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Mariano Otero destacado jurista, político y pensador del siglo XIX mexicano, que se manifestaba y combatía con la pluma en tiempos de paz y de guerra, en momentos decisivos para la República.

“La libertad del pensamiento, el más precioso y sublime de todos los

derechos humanos.”

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2017 es un año de celebraciones para la República. Además del centenario de nuestra Constitución Política, este año conmemoramos el bicentenario del nacimiento de uno de los más brillantes juristas nacionales: Mariano Otero Mestas.

Ideó, a la par de Manuel Crescencio Rejón, el juicio de amparo como la institución jurídica idónea para la defensa y protección de los derechos humanos frente a las normas y actos de autoridad.

Su obra no se agota en sus aportaciones jurídicas; como asiduo lector de los �lósofos de la Ilustración y los autores del pensamiento decimonónico europeo, sus inquietudes intelectuales también abonaron en el campo de la economía, la ciencia política y la sociología, adelantándose a su tiempo.

Hombre que trascendió su época, como jurista, académico, intelectual, político, legislador y funcionario público, participó activamente en los acontecimientos que hicieron posible la formación de la nación durante la primera mitad del siglo XIX.

Perteneció a la generación de forjadores del liberalismo mexicano como Benito Juárez, José María Lafragua, Mariano Riva Palacio y Guillermo Prieto, con quienes defendió la forma republicana de gobierno, el federalismo, la división de poderes, la representación popular, el respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión y la integridad del territorio nacional.

Es por ello que el Poder Judicial de la Federación convoca a la celebración del natalicio de este importante prócer mexicano. Con esta conmemoración queremos preservar la memoria de un personaje fundamental para las instituciones del Estado, un hombre apasionado en la defensa de la República y un pensador cuyas ideas se inspiraron en las mejores causas del derecho: la libertad y la justicia.

Ministro Luis María Aguilar MoralesPresidente de la Suprema Corte

de Justicia de la Nación y el Consejo de la Judicatura Federal

“Mariano Otero, visionario de nuestra República.A 200 años de su nacimiento”

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Catedral de Guadalajara, Grabado de J. Gauchard. Siglo XIX.

Plaza de armas de Guadalajara, Raúl Macias fotógrafo.

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Mariano Otero, nació el 4 de febrero de 1817 en la ciudad de Guadalajara, estudió en el Instituto del Estado de Jalisco graduándose como abogado a los 18 años. Esta primera etapa de su vida la dedicó a actividades académicas y a la práctica de la profesión en el foro local. Fueron momentos de profundo estudio y nutrida formación intelectual a la luz de �lósofos, politólogos, economistas y sociólogos, europeos y de Estados Unidos.

Su incursión en la política inició en 1841 con el Plan de Jalisco impulsado por Mariano Paredes Arrillaga. Al �nal de ese año fue nombrado delegado de su estado en el Consejo de Representantes de los Departamentos y en 1842 fue electo diputado al Congreso Constituyente, motivo por el cual se trasladó a la Ciudad de México.

En la capital de la República colaboró con el más importante periódico de su época: “El Siglo Diez y Nueve”, bajo la edición de Ignacio Cumplido.

A �nales de 1842, se disolvió el Congreso Constituyente y las tropas ocuparon su sede. Al año siguiente, acusados de conspirar contra el gobierno de Antonio López de Santa Anna y su suplente Nicolás Bravo, fueron detenidos Manuel Gómez Pedraza y Juan Álvarez; también fueron apresados arbitrariamente duran-te algunas semanas Mariano Riva Palacio, José María Lafragua y el propio Otero.

En 1844 integró la Junta del Ateneo Mexicano junto con José María Tornel, José María Lafragua y Guillermo Prieto; y ocupó el cargo de Alcalde 3º Constitucio-nal de la Ciudad de México.

En 1846 fue miembro del Consejo de Gobierno creado por el presidente Maria-no Salas y se convocó a otro Congreso

Constituyente, donde participó al lado de personajes como Benito Juárez y Manuel Crescencio Rejón. Su atención se centró en tres aspectos: su oposición a la reforma propuesta por Valentín Gómez Farías, su preocupación ante la inminen-te guerra con Estados Unidos y la aprobación de su propuesta de Acta de Reformas.

El 5 de abril de 1847, Otero presentó su famoso voto particular al Congreso Constituyente que sentó las bases del juicio de amparo. En él se puede leer: “no he vacilado en proponer al Congreso que eleve a grande altura al Poder Judicial de la Federación, dándole el derecho de proteger a todos los habitantes de la República en el goce de los derechos que les aseguren la Constitución y las leyes constitucionales, contra todos los atentados del Ejecutivo o del Legislativo, ya de los Estados o de la Unión”.

Dicha idea quedó plasmada en el artículo 25 del Acta de Reformas promulgada el 21 de mayo de 1847, en los siguientes términos:

Durante la guerra con los Estados Unidos en 1847, Otero insistió en continuar la batalla hasta alcanzar una paz justa que permitiera adoptar condiciones más favorables para el país y se opuso tajan-temente a la enajenación de cualquier parte del territorio nacional. Ello quedó patente el 25 de mayo de 1848 cuando votó en contra de los Tratados de Guada-lupe Hidalgo.

Días después fue nombrado Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores por el presidente José Joaquín de Herrera, desde donde impulsó una serie de reformas en materia de gobierno y administración. Renunció al cargo ese mismo año, y en 1849 presidió el Senado y fue miembro de la Junta Directiva de Cárceles.

Murió prematuramente el 1 de junio de 1850, a la edad de 33 años, víctima del cólera que azotó a la Ciudad de México.En la vida y obra de Otero resalta su papel de jurista como promotor del federalismo y los derechos fundamentales.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación rinde homenaje a uno de los pensadores más notables del siglo XIX, a doscientos años de su nacimiento, y con ello, invita a las generaciones presentes a re�exionar sobre su legado que sigue vigente en las instituciones del Estado mexicano.

Primer número del periódico Siglo XIX, editor Ignacio Cumplido. Mariano Otero uno de los fundadores.

Licencia que otorga el Congreso del Estado de Jalisco para

que Mariano Otero tenga representación en la Ciudad de México, 1841.

