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Durante la presidencia de Abraham Lincoln, un hombrecillo montado en un gran caballo galopaba en las primeras luces de una mañana de primavera por los densos bosques próximos al río Tennessee que llevan tierra adentro desde su ribera occiden- tal. El ala de un estropeado sombrero flexible casi rozaba las patillas de su hermético, resuelto y barbudo rostro. Un basto capote de soldado cubría sus espaldas. Sólo el grupo de oficia- les de estado mayor que seguían su apresurada estela le iden- tificaba como general al mando de un tropel de soldados de la Unión, algunos encuadrados en unidades formadas, muchas sin mando y fugitivas, que llenaban los claros y el terreno sinuoso por el que marchaban. El aire estaba cargado de ruido de inten- so tiroteo, disparos de francotiradores, ocasionales descargas cerradas, murmullos de ordenada fusilería y explosiones de artillería disparando a quemarropa. El susurro de las hojas respondía al paso de los disparos. El hombrecillo era Ulysses Simpson Grant, al mando del distrito de West Tennessee; la fecha, el 6 de abril de 1862, y el ruido, los primeros combates de la batalla de Shiloh, que había co- menzado dos horas antes. Detrás de Grant se hallaba el vapor que hacía poco le había traído hasta allí desde su cuartel ge- neral, ocho millas aguas abajo del río. Delante, en el teatro occi- dental de operaciones de la Guerra de Secesión norteameri- cana, se libraba un combate entre el ejército de la Unión y las fuerzas confederadas que le había cogido por sorpresa, había llevado el desorden a su ejército y había puesto repentinamente en duda el resultado de la campaña del Norte en el centro de operaciones del Mississippí. Para muchos de los hombres de ambos bandos, ésta era su primera batalla; para algunos, la primera ocasión en que mane- jaban armas de fuego. Cientos de soldados de la Unión habían encontrado ya excesiva la experiencia del combate en orden cerrado y cuerpo a cuerpo, y retrocedían ahora en cantidades demasiado grandes para que ningún oficial pudiera detenerlos, buscando una seguridad temporal al amparo de las altas riberas del Tennessee. Otros habían permanecido en su puesto o retro- cedido a su pesar, pero en muchos lugares la defensa de la propia posición consistía sólo en permanecer allí agazapados al abrigo de terraplenes suficientemente duros para detener la llu- via de proyectiles que barrían las líneas. En algún lugar, un observador vio cómo treinta o cuarenta unionistas, asido cada uno al cinturón del que iba delante, se agazapaban detrás de un grueso árbol solitario "mientras un aturdido oficial de compañía, incapaz de controlarse él mismo y de controlar a sus hombres, iba y venía insensatamente de un lado a otro". En muchos sitios se pedía a gritos munición. El ataque de los sudistas había sorprendido a los soldados de la Unión con las balas y la pólvora que llevaban en sus cartucheras, sesenta dis- paros como máximo, y buena parte de esa munición se había ya consumido o perdido durante la primera hora de ataque. El ejército del Norte, que disponía de la abundante producción de la industria de Nueva Inglaterra, no se preocupaba cuando todo iba bien del consumo de municiones. En situaciones difíciles consumía pródigamente sus reservas. Así lo había hecho ahora, y Grant, cuando inició la cabalgada por su maltrecho frente, prestó atención primero a las exigencias de munición. Sabía que los sudistas, escasos siempre de aprovisionamientos, sólo po- dían ganar un combate como resultado de la mala adminis- tración por parte del Norte de sus superiores recursos. Dadas las órdenes oportunas, Grant hizo dar la vuelta a su mon- tura para recorrer el frente e inspeccionar su estado. La con- fusión era tal que amenazaba el colapso. La lucha había comen- zado antes del amanecer, cuando las patrullas de sus divisiones de vanguardia, que esperaban un avance sin resistencia hacia el territorio ocupado por los sudistas, habían chocado con fuertes contingentes confederados que avanzaban para atacar el grueso de las fuerzas en su lugar de acampada. Las patrullas intercambiaron disparos con la vanguardia confederada y luego retrocedieron sobre la línea principal. Estaba compuesta ésta por regimientos casi totalmente inexpertos en el combate, man- dados por oficiales que habían visto tan poca sangre como sus soldados. Uno de estos regimientos, el 53° de Ohio, había per- UNTREF VIRTUAL | 1 La máscara del mando John Keegan Capitulo 3: Grant y el caudillaje no heroico

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Durante la presidencia de Abraham Lincoln, un hombrecillomontado en un gran caballo galopaba en las primeras luces deuna mañana de primavera por los densos bosques próximos alrío Tennessee que llevan tierra adentro desde su ribera occiden-tal. El ala de un estropeado sombrero flexible casi rozaba laspatillas de su hermético, resuelto y barbudo rostro. Un bastocapote de soldado cubría sus espaldas. Sólo el grupo de oficia-les de estado mayor que seguían su apresurada estela le iden-tificaba como general al mando de un tropel de soldados de laUnión, algunos encuadrados en unidades formadas, muchas sinmando y fugitivas, que llenaban los claros y el terreno sinuosopor el que marchaban. El aire estaba cargado de ruido de inten-so tiroteo, disparos de francotiradores, ocasionales descargascerradas, murmullos de ordenada fusilería y explosiones deartillería disparando a quemarropa. El susurro de las hojasrespondía al paso de los disparos.

El hombrecillo era Ulysses Simpson Grant, al mando del distritode West Tennessee; la fecha, el 6 de abril de 1862, y el ruido,los primeros combates de la batalla de Shiloh, que había co-menzado dos horas antes. Detrás de Grant se hallaba el vaporque hacía poco le había traído hasta allí desde su cuartel ge-neral, ocho millas aguas abajo del río. Delante, en el teatro occi-dental de operaciones de la Guerra de Secesión norteameri-cana, se libraba un combate entre el ejército de la Unión y lasfuerzas confederadas que le había cogido por sorpresa, habíallevado el desorden a su ejército y había puesto repentinamenteen duda el resultado de la campaña del Norte en el centro deoperaciones del Mississippí.

Para muchos de los hombres de ambos bandos, ésta era suprimera batalla; para algunos, la primera ocasión en que mane-jaban armas de fuego. Cientos de soldados de la Unión habíanencontrado ya excesiva la experiencia del combate en ordencerrado y cuerpo a cuerpo, y retrocedían ahora en cantidadesdemasiado grandes para que ningún oficial pudiera detenerlos,

buscando una seguridad temporal al amparo de las altas riberasdel Tennessee. Otros habían permanecido en su puesto o retro-cedido a su pesar, pero en muchos lugares la defensa de lapropia posición consistía sólo en permanecer allí agazapados alabrigo de terraplenes suficientemente duros para detener la llu-via de proyectiles que barrían las líneas. En algún lugar, unobservador vio cómo treinta o cuarenta unionistas, asido cadauno al cinturón del que iba delante, se agazapaban detrás de ungrueso árbol solitario "mientras un aturdido oficial de compañía,incapaz de controlarse él mismo y de controlar a sus hombres,iba y venía insensatamente de un lado a otro".

En muchos sitios se pedía a gritos munición. El ataque de lossudistas había sorprendido a los soldados de la Unión con lasbalas y la pólvora que llevaban en sus cartucheras, sesenta dis-paros como máximo, y buena parte de esa munición se había yaconsumido o perdido durante la primera hora de ataque. Elejército del Norte, que disponía de la abundante producción dela industria de Nueva Inglaterra, no se preocupaba cuando todoiba bien del consumo de municiones. En situaciones difícilesconsumía pródigamente sus reservas. Así lo había hecho ahora,y Grant, cuando inició la cabalgada por su maltrecho frente,prestó atención primero a las exigencias de munición. Sabía quelos sudistas, escasos siempre de aprovisionamientos, sólo po-dían ganar un combate como resultado de la mala adminis-tración por parte del Norte de sus superiores recursos.

Dadas las órdenes oportunas, Grant hizo dar la vuelta a su mon-tura para recorrer el frente e inspeccionar su estado. La con-fusión era tal que amenazaba el colapso. La lucha había comen-zado antes del amanecer, cuando las patrullas de sus divisionesde vanguardia, que esperaban un avance sin resistencia haciael territorio ocupado por los sudistas, habían chocado confuertes contingentes confederados que avanzaban para atacarel grueso de las fuerzas en su lugar de acampada. Las patrullasintercambiaron disparos con la vanguardia confederada y luegoretrocedieron sobre la línea principal. Estaba compuesta éstapor regimientos casi totalmente inexpertos en el combate, man-dados por oficiales que habían visto tan poca sangre como sussoldados. Uno de estos regimientos, el 53° de Ohio, había per- UNTREF VIRTUAL | 1

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Capitulo 3: Grant y el caudillaje no heroico

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dido a su coronel después de la segunda descarga cerrada. Algrito de "retírense y pónganse a salvo", impulsó a muchos desus soldados a la carrera en busca de seguridad. Otro, el 71° deOhio, vio cómo su coronel clavaba las espuelas en los ijares delcaballo al momento de aparecer el enemigo. El coronel de untercero, el 6° de Iowa, estaba manifiestamente borracho; inca-paz de dar órdenes, tuvo que ser arrestado por su brigadier. Nopudo establecerse si había estado bebido toda la noche o sicogió la borrachera durante el desayuno. Cualquier estado eraperfectamente creíble en el primer año de la Guerra deSecesión.

Incluso los mejores subordinados de Grant tenían problemas. ASherman, que habría de atravesar Georgia dos años después,le habían matado el caballo que montaba y sufría una herida enla mano. Los confederados trataban de atacar por el flanco des-protegido de su división y le estaban sometiendo a una fuertepresión. Prentiss, situado en el centro, se veía ya obligado aretroceder. Las divisiones de la izquierda cedían terreno a lolargo de la orilla del río. En Pittsburg Landing, donde Granthabía desembarcado, los fugitivos buscaban protección bajo laalta orilla en cantidad cada vez mayor. A primera hora de latarde habría allí unos 5.000 soldados (según algunos, 15.000),quizá una quinta parte de todo el ejército de Grant, muchos deellos sin armamento y ninguno con ánimos para seguir comba-tiendo.

Los que por valor, coacción o falta de oportunidad de huirseguían en la línea -muchos más habrían huido si no hubierasido por la caballería y el accidentado terreno a retaguardia-estaban pasando por la más horrible de las experiencias. Unode los regimientos, el 552 de Illinois, que trató de forzar la reti-rada a través de un estrecho barranco, fue cogido en la hondo-nada y las bajas se contaron por docenas. "Nunca vi trabajo tancruel en la guerra", dijo un comandante de Mississippí. Hablabapara un ejército confederado que olía la victoria y estaba a lasórdenes de un general, A. S. Johnston, cuya estrella se man-tenía tan alta como la de cualquier soldado del Sur. Su infanteríagritaba y vociferaba abriéndose camino a través del bosque;incluso la artillería, empujando sus cañones hasta el borde de la

línea de fuego, combatía como si de fusileros se tratase. Unequipo artillero, desmontando la pieza del armón entre las rotasfilas de un regimiento de la Unión que huía, disparó salvas demetralla a los fugitivos mientras pasaban corriendo, demasiadoaterrorizadas sus víctimas para detenerse, aunque fueran sufi-cientes "para capturar la pieza, el armón, las municiones y loscaballos y arrojarlos a las aguas del Tennessee".

La artillería de Grant no demostraba el mismo espíritu. Ladesmoralizada dotación de artillería azotaba sin piedad a suscaballos intentando liberar un cañón (sólidamente) atascado conun tronco de árbol entre las ruedas y el tubo. Toda una batería,aterrorizada por la detonación de disparos ya preparados en unarmón, cogió sus caballos y galopó lejos del campo de batalla.Cuando Grant veía estos desórdenes, intervenía para remediar-los. Pero no podía estar en todas partes a la vez, y su línea, enlas últimas horas de la mañana y al comienzo de la tarde, fueempujada decididamente hacia atrás, pivotando sobre el flancoque se apoyaba en el río y teniendo finalmente ante sí la ame-naza de ser arrojada a las aguas.

Había enviado urgentemente a por refuerzos, cuya llegada cam-biaría el rumbo de la batalla. Pero los más próximos estaban amedio día de distancia y completamente desprevenidos del peli-gro al que mientras tanto se enfrentaba. Hasta que llegasen,sólo podía galopar de acá para allá, afrontando cada crisis conque se encontraba. No era éste uno de esos campos de batallaen los que los generales europeos esperaban poner en prácticasu arte militar, una pradera o un terreno abierto arado comoWaterloo o incluso Gaugamela. Era en verdad un terreno en elcual nunca los ejércitos europeos habrían presentado o dadobatalla, una maraña de bosque y maleza que no ofrecía oportu-nidad alguna de observar la línea de combate en su totalidad. Elhumo ocultaba veredas y depresiones; los matorrales distorsio-naban y desviaban el sonido de los disparos que destrozabanramas y hojas; los arroyos y las ciénagas separaban a lasunidades. No había puntos destacados en el terreno, ni habi-tantes que indicasen el camino a seguir, ni Feldherrnhügeldesde el que el jefe y su estado mayor pudiesen dominar lasituación de amigos y enemigos enzarzados en el combate. Era UNTREF VIRTUAL | 2

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un paisaje enteramente americano, uno de esos lugares solita-rios donde la colonización apenas había llegado hasta enton-ces, y Grant, como un trampero, pionero o como un hombre delos bosques nativo, tenía que hacerle frente de manera entera-mente americana. Un general europeo habría tocado retirada alprimer indicio de estar en apuros, pensando en buscar un terre-no más seguro donde reagruparse y presentar batalla otro día.Él, abrumado porque sabía que la Unión no podía permitirse"ceder un solo palmo de terreno" en su lucha contra la rebelióndel Sur, desechó todo pensamiento de retirada y cabalgó furio-samente de uno a otro punto débil, manteniendo a sus hombresen los puestos de combate.

No todos, ni siquiera en los regimientos que entraron realmenteen combate, podían aferrarse al terreno. La división central deGrant había sido obligada a retroceder en las primeras horas deldía, pero pudo luego hacerse fuerte en un lugar que favorecíala defensa. Sus efectivos se habían reducido por los sucesivosataques confederados. Sus muertos cubrían el frente; sus heri-dos caminaban dispersos en busca de los improvisados hospi-tales organizados apresuradamente en la retaguardia del ejérci-to. Pero su línea no sufrió roturas. Grant la visitó varias vecesdurante la tarde, trayendo refuerzos cuando los podía encontrary animando a su jefe con palabras de aliento. Pero, a medidaque avanzaba el día, sus flancos quedaron expuestos, y lossudistas centraron sus ataques a derecha e izquierda para se-parar a la división de las fuerzas vecinas. Finalmente quedó casirodeada, reducidos sus efectivos de 5.000 combatientes a pocomás de 2.000, y, cuando el enemigo adelantó los cañones parabarrer su frente a bocajarro, ya no pudo resistir más. Grant lahabía visitado por última vez a las 16.30. A las 17.30 se izó ban-dera blanca y los supervivientes se entregaron.

La fortuna favoreció al osado. El jefe sudista había resultadomuerto en el ataque al centro y sus subordinados no se habíantomado la molestia de impedir que Grant cerrase la brechaabierta en su línea por la capitulación. Tampoco habían adver-tido que el jefe de artillería de la Unión había estado concentran-do la artillería superviviente en el flanco del río, donde decidie-ron hacer lo que creyeron que sería el asalto final. Cuando los

sudistas lanzaron este asalto fueron devastados por salvas demetralla a quemarropa y se dispersaron en desorden.

Era algo después de las seis. El mismo Grant estaba entoncescerca del río, donde había comenzado a desembarcar el gruesode los refuerzos que había pedido con urgencia nueve horasantes. Su aparición dio nuevos ánimos al general y a los hom-bres de su entorno. Un melindroso subordinado, que traía noti-cias de la muerte, desaparición o huida de una tercera parte delejército, le preguntó si quería dar la orden de retirada. Grant ledespidió con lacónico desdén. Se estaba haciendo de noche, lafría cortina de lluvia había comenzado a barrer el bosque; elcampo de batalla estaba lleno de ateridos soldados sin protec-ción, tan ansiosos de probar un bocado de comida calientecomo de que terminasen las incesantes explosiones de fuegoque les había llevado de uno a otro innominado lugar durantetodo el penoso día. Pero él, como ellos, podía ahora entrever laesperanza de un cambio de la fortuna.

Más avanzada la noche, Sherman, su compañero de promociónde West Point, le encontró de pie bajo un árbol chorreante, conel cuello de su capote alrededor de las orejas y el cigarro bienapretado entre los dientes. Había venido, como el inoportunosubordinado de antes, para hablar de retirada. "Un cierto instin-to sagaz y repentino" le hizo cambiar de opinión. "Bueno, Grant",dijo. "Hemos tenido un día infernal, ¿verdad?".

Grant dio una calada a su cigarro, que iluminó sus firmes, her-méticas y resueltas facciones. "Sí", dijo Grant. "Sí, pero mañanalos derrotaremos".

Así fue. El general más grande de la Guerra de Secesión ameri-cana había comenzado su ascenso desde el anonimato.

Grant y El Progreso De La Guerra

"La guerra es progresiva", había de escribir Grant en sus Memo-rias. Esta idea habría sido detestable para el duque de Welling-ton, que temía el progreso en política y negaba rotundamente su UNTREF VIRTUAL | 3

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influencia en el campo de batalla. "Napoleón", decía al hablar deWaterloo, "avanzó exactamente al viejo estilo... y fue derrotadotambién al viejo estilo".

Pero Wellington tuvo la fortuna -quizá fuera la única de que seaprovechó en su carrera militar- de haber mandado ejércitos enla culminación de casi dos centurias en las que el arte de laguerra apenas había sufrido cambios. La aparición de la pólvo-ra transformó el campo de batalla en el siglo XVI. La revolucióntécnica que originó había acabado con todas las antiguas ver-dades que sirvieron de base a la guerra durante 4.000 años, ycon ellas habían desaparecido también los sistemas socialesque apoyaban. La pólvora, al sustituir la potencia física porenergía química, puso a los soldados mal alimentados yapresuradamente instruidos en igualdad de condiciones con losmusculosos hombres de armas, cuya raison d étre era el com-bate. Convirtió al soldado de a pie en igual, o incluso superior,al caballero, y acabó con el santuario que mantenían losseñores tras los muros de sus castillos. Convirtió en reyes yemperadores a los señores feudales que tuvieron inteligenciapara invertir sus ingresos en cañones, y transformó a los sim-ples marinos que compraron cañones para sus barcos encreadores de imperios mundiales.

Pero la revolución de la pólvora fue sorprendentemente breve.Mediante un esfuerzo de adaptación casi sin parangón en losasuntos humanos, la Europa en la que ocurrió tardó poco másde tres generaciones en comprender su naturaleza y limitar susefectos. El Renacimiento y la Reforma resultan inconcebiblessin la pólvora. Pero a finales del siglo XVI los dos torbellinoshabían sido contenidos por los aristócratas tradicionales, aquienes la unión de Renacimiento, Reforma y pólvora habíaamenazado con desposeerles del poder y absorberlos en unnuevo orden social del que la pólvora sería el instrumento decontrol. La antigua costumbre de llevar armas, generalizadapero no perjudicial cuando el verdadero poder descansaba en elhombre fuerte armado "guardando su palacio", podría haberseconvertido por obra de la revolución de la pólvora en el "dere-cho a llevar armas", un principio genuinamente sedicioso. Queese derecho se retirase -al menos hasta la llegada de las

Revoluciones Atlánticas de 1776-1810- se debió a las resolu-ciones tomadas por los gobernantes de Madrid, Viena, París yLondres para monopolizar el poder liberado por la revolución dela pólvora y hacer que ese poder fuera prerrogativa del Estado.Las personificaciones de esa prerrogativa iban a ser los moder-nos ejércitos estatales, los primeros que Europa había conocidodesde el colapso del sistema de legiones romano, en el siglo V.Comenzaron a hacer su aparición en el siglo XVI y en el XVIIestaban totalmente desarrollados. Todos presentaban variascaracterísticas idénticas. Se reclutaban bajo un código de leymilitar, de ordinario feroz en sus sanciones. Fueron en principio,si no siempre en la práctica, pagados regularmente con fondosdel estado central, imponiendo así una carga sobre los ingresosque exigía la instauración de un procedimiento burocrático parala recaudación de impuestos en lugar de recurrir a exaccionesarbitrarias. Iban uniformados, reemplazando con la librea del reyla de los capitanes mercenarios o el abigarrado vestuario tradi-cional de los guerreros. Estaban organizados en unidades ysubdivisiones de tamaños cada vez más normalizados: regi-mientos y batallones. Pero, sobre todo, estaban instruidos.

El origen de la instrucción sigue siendo oscuro. Se dice con fre-cuencia que es una manifestación de ese afán de normalizacióndel que el uniforme y la organización son también consecuencia.De hecho, el origen de la instrucción es obvio. Su desarrollo fueuna respuesta lógica al peligro derivado del uso de las armas defuego por elevado número de hombres situados muy próximosentre sí en el campo de batalla. Sin una sincronización, la cargay el disparo de los mosquetes por soldados alineados o dis-puestos en profundidad y próximos entre sí, moviéndose, do-blándose, volviéndose, escogiendo sus propios objetivos y dis-parando a voluntad, debe inevitablemente entrañar accidentesfrecuentes y fatales. La incidencia anual de accidentes al co-mienzo de la moderna temporada de caza es prueba suficientede ese peligro. Pero los cazadores que practican el ojeo deperdices y el acecho de renos eligen cada uno su camino através del campo y son escasas las probabilidades de alcan-zarse unos a otros. En el caso de los mosqueteros, estre-chamente agrupados ante la necesidad de conseguir una poten-cia de fuego máxima a cortas distancias y provistos de armas de UNTREF VIRTUAL | 4

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carga lenta, la probabilidad de resultar heridos si no se poníantodos de acuerdo para disparar al mismo tiempo era enorme. Lainstrucción fue tan sólo la institucionalización de este acuerdo.Garantizaba que cada uno de los pasos necesarios para cargarun mosquetón con la pólvora y las balas -Mauricio de Nassau,pionero de los grandes instructores, los establecía en cuarentay dos- fuera realizado simultáneamente, para conseguir que elacto culminante, la acción de apretar el disparador, ocurrierasólo cuando cada mosquetero estuviese erguido y apuntando alenemigo. No se eliminaron con ello los accidentes -la instruc-ción sólo reduce el egocentrismo, la torpeza y la excitación, nolos suprime-, pero su frecuencia se redujo grandemente.

Sin embargo, la instrucción tuvo otro efecto: el de actuar (pesea lo que Grant dijo sobre los hechos inevitables) como una in-fluencia "contraria al progreso" sobre la tecnología y la tácticamilitar. Al principio no fue éste el caso. La tendencia de su influ-jo era hacia el refinamiento de la tecnología del armamento co-mo medio de simplificar la misma instrucción. Los cuarenta ydos pasos que detallaba Mauricio de Nassau eran obligados porla naturaleza del arma de su tiempo, el arcabuz de mecha, cuyomanejo exigía manipular pólvora suelta y una mecha que ardíapermanentemente sin llama. Su transformación en el fusil dechispa, cuyas características desplazaron primero a la mecha yluego a la pólvora suelta, redujo la probabilidad de accidente -mechas y pólvora suelta solían ir juntos- y permitió reducir decuarenta y dos a aproximadamente diez el número de pasosnecesarios en instrucción. Un efecto inmediato fue el aumentode la cadencia de fuego, que pasó de un disparo por minuto aun máximo de tres.

