Martín y Los Carriones

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El pueblo de los Carriones está en peligro pues se ha roto su Pacto con los pájaros. Para salvar la situación piden ayuda a Martín, un pastor que los acompañará en busca de una solución.

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  • Martn y los Carriones Alicia Gutirrez

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    Literatura infantil, juvenil. Los Barruecos, provincia de Cceres.

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    A Livia, Ana, Candela, y a los nios de Extremadura.

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    Era casi primavera y los alheles haban puesto amarilla toda la orilla del

    ro. Martn haba ido de pesca. Estaba contento. Traa cinco hermosos barbos,

    los haba limpiado y atado a un junco. Al llegar al cruce del camino de Hija de Vaca oy que lo llamaban y se

    volvi. - Qu? Quin me llama? - Estoy aqu, en la escalera de la cruz de piedra, pero no puedes verme

    porque soy invisible -escuch. Era justo al principio del camino, a pocos pasos de l, pero all no haba

    nadie. - Acrcate ms, por favor -volvi a or-. He de hablar contigo, necesitamos

    tu ayuda. El muchacho mir hacia las piedras de donde pareca salir la voz y, como

    no vio a nadie, se asust y el corazn le empez a latir con fuerza. - No te inquietes. No puedes verme. Te lo explicar. Necesitamos tu

    ayuda. Por favor, no te vayas. Como si aquello hubiera sido una orden, Martn sali corriendo tan rpido

    como pudieron sus piernas, pero an pudo escuchar la voz que le gritaba: - Trae un espejo! Trae un espejo! Lleg a la casa sin respiracin. Tir la caa y los peces sobre la pila y se

    sent asustado sin saber qu hacer ni qu pensar. Al rato, cuando ya respiraba mejor, sali fuera y mir. Todo era paz all.

    El cielo estaba limpio. Se oan las esquilas de las cabras, los pjaros, los gatos se atusaban bajo una encina. A lo lejos nada se vea en la escalera de la cruz de piedra.

    No ha podido ser verdad -pens-. Esto me pasa por andar sin gorra. Pero aquella noche durmi intranquilo.

    Dos das despus, mientras engrasaba un cepo sentado en el poyo de la

    puerta, un brillo comenz a cegarle los ojos. Levant la vista y qued deslumbrado. Desde la cruz de piedra alguien le estaba haciendo guios con un espejo.

    Trae un espejo, trae un espejo record. Se arm de valor y muy despacio se dirigi hacia all. Cuando estuvo a pocos metros, vio que el brillo se sostena solo en el aire. Y ahora tena la gorra puesta.

    - No te asustes, por favor -escuch-. Coge el espejo y gralo hasta encontrarme.

    Martn estaba atnito. Mir en todas direcciones tratando de encontrar a alguien o ver algo que le explicara aquel misterio.

    - Vamos! No tengas miedo, no va a pasarte nada! Se agach y, temblando, estir la mano hasta coger el pequeo espejo,

    ovalado y enmarcado con una filigrana de plata. - Muvelo, tienes que conseguir verme reflejado en l.

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    Y lo vio: era un muchacho de dos cuartas de altura. Vesta con un chaleco ajustado de piel muy fina y un pantaln que se cea bajo las rodillas. Tena el pelo oscuro y rizado. Los ojos eran oscuros tambin. A la espalda llevaba un saco de piel sujeto por unos tirantes. Pareca muy fuerte, y permaneca serio y quieto mientras l mova el espejo para verlo bien una y otra vez.

    Martn se qued sin habla y se sent. - Soy un mensajero -le dijo el muchacho-. Mi pueblo est en peligro y

    necesitamos tu ayuda. - Mi ayuda? -pregunt Martn con un hilo de voz. - S. Vamos a volvernos visibles porque la Piedra Sagrada est perdiendo

    su poder y, si eso pasa, moriremos. Martn no respondi. Segua mirndolo a travs del espejo con la boca

    abierta. - No me has entendido? - No muy bien. Eres de verdad? - Claro que soy de verdad! - Y, de dnde has salido? - De cerca de aqu, de las dehesas. - Vives all? - S, vivimos all desde hace miles de aos. - Miles de aos! Y, sois muchos? - S, muchos - Todos como t? - Te refieres a si son invisibles y de pequea estatura? S, todos somos

    as. - Y, qu hacis all? - Somos pastores de nidos y mdicos. - Pastores de nidos y mdicos! Yo estoy soando! - No, no ests soando. Ahora no tengo tiempo para explicrtelo, pero

    necesito que me digas si vas a ayudarnos. Todos estn esperando tu respuesta. - Todos? - S, el Rey, el Deru y los dems. - Pero yo, en qu puedo ayudaros? - Hay que ir en busca de los otros dos Derus para reunir el Libro. - Qu libro? Yo no s leer... - El Libro... No, no puedo explicrtelo ahora. Ellos lo harn si aceptas. - Y, hay que ir muy lejos? - Al norte, a las montaas. - Y por qu queris que vaya yo? - Porque eres pastor y sabrs ir. Nosotros no llegaramos a tiempo. Se ha

    roto el Pacto con los pjaros y ya no estn con nosotros. - Los pjaros? - S, antes viajbamos con ellos, pero ya no podemos. Martn no volvi a abrir la boca. En realidad no saba qu decir, ni

    siquiera saba si haba entendido bien lo que haba escuchado. Se limitaba a mover el espejo para verlo una y otra vez.

    - Puedes pedir algo a cambio. Siempre se ha hecho as en el trato con los altos -dijo de pronto el muchachito.

    - Pedir algo?

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    - Cualquier cosa que est en nuestra mano. No hace falta que te decidas ahora; maana volver para que me des la respuesta. No podemos darte ms tiempo. Ests de acuerdo?

    - S. - Entonces, nos veremos aqu maana a la misma hora. Pinsalo mientras

    tanto dijo el muchachito mientras coga el espejo de las manos de Martn. Luego lo meti en el saco que llevaba a la espalda, dio un salto y sali corriendo.

    Martn no supo dnde mirar, pero oy ruido sobre la arena y pudo ver las pequeas huellas que iban apareciendo en el polvo y las sigui. Se inclin para verlas mejor. Las haba visto muchas veces sin saber de qu eran. Nicols deca que de los carriones, una especie de conejos que corra a dos patas y slo por la noche por lo que nadie los haba visto nunca.

    Estuvo un buen rato sentado en el camino sin saber qu hacer. Haba pasado todo tan deprisa! No estara soando? Y se golpeaba la cabeza con la mano. Existan personas de dos cuartas que eran invisibles! Y no era un sueo, haban estado hablando y lo haba visto a travs del espejo.

    Si se lo cuento a Nicols no me creer -pens. Aquella noche se fue pronto a acostar pero no poda dormir. Dijo que haba que ir a las montaas del norte -pensaba-, pero qu

    norte? Hay muchas montaas y unas estn ms al norte que otras. Dio muchas vueltas en la cama preguntndose una y otra vez qu deba

    hacer. Su padre estaba en la guerra. l se haba quedado con Nicols y la Braulia, pero no haba mucho que hacer all. Y no tena al perro, se haba ido corriendo detrs del camin donde se fue su padre. Y viajar sin la ayuda del perro no le gustaba. Pero decidi que s, que tena que ir porque haban confiado en l, y cuando la gente confa en uno, uno tiene que cumplir.

    A la maana siguiente le pregunt a Nicols: - Es verdad que existen los carriones? - Eso dicen. - Y t, nunca has visto uno? - No, nunca. - Y por qu sabes que son animales? - Qu otra cosa iban a ser? - Podran ser personas. - Personas? Cmo van a ser personas con esas huellas? Seran como

    muecos! - Mi padre deca que aqu no vivamos nosotros solos, que aqu haba ms

    gente -dijo entonces la Braulia. - Y dnde estn? -pregunt socarrn Nicols-. Acaso l los vio? - No -contest la Braulia-, pero los barruntaba, y los perros tambin. - Martn, no le hagas caso: son cuentos. Las huellas son de los carriones,

    y no los podemos ver porque tienen un odo muy fino y saben esconderse a tiempo. - Pero podamos haber visto alguno muerto -observ el muchacho. - Pues nadie los ha visto. Hay animales muy listos, y stos desde luego son

    ms listos que nosotros. Y que los perros! Porque yo creo que a veces los perros los huelen, y siguen el rastro un rato, pero luego lo dejan como si se perdiera de repente.

    - Se suben a los rboles -dijo la Braulia. - S, pero nunca hay nada en los rboles. Si lo habr mirado yo veces! - Y silban. - Cmo que silban?

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    - Silban como los pjaros y se entienden con ellos -contest convencida la Braulia.

    - Eso son los cuentos de tu padre, que se pas media vida mirando de un lado a otro tratando de cazar uno. Cmo va a entenderse un conejo con un pjaro?

    - Mi padre saba ms de lo que t te piensas. Lo que pasa es que nunca pudo cazarlos y por eso pas por tonto. Pero las huellas ah estn y ninguno sabis lo que son. l s lo saba.

    - Y, no te lo dijo? - No, no me lo dijo. Pero l, saber, saba. * Al da siguiente, Martn lleg a la cruz de piedra antes de tiempo y se

    sent a esperar. Estaba impaciente e intrigado. Miraba el camino para ver si vea aparecer huellas de repente o, tal vez, podra or los pasos del carrin, pero nada vio ni oy. En cambio, escuch de pronto la voz, justo detrs de l:

    - Has tomado una decisin? - S. Os ayudar en lo que pueda dijo Martn volvindose sin saber a

    dnde mirar. El muchachito sonri satisfecho. - Y, qu nos pedirs a cambio? - No s. No podra veros? - S. Sabamos que ibas a pedirnos eso. Es lo que siempre han pedido los

    altos en sus tratos con nosotros. - Y, qu he de hacer para veros? - Tienes que estar maana antes de que salga el sol en el dolmen. - Qu es eso? - El redondel hecho con piedras grandes que hay en lo alto del cerro de

    Hijadilla. All estarn el Rey y el Deru. Ellos harn que nos puedas ver y te explicarn todo lo que quieras saber sobre nosotros. Est bien que quieras vernos, es muy raro hablar contigo, siempre miras al sitio equivocado.

    - Ms raro es hablar con nadie -contesto Martn. - Yo soy alguien, soy .... un mensajero. - S, pero cmo te llamas? - Me llamo Urian. Tengo que irme. No lo olvides, maana en el dolmen

    antes de que salga el sol. Urian dio un salto desde la piedra y ech a correr. - Oye, espera! Vosotros silbis? - Mucho, para hablar con los pjaros.

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    2 Era todava noche cerrada, cuando Martn, con mucho cuidado para no

    despertar a nadie, sali de la casa. Nada se mova fuera, salvo un pjaro nocturno que cantaba en una encina y pareca saludarlo. Todo lo dems dorma.

    El aire era fro, muy limpio y con olor a madrugada. Nunca antes haba ido por all de noche. Apenas poda distinguir a los rboles hasta que los tena muy cerca. Por suerte haba algo de luna y poda ver la mancha clara del camino extenderse ante l.

    Qu silencio! Slo oa sus pasos en la arenilla del camino. Cuando el campo est tan solo se nota lo grande que es.

    Anduvo un rato por terreno llano hacia la casa de las Lanchuelas, que pas de largo sin acercarse para que no lo oyeran los perros. Luego el camino empez a ondularse e inclinarse hacia el ro Salor. All las dehesas eran ms tupidas y las encinas estaban ms cerca unas de otras. Y estaban muy silenciosas, como suelen estar siempre antes del amanecer.

    El camino se estrech poco a poco hasta quedar cercado por dos antiguas paredes de piedra. Supo entonces que se acercaba a la casa de Hijadilla y al ro.

    De pronto, un pjaro saliendo de la oscuridad, le pas tan cerca que oy el silbido opaco de las alas sobre su cabeza. Del susto, Martn se agach acurrucndose junto a unas matas.