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Mariano Otero, nació el 4 de febrero de 1817 en la ciudad de Guadalajara, estudió en el Instituto del Estado de Jalisco graduándose como abogado a los 18 años. Esta primera etapa de su vida la dedicó a actividades académicas y a la práctica de la profesión en el foro local. Fueron momentos de profundo estudio y nutrida formación intelectual a la luz de �lósofos, politólogos, economistas y sociólogos, europeos y de Estados Unidos.

Su incursión en la política inició en 1841 con el Plan de Jalisco impulsado por Mariano Paredes Arrillaga. Al �nal de ese año fue nombrado delegado de su estado en el Consejo de Representantes de los Departamentos y en 1842 fue electo diputado al Congreso Constituyente, motivo por el cual se trasladó a la Ciudad de México.

En la capital de la República colaboró con el más importante periódico de su época: “El Siglo Diez y Nueve”, bajo la edición de Ignacio Cumplido.

A �nales de 1842, se disolvió el Congreso Constituyente y las tropas ocuparon su sede. Al año siguiente, acusados de conspirar contra el gobierno de Antonio López de Santa Anna y su suplente Nicolás Bravo, fueron detenidos Manuel Gómez Pedraza y Juan Álvarez; también fueron apresados arbitrariamente duran-te algunas semanas Mariano Riva Palacio, José María Lafragua y el propio Otero.

En 1844 integró la Junta del Ateneo Mexicano junto con José María Tornel, José María Lafragua y Guillermo Prieto; y ocupó el cargo de Alcalde 3º Constitucio-nal de la Ciudad de México.

En 1846 fue miembro del Consejo de Gobierno creado por el presidente Maria-no Salas y se convocó a otro Congreso

“Art. 25.- Los tribunales de la Federación ampararán a cualquier habitante de la República en el ejercicio y conservación de los derechos que le concedan esta Constitución y las leyes constitucio-nales, contra todo ataque de los poderes Legislativo y Ejecutivo, ya de la Federación, ya de los Estados, limitándose dichos tribunales a impartir su protección en el caso particular sobre que verse el proceso, sin hacer ninguna declara-ción general respecto de ley o acto que lo motivare”.

Constituyente, donde participó al lado de personajes como Benito Juárez y Manuel Crescencio Rejón. Su atención se centró en tres aspectos: su oposición a la reforma propuesta por Valentín Gómez Farías, su preocupación ante la inminen-te guerra con Estados Unidos y la aprobación de su propuesta de Acta de Reformas.

El 5 de abril de 1847, Otero presentó su famoso voto particular al Congreso Constituyente que sentó las bases del juicio de amparo. En él se puede leer: “no he vacilado en proponer al Congreso que eleve a grande altura al Poder Judicial de la Federación, dándole el derecho de proteger a todos los habitantes de la República en el goce de los derechos que les aseguren la Constitución y las leyes constitucionales, contra todos los atentados del Ejecutivo o del Legislativo, ya de los Estados o de la Unión”.

Dicha idea quedó plasmada en el artículo 25 del Acta de Reformas promulgada el 21 de mayo de 1847, en los siguientes términos:

Durante la guerra con los Estados Unidos en 1847, Otero insistió en continuar la batalla hasta alcanzar una paz justa que permitiera adoptar condiciones más favorables para el país y se opuso tajan-temente a la enajenación de cualquier parte del territorio nacional. Ello quedó patente el 25 de mayo de 1848 cuando votó en contra de los Tratados de Guada-lupe Hidalgo.

Días después fue nombrado Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores por el presidente José Joaquín de Herrera, desde donde impulsó una serie de reformas en materia de gobierno y administración. Renunció al cargo ese mismo año, y en 1849 presidió el Senado y fue miembro de la Junta Directiva de Cárceles.

Murió prematuramente el 1 de junio de 1850, a la edad de 33 años, víctima del cólera que azotó a la Ciudad de México.En la vida y obra de Otero resalta su papel de jurista como promotor del federalismo y los derechos fundamentales.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación rinde homenaje a uno de los pensadores más notables del siglo XIX, a doscientos años de su nacimiento, y con ello, invita a las generaciones presentes a re�exionar sobre su legado que sigue vigente en las instituciones del Estado mexicano.

Renuncia de Mariano Otero como Ministro

del interior y exterior, 15 de Noviembre 1848.

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Mariano Otero, nació el 4 de febrero de 1817 en la ciudad de Guadalajara, estudió en el Instituto del Estado de Jalisco graduándose como abogado a los 18 años. Esta primera etapa de su vida la dedicó a actividades académicas y a la práctica de la profesión en el foro local. Fueron momentos de profundo estudio y nutrida formación intelectual a la luz de �lósofos, politólogos, economistas y sociólogos, europeos y de Estados Unidos.

Su incursión en la política inició en 1841 con el Plan de Jalisco impulsado por Mariano Paredes Arrillaga. Al �nal de ese año fue nombrado delegado de su estado en el Consejo de Representantes de los Departamentos y en 1842 fue electo diputado al Congreso Constituyente, motivo por el cual se trasladó a la Ciudad de México.

En la capital de la República colaboró con el más importante periódico de su época: “El Siglo Diez y Nueve”, bajo la edición de Ignacio Cumplido.

A �nales de 1842, se disolvió el Congreso Constituyente y las tropas ocuparon su sede. Al año siguiente, acusados de conspirar contra el gobierno de Antonio López de Santa Anna y su suplente Nicolás Bravo, fueron detenidos Manuel Gómez Pedraza y Juan Álvarez; también fueron apresados arbitrariamente duran-te algunas semanas Mariano Riva Palacio, José María Lafragua y el propio Otero.

En 1844 integró la Junta del Ateneo Mexicano junto con José María Tornel, José María Lafragua y Guillermo Prieto; y ocupó el cargo de Alcalde 3º Constitucio-nal de la Ciudad de México.

En 1846 fue miembro del Consejo de Gobierno creado por el presidente Maria-no Salas y se convocó a otro Congreso

Constituyente, donde participó al lado de personajes como Benito Juárez y Manuel Crescencio Rejón. Su atención se centró en tres aspectos: su oposición a la reforma propuesta por Valentín Gómez Farías, su preocupación ante la inminen-te guerra con Estados Unidos y la aprobación de su propuesta de Acta de Reformas.

