitucionales, las nicas instituciones territoriales dotadas de autonoma poltica y funcin representativa. Por otro lado, los convenios consuetudinarios de los seoros territoriales (arriendos, censos, aprovechamientos, etc.) fueron transformados en contratos de derecho privado. El efecto ms destacable del nuevo decreto fue permitir que la nobleza y la Corona eludiesen la nacionalizacin de sus propiedades, convertidas en bienes capitales de un incipiente mercado nacional. Por el contrario, las tierras de seoro eclesistico y en Amrica tambin las tierras comunales de los pueblos indgenas seran objeto de desamortizacin a lo largo del siglo xix.

    El rgimen municipal gaditano tuvo consecuencias dispares en Ultramar y en la pennsula. Con el .n de liquidar el viejo sistema de privilegios territoria-les, las Cortes recurrieron a criterios demogr.cos para delimitar la funcin representativa de los municipios. Las di.cultades de conocimiento fsico y ad-ministrativo del territorio americano llevaron a que el cmputo de la represen-tacin se realizase en la pennsula por almas, mientras que en las Indias lo fue por ciudades. Fiel al principio de las jerarquas urbanas de la colonia, el proce-so de eleccin de los diputados americanos se hizo recaer en las ciudades cabe-ceras, con la consiguiente protesta de las ciudades excluidas. Esta estrategia simpli.caba el clculo electoral y reproduca la estructura urbanocntrica de la Amrica espaola, pero chocaba frontalmente con la imaginacin poltica libe-ral y su principio de representacin, quebrando la .ccin igualitaria entre am-bos continentes. En ltima instancia lo que se reclam de Amrica en Cdiz fueron informantes y peticionarios, no representantes polticos en el sentido moderno del trmino.

    La determinacin de las nuevas unidades jurisdiccionales tuvo otros efec-tos aadidos, como se hizo evidente tan pronto como hubo que decidir las fun-ciones de las diputaciones provinciales. Los representantes americanos, con el .n de contrarrestar la hegemona poltica peninsular, respaldaron la prolifera-cin de los ayuntamientos y las diputaciones, vislumbrando en estas ltimas un posible instrumento de autonoma territorial. La Constitucin, sin embargo,

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    las desactiv polticamente al convertirlas en cuerpos de naturaleza puramente econmica bajo el control directo del jefe poltico de cada provincia. La nueva organizacin por provincias, junto con el sistema de diputaciones y la prolifera-cin de municipios, dinamit las jurisdicciones urbanas del sistema colonial. Lo ms llamativo de todo este proceso es que fueron los propios diputados criollos quienes provocaron su desintegracin al obedecer los mandatos pro-fundamente localistas de sus lugares de origen. Con ello se acept el desmem-bramiento de las antiguas unidades jurisdiccionales y se concedi un notable poder a los nuevos municipios electos, que gozaron as de un grado de autoce-falia desconocido en su historia.

    All donde triunfaron los movimientos insurgentes, la dinmica de frag-mentacin territorial no fue muy distinta, si bien discurri por otros cauces. As, tan pronto como en Santaf, Buenos Aires o Caracas se constituyeron jun-tas soberanas, muchas de las ciudades de su entorno se negaron a aceptar su supeditacin poltica. Esta dinmica, extendida por todo el continente, abri una lucha por la preeminencia territorial que se prolongara durante el primer periodo de la independencia. El intento de las Cortes de Cdiz de convertir la Monarqua Hispnica en un Estado nacional centralizado se sald as en un proceso centrfugo. Con ello se sentaron las bases para un nuevo sistema que, sin embargo, no era todava nacional. La ruta histrica que conduce en Hispa-noamrica a los Estados nacionales arranca, pues, de las ciudades, ya que no fue el pueblo sino literalmente los pueblos esto es, sus Cabildos y rganos rectores los que reclamaron la soberana. Para culminar este proceso fue pre-cisa la consolidacin de nuevos centros territoriales capaces de imponerse a las tendencias centrfugas regionales.