Fue en esta etapa secundaria cuando la instrucción ejerció suefecto contrario al progreso. El fusil de chispa de finales delsiglo XVII se prestaba, pese a las restricciones de la metalurgiay la ingeniería de la época, a un considerable perfeccionamien-to. Podía, por ejemplo, haberse rayado, con las inherentes ven-tajas en alcance y precisión. Pero los mosquetes rayados, máscomplicados y de carga más lenta que los de ánima lisa, ha-brían requerido una multiplicación de los pasos de la instrucción

y habrían impuesto así un retroceso en las tácticas del campode batalla. Lo mismo podría decirse de otras armas de pólvora,como el cañón de sitio y de campaña, cuyo manejo se habíareducido también a secuencias de instrucción normalizadas. Alcomparar costes y beneficios (por aplicar una forma moderna depensar, tal vez inadecuada a épocas pretéritas), los jefes mili-tares del siglo XVII llegaron a la conclusión de que una instruc-ción sencilla y unas armas sencillas servían a sus fines mejorque unas armas más refinadas y una instrucción más compleja.De todos modos, el resultado no admite discusión. Ninguna tec-nología de armamento ni secuencia de instrucción alteró losaspectos esenciales desde el último tercio del siglo XVII hastacasi mediados del XIX. El mosquete de torre británico, denomi-nado popularmente Brown Bess, sirvió para equipar de igualmodo a los soldados de Marlborough, a los de Wolfe y a los deWellington. Con sus equivalentes se dotaron los ejércitos deLuis XIV, Pedro el Grande, Federico el Grande, George Wa-shington, Napoleón y Bolívar, y el sistema de instrucción dicta-do por su simple tecnología ganó las batallas de Blenheim,Poltava, Leuthen, Bunker Hill, Austerlitz, Waterloo y Carabobo.En cada una de esas batallas el enemigo "avanzó al viejo estiloy fue derrotado al viejo estilo".

Pero por algo Grant había nacido en América. A largo plazo, latecnología, como el general subrayaba con razón, debe impo-nerse. El fusil, inventado ya en 1615, era en 1815 el arma ade-cuada para su tiempo. Los fusileros tuvieron un importante papelen Waterloo, al igual que en la Península y antes en la Guerrade la Independencia americana, cuando la gente de Kentuckyhabía hostigado a los casacas rojas desde distancias que losgenerales instruidos en los campos de batalla europeos califi-caron como impropias de caballeros, cuando no faltas realmentede ética. En 1842 se había dotado a los soldados británicos conun arma de fuego cuyo mecanismo de disparo sustituyó a losutilizados en los anteriores arcabuces de mecha y fusiles dechispa. En 1853 este mosquete de percusión tenía ya el ánimarayada; con el nombre de Enfield, serviría para equipar amuchos soldados de la Guerra de Secesión americana. Duranteel curso de esa guerra entraron en servicio armas de fuego

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ideadas primero para retrocarga; luego vendría el cargador dealimentación, con lo que se inauguraba la tecnología que domi-na el combate de la infantería hasta nuestros días.

La confianza de Wellington en su capacidad de control sobre losejércitos puede considerarse, pues, derivada, en parte almenos, de la ausencia de cambios técnicos y tácticos en el artede la guerra a lo largo del siglo y medio que precedió a la bata-lla de Waterloo. La guerra en el siglo XVIII se ha descrito a me-nudo como si fuera un juego de ajedrez. Naturalmente, no loera, porque el alcance y la potencia de las piezas de que dis-ponía el general no estaban limitados arbitrariamente por reglassimilares a las aceptadas por los jugadores de ajedrez (inclusoadmitiendo que el ajedrez sea un juego de guerra estereotipa-do). Pero sus piezas -batallones de infantería, regimientos decaballería- podían, sin embargo, compararse entre sí en poten-cia y radio de acción en medida bastante notable. En conse-cuencia, los buenos generales podían jugar una batalla deforma semejante a como lo hace un jugador de ajedrez ante sutablero; y un general de la inteligencia y experiencia de Welling-ton, capaz de llevar en la cabeza un índice de la velocidad a laque podían moverse sus unidades y las unidades de su opo-nente a través del espacio que las separaba, la distancia a lacual su fuego resultaría efectivo y las pérdidas recíprocas queprobablemente se producirían, gozaba frente a los jefes demenor talla de alguna de las ventajas que tiene un gran maes-tro ante un jugador simplemente competente que le desafía.

El estancamiento -la ausencia de cambio- confería otra ventajacomplementaria sobre los generales de la era del tablero de aje-drez: la certeza acerca de la equivalencia humana de los ejérci-tos que mandaban. El impulso para limitar y controlar la revolu-ción de la pólvora fue tanto social como militar o económico. Yfue así porque atacaba a las raíces de la relación ancestralentre armas y señorío de la tierra. Casi durante todo el tiempoque los hombres habían hecho la guerra, el mantenimiento desus jefes y corps d 'elite había estado a cargo de los propieta-rios y señores de tierras de cultivo y de pasto. Ha habido excep-ciones a este principio. Algunos gobernantes -en Mesopotamia,Egipto y China- habían logrado crear estados burocráticos en

los que podían obtenerse directamente ingresos de los culti-vadores y transferirse después a un ejército real permanente através de la tesorería central. Los romanos habían transforma-do, a lo largo de varios siglos, una milicia de cultivadores en unejército profesional. Y el mundo islámico había concebido la sin-gular institución del ejército de esclavos, cuyos soldados, hastaque se apoderaron del poder, eran mantenidos con cargo a lasrentas de la corte del Califa. Sin embargo, en casi todas lasdemás sociedades guerreras, el señorío de la tierra y el uso delas armas habían ido siempre de la mano.

Así pues, las aristocracias fueron por definición clases con obli-gaciones y privilegios, que se validaban recíprocamente. La pól-vora, al invalidar la utilidad militar del terrateniente europeo, unhombre cuyo poder en el campo de batalla se derivaba de sucaballo, de su séquito y de la habilidad en el manejo de las ar-mas, aprendida ésta mientras los campesinos trabajaban la tie-rra para mantenerles ociosos, desafió de este modo su privile-gio. El cambio trajo consigo que el habitante de la ciudad o elvagabundo, a quienes podía enseñarse el manejo eficaz de losmosquetes en un período breve de instrucción y ejercicios, seconvirtieran en sus iguales, e incluso superiores. El ballestero,su predecesor reciente, había atraído el odio del aristócrata poresa razón, más si cabe al haber sido en muchas ocasiones elempleado de uno de aquellos capitanes mercenarios nómadasque, en los últimos años de la Edad Media, tan útiles iban aparecer a reyes y grandes señores para proseguir sus guerrasde forma más inmediata que si recurrían al bucólico caballero decondados remotos.

Enfrentados a la revolución de la pólvora, los caballeros de loscondados podrían haber fenecido. Los capitanes mercenarios -hombres en general sin cuna, raras veces propietarios de tie-rras- casi les empujaron hacia esa situación. Las compañías delos capitanes, mandadas a nivel subalterno por delegados(teniente o suplente) y sirvientes superiores (sargento o sargen-to mayor), formaban unidades de tan fácil contratación en elmercado de tropas mercenarias del final del Medievo y comien-zos de la guerra moderna que la lógica financiera parecíaseñalarlas como la fuerza del futuro. Pero hubo dos factores que UNTREF VIRTUAL | 6

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impidieron la sustitución de las antiguas mesnadas feudales porlos nuevos ejércitos mercenarios (nuevos en un sentido relativo,ya que los mercenarios son tan antiguos como las agitacionessociales en cualquier sociedad establecida). El primero de estosfactores fue que los patronos se encontraron con que el alquilerera mucho más sencillo que el combate en el mercado de mer-cenarios; de hecho, algunos jefes mercenarios (especialmenteFrancesco Sforza, en Milán, en la década de 1450) se oponíantan enérgicamente a éste que usurparon el poder de lospatronos que lo amenazaban y establecieron dinastías porcuenta propia. Esta práctica sirvió para limitar en gran medida elnúmero de soberanías dispuestas a confiar sus fortunas a lossoldados mercenarios. El segundo factor fue que los aristó-cratas, cuando se vieron obligados a optar entre sustitución yadaptación, escogieron esta última e hicieron un cambio exce-lente al adquirir las habilidades de los mercenarios.

A mediados del siglo XVI, los hijos de casas nobles, que antesno e habrían dignado ir a la guerra salvo como caballeros pro-vistos de coraza, llevaban consigo una pica o se echaban alhombro un arcabuz de mecha como si estuviesen acostumbra-dos a estas armas desde la cuna. Poco después, sus padrescomerciaban en el mercado de nombramientos, en el que com-praban grados de capitanes o tenientes para sus hijos y lesgarantizaban así carreras militares, como si la compra del títulode guerrero fuese la cosa más natural del mundo. El rango mil-itar -un concepto nuevo- fue así adquirido otra vez por la aristoc-racia, con lo que se preservaba de esta manera, por una parte,el antiguo nexo entre tierra y armas y, por otra, se recreabasobre una base nueva la antigua relación entre aristocracia ysoberanía.

Las compañías mandadas por vástagos de la nobleza, subordi-nadas al regimiento de coroneles que respondían directamenteante la corona, reclutadas entre los desheredados del campo ylos parados de las ciudades, vestidas con la librea del rey, pa-gadas de su tesorería y armadas en sus arsenales, propor-cionaron hacia finales del siglo XVII el instrumento mediante elcual la revolución de la pólvora se sometió al servicio del esta-do dinástico y combatió en sus guerras y, al mismo tiempo, se

contuvo la disgregación de las estructuras sociales en las quese basaba su subsistencia.

Wellington fue el heredero de tal instrumento. En las manos deMarlborough y de Wolfe se había enfrentado a su equivalentefrancés en los campos de batalla de Flandes y de Norteamérica,y había ganado. Pero sus victorias en Blenheim y Quebec nadadebieron a las diferencias en la tecnología del armamento, lastácticas o el personal, que eran idénticas en los ejércitos enemi-gos; los resultados se debieron únicamente a la superior capaci-dad de mando. El triunfo de Wellington fue, pues, el más grande,porque aunque los ejércitos de Napoleón seguían siendo pare-cidos al suyo en cuanto al material, a nivel de personal habíanvariado con respecto a los del estado dinástico hasta el punto deser casi irreconocibles.

No deben sacarse demasiadas consecuencias del alarde deNapoleón cuando decía que sus ejércitos ofrecían "una carreraabierta a los talentos". Muchos de sus oficiales pertenecían a laaristocracia o habían ostentado graduaciones durante el reina-do de Luis XVI. Muchos de sus regimientos fueron en origen unaamalgama de unidades reales y revolucionarias. Pero algunosse habían formado exclusivamente bajo la bandera tricolor,mientras varios de sus generales habían sido meros sargentosen el antiguo régimen. Su experiencia en la forja de un ejércitode la República a partir del rey, por una parte, y del pueblosoberano, por la otra, es un índice de la dificultad de su tarea yde la naturaleza única de su creación. Godart, por ejemplo, unantiguo sargento de las fuerzas reales y futuro generalnapoleónico, al ser elegido coronel de su regimiento revolucio-nario en 1792, fue denunciado por sus soldados como "undéspota que desdeña la libertad y la igualdad" y amenazado conla horca cuando trató de enseñar la instrucción a sus subordina-dos. Sin embargo, estos regimientos, pese a toda su hostilidada las tácticas tradicionales, pudieron derrotar a los ejércitos delantiguo estilo, gracias a la propia exuberancia de su espíritu. Unoficial realista francés que combatió contra la Revolución denun-ció la -diabólica táctica" en la que "cincuenta mil bestias salva-jes echando espumarajos como caníbales se abalanzaban con-tra soldados cuyo valor no había sido exaltado por la pasión". UNTREF VIRTUAL | 7

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La pasión que animaba a los ejércitos de la Revolución y quefue transmitida por ellos a los ejércitos de Napoleón se deriva-ba de la idea de que todo hombre debe, y también puede, serun soldado. "La fuerza general de la República", decretó laConstitución de junio de 1973, "está compuesta por todo el pue-blo... Todos los franceses deben ser soldados; todos se instru-irán en el manejo de las armas". Dos meses después, el Comitéde Seguridad Pública articuló este principio de forma aún máscompleta: "Es deber permanente de todos los franceses serviren los ejércitos. Los jóvenes combatirán; los hombres casadosfabricarán las armas y transportarán los aprovisionamientos; lasmujeres harán tiendas de campaña y servirán como enfermerasen los hospitales; los niños convertirán los paños viejos en hilaspara tratar a los heridos; los ancianos acudirán a las plazaspúblicas para fomentar el valor de los guerreros y exhortar a launidad de la República y al odio contra los reyes".

Esta separación de la obligación militar de limitaciones porrazón de propiedad, clase social, edad o sexo era realmenterevolucionaria. Puede de hecho considerarse como la más revo-lucionaria de las principales ideas puestas en circulación por laRevolución. La Fraternidad es, después de todo, una virtud cris-tiana. La Libertad fue el valor esencial de los griegos. La Igual-dad, por otra parte, era un principio no solamente excluido porla mayoría de las filosofas políticas anteriores, sino negadodirectamente. Pues, ¿cómo puede el individuo convertirse en unigual sin tener los medios para conseguirlo? La igualdad ante laley presupone un sistema de justicia; la igualdad ante la riqueza,un sistema de redistribución; y en ambos casos, una autoridadde orden superior. La autoridad había servido a la primera deforma desigual; a la segunda no la había servido nunca. Pero laigualdad tout court, la noción de que todos los hombres soniguales, adquiría significado real si "todos tienen el deber de sersoldados". Por este precepto se abolía el derecho de la aristo-cracia o del terrateniente a abusar de los campesinos y arte-sanos no sólo en teoría, sino también en la práctica. Un solda-do de la época del mosquete de chispa era tan bueno comootro. Su mosquete, que le había entregado la República, erasímbolo no sólo de su condición cívica, sino también de supoder personal. Fue ciertamente un valiente oficial quien rebatió

este argumento; de aquí la inmediata abolición de los castigoscorporales en el ejército francés en los albores de la Revoluciónde 1789. De ahí también el derecho que se arrogaban lasarmées revolutionnaires -bandas de activistas políticos armadosque se atribuían la autoridad para llevar la revolución desdeParís a las provincias- para intimidar y robar a los indecisos ide-ológicos a raíz de los acontecimientos de 1789.

Pero, al igual que ocurre con tantos principios políticos de apli-cación rigurosa, la igualdad en su dimensión militar demostróser una idea hueca. "Todos deben ser soldados" no se traducefácilmente, no puede jamás traducirse, por "todos pueden sersoldados". Las sociedades más antiguas, que la Revolución ale-gaba haber reemplazado, discriminaban entre guerrero y noguerrero por una razón de mucho peso: la dureza de la actividaddel soldado -dureza tanto emocional como física-, que sólo unaminoría es capaz de soportar. Solamente los jóvenes y losfuertes pueden resistir largas marchas, una alimentación es-casa, pocas horas de sueño, apenas lugares donde albergarse,humedad, frío, sed y la carga continua del mosquete, la mochi-la y las cartucheras. Sólo los resistentes y bien integrados pue-den soportar los riesgos del campo de batalla, la dureza delcombate, la agonía por la pérdida de amigos y camaradas. Losejércitos revolucionarios y napoleónicos aprendieron estas ver-dades de la dura realidad. En el ardor inicial de entusiasmo porlos ideales revolucionarios o la gloria imperial, los hombres reac-cionaron de manera lógica; expuestos a la dura verdad de lacampaña, desertaron en masa. El antídoto tuvo que buscarse enla imposición de disciplinas totalmente contrarias al alma de laRevolución en su brillante y confiado amanecer: multas, prisióny ejecución.

La culminación de las guerras francesas de 1792-1815 fue,pues, rica en presagios para el futuro. En particular, tres elemen-tos del sistema militar que había emergido de ellas entraron enfácil equilibrio. El primero fue el descubrimiento de que el con-junto de posibles guerreros que los estados podían alistar a suservicio comprendía una proporción de la población total muchomayor de la que antes había deseado o sido capaz de enrolarse.El segundo era que ese conjunto requería disciplina e instruc- UNTREF VIRTUAL | 8

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ción a la manera tradicional para poder obedecer las órdenes.El tercero, que la instrucción había comenzado a ceder su papelesencial en la guerra a la superior potencia de las armas, repre-sentada principalmente por el fusil, que prometía transferir lasupremacía en la guerra a cualquier sociedad que pudiese do-minar con mayor rapidez los procesos del cambio tecnológico.

Esa sociedad no sería la de Wellington. Sin embargo, por pro-ductiva que fuera la nueva Gran Bretaña en la invención y pro-ducción de máquinas mediante el proceso industrial, la antiguaGran Bretaña mantuvo a sus ingenieros bajo estrecho control,los excluyó de la sociedad tradicional y preservó resueltamentesus instituciones esenciales para sus hijos favoritos. El ejércitofue una de tales instituciones. Wellington pudo describirlo en1828 como "[institución] exótica, desconocida a la antigua cons-titución del país... antipática a sus habitantes y particularmentea las clases superiores, algunas de las cuales nunca permitenque sus familias sirvan en él". Pero las clases medias -los te-rratenientes, los mercaderes y la clase profesional- miraban elejército como medio de empleo respetable para sus descen-dientes varones. A través de la compra de nombramientos, elmedio utilizado por la aristocracia feudal para contener el des-tructor efecto social de la revolución de la pólvora, su dinerocontinuó garantizando tal empleo hasta la tardía fecha de 1871.Y el comercio fue luego abolido sólo ante la feroz oposición par-lamentaria.

No obstante, para esa fecha sólo los británicos se aferraban ala idea de que un oficial poseía su rango como una propiedadnegociable. Los franceses, sus principales competidores milita-res, habían abolido la compra en la Revolución. En una fechamucho más temprana, los otros estados europeos importanteshabían atribuido el derecho de nombramiento a los soberanos.La calificación para alcanzar un grado de oficial variaba en fun-ción del país. En Prusia, y en menor medida en Austria, sólo seatribuía a los de noble cuna. En Rusia, la concesión del gradocompetía al zar, que confería el mando de las guardias y en elestado mayor a los nobles de más alcurnia, reservando los gra-dos en los regimientos normales a gentes de menor categoríasocial. Solamente en un país avanzado los grados militares se

reservaban a las personas calificadas para ejercerlos por su for-mación profesional. Ese país era Estados Unidos, que en 1802fundó lo que puede bien considerarse como la más importantede las instituciones de formación de oficiales del mundo, la aca-demia militar de West Point. De esta escuela saldría UlyssesSimpson Grant.

La Carrera Profesional De U. S. Grant

¡West Point! ¿Quién, entre las decenas de miles de visitantesque recorren en la actualidad su soberbio campus, recrea hoyen su imaginación el pequeño colegio que fue hace siglo y me-dio? En aquella época era su situación estratégica en el acanti-lado sobre el río Hudson, dominando el paso desde el Canadábritánico a la ciudad de Nueva York, la que explicaba su existen-cia. West Point se justifica ahora por sí misma. La magnificenciade sus edificios es una manifestación de la reputación que goza.La lista de sus graduados es otra: entre los presidentes,Eisenhower y Grant; entre los grandes hombres americanos,Edgar Allan Poe y James McNeill Whistler ("si el silicio fuese ungas, yo habría llegado a general de división", de este modoexplicó con pesar una de sus respuestas de examen).

El West Point de Grant, del que se conservan vestigios en lasbonitas casas federales que se alinean a uno de los lados de laexplanada donde el cuerpo de cadetes desfila en su "larga líneagris", pertenecía a la segunda de las dos tradiciones paralelasque definieron la preparación formal de los oficiales desde suscomienzos en el siglo XVI. Esa segunda tradición era profesio-nal; sus temas de estudio, la balística, la fortificación y la inge-niería civil. La primera e incidentalmente más antigua tenía unaorientación completamente distinta; su finalidad era civilizar ydisciplinar a la clase militar existente.

Esa finalidad se había conseguido en los siglos de la caballeríade forma muy parecida a como se hizo en Macedonia antes dela subida al trono del padre de Alejandro, Filipo. Los jóvenesguerreros eran enviados a la corte o a la casa de un gran gue-rrero para que aprendieran el manejo de las armas y la conduc- UNTREF VIRTUAL | 9

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ta militar. Pero del mismo modo que la transición de Macedoniade reino fronterizo a potencia imperial indujo a Filipo a fundaruna escuela para sus futuros jefes, la revolución de la pólvoraimpulsó también a los estados europeos que comprendieron suinflujo a sustituir el sistema anterior por otro de carácter formal,centralizado y dirigido por el Estado. En palabras de John Hale,sus motivos fueron de tres clases: "El deseo de moderar la anar-quía [de la oficialía tradicional]; el anhelo de proteger su condi-ción como dirigente natural de la sociedad, y la preocupaciónsobre su decreciente combatividad". De las tres, la preocupa-ción por moderar los comportamientos anárquicos fue la máspoderosa. El individualismo había sido positivo cuando el éxitoen el combate dependía de los músculos y del carácter san-guinario del individuo. El comienzo de la instrucción exigió dife-rentes cualidades, y sobre todo la disposición para obedecer lasórdenes. De ahí la naturaleza de los programas de estudiosvigentes en las embrionarias academias militares fundadas enla Inglaterra de Isabel, en la Francia de Enrique IV, en la Vene-cia del siglo XVI y en la Alemania de primeros del siglo XVII. Lade Siegen, en Westfalia, por ejemplo, creada por Juan deNassau en 1617, enseñaba un programa inspirado en las inno-vaciones de Guillermo, pariente del fundador: idiomas para elintelecto, equitación y esgrima para la urbanidad, y constantesejercicios de paradas terrestres para la disciplina.

Ninguna de estas instituciones experimentales sobrevivió almundo moderno. Pero aquellas de sus sucesoras mucho mástardías que lo hicieron -Sandhurst, en Gran Bretaña; St. Cyr, enFrancia; la Theresiania, en Austria- se mantuvieron fieles a losprincipios que las regían. El propósito que se pretendía con lainstrucción en todas ellas era la formación de jóvenes que pu-diesen obedecer las normas de la sociedad civilizada en casa ylas órdenes de sus superiores en campaña. La competencia enlas disciplinas técnicas superiores de la guerra poco o nadacontaba.

La incomprensible exclusión del programa de estudios de lasciencias de la fortificación y del empleo de la artillería sueleexplicarse por un factor social: que nunca se había pensado quela ingeniería y la artillería fuesen profesiones para el guerrero.