El 5 de abril de 1847, Otero presentó su famoso voto particular al Congreso Constituyente que sentó las bases del juicio de amparo. En él se puede leer: “no he vacilado en proponer al Congreso que eleve a grande altura al Poder Judicial de la Federación, dándole el derecho de proteger a todos los habitantes de la República en el goce de los derechos que les aseguren la Constitución y las leyes constitucionales, contra todos los atentados del Ejecutivo o del Legislativo, ya de los Estados o de la Unión”.

Dicha idea quedó plasmada en el artículo 25 del Acta de Reformas promulgada el 21 de mayo de 1847, en los siguientes términos:

Durante la guerra con los Estados Unidos en 1847, Otero insistió en continuar la batalla hasta alcanzar una paz justa que permitiera adoptar condiciones más favorables para el país y se opuso tajan-temente a la enajenación de cualquier parte del territorio nacional. Ello quedó patente el 25 de mayo de 1848 cuando votó en contra de los Tratados de Guada-lupe Hidalgo.

Días después fue nombrado Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores por el presidente José Joaquín de Herrera, desde donde impulsó una serie de reformas en materia de gobierno y administración. Renunció al cargo ese mismo año, y en 1849 presidió el Senado y fue miembro de la Junta Directiva de Cárceles.

Murió prematuramente el 1 de junio de 1850, a la edad de 33 años, víctima del cólera que azotó a la Ciudad de México.En la vida y obra de Otero resalta su papel de jurista como promotor del federalismo y los derechos fundamentales.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación rinde homenaje a uno de los pensadores más notables del siglo XIX, a doscientos años de su nacimiento, y con ello, invita a las generaciones presentes a re�exionar sobre su legado que sigue vigente en las instituciones del Estado mexicano.

Examen, juramentación y título de Abogado de Mariano Otero.

15 de octubre 1835.

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Su incursión en la política inició en 1841 con el Plan de Jalisco impulsado por Mariano Paredes Arrillaga. Al �nal de ese año fue nombrado delegado de su estado en el Consejo de Representantes de los Departamentos y en 1842 fue electo diputado al Congreso Constituyente, motivo por el cual se trasladó a la Ciudad de México.

En la capital de la República colaboró con el más importante periódico de su época: “El Siglo Diez y Nueve”, bajo la edición de Ignacio Cumplido.

A �nales de 1842, se disolvió el Congreso Constituyente y las tropas ocuparon su sede. Al año siguiente, acusados de conspirar contra el gobierno de Antonio López de Santa Anna y su suplente Nicolás Bravo, fueron detenidos Manuel Gómez Pedraza y Juan Álvarez; también fueron apresados arbitrariamente duran-te algunas semanas Mariano Riva Palacio, José María Lafragua y el propio Otero.

En 1844 integró la Junta del Ateneo Mexicano junto con José María Tornel, José María Lafragua y Guillermo Prieto; y ocupó el cargo de Alcalde 3º Constitucio-nal de la Ciudad de México.

En 1846 fue miembro del Consejo de Gobierno creado por el presidente Maria-no Salas y se convocó a otro Congreso

Constituyente, donde participó al lado de personajes como Benito Juárez y Manuel Crescencio Rejón. Su atención se centró en tres aspectos: su oposición a la reforma propuesta por Valentín Gómez Farías, su preocupación ante la inminen-te guerra con Estados Unidos y la aprobación de su propuesta de Acta de Reformas.

El 5 de abril de 1847, Otero presentó su famoso voto particular al Congreso Constituyente que sentó las bases del juicio de amparo. En él se puede leer: “no he vacilado en proponer al Congreso que eleve a grande altura al Poder Judicial de la Federación, dándole el derecho de proteger a todos los habitantes de la República en el goce de los derechos que les aseguren la Constitución y las leyes constitucionales, contra todos los atentados del Ejecutivo o del Legislativo, ya de los Estados o de la Unión”.

Dicha idea quedó plasmada en el artículo 25 del Acta de Reformas promulgada el 21 de mayo de 1847, en los siguientes términos:

Durante la guerra con los Estados Unidos en 1847, Otero insistió en continuar la batalla hasta alcanzar una paz justa que permitiera adoptar condiciones más favorables para el país y se opuso tajan-temente a la enajenación de cualquier parte del territorio nacional. Ello quedó patente el 25 de mayo de 1848 cuando votó en contra de los Tratados de Guada-lupe Hidalgo.

Días después fue nombrado Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores por el presidente José Joaquín de Herrera, desde donde impulsó una serie de reformas en materia de gobierno y administración. Renunció al cargo ese mismo año, y en 1849 presidió el Senado y fue miembro de la Junta Directiva de Cárceles.

Murió prematuramente el 1 de junio de 1850, a la edad de 33 años, víctima del cólera que azotó a la Ciudad de México.En la vida y obra de Otero resalta su papel de jurista como promotor del federalismo y los derechos fundamentales.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación rinde homenaje a uno de los pensadores más notables del siglo XIX, a doscientos años de su nacimiento, y con ello, invita a las generaciones presentes a re�exionar sobre su legado que sigue vigente en las instituciones del Estado mexicano.

Óleo, Batallón de San Patricio, 1847.

Palacio Nacional. Sede del Congreso que aprobó las Constituciones de 1836 y 1842 y Acta Constitutiva y de Reforma de 1847. Foto Guillermo Kahlo.

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“Más vergonzosa era la esclavitud extranjera, que la anarquía doméstica; más duras y pesadas fueron las cadenas de tres siglos, que el malestar de quince años de discordia: para la independencia se necesitaban mil veces más esfuerzos que los que bastarán para consolidar la libertad, y nuestros padres no por esto vacilaron, ni su obra dejó de realizar-se, tenían fe en el porvenir, y no peleaban por ellos sino por sus hijos”.

Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana

Mariano Otero escribió en 1842 “El Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana”, quien aprove-chó la caída del gobierno de Anastasio Bustamante, para plantear una restruc-turación del país a través del Plan de Jalisco proclamado por Mariano Paredes.

Hizo referencia a conceptos como federalismo, sistema republicano, repre-sentación popular y garantías individua-les; recurrió al pensamiento de autores como Constant, Rousseau, Montesquieu o Considerant; utilizó un enfoque comparado, histórico e incipientemente estadístico; y desarrolló un método de investigación para explicar la in�uencia de las instituciones en el desempeño económico y la organización social.