    Slo ha sido un pjaro -se dijo-. No te asustes, no es para tanto. Se puso en pie y not que le temblaban algo las piernas. Mir a su

    alrededor. El cielo estaba clareando. Cruz el puente y subi la empinada cuesta que terminaba justo frente al

    sitio de la cita. All se detuvo. Era un lugar completamente salvaje, donde nadie durante aos haba arrancado jaras ni retamas ni carrascas, que llegaban a tener la altura de un hombre. Serva de refugio a los jabales, y las vacas viejas iban a morir all. Conoca el sitio y hasta de da daba miedo entrar.

    Ahora viene lo peor -pens. Y no se atrevi a dar un paso tratando de ver u or cualquier cosa que se moviera.

    Un pjaro volaba cerca y de vez en cuando cantaba. Su sonido era lo nico que oa.

    Y si los llamara? pens. - Eh! Eh! Estoy aqu! Apenas si oy su propia voz. El pjaro lo asust de nuevo. Le pas tan cerca que otra vez tuvo que

    agacharse. Agit los brazos para espantarlo, pero no se fue. Era un cerncalo. Revoloteaba a su alrededor chillando, y se detuvo en el aire, justo delante de l.

    Qu le pasa a este pjaro? - Vete de aqu! -trat de darle un manotazo, pero el pjaro lo esquiv y

    sigui chillando sin moverse del sitio. Y si ha venido a buscarme? pens-. A lo mejor es amigo de ellos... Dio unos pasos y el pjaro se coloc ante l, por encima de su cabeza. Se

    par y el pjaro se detuvo sostenido en el aire. - Voy contigo! le dijo. Y se adentr tras l sin mirar a las ramas que le enganchaban la ropa ni a

    las piedras que encontraba a su paso. El pjaro se mova entre los rboles como llevndole por un camino, o tratando de evitar que l se chocara contra las carrascas.

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    Pero iba deprisa. Lo sigui corriendo, sin quitarle la vista de encima, hasta que se pos en una piedra alta. Martn se par en seco. Estaba casi sin respiracin y miraba al pjaro sin pestaear.

    Y ahora qu? Y si no es un gua, dnde estoy? Estaba sudando y su respiracin retumbaba haciendo un ruido enorme. El

    pjaro segua quieto en el mismo sitio donde se haba posado. - Me ha trado al redondel de piedra! exclam al darse cuenta del lugar

    donde estaba. - Martn, estamos aqu -escuch entonces. Al or la voz se dej caer, sentndose en una de las piedras. - Qu miedo he pasado! - Muchas gracias por venir. Descansa un momento, pero no tenemos

    mucho tiempo. - Eres Urian, el mensajero? -pregunt sin saber dnde mirar. - S, y el Rey y el Deru tambin estn aqu. - Yo soy el Rey Amer -escuch otra voz-. Estamos muy agradecidos por

    tu ayuda y quiero darte las gracias. Luego hablaremos, pero ahora tenemos que hacerte una operacin para que puedas vernos y cumplir as nuestro trato.

    - Una operacin? -Martn se asust. - No temas, no te doler. Incrustaremos una piedra muy pequea en el

    lbulo de tu oreja. Apenas lo notars. - Yo soy el Deru Mogo -dijo otra voz ms grave-. Apoya la cabeza sobre

    la piedra. Hemos de hacerlo antes de que salga el sol. Martn obedeci. Al momento not que alguien tocaba su oreja derecha y

    en el lbulo not un pinchazo. - No abras los ojos durante unos minutos, pero puedes sentarte. As lo hizo. Todo estaba en silencio y l poda or todava su corazn. Al rato, cuando le dijeron que poda abrir los ojos, vio que un rayo de sol

    iluminaba la copa de la encina que tena ante s. Baj la vista Santo cielo! Aquello estaba lleno de gente.

    Cientos y cientos de personas de dos cuartas de altura, se repartan sentados en el suelo, sobre las piedras del dolmen y en las ramas de los rboles. Lo llenaban todo sin apenas dejar espacio para poner un pie. Estaban muy silenciosos, mirndolo con tanta curiosidad como l a ellos.

    Junto a sus botas, Urian sonrea al lado de otros dos hombres. - l es el Rey Amer -le dijo sealando a uno de ellos. Era ms alto que

    Urian y un poco ms grueso. Tena una barba espesa y rizada, ojos bondadosos pero firmes, y llevaba un vestido de piel hasta las rodillas sujeto con un cinturn de cuero. Sobre la cabeza tena una fina corona de oro.

    El Rey se inclin con una reverencia y Martn agach torpemente la cabeza.

    - l es el Deru Mogo, nuestro sabio -dijo esta vez Urian sealando al otro, mucho ms viejo, vestido con una tnica oscura y largas barbas blancas, que lo miraba fijamente con ojos penetrantes. Tambin le hizo una reverencia y Martn volvi a agachar la cabeza.

    - Y ellas son las sironas. Urian seal hacia tres..., cmo decirlo? No eran como los dems, pero

    s igualmente pequeas. Tenan una alborotada melena roja, la cara completamente redonda y la piel muy rojiza tambin. Sus vestidos eran largos y vaporosos, y brillaban con irisaciones como las alas de las liblulas. Se levantaron, hicieron a la vez una

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    reverencia y, sin esperar a que Martn les contestara, volvieron a tumbarse sobre una manta, riendo y pataleando.

    Al ver el Deru la cara de asombro del muchacho, le explic: - Las sironas cuidan de nuestra fuente. Gracias a ellas nunca nos falta el

    agua pura. - Los dems -continu el Rey volvindose hacia ellos- son casi todo

    nuestro pueblo. Se levantaron, inclinaron la cabeza respetuosamente y volvieron a sentarse

    en silencio. - Antiguamente los altos nos llamaban carriones- explic el Rey-, pero

    hace siglos que no tenemos contacto con ellos y creemos que ya nos han olvidado. - La gente de aqu cree que vosotros sois conejos -dijo Martn sin apenas

    levantar la voz-; aunque yo he odo hablar de gente chica como vosotros, pero crea que eran cuentos para nios.

    - Pues ya lo ves, somos de verdad. Pero no es el momento de hablar de eso ahora. Tienes hambre? Habamos pensado almorzar aqu contigo para darte la bienvenida.

    Al escuchar lo que acababa de decir el Rey, los carriones se pusieron en movimiento. Abrieron las cestas de merienda y los manteles se extendieron sobre la hierba: platos, vasos, cubiertos, servilletas, todo tan pequeo que el contenido de una cesta habra cabido de sobra en la palma de una mano.

    Junto a Martn, se sentaron el Rey, el Deru y Urian. Dos carriones se acercaron a ellos con un cesto de mimbre y pusieron su contenido sobre los manteles. Eran pequeos panes redondos del tamao de una almendra. El rey cogi uno y se lo ofreci a Martn.

    - Est hecho con harina de bellota. Hemos pensado que sera lo que ms te gustara de nuestra comida, porque las dems cosas no solis comerlas los altos.

    Los portadores volvieron trayendo sobre la cabeza una gran tabla llena de redondelitos blancos.

    - Son quesos, te gustarn. Martn los coma de cinco en cinco para que fueran un bocado decente. - De dnde sacis la leche? Tambin vuestras ovejas son chicas?

    pregunt. - No -dijo el Rey sonriendo-. Tomamos la leche de las vuestras mientras

    duermen. - Pero eso ser peligroso, y los perros? - Los perros se acostumbran a nuestro olor, y despus de ir varias veces ya

    no se molestan en buscarnos. Los recolectores saben hacerlo muy bien. -Tambin tenis camas, sillas y mesas pequeas? Todo el mundo se ech a rer al or aquello, particularmente las sironas,

    que coman cerezas, y en sus manos parecan del tamao de una sanda. - S -contest el Rey-. Tenemos sillas, mesas, cocinas, y mecedoras y

    sillones, igual que los altos. - Y, dnde estn vuestras casas? - Bajo tierra. As son ms calientes en invierno y ms frescas en verano;

    y, sobre todo, nadie puede verlas y estamos ms seguros. - Yo haba pensado que vivirais en los rboles. - No. A los rboles subimos mucho, sobre todo en la poca de cra de los

    pjaros, cuando hay que pastorear los nidos. Pero nuestro pueblo est entero bajo tierra.

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    - Y, tenis calles tambin? La gente volvi a rer. Con las preguntas de Martn parecan haber perdido

    el miedo. Los nios sobre todo, se iban acercando y estaban ya agolpados unos sobre otros a su alrededor. Nunca antes haban estado tan cerca de un alto.

    - S, tenemos calles, aunque en realidad son tneles. Pero el aire es all muy agradable, sirven de ventilacin.

    - Y, no podra yo ver todo eso? El Rey y el Deru se miraron. - No, sera peligroso -contest el Deru. - Has sido muy generoso con nosotros -continu el Rey-, porque has dicho

    que s a nuestra peticin de ayuda sin saber bien qu vamos a pedirte. Te debemos una explicacin y te la vamos a dar. Para ello necesitamos contarte nuestra Historia.

    Cuando los carriones escucharon decir al Rey que iban a contar la Historia, empezaron a recoger a toda prisa las cestas de la merienda. Luego volvieron a sentarse y, en silencio, se dispusieron a escuchar. Las sironas colocaron su manta en el hueco de una piedra y se echaron a dormir. El Deru permaneci de pie en medio de todos ellos y comenz a hablar:

    - Lo que te voy a contar es muy importante para nosotros. Sucedi hace miles de aos, en un lugar muy lejos de aqu. Entonces la vida era de otra manera y, puede que escuches cosas que no entiendas bien. En tal caso, no dudes en preguntarme.

    Nosotros no hemos vivido siempre aqu continu el Deru-. Venimos de la Gran Tierra Siempre Verde rodeada de agua, en el norte lejano. All hay nieblas y lluvias, y el sol sale pocos das al ao.

    - Eso est por Asturias? Dicen que all la tierra siempre est verde -pregunt Martn.

    - Mucho ms al norte. Est ms all del mar -contest el Deru y continu: ramos altos, como vosotros. Nuestra tribu formaba parte de un gran

    pueblo de nobles guerreros, y nuestro Rey se llamaba Nuada. Los Dusi, espritus malvados, eran nuestros enemigos. Ellos movieron a

    los gigantes que vivan en el mar, y de l salieron, sin piernas ni brazos, porque no los tenan, y nos atacaron.

    - Sin brazos ni piernas? -pregunt Martn. - Eso dice la Historia. Y no debe extraarte, sabemos que en los tiempos

    remotos vivieron seres que ya no existen. - Sin brazos ni piernas y saliendo del mar, seran peces -se atrevi a

    sugerir Martn. - En aquella batalla -continu el Deru-, nuestro rey Nuada, perdi una

    mano, y a causa de ello tena que dejar de ser Rey, porque a los reyes no poda faltarles nada. Pero l acudi al jefe de nuestra tribu, a Diancet, que era sabio y mdico, y que le hizo al Rey una mano de plata con la que sigui luchando y gan la batalla. Gracias a la mano de plata pudo seguir siendo Rey.

    - Una mano de plata! -murmur Martn asombrado. - En agradecimiento, el Rey le dijo a Diancet que le pidiera lo que

    quisiera porque se lo concedera. Y Diancet quiso que le permitiera marchar al Sur con su tribu, ms all del mar de Occidente, de donde haba odo decir que exista una tierra de clima amable y rica en frutos. Pero el Rey sinti miedo. Pens que si la mano de plata se estropeaba y Diancet no estaba all para arreglarla, l se quedara sin reino. Y no lo dej marchar, incumpliendo su palabra.

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    Un Rey que no cumple su palabra, no merece ni obediencia ni respeto, por eso Diancet busc la manera de poder escapar con su tribu sin que nadie se diera cuenta. Y fue a hablar con Ogmios, que es el dios de las ideas e inventor de las leyes.

    Aqu el Deru tuvo que detenerse porque advirti que Martn no haba comprendido muy bien lo ltimo que haba dicho. Se acerc a l.