Pero esta postura significa trasladar al siglo XVI las actitudes delXVIII. Al comienzo de la revolución de la pólvora, los cañoneseran tan escasos e imprecisos que el tiro de artillería no consti-tuía en modo alguno una ciencia. Era considerado, según haseñalado John Guilmartin, como un "misterio", y sus pocos pro-fesionales expertos, como hombres dotados de un don individ-ual e imposible de enseñar. La fortificación, por otra parte, erauna rama de la arquitectura, es decir, del arte, y por ello perte-necía a una tradición de enseñanza completamente diferente.Miguel Ángel, formado en el estudio de Ghirlandaio en laFlorencia de la década de 1480, afirmaba, de hecho, en sus últi-mos años que no "sabía mucho sobre pintura y escultura, perohabía adquirido una gran experiencia en fortificaciones", de lacual se sentía inmensamente orgulloso. Su jactancia se la expu-so a Sangallo, miembro este último de un grupo de familias,como los Savangnano, Antonelli, Peruzzi y Genga, que lograronun virtual monopolio sobre la práctica de la arquitectura militaren el norte de Italia, cuna de la nueva fortificación artilleradurante el siglo XVI. Sus miembros llegaron a formar un cartelinternacional de expertos en fortificación, que guardaban celo-samente sus secretos y exigían elevados honorarios por susservicios a gobernantes tan distantes como los reyes de Portu-gal y los zares de Moscovia. Hasta finales del siglo XVII no de-saparecería el predominio de estos profesionales comerciales,surgiendo un grupo suficiente de profesionales que pudieroncontratarse como empleados estatales. Una vez dado estepaso, sólo uno más fue necesario para que los gobiernos fun-dasen las academias de ingenieros nacionales y diese así co-mienzo con carácter permanente la formación de sus propiosingenieros y, más adelante, de los profesionales de la artillería.La Real Academia Militar británica de Woolwich (1741) fue unade ellas, y la École de Génie francesa de Meziéres, otra. Con sufundación, comenzó a ponerse de manifiesto la diferencia socialentre oficiales de ingenieros y de artillería, por una parte, y ofi-ciales de infantería y de caballería, por otra. El último grupo,procedente todavía de la antigua clase guerrera o que reivindi-caba su pertenencia a ella, con su tradicional falta de especiali-dad, fue descalificado por carecer de educación formal cuandoquiso competir para entrar en las nuevas escuelas. El primero,que era a menudo menos guerrero por educación, tenía además UNTREF VIRTUAL | 10

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la desventaja de la agresiva aversión que los ignorantes sientencasi siempre por los educados. Y esa aversión se vio aumenta-da, en el contexto militar, por la dimensión extra de peligro quesus habilidades añadían a los riesgos que infantes y caballeroshabían corrido siempre en el campo de batalla. La artillería eraun medio de destrucción a mayores distancias que aquellasdentro de las cuales podía tomar represalias un infante o jinete;la fortificación intensificaba hasta grados casi insoportables laferocidad del combate cuerpo a cuerpo. Existían, pues, razonescomprensibles para que los oficiales guerreros mantuviesen sudistancia social de los pertenecientes a cuerpos científicos,incluso aunque fuera de los últimos de quienes dependiera elfuturo de la guerra.

Estas distinciones sociales se pusieron de manifiesto en GranBretaña y en Francia por la continua separación del guerrero delas academias científicas hasta incluso el siglo XX; en otrosestados europeos adoptaron la forma de una gruñona conde-scendencia hacia los oficiales zapadores y artilleros, cuyos uni-formes estaban siempre más desaliñados, aunque su paga eramás elevada, que los de infantes y jinetes. Solamente hubo unpaís avanzado en el que estos corrosivos esnobismos noarraigaron. Ese país fue Estados Unidos, donde, desde elcomienzo, una sola academia militar instruyó a los futuros jefesdel embrión en una disciplina severamente científica. WestPoint, aunque no sea la más antigua de las actuales academiasde oficiales del mundo, fue, por tanto, la primera que se fundóbasándose en líneas que establecieron el modelo para la edu-cación militar del futuro.

Sin embargo, el West Point en el que ingresó Grant en 1839 erasolamente el núcleo de la institución mundial en que estaba des-tinada a convertirse. Su cuerpo de cadetes no llegaba a 300hombres; de ellos, cincuenta y tres solamente componían supromoción. Al igual que el propio Grant, hijo de un curtidor deGeorgetown, Ohio, la mayoría de sus miembros (incluidosLongstreet, McClellan, Buckner y Sherman), según escribióGrant, pertenecían a "familias que trataban de mejorar de posi-ción o de evitar caer aún más desde una situación ya precaria".La alta burguesía de las ciudades de Nueva Inglaterra y de las

plantaciones del sur estaba apenas representada; Lee,perteneciente a la aristocracia de las tierras bajas del litoral deVirginia, era una figura excepcional entre los graduados de laacademia. Grant, aunque descendiente de los peregrinos quecolonizaron inicialmente Norteamérica, probablemente descri-bía los horizontes de la mayoría de sus compañeros cuandoescribía a casa durante su primer año diciendo que "el hecho esque si un hombre se gradúa aquí está a salvo de por vida" (suortografia sería deficiente a lo largo de toda su vida).

Sin embargo, sus orígenes de Ohio pueden haber sido tanimportantes para su generalato como lo fueron las enseñanzasque recibió en West Point. Ohio era en la década de 1840 lacabeza de puente más segura de la joven república en el inmen-so interior del continente que yace más allá de los MontesApalaches y un firme asentamiento de los principios de la tierrade libertad en la frontera con los estados esclavistas situadosmás al sur. Los valores de la gente de Ohio eran los que lle-garían a dominar el modo de vida americano: libre empresaenraizada en la propiedad personal, representada aquí por laagricultura mixta y las actividades a ella asociadas, y apasiona-do respeto por la enseñanza, ya manifestado en la fundación deuna plétora de colegios de profesionales liberales, de los cualesmantiene todavía hoy un número mayor que el de cualquier otroestado y con una enseñanza de alta calidad. También había dedemostrar que era un bastión del poderío militar del Norte cuan-do la Unión se vio envuelta en la Guerra de Secesión. El naci-miento en Ohio de Grant fue, pues, apropiado y al mismo tiem-po formativo por su influencia sobre su actitud como americano.

Para su formación como soldado, la educación recibida en WestPoint fue igualmente importante. West Point apenas le enseñótáctica, y sólo la instrucción necesaria para que el cuerpo decadetes maniobrase en el terreno de desfile. En el programa deestudios se hacía hincapié en las matemáticas, la ingeniería y laciencia, el último curso ampliado por Dennis Hart Mahan (padredel famoso almirante) para incluir la "ciencia de la guerra".Mahan, graduado en la escuela de ingeniería militar francesa deMetz (sucesora de Meziéres), devoto del mito napoleónico ydivulgador de la idea de Jomini, el intérprete de Napoleón, UNTREF VIRTUAL | 11

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añadió, sin embargo, algo típicamente americano a su inter-pretación de la naturaleza de la guerra. Se ha dicho que Amé-rica es un país dominado por la dimensión no del tiempo, comoocurre en Europa, anclada en su historia, sino del espacio. Fueeste concepto el que Mahan expuso personalmente en sus con-ferencias año tras año cuando razonaba que "llevar la guerra alcorazón del país agresor... es el modo más seguro de hacerlecompartir sus cargas y de oponerse a sus planes". Lee, nietopolítico de Jorge Washington y superintendente de West Point,pero no alumno de Mahan, nunca se adentró en el corazón delNorte en sus ataques más allá de Pensilvania. Grant, en su dis-tante y en aquella época denostada campaña alrededor deVicksburg, en el Mississippí, iba a dar una terrible fuerza al ada-gio de Mahan. Basándose en la doctrina de "hacer que el agre-sor comparta las cargas de la guerra", y con su contemporáneo,Sherman, desgarró el corazón de la Confederación y restituyósus fragmentos al gobierno de la Unión.

No obstante, podría haberse perdonado a los contemporáneosde Grant que no consideraran la probabilidad de que llegase aocupar un puesto elevado en el ejército. Físicamente delicado,proclive a pasar desapercibido, sin distinciones académicas,Grant dejó poca huella de su paso por West Point o por el ejérci-to durante su breve carrera profesional. Destinado en 1843 ainfantería, cuando hubiera preferido los dragones (la caballeríafue uno de los pocos cometidos de cadete en el que sobresa-lió), sirvió primero en San Luis y después en Nueva Orleans. Suregimiento, el 4° de Infantería, fue luego enviado a la fronteramexicana como parte del "ejército de observación" con el queEstados Unidos había decidido intimidar a su vecino para quecediese todo el territorio al norte de Río Grande. Como el mismoGrant dijo, la estrategia del ejército era "provocar una guerra,pero era esencial que la iniciara México".

Grant desaprobaba firmemente esta política. Demócrata y po-pulista hasta la médula, estaba fascinado por la realidad de lacivilización americana y por la diferencia entre ésta y la del ViejoMundo. Cuando en mayo de 1846 se provocó la guerra conMéxico, declaró que ésta era "una de las más injustas jamáslibradas por una nación poderosa contra otra débil. Fue un

ejemplo de una república que seguía el mal ejemplo de lasmonarquías europeas, el olvido de la justicia en su deseo deadquirir nuevos territorios". Pero, pese a toda su disconformidadcon la guerra mexicana, ésta le enseñó a Grant su profesión.Combatió eo "tro batallas -en Palo Alto, Resaca, Monterrey yCiudad de México-, actuó (de forma muy, significativa para sufuturo dominio de la logística) como oficial de abastecimientos ytransportes, vio de cerca la muerte, observó la conducta ante elpeligro de soldados de todo rango, tomó una medida precisa desus propias reacciones y registró cuanto vio y sintió en una seriede brillantes cartas escritas a su novia, Julia Dent. Todas estasvivencias debían formar la base de sus recuerdos de guerrapublicados en sus magníficas Memorias, con las que, aunqueescritas cuando se estaba muriendo de cáncer, había de repararel último de sus muchos desastres financieros.

"Muchísimos hombres", dijo, "cuando huelen la batalla a distan-cia, están deseosos de entrar en combate. Cuando se expresande este modo, no logran de ordinario convencer a sus oyentes...y cuando se aproxima el peligro se vuelven más pacíficos. Laregla no es universal, porque he conocido algunos Hombres quesiempre deseaban la lucha cuando no había enemigo cerca yque eran tan buenos cono sus palabras indicaban cuando labatalla comenzaba en realidad. Pero el número de estos hom-bres es reducido". Grant puede haber sido, como sugiere su bió-grafo William McFeely, uno de estos hombres. Pese a su con-fianza indefectible y excesiva en los demás en cuestiones finan-cieras, se veía a sí mismo v veía a todos los otros soldados ir alcombate con el más agudo realismo. Aunque reconocía furiosohaber tenido una punzada de ansiedad la primera vez queescuchó un cañón disparado a distancia, en los encuentros caraa cara con el peligro nunca se acobardó. Esta confianza en suvalor físico -el descubrimiento de su valor moral llegaría mástarde- fue el fundamento de su ftrtura capacidad de caudillaje.

Su bautismo de fuego fue de los más terribles que pueda tenerun soldado. Las araras de pólvora de baja velocidad, aunque notuvieran mucho alcance, lanzaban grandes fragmentos de metalpesado que, cuando alcanzaban a los soldados, podían desfi-gurarlos totalmente aunque no los mataran. En Palo Aho, Grant UNTREF VIRTUAL | 12

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fue testigo de uno de estos atroces efectos al "ir a parar unabala cerca de donde estaba, matando instantáneamente a unhombre; luego penetró por debajo de la mandíbula del capitánPage desencajándola totalmente y le estalló en el cielo de laboca... El capitán Page," dijo a Julia, "sigue vivo". En sus Memo-rias recordaba que "las astillas del mosquete del soldado muer-to y su cerebro v huesos derribaron a otros dos o tres".

Grant sabía, pues, que se estaba arriesgando cuando al díasiguiente tomó el mando de una compañía y la condujo alataque contra el enemigo, así como otra vez en Monterrey cuan-do se unió voluntariamente a una carga de caballería. En elasalto a la ciudad arremetió rápido y atrevido sin ninguna ayudapara acercar un reabastecimiento de municiones y sintió un dis-gusto lógico cuando vio cómo algunos "pobres oficiales y hom-bres heridos" a los que había adelantado en su cabalgada"cayeron en manos del enemigo durante la noche y fueronmuertos". Finalmente, en la torna de Ciudad de México, logróuna distinción personal. Tras localizar una posición ventajosa enuna iglesia de las afueras durante la batalla por los muros de laciudad, instaló un obús ligero en la torre e hizo fuego contra tinode los bastiones mexicanos. El jefe de su división envió a un ofi-cial (Peniberton, que defendería Viscksburg contra Grant en1863) a felicitarle y citó su nombre en los partes. Fue tambiénascendido a teniente y a capitán honorario. Había hecho -Ciu-dad de México fue la última batalla- una buena guerra.

Pero no fue en nodo alguno una buena guerra según el quisqui-lloso juicio político de Grant. A nivel humano, naturalmente, ha-bía sido una aventura maravillosa para un joven. "La guerra fuenuestro romance" dijo su compañero de promoción, amigo yfuturo adversario Simón Bolívar Buckner, y puede realmenteverse corno la participación del joven ejército regular americanoen ese extraordinario romance decimonónico vivido por los sol-dados europeos en los distantes, cálidos y exóticos rincones delmundo. Grant quedó extasiado en México por el carácter de supaisaje y de sus gentes, del mismo modo que les pasó a los ofi-ciales británicos ante las reliquias de los magnates de la India ylas costumbres de los sijs, o a los oficiales franceses ante losoasis del Sáhara y la vida nómada de los tuaregs. Pues las

guerras imperialistas fueron una exploración cultural al mismotiempo que un ejercicio de sonictimiento, y produjeron una lite-ratura de viajes y etnografia de una calidad que puede distraercompletamente al lector del propósito que llevó en primer lugaral escritor a entrar en contacto con estos tenias.

La finalidad, sin embargo, era la conquista y la anexión, y arribaslas desaprobaba el republicano y demócrata Grant hasta la mé-dula. "Ira guerra mexicana", escribió va de viejo, "fue una gue-rra política, y la administración que la condujo la deseaba paracapitalizarla políticamente". Fue política a nivel personal y departido. Sus tíos jefes de más éxito, Taylor, el vencedor de Bue-na Vista, y Scott, el que tornó Ciudad de México, aspirabanambos a la presidencia, que Taylor efectivamente consiguió en1848. Lo peor de todo es que fue una guerra con consecuenciaspolíticas desafortunadas para el mismo Estados Unidos. "larebelión del Sur" escribió Grant en sus Memorias, "fue en granparte consecuencia de la guerra mexicana". Compartía laopinión de que la administración demócrata buscaba, con laanexión de territorio al sur de la línea de la tierra de hombreslibres, encontrar un espacio donde crear nuevos estados escla-vistas, como lo sería Texas, impidiendo así la oposición de lamayoría electoral del Norte a cualquier expansión de la esclavi-tud. Las consecuencias, pensaba, eran inevitables. "'Las nacio-nes, al igual que los individuos, reciben castigo por las transgre-siones que cometen. Nuestro castigo fue la guerra irás san-guinaria y costosa de los tiempos modernos".

Así se expresaba treinta años después cíe la victoria sobreMéxico. En el intervalo, el mismo Grant sufrió un fuerte castigoemocional sin cometer transgresión alguna, salvo su incapaci-dad para ser realista en relación con el dinero. Su destino en el4 Regimiento de Infantería, en la costa del Pacífico, entrañabauna separación de Julia, que se había convertido en su mujer asu vuelta de México en 1848, tan penosa que le llevó a renun-ciar al nombramiento como medio de volver a casa con ella. Fuea partir de ese exilio cuando empezó a adquirir reputación debebedor, probablemente exagerada, aunque se convirtió en unfumador empedernido de cigarros. Grant dejó el ejército encondiciones honorables con el grado permanente de capitán, UNTREF VIRTUAL | 13

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que sólo ostentaban cincuenta militares en 1854. Pero no tajodinero alguno cuando regresó al Este y después fracasaron unotras otro todos los negocios que emprendió. El cultivo de unagranja en Missouri, desde una casa llamada Hardscrabble, queconstruyó el mismo, produjo escasas cosechas o ninguna.Fracasó en sus intentos de conseguir trabajo como ingeniero,fracaso extraordinario cuando West Point era la principal fuentede ingenieros instruidos en Estados Unidos. Fracasó cornocobrador de deudas. Ni siquiera tuvo éxito cuando trabajó conoadministrativo en el negocio de cueros de su padre en Galena,Illinois.

En 1861, en vísperas de estallar la Guerra de Secesión. Grant,que entonces contaba treinta y nueve años, tenía cuatro niñosque alimentar y apenas un centavo en el banco, no había deja-do señal alguna en el mundo y parecía improbable que lohiciera, pese a todas las condiciones de prosperidad de laAmérica ele mediados de siglo. Su linaje de Plymouth Rock, sueducación especializada, su rango militar, que juntos le hubie-ran asegurado un abrigado rincón en la vida del Viejo Mundo,para nada contaban en el Nuevo. Le faltaba la cualidad esencialpara ser lo que Jacques Barzun ha denominado un "promotor",uno ele esos optimistas activos, afables, contadores de centa-vos, cazadores de oportunidades que, tanto en una actividadcomercial frenética en la costa atlántica como en las nacientesindustrias de Nueva Inglaterra y Pensilania o en la frontera cadavez más desplazada al Oeste, habían de hacer la fortuna deAmérica. Grant, en su estilo introvertido y poco dado a la osten-tación, era un caballero y se sentía atenazado por esa cualidad.

La Guerra de Secesión le rescataría de su incapacidad social.Porque Grant era un caballero de conformación típicamenteamericana. El caballero al estilo Wellington no podía concebiruna discrepancia entre él y la sociedad oficial. "Soy un nimmuk-wallah", había dicho Wellington: él había comido la sal del rey.También Grant, como soldado, había sido nimmukwallah. PeroAmérica, que no tenía rey, concedía a sus ciudadanos una li-bertad para disentir de su política completamente extraña a laclase equivalente a la de Grant en Europa. El fue fiel a su puntoele vista sobre cómo la Gran República debía comportarse en

sus relaciones con los vecinos más débiles y los estados miem-bros disidentes. Ese punto de vista fue formado por un constitu-cionalismo que podría haber sido el de Washington. EstadosUnidos, tal como él veía a su patria, era un país naturalmentedistinto a los de Europa. Nunca debía incurrir en el baldón deagresiones en las relaciones extranjeras ni en la infidelidad a laUnión en los asuntos domesticos. La guerra de México habíasido una mala guerra por la primera de estas razones. Por lasegunda, una guerra contra la "rebelión del Sur", como él llama-ba a Ia secesión de los estados esclavistas, sería una buenaguerra, incluso aunque su fría visión de las cosas le dijese queesa guerra era mala en sí misma.

Su proclividad a juzgar los principios de la guerra constituye uníndice de los cambios en el papel de caudillo que diferenciabana Grant de Alejandro, por una parte, y de Wellington, por la otra.Alejandro nunca distinguió entre su papel como gobernante y supapel cono guerrero. Los dos -en un inundo donde los estadosse mantenían para estar en guerra, a menos que un acuerdo deobservar la paz estableciese específicamente lo contrario, y enun reino cuya corte era también un cuartel general- eran idénti-cos. Los juicios sobre la moralidad de cualquier guerra específi-ca habrían sido tan extraños para él como traicioneros en unsúbdito. Alejandro era, en sentido estricto, el hegeliano comple-to y el perfecto seguidor de Nietzsche. Su estado era la supre-ma expresión de la Razón y de la Voluntad; él, como dirigente,un Superhombre. Wellington, enraizado en una sociedad deleyes e instituciones, habría resultado agraviado por ambasnociones; para él, la tiranía y la raison d'état eran igualmenterepugnantes. Pese a todo el poder que ejercía, circunscribíaestrictamente su propia libertad a cuestionar órdenes o debatirestrategias. Como hombre cuya máxima ambición había sidouna vez llegar a ser "un general de división al servicio de SuMajestad", estableció una distinción muy clara entre sus opi-niones políticas y sus deberes militares. Tanto en la India conoen España, la distancia y el consiguiente retraso de las comuni-caciones le habían protegido de la interferencia diaria en suplanteamiento de la campaña. Pero no por ello se consideró fa-cultado para hacer política. La posición de Grant era tambiénaquí diferente. Al igual que Wellington, rechazaba la identifi- UNTREF VIRTUAL | 14

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cación que hacía Alejandro del poder militar con el poder políti-co. A diferencia de él, no combatía por su país porque su naci-miento le hubiera convertido en su súbdito, sino porque consi-deraba justa su causa. "Los confederados se proclamabanextranjeros y, por tanto, renunciaban a todo derecho a reclamarprotección al amparo de la constitución de Estados Unidos,[convirtiéndose] en gentes de cualquier otro estado extranjeroque hace la guerra contra una nación independiente".

La proclamación por los confederados de su estado extranjerose produjo cuando "el 11 de abril [1861] los sudistas abrieronfuego contra Fort Sumter, un fuerte nacional del puerto deCharleston, en Carolina del Sur, que caería unos días después".Las noticias llegaron a Galena, Illinois, el 15 de abril, e hicieronque los notables de la ciudad convocasen el reclutamiento deuna compañía de Galena y eligiesen a Grant cono presidente dela junta de reclutamiento. Ese día cambió la vida de Grant. "Vinuevas energías en él", recordaba un vecino. "Abandonó suforma de andar cargado de espaldas y se puso el sombrerohacia adelante, sobre la frente, de forma jovial". El mismo Grantdijo: "Nunca entré en nuestro almacén de cueros después deesa reunión para hacer un paquete o cualquier otra cosa". Entres años se convertiría en general en jefe de los ejércitos deEstados Unidos, y a los siete años llegaría a presidente de lanación.

El Ejército De Grant

La elección de Grant fue una de las miles que tuvieron lugar entodo Estados Unidos durante ese mes de abril. En su caso, fueprovocada por el descubrimiento de sus propios paisanos eleque era un militar procedente de West Point y un veterano de laguerra mexicana. Pocas ciudades estaban así dotadas. EstadosUnidos, va entonces uno de los países del mundo occidentalmás poblados, con una cifra superior a los 30 millones de habi-tantes, era también uno de los menos militarizados. Los efec-tivos de su ejército regular ascendían solamente a 16.000 hom-bres; Gran Bretaña, con 27 millones de ciudadanos y una arma-da mayor que las seis siguientes reunidas, mantenía un ejército

de más de 200.000 hombres. La mayor parte del ejército regu-lar americano estaba además estacionada en el Mississippi y aloeste de este río, guardando las rutas seguidas por los colonosen dirección al territorio indio. Allí permanecería en su mayorparte durante toda la Guerra de Secesión, produciendo elextraño efecto de que muchos de los escasos soldados profe-sionales que había en el país conseguían sus ascensos por elmero hecho de estar va en el servicio al estallar la guerra, enlugar de deberlos a la única gran oportunidad profesional que elsiglo iba a ofrecerles. Fueron en su mayoría los graduados deWest Point como Grant, que se habían licenciado en tiempo depaz o se habían "pasado al Sur" en 1861, los que recibieron losgalones.

De unos 2.000 graduados de West Point que vivían en 1861,821 estaban en servicio activo. De éstos, 197 se "pasaron alSur" junto con otros 99 de la lista de retirados. La Unión conser-vó la lealtad de 624 oficiales activos e inmediatamente reclutóotros 122 entre los retirados. Fueron estos hombres quienes, enel Norte y en el Sur, aportaron a los ejércitos de la Guerra deSecesión su madurez de liderazgo profesional. Los propiosejércitos estaban formados casi en su totalidad por soldados noprofesionales y, hasta la introducción del reclutamiento (en 1862en la Confederación y en 1863 en la Unión), alistados volunta-riamente. Ellos mismos se convertirían en oficiales de un modosingularmente americano. Algunos jefes de regimiento fueronnombrados por los gobernadores de los estados, va que tantolos regimientos del Norte como los del Sur se crearon con baseen los estados; otros, v casi todos los oficiales de sección y com-pañía, fueron elegidos por sus hombres. Grant tuvo experienciaen ambos métodos. En primer lugar declinó presentarse comocandidato a la compañía de Galena; luego aceptó del gober-nador de Illinois el grado de coronel de un regimiento que habíacambiado su opinión acerca de su opción de elegido.