Para Otero resultaba inconcebible que un país con tantos recursos y potenciales como México fuera pobre, inestable, corrupto, ignorante y profundamente dividido al punto de no poder defender su unidad territorial. Con una aproxima-ción propia de la economía política analizó la integración y comportamiento de los estamentos sociales y los sectores económicos de la época, para identi�car la causa de los atrasos y proponer una serie de medidas para corregir desde las asonadas militares hasta el dé�cit comercial, pasando por la revisión de temas como la hacienda pública, el régimen de propiedad o la administra-ción de justicia.

“La agricultura está reducida a ministrar-nos solamente los primeros y más senci-llos alimentos; que la industria se limita a operaciones muy parciales ya para sacar algunas sustancias poco estimables de esos frutos primeros, o bien para propor-cionar a las últimas clases de la sociedad parte de sus toscos vestidos; y que las artes, reducidas y atrasadas, se encierran

en los que antes designábamos con el nombre de o�cios, y dan sólo algunos pasos todavía vacilantes para ministrar-nos las exquisitas obras del lujo, a que satisfacen en Europa; y de esta suerte gran parte de nuestros alimentos, la mayoría inmensa de los efectos que empleamos en nuestros vestidos, y todos los objetos innumerables que nos han hecho necesarios los progresos del lujo y los adelantos de la civilización, los recibi-mos del extranjero por medio de cambios”.

“Son sin duda muchos y numerosos los elementos que constituyen las socieda-des; pero si entre ellos se buscara un principio generador, un hecho que modi-�que y comprenda a todos los otros y del que salgan como de un origen común todos los fenómenos sociales que parecen aislados, esto no puede ser otro que la organización de la propiedad”.

“Las clases mismas que se unieran para la independencia, han estado desacordes en la manera de organizar a la Nación, y dividida ésta en varias partes heterogé-neas, no ha podido recibir todavía una forma en la que conciliándose los intere-ses, presentase un conjunto lleno de unidad y de vida”.

“Necesitamos, pues, un cambio general, y este cambio debe comenzar por las relaciones materiales de la sociedad.”“El solo adelanto de la agricultura y de las artes, supone ya la introducción de los conocimientos cientí�cos y artísticos, y los hace cada día más necesarios;

además, la historia del género humano demuestra, que el hombre, una vez emancipado de la miseria que embrute-ce e iniciado en el secreto de las fuerzas de su inteligencia, se lanza en la carrera de los conocimientos para buscar la perfección de sus facultades, que es la suprema ley del destino humano. No lo dudemos, antes de hacer a los hombres sabios, es preciso hacerlos felices y virtuosos”.

“El establecimiento de un orden social equitativo y justo, en el que la libertad sustituya un día completamente a la servidumbre, la igualdad a los privilegios, y la voluntad nacional a la fuerza bruta; depende también de la realización de estas condiciones”.

“Sin la organización de un buen gobier-no no es posible ni la existencia y realidad de unas buenas leyes, ni por consiguiente el progreso material y moral de la sociedad, se ve muy bien cuán grande, vasta e importante es la cuestión que se ocupa de la forma de gobierno y de los poderes públicos”.

“En medio de males de tan diversa naturaleza y de tan grande intensidad, dos son los grandes bienes a que debemos aspirar, el progreso de nuestros elementos sociales y la conservación de la unidad nacional”.

“Nadie pretende que la defectuosa Constitución de 1824 sea restablecida; pero el principio de organizar en las diversas secciones del territorio autori-

dades su�cientemente facultadas para atender a sus necesidades locales, es un principio tan fuerte y universalmente adoptado, como lo fue el de la indepen-dencia nacional”.

“Tal es el origen del sistema federal; y por más que se nos haya repetido hasta el fastidio, […] que él era peculiar y originario de los Estados Unidos, y que nosotros lo habíamos adoptado por una estúpida imitación; la ciencia política y la historia de consumo, vienen a desmentir tal aserción, […] ¿Quién ignora que la historia de las confedera-ciones se pierde en la noche de los tiempos, y que los anales de los pueblos nos presentan ese sistema reproducido constantemente en todas las edades y bajo todos los climas? […] ¿Qué fue, pues, lo que inventó América del Norte?

Que sea lícito decir, que en sus institu-ciones asombrosas, que en esas institu-ciones admiradas de todos los pueblos, no es el principio federal lo que ha parecido nuevo ni sorprendente; sino la realización de un gobierno interior, en el que bajo las formas republicanas, el sistema representativo ha llegado a tal punto de perfección, que se confunde ya con la democracia, evitando sus incon-venientes. […] el gobierno republicano no puede plantearse en una vasta exten-sión de territorio, sino bajo las formas federales”.

“En las instituciones no sólo se atiende a lo pasado, sino a lo venidero: el legisla-dor debe mirar lo que hay y plantear las instituciones como un germen de lo que debe haber, y cuando ese destino futuro no era ni podía ser otro que el de una República libre y civilizada, fue sin duda un acto de inteligencia el escoger tal modelo, el mejor y el más sublime de todos los conocidos”.

Americanos en México, 1847.

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Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana

Mariano Otero escribió en 1842 “El Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana”, quien aprove-chó la caída del gobierno de Anastasio Bustamante, para plantear una restruc-turación del país a través del Plan de Jalisco proclamado por Mariano Paredes.

Hizo referencia a conceptos como federalismo, sistema republicano, repre-sentación popular y garantías individua-les; recurrió al pensamiento de autores como Constant, Rousseau, Montesquieu o Considerant; utilizó un enfoque comparado, histórico e incipientemente estadístico; y desarrolló un método de investigación para explicar la in�uencia de las instituciones en el desempeño económico y la organización social.

Para Otero resultaba inconcebible que un país con tantos recursos y potenciales como México fuera pobre, inestable, corrupto, ignorante y profundamente dividido al punto de no poder defender su unidad territorial. Con una aproxima-ción propia de la economía política analizó la integración y comportamiento de los estamentos sociales y los sectores económicos de la época, para identi�car la causa de los atrasos y proponer una serie de medidas para corregir desde las asonadas militares hasta el dé�cit comercial, pasando por la revisión de temas como la hacienda pública, el régimen de propiedad o la administra-ción de justicia.