    - Hay algo que no entiendes? -le pregunt. - Es que aqu con Dios slo hablan los santos -le respondi Martn en voz

    baja. El Deru se llev la mano a la barbilla pensativo. - Mira -dijo por fin-, ests oyendo la historia de un pueblo distinto al tuyo.

    Cada uno tiene sus dioses y sus costumbres. - Lo entiendo -contest Martn-, porque en la trashumancia yo tambin he

    visto cosas que no se ven por aqu. Hasta hay gente que habla distinto. El Deru asinti y continu hablando: - Al dios Ogmios le gust la idea de que Diancet y su tribu se fueran lejos,

    porque all donde llegaran formaran un nuevo pueblo, y l se entretendra inspirndoles leyes e ideas. Y como consejo, le dijo a Diancet que buscara a Govanon, el herrero, porque saba hacer pociones mgicas, y seguramente inventara algo que les servira para llevar a cabo su plan.

    Y as fue. Govanon el herrero, pens que lo mejor sera hacer una pocin que los volviera invisibles.

    Trabajaron juntos Diancet y Govanon muchas noches bajo el roble y con un bho por testigo, como dice la Ley. Reunieron las piedras mgicas y el agua de las fuentes ocultas. Trituraron las piedras hasta hacerlas polvo, en la medida justa que Govanon saba. Luego el polvo lo mezclaron con el agua de las fuentes, y lo pusieron a hervir. La coccin dur veintin das entre luna y luna. Se fue formando una piedra brillante que se apret y curv sobre s misma.

    La ltima noche, cuando la piedra estaba a punto de endurecerse y cerrarse, mientras los dos sabios esperaban el momento final concentrados en sortilegios y conjuros, el bho testigo se arranc una pluma y la dej caer sobre la piedra. La pluma se col por la finsima grieta que an haba, y a continuacin la piedra se cerr.

    Los sabios miraban al cielo esperando la salida de Hitil, la estrella que marcaba la terminacin del proceso. Cuando la vieron aparecer en el horizonte, se volvieron hacia el fuego que vieron casi consumido. Se arrodillaron ante l. Govanon extendi las manos y solemnemente pronunci las siguientes palabras:

    En nombre de los dioses

    que nos iluminan y protegen. Piedra de Poder:

    mantn siempre tu virtud y s perenne junto a todos tus componentes

    que son perennes.

    Se inclin respetuosamente, y a continuacin se dispuso a extraer la piedra del crisol. Pero entonces se escuch la voz del bho:

    - Todos sus componentes no son perennes. Hay una de mis plumas en su interior y slo durar un ao.

    Con asombro los sabios cogieron la piedra, an caliente, y comprobaron que tena una pequea grieta por donde asomaba una pluma.

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    - He dicho el sortilegio de Todos los componentes -dijo Govanon-. El bho tiene razn, para que la piedra tenga poder, necesitar siempre la pluma de un bho.

    - No ser difcil cazar un bho al ao y arrancarle una pluma -contest Diancet.

    - No, no ser difcil -repiti el bho-, pero no sabis de qu pluma se trata y los bhos tenemos cientos de plumas casi iguales. Slo yo lo s. Tendris que hacer un trato conmigo.

    - Tiene razn. Ha de ser la pluma exacta dijo Govanon. - Qu quieres a cambio, bho? -pregunt Diancet. - He de consultar con el Gran Consejo de los Pjaros. Id maana a media

    noche al pico de la montaa y all hablaremos. Cuando a la noche siguiente, el Gran Consejo de los Pjaros y la tribu de

    Diancet con Govanon, estuvieron reunidos en la cima de la montaa, el bho habl: - He explicado al Gran Consejo el caso y vuestras intenciones de marchar

    al Sur. sa es una tierra que muchos de nosotros visitamos con frecuencia, y all podris sernos muy tiles. El Gran Consejo ha decidido que a cambio de una pluma de bho al ao seis nuestros mdicos y, puesto que sois hombres, nos advirtis de todas aquellas cosas de los hombres que puedan hacernos mal y nos protejis de ellos. De ese modo, nosotros iremos a anidar y tener nuestras cras al sitio donde os establezcis.

    Diancet y los suyos se retiraron a deliberar, pero no por mucho tiempo, pues pensaron que aceptar lo que proponan los pjaros era el nico modo de seguir adelante. As pues, aceptaron lo propuesto por los pjaros.

    Entonces para cerrar el Pacto, pjaros y carriones se mezclaron formando un crculo.

    Govanon alz los brazos y en forma solemne habl: - Convocamos a Ogmios, dios de las ideas, a Ger, dios de esta montaa

    donde pisamos; a Robur, dios de los rboles donde anidamos; a Epona, diosa de las aguas que fertilizan la tierra y nos da los frutos, y a Tarn, dios del trueno, para que aprueben y hagan sagrado nuestro Pacto: La tribu de Diancet curar a los pjaros y les informar de los peligros de los hombres. A cambio los pjaros les darn cada ao la pluma de un bho para que su Piedra sea poderosa. Si los pjaros no cumplen el Pacto, que los hombres no los curen. Si los hombres no cumplen el Pacto, los pjaros no les entregarn la pluma y la Piedra perder su poder. Si vosotros oh dioses! estis de acuerdo, que Tarn hable.

    Entonces un relmpago cruz el cielo al mismo tiempo que el estampido del trueno hizo temblar la tierra.

    Pjaros y hombres se felicitaron por tener la aprobacin de los dioses. Buscaron una fuente y en ella introdujeron la Piedra Sagrada. Toda la tribu

    de Diancet bebi, pero al hacerlo comenzaron a empequeecer hasta quedar del tamao de un bho. Y algo peor, pareca que no se haban vuelto invisibles pues los pjaros seguan vindolos, y algunos de ellos eran bastante ms grandes que los hombres.

    Sintieron miedo y corrieron a esconderse. Pero la voz de Tarn se oy de nuevo con un relmpago y un trueno.

    Hombres y pjaros quedaron paralizados. Y el dios Ogmios habl: - No es justo que dos pueblos que han hecho un Pacto sean tan desiguales.

    Tribu de Diancet, quin curar a los pjaros una vez que estis en vuestra nueva tierra, volvis a ser visibles y ya no los necesitis? Y vosotros, pjaros, slo por una

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    pluma al ao peds la curacin de vuestras enfermedades? Daris a los hombres algo ms: los llevaris en vuestra espalda cuando necesiten viajar y seris sus mensajeros si as os lo pidieran. Hombres -continu- sois invisibles, excepto para los pjaros, si no, cmo podran buscaros cuando necesiten vuestra ayuda?

    - Pero Ogmios -intervino Diancet-, con este tamao no podremos hacernos visibles cuando lleguemos al Sur. Hasta los animales pequeos sern nuestros enemigos y tendremos que seguir siendo invisibles para sobrevivir.

    - Diancet -contest Ogmios-, eres sabio pero no lo suficiente. An has de aprender que en cada cambio algo se gana, pero algo tambin se pierde. A partir de ahora seris dos pueblos hermanos. Y seris felices, a menos que rompis el Pacto.

    Tras estas palabras, Ogmios call. - S, hemos sido felices durante mucho tiempo -continu el Deru

    dirigindose a Martn-. Nuestro Pacto con los pjaros comenz all. Ellos trajeron a nuestros antepasados a estas tierras y, desde entonces, ha habido armona y amistad entre nosotros. Pero este ao no han trado la pluma de bho y el Pacto se ha roto.

    - Por qu ? -pregunt Martn. - Porque no hemos podido contestar a sus preguntas. Desde hace un

    tiempo algunos pjaros mueren de repente y no sabemos por qu. Hemos estudiado el caso sin descanso, pero no hemos hallado la solucin. Los pjaros esperan una explicacin. Comprenden que hay cosas que no podemos curar, pero nosotros debemos explicarles la causa de una enfermedad para as ellos tratar de evitarla. Pero ahora no hemos podido darles ninguna respuesta.

    - Hemos incumplido el Pacto -continu el Rey-; los pjaros no han trado la pluma y cuando la Piedra Sagrada pierda su poder, nos volveremos visibles y no tardaremos en morir. Cuando averigemos la causa de la muerte de los pjaros, ellos traern la pluma, y todo volver a ser como antes.

    - Y yo, cmo puedo ayudaros? -pregunt Martn. - Est escrito en el Libro Sagrado -contest el Rey-. Diancet lo escribi

    antes de morir. Pero el Libro est dividido en tres partes, porque nuestro pueblo, que haba llegado a ser muy numeroso, se dividi en tres tribus. Las otras dos tribus se fueron a las montaas del norte. De esto hace ms de mil aos, y hemos perdido el contacto con ellas. Ninguno de nosotros las ha visto nunca.

    - Antes de que partieran -sigui el Deru-, Diancet tom el Libro, lo dividi en tres partes y entreg una a cada tribu. Hizo lo mismo con la Piedra Sagrada, pero dej aqu la parte de la Piedra donde hay que introducir la pluma, y la parte primera del Libro. Despus nos dijo: No abris el Libro a menos que estis en peligro. En l estar la solucin.

    El Deru se acerc al Rey con un cofre, y juntos fueron hacia Martn. Lo abrieron y sacaron un pequesimo pero hermoso libro con pastas de piel y letras de oro.

    - Hemos abierto el Libro por primera vez y he aqu lo que dice:

    Cuando el Pacto se haya roto buscad a un alto

    que rena los Libros, las Piedras y las Tribus.

    - Y te hemos buscado a ti dijo el Deru. Luego cerr el libro y permaneci en silencio.

    - No dice nada ms? -pregunt Martn.

  • 15

    - Nada ms que nos interese saber por el momento -contest el Rey-. Por eso te hemos pedido ayuda. Has de ir a buscar a las otras dos tribus para reunir las Piedras y los Libros y, cuando todo est unido, hallaremos la solucin.

    - Y, cmo los encontrar? - Tenemos un plan, y algunos de los nuestros te acompaarn. Martn se qued pensativo. - Dnde est la Piedra Sagrada? -pregunt. - En una fuente subterrnea que cuidan las sironas. Ellas mantienen el

    agua pura. Mientras estn all, la fuente no dejar de manar. Pero la Piedra pronto perder su poder. Cuando esto suceda, nos volveremos visibles y no viviremos mucho tiempo.

    Martn vio sus caras de tristeza y miedo. Todas las miradas estaban fijas en l.

    - Yo os ayudar -dijo-. Ir a esas montaas y encontrar a los vuestros. - Hablaremos del plan maana, en otro lugar dijo el Rey. - Dnde? pregunt Martn. - En las viejas ruinas. - Qu ruinas? - Hay una ciudad antigua enterrada cerca de aqu que fue de los altos.

    Cuando nosotros llegamos, los altos apenas haban aprendido a hablar y vivan casi como animales. Sus chozos estaban entre las enormes piedras que hay junto al lago de los Barruecos. Con el tiempo fueron aprendiendo a construir casas e hicieron una ciudad. Ahora est enterrada porque se fueron y la tierra lo fue cubriendo todo. Pero sus tumbas an pueden verse, estn excavadas en las rocas.

    - S, las he visto. Pero nadie sabe de quienes son ni que hubo una ciudad aqu.

    - Cerca del lago hay dos rocas muy altas, casi iguales, y tienen varios nidos de cigea, las conoces?

    - S, las llaman las Piedras del Tesoro -contest Martn. - Maana al atardecer estaremos all para explicarte el plan. - Pero eso est lejos para vosotros. Yo puedo ir a cualquier otro sitio. - No -dijo el Rey- ha de ser all. As las cigeas sabrn que tenemos un

    plan y que estamos tratando de encontrar una solucin.

  • 16

    3

    Al da siguiente, cuando Martn lleg al lago, anduvo buscando los restos

    de la ciudad de la que habl el Rey pero no la encontr. La hierba creca suave entre las enormes piedras, l las conoca bien.