Un soldado sudista perteneciente a un regimiento de Georgiaescribía a su familia en 1861 describiendo cómo se llevaba acabo la elección ele los oficiales en la unidad; el relato sirve tam-bién para los regimientos del Norte: "Podría empezar ahoramismo v morir de empacho de pastel de elección, ser estrecha- UNTREF VIRTUAL | 15

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do en un perfecto apretón por amigos singulares, eternos,desinteresados, afectuosos. Un hombre resulta completamenteconfundido por la intensidad de los sentimientos que se prodi-gan sobre él. Nunca soñé que tenía tanta popularidad, exce-lente aspecto y talento como sé que tengo desde hace unosdías". El escritor no era un candidato y vio a quienes lo eran,como tantos americanos a aquellos que aspiran a ser sus jefes,como figuras grotescas. En la práctica, muchos de los oficialeselectos desempeñarían competentemente su cargo. Otros no."El coronel Roberts ha demostrado su ignorancia de losmovimientos más sencillos de una compañía. Hay una total faltade sistema en nuestro regimiento", escribía un soldado dePensilvania en el verano de 1861. "Nada se atiende en el mo-mento adecuado, nadie parece pensar en el mañana y faltan jefesque sepan dirigir las unidades. Sólo puede considerársenos exac-tamente como masa sin aptitud alguna para enfrentarnos al ene-migo". Al comienzo de la guerra eran más peligrosos los propioscompañeros que los confederados; los caballos de un regimientohuyeron espantados por sus jinetes que realizaban ejercicios conel sable, informaba el Detroit Free Press en septiembre de 1861,mientras unos infantes que ensayaban la orden de calar las ba-yonetas se infligían heridas unos a otros.

La instrucción, fundamento del éxito en la batalla de la pólvora,había calado tan poco en Estados Unidos que el mismo Grant norecordaba las enseñanzas de West Point. "Nunca volví a mirarun texto de táctica desde mi graduación. En esa rama de losestudios había sido casi el último de la clase... Las armas habíanevolucionado desde entonces y se habían adoptado [nuevas]tácticas. Conseguí un libro... y estudié una lección, intentandoguiar el ejercicio del primer día [con su nuevo regimiento] a lasórdenes que encontré allí. Siguiendo este método creí que pron-to terminaría todo el volumen". Grant encontró su esquema másdificil y a la vez más fácil de lo que esperaba. Adherirse a lasreglas, pensó, conduciría al desastre. Reducirlas a lo que élrecordaba de su estancia en West Point las haría funcionar. "Noencontré dificultad en dar las órdenes que llevasen a mi regi-miento adonde yo quería, salvando todos los obstáculos. Nocreo que los oficiales del regimiento descubrieran nunca quejamás había estudiado las tácticas que utilizaba".

La eventualidad era poco probable. Los regimientos típicos,tanto los de la Unión como los confederados, estaban formadospor hombres completamente inexpertos en cualquier forma deguerra. Aunque los nombres que adoptaron los regimientos eranjactanciosos -algunas unidades confederadas de 1861 se deno-minaban Azotes de Tallapoosa, Matadores de Yanquis de Bar-tow, Criminales de Chickasaw, Fieras de Lexington, Matones deRacoon y Perros de Presa del Sur de Florida-, era más proba-ble que los jóvenes alistados en ellos supieran mejor cómomatar un cerdo que disparar contra un ser humano. En ambosejércitos, la mitad de los alistados manifestaron ser granjeros;después venían los simples campesinos, y luego los que teníanalgún oficio -carpinteros, zapateros, oficinistas, herreros, pin-tores, mecánicos, maquinistas, albañiles e impresores-. Unaproporción elevada de soldados del Norte habían nacido en elextranjero: alemanes, irlandeses y escandinavos eran los másnumerosos, factor que complicaba la elección. Los alemanesque habían hecho el servicio militar en su país y los irlandesesque podían haber servido en el ejército británico tenían másexperiencia militar que los yanquis nativos. Esta circunstanciano contribuía al aprecio de los mandos. "No le voté", decía insul-tante un soldado de Indiana, "ni votaría a ningún condenadoirlandés hijo de perra. Maldito lo que usted me importa". Sus pa-labras estaban originadas por la frustración de que "por la ma-ñana, primero instrucción, luego instrucción, después instruc-ción otra vez. A continuación, instrucción, instrucción y un pocomás de instrucción. Más tarde instrucción y para finalizar instruc-ción. Entre instrucción e instrucción hacemos la instrucción, yalgunas veces un alto para comer algo y pasar lista". El trabajode los cuadros de mando elegidos seguía cuando terminabapara los soldados. "Todas las noches recito la lección con losotros sargentos primeros y segundos tenientes", escribía un sar-gento de Ohio en 1862. "Terminaremos la Táctica de Hardee [ellibro con el que Grant había tenido problemas] y luego estu-diamos el reglamento del ejército". Sin embargo, los voluntariosparecían seguir siendo reclutas pese a todos sus esfuerzos."Padre, qué maravillosamente bien hacen la instrucción los re-gulares", escribía un voluntario que había visto desfilar a un regi-miento del ejército de antes de. la guerra en 1862. "Es comple-tamente deprimente y desagradable volver aquí y observar las UNTREF VIRTUAL | 16

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maniobras de nuestro regimiento y de nuestros oficiales, des-pués de ver desfilar a los procedentes de West Point y a los ve-teranos de servicio de dieciocho años para montar la guardia".

Estos regimientos fueron inundados por las masas sin prepa-ración militar que el entusiasmo trajo a las filas de los ejércitosen los primeros días de la guerra. Los voluntarios proporcio-naron rápidamente al Sur casi un cuarto de millón de hombres.La petición de Lincoln de 75.000 soldados para que sirvierandurante tres meses fue cubierta inmediatamente. En agostodisponía de casi 400.000 hombres en armas. Pero por entonceshabían ya tenido lugar las primeras batallas -Bull Run yBoonneville- y algunos de los voluntarios habían cambiado deopinión acerca de su alistamiento. Las deserciones iban a con-vertirse en una plaga para ambos ejércitos a lo largo de toda laguerra y, en una sociedad esencialmente populista, desafiaríanla contención por medio del castigo. Así ocurría especialmenteen el Sur; un juez de Mississippí escribía en 1864 que sabía demuchos hombres "ahora desertores por cuarta, quinta y sextavez" que "nunca habían sufrido castigo alguno". Ningún ejércitodisponía de recursos para encerrar en prisión a los recalci-trantes, quienes, si estaban realmente decididos a eludir el ser-vicio, siempre podrían escapar a la frontera abierta o a las ciu-dades llenas de inmigrantes del Norte. De los dos millones dealistados, unos 200.000 soldados de la Unión desertaron deforma temporal o permanente durante la guerra; sólo 141 de loscapturados fueron realmente pasados por las armas, pena má-xima entonces para su delito.

El hecho de que huyeran tantos hombres no sorprende en lomás mínimo, a la vista de su falta de preparación para la durezade la campaña y de los horrores del campo de batalla. Un sol-dado del Norte escribía de la marcha a Fort Donelson en febrerode 1862: "Hemos pasado grandes penalidades para llegar aeste lugar. Creo que hemos soportado el sufrimiento más inten-so que un ejército haya padecido jamás en un período igual detiempo" [tanto como durante la retirada del Gran Ejército francésdesde Moscú]. "Nos vimos obligados a permanecer durantecuatro días y cuatro noches sin dormir y nada que comer la ma-

yor parte del tiempo, lloviendo y nevando parte del tiempo y sinningún abrigo; una experiencia realmente amarga". La experien-cia del combate podía lograr que triunfara en los hombres laemoción sobre la simple capacidad de leer y escribir. "Martha",escribía Thomas Warwick a su mujer después de Murfreesboroen diciembre de 1862, "tengo que decirte que al fin he visto elMonkey Show y que no quisiera verlo nunca ni estoy satisfechocon la guerra, Martha. No puedo decirte cuantos hombres muer-tos vi... amontonados uno sobre otro por todo el campo de bata-lla. Hombres muertos de todas las formas imaginables; algunostenían arrancadas las cabezas y otros los brazos y piernas ... Tedigo que estoy harto de guerra... Una cosa es segura, no quierover ese lugar nunca más". Un soldado de Alabama escribía a suhermana después de Chickamauga en septiembre de 1863:"Siempre he anhelado luchar para saber lo que es entrar encombate, pero tuve la oportunidad de probarlo al fin bastantepara quedar harto; nunca quiero entrar en ningún otro combatemás, hermana; quiero volver a casa más que nunca antes".

"No quiero irme así si puedo llegar a casa de cualquier otraforma", sigue, "pero ha habido muchos soldados que han deser-tado últimamente". En esa contradicción se encuentra la expli-cación de buena parte del éxito de los generales, del Norte y delSur, para conservar sus ejércitos intactos. En una tierra de inmi-grantes y asentamiento libre, con una burocracia civil rudimen-taria y un fuerte sentimiento igualitario reinante entre los solda-dos de ambos bandos, fue su disposición a aceptar la disciplina,más que la autoridad de sus oficiales para imponerla, lo quefinalmente les mantuvo bajo las armas. Esta disposición deriva-ba, una vez excluidos los incentivos que suponían las racionesde comida y la paga regulares, de su creencia en la causa -Con-federación o Unión, según fuera el caso-, que convertía a azulesy grises en los primeros ejércitos verdaderamente ideológicosde la historia. Ninguna cuestión de personalidad nubló la luchacomo había ocurrido en la Guerra Civil inglesa, ni tampoconinguna de libertad o sujeción a la dominación extranjera, comoen las luchas de Washington y Bolívar contra británicos yespañoles. La Guerra de Secesión norteamericana fue una gue-rra civil en sentido estricto, y sus soldados necesitaban ser guia-

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dos, no empujados, al combate. Grant lo entendió así, segúndemuestra claramente en su actuación al mando de su primerregimiento:

"Mi regimiento [el 21° de Illinois] estaba formado en gran partepor hombres jóvenes de tan buena posición social como cual-quiera de su región del estado. En él militaban hijos de granje-ros, abogados, médicos, políticos, comerciantes, banqueros yministros, y algunos hombres de más edad que habían ejercidoellos mismos esas profesiones... El coronel, elegido por losvotos del regimiento, había demostrado ser completamentecapaz de desarrollar todo cuanto había en sus hombres deimprudencia [es decir, indisciplina]. Ante la perspectiva de labatalla, el regimiento quería estar bajo el mando de otra per-sona. Durante varios días encontré muy dificil inculcar en todosaquellos hombres algo parecido a la subordinación; pero la granmayoría estaba a favor de la disciplina, y mediante la aplicaciónmoderada de arrestos al uso en el ejército regular todos pasarona tener un grado de disciplina tan bueno como el que cualquierapudiese desear".

"La gran mayoría estaba a favor de la disciplina...Grant revelacon estas palabras la clave que había de convertirle en el jefede los ejércitos de la Unión. Todos sus predecesores en el man-do supremo que finalmente heredaría habían tratado de librar laGuerra de Secesión por métodos inapropiados a su naturaleza.Scott, el gigante de tres guerras (pero también un viejo osten-toso), previó correctamente en su Plan Anaconda la necesidadde aislar y bloquear al Sur, pero esperaba que serían entonceslas fuerzas internas las que provocarían el colapso. McClellan,el joven Napoleón, pretendía conducir la guerra en la forma enque lo había visto hacer a los ejércitos europeos en la guerra deCrimea; se desplazaba sin rumbo prescindiendo de gran canti-dad de suministros y un sinnúmero de hombres, llevando a Lin-coln a exclamar exasperado que "enviar refuerzos a McClellanes como echar con una pala las moscas al otro lado del gra-nero". Burnside era mucho menos fiero de corazón que deaspecto; había rechazado dos veces el mando supremo y cuan-do se le persuadió para que lo aceptase pagó su aturdimiento

con la derrota. El luchador Joe Hooker, que le sucedió, no servíapara desempeñar el mando supremo por diferentes razones. Nollegó a un pleno entendimiento con Lincoln -fallo garrafal en unaguerra política- y carecía de ascendiente entre sus colegas.Meade, su sustituto, no fue capaz de discernir la naturalezapolítica de la guerra; le disgustaba el principio de que "la guerrase hace contra los individuos" y quería ganarla por la antiguaestrategia de maniobrar entre ejércitos. "Un natural de Filadelfiaque ni siquiera hablaba a ninguna persona relacionada con laprensa, exasperaba a los corresponsales de guerra y aburría aotros americanos".

Halleck, el viejo cerebro, que desempeñó el cargo de general enjefe en Washington hasta que fue sustituido por Grant en 1864,era el que menos comprendía la naturaleza de la guerra. Pe-dante de la peor clase, había traducido a Jomini; precisamenteevitar las estrechas limitaciones geométricas de éste era el re-quisito indispensable para la victoria en los vastos campos debatalla de Norteamérica. Como superior de Grant en el Oeste,estuvo a punto de destruir esa voJuntad antijominista de conti-nuar en el servicio, tan fuertemente desaprobó la demanda deGrant de "moverse continuamente". Prisionero de las enseñan-zas recibidas en West Point, como lo eran también en distintasformas McClellan, Burnside, Hooker y Meade, Halleck sosteníaque "continuar avanzando" sólo era permisible dentro de loslímites definidos por el mapa y el cartabón. En su opinión, la"base de operaciones" de un ejército debía formar también labase de un corredor en ángulo recto dentro del cual debíarealizarse toda maniobra.

Pero Grant sabía, o había de descubrir rápidamente, que, enuna guerra entre dos pueblos, dispersos en una tierra vasta yrica, pero casi vacía, un ejército necesitaba no tener bases per-manentes. Todo lo que el ejército precisaba para operar eracapacidad para llevar tras de sí los suministros militares por ríoo por ferrocarril, mientras se alimentaba de los recursos de lasregiones por las que marchaba. Luego, bastarían para vencer lainstrucción, la disciplina y la fe en sí mismo. Grant podría pro-porcionar las tres.

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Una vez tomado el mando, se mostraría a veces tan autoritariocomo Wellington en su faceta ducal más rigurosa. "Me han lle-gado quejas", escribía a un general subordinado el 20 de enerode 1863, "de la intolerable conducta del 7° de Kansas... dete-niéndose para despojar a los civiles en lugar de perseguir alenemigo... Si vuelve a haber quejas bien confirmadas, quieroque le arreste [al coronel] y le haga juzgar por incompetencia, yque se desmonte y desarme a su regimiento.... Todos los laure-les ganados por el regimiento... han sido más que compensadospor su mala conducta porque.... su actual comportamientopuede servir para asustar a mujeres y niños y a viejos desam-parados, pero nunca valdrá para expulsar a un enemigo arma-do". Más impresionante y bastante más reveladora de su com-prensión de las guerras ideológicas fue la forma de manejar asus soldados para confirmar su autoridad antes de ganar suspropios laureles.

Al comentar el fracaso de su subordinado Carlos Buell en lacampaña de Shiloh, reconoció que era un "ordenancista estric-to", pero sugirió que, como soldado regular de la anteguerra,"no distinguía suficientemente entre los voluntarios que se alis-taban para la guerra' y el soldado que servía en tiempo de paz.En un sistema se trataba de hombres que arriesgaban la vidapor un principio y que a menudo eran hombres de posiciónsocial, competencia o riqueza e independencia de carácter. Elotro incluía, por regla general, sólo hombres que no podían vivirigualmente ejerciendo otras profesiones". Durante la campañade Shiloh, él mismo había sido criticado por no poner a sushombres a cavar trincheras, que podían haber evitado lasfuertes bajas que sufrieron en el combate. Pero había decididoque "las tropas necesitaban disciplina e instrucción más queexperiencia con el pico, la pala y el hacha. Llegaban casi diaria-mente refuerzos, formados por tropas que habían sido rápida-mente organizadas en compañías y regimientos, fragmentos deorganizaciones incompletas, hombres y oficiales extraños entresí". Había visto las consecuencias de descuidar la instrucciónen la batalla anterior de Belmont. "En el momento en que sealcanzó el campamento [enemigo], nuestros hombres soltaronlas armas y comenzaron a registrar las tiendas de campañapara recoger trofeos. Algunos de los oficiales superiores eran

poco mejores que los soldados. Galopaban de un grupo dehombres a otro y en cada alto hacían un breve elogio de lacausa de la Unión y de los logros del mando".

No había en la Unión ningún hombre más fuerte que Grant. Peroel general valoraba más un día de instrucción que una semanade retórica. Había sido duro con el 21° de Illinois cuando se con-virtió en su coronel, derribando a un borracho de un puñetazo,negando las raciones a los hombres que se levantaban tarde yatando a otros a un poste por insolencia. Pero prefería que susvoluntarios aprendiesen el valor de los actos militares por laexperiencia antes que por las ordenanzas. Shiloh le había ho-rrorizado. "Muchos de los hombres habían recibido sus armasdurante la marcha desde sus estados al campo de batalla.Muchos de ellos habían llegado uno o dos días antes y apenaseran capaces de cargar sus mosquetes según el manual. Susoficiales ignoraban igualmente sus deberes. En estas circuns-tancias, no es sorprendente que muchos de los regimientos sedispersaran al escuchar los primeros disparos". Se había vistoobligado a utilizar su caballería para detener a los hombres quehuían, un movimiento característico de los clasistas ejércitosmontados del anclen régime europeo. "Formé [la caballería] enlínea en retaguardia para detener a los rezagados, que eranmuy numerosos".

Fueron necesidades de esa clase las que motivaron el despec-tivo sarcasmo de Joe Hooker: "¿Quién vio alguna vez muerto aun soldado de caballería?". Pero Grant prefería no utilizar her-manos contra hermanos de armas para obligar a luchar a sushombres. Bastante más característica fue su decisión en Vicks-burg de consentir el deseo de sus tropas de asaltar en lugar desitiar las fortificaciones enemigas. Sabía que estaban equivoca-dos, "pero la primera consideración de todas fue que las tropascreían que podían llevar adelante la operación". Les dejó quedecidieran. El ataque fue valiente y grupos de cada uno de lostres cuerpos lograron subir a los mismos parapetos del enemigoy plantar en ellos sus enseñas de combate; pero no fuimoscapaces de entrar en ningún sitio... Este último ataque sólosirvió para que aumentaran nuestras bajas sin proporcionar be-neficios de ninguna clase". Grant, a quien le horrorizaba la vista UNTREF VIRTUAL | 19

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de la sangre, sintió amargamente las pérdidas. Pero la com-prensión realista del carácter de su ejército de ciudadanos ledemostró que sus soldados "no habrían [después] trabajado tanpacientemente en las trincheras" -trabajo que inexorablementefavorecía la victoria que buscaba- "si no se les hubiese permiti-do intentarlo". Por esta última disposición favorable al mandopor consenso antes que por imposición, Grant revela el toquepopulista que hizo de él un jefe de la guerra del pueblo.

El Estado Mayor De Grant

Al concluir la campaña de Vicksburg, la piedra de amolar de laguerra habría dado al ejército occidental de Grant un filo letal. Elcombate es la más rápida de las escuelas de instrucción militar,y la filosofa de Grant sobre la guerra -"Descubrir dónde está elenemigo, establecer contacto con él lo antes posible, atacarlocon la mayor dureza y prontitud posible y seguir avanzando"-había convertido en veteranos a sus reclutas en dos años decampaña. Un superviviente del sitio de Vicksburg daba testimo-nio de tal transformación: "Que... hombres fornidos, bien alimen-tados, tan espléndidamente armados y equipados. Lustrososcaballos, armas relucientes, brillantes plumas: éste era el orgu-llo y la panoplia de la guerra. La civilización, la disciplina y elorden parecían ir unidos al mesurado caminar de aquellascolumnas de marcha".

Convertir en soldados a granjeros era una cosa; convertir acomerciantes de la ciudad en oficiales de estado mayor otra."Con dos o tres excepciones", escribía un contemporáneo,"Grant está rodeado por el conjunto más ordinario de plebeyosque jamás se vio". Otro fue mucho más mordaz: "El generalGrant tiene cuatro coroneles en su estado mayor... Lagow,Regan y Hillyer, y dudo que cualquiera de ellos haya ido sobrioa la cama durante una semana. El otro no es mucho mejor...Aunque posee más talento militar es... un secreto demócrataradical del N. Y. Herald Stripe".

Grant, dirigiéndose a Halleck en diciembre de 1862, asignaba aalgunos de estos hombres un carácter mejor: "El coronel Hillyer

es muy eficiente como supervisor general de la policía militar yme libera de muchas obligaciones que hasta ahora he tenidoque atender yo mismo. El coronel Lagow... ocupa el puesto degeneral inspector... Estoy personalmente muy unido a [él] ypuedo garantizar que es un hombre verdaderamente honesto,deseoso de hacer todo cuanto esté en su mano en beneficio delservicio. Mis ayudantes regulares son todos ellos personas aquienes conocía anteriormente y fueron nombrados por mí porlo que creía era su valor humano. Estoy totalmente satisfechocon ellos".

Sin embargo, admitía, "de mi estado mayor personal hay sólodos hombres a quienes considero absolutamente indispen-sables: el teniente coronel Rawlins, adjunto al general ayudante,y el capitán Boners, ayudante de campo... Considero a Rawlinsel hombre más capaz y fiable en su departamento del serviciode voluntarios. El capitán Boners ha estado conmigo durantecatorce meses, primero como soldado raso y oficinista. Es ca-paz [y] atento".

El aspecto crucial de esta carta es que sus ayudantes eran"todos ellos personas a las que conocía de antes". Lo que habíahecho Grant en su rápido ascenso desde el mando del 21° deIllinois a la categoría de general de brigada era reunir un equipode hombres con los cuales se sentía cómodo, la mayor parte deellos procedentes de Galena, Illinois, donde había trabajado enla tienda de su padre, todos ellos con antecedentes de comer-ciantes o políticos de ciudad pequeña, ninguno de ellos conexperiencia militar.

El procedimiento era excéntrico y dice mucho acerca de la mo-destia de carácter de Grant y de su enfoque práctico de losasuntos. Sin embargo, dice más sobre la total falta de prepa-ración militar de los americanos en 1861 para conducir una granguerra. Grant podría haber reunido un estado mayor mejor sihubiera echado su red más allá de la calle principal de Galena.Pero hubiera sido mejor en grado que en clase. Los EstadosUnidos de 1861 carecían completamente de un grupo de oficia-les de estado mayor instruidos. No existía, en realidad, ningunaescuela de estado mayor que pudiera formarlos, y del mismo UNTREF VIRTUAL | 20

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West Point salían solamente oficiales instruidos hasta un mo-desto nivel de regimiento. La gestión de cuerpos militares deefectivos superiores a 1.000 hombres tenía que aprenderse deuna manera informal, bien en el mundo civil o cogiendo el toropor los cuernos. El Sur optó en su conjunto por hombres instru-idos de la última manera. Si examinamos las carreras de susdoce generales más prominentes -Beauregard, Bragg, Ewell,Forrest, Hill, los dos Johnston, Jackson, Lee, Longstreet, KirbySmith y Stuart- encontramos que ocho habían permanecidocontinuamente en servicio activo después de abandonar WestPoint. Solamente Bragg, Forrest y los Johnston habían seguidocarreras fuera del ejército (el profesorado de Jackson en elInstituto Militar de Virginia no cuenta). Sin embargo, con la doce-na de principales unionistas la proporción es exactamente lainversa. Buell, McDowell, Pope y Sheridan eran oficiales en acti-vo. Pero Burnside, Halleck, Hooker, Grant, McClellan, Meade,Rosecrans y Sherman habían ejercido profesiones civiles,algunos de ellos con mucho éxito. Halleck había sido un influ-yente abogado; McClellan y Burnside, vicepresidente y tesore-ro, respectivamente, del Illinois Central Railroad; Sherman, unpróspero banquero y presidente de la universidad del estado deLuisiana.