“La agricultura está reducida a ministrar-nos solamente los primeros y más senci-llos alimentos; que la industria se limita a operaciones muy parciales ya para sacar algunas sustancias poco estimables de esos frutos primeros, o bien para propor-cionar a las últimas clases de la sociedad parte de sus toscos vestidos; y que las artes, reducidas y atrasadas, se encierran

en los que antes designábamos con el nombre de o�cios, y dan sólo algunos pasos todavía vacilantes para ministrar-nos las exquisitas obras del lujo, a que satisfacen en Europa; y de esta suerte gran parte de nuestros alimentos, la mayoría inmensa de los efectos que empleamos en nuestros vestidos, y todos los objetos innumerables que nos han hecho necesarios los progresos del lujo y los adelantos de la civilización, los recibi-mos del extranjero por medio de cambios”.

“Son sin duda muchos y numerosos los elementos que constituyen las socieda-des; pero si entre ellos se buscara un principio generador, un hecho que modi-�que y comprenda a todos los otros y del que salgan como de un origen común todos los fenómenos sociales que parecen aislados, esto no puede ser otro que la organización de la propiedad”.

“Las clases mismas que se unieran para la independencia, han estado desacordes en la manera de organizar a la Nación, y dividida ésta en varias partes heterogé-neas, no ha podido recibir todavía una forma en la que conciliándose los intere-ses, presentase un conjunto lleno de unidad y de vida”.

“Necesitamos, pues, un cambio general, y este cambio debe comenzar por las relaciones materiales de la sociedad.”“El solo adelanto de la agricultura y de las artes, supone ya la introducción de los conocimientos cientí�cos y artísticos, y los hace cada día más necesarios;

además, la historia del género humano demuestra, que el hombre, una vez emancipado de la miseria que embrute-ce e iniciado en el secreto de las fuerzas de su inteligencia, se lanza en la carrera de los conocimientos para buscar la perfección de sus facultades, que es la suprema ley del destino humano. No lo dudemos, antes de hacer a los hombres sabios, es preciso hacerlos felices y virtuosos”.

“El establecimiento de un orden social equitativo y justo, en el que la libertad sustituya un día completamente a la servidumbre, la igualdad a los privilegios, y la voluntad nacional a la fuerza bruta; depende también de la realización de estas condiciones”.

“Sin la organización de un buen gobier-no no es posible ni la existencia y realidad de unas buenas leyes, ni por consiguiente el progreso material y moral de la sociedad, se ve muy bien cuán grande, vasta e importante es la cuestión que se ocupa de la forma de gobierno y de los poderes públicos”.

“En medio de males de tan diversa naturaleza y de tan grande intensidad, dos son los grandes bienes a que debemos aspirar, el progreso de nuestros elementos sociales y la conservación de la unidad nacional”.

“Nadie pretende que la defectuosa Constitución de 1824 sea restablecida; pero el principio de organizar en las diversas secciones del territorio autori-

dades su�cientemente facultadas para atender a sus necesidades locales, es un principio tan fuerte y universalmente adoptado, como lo fue el de la indepen-dencia nacional”.

“Tal es el origen del sistema federal; y por más que se nos haya repetido hasta el fastidio, […] que él era peculiar y originario de los Estados Unidos, y que nosotros lo habíamos adoptado por una estúpida imitación; la ciencia política y la historia de consumo, vienen a desmentir tal aserción, […] ¿Quién ignora que la historia de las confedera-ciones se pierde en la noche de los tiempos, y que los anales de los pueblos nos presentan ese sistema reproducido constantemente en todas las edades y bajo todos los climas? […] ¿Qué fue, pues, lo que inventó América del Norte?

Que sea lícito decir, que en sus institu-ciones asombrosas, que en esas institu-ciones admiradas de todos los pueblos, no es el principio federal lo que ha parecido nuevo ni sorprendente; sino la realización de un gobierno interior, en el que bajo las formas republicanas, el sistema representativo ha llegado a tal punto de perfección, que se confunde ya con la democracia, evitando sus incon-venientes. […] el gobierno republicano no puede plantearse en una vasta exten-sión de territorio, sino bajo las formas federales”.

“En las instituciones no sólo se atiende a lo pasado, sino a lo venidero: el legisla-dor debe mirar lo que hay y plantear las instituciones como un germen de lo que debe haber, y cuando ese destino futuro no era ni podía ser otro que el de una República libre y civilizada, fue sin duda un acto de inteligencia el escoger tal modelo, el mejor y el más sublime de todos los conocidos”.

Portada de la edición del “Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana”, por Mariano Otero. Impreso por Ignacio Cumplido, 1842.

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Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana

Mariano Otero escribió en 1842 “El Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana”, quien aprove-chó la caída del gobierno de Anastasio Bustamante, para plantear una restruc-turación del país a través del Plan de Jalisco proclamado por Mariano Paredes.

Hizo referencia a conceptos como federalismo, sistema republicano, repre-sentación popular y garantías individua-les; recurrió al pensamiento de autores como Constant, Rousseau, Montesquieu o Considerant; utilizó un enfoque comparado, histórico e incipientemente estadístico; y desarrolló un método de investigación para explicar la in�uencia de las instituciones en el desempeño económico y la organización social.

Para Otero resultaba inconcebible que un país con tantos recursos y potenciales como México fuera pobre, inestable, corrupto, ignorante y profundamente dividido al punto de no poder defender su unidad territorial. Con una aproxima-ción propia de la economía política analizó la integración y comportamiento de los estamentos sociales y los sectores económicos de la época, para identi�car la causa de los atrasos y proponer una serie de medidas para corregir desde las asonadas militares hasta el dé�cit comercial, pasando por la revisión de temas como la hacienda pública, el régimen de propiedad o la administra-ción de justicia.

“La agricultura está reducida a ministrar-nos solamente los primeros y más senci-llos alimentos; que la industria se limita a operaciones muy parciales ya para sacar algunas sustancias poco estimables de esos frutos primeros, o bien para propor-cionar a las últimas clases de la sociedad parte de sus toscos vestidos; y que las artes, reducidas y atrasadas, se encierran

en los que antes designábamos con el nombre de o�cios, y dan sólo algunos pasos todavía vacilantes para ministrar-nos las exquisitas obras del lujo, a que satisfacen en Europa; y de esta suerte gran parte de nuestros alimentos, la mayoría inmensa de los efectos que empleamos en nuestros vestidos, y todos los objetos innumerables que nos han hecho necesarios los progresos del lujo y los adelantos de la civilización, los recibi-mos del extranjero por medio de cambios”.