    Algunas estaban huecas, aunque para entrar en ellas era necesario arrastrase. Despus de un rato, cuando los ojos se haban acostumbrado a la oscuridad, se vean manchas de pintura roja y signos extraos que a veces parecan figuras. Desde fuera nadie dira que uno poda meterse dentro. A los pastores les servan de refugio en el mal tiempo.

    Bien pensado, aquello poda ser una ciudad, y muy alta. Muchas de las rocas eran el triple que las casas del pueblo. Comenz a verlas con otros ojos: los enormes bolos de granito parecan formar calles y plazas, y sobre ellos las cigeas haban hecho sus nidos. De ser una ciudad era una ciudad de cigeas. Haba cientos de ellas. Al atardecer, sobre todo en el verano, las piedras se ponan de un color extrao, casi rosa, y un poco ms tarde, en el momento en que el sol se ocultaba en el horizonte, doradas.

    El lago s lo haban hecho los hombres. Las rocas lo bordeaban, y muchas emergan del agua como islas completamente redondas. Era muy antiguo, y para soportar el agua haban hecho un dique de piedra con grandes contrafuertes. Pegado al dique haba un lavadero de lanas con muchas dependencias. En ellas se esquilaban las ovejas, se lavaba la lana en agua hirviendo que calentaban en grandes calderos de cobre; luego se pasaba por canales de agua limpia y fra y, por ltimo, la ponan a secar sobre lanchas de granito. En otra habitacin, toda pintada de blanco, se meta en sacos para enviarla a Catalua o Inglaterra.

    Ahora el lavadero estaba medio abandonado por culpa de la guerra. Las hierbas crecan en la red de canales y en el empedrado de la casa. Pero la huerta segua viva, llena de frutales. En el verano, cuando la tierra est seca y silenciosa, la huerta era una gran mancha verde en medio del paisaje amarillo. El aire era fresco all; haba mucha sombra bajo los arboles tupidos, y los pjaros, a cientos, revoloteaban a todas horas.

    Martn miraba la huerta desde el alto donde estaban las enormes rocas iguales, el sitio de la cita. Se sent y esper.

    Vio venir a lo lejos una bandada de pjaros. Se aproximaron silenciosos hasta posarse en las altas piedras de alrededor.

    Al rato, algunas cigeas ocuparon sus nidos, y otras se quedaron cerca sin hacer ningn ruido. Luego vio un milano que dio un par de vueltas y se pos cerca de ellas. Se puso de pie para observar mejor el cielo. Ms pjaros fueron acercndose silenciosamente por todas partes: cerncalos, avefras, zarapitos, palomas, lavanderas, trtolas, vencejos, mirlos, oropndolas, rabilargos, pinzones, lechuzas, autillos, tarabillas, arrendajos, urracas, chorlitos, golondrinas, gorriones, zorzales... Haba dos o tres de cada especie. Todas las piedras que poda alcanzar con su vista se llenaron y nadie piaba.

  • 17

    Por la pequea vereda llegaban el Rey, Urian y el Deru. Le hacan seas ponindose un dedo en la boca para que no hablara ni hiciera ruido. Pocos pasos tras ellos una codorniz y una perdiz les seguan y parecan servirles de escolta.

    - Sabamos que vendran -dijo el Rey-, pero nunca pensamos que fueran tantos. Bien, empecemos cuanto antes con el plan.

    Se sentaron y extendieron una piel muy fina donde haba dibujado una especie de mapa.

    - Este es el sitio donde estamos ahora y, aqu en el norte, las montaas donde estn las otras dos tribus -dijo el Rey sealando-. Pero antes tenis que ir al este, a las tierras del Monasterio de Guadalupe para buscar a Leil.

    Martn se acerc a la piel pintada. No era ms que una lnea formando una especie de globo con nombres escritos a su alrededor.

    - Yo no s leer -dijo-, y aqu slo hay letras y unas rayas. - Son los nombres de sitios, casas, pozos y montes por donde tendris que

    pasar. Te los leer. Martn escuch. Cerca del Monasterio de Guadalupe slo conoca el

    nombre de Las Villuercas, se lo haba odo nombrar a los pastores. - Yo no s ir a Guadalupe, nunca he ido por esas tierras -dijo. - Pero yo s, estuve all una vez -coment Urian. - Y sabrs volver? - S, porque es un mensajero, aunque joven. Ha aprendido de memoria

    todos los sitios por donde hay que pasar -contest el Rey. - Pero no basta con que los sepa de memoria; hay que saber ir y

    encontrarlos, reconocerlos. Adems, eso no est al norte. Por qu tenemos que ir a buscar a ese Leil? -pregunt Martn.

    - Para que os acompae. Es el mejor mdico que tenemos despus del Deru y les explicar a las otras tribus lo que sucede. Debe convencerlas para que vengan hasta aqu trayendo sus Libros y Piedras. No os espera, as que tendris que encontrarlo. Luego iris a la Portilla del Jaranda.

    -A la Portilla! All es donde yo nac, en el Poblado de Piemesadillo -dijo Martn contento-. Pero eso nos llevar muchos das!

    -S, os llevar muchos das, aun si no tenis complicaciones. En la Portilla est una de las tribus. Desde all iris a la Sierra de las Mestas, donde est la otra.

    -He odo hablar de ese sitio -interrumpi Martn preocupado-. No es un buen lugar. Dicen que la gente es huraa, y a los pastores no les gusta. Si se pierde una bestia no vuelven a encontrarla, y los que huyen de la justicia se esconden all porque no pueden dar con ellos.

    - Pero tenemos que ir a buscarlos, si no lo dems no servira de nada -observ Urian-. Sabrs ir y volver?

    - S. Preguntando se llega a todas partes. Buscar al Renco, un amigo que vive cerca de Guadalupe. l me dir cmo ir desde all hasta la Portilla. Lo dems ser fcil pues hacia el norte conozco los cordeles y caadas.

    - Llevaris todos los alimentos que podis cargar, pero no sern suficientes. Tendris que buscar por el camino.

    - Yo podr llevar algo, aunque ahora las cosas andan mal. Hay una guerra dijo Martn.

    - Una guerra?! -preguntaron a la vez el Rey y el Deru sorprendidos. - S, pero est lejos. Solo vemos alguna vez los aviones que pasan por el

    cielo.

  • 18

    - Los aviones? Desde cundo los pjaros luchan con los hombres? -pregunt el Rey asombrado.

    - No son pjaros, son unas mquinas que vuelan y se llaman aviones como los pjaros porque se parecen. Los hombres van dentro.

    - Por fin lo han conseguido! -dijo el Deru con satisfaccin-. Los altos siempre quisieron volar; desde que los recordamos, cuando apenas saban usar la rueda ya lo intentaban.

    - Entonces, esos enormes pjaros tiesos y con ruido atronador que tanto nos han asustado son de los altos? -pregunt el Rey-. Creamos que eran enviados de los dioses de los pjaros, y temamos que nos trajeran algn peligro.

    - Y, de dnde han sacado plumas tan grandes? -pregunt el Deru. - No tienen plumas, son de hierro. - De hierro? Eso es imposible! El hierro no puede volar, pesa

    demasiado. - Pueden volar porque dentro le ponen un lquido que se llama gasolina. - Y qu magia tiene ese lquido? - No lo s, pero con ella andan muchas cosas, y andan solas. El Deru mir a Martn con curiosidad. Luego coment con misterio: - Es posible que los altos sepan ya tanto como nosotros o ms. Hemos

    estado lejos de ellos demasiados aos, y en lugar de protegernos tal vez hayamos perdido el tiempo.

    - Tambin tenemos unas cajas de madera que hablan solas y nos dicen cmo va la guerra -aadi Martn.

    El Deru lo mir casi sin respirar. - No s cmo funcionan. Pero alguien habla desde Madrid, a muchas

    leguas de aqu, y nosotros lo omos como si estuviera metido dentro de la caja. - No puede ser! Ests seguro de lo que dices, lo has visto por ti mismo? - S seor. Lo veo cada noche cuando voy a escuchar el parte, porque mi

    padre est en la guerra. El Deru se qued mirando al muchacho con la boca abierta. - Cundo saldremos? -pregunt ste. - Cuanto antes -dijo el Rey. - Necesito un da para preparar mis cosas. - Entonces, pasado maana al amanecer. Os encontraris en el cruce de

    los Griles. - Y, quin vendr conmigo? - Ir yo -dijo Urian. - Mogo, hemos terminado -dijo el Rey dirigindose al Deru que segua

    ensimismado mirando a Martn. - Muchacho -dijo el Deru-, cuando vuelvas tienes que explicarme muchas

    cosas, y yo te ensear la gran ciudad, est aqu mismo, bajo nuestros pies. - Pero no puede ser una gran ciudad. Yo he visto algunas de lejos y son

    muy grandes, aqu no cabran. - Tienes razn -dijo el Deru-, pero a nosotros s nos lo parece. Se despidieron, y al instante los pjaros que los rodeaban, silenciosamente,

    levantaron el vuelo. * Cuando Martn lleg a la casa, habl con Nicols.

  • 19

    - Cuntos das hay al pueblo del Renco? -pregunt. - Como mucho chale una semana. Pues, qu se te ha perdido all? - Me dijo que fuera alguna vez, y aqu no estoy haciendo nada. - Pero, y la guerra? Ahora no se puede andar por los caminos, no son

    seguros. - La guerra est lejos, y a m, qu puede pasarme? - Ni siquiera tienes al perro, por qu no esperas a que vuelva? - Y si no vuelve? - No vayas por las carreteras ni entres en los pueblos. Los militares andan

    siempre por ellos recogiendo gente para el frente, y t pareces ms grande de lo que eres. Cundo piensas irte?

    - Pasado maana. - Y si vuelve tu padre? - Le dices dnde estoy, pero que no se mueva de aqu, yo volver. Cuando se enter la Braulia puso el grito en el cielo. - T te traes algo entre manos y no nos lo cuentas. Y hace das que te bulle

    la cabeza, que te lo estoy notando. Sales al amanecer como un alma en pena, y hoy te has ido otra vez sin decir ni po. Y ha de ser gordo para que en plena guerra quieras irte, sin que se te haya perdido nada, con el Renco! Qu le vamos a decir a tu padre si vuelve? Y si te pasa algo?

    Como Martn no contestaba la Braulia continu. - Tan gordo es que no puedes decir ni una palabra? - No puedo, pero te juro Braulia que cuando vuelva te lo cuento. - Silban como los pjaros? Martn la mir sonriendo.

  • 20

    4 Estaba amaneciendo cuando Martn lleg al cruce de los Griles. Llevaba el

    sern sujeto a la espalda con una cuerda, y de l colgaban un par de botas. Vesta un traje de pana viejo, albarcas y una gorra gris.

    La Braulia le haba dado dos quesos de cabra, un pan y tasajo. En el morral haba metido una navaja, un tirador, cerillas, un mechero de pedernal y algo de dinero. Tambin una camisa y dos velas. Llevaba consigo todo lo que tena.

    Urian lleg acompaado del Rey, el Deru y otro carrin. Era ms pequeo que Urian, con el pelo rubio y tieso, ojos grandes, vivaces, raras orejas ligeramente separadas de la cabeza y algo puntiagudas.

    - l tambin ir con vosotros -dijo el Rey-. Tiene los mejores ojos, olfato y odos de la tribu. Es un oteador. No nacen muchos y ahora tenemos dos. Se llama Kihinlit.

    - Qui... Yo no soy capaz de decir eso! -dijo Martn. - Pues todo el mundo lo dice: Kihinlit, Kihinlit -repiti el oteador. Martn mir al muchacho y quiso intentarlo de nuevo, pero decidi

    quedarse callado. - Puedes ponerle otro nombre -sugiri el Deru. El oteador frunci las cejas y se enfrent a Mogo protestando en una

    lengua que Martn no entendi. El Deru le mir a los ojos y el carrin con los labios apretados baj la vista al suelo.

