Marielita

8
Canto al vuelo. La larga espera. Mi muerte en ello Ella se fue un sábado. Mientras yo enhebraba mis ideas. Llevábamos una vida de pareja al vuelo. Como consumiendo los momentos, sin que eso implicara llevar vocería a los otros y a las otras. Metidos en la reflexión, en veces, impertinente. Todo como tirado al vacío. Llevando las ilusiones al límite. Forzándola a que, ellas, significaran lo inapropiado punzante. Hoy, recuerdo cuando nos conocimos. En el parquecito del barrio. Ella saliendo de la iglesia. Yo, jugando ahí en la callecita benévola. Pateaba el balón y, luego, lo recibía en mi pecho. Todo un espectáculo. Yo lo sabía. Y, henchido de emoción, recibía aplausos de quienes jugaban conmigo todos los días, desde temprano en la mañana. Marielita me miró. E hizo, con sus manos algo así como la emisión de mensaje voluptuoso. Muy linda. Siempre caminaba del brazo de su mamá. Después supe que era ella... Conocí de sus pasos, uno por uno. Nos comunicábamos en ese lenguaje de los infantes. Aprendido, casi desde la cuna. Vestidito color verde, alto. Más allá de las rodillas. Y un cabello sedoso, convocante. Sus ojos adornaban la mirada. Como fugaz rayito de luna bella. Cualquier día nos encontramos. Allí mismo. Pero, ella, no salía de misa. Iba con su mamá. Se detuvieron a ver mis malabares con la pelotica de jugar fútbol. Y, yo, en énfasis

Transcript of Marielita

Page 1: Marielita

Canto al vuelo. La larga espera. Mi muerte en ello

Ella se fue un sábado. Mientras yo enhebraba mis ideas. Llevábamos una vida de pareja al

vuelo. Como consumiendo los momentos, sin que eso implicara llevar vocería a los otros y

a las otras. Metidos en la reflexión, en veces, impertinente. Todo como tirado al vacío.

Llevando las ilusiones al límite. Forzándola a que, ellas, significaran lo inapropiado

punzante. Hoy, recuerdo cuando nos conocimos. En el parquecito del barrio. Ella saliendo

de la iglesia. Yo, jugando ahí en la callecita benévola. Pateaba el balón y, luego, lo recibía

en mi pecho. Todo un espectáculo. Yo lo sabía. Y, henchido de emoción, recibía aplausos

de quienes jugaban conmigo todos los días, desde temprano en la mañana. Marielita me

miró. E hizo, con sus manos algo así como la emisión de mensaje voluptuoso. Muy linda.

Siempre caminaba del brazo de su mamá. Después supe que era ella... Conocí de sus pasos,

uno por uno. Nos comunicábamos en ese lenguaje de los infantes. Aprendido, casi desde la

cuna. Vestidito color verde, alto. Más allá de las rodillas. Y un cabello sedoso, convocante.

Sus ojos adornaban la mirada. Como fugaz rayito de luna bella.

Cualquier día nos encontramos. Allí mismo. Pero, ella, no salía de misa. Iba con su mamá.

Se detuvieron a ver mis malabares con la pelotica de jugar fútbol. Y, yo, en énfasis de vida

rutinaria ampliada. Me complacía en lo más profundo de mi ego. Aplaudieron mis piruetas.

Se fueron. Quedé absorto. Con una miradera infinita. Perdida en el vuelo de su caminar.

Quise llamarla; pero pudo más la invitación a jugar el picaito de todos los días.

Cuando conversamos por primera vez, supe de su coloquio y la manera de acompañar las

palabras, con juego de manos. En una expresión que acompasaba palabra y acción. De

profundo conocimiento de lo habido en el barrio. Y en la escuelita. Y en su relación vital

con sus amigas. Su mirada se tornaba mensajera. Entonces se juntaban palabras, voces y

miradas. Todo un contexto convocante. Casi de hechicera benévola. Supe el nombre de su

mamá. También, que su papá trabajaba lejos de la ciudad y que solo podía venir una vez al

mes. Y me contó de sus hermanos Roberto y Robespierre. Y, además, que su mamá

Torcoroma tenía treinta y cinco años. Y que atendía con mucho esmero las tareas que

Page 2: Marielita

aplicaban en la escuelita. Que, ella, había nacido en Pereira. Que habían llegado a Medellín,

siendo Marielita una niña de tres añitos.