“Son sin duda muchos y numerosos los elementos que constituyen las socieda-des; pero si entre ellos se buscara un principio generador, un hecho que modi-�que y comprenda a todos los otros y del que salgan como de un origen común todos los fenómenos sociales que parecen aislados, esto no puede ser otro que la organización de la propiedad”.

“Las clases mismas que se unieran para la independencia, han estado desacordes en la manera de organizar a la Nación, y dividida ésta en varias partes heterogé-neas, no ha podido recibir todavía una forma en la que conciliándose los intere-ses, presentase un conjunto lleno de unidad y de vida”.

“Necesitamos, pues, un cambio general, y este cambio debe comenzar por las relaciones materiales de la sociedad.”“El solo adelanto de la agricultura y de las artes, supone ya la introducción de los conocimientos cientí�cos y artísticos, y los hace cada día más necesarios;

además, la historia del género humano demuestra, que el hombre, una vez emancipado de la miseria que embrute-ce e iniciado en el secreto de las fuerzas de su inteligencia, se lanza en la carrera de los conocimientos para buscar la perfección de sus facultades, que es la suprema ley del destino humano. No lo dudemos, antes de hacer a los hombres sabios, es preciso hacerlos felices y virtuosos”.

“El establecimiento de un orden social equitativo y justo, en el que la libertad sustituya un día completamente a la servidumbre, la igualdad a los privilegios, y la voluntad nacional a la fuerza bruta; depende también de la realización de estas condiciones”.

“Sin la organización de un buen gobier-no no es posible ni la existencia y realidad de unas buenas leyes, ni por consiguiente el progreso material y moral de la sociedad, se ve muy bien cuán grande, vasta e importante es la cuestión que se ocupa de la forma de gobierno y de los poderes públicos”.

“En medio de males de tan diversa naturaleza y de tan grande intensidad, dos son los grandes bienes a que debemos aspirar, el progreso de nuestros elementos sociales y la conservación de la unidad nacional”.

“Nadie pretende que la defectuosa Constitución de 1824 sea restablecida; pero el principio de organizar en las diversas secciones del territorio autori-

dades su�cientemente facultadas para atender a sus necesidades locales, es un principio tan fuerte y universalmente adoptado, como lo fue el de la indepen-dencia nacional”.

“Tal es el origen del sistema federal; y por más que se nos haya repetido hasta el fastidio, […] que él era peculiar y originario de los Estados Unidos, y que nosotros lo habíamos adoptado por una estúpida imitación; la ciencia política y la historia de consumo, vienen a desmentir tal aserción, […] ¿Quién ignora que la historia de las confedera-ciones se pierde en la noche de los tiempos, y que los anales de los pueblos nos presentan ese sistema reproducido constantemente en todas las edades y bajo todos los climas? […] ¿Qué fue, pues, lo que inventó América del Norte?

Que sea lícito decir, que en sus institu-ciones asombrosas, que en esas institu-ciones admiradas de todos los pueblos, no es el principio federal lo que ha parecido nuevo ni sorprendente; sino la realización de un gobierno interior, en el que bajo las formas republicanas, el sistema representativo ha llegado a tal punto de perfección, que se confunde ya con la democracia, evitando sus incon-venientes. […] el gobierno republicano no puede plantearse en una vasta exten-sión de territorio, sino bajo las formas federales”.

“En las instituciones no sólo se atiende a lo pasado, sino a lo venidero: el legisla-dor debe mirar lo que hay y plantear las instituciones como un germen de lo que debe haber, y cuando ese destino futuro no era ni podía ser otro que el de una República libre y civilizada, fue sin duda un acto de inteligencia el escoger tal modelo, el mejor y el más sublime de todos los conocidos”.

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Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana

Mariano Otero escribió en 1842 “El Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana”, quien aprove-chó la caída del gobierno de Anastasio Bustamante, para plantear una restruc-turación del país a través del Plan de Jalisco proclamado por Mariano Paredes.

Hizo referencia a conceptos como federalismo, sistema republicano, repre-sentación popular y garantías individua-les; recurrió al pensamiento de autores como Constant, Rousseau, Montesquieu o Considerant; utilizó un enfoque comparado, histórico e incipientemente estadístico; y desarrolló un método de investigación para explicar la in�uencia de las instituciones en el desempeño económico y la organización social.

Para Otero resultaba inconcebible que un país con tantos recursos y potenciales como México fuera pobre, inestable, corrupto, ignorante y profundamente dividido al punto de no poder defender su unidad territorial. Con una aproxima-ción propia de la economía política analizó la integración y comportamiento de los estamentos sociales y los sectores económicos de la época, para identi�car la causa de los atrasos y proponer una serie de medidas para corregir desde las asonadas militares hasta el dé�cit comercial, pasando por la revisión de temas como la hacienda pública, el régimen de propiedad o la administra-ción de justicia.

“La agricultura está reducida a ministrar-nos solamente los primeros y más senci-llos alimentos; que la industria se limita a operaciones muy parciales ya para sacar algunas sustancias poco estimables de esos frutos primeros, o bien para propor-cionar a las últimas clases de la sociedad parte de sus toscos vestidos; y que las artes, reducidas y atrasadas, se encierran

en los que antes designábamos con el nombre de o�cios, y dan sólo algunos pasos todavía vacilantes para ministrar-nos las exquisitas obras del lujo, a que satisfacen en Europa; y de esta suerte gran parte de nuestros alimentos, la mayoría inmensa de los efectos que empleamos en nuestros vestidos, y todos los objetos innumerables que nos han hecho necesarios los progresos del lujo y los adelantos de la civilización, los recibi-mos del extranjero por medio de cambios”.

“Son sin duda muchos y numerosos los elementos que constituyen las socieda-des; pero si entre ellos se buscara un principio generador, un hecho que modi-�que y comprenda a todos los otros y del que salgan como de un origen común todos los fenómenos sociales que parecen aislados, esto no puede ser otro que la organización de la propiedad”.