    - Pistn, lo llamar Pistn, como el perro que me ense a andar -dijo Martn.

    - A ti te ense a andar un perro? -pregunt el oteador extraado. Luego ense los dientes, ladr, aull, olfate y coment-: No est mal

    - Bueno, no esperis ms. Tenis mucho camino por delante. Id con buena suerte y volved con ella -dijo el Rey.

    Se miraron todos un instante sin saber qu decir. - Sois gente fuerte. Confiad en vosotros y todo saldr bien dijo el Deru. Urian y Pistn hicieron una profunda inclinacin de cabeza que el Rey y

    el Deru contestaron. Sin ms emprendieron la marcha. - Ojal tengan suerte -murmur el Deru-. Nunca pueden saberse las

    aventuras que trae un camino. Ya haba salido el sol y era un da hermoso de primavera. Martn andaba a buen paso y los carriones corran. No pareca costarles

    esfuerzo a pesar de los sacos cargados que llevaban a la espalda. -Si queris voy ms despacio -les dijo-. Corriendo os cansaris enseguida. - No nos cansaremos. Siempre vamos corriendo a todas partes -contest

    Urian. Anduvieron el camino de los Griles, luego el de las Tejoneras, y era ya

    media maana cuando llegaron al pozo de la Enjarada. Martn se detuvo quitndose el sern de la espalda.

  • 21

    - Beberemos y descansaremos un rato. - Mejor bajo una encina -dijo Urian-, ella nos proteger. - Protegernos? De quin? -dijo Martn mirando a su alrededor. - Lo que quiero decir es que estaremos mejor a su sombra -trat de aclarar

    el carrin. - Y qu ms da una sombra que otra? - Hay que explicrselo! -exclam Pistn. - La encina es sagrada para nosotros comenz a explicar Urian-. Ella nos

    protege y cuida. Con las bellotas hacemos la harina para el pan, y con la madera utensilios, herramientas, los muebles y el fuego. Nuestras casas estn entre sus races y los pjaros anidan sobre ellas. Podemos descansar donde t quieras, pero habiendo una encina no podemos comprender cmo puede buscarse otra sombra.

    - A m tambin me gustan -dijo Martn. - No es un rbol sagrado para los altos? -pregunt Pistn. - No, nunca he odo nada de eso. - Pues las miris y cuidis como si lo fueran -dijo el oteador-. Las podis,

    arrancis jaras y retamas para que no les roben alimento, usis la lea y con las tarmas hacis picn Y, qu sera de los cerdos sin las bellotas?

    - Es verdad -afirm Martn. - A lo mejor es vuestro rbol sagrado y no lo sabis. - Bueno, tenis hambre? - No. - Y sed? - Traemos nuestra agua, pero ahora tampoco tenemos sed, es muy pronto. - Slo podis beber de vuestra agua? - De cualquiera, pero la nuestra la hemos de beber una vez al da para

    seguir siendo invisibles. - Un milano nos est vigilando -coment Pistn sealando un rbol lejano. - Y, cmo sabes que nos est vigilando? -pregunt Martn. - Nos viene siguiendo desde los Griles. No va de caza. Se posa de vez en

    cuando, siempre detrs de nosotros -contest el oteador mirando misteriosamente a Urian.

    - Eso es malo? -volvi a preguntar Martn. - No sabemos. Los pjaros han cambiado desde que se rompi el Pacto, y

    ninguno nos habla desde entonces. Tal vez solo quiere saber a dnde vamos, o puede que trate de evitar que nos ayuden otros pjaros. Has visto alguno ms?

    - A nadie ms. - A nadie ms? -Martn se extra-. Yo he visto abubillas, jilgueros,

    urracas, trtolas y un montn de cogutas a todo lo largo del camino. - S, pero a lo suyo. Nadie nos ha dicho nada ni nos ha seguido. - Pero nos han mirado -dijo Pistn-. Yo creo que muchos estn al tanto y

    nos observan. - Es que hablis as como as con los pjaros? - Claro, cmo si no bamos a curarlos? Si se cran con nosotros! - Pero este ao estn criando solos. Vamos. Tenemos mucho camino por

    delante -dijo Urian. - Otra vez vais a poneros a correr? Lo bueno de los viajes es poder

    hablar y contar cosas, si no se hacen muy largos. Yo os llevar. - No podemos permitirlo, te cansars antes -observ Urian. - Pero si no pesis ni un kilo!

  • 22

    - Nosotros para ste somos como moscas le dijo Pistn a Urian-. Y desde arriba podremos verlo todo mucho mejor.

    Martn se puso a cada uno sobre un hombro. El oteador le agarr inmediatamente la oreja, y le dijo:

    - Se te poda haber ocurrido antes! Urian miraba a la encina que Pistn le haba sealado esperando ver salir

    al milano. - se es! Ahora ya sabe que sabemos que nos sigue. Veremos qu hace.

    Pero no es de aqu, nunca lo haba visto. - Eso es lo raro -coment Pistn-. Si no es de aqu, por qu nos sigue? - Es que conocis a todos los pjaros de aqu? Y, cmo podis

    distinguirlos? -pregunt Martn. - No conoces t a todos los altos del pueblo? Pues tambin son iguales -

    contest Pistn. - Nunca vais al pueblo? - Todava no me dejan respondi Pistn-. Adems est muy lejos. Los

    mayores s podran ir pero parece que no les gusta. - Yo he estado cerca de pueblos de los altos varias veces. Y una vez, Leil

    me llev a uno para que lo viera de cerca. No me gust; los ruidos eran muy fuertes, y los olores tambin -explic Urian.

    - Y a qu ola? - A comida. Y en las cuadras el olor era horrible. - Y, qu hacais en las cuadras? - Buscar crines de caballos para hacer las cuerdas que usan los

    recolectores. El estircol nos llegaba casi a la cintura, y al salir tuvimos que lavarnos en la pila de las gallinas, y de nuevo otra vez al llegar a casa. Tuve aquel olor metido en la nariz una semana.

    - Dicen que en la capital la gente tiene en las casas una habitacin solo para baarse -coment Martn.

    - Nosotros tambin. - Y, para qu estropeis una habitacin slo para eso? Con salir al pozo

    y lavarse... O si no, se va uno al ro si le hace ms falta. - No tenemos una habitacin en cada casa para lavarnos, sino un sitio

    donde se baa todo el mundo. - Todo el mundo junto? pregunt extraado Martn. - S, las mujeres por la maana y los hombres por la tarde. Pero t deberas

    saberlo; nosotros lo aprendimos de los altos. - Pues yo he andado por muchas tierras y nunca he odo nada parecido.

    Cada uno se lava en su casa. Pues tendr que ser una habitacin muy grande para que todo el mundo quepa. Y, qu tiene? un pozo?

    - No, tiene dos pilones redondos excavados en la roca. Uno para agua caliente y otro para agua fra.

    - Pero antes nos metemos en el horno -interrumpi Pistn. - En un horno? - Lo llamamos as, pero en realidad es una habitacin muy caliente con

    vapor -explic Urian. - Te metes en el horno y te pones a sudar hasta que no puedes ms. Luego

    te vas corriendo al piln del agua caliente y despus al de la fra... si tienes valor -concluy Pistn.

    - Pues si que os lavis vosotros de forma rara...!

  • 23

    -Callaos! -interrumpi Urian bajando la voz-. Creo que nos estn esperando.

    Martn se detuvo asustado. - Dnde? No veo a nadie. - Es una perdiz. Est en el camino, junto al zarzal. Ves al milano? - S. l tambin la ha visto y se ha posado -contest Pistn. Los carriones se bajaron de los hombros de Martn y fueron hacia la

    perdiz. Poco despus le hicieron seas para que se acercara. - No te tiene miedo, sabe quin eres. Se ha roto una pata. Ha salido a

    buscarnos para que la curemos, pero dice que si no queremos hacerlo lo entender -explic Urian.

    La perdiz se sostena a duras penas y miraba, algo desconfiada, a Martn con sus ojos completamente redondos.

    - Y, qu pasar si no la curis? -pregunt ste. - Morir. No podr vivir as mucho tiempo. - Y si la curis, alguien va a haceros dao por eso, o se lo har a ella? - Espero que no. Si la curamos ser como un regalo. Aunque a lo peor

    rompemos todava ms el Pacto... dijo Pistn. - Qu importa? Bien roto est el Pacto, y no vamos a permitir que muera

    -dijo Urian. - Pero nosotros s vamos a permitir que vosotros muris -objet la perdiz. - Quin sabe? Venga, cuanto antes empecemos, mejor. Tmbate de

    espaldas. La perdiz se dej caer en el suelo y luego gir hasta quedarse con las

    patas hacia arriba. Urian y Pistn sacaron de los sacos unas bolsitas de cuero con hierbas secas y muy desmenuzadas.

    - Te haremos un emplasto con romero, enebro, rnica y cardo -explicaba Urian mientras seleccionaba las plantas. Lo puso todo en un mortero del tamao de un dedal, lo mezcl con aceite que extrajo de una minscula bota y lo tritur.

    - Estn listos los palos? pregunt a Pistn. - S. - Ahora puede que te duela un poco. Con ayuda del oteador, Urian cogi la pata, que pareca un cuatro, y de

    un movimiento la coloc hasta quedar igual que la otra. Luego le aplic el emplasto con mucho cuidado, y coloc los dos palitos a ambos lados de la pata atndolos con una tira de piel fina y encerada.

    - A ver, ponte de pie. Qu tal? - Muy bien, apenas duele y la siento igual que la otra. - No te quites los palos, djalos que se caigan solos cuando la piel se

    seque. Y ten cuidado al posarte, hazlo lo ms despacio posible. La perdiz los mir agradecida. - Dinos, cmo es que nos esperabas? Es que sabas que bamos a pasar

    por aqu? - S, se ha corrido la voz y todo el mundo lo sabe. Vais a buscar a Leil, que

    est con los recolectores, y tenis un plan. - Hay un milano que vuela todo el tiempo detrs de nosotros. Crees que

    nos est siguiendo? - Es posible. Nosotras volamos poco y no nos encargaran tal cosa. Puedo

    pediros algo ms? - S -contest Urian.

  • 24

    - Tengo tres huevos, creis que aqu tendrn de todo cuando nazcan? - Es buen sitio. Hay avena sembrada ms all de ese cerro que hemos

    dejado atrs dijo Urian sealndolo-, y con eso de la guerra de los altos no se podr recoger. All tendris de sobra. Corre la voz.

    - No s cmo daros las gracias. Os pagar el favor como pueda. Buena suerte y, ojal vuelvan los buenos tiempos!

    Urian le hizo una sea a Martn para que recogiera el sern y se pusiera en marcha. La perdiz fue tras el zarzal donde otras dos la esperaban escondidas.

    - Me estabais hablando de los recolectores record Martn-. Quines son? Los habis nombrado varias veces.

    - Qu te creas, que nos habas visto a todos? Pues no has visto ms que a la mitad -dijo Pistn.

    - No te diste cuenta que slo haba mujeres nios y viejos cuando estuviste con nosotros en el dolmen?

    - Ahora que lo dices... - Los hombres estn recolectando plantas en las tierras del Monasterio, y

    los jvenes han ido a la floracin del Valle.

  • 25

    5

    Siguieron caminos y veredas, bajo la gua de Urian, para rodear la Sierra

    de la Mosca. El milano continuaba su paso detenindose de cuando en cuando sobre algn rbol para no adelantarse a ellos, pero ya no le prestaban mucha atencin. Se sentan cansados y haca calor.

    Cruzaron una carretera y llegaron junto a una charca de la dehesa de La Lagartera.

    - Descansemos un rato y comamos. Martn sac la navaja y cort dos pedacitos de pan y queso. - Est bueno -dijo Urian relamindose- Sabes que nosotros tambin

    hacemos quesos de cabra? Pero muy rara vez. Las cabras no se dejan ordear como las ovejas, y slo cogemos su leche en las grandes ocasiones.