    Desde una perspectiva weberiana, resulta interesante comparar las Juntas y Cabildos abiertos que tuvieron lugar entre 1808 y 1810 con las conjuras de los ayuntamientos europeos medievales. Los movimientos juntistas americanos y la deposicin de los funcionarios de la Corona pueden ciertamente interpretar-se como una usurpacin de los poderes legtimos del sistema patrimonialista espaol, aunque en todos los casos las acciones se llevaron a cabo en nombre de los derechos de Fernando VII. Esa iniciativa surgi en las instituciones de gobierno local y estuvo rodeada de debates sobre los pasos a seguir ante una situacin de vaco legal y poltico. Sin embargo, sus protagonistas difcilmente pueden adscribirse a una clase burguesa en un sentido econmico moder-no que en la Amrica hispana de principios del siglo xix brillaba por su au-sencia. Tampoco puede reconocerse en ellas los rasgos de las ciudades plebeyas descritos por Max Weber, ya que la movilizacin popular tuvo lugar en una fase posterior de las guerras de independencia y nunca en el mbito del gobier-no municipal. La relacin de participantes en los Cabildos y juntas insurgentes revela ms bien una presencia abrumadora de notables tradicionales: terrate-

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    nientes, nobles, funcionarios, clrigos, militares y, en menor medida, comer-ciantes y caciques indgenas. Las cofradas y agrupaciones gremiales apenas jugaron un papel y all donde lo hicieron, como en el Consulado de comercian-tes de Mxico, controlado por peninsulares, fue para frustrar la iniciativa del Cabildo de convocar una junta general, respaldada por el Virrey.

    LA CIUDAD Y EL CARISMA: EL ESPACIO DEL POPULISMO LATINOAMERICANO.

    Si bien las ciudades han jugado un papel fundamental en el trnsito histrico hacia el Estado nacional en Amrica latina, su condicin a lo largo del siglo xix fue cambiante. La inestabilidad de las nuevas repblicas propici un desplaza-miento general de la iniciativa poltica desde el medio urbano al rural y, en al-gunos casos, un declive demogr.co (Morse 1974). Se trata de un periodo pla-gado de pronunciamientos, caudillos, luchas entre centralistas y federales y oposicin entre los intereses latifundistas del campo y los del comercialismo urbano. Las ciudades de este periodo no son ya las urbes barrocas y aristocrti-cas del periodo colonial, sino ciudades patricias controladas por las nuevas cla-ses rectoras amalgamadas durante las guerras de independencia y los procesos de mercantilizacin capitalista posteriores. La crisis .nisecular del modelo agroexportador y del sistema oligrquico ligado a l convirti a las principales ciudades latinoamericanas en escenario de grandes movimientos de masas im-pulsados por las expectativas de justicia social. La fuerza de esta irrupcin po-pular en la esfera poltica vino a replicar las dimensiones alcanzadas por las nuevas megalpolis del continente. Una vieja .gura autctona, la del cacique poltico, perdi as sus connotaciones rurales para transmutarse en una de las expresiones ms caractersticas de la cultura poltica latinoamericana: la del caudillo populista. A diferencia de populismos de base agraria como el esta-dounidense, ligado a la tradicin democrtica jacksoniana, o del populismo ruso, asentado en formas de vida precapitalistas, los movimientos populistas latinoamericanos han sido fenmenos eminentemente urbanos relacionados con la temprana aparicin de una sociedad de masas sin el correspondiente desarrollo industrial (Hennessy 1970).

    Si los viejos caciques del siglo xix pugnaban por dominar los segmentos perifricos de un orden que se haba desintegrado con la independencia, el po-pulismo moderno ocupa un espacio poltico que cuenta ya con un centro hege-mnico: la capital de la nacin. Los caudillos populistas buscaron integrar a los sectores urbanos y rurales mediante la comunicacin poltica de masas y la or-ganizacin corporativa de los intereses sociales. Aunque las connotaciones pe-yorativas del trmino han impedido una tipi.cacin consensuada del fenme-

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    no, el populismo se caracteriza a grandes rasgos por la movilizacin intensiva tras un lder carismtico, un bajo nivel de institucionalizacin partidista, la bsqueda de alianzas interclasistas y la activacin de una cultura popular de corte nacionalista (De la Torre 1994). Su efectividad depende de la identi.ca-cin simblica entre el caudillo y la multitud, as como de frmulas de motiva-cin subjetiva que la lleven a sta a movilizarse.

    El periodo clsico del populismo en Amrica latina discurre desde los ini-cios de la Gran Depresin hasta .nales de los aos cincuenta y coincide con la ampliacin del sufragio y la puesta en marcha de programas de desarrollo a travs de la sustitucin de importaciones (Freidenberg 2007). Su vigencia, sin embargo, ha perdurado hasta el da de hoy bajo nuevos parmetros. Ideolgica-mente ha encontrado acomodo tanto a la derecha como a la izquierda del es-pectro poltico. Esta maleabilidad doctrinal obedece, segn Laclau, a su propia vacuidad semntica, que le permite abrazar creencias polticas dispares, cuando no contradictorias, hacindolas valer como equivalentes frente a un antagonis-ta comn (Laclau 2005). sta esla razn por la que el populismo carece de un contenido espec.co, ya que su funcin consiste en articular demandas disper-sas. El discurso populista apela genricamente al pueblo, entendido como una totalidad homognea en virtud de formas compartidas de exclusin, y postula acciones contundentes y soluciones inmediatas para superar el statu quo.