Nos veíamos casi a diario. Ella, avanzando en su escolaridad. Terminó su educación

primaria. Y el bachillerato. Ahora cursa arquitectura en la Universidad Nacional, Sede

Medellín. Y, yo, seguía en esa expresión inhóspita para estudiar. Trabajaba en el tallercito

de mecánica en las afueras del barrio. Don Leonel, su dueño, me quería mucho. Y me fue

enseñando el arte de la electricidad automotriz. Los sábados trabajaba hasta el mediodía.

Visitaba a “cachetes”, como yo la llamaba coloquialmente. No éramos novio y novia

oficiales. Pero si lo parecíamos. Conversábamos casi toda la tarde. Palabras van, palabras

vienen. Todo esto fue tejiendo un entendido de vida envolvente, preciosa. Me contaba de

sus experiencias en la universidad. Y me hablaba de lo societario. Con una vehemencia

absoluta. De los campesinos, campesinas. De los niños y las niñas. De la educación que se

imparte; soportada en modelos autoritarios. Amplias descripciones iluminadas con el don

de su palabra.

Mamá Torcoroma me fue cogiendo mucho cariño. A veces compartíamos palabra

Marielita, mamá Torcoroma y yo. Gozaba, mamá, con mis ocurrencias de vida. Reía

cuando le contaba acerca de coger grillos y escarabajos para asustar a mi hermanita

Juliana. Y que, ella, lloraba y le ponía quejas a mi mamá Esperanza. O cuando les contaba

que iba a laguito del bosque con frascos para recoger pececitos de colores y que le decía a

Julianita que yo los había pintado. En fin, que gozábamos ellas y yo.

Un sábado, estando yo en la visita acostumbrada, llegó papá Gregorio. No me conocía

hasta ese día. Trajo naranjas, mangos, papayas, piñas y bananos y dos gallinas grandes.

Parece que no le caí muy bien. Mera percepción mía, cuando me miró al entrar. Sin

embargo, Marielita yo seguimos conversando. Cuando me despedí, ya papá Gregorio la

había llamado dos veces, desde su cuarto. Supe, después, que estuvo indagando por mí.

Que quien era. Que donde vivía. Y que si estudiaba en la universidad, Cuando mamá

Torcoroma le dijo que yo trabaja en un taller de mecánica, preguntó si yo era huérfano de

Page 3: Marielita

papá. Porque solo los huérfanos salen a trabajar tan jóvenes. En fin que no quedó muy

satisfecho con nuestra relación. Afortunadamente se fue al lunes siguiente.

Robespierre y Roberto eran mayores que Marielita. Los dos estudiaban en la Universidad

de Antioquia, ingeniería química. Ya estaban por terminar. Muy amables conmigo. Tanto

así que, en veces, nos reuníamos mamá Torcoroma, Marielita, ellos dos y yo. Hablábamos

de todo lo habido y por haber. La palabra de “cachetes” era la más pulida. Transmitía

mensajes de conocimiento profundo. Sus dos hermanos hablaban poco. Pero, cuando lo

hacían, demostraban que sabían menos que ella, acerca de los hechos sociales, económicos

y políticos del país. Inclusive, tuve el pálpito en el sentido de su displicencia en esos temas.

Cierto día, cuando iba para el taller de don Leonel, observé muchas personas, agrupadas

justo en la puerta de la casa de “cachetes”. Me causó mucha inquietud esto. Me detuve.

Como cuando uno quiere indagar, más allá de lo visto. Noté a mamá Torcoroma muy

ansiosa y como absorta. La saludé. Me dijo, no te vayas mijito que tengo algo que contarte.

Cuando se fueron las otras personas, me hizo entrar hasta la sala. Allí me contó que

Marielita no había llegado a casa en la noche. Una llamada de un compañero de “cachetes”

la había alertado en la madrugada y le había informado que Marielita estaba detenida en la

Estación Norte de la Policía. Que, justo después de un mitin que realizaban en el centro de

la ciudad, la retuvieron. Fue golpeada en la cabeza. Ya estaban informadas las Directivas

de la universidad. Estaban tratando apelar por ella, ante el comandante Jiménez. Salí de la

casa y seguí mi camino hasta el taller. Hablé con don Leonel y le pedí permiso para

ausentarme. No le dije el motivo. Pero él accedió de inmediato.