    - Mi padre dice que las cabras son mucho ms listas que las ovejas, pero con las ovejas se gana ms dinero dijo Martn.

    - Qu es dinero? -pregunt Pistn. - Ah va! No sabis qu es el dinero? - Yo s -contest Urian-, me lo han explicado. Los altos, en lugar de

    cambiar unas cosas por otras, las cambian por unas piezas redondas de oro o plata. Por qu? Cuando se pueden cambiar las cosas directamente.

    - Has dicho de oro y de plata? En mi vida he visto yo una peseta de oro ni de plata, ni nadie que yo conozca.

    - No son de oro? - Qu va! Son de latn o de papel. - Por el camino viene un alto con dos burros -dijo Pistn ponindose en

    pie. - Escondeos! - Tonto, l no nos ve. Montado en un burro y canturreando, se acercaba un hombre mayor con

    chambra y sombrero. Detrs de l, otro burro iba cargado con las alforjas repletas. Vio a Martn y, parndose en el camino, lo llam.

    - Muchacho! Qu haces ah tan solo? - Descansando. - Vas de viaje? - S seor, a Guadalupe. - Pues s que vas t lejos Y vas slo? - S seor. - Y dnde piensas pasar la noche? - Donde caiga, algo encontrar. - Anda, vente conmigo, por lo menos pasars la noche bajo techo. Martn mir a los carriones que estuvieron de acuerdo. - S seor -dijo al tiempo que se agachaba a coger el sern lo que

    aprovecharon los otros para saltar sobre l. - Mntate en el otro burro. Y qu, llevas mucho andado? - Si seor, desde el amanecer. Va usted muy lejos?

  • 26

    - A Don Vidal de Arriba, sabes dnde es? - No seor. - Pues todava falta un buen rato desde aqu. Llegaremos de noche, pero

    stos -dijo refirindose a los burros- saben llegar solos aunque no se vea ni jota. T no eres de por aqu...

    - No seor, nac en la Portilla del Jaranda. - Y, qu haces aqu? - Las ovejas. - Ah, toma. Quedan muchas? - Pocas. - Esto de la guerra es malo para la gente del campo. Se llevan el ganado,

    no se siembra; todo est hecho una pena. - S seor. - Negro me he visto para comprar lo que viene en las alforjas. Y como la

    guerra no acabe pronto yo no s qu va a comer la gente, ya escasean muchas cosas. El caf, el azcar hace tiempo que se lo compro a los contrabandistas de la raya de Portugal.

    - Llegan hasta aqu? - Esos son los nicos que llegan a todas partes. La guerra es mala cosa

    para todo el mundo, yo no s por qu las empiezan. Mi padre, que en gloria est, estuvo en la de Cuba y vino consumidito, picado por toda clase de bichos. Nunca volvi a ser el que era.

    El hombre hablaba sin parar. Estaba contento por haber encontrado compaa y hacer as ms llevadero el camino.

    Martn coloc a los carriones delante de l, sobre la albarda. Pronto empezaron a dar cabezazos y al rato quedaron dormidos.

    Era casi de noche cuando llegaron a las casas de Don Vidal de Arriba. La mujer del seor Sixto, que as se llamaba el hombre, los ayud a descargar los burros y luego se puso a hacerles la cena.

    Los carriones haban entrado en la casa muy despacio, mirndolo todo con mucho detenimiento, y acabaron sentndose en un rincn cerca de la lumbre. Parecan algo asustados. Pero cuando se sentaron a la mesa, Martn vio que Pistn empezaba a moverse curioseando las cosas. No poda evitar el mirarlo.

    - Muchacho, ests sordo? Dice la mujer que cmo vas a ir a Guadalupe. - Pues andando. - Eso te va a llevar muchos das y son tiempos muy malos -observ la

    mujer-. A lo mejor Andrs puede llevarlo. Cmo no te acercas a verlo? - Hombre, sera una suerte. Andrs es un vecino que va maana a La

    Hoya con un camin y eso est en tu camino. Te quitara muchos kilmetros de encima. Cuando termine la cena ir a ver si te lleva.

    Martn tena un ojo en la sopa y el otro en Pistn que lo miraba amenazante. El carrin haba levantado una badila y le daba a entender que si la soltaba hara un ruido enorme. Urian se haba quedado dormido.

    - No tienes familia? -pregunt la mujer. - Slo a mi padre y est en el frente. - Nosotros tenemos una hija, pero al marido tambin se lo han llevado. Dej de ver al oteador y eso le puso inquieto, pero al momento not que

    le tiraba del pantaln. Escalaba por su pierna, subi a la rodilla, se agarr a su brazo, tom impulso y apareci sonriendo al lado del plato.

  • 27

    Martn agach la cabeza sin querer mirarlo. El carrin se sent apoyando la espalda en la hogaza de pan, del que empez a picotear. Luego se levant y se acerc a la mujer para verla de cerca. Nervioso, Martn lo miraba de reojo. Lo vea inclinado hacia adelante, tan cerca de ella que le hubiera podido contar las pestaas.

    - Qu te pasa muchacho? Es que no quieres ms? - S, s seor -contest volviendo al plato. Pistn se volvi y lo mir con una sonrisa torcida. Entonces Martn agarr

    un tenedor y se lo ense como si lo fuera a pinchar en l. Tal cosa no asust al carrin que disfrutaba viendo los apuros del otro. Al contrario, como si estuviera cumpliendo una misin de reconocimiento, se pase por la mesa con las manos a la espalda hasta llegar junto al plato del seor Sixto. All se sent para contemplar cmo se meta en la boca las cucharadas de sopa con enormes trozos de pan. Para ayudarlo, el carrin empujaba con el pie los pedazos hasta dejarlos justo al lado de la mano del hombre, que no se daba cuenta de que el pan se mova slo. Martn estaba sudando.

    - Come bien. Tienes que aprovecharte ahora, porque puede que no encuentres mucha comida por el camino le deca el Sr. Sixto.

    - Anda, termina de una vez y vete a ver a Andrs. Y t, coge el cubo y treme agua del pozo que voy a lavar los cacharros -dijo la mujer.

    Antes de que nadie se moviera, Pistn se tir al suelo de un salto. Cuando volvi Martn con el cubo, la mujer estaba ante el fregadero quieta

    como una estatua: los pelos tiesos, un brazo en alto, la boca abierta y la mirada temerosa fija sobre los platos

    - Brujas! -exclam- Aqu hay brujas! Llev temblando la mano hacia los cubiertos, y cuando iba a alcanzarlos,

    Pistn levant una cuchara y se la puso entre los dedos. La mujer vio como la cuchara se levantaba sola y, sola, se colaba en su mano.

    - Brujas! Los cacharros estn vivos! -grit dando un salto hacia atrs y tirando la cuchara por alto. Pistn se tapaba la boca muerto de risa.

    - Djeme usted a m, yo se los friego -le dijo Martn tratando de mantenerse serio.

    El muchacho dio un manotazo en el agua que empap al carrin. - Por qu haces eso? -le pregunt la mujer. - Para espantar a las brujas -contest Martn. Pistn se sacudi como pudo, baj por la cortinilla que haba debajo del

    fregadero y fue a secarse junto a la lumbre. Martn no poda evitar la risa y la mujer lo miraba desconfiada. Se sent en una silla sin quitarle la vista de encima.

    - Al amanecer vendr Andrs a buscarte -dijo el seor Sixto entrando-. Tendrs que ir atrs con los bultos porque lleva a la mujer y a los cros.

    - Sixto! Mira el gato! -grit la mujer. Con el rabo gordo y tieso, el lomo encorvado, los pelos de punta y

    mirando a ningn sitio, el gato bufaba desesperado. Pistn, con el puo cerrado, le daba golpecitos en la nariz.

    - Te digo que aqu hay brujas! Antes los cacharros y ahora esto - deca asustada-. Zape! Zape!

    Pero el gato no se movi. El carrin, doblado de risa, miraba a Martn que no saba qu hacer. Urian se acerc y, al verlo, el oteador se retir al rincn. Por un instante el animal sigui tieso.

    - Estar viendo algo que nosotros no vemos dijo el Sr. Sixto. - Y ste tambin ve lo que sea -dijo la mujer mirando a Martn- Iba

    siguiendo algo con los ojos y ah no hay nada.

  • 28

    El seor Sixto lo mir. - Yo.. yo... -balbuce Martn. - Sixto, que no estoy tranquila. -Y miraba al muchacho con recelo. - Si usted quiere duermo fuera, con el sern no pasar fro. - Hombre... - Si yo estoy acostumbrado a dormir al raso -dijo cogiendo el bulto. El seor Sixto abri la puerta y los carriones salieron. - Le juro que yo no tengo nada malo. - No te preocupes, son cosas de mujeres. Siempre ha sido miedosa. Ya ves

    -dijo mientras miraba dentro-, ahora le est encendiendo velas al santo y se santigua. Lo mismo me da la noche.

    - Si usted quiere me voy ms lejos. - No hijo, no hace falta. Qudate aqu bajo el porche y no te caer el roco.

    Que pases buena noche. - Anda que la que has hecho! -dijo Martn a Pistn con enfado-. As no

    se puede tratar a la gente. Nos han dado comida y cobijo y mira el susto que le hemos dado a la mujer a cambio.

    - La culpa la tengo yo por haberme dormido -dijo Urian. - T? Qu culpa vas a tener t de lo que haga ste? - Es un bromista. Siempre que puede, como no se le pare a tiempo, la la. - Pues vaya broma. Ha dejado a la pobre mujer muerta de miedo creyendo

    que hay brujas y que yo las he trado conmigo. - Qu son brujas? -pregunt Pistn. - Vete a hacer muchas y buenas! exclam Martn. - Urian, qu son brujas? - Cosas de los altos. Algo as como las sironas pero en malo. - Las sironas son las nicas a las que les gustan las bromas -dijo Pistn

    incomprendido-. Si hubieran estado aqu se habran muerto de risa. Cuando se lo cuente!

    Se qued un rato mirando al cielo. Antes de cerrar los ojos vio al milano. Estaba posado sobre la polea del pozo.

  • 29

    6 En el camin, adems de Andrs iban su mujer y dos hijos pequeos. Era

    un trasto viejo con una lona, lleno de camas, colchones, muebles, bales y trastos de cocina.

    Martn se agach a coger el sern y los carriones saltaron sobre sus hombros. Se subi a la parte de atrs del camin. Apenas los dej en el suelo, el camin arranc y los bultos empezaron a temblar. Los carriones asustados corrieron para saltar de all.

    - Quietos! Quietos! -les grit alcanzndolos casi en el aire-. Esto es as, no pasa nada malo.

    - Estamos en la barriga de un animal enorme! Qu hacemos aqu? -grit Pistn asustado.

    - No es un animal, es un camin. Una mquina. - Y nos va a llevar a donde quiera! Vamos a perder el camino! Urian no hablaba pero lo miraba con cara de pensar lo mismo que Pistn. - No perderemos el camino. Y la mquina no va sola. Ya habis visto a

    Andrs, l va en la parte delantera conduciendo. - Quieres decir que le va diciendo por dnde tiene que ir? -pregunt

    Urian. - Ms o menos. - Y si no le obedece? - S le obedece. - Pero, y si se encabrita y se nos cae todo encima? -pregunt Pistn. - No se encabrita. Las mquinas hacen lo que los hombres quieren que

    hagan: si les dicen que para adelante, andan y, si les dicen que se paren, se paran. - Y quin las ha domado as? - Mirad, este cacharro anda ms deprisa que nosotros y con ello vamos a

    ganar das de camino. - Entonces, no es un animal? pregunt Urian. - Tiene que serlo porque nadie tira de l. Si no, cmo iba a andar solo? -

    opin Pistn. - Con la gasolina y un motor. Gracias a eso anda -dijo Martn. Le miraron con cara de no haber comprendido nada. - Estas mquinas sirven para llevar a la gente y los bultos de un sitio a otro

    -trat de explicarles-. Pero no s deciros nada ms. Yo mismo no s bien por qu andan.