    Las con5ictivas relaciones del populismo con la democracia pueden estudiar-se a partir de las consideraciones de Weber sobre la dominacin carismtica. Por sus caractersticas extraordinarias y ajenas a lo cotidiano, la dominacin ca-rismtica se opone en su tipologa a las formas rutinarias de la dominacin racional y tradicional, especialmente la patrimonialista. Sus protagonistas se sienten portadores de una misin especial (Sendung), pero el reconocimiento de sta no constituye el fundamento de su legitimidad sino que es fruto de la presin psquica ejercida por las cualidades carismticas, esto es, un deber de quienes se sienten apelados por ellas: una entrega enteramente personal y lle-na de fe nacida del entusiasmo, la indigencia o la esperanza (Weber 1972, 140). El carisma, no obstante, es hasta cierto punto falible: debe con.rmarse me-diante la provisin de bienes a sus seguidores y se transforma con el paso del tiempo. Si la jefatura carismtica no aporta ningn bene.cio a los dominados, existe la posibilidad de que el carisma se disipe. Por el contrario, si se transfor-ma en una relacin duradera, tiende a su rutinizacin (Veralltglichung) en un sentido racionalista (a travs de leyes) o tradicionalista (mediante la bsqueda de seales, revelacin, cooptacin o herencia).

    Weber asocia el carisma a la .gura de profetas y hroes militares. Aunque lo considera la principal fuerza revolucionaria en las sociedades regidas por la tradicin, proyecta su tipologa sobre el presente al incluir en ella al gobernante plebiscitario (plebiszitre Herrscher) y al jefe carismtico de partido (charisma-

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    tische Parteifhrer). La racionalizacin del carisma puede llevar a que el reco-nocimiento de sus cualidades alcance a ser visto como fundamento y no como consecuencia de la legitimidad. En tal caso podemos asistir a una transformacin antiautoritaria del carisma, esto es, a la gnesis de una legitimi-dad democrtica que tienda a minimizar la dominacin de los hombres por los hombres, a que la designacin realizada por el cuadro administrativo sea vista como una preseleccin, la realizada por los predecesores como una propues-ta y el reconocimiento por la comunidad como una eleccin (Weber 1972, 156). Una fase transicional o intermedia en la racionalizacin del carisma sera la forma de dominacin que Weber cali.ca de plebiscitaria (Weber 1972, 156). La democracia plebiscitaria constituye para Weber el tipo ms importante de la democracia caudillista (Fhrer-Demokratie). Se trata de una variante de la do-minacin carismtica oculta bajo formas democrticas o electivas, de manera que el poder del caudillo busca legitimarse mediante su reconocimiento plebis-citario por el pueblo. Para nuestro anlisis resulta particularmente interesante el hecho de que muchos de los ejemplos aportados por Weber sobre este tipo de caudillismo tengan a las ciudades como escenario.

    Su tipo lo dan los dictadores de las revoluciones antiguas y modernas: aisymne-tas, tiranos y demagogos griegos; en Roma Graco y sus sucesores; en las ciudades italianas los capitani del popolo y burgomaestres (el tipo para Alemania: la dic-tadura democrtica de Zrich); en los Estados modernos la dictadura de Cromwell; los poseedores del poder revolucionario y el imperialismo plebiscitario en Francia (Weber 1972, 156)

    Uno de los rasgos caractersticos de la dominacin carismtica consiste en su escasa profesionalizacin. El lder plebiscitario busca el apoyo de gestores que trabajen de forma expeditiva, pero su cuadro administrativo (Verwaltungs-stab) no es una burocracia: en l no hay carrera, jerarqua, jurisdiccin, compe-tencias ni reglamentos. Su efectividad es por consiguiente menor que la de la dominacin racional. Weber propone el bonapartismo como paradigma clsi-co del caudillismo plebiscitario, pero algunas experiencias del populismo lati-noamericano encajan igualmente bien.