No había, naturalmente, relación directa entre, por un lado, eléxito civil o la oscuridad militar y, por el otro, el generalato victo-rioso. McClellan, extraordinariamente bueno en los negociosantes y después de la guerra, carecía totalmente de dinamismomilitar. Jackson, el rústico profesor de colegio, poseía algo pare-cido al genio militar. La incapacidad comercial de Grant ya se hahecho constar. Solamente Sherman, entre los regulares, y Fo-rrest, entre los no profesionales, demostraron ser competentesen las dos vertientes, militar y civil. Sherman, el protegido deGrant, aplicó el método de éste de llevar la guerra contra elpueblo enemigo hasta extremos despiadados. Forrest, un hom-bre hecho a sí mismo "que ingresó en el ejército valiendo un mil-lón y medio de dólares y salió de él convertido en un mendigo",combatió con sus mismas armas a Sherman, quien, enfurecido,dio orden de "cazarlo y matarlo aunque costase diez mil vidas yla bancarrota del tesoro federal".

Pero, incluso aunque el modelo que se desprende de estascomparaciones no esté completamente claro, es, sin embargo,importante la experiencia civil más amplia del liderazgo delNorte. En una guerra de ejércitos no profesionales, transporta-dos en ferrocarril, controlados por telégrafo, pagados medianteimpuestos votados por asambleas democráticas de las cualeseran electores los mismos soldados, lo probable era que loshombres que habían conocido los trabajos del comercio, laindustria y la política de primera mano se adaptasen mejor a losfines y medios del conflicto que aquellos otros que habían pasa-do sus vidas dentro de los muros de los cuarteles. La probabili-dad además es confirmada por los acontecimientos. Pese atoda su capacidad en las operaciones, Lee y Jackson demos-traron ser hombres de imaginación limitada. Ninguno de ellosencontró la forma de forzar al Norte a combatir en sus términos,como podrían haber hecho si hubieran intentado que los ejérci-tos de la Unión entrasen en los vastos espacios del Sur yperdiesen el contacto con sus líneas férreas y fluviales de apro-visionamiento. Su pensamiento estaba orientado a la defensade las fronteras del Sur antes que al desgaste del enemigo. Laderrota de la Confederación fue en parte la consecuencia de unenfoque esencialmente convencional.

La preferencia de Grant por "personas a las que conocía deantes" en Galena puede ahora parecer menos limitada. El grupode Galena no reunía grandes atractivos. Lagow, su generalinspector a cargo del personal, no fue un abogado de muchoéxito. Hillyer, el supervisor de la policía, responsable de la disci-plina, había sido agente inmobiliario en la pequeña ciudad.Solamente Rawlins, el adjunto al general ayudante y jefe efecti-vo del estado mayor, era una persona de ciertas cualidades. Sehabía abierto camino de quemador de carbón hasta un bufetelegal, llegando después a fiscal de la ciudad; era un político acti-vo, demócrata de Douglas. Grant valoraba su compañía porquepodía presentar las cosas delicadas sin herir ni ocasionar pre-ocupación. "Rawlins", decía Cox, otro miembro del estado ma-yor, "podía discutir, protestar, condenar, incluso censurar, sininterrumpir durante una hora la fraternal confianza y buena vo-luntad de Grant. Se había ganado el derecho a esta relación por

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una absoluta devoción que databa de cuando Grant fue nom-brado general de brigada en 1861, y que le convirtió en el geniobueno de su amigo en todas las crisis de la maravillosa carrerade Grant. Y no era a causa de la gran inteligencia de Rawlins,pues tenía una capacidad mental solamente moderada. Se de-bía más bien a que se convirtió en una conciencia animada yparlante de su general". Pero, en cierto sentido, todos los ami-gos de Grant de Galena e Illinois cumplieron esa función. Susantecedentes comunes en la pequeña ciudad, su modo informalde hacer las cosas, su falta de garbo militar, su lenguaje des-cuidado, incluso su estilo de bebedores de taberna, tranquiliza-ban a Grant al hacerle pensar que se mantenía en contacto conlas toscas maneras y formas de pensar de su ejército de ciu-dadanos. Un estado mayor de soldados profesionales habríasido una barrera entre él y su ejército. Su estado mayor de afi-cionados era un medio de comunicación, porque se parecía alos hombres que mandaba casi hasta el remedo.

Había, sin embargo, otra razón por la que Grant estaba contentode ser apoyado en su trabajo por un pequeño grupo de aficiona-dos (su estado mayor nunca pasó de veinte personas). Esarazón era que prefería hacer él mismo el trabajo. Había descu-bierto que, al igual que Wellington, tenía poderes hercúleos.Sabía también que era mejor en su trabajo que cualquier grupode subordinados. Wellington no podía permitirse delegar ennadie porque su ejército era siempre muy reducido. Grant nopodía permitirse la delegación porque, aunque sus ejércitosfueron al final realmente muy grandes, estaban formados porhombres acostumbrados a moverse por sí mismos y él los ani-maba a que lo hicieran en todos los casos. Las misiones quesus hábitos de autosuficiencia le llevaron a cumplir podían ges-tionarse perfectamente por un solo individuo, y esto le permitíadedicar su estado mayor no a la rutina burocrática, sino a ac-tuar como ojos y oídos suyos.

Cuando ostentaba el mando supremo, resumió sus deseos a unayudante, el teniente coronel Horacio Porter, con estas palabras(que casualmente podría haber dirigido Moltke a sus semidio-ses, o Montgomery a sus oficiales de enlace):

"Quiero que ustedes discutan conmigo libremente de vez encuando los detalles de las órdenes dadas para la conducción deuna batalla y que conozcan en la mayor medida posible mis pun-tos de vista en cuanto al modo de acción que debe seguirse entodas las contingencias que puedan surgir. Espero enviarles alos puntos cruciales de las líneas para que me mantengan pron-tamente informado acerca de qué está pasando y, en casos degran urgencia, cuando hayan de tomarse nuevas disposicionesal instante, o se haga repentinamente necesario reforzar unmando mediante el envío en su ayuda de tropas de otro, y nohaya tiempo para comunicar con el cuartel general, quiero queustedes expliquen mis puntos de vista a los jefes e insten a unaacción inmediata, teniendo en cuenta la cooperación, sin espe-rar a recibir órdenes específicas mías".

Grant podía contar con esa respuesta precisamente porquedirigía su estado mayor como si fuera una especie de tertulia enla barbería, en la que todos los reunidos alrededor de la escupi-dera eran tan libres de expresar sus opiniones como de escupirel jugo del tabaco o -dependiendo de lo avanzado de la tarde-de echar un trago de la botella común. Horace Porter describeprecisamente un libre intercambio de puntos de vista de estetenor durante la campaña de 1864, cuando los compañeros delcuartel general discutían en presencia de Grant su costumbrede usar al jefe del ejército del Potomac como medio para trans-mitir órdenes a sus formaciones subordinadas, incluso aunque,por razones personales, no permitiese a ese jefe una libertad deacción efectiva. Mejor, argüían, sería tratar directamente con loshombres en quienes confiaba en lugar de apoyarse en un inter-mediario poco fiable para guardar las apariencias. Grantescuchó esta insubordinada discusión hasta el final antes deobservar tranquilamente que prefería seguir como hasta enton-ces. Pero la discusión no había sido vana para él; le mostró cuálera la opinión común entre los oficiales de a pie de la Unión. Almismo tiempo, de ningún modo sugería que las órdenes quedaba dejasen de alcanzar el destino elegido en el momentodeseado, ni que perdiesen efectividad durante la transmisión.En suma, le dio la tranquilidad de saber que su costumbrepreferida de hacer él mismo el trabajo del mando funcionaba

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como él pretendía, al tiempo que se conservaban adecuada-mente las apariencias externas de la jerarquía.

Que Grant se ocupaba del mando por sí mismo está demostra-do de distintas maneras. Una de ellas es que conocemos supropio abandono de la idea de que valoraba la opinión de losdemás. Al final del sitio de Vicksburg, cuando el jefe confedera-do Pemberton tergiversaba los términos de la rendición, Grantcomunicó a sus subordinados "el contenido de [sus] cartas, demi respuesta, de la esencia de la entrevista, y de que estaba dis-puesto para escuchar cualquier sugerencia. Esto fue lo máspróximo a un consejo de guerra que mantuve nunca". Frente "alcriterio general y casi unánime del consejo", rechazó totalmentelas tergiversaciones de Pemberton. Para confirmar esta actitudde independencia, Porter atestigua el carácter inmutable de sumétodo de trabajo. A su regreso de un día de inspección durantela campaña de Chattanooga, a la cual Porter acababa de serenviado, Grant se puso a trabajar por la tarde en su escritorio:

"Poco después comenzó a escribir despachos y me levantépara salir, pero volví a mi asiento cuando me dijo: `Permanezcasentado'. Mi atención fue pronto atraída por el modo en que sepuso a trabajar en su correspondencia. En aquella ocasión,como a lo largo de su posterior (y anterior) carrera, escribió casitodos los documentos de su puño y letra; raras veces dictaba anadie, ni siquiera los despachos menos importantes. Su trabajolo realizaba rápida e ininterrumpidamente, pero sin muestrasvisibles de excitación nerviosa. Sus pensamientos fluían tanlibremente de su mente como la tinta de su pluma; siempreencontraba las palabras adecuadas para expresarse y rarasveces escribía entre líneas o hacía correcciones. Se sentabacon la cabeza inclinada sobre la mesa, y cuando tenía ocasiónde pasar a otra... para conseguir un papel que quería, solíadeslizarse rápidamente por el cuarto sin ponerse derecho yvolvía a su sitio con el cuerpo todavía doblado, formando casi elmismo ángulo que tenía al abandonar la silla".

Al terminar cada página la empujaba simplemente fuera de lamesa para que cayera al suelo. Finalizada la escritura recogíadel suelo la pila de páginas y las ordenaba para distribuirlas.

Luego cuadraba las esquinas de las hojas de papel, entregán-doselas a un miembro del estado mayor, "deseaba a los pre-sentes buenas noches y se marchaba renqueando a su habi-tación". Porter, que había quedado sorprendido por un proce-dimiento totalmente nuevo para él, estaba aún más impresiona-do al descubrir que los despachos eran modelos de lucidez y dela máxima importancia. Eran "directrices relativas a la adopciónde procedimientos enérgicos y completos en cada una de lasdirecciones de todo el nuevo y extenso mando".

Pero todos los despachos de Grant tenían esa calidad. We-lling-ton era famoso por su capacidad de expresión literaria; Peel,que había de sucederle como primer ministro, pensaba en élcomo un supremo maestro del idioma inglés. Grant, aunque suescritura carece de la pasión controlada que podía alcanzarWellington en sus mejores momentos, era igualmente incisivo.El jefe de estado mayor de Meade comentó en una ocasión que"hay una característica sorprendente de las órdenes de Grant;no importa cuán rápido pueda escribirlas en el campo, nadietiene jamás la más ligera duda acerca de su significado, nisiquiera tiene que leerlas dos veces para entenderlas".

Los seis breves despachos escritos a primeras horas de lamañana del 16 de mayo de 1863 dando órdenes a sus cuatrosubordinados para que concentrasen sus cuerpos separadoscontra Pemberton en lo que sería la batalla de Champion's Hillilustran perfectamente la claridad y la fuerza de su estilo deredacción. A Blair:

"Trasládese a primeras horas del amanececer hacia el puentedel Black River. Creo que no encontrará enemigo por el camino.No obstante, si lo encuentra, atáquelo inmediatamente; recibiráapoyo de las tropas más avanzadas... [Más tarde] Si ya está enla carretera de Bolton, continúe de este modo, pero si todavíapuede elegir ferrocarril, tome el que lleva a Edward's Depot,pase las tropas a la parte delantera de su tren, salvo una reta-guardia, y mantenga los vagones de munición delante de todoslos demás".

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A McClernand:

"Acabo de obtener información muy probable de que toda lafuerza enemiga ha cruzado el Big Black y que estaba enEdward's Depot a las siete horas la noche pasada. Por tanto, sedesembarazará de sus trenes, elegirá una posición convenientey establecerá contacto con el enemigo... [Posteriormente]Según toda la información conseguida de los civiles y prisio-neros, el grueso del enemigo se encuentra al sur de la divisiónde Hovey. McPherson está ahora a la altura de Hovey y puedeapoyarle en cualquier punto. Reagrupe el resto de sus fuerzaslo más rápidamente posible pero con precaución. No debe per-mitirse que el enemigo se ponga a nuestra retaguardia".

A McPherson:

"El enemigo ha cruzado Big Black con toda la fuerza deVicksburg. Estaba anoche en Edward's Depot y seguía avan-zando. Pasará, por tanto, todos los trenes y avanzará para unir-se a McClernand con la mayor celeridad posible. He ordenadoa su brigada de retaguardia que se traslade enseguida y hedado a los otros jefes instrucciones que garanticen una inme-diata concentración de nuestras fuerzas".

A Sherman:

"Envíe enseguida una de sus divisiones por ferrocarril con susvagones de munición, y ordénela que se traslade a la mayorvelocidad posible hasta alcanzar nuestra retaguardia más alláde Bolton. Es importante que este movimiento se lleve a cabocon gran rapidez, porque tengo pruebas de que toda la fuerzadel enemigo estaba en Edward's Depot a las siete de la tarde deayer y seguía avanzando. El combate podría tener lugar encualquier momento, debemos tener en el campo a todos loshombres".

Esa noche envió a Sherman un comunicado del resultado de sufrenesí de redacción de despachos, escribiendo: "Encontramosal enemigo unas cuatro millas al este de la estación de Edwardy hemos librado un combate encarnizado. El enemigo fue re-

chazado y se encuentra ahora en completa retirada. En miopinión, la batalla de Vicksburg ha terminado".

Estos despachos igualan a los de Wellington en su agudeza, asícomo en los efectos producidos en el campo de batalla. Pero,como escritor, Grant superó a Wellington en su capacidad decomposición general. Sus Memorias, dictadas (y cuando le fallóla voz, escritas) mientras agonizaba a consecuencia de un cán-cer de garganta, no son sólo un triunfo del valor fisico y moral -su familia dependía de su terminación para salir de la ruina-,sino también un relato cautivador del caudillaje de un hombre,quizás la autobiografia más reveladora del alto mando existenteen cualquier idioma. Pues, a pesar de sus modestos logros enWest Point, Grant poseía una capacidad intelectual formidable.Tenía el don del novelista para describir concisamente la per-sonalidad, para crear el ambiente dramático y para detallar elincidente revelador; la capacidad del historiador para resumiracontecimientos e incorporarlos a la narración general sin per-turbarla; la sensibilidad del topógrafo por el paisaje y el instintodel economista para los aspectos materiales esenciales;además, tenía la necesaria visión filosófica para equilibrar loselementos de su narración dentro del argumento de su apologíapro sua vita, consistente en cómo un justo triunfó ante una injus-ticia. El resultado es un fenómeno literario. Si existe un solo do-cumento contemporáneo que explique "por qué el Norte ganó laGuerra de Secesión", ese perenne y dificil tema de la investi-gación histórica americana, ese documento son las Memoriaspersonales de U. S. Grant. ¿Qué clase de soldado fue el quecompuso esta extraordinaria relación de una carrera extraordi-naria?

Grant En Campaña

No era ciertamente un hombre que impresionase por su aspec-to o por sus maneras. Un visitante de su cuartel general en1864, que se sentó durante una hora al amor de la lumbre de sucampamento después de "una comida muy apresurada", le des-cribía como "de corta estatura, con un rostro pensativo honestoy resuelto". UNTREF VIRTUAL | 24

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"Estaba sentado en silencio entre su estado mayor, y mi primeraimpresión fue que era un hombre melancólico, torpe y pocosociable.

Después lo encontré placentero, genial y agradable. Reserva suopinión, cierra herméticamente la boca, aunque su aspectodurante el combate o en el reposo... nada indica, es decir, noexpresa sus sentimientos ni evidencia sus intenciones. Fumacasi constantemente, y he observado entonces y después quetiene el hábito de cortar trozos de una madera con un pequeñocuchillo. Corta una ramita en astillas pequeñas sin ninguna fina-lidad. Es, evidentemente, una mera ocupación de sus dedos; sumente se concentra durante todo el rato en otras cosas. Entresus hombres nunca llama la atención. No hay boato ni desfilesa su alrededor. A mí me parece simplemente un hombre denegocios serio".

Que Grant no era un hombre de negocios resulta evidente.Nunca logró esa "independencia de todo empleo u oficio" queWellington consiguió con el dinero acumulado por las recom-pensas ganadas en la India. Nunca tuvo fortuna. Los 6.000 dó-lares que le reportó su ascenso al rango de general de divisiónen 1863 fueron con mucho el mayor ingreso anual que habíaconseguido hasta entonces; incluso así, invertir ese dinero yahorrar parte de él para el futuro fue, según indica su frecuentecorrespondencia con Julia sobre asuntos financieros, práctica-mente imposible para él. Las preocupaciones monetarias fueronuna de las numerosas ansiedades que aprendió a ocultar tras lamáscara de ecuanimidad que mostraba ante sus soldados,estado mayor y superiores.

Pero todo lo demás que se recoge en esta descripción del visi-tante de la escena junto al fuego de campamento denota unapercepción aguda. El cortar pequeños trozos de madera, esehábito americano característico de las discusiones informales,era su actividad de distracción favorita. Porter le vio practicarladurante la batalla del Wilderness en 1864, llevando agujeros enlos guantes de algodón que le había enviado Julia para sustituirlas poco elegantes manoplas de cuero que ella considerabainadecuadas para un general en jefe. Era totalmente inofensivo

y "le ayudaba a pensar". El tabaco, por otra parte, fue probable-mente la causa de su muerte. Fumador de pipa en su juventud,se pasó a los cigarros por casualidad. El relato de un periódicode su aparición durante la batalla por Fort Donelson en 1862 lerepresentaba cabalgando por el campo apretando entre susdientes una colilla de cigarro. Como la victoria de Donelson erauna buena noticia cuando las victorias del Norte eran escasas,recibió un diluvio de cigarros de sus admiradores -10.000 segúnsu propio cálculo- y no fumó otra clase de tabaco después deeso, dejando de hacerlo en raras ocasiones. El segundo día dela batalla del Wilderness empezó con veinticuatro: "Encendióuno de ellos y se llenó los bolsillos con el resto". Al final del día,cuando el general Hancock vino a su cuartel general, Grant leofreció un cigarro y "se dio cuenta de que solamente le queda-ba uno en el bolsillo. Tras restar el número de los que habíadado después de cogerlos por la mañana, calculó que habíafumado ese día unos veinte, todos muy fuertes y de respetabletamaño".

Un cigarro era su muestra habitual de hospitalidad a un invitado.Las invitaciones a comer en su cuartel general no se considera-ban un obsequio. La comida era sencilla, y la de Grant, a me-nudo más sencilla que la de su estado mayor. Le gustabansobre todo los pepinos, y desayunaba a veces pepinos a la vina-greta, acompañados de café. Aborrecía las aves y la caza("nunca pude comer nada que anduviese sobre dos patas"), leofendía la vista de la sangre, humana o animal, así que susfiletes tenían que estar casi quemados, y a menudo tomabafruta mientras sus acompañantes comían con buen apetito máscopiosamente. Las vituallas del soldado eran sus preferidas -maíz, cerdo y judías y pasteles de alforfón-, aunque, curiosa-mente, era también aficionado a las ostras.

¿Bebía Grant? Porter afirma lealmente que "la única bebida queconsumía siempre en la mesa además de té y café era agua...En algunas ocasiones, después de un día a caballo bajo la tor-menta, el general reunía a los oficiales del estado mayor paratomar un ponche de whisky por la tarde". Tal afirmación esincierta. "La idea de que Grant era un bebedor excepcional",escribe William McFeely, "está tan anclada en la historia ameri- UNTREF VIRTUAL | 25

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cana como la idea de que los peregrinos comían pavo el día deacción de gracias". La verdad parece ser que era esa especie deobjeto de horror para los prohibicionistas, no un bebedor cons-tante, sino ocasional y después un espectacular borracho. Mc-Feely, junto con otros seguidores de la escuela de Freud, creíanque la causa era sexual. Es cierto que Grant bebió mucho mien-tras estuvo separado de Julia en California en 1852-1854. Trasel triunfo en la batalla de Vicksburg, que le había tenido separa-do de Julia durante dos meses, cogió una borrachera tan espec-tacular que sólo la patriótica moderación que se impuso a símismo el periodista del Chicago Times que le metió en la camapudo librarle de aparecer en los periódicos. Rawlins, la concien-cia de Grant, ocupó su puesto, revelando quizás por qué suintimidad era tan esencial para el bienestar de Grant. Rawlins erahijo de un alcohólico, aborrecía la bebida con la ferocidad de unmiembro de la liga antialcohólica y nunca vaciló en pedir a Grantque dejase la botella.

Los episodios de embriaguez constituían el único elementoespectacular en la personalidad de Grant. Cuando las garras deldiablo no se aferraban a él -y en 1864-1865 solía tener a Juliajunto a sí en el campamento- mostraba ante el mundo eseinvariablemente estable y comedido talante externo que todoslos visitantes de su cuartel general mencionaban. Era tranquilohablando, aunque tenía una voz de impresionante resonancia,de maneras sobrias, siempre cortés con todos los invitados ycon capacidad para escuchar más que para hablar. No tolerabachismorreos ni calumnias, reducía al silencio a los chismosos,nunca juraba, aunque estuviese rodeado de blasfemos, cuidabade no reprender a los subordinados en público y trataba en ge-neral de mandar dando ánimos en lugar de echando reprimen-das. De McClernand, el general político que le impuso Halleckdurante la campaña del Oeste, o irritaba su sentido profesional,pero esperó hasta que el hombre se propasó inexcusablementeen su corrección militar antes de relevarlo. Las razones queeligió para su destitución no admitían réplica, que él detestaba.A Sherman, su compañero de promoción y el único hombrecuyo talento admiraba sin reservas, siempre le llamó por su ape-llido y Sherman correspondía del mismo modo. Siempre se diri-gía a los demás subordinados llamándoles por su empleo mili-

tar. Sus despachos a ellos solían llevar como antefirma "respe-tuosamente" o "su seguro servidor". Era igualmente cortés en sutrato con los superiores, civiles y militares. A Halleck, del queconsideraba (con razón) que le había tratado indignamentedespués de las victorias de Fort Henry y Donelson, no le mostrósino un reproche mesurado. A Lincoln, quien se dio muy prontocuenta de que necesitaba a Grant ("él combate"), le demostró entodas las ocasiones un profundo respeto personal y la más ade-cuada subordinación constitucional. McClellan, un generosoarruinado, se opuso arrogante a la candidatura de Lincoln parala presidencia en 1864. Grant, victorioso coronado de laureles,rehuía la escena política: se indignó cuando el colegio electoralde Missouri escribió su nombre en la lista de candidatos y ma-niobró con éxito para lograr su retirada. La modestia impregna-ba los más mínimos detalles de su generalato. En abril de 1863se quejaba a Julia de "la falta de un sirviente que cuide miscosas y haga el equipaje cuando dejamos cualquier sitio", lo que"me ha dejado casi desprovisto de algunos artículos necesarios.Siempre estoy tan ocupado al salir fuera de cualquier lugar queno puedo ocuparme yo mismo de las cosas". El contraste con elcortejo personal de Wellington de cocineros, criados y cama-reros, aunque fuera modesto para la época, es sorprendente. Lamisión de organizar la cocina en el cuartel general de Grant eradesempeñada por turno por los oficiales de su estado mayor. Yaunque más tarde tendría a su servicio un asistente personal,Bill, su esclavo huido de Missouri, los servicios de Bill eran defi-cientes. En febrero de 1863, Grant escribía a Julia que su den-tadura postiza se había tirado con el agua de la colada.