“Las clases mismas que se unieran para la independencia, han estado desacordes en la manera de organizar a la Nación, y dividida ésta en varias partes heterogé-neas, no ha podido recibir todavía una forma en la que conciliándose los intere-ses, presentase un conjunto lleno de unidad y de vida”.

“Necesitamos, pues, un cambio general, y este cambio debe comenzar por las relaciones materiales de la sociedad.”“El solo adelanto de la agricultura y de las artes, supone ya la introducción de los conocimientos cientí�cos y artísticos, y los hace cada día más necesarios;

además, la historia del género humano demuestra, que el hombre, una vez emancipado de la miseria que embrute-ce e iniciado en el secreto de las fuerzas de su inteligencia, se lanza en la carrera de los conocimientos para buscar la perfección de sus facultades, que es la suprema ley del destino humano. No lo dudemos, antes de hacer a los hombres sabios, es preciso hacerlos felices y virtuosos”.

“El establecimiento de un orden social equitativo y justo, en el que la libertad sustituya un día completamente a la servidumbre, la igualdad a los privilegios, y la voluntad nacional a la fuerza bruta; depende también de la realización de estas condiciones”.

“Sin la organización de un buen gobier-no no es posible ni la existencia y realidad de unas buenas leyes, ni por consiguiente el progreso material y moral de la sociedad, se ve muy bien cuán grande, vasta e importante es la cuestión que se ocupa de la forma de gobierno y de los poderes públicos”.

“En medio de males de tan diversa naturaleza y de tan grande intensidad, dos son los grandes bienes a que debemos aspirar, el progreso de nuestros elementos sociales y la conservación de la unidad nacional”.

“Nadie pretende que la defectuosa Constitución de 1824 sea restablecida; pero el principio de organizar en las diversas secciones del territorio autori-

dades su�cientemente facultadas para atender a sus necesidades locales, es un principio tan fuerte y universalmente adoptado, como lo fue el de la indepen-dencia nacional”.

“Tal es el origen del sistema federal; y por más que se nos haya repetido hasta el fastidio, […] que él era peculiar y originario de los Estados Unidos, y que nosotros lo habíamos adoptado por una estúpida imitación; la ciencia política y la historia de consumo, vienen a desmentir tal aserción, […] ¿Quién ignora que la historia de las confedera-ciones se pierde en la noche de los tiempos, y que los anales de los pueblos nos presentan ese sistema reproducido constantemente en todas las edades y bajo todos los climas? […] ¿Qué fue, pues, lo que inventó América del Norte?

Que sea lícito decir, que en sus institu-ciones asombrosas, que en esas institu-ciones admiradas de todos los pueblos, no es el principio federal lo que ha parecido nuevo ni sorprendente; sino la realización de un gobierno interior, en el que bajo las formas republicanas, el sistema representativo ha llegado a tal punto de perfección, que se confunde ya con la democracia, evitando sus incon-venientes. […] el gobierno republicano no puede plantearse en una vasta exten-sión de territorio, sino bajo las formas federales”.

“En las instituciones no sólo se atiende a lo pasado, sino a lo venidero: el legisla-dor debe mirar lo que hay y plantear las instituciones como un germen de lo que debe haber, y cuando ese destino futuro no era ni podía ser otro que el de una República libre y civilizada, fue sin duda un acto de inteligencia el escoger tal modelo, el mejor y el más sublime de todos los conocidos”.

Primer párrafo del"Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y

política que se agita sobre la República Mexicana". Impreso por Ignacio Cumplido, 1842.

Acervo Histórico de la Biblioteca Pública de Jalisco.

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“Las leyes se deben dirigir a garantizar a cada individuo, con el menor sacrificio posible la satisfacción de todas su facultades de hombre; y la organización de los poderes públicos, no tiene otro objeto que el de establecer el poder más propio para expedir, conservar y ejecutar esas leyes tutelares de los derechos humanos y de las relaciones sociales”.

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Plaza Mayor de la Ciudad de México, primera mitad del Siglo XIX.

“El pendón glorioso de la Independencia […] proclamaba la emancipación de millones de hombres destinados a la esclavitud, en favor de una corte lejana y ávida de riquezas; proclamaba el dogma santo de que estos hombres libres, por la naturaleza, tenían derecho de organizar su asociación política de la manera que lo creyesen más conveniente a su propia felicidad; proclamaba la igualdad de todos los derechos y de todas las obliga-ciones, extinguiendo las distinciones absurdas y funestas, que han dividido a los pueblos en dos razas, la una de señores y la otra de esclavos; y proclama-ba, en �n, la máxima fundamental de la libertad del pensamiento, que conduce a todas las mejoras, y sanciona y protege todos los derechos”.

Discurso pronunciado en la festi-vidad del 16 de septiembre de 1843 en la ciudad de México

El discurso pronunciado por Mariano Otero, en la Alameda de la Ciudad de México, en la ceremonia de conmemora-ción del inicio de la Guerra de Indepen-dencia en 1843, marcó su regreso a la política luego de la disolución del Congreso Constituyente de 1842, en el contexto de un gobierno inestable y un país dividido. Su habilidad en la oratoria queda expuesta en los siguientes fragmentos:

“Desde que nuestra Patria se cuenta entre las naciones de la tierra, cada vez que este hermoso día luce sobre el horizonte, alumbra una �esta nacional, en la que millones de hombres, […] saludan extasiados de gozo y de placer, el instante en que a la voluntad del Eterno, se interrumpieron tres siglos de silencio y de pena”.

“Estos principios, proclamados en diver-sas épocas y desarrollados de mil mane-ras diferentes, constituían la verdadera cuestión de la Independencia y abraza-ban en su conjunto todas las verdades, todos los derechos de la especie humana; la libertad de pensamiento, la libertad civil, la libertad política, la libertad religiosa; en una palabra, la libertad radical y completa de la especie humana, sancionada por el dogma de la igualdad y encaminada a la perfección moral del hombre”.