Cuando llegué a la Estación de Policía, eran casi las nueve de la mañana. Allí estaban

Roberto y Robespierre. No habían podido hablar con “cachetes”. Pero lograron que le

hicieran llegar el desayuno y una muda de ropa. Estuvimos como hasta las tres de la tarde,

pero no pudimos hablar con ella. A duras penas, nos informaron “está incomunicada Ni

siquiera el abogado dispuesto por la universidad puede hablar con ella.”

Ya es otro día. “cachetes” lleva ya cuatro días en detención que llaman “preventiva”,

mientras cursa la investigación. Papá Olegario llegó el miércoles. Se puso muy mal.

Lloraba por su hija. Tampoco él pudo verla, ni hablar con ella.

Page 4: Marielita

Pues sí que, yo, seguí con mi trabajo en el taller. En veces, don Leonel, me concedía

permiso para salir un poco más temprano. En este tiempo iba hasta la casa de “cachetes” y

hasta la Estación de Policía. Pero nada de nada. Marielita seguía detenida. El jueves en la

tarde, le notificaron a Robespierre y a Roberto, que” cachetes” sería trasladada a la cárcel

“El Buen Pastor”. En juicio sumario el Juez militar había dispuesto que debía ser

condenada por lo que llaman “rebelión”. Nada pudo hacer el abogado designado por la

universidad. Ni los ruegos de mamá Torcoroma y papá Olegario.

Han pasado ya cuarenta días, desde que fue encarcelada Marielita. He podido hablar con

ella dos domingos. Entrevista breve, porque así estaba dispuesto por la autoridad carcelaria.

Mamá Torcoroma y papá Olegario, la han visitado también. El viernes pasado, papá

Olegario tuvo que viajar a lo de su trabajo. Ya no le concedían más permiso. Casi a diario

hablo con Robespierre y Roberto. Están muy compungidos. Inclusive llevan casi quince

días sin asistir a la universidad. Se la pasan hablando con diferentes personas. Con los

compañeros de estudio de “cachetes”; con la Dirección de la universidad; con la Defensoría

del Pueblo, delegada para Medellín.

Un veinticuatro de Julio, cuando Marielita llevaba dos años de detención, su familia fue

notificada de la fuga de “cachetes”. Un comando armado arremetió contra la edificación de

la cárcel…”se fue con ellos”, decía el parte. En verdad no lo creímos. Por lo menos, en

términos de fuga. Mucho menos de esa manera. El talante de Marielita no era ese.

Defendía sus ideas de manera vehemente. Asistía a mítines y movilizaciones. Pero hasta

ahí. Todo, en ella, era muy transparente. Nunca, esto, podía asociase con actuaciones

armadas ni nada por el estilo.

Tres días después, recibimos la notificación, en el sentido de haber encontrado el cuerpo de

“cachetes”, en la carretera a las Palmas. Ya se había efectuado la cotejación respectiva. Era

ella, no había pierde.

Treinta días después de haber encontrado a Marielita asesinada, fui hasta su casa. Por más

que golpee la puerta, nadie salió. Los vecinos y las vecinas cercanos dicen no saber nada.

Ni haber escuchado nada. Al forzar la puerta, nos encontramos con una casa desocupada.

Todo había sido revuelto. Había manchas de sangre por todas las paredes y el piso.

Page 5: Marielita

Hoy cumplo Cuarenta y dos años. Llevo mucho tiempo indagando lo que pudo haber

pasado. No se ha encontrado ningún rastro. Las palabras y las voces en el barrio se

acallaron desde el día en que encontramos la casa sola. He estado tan solo. Y tan

angustiado, todo este tiempo; que ni siquiera he accedido a comentar algo con mi familia.

Lo cierto es que estoy aquí, de cuerpo. Pero mi espíritu hace mucho tempo voló en

búsqueda imaginaria de “cachetes” y de toda su familia, que sigue siendo la mía. Pensando

y diciendo esto, cualquier día dejé de vivir. Tal vez para encontrar el camino que me lleve,

adonde están. Una recordación última, de ella, cuando la soñé mía sin conocerla.

Recordación que evoco y que aspiro a reconstruirla en ese otro hecho mío de ensoñación

cimera.