Pero la economía personal de Grant era tan espartana que unsirviente era casi superfluo para sus necesidades. Sus mueblesde campaña consistían en un catre de lona, dos sillas plegablesy una mesa de madera; todo ello se albergaba en una pequeñatienda de campaña. Una tienda más grande servía de oficina yotra de comedor del estado mayor. Grant se bañaba en un ba-rril serrado y transportaba sus objetos personales en un solobaúl, que contenía ropa interior, un traje y un par de botas derepuesto. Su falta de interés por su apariencia exterior era pro-verbial; aunque, como Wellington, era escrupuloso en lo relativoal baño y a la muda de su ropa interior, no gastaba tiempo en UNTREF VIRTUAL | 26

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cambiarse de uniforme. "Me gusta ponerme un atuendo al le-vantarme por la mañana"-se vestía con mayor rapidez que losmiembros de su estado mayor- "y llevarlo hasta acostarme, amenos que tenga que cambiarme de traje para reunirme conalguien". Tras largas y dificiles cabalgadas, a menudo regresa-ba salpicado de barro y mojado, pero para ponerse cómodo sóloarrimaba sus botas al fuego. Le daba lo mismo que su hábitoexterior fuese un capote de soldado sobre el cual prendía susestrellas de general.

La sencillez del lenguaje, estilo y maneras de Grant no era afec-tación, sino una expresión de un carácter profundamentearraigado. Si Wellington evitaba la ceremonia, el teatro y la ora-toria, Grant sentía aversión por las tres, las aborrecía profunda-mente. Al llegar a Washington en 1864 para ser nombrado ge-neral en jefe, el discurso más largo que pronunció fue: "Caba-lleros, en respuesta, sólo puedo darles las gracias". Durante lacampaña para la presidencia en 1867 se las arregló casi siem-pre para evitar pronunciar discursos. Parece que nunca se diri-gió a sus tropas, y pensaba que carecía de sentido hacerlo,extraña reserva en una cultura política caracterizada por la pro-nunciación de discursos y poblada de famosos oradores.

La actitud era en parte temperamental; pero quizá fuera reforza-da por su pobre opinión de la mayoría de los generales políticos,grandes oradores, surgida del sistema de partidos, así como porla sensación de que la retórica había originado gran parte de lasdificultades que atravesaba el país y que habían hecho que sele llamara a la lucha para liberarlo. La ceremonia y el teatropueden haberle repelido por la misma razón. Ambos, en la Amé-rica no monárquica, significaban política. El desfile de la elec-ción era la única forma de ceremonia pública que la mayoría delos americanos conocían, mientras que las grandes paradasmilitares eran simplemente demasiado dificiles para que las rea-lizaran sus ejércitos poco instruidos, con alguna seguridad odignidad.

Grant sólo sobresalía o se sentía orgulloso de una de las mues-tras tradicionales de caudillaje. Era un consumado jinete. Habíasido el jinete más destacado de su promoción en West Point,

dejaba atrás sin esfuerzo a su estado mayor durante la cam-paña y montaba siempre caballos que los otros no podían do-minar. Cincinnati, su favorito, tenía diecisiete manos y media dealzada y le llevó desde Chattanooga hasta el final de la guerra.Pero sus caballos anteriores -Jack, Fox, Kangaroo y Jeff Davis-eran también nerviosos, y su afán por montarlos en condicionesdifíciles apenas le ocasionó problemas. En una cabalgada noc-turna durante la batalla de Shiloh se cayó de Fox y resultó muymagullado. Felizmente, la caída fue sobre suelo blando. En a-gosto de 1863 fue arrojado a una dura carretera cuando sucaballo se espantó ante un tranvía; la lesión le obligó a utilizarmuletas hasta octubre.

Estas, afortunadamente para la Unión, fueron las únicas heridasque sufrió durante la guerra. Su salud en campaña fue en gene-ral excelente, algo tanto más extraordinario si se tienen en cuen-ta las duras condiciones de su campamento y de su comida.Dormía, como Wellington, sin esfuerzo, cualesquiera que fuesenlas circunstancias, consiguiendo siempre las ocho horas nece-sarias y acostándose normalmente pronto. Cogió un severo res-friado después de Fort Donelson; se quejó de hemorroides aJulia en abril de 1863; tuvo trastornos gástricos antes de Shilohy durante el sitio de Petersburg, y padeció un dolor de cabezanervioso en las tensas horas que precedieron a la rendición deLee en Appomattox. Pero era más común que gozase de unainsólita situación de bienestar. "Me siento bien, mejor de lo quehe estado durante años", escribía a julia en marzo de 1863."Todo el mundo nota mi buen aspecto. Nunca me siento a comersin apetito ni voy a la cama sin poder dormir". Y tres semanasdespués, en las ciénagas del Mississippí, donde la fiebre secernía sobre el ejército, que avanzaba paso a paso haciaVicksburg, "nunca gocé de mejor salud ni me sentí mejor en mivida que en este momento".

La verdad era que la guerra -o, más concretamente, la Guerrade Secesión estadounidense -era un estado apropiado paraGrant. Deploraba el sufrimiento que ocasionaba a sus paisanos.Se sentía profundamente apenado tras sus encuentros conmuertos y heridos, y la visión de la sangre le ponía enfermo.Nunca saboreó las glorias convencionales de la guerra, sus des- UNTREF VIRTUAL | 27

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files y sus triunfos, sus honores y recompensas. Evitaba las mul-titudes, esquivaba a los arribistas, murmuraba respuestas inau-dibles al agradecimiento del Congreso. No buscaba verdadera-mente altos puestos, y su mayor ambición para después de lavictoria consistía únicamente en poder convertirse en granjero.,Pero mientras duró la guerra, le producía satisfacción muy pro-funda el poder que había encontrado en sí mismo para lucharen ella como debía. Mientras otros jugaban a aplicar la teoríaque recordaban de las aulas, imitaban a sus colegas europeos,incluso trataban de reencarnar a Napoleón, él se limitó a las ini-ciativas prácticas: llevar la guerra al corazón del territorio ene-migo, hacer que sus habitantes soportasen las cargas reales delconflicto que habían desencadenado sobre la república y sos-tener mientras tanto el espíritu de un ejército de electores enuna lucha a favor de la ortodoxia constitucional. La lucha, sabía,no se ganaría por una estrategia de evasión, bloqueo o manio-bra, sino combatiendo. ¿Cómo combatía Grant?

Grant El Combatiente

"Necesito a este hombre", dijo Lincoln de Grant. "Grant com-bate". Así lo hizo. El capellán Eaton, intermediario del presiden-te, consideró que el general, en la primavera de 1863, "parecíacomo media docena de hombres condensados en uno solo".Llevaba una vieja chaqueta de lino marrón y pantalones desgas-tados por el constante roce con la silla de montar, "su mismaropa, así como las patas de gallo de su rostro, daban testimoniode la ardua vida que llevaba".

Pero Grant combatió de un modo que ni los héroes comoAlejandro ni los antihéroes como Wellington habrían reconocidocomo arte de la guerra. "Si hubiera estudiado para no serdramático", decía el general Lew Wallace, su subordinado enShiloh, "no podría haberlo hecho mejor". Lo teatral era anatemapara Grant. "Él se limita", informaba el corresponsal del NewYork World acerca del ejército de Vicksburg, "a decir y hacer lomenos posible delante de sus hombres. Sin exhibiciones napo-leónicas, sin ostentación, sin discursos, sin farsas superfluas".Los soldados, por su parte, informaba Galway, del New York

Times, "no le saludan, sólo le observan, con una especie de re-verencia familiar. Le ven venir y, poniéndose en pie, forman unpasillo para verle pasar".

Grant solía montar solo, y solo se le veía con frecuencia en elcombate, igual que lo estuvo Wellington en las proximidades deWaterloo. Mas, a diferencia de Wellington, y más todavía deAlejandro, no sentía la necesidad de compartir el riesgo de lossoldados. Muy al contrario. A las preguntas ¿siempre delante?¿algunas veces? o ¿nunca?, Grant probablemente habría trata-do de evitar responder, pero, si se le hubiese presionado, habríacontestado a regañadientes "nunca si puedo evitarlo".

La guerra, podría haber explicado, se había hecho demasiadoimportante y el general no debía abandonarla. Capitanes, coro-neles, incluso generales de brigada podían morir al frente de sushombres. El lugar del jefe estaba fuera del alcance del fuego delas armas que, desde la introducción del rifle, barría el campo debatalla con una densidad y a una distancia que habría hechosuicidas los hábitos de Wellington de exponerse a los disparos."Eso son balas", tuvo que explicar Rawlins en Shiloh al oficialpagador de Grant, quien había pensado que el ruido en losárboles de las inmediaciones era producido por las gotas de llu-via al chocar contra las hojas. Los proyectiles, balas de rifle quepesaban casi dos onzas, podían recorrer casi un kilómetro einfligir las peores heridas de armas portátiles jamás conocidasen una guerra.

Grant acostumbraba a detenerse cerca del borde de lo que losfusileros denominaban "la zona batida". En Shiloh, el segundodía, reunió varios regimientos en un lugar donde había descu-bierto que la línea confederada estaba al borde de la ruptura,"Los formé en orden de combate y avancé con ellos... Despuésde llegar al alcance de los mosquetes [la cursiva es mía], medetuve y dejé que las tropas continuaran avanzando", escribió."Se dio la orden de cargar, que fue ejecutada con ruidoso júbiloy a la carrera; entonces se dispersaron los últimos enemigos".

Grant no siempre podía mantenerse fuera de peligro. En unmomento posterior de ese mismo día cabalgaba con dos ofi- UNTREF VIRTUAL | 28

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ciales del estado mayor cuando, inadvertidamente, quedaron alalcance de algunos fusileros confederados. Instantáneamentevolvieron grupas y se alejaron al galope, aunque siguieron bajoel fuego durante un minuto, según estimación de Grant.

"Cuando llegamos a una posición completamente segura nosdetuvimos a evaluar los daños. El caballo de McPherson jadea-ba como si fuera a caer. Al examinarlo se encontró que una balale había dado delante del costado, inmediatamente detrás de lasilla, y lo había atravesado totalmente. En pocos minutos elpobre animal cayó muerto; no había dado señales de estar heri-do hasta que se detuvo. Una bala había hecho impacto en lavaina metálica de mi sable, justo debajo de la empuñadura, ycasi la había roto; antes de terminar la batalla estaba completa-mente destrozada. Eramos tres; uno había perdido a su caba-llo, muerto; otro, un sombrero, y el otro, la vaina del sable. Todosdimos las gracias de que no hubiese sido peor".

En Petersburg, el 27 de octubre de 1864, las cosas fueron casipeor. Grant cabalgaba con un ayudante cuando "una granadahizo explosión justo debajo del cuello de su caballo. El animallevantó rápidamente la cabeza y reculó, y se pensó que caballoy jinete habían sido alcanzados. No fue así, pero el caballo seenredó las patas en unos alambres rotos de telégrafo caídos enel suelo y trató de librarse de ellos, impidiendo que el generalescapara". Pasó algún tiempo antes de que pudiera desen-redarse y retirarse "a una posición menos expuesta". Habíaescapado por los pelos de forma semejante en Vicksburg el 10de mayo de 1863, y algo parecido le ocurriría en Fort Harrisonel 29 de septiembre de 1864. En ambas ocasiones, una grana-da estalló cerca de él mientras estaba sentado al aire libre escri-biendo un despacho. Su compostura arrancó de un observador,un soldado del 5° de Wisconsin, el comentario: "Ulysses no seasusta ni pizca".

No se asustó Grant. Su valor físico nunca fue puesto en duda,como tampoco el moral. El peligro de ser hecho prisionero lepreocupaba tan poco como el de resultar muerto; a ambos sehabía expuesto en diferentes ocasiones. El 23 de junio de 1862,cabalgando en territorio donde eran muy intensas las simpatías

por los confederados, se libró de una emboscada gracias sólo asu buena suerte; y el 9 de agosto de 1864, durante el sitio dePetersburg, estuvo próximo a una "máquina infernal", puesta porun infiltrado del Sur, que provocó una enorme explosión en undepósito de municiones. Pero, aunque Porter adoptó medidasespeciales para evitar nuevos intentos de asesinato, Grant senegó a tomar precauciones. Como jefe del ejército de un pueblo,no podía ocultarse de la población entre la cual conducía laguerra más de lo que Lincoln podía ocultarse de la nación encuyo nombre se libraba aquélla. Su desprecio compartido por elinstinto asesino entre sus enemigos estuvo a punto de llevarlosa un fin común; fue sólo la aversión de Grant a la publicidad loque le hizo rehusar la invitación del presidente de unirse a él enel palco del teatro donde Lincoln fue asesinado.

Pero como Grant se negaba a dirigir con el ejemplo, tenía quemandar por otros medios. ¿Cuáles eran? En primer lugar y so-bre todo, por medio de despachos escritos, a menudo transmiti-dos por telégrafo. La introducción del telégrafo supuso la basede la primera transformación técnica evidente del papel de ge-neral desde el comienzo de la guerra organizada. St. Arnaud, eljefe militar de Napoleón III en Crimea, consideró que suponía ladesaparición del generalato; para él, significaba la pérdida detoda independencia en el campo, al enlazar [el telégrafo] direc-tamente el cuartel general con la sede del gobierno. Sus preocu-paciones demostraron ser infundadas: los gobiernos descu-brieron rápidamente que el telégrafo, aunque les proporcionabalos medios para interferir, no les confería el poder de inspec-cionar. El hombre que estaba sobre el terreno continuaba pose-yendo un mejor conocimiento, igual que sigue ocurriendo inclu-so en esta época de "inteligencia en tiempo real" y observaciónmediante satélites y aviones teledirigidos.

No obstante, aunque el telégrafo no podía convertir a los políti-cos en jefes, sí permitía mejorar enormemente la capacidad delos generales para recoger inteligencia, pedir refuerzos, cambiarrápidamente el despliegue de sus fuerzas y coordinar el movi-miento de formaciones muy separadas. "Durante 1864", porejemplo, "apenas transcurrió un día en que Grant no tuviese ensu poder el informe de la situación actual de Sherman, aunque UNTREF VIRTUAL | 29

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estuviesen a veces separados por más de 1.500 millas de rutatelegráfica"; Grant fue luego retenido en las afueras de Peters-burg mientras Sherman marchaba a través de Georgia. Ade-más, la ruta de telégrafo que empleaban era sólo una fracciónde la que existía a disposición de los ejércitos. Aunque su inven-ción y comercialización databan solamente de 1844 y 1847, res-pectivamente, la red telegráfica se extendía ya en el año 1860a lo largo de 80.000 kilómetros de línea en Estados Unidos.Invento norteamericano, era en cierto sentido una necesidadnorteamericana, como, en su época, lo sería la línea aérea inte-rior: un medio de convertir en una sola sociedad una diásporacontinental. La red de telégrafo creció deprisa durante la Guerrade Secesión. Explotada en sus orígenes con fines militares porel cuerpo de transmisiones, la incapacidad de esta organizacióncondujo de nuevo a los ejércitos a las compañías comerciales,cuyas rutas, paralelas a las seguidas por los ferrocarriles, fueronfinalmente monopolizadas por los militares en las zonas de ope-raciones.

Con fines tácticos, los soldados de transmisiones tendían rama-les desde las líneas principales; algunos de los cuales habíanadquirido "tanta habilidad", recordaba Sherman, "que cortabanlos cables y podían recibir con la lengua los mensajes emitidospor estaciones distantes". La longitud de estos ramales de hilosaislados, que estaban enlazados con los cables principales pormedio de árboles o postes erigidos al efecto, no podía ser supe-rior a unas seis millas. Pero era tal la eficacia de la organizaciónde transmisiones de Grant que se tendieron líneas permanentesque seguían el avance de su ejército casi con la misma rapidezcon que éste se movía. El mismo, observaba un visitante de sucuartel general de Nashville en 1863, "tenía un telégrafo en suoficina y pasaba gran parte del tiempo comunicándose por cablecon todas las organizaciones de su mando".

Los mismos relatos de Grant revelan su confianza en el medio."El cuartel general", escribía en sus Memorias sobre la cam-paña de Tennessee en 1862, "estaba conectado [por telégrafo]con todos los puestos de mando". "Se le han enviado desdeaquí instrumentos telegráficos y un operador", era el final de sudespacho al general Washburn, cerca de Vicksburg, el 10 de

junio de 1863. "Siga al enemigo con toda cautela hasta donde-quiera que vaya, informando cada vez que llegue a una oficinade telégrafo", indicaba en diciembre de 1862 a Grierson, querealizaba una incursión con la caballería. "El telégrafo probable-mente funcionará mañana, y el ferrocarril dentro de cinco días",fue su mensaje a McClernand algo más tarde ese mismo mes.Un excelente ejemplo de su propio lenguaje telegráfico se envióel día siguiente, 26 de diciembre:

"Van Dorn fue a Bolívar perseguido por nuestra caballería, luegoatacó al Sureste por Salisbury y Ripley. Nuestra caballería esta-ba todavía a la caza en ese punto y se han tenido noticias deella desde entonces. Esto sucedía ayer. Ahora están cerca deGranada. Hoy llegaron dos desertores de Van Dorn; le dejarona 16 kilómetros al norte de New Albany, a las 10 de anoche;todavía marcha hacia el Sur. Si hay alguna unidad de caballeríaal norte del Hatchie debe tratarse de grupos pequeños irregu-lares. Envíe vagones a Davis Mills y ordenaré que otros cuatroregimientos se unan a usted. Recoja todo el tocino, carne de va-cuno, cerdos y ovejas que pueda de los plantadores. Monte todala infantería posible y diríjase a Forrest, al este del Tennessee".

La mezcla de información precisa, información dudosa y órde-nes directas contenida en este comunicado muestra cuán estre-chamente estructurado era el flujo de inteligencia que se recibíaen el cuartel general de Grant, y testimonia así la posición esen-cial que ocupaba el telégrafo en sus métodos de trabajo. Daidea además de cómo la llegada del telégrafo había revoluciona-do el papel del jefe. Sabemos que Wellington -podemos sola-mente especular sobre Alejandro, aunque sus medios de recogi-da de inteligencia y de transmisión de órdenes eran idénticospese a los siglos que les separaban- sufría crónicamente retra-sos en los mensajes e incertidumbre sobre cuándo había salidoun mensaje de su destino y en qué medida era reciente la infor-mación en que se basaba. El duque, por ejemplo, se quejaba enel baile de la duquesa de Richmond de que Blücher le habíaenviado noticias de la invasión de Napoleón por medio del ofi-cial más grueso de su ejército, que había tardado treinta horasen cabalgar treinta millas. Los operadores de telégrafo, queautomáticamente incluían una "hora de transmisión" (hora, ade- UNTREF VIRTUAL | 30

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más, normalizada centralmente gracias a la misma red de telé-grafos) al principio de todas sus transmisiones, podían irse a co-mer por turnos sin que ello afectase en lo más mínimo a la horade envío de sus mensajes.

El telégrafo no confería naturalmente ninguna ventaja personalal mismo Grant; era el medio por el cual todos los demás ge-nerales, del Norte o del Sur, articulaban sus mandos. El simple-mente tenía una especial aptitud para el instrumento, un aspec-to de su creencia en la naturaleza progresiva de la guerra queera esencial a su caudillaje. Otras aptitudes suyas eran comple-tamente tradicionales. Como Wellington, quien siempre podíaadivinar con más precisión que sus oficiales lo que había "al otrolado de la colina", Grant poseía un sentido muy desarrollado dela geografía. Siempre le habían fascinado los mapas, que eran,naturalmente, mucho más abundantes en el siglo XIX que en elXVIII, incluso en una tierra como Norteamérica, donde los le-vantamientos topográficos eran muy recientes. West Point lehabía enseñado cartografía y el empleo de ingeniería topográfi-ca, un método indispensable para la confección de mapas deEstados Unidos. Grant coleccionaba mapas, y en México pro-porcionó a Scott, Taylor y, por casualidad, a Robert E. Lee infor-mación cartográfica de la que ellos carecían. Porter, oficial de suestado mayor en las campañas de 1864-1865, advirtió quecualquier mapa "parecía quedarse grabado de forma indelebleen su cerebro, y era capaz de seguir sus características sin con-sultarlo de nuevo. Además, poseía un conocimiento casi intuiti-vo de la topografa.. y nunca estaba tan a sus anchas comocuando trazaba caminos por pasos fluviales, laderas de colinasy accidentes generales del país". De aquí su notoria resistenciaa "retroceder", que él mismo admitía. Porter observó que "solíaintentar toda clase de atajos, vados de corrientes y pasos deobstáculos para alcanzar cualquier carretera antes de retroce-der y empezar de nuevo". Sus marchas campo a través teníancasi siempre éxito.

La mente de Grant no era simplemente gráfica. Estaba tambiénprovista de un conocimiento analítico de pasadas campañas. Apesar de toda su insistencia en la naturaleza progresiva de laguerra, los oficiales de su ejército recordaban que, durante su

infeliz estancia de capitán en California, podía reconstruir elcurso de las operaciones en México porque "las tenía todas enla cabeza"; cuando volvió al Este en 1864, reveló a Porter quehabía encontrado tiempo para seguir la lucha en Virginia hastael mínimo detalle. Y en su gira mundial de 1877 entretenía a sucompañero John Russell Young con disertaciones precisas delas campañas de Napoleón, desde Marengo a Leipzig.

El estudio de la campaña le había ayudado a desarrollar la másvaliosa de todas sus aptitudes, la de leer en la mente de susadversarios. Tenemos su propio relato de cómo empezó a con-fiar en esta capacidad que descubrió en sí mismo. Al comienzomismo de la guerra, como coronel del 211 de Illinois, partió paraatacar a un regimiento confederado que operaba en las proxi-midades. Como pensaba que esa unidad le esperaría paraatacarle, forzó el avance sólo porque le faltaba "el valor moralpara detenerse". Cuando se encontró con que el enemigo habíalevantado el campamento, "mi corazón volvió otra vez a su ritmonormal. Enseguida se me ocurrió que había sentido tanto miedode mí como de él. Éste era un aspecto de la cuestión que nuncahabía considerado antes, pero que nunca olvidé después. Des-de ese momento hasta el fin de la guerra, nunca experimentéansiedad al enfrentarme con el enemigo".