    - Ya nos lo explicar el Deru dijo Pistn. - No -contest Urian-. El Deru tampoco lo sabe. - Y, cmo pueden los altos hacer un bicho tan grande como ste? -

    pregunt Pistn.

  • 30

    - Con otras mquinas contest Martn. - Pero, qu es una mquina? -pregunt Pistn irritado al tiempo que daba

    una patada en el suelo. - El molino es una mquina -contest Urian-. El agua mueve a la noria y

    sta a las piedras que trituran el grano. Lo has visto muchas veces. Una mquina es algo que hace algo movindose solo.

    - Ah -dijo Pistn-. Y t has visto alguna vez las mquinas que hacen los camiones?

    - Yo? Si es la segunda vez que me monto en uno! -contest Martn bajando la cabeza como si decir aquello le diera vergenza.

    - Entonces t eres casi como nosotros! -dijo el oteador con satisfaccin-. No podemos asomarnos? All arriba hay una rendija.

    Martn mir hacia donde le sealaba Pistn. - Si eres capaz de subir... Dicho y hecho. Escal una cmoda, de all pas a un colchn, luego a una

    mesilla, por ltimo a una olla y sac la cabeza por la ranura de la lona. Haba niebla a lo lejos, hacia el este. El sol estaba saliendo, pero apenas

    poda distinguirse. El camin avanzaba lentamente en medio de una inmensa llanura, con la neblina extendida a ras de tierra y, en el horizonte, no poda distinguirse donde acababa el suelo y empezaba el cielo. Aqul era un paisaje extrao, no tena ni un solo rbol.

    Algn tiempo despus, la carretera comenz a curvarse y a bajar cuestas repentinas. Entraron en un terreno de dehesas lo que alegr a Pistn: haba cientos y cientos de encinas y los pjaros ya estaban despiertos. Vio a una alondra salir desde su nido en la tierra, y a un cuco madrugador sobre la rama ms alta de un rbol.

    Bajaron hasta un ro y luego comenzaron a subir cuestas. El camin iba mucho ms lento, renqueante. Y si no era un animal, por qu entonces le costaba trabajo subir?, se pregunt.

    Vio al milano. Planeaba a gran altura sobre ellos. Le gustaba estar all, con la cabeza asomando por aquel agujero. La lona

    se extenda ante l como si fuera el tejado plano de una casa inmensa y vea el paisaje desde arriba y en redondo. Y los otros se haban quedado dormidos, con lo bonito que era estar all. El sol era como una naranja a travs de las nubes.

    En el horizonte, un monte solitario pareca atravesarse en el camino. Lo envolva la niebla y apenas si poda distinguir su silueta, pero no era un monte normal y corriente. En la parte baja paredes de piedra cercaban los campos, y haba tantas que pareca un laberinto.

    Baj y despert a los otros. - Venid, hay un monte muy raro en el camino. - Qu tiene para ser raro? - No lo s, nunca haba visto nada igual. La niebla se levant poco a poco, y en la cima del monte fue apareciendo

    una ciudad rodeada de murallas. - Por los dioses! A dnde nos ha trado este bicho? -pregunt Pistn. En lo ms alto haba un enorme castillo y, bajo l, torres, palacios,

    iglesias, almenas, cpulas y frondas de hermosos rboles de jardines ocultos, que se mezclaban entre los bellos edificios. Un anillo de niebla se mantena a sus pies y pareca sostenerla en el aire.

    - Es una ciudad como las que cuentan los viejos! -dijo Urian lleno de asombro-. Dnde estamos?

  • 31

    - No lo s -contest Martn. Lentamente fueron acercndose. Todo estaba silencioso, dormido, nada se

    mova dentro. Unos rboles enormes abran una avenida por donde entr el camin. - Eh! mirad esa puerta. No, al otro lado, a la derecha. Sola, con escudos labrados en la piedra y enormes bolos en los extremos,

    se abra al campo sin nada a su alrededor. - Ser la puerta de la ciudad? - Entonces ya estaramos dentro, y sin embargo estamos fuera. - Entonces, para qu sirve esa puerta? - Mirad! el milano se ha posado encima. - La puerta extraa! -exclam Urian -. sa debe ser la puerta extraa. Los

    recolectores cuentan que una vez que se perdieron llegaron cerca de esa puerta. A travs de ella algunos vieron la ciudad, pero otros no. Discutieron Cmo iba a haber una ciudad y que todos no la vieran? Sin embargo todos juraban que estaban diciendo la verdad. La puerta en cambio la vean todos. Entonces, el viejo Deru Bleid pregunt cmo podan saber si la puerta exista o no, aunque todos la vieran. No supieron qu contestar, y entonces lleg un cuervo y se pos sobre ella. Si un cuervo se ha posado sobre ella, dijeron, es que la puerta existe. Y cmo sabemos que el cuervo existe? pregunt Bleid.

    - Tocndolo! -dijo Pistn-. No fueron a tocar la puerta? - No, no fueron, porque era casi de noche, estaban perdidos y tenan

    miedo. - Pues bajemos, toquemos la puerta, entremos en la ciudad y as veremos

    si existe o no -dijo Pistn resuelto. En aquel momento, unos fuertes golpes sonaron en la chapa de la cabina.

    Inmediatamente Martn se escondi. - Hay alguien en la carretera? -pregunt. - Si, unos altos con caballos en un cruce de caminos. El camin fren y dos guardias se acercaron con los fusiles apuntando.

    Andrs baj y les ense unos papeles. Le hacan muchas preguntas. Luego se dirigieron a la parte trasera del camin.

    - Martn sal! -grit Andrs dando unos golpes en el metal. El muchacho asom muerto de miedo. Uno de los guardias subi al camin y comenz a mover las cosas como si

    esperara encontrar algo. Los carriones tuvieron que saltar a un cabo de la lona del que quedaron colgando.

    - Como le deca, es un conocido de Sixto el de Don Vidal. Se le haba presentado andando en la finca, y me pidi que lo llevara al pueblo -explicaba Andrs.

    - Cmo te llamas? - Martn Hernndez Rojas -contest temblando. - No tienes papeles? - No seor. - Y, qu haces solo? - Mi padre est en el frente. - Y te dej solo? - No seor, me dej con un paisano. - No hay mas que trastos de la casa -coment el que haba subido al

    camin. - Andan buscando algo? -pregunt Andrs. - No has visto a nadie por el camino? -pregunt el guardia.

  • 32

    - No seor, ni un alma. - Pues estate atento, y si ves algo de aqu al pueblo, lo dices en el cuartel

    cuando llegues. - Qu? Contrabando? - No sabemos si contrabando o maquis, as que ndate con ojo. Y t -dijo

    dirigindose a Martn-, te quedas en el pueblo y sin moverte, que no son tiempos para andar por ningn sitio.

    - S seor. Los guardias se echaron los fusiles al hombro y se alejaron. - Que mal rato eh? -dijo Andrs volvindose a Martn-. Ya puedes andar

    con tiento cuando bajes. Los que se esconden siempre son peligrosos, y para que no hables son capaces de no dejarte vivo. As que, si los ves, ni se te ocurra acercarte a ellos y escndete bien.

    - Andar con cuidado. Oiga, cmo se llama ese pueblo? - Qu pueblo? Martn mir hacia atrs, a las murallas. - El miedo te ha hecho ver fantasmas -dijo Andrs riendo-. Aqu no hay

    ningn pueblo. Anda, sbete al camin, que ya te avisar cuando lleguemos. Se qued asomado entre la lona mirando la ciudad que iba

    empequeecindose a medida que se alejaban. Los carriones bajaron junto a l. - Es el sitio ms bonito que he visto nunca -coment Urian. - Pues no existe. Andrs no lo ha visto. - Igual que los recolectores! - Cmo que no existe? No la estis viendo? Deberamos haber bajado, y

    entrado en ella. Por qu no lo hemos hecho? -pregunt Pistn. - Porque dice Andrs que ah no hay nada. Si no hubiramos hecho tantas

    preguntas... -Volveremos -dijo Urian-. Cuando hayamos terminado el viaje. Si todo

    acaba bien, vendremos. - Y si no volvemos a encontrarla? * - Vamos, Martn, despierta -dijo Andrs golpeando la chapa- hay que

    bajarse. - Ya hemos llegado? - Qua! Es este cacharro que necesita agua. - Dnde estamos? -Esto? Es La Calderona. Nos quedan todava unas cuantas horas.

    Aprovecharemos para comer y que se enfre el motor. Anda, aydame con el agua, o mejor, ayuda a la mujer a bajar los cros.

    No volvieron a parar en toda la tarde. El camin ronroneaba solitario por una carretera estrecha y sin asfalto. Se iban aproximando a unas montaas que aparecan radiantes y verdes para pasmo de los carriones que nunca haban visto montaas tan altas y tupidas. Las dehesas seguan en la parte baja, pero en las laderas crecan pinos y robles, y ms arriba endrinos, brezos, madroos, romeros, cantuesos y jaras cuyo olor los tena embobados.

    Entraron por un paso estrecho entre dos montes, slo la carretera llena de curvas siguiendo el cauce de un ro tena espacio all. Las paredes verticales de roca

  • 33

    viva casi formaban un tnel y el agua corra rpida borboteando y saltando entre las piedras.

    Haban cruzado varios pueblos solitarios y pobres, donde slo vieron a las viejas haciendo ganchillo, sentadas de espaldas al sol.

    - Preprate, estamos llegando -le grit Andrs aflojando la marcha. Se puso a los carriones sobre los hombros y salt del camin. - Yo ya tuerzo aqu para La Hoya. Coge ese camino que sale a la derecha

    y no lo sueltes hasta llegar a otra carretera que est en medio de un valle. Crzala y, casi enfrente del camino que dejas, encontrars una vereda que te llevar a un ro. Sigue por el ro en direccin contraria y ve siempre hacia el este. Bueno, eres pastor y no hace falta que yo te diga cmo tienes que andar por el monte.

    - Muchas gracias por todo -le dijo Martn dndole la mano. - No hay de qu, hijo. Hoy por ti, maana por m. Buena suerte! Y, anda

    con ojo! - S, tendr mucho cuidado.

  • 34

    7

    El camino atravesaba pequeos prados rodeados de sauces. A veces,

    algn castao daba sombra a una caseta de aperos y, almendros con otros frutales, crecan en los pequeos espacios que los hombres haban conseguido allanar entre los cerros. Tras subir un largo repecho alejndose de los prados, encontraron el valle largo y estrecho, en medio del cual la otra carretera se estiraba.

    Martn se puso a bajar deprisa. No le gustaba aquella amplitud del paisaje, cualquiera que estuviera en la sierra podra verlo.

    - Pistn, ya puedes estar atento. Si nos ven maleantes estamos perdidos. La vereda apareci despus de un rato entre unos hermosos nogales, e

    inmediatamente serpente subiendo. Cuando llegaron arriba, el valle qued completamente en sombra tras ellos, y al otro lado vieron la hondonada oscura que formaba el ro abrindose paso.

    - Hay que bajar deprisa, se nos va a echar la noche encima -dijo Martn. La vegetacin era tan espesa que los carriones tuvieron que bajarse de los

    hombros y sentarse sobre el sern. Martn apartaba con los brazos las ramas siguiendo el rastro apenas sealado, y le daba la impresin de ir andando por un tnel. Hasta que llegaron a la orilla del ro.

    - No nos conviene estar junto al agua. Esto es un vado, y seguro que por la noche viene gente a beber aqu -dijo Pistn.