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“El pendón glorioso de la Independencia […] proclamaba la emancipación de millones de hombres destinados a la esclavitud, en favor de una corte lejana y ávida de riquezas; proclamaba el dogma santo de que estos hombres libres, por la naturaleza, tenían derecho de organizar su asociación política de la manera que lo creyesen más conveniente a su propia felicidad; proclamaba la igualdad de todos los derechos y de todas las obliga-ciones, extinguiendo las distinciones absurdas y funestas, que han dividido a los pueblos en dos razas, la una de señores y la otra de esclavos; y proclama-ba, en �n, la máxima fundamental de la libertad del pensamiento, que conduce a todas las mejoras, y sanciona y protege todos los derechos”.

Discurso pronunciado en la festi-vidad del 16 de septiembre de 1843 en la ciudad de México

El discurso pronunciado por Mariano Otero, en la Alameda de la Ciudad de México, en la ceremonia de conmemora-ción del inicio de la Guerra de Indepen-dencia en 1843, marcó su regreso a la política luego de la disolución del Congreso Constituyente de 1842, en el contexto de un gobierno inestable y un país dividido. Su habilidad en la oratoria queda expuesta en los siguientes fragmentos:

“Desde que nuestra Patria se cuenta entre las naciones de la tierra, cada vez que este hermoso día luce sobre el horizonte, alumbra una �esta nacional, en la que millones de hombres, […] saludan extasiados de gozo y de placer, el instante en que a la voluntad del Eterno, se interrumpieron tres siglos de silencio y de pena”.

“Estos principios, proclamados en diver-sas épocas y desarrollados de mil mane-ras diferentes, constituían la verdadera cuestión de la Independencia y abraza-ban en su conjunto todas las verdades, todos los derechos de la especie humana; la libertad de pensamiento, la libertad civil, la libertad política, la libertad religiosa; en una palabra, la libertad radical y completa de la especie humana, sancionada por el dogma de la igualdad y encaminada a la perfección moral del hombre”.

Portada de la edición “Oración Cívica” que el ciudadano Mariano Otero pronunció el 16 de septiembre, 1843. Imprenta de Torres (Biblioteca Pública del Estado de Jalisco).

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“El pendón glorioso de la Independencia […] proclamaba la emancipación de millones de hombres destinados a la esclavitud, en favor de una corte lejana y ávida de riquezas; proclamaba el dogma santo de que estos hombres libres, por la naturaleza, tenían derecho de organizar su asociación política de la manera que lo creyesen más conveniente a su propia felicidad; proclamaba la igualdad de todos los derechos y de todas las obliga-ciones, extinguiendo las distinciones absurdas y funestas, que han dividido a los pueblos en dos razas, la una de señores y la otra de esclavos; y proclama-ba, en �n, la máxima fundamental de la libertad del pensamiento, que conduce a todas las mejoras, y sanciona y protege todos los derechos”.

Discurso pronunciado en la festi-vidad del 16 de septiembre de 1843 en la ciudad de México

El discurso pronunciado por Mariano Otero, en la Alameda de la Ciudad de México, en la ceremonia de conmemora-ción del inicio de la Guerra de Indepen-dencia en 1843, marcó su regreso a la política luego de la disolución del Congreso Constituyente de 1842, en el contexto de un gobierno inestable y un país dividido. Su habilidad en la oratoria queda expuesta en los siguientes fragmentos:

“Desde que nuestra Patria se cuenta entre las naciones de la tierra, cada vez que este hermoso día luce sobre el horizonte, alumbra una �esta nacional, en la que millones de hombres, […] saludan extasiados de gozo y de placer, el instante en que a la voluntad del Eterno, se interrumpieron tres siglos de silencio y de pena”.

“Estos principios, proclamados en diver-sas épocas y desarrollados de mil mane-ras diferentes, constituían la verdadera cuestión de la Independencia y abraza-ban en su conjunto todas las verdades, todos los derechos de la especie humana; la libertad de pensamiento, la libertad civil, la libertad política, la libertad religiosa; en una palabra, la libertad radical y completa de la especie humana, sancionada por el dogma de la igualdad y encaminada a la perfección moral del hombre”.

Manuscrito del discurso “Oración Cívica”, pronunciado por Mariano Otero en la celebración del día de la Independencia, 1843.

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Los restos de Mariano Otero se trasladaron del panteón de San Fernando de la Ciudad de México, a la Rotonda de los hombres ilustres de Guadalajara, el 29 noviembre de 1982.

Palacio Nacional. Sede del Congreso Constituyente de 1842, donde Mariano Otero propuso numerosas iniciativas como diputado y senador.

“El pendón glorioso de la Independencia […] proclamaba la emancipación de millones de hombres destinados a la esclavitud, en favor de una corte lejana y ávida de riquezas; proclamaba el dogma santo de que estos hombres libres, por la naturaleza, tenían derecho de organizar su asociación política de la manera que lo creyesen más conveniente a su propia felicidad; proclamaba la igualdad de todos los derechos y de todas las obliga-ciones, extinguiendo las distinciones absurdas y funestas, que han dividido a los pueblos en dos razas, la una de señores y la otra de esclavos; y proclama-ba, en �n, la máxima fundamental de la libertad del pensamiento, que conduce a todas las mejoras, y sanciona y protege todos los derechos”.

Discurso pronunciado en la festi-vidad del 16 de septiembre de 1843 en la ciudad de México

El discurso pronunciado por Mariano Otero, en la Alameda de la Ciudad de México, en la ceremonia de conmemora-ción del inicio de la Guerra de Indepen-dencia en 1843, marcó su regreso a la política luego de la disolución del Congreso Constituyente de 1842, en el contexto de un gobierno inestable y un país dividido. Su habilidad en la oratoria queda expuesta en los siguientes fragmentos:

“Desde que nuestra Patria se cuenta entre las naciones de la tierra, cada vez que este hermoso día luce sobre el horizonte, alumbra una �esta nacional, en la que millones de hombres, […] saludan extasiados de gozo y de placer, el instante en que a la voluntad del Eterno, se interrumpieron tres siglos de silencio y de pena”.

“Estos principios, proclamados en diver-sas épocas y desarrollados de mil mane-ras diferentes, constituían la verdadera cuestión de la Independencia y abraza-ban en su conjunto todas las verdades, todos los derechos de la especie humana; la libertad de pensamiento, la libertad civil, la libertad política, la libertad religiosa; en una palabra, la libertad radical y completa de la especie humana, sancionada por el dogma de la igualdad y encaminada a la perfección moral del hombre”.

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