En lugar de ello, comenzó a adivinar cómo reaccionaría ante susiniciativas, e incluso cómo llegaría a tomar decisiones indepen-dientes. Durante la batalla de Fort Donelson, recordó que habíaobservado a un miembro de su estado mayor: "Algunos de nues-tros hombres tienen la moral bastante baja, pero el enemigodebe tenerla aún más, porque trató de forzar la salida, pero haretrocedido; el que ataque primero obtendrá la victoria, y el ene-migo tendrá que apresurarse para adelantarse a mí". Durante labatalla de Shiloh, cuando varios de sus regimientos se habíandesintegrado y su colega Buell, invadido por el pánico, pensóque el ejército debía retirarse, dedujo que si él "hubiese atrave-sado la retaguardia de los confederados habría sido testigo enella de una escena similar a la nuestra. La distante retaguardiade un ejército empeñado en combate no es el mejor sitio desdeel cual juzgar correctamente lo que está sucediendo en el fren-te". Desechó el impulso de retirada de Buell, presionó en la van- UNTREF VIRTUAL | 31

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guardia hasta alcanzar la victoria y "en fechas posteriores a laguerra... me enteré de que el pánico en la retaguardia confede-rada no había sido muy distinto al que cundió en nuestras pro-pias líneas". En resumen, había estado en lo cierto.

Algunas veces se equivocaba. Durante las maniobras previas aVicksburg, estaba seguro de que Pemberton le atacaría en unlugar llamado Clinton, porque había interceptado una orden desu superior a tal efecto. Pemberton, siguiendo su propio criterio,decidió que la orden era imposible de cumplir, equivocando aGrant. Pero el error fue excepcional y había sido arrastrado a élpor culpa de un conocimiento anterior. Como conocía a Pem-berton, esperaba de él que obedeciese las órdenes en lugar defiarse de su instinto. Más a menudo, la valoración de sus anti-guos camaradas de West Point y del ejército fue correcta. Nocompartía la estima general por A. S. Johnston, su adversarioen Shiloh, y no se había formado ninguna opinión de sus opo-nentes en Donelson. "Floyd, el oficial al mando..., era un hom-bre de suficiente talento para desempeñar cualquier puesto civil,[pero] no era un soldado y, posiblemente, no poseía los elemen-tos de un... Pillow, siguiente en la cadena de mando, era unvanidoso. Le conocí en México, y juzgué que, con cualquierfuerza, por reducida que fuera, podía marchar hasta dentro delalcance de los disparos de cualquier trinchera que se le hubieseencomendado mantener". Lee, a quien respetaba y que a suvez respetaba a Grant (Longstreet le había avisado que Grantera "un hombre a quien no podemos permitirnos infravalorar"),era más complejo de entender. Pero, finalmente, Grant penetróen su mente y fue capaz de prever uno tras otro todos susmovimientos. Appomattox demostró ser una victoria tanto moralcomo material.

Grant no basaba su lectura de la mente en la simple adivi-nación. Valoraba mucho la información objetiva y la recogía denumerosas fuentes. Mientras operaba en territorio sudista, co-mo muchas veces hizo, se veía privado de la inteligencia localprocedente de la población -salvo la que proporcionaban lasgentes de color-. "Acabo de saber por una persona fiable [unesclavo huido]", telegrafiaba a Washington el 27 de marzo de1863, "que la mayoría de las fuerzas de Vicksburg han salido

hacia el Yazoo, dejando un máximo de 10.000 hombres en laciudad". Pero este tipo de suerte imprevista no era común."Estábamos en un país", escribía de la campaña de 1862 enTennessee, "donde casi toda la gente... nos era hostil y parti-daria de la causa que estábamos tratando de suprimir. Era fácil,pues, para el enemigo conseguir pronto información de todosnuestros movimientos. Por el contrario, nosotros teníamos quebuscar nuestra información mediante la fuerza, y regresar amenudo sin ella". "Mediante la fuerza" aludía a los recono-cimientos hechos por la caballería, aunque también se recogíainformación a través de los espías y de los prisioneros. "Tene-mos ahora un hombre digno de confianza en Luisiana", escribíaal almirante Porter desde Vicksburg en junio de 1863, "con elúnico fin de descubrir qué órdenes ejecutan ahora Smith, Price,etc.". El espionaje durante la Guerra de Secesión, como encualquier otra guerra, proporcionaba, sin embargo, informaciónintrínsecamente dudosa. Los agentes dobles eran endémicosen una situación en la que se hacía imposible distinguir al amigodel enemigo, y los que por temperamento querían practicar estapeculiar profesión a menudo se engañaban a sí mismos encuanto adónde estaban sus simpatías en cada caso. La prensa,de la que Grant, pese a ser demócrata, albergaba justamenteprofundas sospechas, podía en ocasiones demostrar una mayorfiabilidad. Fue en un ejemplar de un periódico sudista encontra-do por los soldados de la Unión donde en mayo de 1863 tuvopor primera vez noticias del "completo éxito de la incursión delcoronel Grierson al corazón de la Confederación".

La principal finalidad de la incursión de Grierson era infligirdaños al sistema de ferrocarriles confederado, ferrocarriles -junto con las vías fluvialesque definían las líneas de fuerza a lolargo de las cuales se entablaba la Guerra de Secesión. Losamericanos disponían ya de una infraestructura ferroviaria antesdel comienzo de la guerra. Se habían tendido unos 50.000 kiló-metros de vías férreas en Estados Unidos en 1861; todas ellas,salvo 16.000 kilómetros, discurrían por estados en manos de laUnión. Como durante los tres primeros años la campaña deGrant se desarrolló en el Sur, fue inicialmente un estratega flu-vial, más que ferroviario; de hecho, su buen aprovechamientode las vías fluviales fue lo que primero había de señalarle como UNTREF VIRTUAL | 32

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un jefe excepcional. Pero la culminación de su campaña en elSur, la victoria de Chattanooga, debió su importancia al hechode que se interrumpía así el "enlace Chattanooga-Atlanta" (laruta que unía los sistemas confederados situados al oeste y aleste de los Montes Apalaches). E incluso mientras operaba a lolargo de las líneas fluviales del Cumberland y del Mississippí, en1862-1863, había usado constantemente los ferrocarriles comomedio subsidiario de procurarse la movilidad estratégica e inclu-so táctica.

Los ferrocarriles tenían un gran valor para Grant como medioque contribuían a hacer la guerra progresiva; y- su correspon-dencia está llena de instrucciones estrictas y precisas sobrecómo debían utilizarse. El 3 de enero de 1863 daba instruccio-nes a un jefe de división sobre la necesidad de mantener abier-to el ferrocarril de Memphis y Charleston: "Se ha oído por ca-sualidad decir a algunos civiles de Memphis que existía la deter-minación de no utilizar el ME-CRR, que será más fácil cortar eseferrocarril y obligarnos a trasladar el ejército a Memphis a porsuministros que venir aquí a combatir el ejército principal. Midecisión es utilizar el ferrocarril mientras lo necesitemos y sifuera necesario trasladaré a todas las familias... entre los ríosHatchie y Cold Water... Por cada incursión o intento de incursiónde las guerrillas sobre el ferrocarril, quiero que se envíen al Surdiez familias de los secesionistas más conocidos". Igual de enfá-tico e inmisericorde se expresaba en sus órdenes destinadas aimpedir el uso de los ferrocarriles por los ejércitos confederados."Destruya con el fuego el resto del puente sobre el Black River",ordenaba por escrito a un jefe local el 29 de mayo de 1863."Forme destacamentos con los negros recogidos en su campa-mento y también con las tropas, y levante la mayor parte posibledel ferrocarril al este del río. Apile las traviesas y ponga los raílesatravesados en ellas y quémelas. Dondequiera que haya unpuente u otra clase de paso... destrúyalos. Destruya al máximoel ferrocarril, especialmente los raíles, tan al Este como pueda".Estas instrucciones son muy duras. Los raíles calentados al rojosobre una pila de traviesas ardiendo podían, mediante la inser-ción de barras a través de los orificios abiertos en cada extremopara los pernos, retorcerse como un sacacorchos y, salvo el pa-so sobre ellos de un tren de laminación, nada podría repararlos.

Como el Sur poseía sólo uno de estos trenes, el Tredegar IronWorks, situado en el extremo noreste en Richmond, Virginia, losraíles así deformados eran realmente irreparables.

Durante la campaña de Vicksburg, Grant usaba la red de ferro-carriles como auxiliar de la red fluvial, moviendo "un (en algunasocasiones dos) cuerpo de una vez para alcanzar puntos desig-nados paralelos al ferrocarril y a una distancia de éste de sólo11 a 16 kilómetros". Era ésta una técnica logística muy sofistica-da, que garantizaba que sus trenes de mulas y carretas arras-tradas por caballos nunca hiciesen más de una sola marcha aldía desde su punto de carga a granel. A diferencia de las colum-nas de transporte animal de Alejandro -y de Wellington- no con-sumían, pues, ninguna de sus propias cargas en la marcha y nose fatigaban más por su trabajo que los caballos de tiro en losrecorridos de reparto en las ciudades.

La verdadera originalidad de Grant como logístico estaba, noobstante, en otra parte. En sus dos primeros años al mandohabía basado su línea de operaciones en los ríos. Era una téc-nica fácil para un hombre criado en la cuenca del Mississippí,donde el Padre de las Aguas y sus tributarios -Ohio, Tennessee,Cumberland y Missouri- habían fijado las rutas de colonizacióny comercio desde el tiempo en que los pioneros franceses eingleses habían penetrado por primera vez, en el siglo XVII. Pe-ro los ríos, como los ferrocarriles, limitan la libertad de acción delos estrategas casi tanto como la favorecen. Su curso determinasi un ejército que dependa de suministros por vía acuáticapuede avanzar o no. Los confederados habían explotado tal lim-itación mediante una estrategia de mantener los puntos deestrangulamiento del río -Fort Henry y Fort Donelson, Port Hud-son, Vicksburg- y obligar a la Unión a enfrentarse a la superficiedel país en lugar de arremeter sobre las líneas de dificultadtopográfica mínima. En un esfuerzo para burlarlos, Grant pasóbuena parte de la primavera de 1863 explorando de nuevo lasvías fluviales en busca de atajos, viéndose por último obligado acavar un canal a través del meandro del Mississippí en Vicks-burg, con la esperanza de desviarlo.

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Ninguna de estas desviaciones tuvo éxito. Por tanto, en mayode 1863 tomó una decisión vital. "Finalmente decidí no tener[comunicaciones], desligarme completamente de mi base y mo-ver toda mi fuerza sin un enlace de retaguardia". Había experi-mentado ya esta arriesgada técnica y los resultados le habíananimado. "Debe recordarse", escribía no con absoluta exactitud,"que en la época de la que hablo no se había demostrado queun ejército pudiese operar en territorio enemigo dependiendosolamente de éste para los aprovisionamientos". Olvidaba aldecir esto que Napoleón, por ejemplo, había hecho de las incur-siones la base del aprovisionamiento del ejército francés enEspaña y en otras partes. Pero la técnica nunca se había ensa-yado en un país tan productivo como los estados confederados,y proporcionó resultados sorprendentes. "Estaba sorprendidode la cantidad de abastecimiento que el país proporcionaba",escribía refiriéndose a su primer experimento en noviembre de1862. "Se demostró así que podíamos haber subsistido lejos delpaís durante dos meses en lugar de dos semanas sin ir más alláde los límites establecidos. Esto me enseñó una lección queaproveché más adelante en la campaña, cuando nuestro ejérci-to vivió durante veinte días con la entrega por el comisario deraciones para sólo cinco días".

Y esta estrategia de hacer que el enemigo le entregase lo quenecesitaba tuvo además el efecto de privar a los confederadosde lo que ellos, a su vez, necesitaban. En noviembre de 1862,había obligado ya a los civiles del Sur, que pasaban hambre enun área que había dejado sin recursos, "a emigrar 30 kilómetrosal Este o al Oeste y a comer lo que nosotros dejábamos".Durante el sitio de Vicksburg envió a su subordinado Blair a losbarrios de los alrededores que eran "ricos y estaban llenos deprovisiones, tanto alimentos como forraje. Se le ordenó apode-rarse de todo. El ganado debía requisarse para uso de nuestroejército y el alimento y el forraje para que lo consumieran nues-tras fuerzas o para destruirlo mediante el fuego". Eran éstasmedidas que otros generales ya habían adoptado antes; así lohizo Marlborough en su pillaje de Baviera en el verano de 1704.Pero el motivo de Marlborough entonces había sido provocaruna batalla con los franceses. Grant era estrictamente materia-lista. La "rebelión", había escrito a uno de sus jefes de división

en abril de 1863, "ha adoptado una forma tal que sólo puede ter-minar con el completo sometimiento del Sur o con el derroca-miento del gobierno. Es, pues, nuestro deber usar todos losmedios para debilitar al enemigo, destruyendo los medios decultivar sus campos... Animará a todos los negros, especialmen-te a los varones de mediana edad, a pasarse a nuestras líneas[y] destruir o conseguir todo el maíz y ganado vacuno que pue-dan".

La estrategia de hacer una campaña "sin base" era en extremoarriesgada, tan arriesgada que alarmó incluso a Sherman, elprotegido de Grant, quien un año después la llevaría a extremosno contemplados por Grant. A finales de mayo de 1863, Sher-man solicitó una entrevista privada con Grant y le notificó: "Meestaba poniendo voluntariamente en una posición que cualquierenemigo estaría contento de maniobrar durante un año enteropara conseguir meterme en ella". En una exposición de un librode texto sobre la teoría de Jomini, Sherman afirmaba que era"un axioma en guerra que cuando un cuerpo grande cualquierade tropas se mueve contra un enemigo debe hacerlo desde unabase de aprovisionamiento". Grant no se conmovió. "A estorepliqué que el país está ya descorazonado por la falta de éxi-to... Si retrocedemos, la gente se desanimaría tanto que lasbases de aprovisionamiento no tendrían utilidad... El problemapara nosotros era avanzar hasta conseguir una victoria decisiva,o nuestra causa estaba perdida. Ningún progreso se estabaconsiguiendo en otros campos, así que teníamos que seguir".

Ríos y ferrocarriles eran los medios que le servían a Grant parallevar sus ejércitos al campo de batalla; espías, exploradores ytelégrafo, los medios mediante los que se informaba de losmovimientos del enemigo. ¿Cómo dirigía Grant la acción cuan-do la planificación o el destino -normalmente planificaba- habíapuesto a los dos bandos en contacto?

Hemos visto que no le gustaba la teatralidad de la guerra. Nosufrió heridas, perdió solamente un caballo en acción y, aunqueinsistía en tener siempre al enemigo a la vista, cuidaba tambiénde situarse a una distancia de seguridad del fuego enemigo.Pero eso no quería decir que le gustase mandar desde un punto UNTREF VIRTUAL | 34

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fijo, articulando su ejército por medio de órdenes dadas a travésde sus subordinados. Su estado mayor personal era en todocaso demasiado reducido para poder hacerlo. En lugar de ello,se encargaba personalmente de todo, galopando de un lugar aotro en sus grandes y potentes caballos para rehacer regimien-tos desorganizados, animar a sus subordinados y enviar refuer-zos al frente.

Su estilo le exigía mucho más esfuerzo debido a la siempre cre-ciente extensión de los frentes de combate en los que sus ejér-citos operaban. Alejandro, que en todo caso mantuvo un puestofijo de honor en el centro de la vanguardia, combatía en frentesde tres kilómetros de ancho como máximo. Wellington enWaterloo, cuyo frente de combate se considera pequeño para laépoca, aunque no exageradamente, tenía que cubrir alrededorde un kilómetro y medio de terreno. En Fort Donelson, enfebrero de 1862, el frente de Grant se extendía a lo largo decinco kilómetros; en Shiloh, unos ocho; en Chattanooga, en1864, unos trece, y en la campaña del Este de 1864-1865,dieciséis kilómetros en el Wilderness y diecinueve en FiveForks. Estas extensiones marcaban una tendencia irreversible.Cuando los ejércitos crecieron para dar cabida a todos los hom-bres de las naciones, los frentes se extendieron por las fronte-ras, haciendo imposible que los generales viesen por sí mismosel curso de los acontecimientos, teniendo que confinarse encuarteles generales centrales durante la mayor parte del tiempoy determinando que "en el frente nunca" fuera la respuestaobligada a la pregunta de dónde debía estacionarse un jefe.Pero en el período entre 1861 y 1865 era todavía posible que ungeneral con voluntad de hacerlo cabalgase por su línea mien-tras el ejército combatía. Grant tenía esa voluntad.

Tenemos sus propios relatos acerca de su conducta en las tresbatallas sobre las que edificó su carrera, Belmont, FortDonelson y Shiloh. La primera (7 de noviembre de 1861) fuepoco más que una escaramuza, notable principalmente porquefue un éxito y porque, por única vez en su carrera, mataron alcaballo que montaba. En la segunda (15-16 de febrero de 1862)combatía a un enemigo que tenía fuertes defensas en su reta-guardia y la opción de retirarse a ellas si era derrotado en el

combate; aquí fue, contra todo pronóstico, sorprendido y obliga-do a improvisar su camino hacia la victoria bajo la presión de losacontecimientos. Ambos episodios son ejemplos perfectos desus métodos de mando.

Grant, en Fort Donelson, trató primero de neutralizar al enemigousando su flotilla de cañoneras para acallar las baterías confe-deradas apostadas a lo largo de la ribera del río Cumberland."Ocupaba una posición en la ribera", escribía, "desde la cualpodía ver la armada que avanzaba". Sin embargo, como ocurretan a menudo, las piezas del ejército demostraron ser mejoresque las navales, y las cañoneras se batieron en retirada. "Eraevidente que el enemigo se había desmoralizado mucho por elasalto, pero se llenaron de júbilo cuando vieron los buques inuti-lizados descender río abajo totalmente fuera del control de loshombres de a bordo. Naturalmente, sólo fui testigo de la retira-da de nuestras cañoneras". A Grant le desalentó el rechazo. Erael mes de febrero, las temperaturas por las noches bajaban decero y, en la marcha, "muchos hombres se habían desembara-zado de sus mantas y capotes". "Me retiré esta noche sabiendoúnicamente que tendría que atrincherar mi posición y levantartiendas de campaña o construir barracas al pie de las colinaspara los hombres".

La temeridad de los confederados le liberó luego de esa necesi-dad. Al día siguiente el enemigo atacó, al principio con éxito.Grant, que había sido llamado por el jefe naval, estaba ausenteal iniciarse el ataque. Regresó cabalgando a toda prisa. "No pre-veía que hubiese combates en tierra salvo que yo mismo losprovocara". El ataque se había producido por la noche. "Yo esta-ba a unos siete u ocho kilómetros al norte de nuestro flanco iz-quierdo. La línea tenía una longitud aproximada de cinco kiló-metros". Grant tenía, pues, que cabalgar cerca de trece kilóme-tros, que cubrió a toda velocidad. "Para llegar al punto dondesucedía el desastre tuve que pasar las divisiones de Smith yWallace. No vi signo alguno de agitación... Cuando llegué a laderecha, la situación era diferente. El enemigo había salido enpleno tratando de abrir una brecha y huir por ella... [Nuestros]hombres habían resistido con bravura hasta agotar la municiónde sus cartucheras... Vi que los hombres se agrupaban hablan- UNTREF VIRTUAL | 35

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do muy excitados. Ningún oficial parecía dar instrucciones. Lossoldados conservaban sus mosquetes, pero carecían de muni-ciones, aunque había toneladas al alcance de la mano... Orde-né al coronel Webster que cabalgara conmigo y gritase a sushombres al pasar: `Llenen sus cartucheras rápidamente yentren en línea; el enemigo está tratando de escapar y no debe-mos permitir que lo haga'. La orden actuó como un hechizo. Loshombres sólo necesitaban que alguien les diese una orden".

Mientras los hombres se reabastecían, cuenta Grant, "cabalguévelozmente al cuartel general de Smith, donde le expliqué la si-tuación y le ordené que atacase las defensas del enemigo...diciéndole que no iba a encontrar más oposición que una débillínea. El general partió en muy poco tiempo, adelantándosepara evitar que sus hombres disparasen mientras se abríancamino a través de los [obstáculos] que les separaban del ene-migo... [El] vivaqueó [esa noche] dentro de [sus] líneas. No ha-bía ahora ninguna duda; los confederados debían rendirse o sercapturados al día siguiente".

Y así fue como ocurrió. La respuesta instantánea de Grant a unrevés local, no explotado por el enemigo, lo transformó en subeneficio. Esa noche "el enemigo celebró un consejo de guerra"-anatema para Grant-"en el cual se razonó la imposibilidad deresistir por más tiempo". Forrest, uno de los hombres mástenaces de la Confederación, logró cruzar a nado con su caba-llería por un remanso y ponerse a salvo. Los últimos confedera-dos, excepto algunos millares que huyeron de varias maneras,se rindieron a Grant aceptando sus términos. La rendición fueincondicional; algo en lo que insistiría durante toda la campaña,ofreciendo así la primera de sus contribuciones característicasa la ejecución de la guerra.

Dos meses después de la toma de Fort Donelson -que con ladel vecino Fort Henry proporcionó a la Unión el control de losríos Cumberland y Tennessee para la Unión-, Grant afrontó labatalla de Shiloh. Fue una lucha que le impusieron los confe-derados, quienes esperaban con ella volver a unir sus ejércitos,divididos por la derrota de Henry-Donelson, atacándole por sor-presa en el saliente que separaba sus dos alas. Efectivamente

se produjo la sorpresa. El general A. S. Johnston se enteró deque Grant estaba acampado cerca de una pequeña iglesia lla-mada Shiloh, en la ribera del Alto Tennessee; realizó una mar-cha todo terreno a través de densos bosques para alcanzar susposiciones y acampó inadvertido dentro del radio de acción dela artillería en la noche del 5 al 6 de abril de 1862. A la mañanasiguiente sus hombres se lanzaron al asalto; sus disparos ini-ciales fueron el primer aviso a Grant de que tenía dificultades.

"Mientras estaba desayunando", escribió en sus Memorias, "seoyó un fuerte tiroteo en dirección a Pittsburg Landing y me dirigíapresuradamente allí". Eran alrededor de las 6.30. Se hallaba abordo de la cañonera que le servía de cuartel general, la Ti-gress, junto con su estado mayor y los caballos. Echó pie a tie-rra en Pittsburg Landing y se dedicó por entero a restaurarfrenéticamente el orden de una situación militar que ya amena-zaba desembocar en un desastre. Muchos de los hombres desus cinco divisiones -mandaba unos 35.000 hombres frente alos 40.000 de Johnston- se habían ya dispersado, amontonán-dose al amparo de la ribera del Tennessee en una masa com-pacta que aumentaría a lo largo del día. No había nada en esemomento que pudiera hacer con ellos. Tras ordenar la marchaal frente de los regimientos de refresco que acababan de de-sembarcar, se alejó al galope para hacer frente a otras crisis. Laprimera era, como en Donelson, la falta de munición. Como elejército había sido cogido por sorpresa, sólo disponía de ladotación que los hombres llevaban en las cartucheras. El muni-cionamiento era difícil por las abigarradas armas de que estabandotados. Seis clases diferentes necesitaba sólo la división deSherman, y tenían que enviarse a vanguardia siguiendo las direc-ciones exactas desde los vagones de munición divisionarios.