    - Gente? - Si, ciervos, jabales, zorros... No creo que haya otro sitio mejor que ste

    en un ro lleno de piedras. - Entonces apartmonos -dijo Urian-. No nos llevamos muy bien con los

    zorros. - Os ven? - No, pero nos huelen y son desconfiados. A veces nos hacen pasar malos

    ratos. - Callaos! -Pistn estiraba el cuello sin mirar a ningn sitio tratando de

    or. - Son altos! Corramos! - A dnde? - Cgenos y cruza el ro -dijo Urian-. Pero por el agua, no por las piedras,

    as no dejaremos huellas. Casi a ciegas, tanteando con los pies, se aproxim a la otra orilla. - No salgas! Contina por el agua hasta llegar al nogal. - Qu nogal? No veo ningn nogal. No veo nada. - Sigue, yo te guiar -le dijo Pistn.

  • 35

    Resbalaba sobre las piedras cubiertas de verdn y trataba de meter los pies entre ellas para pisar terreno seguro y avanzaba muy despacio.

    - Date prisa, estn llegando! Martn empez a distinguir las voces. - Tienes que andar otro tanto -le apuraba Pistn. Oa que los hombres rean. Tenan dificultad para pasar entre las ramas y

    tampoco podan ver la vereda. - Vete a la izquierda. Te digo que ms a la izquierda; ah adelante hay un

    hoyo y te hundirs hasta la cintura. Ya falta poco. Cuatro o cinco pasos ms -le guiaba Pistn.

    Con el mayor sigilo sali a la orilla. Entonces vio el nogal, estaba a dos metros del agua y se inclinaba ligeramente sobre el ro.

    Los carriones, con la facilidad de los gatos, escalaron el tronco y se sentaron en la rama ms baja esperndolo. Martn se abraz al tronco, apret pies y brazos contra la corteza y empez a subir.

    - Cuanto ms arriba mejor, as no podrn verte. Quedaron silenciosos, atentos a los ruidos. Los hombres encendieron una

    fogata. Ellos vean la luz a travs las hojas, nada ms, pero los oan muy bien: - A ver, dnde est? -deca uno-. Porque no va a haber desaparecido

    como un fantasma... - Es que no has visto al perro? Bien claro est que vena siguiendo un

    rastro. - Vete a saber lo que segua el perro. - Pues yo lo vi. - Y no era un guardia... - No, pareca un muchacho con un bulto a la espalda. Mira al perro, si

    sigue buscando! - S, sigue buscando, pero no encuentra. - Aqu hay huellas -dijo un tercero junto al agua-, y estn frescas. Los hombres vieron las pisadas de Martn en la orilla. Los tres del rbol se miraron asustados. - Pero aqu una huella se mantiene fresca mucho tiempo. - Ha podido cruzar el ro. Voy a pasar con el perro al otro lado. El animal, atado a una cuerda, estaba inquieto y gema. El hombre tir de

    l y lo arrastr a una piedra grande dentro del agua. - Huele aqu. Busca! Busca! Pero el perro no encontr nada. De piedra en piedra el hombre salt a la

    otra orilla y una vez all azuz al perro para que siguiera buscando. - Ni rastro, ya os lo dije. - Anda, vuelve y comamos algo. Qu iba a hacer un muchacho solo por

    aqu a estas horas? De ser cierto que lo has visto estar ya de vuelta en el pueblo. La cosa es que l no nos haya visto a nosotros.

    - No podremos bajar hasta un rato despus de que se hayan ido -dijo Martn respirando ms tranquilo.

    - Un buen rato. Con un perro te encontraran enseguida. - Vosotros dormid. Yo vigilar -dijo Pistn. - Nunca he dormido en lo alto de un rbol. Y si me duermo y me caigo? Cuando Martn despert, tena los miembros entumecidos y le dola todo

    el cuerpo. Haba dormido atravesado sobre dos ramas gruesas cerca del tronco. Ya haba amanecido y vio el cielo completamente nublado.

  • 36

    Urian dorma un poco ms arriba, y Pistn estaba en una rama ms alta. Le hizo seas para que no se moviera ni hablara.

    Los hombres estaban levantando el campamento y apenas hablaban. Tuvieron mucho cuidado de apagar el fuego y cubrirlo con tierra. Trataban de no dejar huellas.

    - Voy a seguirlos -dijo Pistn-. No os movis de aqu hasta que yo vuelva. Salt del nogal a un aliso y desapareci. Haba comenzado a llover. Urian y Martn seguan en el rbol esperando

    que Pistn volviera. El carrin se haba puesto una capa de piel de conejo con una capucha.

    - Lo que no s -deca- es por qu no hemos visto ni odo un solo pjaro en toda la maana.

    - Ser porque la lluvia los tiene recogidos contest Martn. Luego pregunt preocupado-: No crees que Pistn tarda mucho?

    - S, pero l sabr lo que hace. - Cunto tiempo vamos a esperarlo? - El que haga falta. - Y si no vuelve? Ha podido caerse o darse un golpe... - Alguien nos lo habra dicho... No! Si le ha pasado algo, nadie nos va a

    traer la noticia ahora que los pjaros no estn con nosotros -exclam Urian cayendo en la cuenta.

    De un salto se puso en pie, subi a lo ms alto del rbol y empez a silbar. Martn fue tras l hasta donde las ramas pudieron sostenerle. Lo vea angustiado, medio cuerpo le sobresala por encima de la copa y silbaba a intervalos, haciendo tiempo para que llegara el silbido de respuesta de Pistn, pero nada se oy.

    - Por qu no vamos a buscarlo? Seguro que sigui la vereda tras los hombres.

    - S, vmonos. Si sigo silbando l nos encontrar. Martn se puso al carrin sobre un hombro y cruz el ro por las piedras

    hasta alcanzar la vereda. A cada rato, Urian silbaba, pero nada se oa como respuesta. La lluvia se hizo ms intensa. Martn se cal la gorra hasta los ojos.

    Tras un recodo, el paisaje se ensanch. El rastro se separaba unos metros del ro y suba hacia la ladera. Llova torrencialmente. El carrin comenzaba de nuevo su silbido, pero de pronto se cort dejndolo a medias. Pistn sala de un agujero debajo de una piedra haciendo seales con los brazos.

    - Es una broma?! -protest Urian indignado. - Escondeos! Rpido! -les grit el oteador, y volvi a meterse bajo la

    piedra. Urian se col a su lado y Martn se tir entre los helechos. Esper sin

    levantar la cabeza. - Son los hombres? -pregunt Urian. - No, los hombres estn ya muy lejos. - Qu es entonces? - No lo s, pero es muy grande y muy listo. No he podido verlo aunque he

    odo su respiracin. - Un jabal? - Te digo que no lo s. Me ha seguido a distancia. - Por qu no contestaste a mis silbidos? Es que no me has odo? - Claro que te he odo. Te han odo en diez leguas a la redonda.

  • 37

    - Y, por qu no respondiste? - Mira all arriba, en las rocas. En la vertical de piedra que caa sobre el ro, posados en un saliente,

    estaba el milano que los haba seguido con un alimoche enorme. El alimoche era blanco, el pico encorvado y muy afilado en la punta, los ojos rojos y la cara, desprovista de plumas, tambin. Tena manchas amarillas y negras las plumas de las alas. Estaban observndolos.

    - El milano lo ha trado. No me gusta. Vino derecho a por m. - Te atac ese alimoche? -pregunt Urian asombrado. - Creo que iba a hacerlo cuando oy tu silbido. Subi y baj buscndote;

    yo mientras, me ocultaba bajo los helechos. Al principio trat de hablarle, pero chill con un grito terrible. Iba hacia vosotros y volva, para no perderme. Por eso no poda contestarte, no hubiera tenido ninguna defensa. Volaba sobre ti, pero como tenas la capucha puesta y slo mirabas al frente no llegaste a verlo.

    Martn, que tambin estaba escuchando a Pistn, sali de entre los helechos tan tranquilo.

    - Y, eso es todo lo que os asusta? -dijo en voz alta. Entonces escucharon un ruido fuerte, un rozamiento precipitado entre las

    hierbas y un animal salt desde la espesura de la ladera cayendo sobre la espalda del muchacho derribndole de bruces contra el suelo. Defendindose con piernas y brazos, consigui darse la vuelta y, entonces, el animal empez a lamerle la cara.

    - Iru! Iru! -grit Martn abrazando a su perro-. Eras t! Eras t el perro que traan esos hombres! Y has conseguido escaparte!

    Los carriones, creyendo que le atacaban, salieron con las manos llenas de piedras que lanzaron al perro inofensivas. Pero al verlo lleno de alegra abrazando a su perro se olvidaron del alimoche. El pjaro baj silencioso ocultndose tras los rboles. Apareci de pronto, como una rfaga de viento, y se llev a Urian en las garras.

  • 38

    8

    El alimoche bati enrgicamente las alas hasta que cogi altura y luego

    desapareci. Pistn se tir en el suelo y comenz a llorar. Sin saber qu hacer, Martn se sent a su lado.

    - Vmonos de aqu -dijo despus de un rato-. Ests tan mojado que vas a ponerte malo.

    l tambin estaba empapado y comenzaba a sentir el fro metindosele en los huesos. Sac la camisa, envolvi en ella al oteador y, con cuidado, lo meti en el sern. El perro lo miraba atento y torca la cabeza pues no entenda qu estaba pasando.

    Despus de varias horas siguiendo la vereda del ro vio un molino, apret el paso y permiti que Iru se adelantara para echar un vistazo. Volvi al momento ladrando y moviendo contento el rabo.

    La puerta estaba medio vencida y no le cost abrirla. Era slo una habitacin con una bveda de ladrillo y, aunque ola a humedad, estaba completamente seca. En una esquina haba una chimenea y en otra la piedra y el eje. Se oa el agua pasar bajo el suelo. El techo estaba lleno de nidos de golondrinas vacos.

    Dej el sern en el suelo y sobre l coloc a Pistn. - Voy a buscar lea para encender la lumbre. Qutate esa ropa y ponte

    algo seco. Y t -dijo dirigindose al perro- te quedas aqu en la puerta sin moverte, y si sientes algo me avisas.

    - Guau! -dijo el perro y se sent. Despus de encender el fuego sac pan y queso y se dispuso a repartir. - Vamos come. Has bebido hoy de tu agua? El carrin no contest y baj la cabeza. - Tienes que animarte, sin ti no podr encontrar a los tuyos. Pistn comenz a llorar de nuevo. - No te vengas abajo! Tenemos que seguir. Urian tambin es mi amigo, y

    a m tambin me duele lo que ha pasado. Pero hay que moverse, si no todava estaramos all tumbados en el suelo.

    - Pero a m me duele ms que a ti -contest Pistn limpindose la nariz con la mano.

    - Porque lo conoces desde hace ms tiempo respondi Martn. - Por algo ms. Urian es el Hijo del Rey y yo soy su oteador. Yo no puedo

    abandonarlo. - Urian es el hijo del Rey?

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    - S, l ser el Rey despus de su padre. El Rey tiene ms hijos pero no se sabe quin le suceder hasta que nace un oteador. Y el oteador soy yo.

    - Cmo es eso? pregunt Martn. Sin ser capaz de frenar las lgrimas y limpindose cada dos por tres la

    nariz en la manga, Pistn le explic: - El oteador nace a los siete aos justos que un hijo del Rey, y el mismo

    da. Y yo nac el mismo da que Urian siete aos despus, por eso sabemos que l debe ser el Rey. Y mi vida est siempre unida a la suya, sobre todo para protegerlo. Y no he sabido hacerlo.

    - Ha sido mala suerte. Adems, no sabemos qu le ha pasado. Los pjaros son vuestros amigos.

    - No ese pjaro. Nunca o a ninguno gritar as. Quera atacarnos, y ya lo ves.

    - A lo mejor quiere a Urian para algo. - Un alimoche es un ave de presa y un carroero. Sabes lo que eso

    significa? Caza a las palomas y a cualquier otro pjaro ms pequeo que l. Hasta puede llevarse un cordero a su nido para alimentar a sus pollos.

    - Pero nunca os haban hecho nada malo. - Se ve que ahora las cosas son distintas. Ellos son como guerreros. Si se

    ha roto el Pacto y hay oportunidad de botn, no perdonan a nada ni a nadie; as es su naturalez