    CONCLUSIONES

    Los estudios urbanos de Weber se plantean la excepcin histrica que supuso la aparicin en Occidente de una clase comercial urbana polticamente autno-ma. Segn su interpretacin, las ciudades medievales europeas contribuyeron a per.lar la .gura del burgus e, indirectamente, impulsaron la racionalizacin

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    de las prcticas jurdicas feudales. La autonoma poltica de las ciudades occi-dentales se consigui, bien por va usurpatoria o mediante estrategias coopera-tivas, por la alianza de los intereses antiseoriales de los estamentos urbanos. sta fue una fase transitoria en la gestacin del capitalismo occidental, ya que ste nace en las ciudades, pero favorece luego a otras asociaciones polticas ms amplias. Las consideraciones de Weber poseen un notable inters al contrastar-las con la experiencia urbana de Hispanoamrica. Las ciudades surgieron aqu como parte de un proceso poltico de colonizacin patrocinado a distancia por la Corona. Por su funcin y ubicacin, estos ncleos urbanos respondieron a una tipologa mixta agraria y administrativa distinta de la vocacin pri-mordialmente comercial de las ciudades europeas. Su organizacin poltica opuso a una clase de notables bene.ciada por los privilegios del patrimonialis-mo colonial (encomiendas, monopolios, cargos municipales) con los funciona-rios enviados por la Corona. An as, resulta posible reconocer en este tipo de organizacin unos principios racionales incorporados en el derecho indiano y en la adaptacin del sistema administrativo a los intereses patrimoniales de la Monarqua.

    Si bien el imperio espaol en Amrica fue diseado como una red de juris-dicciones urbanas, las ciudades coloniales nunca llegaron a disfrutar de una autocefalia similar a la de las ciudades medievales europeas. Las necesidades .scales de la Corona la llevaron muy pronto a someter los cargos municipales al sistema de venalidad. Las ciudades coloniales formaban parte una estructura espacial jerarquizada y exocntrica. En ese esquema los funcionarios reales constituan .guras intermediarias por tanto, reemplazables lo que resulta-ba en un sistema carente de un centro de gravedad propio.

    Este conjunto de rasgos arroja una imagen de las ciudades coloniales his-panoamericanas como una variante de la ciudad occidental descrita por Weber. La principal diferencia estriba en el tiempo histrico: las ciudades hispanoa-mericanas nacen durante el proceso de consolidacin del Estado monrquico. Su autonoma militar y comercial estuvo por tanto limitada por las necesidades estratgicas de la Monarqua en Amrica. Por otro lado, la jerarquizacin tni-ca y la dependencia de una burocracia patrimonialista crearon un patriciado urbano ajeno en su composicin y actitud al equivalente europeo. El papel de los gremios no fue determinante en la dinmica poltica de las ciudades colo-niales, ya que la oposicin fundamental enfrentaba a los funcionarios reales con los notables criollos y a los distintos grupos tnicos entre s, no a terrate-nientes con pequeos propietarios como en la ciudad antigua ni al capital manufacturero y mercantil con los artesanos asalariados como en la ciudad medieval . Si bien podemos reconocer elementos conspirativos en la funda-cin de algunas ciudades (como en el caso de Veracruz por Hernn Corts), solo con la crisis poltica que condujo a la independencia fueron las ciudades

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    Weber y el Estado en Latinoamrica

    coloniales escenario de prcticas usurpatorias que se asemejan formalmente a los procesos identi.cados por Weber en las ciudades medievales. Las ciudades se convirtieron as en una plataforma para la construccin de los Estados lati-noamericanos, si bien el carcter nacional de stos tan slo pudo consolidarse a .nales del siglo xix, cuando los nuevos centros poltico-territoriales lograron imponerse, de manera precaria en muchos casos, a las tendencias centrfugas regionales. La proliferacin de la poltica caudillista en Iberoamrica, como ca-ciquismo regional primero y como populismo nacionalista despus, se presta igualmente a un anlisis a partir de las categoras de Weber sobre las formas de dominacin carismtica. Los movimientos populistas, un fenmeno que en Amrica latina ha sido de naturaleza tradicionalmente urbana, pueden encua-drarse as en el paradigma del caudillismo plebiscitario.

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    PreliminaresSumarioPresentacinPrlogo

    I. Vida: muchos WeberLa obra de Max WeberPolitesmo de valoresLa literatura en el pensamiento de Max WeberLa racionalizacin en la historia de desarrollo de Max WeberMax Weber como educador

    II. Obra: el todo y las partesQu es la Sozialkonomik?La dominacin legtimaPatrimonialismoLa crtica de Max Weber al sistema poltico y social de AlemaniaLas comunidades de Max Weber La sociologa weberiana de la religinSociologa del derechoLa metodologa de Max Weber

    III. Weber y el Estado en LatinoamricaMax Weber y el Estado latinoamericanoMax Weber y La ciudad Los avatares del carisma en el estudio del populismo latinoamericano Persuasin o dominacin en la sociedad mundial? Max Weber y la orientalizacin de Amrica Latina La tica catlica y el espritu del capitalismo

    IV. Las lecturas de Weber en Europa y Amrica La dominacin filantrpica: Max Weber en el Cono Sur La recepcin controvertida de Max Weber en Brasil (1939-1979) Max Weber-Gesamtausgabe: Origen y significado