Grant volvió luego a galopar a lo largo del frente y visitó a cadauno de sus subordinados formados en orden de combate, queeran, de izquierda a derecha, Hurlbut, Prentiss, Wallace,McClernand y Sherman. Siguiendo una ruta a través del bosque-eran alrededor de las nueve de la mañana-, fue a ver primero aMcClernand, cuyas divisiones, supuesta reserva situada en elcentro, pronto se verían arrastradas al combate, y luego aPrentiss. Éste ya había tenido que retroceder hasta un sendero UNTREF VIRTUAL | 36

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hundido, con un campo de zarzas delante, al que los confede-rados llamarían Hornets' Nest y contra el que dirigían su esfuer-zo principal. Grant le dijo a Prentiss que "mantuviese esa posi-ción a toda costa" y luego se alejó a caballo para ver a Wallace.Estaba preocupado por la seguridad de un puente sobre el OwlCreek, afluente del Tennessee, a su retaguardia. Atravesandoese puente debían llegar los refuerzos que necesitaba deses-peradamente su sexta división, que había quedado a la izquier-da aguas arriba, y la fuerza más numerosa que mandaba Buellen Savannah. Tras ordenar a Wallace que situase la infanteríaen el puente, envió un destacamento de caballería con una notapara Buell que escribió en la silla de montar:

"El ataque sobre mis fuerzas ha sido muy fogoso desde prime-ras horas de esta mañana. La aparición de tropas frescas en elcampo tendría ahora un poderoso efecto, al animar a nuestroshombres y descorazonar al enemigo. Si puede progresar hastael campo, deje toda su impedimenta en la orilla este del río; sumovimiento nos beneficiará y posiblemente nos salvará el día.La fuerza rebelde se estima en más de 100.000 hombres. Micuartel general estará en el edificio de troncos en la cima de lacolina; allí le proporcionaré un oficial de estado mayor para quele guíe a su sitio en el campo de batalla".

Esta nota revela exactamente el estado de ánimo de Grant y sufilosofía de la guerra. Aunque escrita bajo el fragor del intensocombate y la fuerte presión de las unidades, está perfectamenteredactada y es estrictamente práctica: identifica dónde se en-contrará el estado mayor de Grant, promete un guía y sugiereun medio lógico de acelerar la marcha. Por otra parte, revelauna aguda ansiedad; la cifra especificada de efectivos confe-derados supera en más del doble a la real. Y, sin embargo,aunque la desigualdad material es evidentemente su principalpreocupación, destaca un punto moral: que la batalla se ganaráo se perderá en las mentes de los combatientes. Grant, tantasveces caracterizado como un simple carnicero, no piensa en lasangre, sino en temores y esperanzas.

En cuanto a los temores, no mostraba exteriormente ninguno.Poco después él y su estado mayor se acercaban a un claro

desde donde podía observar el frente. Los disparos estallabanpor encima de sus cabezas, y uno de los miembros del estadomayor daba con el codo a otro y le decía: "Dígale al viejo queabandone este lugar, por amor de Dios". La respuesta fue: "Dí-gaselo usted. Pensará que tengo miedo, y es verdad, pero noquiero que lo sepa". Finalmente otro oficial dijo a Grant: "Ge-neral, debemos abandonar este lugar. No es necesario per-manecer aquí. Si nos quedamos, estaremos todos muertos encinco minutos". El general, que parecía totalmente tranquilo, sevolvió para contemplar a sus acompañantes y dijo: "Creo queasí es", y se los llevó de allí.

Al mediodía su línea estaba presionada en todos los puntos, ypasó la tarde cabalgando de un lugar a otro para animar a susjefes, adelantando los regimientos no empeñados en combateque podía encontrar y haciendo regresar a otros que se retira-ban. A la una de la tarde estaba en Pittsburg Landing, adondeBuell acababa de llegar en un vapor, y le ordenó que se dieraprisa con sus refuerzos. Pero solía encontrarse inmediatamentedetrás del frente, según recordaban los soldados de variosregimientos. Hizo volver a entrar en posición al 15° de Illinois,que había recibido fuego de su propia artillería de apoyo. El 81ºde Ohio, que se retiraba del Hornets' Nest fue dos vecesdetenido por Grant y enviado de nuevo al frente. Lo mismo ocu-rrió con el 11° de Iowa. El 15º de Iowa, obligado a abandonar lalínea, fue desplegado de nuevo por Grant en otro lugar ame-nazado.

A pesar de todos sus esfuerzos, la situación empeoraba cons-tantemente. A las 4.30 fue con Prentiss detrás del Hornets' Nest,donde el jefe confederado, A. S. Johnston, había resultadomuerto diez horas antes. Pero Wallace, que apoyaba a Prentiss,había muerto también, y sus dos divisiones habían quedadoexpuestas por el repliegue de las tropas de la Unión sobre susflancos; a las 5.30 de la tarde, Prentiss, que mandaba ahora2.000 hombres solamente, se vio obligado a izar la banderablanca.

Grant se las había ingeniado para cerrar la brecha en la reta-guardia de Prentiss, acortando su línea. No obstante, si los con- UNTREF VIRTUAL | 37

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federados no hubiesen estado desorganizados y hubieran teni-do esa superioridad de 100.000 hombres sobre 35.000 imagina-da por Grant, habrían ganado seguramente en Shiloh el primerdía. La realidad fue que Grant, cediendo terreno, congregandouna gran batería de cincuenta cañones en su flanco izquierdo,confiando en la imposibilidad de batir a Sherman por la derechay, sobre todo, manteniendo su propia calma, vio acabar el día.Un corresponsal de prensa, al encontrarse a Grant solo al atar-dece, se acercó a él y cobró ánimos para preguntarle si las pers-pectivas no eran negras. "Oh, no", contestó Grant. "No puedenromper nuestras líneas esta noche, es demasiado tarde. Ma-ñana los atacaremos con tropas frescas y los rechazaremos, nolo dude".

Y los rechazaron. El ejército del difunto Johnston ya había sufri-do en la tarde del 6 de abril tantas bajas que sus efectivos sehabían reducido a 20.000 hombres. El propio ejército de Grant,reforzado por 25.000 soldados, le doblaba ahora en número.Los sudistas combatieron valientemente durante toda la ma-ñana del 7 de abril; se dice que su valor mejoró la opinión deGrant acerca de la causa del Sur. Hasta entonces había creídoque sus soldados habían sido víctimas del engaño de los dema-gogos. Desde entonces supo que eran patriotas y nunca máslos subestimó en la acción. Pero los patriotas no pueden man-tener un campo por la fuerza de los sentimientos cuando el con-trario les supera en número. A primeras horas de la tarde, cuan-do, según observó el general Lew Wallace, la actuación de "losdos ejércitos en general [había] degenerado en meros enjam-bres de combates" sobre los cuales ni Grant ni su nuevo opo-nente Beauregard podían ejercer un control preciso, los sudis-tas fueron derrotados. Poco después de las dos recibieron laorden de retirarse y se marcharon al instante. Grant "avanzóvarios kilómetros al día siguiente del combate y encontró que elenemigo había abandonado gran parte, si no todas, sus provi-siones, parte de la munición y las ruedas de repuesto de sus fur-gones de municiones, librándose de parte de su carga en unesfuerzo para ponerse fuera del alcance de sus cañones". Elinforme de Beauregard era más sucinto. "Nuestro estado eshorrible. Las tropas, completamente desorganizadas y desmo-ralizadas... Carecemos de provisiones y forraje; por consiguien-

te, todo es débil... Nuestra artillería está siendo abandonada a lolargo de la carretera por sus oficiales; de hecho, pocos oficialesquedan con sus hombres". Poco después informaba al mandosuperior. "Si somos perseguidos por una fuerza potente, perde-remos toda nuestra retaguardia. Toda la carretera presenta es-cenas de derrota; ningún ser humano podría contenerla".

Grant había tratado de organizar una "fuerza potente" para em-prender la persecución, pero su ejército estaba también exhaus-to. Había perdido 13.000 hombres entre muertos, heridos ydesaparecidos, de los cuales 1.700 habían muerto, haciendo deeste combate el más sangriento con diferencia librado hastaentonces en la guerra, tanto en los campos de batalla del Estecomo en los del Oeste. Fue denostado por las bajas que habíasufrido su ejército y por el hecho incontestable de que lo habíaexpuesto a un ataque por sorpresa. Pero Shiloh fue una victoriaigualmente incontestable, lograda en una época en que las vic-torias del Norte eran pocas. Sobreviviría a los ataques sobre sureputación. Físicamente no estaba marcado por la penosa expe-riencia que había tenido. Emocionalmente, aunque apenado desaber el sufrimiento infligido -"la vista era más insoportable queenfrentarse al fuego enemigo"-, mostró una buena capacidad derecuperación. Moralmente, estaba justificado por el resultado.

Sobre todo, sabía ahora cómo combatir y ganar una batalla.Otras batallas mucho más importantes que cualquiera de lasque había librado hasta entonces -el sitio de Vicksburg y susprolegómenos, Champion's Hill, Chattanooga, Spotsylvania,North Anna, Cold Harbor y el largo sitio de Petersburg- queda-ban por venir. Pero ninguna de ellas había de enseñarle algoque añadir a su bagaje de aptitudes como dirigente de hombresy de acontecimientos. Ninguna experiencia futura alteraría lavisión de la realidad que ahora había concebido. El rostro quemostró a sus soldados en Shiloh sería el mismo que mostró almundo en Appomattox y en la Casa Blanca. Era un rostro que elensayista Henry Adams compararía más tarde con el de Gari-baldi: "De los dos, Garibaldi le parecía algo más intelectual, peroen ambos la inteligencia no contaba; sólo contaba la energía. Eltipo era preintelectual, arcaico y así habría parecido incluso a loshabitantes de las cavernas". Esta comparación resulta profunda- UNTREF VIRTUAL | 38

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mente interesante, en parte por ser equivocada -la capacidadintelectual de Grant era grande y contaba muchísimo-, y enparte porque traslada a Grant desde un contexto puramente mi-litar y americano a otro ideológico y universal. Garibaldi fue glo-rificado por el mundo victoriano porque su bravura militar refle-jaba sus creencias liberales. En nuestros días, su oposición alorden constituido le habría hecho famoso; en su tiempo, el usode la violencia para perseguir un ideal le hizo famoso y admira-do. También Grant encontró los medios para poner el generala-to al servicio de una causa. En el momento de la victoria, suconocimiento político sería completamente eclipsado por suslogros como soldado. Pero, retrospectivamente, por grande quese considere el caudillaje de Grant, es su comprensión de lanaturaleza de la guerra y de lo que puede y no puede hacer ungeneral dentro de sus atribuciones lo que parece más notable.Como explica en la conclusión de sus Memorias, a través desus acciones de guerra había buscado "una compenetración delpueblo". Había de pasar más de un siglo después deAppomattox para que esa compenetración al fin se material-izase. Cuando esto ocurre, el papel de Grant como desenca-denante del proceso comienza a revelarse de tanta importanciacomo el de Lincoln.

Grant y La Democracia Norteamericana

El concepto de "compenetración del pueblo" sirve, como defini-ción de un estado, si bien no es la única. Entre los estados desu tiempo, únicamente Estados Unidos había comenzado suexistencia en calidad de estado plenamente constituido, cuyospadres fundadores habían fijado desde el principio los poderesprecisos y respectivos de sus autoridades ejecutivas, legislati-vas y judiciales.

Por esa donación constitucional, tuvo desde el momento mismode su nacimiento una situación que las sociedades antiguashabían tardado siglos de luchas internas en conseguir, y a lacual, en verdad, muchas todavía no han llegado. Compenetra-ción es un término sensible, que entraña compromiso y consen-so. La construcción de un estado es, en la práctica, una suce-

sión de actos sangrientos. Gran Bretaña, de la que EstadosUnidos puede considerarse un duplicado filosóficamente cohe-rente, había esbozado el modelo de "separación de poderes"adoptado por los padres fundadores para servir de matriz cons-titucional únicamente como resultado de repetidos conflictosinternos, de los cuales su propia guerra civil en el siglo XVII fuesólo la más explícita políticamente.

Sin embargo, pese sus elevadas miras, la constitución deEstados Unidos está salpicada de sangre, no sólo la de loscasacas rojas británicos que lucharon para impedir a los colonossu independencia, sino también la de los leales que se opu-sieron a la independencia como un ideal. Las razones por lasque eligieron hacerlo así fueron complejas, y de ningún modo seextinguieron en su totalidad por la victoria de Washington. Elregionalismo era una de ellas: la creencia de que los interesesde una región de colonos determinada no estarían necesaria-mente mejor servidos por un gobierno soberano residente enotro lugar del suelo americano. La dispersión de la colonización,ya enorme en 1776, subyacía a ese cálculo, y su enorme exten-sión durante el siglo XIX le prestó fuerza renovada. Se sintió conmayor intensidad que en ningún otro sitio en los estados del Sur,basados en una economía de esclavos que nunca quisieron nifueron capaces de transformar y que sabían que era repugnantea sus conciudadanos de otras regiones, que pudieron defendersolamente mediante una manipulación de la maquinaria consti-tucional que una creciente mayoría de norteamericanos creyóajena a los principios que la informaban.

Norteamérica se vio así obligada en la década de 1860 a enfren-tarse a una contradicción interna en su política, de una índoledemasiado familiar a los europeos, a quienes el Nuevo Mundoacusaba de estar hundidos en el pecado, que resultó ser imposi-ble de resolver por ningún método distinto del antiguo y lamenta-ble de la violencia. No se va a discutir aquí si la esclavitudprovocó la Guerra de Secesión norteamericana o si esa guerrapodía haberse evitado. La guerra ocurrió, y lo que comentamosaquí es el papel que Grant desempeñó en ella. Dejémosle ha-blar a él.

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"La causa de la gran Guerra de Rebelión contra los EstadosUnidos tendrá que atribuirse a la esclavitud", escribía en susMemorias:

"La esclavitud era una institución que exigía garantías inusita-das para su seguridad dondequiera que existía; y en un paíscomo el nuestro, que en su mayor parte era territorio librehabitado por una población inteligente y próspera, la gente solíamostrar naturalmente escasa simpatía por las exigencias im-puestas para su protección. De ahí que el pueblo del Surdependiera de mantener el control del gobierno central paraasegurar la perpetuación de su institución favorita... Era éstauna degradación que el Norte no podía permitir más tiempo delnecesario para conseguir el poder y erradicar las leyes [sobrelos esclavos] de los estatutos. Antes de la época de estas intro-misiones, la gran mayoría de la gente del Norte no tenía unaespecial inquina a la esclavitud, en tanto no se viese obligada ausar de ella. Pero no estaba dispuesta a desempeñar el papelde policía del Sur para la protección de esta institución peculiar"."Probablemente también", sigue Grant, "fuera oportuno que en-trásemos en la guerra cuando lo hicimos". Grant acepta, pues,que el único medio por el cual el Norte podía "conseguir elpoder" para resolver su diferencia con el Sur era combatiendo.Pero no pensó siempre de este modo; cuando escribía a supadre en noviembre de 1861, se inclinaba todavía a considerarque su deber era el de suprimir la rebelión, no el de rehacerEstados Unidos para que fuese una sociedad sin contradic-ciones. "Mi inclinación", explicaba, "es derrotar la rebelión parasometerla, preservando todos los derechos constitucionales. Sino puede acabarse con ella de forma distinta a la de una gue-rra contra la esclavitud, vayamos a la guerra legítimamente. Esnecesario que la República pueda continuar su existencia, queacabe la esclavitud. Pero esos sectores de la prensa que abogapor el comienzo ahora de esa guerra son tan grandes enemigospara su país como si fueran secesionistas sinceros y declarados".

Los puntos de vista de Grant cambiaron por su contacto con elsentimiento del Sur después de penetrar en los estados escla-vistas en 1862, reforzando su descubrimiento, hecho ya en labatalla de Shiloh, de que las tropas confederadas luchaban por

convicción, no por bravuconería. A partir de entonces supo quelos norteamericanos eran dos pueblos y sólo podían llegar aconvertirse en uno mediante la derrota de la minoría por la ma-yoría. Sin embargo, incluso después de haber llegado a esaconclusión, persistía en observar más allá del fin de la guerra lanecesidad de aprender, vencedores y vencidos, a vivir juntos enarmonía. Esa fue la visión de la compenetración que mantuvodespués hasta el final de su vida.

La materialización de esa visión de Grant llevaba aparejada tresdecisiones dependientes, la primera de las cuales podría pare-cer que estaba en flagrante colisión con las otras dos. Era ladecisión de que la guerra debía ser total. Como ya hemos visto,en la temprana fecha de abril de 1863 escribía que la guerradebe conseguir "el sometimiento total del Sur" y que el deber delejército era, "por tanto, usar todos los medios para debilitar alenemigo", destruyendo no sólo sus ejércitos en el campo de ba-talla, sino su economía interior. La consideración de Grant como"primero de los modernos" entre los generales deriva de esepavoroso credo. Aunque cristiano, se había persuadido de quela doctrina de proporcionalidad de la Guerra justa -limitación dela violencia a los límites necesarios para hacer a un enemigodesistir de ella- no era aplicable en una guerra de principios.Incluso antes de que su protegido Sherman comenzara a hac-erse famoso como incendiario y destructor, Grant estaba, portanto, quemando y destruyendo a voluntad, sacando a los recal-citrantes de sus hogares una vez que el territorio era tomado yllevando despiadadamente la guerra a los corazones de lasgentes del Sur.

Pero había un límite que incluso él estaba dispuesto a estable-cer para la crueldad: nunca aprobaría las transgresiones per-sonales de la ley en el uso de la violencia, tanto contra la pro-piedad como contra las personas. Grant era un respetuoso de laley hasta el límite. De aquí la segunda de sus decisiones sobrecómo debía conseguirse la compenetración: él no debía nunca,cualesquiera que fuesen los poderes de que estuviese investidocomo jefe, infringir la autoridad del Congreso o del presidente.El "hombrecillo de aspecto asustadizo" al que un observadorveía recibir de Lincoln en la Casa Blanca el rehabilitado rango UNTREF VIRTUAL | 40

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de teniente general el 9 de marzo de 1864 sólo pronunció unasbreves palabras como respuesta, pero fueron palabras queexpresaban agradecimiento y reconocimiento de la responsabi-lidad. Cuando en una de sus primeras reuniones como coman-dante en jefe con Stanton, el secretario de la guerra, se produjoun desacuerdo y Stanton advirtió que debería llevar a Grant "alPresidente", Grant contestó: "De acuerdo. El presidente nosmanda a los dos".

Presidente y general ya habían establecido las característicasde su relación. "Todo lo que [yo] había querido", le había dichoLincoln en su primera entrevista privada, "y había querido siem-pre era alguien que asumiera la responsabilidad y actuase, yrecurriese a [mí] en busca de toda la ayuda necesaria, prome-tiendo [yo mismo] usar todos los poderes del gobierno paraprestar dicha ayuda". Grant, por su parte, aseguró al presidenteque haría "cuanto pudiese con los medios a su alcance, y queevitaría en la medida de lo posible disgustarle". Obrar del mejormodo posible no significaba delegar en el presidente la estrate-gia; él tenía ya establecido el principio, "no comuniqué misplanes al Presidente". Por otra parte, esto significaba la dele-gación en todos los asuntos no estratégicos. Al ordenárselereclutar negros en el ejército de la Unión -una medida controver-tida- contestó al presidente Lincoln: "Puede estar tranquilo...haría esto tanto si admitir en el ejército a los negros me pare-ciese o no una política inteligente, porque es una orden queestoy obligado a obedecer y no creo que en mi posición tengaderecho a cuestionar cualquier política del gobierno".

Su tercera decisión fue una ampliación de la segunda. Al igualque vio que la conveniencia legal exigía sumisión a la autoridaddel gobierno, observó también que la conveniencia americanaexigía sumisión a la soberanía del pueblo. Grant no era, proba-blemente, en su ser más íntimo, un hombre humilde. La ver-dadera humildad huye del poder, incluso cuando se le confía.

Grant no rehusó el poder que le fue ofrecido y, por todas lasnoticias que tenemos, se sentía contento y orgulloso por él. Elhecho de que, según sus propias palabras, "nunca se sintieramejor" que cuando ejercía el mando en las ciénagas del Missi-

ssippí sugiere claramente que haber logrado el alto rango satis-facía una profunda estimación interior de su propio mérito. Sinembargo, era una estimación que mantenía estrictamente den-tro de los límites de la decencia, y sus contemporáneos ameri-canos así lo comprendieron. Hombres de menor talla y rangosimilar no se comportaron igual. Frémont se daba aires absur-dos, que se tildaban de europeos. A McClellan le encantaba eltítulo de "joven Napoleón" y creía que le garantizaría el triunfoen la elección presidencial de 1864. Halleck cultivaba una arro-gancia olímpica. Longstreet actuaba como un divo y sufría crisisnerviosas cuando se le contradecía (especialmente en Gettys-burg, cuando Lee podía haber pasado perfectamente sin histrio-nismos). Aparentando importancia, estos hombres -y muchoscomo ellos- se rendían a un impulso que la elevación al altomando hace difícil de resistir. El generalato es malo para las per-sonas. Como muy bien sabe cualquiera que conozca a fondo lasociedad militar, los hombres más razonables se llenan de pom-posidad cuando las estrellas tocan sus hombros. Como generales una palabra que la literatura utiliza para englobar tanto aAlejandro Magno como a los más oscuros chupatintas del Pen-tágono, coroneles perfectamente bien equilibrados comienzan aexigir la deferencia debida cuando el ascenso les lleva al si-guiente escalón de rango. Y la sociedad militar, ese último mo-delo superviviente de las cortes de heroicos jefes de guerra, leshace regularmente el favor de consentir sus fantasías.

Grant se resistía a la fantasía con austeridad republicana.Cuando solicitó el destino al general ayudante al comienzo de laGuerra de Secesión, fijó sus ambiciones al nivel más modesto:"Sintiendo que el deber de todos cuantos se han educado aexpensas del gobierno", escribía, "es ofrecer sus servicios enapoyo de ese gobierno, tengo el honor, muy respetuosamente,de ofrecer mis servicios, hasta el fin de la guerra, en el puestoque pueda ofrecérseme". Indicaba que se creía capacitadocomo mucho para el mando de un regimiento; elevado más alláde ese nivel, continuó manteniendo un aparato no más grandeque el de un coronel de regimiento, aparato que le bastó hastael fin de la guerra.

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La leyenda de la modestia de Grant fue casi tan importantecomo sus triunfos para convertirle primero en el héroe militar delNorte y finalmente en el presidente de la Unión reconstruida.Pero más importante todavía, como una dimensión de esteestudio del generalato, era la "reverencia familiar" que su de-sempeño del alto mando suscitaba en sus soldados. La "reve-rencia familiar" es lo máximo que los norteamericanos creenapropiado para aclamar a un héroe, mientras el heroísmo no he-roico de Grant se ajustaba perfectamente al populismo de lasociedad que él condujo a la victoria. Una divergencia de cual-quiera de ambos estilos habría sido desleal con lo que los euro-peos reconocen tan peculiarmente americano en la civilizacióndel Nuevo Mundo y lamentablemente, en ese aspecto al menos,resistente al trasplante. En el Viejo Mundo, la rendición al en-canto del héroe como caudillo, jefe de guerra y superhombrecontinuó siendo una posibilidad enraizada en el subconscientede sus sociedades tradicionales. A mediados del siglo XX, esaposibilidad iba a convertirse en una desastrosa realidad.

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La máscara delmando

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